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Adaptación. Apuntes desde la Bioantropología.

Livia F. Kozameh

En general, los contextos de sobrevivencia dejados por grupos


cazadores y recolectores y otras sociedades móviles, así como los
datos acerca de la forma en que estos grupos controlaron y se
ajustaron a sus ambientes, tanto físicos como sociales, son escasos.

Algunos artefactos, generalmente líticos o realizados en hueso, asta o


bien madera, tal vez retazos de vestimenta, algunos textiles, pero no
hay mucho más. Con esta evidencia sumada al análisis de
paleoambientes, restos de carbón aprovechados para dataciones con
C14, análisis isotópicos para dietas, desechos de cocina o
desperdicios de talla, los arqueólogos intentan reconstruir la historia de
estos pueblos que parecen ser reacios a brindar información.

No obstante están ahí. Y sus restos óseos preservan abundante


información. Ellos, interrogados adecuadamente, entregan respuestas
casi biográficas o bien - para usar un concepto más preciso –
osteobiográficas.

Cuando en una excavación arqueológica se realiza el hallazgo de


restos humanos los antropólogos biólogos los “interrogan” a fin de
reconstruir la pasada cotidianidad de estos individuos.

Es así que, en una enriquecedora relación recíproca, la Antropología


Biológica aporta datos a la Arqueología y recibe de ella la información
imprescindible acerca del contexto cultural donde se inscriben las
marcas biológicas dejadas durante la ontogenia. Es a través de este
esfuerzo interdisciplinario cuando la interpretación de los rastros se
estructura en otros registros y ese marco ampliado permite captar y
comprender la organización social y económica así como también el
estilo de vida de los pueblos del pasado.

Las preguntas más frecuentemente formuladas están orientadas a


conocer la composición de la serie osteológica objeto de estudio. Las
respuestas informan acerca del sexo y edad a las que sobrevino la
muerte de los individuos cuyos restos se recobren. Esta información
primaria permite interpretar otros datos como la composición de
subgrupos, jerarquías sociales, estabilidad de la población, tensiones
bélicas o nutricionales y epidemias mortales. En otras palabras una
aproximación a su organización social y económica y a la demografía
prehistórica.

Otra pregunta es la que reclama saber la procedencia genética de los


grupos. Este es un aporte que hace la Bioantroplogía que podría
denominarse clásico. Es así que mediante el relevamiento e
interpretación de las dimensiones corporales más la información
obtenida de los marcadores moleculares, a lo que se agrega la
observación y registro de rasgos discretos, es posible indicar el
cambio o la continuidad genética de las poblaciones. También se
puede conocer la penetración cronológica de los cambios estudiando
las divergencias en las secuencias de ADN.

Otra demanda reclama conocer más acerca del estilo de vida de las
poblaciones extintas. El esqueleto, además de informaciones
genéticas y biológicas, también aporta datos en forma de respuestas
plásticas a la exigencias de la cotidianidad. Estas adaptaciones
ontogenéticas reflejan reacciones orgánicas fisiológicas o bien
patológicas. Los marcadores usados se encuentran distribuidos por
todo el esqueleto y también en el aparato masticatorio. Los rasgos
dentarios son particularmente óptimos ya que las piezas dentarias no
se degradan ni son atacadas por el fuego, son aisladamente
identificables y preservan casi todos los rasgos producidos a través de
extensos períodos de tiempo. Son además las únicas porciones
equeletales que estuvieron en contacto directo con materiales
culturales.

Si bien se trata de reconstrucciones limitadas ya que no existe una


relación unívoca entre un rasgo y el estímulo que lo produjo, no
obstante es dable pensar – y de hecho lo estamos comprobando con
una estrecha cooperación con los arqueólogos – que los marcadores
con que contamos actualmente son suficientes para brindar una
valiosa información acerca de la vida prehistórica y sus variados
mecanismos adaptativos.

