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JUE 20.07.

2006
A 82 AÑOS DE LA MASACRE DE NAPALPI Y POR LA MATANZA DE RINCON BOMBA

Marcha indígena hacia Plaza de Mayo

Reclamaron justicia por esas dos causas y que se termine la usurpación de tierras.
Sibila Camps
scamps@clarin.com
Organizaciones indígenas marcharon ayer desde el Congreso hasta Plaza de Mayo, al conmemorarse 82
años de la masacre de Napalpí, en reclamo de justicia por esa causa y por la matanza de Rincón Bomba,
en Formosa. También exigieron al Gobierno que frene la usurpación de sus tierras.

En ambos hechos hubo más de 1.500 muertos. Fueron cometidas por fuerzas de seguridad del Estado
nacional, tras haber echado a rodar el rumor de que "se venía el malón". Murieron hombres y mujeres,
ancianos y niños, todos desarmados. Las persecuciones y matanzas siguieron durante varias semanas.

Ambas matanzas fueron y siguen siendo negadas oficialmente. Las evidencias —las fosas comunes, los
restos de los antepasados de quienes reclaman ante la justicia— se hallan en terrenos que no pertenecen a
los indígenas. Muchas de las víctimas de Rincón Bomba fueron enterradas en un predio de Gendarmería en
Las Lomitas. "Nuestros antepasados están donde están los que los mataron", se duelen los dirigentes de la
Federación Pilagá.

La organización promovió la acción judicial en marzo de 2005, por la violación de derechos humanos
por crímenes de lesa humanidad. El mismo argumento de base sostiene la demanda por la masacre de
Napalpí, presentada en noviembre de 2004 por la Asociación Comunitaria La Matanza, nombre que
adoptaron los sobrevivientes cuando volvieron a agruparse.

La Procuraduría del Tesoro de la Nación rechazó ambas demandas en nombre del Estado, en términos que
los indígenas denunciaron como "innecesariamente ofensivos a los pueblos originarios", como negar que
las comunidades toba y pilagá sean etnias.

El juez federal de Resistencia, Carlos Skidelsky, no hizo lugar al pedido de excavar en dos sitios donde hay
indicios de fosas comunes, decisión que fue apelada. En el caso por Rincón Bomba, el juez federal de
Formosa, Marcos Quinteros, ordenó exhumaciones: se hallaron restos humanos en un predio de
Gendarmería y la primera fosa común, con 27 cadáveres. "No se siguió excavando, por falta de recursos
para resguardar las pruebas", contó el abogado Julio César García.

El juez Quinteros los pidió al Ministerio de Justicia, el que consideró ese gasto "meramente caprichoso,
inocuo y no funcional al esclarecimiento de la causa". En ambas causas, la Secretaría de Derechos
Humanos considera que la vía penal no es la adecuada y sugiere una "comisión de esclarecimiento
histórico", que debería ser creada por el PEN.

Pero la alternativa no convence a los indígenas. "Si creen que pasó mucho tiempo, no impongan la
imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad —objeta el abogado Carlos Díaz—. Parecería que
hay derechos humanos diferentes para blancos y para aborígenes".

Dos feroces represiones


En abril de 1924, los toba de la Reducción Napalpí hicieron la única huelga agrícola aborigen del país.
Fueron encerrados en su aldea, y ésta incendiada por 130 policías nacionales, con el argumento del "malón
que se avecina". Agotados los cartuchos, siguieron con degüellos y mutilaciones. Cientos de cadáveres
fueron enterrados en fosas comunes o quemados en piras. Las persecuciones, violaciones y asesinatos
duraron tres meses.
En 1947, unos 2.000 pilagá que habían sido estafados y despedidos de un ingenio de Orán (Salta), se
asentaron en las afueras de Las Lomitas (Formosa) y pidieron ayuda a las autoridades. De lo enviado desde
Buenos Aires sólo llegó la comida, en mal estado: la intoxicación causó 50 muertes. Con la excusa del
"peligro indio", la Gendarmería accionó las ametralladoras. Se calcula más de mil víctimas.

Sábado, 18 de marzo de 2006 | Hoy

Una masacre aborigen con comprobación científica


En Formosa, un grupo de investigadores encontró los restos de 27 cadáveres de miembros de la
comunidad pilagá presuntamente fusilados por Gendarmería en 1947.

Casi 50 años después, la ciencia está por demostrar un hecho histórico que durante décadas se intentó
negar: la matanza de una comunidad aborigen pilagá en Formosa. Un grupo de investigadores encontró
ayer los restos de 27 cadáveres de miembros de esa etnia presuntamente fusilados por miembros de la
Gendarmería Nacional en 1947. En la denominada Masacre de Rincón Bomba murieron alrededor de 600
indígenas baleados en medio de un reclamo pacífico de comida y trabajo. “Nuestro monte está lleno de
cadáveres asesinados por el hombre blanco”, sentenció un miembro de la comunidad pilagá tras
confirmarse el hallazgo.
Los cuerpos pertenecían a una mujer, un niño y 25 hombres y fueron encontrados enterrados a 60
centímetros de profundidad en el paraje formoseño La Felicidad, a más de 300 kilómetros de la capital
formoseña, por el Equipo Científico Forense.
Este hallazgo se suma a la investigación iniciada en junio del año pasado con una denuncia hecha por la
Federación Pilagá contra el Estado nacional por “crímenes de lesa humanidad”.
“Ayer se hizo una ampliación de allanamiento, el primero fue en Rincón Bomba, donde se encontró un
cadáver en diciembre pasado”, explicó a Página/12 Carlos Díaz, abogado de la Federación Pilagá, junto con
Julio García. “Primero solicitamos el derecho a la verdad y una disculpa del gobierno argentino por la
masacre, un resarcimiento cultural y una indemnización económica, cuyo monto determinará el juez, que
servirá para crear un fondo para facilitar el progreso cultural de la etnia”, relató.
El paraje La Felicidad es uno de los cinco en los que presuntamente se encontrarían los cadáveres de
quienes murieron en la masacre del ’47, según testimonios de sobrevivientes y gente de la zona. La
Felicidad es una zona selvática y llega a hacer 50 grados de calor. La población más cercana, de unos mil
habitantes, se encuentra a 40 kilómetros.
“Hicimos una búsqueda intensiva en el monte formoseño. En base a muchos testimonios confirmamos la
ubicación de una fosa. Hoy (por ayer), con autorización del juez, confirmamos los hallazgos. Los cuerpos
estaban degradados por el tiempo y las condiciones climáticas”, especificó a este diario Enrique Prueguer,
que encabeza el Equipo Científico Forense.
Para el especialista, está claro que “no es un cementerio porque los pilagás no hacían fosas colectivas y a
sus muertos los enterraban en dos fosas”. En este caso, “hay cráneos que sufrieron un estallido efectuado
con proyectiles de alta velocidad. Fueron traídos muertos y se sospecha de miembros de la Gendarmería.
Según testigos, los cuerpos fueron tirados en el lugar desde dos camiones. También hemos encontrado
bulones que corresponden a los camiones de carga de aquella época”.
Después del hallazgo “hemos mandado algunos dientes para los análisis de ADN, pero queremos que los
estudios se hagan en el mismo lugar”, aseguró. Julio García recordó que “cuando se hizo el primer
allanamiento el año pasado, Gendarmería se había comprometido a colaborar. pero hasta el momento no
hemos tenido el mínimo viso de colaboración”.
Los cuerpos no tienen ropa ya que “la etnia usaba vestimentas orgánicas que se disgregaron con el tiempo.
Un hombre blanco tendría algo de plástico, de metal”, agregó Prueguer.
Ayer, cuando se descubrieron los cadáveres, hubo una ceremonia religiosa en su homenaje. La Pastoral
Aborigen pidió a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y al presidente Néstor Kirchner “que tengan gestos
con las madres y abuelas de estas familias por este genocidio”.

Informe: M. S. Wasylyk Fedyszak.

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Genocidio de los pilagá durante
el gobierno de Perón en 1947
(El mayor muro de silencio
de la historia argentina reciente)


por Alberto a. Arias

[La fuente principal de la siguiente y abreviada nota es “La matanza de Rincón Bomba”,
del Dr. Carlos A. Díaz, que puede verse en numerosas páginas de la web. Díaz es —junto con
el Dr. Julio C. García— uno de los actuales abogados de la comunidad pilagá de Formosa. En
su escrito se citan los diarios de la época y el testimonio del gendarme Teófilo Cruz
publicado como artículo ¡en 1991! en la revista de la Gendarmería Nacional. Recomendamos
asimismo la interesante nota “La masacre de los pilagá" (también publicada en varios sitios
de la web), realizada por Sebastián Hacher tras su viaje a Formosa en 2006 y en donde se
puede oír a algunos sobrevivientes del genocidio. Cuando en diciembre escribimos la nota
que continúa, se hablaba de 750 asesinados; hoy —en marzo de 2007— debemos hacer constar
esta reciente declaración del Dr. Carlos A. Díaz: ‘No hay dudas ya que fue autoría de la
Gendarmería Nacional Argentina la que realizó dicha matanza. Cuando nosotros iniciamos la
demanda estábamos en un número aproximado de entre 600 y 700 aborígenes. Hoy las
investigaciones judiciales nos llevan a afirmar que superaron las 1.500 víctimas’ (Corrientes
noticias, 28 febrero 2007).]

Corresponde empezar por la conclusión: El gobierno más popular de la historia de los argentinos es
responsable de genocidio, y “en estado agravado”, si cabe decirlo así, porque es también
responsable de su criminal ocultamiento y, obviamente, portador de un inexistente e imposible
arrepentimiento.
Quienes escuchen por primera vez esta historia se dirán: «¿Puede ser? ¡Acá tiene que haber algún
error!». No, lector, acá el único «error» es que durante generaciones la cobardía de unos y el miedo
aterrorizado y aterrorizante de otros, la asqueante complicidad de muchos y, en definitiva, la barbarie
capitalista han hecho de las suyas, ¡por enésima vez!, ante nuestras narices, apenas treinta años antes
del genocidio iniciado en marzo de 1976.
Ocurrió en la provincia de Formosa, entre el 10 y el 30 de octubre de 1947 (no, lector, no está mal el
dato), durante el primer gobierno de Perón. Los ejecutores de la masacre fueron la Gendarmería
nacional y cómplices civiles de la zona. Los “incitadores-artífices” debieron de ser, quién puede dudarlo,
los terratenientes y capitalistas con intereses en la región. ¿Por qué “genocidio”? Las víctimas fueron los
niños, mujeres y hombres de la población pilagá de Formosa, pueblo originario y milenario (famoso por su
hospitalidad), al que se le aplicó, desarmado e inerme, la «solución final» hitlerista: unos 750 (no, lector,
no hay error en la cifra)hermanos nuestros fusilados (los niños, sus madres, los viejos, todos), cientos de
desaparecidos, centenares de huérfanos, cientos de heridos y vejados en su más elemental dignidad... en
apenas unos pocos días, por el método del fusilamiento masivo, la persecución a campo traviesa, la quema
colectiva de cadáveres y las fosas comunes (sin duda con muchos de ellos aún vivos) sin identificación y
con el declarado propósito de que no quedasen testigos, intentando ocultar todas las huellas del crimen.
¿Castigo a los culpables? Sí, «un» culpable. ¡Fue echado de su puesto un empleado ministerial de segunda,
señalado como el “iniciador del conflicto”! ¿Investigación? Hasta donde sabemos, ninguna. Y si la hubo,
peor: sólo sirvió para ocultarlo todo por casi 60 años. De uno y otro lado (víctimas y victimarios) hay
testigos que aún viven.
Abogados y antropólogos están en la actualidad trabajando en la zona con el propósito de sacar a la
luz esta matanza inconmensurable: ya hay restos óseos de cientos de cadáveres descubiertos en el lugar
de los hechos, hoy terrenos de… ¡la masacradora Gendarmería nacional!

Los hechos. La masacre de un pueblo milenario


[Las comillas indican el texto de los principales testimonios escritos y grabados, de hoy y de aquellos
años.]

«En el mes de abril de 1947 miles de braceros Pilagás, Tobas y Wichís son despedidos sin
indemnización alguna del Ingenio San Martín de El Tabacal. Un mes antes habían sido traídos, desde el
Territorio Nacional de Formosa, caminando cientos de kilómetros, cargando al hombro sus pobres
enseres, sus mujeres y sus niños con la promesa que se les pagaría $6 [seis pesos] por día. Una vez en El
Tabacal se les quiso abonar la suma de $ 2,50 [pesos] por día.» (Díaz, 2004)
«...Considerándose defraudados recurrieron ante las autoridades respectivas de El Tabacal y no
pudieron obtener justicia, por el contrario, cuando insistieron en sus reclamaciones fueron despedidos
inhumanamente. El pueblo condolido les ayudó dentro de sus posibilidades. Por su parte la comuna está
dispuesta a que se les adjudiquen unos trabajos para que puedan obtener lo indispensable para costear su
alimentación. Del Tabacal volvieron a pie hasta Las Lomitas porque carecían de medios para hacerlo por
ferrocarril...». (Diario «Norte», Formosa 13-5-47).
«Allí se reúnen entre 7.000 a 8.000 indígenas» (T. R. Cruz, Revista Gendarmería Nacional, ed.120-3-
1.991.
«Las primeras víctimas de la hambruna y las enfermedades comenzaron a ser los niños y los ancianos.
Luego los hombres y las mujeres. La situación expulsa a esta población a salir de su ámbito natural y
buscar ayuda en las poblaciones cercanas, ubicándose en el paraje conocido como ‘Rincón Bomba’. Una
delegación encabezada por el Cacique Nola Lagadick y Luciano Córdoba piden ayuda a la Comisión de
Fomento de Las Lomitas y al Jefe del Escuadrón 18 Lomitas de Gendarmería Nacional, Comandante Emilio
Fernández Castellanos. Se trasladan hasta un descampado, ubicado a 500 metros, aproximadamente, del
pueblo ‘para que se vean nuestras miserias...’. Comienzan a mendigar las madres con sus hijos en brazos,
puerta por puerta, pidiendo tan sólo un poco de pan. Al principio algunos se solidarizan, inclusive el Jefe
del Escuadrón de Gendarmería, como algunos de sus hombres a su mando, se preocupan por la
desesperante situación, les dan yerba, azúcar y ropas.Pero al transcurrir de los días las puertas ya no
se abren y no se les recibe más en el Escuadrón. [subr. nuestro] (...)
El Presidente de la Comisión de Fomento, telegráficamente, lo impone de la situación al Gobernador
Federal [Rolando de Hertelendy, quien administraba ¡negocios familiares en la ciudad de
Clorinda!] solicitándole el urgente envío de ayuda humanitaria. También se entrevista varias veces con el
Jefe del Escuadrón de Gendarmería, transmitiéndole la preocupación de los vecinos que temen ser
atacados por los indígenas hambrientos.
El Gobernador se comunica diligentemente con el Ministro del Interior de la Nación haciéndole saber
la gravedad de la situación y la falta de recursos en el territorio para afrontarla (sic). [Sic
nuestro]. Este a su vez le hace saber al Presidente Juan Domingo Perón [con quien –según testimonios–
en algún momento incluso se pacta una entrevista] quien ordena inmediatamente, como parte de una
ayuda mayor y planes de desarrollo social, el envío de tres vagones (...) con alimentos, ropas y medicinas.
La carga llega a la Ciudad de Formosa en la segunda quincena del mes de septiembre consignada al
Delegado de la entonces Dirección Nacional del Aborigen Miguel Ortiz. Permanece en la estación, a la
intemperie, diez días aproximadamente. (...) A la estación de Las Lomitas, llega un solo vagón lleno, dos
semivacíos, los primeros días de octubre de 1947, sólo con alimentos, la mayoría en mal estado por el
tiempo transcurrido (...): harina con gorgojos y moho; grasa para cocinar derretida por el calor; azúcar;
yerba, galletas ya verdes en bolsas. Se sabe de algunas ropas y nada de las medicinas. Son distribuidos y
consumidos rápidamente por los miles de famélicos, hambrientos, enfermos, semidesnudos y debilitados
seres humanos. A las pocas horas comienzan a sentir los síntomas de una intoxicación masiva. Fuertes
dolores intestinales, vómitos, diarreas, desvanecimientos, temblores y nuevamente la muerte...
primeramente de los que se encontraban más débiles, que llegó a más de cincuenta, mayormente niños y
ancianos. Los gritos y quejidos de dolor en las noches de las madres que aún sostienen en sus brazos a sus
bebes muertos retumbaban en la noche formoseña. No tenían consuelo. Los primeros son enterrados en el
cementerio ‘cristiano’ de Las Lomitas. Al ser tantos se les niega que lo sigan haciendo en el
mismo [subr. nuestro] (...). No les queda otra posibilidad que hacerlo en el monte. Las ceremonias
mortuorias, con sus danzas rituales marcadas con el ritmo de instrumentos milenarios, retumban noche
tras noche.
(...) Comienza a circular el rumor, lanzado a rodar por no se sabe quién que aquellas sombras de
seres humanos no sólo ahora hambrientos, desarmados, indefensos, sino también enfermos [subr.
nuestro], estarían por atacar a no se sabe quién. Las danzas, los cánticos en una lengua desconocida y
la música interpretada no dejan dormir en las noches calurosas a los habitantes del pueblo como a los
hombres y las familias de la Gendarmería Nacional, que viven en el lugar. Se realizan reuniones de
vecinos en la sede de la Comisión de Fomento desde donde se les trasmite nuevamente preocupación a las
autoridades de Gendarmería Nacional y nuevos telegramas al Gobernador. Comienza a hablarse del
‘peligro indio’.
Gendarmería Nacional forma un ‘cordón de seguridad’ alrededor del campamento aborigen. No se les
permite traspasarlo ni ingresar al pueblo a los Pilagás. Se colocan ametralladoras en ‘nidos’, en distintos
sitios ‘estratégicos’. Ya son más de 100 los gendarmes, armados con pistolas automáticas y fusiles a
repetición que día y noche custodian el ‘ghetto’.
Hasta que sucede lo inexorablemente esperado. En el atardecer del 10 de octubre ‘...el cacique
Pablito pidió hablar con el Jefe (del escuadrón), por lo que concerté una entregista (sic) [Sic nuestro] a
campo abierto. Los indios, ubicados detrás de un madrejón, nos enfrentaban a su vez, hallándonos con
dos ametralladoras pesadas, apuntando hacia arriba. En los aborígenes (más de 1.000) se notaba la
existencia de gran cantidad de mujeres y niños, quienes portando grandes retratos de Perón y Evita
avanzaban desplegados en dirección nuestra’. [Testimonio del gendarme T. Cruz]
En tales instantes se escucharon descargas cerradas de disparos de fusil ametralladora, carabinas y
pistolas, origen de un intenso tiroteo del que el Cte. Fernández Castellanos ordenó un alto de fuego,
pensando procedía de sus dos ametralladoras, lo que no fue así: el 2º Cte. Aliaga Pueyrredón, sin que
nadie lo supiera, hizo desplegar varias ametralladoras en diferentes lugares del otro lado del madrejón, o
sea unos 200 metros de nuestra posición y en medio del monte...».
»Contó Orlando (yerno del gran cacique y «pi’ogonaq» (médico indígena) de Soledad) que él trabajaba
para la gendarmería a los 16 años, cortando leña. Según él, un cabo de la gendarmería amigo le avisó
queiban a atacar el asentamiento indígena [subr. nuestro], vecino a Las Lomitas. Orlando avisó a los
ancianos pero no le creyeron porque creían en el poder de Luciano. Él no fue, porque tenía miedo y sí
creía en las balas de la gendarmería... Según Castorina, la mujer de H. González, de La Línea, hubo una
gran matanza en el lugar de la Bomba, que provocó una huida desorganizada. Ella y su madre pasaron la
noche escondidas y al día siguiente huyeron por el monte hasta Pozo Molina». (Idoyaga Molia, citado por
Patricia Vuoto y Pablo Wright).
Se lanzan bengalas para iluminar la dantesta escena y determinar mejor los blancos a tirar. Cientos
de mujeres con sus niños en brazos, ancianos y hombres comienzan a huir hacia ninguna parte que los
lleva fatalmente a la muerte. Con las primeras luces del alba la imagen es dantesca. Más de 300
cadáveres yacen. Los heridos son rematados. Niños de corta edad, desnudos, caminan o gatean, sucios,
entre los cadáveres, envueltos en llanto.
Luego del ametrallamiento «... pensando que al llegar la noche atacarían avanzando sobre Las
Lomitas, efectuamos tiros al aire desde todos lados para dispersarlos. El tableteo de la ametralladora, en
la oscuridad, debemos recordarlo, impresiona bastante. Muchos huyeron escondíéndose en el monte, al
que obviamente conocían palmo a palmo...» (Comandante Mayor (R) Teófilo Ramón Cruz).
Pero allí no termina la matanza. Comienza la persecución de los que pudieron escapar, «para que
no queden testigos», contando la Gendarmería Nacional con la «colaboración» de algunos civiles. Van
en dirección a Pozo del Tigre la mayoría, otros para Campo del Cielo, miles se guarecen en la espesura de
los pocos montes que quedan. En los días subsiguientes son rodeados por las partidas. Y allí nuevamente
son masacrados en distintos lugares (Campo del Cielo, Pozo del Tigre, etc.) más de 200 personas. Entre
los represores ninguna víctima. Se hubiera podido seguir la trayectoria de las tropas por las piras de
cadáveres humanos que se quemaban, porque «no había tiempo para enterrarlos», a medida que
avanzaban.
En total son asesinados en la «campaña» entre 400 a 500 argentinos de etnia Pilagá,
aproximadamente, además de los heridos y más de 200 «desaparecidos». Ello sumado a los más de 50
muertos por intoxicación, hambre y falta de atención médica y la desaparición de un número
indeterminado de niños, elevan las bajas a más de 750, entre niños, ancianos, mujeres y hombres. La
locura llega al extremo de solicitar la intervención de dos aviones caza-bombardeos.” (C. A. Díaz, 2004).

