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CAPÍTULO 4

3. LA LUZ EN EL MUNDO (4/01-06).

Con una amplia riqueza de palabras y de imágenes,


describe Pablo el ministerio apostólico como la luz de
Dios en las tinieblas del mundo. Al hacerlo, explica de
nuevo, con mayor claridad, sus verdaderos objetivos,
para defender su ministerio y su conducta ministerial
frente a las suspicacias y ataques de que era objeto en
Corinto (4,2.5). Esto mismo ha hecho ya en los
capítulos 2 y 3, desde perspectivas siempre nuevas.

a) Predicación sin astucia (4,1-2).

1 Por lo tanto, investidos de este ministerio,


como misericordiosamente lo hemos sido, no
desfallecemos.

Pablo repite una vez más: lo que hace de un hombre


un apóstol no es su propio merecimiento o su
capacidad, sino la misericordia de Dios (que le llama y
le habilita para el ministerio apostólico). Y como sabe
que no depende de los hombres, sino que le ayuda la
gracia de Dios, no se cansa ni desfallece, ni siquiera
frente a las dificultades que tiene que superar en
Corinto.

2 Por el contrario, hemos renunciado a los


encubrimientos vergonzantes, no procediendo
con astucia, ni falsificando la palabra de Dios,
sino, con la manifestación de la verdad,
recomendándonos a nosotros mismos a toda
conciencia humana delante de Dios.

Pablo sabe que puede tener la conciencia tranquila. No


tiene que avergonzarse de secretas iniquidades. ¿Qué
quiere decir con esto? Se trata de las mismas
imputaciones y acusaciones que ya ha mencionado con
anterioridad: «Nuestra invitación no procedía de error
o de mala conciencia, ni se fundaba en el engaño...
Porque nunca procedimos con palabras de adulación,
como sabéis, ni con pretexto de codicia» (lTes 2,3-5).
Pablo piensa en las acusaciones de codicia (12,7s), de
hipocresías en su conducta (1,13s), de adulteraciones
de la palabra de Dios (2,17). Él ejerce el verdadero
servicio del apóstol, predicando el Evangelio verdadero
sobre el plan y la obra de Dios. Si el Evangelio no es
escuchado y aceptado en todas partes, la culpa no es
de la predicación de Pablo. Así como antes ha
asegurado la sinceridad de su palabra (3,12), ahora
afirma solemnemente de nuevo la rectitud de su
conciencia ante Dios y ante los hombres.

b) Ceguera e incredulidad (4,3-4a).

3 Y si nuestro Evangelio todavía velado, lo está


en aquellos que van camino de perdición: 4a en
aquellos incrédulos cuya mente obcecó el dios de
este mundo...

Pablo se defiende en especial contra la acusación de


que su predicación es incomprensible y obscura y que
se calla lo importante. Pablo ha sido acusado ya otras
veces de esto mismo por sus adversarios. Por qué y
con qué fundamento, no está claro para nosotros. En
todo caso, el apóstol concede que hay cosas obscuras
en su Evangelio, pero sólo para los incrédulos, para los
que van camino de perdición. Es bien cierto que la
gloria del Evangelio está encubierta para aquellos
cuyos sentidos ha cegado Satán, de tal modo que no
pueden ver la luz del Evangelio, sino que permanecen
en las tinieblas de la incredulidad.

c) Resplandor de la fe (4,4b-6).

4b ...para que no vean el resplandor del Evangelio


de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios.

