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Francisco Ortega
EL CUERPO INCIERTO
CORPOREIDAD,
TECNOLOGÍAS MÉDICAS
Y CULTURA CONTEMPORÁNEA
CORPOREIDAD,
TECNOLOGÍAS MÉDICAS
Y CULTURA CONTEMPORÁNEA
ESTUDIOS SOBRE LA CIENCIA, 57
Director
José Luis Peset Reig (CSIC)
Secretario
Jon Arrizabalaga Valbuena (CSIC)
Comité Editorial
Rafael Huertas García-Alejo (CSIC)
Mauricio Jalón Calvo (Universidad de Valladolid)
Antonio Lafuente García (CSIC)
M.ª Luz López Terrada (CSIC)
Víctor Navarro Brotons (Universidad de Valencia)
Miguel Ángel Puig-Samper Mulero (CSIC)
M.ª Isabel Vicente Maroto (Universidad de Valladolid)
Consejo Asesor
Raquel Álvarez Peláez (CSIC)
Emilio Balaguer Perigüell (Universidad Miguel Hernández, Alicante)
Rosa Ballester Añón (Universidad Miguel Hernández, Alicante)
Ricardo Campos Marín (CSIC)
Nicolás García Tapia (Universidad de Valladolid)
Thomas Glick (Universidad de Boston, Estados Unidos)
Antonello La Vergata (Universidad de Módena, Italia)
Leoncio López-Ocón Cabrera (CSIC)
Marisa Miranda (CONICET, La Plata, Argentina)
Luis Montiel Llorente (Universidad Complutense, Madrid)
Jorge Molero Mesa (Universidad Autónoma de Barcelona)
Francisco Pelayo López (CSIC)
Juan Pimentel Igea (CSIC)
M. Christine Pouchelle (CNRS, París)
Julio Samsó (Universidad de Barcelona)
José Manuel Sánchez Ron (Universidad Autónoma de Madrid)
Javier Puerto Sarmiento (Universidad Complutense, Madrid)
Manuel Sellés García (UNED, Madrid)
Concepción Vázquez de Benito (Universidad de Salamanca)
FRANCISCO ORTEGA
EL CUERPO INCIERTO
CORPOREIDAD,
TECNOLOGÍAS MÉDICAS
Y CULTURA CONTEMPORÁNEA
© CSIC
© Francisco Ortega
NIPO: 472-10-162-1
ISBN: 978-84-00-09158-3
Depósito Legal: M-40684-2010
Compuesto en Solana e Hijos, A.G., S.A.U.
Impreso en España. Printed in Spain
AGRADECIMIENTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Foucault y el cuerpo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
La construcción social del cuerpo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22
El cuerpo fenomenológico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
Superación del dualismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
Corporeidad y acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Cuerpo y poder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
Constructivismo y biotecnologías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
Fenomenología de la visceralidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
Cuerpo construido versus cuerpo material . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
Anatomía fenomenológica del cuerpo vivido . . . . . . . . . . . . . . . 64
Antropología mínima . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
Ambivalencia ontológica de la visceralidad . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
Abran algunos cadáveres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
Historia de la objetividad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
¡Dios mío, veo! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
Rayos X en la cultura popular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
Construcción de evidencias sociotécnicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
Imágenes del cerebro en los tribunales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
9
Índice
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227
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AGRADECIMIENTOS
11
Nuestro cuerpo es el ejemplo más destacado de lo ambiguo
WILLIAM JAMES
INTRODUCCIÓN
* El texto que aquí se presenta, cuyo manuscrito ha sido traducido al español por
Román Goldenzweig, se basa en la obra del mismo autor, corregida y ampliada, O corpo
incerto: corporidade, tecnologías médicas e cultura contemporânea. Río de Janeiro,
Garamond, 2008.
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CAPÍTULO I
EL CUERPO ENTRE CONSTRUCTIVISMO
Y FENOMENOLOGÍA
Existe vida más acá del mundo digital: la única que tenemos.
HANS MAGNUS ENSZENBERG
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1
Feher, 1989, I: 11 ss. Cf. Stoff, 1999; Lorenz, 2000; Porter, 1992; Bynum, 1995.
2
Lo que constituye una tautología, como el filósofo Ian Hacking (1999) notó,
pues, al fin de cuentas, ¿existen construcciones que no sean sociales?
3
Uso ‘corporificada’ para traducir el término inglés embodied, el cual es difícil
verter al castellano. Traducido como encarnado, corporificado o incorporado, ninguno
de ellos captura adecuadamente la riqueza polisémica del original.
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El cuerpo incierto
FOUCAULT Y EL CUERPO
Cualquier conocedor de la obra de Michel Foucault sabe de la
aversión que este autor nutría por la tríada constituida por la fenome-
nología, el marxismo y el existencialismo. Para él, esos saberes re-
mitían a una filosofía del sujeto, de la consciencia, a un proyecto fun-
dacionalista del cual el filósofo quería mantener distancia: «¿Podemos
decir que el sujeto es la única forma de existencia posible?» (1994, IV:
49). Esa pregunta en una entrevista de 1978 resume el cuestionamien-
to de Foucault frente a un sujeto que da sentido al mundo, como su-
cede en la fenomenología y en el existencialismo. Vale la pena resaltar
que en las entrevistas, al criticar la fenomenología y el existencialismo
como proyectos fundacionalistas, Foucault piensa más en la figura de
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En una conferencia proferida en Tokio en 1978, Foucault retoma críticamente la
noción de carne (chair), la cual es descripta como la «propia subjetividad del cuerpo»,
o sea, en términos cercanos al uso del último Merleau-Ponty (el de lo Visible e invisi-
ble). No obstante, aproximarla al concepto cristiano de carne representa un mecanismo
de sometimiento de los individuos a su propio cuerpo (1994, III: 566). Vale la pena re-
cordar que el cuarto volumen de la Historia de la sexualidad, inédito hasta hoy, llevaría
por título Las confesiones de la carne.
5
Cf. Merleau-Ponty, 1987; Cohen, 1984. Por otro lado, como recuerdan Dreyfus
y Rabinow (1983), la crítica de Foucault al cuerpo fenomenológico se aplica también a
las reglas de formación discursiva de la arqueología foucaultiana, las cuales serían trans-
cendentales en el mismo sentido de los existenciales heideggerianos y de los esquemas
corporales merleau-pontyianos.
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El cuerpo incierto
6
«Nietzsche, la généalogie, l'histoire», Hommage à Jean Hyppolite, Paris, PUF,
1971. Publicado en los Dits et écrits, vol. II: 136-156.
7
Lacan, 1966; Sarasin, 1999.
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y Roy Porter, entre otros,8 lo que resulta que buena parte de la discu-
sión sobre el cuerpo gire en torno del sexo y el género. El pasaje de los
presupuestos epistemológicos a los ontológicos es más fácil cuando la
construcción social del sexo-género es usada como metonimia del
cuerpo a la hora de criticar las posiciones no-constructivistas (tachadas
comúnmente de esencialistas). Parece ser menos problemático afirmar
que el género (e inclusive la sexualidad) no es un hecho biológico y sí
una construcción discursiva, que decir lo mismo con relación a la ma-
terialidad corporal.
¿Cuál es la posición de Foucault en ese debate? En principio él
asumiría posiciones agnósticas oscilando en ciertos momentos hacia la
ontológica negativa, al afirmar que la disciplina fabrica cuerpos y pro-
duce el cuerpo natural, o que el alma es fabricada a partir de la disci-
plina corporal (Foucault, 1991). El pensador francés afirmó en diver-
sas ocasiones que su posición es más materialista que la del marxismo,
ya que no examina los efectos del poder al nivel de la ideología sino al
del cuerpo. El poder es «ejercido ‘físicamente’ sobre los cuerpos»;9 el
individuo es «producido por relaciones de poder sobre el cuerpo»
(1994, III: 36-7), relaciones estas que «pueden penetrar ‘materialmen-
te’ en la espesura misma del cuerpo».10 A pesar del realce dado a los
efectos ‘materiales’ y ‘reales’ del poder, el compromiso con el ‘cuerpo
real’ convive paradójicamente con la visión epistemológica (la posición
agnóstica), según la cual el cuerpo desaparece como entidad ‘material’
o ‘biológica’, ya que éste es conocido apenas mediante el filtro de un
determinado discurso (médico, jurídico, pedagógico) o de las relacio-
nes de poder. El cuerpo biológico aparece como una manifestación de
lo social. Foucault (y muchos de sus seguidores) no parecen mostrar
interés en la materialidad del cuerpo como una entidad activa e inten-
cional. Su obra no ofrece una fenomenología del cuerpo adecuada pa-
ra dar cuenta de su dimensión material, como es realzado por varios
comentadores.11 La experiencia sensorial involucrada en el hecho de
que tengamos un cuerpo no recibe la necesaria atención de su parte,
salvo el placer y el deseo, como únicas sensaciones que el cuerpo pa-
8
Bynum, 1995; Porter, 1992; Lorenz, 2000.
9
1994, II: 523, mi énfasis.
10
1994, III: 231, mi énfasis.
11
Outram, 1989; Turner, 2001.
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El nacimiento de la clínica comienza con la siguiente frase: «Este libro trata del
espacio, del lenguaje y de la muerte; trata de la mirada» (Foucault, 1997b: 1). La mira-
da es fundamental también para el dispositivo panóptico (Foucault, 2001). Sobre la he-
gemonía de la visión en la modernidad, cf. Levin, 1993.
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Butler da aún otro paso al frente en su pavor de la carne, pues para la filó-
sofa americana, la materialidad como abyecto no es del orden de lo Real, sino que
es construida discursivamente (Butler, 1993; Hekman, 1998).
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Una bella introducción a las diferentes corrientes de ‘analíticos y continentales’
es presentada por D´Agostini (1997).
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El cuerpo incierto
EL CUERPO FENOMENOLÓGICO
El cuerpo fenomenológico no es, por otro lado, el cuerpo anato-
mofisiológico. La dimensión material de la corporeidad no es reduci-
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Lewontin, 1991, 2000; Maturana, 2002; Maturana y Varela, 2003.
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Cf. Costa, 2004; Bermudez, 1998; Butterworth, 1998; Campbell, 1998; MacLeod
y Pick, Jr., 1974; Husserl, 1952; Merleau-Ponty, 1987; Dewey, 1929; Leder, 1990;
Strauss, 1935; Todes, 2001; Winnicott, 1990, 1992, 1999.
17
El uso del término fenomenológico tiene simplemente la función de simplificar
los argumentos, no significando ningún compromiso con una u otra tradición fenome-
nológica. En este libro, estoy interesado en los elementos comunes a esas tradiciones y
no en las peculiaridades de cada una de ellas. Hablo de cuerpo fenomenológico como
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El cuerpo incierto
podría hablar de cuerpo vivido, o cuerpo físico. Costa (2004) desarrolla una inte-
resante crítica al concepto fenomenológico de cuerpo vivido, optando —influen-
ciado por las perspectivas ecológicas— por el concepto de cuerpo físico. Esa im-
portante distinción no es pertinente para el objetivo desarrollado en este capítulo,
que es, repito, ofrecer una descripción de la corporeidad humana, que es, según
mi óptica, más adecuada que la que nos es ofrecida por el constructivismo social.
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Cf. Turner, 2001; Williams y Bandelow, 1998; Dreyfus y Rabinow, 1983;
Hoy, 1999.
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El cuerpo incierto
CORPOREIDAD Y ACCIÓN
Un problema fundamental de las diferentes variantes del cons-
tructivismo social reside en la dificultad de articular la capacidad de
agencia de los individuos. Acción es un término que frecuentemente
es evitado por los constructivistas, los cuales generalmente prefieren
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Para un desarrollo de esa idea, cf. Ortega (2007). Sobre la historia de los
conceptos de acción y reacción y la primacía del término ‘reacción’ de la física y la
química hasta la psiquiatría y la política, cf. el excelente libro de Starobinski (2001).
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El cuerpo incierto
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CUERPO Y PODER
Finalmente, el cuerpo fenomenológico puede dar cuenta de la ma-
nera como las relaciones de poder son ejercidas. Vale la pena recordar
que en un texto programático de 1982, The subject and power,
Foucault observa que lo que le interesa en las relaciones de poder es
«cómo» el poder es ejercido, «cómo eso sucede», y no «quién» o «por
20
Entre los autores que tratan de situar al cuerpo en el centro de la teoría socioló-
gica hay un debate entre los que ven un déficit estructural en la teoría de la acción cor-
poral de Merleau-Ponty, que sería compensado con la teoría del habitus de Bourdieu, y
los que encuentran un déficit de la agencia en la teoría del habitus de Bourdieu, el cual
sería compensado con el análisis fenomenológico del hábito en Merleau-Ponty. Cf.
Crossley, 2001; Howson y Inglis, 2001. No pretendo posicionarme en este debate, pues
sobrepasaría el objetivo y los límites de este libro. Como en el caso de otros autores ci-
tados en este trabajo, agrupados bajo la rúbrica de la corporeidad fenomenológica, me
refiero de manera libre a la teoría de Bourdieu y de Merleau-Ponty buscando los pun-
tos de convergencia y sin realzar las diferencias.
