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Entrevista a Fernando Savater: educar es un acto de

coraje
Fernando Savater.

. Entrevistado por educ.ar en agosto de 2000, Fernando Savater se muestra más


preocupado por la acción terrorista de la ETA y la situación de riesgo que atraviesan las
personas que han sido amenazadas.

Esa inquietud se suma, no obstante, a muchas otras que lo obsesionan en relación con
los desafíos mundiales que plantea el futuro inmediato, marco en el cual Savater
subraya, una vez más, el papel -a su juicio, fundamental- que debe jugar la educación.
El autor de El valor de educar habla, además, desde su rol de filósofo. Asegura que si
bien siguen planteados los eternos interrogantes de siempre -quiénes somos, de dónde
venimos, hacia dónde vamos-, surgen en el presente nuevas preguntas relacionadas con
la existencia o no de vida en otros planetas, la irrupción de la genética o el desafío
planteado por enfermedades como el sida.

P: ¿Sigue siendo optimista en cuanto al rol que desempeña la educación? R: Sigo


siendo una persona que no ve alternativas al rol fundamental que cumple la educación.
No es que piense que lo puede resolver todo. Pero entiendo, como ya lo he dicho en mi
libro El valor de educar, que la mayoría de nuestros problemas podrían empezar a
solucionarse en ese campo. Desgraciadamente hay poco espacio real para el optimismo
ya que, como todos sabemos, la educación es un servicio caro, complejo y que genera
todo tipo de dificultades en muchos países. Y en América latina, para no hablar de las
naciones africanas, esas dificultades son graves. Para concluir en este punto: no es que
yo piense que la educación nos llevará al reino celestial, sino que sinceramente no sé
cómo podrían mejorarse realmente las condiciones del mundo sin pasar primero por
mejorar la educación.

P: A veces ocurre que los propios docentes se muestran desganados o poco


estimulados. ¿Nota que se den clases de una manera ciertamente rutinaria o
burocrática?

R: Sí, y con no poca frecuencia los profesores nos quejamos de que nuestros alumnos
son apáticos o faltos de motivación. Pero deberíamos darnos cuenta de que somos
nosotros los que tenemos la función de motivarlos. Si los alumnos ya estuvieran
entusiasmados, nosotros sobraríamos. Bastaría con recomendarles un libro o que se
metan a navegar por internet. Justamente porque las cosas no funcionan de ese modo
hacen falta docentes buenos, de carne y hueso, que no se limiten a transmitir
conocimientos sino a motivar. Es obvio que eso no puede hacerlo un burócrata o un
señor muy apegado a la rutina. La educación es un acto de coraje y no es aconsejable
para cobardes. No hay que olvidar, de todos modos, que todos los docentes somos seres
humanos y muchas veces estamos abrumados por las burocracias, por los bajos
presupuestos y por la falta de comprensión de la sociedad hacia nosotros. Pero aun así
actuamos, en la mayoría de las veces, con una escondida fe en lo que hacemos.

P: ¿Su fe se extiende al futuro del mundo en general?


R: En cierto sentido sí. Si bien nadie puede creer en un futuro radiante tal como están
las cosas, al menos creo que es posible producir mejoras en ciertos aspectos. Con
esfuerzo tal vez se podrían erradicar ciertas plagas, amortiguar el hambre y las guerras.
Claro que con cada solución aparecen nuevos problemas. Las mismas intervenciones
biogenéticas que pueden dominar ciertas enfermedades son capaces de generar otras
nuevas.

P: El político y escritor italiano Antonio Gramsci creía que el optimismo de la


voluntad solía ir acompañado del pesimismo de la inteligencia...

R: Coincido básicamente con esa idea; la inteligencia puede darse el lujo de comprender
esto que venía diciendo sobre las mejoras que traen nuevas dificultades. Pero la
voluntad no puede sino ser optimista.

P: ¿Qué relación mantiene con internet?

R: Soy algo torpe con ella y la uso mal. Me parece que hoy la red de redes es más que
nada un gran entretenimiento. Y el 90 por ciento de lo que circula por internet es
publicidad comercial. Yo la uso apenas para buscar cosas concretas. Y lo hago, claro, en
la medida de mis posibilidades, que son pequeñas debido, como ya he dicho, a mi
torpeza en ese campo.

P: Busca datos pero elude la navegación...

