Para aprovechar la mano de obra aborigen, los conquistadores idearon una serie de métodos de organización del trabajo similares a los utilizados en Europa durante el feudalismo. Estos sistemas de trabajo fueron: la mita, la encomienda, el repartimiento, la esclavitud y el yanaconazgo. Los sistemas de trabajo en América colonial Esclavos e indígenas en América: La esclavitud: La esclavitud fue el primero de los sistemas de trabajo en emplearse en américa. Pero tras el reconocimiento de los nativos como nativos de la corona y los escritos del fray Bartolomé de las casas que impulsaron las Leyes, la esclavitud de los aborígenes quedó abolida, y se reemplazó por sistemas semi esclavistas (la encomienda y el repartimiento). La necesidad de una mano de obra más barata que la nativa, impulsó la importación de esclavos del África subsahariana. El comercio de esclavos se consolidó rápidamente y gracias a ello se constituyó el denominado sistema de “comercio triangular”, mediante el cual, se importaban esclavos a américa, los cuales eran utilizados en las grandes plantaciones, las materias primas producidas se exportaban hacia la Europa preindustrial. El Repartimiento forzado A la par que la encomienda, funcionaba el sistema de repartimiento forzado. Este sistema, consistía en la rotación por temporadas de los trabajadores nativos, los cuales realizaban obras públicas, al servicio de la administración, a diferencia de la encomienda que era para particulares, a cambio de una remuneración ínfima. Para aprovechar la mano de obra aborigen, los conquistadores idearon una serie de métodos de organización del trabajo similares a los utilizados en Europa durante el feudalismo. Estos sistemas de trabajo fueron la encomienda, el repartimiento y la esclavitud. Régimen de trabajo en la época colonial de Guatemala Un régimen colonial, en términos generales, aplicables también a la situación que prevaleció en el Reino de Guatemala entre 1524 a 1821, se puede concebir, en esencia, como la explotación económica de un territorio y del trabajo de los habitantes de éste, que anteriormente gozaron de autonomía. En el caso de la sociedad colonial de Guatemala, es decir, durante el periodo comprendido de 1524 a 1821, el aparato económico, estrictamente considerado, descanso principalmente a las siguientes columnas institucionales: Esclavitud, Encomienda, Repartimiento, servicios personales, propiedad y utilización de la tierra, administración de la hacienda pública, tecnología, trabajo artesanal y comercio. Básicamente, sin embargo, en Guatemala, el régimen colonial gravitó en el trabajo de los nativos, ya que los móviles generales de la conquista, las coacciones en que esta se realizó y la propia situación económico social de España y de la propia colonia. La esclavitud de los indios El dominio casi absoluto de una persona sobre manera, equivalente a un derecho de propiedad que traduce en la anulación de la libertad, la personalidad y otros derechos individuales de quien ocupa la posición de esclavo fue un fenómeno que, con ligeras variantes, se conoció en todos los continentes, inclusive África, y casi de manera ininterrumpida desde la antigüedad. En el siglo XVI se conocía en las sociedades del viejo mundo, así como en las sociedades mesoamericanas con la Pre conquista. En estas últimas, el estrato de los esclavos se integraba, principalmente con prisioneros de guerra o criminales condenados por la sociedad, pero los hijos de unos y otros no necesariamente heredaban tal condición. En algunas zonas también se obtenían esclavos mediante compra, el cobro de tributos por los señores o bien por la comisión de varios y diversos delitos. Se les reconocía por su posición inferior en los procesos productivos por supuesto y, en algunos casos, por la correspondiente “MARCA” en la cara y en los brazos, tal como se hacía en Nicaragua, por ejemplo, donde se usaba, para tales efectos, un polvo negro hecho de carbón de pino que se frotaba en una cortada hecha la cara o en un brazo, para que la seña persistiera después de sanada la herida. Esta práctica de la marcación fue continuada por los españoles después de 1524. Estos en efecto redujeron a la esclavitud a muchos nativos en los años cruciales de la conquista y utilizaban una “G” para marcar a los esclavos obtenidos en guerra, y una especie de “R” compuesta, para los llamados “ESCLAVOS DE