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El cuerpo incierto
qué» lo ejecuta (1994, IV: 232-3). Veamos los pormenores de este as-
pecto fundamental.
En primer lugar, me gustaría destacar que las diferentes versiones
de la fenomenología de la corporeidad y de las concepciones ecológi-
cas presuponen la existencia de invariantes corporales, que pueden ser
caracterizados como parte integrante de una ‘antropología mínima’.
Lo son, entre otros, la postura erecta, la asimetría frente-dorso del
cuerpo, la tendencia recesiva de la visceralidad y aun la relación indi-
viduo-ambiente. Todos éstos constituyen el invariante en torno al cual
las variaciones históricas y culturales se aplican. Es necesario, sin em-
bargo, aclarar que el admitir la existencia de esos invariantes no im-
plica asumir posiciones fundacionalistas o esencialistas, como un jui-
cio precipitado podría concluir. Se trata siempre de antropologías y
ontologías provisorias. Las más recientes innovaciones en los campos
de la ingeniería genética, prótesis, nanotecnología, robótica, entre
otros, pueden poner en jaque varios de los invariantes que estamos
considerando. Está en el campo de lo posible e imaginable que en un
futuro no tan lejano esos invariantes sean alterados. Esas modificacio-
nes constituirán, sin embargo, nuevos invariantes en torno a los cuales
nuevas variaciones culturales serán atestadas. Para poder hablar de va-
riación precisamos siempre de un invariante, en referencia al cual la
variación aparece como tal. La no-variabilidad del cuerpo humano de-
be ser presupuesta para poder evaluar si alguna variación acontece. Un
ejemplo interesante, que manifiesta el carácter no esencialista de los
invariantes corporales, es constituido por lo que Leder (1990) deno-
mina formas de ‘des-aparición’ social del cuerpo. Es constitutivo que
diferentes dimensiones de la corporeidad humana se hagan presentes
o ausentes en la medida en que son importantes para la acción corpo-
ral. En ese sentido, por ejemplo, el interior del cuerpo permanece ge-
neralmente ausente, exhibiendo una tendencia recesiva. Des-aparición
para Leder significa un aparición enfermiza o disfuncional de funcio-
nes somáticas. Des-aparición social se refiere a la construcción social
de la consciencia del cuerpo, pudiendo conducir a la disfunción bioló-
gica (esto es, al desvío de la norma corporal ideal), como en el caso de
disturbios alimenticios. Análogamente, disfunciones biológicas y defi-
ciencias físicas a menudo provocan des-aparición social. Leder (1990:
99) concluye que el cuerpo es «al mismo tiempo un organismo bioló-
gico, un fundamento para la identidad personal y una construcción so-
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Dreyfus y Rabinow (1983: 111-112); Hoy (1999: 6-7).
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Cf. la fascinante selección organizada por Sarasin y Tanner (1998b) sobre
fisiología y sociedad industrial.
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Lakoff, George (1990); Johnson, Mark (1987, 1999); Lakoff, George y
Johnson, Mark (1980, 1999).
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En un sentido aproximado argumenta la filósofa Elisabeth List cuando observa
que «la tematización filosófica del concepto de cuerpo (Leib), como el ‘campo precon-
ceptual de los fenómenos’ (Merleau-Ponty), parece ser confrontada con una paradoja:
en medio del discurso teórico el cuerpo aparece siempre como ya interpretado ‘con-
ceptual’, teóricamente, o sea, culturalmente. Como lo que es representado intuitiva-
mente, el centro de la vitalidad y de la espontaneidad ‘previo’ al discurso y a la reflexión
escapa por definición a cualquier tentativa de determinación conceptual. Sin embargo,
la paradoja de cómo ‘pensar’ un cuerpo dado de antemano en todo pensamiento desa-
parece ni bien abdicamos de la vieja idea filosófica del pensamiento puro como diso-
ciado categórica y dicotómicamente de toda forma de vivencia y modo de experiencia
concreta. El fantasma del pensamiento puro es la herencia de una cultura de la refle-
xión, cuyo objetivo último era huir de las contingencias de la vida» (List, 1994: 13).
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Merleau Ponty, 1987; Bourdieu, 1980, 2000; Dewey, 1957; Todes, 2001. Es de
mi interés resaltar los elementos comunes de las diferentes tradiciones de pensamiento
preocupadas con la intencionalidad corporal. Por razones de espacio no puedo dete-
nerme en las diferentes elaboraciones de los conceptos por los diferentes autores men-
cionados. Gallagher, por ejemplo, destaca en una serie de trabajos la necesidad de esta-
blecer una distinción más nítida entre el concepto de imagen y de esquema corporal, los
cuales son confundidos por algunos autores. Cf. Gallagher (1986a, 1986b, 2001). Costa
(2004), a su vez, propone también una revisión crítica de los conceptos de esquema e
imagen corporal para superar el automatismo con el cual algunos autores tratan el con-
cepto de esquema corporal, dificultando la aprehensión de la intencionalidad de la cor-
poreidad física.
La noción de ‘responsividad’ (responsiveness) es utilizada por Samuel Todes (2001)
para referirse a la intencionalidad corporal.
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CONSTRUCTIVISMO Y BIOTECNOLOGÍAS
Mi hipótesis principal es que el discurso que afirma la construc-
ción social del cuerpo no es más un discurso subversivo o emancipa-
dor, como afirman frecuentemente sus defensores. Según Ian Hacking
(1999: 6), los discursos que defienden la construcción social de «X»
tienden a partir de la siguiente premisa: «‘X’ no precisaría existir, o ser
como de hecho es. ‘X’ no es determinada por la naturaleza de las co-
sas, no es inevitable». No obstante, con frecuencia se da un paso al
frente afirmando que «‘X’ es bastante malo bajo el modo que actual-
mente es», y que «estaríamos mucho mejor si ‘X’ no existiera o si fue-
ra transformado radicalmente». Pese a no tener que pasar necesaria-
mente por las dos últimas premisas, la mayoría de los constructivismos
se inclina a criticar, transformar, o destruir los «X» cuya construcción
es afirmada. De allí que posiciones más ‘materialistas’ sean clasificadas
como esencialistas o fundacionalistas y, por consecuencia, conservado-
ras. Aunque la historización de diversas categorías como la de la ho-
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El cuerpo incierto
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Vale la pena resaltar que esos metarrelatos tradicionales no perdieron toda
la fuerza normativa que poseían. Estos fueron ‘privatizados’, ya no actuando más
institucionalmente y siendo activados caso a caso. Cf. Costa, 2004; Rose, 2007.
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Williams, 1997; Williams y Bendelow, 1998. Para una historia cultural de la ci-
rugía plástica, cf. Gilman, 2001.
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Joralemon, 1995; Sharp, 1995; Williams, 1997; Williams y Bendelow, 1998.
29
El romance de Curt Siodmak, Donovan´s brain, publicado en 1942, es uno de
los primeros en tratar de la posibilidad de mantener un cerebro vivo separado del cuer-
po. Cf. Siodmak (1992).
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Cf. www.alcor.org/Library/html/neuropreservationfaq.html.
31
Cf. Ehrenberg, 2004; Ortega, 2009; Ortega & Vidal, 2007; Vidal, 2005, 2006,
2009.
32
El ‘intruso’ es para Nancy el corazón transplantado. Los textos de Nancy (2000)
sobre la experiencia de trasplante de corazón y los de Varela (2001) con relación al tras-
plante de hígado constituyen dos bellos ejemplos de una fenomenología del trasplante de
órganos. En el fondo, ese tipo de trabajo coloca en jaque o problematiza la creencia de la
racionalidad biomédica de que el éxito del trasplante (y por lo menos el no rechazo psi-
cológico) depende de establecer una relación mecanicista y reduccionista con el cuerpo,
obliterando las dimensiones subjetivas. Sobre las múltiples cuestiones éticas involucradas
en el trasplante de órganos, cf. Younger, Fox y El'Connell (1996), Caplan y Coelho (1998).
Análogamente al caso de los trasplantes, para muchos portadores de graves deficiencias
físicas, la no-identificación del yo con el cuerpo, la descorporificación del self, mediante
una relación mecanicista y distanciada con el propio cuerpo constituye a menudo una al-
ternativa para soportar las limitaciones: «El paralítico se acostumbra a ser levantado, con-
ducido, empujado, arrastrado y curvado, y él sobrevive a ese tratamiento creando una dis-
tancia emocional entre sí mismo y su cuerpo» (Murphy, apud Wendell, 1999: 812).
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Cf. Duden, 1993; Stoff, 1999; List, 1994; Barkhaus y Fleig, 2002.
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The Matrix (1999), The Matrix Reloaded (2003), The Matrix Revolutions (2003).
Los tres episodios son dirigidos por los hermanos Andy y Larry Wachowski.
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El término ‘sociedad de la mente’ es el título del libro que Marvin Minsky, uno
de los padres de la Inteligencia Artificial, publicó en 1988. La era de las máquinas espi-
rituales, es el título de un libro de Ray Kurzweil, otro gurú de la Inteligencia Artificial.
En 1992, Minsky escribió en colaboración con el escritor de ficción científica Harry
Harrison la novela The Turing Option en la cual se realiza el sueño de una existencia
posbiológica mediante la transferencia del cerebro humano al computador.
36
Cf. Le Breton, 2003a. Sobre el cuerpo-virtual o ciber-cuerpo, bien como del
cuerpo posthumano viene produciéndose una literatura inmensa. Cf., entre otros, los ya
clásicos Hayles, 1999, 2005; Landow, 1997; Plant, 1997; Halberstam & Livingston,
1995.
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Sterlac (1996: 74). Al entrar a la página web de Sterlac (www.stelarc.va.com.au)
somos capturados por una frase intermitente que anuncia: «el cuerpo es obsoleto». Cf.
Jütte, 2000; List, 2002; Furtado, 2004; Le Breton, 2003a, 2004.
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Vita-More (2005). Cf. también la página web del proyecto Primo Posthuman:
http:// www.natasha.cc/primo.htm.
39
Stone, 1991: 108. Cf. también Branwyn, 1993.
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«Al definir la libertad como libertad de la corporeidad, Kant anticipó el cyborg
como telos del hombre (...). En la desconstrucción del ciborg se muestra que esa con-
cepción de cuerpo no es nueva, correspondiendo a los discursos del cuerpo occidenta-
les a respecto del perfeccionamiento y superación del dolor y la mutilación humana»
(Wenner, 2002: 98, 100). Cf. Muri, 2003; Haas, 2000; List, 2002; Thacker, 2003. La li-
teratura del cuerpo-ciborg es inmensa. Debe observarse, sin embargo, que ésta provie-
ne principalmente del ala feminista y de los estudios de género, que desde el célebre
Manifesto for Cyborgs (1985) de Donna Haraway viene produciendo una abundante li-
teratura sobre el tema. Cf., entre otros, Haraway, 1985, 1991, 1997; Balsamo, 1996;
Plant, 1997; Reiche & Kuni, 2004. Cf. también, sin ser específicamente oriunda de los
estudios de género, Gray, Figueroa-Sarriera & Mentor, 1995; Clark, 2004. A pesar de
que abra su Manifesto afirmando tratarse de «un esfuerzo para construir un irónico mi-
to político fiel al feminismo, socialismo y materialismo» (1991 [1985]: 149), y concebir
el cuerpo-ciborg como una metáfora capaz de cuestionar los dualismos tradicionales de
la metafísica occidental, para el argumento defendido en este libro el cuerpo-ciborg se
presenta como un cuerpo sin carne, sin materialidad, prolongando el duradero pavor
de la carne de la tradición filosófica de occidente, bien como de los saberes anatómicos
y de las tecnologías de visualización y escrutinio del cuerpo.
41
El director norteamericano George A. Romero es un de los fundadores del cine
‘gore’ y realizó entre 1968 y 1983 tres films sobre ‘zombis’, conocidos como la ‘trilogía
de los muertos’: La noche de los muertos vivientes (1968); El amanecer de los muertos
(1978) y El Día de los Muertos (1985).
42
Sobre David Cronenberg, cf. Riepe, 1996; Lauretis, 2003 (específicamente so-
bre eXistenZ); Vieira, 2003; Tucherman, 2004. En una comparación con el cine de Peter
Greenaway, Manfred Riepe (1996: 200) brinda una interesante descripción de los films
de Cronenberg: «El tema de Greenaway es la monstruosidad del intelecto. En el caso de
Cronenberg es la intelectualidad de lo monstruoso que distingue sus fantasmagorías ci-
nematográficas de los films de horror típicos».
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El cuerpo incierto
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«Si el cuerpo es la metáfora de nuestra localización en el espacio y en el tiempo,
entonces el cuerpo posmoderno no es de ninguna manera un cuerpo» (Bordo, apud
Bártolo, 2004: 318). Cf. Bordo, 1998; Wendell, 1999.
