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CAPÍTULO 6

2. LLEVAOS LAS CARGAS MUTUAMENTE (6/01-06).

1 Hermanos, aun en el caso de que alguno fuera


cogido en algún desliz, vosotros, los espirituales,
procurad reintegrarlo con espíritu de
mansedumbre, no sea que tú también seas
tentado.

Pablo trata a los destinatarios de la carta de hermanos.


Es una exhortación importante que el Apóstol dirige
directamente a sus lectores («procurad»). La
exhortación se apoya en una doble base, que es a la
vez motivo para ponerla en práctica: los cristianos
poseen el Espíritu y todo individuo («no sea que tú...»)
está expuesto a la tentación.

Pablo pone sobre el tapete un acontecimiento


importante de la vida comunitaria: un miembro de la
comunidad es sorprendido en un desliz. Le sorprende
un hermano. Por grave que sea el pecado, éste no
tiene derecho a constituirse en juez; lo que tiene que
hacer es portarse como deudor del Espíritu.

Tal vez la forma de hablar de Pablo encierre una


alusión ligeramente irónica a un título de nobleza, mal
entendido, que los gálatas se atribuían. Lo que quiere
decirles es esto: Sí, es cierto que sois espirituales, pero
eso no os capacita para consideraros superiores y
mirar de arriba abajo a los que han caído; el Espíritu
que poseéis os exige tratar con mansedumbre al
hermano.

Cuando la reprensión no se hace con espíritu de


mansedumbre, es una obra de la carne; lo único que
consigue es que estalle la ira y, con ella, la discordia y
las enemistades. Cuando, en cambio, se hace con
propósitos pastorales, con amor y mansedumbre, la
reprensión imita la suavidad con que Jesús salía al
encuentro de los pecadores. Al reprender a su
hermano, el cristiano debe mirarse a sí mismo.
Mirándose a sí mismo, no olvidará que todo hombre
comete faltas, porque todo hombre está expuesto a la
tentación. También el cristiano espiritual camina por
una pasarela estrecha, de la que puede caer. Si un
hermano ha caído, debe reintegrarlo al buen camino.
La fragilidad del cristiano es mayor cuando no es
consciente de ella. «Quien se sienta seguro, procure no
caer» (lCor 10,12).

2 Lleve cada uno las cargas de los otros, y así


cumpliréis la ley de Cristo.

Los cristianos han de ayudarse a llevar sus cargas. Es


cierto que ya no tienen que soportar la carga del yugo
de la ley, pero la vida del cristiano comporta también
una carga que a veces es demasiado pesada para uno
solo. Por eso deben ayudarse a llevar su carga. No se
refiere sólo a la carga que se deriva del hecho de
hallarse expuestos a la tentación, sino a todos los
lastres que imponen la debilidad y la maldad humanas.
Condición indispensable para esta ayuda mutua es que
«no vivamos para complacernos a nosotros mismos»,
sino «procurando dar gusto al prójimo en lo que es
bueno y puede edificarle» (Rom ]5,1s). Esto es seguir
a Cristo.

Ayudándose mutuamente se cumple la ley de Cristo. El


Apóstol acuña aquí una expresión que se opone a la ley
antigua, tanto judía como pagana. El mundo nuevo,
que se ha iniciado con la muerte salvadora de Cristo,
tiene también su ley: la ley de Cristo. El judaísmo
esperaba del Mesías una nueva ley, que no había de
sustituir a la antigua sino interpretarla nueva y
plenamente 64. Pero Cristo trajo un modo de vida
totalmente nuevo; Cristo es el fin de la ley (Rom 10,4).
Esta nueva vida se vive en la fe y en el amor, que es
activo mediante la fe; se vive, en definitiva, gracias a
la actuación del Espíritu Santo. Así es como llega el
cristiano a la justificación, y hereda el reino de Dios. El
Apóstol puede decir al cristiano: «La ley del Espíritu de
vida que está en Cristo Jesús, te ha liberado de la ley
del pecado y de la muerte» (Rom 8,2). También la ley
de Cristo tiene sus exigencias. Pide amor fraterno, que
es fruto del Espíritu y lleva a la vida. La ley antigua, al
contrario, pedía la justificación de sí misma y conducía
al pecado y a la muerte.
...............
64. La expresión «ley del Mesías» sólo se encuentra una vez en el
judaísmo, y también allí el Mesías se presenta como el que
reinterpreta la ley antigua con la fuerza de Días.
...............