Consecuencias e inconsecuencias

Carlos Alberto Díaz, uno de los abogados actuales de la comunidad pilagá, agrega en su testimonio: “El
corresponsal del diario La Razón de Buenos Aires, Federico Gutiérrez, ya escribía a principios de
1924:«Muchas hectáreas de tierra flor están en poder de los pobres aborígenes, quitarles esas tierras es la
ilusión que muchos desean en secreto».”.
“Las consecuencias sociales, culturales y económicas producidas por «La Matanza de Rincón Bomba» es
uno, entre numerosos acontecimientos trágicos, que han vivido los indígenas Formoseños en particular y
argentinos en general. El genocidio se extendió en el tiempo, por diversos medios, a veces brutales, otros
sutiles, pero no por ello menos criminales. Antes y durante los 58 años que siguieron desde el año 1.947,
se produjeron más daño y más muertes que los fusilamientos o el «remate» de los heridos en aquellos
fatídicos días. Cundió el terror a defender sus reivindicaciones que se transmitió oralmente por los
«antiguos», de generación en generación. La memoria de este pueblo aún perdura. El temor por ejercer
sus derechos hoy también perdura.»
Se puede agregar el comentario del diario «El Territorio» de Resistencia, en aquella época: «Los indios
que animaron el levantamiento lo hicieron después de aguardar en vano el cumplimiento de las promesas
formuladas en el sentido de que se les facilitarían tierras para que se arraigaran en ellas mediante la
explotación de pequeñas chacras. En los últimos tiempos, estos indígenas carecían de lo más
indispensable para el sustento diario, viéndose precisados no pocas veces a incurrir en hechos delictuosos
para proveerse de alimentos. Las tierras prometidas y la creación en el lugar de escuelas, como así la
entrega de elementos de trabajo, semillas, etc., nunca se concretaron, mientras que las gestiones por el
logro de esa ayuda eran recibidas de manera violenta, tal si existiera el propósito de condenar a millares
de seres humanos a la inanición...».
Las preguntas caen como peras podridas: ¿quién/es difundieron la falsa alarma de que los pilagá
atacarían? ¿por qué el “buen” comandante Fernández Castellanos, aunque dicen se enfrentó a su
subalterno Aliaga Pueyrredón, siguió o permitió durante muchos días la posterior cacería a campo
traviesa, la aniquilación y el posterior ocultamiento? ¿Por qué Aliaga Pueyrredón «se enfrenta» a
Fernández Castellanos? ¿Quiénes son? ¿A qué intereses responden ambos? ¿A quién/es interesaban en
particular las tierras del centro-oeste de Formosa, residencia de los pilagá? ¿Por qué Perón y su gobierno,
enterados de lo sucedido, jamás castigaron a nadie? ¿Por qué todos los sectores políticos pasaron décadas
ocultándolo? ¿Por qué los historiadores (de cualquier ideología) que conocían estos hechos no los dieron a
la luz pública?
En las respuestas que se vayan dando a estos interrogantes, y en los hechos consecuentes, empezará a
asomar la auténtica “reparación” que las comunidades originarias de este territorio del sur de América
esperan. Hay mucho que hacer hoy mismo para que esta verdad salga a plena luz y se complete en todas
sus aristas.
Se debate por ahí si la palabra «formosa» proviene o no del castellano «fermosa». Eso no lo sabemos,
lo que sí sabemos es que sólo la más grandiosa, la más «fermosa» revolución socialista DEBE SER CAPAZ de
vengar o “reparar” estos crímenes de lesa humanidad cometidos contra nosotros.

(diciembre 2006)

Alberto a. Arias

El Equipo Científico Forense trabajando en busca de restos humanos de la comunidad pilagá fusilada por la Gendarmería argentina
durante el gobierno de Perón en 1947.
(Foto extraída por •Sdt de la página web:
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-64442-2006-03-18.html )

El Equipo Científico Forense en busca de las pruebas del genocidio.


(Foto extraída por •Sdt de la página web:
http://www.pagina12.com.ar/diario/
sociedad/3-61045-2005-12-28.html )
"El Perito Oficial de la matanza ocurrida en el entonces Territorio Nacional de Formosa, en el año 1.947, llevado a
cabo por tropas de la Gendarmería Nacional Argentina, informó al Juez Federal de la Ciudad de Formosa, Doctor
Marcos Bruno Quinteros, del hallazgo de nuevos cadáveres de víctimas de aquel genocidio.
Los mismos están localizados en tres zonas más, de las dos descubiertas hasta ahora ( la primera fue en el 28 de
diciembre del 2005 en el polígono de tiro de Gendarmería Nacional Argentina en Rincón Bomba y la segunda el 19 de
marzo del 2006 en el Paraje La Felicidad, jurisdicción de la localidad de Pozo del Tigre, todos de la Provincia del
Formosa). La tercer zona se encuentra en el kilómetro 30 jurisdicción de la localidad de Pozo del Tigre, la cuarta en
Colonia Muñiz , distante a 7 km al este de la ciudad de Las Lomitas, próxima a la ruta nacional Nº 81 y la quinta,
nuevamente, en el lugar donde se inició la matanza en Rincón Bomba.
La ubicación de las distintas tumbas confirman el "sendero de la muerte", que se extendió por más de 40 km, de los que
pudieron huir en un primer momento del ametrallamiento del 10 de octubre de aquel año..." (Fragmento del comentario
que se publica en "Chaco día por día" y es reproducido en Indymedia de Argentina. Texto y foto han sido extraídos por
•Sdt de la página web: http://argentina.indymedia.org
/news/2006/08/433105.php )

Restos de una mujer pilagá hallados por el Equipo Forense, según el testimonio aparecido en el Nº 48 de la revista electrónica
Persona.
(Foto extraída por •Sdt de la página web:
http://www.revistapersona.com.ar
/Persona48/48cartaSchwittay.htm )

Actualización de esta página: 06/08/2011 Buenos Aires, Argentina.

000.001 • (En "Derechos, reivindicaciones" desde 22.03.2007)


"Genocidio de los pilagá durante el gobierno de Perón en 1947 (El mayor muro de silencio de la historia argentina reciente)"
por: Alberto a. Arias
http://www.signosdeltopo.com.ar/genocidiopilaga.htm
Se conoce como la Masacre de Rincón Bomba al asesinato de aborígenes de las etnias toba,
pilagá y wichi, perpetrado entre el 10 y el 30 de octubre de 1947 por tropas de Gendarmería
Nacional en las cercanías de Las Lomitas, en el entonces Territorio Nacional de Formosa.
Fueron masacrados más de 500 aborígenes, hombres, mujeres y niños, desnutridos y
desarmados que portaban retratos de Perón y Evita. La masacre nunca fue investigada ni
juzgada judicialmente y permanece impune hasta la actualidad.

El pueblo Pilagá
Los pilagás -principales
víctimas de la matanza- son un
pueblo de la familia Guaycurú
que habita en el centro de la provincia de
Formosa y en Chaco. Junto a los abipones,
mocovíes y tobas, fueron llamados "frentones"
por los españoles, y guaycurúes por los
guaraníes por la costumbre de raparse la parte delantera de la cabeza. Hablan
su propio idioma junto con el castellano. Actualmente (2007) existen unos
10.000 pilagás repartidos en 19 comunidades en el centro de la provincia de
Formosa. Antiguamente fueron cazadores y recolectores. Entre los frutos que
recolectaban estaban los del algarrobo, chañar, mistol, tuna y del molle.

2007

Integrantes de las comunidades toba, wichí y mocoví fueron en agosto a la


casa de gobierno en Resistencia a reclamar la renuncia del Ministro de Salud,
Ricardo Mayol, por la muerte de once indígenas debido a falta de atención
sanitaria. Estas muertes en serie fueron básicamente provocadas por la falta de
defensas orgánicas debido a la desnutrición. Los delegados dejaron un escrito
dirigido al gobernador en el que señalaban: "Nunca más un indígena con
hambre, nunca más un indígena con desnutrición. No nos acostumbramos a la
exclusión y al racismo". Anunciaron asimismo que se preparaba un documento
para entregar al Juez de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, de visita en
Chaco.

A su vez, la Pastoral Social denunció la situación que padecen hoy los pueblos
originarios: "Sus territorios han sido invadidos y cercados impidiendo el paso de
los indígenas para cazar, pescar, recoger miel, plantas alimenticias y
medicinales.

Los montes han sido arrasados con topadoras y los árboles derribados han sido
quemados, exterminando de esta manera la muy importante fuente de
proteínas que brindaban los animales silvestres.

Las tierras fiscales (donde comúnmente vivían los indígenas) han sido
saqueadas y rematadas por monedas a los amigos del gobierno de turno. La
gente debe refugiarse en las banquinas de las rutas, a lo largo de las vías
muertas del ferrocarril o en la periferia de las ciudades sin encontrar allí trabajo,
una vivienda digna, acceso al agua potable y a sistemas mínimos de
eliminación de basura y excretas".
Foto: Marcos Zimmermann

Crimenes de Lesa Humanidad en el Impenetrable

En octubre de 1947, centenares de originarios pilagá fueron masacrados en un


lugar llamado “Rincon Bomba”, a cuatrocientos metros de la entrada a la localidad
de Las Lomitas en la provincia de Formosa.

Hoy, en el Juzgado Federal Nº 1 de Formosa tramita una causa por delitos de


lesa humanidad donde se investigan estos hechos, que dieran origen al
documental de Valeria Mapelman “Octubre Pilagá – Relatos Sobre el Silencio”. Se
trata de la causa “Costas Leandro Santos”.

Cuando la Ministra Nilda Garré ocupaba el Ministerio de Defensa, desclasificó y


ordenó al Estado y a la Gendarmería remitir todos los antecedentes del caso, que hasta ese momento
revistaban el carácter de “secreto de estado”. También ordenó que se conteste ítem por ítem la requisitoria
de los fiscales intervinientes.

El avión utilizado. Bautismo de fuego.

Al ocurrir esos hechos, la Agrupación Transporte de la Fuerza Aérea Argentina, mediante Orden del Día Nº
1657 del 16 de Octubre de 1947 detalla el envío de un avión que salió de El Palomar con rumbo a Formosa
tripulado por el Teniente. Abelardo S. Sangiacomo, el Alférez Carlos Smachetti, los mecánicos Cabo May.
Bravo Bocaz y Cabo Humberto Albani, y el Radio Operador Sargento Alejandro Dubini.

Allí pudimos enterarnos que el bautismo de fuego (propio), de la Fuerza Aerea Argentina no fue en la guerra
de Malvinas, sino en 1947 en Formosa, ametrallando y bombardeando al pueblo pilagá.

La propia Fuerza Aérea, en el Tomo II, capitulo XI, 1997, de la “Historia de la Fuerza Aérea Argentina”,
incluyó bajo el título “De un avión y de lanzas – El Ultimo malón” el relato de esta participación, que fue en
apoyo a la Gendarmería Nacional.

En el relato señalan que se trataba de “indios de pelea” en numero de 1000 con los que contaba el Cacique
Pablito, siendo el total los integrantes de la “tribu” entre 7.000 y 8.000 aborígenes. Expresa que ”…La
Gendarmería fue convocada para sofocar el alzamiento. La intervención prevista para el avión JU-52T-153
fue tanto en transporte de refuerzos – personal y material, para las
guarniciones de Gendarmería como para el reconocimiento del
terreno y localización de los revoltosos”.

Cabe recordar que, luego del ametrallamiento de adultos, mujeres,


niños y ancianos en Las Lomitas por parte de Gendarmería, los
pilagá huyeron por el monte en varias direcciones, siendo
perseguidos, fusilados, sus niñas violadas en diversas localidades.

Al avión le fue removida su puerta e instalada allí una ametralladora


Colt Calibre 7.65 mm desde la cual disparaban a los originarios que
huian por el monte luego de la masacre en el Madrejón que corre al
costado de Las Lomitas.

Finalizan su relato diciendo que “así termina esta ‘anécdota’,


verídica, con el respaldo de una orden del día que la encuadra en el
tiempo, material y personal que interviniera… Así ocurrió y así
acabó ‘el último malón’, el enfrentamiento parcial e ‘incruento’ pero
significativo, de la lanza contra el avión, de la ‘barbarie y la
civilización’.

Mientras tanto, los pilagá, que dejaron numerosos muertos en este vergonzoso suceso, relatan que fueron
ametrallados y bombardeados por ese avión.
El juez ametralladorista

Leandro Santos Costa era en ese momento un joven alférez de Gendarmería. Participó activamente en la
masacre de los pilagá.

Por Orden 2595 el Director General de Gendarmería Nacional lo felicita por la “valerosa y meritoria
intervención llevada a cabo contra el alzamiento de indígenas pilagá el día 14 de octubre de 1947, en cuya
emergencia no titubearon en afrontar la grave situación para su vida que el caso les deparaba”. Tambien lo
ascendieron.

Costas era el jefe de sección Ametralladoras Pesadas. En su asecenso se tuvo en cuenta la “valerosa y
meritoria intervención llevada a cabo contra el ‘alzamiento de indígenas pilagás el 14 de Octubre de 1947,
en cuya emergencia no titubeó en afrontar la grave situación para su vida que el caso le deparaba”.

Costas se retiró en 1960 de la Gendarmería, y luego, ya como abogado, llegó a ser Juez Federal de
Formosa, en el mismo juzgado que hoy lo imputa por crímenes de lesa humanidad.

Costas hoy tiene 88 años y evitó su indagatoria el 6 de junio de 2012 presentando un certificado médico.

Los imputados por la masacre de Rincon Bomba son numerosos, la inmensa mayoría fallecidos, como
numerosos son los sobrevivientes que demandan justicia por la muerte de sus familiares: Hace dos años
murieron dos abuelas sobrevivientes en La Bomba: Lichet´a y Marta, y Desaén, de nombre en el DNI Julio
Suárez.

Fuente: www.memoriastierra.blogspot.com.ar/2012/06/rincon-
bomba-crimenes-de-lesa-humanidad.html

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Matanza de Rincón Bomba


Por Luis Zapiola

La llamada "Matanza de Rincón Bomba", acaecida en las cercanías de la hoy ciudad de Las Lomitas,
ocurrió entre el 10 y el 30 del mes de octubre del año 1947, hace 58 años, en el entonces Territorio
Nacional de Formosa.

El Juzgado Federal de Formosa recibió una denuncia de una supuesta violación de derechos humanos por
crímenes de "lesa humanidad", contra el Estado nacional por estos echas. Por la misma se solicita la
indemnización de daños y perjuicios, lucro cesante, daño emergente, daño moral y determinación de la
verdad histórica, a favor del pueblo de argentinos de etnia Pilagá.

Dicha demanda fue presentada por el Abogado Julio César García con el patrocinio del Doctor Carlos
Alberto Díaz. A continuación, la presentación hecha por Díaz y García narrando la forma en que habrían
ocurrido los hechos hace casi 60 años en territorio formoseño. El informe señala que: En el mes de abril de
1947 miles de braceros Pilagás, Tobas y Wichís son despedidos sin indemnización alguna del Ingenio San
Martín de El Tabacal.

En mes antes habían sido traídos, desde el Territorio Nacional de Formosa, caminando cientos de
kilómetros, cargando al hombro sus pobres enseres, sus mujeres y sus niños con la promesa que se les
pagaría $ 6 por día. Una vez en El Tabacal se les quiso abonar la suma de $ 2,50 por día.
"...Considerándose defraudados recurrieron ante las autoridades respectivas de El Tabacal y no pudieron
obtener justicia, por el contrario, cuando insistieron en sus reclamaciones fueron despedidos
inhumanamente. El pueblo condolido les ayudó dentro de sus posibilidades.

Del Tabacal volvieron a pie hasta Las Lomitas porque carecían de medios para hacerlo por
ferrocarril..."(Diario "Norte", de Formosa del 13 de mayo de 1947). Allí se reúnen entre 7.000 a 8.000
indígenas según Teófilo Ramón Cruz, Revista Gendarmería Nacional, ed.120-3-1991. Las primeras víctimas
de la hambruna y las enfermedades comenzaron a ser los niños y los ancianos. Luego los hombres y las
mujeres. La situación expulsa a esta población a salir de su ámbito natural y buscar ayuda en las
poblaciones cercanas, ubicándose en el paraje conocido como "Rincón Bomba". Una delegación
encabezada por el Cacique Nola Lagadick y Luciano Córdoba piden ayuda a la Comisión de Fomento de
Las Lomitas y al Jefe del Escuadrón 18 Lomitas de Gendarmería Nacional, Comandante Emilio Fernández
Castellanos.

Se trasladan hasta un descampado, ubicado a 500 metros,


aproximadamente, del pueblo "para que se vean nuestras
miserias...". Comienzan a mendigar las madres con sus hijos en
brazos, puerta por puerta, pidiendo tan sólo un poco de pan. Al
principio algunos se solidarizan, inclusive el Jefe del Escuadrón
de Gendarmería, como algunos de sus hombres a su mando, se
preocupan por la desesperante situación, les dan yerba, azúcar y
ropas. Pero al transcurrir de los días las puertas ya no se abren y
no se les recibe más en el Escuadrón.

"Mandaron lenguaraces al poblado y lograron se concretara el


primero de sus pedidos, consistente en víveres diversos y ropa
para vestir (de pies a cabeza) a seis indios, con la misión de
posibilitarles su traslado a Buenos Aires para entrevistar a las
autoridades y al Presidente Perón. El jefe de Unidad reunió
entonces a comerciantes y ganaderos obteniendo de su
colaboración víveres y ganado en pie que eran distribuidos por
personal del Escuadrón. Así al principio. Pero al poco tiempo, los
indios ya no pedían: exigían. De que primero quisieron ver al
Presidente en Buenos Aires, es cierto, tan cierto, como que
después desistieron proponiendo que el Presidente los visitara a
ellos "para que viera cómo vivían"... hubo muchas indigestiones,
y hasta dos muertes, más la madre del propio Pablito (el
cacique). Amanecieron indigestados y debido al fuerte descenso
de la temperatura en horas de la noche, resfriados y engripados,
aduciendo entonces "haber sido envenenados".

El Presidente de la Comisión de Fomento, telegráficamente, lo


impone de la situación al Gobernador Federal solicitándole el urgente envió de ayuda humanitaria.