R: Para navegar prefiero los libros, los sueños y los barcos. De todos modos pienso que
internet puede y debe incorporar más a los estudiantes. No porque la red tenga una
virtud educativa intrínseca, sino porque es un poderoso instrumento, una enciclopedia
virtual al alcance de mucha gente. Aun así sigo resaltando el valor de la persona real
que enseña a individuos reales. La alternativa, si no, es la soledad, el individualismo, el
saber por el saber.

P: ¿A la larga ese aislamiento puede resultar peligroso?

R: Es posible. Pero hasta ahora la humanidad ha sido muy individualista y no ha


desaparecido por eso. Incluso el egoísmo puede comprender también una necesidad de
colaboración. Porque así como hay un egoísmo obtuso que no entiende lo que
verdaderamente conviene a la mayoría, existe también una forma de egoísmo que
entiende que el ser humano es un ser social, que la vida en sociedad exige una
imaginación colectiva y una preocupación por los demás.

P: ¿Cree que con el sida el amor ha quedado resentido?

R: No lo veo así. Ni el amor ni el sexo están dando señales de retirada. A veces se abren
más, a veces se cierran; hay nuevos reglamentos, sí, tanto en el terreno higiénico como
en el ideológico. No creo, sin embargo, que las relaciones sexuales o amorosas en
general se limiten por este tema o que vayan a acotarse en el futuro. P: ¿Cuáles fueron
los grandes amores de su vida? R: Yo formo parte de una familia muy unida, muy
cordial; tanto mis padres como mis hermanos han sido muy importantes en mi vida
afectiva. He tenido también amores y compañías fugaces que han sido muy gratos y
decisivos en mi vida. Tengo, además, un hijo, Amador , que para mí representa a esos
amores que implican tareas, responsabilidades. Y después están los amores más
abstractos: los amores literarios, mi pasión por los caballos. Mi ración de amor está
bastante colmada. P: ¿De dónde nace su pasión por el turf ? R: Mi padre ya la tenía y
yo la adquirí cuando cumplí cinco años. Actualmente estoy escribiendo, justamente, un
libro sobre esto, sobre las carreras y los hipódromos de todo el mundo. El libro se inicia
y se cierra con un texto sobre el Premio Carlos Pellegrini , que se disputa cada año en
Buenos Aires. P: ¿Qué es lo que más le interesa de las carreras? R: Me interesa el
ritual, el esfuerzo, el pura sangre como obra de arte y ese mundo también literario donde
intervienen el juego, el esfuerzo, el riesgo y la pasión. Todo eso pasa en una carrera. P:
Muchas veces los humanos parecemos caballos en plena carrera... R: Pues claro, y
vaya si hay obstáculos que superar. Algunos sólo piensan en ganar. Yo creo que el ser
humano no debería vivir obsesionado por una victoria definitiva. Hay un poema muy
hermoso del poeta checo Rainer María Rilke en el que se pregunta: "¿Quién habla de
triunfo? ¿Quién dice victoria? Eso no es todo". Pienso lo mismo. Supongo que aprender
a vivir una vida compartida, con sus satisfacciones escalonadas en cada momento, es
mucho mejor que soñar con una gran victoria a partir de la cual, dicho sea de paso,
quedaríamos vacíos. P: Como cuando se creía que el mundo marchaba hacia una
liberación total. R: Exacto. Y aún hoy existe gente según la cual llegar a la plenitud es
poseer tanto dinero como Bill Gates. P: ¿Qué piensa al respecto? R: Que debemos
conseguir entre todos una vida terrenal más humana y solidaria y menos cruel que la
presente.

P: ¿Es difícil filosofar en un mundo fascinado por las preguntas prácticas? R: Lo


difícil es reflexionar de una manera independiente. Un amigo mío opina que cuando
alguien dice "yo pienso" o "yo creo" debería decir "yo repito". Daría la impresión de
que pensar hoy en día es básicamente citar a otro. Y eso a mí no me interesa. Tampoco
me importa la filosofía concebida como un lenguaje privado de un grupo de profesores
especializados. P: ¿A qué apunta usted como filósofo? R: A moverme en un ámbito
reflexivo y constante sobre la vida, a no quedarme solamente en lo instrumental. No es
que no me divierta leer un debate académico que, con gran sutileza, discuta un buen
texto de Kant . Pero lo que más me atrae es encontrar el sentido último de las cosas. P:
¿Cree que las preguntas de hoy continúan siendo las mismas de siempre? R:
Algunas lo son, otras son nuevas. La pregunta sobre si hay vida en otros planetas no
pudo realizarse en la Edad Media. Preguntarse en qué consiste la carga genética que nos
transmitimos también es una novedad. Después, claro, los temas eternos: la vida, la
muerte, la justicia, la soledad del hombre y el sentido de la vida.

