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LA JOVEN DE CATANDUVA
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El Sembrador de Estrellas
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Sueli Caldas Schubert
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El Sembrador de Estrellas
- Voy a San Pablo - me explicó - para trabajar como dama
de compañía en una casa. Ese joven, muy educado, me dio la
dirección de una tía que recibe a muchachas como pensionistas. El
estaba ofreciéndome incluso un empleo mejor, porque se encarga
de contratar a jóvenes para que trabajen, y la tía les da alojamiento.
Eso estaba explicándome cuando sucedió esto. ¿Qué hago ahora?
- Usted va a ser dama de compañía - le respondí. Ese
joven es un seductor de muchachas para orientarlas a la insensatez
del sexo licencioso.
Le expliqué de qué se trataba y se quedó muy sorprendida.
- Pero, no es posible. ¡El es tan delicado! - Me respondió.
Me dijo que estaba entusiasmado conmigo, que nunca había visto a
una muchacha tan bonita como yo, que me quería llevar a la casa
de su tía, a fin de protegerme de los “lobos” que hay en San Pablo.
- Usted haga exactamente lo que su madre le ordenó - le
aconsejé.
Me quedé a su lado hasta que llegamos a San Pablo.
Cuando bajamos la acompañé. En ese momento vimos que
el joven descendía del tren, todo sucio; su ropa blanca tenía
manchas de color café. Lo miré y le pregunté sonriendo:
- ¿Está mejor?
El respondió a su modo y siguió de largo, mientras me
quedé reflexionando acerca de la forma en que proceden los
espíritus.
De este interesante caso derivan varios puntos, para una
más minuciosa reflexión.
Nuevamente, a través de la videncia de Divaldo, los
acontecimientos se captan desde el ángulo espiritual.
Al principio se destaca la vibración amorosa de la madre al
despedirse de la hija, en la estación.
Es oportuno recordar qué dice André Luiz en Evolución en
dos Mundos respecto de los fluidos:
- En el ámbito espiritual, el hombre desencarnado va a
encontrarse más directamente con un fluido activo y multiforme,
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que fluye inagotable, que brota del alma, al que podemos definir
hasta cierto punto como un derivado del fluido cósmico, absorbido
por la mente humana en un proceso vital semejante a la
respiración, mediante el cual la criatura asimila la fuerza emanada
del Creador — esparcida en todo el cosmos —, y la transforma
bajo su responsabilidad, para ejercer su propia influencia en la
Creación.
Ese fluido es su propio pensamiento continuo, mediante el
cual genera un poder energético con el que nunca había soñado.
Más adelante, el mismo autor espiritual sostiene en relación
con la potencia del pensamiento:
Por consiguiente, la partícula del pensamiento, en carácter
de corpúsculo fluídico, es tanto como el átomo una unidad en la
esencia que se subdivide en diversos tipos conforme la cantidad, la
calidad, el comportamiento y la trayectoria de sus componentes.
Así como el átomo constituye una fuerza activa y poderosa
por su propia contextura, si bien es pasiva en relación con la
inteligencia que la impulsa hacia el bien o el mal, la partícula del
pensamiento, aunque sea viva y poderosa en la composición que
fluye del espíritu que la produce, es igualmente pasiva en relación
con el sentimiento que le da forma y naturaleza dirigida al bien o el
mal, convirtiéndose por acumulación en un fluido que atrae o
libera, ácido o sedante, dulce o amargo, alimenticio o extenuante,
vivificador o mortífero, según la fuente del sentimiento que lo
caracteriza y lo configura, designado a falta de una terminología
equivalente como rayo de emoción o rayo del deseo, fuerza esa que
produce la diferenciación entre masa y trayectoria, impacto y
estructura.
Este proceso que explica André Luiz en relación con el
hombre desencarnado, no difiere de lo que ocurre con el
encarnado, a no ser evidentemente por la barrera que el cuerpo
físico representa, pero como el autor destaca es en el ambiente
espiritual que el ser humano cuenta con las condiciones para
mejorar ese mecanismo.
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