El Gobernador se comunica diligentemente con el Ministro del Interior de la Nación haciéndole saber la
gravedad de la situación y la falta de recursos en el territorio para afrontarla. Este a su vez le hace saber al
presidente Juan Domingo Perón quien ordena inmediatamente, como parte de una ayuda mayor y planes
de desarrollo social, el envió de tres vagones por el ferrocarril General Belgrano, con alimentos, ropas y
medicinas. La carga llega a la ciudad de Formosa en la segunda quincena del mes de septiembre
consignada al delegado de la entonces Dirección Nacional del Aborigen Miguel Ortiz.

Permanece en la estación, a la intemperie, diez días aproximadamente. Enterado el gobernador Hertelendy


de la injustificada demora y consiente de la situación de los indígenas, conmina por intermedio y en persona
del Jefe de la Policía Nacional de Territorios, al delegado de la Dirección Nacional del Aborigen la inmediata
partida del cargamento.

A la estación de Las Lomitas, llega un solo vagón lleno, dos semivacíos, los primeros días de octubre de
1947, sólo con alimentos, la mayoría en mal estado por el tiempo transcurrido entre el envío y la
irresponsable dilación en su entrega por parte del Delegado de la Dirección Nacional del Aborigen: harina
con gorgojos y moho; grasa para cocinar derretida por el calor; azúcar; yerba, galletas ya verdes en bolsas.
Son distribuidos y consumidos rápidamente por los miles de famélicos, hambrientos, enfermos,
semidesnudos y debilitados seres humanos.
A las pocas horas comienzan a sentir los síntomas de una intoxicación masiva. Fuertes dolores intestinales,
vómitos, diarreas, desvanecimientos, temblores y nuevamente la muerte... primeramente de los que se
encontraban más débiles que llegó a más de cincuenta, mayormente niños y ancianos. Los gritos y quejidos
de dolor en las noches de las madres que aún sostienen en sus brazos a sus bebes muertos retumbaban en
la noche formoseña. No tenían consuelo. Los primeros son enterrados en el cementerio "cristiano" de Las
Lomitas. Al ser tantos se les niega que lo sigan haciendo en el mismo, evitando el acceso de los cadáveres
al mismo. No les queda otra posibilidad que hacerlo en el monte. Las ceremonias mortuorias, con sus
danzas rituales marcadas con el ritmo de instrumentos milenarios, retumban noche tras
noche.

El jefe del Escuadrón lo llama al Delegado Nacional del Aborigen, increpándolo y pidiéndole
explicaciones sobre las faltas en los abastecimientos y el mal estado en que habían llevado
y se habían distribuidos. Este, al parecer de carácter muy soberbio, le contesta en forma descomedida
diciéndole que "...que tanto se preocupaba si al final son indios...". Fernández Castellanos, muy nervioso por
la situación que le toca manejar e indignado, seguramente, por el desprecio hacia los indígenas demostrado
por Ortíz, le pega una cachetada que lo tira de espaldas en la puerta de su despacho, adelante de algunos
de sus subordinados. Ortiz sale corriendo del Escuadrón y desaparece de Las Lomitas.

Comienza a circular el rumor, lanzado a rodar por no se sabe quién, que aquellas sombras de seres
humanos no sólo ahora hambrientos, desarmados, indefensos, sino también enfermos, estarían por atacar a
no se sabe quién. Comienza a hablarse del "peligro indio". Gendarmería Nacional forma un "cordón de
seguridad" alrededor del campamento aborigen. No se les permite traspasarlo ni ingresar al pueblo a los
Pilagás. Se colocan ametralladoras en "nidos", en distintos sitios "estratégicos". Ya son más de 100 los
gendarmes, armados con pistolas automáticas y fusiles a repetición que día y noche custodian el "ghetto".

Hasta que sucede lo inexorablemente esperado. En el atardecer del 10 de octubre "...el cacique Pablito
pidió hablar con el Jefe (del escuadrón), por lo que concerté una entrevista a campo abierto. Los indios,
ubicados detrás de un madrejón, nos enfrentaban a su vez, hallándonos con dos ametralladoras pesadas,
apuntando hacia arriba. En los aborígenes (más de 1.000) se notaba la existencia de gran cantidad de
mujeres y niños, quienes portando grandes retratos de Perón y Evita avanzaban desplegados en dirección
nuestra".

En tales instantes se escucharon descargas cerradas de disparos de fusil ametralladora, carabinas y


pistolas, origen de un intenso tiroteo del que el Cte. Fernández Castellanos ordenó un alto de fuego,
pensando procedía de sus dos ametralladoras, lo que no fue así: el 2º Cte. Alia Pueyrredón, sin que nadie lo
supiera, hizo desplegar varias ametralladoras en diferentes lugares del otro lado del madrejón, o sea unos
200 metros de nuestra posición y en medio del monte...".

Se lanzan bengalas para iluminar la dantesca escena y determinar mejor los blancos a tirar. Cientos de
mujeres con sus niños en brazos, ancianos y hombres comienzan a huir hacia ninguna parte que los lleva
fatalmente a la muerte. Con las primeras luces del alba la imagen es dantesca. Más de 300 cadáveres
yacen. Los heridos son rematados. Niños de corta edad, desnudos, caminan o gatean, sucios, entre los
cadáveres, envueltos en llanto.

Luego del ametrallamiento "...pensando que al llegar la noche atacarían avanzando sobre Las Lomitas,
efectuamos tiros al aire desde todos lados para dispersarlos. El tableteo de la ametralladora, en la
oscuridad, debemos recordarlo, impresiona bastante. Muchos huyeron escondiéndose en el monte, al que
obviamente conocían palmo a palmo..." (Comandante Mayor (R) Teófilo Ramón Cruz, ob. cit.).

Pero allí no termina la matanza. Comienza la persecución de los que pudieron escapar, "para que no
queden testigos", contando la Gendarmería Nacional con la "colaboración" de algunos civiles. Van en
dirección a Pozo del Tigre la mayoría, otros para Campo del Cielo, miles se guarnecen en la espesura de
los pocos montes que quedan. En los días subsiguientes son rodeados por las partidas. Y allí nuevamente
son masacrados en distintos lugares (Campo del Cielo, Pozo del Tigre, etc.) más de 200 personas. Entre los
represores ninguna víctima. Se hubiera podido seguir la trayectoria de las tropas por las piras de cadáveres
humanos que se quemaban, porque "no había tiempo para enterrarlos", a medida que avanzaban.

La presentación de los abogados Díaz y García habla de que "en total son asesinados en la "campaña"
entre 400 a 500 argentinos de etnia Pilagá, aproximadamente, además de los heridos y más de 200
"desaparecidos". Ello sumado a los más de 50 muertos por intoxicación, hambre y falta de atención médica
y la desaparición de un número indeterminado de niños, elevan las bajas a más de 750, entre niños,
ancianos, mujeres y hombres. La locura llega al extremo de solicitar la intervención de dos aviones caza-
bombardeos".

La tragedia en los diarios de la época

Las noticias de la matanza llegan muy confusas a la capital del territorio. Públicamente no se inicia ninguna
investigación.

"Extraoficialmente, informamos a nuestros lectores que en la zona de Las Lomitas se habría producido un
levantamiento de indios. Los revoltosos pertenecen a los llamados pilagás quienes, según las confusas
noticias que tenemos, vienen bien previstos de armas... ya se habrían producido algunos encuentros, no se
sabe si con los pobladores de la zona o tropas de la Gendarmería Nacional". (Diario "Norte", Formosa,
pág.1, Col. 5).

Los diarios de la región de la época también publican noticias contradictorias pero entre líneas se puede
observar la verdad de la matanza. "El viernes último, en horas de la tarde, en la localidad de Las Lomitas,
Territorio de Formosa, se ha producido un levantamiento de indios pilagás, como consecuencia de un asalto
que habrían realizado estos últimos contra vecinos de ese pueblo, lo que habría obligado a intervenir a las
fuerzas de la Gendarmería Nacional allí destacadas". (Diario "El Intransigente", Salta, 12 de octubre de
1947, pág. 6, col.1-3). "No resulta tan ciertas las versiones de que los indios hubiesen asesinado. Se los
persiguió y se los sigue persiguiendo. En cuanto a los muertos, nada se sabe en forma oficial porque
después de la masacre fueron quemados los cadáveres. También es inexacto que los indígenas tuvieran
algunos armamentos, como lo prueba el hecho de que sólo atinaron a huir cuando los gendarmes
descargaron sobre ellos y además en sus huestes no se registraron bajas ni heridos.

El miércoles 15 llegó otro tren con pasajeros trayendo nuevos refuerzos de gendarmes y por la noche se
esperaba otro tren con soldados y el jueves dos bombarderos, para lo cual se estaba arreglando la pista de
aterrizaje" (Diario "El Intransigente", Salta, 22 de octubre de 1947, pág. 4, col. 1-3).

Recién el 20 de octubre el diario "El Territorio" de Resistencia, Chaco, en la pág. 3, da la noticia del suceso.
Bajo el título "El levantamiento de Indios en Las Lomitas y la Situación General de los Pobladores
Autóctonos", dice:

"Días atrás se produjo en Las Lomitas, localidad del vecino territorio de Formosa, un levantamiento de 1.500
indios de las tribus pilagás existentes en esa zona. Fuerzas de Gendarmería Nacional debieron actual con
energía para impedir que esa actitud acusara desgraciadas consecuencias, y el gobernador formoseño se
vio precisado a concurrir al lugar de los sucesos para calmar a los indígenas sublevados".

"La solución dada a este estado de ánimo propenso a las más graves derivaciones, no ha consultado de
manera integral el problema que desde hace muchos lustros afecta a los pobladores autóctonos de todo el
país, abandonados a su triste suerte por la abulia oficial que nunca se interesó en favor de los mismos. Los
indios que animaron el levantamiento lo hicieron después de aguardar en vano el cumplimiento de las
promesas formuladas en el sentido de que se les facilitarían tierras para que se arraigaran en ellas mediante
la explotación de pequeñas chacras.

En los últimos tiempos, estos indígenas carecían de lo más indispensable para el sustento diario, viéndose
precisados no pocas veces a incurrir en hechos delictuosos para proveerse de alimentos. Las tierras
prometidas y la creación en el lugar de escuelas, como así la entrega de elementos de trabajo, semillas,
etc., nunca se concretaron, mientras que las gestiones por el logro de esa ayuda eran recibidas de manera
violenta, tal si existiera el propósito de condenar a millares de seres humanos a la inanición...".

Díaz y García advierten que "se ha tratado de ocultar la verdad de este genocidio para evitar
responsabilidades que llega hasta nuestros días". "La matanza de Rincón Bomba" es uno de los hechos de
nuestra Argentina profunda más oculto en comparación con otros similares. La "Masacre Napalpí" de 1924,
tuvo acalorados debates en la Cámara de Diputados de la Nación en la época y la creación, inclusive de
una Comisión Investigadora. La bibliografía, si bien también escasa, es mayor que la de este caso, pero
existen todavía sobrevivientes, de ambos lados, cuyos testimonios posibilitaron la reconstrucción histórica
de los hechos.

Los diarios de Buenos Aires se hacen eco también del genocidio. El diario "La Prensa" del domingo 12 de
octubre de 1947 (Día de la Raza), en su página 13 dice: "En las Lomitas se Produjo un Levantamiento de
las Tribus de Indios Pilagás... Informaciones procedentes de estación Las Lomitas hacen saber que en
aquella zona se produjo un levantamiento de las tribus de indios pilagás. Las mismas noticias aseguran que
tropas de la Gendarmería Nacional intervinieron inmediatamente para restablecer el orden. Se tiene
conocimiento que están listos para partir hasta Las Lomitas, en caso necesario, efectivos del ejército
destacados en la guarnición local".

"Mención aparte de este levantamiento, el indio jamás cometió atropellos ni desmanes. Recuerdo que en el
Casino teníamos dos de ellos, menores, que hacían las veces de "secretarios" como decimos en el Norte.
No se los persiguió ni maltrató, dándoseles contrariamente trabajos en casas de familia y adquiriéndoseles
sus artesanías".(Comandante Mayor (R) Teófilo Ramón Cruz, ob. cit.).

Indemnización

¿Cómo se solicitó la distribución de los montos que resulten por indemnización?

a) Con un ochenta por ciento (80%) del total neto que, en su caso, se condene al Estado Nacional, se
solicitó que se conforme un fideicomiso que sea administrado únicamente por los argentinos de etnia Pilagá
("Pitte'laalé'ec"), con el asesoramiento técnico, jurídico y auditoría, de personas y organizaciones de
prestigio nacional e internacional que el Señor Juez Federal deberá designar.

b) En solidaridad con los indígenas de las etnias Wichí y Tobas que viven en la provincia de
Formosa, que con un veinte por ciento (20%), del total neto que en su caso, se condene al
Estado nacional, se deberá conformar un fideicomiso que sea administrado, únicamente, por
Octubre
los argentinos de dichas etnias en esta provincia de Formosa, con el asesoramiento técnico,
Pilagá-
jurídico y auditoría, de las personas y organizaciones de prestigio nacional e internacional,
Relatos
que el Señor Juez Federal se sirva designar.
sobre el
silencio
Bibliografía y fuentes
Cerdá Castillo, Juan Manuel.1942. Como vi a los indios chaqueños. Folleto.
Dirección de Información Parlamentaria.1986. Tratamiento de la cuestión indígena. Estudios e
Investigaciones Nº 2. Buenos Aires, 1985.
Beck, Hugo H. 1994 "Las relaciones entre blancos e indios en los Territorios Nacionales de Chaco y
Formosa. 1885-1950", Cuaderno de Geohistoria Regional Nº29. Resistencia, IIGHI. 1980. "El problema
indígena (1879-1880). Proyectos sobre su destino". En Academia Nacional de la Historia. Congreso
Nacional de Historia sobre la Conquista del desierto. Buenos Aires, T. III (págs. 323-337).
Levaggi, Abelardo.1990 "Tratamiento legal y jurisprudencial del aborigen", en Abelardo Levaggi (coord.), El
aborigen y el derecho en el pasado y el presente. Buenos Aires, Universidad del Museo Social Argentino.
Lois, Carla y Troncoso, Claudia.1998 "Integración y desintegración indígena en el Chaco: los debates en la
Sociedad Geográfica Argentina (1881-1890)", Primer Congreso Virtual de Antropología y Arqueología.
Buenos Aires. Ponencia 1.16.
Informe de la Defensoría del Pueblo de la Nación Argentina sobre la situación Indígena, 2.004, Buenos
Aires. Argentina.
Patricia Vuoto y Pablo S. Wright. "Crónicas del Dios Luciano", Universidad de Buenos Aires, 1989.
Lugo, Emilio Ramón. "Introducción Histórica a la Provincia de Formosa", Ed. Gualamba.
Magrassi, Guillermo E."Los Aborígenes de la Argentina", Ed. Búsqueda-Yuchán, Bs.As., 1987.
Martínez Sarasola, Carlos. "Nuestros paisanos los indios", Ed. Emecé, Bs.As., 1.992.
Diarios La Nación; La Prensa; La Razón y Crítica de Buenos Aires octubre/noviembre de 1.947.
Cirilo R. Sbardella y José Brunstein:"Las dos caras de la tragedia de Fortín Yunka" en "Hacia una nueva
carta étnica del Gran Chaco". Informe de avance 90/91, PID CONICET Nº 444/88

Fuente: www.indigenas.bioetica.org

La masacre de los Pilagá


Por Sebastian Hacher
sebastian@riseup.net

"Nos rodearon los gendarmes y nos tenían apuntados. Decían ‘a estos perros lo
vamos a matar’. Había muchos muertos y no sabíamos qué hacer para que no
vengan los cuervos a comerlos."
Era una noticia vieja. En Octubre de 1947, cientos de aborígenes Pilagá que marchaban con grandes
retratos de Perón y Evita fueron atacados con ametralladoras por la gendarmería. Hubo más 500 muertos y
200 desaparecidos, pero los hechos salieron a la luz recién en el 2005, a partir de una demanda de la
Federación Pilagá contra el estado nacional. Esa historia escueta, contada en lenguaje legal, me obsesionó.
Intenté ir a Formosa en Enero, pero desistí: me advirtieron a tiempo que el calor del verano reduce la
actividad de los formoseños al mínimo y convierte al visitante en materia prima de chicharrón. Recién en
Septiembre, tuve la oportunidad de ir a conocer a los sobrevivientes de la masacre. Tomé un micro hasta
Corrientes, paré para dormir un rato, después tomé otro, y otro más, y luego de 24 horas, el sábado por la
mañana llegué hasta Las Lomitas, provincia de Formosa, el centro urbano más cercano a las comunidades
Pilagá.
Y aquí estoy. Las Lomitas es un pueblo de 10.000 habitantes, sin cines ni lugares para comprar libros.
Durante la semana, además de dos cibercafés que abren hasta la madrugada, la única diversión urbana es
un pequeño casino electrónico donde siempre hay bicicletas jornaleras estacionadas. El lugar parece
maldito. "Ahí", me advierte la dueña del único bar que encuentro, "entrás con todo el sueldo y salís sin una
moneda". Yo, por las dudas, trato de ni pasar por la puerta. Porque si en otros pueblos suelo entregarme a
los video juegos, aquí la necesidad de quemar neuronas ociosas puede resultar mucho más cara que ser
humillado en el counter strike por un niño de doce años. El problema, la tentación, es que en mi primer día
allí tengo poco y nada que hacer. Llegué casi de improviso, y todos mis contactos están de viaje, enfermos
o con otras ocupaciones más importantes que recibir a un porteño.

El domingo por la tarde, por fin, llego hasta una comunidad Pilagá. Me lleva Cesar, un criollo que trabaja en
el proyecto de asesoría jurídica para indígena. Desde hace dos días Cesar tiene gripe, pero ante mi
insistencia se levanta de la cama y vamos hasta Ayo La Bomba, a tres kilómetros del pueblo y a dos de
donde comenzó la masacre. Al volver a la zona, varios de los sobrevivientes se instalaron en esos campos,
y hoy Ayo la Bomba es una comunidad con más de 200 habitantes, un templo, un centro comunitario y una
escuela que quiere ser bilingüe.
Allí también hay un traductor: Juan Luis Arce. Como es domingo, el lugar para encontrarlo es el templo. Casi
todos los Pilagá son evangelistas, y la iglesia es el edificio más grande de la comunidad, un salón de ladrillo
sin revocar y por ahora sin techo. Cerca del mediodía todavía hay poca gente. Un niño va a buscar a Juan
Luis, y mientras tanto yo converso con su padre, el pastor Antonio Arce. Hoy Antonio viste una camisa Yves
Saint Laurent, pero mañana lo voy a encontrar volviendo del monte con medio carpincho al hombro, bañado
en tierra y sudor. Al igual que muchos de los Pilagá de su edad, Antonio se crió entre la marisca -así llaman
aquí a la caza y recolección- y el trabajo en los ingenios azucareros de Salta, a cientos de kilómetros de su
lugar de origen.

Juan Luis no tarda en llegar. Tiene 22 años y me mira con desconfianza. Más tarde sabré que está
acostumbrado a tratar con criollos, y que por eso acumuló motivos para mantener distancia. Antes fue
agente de salud de su comunidad, luego se fue a trabajar en una panchería del Gran Buenos Aires, y volvió
a sus pagos para formar parte de la asesoría jurídica indígena. Ahora, cuando hay un juicio donde
intervienen indígenas, Juan Luis está ahí para traducir y ayudar a sus paisanos.
A primera vista, me recuerda a los jóvenes Mapuche que conocí en el sur. Son nuevos referentes
comunitarios que, además de sentir orgullo de su sangre, ponen distancia del hombre blanco y sus valores.
Por eso no me sorprendo cuando me pide el teléfono celular, y chequea que yo sea quién digo ser. En el
monte, por suerte, también hay señal.

La primera entrevista es con Melitón Domínguez, un testigo que al momento de la masacre tenía poco más
de 10 años. Ahora, con más de 70, descansa en una silla mecedora a la sombra de un árbol. A su alrededor
varios niños comen un guiso, pero lo interrumpen y se esconden ni bien nos ven llegar. Melitón se para, nos
saluda, acomoda unas banquetas para que no sentemos y vuelve a su mecedora. Juan Luis le habla en su
lengua: supongo que le explica para qué estamos ahí. Melitón, en cambio, responde en castellano. Dice que
llegamos en mal momento: justito que estaba por empezar a comer. Si se pasa la hora del almuerzo, se
queja, se olvida del hambre, y si no tiene hambre a veces se queda un día entero sin probar bocado. Le
pregunto si prefiere que volvamos más tarde. No quiero, le digo, ser recordado como el porteño que no lo
dejó alimentarse. Se ríe y dice que no, que ya está. Respira profundo y, sin otro preámbulo, empieza contar
su historia. No hace falta que hagamos preguntas: Melitón bucea en su memoria y entrecierra los ojos para
encontrar palabras.