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Cf. James, 1890. Los avances en las neurociencias vienen corroborando las in-
tuiciones de autores como William James y de la fenomenología de la corporeidad so-
bre la plasticidad y los límites del yo. A partir de experimentos simples de estimulación
sensorial, el neurólogo hindú V. S. Ramachandran (1998: 62) demuestra la enorme ma-
leabilidad de nuestra imagen corporal no obstante su apariencia de estabilidad. Para él,
la «imagen corporal, a pesar de toda su apariencia de durabilidad, es una construcción
interior enteramente transitoria, que puede ser modificada profundamente con tan so-
lo algunos simples trucos. Es apenas una caparazón que se ha creado temporariamente,
para transmitir con éxito los genes a su descendencia».
56
El cuerpo incierto
45
Del inglés sentient, sentience, facultad de sentir, pensar y tener una vida mental
subjetiva (N. de T.).
46
Sobre esa temática fascinante la literatura disponible es inmensa. Cf., entre
otros, Geary, 2002; Babo, 2004; Clark, 2003; Houis, Mieli y Stafford, 1999; Brooks,
2002; Yehya, 2001; Elliot, 2003; Berr, 1990; Roellens y Strauven, 2001. Para una pers-
pectiva histórica cf. Ott, Serlin y Mihn, 2002; Herschbach, 1997; Guyatt, 2001.
47
Cf., entre otros, Taylor, 1989; Todes, 2001; Joas, 1996; Barkhaus, 2002.
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58
CAPÍTULO II
EL CUERPO TRANSPARENTE.
PARA UNA HISTORIA CULTURAL
DE LA VISUALIZACIÓN MÉDICA
DEL CUERPO
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Francisco Ortega
tos de Marilyn Monroe o Mao Tse Tung de Andy Warhol, con los cua-
les guardan una cierta semejanza cromática. En este capítulo, será tra-
zada una genealogía de las diferentes tecnologías médicas de visuali-
zación del cuerpo humano. Para tal propósito se analizarán textos
sobre la historia de la anatomía y de las exposiciones anatómicas del
Renacimiento hasta las anatomías posmodernas de BodyWorlds y
Visible Human Project; y sobre la historia de las tecnologías médicas de
visualización, desde la fotografía médica y los rayos X hasta las nuevas
técnicas de imageamiento.
Mi objetivo en este capítulo es explorar las modificaciones de la
corporeidad resultantes de la creciente visualización. La hipótesis
principal es que el proceso de tornar visible lo invisible, el interior del
cuerpo, posibilitado por las nuevas tecnologías, debe ser entendido
en el seno de una transformación cultural y social más general, que
podemos describir como el giro somático de la subjetividad, que está
desplazando hacia la exterioridad el modelo internalista e intimista
de construcción y descripción de sí. Se pretende indagar sobre las
consecuencias epistemológicas, antropológicas y socioculturales, más
allá de los beneficios clínicos y terapéuticos derivados del uso de las
nuevas tecnologías médicas, de esa obsesión por la visualización de lo
invisible. Las nuevas tecnologías están contribuyendo para la desin-
corporación de la subjetividad y para la virtualización y objetivación
del cuerpo, tornándolo obsoleto. La atracción ejercida por las tec-
nologías de visualización está vinculada, en mi opinión, al hecho de
que el interior del cuerpo escapa a nuestra aprehensión subjetiva y fe-
nomenológica. La visceralidad constituye una dimensión corporal
que es por naturaleza recesiva y ausente, que escapa a nuestra per-
cepción directa y que es, sin embargo, constitutiva de la corporeidad.
Las tecnologías tratan de responder a la angustia provocada por esa
ambivalencia constitutiva, pues lo visceral amenaza el proyecto
biomédico de constitución de un conocimiento objetivo y causal del
cuerpo. Sin embargo, ese conocimiento objetivo no coincide feno-
menológicamente con su experiencia subjetiva. El análisis fenome-
nológico de lo visceral a ser realizado en este capítulo pretende mos-
trar cómo esa dimensión constitutiva de la corporeidad humana le
escapa a las tentativas de objetivación de las tecnologías de visualiza-
ción médica.
60
El cuerpo incierto
FENOMENOLOGÍA DE LA VISCERALIDAD
En su último libro, publicado póstumamente en 1978, la filósofa
Hannah Arendt efectúa una observación curiosa sobre el interior del
cuerpo humano. Los «órganos internos», afirma, «nunca constituyen
una visión agradable; una vez forzados a aparecer, dan la impresión de
haber sido agrupados impacientemente y, a no ser cuando deformados
por una enfermedad o anormalidad peculiar, parecen indiferenciados;
ni siquiera las varias especies animales —cuanto más los individuos—
son fácilmente distinguidos por la simple inspección de las vísceras»
(Arendt, 1978: 29). La fecha es importante, dista casi un siglo del des-
cubrimiento de los rayos X por Röntgen en 1895, que catapultó el in-
terior del cuerpo al centro del interés, no sólo en el ámbito estricta-
mente biomédico como también en la esfera sociocultural más amplia.
En ese siglo, el entusiasmo por ver lo invisible se conserva vivo entre
científicos, médicos, abogados, artistas y el público en general, cre-
ciendo ante cada nuevo descubrimiento, siempre acompañado de ex-
tensa cobertura mediática. Sin embargo, si la visión del interior del
cuerpo nunca es, como nos recuerda nuevamente Hannah Arendt,
«una visión agradable», constituyendo una «monótona uniformidad y
fealdad penetrante» en contraste con la «enorme variedad y riqueza de
la conducta humana pública», ¿por qué esa obsesión en hacer visible
lo invisible? ¿Por qué llevar a la luz lo que debe permanecer oculto pa-
ra «impedir su exposición a la luz de un mundo de apariencias»? Pues
«si ese interior apareciese, todos nosotros pareceríamos iguales». En
los años setenta Hannah Arendt podía escribir que «‘por dentro todos
somos semejantes’, inmutables, a no ser a costa del funcionamiento de
nuestros órganos psíquicos y corporales o, inversamente, de una inter-
vención hecha con el propósito de remover alguna disfunción»
(Arendt, 1978: 37). Esa afirmación debe ser hoy, sin embargo, contex-
tualizada. Diversos ejemplos entre los cuales podemos mencionar el
«arte anatómico» de Gunther von Hagens y sus cadáveres plastinados
y el «arte carnal» de la artista performática Orlan —con sus numero-
sas cirugías plásticas que apuntan a vincular el self interior y exterior y
se efectúan como performances con coreografía, música, decoraciones
especiales y siendo todo grabado en video y transmitido por la Web1—
1
Cf. http://english.ucsb.edu/faculty/ecook/courses/eng114em/surgeries.htm.
61
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2
Infelizmente, la coincidencia entre ser y aparecer que para Hannah Arendt
(1978) formaba parte de la naturaleza fenoménica del mundo y era la base de la acción
humana, se encuentra vinculada en la cultura somática y su tiranía de la apariencia a la
despolitización y desvalorización del mundo compartido. Sobre la valorización de la
apariencia y la visibilidad como base de una ética no universalista ni fundacionalista en
Hannah Arendt, cf. Assy (2008). Sobre las diferencias entre visibilidad política y visibi-
lidad espectacular, cf. los textos de Maria Rita Kehl en Gucci y Kehl (2004).
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3
Cf. el capítulo «El cuerpo entre constructivismo y fenomenología», en este volu-
men.
64
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4
Edmund Husserl (1952) acuñó este término para describir el cuerpo como el
‘punto cero’ (Nullpunkt) de todas las orientaciones. Cf. también Welton (1999),
Holenstein (1999) y Waldenfels (2000). En este tópico está de acuerdo la mayoría de los
autores que defienden posiciones cercanas a la fenomenología de la corporeidad.
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ANTROPOLOGÍA MÍNIMA
Ciertas formas de desaparición son esenciales para el funciona-
miento del cuerpo. En calidad de «ser-en el-mundo extático-recesivo»
(ecstatic/recessive being-in-the-world), el cuerpo vivido es necesariamen-
te «auto-obliterador» (self-effacing). O sea, lo que me parece funda-
mental, la naturaleza recesiva del cuerpo compone uno de los invarian-
tes existenciales y biológicos que moldean la experiencia humana
(Leder, 1990: 150). Esos invariantes forman parte de lo que podríamos
llamar una antropología mínima a la que me referí en el capítulo ante-
rior. La posición erecta y la asimetría frente-dorso de nuestro cuerpo
también forman parte de esa antropología mínima. La posición erecta,
vertical (que debe ser permanentemente preservada en el campo gravi-
tacional terrestre) y la asimetría entre nuestros movimientos orientados
hacia adelante y hacia atrás son características formadoras de nuestra
experiencia. Esa asimetría natural es constitutiva del campo espacio-
temporal, especialmente su eje temporal. Es responsable por el hecho
de que las acciones orientadas hacia atrás sean generalmente descoyun-
tadas y menos efectivas, y que la actividad efectiva esté dirigida hacia lo
que se encuentra delante de nosotros. De ahí que acción y percepción
activa se orienten siempre hacia adelante. Cuando nos movemos, afirma
Todes, «no notamos simplemente, sino que producimos el campo espa-
cio-temporal alrededor nuestro» (Todes, 2001: 49; Hoffman, 2001).
5
Se refiere, claro, al estado de salud. Como dijo Leriche «la salud es la vida en el
silencio de los órganos». Cf. Canguilhem (2005). El dolor, por ejemplo, constituye una
salida del estado de desaparición profundo característico del interior del cuerpo.
66
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6
Cf. Todes (2001: 106-108). La discusión de Samuel Todes sobre el tema es de una
gran riqueza y novedad. Extenderme en el tema extrapolaría el alcance de este texto.
Remito a los análisis de Todes, especialmente, pp. 71 y 106-109.
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7
En «Modificaciones corporales en la cultura contemporánea» y «El cuerpo en-
tre constructivismo y fenomenología», en este volumen, desarrollo esa relación entre
cuerpo vivo y cuerpo vivido.
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8
Cf. Freud [1919: 268]. «Heimlich», Freud [1919: 250] observa, «es una palabra
cuyo significado se desarrolla en la dirección de una ambivalencia, hasta que finalmen-
te coincide con su opuesto, unheimlich. Unheimlich es, de cualquier modo, una forma
de heimlich».
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«La importancia de Bichat, de Jackson, de Freud, en la cultura europea no prue-
ba que eran tan filósofos como médicos, sino que, en esa cultura, el pensamiento médi-
co está comprometido por derecho propio en el estatuto filosófico del hombre»
(Foucault, 1997b: 278).
72
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10
La proximidad semántica entre cuerpo y cadáver se mantiene, mientras tanto,
en la filosofía griega clásica, los términos soma (cuerpo) y sema (cadáver) son intercam-
biables, denotando la noción de un cuerpo sepulcral tal como se encuentra en las nu-
merosas alegorías platónicas (Détrez, 2002).
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1999; Porter, 1999; Zaner, 1992). Si la teoría de los humores fuese sufi-
ciente para explicar el origen y establecer un diagnóstico de la enfer-
medad, la anatomía sería innecesaria. Esta se hace necesaria cuando se
trata de localizar los humores en el cuerpo o explicar su transmisión de
una parte a otra del mismo, no habiendo una contradicción intrínseca
entre el paradigma humoral y el conocimiento anatómico.
Tanto en la Antigüedad como posteriormente en el Renacimiento,
la familiaridad con la anatomía no era privilegio exclusivo de los mé-
dicos, constituyendo una cuestión filosófica, un ramo de la filosofía, en
una sociedad en que las fronteras entre filosofía y ciencia eran extre-
mamente tenues. Ella demostraría la verdad del alma tripartita plató-
nica y de la física aristotélica. La dimensión filosófica de la anatomía es
fundamental para comprender su desarrollo más allá de las limitadas
indagaciones de la medicina permitidas por el paradigma epistemoló-
gico reinante. Como consecuencia, respecto a los médicos, para quie-
nes el interior del cuerpo humano constituía el límite de la investiga-
ción empírica, obstruyendo la práctica de la disección, los filósofos
estaban más inclinados a explorar el interior y lo invisible.
Excluyendo el breve interludio de la Alejandría helenística, en que
el conocimiento y la práctica anatómica tuvo una relevancia sin prece-
dentes, posibilitando la realización de disecciones en cadáveres huma-
nos y posiblemente la vivisección de esclavos,11 el paradigma galénico
se mantuvo en vigor durante más de un milenio. La anatomía galénica
constituye el auge de la producción científica de la época sobre el te-
ma, pero al mismo tiempo la vigencia de ese modelo parece ser el mo-
tivo principal por el cual la práctica de la disección humana permane-
ció abandonada hasta el siglo XIII (Carlino, 1999). Para Galeno, el
conocimiento anatómico, junto a la lógica, ayudaba a formular el
diagnóstico y la terapia adecuada. Sin embargo, ese saber era clínica-
mente ineficaz, pues difícilmente se armoniza con la patología de los
humores, siendo más útil en la cirugía, y especialmente en la filosofía.
El conocimiento del cuerpo es, según Galeno, «útil no sólo para el mé-
dico, sino mucho más para el filósofo, cuyo empeño en aprender todo
acerca de la naturaleza es mayor que el del médico» (apud Carlino,
1999: 142).
11
Cf., entre otros, Ellis, 2001; King y Meehan, 1973; Porter, 2004; Annoni y
Barras, 1993.
