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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Albert Mathiez

LA

REVOLUCIÓN FRANCESA
TOMO I
LA CAIDA DE LA REALEZA
TOMO II
LA GIRONDA Y LA MONTAÑA
TOMO III
EL TERROR

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Historia LA REVOLUCIÓN FRANCESA De ALBERT MATHIEZ


(Haute Saône, 1874 – París, 1932) Libro impreso fuente:
EDITORIAL LABOR S.A. Biblioteca de Iniciación Cultural 1ª
edición en español (en dos tomos), 1935 Edición original en
francés: La Révolution française (jusqu’au 9 Thermidor),
París, Armand Colin, 19221924 Traducción de Rafael Gallego
Díaz

Esta edición: diciembre, 2009

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ÍNDICE

(TOMO I)

ADVERTENCIA GENERAL
........................................................................... 1

CAPÍTULO I.5LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN


........................... 5

CAPÍTULO II. LA REBELIÓN DE LOS NOBLES


................................. 32

CAPÍTULO III. LOS ESTADOS GENERALES


....................................... 61

CAPÍTULO IV. LA REBELIÓN


PARISIENSE......................................... 84

CAPÍTULO V. LA REBELIÓN DE LAS PROVINCIAS


...................... 106

CAPÍTULO VI. LAFAYETTE DUEÑO DE LA SITUACIÓN


........... 127

CAPÍTULO VII. LA RECONSTRUCCIÓN DE FRANCIA


................. 180

CAPÍTULO VIII. LA CUESTIÓN FINANCIERA


................................. 208

CAPÍTULO IX. LA CUESTIÓN RELIGIOSA


........................................ 241

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO X. LA HUIDA DEL REY


....................................................... 263

CAPÍTULO XI. LA GUERRA


...................................................................... 294

CAPÍTULO XII. EL DERRUMBAMIENTO DEL TRONO


............... 327

CAPÍTULO XIII. EL MUNICIPIO Y LA ASAMBLEA


......................... 356

(TOMO II)

CAPÍTULO XIV. SEPTIEMBRE


................................................................ 387

CAPÍTULO XV. LAS ELECCIONES PARA LA CONVENCIÓN


.................. 418

CAPÍTULO XVI. VALMY


............................................................................ 467

CAPÍTULO XVII. LA TREGUA DE TRES DÍAS


.................................. 490

CAPÍTULO XVIII. LA EMBESTIDA CONTRA LOS


“TRIUNVIROS” ……..514

CAPÍTULO XIX. LA FORMACIÓN DEL TERCER


PARTIDO........ 533

5
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO XX. EL PROCESO DEL REY


.............................................. 549

CAPÍTULO XXI. FINANZAS Y VIDA CARA


........................................ 575

CAPÍTULO XXII. LA CONQUISTA DE LAS FRONTERAS


NATURALES ................ 595

CAPÍTULO XXIII. LA PRIMERA COALICIÓN


................................... 625

CAPÍTULO XXIV. LA TRAICIÓN DE DUMOURIEZ


....................... 639

CAPÍTULO XXV. LA VENDÉE


................................................................ 657

CAPÍTULO XXVI. LA CAÍDA DE LA GIRONDA


.............................. 677

CAPÍTULO XXVII. La revuelta federalista


.........................................9

(TOMO III)

CAPÍTULO XXVIII. Los comienzos del gran Comité de Salud


pública (julio de

1793)....................................................................................
........ 23

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO XXIX. La crisis del mes de agosto de 1793


....................................... 36

CAPÍTULO XXX. La oteada hebertista y el comienzo del


Terror ................... 52

CAPÍTULO XXXI. Hondschoote y Wattignies


....................................................... 65

CAPÍTULO XXXII. El establecimiento del Gobierno


revolucionario ....................... 78

CAPÍTULO XXXIII. La justicia revolucionaria


...................................................... 92

CAPÍTULO XXXIV. El complot del extranjero


............................................. 106

CAPÍTULO XXXV. Los


Indulgentes............................................................. 133

CAPÍTULO XXXVI. De los «citra » a los « ultra »


.......................................... 150

CAPÍTULO XXXVII. La caída de las facciones


............................................. 167

CAPÍTULO XXXVIII. La reorganización del Gobierno


revolucionario ........... 184

CAPÍTULO XXXIX. Fleurus


....................................................................... 198

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO XL.
Termidor............................................................................
211

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ADVERTENCIA GENERAL

Aunque de esta obra se ha suprimido voluntariamente –por la


clase de público a que va dirigida– todo aparato de erudición,
no quiere ello decir que se haya prescindido de ponerla a tono
con los últimos descubrimientos científicos. Los
especialistas han de ver, al menos así lo esperamos, que ella
se basa en extensa documentación, a veces hasta inédita, y
que la interpretación de la misma se ha llevado a cabo con
una crítica independiente. La erudición es una cosa y la
Historia es otra. Aquélla investiga y reúne los testimonios del
pasado, estudiándolos uno a uno y enfrentándolos para que
de ello surja la verdad. La Historia reconstituye y expone. La
erudición es análisis. La Historia, síntesis.

En la ocasión presente hemos intentado hacer obra de


historiador, es decir, que hemos querido trazar un cuadro,
tan exacto, tan claro y tan animado como nos ha sido posible,
de lo que fue la Revolución francesa en sus diversos aspectos.
Ante todo hemos procurado poner en claro el
encadenamiento de los hechos, explicándolos por los modos
de pensar de la época y por el juego de los intereses y de las
fuerzas en cada momento concurrentes, sin despreciar los
factores individuales en todos aquellos casos en que hemos
podido contrastar su acción.

Los límites que se nos habían impuesto no nos permitían


decirlo todo. Veníamos obligados a realizar una selección de

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sucesos. Esperamos no haber dejado en olvido nada de lo


esencial.

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

TOMO I

LA CAIDA DE LA REALEZA

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO I

LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN

Las revoluciones, las verdaderas, aquellas que no se limitan


a cambiar las formas políticas y el personal gobernante, sino
que transforman las instituciones y desplazan la propiedad,
tienen una larga y oculta gestación antes de surgir a plena
luz al conjuro de cualesquiera circunstancias fortuitas. La
Revolución francesa, que sorprende, por su irresistible
instantaneidad, tanto a los que fueron sus autores y
beneficiarios como a los que resultaron sus víctimas, se
estuvo preparando por más de un siglo. Surgió del divorcio,
cada día más profundo, entre la realidad y las leyes, entre las
instituciones y las costumbres, entre la letra y el espíritu.
Los productores, sobre los que reposaba la vida de la
sociedad, acrecentaban cada día su poder; pero el trabajo, si
nos atenemos a los términos de la legislación, continuaba
siendo una tara de vileza. Se era noble en la misma medida
que se era inútil. El nacimiento y la ociosidad conferían
privilegios cada vez más irritantes, para los que creaban y,
realmente, poseían la riqueza.

En teoría, el monarca, representante de Dios sobre la tierra,


gozaba de poder absoluto. Su voluntad era la ley. Lex Rex. En
la realidad no lograba hacerse obedecer ni aun de sus
funcionarios inmediatos. Mandaba tan suavemente que
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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

parecía ser el primero en dudar de sus derechos. Por encima


de él se cernía un poder nuevo y anónimo, la opinión, que iba
trastrocando el orden establecido en los respetos humanos.
El viejo sistema feudal reposaba esencialmente sobre la
propiedad territorial. El señor confundía en su persona los
derechos del propietario y las funciones del administrador,
del juez y del jefe militar. Pero, desde hacía ya mucho
tiempo, el señor había perdido sobre sus tierras todas las
funciones públicas, que habían pasado a los agentes del rey.
La servidumbre había desaparecido de casi todo el territorio.
Sólo en algunos dominios eclesiásticos del Jura, de Nevers,
de la Borgoña, quedaban personas sujetas a la mano muerta.
La gleba, casi enteramente emancipada, sólo permanecía
unida al señor por el entonces bien débil lazo de las rentas
feudales, cuyo mantenimiento no podía justificarse ya como
retribución a los servicios prestados.

Las rentas feudales, especie de arrendamientos perpetuos,


percibidas bien en especie –terrazgos– bien en dinero –
censos–, apenas si producían a los señores una centena de
millones por año, suma poco importante en relación con la
disminución constante del poder adquisitivo del dinero.
Fijadas de una vez para siempre, hacía ya siglos, en el
momento de la supresión de la servidumbre, lo fueron con
arreglo a una tasa invariable, en tanto que el precio de las
cosas había ido subiendo sin cesar. Los señores desprovistos
de empleo, sacaban, sin embargo, la parte más importante de

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sus recursos de las propiedades que se reservaron como de


su peculiar dominio y que explotaban directamente o por
medio de sus intendentes.

Los mayorazgos amparaban y hacían persistir el patrimonio


de los llamados herederos del nombre, pero, a su vez, hacían
que los segundones que no lograban encontrar puesto en la
milicia o en la Iglesia, se vieran reducidos a cuotas ínfimas
que bien pronto eran insuficientes para poder vivir. En la
primera generación se dividían el tercio de la herencia
paterna, a la segunda el tercio de este tercio y así a través de
los tiempos. Reducidos a la penuria vense obligados, para
poder subsistir, a vender sus derechos de justicia, sus censos,
sus terrazgos, sus tierras, pero no piensan en trabajar: pasan
por todo, todo, menos lo que ellos entienden «humillarse».
Una verdadera plebe nobiliaria, muy numerosa en ciertas
provincias, como Bretaña, Poitou, BoulognesurMer, llegó a
formarse. Vegetaba ensombrecida en sus modestas y
cuarteadas casas solariegas. Detestaba a la alta nobleza,
poseedora de los empleos de la corte. Despreciaba y envidiaba
a la burguesía de las poblaciones que progresaba y se hacía
rica en el ejercicio del comercio y de la industria. Defendía
con aspereza sus últimas inmunidades fiscales contra los
ataques de los agentes del rey. Se hacía tanto más arrogante
cuanto era más pobre y menos poderosa.

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Excluida la baja nobleza de todo poder político y


administrativo desde que el absolutismo monárquico tomó
carta de naturaleza con Richelieu y Luis XIV, los hidalgos de
gotera llegaron, con frecuencia, a ser odiados por los
campesinos, ya que aquéllos, para poder vivir, hubieron de
aumentar sus exigencias respecto al cobro de las rentas que
les correspondían. La administración de la justicia en los
asuntos de pequeña importancia, último vestigio que les
queda de su antiguo poder, se convierte, en manos de sus mal
pagados jueces, en un odioso instrumento fiscal. Se sirven de
tal medio para apoderarse especialmente de los bienes
comunales, cuyo tercio reivindican en nombre del derecho
de elección. La cabra del pobre, desaparecidos los bienes
comunales, no encuentra en dónde pastar, y las quejas de los
desposeídos se hacen cada vez más acres. La pequeña
nobleza, a pesar del reparto en su provecho de las
propiedades del común de vecinos, se juzga sacrificada. En
la primera ocasión manifestará su descontento. En lo por
venir será un elemento propicio al desorden.

En apariencia la alta nobleza –sobre todo las 4.000 familias


que se decían «presentadas»– que pulula cerca de la corte, que
caza con el rey y monta en sus carrozas, no tiene derecho a
quejarse de su suerte. Dichas familias se reparten los 33
millones a que ascienden los sueldos de los cargos en las
casas del rey y de los príncipes, los 26 millones de las
pensiones que, en macizas columnas, se alinean en el gran

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Libro rojo, los 46 millones a que montan las soldadas de los


12.000 oficiales del Ejército y que absorben más de la mitad
del presupuesto militar; todos los millones, en fin, de las
innumerables sinecuras, tales como gobernadores de las
provincias y otros puestos semejantes. Obtienen en su
provecho más de un cuarto del presupuesto total. También
recaen en miembros de estas familias las ricas abadías que el
rey distribuye entre sus hijos segundones, tonsurados
muchos de ellos a los doce años. En 1789 ni uno solo de los
143 obispos existentes dejaba de ser noble. Estos gentiles
hombresobispos vivían en la corte, lejos de sus diócesis, de
las que muchos sólo conocían las rentas que les reportaban.
Los bienes del clero producían unos 12 millones por año, y el
diezmo, percibido sobre los productos de los campesinos,
producía otro tanto, es decir, que deben añadirse otros 240
millones a las dotaciones anteriores asignadas como ingresos
de la alta nobleza. El bajo clero, que era quien aseguraba el
servicio divino, sólo obtenía las caspicias. La porción congrua
de los párrocos se fijó en 700 libras y en 350 la de los
coadjutores. Mas tales pecheros ¿de qué podían quejarse?

Es visto que la alta nobleza costaba muy cara. Y como,


además, era dueña de grandes dominios, que al ser vendidos
bajo el Terror sobrepasaron la suma de 4.000 millones,
debiera suponerse que dispone de recursos abundantes que
habían de permitirle sostener su estado con magnificencia.
La realidad llega a ser otra. Un cortesano es pobre si no tiene

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

más de 100.000 libras de renta. Los Polignac obtenían del


Tesoro, en pensiones y gratificaciones, al principio 500.000
libras por año, luego 700.000. Ahora bien, conviene no
olvidar que el cortesano pasa todo su tiempo en perpetua
función de representación. La vida de Versalles es una
vorágine en la que desaparecen las mayores fortunas. A
ejemplo de María Antonieta, se juega de un modo
desenfrenado. Los vestidos suntuosos, bordados de plata y
oro, las carrozas, las libreas, las cacerías, las recepciones, los
placeres exigen sumas enormes. La alta nobleza se endeuda
y arruina con sin igual desenvoltura. Entrega a intendentes
que la roban el cuidado de administrar sus rentas, de las que
muchas veces ignora hasta el importe exacto. Biron, duque
de Lauzun, don Juan notorio, a los 21 años ha dilapidado
100.000 escudos y ha contraído deudas por unos 2 millones.
El conde de Clermont, abad de SaintGermaindesPrés,
príncipe de la sangre, con 360.000 libras de renta, dióse
maña para arruinarse dos veces. El duque de Orleáns, el
mayor propietario de Francia, contrae deudas por valor de 74
millones. El príncipe de RohanGuémenée quiebra por una
treintena de millones, de los que Luis XVI contribuye a pagar
la mayor parte. Los condes de Provenza y de Artois,
hermanos del rey, deben a los 25 años una decena de
millones. Los demás cortesanos siguen la corriente, y las
hipotecas se van amontonando sobre sus tierras. Los menos
escrupulosos se dedican al agiotaje para irse manteniendo a

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

flote. El conde de Guînes, embajador en Londres, se ve


mezclado en un asunto de estafa que tiene su epílogo en los
tribunales. El cardenal de Rohan, obispo de Estrasburgo,
especula en París con la venta de inmuebles que pertenecen
a la Iglesia y que él enajena como solares para edificar. Hay
otros, como el marqués de Sillery, marido de madame de
Genlis, que convierten sus salones en verdaderos garitos.
Todos tienen trato íntimo con las gentes del teatro y poco a
poco se van descalificando. Obispos, como Dillon de Narbona
y Jarente de Orleáns, viven públicamente con sus
concubinas, que presiden sus recepciones.

Cosa curiosa, estos nobles de la corte, que lo deben todo al


rey, están lejos de serle dóciles. Muchos se aburren en su
ociosidad dorada. Los mejores y los más ambiciosos sueñan
con una vida más activa. Querrían, como los lores de
Inglaterra, desempeñar un papel en las funciones del Estado,
ser algo más que figurones. Recibían con satisfacción las
ideas nuevas, conciliándolas con sus deseos. Muchos, y no de
los menores, los La Fayette, los Custine, los dos Vioménil,
los cuatro Lameth, los tres Dillon, que pusieron sus espadas
al servicio de la libertad americana, a su regreso a Francia
son como figuras de oposición a las viejas tendencias. Los
otros se dividen en fracciones que intrigan y conspiran en
torno de los príncipes de la sangre contra los favoritos de la
reina. En la hora del peligro la alta nobleza no estará unida,
ni mucho menos, en la defensa del trono.

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El orden de la nobleza comprende en realidad castas distintas


y rivales de las que las más potentes no son precisamente las
que pueden alegar mayor antigüedad en sus ejecutorias. Al
lado de la nobleza de raza o de espada se ha constituido, al
correr de los dos últimos siglos, una nobleza de toga o de
funcionarios que monopoliza los empleos judiciales y
administrativos. Los miembros de los Parlamentos,
encargados de aplicar la justicia en instancia de apelación,
están a la cabeza de la nueva casta tan orgullosa y tal vez
más rica que la de la vieja sangre azul. Dueños de sus cargos,
que han comprado muy caros y que se van transmitiendo de
padres a hijos, los magistrados son de hecho inamovibles. La
función de aplicar la justicia pone en sus manos al mundo
innumerable de los litigantes. Se enriquecían y compraban
grandes propiedades. Los jueces del Parlamento de Burdeos
poseían las mejores tierras. Los de París, cuyas rentas
igualaban a veces a las de los grandes señores, sentían enojo
al no poder ser presentados como cortesanos por falta de
escudos y cuarteles suficientes. Se encerraban en un torvo
ceño altivo de ricos improvisados y aspiraban a dirigir el
Estado. Como todo acto real, edicto, ordenanza y aun los
mismos tratados diplomáticos no puede entrar en vigor sino
después de que sus respectivos textos queden sentados en
sus registros, los magistrados toman pretexto de este
derecho de anotación para inmiscuirse en la administración
real y aun para hacer advertencias. En el país, obligado a ser

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mudo, sólo ellos tienen el derecho de crítica y lo ejercen, para


alcanzar popularidad, protestando contra los nuevos
impuestos, denunciando el lujo de la corte, y haciendo
públicos los despilfarros y abusos de todo género. A veces se
atreven hasta a lanzar órdenes de comparecencia ante ellos
contra los más altos funcionarios a quienes someten a
interrogatorios o investigaciones depresivas o infamantes.
Así lo hicieron con el duque de Aiguillon, comandante de
Bretaña. Así lo harán con el ministro Calonne al día siguiente
de caer en desgracia. Pretextando que en los tiempos
antiguos el Tribunal de Justicia, el Parlamento propiamente
dicho, no era sino una sección de la asamblea general de los
vasallos de la corona, que los reyes, por aquellos entonces,
venían obligados a consultar antes de establecer cualquier
nuevo impuesto, alegando también que en ciertas sesiones
de su corporación –los célebres Lits de justice– los príncipes
de la sangre, los duques y los pares venían a tomar asiento al
lado de ellos, afirmaron que en ausencia de los Estados
Generales, representaban los Parlamentos a los vasallos de la
corona e invocaban el derecho feudal, la antigua constitución
de la monarquía, para poner en jaque al gobierno y a la
realeza. Su resistencia llega hasta la huelga, hasta la dimisión
en masa. Los diferentes Parlamentos del reino se coligan.
Pretenden que no forman sino un cuerpo único dividido en
clases y los otros tribunales soberanos o supremos, el
Tribunal de Cuentas y el Tribunal de Impuestos, que apoyan

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

estas conductas facciosas. Luis XV, que era rey a pesar de su


indolencia, acabó por cansarse de su perpetua oposición y,
siguiendo los consejos del canciller Maupeou, suprimió, al
final de su reinado, el Parlamento de París y lo reemplazó por
consejos superiores limitados a las solas funciones judiciales.
La debilidad de Luis XVI, cediendo a las que él creía
exigencias de la opinión pública, restableció, a su exaltación
al trono, el Parlamento y contribuyó con ello a preparar la
pérdida de su corona. Es cierto que las publicaciones ligeras
y los libelos de los filósofos coadyuvaron a desacreditar al
Antiguo Régimen; pero no lo es menos que las interesadas
advertencias y alegaciones de la gente de toga hicieron más
por extender entre el pueblo la irrespetuosidad y el odio hacia
el orden establecido.

El rey, que ve cómo actúan en su contra los funcionarios que


aplican en su nombre la justicia, ¿qué confianza iba a poner
en la obediencia que pudieran prestarle o en la adhesión que
hubieran de tenerle los demás funcionarios que forman sus
Consejos o que administran por él las provincias? No eran ya
aquellos los tiempos en que los agentes del rey eran los
enemigos natos de los antiguos poderes feudales a quienes
aquéllos habían desposeído de sus influencias. Los
funcionarios se aristocratizan. Desde tiempos de Luis XIV se
da a los ministros el tratamiento de monseñor. Sus hijos se
convertían en condes o en marqueses. Con Luis XV y Luis
XVI, los ministros fueron escogidos, cada vez con más rigor,

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

entre los elementos nobles y no ya entre la nobleza de toga,


sino también entre la vieja nobleza de espada. De los 36
personajes que desempeñaron las carteras desde 1774 a
1789, sólo hay uno que no es noble, el ciudadano de Ginebra,
Necker, quien desde luego convirtió en baronesa a su hija.
Contrariamente a lo que con frecuencia se afirma, los mismos
intendentes, sobre quienes descansaba la administración
provincial, no eran escogidos entre los hombres de
nacimiento vulgar. Todos los que ejercieron tales funciones
en el reinado de Luis XVI pertenecían a familias nobles o
ennoblecidas y a veces desde hacía muchas generaciones. Un
de Trémond, intendente de Montauban, un Fournier de la
Chapelle, intendente de Auch, podían remontar su genealogía
de nobleza hasta el siglo XIII. Había dinastías de intendentes
como las había de individuos del Parlamento. Es cierto que
los intendentes, no teniendo su puesto en concepto de oficio
enajenado, eran amovibles como lo eran los magistrados de
París en los Consejos del rey, clase entre la que se reclutaban
generalmente; pero sus riquezas y las funciones judiciales
que ordinariamente se acumulaban a sus cargos
administrativos, aseguraban en realidad su independencia.
Muchos trataban de hacerse populares en su «generalidad».
No eran en modo alguno los dóciles instrumentos que habían
sido durante el gran siglo. El rey era cada vez menos
obedecido. Los Parlamentos no hubieran sostenido tan
frecuentes, largas y enconadas luchas con los ministros, de

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

saber que éstos contaban con la cooperación absoluta de


todos los administradores, sus subordinados. Cada vez más
los diferentes órdenes de la nobleza afirmaban el espíritu de
solidaridad entre ellos y en ocasiones sabían olvidar sus
rivalidades para formar un frente único en oposición a los
pueblos y a los reyes cuando éstos, por azar, se sentían
inspirados por el espíritu de reforma. Los llamados «países de
Estado», es decir, las provincias unidas al reino en tiempos
relativamente recientes, que habían conservado como un
esbozo de representación feudal, manifiestan bajo Luis XVI
tendencias particularistas. Los Estados de Provenza, en
1782, forzaron al rey, con su resistencia, a dejar sin efecto
ciertas imposiciones sobre el consumo de aceites. Los de
Bearn y Foix, en 1786, rehúsan votar un nuevo impuesto. Por
su parte, los de Bretaña, coligados con el Parlamento de
Rennes, llegan a hacer fracasar a los intendentes del tiempo
de Luis XV, a propósito de las prestaciones personales.
Lograron ser ellos quienes asumieran la dirección de las obras
públicas. Con procederes tales, la centralización
administrativa va perdiendo rigidez por no decir existencia.

Por todas partes reina la confusión y el caos. En el centro,


dos órganos distintos: el Consejo, dividido en numerosas
secciones, y los seis ministros, independientes los unos de
los otros, simples secretarios de despacho en el sentido más
restringido del concepto, que ni deliberan en común ni
tienen todos entrada en el Consejo. Los diversos servicios

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

públicos van de un departamento a otro según las


conveniencias personales. El interventor general de
Hacienda confiesa que le es imposible actuar dentro de los
límites de un presupuesto regular –que no existe–, a causa del
embrollo que reina entre los diversos ejercicios, la
multiplicidad de cajas y la falta de una contabilidad precisa
y regular. Cada cual tira por su lado. Sartine, ministro de
Marina, gasta millones a más y mejor, a escondidas del
interventor general. No existe unidad de criterio en las
medidas tomadas o que deban tomarse; tal ministro protege
a los llamados filósofos; otro, los persigue. Todos intrigan, y
se sienten envidiosos los unos de los otros. Su gran
preocupación no es la de administrar bien la nación, sino la
de conservar el favor del amo o el de aquellos que viven en
su íntimo alrededor. El interés público se tiene poco en
cuenta. El absolutismo de derecho divino sirve para cubrir
todas las arbitrariedades, todos los despilfarros y todos los
abusos. También los ministros y los intendentes son
detestados en su mayor número, y la centralización
imperfecta que personifican, lejos de fortificar a la
monarquía, hace que se ponga en contra de ella la opinión
pública.

Las circunscripciones administrativas reflejan la formación


histórica del reino. No están en relación con las necesidades
de la vida moderna. Las fronteras, aun aquellas que marcan
la división con los países extranjeros, no son precisas. No se

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sabe a punto fijo en dónde acaba y en dónde empieza la


autoridad territorial del rey. Villas y lugares son a medias
Francia e Imperio. El municipio de Rarécourt, cerca de
Vitryle-François, en plena Champaña, paga tres veces 2
sueldos y 6 dineros, por vecino cabeza de familia, a sus tres
señores feudales: el rey de Francia, el emperador de Alemania
y el príncipe de Condé. La Provenza, el Delfinado, el Bearn,
la Bretaña, la Alsacia, el Franco-Condado, etc., invocan las
viejas «capitulaciones» en mérito a las cuales se habían unido
a Francia, y consideran, ufanándose de ello, que, en sus
territorios, el rey no es otra cosa que el señor, el conde o el
duque. El alcalde del municipio de Morlaas, en el Bearn,
formula, al comienzo del cuaderno de quejas de 1789, la
siguiente cuestión: «¿Hasta qué punto nos conviene dejar de
ser bearneses para ser más o menos franceses?» Navarra
continúa siendo un reino distinto que rehúsa el estar
representado en los Estados Generales. Según afirmaba
Mirabeau, Francia no era otra cosa que «un agregado
inconstituído de pueblos desunidos». Las viejas divisiones
judiciales, bailías en el Norte y senescalías en el Mediodía,
son algo que permanece, en mezcolanza sorprendente, como
superposiciones a los antiguos feudos. Las oficinas de
Versalles no saben, a punto fijo, el número de juzgados que
existían en Francia y, con mucho más motivo, la extensión
de cada uno de ellos. En 1789 cometieron curiosos errores
en el envío de los edictos convocando los Estados Generales.

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La división militar, que data del siglo XVI, puede decirse que
no ha variado; las circunscripciones financieras o
«generalidades» administradas por los intendentes y que
tienen su origen en el siglo anterior, no han sido ajustadas a
las necesidades de los tiempos nuevos. Las llamadas
provincias o diócesis eclesiásticas han permanecido casi
inmutables desde los tiempos del Imperio romano. Se
entrecruzan a través de las fronteras políticas. Sacerdotes
franceses dependen de prelados alemanes, y viceversa.

Cuando el orden social sea trastocado, la vieja máquina


administrativa, enmohecida, remendada, rechinante al
menor roce, será incapaz de dar de sí esfuerzo alguno de seria
resistencia. Enfrente de los privilegiados y de los
funcionarios en posesión del Estado, se levantan, poco a
poco, las nuevas fuerzas, nacidas del comercio y de la
industria. De un lado, la propiedad feudal y de la tierra; de
otro, la propiedad mobiliaria y burguesa.