El Evangelio tiene un brillante resplandor. Lo recibe de


la gloria de Cristo que procede, a su vez, de que Cristo
es imagen de Dios. Para Pablo la palabra «imagen»
significa algo esencialmente distinto de lo que
entendemos en nuestro lenguaje actual. Para nosotros
«imagen» significa la copia de una persona. La persona
permanece en su lejanía, mientras que la copia, debido
a la semejanza con lo copiado, debe traernos el
recuerdo del modelo inicial. Para Pablo, en la copia se
hace visible y manifiesto lo copiado 35. Y así, a Cristo
se le puede llamar «imagen del Dios invisible,
primogénito de toda criatura» (Col 1,15). Esta
expresión no es una débil comparación, sino que para
Pablo tiene el valor de una fórmula doctrinal de fe. No
quiere decir que Cristo sea algo parecido a Dios, una
mera copia de la divinidad. Pablo quiere afirmar, como
fe suya y de la Iglesia, que en Cristo se ha manifestado
en el mundo y ha entrado en el mundo el Dios eterno.
Cristo es la imagen eterna de Dios. Es la manifestación
(epifanía) de Dios en el mundo. En este mismo sentido
dice Cristo en el evangelio de Juan: «El que me ha
visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9).
...............
35. Así entiende el judaísmo (y la antigüedad, en general) la
naturaleza de la imagen. Por eso precisamente prohíbe el decálogo
que se hagan imágenes de Dios (/Ex/20/04s).
...............

5 Pues no nos proclamamos a nosotros mismos,


sino a Cristo Jesús, Señor, y a nosotros como a
servidores vuestros por amor a Jesús.

Pablo insiste de nuevo en la defensa de su servicio. Él


no se predica a sí mismo, sino a Cristo. No puede
predicarse a sí mismo en ningún concepto. En efecto,
su predicación dice siempre lo mismo: que Cristo es el
Señor. La confesión «Cristo es el Señor» significa que
el Mesías, levantado de la muerte a la gloria de Dios,
es el Señor de la Iglesia y del mundo. Está aquí
condensada la fórmula más breve de confesión de fe de
la Iglesia primitiva 36. En esta predicación suya
reconoce Pablo a Cristo como su Señor personal y a sí
mismo como servidor de Cristo. Así pues, no se puede
predicar a sí mismo, sino sólo siempre a este Señor.
Como servidor de Cristo- y por amor a su Señor- es
servidor de los demás, también de la Iglesia de
Corinto. El mismo Cristo se hizo servidor de todos y
pudo decir de sí mismo: «El Hijo del hombre no vino a
ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por
muchos» (Mc 10,45). Aludiendo a este ejemplo,
amonesta el mismo Pablo: «Nada hagáis por rivalidad
ni por vanagloria, sino más bien, con humildad,
teniéndoos recíprocamente como superiores; no
atendiendo cada uno solamente a lo suyo, sino también
a lo de los demás. Tened entre vosotros estos
sentimientos, los mismos que tuvo Cristo Jesús...
que... se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,3-5.8), El
servidor de este Señor no puede hacer otra cosa sino
servir a los demás.
...............
36. Cf. 1Co 8,6; 12,3; Flp 2,11.
...............

6 Porque Dios, que dijo: «De entre las tinieblas


brille la luz», es quien hizo brillar la luz en
nuestros corazones, para que resplandezca el
conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Cristo.

Pablo ha dicho de la gloria de Cristo que es la gloria de


Dios (4,4). Ahora, en una grandiosa visión a través de
la historia y de la historia de la salvación, concibe a
Dios como el origen de toda luz y de toda gloria en el
mundo. Fue Dios el que, al principio de la creación,
hizo la luz, como se relata en las primeras líneas de la
Escritura: «Dijo Dios: Haya luz. Y hubo luz» (Gén 1,3).
Este mismo Dios brilla de nuevo sobre la faz de Cristo,
por medio del cual se revela al mundo. Y brilla siempre,
una y otra vez en los corazones de los que creen.
Acaso Pablo piense en la hora de su conversión de
Damasco, cuando Jesús, a quien perseguía, se le
reveló como el Cristo de la gloria 37.

