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Edith Litwin
Solemos sostener que cada una de nuestras clases son una apuesta nueva para desafiar el
conocimiento, cada una implica una nueva búsqueda e interpretación de cómo facilitar y favorecer los
temas complejos y despertar las ganas y, por qué no, la pasión por conocer. Desde esa perspectiva, cada
una de las clases que dictamos o implementamos es original, única e irrepetible.
Existen una innumerable cantidad de experiencias que no llevamos a cabo porque carecen de sentido
pedagógico o son de dudoso valor. Pero hay otras que no forman parte de las rutinas en el aula y, más
de una vez, nos preguntamos las razones de su exclusión.
En otros momentos hemos abordado el diseño de casos, problemas, la inclusión del arte, el método
biográfico, nuevas propuestas para pensar y llevar a cabo evaluaciones. En el campo de la didáctica son
innumerables las perspectivas y los ejemplos que, a lo largo de los años, permitieron y posibilitaron
experiencias creativas e innovadoras. Hoy, nos proponemos pensar en una alternativa diferente para
abordar su originalidad y así alcanzar una nueva meta en la búsqueda por diseñar cada vez clases más
entusiastas para nosotros y nuestros estudiantes. Para ello, recorrimos una serie de propuestas para
algunos de los desafíos de las tareas cotidianas, tanto en la preparación de la clase como en la inclusión
de actividades o experiencias. Entendemos que la búsqueda de la originalidad es el mayor desafío de la
enseñanza. Considerar cada clase como producto de un diseño único nos hace reconocer que cada clase
debe ser “pensada” para cada grupo en particular, atender a los intereses de cada uno de esos grupos,
crear nuevos desafíos para ellos y aventurarnos en una propuesta en la que no podemos prever sus
resultados. Es posible incluir a los estudiantes en ese desafío pero, fundamentalmente,
requiere nuestro compromiso para que, en la marcha de la clase, podamos revisar la propuesta con el
objeto de recentrar su propósito en un aprendizaje de valor. Quizás, en esta circunstancia, resida su
mayor originalidad: la capacidad de modificar la clase en su acto con el propósito de responder a las
necesidades, inquietudes de los estudiantes o a las múltiples propuestas que nuestra imaginación y
reflexión posibilita para generar una clase más atractiva y de valor.
Hemos elegido tres perspectivas diferentes para abordar la planificación de la clase en la búsqueda de
propuestas originales: la planificación general, la anticipación de la escenografía en la que se incluirá la
clase y la planificación del silencio. Se trata de tres momentos previos al desarrollo de la clase y, en
algunos casos, se propone compartir esos momentos con los estudiantes.
La búsqueda de algún relato, un film o alguna obra pictórica en la que encontremos un vínculo con el
tema nos permite abordarlo desde una nueva perspectiva. Por otra parte, reconocer en el tema alguna
controversia, una nueva perspectiva de análisis, preguntas no resueltas en torno al tema puede permitir
un desarrollo enriquecido. Se trata de pensar la clase desde otro recorrido e incluso poder señalar al
finalizar cuál es la perspectiva con la que hoy encaramos o desplegamos esa clase.
Como parte de la planificación de la clase es posible señalar a los estudiantes el tema que se
desarrollará, la perspectiva de análisis, las experiencias que se llevarán a cabo. A partir de esa propuesta
es posible compartir con ellos la búsqueda de algún material, la preparación del entorno que favorecerá
el desarrollo de la clase, la creación de las condiciones o la instalación de un ambiente que favorecerá la
asunción compartida de responsabilidades en torno al aprendizaje.
Podemos caracterizar a la profesión docente por su experticia a la hora de planificar las actividades, las
evaluaciones, el diseño de las clases pero de alguna manera somos inexpertos a la hora de planificar el
silencio. Más de una vez el silencio se rodea de amenaza, se entiende como hora de la realización de una
tarea o la de la escucha de una explicación. No somos expertos ni exitosos a la hora planear el silencio
para pensar, para elegir, para buscar justificaciones, para razonar. Crear esos espacios y enseñar a
desplegar actividades en esos espacios es una consigna original en nuestra profesión. Este nuevo desafío
implica programar aquellas actividades en las que, casi como una rareza, la ayuda del otro se hace
innecesaria. No se trata de cuestiones fáciles ni banales sino de diseñar oportunidades para encontrar
razones, pensar en cómo podríamos resolver una tarea, cómo ayudar a un compañero, organizar el
tiempo para la realización de las actividades pendientes.
2. El espacio de la acción
Hemos elegido cuatro actividades significativas aún cuando sabemos que es inagotable el listado posible
de implementar.