A pesar de las trabas del régimen corporativo, menos


opresivo, sin embargo, de lo que por muchos se ha creído a
pesar de las aduanas interiores y de los derechos de peaje y
similares; a pesar de las diferencias de pesos y medidas, tanto
de extensión como de capacidad, el comercio y la industria
han aumentado durante todo el siglo XVIII. Atendiendo a la
cuantía de su comercio, Francia ocupa el lugar
inmediatamente inferior a Inglaterra. Es dueña del

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

monopolio de su producción colonial. La posesión de Santo


Domingo le proporciona la mitad del azúcar que se consume
en el mundo. La industria sedera, que da vida en Lyon a
65.000 obreros, no tiene rival. Los aguardientes, vinos,
tejidos y confecciones franceses se venden en el mundo
entero. La misma metalurgia, cuyo desarrollo ha sido tardío,
progresa. Creusot, que entonces aún se llamaba Montcenis,
es ya una factoría industrial modelo, provista de los últimos
perfeccionamientos, y Dietrich, el rey del hierro de la época,
empleaba en sus altos hornos y en sus forjas de la Baja
Alsacia, provistos de utillaje al estilo inglés, centenares de
obreros. Un armador de Burdeos, Bonaffé, poseía, en 1791,
una flota de 30 navíos y una fortuna de 16 millones. Este
millonario no constituye la excepción, ni mucho menos. En
Lyon, en Marsella, en Nantes, en el Havre, en Ruán, existen
grandes fortunas. El florecimiento económico es tan intenso
que los bancos se multiplican en el reinado de Luis XVI. La
Caja de Descuentos de París emite billetes análogos a los del
actual Banco de Francia. Los capitales comienzan a
agruparse en sociedades por acciones: Compañía de Indias,
compañías de seguros contra incendios, de seguros de vida,
Compañía de las Aguas de París, etc. La fábrica metalúrgica
de Montcenis se constituyó con capital emitido en acciones.
Los títulos cotizados en Bolsa, al lado de los valores del
Estado, daban lugar a activas especulaciones. Ya, por aquel
entonces, se practicaban operaciones a plazo.

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El servicio de la deuda pública absorbía, en 1789, 300


millones por año, o sea algo más de la mitad de todos los
ingresos del Tesoro. La Compañía de Arrendatarios
Generales, que percibe por cuenta del rey los productos de
los impuestos indirectos: subsidios, impuesto sobre la sal,
tabaco, timbre, etc., tenía a su frente financieros de primer
orden que rivalizaban en magnificencia con los nobles más
encopetados. En manos de la burguesía se encuentra un
caudal de negocios enorme. Los cargos de agentes de cambio
duplican en una anualidad su valor en precio. Necker ha
escrito que Francia poseía cerca de la mitad del numerario
existente en Europa. Los negociantes compran las tierras de
los nobles empeñados y construyen elegantes hoteles que
hacen decorar por los mejores artistas. Los arrendatarios
generales, que antes se mencionaron, tienen, como los
grandes señores, casas en los arrabales de París, en que se
rinde culto a los placeres. Las fincas de recreo se transforman
y se embellecen.

Un signo infalible de que el país se enriquece es el de que la


población aumenta rápidamente y que el precio de los
productos, de las tierras y de las casas experimenta un alza
constante. Francia llega a contar 25 millones de habitantes,
es decir, casi el doble que Inglaterra o Prusia. El bienestar
desciende poco a poco de la alta burguesía a la media y a la
pequeña. Se viste y se come mejor que antaño. Sobre todo la
instrucción se extiende. Las hijas del estado llano comienzan

28
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

a llamarse señoritas, usan corpiños ahuecados y


emballenados, y compran pianos. El aumento de los
impuestos sobre el consumo atestigua, también, el progreso
del bienestar. No es en un país agotado, sino, por el contrario,
en un país floreciente, en pleno auge, en el que estallará la
Revolución. La miseria, que a veces produce revueltas, no
puede provocar las grandes conmociones sociales. Éstas
nacen siempre del desequilibrio de clases. La burguesía
poseía, en efecto, la mayor parte de la fortuna francesa.
Progresaba sin cesar, en tanto que las clases privilegiadas se
arruinaban. Su mismo desarrollo le hacía sentir más
vivamente las inferioridades legales a que seguía condenada.
Barnave se convirtió en revolucionario el día en que un noble
expulsó a su madre de la localidad que ocupaba en el teatro
de Grenoble. La señora Roland se queja de que, habiéndose
visto obligada a detenerse, con su madre, para cenar, en el
castillo de Fontenay, se les sirvió en la cocina. Heridas de
amor propio: ¿a cuántos habéis convertido en enemigos del
Antiguo Régimen?

La burguesía, que se ha adueñado del dinero, se ha


enseñoreado, también, del poder moral. Los escritores
salidos de sus filas se han ido libertando, poco a poco, de la
domesticidad con que su clase aparecía ante los nobles.
Escriben para la generalidad de los lectores, quienes aceptan
sus obras, y, al escribir, siguen los gustos de la mayoría de su
clase y defienden sus reivindicaciones. Sus plumas irónicas

29
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

se burlan sin cesar de todas las ideas sobre las que reposa el
antiguo edificio, y sobre todo de las ideas religiosas. Su tarea
en este punto se ve muy favorablemente facilitada por las
querellas teológicas que desacreditan a los hombres de la
tradición. De las luchas entre jansenistas y ultramontanos,
la filosofía saca su provecho. La expulsión de los jesuitas, en
1763, echó por tierra el último baluarte un poco serio que se
oponía al espíritu nuevo. La vida religiosa deja de atraer a las
almas. Los conventos se despueblan y las donaciones
piadosas decaen a cifras ínfimas. Los innovadores van
ganando terreno. El alto clero apenas si opone resistencia.
Los prelados cortesanos se creerían heridos si alguien les
tuviera por místicos o aun devotos. Llevan su coquetería
hasta el punto de ser ellos también propagadores de las
modernas luces. Aspiran sólo a ser, en sus diócesis, auxiliares
de la administración. Su celo hace más referencias a la dicha
terrenal que a la celeste. Un ideal utilitario se impone
uniformemente a cuantos hablan o escriben. La fe tradicional
se deja relegada a cosa propia del pueblo como complemento
obligado de su ignorancia y de su plebeyez. Los propios
sacerdotes con cura de almas leen la Enciclopedia y se
saturan de Mably, de Raynal y de Rousseau.

Muchos de aquellos grandes señores que aplauden las


audacias y las impertinencias de los llamados filósofos, no se
dan cuenta de que las ideas religiosas son la clave que
sostiene todo el arco sobre que reposa el Antiguo Régimen.

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

¿Cómo la libre crítica, una vez desencadenada, había de


contentarse con tan sólo burlarse de las supersticiones? En
su carrera ataca a las más venerables instituciones. En su
camino siembra al pasar, y en todos los campos, la duda y la
ironía. ¡Y los ciegos privilegiados no quieren verlo! El conde
de Vaudreuil, tierno amigo de la Polignac, hace representar
en su castillo de Gennevilliers Las Bodas de Fígaro, es decir,
la sátira más severa y más audaz de la casta nobiliaria. María
Antonieta influye para que la obra, hasta entonces prohibida,
pueda representarse en la Comedia Francesa. Mucho antes
de traducirse en sucesos, la Revolución estaba hecha en los
espíritus, y entre sus autores responsables es preciso incluir,
sin excusa alguna, a muchos de aquellos que serán sus
primeras víctimas.

La Revolución sólo podía venir desde arriba. El pueblo de


trabajadores, cuyo estrecho horizonte no se extendía más
allá del ejercicio de sus respectivas profesiones, era incapaz
de tomar la iniciativa y con mucha más razón la dirección de
ella. La gran industria apenas si comenzaba. En parte alguna
formaban los obreros grupos coherentes. Los obreros y
empleados de las diversas corporaciones de artes y oficios
estaban divididos en hermandades rivales, más atentas a
querellarse unas contra otras por razones mezquinas que a
formar un frente contra los patronos. Tenían, a más, la
esperanza y la posibilidad de ser patronos a su vez y andando
el tiempo, ya que las modalidades de la industria en pequeño

31
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

o domiciliaria era la forma normal de la producción


industrial. Y en cuanto a los otros, a los que comenzaban a
ser empleados en las fábricas, eran en su mayor parte
campesinos que consideraban su salario fabril como ayuda o
complemento de sus recursos agrícolas. La mayor parte se
mostró dócil y respetuosa con aquellos que les
proporcionaban trabajo, hasta el punto de considerarlos, en
1789, como sus representantes naturales. Los obreros se
quejaban, sin duda, de la exigüidad de sus jornales, que no
habían aumentado, al decir del inspector de fábricas señor
Roland, con la misma rapidez y tónica que el precio de los
productos. Se agitaban a veces, pero carecían del
sentimiento preciso que hubiera de permitirles darse cuenta
de que eran algo distinto del tercer estado.

Los campesinos son las bestias de carga de esta sociedad.


Diezmos, censos, terrazgos, prestaciones personales,
impuestos reales, servicio militar: todas las cargas pesaban
sobre ellos. Las palomas y la caza del señor destruían,
impunemente, sus cosechas. Habitaban en casas construidas
con tierra, frecuentemente cubiertas con cañas y paja, a
veces sin chimenea. Comían carne sólo en los grandes días
de fiesta, y el azúcar no llegaba a ellos sino en caso de
enfermedad. Comparados con los campesinos de hoy, es
innegable que viven una vida miserable; pero también puede
afirmarse que eran menos desgraciados de lo que fueran sus
padres o lo que eran, a la sazón, sus hermanos los campesinos

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de Italia, de España, de Alemania, de Irlanda o de Polonia. A


fuerza de trabajos o de economías, algunos han podido
comprar un pedazo de campo o de prado. El alza de los
productos agrícolas ha favorecido sus comienzos de
liberación. Los que más se quejan son aquellos que no
pudieron adquirir una parcela de tierra. Éstos claman ante el
reparto de los bienes comunales llevado a cabo por los
señores, ante la supresión de los baldíos y del espigueo, que
les priva de los pocos recursos que les producía el comunismo
primitivo. Son también muchos los jornaleros que tienen que
padecer del paro forzoso por crisis de trabajo y que se ven
obligados a ir de granja en granja en busca de ocupación.
Entre ellos y la multitud de los vagabundos y mendigos es
muy difícil trazar la línea divisoria o diferencial. De entre
este abigarrado conjunto se recluían los contrabandistas y
matuteros de sal, en lucha perpetua con los agentes del fisco.

Obreros y campesinos, capaces de producir breves


sobresaltos con revueltas aisladas, no disciernen los medios
de subvertir el orden social. Por aquel entonces sólo hacen
una cosa: aprender a leer. Pero al lado de ellos, y para
iluminarlos, existen dos personas: el cura y el procurador; el
cura, al que confían sus pesares; el procurador, que defiende,
en justicia, sus intereses. Y el cura, que ha leído los escritos
del siglo, que conoce la existencia escandalosa que llevan sus
superiores en sus palacios suntuosos, y que vive
penosamente con su asignación o congrua, en lugar de

33
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

predicar a sus fieles, como otras veces, la resignación, lo que


hace es pasar a sus corazones un poco de la indignación y de
la amargura en las que el suyo vive anegado. El procurador,
por su parte, obligado, por necesidad profesional, a analizar
los viejos libros feudales, no puede dejar de estimar en su
justo valor los arcaicos títulos en que encontraron asiento la
riqueza y la opresión. Babeuf aprende a despreciar la
propiedad practicando su profesión de hombre versado en el
estudio de las cuestiones que tienen relación con el derecho
feudal. Se apena ante los campesinos, a quienes la avidez del
señor que le emplea en organizar su archivo va a arrancar
nuevas rentas olvidadas.

Todas estas circunstancias unidas, van dando pábulo, desde


mucho tiempo atrás, a una sorda labor de crítica que prepara
la explosión. Cuando la ocasión propicia llegue, todas las
cóleras acumuladas aparecerán en escena y armarán los
brazos del populacho, excitado y guiado por una
muchedumbre de descontentos.

34
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO II

LA REBELIÓN DE LOS NOBLES

Para encauzar la crisis que todos preveían, hubiera sido


preciso que a la cabeza de la monarquía existiera un rey... y
sólo se contaba con Luis XVI. Éste, hombre obeso, de
maneras vulgares, sólo atento a los placeres de la mesa,
dirigía sus preferencias a la caza o al taller del cerrajero
Gamain. El trabajo intelectual le fatigaba. Se dormía en el
Consejo. Bien pronto fue objeto de burla para los cortesanos
frívolos y ligeros. Se le vituperaba hasta en su propia
antecámara. Sufrió que el duque de Coigny le diera un
escándalo a propósito de emolumentos. Su casamiento era
cantera inagotable de zumbas crueles. La hija de María
Teresa, con la que él se había desposado, era linda, coqueta
e imprudente: se lanzaba a los placeres con un ardor
insaciable. En tanto que su frío marido permanecía en
Versalles, María Antonieta marchaba al baile de la Ópera, en
donde saboreaba las más osadas familiaridades, recibiendo
los homenajes de los más afamados cortesanos: de un
Lauzun, de un Esterházy. Con cierta verosimilitud se le
atribuían amores con el bello Fersen, coronel del ejército
sueco. Se sabía que Luis XVI no había podido consumar su
matrimonio sino a los siete años de casado, y aun gracias a
una intervención quirúrgica. Las murmuraciones tomaban
cuerpo en vergonzosas canciones, llenas de ultrajes, sobre

35
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

todo después del tardío nacimiento del Delfín. Desde los


círculos aristocráticos, los epigramas llegaron a la burguesía
y al pueblo, y la reina había perdido su buena reputación
desde bastante tiempo antes de que la Revolución estallara.
Una aventurera, la condesa de Lamothe, descendiente de un
bastardo de Carlos IX, hizo creer al cardenal de Rohan que
tenía el medio de reconciliarlo con María Antonieta, y que no
era otro que el de ayudarla a comprar un magnífico collar que
la tacañería de su marido le negaba. El cardenal celebró en
diversas noches, y detrás de los bosques de Versalles, varias
entrevistas con una mujer a quien tomó por la reina. Cuando
la intriga se descubrió, por las demandas del joyero Boehmer,
a quien el collar no había sido pagado, Luis XVI cometió la
imprudencia de recurrir al Parlamento para vengar su honor
ultrajado. La condesa de Lamothe fue condenada; pero el
cardenal fue absuelto entre universales aplausos. El
veredicto significaba que el hecho de considerar a la reina de
Francia como fácil de seducir no era delito. Siguiendo
consejos de la policía, María Antonieta se abstuvo durante
largo tiempo de presentarse en París, para evitarse así
manifestaciones desagradables. Por aquellos tiempos (1786),
la Casa de la Moneda de Estrasburgo acuñó una cierta
cantidad de luises de oro en los que la efigie del rey aparecía
como coronada por un cuerno bochornoso. Esta situación
hacía concebir a los príncipes de la sangre esperanzas de
subir al trono. El conde de Artois y el conde de Provenza,

36
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hermanos del rey, y el duque de Orleáns, su primo, intrigaban


en la sombra para aprovecharse del descontento que, entre
los más encumbrados cortesanos, habían hecho nacer las
preferencias exclusivas de la reina por determinadas familias
repletas de sus gracias y mercedes. Théodore de Lameth
cuenta que un día la señora de Balbi, querida del conde de
Provenza, le dijo: «¿Sabéis cómo se habla del rey en las
tabernas cuando hay necesidad de moneda fraccionaria?
Pues se arroja un escudo sobre el mostrador, y se añade:
Cambiadme este borracho.» Entiende Lameth que tal
principio no era sino el medio inicial de sondearle, sobre la
oportunidad de un cambio de monarca. Y el luego miembro
de la Asamblea Legislativa no duda de que ciertos príncipes
acariciaban el proyecto de que el Parlamento declarase la
incapacidad de Luis XVI. A pesar de todo, éste ni oía ni veía
nada. Su cetro iba cayendo de sus manos, hecho astillas, en
su continuo dudar entre los reformadores hasta los
partidarios de los abusos y corruptelas de los pasados
tiempos. Y caminaba sin otra guía que el azar de las
sugestiones de aquellos que le rodeaban y sobre todo de los
deseos de la reina, que ejercía sobre su espíritu un influjo
creciente. La frase de Vaublant: «En Francia son siempre los
jefes de Estado y los ministros quienes derriban a los
Gobiernos», debe tomarse aquí en su sentido más literal.

La más recia crítica de los abusos, de que el régimen


agonizaba, la hicieron, en los preámbulos de sus decretos, los

37
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ministros Turgot, Malesherbes, Calonne, Brienne y Necker.


Sus edictos habían sido leídos desde los púlpitos por los
curas. Sus frases habían llegado hasta los oídos de los más
humildes. La necesidad de las reformas se colocaba en ellos,
bajo la égida del rey. Mas como las mudanzas prometidas se
desvanecían pronto o sólo se realizaban parcial e
imperfectamente, a la amargura de los abusos se unió la
desilusión del remedio. La prestación vecinal parecía más
intolerable a los campesinos desde que Turgot había,
vanamente, ordenado su supresión. Y así llegó a verse, en
determinada ocasión, a los lugareños de la provincia del
Maine invocar palabras del ministro para negar al marqués de
Vibraye el pago de las rentas que reclamaba, sitiarlo en su
castillo y obligarle a huir. La supresión de la mano muerta,
realizada en los dominios de la corona por Necker, hacía más
acerbo a los interesados su mantenimiento en las tierras de
los nobles y eclesiásticos. La abolición, por Malesherbes, de
la cuestión preparatoria, o sea la tortura, en los sumarios
criminales, hacía parecer más inicua la permanencia de la
llamada cuestión previa. La institución, por Necker, de
asambleas provinciales en las dos generalidades de Berri y
Alta Guyena, en 1778, parecía la condena del despotismo de
los intendentes, pero sólo sirvió para exasperar el deseo de
instituciones representativas, de las que las dos asambleas
nuevas, nombradas pero no elegidas, no eran, a decir verdad,
sino una caricatura. Descorazonaron ellas a los intendentes,

38
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

cuya autoridad abatieron, sin provecho alguno para el poder


real. Y así pudiera decirse de otras muchas veleidades
reformadoras, que sólo sirvieron para justificar y fortificar el
descontento.

No podía suceder de otra manera, teniendo en cuenta, sobre


todo, que a los decretos liberales sucedían rápidamente
medidas reaccionarias, inspiradas por el espíritu feudal, que
eran aplicadas con todo rigor. El famoso Reglamento de
1781, que exigía a los futuros oficiales la prueba de cuatro
cuarteles de nobleza para ingresar en las escuelas militares,
fue algo que ejerció innegable influencia en la posterior
defección del Ejército. Cuanto más amenazada se veía la
nobleza en sus privilegios, más se las ingeniaba para
consolidarlos. No sólo excluyó a los plebeyos de los grados
militares, sino que hizo cuanto pudo para alejarlos de las
funciones judiciales y de los altos puestos eclesiásticos. Y en
tanto que aplaudía a Fígaro, maquinaba por agravar su
monopolio.

Otro rey que no hubiera sido Luis XVI, ¿habría podido poner
remedio a situación tan anómala? Aunque no neguemos la
posibilidad, estamos lejos de darla por segura. Desde que los
Borbones habían arrancado a la feudalidad sus poderes
políticos dirigieron sus esfuerzos, para consolarla, a colmarla
de beneficios. Luis XIV y Luis XV crearon la nobleza que
entendieron necesaria para su gloria y solidarizaron su trono

39
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

con tales privilegios. Luis XVI se limitó a seguir la tradición


establecida. Para emprender reformas radicales hubiera
necesitado entablar una lucha a muerte con los favorecidos.
Y a las primeras escaramuzas emprendió la retirada. Por lo
demás, lo que dominaba a las otras cuestiones era el
problema financiero. Para hacer reformas, precisaba dinero.
En medio de la general prosperidad, el Tesoro estaba cada vez
más exhausto. No podía llenársele sino a costa de los
privilegiados y con la autorización de los Parlamentos, poco
propicios a sacrificar los intereses privados de sus miembros
en aras del bien público. Cuanto más se tergiversaba, más
profunda era la sima del déficit y más se acentuaban las
resistencias.

Ya Luis XV, en los últimos años de su reinado, estuvo a punto


de tener que declarar la bancarrota. La férrea mano del abate
Terray evitó la catástrofe y prolongó por veinte años la
permanencia del régimen. Desaparecido Terray, comenzó
nuevamente la zarabanda de los millones. Los ministros de
Hacienda se sucedían con toda rapidez, y entre ellos, sin
exceptuar a Necker, que sólo fue un excelente contable, no
hubo ni un solo financiero. Se economizó el chocolate del
loro, como vulgarmente se dice, en los gastos de la casa real,
lo que sirvió para irritar a los cortesanos, sin provecho
efectivo para el Tesoro, ya que, en cambio, las prodigalidades
se multiplicaron: 100.000 libras a la hija del duque de Guînes
para que se casara; 400.000 libras a la condesa de Polignac

40
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

para pagar sus deudas; 800.000 libras para constituirle una


dote a su hija; 23 millones para enjugar las deudas del conde
de Artois; 10 millones para comprar al rey la residencia de
Rambouillet; 6 millones para que la reina adquiriera el
castillo de SaintCloud; y pudiera seguirse. Añádase que todo
esto eran minucias al lado de lo que suponía la participación
de Francia en la Guerra de la Independencia Americana, que
alguien ha calculado en 2.000 millones. Para hacer frente a
todos estos gastos, Necker se vio en la precisión de llamar en
todas las puertas pidiendo prestado de todas las maneras,
llegando a tener que emitir deuda con intereses del 10 y del
12%. Con su famoso Informe engañó a la nación haciendo
aparecer un excedente imaginario. Sólo aspiraba a inspirar
confianza a los prestamistas, y dio armas a los miembros de
los Parlamentos que sostenían era inútil y fuera de sazón la
profunda reforma en materia tributaria.

Terminada la guerra, el inquieto Calonne encontró el medio


de, en tres años, obtener aún del crédito 653 millones, que
hubieron de añadirse al monto de los empréstitos
precedentes. Era cosa sabida que el Rey Cristianísimo no
calculaba sus gastos atendiendo a sus ingresos, sino éstos
atendiendo a sus gastos. En 1789, la deuda pública ascendía
a 4.500 millones. Durante los quince años del reinado de Luis
XVI se había triplicado. A la muerte de Luis XV, el servicio de
la deuda exigía 93 millones; en 1790 precisaba muy cerca de
300, y ello en un presupuesto total de ingresos que apenas si

41
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

pasaba de los 500 millones. Entonces, como ahora, es


innegable que en esta tierra todo tiene fin, y Calonne se vio
obligado a confesar al rey que era próxima la bancarrota. Su
último empréstito se había cubierto con grandísimas
dificultades. Hubo de poner en venta nuevos oficios, reacuñar
moneda, aumentar las fianzas, enajenar dominios, rodear a
París de una verdadera barrera de fielatos y obtener de los
arrendatarios generales un anticipo de 255 millones, a
descontar en los ejercicios siguientes. Llegó a estar dispuesto
a tomar, como fianza, 70 millones de la Caja de Descuentos.
Pero a pesar de todos estos expedientes extremos, el déficit
llegaba a 101 millones. Y, a mayor abundamiento, se estaba
en vísperas de una guerra con Prusia, a propósito de Holanda,
y el ministro de la Guerra reclamaba créditos para atender a
la defensa de los patriotas de este pequeño país, a quienes el
rey había ofrecido su ayuda en contra de los prusianos.
Calonne se encontraba acorralado. No creía posible aumentar
más los impuestos existentes que, en menos de diez años,
habían sufrido un alza de 140 millones. Temía, por sobradas
razones, que los Parlamentos le negasen el registro de todo
empréstito y de todo nuevo impuesto. Sus relaciones con
ellos eran muy tirantes: estaba en lucha abierta con el
Parlamento de París, que había hecho observaciones sobre la
acuñación de la moneda; con el de Burdeos a propósito de los
terrenos de la Gironda; con el de Rennes, por cuestiones
relacionadas con el tabaco rapé; con los de Besançon y

42
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Grenoble, a propósito de la sustitución provisional de la


prestación vecinal por una contribución pecuniaria.

Calonne tomó valerosamente y con todo ardor una resolución


extrema, y marchando en busca del rey, el 20 de agosto de
1786, le dijo: «Señor, lo que el Estado necesita para recobrar
su salud, no es posible lograrlo con medidas parciales; es
necesario reedificar el edificio entero si es que queremos
prevenir su ruina. Es imposible buscar nuevas materias
impositivas; ruinoso el emitir a cada momento empréstitos y
nuevas deudas; no es suficiente limitarse a sólo reformas
económicas. El único partido que se puede tomar, el solo
medio de llegar a establecer un orden verdadero en la
Hacienda pública, estriba en vivificar el Estado por entero
por la reforma y extirpación de cuanto en su constitución
hay de vicioso.»

Los impuestos existentes eran muy vejatorios y poco


productivos, porque su reparto era defectuoso, por no decir
francamente malo. Los nobles, en principio, estaban
obligados a las vigésimas y a la capitación, de la que estaban
exentos los eclesiásticos. A pagar la talla sólo venían
obligados los campesinos –y aun variando, según se tratase
de país de Estado o de elección1–, y ello tanto en su forma
real, parecida a nuestra contribución, cuanto a la personal,
análoga a la cuota mobiliaria. Había villas exentas, villas

1
1 Que vale tanto como decir de percepción. El elegido cobraba los impuestos bajo la vigilancia del intendente.

43
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

igualadas o concertadas, villas de países redimidos, etc. Lo


que antecede vale tanto como decir que reinaba una
complicación infinita. El precio de la sal cambiaba según las
personas y los lugares. Los eclesiásticos, los funcionarios, los
privilegiados, en virtud del llamado derecho de franquicia de
la sal, la pagaban al solo precio de coste. Pero cuanto más
alejados se encontraban los parajes de las marismas o de las
minas de sal, tanto más pesada se hacía la gabela y más
inquisitorial era su percepción. Calonne propuso dulcificar la
gabela y la talla, suprimir las aduanas interiores y pedir a un
nuevo impuesto –la subvención territorial, que reemplazaría
a las vigésimas– los recursos necesarios para nivelar los
presupuestos. Pero así como las vigésimas se percibían en
dinero, la subvención territorial se percibiría en especie
sobre los productos de todas las tierras, sin distinción de
propietarios eclesiásticos, nobles o plebeyos. En este punto
se imponía la igualdad ante el impuesto. La Caja de
Descuentos se convertiría en Banco del Estado. Se crearían
asambleas provinciales en aquellos territorios en que aún no
existieran, a fin de que «el reparto de las cargas públicas
cesara de ser desigual y arbitrario». Como no podía contarse
con los Parlamentos para que inscribieran en sus registros un
plan de reforma tan vasta, se reuniría una Asamblea de
Notables que la aprobara. No se recordaba ocasión en que las
asambleas elegidas y reunidas por el rey se hubieran opuesto

44
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

a su voluntad. Pero se olvidaba que las cosas habían cambiado


mucho en el último siglo transcurrido.