Pero él quiere ir más lejos y hablar de la fe en general:


la luz y la claridad de la fe son producidas siempre por
la clara luz de Dios, que brilla sobre el rostro de Cristo.
Dios es siempre, desde el comienzo, aquel que crea la
luz en las tinieblas, porque él mismo es luz. Este
mismo y único Dios se hace visible constantemente en
la historia de la salvación en acciones y palabras, en
gestos y símbolos. Similarmente, el Evangelio de Juan
dice que Cristo, como luz de Dios, estuvo siempre en el
mundo, pero que ahora se ha revelado en su plenitud
(Jn 1,4.5.9) 38. En frases como la de 4,4 y 4,6 intenta
explicar Pablo el origen de la fe y de la incredulidad. Y
afirma que ninguna de las dos, fe o incredulidad, son
una mera decisión del hombre. Cuando el hombre pasa
de largo ante Dios, sin creer, puede pensar, desde
luego, que lo hace por propia decisión. Pero Pablo
afirma que es porque le ha cegado su enemigo, Satán
(4,4). Cuando el hombre llega a la fe, no puede
gloriarse de ello. Es Dios quien instala la fe en el
corazón por medio de su luz (4,6). Desde luego, Pablo
no niega que en la fe o la incredulidad se dé también
una decisión personal del hombre, pues habla repetidas
veces de «la obediencia a la fe» (Rom 1,5). En la fe
escucha el hombre a Dios y en la obediencia le sigue,
mientras que en la incredulidad rehúsa oir y obedecer.
En Pablo se dan, y no en escaso número, estas
afirmaciones opuestas acerca de la conducta y la
acción de Dios y del hombre, que son difíciles de
conciliar desde una perspectiva lógica. Pero la fe sabe
que estas afirmaciones describen una realidad en la
que Dios y el hombre actúan de consuno, Dios como
soberano Señor, y el hombre como siervo que escucha
y como amigo.
...............
37. Hch 9,3; Ga 1,15s, 38. Los padres de la Iglesia han interpretado
la Sagrada Escritura desde esta afirmación fundamental de que
puede llegarse a conocer a Dios a través de sus acciones salvíficas,
siempre iguales. Dios es -para citar un ejemplo- el que purifica y
santifica en el agua, casta y fecunda. Por tanto, los padres aplican
al sacramento del bautismo todos aquellos pasajes del Antiguo
Testamento en los que Dios salva por medio del agua Y así, cuando
la liturgia consagra actualmente el agua bautismal en la noche de
pascua, se leen y se aplican al bautismo los relatos de la creación
de las aguas, del diluvio y del paso de Israel por el mar Rojo.
...............

4. ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (4/07-18).

Un nuevo círculo de ideas se abre en 4,7-5,10. Pablo


sigue describiendo el servicio del apóstol. Ahora
muestra cómo en la vida y en el ministerio apostólico
se asocian la vida y la muerte, el tiempo y la eternidad.
En una primera parte (4,7-18) aparece la vida del
apóstol como un tránsito de la muerte a la vida. El
discípulo sigue a su Señor, en una comunidad íntima
de vida y de sufrimientos, a través de la pasión, hasta
la gloria. El peso de la pasión pone en libertad, para
este tiempo, las fuerzas de la paciencia, de la
constancia, de la esperanza y de la seguridad de la
salvación.

a) El apóstol y la vida y muerte de Jesús (4,7-13).

7 Pero este tesoro lo llevamos en vasos de barro,


para que se vea que este extraordinario poder es
de Dios y no de nosotros.

Pablo ha descrito la gloria como distintivo del ministerio


apostólico. Pero la realidad parece ser muy diferente.
La realidad es sufrimiento, persecución, abatimiento. El
mismo Pablo ve la contraposición. Pero hay otros, tanto
judíos como romanos -incluidos los corintios-, que
perciben el contraste con mucha más brutalidad que el
apóstol. Este contraste es lo que intenta explicar ahora.

