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Contenido y significado.
Pierre Bordieu.
EL INCONSCIENTE CULTURAL
Finalmente, es en la medida en que él forma parte de un campo
intelectual por referencia al cual su proyecto creativo está definido y
constituido, por la medida en que él es, por así decirlo, el contemporáneo
de aquellos con quienes él desea comunicarse y a quienes se dirige a
través de su obra, refiriéndose implícitamente a un código completo que
comparte con ellos --temas y problemas del momento, métodos de
argumentación, formas de percepción ...--, es en esta medida en que el
intelectual está social e históricamente situado. Sus elecciones
intelectuales y artísticas más conscientes están siempre dirigidas por su
propia cultura y gusto, que en sí mismos son interiorizaciones de la
cultura objetiva de una sociedad, época o clase particular. La cultura que
entra en la composición de las obras que él crea no es algo que se
añade, por así decirlo, a una intención ya existente y por ello irreductible a
la realización de esa intención. Por el contrario, aquélla constituye la
precondición necesaria para el cumplimiento concreto de una intención
artística en una obra de arte, en la misma forma en que el lenguaje como
'tesoro común' es la precondición para la formulación de la palabra más
individual. Debido a ésto, la obra de arte es siempre elíptica deja
inexpresado lo esencial, implícitamente asume lo que forma sus
fundamentos mismos, esto es, los axiomas y postulados que ella da por
supuestos, y cuyas axiomáticas deberían ser el objeto de estudio de la
ciencia de la cultura. Lo que involuntariamente revela el silencio elocuente
de la obra es precisamente la cultura (en el sentido subjetivo) a través de
la cual el creador participa en su clase, su sociedad y su época, y la cual
él introduce inconscientemente en las obras que crea, aun dentro de
aquéllas que parecen las más originales. Esta cultura consiste de credos
que de tan obvios son tácitamente asumidos en vez de ser explícitamente
postulados. Son ejemplos las formas de pensamiento, las formas de
lógica, expresiones estilísticas y palabras llamativas (ayer existencia,
situación, autenticidad; hoy estructura, inconsciente y praxis) que parecen
tan naturales e inevitables que no son, propiamente hablando, objeto de
una elección consciente. Ellas pueden compararse a lo que Arthur O.
Lovejoy se refiere con el 'pathos metafísico' [32] o lo que puede ser
llamado la tonalidad del talante que caracteriza a todos los medios de
expresión de una época, aun de aquéllos más alejados del campo
cultural, por ejemplo, literatura en jardinería y decoración de exteriores. El
acuerdo sobre las axiomáticas implícitas del entendimiento y la
afectividad forma la base para la integración lógica de una sociedad y una
época. La 'filosofía sin sujeto', que hoy está retornando con mucho meneo
a la parte delantera de la escena intelectual en la forma de la lingüística
estructural o la antropología, parece ejercer una verdadera fascinación
sobre gente que muy recientemente aguantaba en el mero polo opuesto
del horizonte ideológico y que solía combatirla en nombre de los derechos
incuestionados de la conciencia y la subjetividad. Esto es debido, a
diferencia del pensamiento durkheimiano -el cual está reviviendo en una
nueva forma-, a que no revela todas las consecuencias antropológicas de
sus descubrimientos en forma tan brutal y sistemática, lo cual hizo posible
olvidar que lo que es verdad de un pensamiento incivilizado es verdad de
todo el pensamiento cultivado.