Los notables: 7 príncipes de la sangre, 36 duques, pares o


mariscales, 33 presidentes o procuradores generales de los
Parlamentos, 11 prelados, 12 consejeros de Estado, 12
diputados de los llamados países de Estado, 25 alcaldes o
regidores de las principales ciudades, etc., en total 144
personajes, distinguidos por sus servicios o por sus
funciones, se reunieron el 22 de febrero de 1787. Calonne
hizo ante ellos, en elocuentes y justos términos, el proceso
de todo el sistema financiero. «No se puede dar un paso –
decía– en este vasto reino, sin encontrar en él leyes
diferentes, usos contrarios, privilegios, exenciones y
franquicias en materia de impuestos, derechos y
pretensiones de toda especie, y esta disonancia general
complica la administración, interrumpe su curso, embaraza
sus resortes y multiplica en todo momento y lugar los gastos
y el desorden.» En su discurso formulaba un cargo definitivo
en contra de la gabela: «impuesto tan desproporcionado en su
reparto que hace pagar en una provincia veinte veces más de
lo que en otra se paga; tan riguroso en su percepción que su
solo nombre causa pavor..., un impuesto, en fin, cuyos gastos
de recaudación representan el veinte por ciento de lo que
produce y que, por lo mucho que se presta al contrabando,
hace condenar todos los años a cadenas o a prisión a más de
500 padres de familia y ocasiona más de 4.000 embargos

45
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

anuales». A la crítica de los abusos sucedió la exposición de


sus proyectos de reforma.

Los notables pertenecían, ya lo hemos visto, a la clase de los


privilegiados. Innumerables folletos, inspirados por los
miembros de los Parlamentos, los agobiaban con zumbas y
epigramas, anunciando su capitulación. Se decidieron a
mantener una actitud rígida, inflexible, a fin de probar su
independencia. Evitaron el proclamar que ellos no querían
pagar los impuestos, y derivaron a mostrarse indignadísimos
por el monto del déficit, que, decían, los había dejado
estupefactos. Recordaron que Necker, en su célebre Informe,
aparecido cuatro años antes, había anunciado un excedente
de los ingresos sobre los gastos. Exigieron que se les diera
conocimiento de las piezas justificativas de la contabilidad
del presupuesto. Reclamaron que el Tesoro real y su estado
fueran comprobados todos los meses, y que todos los años se
imprimiese la cuenta general de ingresos y gastos, la que
sería remitida para su conocimiento y verificación al
Tribunal de Cuentas. Protestaron, también, contra el abuso
de las pensiones. Calonne, para defenderse, tuvo que hacer
públicos y patentes los errores del Informe de Necker.
Replicó éste y fue desterrado de París. Toda la aristocracia,
nobiliaria y parlamentaria, se irritó. Libelos virulentos se
dedicaron a lanzar fango en contra de Calonne. Mirabeau
formó en el coro de los difamadores con su Denuncia contra
el agiotaje, en que se acusa a Calonne de jugar en la Bolsa

46
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

con los fondos del Estado. Debe reconocerse, por otra parte,
que el ministro era vulnerable. Tenía deudas, queridas, y un
conjunto de amigos íntimos bastante sospechoso. El
escándalo del golpe de Bolsa intentado por el abate de
Espagnac sobre las acciones de la Compañía de las Indias
acababa de hacerse público, y Calonne aparecía complicado
en el asunto. Los privilegiados encontraron la ocasión
propicia para desembarazarse del ministro reformador. En
vano tomó éste la ofensiva haciendo redactar al abogado
Gerbier unas Advertencias que eran un vivo ataque contra el
egoísmo de los nobles y un llamamiento a la opinión pública.
Las Advertencias, repartidas profusamente por todo el reino,
aumentaron la rabia de los enemigos de Calonne. La opinión
no reaccionó según él esperaba. Los rentistas se mostraron
desconfiados. La burguesía no tomó en serio los proyectos de
reforma redactados en su provecho. El pueblo permaneció
indiferente ante disputas superiores a sus medios
intelectuales: necesitaba tiempo para meditar las verdades
que se le hacían patentes, y que, en aquellos momentos, sólo
lograban excitar su asombro. La agitación fue violenta en
París, pero quedó circunscrita a las clases superiores. Los
obispos que tomaban asiento entre los notables exigieron la
destitución de Calonne. Luis XVI se sometió y, a pesar de su
repugnancia, acabó por nombrarle un sucesor, recayendo la
elección en el arzobispo de Toulouse, Loménie de Brienne,
designado por la reina. Los privilegiados respiraron a sus

47
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

anchas, pero hay que confesar que habían tenido miedo. Se


cebaron en Calonne. El Parlamento de París, a propuesta de
Adrien Duport, ordenó una investigación sobre sus
dilapidaciones, y el ex ministro no tuvo otro recurso que el
de huir a Inglaterra.

Brienne, aprovechándose de un momento de debilidad,


obtuvo de los notables y del Parlamento un empréstito de 67
millones, en rentas vitalicias, que, de momento, permitió
evitar la bancarrota. ¡Liviana tregua! El nuevo ministro, por
la fuerza misma de las circunstancias, se vio obligado a hacer
suyos los proyectos del hombre al que había sustituido en el
desempeño del cargo. Con más espíritu de perseverancia que
su antecesor, trató de romper la coalición existente entre los
privilegiados y la burguesía. Estableció asambleas
provinciales en las que el tercer estado tenía una
representación igual a la que sumaban los otros dos órdenes
reunidos. Concedió a los protestantes los derechos
inherentes al estado civil reconocido, levantando, con ello,
unánimes protestas del clero. Transformó la prestación
vecinal en una contribución metálica, y pretendió, por fin,
obligar a los nobles y al clero a que abonasen la contribución
territorial. Bien pronto la aristocracia de todo orden se
sublevó. Sólo una comisión de las siete existentes adoptó el
nuevo proyecto de contribución territorial; las otras seis se
declararon sin poder bastante para asentir a él. Valían tanto
sus respuestas como indicar la necesidad de convocar los

48
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Estados Generales. La Fayette iba más lejos: reclamó una


Asamblea Nacional semejante al Congreso que gobernaba a
los Estados Unidos y la concesión de una Carta que asegurase
la periodicidad de esta Asamblea. Si Brienne hubiese tenido
tanto valor como inteligencia, habría accedido a los deseos
de los notables. La convocatoria de los Estados Generales,
llevada a cabo voluntariamente en mayo de 1787, cuando el
prestigio real no estaba aún en entredicho, hubiera, sin duda
alguna, consolidado el poder de Luis XVI. Los privilegiados
hubieran caído en sus propios lazos, y la burguesía hubiera
comprendido que las promesas de reformas eran sinceras.
Pero Luis XVI y la corte temían a los Estados Generales. Se
acordaban de Étienne Marcel y de la Liga. Brienne prefirió
volver a llamar a los notables, dejando escapar con tal medida
la última probabilidad de evitar la Revolución. Desde este
momento la rebelión nobiliaria, de la que la aristocracia
judicial tomó la dirección, no reconoció ya freno. Los
Parlamentos de Burdeos, de Grenoble, de Besançon, etc.,
protestaron contra los edictos que concedían el estado civil
y sus derechos a los herejes y heterodoxos, y que instituían
las asambleas provinciales, cuya competencia temían.
Alegaban, mañosamente, que estas asambleas, nombradas
por el poder público, no eran sino comisiones ministeriales
sin independencia alguna, terminando por demandar la
reunión de los Estados Feudales, de cuya convocatoria no se
tenía ya ni memoria.

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El Parlamento de París, en concomitancia con los Tribunales


de Subsidios y de Cuentas, logra hacerse popular rehusando
a Brienne el registro de un edicto por el que se sometían al
impuesto del Timbre a las peticiones, recibos,
correspondencia, periódicos, anuncios, etc., y el 16 de julio
reclama la reunión de los Estados Generales, al solo efecto de
consentir –decía el Parlamento– los nuevos impuestos.
Nuevamente el Parlamento rechazó el edicto sobre la
subvención territorial, denunciando las prodigalidades de la
corte y exigiendo economías. El rey quiso hacer patente lo
que le había molestado tal oposición, pero se contentó con
celebrar, el 6 de agosto, una sesión presidida por él, en que
los edictos quedaron registrados. Pero, al día siguiente, el
Parlamento se reunió y anuló, como ilegal, el registro hecho
la víspera. Un destierro a Troyes castigó esta rebelión,
logrando la medida que la agitación se extendiese a todos los
tribunales de provincias y llegando ella a ganar a la burguesía:
aparentemente, al menos, los magistrados resultaban
defensores de los derechos de la nación. Se les llamó Padres
de la Patria y se les llevó en triunfo. Los curiales, mezclados
entre los artesanos, empezaron a perturbar el orden público
en las calles. De todas partes afluían peticiones a Versalles
reclamando la restauración del Parlamento de París.

Los magistrados saboreaban su popularidad; pero en el fondo


sentían profunda inquietud. Al reclamar la convocatoria de
los Estados Generales habían querido, por un golpe de efecto,

50
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ahorrar a la aristocracia de toga, de espada y de sotana, los


gravámenes de las reformas financieras. Pero no estaban
seguros de escapar a las decisiones de los Estados Generales.
Si éstos adquirían carácter de periodicidad, como quería La
Fayette, los aristócratas temían perder su preponderancia en
la vida política. Se comenzó a parlamentar. Brienne renuncia
al impuesto del Timbre y a la subvención territorial. En
compensación se le otorgaría una prórroga en la percepción
de las dos vigésimas, que serían cobradas «sin distinción
alguna y sin atender a razones de excepción que pudieran
alegarse, fuera cualquiera su motivo o causa». Mediante estas
transacciones, el Parlamento registró, el 19 de septiembre,
las decisiones tomadas y volvió a París, en donde fue recibido
con fuegos artificiales.

Desgraciadamente, las dos vigésimas –cuya percepción exigía


tiempo– no bastaban a cubrir las necesidades urgentes del
Tesoro. Aunque Brienne abandonó y dejó en desamparo a los
patriotas holandeses, quedando en mal lugar la regia palabra
empeñada, la bancarrota seguía amenazando. Fue preciso
acudir nuevamente al Parlamento solicitando la autorización
de un empréstito de 420 millones, prometiendo que los
Estados Generales serían convocados en 1792. La guerra se
inició nuevamente con más violencia que antes. Ante la
orden del rey que, el 19 de noviembre, mandó registrar el
empréstito solicitado, el duque de Orleáns se permitió decir
que tal medida era ilegal. Al día siguiente el duque fue

51
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

desterrado a VillersCotterêts, y dos consejeros amigos suyos,


Sabatier y Fréteau, encerrados en el castillo de Doullens. El
Parlamento reclamó la libertad de los proscriptos y, a
propuesta de Adrien Duport, el 4 de enero de 1788, votaba
unas peticiones a propósito de las órdenes arbitrarias de
detención o destierro –lettres de cachet– peticiones en las
que insistió poco después, no obstante la prohibición real de
ocuparse del asunto. En abril inmediato el Parlamento llevó
su audacia al punto de llenar de inquietud y zozobra a los
suscriptores del último empréstito y de alentar a los
contribuyentes para que no pagaran las nuevas vigésimas.
Esta actitud colmó la paciencia de Luis XVI, quien hizo
arrestar, en pleno Palacio de Justicia, a los consejeros
Goislard y Duval de Eprémesnil, que se habían refugiado en
él, y aprobó los decretos que Lamoignon, ministro de
Justicia, le presentó con objeto de poner fin a la resistencia
de los magistrados y de reformar y reorganizar la justicia. Un
Tribunal Plenario, compuesto de altos funcionarios, sustituía
al Parlamento en la función de registrar las decisiones reales.
Los Parlamentos perdían el conocimiento de muchas causas
civiles y criminales que antes le estaban conferidas. Todas
ellas se entregaban, desde entonces, al juicio de los llamados
grandes bailíos, quienes, en número de 47, aplicarían la
justicia entre los litigantes. Numerosos tribunales especiales,
tales como el de la sal, impuestos y otros semejantes, fueron
suprimidos. La justicia criminal se reformaba con un sentido

52
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

más humano, haciendo desaparecer el tormento y el


interrogatorio sufrido en la fatídica banqueta. Se trataba de
una reforma aun más profunda que la propuesta por el
canciller Maupeou en 1770, y la que tal vez, llevada a la
práctica nueve meses .antes, es decir, con anterioridad al
confinamiento del Parlamento en Troyes, hubiera tenido
éxito. La instalación de las grandes bailías no encontró
oposición alguna, y es de creer que las palabras de Luis XVI
denunciando al país a la aristocracia de los magistrados, que
querían usurpar su autoridad, encontraron eco. Pero después
de la sesión del 19 de noviembre, después de haber sido
atacado el duque de Orleáns, la lucha no se empeñaba sólo
entre el Ministerio y los Parlamentos. En torno de este
conflicto inicial, todos los otros descontentos y todas las
quejosas querellas se habían manifestado y, lo que era peor,
se habían coligado.

El partido de los americanos, el de los anglómanos, el de los


patriotas, que contaban entre sus prosélitos no sólo a
miembros de la rancia nobleza y de la alta burguesía, sino
también a consejeros judiciales como Duport y Fréteau,
entraron en escena. Sus jefes se reunían en casa de Duport o
en la de La Fayette. En estas reuniones se veía al abate
Sieyès, al presidente Lepeletier de SaintFargeau, al abogado
fiscal Hérault de Séchelles, al consejero del Parlamento
Huguet de Sénoville, al abate Louis, al duque de Aiguillon, a
los hermanos Lameth, al marqués de Condorcet, al conde de

53
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Mirabeau, a los banqueros Clavière y Panchaud, etc. Para


todos éstos los Estados Generales sólo eran una etapa. Se
transformaría a Francia en una monarquía constitucional y
representativa. Se aniquilaría el despotismo ministerial. Las
ideas americanas ganaban los clubes, las sociedades
literarias, ya numerosas, los cafés, que se convirtieron, dice
el consejero Sallier, en «escuelas públicas de democracia y de
rebelión.» La burguesía se agitaba también, pero a remolque
de la nobleza. En Rennes la Sociedad Patriótica Bretona
colocó a su cabeza a grandes damas que se honraban con el
título de ciudadanas. Dicha entidad organizó una serie de
conferencias que se dieron en una sala adornada con
profusión de sentencias cívicas. A dicha sala se la llamaba
pomposamente, y siguiendo el léxico antiguo, el Templo de
la Patria.

La dirección del movimiento era llevada aún por la


aristocracia judicial. Ella, desde París, transmitió a todos sus
corresponsales de provincias la misma consigna e idénticas
órdenes: impedir la instalación de los nuevos tribunales de
apelación o grandes bailiatos, organizar la huelga de los
tribunales inferiores, desencadenar, si fuera preciso,
desórdenes, reclamar la convocatoria de los Estados
Generales y la reunión de los antiguos Estados Provinciales.
El programa se cumplió al pie de la letra. Los Parlamentos de
provincia organizaron la resistencia con su numerosa
clientela de hombres de ley y de toga. A fuerza de represiones

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

y de arrestos fulminantes se dedicaron a provocar disturbios.


La nobleza de espada se solidarizó en masa con los
Parlamentos. La nobleza eclesiástica siguió igual senda. La
asamblea del clero rebajó en tres cuartas partes el subsidio
que se le había solicitado. Y al mismo tiempo que tomaba tal
resolución, protestaba –15 de junio– del Tribunal Plenario,
del que decía era «tribunal del que la nación temía siempre
demasiadas complacencias». En Dijon y Tolouse se
produjeron alteraciones de orden público. En las provincias
fronterizas, tardíamente unidas a la corona, la agitación
revistió caracteres insurreccionales. En Bearn el Parlamento
de Pau, cuyo edificio había sido cerrado manu militari,
declaró que habían sido violadas las viejas capitulaciones del
país. Los campesinos, excitados por los nobles, sitiaron al
intendente en su residencia y reinstalaron a la fuerza y en
sus antiguos puestos –19 de junio– a los magistrados. En
Bretaña la agitación se desarrolló libremente, sin traba
alguna, merced a la lenidad, tal vez mejor complicidad, del
comandante militar Thiard y, sobre todo, del intendente
Bertrand de Moleville. Los nobles bretones provocaban a
duelos y cuestiones personales a los oficiales del ejército que
permanecían fieles al rey. Durante los meses de mayo y junio
fueron frecuentes las colisiones entre las tropas y los
manifestantes.

En el Delfinado, el país más industrial de Francia, al decir del


señor Roland, el tercer estado jugó papel preponderante en

55
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

estas conmociones, pero de acuerdo con los privilegiados.


Después de haber sido expulsado de su palacio, el Parlamento
declaró que si los edictos eran mantenidos, «el Delfinado se
consideraba completamente desligado de su promesa de
fidelidad al soberano», sublevándose la ciudad de Grenoble el
7 de junio, rechazando a las tropas a golpes de tejas que les
arrojaban desde lo alto de las casas y reinstalando en su
palacio al Parlamento entre el vocinglero voltear de las
campanas de la ciudad. Enardecidos con la llamada Jornada
de las Tejas, los Estados de la provincia se reunieron
espontáneamente–sin convocatoria, ni autorización real–,
congregándose, el 21 de julio, en el castillo de Vizille,
propiedad de los grandes industriales Périer. La asamblea,
que el mando militar no se atrevió a disolver, decidió, a
instancia y consejo de los abogados Mounier y Barnave, que,
desde aquel momento, el tercer estado tuviera doble número
de representantes y que en los Estados no se votase por
órdenes, sino por cabezas. Invitaron a las demás provincias a
que se les unieran y juraron no pagar más impuestos hasta
que hubieran sido convocados los Estados Generales. Las
resoluciones de Vizille, tomadas con entusiasta unanimidad,
se convirtieron prontamente en el deseo de todos los
patriotas.

Brienne sólo habría podido triunfar de la rebelión si el éxito


hubiese coronado sus intentos de romper la inteligencia
establecida entre el tercer estado y los privilegiados.

56
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Dedicóse a ello con todo ahínco y opuso las plumas de


Linguet, de Rivarol y del abate Morellet a las de Brissot y
Mirabeau. Anunció, el 5 de julio, la convocatoria próxima de
los Estados Generales, y el 8 de agosto fijó como fecha de su
reunión la del 1.º de mayo de 1789. ¡Demasiado tarde! Aun
las mismas creaciones suyas, tales como las asambleas
provinciales, constituidas por él a su gusto, se le mostraron
poco dóciles. Muchas se opusieron al aumento de los
impuestos que se les había solicitado. La de Auvernia,
inspirada por La Fayette, formuló una protesta de tal modo
viva, que hubo de sufrir una severa amonestación del rey. La
Fayette fue licenciado y dejó de prestar servicios en el
Ejército. Para concluir con la insurrección del Bearn, de la
Bretaña y del Delfinado, hubiera sido preciso estar seguro de
las tropas, y éstas, mandadas por nobles hostiles a las
reformas y al ministro, se batían débilmente, cuando no se
negaban terminantemente a ello, como sucedió en Rennes.
Muchos oficiales pidieron el retiro.

Y, para colmo de desventuras, Brienne se veía reducido a la


impotencia por falta de dinero. Las advertencias y
excitaciones de los Parlamentos por un lado y las
alteraciones por otro, habían paralizado la percepción de los
impuestos. Después de haber agotado todos los medios y
expedientes, luego de haber puesto mano en los fondos de los
Inválidos, en los de las suscripciones a favor de los hospitales
y de los perjudicados por los pedriscos, de haber decretado el

57
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

curso forzoso de los billetes de la Caja de Descuentos,


Brienne tuvo que suspender los pagos del Tesoro. Estaba
perdido. Los rentistas, que hasta entonces habían
permanecido en silencio, pues se sabían odiados por las
gentes de justicia, juntaron sus gritos a los de los nobles y
patriotas. Luis XVI sacrificó a Brienne como antes había
sacrificado a Calonne, y pasó por la humillación de volver a
llamar a Necker, a quien había dimitido el 25 de agosto de
1788. La realeza había perdido la capacidad de poder
nombrar libremente a sus ministros.

El banquero ginebrino, sabiéndose hombre necesario, puso


condiciones: la reforma judicial de Lamoignon, causa más
visible de la revuelta, sería anulada; los Parlamentos
volverían a sus antiguas funciones, los Estados Generales
serían convocados para la fecha fijada por Brienne. El rey
tuvo que aceptarlo todo. La rebelión nobiliaria había puesto
en trance dificilísimo a la corona, pero había franqueado el
camino a la Revolución.

Brienne y después Lamoignon, fueron quemados en efigie en


la plaza de la Delfina, entre la general alegría. Las
manifestaciones, que duraron varios días, degeneraron en
motín. Hubo muertos y heridos. El Parlamento, recién
restablecido, en lugar de prestar su debida asistencia a la
autoridad, condenó la represión y citó ante él al comandante
jefe de la vigilancia nocturna, quien perdió su empleo. Las

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

gentes de justicia alentaban al desorden y desarmaban a los


agentes del rey. No sospechaban que bien pronto serían las
víctimas de la fuerza popular desenfrenada.

59
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO III

LOS ESTADOS GENERALES

Unidos, bien que mal, pero sin desacuerdo aparente para


oponerse a los designios del despotismo ministerial, los
nobles y los patriotas se dividen desde el momento en que
Brienne cae. Los primeros, a quienes bien pronto se les
llamará «los aristócratas», no concebían la reforma del reino
sino en la forma de un retorno a las prácticas de la feudalidad.
Entienden que deben garantizarse a los dos primeros órdenes
sus privilegios honoríficos y útiles, y restituirles, por otra
parte, el poder político que Richelieu, Mazarino y Luis XIV
les habían arrebatado en el siglo precedente. A lo sumo
consentirían, y de bastante mala gana, a pagar, desde
entonces, la parte de contribuciones públicas que pudiera
corresponderles. Se creían, siempre, vivir en tiempos de la
Fronda y del cardenal de Retz. Los nacionales o patriotas, por
el contrario, querían la supresión radical de todas las
supervivencias de un pasado maldito. No habían combatido
ellos al despotismo para reemplazarlo por la oligarquía
nobiliaria. Tienen puestas sus miradas en Inglaterra y en
América. La igualdad civil, judiciaria y fiscal, las libertades
esenciales, el Gobierno representativo, formaban el fondo
invariable de sus reivindicaciones, cuyo tono llegaba hasta
las estridencias de la amenaza.

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Necker, antiguo empleado del banquero Thélusson, que en


una aventurada especulación de Bolsa, operando sobre los
consolidados ingleses, se había enriquecido en vísperas del
tratado de 1763, no era sino un recién llegado a las altas
esferas, vanidoso y mediocre, muy dispuesto a adular a todos
los partidos y en particular a los obispos, a quienes su
cualidad de heterodoxo debía haber obligado a tratar con
ciertas reservas. Satisfecho con haber logrado para el Tesoro
algunos fondos, merced a empréstitos concertados con los
notarios de París y con la Caja de Descuentos, dejó pasar el
momento de imponer su mediación. La lucha le producía
miedo. Había prometido reunir los Estados Generales, pero
no se atrevía a reglamentar, con la urgencia debida, el modo
de su convocatoria. Los privilegiados, como es natural,
tendían a las formas antiguas. Como en 1614, fecha de la
última vez que se reunieron, cada bailía, es decir, cada
circunscripción electoral, no enviaría sino un solo diputado
de cada orden, cualesquiera que fuesen su población e
importancia.

La nobleza y el clero discutirían aparte. Ninguna resolución


sería valedera sino por el acuerdo unánime de los tres
órdenes. Los patriotas denunciaron con indignación este
sistema arcaico, que conduciría, en la práctica, al
aplazamiento indefinido de las reformas, al descrédito de los
Estados Generales y a la perpetuidad de los abusos. Los
magistrados se obstinaron en la primera fórmula. En 1614 las

61
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

poblaciones habían sido representadas por los delegados de


sus municipalidades oligárquicas, y los países de Estado, por
diputados que los listados habían elegido por sí solos, sin
intervención de los otros habitantes. Los aldeanos no habían
sido consultados. De mantenerse la vieja fórmula, el tercer
estado hubiera sido, seguramente, representado por una gran
mayoría de hombres de toga y de ennoblecidos. Necker
permanecía perplejo ante uno y otro bando.

Aprovechándose de estas vacilaciones, el Parlamento de


París le tomó la delantera, y el 25 de septiembre dictó un
decreto según cuyos términos los Estados Generales debían
ser «regularmente convocados y compuestos siguiendo las
formas observadas en 1614». Los patriotas entendieron que
este decreto constituía una traición y se dedicaron a atacar
a la aristocracia judicial. «Es el despotismo de la nobleza –
decía Volney en el Centinela del Pueblo– quien, en la persona
de sus altos magistrados, regula a su gusto la suerte de los
ciudadanos, modificando e interpretando a su placer el
contenido de las leyes, erigiéndose en fuente de derechos: se
cree autor de las leyes quien sólo debe ser su ministro.» Desde
tal momento las plumas del tercer estado se dedicaron a
denunciar la venalidad y la permanencia en determinadas
familias de los cargos judiciales, los abusos de los
encarecedores de la administración de justicia, y a negar a
un cuerpo de funcionarios el derecho de censurar las leyes o
el de modificarlas. Declararon con rudeza y claridad que una

62
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

vez reunidos los Estados Generales no quedaría otro recurso


que el de someterse, ya que la nación sabría hacerse obedecer
mucho mejor que lo había logrado el rey. MarieJoseph
Chénier proclamó que la inquisición judicial era mucho más
tremenda que la de los obispos. El Parlamento de París,
intimidado, volvió de su acuerdo dictando el 5 de diciembre
un nuevo decreto por el cual se rectificaba. En el decreto
último se aceptaba el hecho de que el tercer estado duplicara
sus votos en los Estados, como ya sucedía en las asambleas
provinciales creadas por Necker y por Brienne. La
capitulación era inútil y, además, incompleta. El decreto no
decía nada del voto por cabeza. La antigua popularidad del
Parlamento se había convertido, y no muy despacio, en
execración.

Necker había pensado, como vulgarmente se dice, sacudirse


la mosca de encima, sometiendo las formas de la
convocatoria a la Asamblea de Notables, nuevamente reunida
por él. Los notables, como debía sospecharlo el ministro, se
pronunciaron por las formas antiguas, y el día de su
separación –el 12 de diciembre–, cinco príncipes de la sangre:
el conde de Artois, los príncipes de Condé y de Conti, los
duques de Borbón y de Enghien, denunciaron al rey, en un
manifiesto público, la revolución inminente si, mostrándose
débil, cedía en el mantenimiento de las reglas tradicionales.
«Los derechos del trono –decían– se han sometido a
discusión; los derechos de los dos órdenes del Estado dividen

63
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

las opiniones, pronto los derechos de la propiedad serán


atacados; la desigualdad de las fortunas será presentada
como objeto de reformas, etc...» Los príncipes se excedían,
porque, en aquella fecha, el tercer estado extremaba sus
manifestaciones de lealtad a fin de tener de su lado al rey. Y
no existía, por entonces, otra propiedad amenazada que la de
los derechos feudales. La táctica dilatoria de Necker sólo
había conducido a aumentar las dificultades y a reunir en
torno de los príncipes a la facción feudal. Pero, inversamente,
la resistencia de los privilegiados había impreso al
movimiento patriótico un tal ímpetu, un tal arrojo, que el
ministro se sintió bastante fuerte para obtener que el rey
resolviera, en definitiva, en contra de los deseos de los
notables, de las manifestaciones de los príncipes. Mas, como
siempre, sus medidas pecaron de incompletas. Concedió al
tercer estado un número de diputados igual al de los otros
dos órdenes reunidos, relacionó el número de los
representantes con la importancia de las bailías, permitió a
los simples sacerdotes tomar asiento y parte en las asambleas
electorales del clero, medida que debía conducir a las
consecuencias más funestas para la nobleza eclesiástica;
pero, a pesar de estas concesiones hechas a la opinión, no se
atrevió a atacar la cuestión capital del voto por órdenes o por
cabezas en los Estados Generales. Y la dejó entregada a las
pasiones desenfrenadas.

