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Cuadro segundo
La misma decoración del cuadro anterior.
Pascual: (Sentado en la puerta de su choza, tiene entre sus brazos a la ovejilla,
con la que mantiene el siguiente coloquio). ¿Ya estás inquieta, verdad?
Claro. Es la hora en que debe volver la mamacita. Sí. Pronto ha de
llegar y, como todos los días, te ha de traer la lechecita. ¿Te gusta la
leche, no? ¿Mucho? Ah, pues claro. ¿Y sabes cómo consigue leche
tu buena mamacita? ¿No? ¿No lo sabes? Pues yo te lo voy a decir.
Se lleva todos los días un tachito escondido en el seno y ordeña un
poco a las ovejas que están criando a sus hijitos, y luego te la trae a
ti guagüita. Ya ves cómo por este sencillo procedimiento todos los
corderitos de la manada te ceden un poquito de su leche para que
vivas tú. Ya ves que tu nueva mamacita es buena y sabe hallar el
modo de hacerte feliz. Ahora ya sientes hambre, ¿verdad? Ten paciencia,
Retamita. Ya va a llegar tu mamá con la lechecita para ti y en
seguida me va a hacer a mí la comida. ¿Qué buena es, no es cierto?
Ah, ¡que Dios la proteja y la bendiga! Sin ella ni tú ni yo podríamos
vivir. Por eso tenemos que ser muy agradecidos para con ella. ¿Sabes
cómo vamos a agradecerle por ahora? Pues, le vamos a hacer una
canción que ya la tengo aquí en la memoria. Es la canción que van
a cantar los llocallas y las imillas de la hacienda en la noche de San
Juan que está próxima. Esta canción está dedicada a ella. ¿Quieres
oírla tú primero? Bueno, escucha. Dice así:
Retamita, Retamita,
fl or de oro como el sol
Retamita, Retamita,
dame un poco de tu olor.
Retamita, Retamita,
no te llenes de rubor
Retamita, Retamita,
dame un poco de tu amor.
Retamita, Retamita,
es tan dulce tu canción
Retamita, Retamita,
que me baila el corazón.
Cuadro tercero
El mismo escenario de los cuadros anteriores. Es la hora del atardecer. El
paisaje va esfumándose entre las sombras de la noche. Hacia el fondo, las
fogatas de San Juan brillan con luz rojiza en la lejanía de los cerros que
cierra el horizonte.
Delante de la choza de Pascual arde una hoguera de palo de haba que
atiza Alejo, mientras Pascual permanece sentado junto al fuego, abrazado
de su ovejilla.
Escena I
Pascual y Alejo
Alejo: Es muy raro, Pascucho lo que me han dicho.
Pascual: ¿Qué te han dicho?
Alejo: Que tú la has convencido a tu hermana para que se vaya
con el patrón.
Pascual: ¡Qué saben ustedes de mi pensamiento!
Alejo: Pero, entonces ¿para qué te lamentas ahora? Ella no quería
dejarte. Tú la has obligado. A mí me consta que se ha ido llorando
por ti.
Pascual: Tú, como todos en la hacienda, saben que las órdenes del
patrón hay que cumplirlas. No hay remedio. Además si nosotros
nos hubiéramos opuesto, nos despedían al momento.
Alejo: En eso tienes razón completa.
Pascual: Pero en lo que creo tener más razón es en que o no tenía
ningún derecho en retenerla para que sea desgraciada a mi lado.
Ella ha dejado de vivir en esta choza que parece que tuviera algún
maleficio para todo el que la habita. Se ha salvado de la fatalidad.
Es bastante que yo me quede para pasto de la desdicha.
Alejo: Pero tú también puedes abandonarla. Muchos peones quieren
acogerte en sus casas.
Pascual: Sí. Y les agradezco. Pero no puedo ni quiero dejar esta
choza. Aquí he nacido. Aquí he conocido la luz y la naturaleza en
los días felices en que vivía mi padre y tenía vista. Aquí la he perdido
y su última visión se me ha quedado grabada en el alma. En
esta choza han muerto mis padres. Pero sus almas en las noches