Para que los juicios y argumentos de brujería tengan alguna validez
(escribió Mauss), deben tener un principio que no pueda ser sometido a
examinación. Uno puede discutir si el maná está presente o no en tal o
cual lugar, pero uno no cuestiona su existencia. Ahora bien, los principios
sobre los cuales se fundamentan esos juicios y argumentos, y sin los
cuales uno no los cree posibles, son lo que en filosofía se denominan
categorías. Siempre presentes en el lenguaje, sin estar necesariamente
explícitos, ordinariamente existen más bien en la forma de hábitos que
gobiernan la conciencia, los cuales son, en sí mismos inconscientes. [33]
Nuestra común aprehensión del mundo está también fundamentada
sobre principios no abiertos a la examinación y sobre categorías
inconscientes de pensamiento que constantemente amenazan con
insinuarse a sí mismos dentro de la visión científica. Bachelard está
hablando el mismo lenguaje de Mauss cuando nota que los 'habitos
racionales' --sean éstos la 'mentalidad euclideana', el 'inconsciente
geométrico' o la 'dialéctica de forma y materia' -- 'son otras tantas
esclerosis sobre las que debemos triunfar antes de que podamos
encontrar el movimiento espiritual del discovery'. [34] Pero, puesto que el
proyecto científico y el progreso mismo de la ciencia presupone un
retorno reflexivo hacia los fundamentos de la ciencia y la explicitación de
las hipótesis y operaciones que la hacen posible, indudablemente es en
las formas de arte que las formas sociales del pensamiento de una época
encuentran su expresión más ingenua y completa. Así, como observa
Whitehead: 'es en la literatura donde recibe su expresión la actitud
concreta de la humanidad. En consecuencia, es hacia la literatura a
donde debemos mirar, particularmente en sus formas más concretas ... si
es que esperamos descubrir los pensamientos introspectivos de una
generación'. [35] Así, para tomar un solo ejemplo, la relación que el
creador mantiene con su público, la cual está estrechamente ligada
-como ya hemos visto- con la situación del campo intelectual dentro de la
sociedad y con la posición del artista dentro de este campo, obedece a
modelos que son profundamente inconscientes. Y esto en la medida en
que es una relación de comunicación naturalmente sujeta a las reglas que
gobiernan las relaciones interpersonales en el mundo social del artista o
de aquéllos a los que él se está dirigiendo. Como observa Arnold Hauser,
el antiguo arte oriental con su representación frontal del rostro humano es
un 'arte que despliega y demanda respeto', ofrece al observador una
expresión de deferencia y cortesía que se aviene a un patrón de etiqueta.
Todo el arte cortejante es un arte cortés el cual, debido a su
subordinación al principio de la representción frontal, exhibe su rechazo al
tensionante efectismo de un fácil arte ilusionista.
Esta actitud encuentra expresión tardía, pero todavía en formas bastante
claras, en las convenciones del teatro clásico de la corte donde el actor,
sin conceder nada a las demandas de la ilusión escénica se dirige
directamente a la audiencia, en cierta forma lo evoca con cada una de
sus palabras y gestos. El no está contento con evitar dar la espalda a la
audiencia sino que demuestra en todas las formas posibles que la acción
toda es pura ficción, un divertissement presentado de acuerdo a las
reglas establecidas. El teatro naturalista es una etapa transitoria hacia el
polo opuesto de este arte 'frontal', esto es, el film, el cual inmoviliza a la
audiencia, la lleva hacia la acción en vez de traer la acción y
presentársela, e intenta presentar la acción en una forma tal que sugiere
que los actores están siendo observados en una situación de la vida real,
y así reduciendo la ficción a un mínimo. [36]
Esos dos tipos de intención estética que la obra de arte revela por la
forma en que se dirrige al espectador están en afinidad electiva con la
estructura de las sociedades en las cuales ellas están establecidas y con
la estructura de las relaciones sociales, aristocráticas o democráticas,
favorecidas por aquellas sociedades. Cuando Scaliger encuentra ridículo
que 'los caracteres nunca abandonan el tablado y que aquellos que
permanecen en silencio son considerados como si estuviesen presentes',
cuando él considera absurdo 'comportarse en el escenario como si uno
no pudiera oir lo que una persona está diciendo acerca de otra', [37] ello
se debe a que ya no entiende las convenciones teatrales que los hombres
de la Edad Media daban por supuestas debido a que ellas confirmaban
un sistema de elecciones implícitas. Esas mismas elecciones, de acuerdo
a Panofsky, fueron expresadas en el espacio 'compuesto' [38] de la
representación pictórica o plástica en la Edad Media. Esta yuxtaposición
espacial de escenas sucesivas fue completamente diferente de las
convenciones teatrales y plásticas del Renacimiento y la edad clásica,
con su representación 'sistemática' del espacio y el tiempo lo cual es
expresado igualmente en perspectiva y en la regla de las tres unidades.