64
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La aristocracia opuso una resistencia desesperada, sobre


todo en las provincias que habían conservado sus antiguos
Estados o que los habían recuperado. En Provenza, en
Bearne, en Borgoña, en Artois, en el Franco-Condado, los
órdenes privilegiados, sostenidos por los Parlamentos
locales, aprovecháronse de las sesiones de sus Estados para
dedicarse a manifestaciones violentas en contra de las
innovaciones de Necker y de las exigencias subversivas del
tercer estado. La nobleza bretona adoptó una actitud tan
amenazadora, que Necker se vio obligado a suspender los
Estados de la provincia. Los nobles excitaron a sus criados y
a las gentes que estaban a su devoción en contra de los
estudiantes de la Universidad que habían tomado partido por
el tercer estado. Y se llegó a las manos. En los choques hubo
diversas víctimas. De todas las poblaciones de Bretaña, de
Angers, de SaintMalo, de Nantes, la juventud burguesa acudía
a Rennes para defender a los estudiantes, capitaneados por
Moureau, el futuro general. Los gentileshombres, atacados y
perseguidos en las calles, asediados en las salas de los
Estados, hubieron de abandonar la ciudad con sus corazones
ardiendo en rabia, y en enero de 1790 tuvieron que retirarse
a sus casas solariegas. Despechados, juraron no hacerse
representar en los Estados Generales.

En Besançon, como el Parlamento tomara partido por los


privilegiados, que habían votado una protesta violenta en
contra del Reglamento de Necker, la multitud se amotinó e

65
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hizo objeto del pillaje la casa de muchos consejeros, sin que


la fuerza pública interviniera para defenderlos. Su jefe, un
noble liberal, el marqués de Langeron, declaró –marzo de
1789– que el Ejército tenía como función la de marchar en
contra de los enemigos del Estado, pero no la de ir en contra
de los ciudadanos. Un buen observador, Mallet du Pan,
escribía en enero de 1789, sobrándole la razón: «La discusión
pública ha cambiado de aspecto; no se habla ya sino
secundariamente del rey, del despotismo y de la
Constitución; se trata, en realidad, de una guerra entre el
tercer estado y los otros dos órdenes.»

Los privilegiados debían ser vencidos, y ello no solamente


porque no podían contar con los agentes del poder real, cuya
paciencia habían agotado con su anterior rebelión, ni porque
estuviese en su contra la nación entera, salvo una ínfima
minoría de parásitos, sino porque estaban divididos. En el
FrancoCondado, 22 gentileshombres protestaron contra las
resoluciones de su orden y declararon que aceptaban el doble
número de votos del tercer estado, la igualdad ante la ley y
ante el impuesto, etc. La municipalidad de Besan çon los
inscribió en su lista de ciudadanos burgueses. En Artois, en
donde sólo estaban representados en los Estados los nobles
de siete cuarteles y poseedores de un feudo local, los
aristócratas no comprendidos en estas cualidades,
sostenidos por el abogado Robespierre, protestaron de la
exclusión de que eran objeto. Los hidalgüelos del Languedoc

66
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

manifestaron iguales quejas respecto a los altos barones de


la provincia. La llamada «nobleza de campanario», compuesta
por los plebeyos que habían comprado cargos municipales
que ennoblecían, se colocó, casi toda ella, del lado del tercer
estado, sin que éste, por otra parte, llegara a mirarlos con
buena voluntad.

La agitación se iba apaciguando. La convocatoria de los


Estados Generales, anunciada y comentada desde los
púlpitos, por los sacerdotes de todas las parroquias, había
despertado grandes esperanzas. Todos los que tenían algo de
que quejarse, y eran legión, prestaban atención profunda a
las polémicas que se suscitaban y se preparaban para «el gran
día». Burgueses y campesinos habían comenzado, desde hacía
dos años, a practicar su aprendizaje político actuando en las
asambleas provinciales, en las asambleas de los
departamentos y en las nuevas municipalidades rurales
creadas por Brienne. Estas asambleas habían repartido el
impuesto, administrado la beneficencia y los trabajos
públicos, vigilado el empleo de los fondos locales. Estas
municipalidades rurales, elegidas por los mayores
contribuyentes, habíanle tomado gusto al desempeño de sus
funciones. Hasta entonces el síndico había sido nombrado
por los intendentes; pero elegido, desde las últimas reformas,
por los cultivadores, dejó de ser un simple agente pasivo.
Alrededor del Consejo, en que él formula sus opiniones, va
formándose la opinión pública de la población. Se discuten

67
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

los intereses comunes, se preparan las que han de ser sus


reivindicaciones. En Alsacia, desde que las nuevas
municipalidades se forman, su primer cuidado fue intentar el
proceso de los señores, quienes se quejan amargamente de
los «abusos sinnúmero» a que ha dado lugar su
establecimiento.

La campaña electoral coincidía con una grave crisis


económica. El tratado de comercio firmado con Inglaterra en
1786, al rebajar los derechos de aduanas provocó y permitió
la entrada y el paso de las mercaderías inglesas. Los
fabricantes de telas hubieron de restringir bastante su
producción. El paro alcanzó en Abbeville a 12.000 obreros y
20.000 en Lyon. Y así y proporcionalmente en los demás
centros productores. Al finalizar el invierno, que fue muy
riguroso, fue preciso organizar comedores y talleres de
caridad en las grandes poblaciones, tanto más cuanto el
precio del pan aumentaba sin cesar. La cosecha de 1788
había sido muy inferior a la normal. La penuria de forrajes se
hizo tan grande y general, que muchos labradores se vieron
forzados a sacrificar parte de sus ganados, a dejar grandes
parcelas de tierra sin cultivo y a hacer la sementera sin
emplear abono alguno en los terrenos. Los mercados estaban
desguarnecidos. El pan no era solamente caro, sino que
escaseaba: llegó a temerse que faltara. Necker arbitró el
impedir las exportaciones de granos y hacer compras en el
exterior. La crisis, lejos de mejorarse, empeoraba y

68
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

aumentaba por momentos. Los necesitados dirigían miradas


de envidia codiciosa a los bien repletos graneros de los
grandes señores, eclesiásticos o laicos, en que unos y otros
encerraban el producto de los terrazgos y diezmos, de los
censos en especies. Denunciaban, de numerosas maneras, la
conducta de la aristocracia y de los privilegiados. Desde que
en el mes de marzo comenzaron las operaciones electorales,
estallaron las conmociones populares. La multitud se
congrega alrededor de los graneros y de los hórreos
diezmeros, exigiendo la apertura de los mismos. La
muchedumbre detuvo la circulación de los granos, los
detentó y los tasó por su propia y exclusiva autoridad. En
Provenza los obreros y los campesinos sublevados no se
contentaron con pedir la tasa de los granos y la disminución
del precio de los víveres, sino que exigieron la supresión del
impuesto sobre la harina y luego intentaron, por la amenaza
y la fuerza, que los señores y los eclesiásticos renunciaran a
los diezmos y a los demás derechos señoriales. A fines de
marzo hubo sediciones y robos en cuadrilla en Aix, en
Marsella, en Tolón, en Brignoles, en Manosque, en Aubagne y
en otros varios puntos. Perturbaciones análogas, aunque de
menor gravedad, se produjeron en Bretaña, en Languedoc, en
Alsacia, en el FrancoCondado, en Guyena, en Borgoña y en la
Isla de Francia. En París, el 27 de abril, la gran fábrica de
papeles pintados de Réveillon fue saqueada en el curso de
una sangrienta algarada. El movimiento no se dirigía sólo

69
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

contra los acaparadores de géneros alimenticios, de los viejos


sistemas impositivos, de los gravámenes sobre el consumo,
del feudalismo, sino que se extendía contra todos los que
explotaban al pueblo y vivían de su substancia. Estaba en
relación estrecha con la agitación política.

En Nantes la multitud sitió la casa Ayuntamiento al grito de


«¡Viva la libertad!». En Agde reclamó el derecho de ser ella
quien nombrara a los cónsules o supremos magistrados
locales. En muchos casos la agitación coincidía con la
apertura o comienzo de las operaciones electorales. Es ello
fácilmente explicable: estas pobres gentes, desconocidas de
las autoridades desde hacía siglos, a quienes no se acudía
sino para reclamarles el impuesto y la prestación vecinal, ven
que, de repente, son llamadas para que den su opinión sobre
los asuntos del Estado, y al hacerlo se les advierte que
pueden libremente dirigir sus quejas a sus agravios al rey. «Su
Majestad –dice el Reglamento Real leído desde los púlpitos–
desea que de todos los ámbitos de su reino, desde las más
apartadas habitaciones, quede cada uno seguro de que puede
hacer llegar hasta él sus deseos y sus reclamaciones.» La frase
se les quedó impresa en los oídos y fue tomada al pie de la
letra. Los desdichados creyeron que, decididamente, no
estaba en su contra toda la autoridad pública, como había
sucedido otras veces; que tenían un valedor en la cúspide del
orden social y que las injusticias habían, por fin, tocado a su
término. Es esta consideración la que les hace tan

70
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

impulsivos. Con toda la fuerza de su voluntad y con toda la


rigidez de sus amargos sufrimientos pasados, se lanzaban
hacia los objetos de sus deseos y de sus quejas. Haciendo
cesar la injusticia, realizaban, o, al menos, así lo creían ellos,
el pensamiento real. Más tarde, cuando se percaten de su
error, se apartarán del rey. Pero necesitarán tiempo para
desengañarse.

En medio de esta gran fermentación se llevó a cabo la


consulta de la nación. Desde hacía seis meses, a pesar de la
censura, a pesar del rigor de los Reglamentos sobre la
imprenta, la libertad de prensa existía de hecho. Hombres de
toga, sacerdotes, publicistas de todo género, ayer
desconocidos y trémulos, criticaban ardorosamente todo el
sistema social en los miles de folletos que eran leídos con
avidez, lo mismo en los coquetones gabinetes femeninos de
las damas de alcurnia, que en las humildes y desmanteladas
chozas. Volney lanzaba en Rennes su Centinela del Pueblo,
Thouret en Ruán su Aviso a los buenos normandos,
Robespierre en Arras su Llamamiento a la nación arresiana,
Mirabeau en Aix su Llamamiento a la nación provenzal, el
abate Sieyès su Ensayo sobre los privilegiados y luego su
célebre ¿Qué es el tercer estado?, Camille Desmoulins su
Filosofía al pueblo francés, Target sus Cartas a los Estados
Generales, etc. No quedó abuso que no fuera denunciado ni
reforma que no fuera estudiada y exigida. «La política –dice
madame de Staël– era un campo nuevo que se abría a la

71
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

imaginación de los franceses; cada uno se sentía halagado por


la idea de representar en ella un papel, cada uno encontraba
un objetivo que lograr en las múltiples eventualidades que
desde todas partes se anunciaban.»

Los individuos del tercer estado se concertaban entre sí,


provocaban reuniones oficiosas en las corporaciones y
comunidades de que formaban parte, sostenían frecuente
correspondencia y comunicación de población a población y
de provincia a provincia. Redactaban peticiones y
manifiestos y se dedicaban, con ardor, a reclutar firmas para
los mismos. Ponían en circulación modelos de «cuadernos de
quejas» que hacían llegar hasta los más recónditos rincones
de las campiñas. El duque de Orleáns, que pasaba por ser el
protector oculto del partido patriota, hacía redactar por
Laclos las Instrucciones que él dirigía a sus representantes
en las bailías de sus tierras, y a Sieyès, un modelo de
Deliberaciones a tomar por las asambleas electorales. Necker
ordenó a todos los funcionarios que guardasen la neutralidad
más absoluta, y si hubo quejas sobre este asunto, fueron
denunciadas más bien por los privilegiados que, como en el
caso de Amelot, intendente de Dijon, se lamentaban de que
las autoridades más bien favorecían a sus adversarios. Los
Parlamentos intentaron hacer autos de fe con algunos
folletos y publicaciones para ver si así lograban intimidar a
sus autores e impresores. El de París citó ante él al doctor
Guillotin por la publicación de su Petición de los ciudadanos

72
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

domiciliados en París. Guillotin se presentó rodeado de una


multitud inmensa que le aclamaba, y el Parlamento no se
atrevió a arrestarlo. El mecanismo electoral, fijado por el
Reglamento Real, era bastante complicado, pero de un gran
liberalismo. Los miembros de los dos primeros órdenes
habían de reunirse, precisamente, en la capitalidad de su
bailía para constituir la asamblea electoral del clero y la
asamblea electoral de la nobleza. Todos los aristócratas de
nobleza incontestable y transmisible tenían derecho de
formar parte de la asamblea, personalmente. Las mismas
mujeres nobles, que lo fueran por título personal, y siempre
que estuvieran en posesión de un feudo, podían hacerse
representar por un procurador, mediante la correspondiente
otorgación de poderes.

Los simples sacerdotes tenían derecho a tomar asiento,


personalmente, en la asamblea del clero, en tanto que los
canónigos, considerados como personas nobles, mandaban
sólo un representante por cada diez, y los regulares o monjes,
un delegado por convento. Así, el que pudiéramos llamar bajo
clero, tenía asegurada una importante mayoría en la
asamblea de su orden.

En las poblaciones, los habitantes de 25 años de edad e


inscritos en la matrícula de los impuestos, se reunían, en
primer lugar, por corporaciones. Las corporaciones de artes
y oficios sólo podían designar un delegado por cada 100

73
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

miembros, en tanto que las de artes liberales, negociantes y


armadores, designaban dos, ventajas concedidas al saber y a
la riqueza. Los habitantes que no formaban parte de una
corporación, así como los de aquellos lugares en que no
existían corporaciones, habían de reunirse por cuarteles,
barrios o distritos y designar dos delegados por cada 100
miembros. Todos estos delegados o electores debían reunirse
seguidamente en la casa Ayuntamiento para constituir la
asamblea electoral del tercer estado de la población de que
se tratara, redactar el cuaderno de quejas y peticiones
comunes y nombrar los representantes en la asamblea del
tercer estado en la bailía respectiva, que era la que, en
realidad, estaba encargada de elegir, en definitiva, a los
diputados del orden en los Estados Generales. Los
campesinos de las parroquias o aldeas fueron representados
en esta asamblea a razón de 2 delegados por cada 200
hogares. Cada parroquia, como cada corporación o cada
barrio urbano, proveía a sus respectivos delegados de un
cuaderno especial de peticiones y quejas que debía fundirse
luego en el cuaderno general de la bailía. Cuando la bailía
principal se dividía en bailías secundarias, la asamblea
electoral de la bailía secundaria designaba una cuarta parte
de sus miembros para que la representasen en la asamblea de
la bailía principal. En este último caso, que fue bastante
frecuente, el mecanismo electoral se componía de cuatro
grados: parroquia, corporación o barrio, asamblea de la

74
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

población, asamblea de la bailía secundaria, asamblea de la


bailía principal.

En las asambleas de los privilegiados la lucha fue viva entre


la minoría liberal y la mayoría retrógrada, entre los nobles de
corte y los hidalgos de las campiñas, entre el alto y el bajo
clero. La nobleza de la bailía de AmontVesoul, en el
FrancoCondado, se dividió y nombró dos diversas
diputaciones para los Estados Generales. En Artois, Bretaña,
los nobles miembros de los Estados se abstuvieron de
comparecer a la capitalidad de la bailía como protesta del
Reglamento Real que les obligaba a compartir el poder
político con la pequeña nobleza. Las asambleas del clero
fueron, por lo general, muy turbulentas. El bajo clero impuso
su voluntad, y los meros sacerdotes descartaron de las
diputaciones a la mayor parte de los obispos, salvo una
cuarentena de ellos, elegidos entre los más liberales.

Las asambleas del tercer estado fueron más tranquilas. Sólo


hubo conflictos en ciertas poblaciones, como Arras, en donde
los delegados de las corporaciones discutieron ásperamente
con los concejales que pretendían formar parte de la
Asamblea no obstante su carácter de ennoblecidos, y en
ciertas bailías, como Commercy, en donde los del campo se
quejaron de que los de las ciudades habían dejado fuera del
cuaderno de peticiones y quejas, presentado con el carácter
de general, sus peculiares reivindicaciones. En casi todos los

75
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sitios el tercer estado elegía sus diputados entre las personas


de su seno, probando así el vigor del espíritu de clase que le
animaba. Sólo estableció excepciones en favor de algunos
nobles populares, como Mirabeau, que, habiendo sido
excluido de la asamblea de su orden, fue electo por el tercer
estado de Aix y de Marsella, o en favor de algún eclesiástico
que, como Sieyès, rechazado, también, por el clero, fue
elegido por el tercer estado de París. Más de la mitad de la
diputación del tercer orden estaba compuesta por hombres
de toga que habían ejercido una influencia preponderante en
la campaña electoral o en la redacción de los cuadernos de
quejas y peticiones. La otra mitad comprendía a todas las
otras profesiones, debiéndose hacer notar que la porción
netamente campesina, iletrada en su mayor parte, no envió
representante alguno de la misma. Varios de los publicistas
que más se habían distinguido en sus ataques a la nobleza
obtuvieron mandato, sucediendo así con Volney,
Robespierre, Thouret, Target, etc.

El examen de los cuadernos de quejas y peticiones pone bien


a las claras que el absolutismo era condenado
unánimemente. Sacerdotes, nobles y plebeyos coincidían en
reclamar una Constitución que limitase los derechos de la
realeza y de sus agentes, y que estableciese una
representación nacional periódica con facultad para votar los
impuestos y para hacer las leyes. Casi todos los diputados
habían recibido el mandato de no acordar subsidio alguno

76
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

antes de que la Constitución fuese aceptada y asegurada en


su cumplimiento.

«El déficit –según la afirmación de Mirabeau–, constituía el


tesoro de la nación.» El amor a la libertad, el odio a la
arbitrariedad inspiraban todas las reivindicaciones. El propio
clero, en muchos de sus cuadernos, protestaba del
absolutismo en la Iglesia con el mismo vigor que contra el del
Estado. Reclamaban para los sacerdotes el derecho de
congregarse y de participar en el gobierno de la Iglesia por el
restablecimiento de los sínodos diocesanos y de los concilios
provinciales.

La nobleza no ponía menos ardor que los plebeyos en la


condenación de las autorizaciones para las detenciones
arbitrarias y de las violaciones de la correspondencia y en la
reclamación del juicio por jurados y de las libertades de
pensamiento, palabra e imprenta. Los privilegiados
aceptaban la igualdad fiscal, pero rechazaban, en su mayoría,
la igualdad de derechos y la libre admisión de todos los
franceses a la universalidad de los empleos públicos. Sobre
todo defendían bravamente el voto por órdenes, considerado
por ellos como la suprema garantía de sus diezmos y
derechos feudales. La nobleza y el tercer estado caminaban
de acuerdo en pensar que, con los bienes eclesiásticos, podía
pagarse muy bien la deuda existente, y que aquélla era
unánime con el clero en condenar el sistema financiero en

77
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

vigor. Todos los impuestos, directos e indirectos, debían


desaparecer para ceder su plaza a una contribución más
equitativa que sería repartida por asambleas electivas y no
por los agentes del poder real.

El tercer estado estaba unido en cuanto significaba enemiga


a los aristócratas; pero sus reivindicaciones privativas eran
distintas según fueran enunciadas por los burgueses, los
campesinos, los artesanos o los comerciantes. Toda la
gradación de los intereses y de los pensamientos de las
diversas clases se reflejan en ellas. Las quejas contra el
régimen señorial son, naturalmente, más acres en los
cuadernos redactados por las parroquias que en los
redactados por los ciudadanos de las poblaciones en los
cuadernos de las bailías. En la condena de las corporaciones
la unanimidad estaba muy lejos de existir. Las protestas
contra la supresión de los baldíos y del espigueo, contra la
desaparición de los bienes comunales, sólo representaban
una insignificante minoría. Se echa de ver que la burguesía,
propietaria ya de una buena parte de la tierra, se solidariza
en la defensa de los derechos sobre ésta con la propiedad
feudal, en contra de los campesinos pobres y desposeídos.
Las reivindicaciones propiamente obreras brillan por su
ausencia. Son los «amos» los que tienen la pluma entre sus
dedos. El proletariado de las poblaciones no tiene aún voz en
el capítulo. En revancha, los deseos de los industriales y de
los comerciantes, sus protestas contra los perniciosos

78
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

efectos del tratado de comercio con Inglaterra, la exposición


de las necesidades de las diferentes ramas de la producción
son objeto de estudios bien precisos y dignos de ser notados.
La clase que va a tomar la dirección de la Revolución siente
plena conciencia de su fuerza y de sus derechos. No es cierto
que se deje seducir por una ideología vacía de contenido.
Conoce a fondo las realidades y posee los medios de
conformar a ellas sus intereses.

79
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO IV

LA REBELIÓN PARISIENSE

Las elecciones habían afirmado con una claridad meridiana


la firme voluntad del país. La realeza, habiendo permanecido
neutral, se encontraba con las manos enteramente libres.
Pero no podía homologar los deseos del tercer estado sino al
precio de su propia abdicación. Luis XVI podía continuar
reinando, pero al modo de los reyes de Inglaterra, y
aceptando a su lado el control permanente de la
representación nacional. Ni por un momento el esposo de
María Antonieta transigió con renunciación semejante; ni
siquiera pensó en su posibilidad. Sentía la altivez de su
sacerdocio y no quería cercenarlo. Para defenderlo sólo le
quedaba un camino, al que, por otra parte, le llevaron los
príncipes: la inteligencia estrecha con los privilegiados y la
resistencia.

Parece ser que quince días antes de los Estados Generales,


Necker le había aconsejado hacer cuantos sacrificios fueran
necesarios para ser él quien llevara la dirección de los
sucesos. El rey debía ordenar a los tres órdenes que
deliberaran en común y votaran por cabezas en cuanto se
relacionara con los impuestos. Debía, al mismo tiempo,
fusionar a la nobleza y alto clero en una cámara alta al estilo
de la inglesa, creando una cámara baja o popular para la
reunión del tercer estado y de la plebe clerical. Es dudoso que

80
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

éste, que pudiéramos llamar estado llano, se hubiera


conformado con este sistema que, en realidad, le entregaba
sólo el control del impuesto. Pero es cierto que una prueba
inequívoca de la buena voluntad real hubiera amortiguado los
conflictos y preservado a la corona. Necker prefería que los
Estados Generales se reunieran en París, sin duda para dar
confianza al mundo de la Bolsa. El rey se pronunció por
Versalles «a causa de las cacerías». Y fue éste el primer error,
porque los hombres del tercer estado iban a tener
constantemente ante sus ojos estos palacios suntuosos, esta
corte ruinosa que devoraba a la nación. Y, por otra parte, no
estaba París tan lejos de Versalles que no hiciera sentir su
acción y su influencia sobre la Asamblea.

La corte se ingenió, desde un principio, para mantener en


todo su rigor la separación de los diversos órdenes aun en los
más ligeros detalles. En tanto que el rey recibía con toda
cortesía, y en sus salones, a los diputados del clero y de la
nobleza, los del tercer estado le fueron presentados en grupo
y con toda prisa en su dormitorio. El tercer orden se vio
obligado a aceptar como traje de etiqueta uno enteramente
negro que contrastaba, por su severidad, con las áureas y
argentadas casacas de los otros dos órdenes. Y si no se les
hizo escuchar de rodillas el discurso real de apertura, como
a ello se les había obligado en 1614, sí se les ordenó que
penetrasen en el Salón de los Estados por una pequeña puerta
casi excusada, en tanto que la principal se abría de par en par

81
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

para dar paso a los representantes de la nobleza y del clero.


Los diputados pertenecientes al bajo clero se habían visto ya,
en la procesión del día anterior, heridos en su dignidad, pues
en lugar de agrupar a todos los representantes de su orden
por bailías, se separó de ellos a los prelados y se les indicó
formaran aparte y alejados de ellos por el amplio espacio que
ocupó la banda de música del rey.

La sesión de apertura, celebrada el día 5 de mayo, agravó la


mala impresión creada por tales torpezas. En un tono
sentimentalmente lacrimoso, Luis XVI puso a los diputados
en guardia contra el espíritu de innovación y les invitó, en
primer lugar, a que se ocuparan de los medios conducentes a
llenar las arcas del exhausto Tesoro. El ministro de Justicia,
Barentin, que habló en seguida, y al que apenas se oía, sólo
invirtió el tiempo de que dispuso en cantar las bondades del
monarca y en exponer los beneficios que debían al rey.
Necker, en fin, en un largo discursoinforme atiborrado de
cifras, que duró tres horas, se limitó a tratar de la situación
financiera. A creerle, el déficit, cuya importancia atenuaba,
era fácil de reducir merced a algunas medidas de detalle, de
moderación, de economía, etc. Parecía estarse oyendo el
discurso de un administrador de cualquier sociedad anónima.
Los diputados se preguntaban si era para esto para lo que se
les había hecho venir de sus lejanas provincias. Necker ni se
pronunció en sentido alguno sobre la cuestión capital del
voto por cabeza, ni despegó sus labios para referirse a

82
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

reformas políticas. El tercer estado manifestó la decepción


que le habían causado estos silencios. Y comprendió que para
triunfar de los privilegiados no debía contar sino con sus
propios recursos.

La conducta a seguir fue rápidamente acordada por sus


miembros. Los individuos que lo componían se congregaron
aquella misma tarde, por provincias: los bretones, que eran
los más animosos en contra de los nobles, alrededor de
Chapelier y de Lanjuinais; los del FrancoCondado, en torno
del abogado Blanc; los artesienses, alrededor de Robespierre;
los del Delfinado, en torno de Mounier y de Barnave; y así los
demás. De todos estos conciliábulos salió una resolución
idéntica: el tercer estado o, más bien, los Comunes –nombre
nuevo que quisieron tomar y que expresaba sus deseos y
voluntad de ejercer los derechos de que hacían uso los
Comunes ingleses– invitarían a los otros dos órdenes a
reunirse con ellos para examinar en común los poderes de
todos los diputados, sin distinción alguna, y en tanto que
esta verificación en común no fuera efectuada, los Comunes
se negarían a constituirse en cámara particular. No tendrían
ni mesa ni acta y se limitarían a designar un decano
encargado de que reinase el orden en su asamblea. Y así se
hizo. Desde el primer día los Comunes afirmaron, por un
acto, su resolución de obedecer a los deseos de Francia,
considerando como inexistente la vieja división de órdenes.