Desde luego, el ministerio apostólico es un tesoro


inapreciable. Pero depositado en vasos de barro. La
imagen tiene un doble sentido. El tesoro está contenido
en un recipiente que no tiene ningún valor, que no
permite adivinar que encierra en su interior una cosa
preciosa. Quien sólo ve el vaso de barro, no sospecha
que hay un tesoro. Pero, además, un vaso de barro es
un recipiente extremadamente frágil. Debe ser
guardado con suma precaución. Si se rompiera el vaso,
se perdería el tesoro, falto de protección y
consistencia. El apóstol tiene que saber que cuando fue
llamado se le concedió un gran tesoro, y debe
conservarlo con un servicio fiel. La imagen es válida
además, para todos los discípulos, en general. El
hombre exterior, sometido a la pasión y la muerte,
oculta en su interior, como un tesoro, una naturaleza y
una vida espiritual superior a todo, y la posesión
salvífica de una gracia inapreciable.
Pablo descubre el sentido de la contraposición entre el
vaso y su contenido. Si el apóstol fuera un hombre que
actuara y llamara la atención por sus cualidades
externas, se le atribuirían a él los éxitos, y entonces la
acción divina no sería ni conocida ni alabada. Por eso
Dios hace que los depositarios de su gracia sean
hombres frágiles, para que se conozca que su fuerza es
fuerza de Dios, que emana de Dios, y no pueda ser
confundida con la fuerza humana. Así, la fuerza del
apóstol se manifiesta como extraordinario poder de
Dios. Es poder extraordinario porque desborda todas
las normas usuales entre los hombres. El apóstol, como
todo cristiano, experimenta siempre dos cosas: su
propia miseria y la ayuda todopoderosa de Dios.

8 Nos vemos atribulados por todas partes, pero


no abatidos; acorralados, pero no sin esperanza
de un resquicio; 9 perseguidos, pero no
abandonados; derribados, pero no aniquilados...

En los versículos 8-12 se contraponen en diversos


aspectos la debilidad humana y la fuerza divina,
primero con fórmulas concisas y luego con frases más
largas. El primer miembro describe siempre la pesada
carga de sufrimiento que el apóstol debe soportar; el
segundo miembro testifica siempre que el apóstol
nunca se verá abatido, y en esto se manifiesta
justamente la fuerza de Dios. Esta es la maravilla,
siempre nueva, experimentada por la fe.

El apóstol (y todo creyente, absolutamente hablando)


es perseguido por el enemigo, pero nunca es
abandonado a su suerte por el auxiliador divino. Acaso
el perseguidor llegue a poner las manos sobre su
víctima y consiga derribarle con su fuerza salvaje.
Pero, como a través de un milagro, se verá
imposibilitado de asestar el golpe definitivo y mortal.

10 ...llevando siempre y por todas partes, en el


cuerpo, el estado de muerte que llevó Jesús, para
que también la vida de Jesús se manifieste en
nuestro cuerpo.
Hasta ahora los contrastes se habían formulado desde
aspectos humanos, en general. A partir de aquí
adquieren un carácter íntimamente cristiano y
creyente. Pablo se sabe expuesto a un morir constante,
y esto trae a su memoria los continuos peligros y
privaciones, las cargas corporales y espirituales que
amenazan aplastarle. Está siempre en peligro de
muerte. Y puede comprender por qué debe ser así,
cuando piensa en el mismo Jesús, que pasó a la vida a
través de la muerte. Así como el apóstol anuncia la
pasión de Jesús 39, así también debe exponerla y
realizarla en su propia vida. Pero, de acuerdo con la
historia de la vida de Jesús, cuando el peligro de
muerte es más apurado, sobreviene el cambio. Jesús
pasó, a través de la muerte, a la muerte, a la nueva
vida, conseguida en la resurrección y en la subida al
Padre.

También el apóstol, después de su pasión, vive esta


vida. La vive ya ahora como la fuerza que supera todo
sufrimiento y preserva de la aniquilación la vida
corpórea, y la vive también, y sobre todo, como la
fuerza inmaterial y espiritual que se afirma frente a
todo sufrimiento.