Puede parecer sorprendente atribuir al inconsciente cultural las actitudes,
aptitudes, conocimiento, temas y problemas, en resumen, todo el sistema
de categorías de percepción y pensamiento adquiridos por el aprendizaje
sistemático que organiza la escuela o hace posible organizar. Esto se
debe a que el creador mantiene con su cultura adquirida, al igual que con
su cultura primera, una relación que puede ser definida de acuerdo a
Nicolai Hartman como al mismo tiempo 'remolcante' y 'remolcada' y a que
él no se da cuenta de que la cultura que posee lo posee. Así como
puntualiza Louis Althusser,
Sería de lo más imprudente el reducir la influencia de Feuerbach en los
escritos de Marx entre 1841 y 44 únicamente a aquellos lugares en que
es explícitamente mencionado. Porque numerosos pasajes en esos
textos reproducen, o directa-mente denotan desarrollos del pensamiento
de Feuerbach sin que sea citado por su nombre. ... Pero ¿por qué tendría
Marx que entrecomillar a Feuerbach cuando todo mundo sabía de él, y
sobre todo cuando Marx se había apropiado de su pensamiento y
pensaba en categorías de Feuerbach como si fuesen las propias? [39]
Apropiaciones e imitaciones inconscientes son claramente la expresión
más obvia del inconsciente cultural de una época, de ese sentido general
que hace posible el sentido particular en el que encuentra su expresión.
Por esta razón, la relación que un intelectual necesariamente mantiene
con la escuela y con su pasado educativo es un peso determinante en el
sistema de sus elecciones intelectuales más inconscientes. Los hombres
formados por una cierta escuela tienen en común un cierto molde mental;
formado en la misma matriz a la que están predispuestos a entrar dentro
de una inmediata complicidad con almas afines. [40] Lo que los individuos
deben a la escuela es sobre todo un sedimento de lugares comunes, no
sólo un lenguaje común y un estilo sino también terrenos para el
encuentro mutuo y fundamentos para el acuerdo, problemas en común y
métodos comunes para su abordaje. Los hombres cultivados de una
época dada pueden tener diferentes opiniones sobre los temas acerca de
los cuales debaten pero de todos modos están de acuerdo en debatir
acerca de ciertos temas. Lo que ata a un pensador a una época, lo que lo
sitúa y lo data es sobre todo la clase de problemas y temas en términos
de los cuales él está obligado a pensar. Como sabemos, el análisis
histórico con frecuencia encuentra difícil distinguir entre lo que puede ser
atribuido al modo particular de una individualidad creativa y lo que debe
achacarse a las convenciones y reglas de un género o una forma de arte,
y más aún, al gusto, ideología y estilo de una época o una sociedad. Los
temas y maneras que son personales de un creador siempre conducen
en parte a los tópicos y la retórica como la fuente común de temas y
formas que definen la tradición cultural de una sociedad y una época. Es
debido a ésto que la obra está siempre objetivamente orientada en
relación al medio literario, a sus demandas estéticas y espectativas
intelectuales, a sus categorías de percepción y pensamiento.