Cada una de estas cuatro propuestas puede haber sido o no implementada. Sin embargo, nos
preguntamos si podríamos dar razones del por qué sí o por qué no implementarla, si es posible juzgar y
anticipar su valor, reconocer el esfuerzo para ello, el compromiso posible de los estudiantes, debatir con
ellos los resultados esperados y discutir, una vez finalizada, la predicción y su relación con los resultados.
Es probable que la noticia periodística y la información valiosa la hayamos incluido en las clases.
Pensamos hoy en incluir las lecturas que más nos han gustado. Dedicar un día del año a las lecturas
preferidas. Se trata de un día de clase en que las lecturas se ordenen y que se puedan incluir de modo
tal que no pierdan su sentido. Leer en voz alta el párrafo y señalar su contexto para que no pierda
significado e invitar a los estudiantes a que cada uno elija alguna poesía, relato, cuento y que de esta
manera se despliegue una clase dedicada a las mejores elecciones personales. Estas lecturas podrían
incluir otros actores ajenos a la clase: padres, abuelos, tíos o algún científico, periodista u otro
profesional al que podamos invitar.
Las lecturas podrían incluir luego debates, análisis, comparaciones, invitaciones a otras lecturas.
Historias con abuelos, relatos con vecinos, cuentos de la calle, cosas que se nos ocurrieron o que nos
ocurrieron. Seguramente titularlas nos permita encontrar un mundo rico en relatos diversos que nos
ayuden a construir comunidad en las aulas.
En síntesis, nos preguntamos si es posible planear la originalidad o si ella forma parte del desafío de la
profesión docente que, más de una vez, nos hizo acercarnos a propuestas trilladas o repetidas
simplemente porque nos aseguraban el éxito. Desde la perspectiva que sostenemos no es posible
asegurarlo. No se trata de ello, se trata de reconocer una profesión que está centrada en la
preocupación por desarrollar y desplegar valiosos procesos de aprendizaje a partir de brindar
oportunidades desafiantes para conocer y compartir experiencias valiosas desde una perspectiva
humanística y científica.
Al analizar la escuela actual, sus aciertos y desafíos, no podemos evitar interrogarnos por la compleja
relación entre docencia y tecnologías. ¿Por qué utilizan las y los docentes tecnologías para desplegar sus
propuestas de enseñanza? ¿Qué representaciones se asocian habitualmente a la inclusión de las
tecnologías? Y paralelamente ¿cuál es el lugar de estos docentes en sus clases dado el impacto de las
nuevas tecnologías?
Entendemos que estos interrogantes pretenden revisar el
lugar de la escuela para el futuro en tanto ella tiene como
uno de sus principales propósitos la construcción de la
ciudadanía para las jóvenes generaciones.
Estas cuatro escenas a menudo se solapan en las intenciones o en los propósitos de los docentes o se
entrecruzan en el sentido de sus usos. Sin embargo, cada una, en su caracterización, permite entender
las concepciones de los docentes y el sentido que le dan a su incorporación en las aulas.
La escena de la ayuda
En las prácticas originarias que incluyeron las tecnologías en las aulas, las y los docentes entendieron
que su utilización les brindaba una ayuda: ayuda frente a los difíciles temas de la comprensión y ayuda
frente a los difíciles temas de enseñanza. La ayuda también se plasmaba porque las tecnologías
resolvían un problema complejo: cómo sostener el interés de los estudiantes. Quizás el tema de la
motivación podía ser atribuido a un espacio o segmento inicial explicativo, pero el gran desafío era (y
sigue siendo) sostener ese interés con la suficiente fuerza como para que acompañe todo el proceso de
enseñanza. Si pasar al pizarrón es un premio o un castigo, y utilizar la computadora para el tratamiento
de un tema uno de los modos de motivar o mantener la atención de los alumnos, estas tecnologías
forman parte del escenario de la ayuda.
En muchas de las concepciones originales de la tecnología educativa, los materiales audiovisuales eran
proveedores de estas ayudas. En esos casos, los docentes que las incluían adoptaban producciones de
otros para utilizar en sus aulas. Una cantidad de organismos centralizados y empresas editoriales, en las
décadas del ‘60 y del ’70, diseñaron materiales para las aulas que incluían sugerencias previas y
posteriores a su utilización. El análisis dirigido a señalar su valor consistía en medir las diferencias entre
las conductas iniciales y finales y, también, comparar los resultados de aprendizaje entre grupos
sometidos a la experiencia y otros que continuaban con sus programas de trabajo habituales.
En estas propuestas no se reconocían diferencias por ámbito de aplicación. Podían ser útiles tanto para
alumnas y alumnos de determinadas condiciones y características como para otros con necesidades o
recursos diferentes. Al igual que sucede hoy con muchas propuestas de producción de materiales, las
ayudas remitían a un currículum indiferenciado y descontextualizado.