83
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Pasóse un mes en conferencias inútiles entre las tres


cámaras, que actuaban separadamente. Por la presión del
bajo clero, el orden de éste, que había ya suspendido el
examen de los poderes de sus miembros, se ofreció como
intermediario conciliador. Se nombraron por una y otra parte
comisarios encargados de concertar un acuerdo imposible. El
rey intervino también y encargó al ministro de Justicia que
presidiera en persona las conferencias de avenencia. El tercer
estado supo aprovechar, con suma habilidad, las reservas que
formuló la nobleza para apuntar en el haber de ésta la
responsabilidad del fracaso. Luego, haciendo público en toda
Francia que los privilegiados permanecían irreducibles,
abandonó su anterior actitud expectante. Dirigió a los dos
primeros órdenes una invitación para que se les reunieran, y
el 12 de junio procedió por su sola autoridad y cuenta a la
verificación de los poderes de los tres órdenes, procediendo
al llamamiento general de todas las bailías convocadas. Al día
siguiente tres sacerdotes del Poitou, Lecesve, Ballard y
Jallet, respondieron al ser pronunciados sus nombres, y en
los días siguientes otros 16 eclesiásticos les imitaron.
Terminado el llamamiento, los Comunes decidieron por 490
votos contra 90 constituirse en Asamblea Nacional.
Afirmaron así que se bastaban para representar a la nación.
Después, dando un paso más, decidieron que el pago de los
impuestos dejaría de ser obligatorio el mismo día en que, por
la violencia, se obligase a la Asamblea por ellos constituida a

84
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

cesar en sus funciones. Habiendo, con tal medida, amenazado


a la corte con una posible huelga de contribuyentes,
establecieron la confianza entre los acreedores del Estado,
colocando sus créditos bajo la salvaguardia del honor francés;
y por un acto aun más atrevido que los anteriores, negaron
al rey el derecho a interponer su voto contra las medidas que
acababan de tomar y contra todas aquellas que tomasen en
el porvenir. Dos días más tarde, el 19 de junio, después de
violentos debates y merced una pequeña mayoría –149 votos
contra 137–, el orden del clero decidió, por su parte, unirse
con el tercer estado. Si el rey no intervenía rápidamente para
impedir esta reunión, los privilegiados perdían la partida.

Príncipes, grandes señores, arzobispos, magistrados, ejercían


presión cerca de Luis XVI para que actuase. De Eprémesnil
ofreció hacer juzgar por el Parlamento de París a los
inspiradores del tercer estado y al mismo Necker como
culpables del delito de lesa majestad. El rey decidió, el 19 por
la noche, anular las deliberaciones y decisiones del tercer
estado en una sesión solemne que se consideraría como
extraordinaria del Parlamento y que presidiría el rey. Y
laborando por hacer imposible la unión del clero a los
Comunes, ordenó que, a pretexto de obras y arreglos en su
interior, se cerrasen las salas de los Estados. ¡Ridículas
medidas en tales circunstancias! El 20 de junio por la
mañana, los diputados del orden tercero se encontraron
cerradas las puertas del salón en que se reunían, y rodeadas

85
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de soldados. Se trasladaron a un lugar inmediato, al llamado


Salón del Juego de Pelota, estancia que servía para el recreo
de los cortesanos. Algunos propusieron trasladarse a París
para deliberar en condiciones de seguridad. Mounier logró
conciliar las diversas opiniones, rogando a todos y a cada uno
que, con su juramento y su firma, se comprometieran «a no
separarse jamás y a reunirse siempre y donde las
circunstancias lo exigieran hasta que la Constitución fuese
un hecho y estuviera asentada sobre fundamentos sólidos».
Todos, absolutamente todos, menos Martin Dauch, diputado
de Carcasona, prestaron el juramento inmortal en medio del
mayor entusiasmo.

La sesión real había sido convocada para el día 22 de junio.


Se retrasó una fecha para dar tiempo a que pudieran
desaparecer las tribunas públicas –en las que podían tener
acomodo 3.000 personas–, y desde las que se temía mucho
pudieran hacerse manifestaciones. Esta dilación constituyó
una gran torpeza, porque ella permitió que la mayoría del
clero llevara a la práctica su decisión del día 19. Dicha
mayoría se unió al tercer estado el día 22 de junio en la
iglesia de San Luis. Cinco prelados, teniendo a su cabeza al
arzobispo de Vienne, en el Delfinado, y ciento cuarenta y
cuatro sacerdotes, aumentaron así los escaños de la
Asamblea Nacional. Dos nobles del Delfinado, el marqués de
Blacons y el conde de Agoult, vinieron también a tomar
asiento en ella. Desde que tales sucesos tuvieron desarrollo,

86
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

el resultado de la sesión real aparecía más que


comprometido.

La corte acumuló las faltas de sentido de la realidad. En tanto


que los diputados privilegiados entraban directa y
seguidamente en el Salón de los Estados, los representantes
del tercer orden hubieron de esperar ante la estrecha puerta
a que antes se hiciera referencia, sufriendo los rigores de una
lluvia inclemente. La imprudente ostentación de tropas, lejos
de intimidarles, sirvió sólo para excitar su irritación. El
discurso del rey les indignó. Fue una reprensión acre, plagada
de declaraciones brutales e imperativas. El monarca
ordenaba el mantenimiento de los tres órdenes y su
deliberación en cámaras separadas. Anuló, por su sola
autoridad, las decisiones del tercer estado. Si prestaba su
aquiescencia a la igualdad ante el impuesto, se cuidaba
seguidamente de especificar el mantenimiento absoluto de
todas las propiedades; «y Su Majestad entiende expresamente
con el nombre de propiedades los diezmos, censos, rentas y
obligaciones feudales y señoriales, y, en sentido general,
todos los derechos y prerrogativas útiles u honoríficos
ligados a las tierras y feudos que estén en posesión de
persona cualquiera». ¿Qué importaba que a continuación
prometiese, vagamente, consultar, en lo por venir, con los
Estados cuanto se relacionara con materias impositivas y
financieras? La reforma política y social se había
desvanecido.

87
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Luis XVI, volviendo a hacer uso de la palabra, terminó la


sesión real con estas amenazas: «Si por una fatalidad que está
lejos de mi mente, vosotros me abandonarais en tan bella
empresa, haría yo solo el bien de mis pueblos y me
consideraría como su único verdadero representante... Tened
presente, señores, que ninguno de vuestros proyectos,
ninguna de vuestras disposiciones pueden tener fuerza de ley
sin mi especial aprobación... Ordeno, señores, que os separéis
seguidamente y que mañana por la mañana os reunáis en los
salones afectos a cada orden para, en ellos, continuar
vuestras sesiones. En su consecuencia, ordeno al gran
maestre de ceremonias que haga preparar dichos
compartimientos.»

Obedeciendo a una consigna que la noche antes habían hecho


circular los diputados bretones, y que éstos habían adoptado
en su club, los Comunes permanecieron inmóviles en tanto
que la nobleza y una parte del clero se retiraban. Los obreros
enviados para quitar el estrado real suspendieron su tarea por
miedo a turbar la labor de la Asamblea del tercer estado, que
aún continuaba. El maestro de ceremonias, de Brèzé, volvió
para repetir a Bailly, que presidía, las órdenes del rey. Bailly
le replicó secamente que la nación constituida en Asamblea
no podía recibir órdenes de nadie, y Mirabeau, con su voz
tonante, le lanzó el tan repetido famoso apóstrofe: «Id a decir
a quienes os envían que nosotros estamos aquí por la
voluntad del pueblo, y que no abandonaremos nuestros sitios

88
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sino por la fuerza de las bayonetas.» Camus, apoyado por


Barnave y por Sieyès, hizo decretar que la Asamblea Nacional
persistía en sus acuerdos y decretos. Era esto renovar,
insistiendo en ella, la desobediencia. Mirabeau, temiendo que
de un momento a otro se extendiesen órdenes de prisión en
contra de los individuos influyentes en el tercer orden,
propuso se decretara la inviolabilidad de los miembros de la
Asamblea, y que cualquiera que atentase a ella se hiciese reo
de crimen capital. Pero era tal la fría resolución que animaba
a todos los corazones y tal la desconfianza que inspiraba
Mirabeau, cuya inmoralidad hacía sospechosas todas sus
intenciones, que muchos diputados quisieron que se
desechara tal proposición como pusilánime. Sin embargo, se
votó. Fueron estas resoluciones memorables y mucho más
audaces y valerosas que las del 20 de junio, porque el 20 de
junio el tercer estado ignoraba la voluntad del rey, que aún
no se había manifestado. El 23 de junio dicho orden renovó
y agravó su rebelión en la misma sala en que acababa de oír
la contraria palabra real.

La Revellière, que tomaba asiento en la Asamblea como


diputado del Anjou, cuenta que Luis XVI, ante las
manifestaciones que le hizo el marqués de Brèzé, dio orden a
los guardias de corps de penetrar en el salón y dispersar
violentamente a los diputados. Como los guardias se
dispusieran a cumplir la orden, muchos de los diputados de
la minoría del estado noble, los dos Crillon, de André, La

89
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Fayette, los duques de La Rochefoucauld y de Liancourt, y


otros varios, echaron mano a sus espadas e impidieron el
paso a los guardias. Prevenido el rey de este suceso, no
insistió en sus mandatos. De buena gana hubiera hecho
acuchillar a la canalla del tercer estado. Desistió de su
propósito ante la necesidad de tener que hacer sufrir el
mismo trato a una parte de su nobleza. Necker no había
asistido a la sesión real. Corría el rumor de que había sido
destituido o de que había presentado la dimisión. Una
multitud inmensa acudió en manifestación de simpatía ante
su domicilio, llegando hasta los patios del castillo. El rey y la
reina lo llamaron y le prodigaron ruegos para que siguiera en
su puesto. La pareja real disimulaba para así preparar mejor
su venganza. Una violenta efervescencia reinaba tanto en
París como en Versalles y las provincias, puestas éstas al
corriente de cuanto ocurría merced a las cartas de sus
representantes, leídas, generalmente, en público. Desde
primeros de junio la Bolsa bajaba sin cesar. Al anuncio de la
sesión real, a que tanto hemos aludido, todos los bancos de
París cerraron sus ventanillas. La Caja de Descuentos hubo
de enviar a Versalles a sus administradores para expresar los
peligros de que se veía amenazada. La corte tenía en su
contra al mundo financiero.

Las órdenes del rey, por la fuerza misma de las


circunstancias, no eran ejecutadas y, hasta los humildes
pregoneros públicos dejaron de anunciarlas en los sitios de

90
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

costumbre. El 24 de junio la mayoría del clero,


desobedeciendo, a su vez, el mandato real, se unió a las
deliberaciones del tercer estado, y al día siguiente 47
miembros de la nobleza –el duque de Orleáns al frente de
ellos– hicieron otro tanto. Luis XVI devoró la afrenta; pero
aquella misma noche decidió, en secreto, llamar a 20.000
soldados, prefiriendo a los regimientos extranjeros por
juzgarlos más seguros. Las órdenes partieron el 26. Al día
siguiente, para esquivar toda sospecha, invitó a los
presidentes de la nobleza y del clero a que se unieran también
a la Asamblea Nacional, y, para decidirlos, les hizo saber por
el conde de Artois que esta reunión era necesaria para
proteger su amenazada vida.

Ninguna algarada se preparaba en contra del rey, pero sí era


cierto que los patriotas, desde la sesión real, estaban en
guardia y vigilaban. El 25 de junio los 400 electores
parisienses que habían nombrado los diputados para los
Estados Generales, se reunieron espontáneamente en el
Museo de París, desde donde, un poco más tarde, se
trasladaron al Ayuntamiento, para celar los manejos de los
aristócratas y estar en estrecha relación con la Asamblea
Nacional. Luego, el 29 de junio, formularon las bases iniciales
de un proyecto de guardia burguesa que comprendería a los
principales habitantes de cada barrio. El llamado Palacio
Real, que pertenecía al duque de Orleáns, se había convertido
en club al aire libre, que ni de día ni de noche dejaba de estar

91
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

animado. Los proyectos de la corte se conocían y


comentaban en él apenas concebidos.

Los patriotas se dedicaron a trabajar el Ejército. Los guardias


franceses, el primer regimiento de Francia, fueron ganados
prontamente. Estaban descontentos de su coronel, que los
obligaba a una severísima disciplina, y se contaban entre sus
oficiales a hombres que, como Hulin, Lefèbvre, Lazare Hoche
y otros, no lucirían charreteras en tanto estuvieran en vigor
los Reglamentos de 1781. El 30 de junio, 4.000 habituales
del Palacio Real liberaron a una decena de guardias franceses
encerrados en la Abadía por desobediencia, y los pasearon en
triunfo. Los húsares y los dragones enviados para restablecer
el orden gritaron «¡Viva la Nación!» y se negaron a cargar
contra la multitud. Los propios guardias de corps habían dado
muestras de indisciplina en Versalles. Los regimientos
extranjeros ¿serían más obedientes? Si Luis XVI hubiera
montado a caballo; si, en persona, hubiera tomado el mando
de las tropas, como hubiera procedido Enrique IV, tal vez
hubiera logrado mantenerlas en su deber y disciplina y
conseguido que su golpe de fuerza lograra éxito. Pero Luis
XVI era un burgués.

La llegada de los regimientos, que acamparon en SaintDenis,


en SaintCloud, en Sèvres y aun sobre el mismo Campo de
Marte, fue acogida con vivas protestas. Todas aquellas bocas,
que habría que alimentar, iban a agravar la penuria reinante.

92
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Se creyó, además, que la Asamblea Nacional iba a ser


dispersada por la fuerza. Los oradores del Palacio Real
propusieron, el día 2 de julio, destronar a Luis XVI y colocar
en su lugar al duque de Orleáns. Los electores parisienses
solicitaron de la Asamblea el alejamiento de las tropas, y
Mirabeau hizo votar su petición el día 8 de julio, luego de un
discurso terrible en que denunció a los malos consejeros que
rodeaban al trono. Luis XVI contestó a la indicación de la
Asamblea que había llamado a las tropas para proteger su
libertad, pero que si temía por su seguridad estaba presto a
transferirla a Noyon o a Soissons. Esto era añadir la ironía a
la amenaza. La noche en que esta burlona respuesta fue dada
a conocer se reunieron 100 diputados en el Club Bretón,
avenida de SaintCloud, para concertarse en los medios de
resistencia.

Luis XVI precipitó los acontecimientos. El 11 de julio, y con


gran secreto, destituyó a Necker y reconstituyó el Ministerio
con el barón de Breteuil, contrarrevolucionario declarado. Al
día siguiente corrió el rumor de que se iba a declarar la
bancarrota. Seguidamente se reunieron los agentes de
cambio y decidieron cerrar la Bolsa en señal de protesta por
la destitución de Necker. Se repartió dinero entre los
soldados, a fin de ganarlos para la causa que se propugnaba.
Muchos banqueros, como Étienne Delessert, Prévoteau,
Coindre, Boscary y otros, se alistaron con su personal en la
guardia burguesa que se estaba formando. Los bustos de

93
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Necker y del duque de Orleáns se pasearon procesionalmente


por las calles de París. Se obligó a cerrar a los teatros y demás
espectáculos. A propuesta de Camille Desmoulins, quien
anunció a los concurrentes del Palacio Real una nueva San
Bartolomé de patriotas, se adoptó la escarapela verde, que
era el color de la librea de Necker. En fin, ante la noticia de
que el Regimiento Real Alemán, del príncipe de Lambèse,
cargaba sobre la muchedumbre en los jardines de las
Tullerías, se tocó la campana de alarma y se reunió a la
población en las iglesias para alistarla y proveerla de armas,
que, previamente, se habían arrebatado de las tiendas de los
armeros. Se descartó, con todo cuidado, a los vagabundos y
gente maleante. El armamento de la población civil continuó
al día siguiente merced a la toma de 20.000 fusiles y algunos
cañones encontrados en los Inválidos. Por su parte, la
Asamblea decretó que Necker merecía la estima y
reconocimiento de la nación. Se declaró en sesión
permanente e hizo responsables de cuanto ocurriera a los
nuevos ministros. Cosa extraña, la corte, desconcertada,
dejaba hacer; Bezenval, que mandaba los regimientos
acampados en el Campo de Marte, esperando órdenes, no se
atrevió, por su cuenta, a penetrar en París.

El 14 de julio, los electores, que, con la antigua


municipalidad, habían formado en el Ayuntamiento un
Comité Permanente, solicitaron, en varias ocasiones e
insistentemente, del gobernador de la Bastilla que entregase

94
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

las armas a la milicia ciudadana y retirase al interior los


cañones que guarnecían las torres de la fortaleza. Una última
diputación, que iba a interesar tales medidas, fue recibida
con disparos de fusil, a pesar de ostentar sus componentes la
bandera blanca de los parlamentarios. En aquel momento
comenzó el asedio de la Bastilla. Reforzando a los artesanos
del barrio de San Antonio, los guardias franceses, conducidos
por Hulin y Élie, aportaron a la lucha un cañón y dirigieron
sus fuegos en contra del puente levadizo, a fin de derribar las
puertas de la fortaleza. Después de una acción bastante viva,
en la que los asaltantes tuvieron un centenar de muertos, los
inválidos que con algunos suizos formaban la guarnición, y
que no habían comido por falta de víveres, forzaron a de
Launay, gobernador de la fortaleza, a capitular. La multitud
se dedicó a ejercer terribles represalias. De Launay, que,
según creía ella, había ordenado tirar sobre los
parlamentarios, y el corregidor Flesselles que había
intentado engañar a los electores sobre la existencia de
depósitos de armas, fueron muertos en la Plaza del Arsenal,
y sus cabezas paseadas por París clavadas en las puntas de
las picas. Algunos días más tarde, el consejero de Estado
Foullon, encargado del avituallamiento de los ejércitos
acampados en las cercanías de la capital, y su hijo político el
intendente Berthier, fueron ahorcados en los faroles del
Ayuntamiento. Babeuf, que asistió a su suplicio con el
corazón oprimido, hacía estas reflexiones en una carta a su

95
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mujer: «Los suplicios de todo género, el descuartizamiento,


la tortura, el potro, la hoguera, la horca, los verdugos
multiplicados en todos los lugares, nos van haciendo a
pésimas costumbres. Los amos de la situación, encargados de
civilizarnos, nos van convirtiendo en bárbaros porque lo son
ellos mismos. Recogen y recolectarán lo que ellos mismos
han sembrado».

París no podía ser sometido sino merced a una guerra de


calles, y los propios regimientos extranjeros no se
consideraban ya muy seguros. Luis XVI, informado por el
duque de Liancourt, que regresó de París, de cuanto había
ocurrido, se presentó en la Asamblea, el 15 de julio, para
anunciarle la retirada de las tropas. Declaró ésta su deseo de
que fuera llamado nuevamente Necker, pero el rey no estaba
aún decidido a una completa capitulación. Mientras que una
diputación de la Asamblea se trasladaba a París y que los
habitantes vencedores de la capital nombraban a Bailly –el
hombre del Juego de Pelota– alcalde de la Villa, y a La Fayette
–el amigo de Washington– comandante de la Guardia
Nacional; en tanto que el arzobispo de París hacía entonar en
Nuestra Señora un Tedeum en honor de la toma de la Bastilla,
y el martillo de los demoledores se ensañaba sobre la vieja
prisión política, se esforzaban los príncipes en decidir al
tornadizo monarca para que se retirara a Metz, desde donde
volvería al frente de un fuerte ejército. Pero el mariscal de
Broglie, jefe de las tropas, y el conde de Provenza se

96
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

opusieron a la partida. ¿Temía Luis XVI que, durante su


ausencia, la Asamblea proclamase al duque de Orleáns? No es
imposible. El monarca permaneció, pues, en su puesto y hubo
de apurar el cáliz hasta las heces. Destituyó a Breteuil, llamó
a Necker y, luego de haber dado garantías, al día siguiente,
17 de julio, se trasladó a París y sancionó, con su presencia
en el Ayuntamiento, la obra de la algarada, firmando su
propia destitución al aceptar del alcalde Bailly la nueva
escarapela tricolor. Indignados por la debilidad real, el conde
de Artois y los príncipes, Breteuil y los jefes del partido de la
resistencia huyeron al extranjero, dando así principio y
ejemplo a la emigración.

Luis XVI, humillado, conservó la corona; pero hubo de


reconocer que por encima de él existía un nuevo soberano: el
pueblo francés, del que la Asamblea era el órgano. Nadie, en
Europa, se engañó sobre la importancia y significación del
suceso. «Desde este momento –escribía a su corte el duque de
Dorset, embajador de Inglaterra– podemos considerar a
Francia como un país libre; al rey como un monarca cuyos
poderes están limitados, y a la nobleza como colocada al
mismo nivel que el resto de la nación.» La burguesía
universal, trémula de alegrías y de esperanzas, comprendía
que iba a sonar su hora.

97
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO V

LA REBELIÓN DE LAS PROVINCIAS

Con toda regularidad las provincias habían estado al


corriente de cuanto ocurría, merced a las cartas de sus
representantes, las que, como sucedía, entre otras, con las
de los bretones, eran impresas a su recepción, y así
circulaban. Con la misma ansiedad que la capital habían
seguido las provincias las peripecias de la lucha entre el
tercer estado y los privilegiados. Con el mismo grito de
triunfo que los parisienses recibieron los provincianos la
toma de la Bastilla.

Ciertas poblaciones no habían esperado a la realización del


citado acontecimiento para actuar en contra del odiado
régimen. En Lyon, en los primeros días de julio, y con objeto
de abaratar el precio de la vida, los artesanos en huelga
destruyeron y quemaron los fielatos y oficinas recaudadoras
de los impuestos sobre el consumo. La municipalidad
aristocrática, el Consulado, dirigida por Imbert-Colomés, se
vio obligada a arrojar lastre. El 16 de julio aceptó el compartir
la administración ciudadana con un Comité Permanente,
formado por representantes de los tres órdenes. Algunos días
después el Comité Permanente organizó, a imitación de
París, una Guardia Nacional, de la que fueron excluidos los
proletarios. En todas las poblaciones, grandes o pequeñas,
sucedió lo propio con sólo ligeras diferencias. Ya, como en

98
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Burdeos, fueron los electores que habían nombrado los


diputados para los Estados Generales los que constituyeron
la base del Comité Permanente; ya, como en Dijon, en
Montpellier y en Besançon, el nuevo Comité, es decir, la
municipalidad revolucionaria, fue elegido por la Asamblea
General de los vecinos; ya, como en Nîmes, Valence, Tours y
Évreux, el Comité Permanente surgió de la colaboración de
la municipalidad antigua con los electores nombrados por las
corporaciones. Dióse el caso de que, en una ciudad, como
Évreux, se sucedieron con cierta rapidez varios comités
permanentes, siendo cada uno de ellos elegido de distinta
manera. Cuando las autoridades antiguas trataron de resistir,
como sucedió en Estrasburgo, en Amiens y en Vernon, una
algarada popular las obligaba pronto a entrar en razón.

En todas partes de lo primero que se cuidaron los comités


permanentes fue de organizar una Guardia Nacional para
mantener el orden. Estas guardias, apenas formadas, se
hicieron entregar por sus respectivos comandantes –que, en
su mayoría, lo hicieron de buen grado– los castillos,
ciudadelas y Bastillas locales. Así, los bordeleses se
adueñaron de ChâteauTrompette, y los de Caen, de la
Ciudadela y de la Torre Levi, prisión, esta última, de los
contrabandistas de sal. Fácilmente podrían multiplicarse los
ejemplos. Con estas incautaciones se procuraban, ante todo,
armas; se tomaban precauciones contra cualquier intento

99
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ofensivo del despotismo y se satisfacían también viejos


rencores.

Por regla general, los comandantes militares y los


intendentes dejaban hacer. En Montpellier el Comité
Permanente acordó un voto de gracias a favor del intendente.
Los comités permanentes y los estados mayores de las
guardias nacionales de las respectivas poblaciones formaban,
con la flor y nata del tercer estado, el grupo de los notables
de la región. A la cabeza de aquéllos se encontraban, con gran
frecuencia, antiguos funcionarios reales. En Évreux, el
lugarteniente general de la bailía, el consejero encargado de
los depósitos de la sal y el procurador del rey, se codearon de
igual a igual, en tales organizaciones, con los abogados, los
médicos, los comerciantes y los curtidores.

Por otra parte, ¿habrían podido los llamados hombres del rey
intentar siquiera la resistencia? Como en París, las tropas
eran un enigma en las provincias. En Estrasburgo habían
asistido al pillaje del Ayuntamiento en medio de la mayor
indiferencia. El régimen antiguo desaparecía sin necesidad
de grandes esfuerzos para que así ocurriera, como un edificio
ruinoso y carcomido que se derrumba entero con un solo
golpe.

En tanto que los burgueses se armaban en todas las


poblaciones, y con verdadero ardimiento se hacían cargo de
las administraciones locales, ¿cómo explicar que los

100
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

campesinos permanecieran, en cierto modo, pasivos?


Después de la gran agitación de las elecciones parecían un
tanto calmados. Los burgueses que como delegados habían
enviado a Versalles, les aconsejaron tener paciencia y les
aseguraron que las demandas contenidas en los cuadernos de
peticiones serían satisfechas; en lucha con la miseria,
esperaban desde hacía tres meses. La rebelión de París y la
de las ciudades pusieron también las armas entre sus manos.
Descolgaron sus escopetas de caza, sus hoces, sus horcas, sus
mayales, y, movidos por un seguro instinto, se agruparon, al
son de la campana de alarma, alrededor de los castillos de sus
antiguos amos. Les exigieron que les entregaran las cédulas
reales en virtud de las cuales cobraban los innumerables
derechos señoriales, y quemaron en los patios los malditos
pergaminos. A veces, cuando el señor era impopular; cuando
se negaba abrir sus archivos; cuando, ayudado por sus
criados, pretendía defenderse, los palurdos quemaban el
castillo y se vengaban del castellano. Un señor de Montesson
fue fusilado cerca de Le Mans por uno de los soldados que
habían servido a sus órdenes y que, a su decir, castigaba de
semejante manera las severidades de su antiguo jefe; un
señor de Barras pereció en el Languedoc; un caballero de
Ambly fue arrojado a un estercolero, etc. Los privilegiados
pagaron cara su falta de haber explotado a la gente de campo
y de haberla dejado en la barbarie.

101
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La rebelión campesina comenzó en la Isla de Francia a partir


del 20 de julio y se fue extendiendo progresivamente y con
rapidez hasta llegar a los últimos confines del reino. Como
era natural, los rumores públicos agrandaron los excesos de
los amotinados. Se contaba que los malhechores cortaban las
espigas del trigo, aún verde, que se dirigían en contra de las
villas y que no respetaban propiedad alguna. Con tales
noticias se propagó un terror insuperable que contribuyó
poderosamente a la formación de comités permanentes y de
guardias nacionales. Pánico y sublevación campesina se
confundieron y fueron simultáneos. Los malhechores, tan
ajetreados por el público rumor, no se diferenciaban mucho,
por lo regular, de los artesanos que quemaban los fielatos de
consumos que tasaban el trigo en los mercados, ni de los
campesinos que obligaban a los castellanos a entregarles los
títulos en que constaban sus derechos señoriales. Pero era
algo que por su misma naturalidad no podía ponerse en duda,
el hecho de que la multitud de los miserables de la tierra y
de los arrabales hubiera visto en la anarquía creciente un
medio de actuar en contra del orden social imperante. Su
rebelión no se dirigía sólo contra el régimen señorial, sino
que se encaminaba contra los acaparadores de mercancías,
contra los impuestos, contra los malos jueces, contra todos
aquellos que explotaban a la población y se lucraban con el
trabajo de la misma. En la Alta Alsacia, los campesinos se
dirigieron contra los mercaderes judíos al mismo tiempo que

102
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

contra los castillos y los conventos. A fines de julio


centenares de judíos alsacianos se vieron obligados a
refugiarse en Basilea.