3 Pues si alguno cree que es algo, no siendo


nada, se engaña a sí mismo miserablemente.

Igual que antes (6,1), Pablo fundamenta aquí el


servicio al prójimo echando un vistazo al propio yo.
Debemos ayudarnos a llevar nuestras cargas porque
ninguno de nosotros es nada. Lo que somos lo hemos
recibido, y lo que hemos conseguido por nosotros
mismos no es decisivo ante Dios. Envanecerse por el
propio cristianismo o por la propia madurez, querer
compararse con otro, sería engañarse miserablemente
a sí mismo.

4 Examine cada uno su propia obra, y entonces


podrá tener motivos de satisfacción, pero sólo
con respecto a sí mismo, y no comparándose con
los demás.

Para evitar ese engaño, cada uno debe examinarse a sí


mismo y examinar su propia obra. Haciéndolo así, no
juzgará su obra por lo que otro haya hecho o dejado de
hacer, sino por lo que Dios le pide. ¿Podrá aún
gloriarse? Sí, pero sólo porque sabe que Cristo es el
fundamento y objetivo de su gloria, pues el Espíritu,
que poseemos «en Cristo», ha producido su fruto en
nosotros. Nuestras buenas obras son dones de Dios.

5 Pues cada uno ha de llevar su propia carga.

Esta frase de la propia carga, que cada uno ha de


llevar, parece un proverbio. Es la razón de que cada
uno tenga que examinar su propia obra. El cristiano
tiene que hacerlo porque es responsable de su obra.
Tiene que presentarla ante el tribunal de Dios, y allí no
podrá comparar sus méritos con los de los demás y
decir que son superiores. No tiene gloria propia. No
puede salir airoso sin la acción del Espíritu de Dios, que
es quien le permite realizar su obra. Cada uno es
responsable de la obra de su vida, que se construye
sobre los cimientos de los dones de la fe y de la fuerza
del Espíritu, y tendrá que presentarla ante el juez
divina.

6 El que recibe la enseñanza de la palabra, haga


participar de toda clase de bienes al que le
enseña.

De nuevo exhorta el Apóstol a la solidaridad. Se refiere


esta vez a la que debe existir entre el que recibe la
enseñanza de la palabra de Dios (catecúmeno) y el que
le enseña (catequista). Alude Pablo a los maestros de
las comunidades, que se encargaban, de ordinario, de
la educación cristiana 65. Tal vez ya entonces
empezaba a surgir en las comunidades una relación
personal entre maestro y discípulos, semejante a la
que sabemos existía en el judaísmo entre los escribas y
sus alumnos.

El discípulo debe hacer partícipe a su maestro de toda


clase de bienes. Se trata de una comunión mutua. El
maestro hace partícipe al discípulo de los bienes de la
doctrina y éste le da en cambio los bienes que el
maestro necesita para mantenerse. Pablo presupone
que la comunidad apoya con bienes terrenos al
predicador del Evangelio 66. No habla aquí de la
comunidad como tal, sino de la obligación personal del
que recibe la doctrina. La conciencia de poseer el
Espíritu ha inducido a los cristianos de Galacia a pasar
por alto estos detalles simples de la vida cotidiana.
...............
65. Eso no autoriza a pensar aún en un catecumenado firmemente
establecido.
66. Cf. 1Co 9,4-14.
......................