Consideremos por ejemplo las distinciones entre géneros literarios con
las nociones de épica, trágica, cómica y heroica, entre estilos de acuerdo
a categorías como lo pictórico y lo plástico, o entre escuelas con
oposiciones tales como aquéllas entre clásica y naturalista, burguesa y
popular, realista y surrealista. Tales distinciones dirigen al proyecto
creativo, el cual definen posibilitandolo para definirse a sí mismo en forma
diferencial y para el cual aquéllas aportan sus recursos esenciales. Al
privarlo de los recursos que otros creadores en otras épocas derivarán de
su ignorancia de esas distinciones, el público es conducido a desear
temas de un tipo determinado y de una manera típica, lo cual es visto
como la forma 'natural' y 'razonable' de tratar esos temas, debido a que
ello se acomoda a la definición social de lo natural y lo razonable. [41]
En la misma forma que los lingüistas recurren al criterio de la
intercomprensión para poder determinar áreas lingüísticas, uno puede
también determinar áreas intelectuales y culturales y generaciones
mediante la localización de las redes de cuestiones y temas obligatorios
que definen el campo cultural de una época. Sería superficial concluir que
en todos los casos de divergencias patentes entre intelectuales de una
época sobre lo que es llamado a veces ' los grandes problemas de la
época' debe haber una falla de integración lógica. Los conflictos abiertos
entre tendencias y doctrinas tienden a enmascarar, a los ojos de los
participantes mismos, la complicidad subyacente que ellos presuponen y
que golpea al observador desde afuera del sistema. Esta complicidad
puede ser expresada como un consenso dentro del disenso que
constituye la unidad objetiva del campo intelectual de un período dado.
Este consenso inconsciente sobre los puntos focales del campo cultural
es formado por la escuela cuando forma el elemento irreflexivo común a
todo pensamiento individual.
El hecho esencial es indudablemente que los esquemas intelectuales que
se muestran en la forma de reflejos automáticos solamente pueden ser
comprendidos, en la mayoría de los casos, mediante el estudio
retrospectivo de opciones ya completadas. Se sigue que ellos pueden
regular y gobernar las operaciones intelectuales sin ser conscientemente
percibidas y controladas. Es sobre todo a través del inconsciente cultural
que él retiene de su entrenamiento intelectual y particularmente de su
escolarización que un pensador participa en su sociedad y en su época:
las escuelas de pensamiento pueden llevar arracimadas, en forma más
común de lo que puede suponerse, los pensamientos de la escuela. Esta
hipótesis se confirma de manera ejemplar por el análisis de la relación
entre el arte gótico y el escolasticismo la cual fue propuesto por Erwin
Panofsky. Lo que los arquitectos de las catedrales góticas
inconscientemente tomaron en préstamo de la escuela fue un 'principium
importans ordinem ad actum' o un 'modus operandi', esto es, 'ese método
peculiar de proceder que debe haber sido la primera cosa que dejó su
impronta en la mente del lego cada vez que ésta entró en contacto con la
del hombre de escuela'. [42] Así, por ejemplo, el principio de clarificación
(manifestatio), el esquema de presentación literaria descubierto por el
escolasticismo el cual requiere del autor el hacer claro y explícito
(manifestare) el orden y la lógica de sus palabras -su 'plan', deberíamos
decir- también gobierna la acción del arquitecto y el escultor, como se
puede ver al comparar el Juicio Final sobre el tímpano en Autun con
aquéllos de París y Amiens, donde a pesar de la incrementada riqueza de
motivos, la claridad extrema se mantiene vía el balance de simetría y
correspondencia. [43] Si esto es así, ello se debe a que los constructores
de catedrales estuvieron bajo la constante influencia del escolasticismo
--'la fuerza formadora de hábitos'-- el cual entre 1130- 40 y alrededor de
1270 'virtualmente detentó el monopolio de la educación' sobre un área
de cerca de 150 kilómetros alrededor de París.