RESCATE”. Estos últimos eran precisamente los que ya tenían tal condición en las sociedades prehispánicas, y de cuya existencia anterior persisten pruebas documentales, pictográficas y lingüísticas en la actualidad. Estas pruebas se refieren a casi todo el territorio de la antigua Mesoamérica y, en muchos casos, ponen de manifiesto ciertas prácticas de excesiva crueldad asociadas a la esclavitud de aquella época. Como en otras partes del viejo mundo, en la Guatemala prehispánica la esclavitud implicaba un derecho de propiedad sobre la persona del esclavo, lo que incluía los frutos del trabajo, así como la privación de la vida de este si se trataba de uno propio, o de una obligación de resarcimiento en el caso de uno ajeno. Desde entonces, se tomaron medidas efectivas para que tal practica no continuara, y se ordenó la liberación de muchos indígenas que se conservaban bajo dicho régimen. Es justo reconocer, por otra parte, que también hubo fuertes voces de crítica, de denuncia, de abierta condena a la política esclavista que España y los colonos españoles desarrollaron en América central. Entre tales voces, a pesar de que había también religiosos comprometidos en dichas prácticas, destacaron la del licenciado Cristóbal de Pedraza, protector de los indios y Obispo de Honduras, quien envió una cruda” Información “sobre la situación esclavista en ese país y por supuesto la voz implacable de celebérrimo Fray Bartolomé de las Casas. Y en España, precisa decirlo, algunos tuvieron aquellas voces detonantes, cuando menos en el ámbito del “debe ser” inherente a las leyes nuevas. Otra modalidad irregular, entre los muchos procedimientos usados para burlar el precario control de la práctica esclavista, consistió en la venta, en calidad de esclavos, de muchos indios sometidos al régimen de la encomienda. Estos por definición, eran individuos libres, con la única obligación del pago del tributo a su encomendero, pero este, en componenda con funcionarios, religiosos, traficantes y eventualmente con los caciques locales, se las ingeniaba para participar en el mercado de esclavos, a expensas de la libertad de sus encomendados y del ingreso regular que constituía el tributo La esclavitud de los negros: Los primeros núcleos de esclavos negros, paradójicamente se localizaron en el propio continente africano. Desde una época no precisada, y como consecuencia de guerras interraciales o de peculiares estructuras socioeconómicas, unos negros eran sometidos a la esclavitud por otros de sus congéneres, tal como ocurrió en el propio contexto de las sociedades precolombinas de América. En aquellas circunstancias primigenias, la esclavitud era fuente de mano de obra y de prestigio social para los amos, pero en los procesos productivos generales no alcanzo la importancia y la envergadura que la caracterizaron cuando comenzó el tráfico trasatlántico, derivado este de la expansión colonizadora de las potencias occidentales. En cuanto a las políticas esclavistas institucionalizadas por España con relación con el nuevo mundo, es significativo consignar que, en 1518, Carlos I autorizo el envío masivo de 4000 negros a las islas del Caribe. Esta concesión de libero de impuestos por cuatro años, y se prohibió toda negociación semejante por quienes carecieran de permiso expreso. En las postrimerías del siglo XV todavía se manifestó abiertamente la rivalidad, entre España y Portugal, por el control del comercio esclavista, pero las bulas papales de 1493 favorecían el derecho esgrimido por el segundo de dichos países, y así se reconoció por ambas naciones en 1494. Al tenor de este acuerdo, a los portugueses se adjudicó el derecho exclusivo de sacar esclavos del continente africano. Este tráfico empero no pudo obviar cierto control ejercido por los banqueros genoveses, como tampoco se pudo ignorar la oposición de la casa de contratación de Sevilla, que reclama sus derechos monopolísticos en el comercio con las Indias. Posteriormente concluido el predominio portugués, se eliminó la institución del asiento, y el tráfico de esclavos negros disminuyo en una medida que afecto a la creciente demanda de los colonos españoles en América. El rey, por lo tanto, ante el aumento del contrabando y otras presiones colaterales, opto por restablecer el asiento, y entonces fueron los holandeses los encargados de proveer de negros a los asentistas. En la primera