V. QUIEN SIEMBRA EN EL ESPÍRITU, COSECHARÁ VIDA


ETERNA (6/07-10).
Pablo utiliza la parábola de la siembra y la cosecha La
seguridad con que el labrador espera la cosecha
muestra que cada uno cosechará lo que haya
sembrado. La cosecha tiene lugar en el juicio de Dios.
He aquí un nuevo motivo del obrar moral del cristiano:
Dios remunerará al final. La remuneración será vida
eterna o perdición eterna. Pero la remuneración
depende de la decisión del hombre: a favor de la carne
o a favor del Espíritu.

7 No os engañéis: de Dios no hay quien se burle;


pues lo que el hombre sembrare, eso mismo
cosechará.

Con una llamada a no engañarse o dejarse extraviar


comienza Pablo el período final de la parte exhortativa
de su epístola. Si uno, consciente de que posee el
Espíritu, piensa que las pequeñeces cotidianas y
ordinarias no pueden tener peso decisivo vistas sobre
el fondo de la totalidad de la vida, se engaña
miserablemente. Esas pequeñeces pueden decidir la
vida eterna. No siempre saltan a la vista y,
precisamente por eso, es fácil pasarlas por alto. El
cristiano debe examinar su conciencia sobre ellas, debe
probarse a sí mismo. De Dios no hay quien se burle. Se
menosprecia a Dios cuando uno se gloría del Espíritu
que Dios le ha dado, pero sin acomodar su vida a ese
Espíritu. Quien se opone al Espíritu se cierra a Dios. La
divinidad de Dios le obliga a no dejarse menospreciar.
Tomará venganza del hombre que se comporte así. No
se dejará menospreciar; Dios no está indefenso.

Para fundamentar el carácter decisivo de las acciones


humanas aduce Pablo una especie de proverbio: lo que
el hombre sembrare, eso mismo cosechará. En la mano
del hombre está elegir una u otra semilla. Al elegir la
simiente, predetermina la cosecha. Nótese que Pablo
no acepta sin más ni más un proverbio de la filosofía
contemporánea, en el versículo siguiente (6-8)
interpreta la imagen en sentido cristiano. Es consciente
de que, en el fondo, esa filosofía hace depender la
cosecha de la vida humana exclusivamente de la
elección de la semilla, es decir, del rendimiento de la
vida humana.

8 El que siembra en su propia carne, de la carne


cosechará corrupción; pero el que siembra en el
Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.

Al aplicar esta parábola de la siembra y la cosecha a la


vida cristiana introduce en ella una modificación: lo
decisivo no es la simiente, sino el suelo en que se
siembra. Quien siembre en la carne, cosechará
corrupción. Quien se entrega a su existencia terrena y
confía en las obras de la carne y espera fruto de ella,
cosechará corrupción, pues de la carne no pueden
brotar más que obras de la carne; de ella no pueden
brotar más que vicios, que conducen a la perdición. Lo
que ahora crece ocultamente, aparecerá a la luz en el
día de Jesucristo, cuando tendrá lugar la cosecha.

Quien, al contrario, siembra en el Espíritu, del Espíritu


cosechará vida eternas. Quien elige el Espíritu como
tierra para sus acciones, es decir, quien en su actuar se
deja guiar por el Espíritu Santo, cosechará vida eterna
sobre ese suelo divino. La vida eterna no es, pues, una
mera recompensa a nuestras buenas acciones; no se
nos da porque nuestras acciones merezcan por sí solas
tal recompensa. La cosecha de la vida eterna se apoya
en el Espíritu, que hace que nuestro obrar fructifique
para la cosecha, pues el Espíritu de Dios da vida y
produce fruto.

9 No nos cansemos, pues, de hacer el bien; que a


su tiempo cosecharemos, si no desmayamos.

Sembrar en el Espíritu significa hacer el bien. El


Espíritu es el que da a las acciones buenas su cualidad
de tales. Las hacemos nosotros, pero el Espíritu es su
fundamento. Las hacen los hombres, pero con la vista
puesta en el Espíritu, guiándose por el Espíritu y por su
voluntad. Obrando así, el hombre hace el bien.