Los mecanismos adaptativos permiten ajustar el organismo – humano


en el caso que aquí se trata – al mundo externo.
Minnis (1985) propone que la adaptación puede ser una secuencia de
respuestas a los problemas que enfrentan los seres vivos. Esta
secuencia sigue un orden jerárquico con respuestas permanentes y
otras respuestas de menor duración.

Otra variante de respuestas son aquellas que se plasman en los


organismos durante la ontogénesis. Éstas son consideradas más
sencillas de registrar que las genotípicas que deben ser medidas en
largos y aún larguísimos períodos temporales. Las diferencias ínter e
intra grupales de las poblaciones son el resultado de la selección
natural puesto que ésta actúa incrementando la frecuencia de aquellos
genes que favorecen la adaptación al mismo tiempo que reduce los
que tienen menor valor adaptativo. Así es que las respuestas
genotípicas en las poblaciones humanas se interpretan como
respuestas adaptativas al ambiente.

Tres factores juegan un papel importante en la adaptación humana:


clima, enfermedades y nutrición.
La adaptación es biosociocultural y las poblaciones han creado
estrategias propias para adecuarse a los diferentes y cambiantes
ambientes que las rodean.

Los recursos de adaptación humana comprenden ajustes culturales


materiales y conductuales.

Las respuestas adaptativas implican la creación y mantenimiento de


un microclima favorable dentro de un macroclima más amplio. La
función del microclima es atenuar y controlar los efectos del clima.
Baker, (1988) sugiere un modelo para interpretar la adaptación
biológica. Consta de cuatro tipo de interrelaciones.

1- Aclimatación fisiológica. Contempla los cambios que se producen


en períodos de corta duración y bajo presiones ambientales
específicas. Se modifican cuando el estímulo desaparece.
Al respecto puede mencionarse un caso típico muy conocido como es
la poliglobulia (aumento de glóbulos rojos) en organismos que habitan
a elevadas altitudes, mayores a 2500 m snm, como efecto
compensatorio de la hipoxia (disminución significativa del oxígeno
disponible). Cuando el organismo abandona la zona con el aire
enrarecido, el estímulo desaparece y los valores de glóbulos rojos
vuelven a sus estándares habituales. (Valls, 1980).

2- Aclimatación evolutiva. Los cambios se inician en la etapa prenatal


y pueden tener efectos permanentes. Tales características aparecen
durante el crecimiento.

3- Ajuste psicológico. Variadas formas de conductas que adoptan los


individuos a los efectos de ajustarse a las tensiones que puedan
producirse. Los componentes culturales actúan como mediadores en
el desarrollo de las respuestas.

4- Ésta interrelación se vincula con la selección natural. Ello implica


que los individuos con ciertos genotipos tienen más oportunidades
para adaptarse - de eso se trata - y por ende de sobrevivir.
Un caso conocido es la selección favorable de los seres humanos con
hemoglobinas S en áreas con paludismo endémico (no contraen la
enfermedad). Como contrapartida son de selección desfavorable
(dejan menos descendientes) en territorios sin la presencia de este
parásito. (Valls, 1980)

La plasticidad adaptativa de las poblaciones humanas está


fundamentalmente vinculada con los tres primeros tipos de
respuestas. La cuarta se da en los prolongados tiempos evolutivos.

Las diferencias en las frecuencias génicas de las poblaciones son el


resultado de la adaptación ambiental a través del tiempo.

En cualquier tipo de adaptación el tiempo juega un papel esencial e


imprescindible. Los procesos adaptativos se inscriben en el eje
temporal. Sólo son posibles a través del tiempo. Cuanto más tiempo
haya vivido una población en un ambiente determinado mayor será la
probabilidad que sus genotipos particulares sean el resultado de la
adaptación al ambiente.