mitad del siglo XVII, el tráfico esclavista estaba generalizado en el Caribe, y de él se beneficiaban las potencias europeas. La demanda comenzó a crecer entre los colonos españoles, en cuyas filas figuraban miembros de las órdenes religiosas, como los propios dominicos que, por otra parte, destacaron en las defensas de los indios. Ante la posibilidad de trasladar esclavos blancos, que también los había disponibles en Europa como judíos, rusos, egipcios, libaneses, guanches (originarios de las islas canarias), etc. Los interesados, es decir, vendedores y compradores, prefirieron a los Bozales, que eran los esclavos capturados en África y que no habían tenido contacto directo con la civilización occidental. Se suponía que estos podían ser más fácilmente cristianizados, en lo cual se reflejaba los intereses de la iglesia; que estaban en capacidad de resistir las enfermedades europeas, puesto que el contacto indirecto había desarrollado cierta disposición inmunológica; que podía obtenerse su docilidad y sometimiento, precisamente por su desarraigo; y que más, importante aún, estarían en aptitud de desempeñar las tareas pesadas y peligrosas que, por razones de clima u otras similares, ni españoles, ni indios podían asumir. En los procedimientos de venta o de subasta los negros eran sometidos a exámenes para detectar defectos físicos o supuestas taras “morales” (por ejemplo, la rebeldía la inadaptación por nostalgia etc.) ya que ello determinaba su precio y, sobre todo su aptitud para calificar como una “pieza”, es decir como un esclavo normal y joven. Por lo general eran marcados, ya con el fierro del general, del asentista o de sus nuevos amos. En Guatemala las” piezas” debían reunir ciertos requisitos, como altura, fuerza salud, etc. Y se les clasificaba, según se tratara de niños, jóvenes o viejos, en las categorías denominadas “mulequin” (hasta 6 años era media pieza), “muleque” (de 6 a 12 años) y “mulecón” (de 12 a 18 años), respectivamente. Esto determinaba la demanda y el consiguiente precio. Es interesante anotar que los primeros esclavos negros llegaron a Guatemala en la propia expedición inicial de Pedro de Alvarado, aunque son precarias las informaciones precisas al respecto. Arribaron, como tales, desprendidos de los grupos de sus congéneres que ya existían en México y en la Antillas, cuando no se había iniciado todavía otras formas de explotación de mano de obra nativa, como las que se relacionan con la propia esclavitud, con la encomienda, el repartimiento y los servicios personales. La iglesia no se opuso categóricamente a la esclavitud y al tráfico de negros y, precisamente los dominicos, en cuyas filas figuraron algunos de los más conspicuos defensores de los indios, poseían muchos esclavos africanos en sus propias haciendas. Una de las más famosas de estas fue la de San Jerónimo, en baja Verapaz, fundada desde los comienzos de la colonización. En dicha hacienda, reputada como una de las grandes empresas agroindustriales de la época, se fabricaba, además de azúcar, un aguardiente cuya fama trascendió las fronteras del reino, así como otros productos diversos. Fue fundada en una fecha imprecisa entre 1540 y 1550, por los dominicos que llegaron en pos de las Casas y los acompañantes de este. Si se analiza la magnitud de empresas agroindustriales, como la hacienda de san Jerónimo u otros ingenios o trapiches menores que abundaban en el reino, pero en un contexto más amplio; y si se considera el peso que tuvieron productos como el añil, el azúcar, e inclusive la minería, los servicios personales, etc. Se puede medir el verdadero papel que jugó la esclavitud de los negros en la vida económica de la colonia. Los esclavos negros siempre tuvieron una condición diferente a la de los indios, inclusive la que correspondía a quienes, entre estos últimos, se tenía también por verdaderos esclavos. Aquellos, por ejemplo, siempre fueron “comprados”, como una cosa mueble, en tanto que los indios desde el principio eran simplemente “tomados” por los españoles. La esclavitud de los indios, por otra parte, se prohibió reiteradamente; por ejemplo, de modo taxativo, en las leyes nuevas. Los negros además no estaban sujetos al pago del tributo, como lo estaban los indios bajo la encomienda. Solo cuando adquirían la condición de hombres libres, mediante la manumisión, la compra de su libertad u otros procedimientos, los