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“El Club”
“El Club” (2015) es la historia de un grupo de sacerdotes penitentes, que una vez
sentenciados a alejarse de la vida pública de la Iglesia, son relegados a una casa de retiro en
la costa, donde deben, además, hacer oración y reflexionar sobre los pecados que los
llevaron ahí en primer lugar. Entonces, queda planteada la inicial sospecha de que esta casa
de retiro es una cárcel espiritual, pero a la vez, una muy buena excusa para alejar los
elementos problemáticos de la institución fuera del alcance de los ojos acusadores.
El filme inicia con la inquietante llegada de un sacerdote atormentado por la culpa, quien
recibe la visita de un hombre que, parado frente a la casa, lo acusa de haber abusado de él
y otros niños. Los demás penitentes (todos ahí por razones distintas) incómodos por la
presencia molesta del acosador de este nuevo huésped, lo incitan a confrontarlo. Y uno de
ellos, el más imprudente, le pone un arma al frente, y le recomienda “espantar” este
hombre que grataba fuera de la reja. En el arrebato y desesperación, el sacerdote se suicida.
Inmediatamente un sacerdote interventor viene a la casa, a fiscalizar el incidente y si
quienes viven en ella realmente están desarrollando una vida de penitencia. Así es como se
van mostrando de a poco los personajes que conforman este grupo: cinco sacerdotes y una
(supuesta) monja. Aparecen las relaciones entre ellos, caracterizadas diversamente, pero
con una irrestricta lealtad a los que este “club” representa. Uno de los sacerdotes cría perros
galgos y compite con ellos en las carreras del pequeño pueblo costero. El cura interventor
ve rápidamente este pequeño placer como indicio de que algo no andaba bien.
Al mismo tiempo que esto ocurre, va presentándose la vida de …, el que es la victima de los
abusos del cura muerto, encarna la idea de la experiencia traumática y de la circularidad del
mal y del daño provocado. Los abusos crean en él una perversión fijada en la figura de los
“padrecitos”, su vida de pareja se muestra como innegablemente perversa, dañada. Su
figura demacrada y descuidada genera una aversión insidiosa, imposible de ignorar. Pero
esta monstruosidad no es más que el producto de la perversión primera del abusador, que
transgrede la barrera de lo que es intocable, puro y que transgrede su propio voto de
celibato, aprovechando el poder de su posición.
El jesuita interventor, es una figura particular. Una visión más detenida a su rol, me hace
pensar que hace las veces victimario en esta dinámica de “chivo expiatorio”. No niego acá
la evidente calidad de víctima primera del pescador, abandonado, pobre en su infancia.
Pero los pecados y las culpas implicadas aquí, se plantean como los pecados de la
institución, cuya mayor manifestación de maldad es -quizás- el silencio. Veo en este jesuita
interventor al victimario que se buscan borrar mediante la mimesis de la víctima, la culpa
de su propia participación mediante el silencio. No es casual que sea joven, culto, abierto a
la sociedad, incluso apuesto: es la cara amable de la Iglesia, pero invisibiliza la corrupción
menos evidente. Es inevitable pensar en la expresión de Jesús, “sepulcros blanqueados”.
Antropología del Cine Ignacio Tobar Balcázar