"Yo trabajaba en la gendarmería. Un finado que era porteño, un sargento ayudante que nos quería mucho,
nos dice chiquitos, avísenle a su mamá porque mañana como a las 7 de la tarde le van a atacar. Nosotros
vinimos, le contamos a nuestra madre y le dijimos que teníamos que ir ahí. No hijo, decía ella, le van a
matar si van ahí. Y nosotros nos quedamos, porque teníamos que respetar a nuestra madre. Esa tarde,
como a las siete y algo, ahí sobre el puente que están haciendo ahora, en esos algarrobos pusieron las
ametralladoras y empezaron a los tiros. La gente escapaba para los montes. Un cuñado nuestro nos dijo
"agáchense y pongan la cabeza en un árbol grande". Tenemos que respetar, y ahí nos agachamos y
pusimos la cabeza en un palo, que palo será, no se, pero ahí pasamos la noche. Después escapamos hasta
la entrada de Campo de Cielo. En un lugar donde llegamos cayó un pájaro y un viejo que entendía, dijo que
el pájaro era como un teléfono, que le traía mensajes. Magayi se llamaba el viejito, era un rengo. El viejito
nos dijo ‘prepárense, que ya nos encontró la huella la gendarmería". Ahora ya no hay más gente que sepa
hacer esas cosas. Nos escondimos al costado del camino y pasaron los camiones de gendarmería. Los
gendarmes cantaban el nombre del Cacique General Pablito, porque lo querían encontrar para matarlo…"

Cada Pilagá que entrevisto habla de los ingenios. Lo hacen con desgano, como quien conversa de cosas
demasiado asumidas. Melitón, por ejemplo, nos muestra su violín de lata y crin de caballo, en el que ejecuta
melodías con las que supo entretener a sus compañeros durante la zafra. Fueron tantas, me dice, que ya
perdió la cuenta de los años que pasó cortando caña y ganando terreno de monte para el patrón.
La industria azucarera de la zona se nutrió de la mano de obra indígena, lo mismo que la minería en Bolivia
y en Perú. Viajar cientos de kilómetros en tren, caminar largas jornadas y trabajar en las peores condiciones
es parte de la rutina Pilagá del último siglo. "Nos llevaban", me explica Melitón, "porque decían que no
somos flojos como otras razas". También me cuenta que fue a trabajar desde los 15 años, y que al principio
lo hacía a cambio de "ropa, comida y poquita plata, porque qué iba a saber uno cuánto le tenían que pagar",
y que dejó de hacerlo por viejo, pero sobre todo porque en los 90’ los ingenios se achicaron y compraron
máquinas.
El que no dice nada es Pedro Palavecino. Ese Pilagá alto y flaco, de mandíbula ancha, me clava sus ojos
claros y se queda en silencio. Ni su edad quiere decirme. Pasan unos segundos, esboza una sonrisa irónica
y me explica que ya no confía ni en su sombra, y que para entrevistarlo a él tengo que ir con los abogados
de la causa. Y no los que son del pueblo, aclara, sino los que están en Chaco. Le digo que bueno, que para
otra vez será. "Yo estoy quemado", me responde, "ya no tengo filo, mi amor". Me río de su ocurrencia, pero
tengo el mismo temor que al llegar a Las Lomitas: no poder saltar por sobre mi propia cultura para entender
su historia.
Después del fracaso, volvemos hasta el templo y Juan Luis se declara con dolor de estómago. Le propongo
que descansemos un poco, pero al rato le digo que mejor no, que si quiere sigamos mañana. El se va, y yo
me siento a esperar que comience el culto. Hay poca gente, así que aprovecho para jugar con mi cámara y
los niños. Es algo que nunca falla: me acerco a un grupo, les saco una foto y se las muestro. Los pibes se
alborotan. La operación se vuelve a repetir varias veces. Mientras hago fotos, intentan enseñarme su
idioma: ellos dominan el Pilagá y el castellano con naturalidad. A mi me parece imposible. Cada tanto, trato
que alguna imagen salga buena, pero me doy cuenta de que todas son la típica foto del norte que se
muestra en Buenos Aires: el chico de cara redonda y flequillo, con el rostro embarrado y sonrisa tierna.
Desespero un poco. No quiero colaborar con ese estereotipo falso, lastimero. Los porteños algún día
tendrán que entender que cuando uno juega en la tierra, se embarra, y que eso no significa más que lo que
significa: que se jugó en la tierra. Ajeno a la polémica, uno de los chicos posa haciendo un gesto extraño
con la mano. ¿Y eso?. Soy el hombre araña, me dice. Entonces todos se acomodan para la foto con esa
pose.
De fondo a nuestro juego, la música anuncia el principio del culto. El templo sin techo está adornado con
globos de varios colores. Más tarde habrá un cumpleaños de quince. Por ahora, medio centenar de
personas entonan canciones religiosas bajo los rayos del sol. Se canta cumbia y polca paraguaya, al
compás de órganos electrónicos y un bombo criollo. Saco algunas fotos. La tarde siguiente, cuando se las
muestre a Juan Luis, sabré que ese abuelo de corbata amarilla y la señora del fondo son sobrevivientes de
la masacre. Pero ese día no me entero de más nada: al tercer tema me vuelvo al hotel.

Lunes por la mañana. Me encuentro con Bartolo Fernandez en Las Lomitas. Bartolo es representante de la
Federación Pilagá y está por viajar a un encuentro de comunicadores en Formosa. Tenemos una breve
charla, pero enseguida llega más gente: Santiago y Benjamín, que vienen de lejos y van a la misma reunión
que Bartolo. Uno de ellos ceba tereré -mate con agua fría- pero a mí no me convida. En algún momento, el
ambiente se pone espeso y todos hacen silencio. Trato de pensar que es un silencio natural, que nadie está
incómodo, pero el sonido nunca llega. Pienso cómo podría escribir esa situación: decir, por ejemplo, que
pasó un ángel, cebó una ronda para todos, y a mí me dejó afuera. Por suerte, suena mi teléfono: me salva
la campana. Es Juan Luis, y dice que podemos seguir con el recorrido por su comunidad. Le cuento la
novedad a Bartolo y también se ofrece a llevarnos a la suya por la tarde. De repente, parece que todo va a
salir bien.
Una hora después, nos encontramos con Juan Luis y caminamos un kilómetro por una calle de tierra hasta
llegar al riacho que todos llaman Madrejón. Aquí, me dice, empezó la masacre. Todavía no había ni monte
ni camino. Tampoco estaban el puente de quebracho por el que cruzamos, ni los carteles de propiedad
privada que hace unos meses plantaron los gendarmes. Era todo pampa, y apenas si existían los
algarrobos, esos árboles centenarios que algunos ancianos Pilagá llaman sobrevivientes y principales
testigos de su historia.
En los alrededores, apenas hay dos o tres casas con paredes de barro y techos de chapa. Uno de esos
ranchos es el de Juan Córdoba, que volvió a esas tierras hace menos de un año. Su vuelta no es un hecho
más: ese hombre corpulento, de rostro curtido pero tierno, es el hijo de Luciano, uno de los personajes
claves para entender esta historia.

Luciano fue el líder de un movimiento


religioso que entusiasmó a los pueblos
originarios de la zona y alimentó los
Imágenes del hoy y el ayer del Pueblo Pilagá de Formosa.
resquemores de los blancos. "Cuando no
La filmación antigua fue realizada por una expedición sueca
existía la ciudad grande en Lomitas", narra
en 1920. Las imágenes actuales son de Memorias de la
Juan Córdoba, "había seis casas nada
Tierra
más, y estaban los gendarmes. Todos
estaban en contra de la creencia de dios.
Por eso mi papá, Luciano, lo observaba ocultamente". Esa creencia comenzó en 1942, cuando Luciano
viajó en tren hasta Formosa y después hasta Chaco. Allí se encontró con John Lagar, un misionero
pentecostal oriundo de Norteamérica. Lagar se hizo conocido en la zona por bautizar indígenas. Se dice que
más de 10.000 Tobas, Wichis y Pilagá recibieron su bendición, y que a varios de ellos les entregó biblias
para ser vendidas en sus lugares de origen.
Luciano no sabía hablar y mucho menos leer castellano, pero volvió a Las Lomitas con una de esas biblias
bajo el brazo. "Empezaron a evangelizar y se instalaron acá, en la orilla del Madrejón", explica su hijo. "En
vez de hacer una iglesia, levantaron un montículo de tierra, una corona". Desde allí, Luciano dirigía
ceremonias en lengua Pilagá, que comenzaban antes del amanecer y terminaban por la noche. "Cuando
veían el lucero de la mañana", dice Juan Córdoba, "empezaban a orar, a hacer bulla, a cantar, a gritar".
En los testimonios que recopiló el antropólogo Pablo Wright, se sostiene que en 1946 Luciano tuvo una la
revelación: la Biblia le habló. Otras versiones señalan que Luciano "se fue en una chalana por el Río
Pilcomayo hasta cruzar el gran agua que rodea la tierra, allí murió y se fue al primer cielo". De allí, volvió
convertido, y su pueblo lo llamó dios, el dios Luciano.
Quienes lo conocieron, lo describen como un "hombre alto, grandote, muy serio, que no era charlatán, que
observaba mucho". Algunos hablan de que tenía "poder de sanidad", al estilo evangelista actual, y otros le
atribuyen características propias de un shamán, lo que los Pilagá llaman pi’ogonaq. "Sanaba enfermos de
distintas clases" apunta su hijo, "y venía gente de otras comunidades, y se quedaban a vivir acá. Entonces
él dejó del ir al ingenio, porque la gente lo entretenía y la traía ayuda". En su prédica, Luciano tomó algunos
elementos de la moral evangélica: no fumar, no tomar, no robar, y las mezcló con ceremonias propias de los
Pilagá. Era una época intermedia, un pasaje lento entre las viejas tradiciones indígenas y las creencias
introducidas por el hombre blanco.
Pero la gendarmería no lo entendía así. Del lado de los criollos el malestar no era sólo por miedo a lo
desconocido. Los indígenas eran mano de obra barata para la zafra, y los movimientos religiosos, incluso
los evangelistas, eran vistos en toda la región como una amenaza. Cualquier acción colectiva tenía que ser
sofocada.

Caminamos por el monte. Juan Luis me cuenta de su experiencia como agente sanitario. Las enfermeras,
me dice, discriminan mucho a los indígenas. Varias veces escuchó que alguna le decía "pata sucia" a sus
paisanos. Que se bañen ellas en invierno con agua fría, respondía Juan Luis, que siempre está dispuesto a
defender a los suyos. Porque él es, me dicen, "de los duros de la nueva generación". Para demostrarlo, en
el brazo tiene tres cicatrices de quemadura de cigarrillo, la prueba que algunos adolescentes Pilagá se
infligen como prueba de su valor. En algún momento, esos jóvenes se organizaban para que los criollos no
entrasen a la comunidad a molestar o robar animales.
Mientras conversamos, llegamos a la casa de Santiago Cabrera. Pero él no está: se fue a buscar leña, y
recién al tiempo de dar vueltas por ahí lo vemos bajar del monte con una carretilla cargada de quebracho.
Cada diez metros se para, suelta la carretilla, se escupe las manos y vuelve a levantarla. Cuando lo
alcanzamos, noto que es muy viejo: hace rato, me dice Juan Luis, que pasó los 80. A simple vista, uno
podría pensar que es uno de esos músicos cubanos que parecen inmortales. Tal vez me engañe la sonrisa
gigante, o la camisa prendida por un solo botón que le queda tan canchera. Pero su historia no tiene nada
que ver con la música.
Santiago Cabrera volvió a Las Lomitas apenas terminó la masacre. Aquel hombre flaco, por entonces sin
arrugas en el rostro, venía de pasar una temporada en los ingenios de Salta, allí donde aprendió a
"aguantar el hambre comiendo lo dulce de la caña". Al bajar del tren, un gendarme le apuntó con un arma, y
le preguntó si era Pilagá. Santiago no supo qué decir. Después, cuando llegó hasta el Madrejón, se dio
cuenta que había pasado algo terrible. Su testimonio será la base, seis décadas después, para que los
abogados escriban la presentación judicial. "Con las primeras luces del alba", dirá el escrito, "la imagen es
dantesca. Más de 300 cadáveres yacen. Los heridos son rematados. Niños de corta edad, desnudos,
caminan o gatean, sucios…envueltos en llanto".
Muchos de esos muertos eran trabajadores que volvieron de los Ingenios antes que Santiago . En un diario
de la época citado por Wright, se narra la situación de 150 aborígenes que caminaron desde El Tabacal,
provincia de Salta hasta Las Lomitas, luego de ser despedidos del Ingenio San Martín. Los Pilagá habían
sido convocados para trabajar por seis pesos el día, pero al llegar al lugar les dijeron que cobrarían menos
de la mitad. Intentaron reclamar y a la mayoría los despidieron sin piedad. La salvación de Santiago
Cabrera, lo que le permitió ser testigo, fue llegar a Las Lomitas después que sus compañeros.

En el idioma de los Pilagá, la comunidad Kilómetro 14 tiene otro nombre.


Juan Luis me lo repite tres, cuatro veces, hasta que intuyo que su paciencia
roza el límite. Me resigno a llamarla así, por su ubicación en el mapa. Son
las cinco de la tarde y el sol quema con furia. Yo tengo puesto un gorro de
explorador, una remera de fútbol y pantalones anchos. Es ropa fresca y
holgada, ideal para sacar fotos con comodidad, pero parece que no es
suficiente contra el calor. Me siento un habitante del Polo en el Caribe: todo
lo que haga mi afiebrado cuerpo puede ser motivo de risa, y con razón.
Por estar más alejado del pueblo, el monte aquí se conserva mejor y el
clima parece un poco más fresco. En la entrada del Kilómetro 14 nos reciben Julio Quiroga y Norma
Navarrete, ambos sobrevivientes de la masacre. Con nosotros vienen Bartolo Fernández, Juan Luis,
Santiago y Benjamín, los dos que no me convidaron tereré esta mañana. Pronto, voy a descubrir que ese
gesto fue pura timidez.
Le explicamos a los ancianos que hacemos en la zona, y enseguida se arma una ronda a la que se suman
otros miembros de la comunidad. Julio Quiroga avisa que para contarnos todo lo que pasó tendríamos que
quedarnos dos o tres días, pero que va a intentar darnos una idea. Y que nos va a hablar en su idioma,
porque está cansado y el Pilagá es mucho más fácil. Juan Luis y Santiago me dicen que está todo bien, que
entre los dos pueden traducir. El diálogo que comienza es desordenado. Los ancianos hablan, se
interrumpen y a veces lo siguen haciendo mientras Juan Luis y Santiago traducen al castellano. En otros
tramos, conversamos entre nosotros y no llegamos a entender las cosas que los ancianos explican. Lo que
sigue, entonces, es un rompecabezas armado con fragmentos de varias voces mezcladas en una pequeña
babel en el monte formoseño.

La toldería de los Pilagá crecía al ritmo de los milagros de Luciano, pero las plegarias no
alcanzaban para llenar los estómagos. Lo único que se multiplicaba a orillas del Madrejón
eran bocas que alimentar, y la llegada de los desplazados del Ingenio San Martín había
Masacre de
agudizado el problema.
Rincón
Se pidió ayuda. Primero comida en el pueblo, a veces casa por casa, y cuando ya no fue
Bomba.
suficiente apelaron al gobierno nacional. Desde Buenos Aires enviaron tres vagones con
Gendarmes
alimentos, medicina y ropas, pero el tren quedó varado en la ciudad de Formosa. A Las
irán a
Lomitas llegó, diez días después, un solo vagón cargado de harina con gorgojos, grasa
indagatoria
derretida y galletas verdes. La intoxicación fue una peste. Los gendarmes dirán luego que
(2012)
se trató de una indigestión masiva "por comer demasiado". Para los Pilagá, fue un intento de
envenenarlos: aún hoy, si se les pregunta, muchos de ellos sostienen que la comida "estaba
maldecida por un cura, para que nos debilitemos".

El temor crecía de uno y otro lado del Madrejón. En el pueblo la gendarmería emitía bandos y repartía
armas entre los civiles. En la toldería de los Pilagá, los ritos y las canciones se multiplicaban: dios nos
protegerá de todo, decía Luciano, incluso del hambre y las balas.
Cuando el Sargento Ayudante Salazar dió su versión de la masacre, escribió que los Pilagá "dejaban oír sus
músicas y tambores, metiendo aun más miedo con sus rostros pintados en franca actitud agresiva". En la
misma publicación, Salazar dirá que "en realidad, estos indios eran salvajes, como animales". Su
compañero, el suboficial Perloff, sostendrá que "llamaba la atención la cantidad de indios Pilagá reunidos,
procedentes indudablemente de distintos lugares, pintarrajeados y danzando, como lo hacen según su
estilo, momentos previos a la pelea".

El gobierno nacional volvió a intervenir. Esta vez, pedían que el cacique Paulino Navarro, conocido como
Pablito, viajase a Buenos Aires para una entrevista con Perón. Pablito era un hombre joven, con un aro en
cada oreja y una cualidad lo distinguía: podía hablar y leer castellano.

"Pero nunca falta un sueño", se queja Bartolo Fernandez. Lo dice con bronca, con resignación, como para
hacerme entender lo que muchos creen: que fue el sueño de una anciana el que terminó de torcer la historia
en contra de los Pilagá. Se llamaba Aurora, y se lo narró al cacique Pablito en forma de premonición. "No te
vayas Pablito", le advirtió, "porque mi visión es que cuando ustedes vayan a Buenos Aires, antes de llegar te
van a matar". Pablito no supo cómo reaccionar. Cuando un comandante de la gendarmería fue a su toldería
y le entregó la ropa para viajar, el cacique se vistió de criollo y pidió que lo dejasen sólo con Juanita, su
mujer, Al rato salió y le dijo al gendarme que no pensaba ir a ningún lado. El rostro del mensajero se
transformó. Le dijo "vos no te vas, pero sabé bien que les vamos a dar caramelos". Nadie sabe por qué,
pero así llamaban a las balas en la zona.

Julio Quiroga lo supo enseguida. Tenía casi 15 años, y limpiaba la cocina de la Gendarmería. La mañana de
la masacre, llegó al trabajo y se encontró con un hallazgo: los gendarmes habían confiscado todo lo que los
Pilagá podían usar para defenderse. "Habían escopetas, machetes, hachas y biblias", recuerda, "tenían tres
cajonadas con las cosas que le habían sacado a la gente". La suerte ya estaba echada. "El patrón dijo que
me iba a preparar un bolso con mercadería para que me fuera. Me dijeron que a las 6 me tenía que ir, pero
cuando llegué cerca del Madrejón ya estaban los gendarmes cuerpo a tierra".

Cincuenta años después, el suboficial Perloff dará su versión de esos instantes previos en una revista de la
gendarmería. Allí escribirá que "…el cacique Pablito pidió hablar con el Jefe (del escuadrón), por lo que
concerté una entrevista a campo abierto. Los indios, ubicados detrás de un madrejón, nos enfrentaban a su
vez, hallándonos con dos ametralladoras pesadas, apuntando hacia arriba. Entre los aborígenes (más de
1.000) se notaba la existencia de gran cantidad de mujeres y niños, quienes portando grandes retratos de
Perón y Evita avanzaban desplegados en dirección nuestra".

A las 5 de la tarde, recuerda Julio Quiroga, "empezaron a tirarnos, y escapamos, uno para cada lado,
algunos para Pampa del Indio, otros para Campo del Cielo".
La matanza no terminará en esa tierra regada de cadáveres. Los Pilagá serán perseguidos durante varias
semanas y cientos de kilómetros a la redonda. El Sargento Salazar, el único gendarme herido durante la
masacre, escribirá años más tarde que, luego del fuego de las ametralladoras, "el grueso de la unidad,
acompañado por algunos civiles, penetró en el bosque abriéndose en abanico". El objetivo era que no
quedasen testigos.