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La comparación del anatomista con el carnicero (lanius) es un motivo recurren-
te desde la Antigüedad hasta el Renacimiento. Cf. Carlino, 1999; Pouchelle, 1983.
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13
Cf. Carlino, 1999; Porter, 1999, 2004; Park, 1994; Grmek y Bernabeo, 1997;
Ferrari, 1987; French, 1994.
14
Un buen ejemplo de esta posición es el libro de Marie-Christine Pouchelle,
Corps et chirurgie a l’apogée du moyen age, Paris, Flammarion, 1983.
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15
Sawday, 1996. La idea del esqueleto sosteniendo un bastón representando el
triunfo de la muerte se intensifica en la segunda edición del De humanis corpori fabrica
de 1555, en cuya portada fueron introducidas algunas modificaciones, siendo una de las
más significativas la figura del mismo esqueleto sosteniendo una guadaña, tradicional
símbolo de la muerte (Carlino, 1999).
16
Para un interesante análisis comparativo del papel de Copérnico y Vesalio en la
Revolución Científica del siglo XVI —aunque utilizando una línea de argumentación di-
vergente de la presentada en este capítulo— cf. Hall, 1983.
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17
Y, según algunos autores clásicos como San Agustín o Celso, a veces de forma
directa en tanto anatomistas-verdugos, como en el caso de vivisecciones supuestamen-
te en manos de anatomistas. Si los anatomistas practicaron vivisecciones de esclavos o
condenados a muerte, ese es un tema abierto arduamente discutido por los historiado-
res de la medicina. Cf. Sawday, 1996.
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Plastinación es el método de conservación de cadáveres desarrollado por von
Hagens. Sobre el escándalo en torno al robo y compra de cadáveres, cf. el dossier sobre
el caso en la revista alemana Spiegel Online, http://www.spiegel.de/archiv/dos-
siers/0,1518,282309,00.html.
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Apud. Tierney, 1998: 15. Cf. Sawday, 1996; Rupp, 1992.
20
En la reunión de la Sociedad Médica de Londres del 28 de abril de 1828 fue
mencionado que «mientras la presente cláusula (el acto de 1752) continúe condenando
asesinos a la disección, el público no consentirá la apropiación de cadáveres para fines
anatómicos, inclusive los no reclamados» (apud Forbes, 1981: 492).
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po. La «fe», decía Lutero, «se encuentra debajo del pezón izquierdo»
(apud Hillman, 1997: 86). De esa manera, me parece plausible creer,
como sugiere Hillman, en una relación entre el surgimiento de nuevas
formas de acceso al interior del cuerpo en la tradición anatómica y la
atenuación de la noción de una divinidad en contacto directo con el
interior del cuerpo humano, tal como sucede en la eucaristía, por la
cual se absorbe el cuerpo divino de Cristo en el cuerpo humano y vi-
ceversa, este último haciéndose parte del Corpus Christi. A la reduc-
ción de la dimensión subjetiva del cuerpo a un modelo mecánico y ob-
jetivado corresponde la negación del aspecto corporal de la
subjetividad implicado en el rechazo de la eucaristía de los cristianis-
mos reformados. En ambos casos se trata de tentativas de objetivación
del cuerpo vivido, de reducción o fuga del «misterio de la corporifica-
ción humana» (Hillman, 1997: 192).
La objetivación del cuerpo en la tradición anatómica disocia el
hombre de su cuerpo y del cosmos. De hecho, la revolución anatómi-
ca se ve acompañada por una desvalorización de la magia del cuerpo,
presente en el anclaje cósmico de la cultura popular. Especialmente el
cuerpo femenino era considerado detentador de un poder sobre la vi-
da y la muerte fundado en la ambigüedad del útero. Sus cuerpos alo-
jaban las fuerzas y substancias que infundían la vida y la destruían,
producían el bien y el mal, siendo temidos y buscados por la comuni-
dad. De ahí que el primer paso, previo a la constitución del cuerpo co-
mo objeto de una observación descriptiva, sea la desvalorización de su
capacidad de transmitir significados simbólicos (Duden, 1997). En ese
contexto debemos interpretar el hecho de que en el frontispicio del
De humanis corpori fabrica Vesalio aparezca disecando precisamente
un útero femenino, en un gesto que parece estar revelando sus secre-
tos y naturalizando su poder, un «desencantamiento» del cuerpo,
usando el concepto weberiano. El desinvestimiento simbólico del
cuerpo, es, como vimos, relativo. Si, por un lado, las conexiones exis-
tentes entre el interior del cuerpo y el cosmos en la cultura popular
fueron erradicadas en el proceso de su objetivación y naturalización
en la tradición anatómica, esa misma tradición —en la forma de la lec-
ción pública de anatomía— es, por otro lado, responsable por la pro-
ducción de un simbolismo moral, político y religioso, manifestación
de un poder soberano sobre la muerte. Es como si el «desencanta-
miento» del cuerpo retornase como lo reprimido en las dimensiones
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Como vimos en el capítulo primero en alemán existen dos términos para ex-
presar esta dualidad: Körper y Leib, designando el primero el objeto construido cientí-
ficamente y descrito de forma física o fisicalista, y el segundo la experiencia corporal vi-
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La visión del cuerpo como una máquina o un autómata no es original de
Descartes, pues ya Tomás de Aquino comparara animales con relojes y en 1544 el mé-
dico español Gómez Pereira hace explícita esa identificación (Gaukroger, 1995). Cf.
también Canguilhem (1989a).
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Cf. respectivamente las cartas a Mersenne del 20 de febrero y del 13 de no-
viembre de 1639 (Descartes, 1639).
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La situación es tanto más irónica cuando consideramos que La Mettrie se veía
más como médico que filósofo, y creía que los verdaderos filósofos eran médicos, pues
sin formación médica no tendrían mucha utilidad. «La experiencia y la observación son
pues las únicas que deben guiarnos aquí», afirma La Mettrie. «Son innumerables en los
fastos de los médicos, que han sido filósofos, pero no en los filósofos que no han sido
médicos. Aquéllos han recorrido e iluminado el laberinto del hombre; sólo ellos nos han
revelado estos resortes ocultos bajo envolturas, que sustraen a nuestros ojos tantas ma-
ravillas. Sólo ellos, contemplando tranquilamente nuestra alma, la han sorprendido mil
veces en su miseria y en su grandeza, sin despreciarla en un caso más de lo que la ad-
miraban en otro. Una vez más, he ahí los únicos físicos que tienen derecho a hablar
aquí» (1748: 147). La Mettrie se inscribe en la enorme valorización de la medicina del
siglo XVIII. Una época en que Diderot podía afirmar que sin fisiología y anatomía no se
podía producir una buena metafísica o moral y Voltaire se enorgullecía de haber leído
más libros de medicina que Don Quijote novelas de caballería, eso sin contar que
Locke, Hartley y Mandeville eran médicos (Kondylis, 1986). Lo que nos remite nueva-
mente a la mencionada observación de Foucault de que en la cultura occidental «el pen-
samiento médico está comprometido por derecho propio en el estatuto filosófico del
hombre» (Foucault, 1997b: 278).
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los límites internos y externos del automóvil y del teclado son incor-
porados a mi esquema corporal, tornándose una extensión de mi cuer-
po. El esquema corporal es un «sistema abierto al mundo, correlativo
al mundo» (Merleau-Ponty, 1987: 168-169).
El cadáver en tercera persona modela la comprensión del cuerpo
en la biomedicina y en el pensamiento moderno. De hecho, la aversión
al cuerpo y el consecuente clivaje mente-cuerpo en la filosofía moder-
na, de Descartes a Nietzsche, adviene del hecho de que el cadáver es
el modelo del cuerpo vivido. És una herramienta metodológica y un
ideal regulador, dificultando otras formas de abordar la encarnación
humana. La medicina nos provee modelos ideales y normativos de
cuerpo. Desde las representaciones públicas del cuerpo en los teatros
anatómicos hasta las sofisticadas técnicas de imageamiento corporal, el
cuerpo del otro es ofrecido como ‘el cuerpo’, o sea, mi propio cuerpo.
Sarasin (1998: 421) nos recuerda que «siempre existieron montajes sig-
nificantes de los cuerpos en el espacio público, cuya función es decir
ustedes son eso, o aún mejor, ustedes podrían tornarse eso. O sea, imá-
genes públicas del cuerpo como modelo y promesa, del cuerpo como
ejemplo y moral». Nuestro cuerpo es reconstruido a partir del mode-
lo del cadáver experienciado en la tercera persona, un cuerpo objeti-
vado y fragmentado, privado de su dimensión subjetiva, el cuerpo co-
mo algo que tenemos y no algo que somos. Las tendencias
reduccionistas y objetivistas de la medicina moderna tienen aquí su
origen. «Pues en la muerte todos los vínculos con el cuerpo vivido son
interrumpidos. El cuerpo como totalidad operacional se disuelve en
órganos y tejidos separados que pueden ser estudiados aisladamente.
Como consecuencia, se fomenta un concepto atomista de la enferme-
dad y de la respuesta terapéutica» (Leder, 1990: 147).
La primacía epistemológica del cadáver en el pensamiento médi-
co es una base del enorme crecimiento de las tecnologías médicas, es-
pecialmente de visualización, en que el acceso a los tejidos no exige la
muerte del individuo. Es esa percepción que orienta la siguiente ob-
servación de un médico del siglo XIX sobre el estetoscopio: «anato-
mizamos mediante ausculta (si me permiten plantearlo de esa mane-
ra) mientras el paciente está aún vivo» (apud Reiser, 1990: 30). La
misma percepción guía el tratamiento del paciente, reducido a una
pasividad cadavérica, ignorando los factores subjetivos y psicosocia-
les en la determinación de la enfermedad. Las quejas de la reducción
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Tampoco estoy de acuerdo con la afirmación de Stafford de que una reflexión
positiva sobre el desplazamiento visual que desde el Iluminismo domina nuestra cultu-
ra y diversos campos del saber contenga un potencial emancipador. El objetivo de este
trabajo es mostrar que no existe un potencial emancipador en el énfasis creciente en la
visualidad, al producir una visión descarnada y virtualizada de la corporeidad. Sólo pue-
do estar de acuerdo con la aguda observación de O'Neill (1994: 73): «Al fin de cuentas
(Stafford) es una futurista, una tecnóloga, ansiosa por unir sus artes al principio del pla-
cer posmoderno en la sociedad del espectáculo, en la cual confia la democratización de
su disciplina elitista».
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En The Truth of Physiognomy, and its Application to Medicine, de 1807, el mé-
dico norteamericano Richard Brown afirma que la fisiognomía fornece una «ventana
para el alma» (apud Jordanova, 1993: 127).
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riencia del cuerpo vivido al cuerpo objeto. «El cadáver nos provee un
nuevo objeto de estudio», escribe Lavater, «sus rasgos adquieren una
precisión y una expresión que no poseen cuando durmiendo o des-
pierto. La muerte pone un término a las agitaciones de las cuales el
cuerpo es perpetuamente prisionero (....) Aquél para y fija lo que era
previamente vago e indeciso. Todo se eleva o profundiza a su nivel; to-
dos los rasgos retornan a su relación verdadera» (apud Stafford, 1991:
100). De hecho, el recurso a máscaras mortuorias es difundido en in-
vestigaciones fisiognómicas y frenológicas. El énfasis en la inflexibili-
dad de la topografía ósea implica un modelo de cuerpo fragmentado
sin emociones o movimiento, puro esqueleto o cráneo. El cuerpo es re-
ducido a un conjunto de miembros, fragmentos de nariz, ojos (figu-
ra 5), boca (figura 6), quirúrgicamente disociados de sus contextos. En
la actualidad, las modernas tecnologías de imageamiento del cuerpo
han popularizado y difundido ampliamente las imágenes de fragmen-
tos destacados del cuerpo y divorciados del organismo al cual perte-
necen, continuando una tendencia iniciada con las imágenes fisiognó-
micas y frenológicas.
El trabajo de Lavater forma parte de un movimiento más amplio,
típico del neoclasicismo, de simplificación, categorización y esquema-
tización, que reduce el cuerpo a un conjunto de partes inorgánicas. El
objetivo es rescatar la fisiognomía de la esfera de la opinión y del ám-
bito de los sentidos, alcanzando así dignidad científica mediante el uso
del cálculo riguroso y la exposición geométrica. El gusto neoclásico
por la simplificación, junto a la popularización tanto de un estilo ma-
temático de razonamiento como de la estadística, promueven ambos
un abordaje del cuerpo como un ‘ensamblaje calculable’. Hemos de
convenir con la observación de Barbara Stafford (1991: 108) de que
«la figura anatómica fue cada vez más divorciada de cualquier sentido
del cuerpo ‘natural’ carnal y transformada en espécimen lítico, o aun
mineralógico». De esa manera autores como Félix Vicq d´Azyr, en su
deseo de introducir la precisión de las ciencias exactas en el estudio de
la anatomía comparada, llegaron sugerir el análisis de la morfología
animal como si fuera morfología mineral. La tendencia anatómica a la
abstracción, simplificación y fragmentación de partes del cuerpo con-
tinúa presente en las investigaciones frenológicas de Franz Joseph
Gall, Johann Georg Spurzheim, George Combe, los hermanos Fowler
y otros, con el objetivo de deducir capacidades intelectuales normales
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La literatura sobre a frenología es inmensa y viene aumentando considerable-
mente en conexión con el debate en torno a la ciencia y la cultura popular y al demar-
cacionismo entre ciencia y no-ciencia. La recepción de las teorías y prácticas frenoló-
gicas, la relación con el establishment médico y el impacto fuera de ese ámbito se dio
de manera diversa en los diferentes contextos nacionales. Para Inglaterra: Cooter,
1984; de Giustino, 1974; van Wyhe, 2004, Young, 1990; para los EUA: Tomlinson,
2005, Davies, 1955; Stern, 1971; Colbert, 1998; para Alemania: Oehler-Klein, 1990;
Deneke, 1985; Wegner, 1991; Blankenburg, 1988; para Francia: Clarke & Jacyna,
1987; Renneville, 2000; Gould, 1981; Goldstein, 2005; para España: Carnicer, 1969;
Granjel, 1973.
