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En “La geografía lingüística en Chile”, EFil, 1983, núm. 18, pp. 21-22.
2 JUAN M. LOPE BLANCH, “Introducción. Historia del proyecto”, Atlas lingüístico de
México, t. 1: Fonética, El Colegio de México-F.C.E., México, 1991, vol. 1, p. 13.
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que separa el bajo alemán del alto alemán3; con las fronteras dialecta-
les trazadas por Rohlfs en la Península itálica, que revelan la existencia
de tres Italias4; o con los rasgos que separan los dos macrodialectos de
Colombia5.
El propósito inicial también explica que el cuestionario con-
sagrado al léxico sea, en palabras de Lope Blanch, “relativamente
asistemático en cuanto que no se organiza en torno a campos semán-
ticos…”6, como ha sido ya tradición en geolingüística, a partir del
AIS, dada la facilidad para elaborar los cuestionarios tanto como para
responderlos, debido a las relaciones semánticas que se establecen
entre las palabras. Pero sí “responde a nuestro objetivo diferenciador
de regiones dialectales”, agrega el autor, por lo cual “en la selección de
las cuestiones atendimos a… que se tratara de conceptos conocidos
en todo el país, lo cual obligaba a eliminar preguntas relativas a reali-
dades peculiares de cada cultura regional” (p. 13). Opción interesan-
te, dado que la determinación de zonas dialectales en el territorio
del atlas siempre será un objetivo deseable. Si la selección de pala-
bras encaminadas a este propósito fue bien hecha, como estamos se-
guros de que lo fue, el análisis y la interpretación de ese material
facilitarán sin duda el hallazgo de esas fronteras dialectales. Sin em-
bargo, está claro que al no partir de intereses estrictamente geolin-
güísticos, se privó también este Atlas de la comparación sistemática
con otros ya existentes en el mundo hispánico pues no incorporó en
la investigación amplias áreas de los cuestionarios anteriores. Desgra-
ciadamente, seleccionar una opción implica de manera necesaria
prescindir de las otras.
Explica, finalmente, la prescindencia del aspecto etnográfico del
ALMex, que lo emparienta más con el Atlas linguistique de la France,
ALF, que con los demás atlas europeos e hispanoamericanos. El AL-
Mex no indaga por las relaciones de palabras y cosas, esto es, de len-
gua y cultura, que más de una respuesta dan a ciertas perplejidades.
Pero, de nuevo, incorporar o no la etnografía en un atlas responde a
opciones, tiene que ver con el objetivo central perseguido, y está cla-
ro que la investigación inicial del ALMex no la requería. Sin embar-
go, también creo que algo tiene que ver con el tipo de dominio de
que se trate. Parece que cuanto más pequeño es éste más necesidad
hay de estudiar juntas palabras y cosas, como ya lo señalaba Alvar ba-
sándose en su experiencia7; es lo que vemos en los atlas regionales o
11 Ibid., p. 134.
12 Cf. OTTO WINKELMANN, “La geolingüística pluridimensional y el análisis de si-
tuaciones de contacto lingüístico”, Neue Wege der romanischen Geolinguistik. Akten des
Symposiums zur empirischen Dialektologie (Heidelberg/Mainz, 21-24 Oct. 1991), eds. Edgar
Ratke y Harald Thun, Verlag Kiel, Westensee, 1996, p. 342.
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Véanse, “Sobre métodos: los mapas sintéticos del ALMex ”, NRFH, 48 (2000),
71-81, y “Atlas linguistique du Mexique”.
14 “Atlas linguistique du Mexique”, p. 128.
15 “México”, Manual de dialectología hispánica…, pp. 87-88.
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ta del pie, taba. Agreguemos los mapas 618 murciélago, 621 mantis re-
ligiosa, 702 lama, 718 lagañas, 757 talón, 760 chato, 762 tartamudo,
824 gajo, etc.
Ciertamente esto no basta para hablar de zonas dialectales. Ha-
brá que multiplicar los ejemplos —fónicos, léxicos, gramaticales—,
que irán perfilando isoglosas que es probable que no se correspon-
dan con los límites político-administrativos de los estados, y luego,
procurar explicarse qué factores extralingüísticos subyacen a estas
fronteras dialectales.
Pero no sólo eso. De la distribución que adopta una forma en el
espacio, especialmente si se trata de léxico, se pueden inferir muchas
cosas. Los mapas proporcionan materiales “crudos” que podrán in-
terpretarse según lo que esos mismos materiales y su distribución en
el espacio sugieran: su probable antigüedad, según el fenómeno se
registre en áreas marginales o centrales —ese es el caso, al parecer, de
Baja California y Sonora, que se muestran, por lo menos en el léxico,
como algo conservadoras—; el descubrimiento de estratos que, en el
caso del léxico, revelan procesos de sustitución; la influencia de las
lenguas indoamericanas, especialmente en el sector léxico regional;
el nivel diferente del español de unas regiones con respecto a otras,
debido probablemente a épocas distintas de colonización, a diverso
origen dialectal de los pobladores hispánicos y a su diferente nivel
cultural, etc.
En el prólogo al ALMex decía Beatriz Garza que México es el país
con mayor número de hispanohablantes del mundo, en una super-
ficie de casi dos millones de kilómetros cuadrados, por lo que le pa-
recía que, lingüísticamente, era indispensable para el mundo de
habla española saber cómo es el español que hablan los ahora ya 97
millones y medio de mexicanos. Esta es una razón que no cabe sino
compartir, sobre todo cuando contamos, ahora, con la invaluable do-
cumentación que lo hace posible, el ALMex, que ciertamente será la
fuente de información obligada para la elaboración de los atlas re-
gionales que sin duda proyectarán a partir de ahora y que, con su
particular perspectiva, complementarán el extenso material que nos
ha proporcionado esta obra.
Tenemos ante nosotros una obra admirable, no sólo porque dis-
ponemos de una documentación de materiales coherentes, en cuanto
que fueron recopilados con criterios reconocidos por investigadores
acuciosos, sino también porque sabemos lo que costó llevarla a cabo,
dadas las metas y exigencias autoimpuestas.
En cualquier país culto, un atlas lingüístico nacional ocupa el pri-
mer lugar de importancia desde el punto de vista lingüístico. En este
sentido, el ALMex constituye la obra más importante, quién lo duda,
de la lingüística mexicana, como ya lo sostuviera Manuel Alvar allá
por 1991. Por eso mismo, este volumen 6 es significativo en muchos
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sentidos: significativo para sus autores, que han visto coronados con
éxito todos estos años de tesón, esfuerzo y constancia dedicados a dar
término a una obra que, ya en su preparación, se debe haber visto
enorme, extensa, y en algunos momentos, posiblemente para más de
uno de sus autores, irrealizable; significativo también para El Colegio
de México, que creyó en el proyecto y lo respaldó desde el comienzo
con su personal y sus medios; significativo para el país, que se pone
así, con Colombia, a la cabeza de los países hispanoamericanos que
han llevado a feliz término un atlas lingüístico nacional; significativo,
finalmente, para la lingüística, en específico para la geolingüística,
que puede exhibir, desde hoy, un nuevo instrumento que aumentará
nuestro conocimiento sobre el español hablado en México y su dis-
tribución.
CLAUDIO WAGNER
Universidad Austral de Chile