Esta fuerza de la vida actual llegará a su plenitud en la


futura vida eterna (4,14). Pablo habla una y otra vez
de la vida y la muerte como de la ley del ser cristiano:
«Padecemos con él y así también con él seremos
glorificados» (Rom 8,17). O bien: «Para conocerlo a él,
la fuerza de su resurrección y la comunión con sus
padecimientos» (Flp 3,10). Estas frases son come el
cumplimiento de la sentencia del Señor: «El que quiera
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su
cruz y sígame» (Mc 8,34).
...............
39. En la predicación: ICor 1,23; 2,2; Ga 3,1; en la liturgia: ICor 1
1,26.
...............

11 Pues nosotros, aunque vivos aún, nos vemos


siempre entregados a la muerte por causa de
Jesús, para que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestra carne mortal.

Vida y muerte, muerte y vida, no son cosas sucesivas;


acontecen ambas al mismo tiempo en un mismo
creyente. Así, Cristo es la forma de la vida del
discípulo, pues ambas se encuentran dentro de una
misma comunión de sufrimiento y vida.

Pablo habla repetidas veces de esta comunión de


muerte y vida con Cristo, especialmente en el gran
capítulo sobre el bautismo en la carta a los Romanos.
En él se dice: «Por medio del bautismo fuimos
juntamente con él sepuItados en su muerte... así como
Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria
del Padre, así también nosotros caminemos en una
vida nueva. Porque, si estamos injertados en él, por
muerte semejante a la suya, también lo estaremos en
su resurrección» (véase todo el pasaje Rom 6,3-11).
Aquí, la muerte y la vida de Cristo no son sólo un
ejemplo de imitación moral, sino un prototipo, que se
repite en el cristiano mediante la eficacia de los
sacramentos, que se extiende hasta él y que él debe
llevar a su plenitud en su propia vida. En 2Cor 4 Pablo
no habla expresamente de esta muerte y resurrección
sacramental. Pero sacramento y vida son cosas
inseparables para Pablo. Así, la doctrina del bautismo
de la carta a los Romanos (cap. 6) forma unidad con la
doctrina de la vida de la segunda carta a los Corintios
(cap. 4), del mismo modo que deben formar unidad en
toda vida cristiana.

12 Así la muerte opera en nosotros, y en vosotros


la vida.

Pablo concluye la línea de su pensamiento con un


brusco cambio de dirección. Vuelve a repetir,
sintetizando, que la muerte opera en él. Pero no dice,
siguiendo la línea lógica, que también actúa en él la
vida, sino que la vida opera en vosotros. Esta vida es la
riqueza espiritual de la comunidad de Corinto y,
rebasando Corinto, de toda la Iglesia. Pablo piensa así
no sólo porque la comunidad ha sido edificada por la
palabra y las fatigas del apóstol. Se da aquí una
correspondencia intima de entrega, de representación
y de salvación, en virtud de la cual la muerte de uno es
la vida de otro. Se expresa así la conciencia del
apóstol, de que es no sólo maestro, guía y padre de la
comunidad, sino sacerdote e intermediario, que se
ofrece a sí mismo por la Iglesia y de cuyo sacrificio
brota la vida de aquélla. La ofrenda de la vida del
Apóstol produce frutos en la Iglesia. «Si el grano de
trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero,
si muere, produce mucho fruto» (Jn 12,24).

13 Pero, teniendo el mismo espíritu de la fe


según lo que está escrito: «Creí y por eso hablé»
(Sal 116,10), nosotros también creemos y por
esto hablamos...

Pablo ha puesto al descubierto, sin reservas, sus


tribulaciones y necesidades. Puede hablar de sus
flaquezas, experimentarlas día tras día, porque habla
en la fe. A esto se debe que no pueda abatirle la
conciencia de su debilidad. Habla con aquel mismo
espíritu de fe con que oraba el salmista, liberado de un
peligro de muerte... «Yo creí y por eso puedo cantar
las alabanzas de Dios» (Sal 116,10). Así, la fe
confesará y experimentará siempre las maravillas de
Dios. Pero el hombre no puede ya, sin más, decidirse a
creer por su sola decisión personal. La fe es un efecto
del Espíritu, una obra de Dios en el hombre (4,6).

b) La Iglesia y la vida y muerte de Jesús (4,14-15).