Todas las respuestas desarrolladas por la población propenden a


mantener sus funciones cercanas al nivel óptimo. Es decir que los
intentos conducen a optimizar las condiciones adaptativas.
La teoría sintética de la evolución realza que la respuesta adaptativa
de una población y las presiones ambientales probablemente incluyan
diversos mecanismos. Entre ellos se cuentan las respuestas
aprendidas, la capacidad de ajuste fisiológico de la especie
(“Aclimatación” en la descripción de Baker, 1988 ) y las características
genéticas de la población específica, que son el resultado de la
selección natural.

Los estudios de adaptación requieren que se distinga la adaptación


genética de la adaptabilidad genética a nivel de especie o evolutiva y
de la plasticidad biológica. Ésta última mejora las capacidades
funcionales fisiológicas.

Las adaptaciones genéticas conocidas son escasas y diversas las


respuestas adaptativas como la aclimatación al calor. No obstante
otras adaptaciones a las presiones ambientales no son tan fácilmente
detectables. La cantidad de pigmento melanínico en la piel,
estrechamente ligado a la estructura genética, es un ejemplo de
adaptabilidad compleja que presenta nuestra especie. Cada
pigmentación de la piel es ventajosa adaptativamente en ciertas
regiones y desfavorable en otras.

La acción de la selección natural sobre la pigmentación de la piel se


pone de manifiesto de varias formas pero la mejor conocida es la
relación entre la radiación ultravioleta, la vitamina D y el contenido de
melanina en la epidermis. (Neer, 1975). La luz incide sobre la piel
humana en tres fracciones; una de ellas, los rayos ultravioletas entre
2950 y 3000 A, es la responsable de la producción de la vitamina D.
La melanina absorbe la luz a esa misma longitud de onda de modo
que cuanto mayor sea la intensidad de la pigmentación menor
cantidad de radiación ultravioleta penetrará hasta la dermis.
La síntesis de vitamina D ocurre en la piel. Dado que la cantidad de
vitamina D obtenida de los alimentos, en casi todas las poblaciones
humanas salvo los esquimales, quienes la obtienen del pescado crudo
que integra su dieta en montos sustantivos, es una fracción mínima de
lo requerido por las necesidades fisiológicas, el aporte necesario de
esta vitamina procede de su síntesis merced a la radiación ultravioleta.
La presión selectiva vinculada a la concentración melanínica en la
epidermis se manifiesta en las poblaciones humanas seleccionando
favorablemente las poblaciones de piel oscura en zonas de alta
irradiación ya que ella actúa como pantalla protegiendo contra
patologías tales como cáncer de piel. Por el contrario son de selección
desfavorables en áreas localizadas en altas latitudes, donde la
radiación escasa al topar con una pantalla melanínica impide la
síntesis de la vitamina D. En estos casos la presión selectiva actúa
alterando el proceso normal de mineralización del hueso en
crecimiento. En casos graves de submineralización se afectan amplias
regiones del esqueleto y se genera raquitismo en los niños alterando
su crecimiento y poniendo en riesgo la supervivencia. La frecuencia de
hipovitaminosis D y de hipocalcemia es aún elevada en algunas
regiones y, seguramente, fue causa de mortalidad en el transcurso de
nuestra evolución. Tal deficiencia ha generado y aun genera
deformaciones pelvianas. Estas deformaciones disminuyen la
eficiencia reproductora al estrechar el canal del parto en las madres.
Si a ésta desventaja reproductiva se suman los daños que puedan
sufrir los niños que nacen a través de una pelvis reducida se
comprende el mecanismo de la selección desfavorable de pieles
oscuras en áreas de baja irradiación. (Valls, 1980).