Pero quedaron. El cacique Pablito vagó por el monte junto a cien indígenas desesperados y se refugió en
Paraguay. El dios Luciano, que para salvar su vida se escondió en un pozo, fue rescatado por sus
seguidores y se instaló en Laguna Pato. Allí continuó con su prédica, pero a los pocos años murió. Según
su hijo, Luciano se enfermó de miedo y tristeza. Gran parte de los sobrevivientes quedaron marcados.
Como explica Bartolo Fernandez, "muchas personas no querían volver para esta zona, porque tenían miedo
que los vuelvan a matar. Los ancianos a veces dicen dos palabras, dicen tres palabras largas y lloran. Ya no
es como antes".
Los diarios de la época hablaron de "levantamiento indígena". El diario el Intransigente del 12 de Octubre de
1947, decía que "la sublevación obedecería a una prédica infiltrada entre los aborígenes haciéndoles ver las
posibilidades de mejoramiento a que tendrían derecho como nativos y dueños de la tierra que habitan…".
Aunque diez días más tarde, en el mismo diario, tuvieron que reconocer que "no resultan tan ciertas las
versiones que los indios hubiesen asesinado. Se los persiguió y se los sigue persiguiendo. En cuanto a los
muertos, nada se sabe en forma oficial porque después de la masacre fueron quemados los cadáveres". La
gendarmería, en cambio, publicó un trabajo sobre el tema a principios de los 90, al que tituló "el último
alzamiento indígena".

Hoy el pueblo Pilagá es considerado en extinción: en toda la región chaqueña no quedan más de 5000 . Lo
que parece no haber cambiado es la adhesión a la figura de Perón. Cada vez que intenté indagar sobre que
responsabilidad tenía el entonces presidente en la masacre, las respuestas fueron evasivas. Al final, Juan
Córdoba me explicó que opinaban del General. "Creemos", me dijo, "que era un hombre muy honesto, que
ayudaba a los pobres, y que nos enroló y nos dio los documentos".

Norma Navarrete está sentada sobre un pequeño tronco, casi al ras del suelo. Cuando el relato de los otros
ancianos está por terminar, ella se levanta y mira al centro de la ronda. Yo quiero hablar, dice, y sus
palabras se clavan en la atmósfera caliente del atardecer. Voy a hablar, repite, pero quiero que me den
tiempo para hacerlo, por lo menos dos o tres días. No hay tiempo, le decimos: yo me voy por la mañana y
no se cuándo podré volver. Entonces hablo ahora, contesta. Santiago, el del tereré, se ofrece para traducir.
Norma habla como si cantara. Es una mujer sabia en sus tristezas, y nadie se anima a interrumpirla.
"Era de noche y tiraron bengalas para iluminar y saber donde estábamos. Eso pasó porque buscábamos un
dios. Nosotros fuimos a un lugar que se llama Pampa del Indio. Escapamos ahí. En ese época yo era joven
y soltera. Yo llevaba la mercadería y mi mamá el agua. Veníamos escapando, por ahí nos escondíamos,
corríamos, llorábamos. Nos fuimos a meter en un estero, durante el día estábamos en una cueva para que
no nos vieran los gendarmes. Primero yo llevaba mercadería y mi madre llevaba agua, pero después de
algunos días se acabó y pasábamos hambre. Mi abuelo tenía un amuleto de hueso para tener garra, fuerza,
para que no te caigas o te demores. Me metía unos chuzazos con eso, muy fuerte, cosa que el hueso del
animal penetre en la carne, para que no me duerma, y así lograba escapar día a día, hora a hora. Así
llegamos hasta Campo del Cielo. En ese mismo lugar nos rodearon. Y no sé como no nos mataron. Había
gente que levantaba nervios, que se preguntaba que iba a pasar con ellos. Nos rodearon los gendarmes y
nos tenían apuntados. Decían ‘a estos perros lo vamos a matar’. Había muchos muertos y no sabíamos qué
hacer para que no vengan los cuervos a comerlos."

La voz de Norma es una montaña al borde del derrumbe. Cuando termina de hablar, ya es de noche y
apenas nos vemos las caras. Santiago, el del tereré, está conmocionado: apenas puede emitir sonido. Nos
quedamos en silencio, pero no es el silencio incómodo de esta mañana: es uno suave, lleno de murmullos y
roto de a ratos por la voz de los ancianos que conversan sobre sus recuerdos, como si nosotros ya no
estuviésemos allí.

Citas de Diarios y testimonios recopilados por Pablo Wright: Crónicas del Dios Luciano: Un Culto Sincrético
de los Toba y Pilagá del Chaco argentino. P. Wright y Patricia Vuoto. Religiones Latinoamericanas 2 Julio
1991- SN 0188-4050

Fuente: Indymedia Argentina

Hallan restos de aborígenes fusilados por


gendarmería en 1947
La masacre de un pueblo originario

Por Maria Sol Wasylyk Fedyszak.

Un juez de Formosa ordenó allanar el escuadrón de Las Lomitas, donde hace 58 años se produjo la
matanza de 500 miembros de la etnia pilagá.

La comunidad pide al Estado una indemnización


"Qué tanto se preocupa si al final son indios", contestó el delegado de la Dirección Nacional del Aborigen,
Miguel Ortiz, al jefe del Escuadrón cuando éste le pidió explicaciones sobre el mal estado de los alimentos
que habían llegado para ser distribuidos entre gente de la etnia pilagá, días previos a la masacre poco
conocida por la historia nacional denominada "Matanza de Rincón Bomba". El hecho ocurrió en octubre de
1947 en Formosa y se cobró alrededor de 600 vidas a manos de la Gendarmería nacional. El suceso volvió
a la luz cuando el juez Bruno Quinteros ordenó el allanamiento de las instalaciones del Escuadrón de
Gendarmería de Las Lomitas de esa provincia, donde posiblemente se encontrarán fosas comunes con los
restos de los asesinados. Ayer la Justicia comenzó la búsqueda y encontró restos de un cuerpo que podrían
pertenecer a un integrante del pueblo originario.
En junio de este año, la Federación Pilagá interpuso una denuncia contra el Estado por "crímenes de lesa
humanidad". La demanda, presentada ante el Juzgado Federal Nº 1 de Formosa, es por "daño colectivo",
relató a Página/12 uno de los abogado de esa comunidad, Julio García. En ese sentido, agregó que "se
presentó una medida cautelar por la fuerte presunción de la existencia de cadáveres. Por eso el juez ordenó
el allanamiento de cuatro lugares. Uno de esos es terreno de Gendarmería en la intersección de las rutas 81
y 28, frente a Las Lomitas".
Los demandantes piden una indemnización por "daños y perjuicios, lucro cesante, daño emergente, daño
moral y determinación de la verdad histórica".
La presentación judicial señala que entre el 10 y el 30 de octubre del año 1947 fueron
asesinados "entre 400 a 500 argentinos de etnia Pilagá, aproximadamente, además de los
heridos y más de 200 desaparecidos". Los más de 50 muertos por intoxicación, hambre y FORMOSA -
falta de atención médica y la desaparición de un número indeterminado de niños elevan las COMUNIDADES
bajas a más de 750. Hubo 190 sobrevivientes. TOBAS,
WICHIS Y
En la presentación se relata que meses antes de los crímenes, más de 7 mil hombres, PILAGÁ
mujeres y niños pilagás, tobas y wichís caminaban desde Las Lomitas hasta Tartagal, en
Salta, tras la promesa de trabajo, pero fueron echados cuando reclamaron que se les
pagara lo prometido. Entonces emprendieron el regreso a su lugar de origen. Sin posibilidades de trabajo,
mujeres, niños y hombres fueron víctimas del hambre y las enfermedades. Los pobladores cercanos los
ayudaron con alimentos y ropa. Pero al transcurrir los días dejaron de hacerlo.
Ante la gravedad de la situación, las autoridades provinciales se comunicaron con el presidente Juan
Domingo Perón, quien ordenó, como parte de una ayuda mayor, el envío de tres vagones con alimentos,
ropas y medicinas. La carga llegó a la ciudad de Formosa y permaneció en la estación, a la intemperie, diez
días aproximadamente.

Finalmente, llegó a Las Lomitas un solo vagón lleno, dos semivacíos, con la mayoría de los alimentos en
mal estado por el tiempo transcurrido. Fueron distribuidos y consumidos rápidamente por miles de indígenas
que a las pocas horas comenzaron a sentir los síntomas de una intoxicación masiva. Decenas murieron. El
jefe del Escuadrón llamó al delegado de la Dirección Nacional del Aborigen para pedir explicaciones sobre
las faltas en los abastecimientos y el mal estado en que habían llevado.

Al tiempo comenzó a circular el rumor de un ataque indígena. Gendarmería formó un "cordón de seguridad"
alrededor del campamento aborigen. No se les permitió traspasarlo ni ingresar al pueblo. Hasta que en el
atardecer del 10 de octubre, el cacique pidió hablar con el jefe del escuadrón. Se concertó una entrevista a
campo abierto. En ese momento se escucharon descargas de disparos. El 2º comandante del escuadrón,
sin que nadie lo supiera, había hecho desplegar varias ametralladoras alrededor del lugar. Y todo terminó
en la masacre. Después comenzó la persecución de los que pudieron escapar, "para que no quedaran
testigos", concluye la presentación judicial.
Ayer, 58 años después, comenzaron las excavaciones "para encontrar fosas comunes", indicó García. El
otro abogado patrocinante, Carlos Alberto Díaz, resaltó que este "hecho busca la verdad histórica para
determinar las responsabilidades de quienes originaron esta masacre". Además, se pide una indemnización
en nombre de todo el pueblo y otra parte en solidaridad con las etnias toba y wichí "porque estimamos que
es un problema de todos los pueblos de la provincia y de América latina".

La investigación del episodio comenzó un año antes de la presentación ante la Justicia. Los letrados
encontraron datos de la matanza cuando trabajaban en el caso de otra masacre indígena sucedida hace
más de 80 años en Napalpí. "Investigando hallamos sobrevivientes. Con olvido y perdón, las heridas no se
cierran –estimó Díaz–. Encontramos un temor reverencial a causa de ese hecho que impactó en
generaciones futuras de pilagás. Fue difícil que nos dieran acceso."

Fuentes cercanas a la investigación comentaron que "la Federación Pilagá dio el poder para la presentación
en Resistencia, Chaco, y no ante un escribano de Formosa por temor a represalias".

Los otros tres lugares donde se efectuarán los allanamientos serán en la localidad de El Descanso, a pocos
kilómetros de Las Lomitas, cerca de las vías y en el cementerio de la localidad de Pozo del Tigre "donde
hubo fusilamiento en las noches posteriores", narró García.
Por su parte, el juez federal formoseño, Bruno Quinteros, relató a Página/12 que con esta causa "estamos
reconstruyendo una parte de nuestra historia. Tenemos que determinar la verdad histórica. Yo me enteré de
este hecho con la llegada de esta causa", y enfatizó: "Tenemos un compromiso con la reconstrucción
histórica y con los pueblos".

Fuente: Página/12

Las Lomitas, Formosa: Entrevista a sobreviviente de la Masacre de


Rincón Bomba
Por Amelia Presman, enviada a Formosa. Momarandu.com entrevistó al cacique de la etnia pilagá Alberto
Navarrete, sobreviviente de la llamada Masacre de Rincón Bomba, hecho ocurrido en 1947 y que volvió a la
consideración pública luego de que la justicia federal ordenara exhumaciones en cercanías a Las Lomitas -
Formosa-

Según se cree, hay ahora firmes indicios de que en esa jurisdicción se encontrarían las tumbas comunes de
más de 500 mujeres, niños, ancianos y hombres de la etnia pilagá, masacrados por tropas de la
Gendarmería Nacional entre el 10 y el 30 de octubre de 1947. Además de los muertos se estima hubieron
más de 200 desaparecidos. Ello, sumado a los más de 50 muertos por intoxicación, hambre y falta de
atención médica y la desaparición de un número indeterminado de niños, elevarían las bajas a más de 750.

El hecho permaneció oculto, al punto que en la propia ciudad de Las Lomitas, muchos ciudadanos
consultados por Momarandu.com desconocen el episodio.

"NO ESTABAMOS ARMADOS"

La noche ya cayó sobre el campamento aborigen, cuando Navarrete recibe a Momarandu.com. El lacerante
canto de las ranas reverbera en los algarrobos y constituye el único sonido que prevalece en el ambiente,
cargado de humedad y de miseria. Diecisiete familias en condiciones precarias viven en el campamento,
bajo la autoridad de este hombre, el más anciano de la comunidad.

El cacique habita en el kilómetro 14 de la ruta provincial N° 28 de Formosa, en cercanías a la ciudad de Las


Lomitas, que dista a unos 300 kilómetros de la Capital. Tiene 71 años asumidos aunque los integrantes de
esa comunidad saben que su edad ronda los 80, por la edad aproximada que tenía cuando presenció la
matanza.

El hombre habla en un castellano cerrado y al mismo tiempo emplea términos de su lengua nativa durante el
transcurso de la conversación. Sin embargo, no es difícil comprender el sentido general de sus ideas.

Sin penachos ni ornamentaciones que lo destaquen por sobre el resto, el guía de los pilagás accede a sacar
una silla de su casita de madera y abandona el fuego que ilumina tenuemente la habitación. Parece ciego:
de los ojos se le desprende una humedad que a veces parecen lágrimas y a veces no.

Pero no ha perdido la visión. Cuentan en el poblado que los días de sol, Navarrete recorre ida y vuelta los
14 kilómetros que separan el caserío de la ciudad de a pie.

Recuerda que era pequeño cuando ocurrieron los hechos. El era uno más de los aborígenes cuyas familias
regresaban de Salta despedidos del ingenio San Martín de El Tabacal por haber reclamado que se les
abonara un prometido jornal de 6 pesos en la cosecha de caña de azúcar.

-¿Qué pasó aquel día de la matanza?

-Yo me estoy acordando del '47. Gente amontonada en madrejón. Gendarmería disparó. Nosotros pudimos
correr al monte. Yo visto eso. Yo declaré eso. Era 6 de la tarde. No teníamos armas nosotros. Correr
nomás. Ellos tenían ametralladoras.

-¿Usted recuerda haber visto a gendarmes dispararles?

-Yo escuché ametralladoras. Al monte nosotros en plena noche. No sabemos que pasó con todos, con las
tolderías...Antes ya habían muerto envenenados. Yo visto eso. Nos fuimos a Campo del Cielo (un poblado a
35 km de Lomitas). Muchos visto tirados, no se si los enterraron. Nosotros queremos saber.

-¿Sienten que el Estado Nacional intentó deshacerse de ustedes?

-Nos trataron muy mal. Gendarmería nos corrió de madrugada. (Vale aquí una aclaración: Navarrete, como
muchos de los otros aborígenes, diferencia la administración de Perón de la fuerza desplegada por
Gendarmería para reprimirlos y salva la figura del ex presidente, asegurando que desde Nación no hubo
orden de disparar). Dormimos en el monte. En Campo del Cielo Nicolás Curestes nos ayudó. Estaba en
defensa de nosotros y nosotros ponerlo cacique.

En días posteriores, la matanza continuó. Testimonios aseguran que los disparos volvieron a oírse tanto en
Campo del Cielo (a unos 30 km de Lomitas) como en Pozo del Tigre (distante a unos 35). Unos 200 indios
más murieron en los alrededores. Y una cifra similar se salvó gracias a Nicolás Curestes, un hombre de la
zona que refugió a los aborígenes y protegió a muchos.

Tal fue el respeto ganado por el criollo, que el hombre fue nombrado cacique honorario por los integrantes
de esa comunidad. Cuentan en Lomitas, que al fallecer años atrás su cajón fue cargado al cementerio por
los aborígenes mismos.

-¿Porqué los mataron?

-No sabemos.

-¿Porqué ahora deciden investigar, habiendo pasado


tanto tiempo?

-Queremos conocer que pasó con ellos. La verdad.

DESPIDOS, HAMBRE Y DISPAROS

Siguiendo las vías del ferrocarril, hambrientos, los


pilagás que volvían de Salta se instalaron en un
descampado llamado Rincón Bomba, cercano a Las
Lomitas. En ese entonces, el asentamiento estaba
ubicado en la intersección de la mencionada ruta
provincial y la vía nacional 11, sitio donde se estima
Robustiano Patrón Costas
estarían enterrados los cuerpos.
Se trata del más conspicuo político de la
Encontraron allí no sólo un madrejón que les
oligarquía en la década del 40 del siglo XX. Había
proporcionaba agua, un recurso fundamental
nacido en 1875 y el gobernador de Salta lo
teniendo en cuenta el lugar hostil y las elevadas
nombró Ministro de Economía provincial en 1908,
temperaturas; sino también compañía: ahí estaban
oportunidad en que con su hermano Juan se
asentados grupos aborígenes de su misma etnia.
apropiaron de tierras del departamento de Orán
que pertenecían a las comunidades indígenas.
Según investigaciones efectuadas por los abogados
Con la llegada del ferrocarril, una década
de la causa (Julio César García y Carlos Alberto
después, establece asentamientos indígenas para
Díaz) los indios pidieron alimentos a la Comisión de
asegurar mano de obra barata, casi siempre a
Fomento y también al comandante Emilio Fernández
cambio de vales, y funda el Ingenio San Martín de
Castellanos, del escuadrón 18 de Gendarmería, con
El Tabacal a partir de lo cual amasa una fortuna
base en Lomitas. Pero el poblado sentía temor a una
con la comercialización de azúcar. Se convierte
eventual agresión por parte de los aborígenes
en el más alto representante político de los
(aunque los pilagá no eran una comunidad agresiva e
terratenientes, es designado presidente del
incluso testimonios de la época dan cuenta de que
Partido Demócrata (conservador), asume como
entre los "blancos" y éstos existían relaciones de
gobernador de Salta, funda la Universidad
naturaleza comercial).
Católica de la provincia, luego es elegido senador
y jura como presidente del Senado de la Nación.
Los aborígenes pasaron el invierno a la espera de
Acuerdan los conservadores con el radicalismo
respuestas tanto por parte de esa fuerza como del
antipersonalista la fórmula presidencial de la
Estado Nacional por entonces a cargo de Juan
denominada "Concordancia". Esa fórmula será
Domingo Perón. En esos años, Formosa era
Patrón Costas-Iriondo, pero no llegará el momento
Territorio de la Nación (no fue declarada provincia
de las urnas porque irrumpe el golpe de Estado de
sino hasta 1956) y Las Lomitas, un poblado de
1943. Don Robustiano muere en 1965 sin que
escasas familias asentados cerca del Escuadrón de
sobre él cayera condena alguna por los crímenes
Gendarmería.
de la Masacre de Rincón Bomba.
Mediante gestiones del cacique Pablo Navarro y de
su líder espiritual Luciano lograron que se les dieran ropa y comida para que seis de los aborígenes se
trasladaran a Buenos Aires para entrevistarse con Perón. Dice Luis Zapiola, abogado de Lomitas, en un
artículo incluido en un curso de derecho de los Pueblos Indígenas en la UBA que "es tan cierto que
quisieron ver al Presidente en Buenos Aires, como que después desistieron proponiendo que el Presidente
los visitara a ellos "para que éste viera cómo vivían".

Finalmente, el Presidente de la Comisión de Fomento, telegráficamente, solicitó al Gobernador Federal el


urgente envío de ayuda humanitaria, éste se comunica con el Ministro del Interior de la Nación y éste a su
vez le hizo saber al presidente Juan Domingo Perón quien ordenó como parte de una ayuda mayor y planes
de desarrollo tres vagones cargados de mercadería y ropas.

La ayuda llegó a destino, pero el delegado de la Dirección Nacional del Aborigen, Miguel Ortiz, demoró el
cargamento en una estación. Finalmente a Lomitas arribaron dos vagones con media carga y la comida no
se encontraba en condiciones de ser consumida. Sin embargo, ello no fue un impedimento para que los
alimentos se repartieran en el campamento indígena. La hambruna de los pilagás era tal que aún así los
consumieron. Más de un cincuentenar sufrió una intoxicación que les costó sus vidas.