Las tecnologías, en esos casos, parecen cobrar vida cual talismán para asegurar el éxito del aprendizaje
de los estudiantes. Estos escenarios se suelen recrear con cada nueva creación tecnológica, en tanto se
repiten sus creencias en torno a los efectos de su uso.
La escena optimista
La segunda escena que da cuenta de los usos e ideas de los docentes a la hora de utilizar las tecnologías
se configura como optimista. Fue relevante en la década del ‘80 y se planteó a partir del reconocimiento
del valor de los medios de comunicación masiva para la instalación de los temas, fueran curriculares o
no, porque la instalación permite el análisis del tema tal como se lo reconoce o su utilización para
tratarlo como puente poderoso para el estudio de otros temas.
La escena de la producción
La tercera escena se despliega avanzada la década del ‘80 y en los ’90. Se centra en el valor de producir
contenidos para los medios al crearse mensajes y propuestas en los que la innovación queda, en la
mayoría de los casos, muy ceñida a la utilización de un medio en particular. Es así como se diseñaron y
produjeron videos, se implementaron propuestas radiales, se desarrollaron programas de periodistas en
las aulas de los diferentes niveles de la enseñanza, se crearon periódicos en papel y en soporte digital,
entre las principales producciones. Se trata de propuestas laboriosas que comprometieron a docentes y
alumnos durante largas jornadas y fueron efectivas según el tratamiento del contenido que se
propusieron.
Por otra parte, en más de una oportunidad, el tipo de desarrollo e implementación de la propuesta
determinó que se utilizara una gran cantidad del tiempo escolar. Nos preguntamos, en estos casos, si la
cobertura curricular no es escasa en relación con la demanda del tiempo requerido para llevar a cabo
propuestas tan complejas.
La escena problematizadora
Llamamos problematizadora a la última escena porque cada una de sus propuestas es dilemática,
genera controversias. Si se trata de vincular los medios a la escuela, reconocemos aquí que ambas
instituciones encierran lógicas diferentes y ofrecen respuestas diferentes a las grandes preguntas que se
hace la humanidad.
En los estudios didácticos reconocemos una tríada conformada por el docente, los alumnos y el
contenido en torno a la que es posible identificar una serie de vínculos y entretejidos que dan cuenta de
la manera en que se construye el conocimiento. En esa misma tríada podemos identificar diferentes
usos de las tecnologías según el lugar que les asigne al docente, la concepción del sujeto de aprendizaje
que se asuma y el sentido con el que se entiende el contenido en la enseñanza.
Proveer de información actualizada
Un segundo uso parte de entender a las tecnologías como herramientas que ponen a disposición de los
estudiantes contenidos que resultan inalcanzables en la clase, en las exposiciones de los docentes o en
los modos explicativos que desarrollan. En estos casos las tecnologías amplían el alcance de las clases.
Son los docentes quienes preparan esos usos, los ponen a disposición de sus estudiantes y los integran
en el aula. Es clave aquí el papel que los docentes asignan a las tecnologías. La escena de la ayuda puede
inscribirse en esta propuesta.
En tercer lugar podemos concebir a los estudiantes como sujetos de conocimiento que necesitan tener a
su disposición ofertas variadas para favorecer el proceso de formación que mejor se adapte a sus
necesidades, intereses y posibilidades.
Las tecnologías pueden poner a su disposición múltiples opciones. Pueden integrarse en proyectos que
permiten también propuestas comunicacionales alternativas para la construcción del conocimiento y
permitir el trabajo en grupos y en colaboración. Es vital la escena de la producción.
Interactuar con las nuevas formas de participación ciudadana
Es necesario reconocer que hoy coexisten una multiplicidad de saberes que circulan por diferentes
canales y no le piden permiso a la escuela para expandirse en la sociedad. Esta diversificación y difusión
del saber, por fuera de la escuela, es uno de los retos más fuertes que se le plantea al sistema educativo.
Implica para ella enseñar la multiplicidad de escrituras y lenguajes en los que se producen las
informaciones. Aprender a leer significa, en estos casos, aprender a distinguir, a discriminar, a valorar y
elegir la información reconociendo dónde y cómo se fortalecen los prejuicios o se renuevan las
concepciones democráticas.
La educación tiene que enseñar a leer ciudadanamente el mundo, tiene que ayudar a crear en los
jóvenes una mentalidad crítica, cuestionadora, desajustadora de la inercia en que la gente vive,
desajustadora del acomodamiento en la riqueza y de la resignación en la pobreza. Debe estar de cara a
las transformaciones del mundo del trabajo, de los nuevos saberes que la producción moviliza, de las
nuevas figuras que recomponen aceleradamenteel campo y el mercado de las profesiones. Para ello,
debe desarrollar sujetos autónomos y libres, capaces de leer, de descifrar el mundo, de cuestionarlo
vívida y genuinamente.