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Cf. Stern, 1971; Colbert, 1997; Cooter, 1984; Davies, 1955; Deneke, 1985. Sin
mencionar las abundantes representaciones no visuales de la frenología en novelas,
cuentos, poesías y piezas de teatro de la literatura del siglo XIX, tematizadas por una se-
rie de autores de diversos países, entre ellos, Charlotte Brontë, Anne Brontë, George
Eliot, Wilkie Collins, Jane Austen, Edgar Allan Poe, Charles Dickens, Georg Büchner,
Brentano, Goethe, Achim von Arnim, Walt Whitman, E.T.A Hoffmann, Arthur Conan
Doyle, Honoré de Balzac, Emile Zola, Breton de los Herreros. Cf., entre otros, Davies,
1955; Stern, 1971; Oehler-Klein, 1990.
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Figura 10. Charles Estienne, La dissection des parties du corps humain, 1546.
K. B. Roberts and J. D. W. Tomlinson, The Fabric of the Body.
European Traditions of Anatomical Illustration, Oxford, Clarendon
Press, 1992, 185.
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El cuerpo incierto
HISTORIA DE LA OBJETIVIDAD
Para esos autores, la historia de las diversas formas de objetividad
puede ser contada como la historia de cómo, por qué y cuándo deter-
minadas formas de subjetividad pasan a ser vistas como peligrosamen-
te subjetivas. Los constructores de atlas anatómicos del siglo XVI al
XVIII consideraban que la objetividad se expresaba en la idea de ‘fide-
lidad a la naturaleza’, correspondiente a la producción y selección de
imágenes consideradas ‘típicas’, ‘características’, ‘ideales’ o ‘medias’.
Para Goethe, por ejemplo, destilar lo típico (que remite a un arqueti-
po subyacente del cual puedan ser derivados los fenómenos indivi-
duales) de lo variable y de lo accidental no es considerado un desliza-
miento hacia la subjetividad; es una forma de protección contra ella.
Las imágenes típicas predominan en los atlas anatómicos hasta media-
dos del siglo XIX. Según Bernhard Albinus, profesor de anatomía en
Leiden, no existía ninguna incoherencia entre la preocupación con el
más alto grado de exactitud visual por un lado y con la producción de
imágenes del «mejor modelo de la naturaleza». Sus imágenes repre-
sentan un esqueleto ideal, que puede o no actualizarse y del cual el es-
queleto particular es sólo una aproximación (figura 11). De ese modo,
para «mostrar un ejemplo de la naturaleza», Albinus escoge «tomarlo
del mejor patrón de naturaleza», que para él corresponde a un esque-
leto «de sexo masculino, de estatura media y muy bien proporciona-
31
Ese artículo ha sido recientemente ampliado e incorporado al libro de Daston y
Galison Objectivity (2007).
113
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114
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do; del tipo más perfecto, sin ningún defecto o deformidad» (apud
Daston y Galison, 1992: 90). No había contradicción entre ‘perfecto’
y ‘exacto’, pudiendo pautarse por ambos. Albinus y sus contemporá-
neos, por lo tanto, «no hesitaban en ofrecer imágenes de objetos que
nunca habían visto, lo que era realizado por el interés de la fidelidad a
la naturaleza y no como una violación de ésta» (Ibíd., 91). La situación
empieza a cambiar a mediados del siglo XIX, cuando aparece una tran-
sición y una mixtura de dos formas de fidelidad a la naturaleza, como
representación de lo típico (sea ideal, ejemplar, característico o medio)
y como objetividad mecánica, al presentar individuos reales y no idea-
les, los cuales son, sin embargo, encarnación de tipos ideales. Daston
y Galison (Ibíd., 96) resaltan que ya en esa época empezaron las críti-
cas al ideal de objetividad como fidelidad al tipo. Se creía que la pre-
ocupación con la tipicidad denunciaba la presencia del elemento sub-
jetivo, degenerando en parcialidad.
El desplazamiento hacia la objetividad mecánica no corresponde
exactamente a la aparición de la fotografía; ésta forma parte de una lis-
ta de innovaciones técnicas que desde la cámara obscura hasta los ra-
yos X tratan de extirpar cualquier tipo de mediación entre el objeto y
la representación, salvaguardas mecánicas contra invasiones subjetivas
en forma de interpretaciones, selecciones, juicios o inclinaciones artís-
ticas. Es precisamente en la crítica al elemento artístico de las ilustra-
ciones médicas que la idea de objetividad mecánica se consolida, la
mecanización triunfa sobre el arte y erradica la tentación de la inter-
pretación y el juicio individual. La fotografía parecía ofrecer un meca-
nismo eficaz de contención de la subjetividad. Como escribe en 1865
Huch Welch Diamond, uno de los pioneros de la fotografía psiquiá-
trica, la fotografía de los enfermos mentales presenta «‘un registro per-
fecto y fiel’, completamente libre de la caricatura penosa que desfigu-
ra casi todos los retratos publicados de los insanos» (apud Kemp,
1998: 120, mi énfasis). La fotografía médica es rápidamente difundida
en los años cincuenta del siglo XIX (la tecnología fotográfica fue intro-
ducida en 1839), y al poco tiempo, en 1859, el prestigioso diario médi-
co inglés Lancet la denomina «el arte de la verdad» (Reiser, 1990: 56).
El ojo neutro y objetivo de la cámara debería corregir todos los errores
subjetivos de las ilustraciones médicas. La imagen mecánica instaura un
orden moral de autorestricción y comedimiento, pues en la elección en-
tre la probidad moral y la representación precisa, el científico debía
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sugestiones hechas por los médicos del pasaje de siglo para garantizar
la objetividad de las imágenes estaban la exigencia de la presencia de
testigos en su producción, el requisito de comparecencia de especia-
listas que harían la mediación entre la imagen y el público, y la reco-
mendación a los médicos que aprendiesen las técnicas necesarias para
no tener que depender de intermediarios que las descodificasen. El de-
bate acerca de la objetividad de las imágenes médicas está lejos de ter-
minar, alcanzando nuevos umbrales en la actualidad con la utilización,
en los tribunales, de imágenes producidas por las nuevas tecnologías
de PET-scanner y de Imagen de Resonancia Magnética para probar la
insanidad mental del acusado. Las críticas no impidieron que, alrede-
dor de 1900, la fotografía se configurara como una fuerza ideológica
poderosa, símbolo de la verdad objetiva. A ella vendría a unírsele to-
da innovación tecnológica en el ámbito del imageamiento del cuerpo.
No podría dejar de hacer alusión, en este contexto de uso de la fo-
tografía médica como instrumento de producción de verdad y eviden-
cia objetiva, a la célebre iconografía fotográfica producida en la Salpê-
trière por Charcot y sus colaboradores en torno a la histeria, la cual
constituye uno de los casos más fascinantes de visualización y especta-
cularización del cuerpo enfermo, más específicamente la enfermedad
mental, en el siglo XIX, y un bello ejemplo del argumento que vengo
desarrollando en este capítulo. Los tres volúmenes de la Iconographie
Photographique de le Salpêtrière, compilados por el médico D.-M.
Bourneville y el fotógrafo P. Regnard entre 1877 y 1880, constituyen
tal vez el ejemplo más acabado de producción de verdad y de hechos
clínicos de la historia de la psiquiatría francesa de ese siglo, además de
ser un «capítulo de la Historia del Arte» (Didi-Huberman, 1982: 10).
El tema ha sido clásico objeto de atención de diversos historiadores de
la psiquiatría y del psicoanálisis,32 especialmente porque la célebre
querelle de l’hystérie es un puntal del nacimiento del saber psicoanalí-
tico.33 Lo que me interesa señalar en la cuestión de la visualización fo-
32
La literatura es inmensa y excede el ámbito de este libro. Para el argumento que
me interesa presentar vale la pena consultar, entre otros, Cartwright, 1997; Didi-
Huberman, 1982; Foucault, 2003; Goldstein, 1982, 2002; Harrington, 1987.
33
Aquí de nuevo la literatura es interminable, cf., entre otros, Bercherie, 1983;
Castel, 1998; Chertok y Stengers, 1989; Ellenberger, 1970; Mayer, 2002. Aun siendo una
cuestión fascinante, abordarla me alejaría del objetivo del capítulo. Una relectura posi-
ble del debate Freud-Charcot, en consonancia con el argumento de este capítulo,
118
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podría ser resumida en términos de visión versus escucha. El énfasis en la fotografía clí-
nica como evidencia de la patología orgánica expresa la concepción esencialista y bio-
logizante de la histeria en Charcot, dependiente de modos visuales de conocimiento. Al
centrar el proceso analítico en la escucha y en el habla, Freud subvierte la jerarquía de
los sentidos, cuestiona la centralidad de la visualización y de la fotografía como eviden-
cia de una patología subyacente. El analista no mira al paciente, el dispositivo analítico
del ‘diván’ impide precisamente el encuentro visual del paciente y el analista.
34
La elección de un término tan cargado teológicamente debe ser entendida por
el esfuerzo de Charcot, financiado por el gobierno anticlerical de la Tercera República,
de reescribir diversas categorías oriundas de la religión católica en términos patológi-
cos. Cf. Goldstein, 1982.
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35
La noción de traumatismo es desarrollada por Charcot a partir de 1877, desig-
nando una «acción mecánica» pasible de desencadenar las crisis histéricas. Cf. Foucault
(2003: 335).
120
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36
«Procuraré analizar eso [las grandes maniobras de la histeria], pero no en tér-
minos de una historia de los histéricos, ni tampoco en términos de conocimientos psi-
quiátricos adquiridos sobre los histéricos, sino en términos de batalla, de enfrenta-
miento, de compromiso recíproco, de disposición de celadas en espejo, de ataque y
contra-ataque, de tentativa de toma de control entre los médicos y los histéricos»
(Foucault, 2003: 310).
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37
Sobre la génesis de la teoría de la visión de Helmholtz, cf. Lenoir, 1998.
38
Crary insiste en la importancia de la fisiología para el desarrollo del biopoder en
el siglo XIX y su papel como discurso de normalización y disciplinamiento. Lo más sig-
nificativo de la subjetivación de la visión sería su función homogeneizadora de produc-
ción de un observador productivo y dócil. Sobre el tema de la dimensión biopolítica de
la fisiología, no referido exclusivamente a la fisiología de la visión, cf. Rabinbach, 1998;
Osietzki, 1998; Vatin, 1998; Becker, 1998.
123
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que se seguirá, lo que el ojo sano percibe constituye una «verdad óp-
tica». Así, Johannes Müller y otros científicos de las décadas del trein-
ta y cuarenta del ochocientos, demostraron una forma de percepción
‘pura’, reduciendo el observador al plano rudimentario de la ‘neutra-
lidad óptica’.39 La localización de la visión en el cuerpo —ella no es
más subordinada a una imagen exterior de lo verdadero o correcto,
presente en el paradigma de la cámara obscura— permite a Fechner y
sus contemporáneos concebir una experiencia abstracta de la visión no
remitida al mundo exterior que abre camino para su mecanización,
cuantificación y formalización. La visión es de aquí en más descrita en
términos de magnitudes abstractas, obliterando los elementos cualita-
tivos mediante su homogeneización aritmética (Crary, 1992). La sub-
jetivación y fisiologización de la visión no desisten de la búsqueda de
objetividad. Para el argumento desarrollado en este capítulo debe ser
recalcado que la perspectiva adoptada por Crary en sus análisis privi-
legia los cambios ocurridos en el observador (el libro se titula precisa-
mente Techniques of the observer), en la posición que ocupa y en la
constitución de la mirada. En ese nivel existen de hecho discontinui-
dades. Él no enfoca las tecnologías de visualización o de registro que,
en principio, prometen la obsolescencia del observador. Como el pro-
pio autor afirma en passant, «la fotografía ya había abolido la insepa-
rabilidad del observador y la cámara obscura, ligados por un único
punto de vista, y hecho de la nueva cámara un aparato fundamental-
mente independiente del espectador, que, sin embargo, es camuflado
como intermediario transparente e incorpóreo entre el observador y el
mundo» (Crary, 1992: 136). El desarrollo de aparatos de registro y vi-
sualización capaces de suministrar imágenes y datos objetivos, neutros
y cuantitativos es contemporáneo a la reducción del observador al ni-
vel de neutralidad óptica. Ambos fenómenos sucumben al mito de la
objetividad. Por otro lado, la visión subjetiva analizada por Crary está,
por su parte, desactualizada. Las nuevas tecnologías de imageamiento
creadas en la segunda mitad del siglo XX dan lugar a un nuevo tipo de
mirada «desfisiologizada», correspondiente a la visión posmoderna,
39
En su libro siguiente, Suspensions of Perception, Crary señala el colapso de los
modelos clásicos de la visión y del modelo de un sujeto estable y confiable en el cual se
basaban como uno de los principales motivos que llevó al surgimiento de la atención
como problema básico en la descripción de la subjetividad humana.