14...sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús,


nos resucitará también a nosotros con Jesús y
nos presentará juntamente con vosotros.

La fuerza que permite a Pablo, a pesar de todas sus


tribulaciones, hablar y actuar, es la fe en el Señor
resucitado40. En efecto, la resurrección de Cristo es
garantía de la resurrección; la vida del resucitado es
fundamento de la vida indestructible de la Iglesia. El
Dios eterno, que no abandonó a Cristo en la muerte,
no permitirá que ninguna fe sea en balde, ni dejará la
vida abandonada a la muerte. Pablo expone esta idea
insistentemente cuando predica la resurrección: «El
que resucitó a Jesús de entre los muertos, dará vida
también a nuestros cuerpos mortales» (Rom 8,11); o
bien: «Cristo ha resucitado de entre los muertos, como
primicias de los que están muertos» (ICor 15,20).

Después de la resurrección, los resucitados son


presentados ante el trono de Dios, pero no para ser
juzgados, sino realmente como en triunfo: «Ahora ya
os ha reconciliado por su cuerpo de carne, mediante la
muerte, para presentaros santos, sin tacha e
irreprochables ante él» (Col 1,22). Pablo se refiere, en
primer término, a su propia persona. Pero no puede
hablar de su esperanza de vida sin incluir a la
comunidad. También en la vida eterna están unidos el
apóstol y su Iglesia. La expresión empleada indica muy
bien que, aun sin pensarlo expresamente, Pablo da por
supuesto que la comunión personal iniciada en la tierra
se continuará también en el cielo, es decir, que el
apóstol sabe que se dará lo que nosotros llamamos
«encuentro personal».
...............
40. El Nuevo Testamento habla desde luego de la resurrección de
Jesús (Mc S,31; Act 10,41; lTes 4,14), pero también, y más
frecuentemente aún, de que Jesús es despertado, levantado (texto
griego: egerthenai, anestesen, etc.) de entre los muertos (Mt
16,21; 28,6s; Act 2,24; 13,33s; Rom 4,24s; ICor 15,4 y passim). En
la primera expresión, utilizada hoy casi en exclusiva, se acentúa
más el poder mismo de Jesús; en la segunda, el amor del Padre,
que ha despertado a su Hijo de entre los muertos.
...............

15 Todo esto por vosotros; a fin de que la gracia,


multiplicándose al pasar por tantos, haga
abundar la acción de gracias para la gloria de
Dios.

El apóstol y la comunidad forman un todo. Todo cuanto


el apóstol proyecta, hace y padece, sucede por
vosotros, por la Iglesia. Sin embargo, el fin último y
definitivo no es la Iglesia, sino la honra y gloria de
Dios. La gracia divina, que llama y lleva a la fe, debe
amplificarse cada vez más, a medida que son más los
que llegan a la fe. Cuantos más creyentes, más
oraciones y más acciones de gracias a Dios. El fin
último de toda predicación y de todo trabajo misionero
es llegar a crear un poderoso coro de acción de gracias
que suba de la tierra al cielo (véase el comentario
1,11; 9,12).

c) Tiempo y eternidad (4,16-18).

16 Por eso no desfallecemos; por el contrario,


aun cuando nuestro hombre exterior se va
desmoronando, nuestro hombre interior, sin
embargo, se va renovando día tras día.