Es fácil que al hacer el bien el cristiano llegue a


sentirse desalentado. Pero nunca debe desmayar. Su
caminar es una carrera que no admite altos. No
podemos permitir que flaqueen nuestras fuerzas,
influidos por aquellos que se limitan a juzgar
carnalmente todo el obrar humano y a medirlo todo por
su éxito externo. El bien que hacemos es fruto del
Espíritu y tiene por esa razón fuerza interna. No
debemos, pues, desmayar. Sólo los que no desmayan
recogen la cosecha.

Cuando he obrado bien, quisiera que el tiempo de la


cosecha estuviera cerca; pero la cosecha llega a su
tiempo. Dios sabe cuando es el momento. Lo que tengo
que hacer es obrar continuamente en el Espíritu.
«Quien perseverare hasta el fin, se salvará» (Mt
10,22). Esto tiene especial aplicación en caso de
persecución por los poderes terrenos y en la tribulación
de los últimos días, en los que «el amor se enfriará en
muchos» (Mt 24,12s).

10 Así pues, mientras tenemos tiempo, hagamos


el bien para todos, y sobre todo para nuestros
hermanos en la fe.

Como punto final de sus exhortaciones, Pablo insta a


los gálatas a practicar el bien para con todos. No se
puede excluir a ningún hombre, pero como no es
posible relacionarse con todos los hombres, el amor
debe demostrarse allí donde estamos: hay que
ejercerlo haciendo el bien a nuestros hermanos en la
fe, a los que habitan en la misma casa de Dios, la
Iglesia. Nuestros hermanos en la fe son los que han
sido colocados, por la gracia de Dios, en la misma
familia a que yo pertenezco: la Iglesia.

Mientras tenemos oportunidad. El tiempo que falta


para la cosecha, el tiempo de la siembra, es, según el
Apóstol, nuestra gran oportunidad. Tenemos aún
tiempo y posibilidad de practicar el bien; hemos de
aprovechar este tiempo.

CONCLUSlÓN DE LA CARTA 6/11-18.


1. CONCLUSIÓN DE PUÑO Y LETRA DEL APÓSTOL
(6,11).

11 Ved con qué letras tan grandes os escribo de


mi puño y letra.

Si hasta aquí el Apóstol había dictado su carta a un


secretario, ahora escribe de su puño y letra. En las
cartas antiguas no era usual poner la firma. Sí era
costumbre añadir de propio puño y letra algunas
observaciones finales. Pablo se ajusta a esta
costumbre. Escribe con letras especialmente grandes.
También en esto se ajusta a su ambiente. Las frases
que hoy subrayaríamos o haríamos resaltar
imprimiéndolas en negrilla se escribían entonces en los
documentos con caracteres mayores que los ordinarios.
La intención del Apóstol es hacer resaltar una vez mas
al final de su carta el objetivo esencial de ella. Lo que
ahora escribe vale la pena subrayarlo. Escrito por el
Apóstol, tiene carácter oficial. Pablo habla a los gálatas
en virtud de su autoridad apostólica.

2. Los FALSOS MAESTROS, Al DESCUBIERTO (6,12-


13).

12 Todos los que quieren hacer un buen papel en


la carne son los que precisamente os empujan a
la circuncisión, sólo para evitar la persecución
por la cruz de Cristo.

Pablo da el golpe de gracia a sus adversarios


descubriendo a los gálatas quiénes son realmente y
qué es lo que quieren. Intentan implantar la
circuncisión entre los gálatas. Esto ya lo saben los
cristianos. Os empujan a la circuncisión. Les empujan,
obligándoles casi, pero con todo, su éxito no está aún
asegurado.

Para evitarlo, descubre Pablo los motivos secretos de


sus adversarios. Quieren hacer un buen papel en la
carne. Proponiéndose que los cristianos se circunciden
en la carne quieren aparecer ante el mundo como
predicadores con éxito; quieren gloriarse de la carne de
los gálatas. El hecho de que quieran presentar la carne
de los gálatas como testimonio del propio éxito hace
patente la «carnalidad» de estos agitadores. Piensan
según este mundo, que ha sido reducido a la nada por
la cruz de Cristo. En sus esfuerzos no siguen al
Espíritu.