Para Philip Meirieu (2001) en toda proposición de carácter instrumental deberá plantearse el modelo en
que se inscribe. Él se interroga: “¿Qué finalidades se persiguen realmente a través de su uso? ¿Qué
conocimientos psicológicos movilizan y son suficientemente firmes? ¿Qué eficacia se permite sin que me
entretenga con la ilusión de una acción que tendría como simple función el curar mis heridas narcisistas?
¿Las herramientas propuestas sirven realmente para las finalidades que quiero conseguir y es posible
que los conocimientos movilizados puedan iluminar mi actividad?”
Nos interesa lograr que los estudiantes sean capaces de abandonar las razones de los otros para buscar
nuevas razones o buenas razones. Reconocemos que las buenas propuestas de enseñanza, incluyan o no
tecnologías, no tienen valor por sí mismas, sino en tanto promueven la conciencia del valor del
conocimiento en la sociedad contemporánea. Las instituciones educativas juegan un rol central en tanto
promotoras de esta conciencia para la construcción de la ciudadanía.
Tiza y pizarrón
En nuestra infancia, más de una vez “pasar al pizarrón” se constituía en el lugar del castigo o del premio.
Nos conducía al pizarrón la voz alta de la maestra que remarcaba nuestra falta, nuestro olvido o la
dificultad. Debíamos escribir en él aquello que era evidente que no sabíamos. En algunas oportunidades
la maestra a continuación ofrecía ese lugar a otro alumno para que acudiese en nuestra ayuda y la
humillación se agigantaba al reconocernos en la ignorancia. En otras clases y con otros maestros, se
usaba estrictamente el pizarrón para alentar y se constituía en un lugar privilegiado al que se accedía
sólo para dar cuenta de la ejemplaridad. El espacio del pizarrón se transformaba, entonces, según el uso
que le daba cada docente, en un nuevo lugar para el estigma o su contrario, el fortalecimiento de la
autoestima.
El olor de la tiza y el pizarrón es el olor de la clase. Es el reflejo de la enseñanza, transparenta los actos
del maestro. Preocupados por la comprensión su uso nos orientará para favorecerla; centrados en el
disciplinamiento, el pizarrón será para los estudiantes el lugar de la vergüenza y el oprobio o, el lugar en
el que reconocerán los logros alcanzados.
Buscaremos también dar cuenta de las diferencias y las similitudes que guarda el uso del pizarrón en los
distintos niveles del sistema educativo. En todos los casos, el recuerdo de su aroma nos acompaña en las
acciones que desplegaron nuestros maestros. Para bien o para mal, el pizarrón fue también insustituible
en las prácticas de antaño.
Para la imitación
En los primeros años de escolaridad, las maneras más
simples de utilización fueron las que se implementaron
para mostrar la forma de una letra, un número o la
fecha para que los alumnos la copien, la que instala el
nombre de un río, país o figura clave de la historia para
que los alumnos reproduzcan la correcta grafía. Esta
manera de utilizar el pizarrón persigue la imitación y se
constituye en un primer paso en la enseñanza. Luego,
los docentes podrán revisar si los alumnos reprodujeron
el modelo o si necesitan más ayuda para hacerlo. Se
podrá incluir la ayuda de los alumnos entre sí como una
Albert Einstein, Premio Nobel de Física en 1921 práctica cooperativa hasta dar lugar a las prácticas
individuales. En síntesis, este es un recorrido iniciado
por el docente dando cuenta de una demostración para la cual utiliza el pizarrón como soporte.
A medida que se desarrollan las explicaciones, los conceptos centrales pueden ir acuñándose en el
pizarrón. Quedarán inscriptos así palabras que representan las ideas centrales, las dimensiones de
análisis, los conceptos que queremos destacar. Un pizarrón que se utiliza de esta manera es un pizarrón
que contiene en su parte superior el tema que se expone y en lo que resta de su superficie los conceptos
que pueden ser los centrales en una exposición. Estos conceptos, además pueden dar cuenta, en el
pizarrón, de sus relaciones mediante líneas que los reúnen. Rodear o subrayar, en algunas
circunstancias, a esos conceptos, puede mostrar su centralidad o importancia.
En síntesis, escribir los conceptos, relacionarlos mediante líneas, rodearlos o tacharlos otorga fuerza a
los mismos conceptos, a las relaciones entre ellos y al reconocimiento de su importancia o su
cuestionamiento. En los casos en que las líneas los vinculan o los agrupan se constituyen ayudas para los
procesos de integración. El tema de la clase, la escritura de los autores que citamos y los conceptos
claves, relacionados mediante líneas puede mostrar un pizarrón activo que se transforma en una
poderosa herramienta para ayudar a la comprensión de los estudiantes.
Planeado o espontáneo