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NAVARRAZO

Por Esteban Dómina*

“Córdoba es el rostro anticipado del país” es la consabida frase que sale a relucir cada vez que algo pasa
antes en esta provincia que en el resto de la Argentina. Hay sobrados fundamentos históricos que
respaldan su veracidad; sin embargo, hubo ocasiones en que el aserto resultó más profético que otras, y
una de esas veces ocurrió hace 40 años.

El miércoles 27 de febrero de 1974 por la noche, en medio de un vasto operativo policial en la Casa de las
Tejas, la sede del Gobierno provincial, fueron detenidos el gobernador Ricardo Obregón Cano y el
vicegobernador Atilio López. El episodio pasó a la historia como Navarrazo, un ominoso tributo a Antonio
Domingo Navarro, autor de un hecho sin precedentes en los anales de la República, varias veces
golpeadas por las Fuerzas Armadas pero nunca por la Policía.

El Navarrazo marca un antes y un después en la historia reciente de Córdoba y del país. Tan importante
es saber cómo se llegó a semejante locura, como evocar lo que sobrevino, todo malo, para comprender el
valor de las instituciones democráticas y el precio que pagan las sociedades cada vez que aquellas son
vulneradas.

En esa línea, no es un exceso considerar al Navarrazo como la antesala del terrorismo de Estado que
asoló al país entero dos años más tarde.

Primavera setentista
El 11 de marzo de 1973, los argentinos volvieron a las urnas tras siete años de dictadura. El peronismo se
impuso sin necesidad de recurrir al balotaje, una novedad electoral introducida por los militares como
último recurso para trabar el triunfo peronista. A nivel nacional, quedó consagrada entonces la fórmula del
Frente Justicialista de Liberación Nacional (Frejuli) integrada por Héctor J. Cámpora y Vicente Solano
Lima.

En Córdoba, en la primera vuelta, Ricardo Obregón Cano y Atilio López, candidatos del Frejuli, superaron
a la fórmula radical de Víctor Martínez y Felipe Celli por escaso margen, sin alcanzar el 50 por ciento
requerido por la regla del balotaje. La segunda vuelta se realizó el 15 de abril, y esta vez la diferencia fue
de 86 mil sufragios a favor del peronismo, en buena medida debido a la ventaja obtenida por Obregón
Cano en un debate televisado una semana antes de los comicios.

Los candidatos peronistas surgieron de los comicios internos realizados en junio de 1972, que dejaron en
el camino a la ortodoxia representada por Julio Antún, líder de la Mesa Redonda Peronista Permanente, y
Alejo Simó, secretario general de la UOM.

El antunismo no aceptó el resultado y denunció fraude ante la Justicia Electoral, que convalidó los
resultados. A partir de ese momento, la derecha peronista tomó distancia de la lista vencedora –que
contaba con el apoyo de la llamada Tendencia Revolucionaria– de la corriente denominada “legalista” del
gremialismo y de referentes y agrupaciones provenientes de los sectores más radicalizados del
movimiento.

Quedó plasmada entonces una fractura interna irreconciliable que a la postre selló la suerte del gobierno
obregonista.

Obregón y Atilio
Ricardo Armando Obregón Cano nació en Río Cuarto, en 1918. Allí cursó sus estudios primarios y
secundarios antes de trasladarse a Córdoba, donde, en 1940, se recibió de odontólogo en la Universidad
Nacional.

Adhirió al peronismo en la primera hora. En el año 1951, ingresó al Senado provincial en representación
del departamento Río Cuarto y llegó a presidir el bloque del peronismo por tres períodos, hasta 1954, en
que renunció a la banca para asumir como ministro de gobierno de Raúl Lucini. En los años en que el
peronismo estuvo proscripto, fundó el partido Tres Banderas, y en 1962 fue elegido diputado nacional en
los comicios que luego fueron anulados por el presidente José María Guido. Al año siguiente, pese a que
figuraba nuevamente en la lista de candidatos, se plegó al voto en blanco, siguiendo las directivas
dictadas por Perón desde el exilio.
En la etapa previa a la normalización institucional del país, estrechó el vínculo con los sectores juveniles y
sindicales que levantaban la consigna “Luche y vuelve”. El 17 de noviembre de 1972, formó parte de la
comitiva que acompañó a Perón en el vuelo que lo trajo al país tras 17 años de exilio.

Hipólito Atilio López, nacido en Córdoba, en 1929, era un viejo luchador del movimiento obrero cordobés,
secretario general de la Unión Tranviarios Automotor (UTA), el gremio de los conductores de colectivos
urbanos, y líder de la citada corriente legalista, uno de los dos sectores en que se hallaba dividido el
gremialismo peronista. Fue uno de los referentes del Cordobazo, junto a Agustín Tosco (Luz y Fuerza) y
Elpidio Torres (Smata).