Pablo resume las confesiones que ha expuesto


anteriormente (4,7-12) y les pone fin con sentencias
densa y sólidamente formuladas 41. El hombre
exterior, es decir, la parte corporal y perecedera del
hombre, puede destruirse, y su fuerza vital puede
agotarse. Pero el hombre interior, que es la parte
espiritual e imperecedera del hombre, o,
cristianamente entendido, el hombre determinado por
la fe y el Espíritu, el Cristo en devenir en los cristianos,
es creado nuevamente día tras día por la fuerza y el
amor de Dios. Este hombre interior es «el hombre
nuevo, que se va renovando... según la imagen del que
la creó» (Col 3,10), la «nueva criatura» (2Cor 5,17)
por antonomasia.
...............
41. Pablo emplea aquí, acaso sin caer en la cuenta, el lenguaje de
la filosofía religiosa griega (y también greco-judaica) de su época,
que, lo mismo que el apóstol, habla del hombre corporal exterior y
del hombre espiritual interior (parecidamente también en Rom
7,22; Ef 3,16). En la época del Nuevo Testamento un escrito de
mentalidad religiosa greco-oriental (Corpus Hermeticum) dice
(1,15): «EI hombre es una doble naturaleza, mortal en cuanto
cuerpo, pero inmortal en cuanto a la naturaleza humana». Cf. la
nota 42.
...............

17 Porque el momento pasajero de nuestra


tribulación va produciendo en nosotros un peso
eterno de gloria cada vez más inmenso.

La salvación que la fe experimenta ya ahora día tras


día, aparecerá también como la salvación futura y
definitiva del último día. La tribulación actuaI es -
comparada con la gloria futura- pequeña. «Los
sufrimientos del tiempo presente no merecen
compararse con la gloria venidera que en nosotros será
revelada» (Rom 8,18). De la necesidad se hace gloria.
Y esto, desde luego, no en el sentido de que el hombre
paciente y mártir pueda merecer la recompensa
eterna. Nadie dice con más energía que Pablo que la
justificación, y más aún la gloria, son siempre un don y
una gracia (Rm 3,24-28; Ef 2,8). Pero, mediante la
gracia de Dios, la muerte engendra vida.

18 Nosotros no aspiramos a estas cosas que se


ven, sino a las que no se ven. Porque las que se
ven son efímeras, pero las que no se ven son
eternas.

El mundo eterno, al que está orientada la fe, no es


visible. Por tanto, el cristiano no busca las cosas
visibles, sino las invisibles, tal como deduce la
formulación conscientemente paradójica del texto. Que
sean invisibles no disminuye en nada el valor de los
bienes eternos, sino que, bien entendido, lo aumenta.
En efecto, lo visible es perecedero, mientras que lo
invisible es eterno. Por lo mismo, la fe no se contenta
con las cosas visibles, sino que busca las invisibles. En
otra ocasión, Pablo describe con palabras conmovidas y
conmovedoras la fe y la vida en cuanto orientadas
hacia la meta eternamente permanente (Flp 3,8-16).
Parecidamente se expresa, sobre la fe, la carta a los
Hebreos: «La fe es soporte de las realidades que se
esperan, y prueba de las que no se ven» (Heb 11,1)
42.
...............
42. Los exegetas indican que (como en 4,16) también aquí parece
que Pablo utiliza el lenguaje de la filosofía y la religión griegas (y
greco-judaicas) que, como él, hablan de lo visible y perecedero, y
de lo eterno e imperecedero: «Lo corpóreo es lo visible y
perecedero, lo invisible es siempre igual e inmortal». Casi en la
misma época neotestamentaria dice el Corpus Hermeticum 4,9:
«Lo visible divierte; lo invisible nos deja ser incrédulos». Y
nuevamente Séneca, Cartas, 58,24: «Son sólo imágenes, que
conservan por poco tiempo su forma. Nada es consistente, nada es
firme. Las deseamos como si siempre hubieran de existir, o como
si siempre las hubiéramos de poseer. Débiles y perecederos, sólo
permanecemos unos instantes. Levantemos nuestros corazones a
lo que es eterno.» Estos ejemplos demuestran hasta qué punto la
predicación del Evangelio se servía de las palabras y los conceptos
contemporáneos para hacerse entender. No hay aquí una especie
de mescolanza religiosa. En estos casos el Nuevo Testamento
pretende decir a los oyentes lo mismo que Pablo en el Areópago:
«Lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciaros» (Act
17,23). El Evangelio no es hostil a la cultura; el mundo no es
esencialmente malo y, por tanto, impugnable, sino que el
Evangelio, la cultura auténtica y el verdadero humanismo pueden
tener íntima conexión.

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