Tras este deseo de los adversarios de Pablo yace aún


otro motivo que manifiesta también su mentalidad
«carnal», egoísta. No quieren padecer persecución por
la cruz de Cristo. Si predicasen la cruz de Cristo con
todas sus consecuencias y sin quitar nada, serían
perseguidos por los judíos, pero si, en cambio,
predican la circuncisión como camino hacia la
salvación, los judíos no se opondrán a que hablen
también de Cristo. Serían meros cabecillas de una
tendencia especial judía, de una secta. El motivo, pues,
que mueve a los falsos maestros de Galacia es muy
egoísta. En el fondo, es cobardía. Su postura es
totalmente opuesta a la del Apóstol, que predica la cruz
con valentía y rechaza la circuncisión como medio que
justifique, y sufre persecución precisamente por eso.

13 Pues los que tanto traen y llevan la


circuncisión, después no observan la ley, sino que
pretenden que vosotros os circuncidéis, para
gloriarse en vuestra carne.

Los agitadores judeocristianos de Galacia no observan


la ley. No pueden observarla, o no quieren. Para Pablo
es importante el hecho de que los que, estando
circuncidados, producen agitación entre los gálatas
hablando a favor de la circuncisión, no cumplan los
preceptos de la ley. En esto consiste la contradicción
del camino judío hacia la salvación: por razón de la
circuncisión uno está obligado a observar toda la ley,
pero nunca llega a cumplirla totalmente. No es, sin
embargo, a esta contradicción a la que aquí quiere
aludir únicamente el Apóstol. Quiere hacer patente el
motivo más profundo que está tras su deseo. En el
fondo, no quieren cumplir la ley; lo que quieren es
poder gloriarse en la carne de los gálatas. Si se
preocupan por la circuncisión no es porque les
preocupe también la obediencia a la ley; lo que les
mueve es su deseo de gloria. Lo que buscan con la
circuncisión de la carne de los gálatas no es dar
satisfacción a la ley, sino satisfacer su propio deseo de
honores. También en este punto su conducta es
totalmente opuesta a la de Pablo.

3. PABLO SE GLORIA EN LA CRUZ DE CRISTO (6,14-


16).

14 Pero a mí líbreme Dios de gloriarme en otra


cosa que no sea la cruz de nuestro Señor
Jesucristo, por la cual el mundo ha sido
crucificado para mí, y yo para el mundo.

El Apóstol recusa enérgicamente esa gloria en la carne,


que quieren imputarle los adversarios. La expresión
«pero a mí líbreme Dios» es a un tiempo
reconocimiento sin titubeos y súplica. Para el Apóstol,
que ha logrado ver el alcance y el significado que tiene
la muerte de Cristo en la cruz, que está adscrito a ella,
no es posible ya la gloria que estriba en los méritos del
hombre. Está convencido de que la gracia de Dios
justifica y enaltece con la cruz. Pero en la medida en
que, para Pablo, cabe hablar todavía de gloria, esta
gloria sólo persigue un objeto: la cruz de Cristo. El
Apóstol se gloría en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo. Justamente lo que parece a sus adversarios
vergonzosa ignominia, es para Pablo motivo de orgullo.
La cruz es lo único de lo que él se gloría. Y esta gloria
no es el resultado de las honrosas empresas
consumadas por él, pues, en realidad, dimana de la
empresa divina de nuestra redención, llevada a cabo
por Cristo. De este modo, el hombre es merecedor de
gloria y honor, por cuanto aparece justificado a los ojos
de Dios por la cruz de Cristo. Pero esta gloria
conseguida por la cruz dignifica, en último término, no
al hombre, sino a la cruz y a través de ella al mismo
Dios.

