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CONCLUSIONES A LA SEGUNDA CRÍTICA: LOS BIENES SOCIALES PRIMARIOS.

En el extenso debate sobre los bienes primarios debe reconocerse que, en la concepción de
Rawls, ellos representan aquellas cosas que contribuyen efectivamente para la realización
de las expectativas y planes racionales de vida de las personas. Se trata de contar con los
instrumentos adecuados en el logro de la materialización de los proyectos de vida o en el
alcance del bien, de tal manera que representan un elemento fundamental de una efectiva
justicia distributiva en las sociedades modernas. También se refieren a todas aquellas cosas
que serían objeto de deseo en gran proporción por parte de cualquier persona, pues con ellos
se aseguraría el éxito de sus aspiraciones dentro de un plan de vida. En tal medida, el bien de
una persona estaría delimitado por aquello que ella considere como su proyecto racional de
vida a largo plazo, proyecto que necesita de un conjunto de bienes primarios para
desarrollarse y tener un feliz término. El sentido que tienen los bienes primarios a partir de
Rawls constituye una idea clave en el debate sobre la equidad y la justicia distributiva,
además de la relación existente con uno de los principios de justicia como es el principio de
diferencia. En efecto, éste principio ha sido leído como una pauta de carácter distributivo –
aunque no igualitario- cuyo objetivo es alcanzar niveles de justicia que estén por encima
de las contingencias sociales o naturales que hay entre las personas en una sociedad. Dentro
del extenso índice de los bienes primarios hay dos de ellos que son identificados
específicamente con el principio de diferencia: el ingreso y la riqueza; y es este último punto
donde se encuentra la mayor polémica sobre lo que en realidad debe ser objeto de distribución
en una sociedad. Así pues, a partir de la teoría de Rawls de los bienes primarios con sus
respectivas críticas, encontramos nuevas propuestas acerca del objeto concreto de la
distribución desde orillas ideológicas opuestas. Una de ellas es el liberalismo igualitario de
Ronald Dworkin (recursos) o Amartya Sen (capacidades), y el marxismo analítico de
Philippe Van Parijs (renta básica universal). A pesar de estas alternativas, el sentido y
trascendencia de la teoría de los bienes primarios como objeto de los principios de justicia es
el mejor aporte de Rawls para una teoría de la justicia que busque la equidad.

Ahora bien, la discusión desarrollada por los anteriores teóricos deja ver la necesidad de
entender la conexión entre los principios de justicia postulados por Rawls. Me refiero
específicamente al vínculo entre el principio de igual libertad y el criterio distributivo
definido en el principio de diferencia. En efecto, el primer principio de justicia captura la
noción de una libertad formal o puramente negativa que consiste en una ausencia de
impedimentos o la no interferencia del Estado, pues así las personas actuarían dentro del
ámbito de sus posibilidades. A su vez, la aceptación del principio de diferencia entraña una
distribución no igualitaria de los bienes primarios en tanto ella ayude o beneficie a los menos
afortunados, ya que una distribución de recursos donde unas personas tienen más bienes que
otras facilita la capacidad de obrar o propicia las condiciones para que ellos actúen mejor que
otros. Esto quiere decir que la disponibilidad de recursos, de capacidades o de una renta
básica universal permite que haya un aumento en los niveles de libertad de una persona
frente a otra que no dispone de cualquiera de estos criterios, a pesar de poseer las mismas
capacidades. De hecho, al existir una mayor cantidad de bienes frente a todas las personas
que están en igualdad de capacidades se generaría una mayor libertad para actuar y
desarrollar un plan racional de vida. Con esto presente puede notarse que el principio de
diferencia se convierte en uno de los aportes de Rawls al tema de la justicia, pues en él hay
una guía o parámetro para que los legisladores, jueces e instituciones sociales puedan
equilibrar las pretensiones de los más favorecidos frente a los menos afortunados; y así lograr
una mayor justicia entre las distintas clases sociales. En definitiva, el principio de diferencia
rawlsiano tiene un carácter general en su formulación pero muy específico en su intención:
ayudar a los más necesitados.

Las alternativas propuestas frente a las posibles debilidades en la teoría de los bienes
primarios llegar a tener iguales dificultades en sus pretensiones de justicia. Una distribución
“igual” de recursos o de capacidades o una renta básica universal para todas las personas que
conforman una sociedad, no logra superar la desigual situación del reparto inicial de
dotaciones naturales o bienes (recursos) con que contamos en la realidad social. También
debemos tener en cuenta el énfasis de Rawls sobre la necesidad de construir un criterio
distributivo que sea equitativo en tanto las ventajas y desventajas provenientes de la
cooperación social. Ello permitirá disminuir las desigualdades sociales y naturales sin afectar
la libertad individual, cuya precondición es la distribución de bienes primarios que está
motivada por principios racionales como el principio de diferencia. No obstante, pueden
formularse algunas fisuras a esta perspectiva teórica en lo que respecta a la instrumentación
de dicho principio o su viabilidad en marcos sociales por fuera de las democracias
contemporáneas como serían las sociedades “no ordenadas” con amplios niveles de
desigualdad.

