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BIBLIOTECA EVOLIANA
Metternich
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12/15/2018 Metternich. Julius Evola | Biblioteca Evoliana
Julius Evola
Traducción de José Antonio Hernández García
Las cosas en Italia no parecen propicias hoy día para tener una
apreciación correcta de la figura de Metternich. Él fue la bestia negra
arraigados y tener la libertad de juicio de la que gozan algunos
historiadores extranjeros. Sus conclusiones, a decir verdad, no dejan
de estar en relación con los problemas y las crisis de la Europa
contemporánea.
supo reconocer –superando cualquier punto de vista particularista– el
mal que amenazaba a toda la civilización europea y a la que quiso
prevenir en el marco de una solidaridad supranacional de las fuerzas
también la solidaridad de las fuerzas de la subversión.
Entre las obras más recientes, hay que señalar la de A. Cecil,
Metternich. Este libro es interesante no sólo en razón de la
nacionalidad de su autor –un inglés– sino porque en su más reciente
edición responde a quienes únicamente habían visto en sus tesis una
provocación, pues ponía de relieve el sentido que tenía la intención y
la acción europeas de Metternich, y hacía un balance de lo que
sucede después, hasta llegar a la Segunda Guerra Mundial.
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Cecil escribe: «Los métodos de Metternich ameritan un estudio más
idea europea la que Cecil analiza. Resulta interesante observar que,
para este autor, mediante Metternich se reafirma una tradición cuyo
espíritu es clásico, romano (p. 446): la tradición que quiere abarcar
respetándolos; la que supo reconocer que la verdadera libertad tiene
lugar al amparo de una ley ordenadora superior y mediante la idea
el propio Metternich quien declara que «cualquier despotismo es una
declaración de debilidad».
Cecil enuncia justamente que «quien firma la sentencia de muerte de
la vieja Austria, ratifica la fórmula de destrucción de Europa». Y esto
es así porque Austria encarnaba todavía –al menos en términos
generales– la idea del Sacro Imperio Romano, la de un régimen
desnaturalizarlas. Ante la ausencia de una fórmula de este género, y
pensar que Europa reencontraría algún día su unidad que, al parecer,
es la única condición esencial para su propia existencia en tanto
civilización autónoma.
nacionalismo a las principales fuerzas que iban a arrasar a la Europa
sofocarlas. Vio la profunda concatenación de las diferentes formas de
escribir que si Robespierre arrastra tras su estela a Napoleón, éste a
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su vez arrastraría a Stalin, pues bonapartismo y totalitarismo no son
lo opuesto a la democracia sino, más bien –como Michels y Burnham
lo han demostrado– sus consecuencias extremas.
A los ojos de Metternich, el remedio era la idea del Estado: el Estado
como realidad elevada y fundada sobre el principio de una soberanía
y una autoridad verdaderas, y no como simple expresión del demos.
Metternich se rehúsa a creer en las «naciones», en las que ve sólo
una máscara de la revolución, un mito antidinástico. En cuanto a su
creación, la Santa Alianza, fue la última tentativa que aseguraba a
Europa una paz fecunda durante toda una generación, pero que no
estuvo a la altura de su principio fundador. De cualquier manera,
Cecil recuerda que de Maistre ya había dicho lo esencial cuando
afirmaba que no se trataba de hacer una «revolución contraria» sino
«lo contrario de la revolución», es decir, proceder a una acción
política positiva a partir de bases sólidas espirituales y tradicionales,
con lo que la eliminación de todo lo que es subversión y usurpación
de lo bajo sería una consecuencia natural.
Así, no hay duda de que una idea de ese tipo, asociada a la
solidaridad combativa de todas las fuerzas que –en nuestra Europa–
aún son buenas y reaccionan en contra del virus de los «principios
inmortales» (el «mal francés», ya no es sólo físico sino espiritual,
para retomar la fórmula de Cecil), es la única que, al admitirla, coloca
a los hombres –y de ser posible, esencialmente a los soberanos– a su
altura, lo que todavía podría salvar lo poco que puede ser salvado de
nuestra civilización.
Nota:
matrimonio de Napoleón I con María Luisa. En 1813 se pronunció
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en jefe de la reacción absolutista en Europa, enemigo de cualquier
de la revolución que estalló ese mismo año. (N. del T.)
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