Las autoridades electas asumieron el 25 de mayo de 1973; ese mediodía hubo un acto en la plaza San
Martín, y por la noche recuperaron la libertad los presos políticos. Cuatro días después se recordó el
cuarto aniversario del Cordobazo, con un acto masivo en la intersección de bulevar San Juan y Arturo M.
Bas, al que asistió el presidente de Cuba Osvaldo Dorticós.

Pasados los festejos, llegó la hora de gobernar. El gabinete de Obregón Cano reunió en su seno a figuras
de distinta extracción, una mixtura entre el sector tradicional y las expresiones progresistas que convivían
en el espacio oficialista: Alfredo Erio Bonetto (Gobierno); José Enrique Fierro (Hacienda); Luis Esterlizi
(Obras Públicas); Antonio Lombardich (Bienestar Social); Carlos Tagle Achával (Educación); Humberto
Gómez Amaya (Agricultura y Ganadería). El elenco se completaba con Jorge Dall’Aglio (Secretaría
General); Juan Carlos Bruera (fiscal de Estado); Eduardo Valverde (Secretaría Legal y Técnica), Miguel
Hugo Vaca Narvaja (Procuraduría del Tesoro); Alejo Díaz Tillard (Prensa) y Julio Aliciardi (Banco de
Córdoba), entre otros. Horacio Obregón Cano, hijo del gobernador, ocupaba la Secretaría Privada y hacía
de nexo con los representantes de la Tendencia, que por esos días eran asiduos visitantes de la Casa de
las Tejas. El “Negro” Atilio era a su vez el nexo con el sindicalismo combativo.

La gestión de Obregón Cano estuvo fuertemente condicionada por la matriz conservadora cordobesa y
por las visiones antagónicas que guarnecía el amplio paraguas peronista. Por un lado, la juventud, las
agrupaciones y los gremios partidarios de la “patria socialista” como proyecto estratégico; y por el otro, el
antunismo y la corriente “ortodoxa” del sindicalismo que adscribían a la “patria peronista”, según las
etiquetas de la época.

Problema
El gobierno cordobés estaba identificado con el primer sector y, por lo tanto, sufría los embates
permanentes del otro y los desplantes del conservadurismo local que temía ver afectados sus privilegios
por un gobierno de cuño popular. Así las cosas, el obregonismo debía moverse en medio del fuego
cruzado de la izquierda peronista que lo apoyaba y de la derecha que lo fustigaba, esperando la
oportunidad de tomarse revancha.

Ezeiza
Las tensiones internas del peronismo estallaron el 20 de junio de 1973, en Ezeiza, en ocasión del regreso
definitivo de Perón a la Argentina. Poco después, el presidente Héctor Cámpora presentó la renuncia y se
convocó a nuevas elecciones. El 23 de septiembre de 1973, la fórmula integrada por Juan Domingo Perón
y su tercera esposa obtuvo el 62 por ciento de los votos: un Perón agotado y de mala salud asumía por
tercera vez la presidencia de la Nación.

Lejos de calmarse, la puja ideológica se agitó aun más, sobre todo después del atentado a José Ignacio
Rucci, que enardeció a la cúpula peronista. Por llevar “la marca en el orillo”, Obregón Cano quedó en la
mira del ala reaccionaria del peronismo junto a otros gobernadores vinculados con la Tendencia, como los
de Buenos Aires, Salta, Mendoza, Formosa y Santa Cruz.

En adelante, el gobernador cordobés sufrió el continuo asedio de la derecha que le reprochaba su


complacencia con los “elementos subversivos infiltrados en su gobierno”.

En semejante contexto, resultaba harto difícil llevar a cabo una gestión que conformara a todos y
asegurara a su vez la paz social. Por el contrario, las primeras medidas fueron conflictivas y generaron
roces con instituciones y sectores sociales tan gravitantes como disímiles: los ganaderos, la Iglesia y la
cúpula policial.

Control de precios
Los primeros rechazaron la política de abastecimiento de carne que implementó la administración
provincial, en línea con el control de precios aplicado en el orden nacional. Con el fin de eludir los precios
máximos oficiales, los productores cordobeses trasladaban la hacienda en pie para ser faenada en
provincias vecinas, lo que desató una fuerte controversia con el sector, ocasionando incidentes en los
controles camineros que estaban a cargo del cuerpo de inspectores desplegado en el territorio provincial.
Los sectores confesionales y la cúpula eclesiástica reaccionaron airadamente y se opusieron al dictado
del Estatuto Básico (ley Nº 5.659), una norma reclamada por los docentes de institutos privados, muchos
gestionados por órdenes religiosas.