La burguesía acaudalada contemplaba con temor el rostro


feroz del Cuarto Estado. No podía ella dejar expropiar a la
nobleza sin temer por sí misma, ya que a sus manos había ido
buena parte de las tierras nobles, y también ella recibía de
los zafios campesinos rentas señoriales. Sus comités
permanentes y sus guardias nacionales se creyeron en el
deber de restablecer el orden de un modo inmediato. Se
enviaron a los párrocos circulares apremiantes invitándoles
a que predicasen la calma. «Huyamos –decía el manifiesto del
Comité de Dijon, fechado a 24 de julio– de dar ejemplo de una
licencia de la que todos podríamos llegar a ser víctimas.» A
los consejos, y sin tardar, siguió el empleo de la fuerza. En
Mâcon y en el Beaujolais, en donde 72 castillos habían sido
pasto de las llamas, la represión fue rápida y vigorosa. El 29
de julio una banda de campesinos fue atacada cerca del
castillo de Cormatin, siendo muertos 20 de ella y quedando
prisioneros otros 60. Otra banda, batida cerca de Cluny, tuvo
100 muertos y 170 prisioneros. El Comité Permanente de
Mâcon se erigió en tribunal condenando a muerte a 20
revoltosos. En esta provincia del Delfinado, en que la unión
entre los tres órdenes se había mantenido intacta, la revuelta
adquirió un carácter neto de lucha de clases. Campesinos y
obreros hacían causa común contra la burguesía y la nobleza,

103
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

que aparecían aliadas. La Guardia Nacional de Lyon prestó


gran ayuda a sus compañeros del Delfinado en esta lucha
contra los insurgentes, con los que simpatizaban los obreros
lioneses.

La Asamblea asistía aterrada a esta terrible explosión que no


había previsto. Sólo pensó en organizar la represión, y es de
advertir que los más decididos en que se extremasen los
rigores no fueron los privilegiados, sino los diputados del
tercer estado. El abate Barbotin, uno de aquellos párrocos
demócratas que detestaban a los obispos, escribía, a fines de
julio y desde Versalles, al capuchino que le reemplazaba en
su curato del Hainaut, cartas amenazadoras que respiraban
inquietud. «Inculcad vigorosamente que sin obediencia no
puede subsistir sociedad alguna.» De creer lo por él afirmado,
eran los aristócratas los que agitaban al pueblo. «Todo esto
no ha tenido comienzo –añadía– sino cuando se han
dispersado los enemigos que teníamos en la corte.»
Evidentemente: ¡eran los emigrados, los amigos del conde de
Artois y de la reina, quienes, para vengarse de su derrota,
lanzaban a los desposeídos en contra de las propiedades! ¡Y
cuántos diputados del tercer estado compartían la creencia
de este oscuro sacerdote! El 3 de agosto, el ponente del
comité encargado de proponer las medidas que debieran
tomarse, Salomon, sólo supo acusar con violencia a los
autores de los desórdenes y aconsejar una represión ciega,
sin palabra alguna de piedad para los sufrimientos de los

104
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

desheredados de la fortuna y sin la menor promesa para el


porvenir. Si la Asamblea hubiera seguido a este inexorable
propietario, se hubiera llegado a crear una peligrosa
situación. La represión, a todo trance y generalizada, tenía
que ser confiada al rey, lo que valía tanto como otorgar los
medios precisos para poner diques a la Revolución. Y, por
otra parte, hubiera sido tanto como abrir un abismo
insuperable entre la burguesía y la clase campesina. A favor
de la guerra civil, que seguramente se prolongaría, el Antiguo
Régimen podría perpetuarse. Los nobles liberales, más
políticos, y más generosos también, que los burgueses,
comprendieron que era preciso salir de aquel atolladero. Uno
de ellos, el vizconde de Noailles, cuñado de La Fayette,
propuso, el día 4 de agosto, por la noche, las siguientes
medidas para tratar de conseguir que los campesinos
abandonasen las armas:

1.º Que se hiciera público en una proclama que, desde la


fecha, «el impuesto sería satisfecho por todos los individuos
del reino en proporción a sus rentas». Con ellos se echarían
por tierra todas las exenciones fiscales. 2.º Que «todos los
derechos feudales serían redimibles a voluntad mediante la
entrega de su justa estimación o convertibles por las
comunidades, es decir, por los municipios, en prestaciones
en metálicos». Proponíase, por lo tanto, la supresión de las
rentas señoriales mediante indemnización. 3.º Que «las
prestaciones personales señoriales, las manos muertas y

105
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

todos los demás servicios que pudieran indicar actos de


servidumbre se suprimieran pura y simplemente, sin derecho
a indemnización alguna». Establecía Noailles, por lo tanto,
dos grupos o categorías en el sistema feudal: todo cuanto
pesaba sobre las personas se suprimía en absoluto; todo lo
que pesaba sobre la propiedad sería redimible. Los hombres
serían libres; las tierras continuaban gravadas.

El duque de Aiguillon, uno de los más grandes nombres y uno


de los más ricos propietarios del reino, apoyó con calor las
propuestas de Noailles. «El pueblo –dijo– busca el medio de
sacudir, al fin, el yugo que, desde hace tantos siglos, pesa
sobre sus hombros; y precisa confesarlo: esta insurrección,
aunque culpable –toda agresión violenta lo es–, puede
encontrar su excusa en las vejaciones de que son víctimas
aquellos que la promueven.» Este noble lenguaje produjo una
viva emoción; pero, en este momento patético, un diputado
del tercer estado, un economista que había sido colaborador
y amigo de Turgot, Dupont de Nemours, persistió aún en
reclamar medidas de rigor. Los nobles se entregaban a la
piedad; la burguesía vituperaba la pasividad de las
autoridades y hablaba de enviar órdenes severas a los
tribunales.

Pero la piedra estaba lanzada. Un oscuro diputado bretón,


Leguen de Kerangal, que había vivido la vida rural en la
pequeña aldea en la que era comerciante de tejidos, pintó,

106
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

con una elocuencia conmovedora por su misma simplicidad,


las penalidades de los campesinos. Y dijo así: «Seamos justos,
señores. Que se traigan aquí los títulos que autorizan a
ultrajar no solamente al pudor, sino a la misma Humanidad.
Que se nos aporten los títulos que humillan a la especie
humana, exigiendo que los hombres sean uncidos a los carros
como si fueran animales de labranza. Que se presenten ante
nosotros los títulos que obligan a los hombres a pasarse las
noches removiendo estanques y charcas para impedir que el
croar de las ranas turbe el sueño de sus voluptuosos señores.
¿Quién de nosotros, señores, en este Siglo de las Luces, no
formaría una pira expiatoria con estos infames pergaminos y
se negaría a conducir el fuego para hacer con ellos un
sacrificio en el altar de la patria? No llevaréis, señores, la
calma a la Francia agitada sino cuando prometáis al pueblo
que vais a convertir en prestaciones en dinero, redimibles a
voluntad, todos los derechos feudales, cualesquiera que sean;
que las leyes que vais a promulgar aniquilarán, hasta en sus
menores detalles, las injusticias de que tan vigorosamente se
queja.» Valentía, y no pequeña, era, a no dudarlo, el querer
justificar la quema de los pergaminos ante una Asamblea de
propietarios; pero la conclusión a la que llegaba era, a todas
luces, bastante moderada ya que, en suma, el orador bretón
aceptaba la indemnización de unos derechos cuya injusticia
había proclamado previamente.

107
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La indemnización calmó a los diputados. El sacrificio que se


les demandaba era más aparente que real. Los propietarios
continuarían recibiendo las rentas o sus equivalentes. No
perderían nada o casi nada en la operación y ganarían, en
cambio, la reconquista de su popularidad entre las masas
campesinas. En este momento, habiendo comprendido la
sabia maniobra de la minoría nobiliaria, la Asamblea se
entregó al entusiasmo. Sucesivamente los diputados de las
provincias y de las ciudades, los sacerdotes y los nobles,
vinieron a sacrificar «sobre el altar de la patria» sus antiguos
privilegios. El clero renunció a sus diezmos; los nobles, a sus
derechos de caza, de pesca, de palomar y de conejeras, a sus
justicias; los burgueses, a sus exenciones particulares. La
abjuración grandiosa del pasado duró toda la noche. Al
amanecer, una nueva Francia nacía, merced al que había sido
ardiente empuje de los menesterosos.

La unidad territorial y la unidad política podían darse como


conseguidas. Desde aquel momento dejaban de existir los
países de Estado y los países de elección, las provincias en
cierto modo extranjeras, las aduanas interiores y los peajes,
las regiones de Derecho consuetudinario y las de Derecho
romano. Ya no habría provenzales y delfineses, un pueblo
bretón y un pueblo bearnés. Desde tan célebre noche sólo
habría franceses, sometidos a la misma ley, pudiendo aspirar
a todos los empleos y pagando los mismos impuestos. Bien
pronto suprimirán las Constituyentes los títulos de nobleza

108
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

y los escudos de armas, llegando sus supresiones hasta las


antiguas órdenes reales del Espíritu santo y de San Luis. Un
espíritu de nivelación igualitaria pasará súbitamente sobre
una nación dividida, desde hacía siglos, en castas estrechas
y rigurosamente delimitadas.

Las provincias y las ciudades sancionaron con diligencia el


sacrificio de sus antiguas franquicias que, por otra parte y
frecuentemente, eran sólo y más bien palabras pomposas
vacías de todo contenido real. Nadie, o casi nadie, suspiró por
el viejo particularismo regional, sino todo lo contrario. En la
crisis del Gran Terror, para defenderse, a la vez, de brigantes
y de nobles, las poblaciones de una misma provincia se
habían ofrecido socorro y apoyo mutuos. Estas federaciones
se sucedieron en el FrancoCondado, en el Delfinado y en
Rouergue, a partir del mes de noviembre de 1789. Después
tuvieron lugar las federaciones provinciales, bellas
funciones, a la vez militares y civiles, en las que los delegados
de las guardias nacionales, unidos a los representantes del
ejército regular, juraban solemnemente renunciar a los
antiguos privilegios, sostener al nuevo orden, reprimir las
algaradas, hacer ejecutar las leyes, no formar, en fin, sino
una sola familia de hermanos. Así se federaron los bretones
y los angevinos en los días del 15 al 19 de enero de 1790, en
Pontivy; así los del FrancoCondado, los borgoñones, los
alsacianos y los champañeses el 21 de febrero, en Dolc, en
medio de una exaltación patriótica que tomó las formas de

109
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

una religión. Luego, todas estas federaciones regionales se


fundieron en la gran Federación Nacional, que tuvo lugar en
París, en el Campo de Marte, el día 14 de julio de 1790,
aniversario de la toma de la Bastilla.

Sobre un inmenso anfiteatro de tierra y césped –levantado


por las prestaciones personales voluntarias de los parisienses
de todas las clases, desde los monjes y los actores, hasta los
carniceros y carboneros– tomaron asiento más de 500.000
espectadores que aplaudieron, en transportes de entusiasmo,
a los delegados de las guardias nacionales de los 83
departamentos y a las tropas de línea. Después que el obispo
de Autun, Talleyrand, rodeado de 60 capellanes de los
diversos distritos parisienses, con albas tricolores, hubo
dicho la misa, sobre el altar de la patria, La Fayette
pronunció, en nombre de todos, el juramento, no solamente
de mantener la Constitución, sino también el de «proteger la
seguridad de las personas y de las propiedades, la libre
circulación de los granos y subsistencias y la percepción de
las contribuciones públicas, en cualquier forma que ellas
existiesen». Todos repitieron: «Juramos». El rey, a su vez, juró
respetar la Constitución y hacer ejecutar las leyes. Alegres y
calados hasta los huesos, los concurrentes se retiraron,
sufriendo las inclemencias de un violento aguacero y
cantando el Ça ira! Las almas sencillas creyeron terminada la
Revolución con la fiesta de la fraternidad. Ilusión engañosa.
La fiesta de las guardias nacionales no era la fiesta de todo el

110
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

pueblo. La fórmula misma del juramento que se había


prestado, dejaba entrever que el orden no estaba asegurado,
que quedaban descontentos en los términos del horizonte:
arriba, los aristócratas desposeídos; abajo, la multitud de los
campesinos.

Éstos se habían aquietado con la supresión de los diezmos y


de las servidumbres feudales. Luego de dictarse las
disposiciones del 4 de agosto, cesaron de quemar castillos.
Tomando a la letra la primera frase del decreto: «La Asamblea
Nacional suprime enteramente el régimen feudal», no se
habían cuidado de examinar, al detalle, las disposiciones que
prolongaban la percepción de las rentas hasta su redención.
Cuando se dieron cuenta de ellas, por la llegada de los
portadores de los contratos y recibos, cuando pudieron
comprender que, en cierto modo, quedaban aún en pie los
derechos de la feudalidad señorial y que era preciso, como
antes, pagar los terrazgos, los censos, la imposición sobre las
ventas y aun los diezmos enfeudados, sufrieron una amarga
decepción. No comprendieron que se les dispensase de
redimir los diezmos eclesiásticos y se les impusiese la
obligación de indemnizar a los señores. En muchos lugares
se unieron para no pagar nada y acusaron a los burgueses,
muchos de ellos poseedores de feudos, de haberlos engañado
y hecho traición. La acusación no carecía de cierta justicia.
Los sacrificios consentidos en el calor y entusiasmo
comunicativos de la memorable sesión del 4 de agosto,

111
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

habían dejado de ser gratos a muchos diputados. «Cambié en


pesar toda mi satisfacción del 4 de agosto», escribía el
párroco Barbotin, que añoraba sus diezmos y que pensaba, no
sin cierta angustia, en que desde aquella fecha pasaba a ser
funcionario que cobraría del Estado, ¡y de un Estado
dispuesto a declararse en bancarrota! Hubo muchos
Barbotines, aun entre los diputados del tercer estado, que
comenzaron a decir en voz baja «que habían hecho una
tontería». En las leyes complementarias que tuvieron por
objeto el regular las modalidades de la redención de los
derechos feudales campeaba un amplio espíritu reaccionario.
Visiblemente se esforzó la Asamblea en atenuar, en la
práctica, las tendencias de la gran medida que hubo de votar,
precisamente, a la luz siniestra de los incendios. Supuso que
los derechos feudales, en su conjunto, eran el resultado de
una transacción verificada en otros tiempos entre los
terratenientes y sus señores para consolidar la tenencia de
los fundos. Admitió, sin pruebas, que primitivamente el señor
había poseído de un modo especial el feudo y sus campesinos.
Y hasta llegó a dispensar a los señores de la prueba de que
tales convenciones, entre ellos y los que fueron sus siervos,
habían realmente existido. El goce de la posesión por espacio
de 40 años bastaba para legitimarla. En cambio, se obligó a
los censualistas a probar que no debían nada. ¡Y se
comprenderá cuan imposible resultaba esta prueba! En otro
orden de consideraciones, las modalidades de la redención se

112
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

establecieron de modo tal que los campesinos, aun de haberlo


querido, no hubieran podido someterse a ellas. Todos los
rústicos de un mismo feudo eran declarados solidarios en la
deuda debida al señor. «Ningún deudor que tenga obligaciones
solidarias se puede liberar de la deuda si todos sus
codeudores no pagan con él o él no paga por todos ellos.» Por
otra parte, la ley ordenaba que ninguna carga o deuda fija
pudiera ser redimida si no se abonaban al mismo tiempo los
derechos eventuales del fundo, es decir, sin satisfacer los
derechos que hubieran sido debidos en caso de mutación de
posesión ya por venta, ya por cualquiera otro motivo. Las
modalidades y obligaciones impuestas al rescate no
solamente mantenían indefinidamente el yugo feudal sobre
todos los campesinos sin recursos, sino que se convertían en
algo impracticable e imposible aun para aquellos que gozaran
de algunos posibles. En fin, la ley no obligaba al señor a
aceptar el rescate, no pudiendo, tampoco, constreñir al
campesino a que lo verificara. Se comprende, con todo lo
dicho, que un historiador, Doniol, haya podido preguntarse
si la Constituyente había querido sinceramente la abolición
del régimen feudal. «La forma señorial –dice– desaparecía;
pero los efectos de la feudalidad necesitarían gran espacio de
tiempo para dejarse de sentir; durarían por la dificultad de
sustraerse a ellos; se habían, pues, conservado los intereses
señoriales sin faltar, al menos en apariencia, a las promesas
y ofrecimientos hechos el día 4 de agosto.»

113
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Puede creerse que la Constituyente adoptó este hábil modo


de actuar como tranquilizadora norma de conducta; pero los
acontecimientos iban a demostrarle cuan errada andaba en
sus cálculos. Los campesinos comenzaron a celebrar
reuniones y a enviar a París peticiones vehementes en contra
de los decretos y, en la confianza de que habría de hacerse
justicia en sus demandas, cesaron, en más de un cantón, de
abonar los censos que eran mantenidos en la legislación que
regulaba la materia. Su resistencia esporádica duró tres años.
Las agitaciones y algaradas que tal resistencia engendró han
permitido a Taine pintar a la Francia de tal época como en
rumbo a la anarquía. Confesemos que si hubo anarquía, la
Asamblea fue la mayor responsable de ella por no hacer nada
en el sentido de dar satisfacción a las legítimas
reivindicaciones de los campesinos. Hasta en sus momentos
postreros mantuvo su legislación de clases. Gracias a las
guardias nacionales de las poblaciones, en su mayoría
burguesas, y gracias, también, a la falta de unión de los
campesinos, pudo lograrse que los tumultos no degeneraran
en una insurrección general como la de julio de 1789; pero
ni un solo día pudo conseguir la Asamblea que reinara en el
país tranquilidad absoluta. Las municipalidades campesinas
y las de las pequeñas poblaciones prestaban de evidente mala
gana auxilio a los agentes centrales de la ley cuando se
trataba de estas materias. Muchos de estos agentes dejaron
de exigir los censos feudales debidos por los campesinos si se

114
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

referían a dominios eclesiásticos, los cuales habían sido


confiscados por la nación. «Con esta manera de proceder –
dice Jaurès– los funcionarios crearon un formidable
precedente, una especie de jurisprudencia, en el sentido de
la completa abolición, que los campesinos se apropiaron
rápidamente y trataron de aplicar a los censos debidos por
ellos a los señores laicos.» Es cierto que allí en donde la alta
burguesía dominaba, como en Cher y en el Indre, las rentas
feudales continuaron exigiéndose y haciéndose efectivas. Y
aun tal vez pueda afirmarse que este hecho fue el más general
y corriente. La Administración de Dominios se mostró
inexorable en hacer efectivos los derechos señoriales que
pertenecían a la nación.

La abolición total de las últimas rentas feudales no se operará


sino progresivamente: primero, por los votos de la
Legislativa, luego de la declaración de la guerra a Austria el
y derrumbamiento de la realeza; después, por los votos de la
Convención, consumada la caída de la Gironda.

115
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO VI

LAFAYETTE DUEÑO DE LA SITUACIÓN

Las jerarquías sociales son más sólidas que las jerarquías


legales. Los mismos burgueses que habían hecho la
Revolución para equipararse a los nobles, continuaron
durante mucho tiempo escogiendo a nobles para guías y jefes.
El marqués de La Fayette será su ídolo durante casi todo el
tiempo de duración de la Constituyente.

Poseedor de una gran fortuna, de la que usaba


generosamente, muy apasionado por la popularidad, joven y
seductor, La Fayette se creía predestinado a representar en
la Revolución de Francia el mismo papel que su amigo
Washington había ostentado en la Revolución de América.
Fue el primero en reclamar la convocatoria de los Estados
Generales en la Asamblea de Notables reunida por Calonne.
Su casa había sido el centro de resistencia a la corte en los
tiempos en que los parlamentarios y los patriotas luchaban
juntos contra los edictos de Brienne y Lamoignon. Luis XVI
le había privado del mando que ejercía en el Ejército, como
castigo por haber inspirado la protesta de la asamblea
provincial de Auvernia. Tan pronto como se verificó la
reunión de los tres órdenes, se apresuró a depositar en la
mesa de la Constituyente un proyecto de Declaración de
Derechos, imitación de la declaración americana. El 8 de
julio pidió, con Mirabeau, el alejamiento de las tropas. El 13

116
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

del mismo mes la Asamblea lo elevó a su vicepresidencia. Dos


días más tarde el Comité Permanente parisiense, a propuesta
del distrito de las Hijas de Santo Tomás, inspirado por
Brissot, le nombraba comandante de la Guardia Nacional
recientemente formada. Tenía, pues, en su mano la única
fuerza con la que podía contarse en tiempos de la Revolución:
la fuerza revolucionaria. Para aumentar su poderío y eficacia
tuvo cuidado de unir a las compañías burguesas otras sujetas
a soldada y vida de cuartel, en las que entraron los antiguos
guardias franceses. El orden tenía en él su punto de apoyo y
como consecuencia de ello dependían de él, en cierto modo,
la suerte de la Asamblea y la de la monarquía. De momento
su ambición se limitaba a hacer sentir que era el hombre
necesario y a ser el mediador o intermediario entre el rey, la
Asamblea y el pueblo.

Luis XVI, que le temía, le trataba con consideración.


Creyendo que le agradaba con ello, el 4 de agosto llevó al
Ministerio a tres hombres que le eran adictos: los dos
arzobispos de Burdeos y de Vienne, Champion de Cicé y
Lefranc de Pompignan, y al conde de SaintPriest, este último
muy especialmente ligado con La Fayette, a quien tenía al
corriente de cuanto ocurría en el Consejo. «La elección que
he hecho en vuestra misma Asamblea –escribía a los
diputados Luis XVI– os anuncia el deseo que tengo de
mantener con ella la más amistosa y confiada armonía.»
Parecía ser que, conforme a los deseos de La Fayette,

117
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

comenzaba la experiencia del gobierno parlamentario. Lo


esencial para ello era reunir en la Asamblea una mayoría
unida y adicta, y a conseguirlo dedicó La Fayette sus mayores
esfuerzos. Pero no siendo orador y viéndose obligado, por
razón de su cargo, a permanecer frecuentemente en París,
hubo de verse reducido a actuar entre bastidores y valiéndose
de sus amigos, de los que eran los más íntimos Lally Tollendal
y La Tour Maubourg, hombres, uno y otro de segunda fila.

Desde que comenzó la discusión de la Declaración de


Derechos, se hicieron ostensibles los signos y diferencias que
iban a dividir al partido de los patriotas. Los moderados,
como el antiguo intendente de Marina Malouet y como el
obispo de Langres, La Luzerne, asustados por los desórdenes
que se sucedían, estimaban la Declaración inútil cuando no
peligrosa. Otros, como el jansenista Camus, antiguo abogado
del clero y el abate Grégoire, antiguo párroco de
Embermesnil, en Lorena, deseaban que, por lo menos, se
completase con una Declaración de deberes. La mayoría, una
mayoría de sólo 140 votos, arrastrada por Barnave, fue más
lejos y aceptó la Declaración tal y como había sido formulada.
La Declaración fue, a la vez, la condenación implícita de los
antiguos abusos y el catecismo filosófico del orden nuevo.
Nacida al calor de la lucha, garantizaba «la resistencia a la
opresión», o sea, y dicho de otra manera, justificaba la
revuelta que acababa de triunfar, sin temor a legalizar por
adelantado otras posibles posteriores revueltas. Proclamó los

118
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

derechos naturales e imprescriptibles: libertad, igualdad,


propiedad, voto y control del impuesto y de la ley, jurado,
etc. Olvidó el derecho de asociación por odio a las órdenes y
a las corporaciones. Colocó la majestad del pueblo en el lugar
de la majestad del rey, y el magisterio de la ley en el sitio que
antes había ocupado la arbitrariedad.

Obra de la burguesía, lleva impresa su marca. Proclama la


igualdad, pero una igualdad restringida, subordinada a «la
utilidad social». Reconoce formalmente la igualdad ante la
ley y el impuesto, y la admisibilidad de todos a los empleos
públicos según su capacidad; pero olvida que las capacidades
están, casi siempre, en función de la riqueza y ésta misma en
función del nacimiento por el derecho de herencia. La
propiedad se proclama derecho imprescriptible, sin cuidarse
de los que no la tienen y sin, por lo visto, referirse a las
propiedades eclesiástica y feudal, de las que una parte
acababa de ser confiscada o suprimida.

En fin, la Declaración es obra de un tiempo en el que la


religión aparece aún como indispensable para la sociedad.
Ella misma se coloca bajo los auspicios del Ser Supremo. No
otorga a los cultos disidentes sino una simple tolerancia
encuadrada en los límites de orden público establecidos por
la ley. El Correo de Provenza, periódico de Mirabeau, protesta
de ello con toda indignación: «No podemos disimular nuestro
dolor –escribía– porque la Asamblea Nacional, en lugar de

119
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ahogar el germen de la intolerancia, lo haya colocado como


reserva en una Declaración de los derechos del hombre. En
lugar de pronunciar sin equívoco alguno la libertad religiosa,
ha declarado que la manifestación de las opiniones de este
género podía ser disminuida, que el orden público podía
oponerse a esta libertad, que la ley podía restringirla.
Aparecen los mismos principios falsos, peligrosos e
intolerantes en que los Domingos y los Torquemadas han
apoyado sus sanguinarias teorías.» El catolicismo seguía
ostentando el carácter de religión dominante. Sólo él tenía
derecho a figurar en el presupuesto nacional. Sólo él podía
ocupar la calle con sus ceremonias. Los protestantes y los
judíos habían de contentarse con un culto privado, casi
subrepticio. Los judíos del Este, considerados como
extranjeros, sólo se equipararon a los demás franceses el 27
de septiembre de 1791 cuando la Asamblea iba ya a dar por
terminada su misión y existencia. De igual manera que no
otorgaba la libertad religiosa, completa y sin reservas, la
Declaración tampoco concedía la libertad de escribir sin
limitaciones. Subordinaba la libertad de la prensa a los
caprichos del legislador. Así y todo, la Declaración de
Derechos fue una página magnífica de Derecho público; la
fuente de todos los progresos políticos que se realizaron en
el mundo durante el siglo siguiente. No es en relación con el
futuro como debe juzgarse, sino en consideración al pasado.