El tiempo de exposición a las presiones ambientales y la interacción


con el ambiente son componentes necesarios y de gran importancia en
los análisis adaptativos ya que la capacidad de ajuste ante los factores
ambientales estará condicionada por el tiempo de permanencia en tal
ambiente. Un ejemplo casi clásico de adaptación fisiológica es el que
ya mencionáramos en parágrafos previos y al que Baker (1988)
denomina “Aclimatación fisiológica”. Este tipo de adaptación reclama
breve tiempo de instalación en un ambiente caracterizado por la
hipoxia para que el organismo reaccione frente a tal presión ambiental
produciendo poliglobulia. Otros ejemplos de adaptación fisiológica o
“aclimatación” se manifiestan en el cambio en la sudoración en zonas
de altas temperaturas donde el sudor se torna más diluido, y en áreas
donde predominen las bajas y aún bajísimas temperaturas es
necesario consumir mayor cantidad de alimentos grasos como
mecanismo de resistencia a los fríos intensos.

La comprensión de las relaciones entre las poblaciones humanas y el


medioambiente donde estas se desarrollan deben incluir una
evaluación de la adaptación. El proceso adaptativo nunca es perfecto
y las respuestas pueden ser de largo o corto plazo. Entre los seres
humanos las respuestas son culturales y se expresan en lo biológico.
Las relaciones hombre medio ambiente están mediadas por la cultura.
La imperfección de las relaciones humanos /medio ambiente se
caracteriza por una mezcla de uso y conservación. Las sociedades
humanas, de igual modo que todas las otras especies, crecen y se
reproducen hasta donde los límites ambientales lo permiten. Pero las
diferencian de las otras poblaciones de la biota por su extraordinaria
plasticidad adaptativa devenida de la cultura.

Uno de los puntos principales de la teoría ecológica es el concepto de


adaptación, que es la capacidad para resistir los cambios típicos de un
entorno. A nuestro modo de ver el mismo es clave en la interpretación
del éxito o fracaso de las poblaciones humanas, extintas o vivientes.
Los sistemas son equilibrados y estables pero no permanentemente.
Son, en alguna medida, inciertos. Frente a un impacto los sistemas
cambian y la resiliencia es la capacidad que tienen los sistemas de
reconstruirse o recuperarse luego de una perturbación. En los casos
en que los sistemas carezcan de resiliencia no lograrán reconstruirse
ni retornar al equilibrio. Este es un concepto dinámico que, desde
luego, no escapa a la escala temporal.
Si bien el concepto de resiliencia es utilizados por un amplio espectro
de ciencias, en este caso nos referimos a la resiliencia ecológica como
el monto máximo de perturbación que un ecosistema puede absorber
sin cambiar su proceso de organización y estructuras estables. Otros
autores consideran a la resiliencia como el tiempo de retorno a un
estado estable luego de una perturbación. En suma la resiliencia
ecológica está definida por la magnitud de perturbación que un
sistema puede absorber antes que cambie para siempre a otros
estados. (Gunderson, 2000)

Los sistemas tienden a ser equilibrados y estables pero no


permanentemente. Son, en alguna medida inciertos. Frente a un
impacto los sistemas cambian. Los cambios en los sistemas
adaptativos, señala Morán (1990), solamente ocurren cuando los
organismos reconocen que las presiones ambientales alteraron el
sistema de manera tan acentuada que son irreversibles y que las
mismas no constituyen variaciones estacionales; cuando la vuelta
atrás hacia las situaciones precedentes es imposible, es en esa
oportunidad cuando se cambia la estrategia adaptativa. Este autor
define al ecosistema como el contexto general donde ocurre la
adaptación humana.
Morán (op.cit) establece que una población humana en un sistema
específico presenta respuestas que reflejan presiones ambientales
presentes y pasadas. Cuanto mayor sea el tiempo de permanencia en
un ambiente estable mayor será el grado de adaptación. Una
población recientemente migrada hacia un área novedosa mostrará
muchas “adaptaciones” desarrolladas a partir de aquellas del área de
origen que son inadecuadas en la nueva situación. Si en el lugar
habitara una población ya instalada previamente, es posible que el
proceso de adaptación a las nuevas condiciones sea exitoso en menor
tiempo.