P: ¿Cree usted que la vida tiene, intrínsecamente, un sentido, más allá del que cada
uno le pueda dar a la propia?

R: No sin nosotros. Lo que nos da sentido es, precisamente, la misma vida. Lo que no
tiene sentido es preguntarnos cuánto mide el metro con el cual medimos ese sentido,
porque no existe un modelo único de existencia. La vida fuera de nosotros no tiene
sentido. Pero para nosotros sí lo tiene.

P: ¿Qué cosas le dan placer?

R: Soy una persona de gustos sencillos. Disfruto de una buena comida, de un amanecer,
de fumar buenos cigarros, de leer un libro, de un buen vaso de vino blanco. No soy nada
rebuscado.
P: ¿Tiene alguna imagen formada de los argentinos?

R: Por suerte, ninguna. Del mismo modo espero que los argentinos no tengan una idea
formada de los españoles. Tengo en ese país buenos amigos, gente concreta en la que
pienso cuando escucho un tango o recuerdo mis paseos por el hipódromo de Palermo.
Pero la verdad es que nunca me gustaron los arquetipos .

Enlaces a sitios de interés


Sitio que reproduce el discurso completo que pronunció Fernando Savater al ser
distinguido -dos años atrás en una universidad venezolana- con el título Honoris Causa.
Allí el pensador se define como un "infiltrado" en el mundo universitario, un espía que
trae vientos y voces de otros ámbitos. La disertación es extensa pero sustanciosa.

Prólogo al libro El valor de educar


Carta a la maestra

Célebre ensayo de Fernando Savater (Ariel, 1997) donde se intenta responder qué es la
educación, qué esperamos de ella y si su razón de ser estriba meramente en transmitir
conocimientos o implica también formar ciudadanos libres y criteriosos para vivir en
democracia. El libro aborda también la tensión entre disciplina y libertad, el eclipse de
las humanidades, los límites de la neutralidad escolar, el papel de la familia, la
formación moral y su relación con el sexo. Savater completa su trabajo con una breve
antología de textos filosóficos y escritos diversos sobre el tema educativo. El valor de
educar se abre con una carta dirigida a una maestra y se cierra con otra destinada a una
ministra de la cartera educativa.

Permíteme, querida amiga, que inicie este libro dirigiéndome a ti para rendirte tributo de
admiración y para encomendarte el destino de estas páginas. Te llamo "amiga" y bien
puedes ser desde luego "amigo", pues a todos y cada uno de los maestros me refiero:
pero optar por el femenino en esta ocasión es algo más que hacer un guiño a lo
políticamente correcto. Primero, porque en este país la enseñanza elemental suele estar
mayoritariamente a cargo del sexo femenino (al menos tal es mi impresión: humillo la
cerviz si las estadísticas me desmienten); segundo, por una razón íntima que queda
aclarada suficientemente con la dedicatoria de la obra y que quizá subyace, como
ofrenda de amor, al propósito mismo de escribirla.

En lo tocante a la admiración, tampoco hay pretensión de halago oportunista. Vaya por


delante que tengo a maestras y maestros por el gremio más necesario, más esforzado y
generoso, más civilizador de cuantos trabajamos para cubrir las demandas de un Estado
democrático. [...]