120
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Los debates acerca de la Constitución comenzaron tan


pronto como fue votada la Declaración de Derechos, que vino
a ser como el preámbulo de la misma. En las discusiones
consiguientes se acentuaron las divisiones y se hicieron
irreducibles. Los ponentes de la Comisión de Constitución,
Mounier y Lally Tollendal, propusieron la creación de una
cámara alta al lado de la popular y que se otorgara al rey el
veto absoluto sobre las deliberaciones de ambas cámaras. Les
animaba un sentimiento de conservación social. Mounier
había expresado el temor de que la supresión de la propiedad
feudal constituiría un rudo golpe para toda clase de
propiedad. Para reprimir la revuelta campesina y defender el
orden, quería conceder al poder ejecutivo, es decir, al rey, la
fuerza para ello precisa. Ésta era también la tendencia de
Necker y la del ministro de Justicia Champion de Cicé.
Aconsejaron éstos al rey aplazara el conceder su aceptación
a los decretos del 4 de agosto y días siguientes, y le hicieron
firmar un mensaje en que dichas medidas eran extensas y
minuciosamente criticadas. Valía ello tanto como volver a
poner en debate toda la obra de pacificación emprendida
después del llamado Gran Terror. Era aventurarse a reanimar
el incendio apenas extinguido. Era procurar a la feudalidad la
esperanza de una revancha. El veto absoluto, facultad
arbitraria contra la voluntad general, como la llamó Sieyès,
colocaba a la Revolución a merced del juego de intrigas de la
corte. En cuanto al Senado, sería el refugio y la ciudadela de

121
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la aristocracia, sobre todo si el rey lo formaba a su gusto y


capricho.

El club de los Diputados Bretones, que, poco a poco, había


aumentado por la unión a él de los representantes más
enérgicos de las otras provincias, decidió oponerse a toda
costa al plan de los moderados. Chapelier organizó la
resistencia de Bretaña. Bennes envió una petición
amenazadora en contra del veto. Mirabeau, que congregaba a
su alrededor a toda una turba de escritores y publicistas,
agitó a los diversos distritos parisienses. El Palacio Real
prorrumpió en denuestos y amenazas. El 30 y el 31 de agosto,
SaintHuruge y Camille Desmoulins intentaron empujar a los
habitantes de París hacia Versalles para exigir la inmediata
sanción de los decretos del 4 de agosto, protestar contra el
veto y la segunda cámara, y hacer que el rey y la Asamblea
se trasladasen a París para así sustraerlos de la seducción de
los aristócratas. Costó gran trabajo a la Guardia Nacional el
contener la agitación.

La Fayette, cuyo arbitraje solicitaban ambos partidos,


intentó buscar términos de conciliación y concordia.
Teniendo amigos en uno y otro bando, reunió en su casa y en
la del embajador americano Jefferson a los más notables de
ellos. De un lado asistieron Mounier, Lally y Bergasse; del
otro, Adrien Duport, Alexandre y Charles Lameth y Barnave.
Les propuso el sustituir el veto absoluto del rey por un veto

122
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

suspensivo por solas dos legislaturas, reservar para la cámara


popular la iniciativa de las leyes y limitar, en fin, a un año
solamente el veto de la cámara alta sobre las decisiones de la
cámara baja. No hubo acuerdo. Mounier quería una cámara
alta hereditaria o por lo menos vitalicia. La Fayette propuso
que fuera elegida cada seis años por las asambleas
provinciales. En cuanto al triunvirato Lameth, Duport y
Barnave, no aceptó aprecio alguno por la segunda cámara,
temiendo dividir el poder legislativo, que valía tanto como
debilitarlo, y sospechando pudiera reconstituirse con otro
nombre la alta nobleza. No olvidaban sus componentes el que
en Inglaterra los lores eran siempre adictos al rey. Se
separaron llenos de odios. Barnave rompió con Mounier, del
que hasta entonces había sido lugarteniente. «He
desagradado a ambas partes –escribía La Fayette a Maubourg–
y sólo he cosechado lamentos inútiles e incidentes
desagradables que me molestan.» Se imaginó que los Lameth,
militares y nobles como él, le envidiaban y buscaban el modo
de suplantarlo en la jefatura de la Guardia Nacional. Creyó
que los alborotadores de París habían obrado por cuenta
encubierta del duque de Orleáns, del que los facciosos –así
llamaba siempre en privado a los diputados bretones– no
habían sido sino instrumentos.

La segunda cámara fue rechazada por la Asamblea, el día 10


de septiembre, por la enorme mayoría de 849 votos contra
89 y 122 abstenciones. Los nobles provincianos habían unido

123
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sus votos a los del tercer estado y a los del bajo clero por
desconfianza a la alta nobleza. Al día siguiente se concedió
al rey el veto suspensivo por dos legislaturas, es decir, casi
por cuatro años, por una mayoría de 673 votos contra 325.
Barnave y Mirabeau habían cooperado con su voto. El
primero porque había celebrado una conferencia con Necker,
y éste le había ofrecido serían sancionados los decretos del 4
de agosto; el segundo porque no quería cerrarse la puerta de
acceso al Ministerio. Robespierre, Pétion, Buzot y Prieur de
la Marne persistieron hasta el final en una oposición
irreducible. Prestado el voto, Necker no pudo mantener la
promesa hecha a Barnave. El rey, con diversos pretextos,
continuó eludiendo la sanción de los decretos del 4 de agosto
y la de la Declaración de Derechos. Los «bretones se creyeron
burlados y la agitación renació más activa que nunca». A
pesar de su palmaria derrota en el asunto de la segunda
cámara, el partido de Mounier se fortificaba constantemente.
Desde finales de agosto se había coligado con buena parte de
los elementos de la derecha. Se designó un Comité,
compuesto de 32 miembros, en el que figuraban Maury,
Cazalès, de Esprémesnil y Montlosier, al lado de Mounier,
Bergasse, Malouet, Bonnal, Virieu y ClermontTonnerre, para
que dirigiera la resistencia del grupo. Esta comisión solicitó
del rey que el Gobierno y la Asamblea se trasladasen a
Soissons o a Compiègne, para así colocarlos al abrigo de las
asechanzas del Palacio Real. Montmorin y Necker apoyaron

124
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la demanda. Pero el rey, que poseía un cierto valor pasivo,


consideraba como una vergüenza el alejarse de Versalles. Lo
único que, a fines de septiembre, concedió a los monárquicos
fue el hacer venir a la residencia real a algunas fuerzas de
caballería y de infantería, y entre ellas el regimiento de
Flandes.

Esta concentración de tropas pareció una provocación a los


elementos izquierdistas. El propio La Fayette se creyó en el
caso de formular observaciones, extrañándose de no haber
sido consultado antes de tomar una medida que podía
reavivar la agitación parisiense. La capital se encontraba
falta de pan. Se formaban colas en los establecimientos
encargados de su venta, en las que, a veces, se entablaban
verdaderos combates para mejorar de puesto. Los artesanos
comenzaron a sentir las consecuencias de la marcha de los
nobles al extranjero. Obreros, peluqueros, zapateros y
sastres, víctimas de la falta de trabajo, celebraban reuniones
para demandarlo o para que se les aumentasen los salarios.
Las comisiones peticionarias se sucedían en el
Ayuntamiento. Marat, que acababa de lanzar su Amigo del
Pueblo, y Loustalot, que redactaba las Revoluciones de París,
soplaban sobre el fuego. Los distritos, el Ayuntamiento,
reclamaron, al igual que La Fayette, el alejamiento de las
tropas. Los diputados «bretones» Chapelier, Barnave,
Alexander Lameth y Duport, dirigieron la misma petición al
ministro del Interior SaintPriest. Los antiguos guardias

125
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

franceses comenzaron a manifestar sus intenciones de


trasladarse a Versalles para volver a ocupar sus puestos en la
guardia del rey. La Fayette no cesaba de formular avisos
alarmantes.

No obstante cuanto ocurría, los ministros y los monárquicos


se creían dueños de la situación porque la Asamblea acababa
de elevar a su sillón presidencial al propio Mounier, dando al
olvido, los que en tal signo se fundaban, que, en tiempos de
revolución, el poder parlamentario puede poco cuando le
falta la fuerza popular. Y la opinión pública lo que hacía era
insurreccionarse, y La Fayette, que mandaba las bayonetas,
comenzaba a mostrarse mohíno. Para calmarlo y atraérselo,
el ministro de Negocios Extranjeros, Montmorin, le hizo
ofrecer la espada de condestable y aun el título de
lugarteniente general. Rehusó desdeñosamente, y añadió: «Si
el rey teme una sedición, que se reintegre a París y no dude
que se encontrará seguro entre la Guardia Nacional».

Una última imprudencia provocó la explosión. El día 1.º de


octubre, los guardias de corps ofrecieron al regimiento de
Flandes un banquete de bienvenida en la sala de la Ópera del
castillo. El rey y la reina, ésta llevando en sus brazos al
Delfín, acudieron a saludar a los comensales, atacando la
orquesta a su entrada en el local las notas del pasaje musical
de Grétry que dice: «¡Oh, Ricardo! ¡Oh, mi rey, el universo te
abandona!» Los asistentes al acto, excitados por la música y

126
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

las libaciones, prorrumpieron en aclamaciones delirantes, y


muchos de ellos arrojaron al suelo la escarapela nacional,
colocando en su lugar la escarapela blanca, y la mayoría la
negra, símbolo ésta de la reina. Adrede se suprimieron en los
brindis las frases acostumbradas para desear la salud de la
nación.

El día 3 de octubre, El Correo de Gorsas relató en París lo


ocurrido en Versalles en el banquete de referencia. El Palacio
Real se indignó con la lectura. El domingo 4 de octubre, la
Crónica de París y el Amigo del Pueblo denunciaron el
complot aristócrata, cuyo manifiesto fin era derrocar la
Constitución antes siquiera de que estuviera acabada. La
reiterada negativa del rey a sancionar las medidas adoptadas
el día 4 de agosto y los artículos constitucionales ya
aprobados atestiguaban la realidad del complot aun mejor
que el banquete en el que la nación había sido
menospreciada. Marat invitó a los diversos distritos a que
empuñasen las armas y a que, retirando los cañones de la
Casa Consistorial, se dirigieran con ellos sobre Versalles. Las
secciones se reunieron y enviaron diputaciones al municipio.
A propuesta de Danton, la sección de los Franciscanos
solicitó del municipio se ordenase a La Fayette marchara el
día siguiente, lunes, para demandar de la Asamblea y del rey
el alejamiento de las tropas concentradas. El día 5 de octubre
una multitud de mujeres de todas condiciones forzó la
entrada del Ayuntamiento, mal defendida por guardias

127
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

nacionales que simpatizaban con el movimiento. El portero


de estrados Maillard, uno de los vencedores de la Bastilla, se
puso a su cabeza y condujo a las mujeres a Versalles, adonde
llegaron al mediodía. A su vez, y unas horas más tarde,
comenzó a dar muestras de agitación la Guardia Nacional.
Los granaderos intimidaron a La Fayette para que marchara
también a Versalles, llegando el general a verse amenazado
con ser colgado de una farola, y ante tal actitud se hizo
autorizar por el municipio para obedecer a los deseos
populares. Partió, según dijo, porque temía que la revuelta,
si se hacía sin contar con él, cediera en beneficio del duque
de Orleáns. Llegó a Versalles por la noche.

Ni la corte ni los ministros esperaban la irrupción. El rey


estaba de caza. El ala izquierda de la Asamblea sí parecía
estar al corriente de lo que iba a ocurrir. Precisamente en la
mañana del 5 de octubre se entabló en la Asamblea un vivo
debate acerca de una nueva negativa opuesta por el rey a la
sanción de los decretos. Robespierre y Barère habían
declarado en el curso de la discusión que el rey no tenía
derecho a oponerse a la Constitución, porque el poder
constituyente estaba por encima de la realeza. El rey, cuya
existencia podía, en cierto modo, decirse había sido
nuevamente creada por la Constitución, no podía usar del
derecho de veto sino con relación a las leyes ordinarias, ya
que las leyes constitucionales, por su misma definición, no
estaban sometidas en modo alguno a su voluntad y, por lo

128
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

tanto, no era sancionarlas lo que debía hacer, sino aceptarlas


pura y simplemente. La Asamblea hizo suya esta tesis,
consecuencia inmediata del Contrato social, y, a propuesta
de Mirabeau y de Prieur de la Marne, decidió que su
presidente Mounier formulase seguidamente al rey la
exigencia de la inmediata aceptación. Así marchaban las
cosas cuando una delegación de las mujeres de París
compareció en la barra de la Asamblea. Su orador, el ujier
Maillard, se quejó de la carestía de los víveres y de las
maniobras de los especuladores, pasando luego a ocuparse
del ultraje hecho a la escarapela nacional. Robespierre apoyó
las pretensiones de Maillard, y la Asamblea decidió enviar al
rey una diputación para hacerle presente las quejas de los
habitantes de París.

En el ínterin, ante el castillo, se habían producido algunas


reyertas entre la Guardia Nacional de Versalles y los guardias
de corps. El regimiento de Flandes, colocado en orden de
batalla en la plaza de armas, mostraba, por su actitud, que no
haría armas en contra de los manifestantes, y aun comenzó
a fraternizar con ellos.

El rey, vuelto al fin de su cacería, celebró Consejo.


SaintPriest, portavoz de los monárquicos, opinó que el rey
debía retirarse a Ruán antes que dar su sanción a los decretos
por la presión de la violencia. Diéronse órdenes para hacer
los preparativos de marcha. Pero Necker y Montmorin

129
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

lograron que se volviese de la decisión tomada. Hicieron


presente que el Tesoro se encontraba vacío y que la crisis y
penuria reinantes le ponían en condiciones de no poder
proveer a una concentración de fuerzas por menguada que
ella fuera. Añadieron, también, que la partida del rey dejaría
el campo libre al duque de Orleáns. Luis XVI se rindió a sus
razones y, con la muerte en el alma, sancionó los decretos.
La Fayette llegó con la Guardia Nacional parisiense a eso de
la medianoche y se trasladó seguidamente a la residencia real
para ofrecerle sus servicios y sus condolencias, más o menos
sinceras, por lo ocurrido. La guardia exterior del castillo fue
confiada a la Guardia Nacional de París, y la interior, a los
guardias de corps. Al amanecer del día 6, y en tanto que La
Fayette descansaba, una multitud parisiense penetró en el
castillo por una puerta mal guardada. Un guardia de corps la
quiso rechazar. Hizo fuego. Un hombre cayó, víctima de la
descarga en el patio de mármol. Entonces la muchedumbre
se abalanzó sobre los guardias de corps, que se vieron
arrollados y precisados a concentrarse en sus cuerpos de
guardia. Los patios y las escaleras fueron invadidos. La reina,
apenas vestida, se vio obligada a huir desde sus habitaciones
a las del rey. Muchos guardias de corps perecieron en la
refriega y sus cabezas fueron colocadas en las puntas de las
picas. Para que la matanza diese fin, el rey se vio precisado a
presentarse con la reina, el Delfín y La Fayette en el balcón
del patio de mármol. Se le acogió con el grito de «¡El Rey a

130
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

París!» Prometió que se trasladaría a la capital, y aquella


misma noche durmió en las Tullerías. La Asamblea se declaró
inseparable del rey y, algunos días más tarde, marchó
también a establecerse en París.

El cambio de residencia tenía aún más importancia que la


toma de la Bastilla. Desde el momento en que se verificó, el
rey y la Asamblea están bajo la férula de La Fayette y del
pueblo de París. La Revolución estaba asegurada. La
Constitución, «aceptada», aunque no «sancionada», quedaba
fuera del arbitrio real. Los monárquicos, que desde la noche
del 4 de agosto habían estado organizando su resistencia,
eran los vencidos de la jornada. Su jefe, Mounier, abandonó
la presidencia de la Asamblea y se trasladó al Delfinado para
intentar sublevarlo. Encontró sólo frialdad cuando no
hostilidad manifiesta. Desengañado, se trasladó bien pronto
al extranjero. Sus amigos, tales como Lally Tollendal y
Bergasse, tampoco obtuvieron éxito en sus intentos de agitar
al país en contra del golpe de fuerza parisiense, y una nueva
emigración, compuesta ahora por hombres que al principio
habían contribuido a la Revolución, se unió a la primera, sin,
desde luego, confundirse con ella.

La Fayette maniobró con gran habilidad para recoger los


beneficios de una jornada en la que, al menos en apariencia,
no había participado sino hurtando el cuerpo. A su
instigación, el municipio y las secciones multiplicaron,

131
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

siguiendo las instrucciones que recibían, las manifestaciones


de fidelidad monárquica. Las escenas de horror de la mañana
del 6 de octubre se declararon reprobables y se mandó abrir
un sumario en contra de sus autores. El tribunal del Châtelet,
que fue el encargado de su instrucción, lo prolongó cuanto
pudo y trató de hacer derivar las responsabilidades hacia el
lado del duque de Orleáns y de Mirabeau, ambos rivales de La
Fayette. Un agente de este último, el patriota Gonchon,
organizó el 7 de octubre una manifestación de mujeres de los
mercados centrales de París, que, dirigiéndose a las Tullerías,
aclamó al rey y a la reina y solicitó de ellos el que
definitivamente fijaran su residencia en París. María
Antonieta, que desde hacía mucho tiempo había perdido la
costumbre de oír gritar: «¡Viva la Reina!», se conmovió hasta
el punto de derramar lágrimas, y aquella misma noche
expresó ingenuamente su alegría en una carta que escribió a
su confidente y mentor, el embajador de Austria,
MercyArgenteau. Se dio a la prensa la consigna de repetir,
cuantas veces pudiera, que el rey permanecía en París
voluntaria y libremente. Se tomaron medidas contra los
«libelistas», es decir, contra los publicistas independientes.
El día 8 de octubre se libró un mandamiento de prisión en
contra de Marat. Después de la muerte del panadero
François, asesinado por la multitud por haber negado pan a
una mujer, la Asamblea votó, el 21 de octubre, la aplicación
de la ley marcial a las multitudes revoltosas.

132
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La Fayette se mostró diligentísimo en todo cuanto afectase


al matrimonio real. Le aseguró que la revuelta se había
producido a su pesar y en su contra por los «facciosos», que
fue designando, pronunciando el nombre del duque de
Orleáns como jefe de ellos. Intimidó a éste, y en el curso de
una entrevista que con él tuvo, el día 7 de octubre, en casa
de la marquesa de Coigny, obtuvo del débil príncipe la
promesa de que abandonaría Francia a pretexto de una
misión diplomática en Inglaterra. El duque, luego de algunas
excitaciones, partió para Londres a mediados de octubre. Su
huida le hizo desmerecer en el concepto público. Dejó de ser
tomado en serio aun por sus propios amigos. «Se afirma que
soy de su partido –decía Mirabeau, quien ciertamente había
trabajado para que no se marchara–; pues yo afirmo que no le
querría ni aun para ayuda de cámara.»

Desembarazado, así, de su más peligroso rival, La Fayette


remitió al rey una Memoria en la que intentaba demostrarle
que sólo ventajas obtendría reconciliándose francamente con
la Revolución y rompiendo toda solidaridad con los
emigrados y con los partidarios del Antiguo Régimen. Una
democracia real, le decía, aumentaría el poder del monarca,
lejos de restringirlo. No tendría que luchar ya más ni contra
los Parlamentos ni contra los particularismos provinciales.
Podría ostentar su autoridad por el libre consentimiento de
sus súbditos. La supresión de las órdenes y de las
corporaciones se volvería en su provecho. Nada se

133
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

interpondría, desde entonces en adelante, entre su persona


y el pueblo francés. La Fayette añadía que sería el defensor
de la realeza en contra de los facciosos. Respondía del orden,
pero solicitaba, en cambio, una entera confianza.

Luis XVI no había renunciado a nada. Procedió arteramente


para ganar tiempo. Al mismo tiempo que mandaba a Madrid
a un agente secreto, el abate Fonbrune, para atraer a su causa
a su primo el Rey católico y para depositar en sus manos una
declaración que anulaba, por adelantado, cuanto pudiera
hacer y firmar por las presiones de los revolucionarios,
aceptó el ofrecimiento de La Fayette. Se propuso tomar y
seguir sus consejos y, para darle una prenda de su confianza,
le invistió, el día 10 de octubre, del mando de todas las tropas
regulares de París y de las que existieran en un radio de 15
leguas en torno a la capital. El conde de Estaing había
asegurado a la reina, el día 7 de octubre, que La Fayette le
había jurado que las atrocidades de la víspera habían hecho
de él un realista, y añadió de Estaing que La Fayette le había
rogado persuadiese al rey de que tuviera en él plena
confianza.

La Fayette guardaba rencor a ciertos ministros por no haber


seguido sus consejos antes de la revuelta. Se propuso
deshacerse de ellos. A mediados de octubre, y en casa de la
condesa de Aragón, celebró una entrevista con Mirabeau, a la
que estuvieron presentes los jefes de la izquierda Duport,

134
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Alexander Lameth, Barnave y Laborde. Se trataba de formar


un nuevo Ministerio en el que tendrían entrada amigos de La
Fayette, tales como Talon, teniente fiscal en el Châtelet, y
Semonville, consejero del Parlamento. El ministro de
Justicia, Champion de Cicé, dirigía la intriga. La Fayette
ofreció a Mirabeau 50.000 libras para ayudarle a pagar sus
deudas, y una embajada. Mirabeau aceptó el dinero y rehusó
la embajada. Quería ser ministro. Los tratos acabaron por
hacerse públicos, y la Asamblea, que despreciaba a Mirabeau
tanto como le temía, cortó por lo sano votando, el 7 de
noviembre, un decreto por el que, desde tal fecha, se prohibía
al rey el elegir los ministros de entre el seno de la misma. «Si
un genio elocuente –dijo Lanjuinais– puede arrastrar a la
Asamblea cuando se es igual a todos sus demás miembros,
¿qué ocurriría si se juntase a la elocuencia la autoridad de un
ministro?»

Irritado Mirabeau, se mezcló en una nueva intriga, y esta vez


con el conde de Provenza, hermano del rey. Se trataba, ahora,
de que Luis XVI abandonase a París, siendo protegida su
huida por un cuerpo de voluntarios realistas que se encargó
de reclutar el marqués de Favras. Pero éste fue denunciado
por dos de sus agentes, quienes contaron a La Fayette que se
había tomado el acuerdo de darle muerte, así como a Bailly.
Detenido Favras, se le encontró una carta que comprometía
a Monseñor. La Fayette, caballerosamente, se la devolvió a
su autor, y la existencia del documento no tuvo divulgación.

135
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Provenza leyó en el municipio un discurso, que le había


redactado Mirabeau, en el que desautorizaba a Favras. Éste
se dejó condenar a muerte, guardando silencio sobre las altas
complicidades. María Antonieta pensionó a su viuda.

Este complot abortado aumentó aún más la importancia de


La Fayette. El amo del Palacio, como le llamaba Mirabeau,
hizo presente al rey la conveniencia y necesidad de acabar,
por una determinación decisiva, con las esperanzas de los
aristócratas. Dócil, Luis XVI se presentó en la Asamblea el 4
de febrero de 1790 para dar lectura a un discurso que, por la
inspiración de La Fayette, le había redactado Necker. Declaró
que tanto él como la reina habían aceptado sin reserva alguna
el nuevo orden de cosas y que invitaba a todos los franceses
a hacer otro tanto. Entusiasmados, los diputados prestaron
juramento de ser fieles a la Nación, a la Ley y al Rey, y
decretaron que todos los funcionarios, los eclesiásticos
comprendidos, debían prestar también idéntico juramento.

Los emigrados se indignaron por la desaprobación de que les


hacía objeto el rey. El conde de Artois, refugiado en Turín, en
casa de su suegro el rey de Cerdeña, tenía corresponsales en
las provincias, por medio de los cuales se esforzaba en
provocar levantamientos. Poco creyente, no se había dado
cuenta del precioso apoyo que podía prestar a su causa el
sentimiento religioso, convenientemente explotado. Pero su
amigo el conde de Vaudreuil, que residía en Roma, se encargó

136
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de abrirle los ojos. «La quincena de Pascuas –le escribía el 20


de marzo de 1790– es un tiempo en el que los obispos y los
sacerdotes pueden obtener un gran resultado laborando para
conducir a la religión y a la fidelidad al rey a multitud de
personas inducidas a error y en él perseverantes. Espero que
comprenderán bien su interés y el de la cosa pública para no
despreciar estas circunstancias, y si se lograra unidad de
miras y de acción, el éxito me parece seguro.» El consejo fue
seguido. Una vasta sublevación se preparó en el Mediodía. La
existencia de un pequeño núcleo de protestantes al pie de los
Cévennes y en la campiña de Quercy, permitía presentar a
los revolucionarios como aliados o como agentes de los
heresiarcas. Se explotó el nombramiento, el 16 de marzo, del
pastor Rabaut de SaintÉtienne para la presidencia de la
Constituyente, y sobre todo la negativa, el 13 de abril, de la
Asamblea a reconocer al catolicismo como religión del
Estado. La derecha de la Asamblea hizo circular una
vehemente protesta. Un agente del conde de Artois, Froment,
puso en movimiento a las hermandades de penitentes. En
Montauban los vicarios generales ordenaron que, durante la
devoción de las Cuarenta Horas, se hicieran rogativas por la
religión en peligro. El municipio realista de esta población
escogió para proceder a los inventarios de las casas religiosas
suprimidas la fecha del 10 de mayo, que era día de rogativas.
Las mujeres se agruparon ante la iglesia de los Franciscanos.
Se entabló un combate, en el curso del cual los protestantes

137
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

obtuvieron desventajas. Muchos de ellos fueron muertos o


heridos; los demás, desarmados y obligados a pedir perdón de
rodillas sobre el ensangrentado suelo de las iglesias. Los
guardias nacionales de Toulouse y Burdeos acudieron para
restablecer el orden. En Nîmes los disturbios fueron aún más
graves. Las compañías realistas de la Guardia Nacional, los
cébets, o comedores de cebollas, enarbolaron primero la
escarapela blanca; después, una especie de bonete femenino
rojo. Hubo tumultos el 1.º de mayo. El 13 de junio Froment
ocupó, luego de un verdadero combate, un torreón de las
murallas y el convento de los Capuchinos. Los protestantes
y los patriotas llamaron en su auxilio a los campesinos de los
Cévennes. Agobiados por el número de sus enemigos, los
realistas fueron vencidos y asesinados. En los tres días que
duraron los sucesos perecieron cerca de 300 personas.

Aviñón, que se había sacudido el yugo del Papado,


constituido un Ayuntamiento revolucionario y pedido su
unión a Francia, fue, por aquellos tiempos, teatro de
sangrientas escenas. Los aristócratas, acusados de haber
ridiculizado a los nuevos magistrados, fueron declarados
absueltos por el tribunal que los juzgó; pero los patriotas se
opusieron a que fueran puestos en libertad. El 10 de junio,
las compañías de la Guardia Nacional afectas al Papado se
sublevaron y se apoderaron de un convento y del
Ayuntamiento. Pero los patriotas, reforzados por los
campesinos, penetraron en el palacio pontifical, lanzaron del

138
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Ayuntamiento a sus adversarios y se libraron a terribles


represalias.

El rey, que había condenado el ensayo de contrarrevolución


en el Mediodía, encontró en la derrota de ella un motivo más
para seguir el plan de conducta que La Fayette le había
expuesto en una nueva Memoria que hubo de remitirle el 10
de abril. Al pie de dicho documento puso el monarca de su
propio puño y letra: «Prometo al señor La Fayette la más
entera confianza en todas aquellas cuestiones que puedan
referirse al establecimiento de la Constitución, a mi legítima
autoridad, tal como ella se enuncia en la Memoria que
precede, y al retorno a la pública tranquilidad.» La Fayette se
había empeñado en emplear toda su notoria influencia en
fortificar lo que quedaba de la autoridad real. Por aquellos
días, Mirabeau, sirviéndose del conde de La Marck como
intermediario, ofrecía sus servicios al monarca para trabajar
en el mismo sentido. El 10 de mayo el rey lo tomó a su
devoción mediante 200.000 libras para pagar sus deudas,
6.000 libras por mes y la promesa de medio millón a la
terminación de la Asamblea Nacional. Luis XVI intentó
coligar a La Fayette y Mirabeau, y precisa confesar que hasta
cierto punto lo logró.