Por otra parte, existe un nexo más fundamental en el carácter distributivo e igualitario de los
principios de justicia entre el principio de la justa igualdad de oportunidades y el principio
de diferencia; ya que éste último tiene por función el de ser una regla de asignación de
determinados bienes primarios cuando haya situaciones de insuficiencia distributiva por la
justa igualdad de oportunidades. En este caso, el principio de diferencia adquiere sentido
pleno si se concibe como una regla de compensación de las diferencias sociales derivadas de
la desigual distribución de capacidades y talentos naturales. Por esta razón puede valorarse
éste principio demarcando su campo de aplicación a un sistema de compensación laboral,
fiscal y salarial, es decir, a la distribución de bienes primarios que se adeudaría a pesar de
la aplicación de la justa igualdad de oportunidades. Esta interpretación del alcance
distributivo del principio de diferencia está soportada en las observaciones que hace Rawls
sobre los campos de distribución al interior de una sociedad bien ordenada así “Finalmente,
el gobierno garantiza un mínimo social a través tanto de los gastos familiares como de los
pagos especiales por enfermedad y desempleo o, más sistemáticamente, a través de medidas
como el suplemento diferenciado al ingreso (el así llamado impuesto negativo) (TJ, p. 275).
De allí que la vigencia del principio de diferencia se subscribe al terreno concreto de las
posiciones laborales, los suplementos salariales y determinadas políticas fiscales. En
contraste, los bienes sociales como la educación o el acceso libre a las ocupaciones
corresponderían a la distribución equitativa en virtud del principio de la justa igualdad de
oportunidades.

El principio de diferencia expone una exigencia moral para el diseño las instituciones sociales
que conduzca una compensación de las desventajas no voluntarias que la educación, el libre
mercado laboral o los programas de desarrollo social no pueden por sí mismos compensar.
En cualquier caso, el alcance distributivo del principio de diferencia, por limitado que sea,
no hace sino redondear el alcance distributivo del segundo principio de la justicia en su
conjunto. Finalmente, el conjunto general del segundo principio de justica constituye una
propuesta moral, política e institucional como normas distributivas que reforme el Estado de
bienestar. Así mismo, este principio alcanzaría algunos fines de justicia social como la
promoción de las personas menos favorecidas que permita su libre competencia laboral y
dotarlos de los recursos necesarios para que, en un esquema de estratificación social
irreductible, alcancen su plan racional de vida al que tienen derecho como personas morales
libres e iguales.

Si consideramos el enfoque sistemático de la justicia como imparcialidad, y si concedemos


que la discusión acerca del alcance distributivo del principio de diferencia y la igualdad de
oportunidades sólo adquiere sentido cuando se plantea a propósito de la discusión sobre el
grado de alejamiento de Rawls respecto de la tradición canónica del Estado de bienestar,
entonces habría que conceder que la cualidad distributiva de la justicia como imparcialidad
debe evaluarse en el efecto de conjunto de la aplicación combinada de los dos principios.
La teoría rawlsiana de la justicia no es el resultado de la suma de una concepción naturalista-
garantista de los derechos ciudadanos y una concepción distribucionista de la riqueza y el
ingreso, sino el reclamo «convencionalista » de que cualquier repartición de bienes políticos
o económicos debe ser aprobado por el tribunal moral de los principios de libertad e igualdad.
Se trata, en este sentido, de una teoría en la que todas las categorías significativas están al
servicio de una intención distributiva, por lo que la ~~transferencia » de campos de aplicación
entre un principio y otro no implica una desestructuración del carácter sistemático de la
teoría.

Contemplada esta contextualización, es razonable sostener que el principio de diferencia


sería válido, no para regular correcciones particulares en las transacciones privadas o en las
relaciones laborales discretas, sino como principio inspirador de la estrategia distributiva y
la política económica de una sociedad determinada. Como dice Rawls, los principios de la
justicia, y el principio de diferencia en particular, se aplican a los principios y políticas
públicos fundamentales que regulan las desigualdades sociales y económicas. Trabajan para
ajustar el sistema de derechos e ingresos y para equilibrar los estándares familiares cotidianos
y las reglas empleadas por este sistema. El principio de diferencia se aplica, por ejemplo, a
la gravación fiscal del ingreso y la propiedad y a la política fiscal y económica 33.

La limitación del principio de diferencia al terreno económico y fiscal sólo es concebible si


se dan por garantizadas dos distribuciones equitativas de primera importancia: la de
libertades y la <<justa» de oportunidades. Así, los principios rawlsianos de la justicia, en su
conjunto, siguen exhibiendo una identidad distributiva radical, aunque esta radicalidad tenga
que ser definida sólo en dos vías: una, como el intento de reducir al mínimo las diferencias
económicas a sabiendas de que será imposible hacerlas desaparecer; la otra, como la certeza
de que la eliminación de las desigualdades arbitrarias y el control sobre las que son accesibles
al consenso es todo lo que se podría exigir a un proyecto moral y político razonable en el
marco de una sociedad capitalista. A fin de cuentas, el difícil equilibrio buscado por la obra
de Rawls consiste en ofrecer el modelo de una sociedad bien ordenada y altamente
distributiva sin tener que abogar por la desaparición del modelo de producción capitalista.
Creo que en este equilibrio reside la capacidad de interpelación de la justicia como
imparcialidad; y en ella residen también muchas de sus limitaciones.

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