Pablo apoya su negativa a buscar su propia gloria en el


hecho fundamental que su fe le presenta ante los ojos:
por la cruz de Cristo está el mundo crucificado para el
cristiano; pero, en justa correspondencia, también el
yo del hombre está crucificado para el mundo. La cruz
es el instrumento de que Dios se sirvió para crucificar
al mundo y al hombre viejo. El haber muerto Cristo en
la cruz significa que el mundo ha sido entregado a la
muerte y con él todo lo que pretende reivindicar del
hombre. Este mundo no puede ya contar con un
hombre, que ha sido «crucificado con Cristo», en el
bautismo (2,19). Pues en realidad este hombre ha
desaparecido para el mundo. Dios ha dictaminado
sentencia de muerte contra el viejo mundo de leyes y
pecado, por medio de la cruz de su Hijo, pero lo mismo
ha hecho con el hombre viejo, el que se enorgullece,
egoísta, de sus méritos ante la ley. De esta forma ha
fulminado la gloria del mundo y del hombre carnal, y
sobreencumbrado la gloria de aquel a quien compete la
gloria y el honor. La cruz de Cristo, no tiene, por tanto,
exclusiva proyección sobre el hombre que la acepta en
su fe, como senda de salvación. Su alcance es
realmente de proporciones cósmicas, por cuanto quita
su razón de ser al viejo mundo y allana el camino para
una nueva creación.

15 Pues lo decisivo no es circuncisión ni


incircuncisión, sino la criatura nueva.

Visto el aspecto negativo, he aquí lo que caracteriza al


mundo nuevo: lo decisivo no es circuncisión ni
incircuncisión. La cruz de Cristo no sólo ha privado a la
circuncisión y a la incircuncisión de su fuerza, sino
incluso de su existencia real. Es cierto que a los ojos
del mundo siguen existiendo, pero ante Dios y para
Dios no constituyen formas esenciales de existir. Ante
Dios y en relación con la salvación no cuentan nada,
simplemente. Ni el circuncidado, por el hecho de serlo,
es justo ante Dios, ni el incircunciso, por no serlo, deja
de estar justificado.

El aspecto de la cruz que repercute en nosotros es la


nueva criatura, que con la resurrección del Señor se
hizo realidad para los suyos. Cristo es la primicia de los
que duermen. Los que han sido crucificados con Cristo
en el bautismo han sido también resucitados con él
(Rom 6,4s). Son, «en Cristo», hombres de esta nueva
creación: «Cualquier cristiano es una nueva creación;
lo viejo ya pasó y ha empezado lo nuevo» (2Cor 5,17).
Ser un hombre de la nueva creación significa, pues, ser
«en Cristo», lo que, a su vez, significa, en la vida
práctica, fe y amor. En Cristo se ha restaurado, en un
plano superior, la unidad de la humanidad: ya no hay
judíos ni paganos, no hay circuncisos ni incircuncisos:
sólo hay hijos de Dios.

Por esa razón se gloría Pablo en la cruz. La gloria del


cristiano incluye alegría auténtica y conciencia clara de
sí mismo. Es cierto que el cristiano rehuye la propia
glorificación, peculiar de los hijos del mundo, y que la
gloria de la cruz la remite, en último término, a Dios,
pero está contento de ser un hijo de Dios de la nueva
creación, siente el legítimo orgullo de pertenecer a la
familia de Dios en Cristo. Es hijo entusiasta de la
comunidad, que representa el nuevo pueblo de Dios: la
Iglesia.

16 Y sobre los que se ajustan a esta regla,


misericordia y paz de Dios, incluso sobre Israel.

El Apóstol bendice a los que se ajustan a esta regla. Su


deseo sería dejar caer la bendición de Dios sobre
todos, pero es consciente de que los gálatas están en
peligro de no ajustarse a esta regla fundamental de la
vida cristiana. Por eso la fórmula de la bendición
incluye una amonestación oculta a no situarse fuera del
ámbito de la bendición. El cristiano debe tener en
cuenta, siempre y en todo, que la nueva creación ya ha
comenzado. Por ella debe guiarse. Si atiende a las
normas del mundo antiguo, que ha sido condenado a
muerte, si considera la circuncisión como algo
necesario para alcanzar la salvación, la bendición de
Dios no cae sobre él.