Así estaban las cosas de tensas cuando el cacique Pablito pidió hablar con el jefe de Gendarmería. Era el
10 de octubre y gendarme y cacique debían encontrarse a cielo abierto. Pero a éste último lo siguieron
aproximadamente unas mil mujeres que llevaban consigo retratos de Perón y Evita Duarte y avanzaban
hacia los efectivos. Un centenar de gendarmes abrió el fuego contra el gentío.

En los pocos diarios de la época que dieron cuenta del hecho, se informaba de una sublevación.
"Extraoficialmente informamos a nuestros lectores que en la zona de las Lomitas se habría producido un
levantamiento de indios. Los indios revoltosos pertenecen a los llamados pilagás quienes, según las
confusas noticias que tenemos, vienen bien provistos de armas (...) Ya se habrían producido algunos
encuentros, no se sabe si con los pobladores de la zona o con tropas de la Gendarmería Nacional –Diario
Norte, Formosa, 11 de octubre de 1947, página 1, columna 5".

EXCAVACIONES Y SILENCIO

La causa fue presentada en abril del 2005, y en ella el pueblo pilagá solicita se le pague una indemnización
por daños y perjuicios, lucro cesante, daño emergente, daño moral y determinación de la verdad histórica
por un valor de 100.000.000 de dólares.

Las excavaciones fueron autorizadas por el juez federal formoseño Marcos Bruno Quinteros, en un predio
cercano a Las Lomitas que desde 1987 pertenece a Gendarmería, los últimos días de diciembre. Otro
sobreviviente de la masacre, colaboró con la identificación de la zona, ahora convertida en un bosquecito.

Aunque sólo encontraron hasta el momento huesos humanos que podrían pertenecer a una mujer pilagá,
los abogados y los mismos aborígenes creen que allí podrían hallar cientos de cuerpos muertos en la
masacre de Rincón Bomba.

Esas exhumaciones debieron suspenderse el 30 de diciembre del 2005 por el inicio de la feria judicial y los
patrocinadores de la causa resolvieron pedir ayuda económica a Nación porque consideran que están ante
una tarea de investigación que demandará meses de trabajo en el lugar.

El hecho, que fuera difundido en diarios digitales de la región, cadenas nacionales de televisión y radios
internacionales, no pareció conmover a la comunidad de Las Lomitas, que continuó sin interrumpir sus
habituales actividades y sin inmutarse siguió viendo pasar a los aborígenes por las calles, vendiendo sus
artesanías.

A fuerza de verdad, tampoco la gran mayoría tiene conocimiento de la masacre. La matanza fue ocultada
con celo y pocos documentos hay que revelen los acontecimientos que allí tuvieron lugar 58 años atrás.

"Las Lomitas nació como un asentamiento cercano al ferrocarril y a Gendarmería. La mayoría de los que
acá viven tienen algún familiar en la fuerza. Eso explica en parte porque el hecho aún sigue oculto" comentó
a Momarandu.com Juan Carlos Godoy, delegado del Instituto de Cultura Popular que trabaja con los
aborígenes.

La gente de Lomitas (ciudad de unos 15 mil habitantes, de los cuales una altísima cifra depende de la
administración municipal) ha tenido contacto con las comunidades aborígenes por años, lo cual no
necesariamente significa integración.

Los derechos de los aborígenes son permanentemente violados según comentarios de profesionales y
docentes del lugar. Padecen la discriminación de los "criollos" y el olvido de la clase política que los ha
"recompensado" con la entrega de planes sociales y los utiliza en tiempos electorales para mantener la
ciudad como bastión peronista.
Los aborígenes viven al margen de los blancos, en barrios alejados y con escuelas propias. Además de los
planes Jefes y Jefas de Hogar y de la comercialización de sus artesanías (carteras, monederos, collares de
semillas, tapices, cerámicas, trabajos en madera y canastos) reciben la ayuda del Instituto de Cultura
Popular (INCUPO) que presta capacitación en derechos humanos e información.

"Fue una maldición" dice el presidente de la Federación Pilagá

Por Amelia Presman, 10/06/06

Bartolo Fernández es el presidente de la Federación Pilagá de la zona, una federación que nuclea a unos
5000 aborígenes de esa etnia en toda Formosa. Vive también en el kilómetro 14 y aunque no presenció la
matanza respalda la causa y constituye una de las voces más mediáticas de la comunidad.

"Esto es doloroso pero necesitamos verdad histórica" dijo Fernández a Momarandu.com. Explicó que
aunque el suceso no tomó estado público sino hasta hace muy pocos días, la posibilidad de demandar al
Estado por la matanza de más de medio millar de aborígenes viene siendo discutida en el seno de su
comunidad desde hace mucho tiempo.

"No fueron 500 los que murieron, fueron 1.000. No sabemos cuantos fueron baleados, pero muchos
murieron por comida envenenada y los ancianos por ancianos, y por estar debilitados después de meses de
no tener comida" expresó.

"Gendarmería vino con morteros, ametralladoras y fusiles. Cuando el cacique Pablito quiso hablar con ellos
no pensaba en matar ni tenía armas de fuego. Pensaba en los enfermos y quería tierra propia para
pilagás....Quedamos muy pocos después de eso. La masacre fue una maldición" sostuvo.

En otro orden de cosas, Momarandu.com consultó a Fernández sobre la discriminación que reciben en la
ciudad. Pero para el titular de la federación "la relación humana con la gente de la zona es buena".

"No nos sentimos discriminados en el trato humano, pero si en lo legal".

-¿Podría explicarlo?

- Nosotros elegimos al cacique. El piensa en nosotros y sabe defender su pueblo. Pero ahora en este siglo
no hay más caciques sino representantes municipales y provinciales. Eso es legal. Pero ellos no nos
representan.

-¿Usted se refiere entre otras cosas a la presión que ejercen desde el municipio y la provincia en épocas de
campaña electoral, para votar en determinado sentido?.

-Allí si hay conflicto. Nos tratan mal, nos obligan a votar por alguien que no respeta nuestros derechos. Nos
prometen cosas y después se olvidan.

-Ustedes se dan cuenta de eso, ¿no hay forma de modificar las cosas?

-No es fácil. Los políticos no respetan lo que pensamos. Venimos hablando mucho entre nuestra gente y
con las otras federaciones nos juntamos en marzo.

La discriminación, uno de los principales problemas del aborigen

Por Amelia Presman, 10/06/06

El transeúnte ocasional de la ciudad puede observarlo a simple vista. Los pilagás transitan las arenosas
calles de Las Lomitas pero no permanecen en ellas más que para cumplir con algún quehacer puntual: el
cobro de un plan social, la venta de sus productos, una diligencia pendiente.

Viven desde 1985 aproximadamente en unas 3000 hectáreas que el gobierno provincial les cedió a 14
kilómetros de la ciudad y esa distancia se vuelve casi inaccesible con las lluvias. El agua convierte la tierra
en fango y hay que tener habilidad y un buen vehículo para poder avanzar. No hay luz eléctrica en ese
tramo, no hay teléfonos ni señal para la comunicación satelital.
Los pilagás se movilizan de a pie o en bicicletas aunque por lo general, los días que se pagan los planes
sociales (Jefes y Jefas de Hogar y Plan Familias) suelen trasladarse al Banco en camionetas que por
supuesto cobran el trayecto. Además de los pocos ingresos que para cualquier hogar –no sólo para el
aborigen- significan 150 pesos mensuales, los nativos se amañan con la venta de sus artesanías.

Las comercializan por poco dinero en locales de la ciudad y hay quienes se las compran para luego
revenderlas en Capital Federal. Collares de semillas y cuentas, cintos de yica con hebillas de madera,
carteras y monederos, vasijas de barro, animales de palo santo y tapices son algunas de sus producciones.

En el 14, como todos llaman al poblado de casas dispersas construidas en madera y barro, la gente se
agolpa, curiosa, cuando un extraño ingresa. Las mujeres no hablan: observan, sonríen si algo es de su
agrado. Los hombres son los que dialogan. Entre ellos utilizan su lengua materna, el pilagá, y el castellano
es usado con los criollos y los blancos.

La energía eléctrica llegó hace escasos siete meses y el agua la obtienen mediante un molino. En el caserío
se destaca un humilde rancho que hace las veces de templo. Los aborígenes son evangelistas y celebran
oficios religiosos semanales, a los que acuden las diecisiete familias que habitan el campamento.

La comunidad pilagá considera que las enfermedades no pasan por lo bacterial o infeccioso sino por los
"daños" que unos provocan en otros, aunque en caso de urgencias o de nacimientos acuden al hospital
público de la ciudad. Allí no hay centros sanitarios.

Los niños aprenden el idioma nativo y la gran mayoría inicia el manejo del castellano al inicio de la
educación formal, a los seis años. A la escuela primaria del campamento asisten casi todos, no así a la
secundaria, porque deben ir hasta al pueblo. Es un pequeño grupo el que lo hace e inclusive, un mínimo
porcentaje accede a estudios terciarios mediante la capacitación de de Instituto de Cultura Popular
(INCUPO).

Momarandu.com dialogó con Juan Carlos Godoy, uno de los integrantes de la institución con asiento en Las
Lomitas, Formosa, institución que lleva adelante capacitación de la etnia pilagá. "Realmente son pocos pero
es todo un avance contar con agentes sanitarios en el hospital de Lomitas. Lo que sucede es que es
innegable que el acceso a la educación se dificulta por la escasez de medios económicos y en el fondo, por
la manera diferente con la que cada comunidad observa el mundo" dice.

Discriminación, abuso sexual para con las mujeres aborígenes, empleos mal pagos son algunos de los
rasgos característicos que continúan caracterizando -como desde hace muchos años- la relación entre
blancos y nativos.

Godoy también se refirió al sistema judicial que rige para los aborígenes. "Cuando los conflictos son
menores, lo resuelven bajo sus reglas y normas, en el seno de la misma comunidad. Cuando se ven
excedidos acuden a la Justicia "de los blancos".

Fuente: www.momarandu.com

Aparecen nuevos cadáveres en Rincón Bomba


Por Chaco Día por Día, 17/08/06

Genocidio indígena en Formosa

El Perito Oficial de la causa sobre la Matanza de más de mil indígenas Pilagás, jurisdicción de Las Lomitas
informó al Juez Federal de esa provincia, Dr. Marcos Bruno Quinteros, del hallazgo de nuevos cadáveres de
las víctimas.

El Perito Oficial de la matanza ocurrida en el entonces Territorio Nacional de Formosa, en el año 1.947,
llevado a cabo por tropas de la Gendarmería Nacional Argentina, informó al Juez Federal de la Ciudad de
Formosa, Doctor Marcos Bruno Quinteros, del hallazgo de nuevos cadáveres de víctimas de aquel
genocidio.
Los mismos están localizados en tres zonas más, de las dos descubiertas hasta ahora ( la primera fue en el
28 de diciembre del 2005 en el polígono de tiro de Gendarmería Nacional Argentina en Rincón Bomba y la
segunda el 19 de marzo del 2006 en el Paraje La Felicidad, jurisdicción de la localidad de Pozo del Tigre,
todos de la Provincia del Formosa). La tercer zona se encuentra en el kilómetro 30 jurisdicción de la
localidad de Pozo del Tigre, la cuarta en Colonia Muñiz , distante a 7 km al este de la ciudad de Las
Lomitas, próxima a la ruta nacional Nº 81 y la quinta, nuevamente, en el lugar donde se inició la matanza en
Rincón Bomba.
La ubicación de las distintas tumbas confirman el "sendero de la muerte", que se extendió por más de 40
km, de los que pudieron huir en un primer momento del ametrallamiento del 10 de octubre de aquel año.

Asimiso, ante la petición fundada, solicitada el 3 de abril del 2.006, por los Doctores Carlos Alberto Díaz y
Julio César García, Abogados Apoderados de la parte Actora Federación del Pueblo Pilagá, el Comandante
General de la Gendarmería Nacional Argentina Don Héctor Bernabé Schenone, dispuso, por Resolución Nº
532/06, la apertura de los archivos de esa Institución, lo que constituye un hito histórico, político y jurídico en
el esclarecimiento de crímenes de lesa humanidad en la República Argentina.

Los Doctores Carlos Alberto Díaz y Julio César García en el día de hoy ya han establecido contactos con
Oficiales Auditores de la Gendarmería para comenzar, en los próximos días, con un equipo de
documentalistas y expertos en registros virtuales, los estudios de los archivos que se encontrarían
diseminados entre el Escuadrón de Las Lomitas, la Agrupación Formosa (capital) y el edificio Centinela en
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

(Fuente: Dr. Carlos Alberto Díaz)

Genocidios indígenas, la historia enterrada


Por Eduardo Rodríguez-Baz (PL) / Argenpress, 31/03/06

El reciente hallazgo de unos 27 cadáveres de indígenas pilagá, exterminados durante una matanza en
1947, desenterró uno de los pasajes más virulentos de la historia argentina: el genocidio de los pueblos
aborígenes.

Los restos de los pilagá, parientes lingüísticos de los tobas y wichis, fueron encontrados el pasado 17 de
marzo en un paraje de la provincia de Formosa, a más de 1.200 kilómetros de Buenos Aires, por el Equipo
de Investigación de Crimen Forense.

Enrique Prueger, a cargo del grupo de expertos, reveló a la prensa ese día que algunos de los restos
humanos descubiertos hasta el momento pertenecen a una mujer y otros a un niño.

Según el especialista, no se trata de una fosa, sino que los cadáveres están diseminados en un
descampado ubicado a escasos kilómetros de Pozo del Tigre, una zona de difícil acceso donde para
recorrer 16 kilómetros se necesita una hora de viaje en camioneta.

Prueger realizó el procedimiento junto a peritos de la policía formoseña, como parte de una investigación
autorizada por el juez federal Marcos Quinteros y que en diciembre de 2005 permitió comenzar las
excavaciones.

El luctuoso hecho, prácticamente desconocido, ocurrió en octubre de 1947 y se inscribió en los anales de la
historia argentina como La masacre de Rincón Bomba, cerca de la ciudad de Las Lomitas.

Debieron pasar casi seis décadas para que este terrible acontecimiento saliera a la luz.

En abril de 2005, los abogados Carlos Díaz y Julio García presentaron una denuncia contra el Estado
Nacional por haber cometido crímenes horribles contra el pueblo Pilagá.

Solicitaron ante el Juzgado Federal de Formosa que se le pague una indemnización 'por daños y perjuicios,
lucro cesante, daño emergente, daño moral y determinación de la verdad histórica'.

Gracias a los estudios realizados durante cinco años por ambos magistrados, quienes representan a la
Federación Pilagá, hoy se puede conocer un poco más de aquel verdadero calvario.

Más de 750 integrantes de esa etnia resultaron entonces asesinados cuando, tras negarse a trabajar como
esclavos en los ingenios azucareros de la vecina provincia de Salta, fueron echados por los capataces y
retornaron a sus comunidades en Las Lomitas.

De vuelta a Formosa, la muerte los volvió a asechar ante la escasez de comida.

Luego de reclamar ayuda a las autoridades nacionales, el gobierno del entonces presidente Juan Domingo
Perón envió un tren con ropas, alimentos y medicinas, pero gran parte del cargamento nunca llegó a sus
manos y la comida la recibieron en mal estado.

Sin embargo, los indígenas fueron víctimas de la desidia de los funcionarios provinciales, lo cual precipitó
una masacre ejecutada por uniformados de la Gendarmería Nacional que desoyeron órdenes en sentido
contrario de sus superiores.

De acuerdo con Díaz y García, entre 400 y 500 nativos murieron por el fuego de las ametralladoras, a los
que se sumaron numerosos heridos y más de 200 desaparecidos, entre ellos muchos niños.

Recortes de periódicos de la época, rescatados por los juristas, dieron cuenta que tres vagones llegaron a
Formosa a mediados de septiembre, pero el delegado de la Dirección Nacional del Aborigen, Miguel Ortiz,
los dejó abandonados en la estación.

A principios de octubre llegaron a Las Lomitas merced a la intervención del gobernador provincial, quien tras
enterarse de su retención dispuso la salida inmediatamente.

Pero ya era tarde, un solo compartimiento estaba lleno y en los otros dos apenas quedaba la mitad de la
carga, mientras que los alimentos se habían descompuesto.

Aún así, se repartieron en el campamento y al día siguiente 50 de ellos murieron por los efectos de la
intoxicación.

Pensando que se trataba de una acción premeditada, los autóctonos salieron varias veces a reclamar de
manera pacífica hasta que los gendarmes rodearon el campamento y dispararon sus fusiles contra los
cuerpos inermes de niños, mujeres y ancianos.

Tras el hallazgo del pasado día 17, Díaz confesó estar consternado: es la primera vez que encontramos
tamaña cantidad de cuerpos, lo que demuestra el genocidio que hubo en el país, denunció el magistrado.

Por su parte, el cura párroco de Las Lomitas, Francisco Nazar, solicitó a las entidades de derechos
humanos acompañar la causa de los indígenas para que haya juicio, castigo y reparación histórica por las
matanzas contra los pueblos originarios en Argentina.

'Es una tristeza muy profunda encontrar 27 cuerpos masacrados por el genocidio. Sale a la luz la historia
negada que revela la impunidad que ha habido con los indígenas', sentenció el también fundador de la
Pastoral Aborigen de la Iglesia Católica.

Nazar se dirigió en particular a las emblemáticas Madres y Abuelas de Plaza de Mayo -cuyos hijos y nietos
desaparecieron durante la última dictadura militar-, a quienes pidió involucrarse de manera directa en el
esclarecimiento del atroz suceso.

Su llamamiento tuvo además como destinatario al presidente argentino, Néstor Kirchner.

Así como bajó el cuadro del ex dictador Jorge Rafael Videla (cabecilla del golpe de Estado del 24 de marzo
de 1976), que también descuelgue el de aquellos que masacraron a nuestros hermanos, concluyó el
reconocido religioso.

Los abogados patrocinantes anticiparon que solicitarán a la Justicia la citación de unos 30 gendarmes que
aún están con vida, con el fin de aportar en una causa de violación a los derechos humanos considerada
imprescriptible.

De acuerdo con recientes censos, la comunidad pilagá está integrada en la actualidad por unas cinco mil
personas, quienes residen en zonas rurales de las provincias de Formosa y Chaco, en el noreste de la
nación austral.

Fuente: www.argenpress.info

Resolución inédita y novedosa en el caso de la masacre de Rincón


Por Julio
julmirs@ciudad.com.ar

En un fallo inédito en la Jurisprudencia Argentina y latinoamericana, el Juez Federal de Primera Instancia de


la ciudad de Formosa, capital de la provincia del mismo nombre, Dr. Bruno Quinteros, ordenó al Estado
Nacional Argentino, que se haga cargo de todos los gastos, erogaciones de la investigación en la búsqueda
de restos y las víctimas y fosas comunes, originadas en la denominada Matanza de Rincón Bomba. El juicio
que todavía se haya en trámite se encuentra fundado en la imprescriptibilidad de los crímenes de Lesa
Humanidad perpetrados por tropas de la Gendarmería Nacional Argentina entre el 10 de octubre al 5 de
noviembre, aproximadamente, del año 1947.

En aquella oportunidad, en el paraje cercano a la Localidad de Las Lomitas fueron ultimados entre 700 y
1500 niños, ancianos, mujeres y hombres, desarmados e indefensos pertenecientes al pueblo pilaga, hoy
en proceso de extinción.

En la resolución Nro. 151/2006, del 22 de marzo de este año (2006), el magistrado, en los considerandos,
manifestó que " …fundado en el reciente hallazgo del descubrimiento de la primera fosa común de las
posibles víctimas de la denominada " Matanza de Rincón Bomba"; teniendo presente que el instituto de
"Litis Expensas", previsto por el Código de Rito, ( Art. 651" ), establece el derecho que tiene un litigante a
recibir del contrario una cantidad de dinero que varía según la condición económica del solicitante y que
constituye un medio tendiente a asegurar la vigencia efectiva de la garantía constitucional de igualdad ante
la ley, en atención de la parte accionante (Federación de Comunidades Indígenas de la Etnia Pilaga), al
carácter de solvencia acreditado del demandado (Estado Nacional), y al interés general comprometido en la
causa, ventilada en autos en la cual se pretende el resarcimiento colectivo como consecuencia de la posible
violación de derechos humanos derivados de crímenes de lesa humanidad razón por la cual se hace
necesario ordenar todas las medidas necesarias como resultado de los allanamientos decretados
oportunamente. Firmado Marcos Bruno Quinteros Juez Federal. Liliana E. González Costa Secretaria".