negros adquirían la obligación de pagar, en calidad de tributarios de la corona, dos tostones al año. Finalmente, las transacciones referidas a un esclavo negro pagaban los impuestos de alcabala y almojarifazgo. Las ocupaciones de los esclavos negros no variaron en la etapa final de la colonia, aunque fueron objeto de regulaciones especiales; estas se referían también a la educación y, en general al trato que debía darse a los esclavos sometidos al régimen en cuestión. El punto último de la esclavitud de los negros se marcó en Guatemala en 1823 cuando la asamblea constituyente decreto la abolición de aquel fenómeno social, que tuvo considerables repercusiones económicas en la anterior etapa de la colonia. LA ENCOMIENDA: La encomienda es una institución muy peculiar, que tuvo un peso específico en el proceso de la conquista y colonización de Guatemala. Se suele confundirla con el repartimiento de indios e inclusive con la esclavitud y, al parecer, ello se debe a la forma difusa en la que el termino se usó desde la época inicial del descubrimiento, a las distintas regulaciones a las que fue sometida durante muchos años y, sobre todo ala enorme disparidad que existió entre la concepción teórica de la institución y la utilización practica que hicieron de ella los conquistadores, colonos e inclusive funcionarios españoles. En el caso de la encomienda, así como en el de otras instituciones y fenómenos coloniales de distinto género, todo tipo de generalizaciones debe estar sujeto a criterios relativos de tiempo, espacio y circunstancias. Por ejemplo, entre las muchas premisas de las que se pudiera partir para definir la naturaleza de los principales hechos sociales de la era colonial se pueden citar las siguientes: Desde las expediciones de colon, los reyes católicos resolvieron que los nativos de las tierras descubiertas debían ser considerados y tratados como “vasallos libres” de la corona. El carácter mercantil de la empresa de la conquista y de la colonización, impuso condiciones de interés económico, como las contenidas expresamente en las “capitulaciones “, que no se pudieron soslayar, aun cuando ello significara violar los principios de la equidad y de la justicia. Como parte de la realidad colonial, existió siempre una contraposición entre los que postulaban idealmente las leyes y la reacción que estas provocaban entre los actores de las relaciones sociales que ellas regulaban. La dinámica colonial, del mismo modo que ocurre en el ámbito de la dinámica social en general, obligaba a una permanente adaptación y readaptación de las leyes frente a la conducta real, lo que ocurría también a la inversa. Respecto de la primera premisa, existen pruebas documentales que señalan la intención inicial de los reyes católicos en cuanto a considerar a los indios como “VASALLOS LIBRES”, lo que implicaba la obligación de pagar un tributo, tal como lo hacían también lo súbditos españoles. Así lo anuncio claramente el propio Colon desde sus primeros contactos con los indios, estos empero, se opusieron a tal disposición, sobre todo porque el tributo se taso en oro, en cantidades y condiciones que ellos no podían satisfacer con facilidad. Los aborígenes por otra parte, en todos los rincones de nuevo mundo comprobaron pronto que la brújula que orientaba a las expediciones españolas era más bien de carácter económico. Es preciso reconocer que, en casi todas las sociedades prehispánicas, particularmente en aquellas en las que se había alcanzado un cierto grado de desarrollo, como los principales señoríos “guatemaltecos” del siglo XVI o la sociedad maya del periodo clásico, el tributo formaba parte de la organización social, aunque con las variantes asociadas de cada época y a uno y a otro contexto. Por lo tanto, el pago de un tributo a la clase gobernante, que desde el principio hasta el final de la existencia institucional de la encomienda puede definirse como un elemento substancial de esta no era totalmente desconocido para los nativos. La disposición reiterada más de una vez por la reina, por la cual los indios fueron declarados “súbditos de la corona”, es decir “vasallos libres”, obligados únicamente al pago del tributo real derivado de dicha calidad, provoco también la decidida oposición de los primeros colonos de la española, y una encendida polémica que trascendió a los ámbitos políticos y académicos de la propia