Con la Policía la cuestión era más delicada aun, debido a que muchos cuadros superiores de la fuerza
resistían los cambios que el gobierno procuraba llevar a cabo en el seno de la institución con el fin de
democratizarla y depurarla de funcionarios comprometidos con la pasada dictadura. En octubre, las
modificaciones a la Ley Orgánica de la Policía provincial causaron un pico de tensión y un amago de
sublevación, que encontró al jefe designado por el gobernador, teniente coronel Antonio Domingo
Navarro, del lado de su tropa.

Navarro, exjefe de la Policía Militar del Tercer Cuerpo, tenía el aval del general Jorge Calcagno.
Paradójicamente, también contaba con el visto bueno de la Tendencia, que lo postuló para el cargo.

Hacia el Navarrazo
Mientras el gobierno nacional se alejaba del socialismo nacional proclamado durante la campaña, y se
abroquelaba en el Pacto Social entre trabajadores y empresarios que propiciaba el congelamiento de
precios, tarifas y salarios, el divorcio entre el gobierno de Perón y los sectores ligados a la Tendencia se
profundizaba día a día.

Como coletazo de esas desavenencias, a fines de 1973, renunciaron a sus bancas cinco legisladores de
la rama juvenil, disconformes con la reforma al Código Penal propuesta por el gobierno para endurecer la
represión, entre ellos los diputados cordobeses Roberto Vidaña y Rodolfo Vittar, del círculo obregonista.

El clima de violencia que envolvía a la Argentina solía causar bajas de personas que no tenían nada que
ver con la guerrilla o la represión. Fue el caso, por ejemplo, de los cinco cooperativistas muertos por
policías cordobeses el 23 de enero de 1974 en el interior de la provincia. Se dijo entonces que habían
sido confundidos con guerrilleros, aunque en realidad se trató de un pase de facturas entre la Policía
provincial y la federal. Este episodio resintió la confianza depositada en el jefe de Policía, que ya estaba
en la mira por ciertos manejos administrativos.

Entretanto, la ciudad de Córdoba soportaba un lock out de los empresarios del transporte, que
reclamaban un aumento del boleto que el gobierno no convalidó. A su vez, los paros de la UTA, en el
marco del mismo conflicto, habían mellado la relación del gobierno provincial con el intendente capitalino,
Juan Carlos Ávalos.

El discurso golpista aprovechaba estas situaciones y machacaba con que Obregón Cano no era capaz de
garantizar la paz social ni poner coto a los hechos de violencia y al accionar de las organizaciones
armadas que seguían operando en la provincia.

Por esos días, vencido por las presiones, cayó Oscar Bidegain, gobernador de Buenos Aires. El turno
siguiente le correspondería a Córdoba, donde la derecha daría el zarpazo pocas semanas más tarde.

Golpe a la cordobesa

“Obregón Cano (…) no era, por cierto, un ‘subversivo’ de la Tendencia, sino un dirigente moderadamente
reformista, honesto y bienintencionado, cuyos orígenes estaban en el Partido Demócrata (conservador)
de Río Cuarto”, sostiene el historiador Roberto Ferrero. Y concluye: “Quedó entre la espada (Perón) y la
pared (la Tendencia)”.

La sedición, que se venía preparando en las sombras, se desencadenó el 27 de febrero de 1974 a partir
de la decisión del gobernador de remover a Navarro, que se le había ido de las manos. Respaldado por
los mandos superiores de la fuerza, Navarro no sólo no presentó la renuncia que le solicitó el ministro de
Gobierno sino que exigió, a su vez, la renuncia de las autoridades provinciales. Obregón Cano rechazó la
insólita demanda, lo destituyó y designó al subjefe, inspector general Rubén Cuello, al frente de la fuerza.

En las horas siguientes, la tensión fue en aumento. Las emisoras LV2 (La Voz del Pueblo) y LV3 (Radio
Córdoba) comenzaron a difundir proclamas de los insurrectos que acusaban de marxista al Gobierno, en
tanto que bandas de civiles armados, identificados con brazaletes de colores, tomaban el control de
puntos estratégicos en el centro de la ciudad, como plantas de transmisión, sede de la Legislatura,
facultades, locales partidarios y sindicatos opositores.

El gobierno contragolpeó expresando: “Antonio Navarro, en franca actitud de rebeldía, lejos de acatar la
orden recibida, engaña a sabiendas a parte del personal policial y, con el apoyo de pequeños grupos
repudiados por la ciudadanía, se rebela, pretendiendo ser fiscal del gobierno electo por todo el pueblo de
la provincia”.
Pese a la gravedad del cuadro institucional, el gobernador no convocó a ninguna movilización popular y
disuadió a los Montoneros de actuar, convencido de que podía mantener el conflicto dentro de los carriles
legales. A ese efecto, por esas horas se mantenía en contacto permanente con el ministro del Interior
Benito Llambí. Todavía no sabía que el golpe policial era prohijado desde altas esferas del poder nacional
y contaba con el apoyo explícito de altos funcionarios, como José López Rega, ministro de Bienestar
Social.