Dicha resolución por lo novedosa e inédita pone de relieve dos cuestiones, una que hace al sujeto
legitimado en la presente acción que es una organización indígena, que reclama el resarcimiento de delitos
de lesa humanidad y por lado lugar amplia el instituto de litis expensa a una causa colectiva e iguala a las
partes en el acceso real y plena al sistema de justicia, superando la mera abstracción teórica de la igualdad
entre las partes. Muchas veces o en la mayoría de los casos el accionante tiene razón en sus peticiones
pero por carecer de medios económicos, frustra sus expectativas aún antes del comienzo de la litis.

Los abogados de la Federación Pilaga Dres. Carlos Alberto Díaz y Julio César Garcia, quienes han iniciado
también la causa por la masacre de Napalpí en 1924 Toba Qom – Mocoví y por el Bombardeo de Plaza de
Mayo del 16 de Junio de 1955, manifestaron la importancia de la resolución del Magistrado Federal
actuante, porque es el primer caso de extensión del Instituto " de las litis expensas", a la problemática de los
derechos humanos. Ello permitirá como en este caso realizar las investigaciones por la búsqueda de fosas
comunas en un amplio territorio del estado formoseño, que durará aproximadamente más de seis meses.

Formosa, 03/04/06

Matanza indígena de Rincón Bomba: Rechazan todas las excepciones


del Estado Nacional
Por Carlos Alberto Díaz y Julio César García, 07/03/07
napalpi1924@yahoo.com.ar; julmirs@ciudad.com.ar

El Juez Federal de la Provincia de Formosa, Doctor Marcos Bruno Quinteros, en un fallo histórico en el País
y Latinoamérica, calificado como ejemplar en medios jurídicos, rechazó "in totum" todas las excepciones
interpuestas por el Estado Nacional en el juicio por la matanza de más de 1.500 niños, ancianos, mujeres y
hombres desarmados de la etnia Pilagá del 10 de octubre del año 1.947 y meses subsiguientes.

El genocidio fue cometido por fuerzas de la Gendarmería Nacional Argentina hace más de 57 años,
saliendo a la luz por las investigaciones realizadas por el Abogado chaqueño Carlos Alberto Díaz que en el
año 2.005 interpuso una acción de resarcimiento, en nombre del Pueblo Pilagá, patrocinando al Doctor Julio
César García.

El 28 de diciembre del año 2005, en cercanías de la localidad Formoseña de Las Lomitas se encontró la
primera tumba común de las víctimas, repitiéndose los hallazgos de tres más en los meses de marzo/abril
del año 2.006, en una zona conocida por Paraje La Felicidad, en cercanías de la localidad de Pozo del
Tigre, en la misma provincia.

Al contestar la demanda el Estado Nacional Argentino a principios del año 2.006, no negó el hecho, pero sí
interpuso tres excepciones procesales: Prescriptibilidad de los Crímenes de Lesa Humanidad (pese a que la
Corte Suprema de Justicia el 14 de junio del año anterior había declarado la imprescriptibilidad de los
mismos), falta de legitimación activa del Pueblo Pilagá para estar en juicio e incompetencia del Juez Federal
de Formosa para atender en la causa.

En la Resolución N° 15/2007, del 5 de Febrero de 2007, el Magistrado, en pormenorizados considerandos


dice:"La excepción de falta de legitimación (por el Estado Nacional Argentino) fue fundada en que no fueron
acreditados derechos sucesorios de las víctimas. Niega que el Pueblo Pilagá pueda ser considerado como
una etnia".

"Como apoyo de la excepción de prescripción postulan que por aplicación de lo establecido por el Art. 4073
del digesto civil, al haberse iniciado la presente acción en el año 2005 han pasado más de 57 años del
hecho generador invocado (30/10/1947)".-

Esgrime, la demandada, que la jurisprudencia de la Corte Suprema referida a la imprescriptibilidad de los


delitos de lesa humanidad no resulta aplicable al caso de marras, rechazando la existencia de un delito de
ejecución continuada.

En los considerandos de la resolución el Doctor Quinteros afirma, con fuerte sentido crítico, que la
Procuración del Tesoro de la República Argentina "dogmatiza" al decir que la imprescriptibilidad no significa
inextinguibilidad, habida cuenta que las acciones tildadas de dicha forma por tratarse de delitos constitutivos
de violaciones a los derechos humanos, lo son exclusivamente en vida del autor o responsable, por lo cual,
de constituirse el tipo penal, podría intentarse la acción si alguno de sus autores o cómplices vivieran.

A su turno, previo traslado de ley, la Federación del Pueblo Pilagá, con la firma de los Abogados Carlos
Alberto Díaz y Julio César García, a fs. 140/165 rechazó, punto por punto, todas las excepciones previas
planteadas, expresando textualmente el Juzgado Federal, que los demandantes puntualizaron lo
"…referente a la falta de legitimación de la Federación Pilagá precisando que la misma posee suficiente
legitimación para estar en juicio fundado en antecedentes constitucionales, en el derecho positivo argentino,
en el derecho internacional consuetudinario y tratados internacionales. Citaron en abono de su posición el la
diferencia del concepto de poblaciones y pueblos indígenas y su relación para estar en juicio"

Sigue diciendo el Juzgador:"Con copiosa doctrina y jurisprudencia, da cuenta de los intereses individuales
homogéneos del pueblo Pilagá y alega la inaplicabilidad de los principios de derecho privado en la tutela
colectiva de los derechos individuales y como derivación lógica de ello, expone, que el concepto de
heredero forzoso no se adapta a los actores de este juicio, toda vez que entiende estar en presencia de un
sujeto colectivo afectado por un hecho estatal dirigido contra los mismos, que justamente tenía por objeto su
exterminio".

Finaliza diciendo que los Actores remarcaron:"En segundo lugar, el mentado hecho afectó bienes
inmanentes como la vida y la identidad de los accionantes, que impactaron en ese momento y los
condiciona en la actualidad para ser parte activa de la sociedad. Remarca significativamente que el 95% de
los indígenas se encuentran bajo la línea de la pobreza, no existen prácticamente asalariados, empleados
en los servicios públicos, fuerzas de seguridad o profesionales de cualquier rama del saber humano,
circunstancia que tiene conexión directa con la generación de temor reverencial. Transcriben doctrina
judicial surgida de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Luego de estos considerandos el Juez en su parte pertinente dice: "Abocándome directamente al


tratamiento de la excepción de incompetencia, no resultará baladí poner de relieve que de una primera
lectura de la excepción de incompetencia ensayada por el Estado Nacional…importa desmerecer toda
argumentación en tal aspecto…".

"Decidido ello, es dable introducirse al análisis de la excepción de prescripción…" dejando sentado el criterio
"…que en las pretensiones indemnizatorias derivadas de delitos de lesa humanidad, no es aplicable plazo
alguno de prescripción, ya sea si la acción se iniciare a partir de lo que establece el Art. 29 del Código
Penal, o si se intentare en sede civil, invocando como sustento de lo antedicho, se ha considerado: "...con
respecto a los plazos de prescripción liberatoria que fija el código civil, es dable destacar que, en modo
alguno podrían ser invocados con sustento, ya que "debe recordarse que la prescripción no puede
separarse de la pretensión jurídicamente demandable" (Fallos 308:1101), y en este caso, el origen del
reclamo reparatorio se basa en el daño ocasionado por un delito de lesa humanidad, y no en uno derivado
de una relación meramente extracontractual, o de un delito penal que no tiene especial connotación de su
imprescriptibilidad".-

Prosigue diciendo:"Que
aún si se quisiera
considerar un plazo de
prescripción, esto no
sería factible, ya que el
delito de carácter
permanente mientras no
se establezca el destino
o paradero de la víctima
desaparecida ha
quedado establecido por
la [Convención]
Interamericana sobre
Desaparición Forzada
de Personas, aprobada
el 9 de junio de 1994 por
la Asamblea General de
la Organización de
Estados Americanos,
cuya ratificación fue
autorizada por el Poder
Legislativo Nacional
mediante ley 24.556, y
en las condiciones de su
vigencia, goza
actualmente de jerarquía
constitucional (Ley
24.280) Art. 75 cinc. 22
de la Constitución
Nacional...a los fines de
la aplicación de un
supuesto plazo de
prescripción, toda "ficción jurídica" deviene inaceptable frente a la realidad palpable de la existencia de este
delito permanente mientras no se establezca el destino o paradero de la víctima desaparecida, tal como
determina taxativamente la Convención supra citada..."

En relación a la excepción de falta de legitimación activa para estar en juicio del Pueblo Pilagá expresó:
"…toda evaluación de la legitimación para estar en juicio, no puede perpetrarse desde un plano
individual…sino que debe ser observada desde una óptica colectiva, pues el mismo derecho positivo
reconoce la calidad de comunidad étnica derivada de su propia estructura social, compuesta por la identidad
del pueblo con la combinación de diversos factores, que implican una abismal diferencia con las figuras e
institutos procesales del derecho común".-
"La necesidad de mayor legitimación frente a los "nuevos derechos"; el individualismo extremo cede paso a
la solidaridad como un integrante natural de la personalidad humana; ergo va de suyo, que para verificar la
legitimación es imprescindible estudiarla en el contexto constitucional, pues el derecho procesal no puede
resolver por sí solo tal cuestionamiento, dado que ningún derecho puede ser válido si no se conforma al
sentimiento jurídico que prevalece en la comunidad reflejada en la carta magna, debiendo siempre
garantizarse el respeto a la dignidad y derechos del hombre".

Llama la atención de la insólita posición del Estado Nacional Argentino, que durante la actual administración
realizó un avance significativo en la reivindicación por la defensa de los Derechos Humanos al decir:
"Paradójicamente el Estado Nacional intenta desmerecer la legitimación para estar en juicio de la
comunidad accionante, sin percatarse que por la modernización del derecho se ha producido un
ensanchamiento de la base de la legitimación procesal como consecuencia de admitir, ya no solo la mera
demanda individual del portador de un derecho subjetivo, sino además, la de otras personas menos
aforadas, pero que, no obstante, alcanzan a exhibir un grado de interés suficientemente protegido como
para pasar el umbral de los tribunales".-

Afirma que "…Se trata de lograr que los seres humanos logren mejor desarrollo individual y la dignidad y
libertad acordes con las circunstancias concretas que les ha tocado vivir en sociedad; de ello se colige que
pretender privar a la "Comunidad Pilagá", de la facultad de acudir a los tribunales es quitarle el más
importante e intenso instrumento de que pueda disponer ante una hipotética lesión de un derecho
constitucional en caso de que no baste con el descubrimiento de la verdad real y su reprochabilidad…".-

Finalmente, señala:"…no puede pasar inadvertido el argumento relativo a la acreditación en juicio de los
derechos sucesorios que establece el Art. 1078 del CC, puesto que tal exigencia resulta a todas luces
inadmisible en la causa, habida cuenta que estamos en presencia de una comunidad de aborígenes
reclamante, debiendo remontarnos a la época de la matanza (década del ´40), tiempo en el cual, el Estado
expuso un notorio desinterés por empadronar e identificar a los pueblos aborígenes, situación que aún en la
actualidad no ha sido totalmente regularizada (la primera campaña para dar documentos a los indígenas
argentinos fue en el año 1.953). De allí que el sujeto pasivo de esta acción no puede valerse de su propia
inercia y la nula investigación posterior del suceso que es denunciado como el "genocidio de una etnia".
Vale decir, como podría pretenderse la aplicación de un instituto constituido entre el causante y su heredero
forzoso, si precisamente una de las premisas básicas de la tarea de recopilar pruebas en esta acusa, se
sostiene en la pretensión de identificar a las víctimas de las que se desconocen, aun hoy, todo dato
personal, razones por las cuales, concluyo dictaminando la improcedencia de tal pretensión.

Al conocerse la sentencia el Doctor Julio César García manifestó la trascendencia del mismo y el hecho que
de ahora en adelante el juicio avanza hacia una pronta resolución con la producción de pruebas
incontrovertibles porque ya existe producido un incidente de prueba anticipada que descubrió tres tumbas
comunes con cientos de cadáveres y se espera que haya más.

Por su parte el Doctor Carlos Alberto Díaz, destacó los fundamentos del Juez Federal Doctor Marcos Bruno
Quinteros, realizando una fuerte crítica a los argumentos defensivos del Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos de la Nación. Afirmó que los fundamentos utilizados exceden los límites de una defensa técnica,
porque han denostados gratuitamente al Pueblo Pilagá y negado lo innegable: la imprescriptibilidad de los
crímenes de lesa humanidad.

Indudablemente, remarcó, pese a los avances en la lucha por las defensas de los Derechos Humanos de
este Gobierno, aún subsisten bolsones dentro del mismo que obran en sentido inverso.

-Es intolerable desde un punto de vista jurídico, ético y humanístico, que existan derechos humanos para no
indígenas y otros devaluados para nuestros Pueblos Originarios- terminó diciendo

Fuente: www.argentina.indymedia.org

Rincón Bomba: Peritos determinaron que aborígenes fueron asesinados


con armas de fuego
Por Corrientes Noticias, 29/06/06
Como conclusión del trabajo de los peritos que investigaron la 'Matanza de Rincón Bomba', hecho ocurrido
en 1947 con la participación de efectivos de Gendarmería Nacional contra cientos de aborígenes pilagás, se
determinó que los naturales murieron como consecuencia del disparo con armas de fuego.

Los abogados que impulsan la investigación están sorprendidos porque el perito que ellos aportaron pidió
junto al perito oficial que se cierre esta etapa del proceso, a lo que el juez accedió. Ahora habrá una
audiencia entre todas las partes.

El abogado Julio García, representante de la comunidad pilagá víctima de la "Matanza de Rincón Bomba"
recordó que recientemente terminaron con las excavaciones en la zona de Las Lomitas y Pozo del Tigre
para determinar la magnitud del hecho ocurrido en 1947, fruto de lo cual se encontraron decenas de
cuerpos, que habrían sido asesinados por la Gendarmería.

"El 4 de julio habrá una audiencia con el perito de la causa, quien hizo una ardua tarea en el descubrimiento
del hecho. Esto obedece a que se habría presentado un informe donde el perito oficial y nuestro perito
informaron al juzgado que su tarea habría finalizado, no le hemos dado esas instrucciones a nuestro perito
por lo que queremos tener una audiencia con el juez y el perito oficial" explicó el abogado en RadioUno
Formosa.

Agregó además que "Estamos en fecha para que el estado nacional presente la contestación de la
demanda, paralelamente por la gravedad del hecho denunciado y el modo en que actúa cuando existen
este tipo de delitos, pedimos que se produzcan pruebas como las excavaciones, para esto interpusimos una
medida cautelar, que fue concedida, en ese sentido estaban habilitados para trabajar los peritos. De manera
sorpresivo se presentó un informe sobre lo realizado pero de manera apresurada se pidió al juzgado el
cierre de esta prueba, a lo que no estamos de acuerdo. El juez aceptó cerrar esta etapa de la causa".

Comentó que el informe detalla los trabajos realizados y reconoce que las investigaciones deben continuar,
por lo que no se entiende que como resultado pidan el cierre del trabajo con el objeto de la regulación de
honorarios.

El informe concluye cómo murieron los aborígenes: "Hay heridos de bala, fotos de las armas que se
utilizaron, una descripción de que los cuerpos fueron trasladados hasta el lugar".

Historia

La llamada "Matanza de Rincón Bomba", acaecida en las cercanías de la hoy ciudad de Las Lomitas,
ocurrió entre el 10 y el 30 del mes de octubre del año 1947, hace 58 años, en el entonces Territorio
Nacional de Formosa.

El Juzgado Federal de Formosa recibió una denuncia de una supuesta violación de derechos humanos por
crímenes de "lesa humanidad", contra el Estado nacional por estos echas. Por la misma se solicita la
indemnización de daños y perjuicios, lucro cesante, daño emergente, daño moral y determinación de la
verdad histórica, a favor del pueblo de argentinos de etnia Pilagá.

Dicha demanda fue presentada por el Abogado Julio César García con el patrocinio del Doctor Carlos
Alberto Díaz. A continuación, la presentación hecha por Díaz y García narrando la forma en que habrían
ocurrido los hechos hace casi 60 años en territorio formoseño. El informe señala que: En el mes de abril de
1947 miles de braceros Pilagás, Tobas y Wichís son despedidos sin indemnización alguna del Ingenio San
Martín de El Tabacal.

En mes antes habían sido traídos, desde el Territorio Nacional de Formosa, caminando cientos de
kilómetros, cargando al hombro sus pobres enseres, sus mujeres y sus niños con la promesa que se les
pagaría $ 6 por día.

Una vez en El Tabacal se les quiso abonar la suma de $ 2,50 por día. "...Considerándose defraudados
recurrieron ante las autoridades respectivas de El Tabacal y no pudieron obtener justicia, por el contrario,
cuando insistieron en sus reclamaciones fueron despedidos inhumanamente. El pueblo condolido les ayudó
dentro de sus posibilidades.

Del Tabacal volvieron a pie hasta Las Lomitas porque carecían de medios para hacerlo por
ferrocarril...".(Diario "Norte", de Formosa del 13 de mayo de 1.947). Allí se reúnen entre 7.000 a 8.000
indígenas según Teófilo Ramón Cruz, Revista Gendarmería Nacional, ed.120-3-1991. Las primeras víctimas
de la hambruna y las enfermedades comenzaron a ser los niños y los ancianos. Luego los hombres y las
mujeres. La situación expulsa a esta población a salir de su ámbito natural y buscar ayuda en las
poblaciones cercanas, ubicándose en el paraje conocido como "Rincón Bomba". Una delegación
encabezada por el Cacique Nola Lagadick y Luciano Córdoba piden ayuda a la Comisión de Fomento de
Las Lomitas y al Jefe del Escuadrón 18 Lomitas de Gendarmería Nacional, Comandante Emilio Fernández
Castellanos.

Se trasladan hasta un descampado, ubicado a 500 metros, aproximadamente, del pueblo "para que se vean
nuestras miserias...". Comienzan a mendigar las madres con sus hijos en brazos, puerta por puerta,
pidiendo tan sólo un poco de pan. Al principio algunos se solidarizan, inclusive el Jefe del Escuadrón de
Gendarmería, como algunos de sus hombres a su mando, se preocupan por la desesperante situación, les
dan yerba, azúcar y ropas. Pero al transcurrir de los días las puertas ya no se abren y no se les recibe más
en el Escuadrón.

"Mandaron lenguaraces al poblado y lograron se concretara el primero de sus pedidos, consistente en


víveres diversos y ropa para vestir (de pies a cabeza) a seis indios, con la misión de posibilitarles su
traslado a Buenos Aires para entrevistar a las autoridades y al Presidente Perón. El jefe de Unidad reunió
entonces a comerciantes y ganaderos obteniendo de su colaboración víveres y ganado en pie que eran
distribuidos por personal del Escuadrón. Así al principio. Pero al poco tiempo, los indios ya no pedían:
exigían. De que primero quisieron ver al Presidente en Buenos Aires, es cierto, tan cierto, como que
después desistieron proponiendo que el Presidente los visitara a ellos "para que viera cómo vivían"... hubo
muchas indigestiones, y hasta dos muertes, más la madre del propio Pablito (el cacique). Amanecieron
indigestados y debido al fuerte descenso de la temperatura en horas de la noche, resfriados y engripados,
aduciendo entonces "haber sido envenenados".

El Presidente de la Comisión de Fomento, telegráficamente, lo impone de la situación al Gobernador


Federal solicitándole el urgente envió de ayuda humanitaria.