124
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40
La novela es publicada en alemán en 1924. La historia termina con a eclosión
de la Primera Guerra Mundial, en 1914, y la incorporación del protagonista a la con-
tienda. Como en ese momento Hans Castorp había permanecido siete años en el sana-
torio Berghof en Davos, y el episodio de los rayos X se da al inicio de su estadía, el mis-
mo debe haber acontecido en 1907.
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41
Entre las excepciones se encuentra Danius (2000), Rose (2007) y el capítulo ti-
tulado «X-Ray vision in Thomas Mann’s The Magic Mountain», del libro de Dijck
(2005).
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42
Es interesante resaltar que las imágenes producidas por los PET-scanners y las de
resonancia magnética no muestran el esqueleto, el cual sólo es visualizado en la tomografía
computada. Como las de IRM y de los PET-scanner son las más difundidas en la cultura
popular y en el imaginario colectivo, se pierde gradualmente la asociación con la muer-
te, dada por la visualización del propio esqueleto.
127
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43
Lo que constituía un problema en el examen físico del paciente femenino era la
visión, no así el tacto. El médico podía ‘tocar’ el cuerpo femenino e inclusive romper el
himen con el dedo, mientras que no mirase. Los médicos norteamericanos del ocho-
cientos no examinaban a las pacientes femeninas con el recién creado speculum vaginal,
por considerarse «injustificable desde el punto de vista de la propiedad y de la moral»
que un médico observara los genitales de una mujer (apud Kevles, 1998: 119).
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44
Basta entrar al site de Amazon (www.amazon.com), la mayor librería mundial,
para que encontremos varios libros con el título de Neurotheology. Numerosos experi-
mentos procuran el punto de Dios en el cerebro y estudian con ayuda de PET-scanners
y tomografías de resonancia magnética funcional los cambios neurales de individuos so-
metidos a prácticas de meditación. Sobre ese campo fascinante entre ciencia y espiri-
tualidad, cf. el excelente libro de John Horgan (2003). La revista Zygon: Journal of
Religion & Science incluye frecuentemente artículos sobre esa temática. Un buen resu-
men de la problemática lo ofrecen Beauregard y O’Leary (2007).
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45
Apud Dumit, 2004: 153. La literatura sobre el uso de neuroimágenes en los tri-
bunales bien como sobre las áreas de neuroderecho y neurocriminología está aumen-
tando vertiginosamente. Cf., entre otros, Eastman y Campbell, 2006; Greene y Cohen,
2004; Hodgson, 2000; Martell, 1992; Morse, 2004; Pillmann et al., 1999; Rose, 2000;
Rosen, 2007. Cf. El excelente blog The Law and Neuroscience Blog. Disponible en:
http://lawneuro.typepad.com
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46
Como se puede imaginar, el campo de la neuroeconomía y del neuromarketing
constituye un filón inagotable. La literatura es inmensa. A título de ilustración, cf., en-
tre otros, Blakeslee, 2003; Garfield, 2000; Glimcher, 2003; Hansen, 1981; Knuston et
al., 2007; Rossiter y Silberstein, 2001; Thompson, 2003; Wells, 2003; Zaltman, 2003;
Zweig, 2002.
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47
Los detalles del procedimiento de borrar memorias en el cerebro son explicados
en el site de la empresa Lacuna en la Internet. Cf. http://www.lacunainc.com/pro-
cess.html. Para los interesados en un análisis más profundo de este filme, recomiendo
los excelentes artículos de Van Dijck (2004) y Vidal (2007).
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Figura 13. Cartel de la película ¡Olvídate de mí! (Eternal sunshine of the spotless
mind). http://www.eternalsunshine.com.
bre este asunto fascinante trasciende los límites y objetivos de este tra-
bajo. En pocas palabras, los tres filmes mencionados, como muchos
reportajes vehiculados en revistas de divulgación, comparten una se-
rie de premisas que no son explicitadas, en parte porque se tornaron
lugar común en la cultura popular. Esos presupuestos estaban pre-
sentes en los proyectos frenológicos y localizacionistas del siglo XIX,
en los cuales chichones o protuberancias en el cráneo eran asociados
a diferentes facultades mentales, del mismo modo que funciones pa-
tológicas eran vinculadas a las diferentes regiones cerebrales. Muchos
neurocientíficos que trabajan con neuroimagen no descalifican a la
frenología; para ellos, el movimiento frenológico formuló las cuestio-
nes correctas con la tecnología equivocada. De donde el rótulo de
‘neofrenología y neolocalizacionismo’ (Uttal, 2001; Dumit, 2004;
Beaulieu, 2002; Stafford, 1996). Entre las principales premisas sobre
el cerebro presentes en la cultura popular —y no sólo en ella— que
144
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no son explicitadas, están: que existe una localización exacta de las re-
cuerdos en el cerebro, los cuales podrían ser borrados arbitrariamen-
te;48 que la mente es, en el fondo, el cerebro, y que el ser humano es
constituido esencialmente por el cerebro, esto es, se trata de una nue-
va figura antropológica que podemos denominar ‘sujeto cerebral’
(Ehrenberg, 2004; Ortega, 2009; Ortega & Vidal, 2007; Vidal, 2002,
2005, 2006, 2009).
48
A fines del siglo XIX, el filósofo francés Henri Bergson hizo una crítica contun-
dente a la concepción localizacionista de la memoria en su libro Materia y Memoria, pu-
blicado en 1896.
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49
La empresa Alcor ofrece los servicios de congelamiento del cuerpo entero por
US$ 120 mil, o apenas el cerebro, una solución bastante más económica, costando US$
50 mil, más una tasa de transporte de US$ 20 mil. Cf. Azevedo (2002). El hecho de que
la segunda opción sea ofrecida por la empresa y las personas opten por ella implica la
creencia de que el cerebro es la parte del cuerpo necesaria para apuntalar la identidad
personal. Los individuos que se sometan al congelamiento de sus cerebros estarán pre-
suponiendo que van a resucitar como ellos mismos, aunque sus cerebros sean trans-
plantados a otros cuerpos.
50
En un reportaje de la BBC del 27.10.2003, aparece la noticia de que el artista
americano Jonathon Keats, de 32 años, está vendiendo los royalties de su cerebro. La idea
de Keats es que su cerebro continúe funcionando aun después de su muerte: «Cuando él
muera, los seis mil millones de neuronas de su cerebro serán transferidos a la Jonathon
Keats Holding Company. Quienes vengan a comprar la ‘opción’ (como es llamado el de-
recho de compra futura) podrán comprar la cantidad de un millón de neuronas por US$
10 mil. En principio, serían reunidos US$ 60 millones y parte del dinero sería usada pa-
ra cubrir los costes para mantener el cerebro funcionando». Cf. BBC (2003).
51
Profundizar ese tema escapa al objetivo del capítulo. Para los interesados, vale
la pena consultar Ehrenberg, 2004; Horwitz y Wakefield, 2007; Luhrmann, 2000;
Martin, 2007; Rose, 2005, 2006, 2007; Valenstein, 1998.
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Figura 16. Susan Aldworth: A penny for your thought (2001), mixed media
print, brain scan, wax, gold thread, syringe and coin 350mm x 430mm
Imagen cedida por la autora.
52
La página web de Aldworth es fascinante, con numerosas imágenes y descrip-
ciones de su trabajo. Cf. www.susanaldworth.com.
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Figura 17. Susan Aldworth: Cogito ergo sum I (2001), mixed media
brain scan, gold leaf and collage on paper 350mm x 430mm. Imagen cedida
por la autora.
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Anatomías posmodernas
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Cf. http://www.uchsc.edu/sm/chs/overview/overview.html.
55
Cf. Thacker, 2000; Belling, 1998; Williams, 1997; Williams y Bandelow, 1998;
Satava, 1995.
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Esta cuestión será retomada en el último capítulo de este libro.
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Todas esas informaciones y datos fueron extraídos del excelente libro de
Eugênio Bucci y Maria Rita Kehl, Videologias. Ensaios sobre televisão. Para la discusión
de la telenovela y el teleperiodismo, cf. en especial los textos de Bucci «A crítica de te-
levisão»; «Na TV, os cânones do jornalismo são anacrônicos»; «Ainda sob o signo da
Globo», incluidos en ese volumen.
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58
Paula Sibilia ha escrito un libro muy instigador sobre la decadencia de la ficción
y la ficcionalización de lo real en la cultura contemporánea en diferentes contextos, ta-
les como la profusión del género autobiográfico en la internet, los reality shows y los fil-
mes sobre la vida de escritoras famosas. Cf. Sibilia, 2008.
59
Espero que nadie se engañe creyendo que las personas elegidas para participar
del Gran Hermano (Big Brother) son ellas mismas, o que exista alguna cosa de ‘real’ en
los reality shows. Siendo el caso, recomiendo urgentemente la lectura del mencionado
libro de Eugênio Gucci y Maria Rita Kehl, Videologias. En él, Maria Rita Kehl somete
los reality shows a un análisis agudísimo, del cual no puedo dejar de citar algunos tre-
chos: «La tercera edición del BBB [Big Brother Brasil] está menos aburrida que la pri-
mera porque la emisora viene dirigiendo la trama, editando las interminables conversa-
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del interior del cuerpo, más allá de los beneficios clínicos y terapéuti-
cos.
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les por la eutanasia, la cual estaría ligada a la decadencia del tacto y del
cuidado, al abandono y la deshumanización de la relación con el pa-
ciente. Según el sociólogo francés, «la demanda de eutanasia (...) nace
también del abandono del enfermo confrontado con un final de vida
sin significación, privado del reconocimiento de los otros, puesto a pre-
senciar la indiferencia o la reprobación de los cuidadores. La expe-
riencia de los cuidados paliativos o del acompañamiento de los mori-
bundos revela que allí donde el enfermo encuentra compasión,
escucha y consuelo eficaz de sus dolores, la demanda por eutanasia de-
saparece. La dignidad es una relación social» (Le Breton, 1998: 172).
No obstante, cabría preguntarse por qué esa mala fe con la visión,
con la aprehensión visual del cuerpo frente a la aprehensión táctil. El
problema fundamental es que la visión es descorporificante, vacía de
substancia, como vimos en relación a la visibilidad espectacular y la vi-
sibilidad médica. Para esclarecer ese aspecto es importante recurrir a
la fenomenología. En la tradición filosófica, la visión es el más noble de
los sentidos. El conocimiento y las actividades mentales se expresan en
metáforas visuales. Desde Platón, la filosofía habla de los ‘ojos del al-
ma’ y de la ‘luz de la razón’ (Jonas, 2000; Blumenberg, 1993). La visión
es el sentido gnoseológico por excelencia, suministrándonos el conoci-
miento de atributos estables de las cosas. La audición, a su vez, revela
eventos particulares y no objetos definidos. La experiencia visual es
descarnada, abstrae de la realidad y aleja del mundo y de las cosas. Las
ventajas visuales aumentan con la distancia del objeto, y diminuyen en
los otros sentidos, especialmente el tacto, que exige el contacto con el
objeto. Además, la visión ofrece la impresión de desconectar la sensa-
ción del movimiento. El compromiso motor en la visión de un objeto
se hace menos presente que en el tacto. En este último, la sensación
está vinculada al movimiento físico, la calidad de la sensación está da-
da por el tipo de toque. La sensación que tengo de alguna cosa es di-
ferente si la toco suavemente o si la aprieto. El tacto introduce la ex-
periencia de realidad y materialidad de los objetos, éste implica un
esfuerzo y la resistencia del ambiente a ese esfuerzo. Frente a la co-pre-
sencia con el objeto en el tacto, la visión se aleja de él, y el compromi-
so motor no es necesario. Esta última niega la experiencia de causali-
dad, y provee una imagen neutra del objeto, pues falta la experiencia
del esfuerzo físico o de interacción eficaz con el mismo. «Debido a las
propiedades de la luz y del aparato visual», observa Drew Leder (1990:
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EL CUERPO FRAGMENTADO
El cuerpo aprehendido visualmente es un cuerpo fragmentado y
no una unidad orgánica. De la misma manera que la pasión por lo Real
y la primacía de la visión deben ser entendidos en un contexto socio-
cultural abarcador, el pathos de la fragmentación presente en la visua-
lización médica del cuerpo debe ser analisado en el ámbito de la cul-
tura de la fragmentación contemporánea y su rechazo de cualquier
forma de totalidad.