No es muy probable que los constructores de estructuras góticas leyeran
a Gilbert de la Porrée o a Thomas Aquinas en el original. Pero ellos
estuvieron expuestos al punto de vista escolástico en innumerables otras
formas, muy aparte del hecho de que su propio trabajo automáticamente
los introdujo en una asociación laboral con aquéllos que idearon los
programas litúrgicos e iconográficos. Ellos habían ido a la escuela, habían
atendido los sermones, ellos pudieron asistir a las disputationes de
quolibet públicas las cuales, abordando como lo hicieron todas las
cuestiones imaginables del día, habían evolucionado hacia eventos
sociales no muy diferentes a nuestras óperas, conciertos o conferencias;
y ellos pudieron entrar en un provechoso contacto con lo educado en
muchas ocasiones. [44]
Se sigue, acota Panofsky, que la conexión entre el arte gótico y el
escolasticismo es 'más concreto que un mero "paralelismo" y aun más
general que aquellas influencias individuales ( y muy importantes) que se
ejercen inevitablemente sobre pintores, escultores o arquitectos por sus
consejeros eruditos'. Esta conexión es una 'genuina relación de causa-
efecto' que opera mediante la diseminación 'de lo que puede ser llamado,
en ausencia de un término mejor, un hábito mental reduciendo este
desgastado cliché a su preciso sentido escolástico de un principio que
regula el acto, principium importans ordinem ad actum. [45] Como una
'fuerza formadora de hábitos' la escuela provee a aquellos quienes han
padecido su influencia directa o indirecta no tanto con esquemas
particulares y particularizados de pensamiento como con esa disposición
general que engendra esquemas particulares, los cuales pueden después
ser aplicados en diferentes dominios de pensamiento y acción, una
disposición que uno puede llamar el habitus cultivado.
Así, para poder explicar las homologías estructurales que encuentra entre
dominios de actividad intelectual tan lejanos entre sí como el pensamiento
arquitectónico y el filosófico, Erwin Panofsky rehusa contentarse con la
invocación de una 'visión unitaria del mundo' o un 'espíritu de los
tiempos', lo cual equivaldría meramente a dar un nombre a lo que uno
está buscando explicar o, peor aún, plantear como explicación aquello
que requiere ser explicado. El sugiere lo que es aparentemente más
obvio y ciertamente la explicación más persuasiva. En una sociedad en
donde la transmisión de cultura es el monopolio de una escuela, las
afinidades subyacentes que unifican las obras de la cultura educada (y al
mismo tiempo a la conducta y al pensamiento) están gobernadas por el
principio que emana de las instituciones educacionales. A esas
instituciones les ha sido encomendada la función de transmitir
conscientemente (y también en parte inconscientemente) lo inconsciente.
Más precisamente, la escuela produce individuos que poseen este
sistema de esquemas inconscientes (o extremadamente obscuros)
constituyentes de su cultura. Obviamente sería ingenuo parar la
búsqueda de una explicación en este punto, como si la escuela fuese un
imperio dentro de un imperio, y como si la cultura tuviese ahí su origen.
Pero también sería ingenuo no tomar en cuenta el hecho de que la
escuela, por la lógica misma de su funcionamiento, modifica el contenido
y el espíritu de la cultura que transmite, o el olvidar que su función
expresa es transformar la herencia colectiva en un inconsciente común e
individual. El relacionar las obras producidas por una época con las
prácticas educativas coetáneas es por lo tanto dotarse a uno mismo con
unos medios para explicar no sólo lo que ellas dicen sino también lo que
revelan a su pesar en la medida en que participan en los aspectos
simbólicos de una época o una sociedad.
Así, la sociología de la creación intelectual y artística debe tomar como su
objeto el proyecto creativo como un punto de reunión y un ajuste entre
determinismo y una determinación. Esto es, si ella va a ir más allá de la
oposición entre una teoría estética interna, obligada a tratar a una obra
como si fuera un sistema autocontenido con sus propias razones y raison
d'étre -definiendo ella misma los principios y normas coherentes
necesarias para su interpretación-, y una teoría estética externa la cual,
frecuentemente al costo de disminuir detrimentalmente la obra, intenta
relacionarla a las condiciones económicas, sociales y culturales de la
creación artística. De hecho, toda la influencia y restricciones ejercidas
por una autoridad externa al campo intelectual es siempre refractada por
la estructura del campo intelectual. Esta es la razón por la que, por
ejemplo, la relación que un intelectual tiene con la clase social de donde
proviene o a la cual pertenece está mediada por la posición que él ocupa
en el campo intelectual. Es en términos de este campo intelectual que él
se siente autorizado a proclamar que pertenece a esa clase (con las
elecciones que ello implica), o por otro lado, está inclinado a repudiarlo y
a ocultarlo con vergüenza. Así, las fuerzas de determinismo sólo pueden
devenir una determinación específicamente intelectual al ser
reinterpretadas, de acuerdo a la lógica específica del campo intelectual,
en un proyecto creativo. Los eventos económicos y sociales sólo pueden
afectar alguna parte particular de ese campo, sea ésta un individuo o una
institución, de acuerdo a una lógica específica, pues al mismo tiempo, en
la medida en que está estructurada bajo su influencia, el campo
intelectual los obliga a soportar una conversión de significado y valor
transformándolos en objetos de reflexión o imaginación.