La difusión cultural es un camino frecuente en el proceso de


adaptación. Si fuere imposible recurrir a la difusión cultural los
individuos, apelando a las innovaciones, pueden desarrollar nuevas
formas de adaptación. No obstante el etnocentrismo y el
conservadurismo, característicos de las poblaciones humanas, suelen
ser obstáculos importantes para tal propósito.

Pero, ¿cómo saber?, ¿qué parámetros emplear para establecer el


éxito o fracaso adaptativo? Los criterios que propone Morán (1990) a
fin de evaluar la adaptación de una población a su medio son
variados. Los hay demográficos y epidemiológicos; balance entre
natalidad y mortalidad; medidas de incidencia y prevalencia de
enfermedades, morbimortalidad, y mortalidad infantil
Propone también criterios energéticos, éstos consideran la energía
total procesada por la población y - agregamos nosotros - su
distribución ecuánime. La eficiencia energética de una tecnológica
podría ser considerado como un criterio tecnológicos de valor y por
último son los criterios nutricionales los que permiten verificar la
capacidad de una población para obtener la alimentación necesaria
para mantener sus funciones.

Morán (op.cit) establece taxativamente que la unidad de análisis de un


estudio adaptativo puede ser el individuo, el grupo doméstico, la
población o la especie. Sin embargo, dice, la adaptación sólo es
comprensible en un nivel específico por vez, si bien permea todos
ellos.
Para finalizar estas notas se incluye un ejemplo de mecanismos
adaptativos que durante 5000 años fueron exitosos entre los
cazadores – recolectores del Canal Beagle: los Yámana. En menos de
un siglo, ya en tiempos posteriores al contacto con el mundo europeo,
el pueblo Yámana pereció.

La relación entre el ambiente y la conducta humana o cambio cultural


no es de causalidad lineal. El ambiente es un importante factor
selectivo de opciones posibles. La adaptación a las condiciones
ambientales imperantes y a sus modificaciones es un requisito
ineludible para la permanencia de la vida humana. Esta influencia
selectiva suele ser más visible en los cazadores recolectores pues sus
estructuras socio-culturales incluyen pocos mecanismos de
compensación, neutralización, reelaboración y reaseguro. (Orquera y
Piana, 2006).

El ambiente litoral en que estos pueblos vivieron es una franja de


contacto entre montañas y mar, con costas recortadas y cubiertas ce
bosques de Nothofagus que alcanzan hasta 500 ó 600 m s.n.m. El
Canal Beagle es un brazo de mar angosto con orientación oeste-este,
ubicado a 55ºS. Tiene una extensión de 180 km de largo con un ancho
que oscila entre 4 y 7 km.

El sitio en el que se realizó la exhumación del resto de Canal Beagle,


siglado CH 95, es un conchero próximo al cementerio de la Estancia
Harberton, ubicado a 25 m s.n.m., a 54º 53´S y 67º 20´O, hacia el oriente
de la Bahía de Ushuaia, en las márgenes del citado canal. Allí se recuperó
el esqueleto casi completo y en muy buen estado de preservación de un
individuo al que denominamos "poblador tardío", ya que habría habitado el
lugar en algún momento posterior a 1888, cuando se fundó la casa
Harberton, y principios del 1900, y al que E. Piana asignaría al grupo
Yámana. La depositación del esqueleto fue directa y primaria, hallándose
asociado a un raspador de vidrio (E. Piana, com. pers.).