La fragmentación corporal es un tema de gran actualidad.
Numerosos libros en las áreas de historia cultural, teoría literaria, his-
toria del arte, entre otros, tratan de la cuestión, y muchos llevan en el
título la palabra fragmentación.60 No estoy de acuerdo, por lo tanto,
60
La lista es inmensa, citaré sólo algunos: The Fragment. Am incomplete History;
The Body in Pieces; The Fragment as a Metaphor of Materity; Fragments for a History of
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of the human body (4 volumes); The Body in Parts: Fantasies of Corporeality in Early
Modern Europe; Fragmentation and Redemption: Essays on Gender and the Human Body
in Medieval Religion; Der versehrte Körper: Revisionen des klassizistischen
Schönheitsideals (El cuerpo mutilado: revisiones del ideal de belleza clasicista); Körperteile:
Eine kulturelle Anatomie (Partes del cuerpo: una anatomía cultural); y en Brasil: O corpo
impossível: A decomposição da figura humana de Lautréamont a Bataille.
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Una experiencia que puede ser caracterizada como una ‘anatomía fe-
nomenológica del cuerpo vivido’, usando el término de Drew Leder
(1990).
Por otro lado, sólo cuando se observa el cuerpo de forma pasiva,
cuando se adopta el punto de vista del espectador, el mismo aparece
como desmembrado y fragmentado, como el cadáver o el cuerpo-ima-
gen, nos recuerda Samuel Todes. Así, las sensaciones corresponden a
un observador inactivo desconectado de su cuerpo y refugiado en su
punto de vista visual descorporificado. En la condición de observador
inactivo, las diferentes sensaciones corporales son aprehendidas como
objetos, localizadas en relación a nuestro punto de vista visual y senti-
das, no ‘en el’ cuerpo, sino ‘por la’ parte del cuerpo que las posee.
Cuando el cuerpo se mueve, en compensación, la sensación corporal
no es sentida como situada en alguna parte específica del cuerpo, ni
como algo en sí mismo. En el caso del picor, por ejemplo, aunque apa-
rentemente sea apenas la pierna que me pica, todo mi cuerpo está in-
volucrado en la tentativa de rascármela. En el cuerpo activo, las sensa-
ciones corporales implican un sentimiento global de unidad corporal,
de manera que necesidades de una parte del cuerpo pueden requerir,
para su satisfacción, de otra parte de él. En contrapartida, cuando el
cuerpo es percibido como un objeto se pierde la sensación básica de
unidad vital. La pérdida de la sensación de unidad corporal es la pér-
dida de la capacidad de los sentimientos corporales de movilizar todo
el cuerpo en la acción, lo que implica una pérdida de coordinación
corporal. La pérdida de unidad y coordinación corporal hace, a su vez,
que el cuerpo actúe apenas moviendo cada vez alguna de sus partes,
dando una impresión descoyuntada, lo que lleva finalmente a la pér-
dida de habilidad como pérdida de referencia externa de las sensacio-
nes corporales. Se pierde, como resultado, la capacidad de anticipar y
realizar movimientos intencionales en relación a los objetos que nos
rodean (Todes, 2001). Cuando el cuerpo es activo, no lo percibimos
como objeto divisible, más bien sentimos nuestros miembros concen-
trados y activos. Para elucidar la experiencia de unidad orgánica y co-
ordinada del cuerpo activo, Samuel Todes recurre al ejemplo del co-
rredor que, como corredor, «se percibe a sí mismo como un
‘individuo’ funcional, en el sentido etimológico del término, esto es,
como indivisible. Se siente estando en un lugar y no una parte ‘aquí’,
otra ‘allí’. Siente que posee ‘miembros’ corporales, y no ‘partes’ cor-
179
Francisco Ortega
180
CAPÍTULO III
DEL CUERPO SOMETIDO
A LA SUMISIÓN
AL CUERPO
EL IMPERATIVO ASCÉTICO
En su libro The Ascetic Imperative in Culture and Criticism,
Geoffrey Harpham (1987) considera el ascetismo como un instru-
mento fundamental de la transformación cultural y hermenéutica. És-
te es el «elemento propiamente ‘cultural’ en las ‘culturas’», lo que
permite la comparación y la comunicación entre ellas (1987: xi).
Cualquier definición estrecha del ascetismo que lo identifique con un
conjunto de comportamientos restrictivos distintivos de periodos
históricos delimitados y de áreas geográficas particulares pierde nece-
sariamente el alcance general del fenómeno como operador de for-
181
Francisco Ortega
1
Según Winbush, «ningún texto, ninguna figura histórica o grupo de la
Antigüedad y ningún tipo particular de práctica podría definir y tipificar adecuada-
mente el ascetismo. La acción recíproca de la práctica y del motivo, así como el núme-
ro aparentemente infinito de combinaciones y grados de tensión en la dinámica entre
práctica y motivo en los diferentes contextos parecen ser mucho más complejos como
para permitirnos estar de acuerdo con la generalización del fenómeno a partir de un fo-
co o área de investigación» (apud Kelsey, 1992: 133).
2
Cf. Valantasis, 1995. La universalidad del ascetismo no corresponde a una expe-
riencia religiosa general, ni a una serie de creencias ascéticas universales, tales como la
valorización del espíritu sobre el cuerpo, o el rechazo y el distanciamiento de la socie-
dad que estaría implicado en la actividad ascética.
3
1994, IV, 719. Para Foucault toda conducta moral, la manera como el individuo
se constituye como sujeto moral de sus acciones, concierne a cuatro aspectos principa-
les: substancia ética, modo de sujeción, ascesis y teleología. Cf. Foucault, 1984a; 1994,
IV: 383 ss. El elemento ascético está presente en toda conducta moral, es un fenómeno
global existente en toda relación ética, el cual, sin embargo, es únicamente comprensi-
ble en el contexto particular en que se presenta.
182
El cuerpo incierto
4
«El asceta no participa plenamente ni de una subjetividad (la que deja atrás, pe-
ro que todavía debe ser superada) ni de otra (aquélla aún no presente pero que está en
su horizonte), porque se mueve siempre entre la identidad desconstruida y la construi-
da, detenido por la primera y al mismo tiempo anhelando por la última. Y, por consi-
guiente, el asceta parece estar siempre en tránsito, en proceso, en movimiento, en di-
rección a una nueva subjetividad» (Valantasis, 1995: 801).
5
Específicamente en el caso de la Antigüedad tardía cristiana, Valantasis (1995:
802-806) distingue cinco tipos de sujeto ascético: el sujeto combativo, el modelo inte-
grador, el modelo educativo, el peregrino y el sujeto de la revelación.
183
Francisco Ortega
6
En la Antigüedad el ascetismo no era siempre subversivo, pues existían situacio-
nes en las que servía para mantener el orden social y para auto-afirmar una élite social,
cultural y política. Ese es el caso del ascetismo imperial descrito en la obra del poeta
Virgilio. Cf. Keith y Vaage, 1999.
7
Foucault, 1984b: 69. Cf. Foucault, 2001.
8
Cf. Clark, 1999; Brown, 1978, 1982; Rousseau, 1999; Rapp, 1999.
184
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9
Cf. Drijvers, 1985; Horn, 1998; Brown, 1988; Foucault, 1994, IV: 174-178.
185
Francisco Ortega
nuncia (Ortega, 1999). Para los objetivos de este libro las definiciones
de Valantasis y Foucault expuestas a continuación me parecen ser las
más adecuadas por ser suficientemente amplias y englobantes para to-
mar en cuenta el carácter universal del fenómeno, que, no obstante, es
únicamente comprensible en las formas, motivos y contextos específi-
cos de aparición de la práctica ascética.
Para Valantasis (1995: 797), «el ascetismo puede ser definido co-
mo las performances en un medio social dominante con la intención de
inaugurar una nueva subjetividad, relaciones sociales diferentes y un
universo simbólico alternativo». La definición de Valantasis debe ser,
sin embargo, ligeramente modificada, ya que el universo simbólico que
la práctica ascética pretende construir no es siempre alternativo, pu-
diendo ser —como ocurre en las bioascesis contemporáneas— un uni-
verso dominante, totalizante y conformista. En ese caso la ascesis pier-
de su carácter de novedad y transgresión por encontrarse más del lado
de la disciplina que de la ascesis propiamente dicha, como veremos
más adelante.
Foucault (2001: 398) define lo «ascético» como el «conjunto or-
denado de ejercicios disponibles, recomendados e incluso obligatorios
utilizables por los individuos en un sistema moral, filosófico y religio-
so para alcanzar un objetivo espiritual específico». El objetivo moral
desembocaría en la transfiguración de los individuos involucrados en
el proceso como sujetos de acción y de conocimientos verdaderos.
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187
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10
Apud Skrabanek (1995: 59).
11
«El objeto del cuidado era uno mismo, pero el fin del cuidado era la ciudad, en
que encontramos el sí mismo, pero simplememe como un elemento. La ciudad media-
ba la relación de sí para consigo y hacía que el sí mismo pudiese ser tanto objeto como
fin, pero él solamente era fin por existir esa mediación de la ciudad» (Foucault, 2001:
81); cf. Ortega, 1999.
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189
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12
Drijvers, 1984: 115. Cf. Drijvers, 1985; Rapp, 1999.
13
Encontramos em Peter Sloterdijk uma versão atualizada dessa visão. Cf.
Sloterdijk, 1993.
190
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14
Drijvers, 1985; Markus, 1998; Brown, 1988.
15
Markus, 1998; Conrad, 1995. La ascesis (la renuncia sexual) representaba una
«carrera abierta a los talentos» para mujeres y personas sin educación por medio de la
cual podían alcanzar la reputación normalmente reservada a los varones cultos. Cf.
Brown, 1988.
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16
Weber, 1988b: 202; cf. Weber, 1988c; Schluchter, 1985, 1988; Hennis, 1982,
1987; Bosch, 1962; Treiber, 1991; Kaelber, 1998; Sprondel, 1971.
192
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17
Tomo prestado el término biosociabilidad del antropólogo Paul Rabinow, que
lo usa, a partir de sus análisis de las implicaciones socioculturales y políticas de la nue-
va genética y del proyecto Genoma, para designar un «nuevo tipo de auto-producción»,
efecto de la nueva genética. Esta ya no es entendida como metáfora biológica, sino co-
mo «red de circulación de términos de identidades y lugares de restricción», que im-
plicaría la «formación de nuevas identidades y prácticas individuales y grupales, surgi-
das de esas nuevas verdades» (Rabinow, 1996b: 99, 102). Para los objetivos de este li-
bro uso el término «biosociabilidad» de una manera más amplia que la de Rabinow co-
mo intentaré monstrar a continuación.
18
La literatura sobre el tópico es inmensa, cf. Crawford, 1980, 1994; Conrad,
1995; Oveck, 2008; Petersen, 1997; Bunton, 1997; Aïach, 1998; Faure, 1998; Druhle y
Clément, 1998; Morris, 2000; Greco, 1993.
194
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19
Giddens, 1992: 42; cf. Nettleton, 1997; Bunton, 1997.
20
Bourdieu, 2000; Lupton, 1994; Turner, 1992.
195
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196
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21
Harding, 1997: 143. Cf. Delanoë, 1998. Para algunas autoras feministas, la ges-
tión biomédica del cuerpo femenino es, sin embargo, una de las condiciones que per-
197
Francisco Ortega
ventud, longevidad, salud, belleza son los nuevos criterios que evalúan
el valor de la persona y condicionan sus acciones.
La mujer que no se vigila ni se controla engrosa la legión de nue-
vos desviados, nuevos «estultos», inhábiles para cuidar de sí mismos.
Constrúyense así las bioidentidades de los individuos responsables y al
mismo tiempo, por oposición y reprobación, la de los desviados. El
que no busca una existencia libre de riesgos se convierte en un nuevo
desviado, caracterizado como un irresponsable, incapaz de cuidar de
sí y que constituye un mal ejemplo, eleva los costes del sistema de sa-
lud y, como consecuencia, no cumple con sus deberes de ciudadano
autónomo y responsable (Petersen, 1997; Crawford, 1994).
La medicalización de la vejez representa un proceso semejante de
formación de bioidentidades. Las sociedades contemporáneas tienen
una visión negativa de la vejez asociándola a la dependencia (hándi-
cap) y ésta al sentimiento de humillación. La ideología del individuo
autónomo y autosuficiente moldeó nuestra percepción de la vejez
(Druhle y Clément, 1998). La aversión a la dependencia es caracterís-
tica de sociedades despolitizadas como la nuestra. En sociedades con
intensa vida pública el sentido de la mutua dependencia forma la base
del vínculo social. Richard Sennett (1999: 142) comenta varios ejem-
plos de experiencias públicas de dependencia que no provocaron hu-
millación en la Antigüedad romana, en la sociedad índia y japonesa y
afirma: «Cuanto más vergonzoso es nuestro sentido de dependencia
más inclinados estamos al odio de los humillados. Restaurar la con-
fianza en los otros es un acto reflejo; exige menos miedo a la vulnera-
bilidad en nosotros mismos».