España. Se dispuso entonces que, para aceptar aquella calidad en los indios, era necesario demostrar que estos eran capaces de “vivir solos”, “en policía” (políticamente organizados), como los españoles. Las opiniones sobre este tema específico proliferaron en direcciones opuestas. Los argumentos que negaban la aludida capacidad en los nativos solían remontarse a los postulados de Aristóteles, en los que se aceptaba como legitimo el gobierno de los seres superiores. Se aducía desde dichas posiciones, para demostrar inferioridad de los nativos, el “salvajismo” de estos, su idolatría, su condición de “vagos”, “borrachos”, rebeldes e inclusive, su falta de ambiciones o del simple deseo de adquirir riquezas. Se les adjudicaban, en fin, muchos otros atributos negativos, que con el tiempo llegaron a convertirse en sólidos estereotipos, en los cuales se apoyaba la tesis de que no podían vivir sin la tutela o la supervisión de los españoles, es decir sin estar “encomendados “a estos. Quienes sostenían la opinión contraria, como algunos frailes dominicos, entre los que ya comenzaba a descollar Fray Bartolomé de las Casas, se apoyaban en los principios y valores cristianos, en la avaricia de los españoles, en la inclinación de estos de amasar fortuna con facilidad y a expensas del trabajo de otros, en la inconsistencia de la “guerra justa “y la consiguiente inviabilidad moral del derecho de conquista Por encima de que los indios fueran salvajes o racionales, se preguntaban muchos de quienes se perfilaban ya como defensores de ellos: ¿era justo, y propio de cristianos, despojarlos de sus tierras, ponerlos a trabajar, obligarlos a pagar tributo, convertirlos en esclavos y marcarlos como tales? Las posiciones parecían muy consolidadas en uno y otro bando. La conclusión respectiva se consignó en la clasificación de las leyes de burgos, un documento legal promulgado el 28 de julio de 1513. Se declaró ahí que los indios eran capaces de vivir solos, pero se reconocía así mismo, la necesidad que se beneficiaran suficientemente del contacto con los españoles, hasta demostrar que podían convertirse en cristianos y auto gobernarse, se establecía también que, en tales condiciones, debía respetarse su libertad, aceptar sus mecanismos de autoridad y ordenarles que pagaran los impuestos a que estaban obligados todos los súbditos del rey. La aludida resolución real, sin embargo, como tantas otras emitidas a lo largo del periodo colonial, “se acató, pero no se cumplió “. Por el contrario, los primeros colonos, que ya tenían indios repartidos a su servicio y que se empeñaban en acumular riquezas de manera rápida protestaron airadamente, e impulsaron un flujo de quejas u argumentaciones ante la corona. Con el fin de dilucidar la delicada situación en la que los hechos en torno a la colonización se oponían las leyes, en 1516 la corte resolvió integrar una comisión de tres frailes jerónimos encargada de resolver el asunto en las propias indias. En 1517, en la española, los religiosos indicados recogieron la opinión de colonos viejos, de autoridades civiles, de eclesiásticos, etc. Y su dictamen general fue categórico: los indios no eran capaces de vivir solos en forma civilizada. Al parecer, los comisionados actuaron de manera un tanto amañada o bajo la presión de circunstancias, lo que fue denunciado por los dominicos, encabezados por la Casas. En síntesis, y como resultado del informe de los frailes jerónimos, los indios fueron agrupados bajo el control de administradores y frailes. Por otra parte, los indios, no fueron en general, reconocidos como esclavos, aunque algunos se redujeron a esta condición en las circunstancias en las que se consideró “esclavos de guerra” y de “rescate”. La referida y un tanto ambigua, situación de los indios “encomendados”, tampoco significa que no existieran abusos, los malos tratos, y, sobre todo, lo servicios personales de los que fueron víctimas los aborígenes. En todo caso, sin embargo, los sujetos a la encomienda conceptualmente eran considerados “vasallos libres” del rey y por lo tanto tributarios; no eran equiparados en una cosa mueble, objeto de propiedad privada, vendible exportable, mercable, como fueron los típicos esclavos. Tampoco eran equiparables del todo, a los que se llamaron “naborias “, ósea una especie de empleados domésticos.
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