Esa noche, en el clímax de la jornada, medio centenar de policías uniformados y de civil irrumpieron en la
Casa de las Tejas y detuvieron a Obregón Cano y Atilio López, que se hallaban reunidos en el despacho
principal considerando la situación. En un hecho sin precedentes, se llevaron también a unas 80 personas
que se encontraban a esa hora en el lugar, entre ellos ministros, funcionarios y legisladores.

Gobernador y vice fueron cargados en un patrullero. Junto al resto de los detenidos, apiñados en tres
colectivos, fueron trasladados a la sede del Comando Radioeléctrico, donde permanecieron hasta que el
juez federal Adolfo Zamboni Ledesma dispuso su liberación en los días siguientes, luego de desestimar la
denuncia de Navarro que pesaba sobre ellos por “tenencia y distribución de armas de guerra a grupos de
izquierda para subvertir el orden”.

A partir de la detención de las máximas autoridades se sucedieron una serie de hechos consumados. El
jueves 28 por la noche, asumió como gobernador interino Mario Dante Agodino, presidente de la Cámara
de Diputados en representación del departamento San Justo. La movida contaba con el apoyo de la
Juventud Sindical Peronista y de otras facciones que se adueñaron por esas horas de las reparticiones
públicas, mientras que en las filas obregonistas cundía la confusión.

Mientras esto sucedía en Córdoba, el gobierno nacional adoptaba una actitud pasiva, que en la práctica
encerraba un claro aval a los sediciosos. Tras recuperar su libertad, Obregón Cano y Atilio López viajaron
a Buenos Aires para entrevistarse con Perón y tratar de revertir la situación planteada en Córdoba; sin
embargo, la gestión fracasó y no fueron repuestos en sus cargos. “Que los cordobeses se cocinen en su
propia salsa”, es la frase lapidaria que se le atribuye al entonces presidente, fastidiado por el desacato de
la izquierda peronista. Si no la pronunció, los hechos posteriores se inscriben en esa línea, aunque la
postura de Perón tiene hasta hoy miradas diferentes, más indulgentes algunas, menos complacientes
otras.

El gobierno nacional incluyó en el temario de las sesiones extraordinarias del Congreso el proyecto de
intervención federal al Poder Ejecutivo de la provincia de Córdoba, que fue aprobado por ambas cámaras;
el 9 de marzo por el Senado y el 5 de mayo por la Cámara de Diputados.

“Perón está satisfecho de haberse librado de él y la intervención federal que se envía a Córdoba –pactada
con Balbín y los radicales para que no se toquen las municipalidades ni los poderes Judicial y Legislativo–
está destinada no a reponer al mandatario ilegalmente depuesto, sino a bendecir y consolidar la situación
de sus derrocadores”, afirma Roberto Ferrero, ya citado. En efecto, en el mensaje que acompaña al
proyecto se descarga la responsabilidad en las autoridades legítimas y no en los policías insubordinados.

Días más tarde, resignados a su suerte, gobernador y vice presentaron la renuncia.

Lo que vino después

“El año que siguió a la expulsión del gobernador constitucional de Córdoba fue el tobogán hacia el
precipicio”, acierta el periodista Enrique Lacolla. El primer interventor que arribó a Córdoba fue Duilio
Brunello, quien ejerció esa función entre el 15 de marzo y el 7 de septiembre de 1974. Lo reemplazó el
brigadier Raúl Oscar Lacabanne, un “halcón” patrocinado por el lopezreguismo que puso en marcha la
represión ilegal en la provincia y sentó las bases del aparato terrorista mucho antes del golpe de 1976.

Navarro resultó condenado por el delito de sedición, e indultado luego por María Estela Martínez,
“Isabelita”. Atilio López fue asesinado por las Tres A junto a Juan José Varas, exfuncionario obregonista,
el 16 de septiembre de 1974, en Capilla del Señor, provincia de Buenos Aires.

Obregón Cano profundizó el vínculo con los sectores más radicalizados; se exilió en México, donde
compartió la dirección del Movimiento Peronista Montonero con otros referentes históricos como Oscar
Bidegain y Rodolfo Puiggrós. Regresó al país durante la presidencia de Raúl Alfonsín; fue detenido,
procesado y condenado junto a Firmenich y otros jefes montoneros, e indultado durante la gestión de
Carlos Menem.

En la actualidad, con 95 años cumplidos, reside en la ciudad de Buenos Aires.

*Historiador
https://www.youtube.com/watch?v=7ycUxc660AI

https://www.youtube.com/watch?v=Y-WFRfdoW8Y

https://www.youtube.com/watch?v=Va7fZ3EGvFc

https://www.youtube.com/watch?v=3_fa8Ec5ImA

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