NOTAS
1 L. L. Schücking, The Sociology of Literary Taste, translated by B.
Battershaw, London: Routledge, 1966, pp. 13-15.
2 Con, como hace notar Shücking (ibid.,p. 16), una fase de transición
cuando el publisher es dependiente de las suscripciones, que a su vez
dependen en gran medida de las relaciones entre el autor y sus
patrocinadores.
3 Ibid., pp. 50-1.
4 Ibid., p. 52.
5 Ibid., p. 27. En otro lugar (p. 43) Shücking nos dice que Churchyard, un
contemporáneo de Shakespeare, escribió en uno de sus prefacios con
cínica frankeza que, tomando el pez como su ejemplar, el nadó con la
corriente; Dryden admitió abiertamente que él estaba interesado sólo en
ganar el público para su lado y si el público quería una comedia de tipo
bastante corriente o una sátira, él no dudaría en dársela.
6 Es cierto que podemos encontrar en períodos anteriores, del siglo
dieciseis en adelante, y quizá desde antes, declaraciones del desdén
aristocrático del artista por el mal gusto del público, pero antes del siglo
diecinueve ellas nunca constituyeron una profesión de fe de la intención
creativa ni una suerte de doctrina colectiva.
7 R. Williams, Culture and Society, 1780-1950, 3rd ed., Harmondsworth:
Penguin Books, 1963, pp. 49-50.
8 Raymond Williams destaca también las relaciones interdependientes
que ligan la aparición de un nuevo público, perteneciente a una nueva
clase social, a un grupo de escritores provenientes de la misma clase, y a
instituciones o formas de arte inventadas por esa clase. 'El carácter de la
literatura está también visiblemente afectada, en formas diversas, por la
naturaleza del sistema de comunicación y por el carácter cambiante de
las audiencias. Cuando vemos la importante emergencia de escritores de
un nuevo grupo social, debemos poner atención no sólo en ellos, sino
también en las nuevas instituciones y formas creadas por el grupo social
más amplio al que ellos pertenecen. El teatro isabelino ... como institución
fue creado en gran medida por especuladores individuales de clase
media, y proveído de obras por escritores en su mayoría de clase media y
familias de comerciantes y artesanos, asi bien de hecho tuvo una
constante oposición de parte de la clase media comercial y, aunque al
servicio de audiencias populares, sobrevivió gracias a la protección de la
corte y la nobleza. ... La formación en el siglo dieciocho de una audiencia
organizada de clase media puede considerarse como debida en parte a
ciertos escritores provenientes del mismo grupo social, pero también --y
acaso principalmente-- como una formación independiente que atrajo
hacia ella a esos escritores y les dio su oportunidad. La expansión y
posterior organización de esta audiencia de clase media puede
considerarse que continuó hasta finales del siglo diecinueve, atrayendo
hacia su interior escritores de orígenes sociales variados pero dándoles, a
través de sus instituciones mayoritarias, una homogeneidad general' (R.
Williams, The Long Revolution, Harmodsworth: Pelican Books, 1965, p.
266).
9 Una descripción de las principales tendencias del 'movimiento estético'
pueden ser encontradas en Schücking, op. cit., pp. 28-30.
10 Ibid., p. 30. Hay también (p. 55) una descripción del funcionamiento de
esas sociedades y en particular de los 'servicios mutuos' que hicieron
posible.