Dios derrama paz y misericordia sobre aquellos que


son verdaderos hijos suyos en la nueva creación, sobre
los que de la gracia de Dios esperan la salvación. Se
les concede el don que anhelan. Viven en paz con Dios;
en el mundo nuevo y tienen la salvación. Serán
tratados con misericordia en el juicio de Dios, pues
Dios les ha justificado ya. En ellos, la voluntad de
nuestro Padre celestial alcanza su objetivo:
arrancarnos de este mundo actual y malvado (1,4).

Al principio de su bendición se refería Pablo a los


gálatas, de quienes esperaba que se ajustaran a la
norma de la nueva creación; al final, se dirige a todos
los cristianos. Ellos forman el nuevo Israel. La Iglesia
es el pueblo de Dios del mundo nuevo, que ha sido
creado por la muerte de Cristo en la cruz. Ellos son los
destinatarios de las promesas de Dios. Están en
oposición al «Israel según la carne» (lCor 10,18). Su
gloria y su agradecimiento radican en que Dios los ha
elegido para formar su pueblo.

4. EXHORTACIÓN FINAL Y DESEO DE BENDICIÓN


(6,17-18).

17 De aquí en adelante, que nadie venga a


añadirme molestias, pues llevo en mi cuerpo las
marcas de Jesús.

El Apóstol concluye con energía, pidiendo que nadie


venga a añadirle molestias en el futuro. En adelante,
nadie debe molestarle: ni sus adversarios con sus
pretensiones, ni los gálatas con su transigencia. La
forma escueta que usa expresa el deseo y la firme
esperanza de Pablo de haber puesto fin al asunto con
su escrito apostólico. En apoyo de su demanda recurre
a su autoridad apostólica.

Lleva las marcas de Jesús en su cuerpo. Las cicatrices


de las heridas recibidas como apóstol al servicio de su
Señor le hacen semejante a éste. Por esa razón, las
cicatrices de Pablo son marcas de Jesús en doble
sentido. Pero estas palabras sugerían, además, al
lector contemporáneo, una tercera relación: le traían a
la mente la marca del esclavo como propiedad de su
señor, y caían en la cuenta de que Pablo se sentía
esclavo de Cristo (1,10), protegido por la marca de su
Señor. Los gálatas no se atreverán a oponerse al
servidor de Cristo.
18 La gracia de nuestro señor Jesucristo esté con
vuestro espíritu, hermanos. Amén.

La última palabra que dirige a los gálatas es de


bendición. Es como si hubiera vuelto a ganar ya a los
gálatas. A diferencia de otras cartas, en ésta no envía
saludos de tipo personal. Envía a las comunidades la
gracia de nuestro señor Jesucristo. Aunque también en
otras cartas del Apóstol aparece esta forma de saludar
con una bendición, aquí, dirigida a los gálatas, tiene un
acento especial: la benevolencia y el imperio de gracia
de Dios les llegan por Jesucristo.

Antes del «amén» se dirige a ellos con el termino


hermanos, que no aparece en la bendición final de las
demás cartas de Pablo. Al dirigirse a los gálatas, Pablo
recurre conscientemente a su comunión fraterna con
ellos. Esta forma de dirigirse a ellos debe contribuir a
rehacer la unidad fraterna, que está amenazada. El
escrito polémico del Apóstol termina con un cordial
aliento fraterno.

La carta concluye con la respuesta de la comunidad en


los actos cultuales: Amen. Al final de su bendición de
despedida pone Pablo la respuesta con que la Iglesia
solía concluir, asintiendo, la oración y las bendiciones.
Ese «amén» se refiere a toda la carta. Debería leerse
en los actos de culto de las comunidades y, entonces,
las comunidades cristianas darán su «amén»: seguirán
al Apóstol en el camino de la gracia y de la fe, de la
libertad y el amor.

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