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Una forma de entrar la Pasión de Jesús es reflexionar sobre las heridas que sufrió y la
sangre que derramó debido a ellas. Esto se trata de una antigua devoción en la Iglesia, una
que tiene sus orígenes en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, en la Primera Carta de san
Juan leemos: “Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en
comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado” (1 Juan
1,7).
Amén.
Que la Preciosa Sangre que brota de la sagrada cabeza de nuestro Señor Jesucristo nos
cubra ahora y siempre. Amén.
Por cada década de las cuentas, hay una herida diferente de Jesús sobre la que reflexionar.
Por la preciosa llaga de tu mano derecha y por el dolor causado por el clavo que la
atravesó la Preciosa Sangre que brota de ella salve a los pecadores del mundo y convierta
muchas almas. Amén.
Toda la Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y
siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por la preciosa llaga de tu mano izquierda y por el dolor causado por el clavo que la
atravesó la Preciosa Sangre que brota de ella libere almas del purgatorio y proteja a los
moribundos de los ataques de los espíritus infernales. Amén.
Repite la misma secuencia como en el primer misterio.
Por la preciosa llaga de tu pie derecho y por el dolor causado por el clavo que lo atravesó,
la Preciosa Sangre que brota de ella cubra los cimientos de la Iglesia católica contra los
planes del reino oculto y los hombres malignos. Amén.
Por la Preciosa Sangre de tu pie izquierdo y por el dolor causado por el clavo que
atravesó, la Preciosa Sangre que brota de ella nos proteja en todos nuestros caminos de
los planes y ataques de los espíritus malignos y sus agentes. Amén.
Por la preciosa llaga de tu sagrado costado y por el dolor causado por la lanza que lo
traspasó, la Preciosa Sangre y agua que brotan de ella sane a los enfermos, resucite a los
muertos, solucione nuestros problemas presentes y nos enseñe el camino hacia nuestro
Dios para la Gloria eterna. Amén.
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra. Dios te
salve. A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva, a Ti suspiramos, gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros tus ojos
misericordiosos, y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu
vientre. Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las
promesas de nuestro Señor Jesucristo.