El Gobernador se comunica diligentemente con el Ministro del Interior de la Nación haciéndole saber la
gravedad de la situación y la falta de recursos en el territorio para afrontarla. Este a su vez le hace saber al
presidente Juan Domingo Perón quien ordena inmediatamente, como parte de una ayuda mayor y planes
de desarrollo social, el envió de tres vagones por el ferrocarril General Belgrano, con alimentos, ropas y
medicinas. La carga llega a la ciudad de Formosa en la segunda quincena del mes de septiembre
consignada al delegado de la entonces Dirección Nacional del Aborigen Miguel Ortiz.

Permanece en la estación, a la intemperie, diez días aproximadamente. Enterado el gobernador Hertelendy


de la injustificada demora y consiente de la situación de los indígenas, conmina por intermedio y en persona
del Jefe de la Policía Nacional de Territorios, al delegado de la Dirección Nacional del Aborigen la inmediata
partida del cargamento.

A la estación de Las Lomitas, llega un solo vagón lleno, dos semivacíos, los primeros días de octubre de
1947, sólo con alimentos, la mayoría en mal estado por el tiempo transcurrido entre el envío y la
irresponsable dilación en su entrega por parte del Delegado de la Dirección Nacional del Aborigen: harina
con gorgojos y moho; grasa para cocinar derretida por el calor; azúcar; yerba, galletas ya verdes en bolsas.
Son distribuidos y consumidos rápidamente por los miles de famélicos, hambrientos, enfermos,
semidesnudos y debilitados seres humanos.

A las pocas horas comienzan a sentir los síntomas de una intoxicación masiva. Fuertes dolores intestinales,
vómitos, diarreas, desvanecimientos, temblores y nuevamente la muerte... primeramente de los que se
encontraban más débiles que llegó a más de cincuenta, mayormente niños y ancianos. Los gritos y quejidos
de dolor en las noches de las madres que aún sostienen en sus brazos a sus bebes muertos retumbaban en
la noche formoseña. No tenían consuelo. Los primeros son enterrados en el cementerio "cristiano" de Las
Lomitas.

Al ser tantos se les niega que lo sigan haciendo en el mismo, evitando el acceso de los cadáveres al mismo.
No les queda otra posibilidad que hacerlo en el monte. Las ceremonias mortuorias, con sus danzas rituales
marcadas con el ritmo de instrumentos milenarios, retumban noche tras noche.

El jefe del Escuadrón lo llama al Delegado Nacional del Aborigen, increpándolo y pidiéndole explicaciones
sobre las faltas en los abastecimientos y el mal estado en que habían llevado y se habían distribuidos. Este,
al parecer de carácter muy soberbio, le contesta en forma descomedida diciéndole que "...que tanto se
preocupaba si al final son indios...". Fernández Castellanos, muy nervioso por la situación que le toca
manejar e indignado, seguramente, por el desprecio hacia los indígenas demostrado por Ortíz, le pega una
cachetada que lo tira de espaldas en la puerta de su despacho, adelante de algunos de sus subordinados.
Ortiz sale corriendo del Escuadrón y desaparece de Las Lomitas.

Comienza a circular el rumor, lanzado a rodar por no se sabe quién, que aquellas sombras de seres
humanos no sólo ahora hambrientos, desarmados, indefensos, sino también enfermos, estarían por atacar a
no se sabe quién.

Comienza a hablarse del "peligro indio". Gendarmería Nacional forma un "cordón de seguridad" alrededor
del campamento aborigen. No se les permite traspasarlo ni ingresar al pueblo a los Pilagás. Se colocan
ametralladoras en "nidos", en distintos sitios "estratégicos". Ya son más de 100 los gendarmes, armados
con pistolas automáticas y fusiles a repetición que día y noche custodian el "ghetto".

Hasta que sucede lo inexorablemente esperado. En el atardecer del 10 de octubre "...el cacique Pablito
pidió hablar con el Jefe (del escuadrón), por lo que concerté una entrevista a campo abierto. Los indios,
ubicados detrás de un madrejón, nos enfrentaban a su vez, hallándonos con dos ametralladoras pesadas,
apuntando hacia arriba. En los aborígenes (más de 1.000) se notaba la existencia de gran cantidad de
mujeres y niños, quienes portando grandes retratos de Perón y Evita avanzaban desplegados en dirección
nuestra".

En tales instantes se escucharon descargas cerradas de disparos de fusil ametralladora, carabinas y


pistolas, origen de un intenso tiroteo del que el Cte. Fernández Castellanos ordenó un alto de fuego,
pensando procedía de sus dos ametralladoras, lo que no fue así: el 2º Cte. Alia Pueyrredón, sin que nadie lo
supiera, hizo desplegar varias ametralladoras en diferentes lugares del otro lado del madrejón, o sea unos
200 metros de nuestra posición y en medio del monte...".

Se lanzan bengalas para iluminar la dantesca escena y determinar mejor los blancos a tirar. Cientos de
mujeres con sus niños en brazos, ancianos y hombres comienzan a huir hacia ninguna parte que los lleva
fatalmente a la muerte. Con las primeras luces del alba la imagen es dantesca. Más de 300 cadáveres
yacen. Los heridos son rematados. Niños de corta edad, desnudos, caminan o gatean, sucios, entre los
cadáveres, envueltos en llanto.

Luego del ametrallamiento "...pensando que al llegar la noche atacarían avanzando sobre Las Lomitas,
efectuamos tiros al aire desde todos lados para dispersarlos. El tableteo de la ametralladora, en la
oscuridad, debemos recordarlo, impresiona bastante. Muchos huyeron escondiéndose en el monte, al que
obviamente conocían palmo a palmo..." (Comandante Mayor (R) Teófilo Ramón Cruz, ob. cit.).

Pero allí no termina la matanza. Comienza la persecución de los que pudieron escapar, "para que no
queden testigos", contando la Gendarmería Nacional con la "colaboración" de algunos civiles. Van en
dirección a Pozo del Tigre la mayoría, otros para Campo del Cielo, miles se guarnecen en la espesura de
los pocos montes que quedan. En los días subsiguientes son rodeados por las partidas. Y allí nuevamente
son masacrados en distintos lugares (Campo del Cielo, Pozo del Tigre, etc.) más de 200 personas. Entre los
represores ninguna víctima. Se hubiera podido seguir la trayectoria de las tropas por las piras de cadáveres
humanos que se quemaban, porque "no había tiempo para enterrarlos", a medida que avanzaban.

La presentación de los abogados Díaz y García habla de que "en total son asesinados en la "campaña"
entre 400 a 500 argentinos de etnia Pilagá, aproximadamente, además de los heridos y más de 200
"desaparecidos". Ello sumado a los más de 50 muertos por intoxicación, hambre y falta de atención médica
y la desaparición de un número indeterminado de niños, elevan las bajas a más de 750, entre niños,
ancianos, mujeres y hombres. La locura llega al extremo de solicitar la intervención de dos aviones caza-
bombardeos".

Jueves, 29 de junio del 2006

www.corrientesnoticias.com.ar

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Lunes, 30 de marzo de 2009 | Hoy

LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR FORMOSEÑO ORLANDO VAN BR EDAM

“La bronca puede movilizar el deseo de


escribir”
Acaba de publicar las novelas La música en que flotamos y Rincón bomba. Esta última da cuenta de
una de las represiones más sangrientas de la historia argentina, la de los indios pilagás, silenciada
durante años. “Hoy también vivimos asediados por el olvido”, señala.

Por Silvina Friera

A Orlando Van Bredam le gusta que le digan en broma que es un poeta entrerriano y un narrador
formoseño. Más allá de las definiciones que limitan una obra a la arbitrariedad del lugar donde se nace o se
vive, lo que importa es la manera de plantarse ante el mundo. Como narrador, hurga en el pasado y en el
presente como quien juega con un palito en una herida, observa la realidad, se apropia de gestos, roba
escenas, abre la oreja a las frases e historias que lo rodean y anota detalles que la vida cotidiana le entrega
en bandeja. Pero también se nutre de los desechos del inconsciente, de esos materiales que “la mirada de
pulpo de la memoria”, como decía Enrique Molina, recoge azarosamente.

Lector insomne y docente apasionado, hace del buen humor una escuela. Tiene dos nuevas novelas bajo el
brazo: La música en que flotamos (Cuna editorial) y Rincón bomba (Librería De la Paz), ambas publicadas
por editoriales chaqueñas. En la primera, un profesor de literatura jubilado, decide volver a su provincia natal
para recuperar el primer amor de su adolescencia, una prima de la que no se pudo olvidar. Recluido en la
habitación de un hospedaje de Villa Elisa (Entre Ríos), muy enfermo y debilitado por los síntomas que
deterioran su salud, recuerda los poemas de Juan L. Ortiz, su encuentro con el mítico poeta, y los primeros
deslumbramientos literarios; sueña con su padre, dueño de una carnicería con el que tuvo una tensa y
conflictiva relación; evoca a su madre, propensa a pasarle el parte de difuntos del pueblo, a un amigo
desaparecido durante la dictadura, a su prima y el encanto de los encuentros clandestinos; relee a Patricia
Highsmith, subraya fragmentos del Libro del desasosiego, de Pessoa; revisa las anotaciones para su
frustrada novela, Fragmentos del derrumbe, y repasa sus años como docente en Formosa.

Van Bredam explora lo que provoca el desgaste de los años y reflexiona sobre la vocación literaria en esta
extraordinaria novela, finalista del Premio Clarín 2007. “Juan L. Ortiz o simplemente Juanele, como decimos
familiarmente, es siempre un tema de conversación cuando se habla de poesía, tal vez hoy más que en los
años setenta. Se habla menos de su poesía que de su leyenda. Siempre seduce a quien escribe la idea de
vivir poéticamente, de comprometer no sólo la palabra sino también el cuerpo en esa actitud. Debo admitir
que mi primer amor fue la poesía y que el influjo de Juanele y también de otros poetas entrerrianos como
Carlos Mastronardi y Luis Alberto Ruiz aparecen en mis primeros versos”, cuenta el escritor en la entrevista
con Página/12. “Nadie ha definido mejor la poesía que Juanele: ‘Sólo quiero decir/ la misteriosa música en
que flotamos’. Le quité lo de ‘misteriosa’ para evitar que mi novela sea leída desde ese lugar y no desde la
nostalgia, como finalmente fue la intención”, señala el escritor entrerriano de nacimiento, formoseño por
adopción, que reside en El Colorado.

–El personaje de Juanele dice en uno de los capítulos de la novela: “Hay que dejar que la poesía se
mueva en una intemperie sin fin, distraerse largamente del mundo, de las cotidianidades del mundo,
para que ella le toque con su encantamiento”. ¿Se podría aplicar esta definición a la narrativa?

–Le hago decir a Juan L. frases que no dijo nunca pero que, según algunas entrevistas que he leído,
hubiera podido decir. Licencias que me permito desde la ficción que no está obligada, como sabemos, a
decir la verdad. En cuanto a si es posible aplicar este concepto a la narrativa, diría que en mi caso no.
Aunque reconozco que hay narrativas que aspiran a ese estado de gracia, a ese encantamiento del que
habla Ortiz. En la literatura no se puede generalizar, vivimos en un estado de hibridación genérica
constante. Los géneros se auxilian unos a otros y se imbrican permanentemente en el discurso. No podría
hablar de una narrativa pura, sino contaminada de innumerables formatos, que necesito y uso. En La
música en que flotamos y en Rincón Bomba no dudé en incluir versos, prosas poéticas mías o ajenas,
crónicas. Lo que cambia es la manera de plantarme ante el mundo. Mi poesía es hija del ensimismamiento,
del pasado, de la nostalgia, y aspira a la síntesis, a contener en pocos versos todas las experiencias
posibles. En cambio, mi narrativa es el resultado de la observación de la realidad, de poner oído a las
historias que circulan a mi alrededor, de anotar detalles que la vida cotidiana me entrega. No puedo por este
motivo distraerme del mundo como pedía Juanele.

–De la evocación del profesor, resulta muy interesante que recuerde que la más memorable de sus
borracheras fue en abril de 1976, un mes después del golpe. Aunque el motivo fue por una mujer,
¿qué reflexión le merece este dolor íntimo y el dolor público del terror y las desapariciones?

–Suelo decir que escribí La música en que flotamos para no ir al psicoanalista (risas). Esa borrachera por
una mujer es una experiencia personal que atribuyo después al protagonista de la novela como una manera
de verme vivir en el otro y cerrar una herida. Confío muchísimo en el carácter terapéutico de la escritura. Es
desde hace un tiempo, un método, no demasiado consciente, de hacer literatura con mis propios restos.
Una forma de darle dirección y sentido a la memoria. ¿Para qué inventar? Con cincuenta y seis años se
sabe bastante de la vida como para volver sobre ella y reescribirla. Obviamente, como sucede con los
viejos, uno puede corregir esa memoria hasta volverla irreconocible. El golpe de 1976, que se llevó a varios
amigos míos, era un tema inevitable, una herida generacional que había tratado tímidamente en dos o tres
cuentos. Un desgarramiento de esa naturaleza apareció sin esfuerzo cuando evoqué a los hermanos de la
pizzería, a través del olor de la pizza, proustianamente, olor que me acercó al dueño de la pizzería y éste a
su hijo desaparecido. De una manera un tanto elíptica pero gráfica describí ese mundo espantoso y
angustiante de la espera. Todo dolor, íntimo o público, es humano, lo sufre un sujeto o muchos sujetos y la
literatura tiene que hacerse cargo de ellos. Solemos decir que la felicidad no tiene escritores, que a los
poemas y a los relatos los pare la desdicha o el desengaño. Creo que escribir es un acto inconsciente de
completar, arreglar o curar la realidad.
–En la novela aparece la tensión por el origen del protagonista que ha migrado de clase social y
siente una especie de “vergüenza estética” por trabajar en la carnicería del padre. ¿Le pasó algo
similar?

–Me hago cargo de todo o casi todo lo que le sucede al protagonista innominado de mi novela porque a mí
me sucedió. Es una autobiografía encubierta, salvo el final y algunas obsesiones que no tuve ni tengo. Pero
es verdad que me avergonzaba trabajar en la carnicería de mi padre, aunque me gustaba cobrar unos
buenos pesos el fin de semana (risas). Como todo adolescente, había construido una imagen de mí que
volvía irreconciliable un mundo, el del profesorado, con el otro, la carnicería. Hoy no lo percibo así; entre las
cosas buenas que nos trajo la democracia figura la caída de muchos prejuicios, la lenta abolición de la
hipocresía, tan común en aquellos años, y la desvalorización del trabajo intelectual que hace que un
carnicero tenga más prestigio social en una comunidad pequeña como en la que vivo que un docente.

–A la par que el protagonista quiere encontrarse con su prima, también necesita recuperar la poesía
de Neruda, Cuba, las manifestaciones en las calles, cierta esperanza que se respiraba en los años
’70. ¿Estaba en la intención inicial de la novela enlazar el plano amoroso y el político?

–Al comenzar a escribir la novela sólo tenía una frase: “La muerte es la mayor de todas las emociones, por
eso se la reserva para el final”. No sabía qué seguía después. Si una novela policial o una historia de amor.
Obviamente, el tono reflexivo y nostálgico fue imponiendo un tipo de trama determinada. Sobre la marcha,
decidí enfatizar ciertas cuestiones personales pendientes: un amor inconcluso, una militancia, una vocación
literaria, una relación difícil con mis padres, la docencia. Es decir, aquello que no dejaba de estar presente
todos los días en el pensamiento y que debía ser clausurado. Cambié la escritura por el diván (risas).

–El profesor “detestaba el efectismo a que eran propensas las nuevas generaciones”. ¿Qué piensa
Van Bredam sobre esta frase?

–En realidad, el protagonista innominado me hace una crítica a mí como autor de poesías, al desvelo con
que trabajaba las palabras en mis primeros versos en busca de un efecto estético que impresionara al
lector, aunque el contenido no revelara nada trascendente. En la juventud, uno se enamora de las palabras,
prioriza el significante por encima del significado. Uno tiene un mar de palabras y un charquito de ideas. Con
los años, me doy cuenta de que busco cada vez más tener un mar de ideas con un charquito de palabras.
No sé si lo logro pero trabajo en esa dirección.

–Al profesor jubilado le gusta leer, enseñar y escribir, pero en esta tríada el problema parece ser la
escritura. ¿Postergó la escritura por esas otras pasiones asociadas, leer y enseñar, que al mismo
tiempo que son fundamentales en la formación de un escritor, muchas veces le restan tiempo?

–Siempre digo que leo por placer y escribo por necesidad. Una necesidad casi fisiológica. Enseñar es mi
modo de no aislarme del mundo, de conectarme con la gente y también, muchas veces, de reflexionar en
voz alta sobre los interrogantes del escritor, aunque la palabra escritor en mi caso la suelo usar muy poco.
¿Por qué? Bueno, porque mi escritura no tiene la frecuencia que supone debería tener quien así se
presenta ante los otros. En Buenos Aires se puede ser escritor y en algunos casos vivir muy bien de esta
actividad, pero en el interior tenemos que trabajar de lo más cercano a la escritura: la docencia. Disfruto
cuando estoy en clase, cuando descubro un tímido interés en los ojos de mis alumnos. No busco que sean
escritores, quiero que sean lectores. El mundo está lleno de hermosos libros que todavía no hemos leído.
Me alegra descubrir lectores, mucho más que escritores. Quien lee se acerca al pensamiento de muchos,
quien escribe, como en mi caso, sólo se escucha a sí mismo. No creo que la docencia o la lectura hayan
postergado algún escrito mío que valiera la pena. Si algo de lo que escribo vale la pena es porque he sido
un lector insomne y un docente apasionado.

El origen de su interés por Rincón Bomba (paraje cercano a la localidad de Las Lomitas donde tuvo lugar
una de las represiones más sangrientas de nuestra historia, el asesinato de quinientos aborígenes,
mayoritariamente pilagás, por reclamar comida y alimentos) está vinculado a la lectura de una ponencia
sobre la matanza, escrita por las profesoras Marta Kaplán y Delia Riobóo. Van Bredam recuerda que eran
unas pocas páginas en las que se relataba los sucesos de 1947. La matanza fue silenciada durante casi 60
años hasta que en 2005 la Fundación Pilagá hizo la denuncia ante el Juzgado Federal de Formosa. De la
lectura de los expedientes y de otros aportes bibliográficos surgió la idea de escribir la novela. A los ochenta
años, un suboficial retirado de gendarmería, arrepentido por las atrocidades que ha visto, decide hablar.
“Uno se olvida de lo que hizo hace cinco minutos, pero el archivo de todo el pasado encima no se olvida
jamás”, le dice el viejo a la estudiante de periodismo, la única persona que lo escucha sin pensar que está
loco.

–En un momento el narrador hace un paralelismo con Cien años de soledad porque todos olvidan,
todos sufren una amnesia colectiva y no recuerdan la masacre. ¿Por qué se vive como si
estuviéramos permanentemente asediados por una epidemia del olvido?

–Esa pregunta sostiene la trama de la novela. No quise contar sólo la masacre, que aparece narrada con
detalles en los expedientes de la denuncia, sino también narrar el olvido, el sospechoso olvido con que se
cubrió el tema durante casi sesenta años. Para entender esto, hay que interpretar las condiciones políticas
en que se llevó a cabo el despojo de tierras y exterminio de aborígenes en los territorios nacionales de
Chaco y Formosa. Hay que conocer de qué modo operaron los futuros dueños de esas tierras con la
complicidad del Estado de entonces. Hoy también vivimos asediados por el olvido. Antes, por la omisión del
hecho. Ningún diario formoseño de esa época comentó la masacre de Rincón Bomba. Hoy es tanta la
información verdadera y falsa que circula, tan lenta o inocua la Justicia, que al cabo de un determinado
tiempo, algunos impresentables vuelven con la cara lavada y pocos recuerdan qué hicieron. Por eso es tan
importante mantener activa la memoria.

–¿Cómo explica, parafraseando al personaje arrepentido, que todavía haya gente que se enoje si el
Estado ayuda a un pobre desamparado, pero no pregunta nunca de dónde saca la plata el vecino
que es cada vez más rico?
–Lo observo a diario, lo escucho cuando voy al banco o a la escuela. La clase media está hoy más
preocupada por impugnar los planes sociales para desocupados y ancianos que en indagar cómo cierta
gente se ha hecho tan rica de golpe en los últimos cuatro o cinco años. Nuestra clase media es rápida en
aplaudir al “triunfador” y en condenar al desamparado.

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