11 Ibid., p. 62.
12 No es necesario decir que las proposiciones que emergen a partir del
estudio de un campo intelectual establecido pueden aportar la base para
una interpretación estructural ya sea de los campos intelectuales que
surgen de una evolución histórica diferente, tal como el campo intelectual
de la Atenas del siglo quinto, o aun de campos intelectuales en proceso
de llegar a establecerse.
13 J.-P. Sartre, Qu'est-ce que la littérature?, Paris: Gallimard, 1948, p. 98.
14 P. Valéry, Ouvres, I, Paris: Gallimard, Bibliothéque de la Pleiade, p.
1442.
15 R. Moulin, Le Marche de la peinture en France, essai de sociologie
économique, Paris: Ed. de Minuit, 1967.
16 L. Althousser, Lire le Capital, II, Paris: Maspero, 1965, pp. 9-10.
17 G. Genette, Figures, Paris: Ed. du Seuil, Collection 'Tel quel', 1966, pp.
242-3.
18 Ibid., pp. 69-71.
19 Solamente un análisis de la estructura real de las obras permitiría
establecer si la conversión del proyecto creativo que aparece en los
escritos del creador acerca de su obra se demuestra también en sus
obras más recientes, en cuyo caso, debería presentar --como una mera
lectura de ellas parece indicar-- presentar la expresión más acabada y
más sistemática de su intención creativa.
20 Las observaciones de Schücking nos permiten plantear esta
proposición de relevancia más general: 'Respecto a lograr publicar, ha
sido observable un hecho desde al menos el siglo dieciocho --la situación
afortunada de cualquiera que esté en contacto personal con escritores
bien conocidos con un público y un cierto prestigio con los publishers. Su
recomendación puede llevar aparejada un peso suficiente como para
suavizar las dificultades principales propias del recién llegado. Así, es casi
una regla que el trabajo del principiante no pasa directamente desde él a
la autoridad apropiada sino que toma la ruta indirecta y dificultosa de
pasar por el escritorio de un artista reputado (op. cit., p. 53).
21 Así vemos cómo la reunión entre autor y publisher puede ser
vivenciada e interpretada en la lógica de una armonía pre-establecida y
una predestinación: 'Están ustedes contentos de ser publicados por
Éditions de Minuit? --Si la hubiera hecho a mi placer hubiera ido con ellos
directamente ... . Pero no me atreví, parecía demasiado grande para mí.
Por ello, mandé mi manuscrito primero a X Éditions primero. Esto no
suena muy a cumplido para X Éditions! Entonces ellos me rechazaron mi
libro e igual lo llevé a Éditions de Minuit.-- ¿Cómo te fue con el publisher?
--Primero que nada él me dijo lo que era mi libro. Vio cosas en él que yo
no me atreví a esperar poder hacerlas, todo acerca del tiempo, las
coincidencias' (Quinzaine litteraire, September 15, 1966).
22 Existir, en el sistema de relaciones simbólicas que constituyen el
campo intelectual, es ser conocido y reconocido por facetas distintivas
(una manera, un estilo, una especialidad, etc.), cuyas divisiones
diferenciales pueden ser buscadas expresamente y las cuales pueden
servir para elevar a uno fuera del anonimato y la insignificancia.
23 'Excepto por aquellas páginas de apertura que parecen ser un
pastiche más o menos consciente de la nueva novela, L'Auberge
espagnole cuenta una historia fantástica pero perfectamente
comprehensible, cuya acción obedece a la lógica de los sueños , no a la
de la realidad' (É. Lalou, L'Express, octubre 26, 1966). Aquí, el crítico que
sospecha que el joven novelista vagaba consciente o inconscientemente
dentro de un salón de espejos cae él mismo en la trampa al describir lo
que considera como una reflexión de la nueva novela a la luz de una
reflexión común de la nueva novela.