La subsistencia de este grupo canoeros a cual perteneció el resto CH 95,


se basó, principalmente, en el consumo de animales, predominando los
recursos marinos. Aprovecharon los abundantes pinnípedos y moluscos
así como también peces pelágicos, aves y guanacos que aún hoy suelen
pacer en zonas abiertas próximas a las costas. En oportunidad de
varamiento de grandes cetáceos, los indígenas comían su carne y grasa.
La carencia de hidratos de carbono es marcada. (varios autores)

El individuo cuyos restos son los que referimos, muy posiblemente haya
estado en el contacto con la población europea con la proximidad y
frecuencia que, presumiblemente, acaeció en la región del Canal Beagle.
Pensamos que esta circunstancia ha generado alteraciones en las
condiciones sanitarias y que éstas se verían reflejadas en el estado de
salud de los individuos. Tanto el análisis del esqueleto post-craneano así
como el del aparato masticatorio indican un estado de salud precario.
(Kozameh y Testa, 2004). Otros restos de Isla Grande de Tierra del
Fuego que tuvimos oportunidad de estudiar y que no entraron en
contacto con grupos europeos, revelan un estado de salud, en lo que a
restos esqueletales se refiere, óptimo. (Kozameh et al. 2000)

Algunos de los marcadores utilizados para tal análisis fueron, en el aparato


masticatorio, la presencia de patologías y reabsorciones alveolares
indicadores - entre otros problemas - de mala nutrición que, a su vez,
actúa incrementando la susceptibilidad a los factores irritativos locales que
afectan la extensión y gravedad del proceso inflamatorio y distrófico. En
los casos en que la dieta no suministra los nutrientes necesarios para el
mantenimiento del balance óseo de las estructuras alveolares, se modifica
la respuesta inmunitaria. La dieta también actúa sobre la saliva, la que
desempeña un papel importante en el mantenimiento de la salud bucal. En
el caso de CH95 se advierte que, en general, la respuesta no fue buena,
probablemente porque la dieta no haya aportado los nutrientes adecuados
y suficientes a los requerimientos ambientales. El esqueleto post-craneano
también exhibe patologías articulares. (Kozameh y Testa, 2004)
En la región del canal Beagle, de acuerdo a lo propuesto por Schiavini,
(1993) la matanza de pinnípedos en las loberías a partir de la explotación
europea de estos mamíferos marinos en los siglos XVIII y XIX habría
afectado la disponibilidad de este recurso fundamental y Orquera y Piana
(2006) proponen que estas matanzas habrían sido la causante principal de
la desarticulación del sistema adaptativo de los pobladores de la región a
fines del siglo XIX.

Oquera et al. (1984) señalan que, previo a la llegada de los europeos,


el sistema había funcionado bien, pero al no prever mecanismos de
compensación o respuestas alternativas ese sistema podía durar
hasta tanto las condiciones a las que estaban adaptados perduraran.
Esas condiciones cambiaron hacia 1870 – 1880 cuando los cazadores
europeos de lobos marino diezmaron las manadas matando
centenares de animales sin distinguir cachorros, hembras con crías o
preñadas.

De acuerdo a lo propuesto por los autores consultados sumado a


nuestras propias conclusiones se podría afirmar que el sistema
colapsó y los yámanas no pudieron readaptarse porque quedaron
privados de su principal fuente de calorías no encontrando sustitutos
calóricos. El sistema no tuvo capacidad de absorber tal magnitud de
perturbación sin cambiar para siempre su proceso de organización y
estructuras. Tampoco contaron con tiempo para retornar a su estado
estable. El sistema no dispuso de capacidad de resiliencia.
Sobrevinieron epidemias mortíferas, tuberculosis, sarampión,
influenza, neumonías. La primera es posible que ya haya existido en la
región pero justamente no había hecho estragos porque los yámanas
tenían defensas por su adecuada dieta. Las otras enfermedades son
foráneas y contra ellas nada pudieron. Para principios del siglo XX la
población yamana se había reducido a menos de 200 individuos y hoy
sólo podemos encontrar una reducida población mestiza.

Bibliografía citada

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Harrison, J.M Tanner et al., Human Biology. An Introduction to human
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Oquera, L.A., Piana, E.L., Tapia de Bradford, A. H. 1984 ”Evolución


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Primeras Jornadas de Arqueología de Patagonia. Comunicaciones.
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Oquera, L.A y Piana E.L. 2006 “El poblamiento inicial del área litoral
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