Actualmente coexiste en este país -y creo que el fenómeno no es una exclusiva


hispánica- el hábito de señalar la escuela como correctora necesaria de todos los vicios e
insuficiencias culturales con la condescendiente minusvaloración del papel social de
maestras y maestros. ¿Que se habla de la violencia juvenil, de la drogadicción, de la
decadencia de la lectura, del retorno de actitudes racistas, etc.? Inmediatamente salta el
diagnóstico que sitúa -desde luego no sin fundamento- en la escuela el campo de batalla
oportuno para prevenir males que más tarde es ya dificilísimo erradicar. Cualquiera
diría por lo tanto que los encargados de esa primera enseñanza de tan radical
importancia son los profesionales a cuya preparación se dedica más celo institucional,
los mejor remunerados y aquellos que merecen la máxima audiencia en los medios de
comunicación. Como bien sabemos, no es así. La opinión popular (paradójicamente
sostenida por las mismas personas convencidas de que sin una buena escuela no puede
haber más que una malísima sociedad) da por supuesto que a maestro no se dedica sino
quien es incapaz de mayores designios, gente inepta para realizar una carrera
universitaria completa y cuya posición socioeconómica ha de ser -¡así son las cosas, qué
le vamos a hacer!- necesariamente ínfima. Incluso existe en España ese dicharacho
aterrador de "pasar más hambre que un maestro de escuela"... En los talking-shows
televisivos o en las tertulias radiofónicas rara vez se invita a un maestro: ¡para qué,
pobrecillos! Y cuando se debaten presupuestos ministeriales, aunque de vez en cuando
se habla retóricamente de dignificar el magisterio (un poco con cierto tonillo entre
paternal y caritativo), las mayores inversiones se da por hecho que deben ser para la
enseñanza superior. Claro, la enseñanza superior debe contar con más recursos que la
enseñanza... ¿inferior? [...]

No soy amigo de convertir la reflexión en lamento. Mi actitud, nada original desde los
estoicos, es contraria a la queja: si lo que nos ofende o preocupa es remediable debemos
poner manos a la obra y si no lo es resulta ocioso deplorarlo, porque este mundo carece
de libro de reclamaciones. Por otra parte, estoy convencido de que tanto en nuestra
época como en cualquier otra sobran argumentos para considerarnos igualmente lejos
del paraíso e igualmente cerca del infierno. Ya sé que es intelectualmente prestigioso
denunciar la presencia siempre abrumadora de los males de este mundo pero yo prefiero
elucidar los bienes difíciles como si pronto fueran a ser menos escasos: es una forma de
empezar a merecerlos y quizá a conseguirlos...

En el caso de un libro sobre la tarea de educar, empero, el optimismo me parece de


rigor: es decir, creo que es la única actitud rigurosa. Veamos: tú misma, amiga maestra,
y yo que también soy profesor y cualquier otro docente podemos ser ideológica o
metafísicamente profundamente pesimistas. Podemos estar convencidos de la
omnipotente maldad o de la triste estupidez del sistema, de la diabólica microfísica del
poder, de la esterilidad a medio o largo plazo de todo esfuerzo humano y de que
"nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir". En fin: lo que sea,
siempre que sea descorazonador. Como individuos y como ciudadanos tenemos perfecto
derecho a verlo todo del color característico de la mayor parte de las hormigas y de gran
número de teléfonos antiguos, es decir, muy negro. Pero en cuanto educadores no nos
queda más remedio que ser optimistas, ¡ay! Y es que la enseñanza presupone el
optimismo tal como la natación exige un medio líquido para ejercitarse. Quien no quiera
mojarse, debe abandonar la natación; quien sienta repugnancia ante el optimismo, que
deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la educación. Porque educar
es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo
de saber que la anima [...] Con verdadero pesimismo puede escribirse contra la
educación, pero el optimismo es imprescindible para estudiarla... y para ejercerla. Los
pesimistas pueden ser buenos domadores pero no buenos maestros. [...] Cobardes o
recelosos, abstenerse. Lo malo es que todos tenemos miedos y recelos, sentimos
desánimo e impotencia y por eso la profesión de maestro -en el más amplio sentido del
noble término, en el más humilde también- es la tarea más sujeta a quiebras
psicológicas, a depresiones, a desalentada fatiga acompañada por la sensación de sufrir
abandono en una sociedad exigente pero desorientada. De ahí nuevamente mi
admiración por vosotras y vosotros, amiga mía. [...]

Nota biográfica de Fernando Savater

El pensador español Fernando Savater.

Fernando Savater nació en San Sebastián, España, en 1947. Es filósofo, ensayista,


narrador, dramaturgo y polemista. Se desempeña como catedrático de Ética en la
Universidad del País Vasco y como catedrático de Filosofía en la Universidad
Complutense de Madrid. Codirige, además, junto a Javier Pradera, la revista Claves de
razón práctica y colabora frecuentemente con columnas periodísticas en el diario El
País de Madrid y en otros medios internacionales. El valor de educar, La infancia
recuperada y Ética como amor propio son algunos títulos destacados de su abundante
producción ensayística. Fue finalista del Premio Planeta con su novela El jardín de las
dudas y recibió, entre otras distinciones, los premios Anagrama de Ensayo y Nacional
de Ensayo, de España.

Notas

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