24 M. Proust, A la recherche du temps perdu: Sodome et Gomorrhe,
Paris: N.R.F., 1927, II, 2, pp. 35-6. Las elecciones admiten con frecuencia
justificaciones aun más sumarias; el mecanismo del péndulo mediante el
cual cada generación tiende a rechazar las proposiciones implícitas que
aportan la base para el consenso de la generación previa, debe
agradecer parte de su efectividad al temor social de parecer ser asignado
a una época que ya se fue y en consecuencia a ser situado en una
posición devaluada en el campo intelectual; muchos tabús --aun en los
temas menos acumulativos-- no tienen otro fundamento ('literatura de pre-
guerra', 'sociologia de la Tercera República' o 'arte de estilo anticuado').
25 'Al igual que la política, la vida artística consiste de una lucha para
conseguir apoyos.' La analogía sugerida por Schücking (Op. cit., p. 197)
entre el campo político y el campo intelectual está basada en una
intuición que en parte es correcta pero que sobresimplifica la cuestión.
26 Legitimidad no es legalidad; si los individuos provenientes de las
clases menos favorecidas en aspectos culturales casi siempre al menos
fingen estar de acuerdo con la legitimidad de las reglas estéticas
propuestas por la cultura educada, esto no excluye la posibilidad de
dedicar sus vidas, de facto, fuera de la esfera de aplicación de las reglas
sin que las reglas pierdan por ello nada de su legitimidad, esto es, su
pretensión de ser universalmente reconocidas. La regla legitimada puede
no determinar de ninguna manera modos de conducta situados dentro de
su esfera de influencia, puede tener solamente excepciones a su
aplicación, pero ella no obstante define la modalidad de la experiencia
que acompaña esos modos de conducta y no es posible para ella no ser
pensada y reconocida, especialmente cuando es contravenida, como la
regla de las conductas culturales cuando éstas desean ser consideradas
como legítimas. En resumen, la existencia de lo que yo llamo legitimidad
cultural radica en cada individuo, sea que lo desee o no, que lo admita o
no, al estar situado, y al saber que es situado, en la esfera de aplicación
de un sistema de reglas que hacen posible calificar y estratificar su
comportamiento en un contexto cultural.
27 Difícilmente necesita ser dicho que la percepción del campo intelectual
como tal y la descripción sociológica de ese campo son más o menos
accesibles al individuo dependiendo de la posición que él ocupa en el
campo.
28 Cf. R. Picard, Nouvelle critique ou nouvelle imposture, Paris: Jean-
Jacques Pauvert, Colección 'Libertés', pp. 24, 35, 58 y 76.
29 Cf. Barthes, Op. cit.: 'La crítica razonable hace todo lo posible para
poner todo bajo una estaca: lo que es banal en la vida no debe ser
perturbado; lo que es banal en un libro debería por el contrario hacerse
que pareciera como banal' (p. 22); 'qué sabe él acerca de Freud excepto
lo que ha leído en la serie "Que sais-je"?' (p. 24).
30 'Cierto, esas tareas modestas y exigentes permanecen absolutamente
indispensables; pero el viento de cambio de M. Barthes y sus amigos
deberían también ser para todos la oprtunidad para un muy serio examen
de conciencia' (Picard, op. cit., p. 79).
31 Este tipo de actitud ambivalente está particularmente extendida entre
los estrata más bajos de la intelligentsia, entre los periodistas,
divulgadores, artistas controvertidos, productores de radio y televisión,
etc.: muchas opiniones y modos de coducta tienen sus origenes en la
relación que esos intelectuales tienen con la educación primera y en
consecuencia con el establishment educativo.
32 A. O. Lovejoy, The Great Chain of Being: A Study of the History of an
Idea, Cambridge: Mass., Harvard University Press, 1961, p. II.
y 37-8.
.
40 Obviamente, en una sociedad de intelectuales formada por el sistema
educacional, el autodidacta tiene necesariamente ciertas propiedades,
todas negativas, que él debe tomar en cuenta y cuya marca es llevada
por su proyecto creativo.
43 Ibid., p. 40.
44 Ibid., p. 24.