El énfasis en la autonomía individual está ligado al desmantela-
miento del Estado asistencial que trata a los individuos dependientes
con desconfianza, como «parásitos sociales»: «El tono ácido de las dis-
cusiones actuales sobre las necesidades asistenciales, los derechos y
redes de seguridad está impregnado de insinuaciones de parasitismo
de un lado, enfrentado por la rabia de los humillados del otro» (Ibíd.).
mitieron que las mujeres ingresaran al espacio público. Cf. Koninck, 1995. Todo tiene
ganancias y pérdidas. Para el argumento defendido en este libro, sin embargo, me con-
centro en las prácticas bioascéticas implicadas en la formación de la bioidentidad de la
mujer en la postmenopausia.
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22
Cf. Estes y Binney, 1991; David, 1998; Druhle y Clement, 1998; Clarke et al.,
2000; Lupton, 1994.
23
Stephen Katz, apud David Morris, 2000: 236.
24
Cf. El número especial de la revista Social Science & Medicine (vol. 62, n.º 3,
2006), dedicado a Patient Organisation Movements.
200
El cuerpo incierto
25
Ya decía Foucault que la resistencia al biopoder se apoya precisamente en aque-
llo que éste investía, o sea, en la vida misma: «La vida como objeto político fue de cier-
ta manera tomada al pie de la letra y vuelta contra el sistema que pretendía controlar-
la» (1976: 191). Por lo tanto, la vida constituye el objetivo de las luchas (bio)políticas,
incluso bajo la forma de luchas por el derecho a la vida, a la salud, al cuerpo, a la hi-
giene, al bienestar y a la satisfacción de las necesidades. La biopolítica necesita la resis-
tencia al dispositivo biopolítico para poder desarrollarse.
201
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26
Madel Luz trabaja hace años en el desarrollo de esta línea: pensar las prácticas
de salud como formas de solidariedad y tentativas de enriquecimiento del tejido social
y relacional. Cf. Luz (2003).
27
Para Jean-Jacques Courtine (1995) el culto al cuerpo es en los Estados Unidos
una de las principales fórmulas de compromiso entre la ética puritana y las necesidades
de la sociedad de consumo. Cf. Edgley y Brissett, 1990.
28
En una conferencia en Brasil, en 1974, Foucault ya había advertido sobre el nue-
vo encuentro de la medicina y de la economía que convirtió la salud y el cuerpo en ob-
jetos de consumo. Cf. Foucault (1994, III: 54-56). El capitalismo se insertó en la salud
y los individuos son constituidos como consumidores de bienes y servicios biomédicos.
Los artículos de salud incorporan elementos del estilo de vida y estimulan la retórica de
la elección y la fetichización de los productos y servicios de salud. Cf. Featherstone
(1992); Bunton (1997); Clarke et al. (2000). La inversión en artículos de fitness y bie-
nestar es una empresa multimillonaria. Como ejemplo, los norteamericanos ya gastaban
en 1990 1.800 millones de dólares en máquinas de ejercicio, 3.500 millones en vitami-
nas, 33.000 millones en dietas y 44.000 millones en equipamientos deportivos. Cf.
Leichter (1997). A pesar de que estas cifras nos dejen impresionados no olvidemos que
las cifras de la industria farmacéutica son mucho mayores, las cuales sólo en Brasil signi-
fican 9.700 millones de dólares por año. La commodification de los artículos de salud se
encuentra en expansión continua, en los últimos años está surgiendo una sofisticada
202
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203
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30
Cf. Glassner (1989: 187). Cf. Mansfield y McGinn (1993).
31
La ortorexia nerviosa, esto es, la obsesión por la comida natural, es la más nue-
va de las enfermedades originadas por la búsqueda de la perfección corporal. Puede pa-
recer una broma, pero el portador de la ortorexia nerviosa es descrito como «alguien
que está muy preocupado con los hábitos alimentares y dedica gran parte del tiempo a
planear, comprar, preparar y hacer comidas. Además, dispone de un autocontrol rigu-
roso para no rendirse frente a una tentación, como un buen Big Mac o unas suculentas
pastas italianas. Sin mencionar que se siente superior a quien se arroja a las impurezas
de un espeso solomillo al punto o de un helado bañado en crema de chocolate. La per-
sona acaba por adoptar comportamientos nutricionales cada vez más restrictivos, hasta
aislarse socialmente» (Oliveira, 2001).
32
El verbo inglés fit in tiene el sentido de «adaptarse, ajustarse, encajarse», lo que
revela la dimensión conformista implicada en la atividad de fit in.
204
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33
Sobre la moralización de la dieta alimentaria, cf. Mintz (1997); Belasco (1997);
Rozin (1997); Schwartz (1986).
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EXTERNALIZACIÓN DE LA SUBJETIVIDAD
El énfasis creciente dado en nuestra sociedad contemporánea a los
diversos procedimientos de cuidados corporales, médicos, higiénicos
34
Morris, 2000: 154, 158. Cf. Eckermann, 1997; Goodwin y Attias, 1994; Leccese,
1994; de Groot, 1994.
206
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35
Cf. Rose, 2007; Le Breton, 1999; Sant’Anna, 2001; Morris, 2000; Lupton, 1994;
Glassner, 1989.
207
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36
Slavoj =i[ek ha trabado una cruzada ideológica contra el budismo insistiendo
repetidamente sobre su carácter alienante y conformista. Su visión es muy limitada y
sectaria. Creo que la tranquilidad, el bienestar psíquico-mental y el equilibrio emocio-
nal que tales prácticas espirituales proveen no debe ser menospreciado y se encuentra
muchas veces en contraposición a los ideales bioascéticos dominantes.
37
El avance de la farmacología de los problemas sociales, la «quimioterapia de lo
social» —como es denominada por Jaeger— es un ejemplo de ese desplazamiento que
conduce a la supervalorización de factores biológicos en perjuicio de elementos socio-
culturales en la génesis de disturbios y malestar. Cf. Jaeger (1998); Castiel (1999).
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DE LA ASCESIS A LA BIOASCESIS
Las ascesis clásicas tenían una dimensión político-social funda-
mental, cuyo objetivo era siempre el otro y la ciudad, eran expresión
del amor al mundo. La presencia del otro y del mundo garantizaban la
realización del cuidado de sí. Los ascetas representaban la solidaridad
del grupo y canalizaban valores, necesidades, miedos y esperanzas de
la comunidad. La ascesis como resistencia cultural y política y como
expresión de una voluntad de singularización, estilo, separación, alte-
ridad y de constitución de formas alternativas de subjetividad y socia-
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38
«Aprensión es una ansiedad sobre lo que puede ocurrir; es creada en un clima
que enfatiza el riesgo constante, y aumenta cuando las experiencias pasadas parecen no
servir de guía para el presente» (Sennett, 1999: 97). Cf. Castiel (1999).
39
Cf. Winnicott (1990); Foucault (2001); Arendt (2001).
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40
D. Ardell, High Level Wellness: An Alternative to Doctors, Drugs, and Disease.
Apud Crawford, 1980: 379.
212
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41
Para algunos autores existen grandes semejanzas entre bioascesis y las ascesis
clásicas respecto al grado de autocontrol alcanzado en ambas prácticas. Cf. Bunton,
1997.
42
Existe, por lo tanto, «un vínculo entre las explicaciones biológicas del compor-
tamiento humano, la voluntad de los científicos de modificarlo por manipulación gené-
tica y este mundo ideal soñado por algunos teóricos radicales de la cultura virtual» (Le
Breton, 2001: 23). Sobre el tema, la literatura es inmensa, cf., entre otros, Yehya, 2001;
Sfez, 1995; Joralemon, 1995; Sharp, 1995.
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43
Remito al lector al capítulo 1 de este libro, «El cuerpo entre constructivismo y fe-
nomenología», en el cual se profundiza acerca de este tópico. Cf. también Costa (2004).
215
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44
Cf. Sacks (1985, 1989, 1995); Costa (2004).
216
CAPÍTULO IV
MODIFICACIONES CORPORALES
EN LA CULTURA
CONTEMPORÁNEA
1
Myers, 2002. Los piercings genitales ofrecen una variedad de posibilidades, pu-
diendo ser colocados en los labios vaginales o en el clítoris en el caso femenino, y en los
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testículos, glande, entre el escroto y el ano, en el masculino. Este último recibe una va-
riedad de nombres según la localización: Prince Albert, ampallang, dydoe, Apadravya,
hafada, guiche. El término branding designa una marca a fuego de una figura o dibujo de-
seado. Las prácticas de burning provocan quemaduras con cigarrillo u otros instrumen-
tos como barras de incienso, etc. Cutting o scarification representan cortes o cicatrices
que marcan diferentes tipos de diseño. Los implantes metálicos o de silicona sólida en-
tre el músculo y la epidermis pueden ser modelados a voluntad en forma de estrellas,
cuernos, etc.
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2
Polhemus and Proctor, apud Sweetman, 2000: 63. Cf. Le Breton (2002).
221
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3
En el Traité de l’Homme de Descartes (1664) el cuerpo es comparado a una es-
tatua o máquina de tierra. No debemos olvidar, sin embargo, que frente a esa visión ma-
terialista reduccionista del cuerpo en Descartes, de hecho más popular y repetida, exis-
te en él también otra noción de cuerpo, presente en las Meditaciones y en las Pasiones
del alma, textos en los cuales el pensador francés enfatiza la interacción psicofisiológi-
ca en vez de la reducción orgánica, una concepción que podemos denominar, siguien-
do la sugestión de Evan Thompson (1996: 132), proto-embodiment. Según Thompson,
Descartes presentaría la versión reduccionista, también llamada localizacionista —pues
el cuerpo es reducido al cerebro, donde se da la relación mente-cuerpo— cuando se re-
fiere al cuerpo en la perspectiva de la tercera persona (la del cuerpo objetivo) encarna-
da por el anatomista, mientras que la concepción del proto-embodiment se presenta
cuando se dirige al cuerpo desde la perspectiva de la primera persona de un ser corpo-
rificado (embodied being).
4
Sobre la reducción del cuerpo vivido al cuerpo vivo en el modelo biomédico
existe una abundante literatura. Cf., entre otros, Young (1997), Toombs (2001), Leder
(1990), Jackson (2001), Lyon y Barbalet (2001), Duden (1997), Andrieu (2002a, 2002b,
2003), Csordas (2001). Cf. también «El cuerpo transparente. Para una historia cultural
de la visualización médica del cuerpo», en este volumen.
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Editada bajo la supervisión del Departamento de Publicaciones
del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, esta
obra se terminó de imprimir en septiembre de 2010
en Solana e Hijos, A.G., S.A.U.
Las incertidumbres del cuerpo, de las que todo ser humano padece, son el tema
de esta obra. ¿Por qué el cuerpo es incierto? Porque los sentidos que puede adqui-
rir en el mundo no están dados de antemano, así como son inciertos los procesos
fisiológicos que lo habitan y que, silenciosamente, nos hacen vivir o morir. Algunas
de las respuestas para contender contra esa incertidumbre «tanto en el plano del
cuerpo individual, como en el plano más general de las tecnologías médicas» son
analizadas en detalle por el autor.
El estudio aquí desarrollado es que el cuerpo está siendo colonizado en la actua-
lidad, en su superficie visible «por formas de inscripción corporal que lo retiran de
su ‘monotonía sensorial’, como piercings, cirugías plásticas y dietas», y en su interior
invisible «por técnicas de visualización médica que pretenden revelar el secreto de
la visceralidad». Para Ortega las formas de intervención sobre el cuerpo, en
principio entendidas sólo como construcción de su singularidad, pueden,
paradojalmente, revelar una actitud de menosprecio con él, en la medida en que
demuestran la voluntad de trascender su materialidad y de rechazar aquello que
tiene de abyecto: olores, sobras, excesos e imperfecciones. En el límite, su finitud.
En el caso de las tecnologías de visualización del interior del cuerpo, el autor sus-
tenta que el sentido de exploración de los escondrijos inaccesibles del cuerpo está
más allá de su evidente eficacia diagnóstica y terapéutica, siendo un intento de com-
batir la ambivalencia ontológica fundamental de aquello que es visceral. Se trata de
transformar lo extraño e ‘incierto’ de nuestra corporeidad en algo familiar, previsible
y accesible al control humano, como si el conocimiento de nuestros estados internos
pudiese revelar algo de nosotros mismos, en un tipo de evisceración del alma.
Tomando como partida esa ambivalencia fundamental, Ortega realiza una
genealogía de las diferentes tecnologías médicas de visualización del cuerpo
humano, investigando sus condiciones de posibilidad, tales como la emergencia de
la disección de cadáveres y la construcción del ideal de un conocimiento objetivo,
basado en el modelo del cuerpo-máquina.
Mediante una original relectura de diversos filósofos como Michel Foucault o los
fenomenólogos de la corporeidad, de la literatura feminista y psicoanalítica, esta
obra permite encuadrar ideas que pueden parecer dispares o paradojales, y señala
los problemas éticos y psicológicos conectados con las percepciones y vivencias del
cuerpo en nuestra cultura.
I S B N: 978-84-00-09158-3
9 788400 091583