Mirabeau, sin duda alguna, envidiaba y despreciaba a La


Fayette; le hacía objeto de múltiples epigramas, le llamaba
Gil César y CromwellGrandisson, y hacía cuanto en su mano

139
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

estaba para lograr que el favor real fuera disminuyendo hacia


el general, puesta la mira en ver si se lo cercenaba y
conseguía suplantarlo; pero al mismo tiempo lo adulaba y le
hacía constantes promesas de colaboración. «Representad –
le escribía el 1.º de junio de 1790– en la corte el papel de
Richelieu para lograr así servir a la nación; obrando de tal
manera reharéis la monarquía, agrandando y consolidando
las libertades públicas. Pero Richelieu tenía su capuchino
José; tened, también, vos vuestra Eminencia gris, pues si no
lo hacéis os perderéis y nadie podrá salvaros. Vuestras
grandes cualidades tienen necesidad de mi impulsión; mi
impulsión tiene necesidad de vuestras grandes cualidades.» Y
el mismo día, en la primera nota que redactaba para la corte,
el cínico aventurero indicaba a ésta la marcha a seguir para
arruinar la popularidad de que gozaba el hombre del que él
no aspiraba a ser sino la Eminencia gris. Hay que advertir que
La Fayette no se forjó jamás ilusión alguna sobre la moralidad
de Mirabeau.

De todos modos, ambos se emplearon de concierto en


defender la prerrogativa real cuando se planteó ante la
Asamblea, en mayo de 1790, con ocasión de una ruptura
inmediata entre Inglaterra y España, el problema del derecho
a declarar la guerra y a hacer la paz. Protestaba España de la
toma de posesión por los ingleses de la bahía de Nootka, en
las costas del Pacífico, en lo que es hoy Colombia Británica.
Reclamaba la ayuda de Francia, invocando el Pacto de

140
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Familia. En tanto que la izquierda de la Cámara no quería ver


en el conflicto sino una intriga contrarrevolucionaria
destinada a mezclar a Francia en una guerra extranjera que
daría al rey el medio de resarcirse de su poder; en tanto que
Barnave, los dos Lameth, Robespierre, Volney y Pétion
clamaban contra las guerras dinásticas y la diplomacia
secreta, y pedían la revisión de todas las viejas alianzas,
reclamando para la representación nacional el derecho
exclusivo de declarar la guerra, de controlar la diplomacia y
de concluir los tratados. Mirabeau, La Fayette y todos sus
partidarios: ClermontTonnerre, Chapelier, Custine, el duque
del Châtelet, Dupont de Nemours, el conde de Sérent, Virieu
y Cazalès, exaltaban la fibra patriótica, denunciaban la
ambición inglesa y concluían afirmando que la diplomacia
debía ser dominio propio del rey. Argumentaron que las
asambleas eran muy numerosas y demasiado impresionables
para ser órganos de ejercicio de un derecho tan importante y
peligroso como el de hacer la guerra. Citaron en apoyo de su
opinión el ejemplo del Senado de Suecia y el de la Dieta de
Polonia, corrompidos por el oro extranjero; ensalzaron la
necesidad del secreto en estas materias, pusieron a todos en
guardia contra el peligro de aislar al rey de la nación y de
convertirlo en una figura sin prestigio, e hicieron notar, por
último, que, según la Constitución, ningún acto del poder
legislativo podía tener efectos plenos sin la sanción del rey.
Los oradores de la izquierda les contestaron que si el derecho

141
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de declarar la guerra y de hacer la paz continuaba siendo


ejercido por sólo el rey, «los caprichos de las queridas –fueron
frases de Aiguillon– y la ambición de los ministros,
decidirían, como antes, la suerte de la nación». Añadieron
que serían siempre de temer, de prevalecer el criterio
contrario, las guerras dinásticas, que el rey no era sino el
encargado por la nación de ejecutar su voluntad soberana y
que los representantes del país «tendrían, constantemente,
un interés directo y personal en evitar las guerras». Se
burlaron de los secretos de la diplomacia y negaron que
pudiera existir paridad alguna entre una asamblea elegida por
un sufragio amplio, como la de Francia, y las asambleas de
carácter feudal, como los citados Senado de Suecia y Dieta
de Polonia. Muchos atacaron con violencia al Pacto de
Familia y a la alianza austríaca, y recordaron los tristes
resultados de la Guerra de los Siete Años. Todos denunciaron
el peligro que el conflicto angloespañol podía entrañar para
la Revolución. Charles Lameth expresó su opinión del modo
siguiente: «Se quiere que los asignados no tengan valor, que
los bienes eclesiásticos no se vendan: ¡he aquí las verdaderas
causas de esta guerra!»

Durante este gran debate, París vivió en una intensa


agitación. Se voceó en las calles un libelo, inspirado por los
Lameth, y que se titulaba La gran traición del conde de
Mirabeau. La Fayette hizo rodear la sala de sesiones por
numerosas fuerzas. Mirabeau tomó pretexto de esta

142
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

fermentación para, el último día, dirigir a Barnave su famosa


réplica: «También a mí, y hace bien pocos días, se me quería
llevar en triunfo y, sin embargo, hoy se pregona en las calles
La gran traición del conde de Mirabeau. No tengo necesidad
de esta lección para recordar que es corta la distancia entre
el Capitolio y la roca Tarpeya. Pero el hombre que combate
por la razón y por la patria, no se da tan prontamente por
vencido. Que los que desde hace ocho días profetizan mi
opinión sin conocerla; que quienes calumnian en estos
momentos mi discurso sin haberlo comprendido, me acusen
de incensar a ídolos impotentes en los precisos instantes de
su caída o de ser un sometido a soldada de los que no he
cesado de combatir; que denuncien como un enemigo de la
Revolución a quien, tal vez, no le haya sido inútil, a quien no
encontró en ella su reputación y su nombre, aunque sí le deba
su seguridad; que ellos libren a los furores del pueblo
engañado al que, desde hace veinte años, combate todas las
opresiones y ha hablado, sin cesar, a los franceses de libertad,
de Constitución y de resistencia cuando sus viles
calumniadores vivían de todos los prejuicios dominantes:
todo ello ¿qué me importa? Estos golpes, de arriba y de abajo,
no me detendrán en mi camino; yo les diré a todos: contestad
si podéis, y en el ínterin calumniad cuanto os plazca». Esta
soberbia audacia tuvo buen éxito. Mirabeau ganó
sobradamente este día el dinero de la corte. La Asamblea,
subyugada por su genio oratorio, negó a Barnave la palabra

143
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

para que rectificase. Votó la prioridad para el proyecto de ley


presentado por Mirabeau y colmó de aplausos una breve
declaración de La Fayette. Pero en los momentos de irse
votando los artículos, la izquierda consiguió mayoría e
introdujo en ellos una serie de enmiendas que cambiaron
profundamente el sentido del decreto. El rey sólo conservó
el derecho de proponer la guerra y, en su caso, la paz. La
declaración definitiva la daría la Asamblea. En caso de
hostilidades inminentes, el rey venía obligado a dar a
conocer, sin excusa ni retraso, las causas y motivos de ellas.
Si las sesiones del cuerpo legislativo estuvieran en suspenso,
se reuniría seguidamente y se declararía en sesión
permanente. Los tratados de paz, de alianza o de comercio,
continuarían provisionalmente en vigor; pero una comisión
de la Asamblea, que recibió el nombre de Comisión
Diplomática, se nombró para revisarlos, ponerlos en armonía
con la Constitución y seguir entendiendo en los asuntos
exteriores. En fin, por un artículo especial, la Asamblea
declaró al mundo que «la nación francesa renunciaba a hacer
guerra alguna de conquista y jamás emplearía la fuerza
contra la libertad de los pueblos».

Los patriotas saludaron la votación del decreto como un


triunfo. «No tendremos ya guerra», escribía Thomas Lindet al
salir de la sesión. Lindet tenía razón. Por el decreto que acaba
de aprobarse, la dirección exclusiva de la política exterior
escapaba de las manos del rey. Desde aquel momento había

144
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de compartirla con la representación nacional. Pero si su


prerrogativa no había sufrido aún mayores cercenamientos,
lo debía a La Fayette y a Mirabeau. La gran fiesta de la
Federación, que presidió La Fayette, hizo ostensible de modo
bien patente la inmensa popularidad de que el general
gozaba; los federados le besaban las manos, el traje, las botas;
besaban, también, los arneses de su caballo y aun el propio
animal. Se fundieron medallas con la esfinge de La Fayette.

La ocasión era propicia para que Mirabeau excitase la envidia


del rey contra «el hombre único, el hombre de las provincias.»
Pero era el caso que Luis XVI y María Antonieta habían
recibido también las aclamaciones de los provinciales. La
prensa democrática anotó con pena que los gritos de «¡Viva
el Rey!» habían ahogado a los de «¡Viva la Asamblea!» y «¡Viva
la Nación!» Luis XVI escribió a la señora de Polignac: «Creedlo,
señora, no está todo perdido». El duque de Orleáns, que
expresamente había regresado de Londres para asistir a la
ceremonia, pasó inadvertido. Si el duque de Orleáns no era
ya de temer; si «todo no estaba perdido», era a La Fayette a
quien, en buena parte, se le debía. Sin duda que el rey
guardaba rencor al marqués por sus rebeliones pasadas y su
devoción presente hacia el régimen constitucional, y
esperaba que llegaría una fecha en la cual pudiera pasarse sin
sus servicios. Pero en tanto que llegaba, recurrió a él y lo hizo
tanto más voluntariamente cuanto que su agente secreto,
Fonbrune, que había mandado a Viena para sondear a su

145
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

cuñado el Emperador, le hizo presente, hacia mediados de


julio, que no podía contarse, por el momento, con el concurso
de las potencias extranjeras.

También, desde otro punto de vista, le resultaba


indispensable La Fayette, ya que era el único que podía
mantener el orden en su perturbado reino. El incorregible
conde de Artois intentó de nuevo, poco después de la
Federación, sublevar el Mediodía. Agentes suyos, clérigos,
como el canónigo de la Eastide, de la Mollette y el párroco
Claude Allier; nobles, como el alcalde de Berrias, Malbosc,
convocaron para el 17 de agosto de 1790, en el castillo de
Jalès, en los límites de los tres departamentos del Gard, del
Ardèche y del Lozère, a los guardias nacionales de su partido.
Veinte mil guardias nacionales realistas comparecieron en la
reunión ostentando la cruz como bandera. Antes de
separarse, los jefes que habían organizado esta amenazadora
demostración, formaron un Comité Central encargado de
coordinar sus esfuerzos. Lanzaron seguidamente un
manifiesto en el que declararon que «no depondrían las armas
sino luego de haber restablecido al rey en su gloria, al clero
en sus bienes, a la nobleza en sus honores y a los Parlamentos
en sus funciones antiguas». El campamento de Jalès
permaneció organizado durante bastantes meses. Realmente
no será disuelto sino cuando lo efectúe la fuerza pública en
febrero de 1791. La Asamblea envió tres comisarios para
pacificar la comarca.

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Más graves, tal vez, que los complots aristocráticos eran los
motines militares. Los oficiales, todos nobles y casi todos
aristócratas, no podían sufrir que sus soldados frecuentasen
los clubes y fraternizasen con los guardias nacionales, que
ellos despreciaban. Colmaron a los soldados patriotas de
castigos y de malos tratos. Los licenciaban de sus respectivos
cuerpos con «cartuchos amarillos», es decir, con notas
infamantes que les imposibilitaban el encontrar quien los
contratara para trabajar. Al mismo tiempo se entretenían en
tomar a chacota a los burgueses, y en provocarlos, diciendo
de ellos que, al usar el uniforme de guardias nacionales, se
disfrazaban de soldados. Los reclutas patriotas, sintiéndose
sostenidos por la opinión pública, se cansaron pronto de las
pesadas bromas de sus jefes, y tomaron a su vez la ofensiva.
Pidieron la liquidación de sus masitas, sobre las que los
oficiales ejercían una intervención no sujeta a control. Con
frecuencia las masitas no estaban en regla ni completas.
Desde luego, los encargados de la contabilidad de ellas se
aprovechaban de las mismas para atender a sus necesidades
personales. A las demandas de verificación se respondió por
el mando con castigos. Por todas partes surgieron motines.

En Tolón, el almirante de Albert impedía a los trabajadores


del puerto el enrolarse en la Guardia Nacional y el usar la
escarapela en el arsenal. Por este solo delito, el 30 de
noviembre de 1789, despidió a dos maestres de aparejo. Al
día siguiente los marineros y los obreros se amotinaron,

147
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sitiaron la residencia del almirante, con ayuda de los


guardias nacionales, y, por último, lo redujeron a prisión por
haber ordenado a las tropas regulares que disparasen contra
los insurgentes. Sólo se le puso en libertad ante la presión de
un decreto formal de la Asamblea. Trasladado a Prest, las
tripulaciones sujetas a su mando no tardaron sino bien pocos
meses en amotinarse a su vez.

En todas las guarniciones se produjeron hechos del mismo


género: en Lille, en Besançon, en Estrasburgo, en Hesdin, en
Perpiñán, en Grey, en Marsella, etc. Pero el motín más
sangriento fue aquel al que, en el mes de agosto de 1790,
sirvió de escenario Nancy. Los soldados de la guarnición,
particularmente los suizos del regimiento valdense de
Châteauvieux, reclamaron de sus oficiales la liquidación de
sus masitas, retenidas desde hacía muchos meses. En lugar
de atender en justicia a las fundamentadas reclamaciones de
sus soldados, los castigaron como a autores de faltas graves
contra la disciplina. Dos de ellos fueron «pasados por las
correas» y azotados de modo vergonzoso. La emoción fue
grande en la población, en la que el regimiento de
Châteauvieux era muy querido por haberse negado a tirar
sobre la multitud cuando la toma de la Bastilla. Los patriotas
y la Guardia Nacional de Nancy fueron en busca de las dos
víctimas, las pasearon procesionalmente por las calles de la
ciudad y obligaron a los oficiales culpables a entregar 100
luises a cada una de ellas en concepto de indemnización. Los

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

soldados investigaron la caja regimental y, encontrándola


medio vacía, empezaron a gritar que se les había robado. Los
otros regimientos de Nancy exigieron igualmente que se les
liquidasen sus haberes y enviaron delegaciones a la Asamblea
Nacional para exponer ante ella sus quejas y reclamaciones.

En los motines precedentes, La Fayette había manifestado


sus preferencias hacia los jefes y en contra de los soldados.
Llegó hasta intervenir con apremiantes cartas, dirigidas a los
diputados de su partido, a fin de que el conde de Albert,
principal responsable de las revueltas de Tolón, fuera no sólo
descartado del expediente mandado instruir, sino también
colmado de alabanzas y de flores. Esta vez resolvió –tales
fueron sus palabras– hacer un gran escarmiento. Al mismo
tiempo que hizo arrestar a los ocho soldados del Regimiento
Real que habían sido delegados para trasladarse a París,
consiguió de la Asamblea –el 18 de agosto– se aprobase un
decreto organizando una severa represión. Dos días más
tarde escribió al general Bouillé, que era primo suyo y que
mandaba en Metz, que se mostrase enérgico contra los
amotinados. En fin, hizo nombrar para que verificase las
cuentas regimentales de la guarnición de Nancy al señor
Malseigne, oficial de Besançon, considerado como «el hombre
más bravucón y decidido del ejército». Aunque los soldados
habían realizado actos de arrepentimiento a la llegada del
decreto de la Asamblea, Malseigne los trató como a
criminales. En el cuartel de los suizos, tiró de espada e hirió

149
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

a muchos de ellos. Después se refugió en Luneville,


manifestando que se había atentado contra su vida. Entonces
Bouillé reunió la guarnición de Metz, la aumentó, añadiendo
a ella un cierto número de guardias nacionales, y marchó
sobre Nancy. Se negó a parlamentar con una comisión que le
esperaba en las puertas de la ciudad, y ante una de éstas,
llamada de Stainville, tuvo lugar, el 31 de agosto, un terrible
combate en el que los suizos acabaron por ser vencidos. Una
veintena de ellos fue ahorcada y cuarenta y un individuos
sometidos a consejo de guerra, el que, sumarísimamente, los
condenó a galeras. Bouillé cerró el club de Nancy e hizo reinar
en toda la región un a modo de terror.

La matanza de Nancy, abiertamente aprobada por La Fayette


y la Asamblea, tuvo consecuencias graves. Dio ánimos a los
contrarrevolucionarios, que asomaron la cabeza por todas
partes. El rey felicitó a Bouillé, el 4 de septiembre de 1790,
dándole el siguiente consejo: «Cuidad vuestra popularidad;
tanto a mí como al reino nos puede ser muy útil. La considero
como áncora de salvación, que podrá servir un día para el
restablecimiento del orden.» La Guardia Nacional parisiense
celebró una fiesta fúnebre en el Campo de Marte en honor de
los muertos del ejército de Bouillé. Ceremonias análogas
tuvieron lugar en la mayor parte de las poblaciones.

En cambio, los demócratas, que estaban de corazón al lado


de los soldados reclamantes, protestaron, desde el primer

150
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

momento, contra la crueldad de la premeditada represión.


Los días 2 y 3 de septiembre tuvieron lugar en París
manifestaciones tumultuosas en favor de los suizos de
Châteauvieux. El joven periodista Loustalot, que los había
defendido, falleció rápidamente. Se dijo que había muerto a
causa del dolor que le causara la matanza de Nancy, por él
condenada en su último artículo, que fue publicado en
Revoluciones de París. La popularidad de La Fayette, que
había sido grandísima, tanto entre el pueblo como entre la
burguesía, comenzó a declinar. Durante un año «el héroe de
ambos mundos» fue el hombre que gozó de más consideración
en Francia, y ello por ser la persona que aseguraba a la
burguesía contra el doble peligro que la amenazaba: por la
derecha, los complots aristocráticos; por la izquierda, las
confusas aspiraciones de los proletarios. En esto estribaba el
secreto de su fuerza. La burguesía se puso bajo la protección
de este soldado porque él le garantizaba las conquistas de la
Revolución. No sentía ella repugnancias a la existencia de un
poder fuerte, en tanto que este poder se ejerciese en su
provecho. La autoridad que actuaba La Fayette era,
esencialmente, una autoridad moral libremente consentida.
El rey accedía a abandonarle su cetro, y la burguesía accedía
a obedecerle. El general se apoyó en el trono. Dispuso de
todos los destinos, tanto de aquellos que el pueblo debía
proveer cuanto de los que al rey estaba llamado a cubrir. Sus
recomendaciones cerca de los electores eran decisivas. Por

151
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

todo ello La Fayette tuvo una corte, o, hablando con más


propiedad, una clientela. No estaba falto de sentido político.
Aprendió en América el poder de los clubes y de la prensa, y
se dedicó a servirse de ambos elementos.

Después de las jornadas de octubre, el club de los Diputados


Bretones se había trasladado a París al mismo tiempo que la
Asamblea. Celebraba sus reuniones en la biblioteca del
convento de los Jacobinos de la calle de San Honorato,
situado a dos pasos del lugar en el que la Asamblea celebraba
las suyas. Se tituló Sociedad de los Amigos de la
Constitución. Admitía como miembros no sólo a los
diputados, sino también a los burgueses pudientes, quienes
eran admitidos mediante consentimiento en votación de los
socios ya existentes. En sus listas figuraban literatos y
publicistas, banqueros y negociantes, nobles y sacerdotes. El
duque de Chartres, hijo del duque de Orleáns, solicitó su
entrada en el club, y fue admitido como socio en el verano
del año 1790. La cuota de entrada era de doce libras, y la
anual, de veinticuatro, pagadas por trimestres. A fines de
1790 el número de miembros sobrepasaba el millar. Se
relacionaba con los demás clubes que se habían fundado en
casi todas las poblaciones y hasta en los arrabales y villas.
Les extendía títulos de filiales, les enviaba sus publicaciones,
les participaba lo que pudiéramos llamar el santo y seña y los
impregnaba de su espíritu. De tal modo, consiguió agrupar a
su alrededor a toda la parte militante y distinguida de la

152
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

burguesía revolucionaria. Camille Desmoulins, que formó


parte de él, define bastante bien su papel y actuación cuando
escribe: «No sólo es el gran inquisidor que espanta a los
aristócratas, sino que es también el gran fiscal que repara
todas las injusticias y viene en socorro de todos los
ciudadanos. Parece, en efecto, que el Club ejerce cerca de la
Asamblea las funciones del ministerio público. Al seno de los
Amigos de la Constitución llegan de todas partes las quejas
de los oprimidos, antes de comparecer ante la augusta
Asamblea. A las salas de los jacobinos afluyen sin cesar
diputaciones que acuden a felicitar al Club o a solicitar su
comunión, o a excitar su vigilancia, o a demandar el reparo
de los entuertos.» Así se expresaba el ardiente periodista el
14 de febrero de 1791. El Club no poseía, por aquel entonces,
órgano autorizado; pero las discusiones en él tenidas
encontraban eco en numerosos periódicos, tales como El
Correo, de Gorsas; los Anales Patrióticos, de Carra; el Patriota
Francés, de Prissot; las Revoluciones de París, de
Prudhomme, redactadas por Loustalot, Silvain Marechal,
Fabre de Églantine y Chaumette; las Revoluciones de Francia
y del Brabante, de Camille Desmoulins; El Diario Universal,
de Audouin, etcétera. Los jacobinos se convertían en una
potencia.

La Fayette se cuidó de no desdeñarlos. Se hizo inscribir entre


el número de sus miembros. Pero La Fayette no es orador y
siente que el Club se escapa de sus manos. Sus rivales los

153
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Lameth, grandes señores como él y mucho más elocuentes,


se habían creado una clientela en los jacobinos. Con ellos
forman: el dialéctico Adrien Duport, tan experto en ciencia
jurídica como hábil en intrigas parlamentarias, y el joven
Barnave, de elocuencia nerviosa, extensos conocimientos y
de espíritu pronto para la réplica. El inflexible Robespierre
logra, cada día, hacerse escuchar con más atención, porque
es el hombre del pueblo y porque su elocuencia, toda
sinceridad, sabe elevar los debates y desenmascarar a los
arteros. El filántropo abate Grégoire, el ardiente Buzot, el
solemne y vanidoso Pétion, el atrevido Dubois Grancé, el
enérgico Prieur de la Marne, aparecen a la izquierda de los
«triunviros», figurando largo tiempo como reserva de los
mismos.

Sin romper con los jacobinos, antes por el contrario


prodigándoles, en público, palabras amables, La Fayette,
ayudado por sus amigos el marqués de Condorcet y el abate
Sieyès, fundó la Sociedad de 1789, que era una academia
política y un salón, mejor que un club propiamente dicho.
Esta sociedad no admitía al público a sus sesiones, que se
celebraban en un fastuoso local del Palacio Real, en el que se
hubieron de instalar el 12 de mayo de 1790. La cotización,
más elevada que en los Jacobinos, alejaba a las gentes de
pocos posibles. El número de miembros se fijó en 600. Allí,
en comidas solemnes y en torno de La Fayette y Bailly, se
reunían los revolucionarios moderados, igualmente devotos

154
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

del rey que de la Constitución. Veíanse en el local


mencionado al abogado bretón Chapelier, acre y rudo, que el
año precedente había sido enemigo declarado de la corte,
pero que, decididamente, había cambiado de opinión, llevado
a ello por su amor al juego y a las mujeres; al propio Mirabeau;
al publicista Brissot, particularmente obligado a La Fayette y
a quien el banquero ginebrino Clavière, agente de Mirabeau,
había conducido a este afortunado medio; a André, antiguo
consejero del Parlamento de Aix, ducho en los negocios y con
real autoridad cerca del centro de la Asamblea; a algunos
otros diputados, tales como el duque de La Rochefoucauld y
su primo el duque de Liancourt; a los abogados Thouret y
Target, que tomaron parte activa e importante en la votación
de la Constitución; a los condes de Custine y de Castellane;
a Démeunier, Roederer y Dupont de Nemours; a financieros
como Boscary, Dufresne, SaintLéon, Huber y Lavoisier; a
literatos como los dos Chénier, Suard, de Pange y Lacretelle;
a obispos como Talleyrand. El equipo era, pues, numeroso y
no falto de talento. El club tenía como órgano propio un
periódico, el Diario de la Sociedad de 1789, que dirigía
Condorcet y que era más bien una revista. A más de esta
publicación, influía en buena parte de la gran prensa: el
Monitor, de Panckouke, el periódico más completo y el mejor
informado de aquella época; el Diario de París, vieja hoja
volandera que databa de los comienzos del reinado de Luis
XVI y que era leído por lo más selecto de la intelectualidad;

155
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la Crónica de París, de Millin y François Noël; el Amigo de los


Patriotas, que redactaban dos que hoy se llamarían
enchufistas –pues cobraban de la lista civil–, los diputados
Adrien Duquesnoy y Regnaud de SaintJeand’Angély. La
Fayette y Bailly sostuvieron, algo más tarde, para proveer a
la lucha de guerrillas contra las hojas de extrema izquierda,
periódicos efímeros y violentos, tales como El Amigo de la
Revolución o Las Filípicas, particularmente consagrado,
como el subtítulo indica, a la polémica con el duque de
Orleáns; la Hoja del Día, de Parisau; El Charlatán, El Canto
del Gallo, etc.

A la derecha del partido fayettista, el antiguo partido


monárquico se organizó con otro nombre. Stanislas de
ClermontTonnerre, que lo dirigía desde la marcha de
Mounier, fundó, en noviembre de 1790, el club de los Amigos
de la Constitución Monárquica, publicando un periódico del
que Fontanes fue el primer redactor. Celebraba sus reuniones
cerca del Palacio Real, en la calle de Chartres, en un local que
se llamaba el Panteón. Casi todos los diputados de la derecha
se encontraban allí, a excepción del elocuente abate Maury y
del cínico vizconde de Mirabeau, cuya aristocracia era
demasiado notoria. Los amigos de ClermontTonnerre,
Malouet, Cazalès, el abate de Montesquiou y Virieu, a quienes
no faltaban ni el talento ni la habilidad, trataban de alejar de
ellos el calificativo de reaccionarios. Se llamaban a sí mismos
los imparciales. Intentaron hacerse con fuerzas en los

156
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

arrabales distribuyendo a los pobres bonos de pan a precio


reducido; pero la empresa, bien pronto denunciada como
tentativa de corrupción, hubo de ser abandonada, y el círculo
monárquico, objeto de manifestaciones hostiles, hubo de
suspender sus sesiones en la primavera de 1791.

En cuanto a los aristócratas puros, a los que aplaudían al


abate Maury, se reunían primero en el convento de los
Capuchinos, después en el Salón Francés, dedicándose a
soñar en la contrarrevolución violenta. Toda la escala de las
opiniones realistas estaba representada por numerosas hojas
que la lista civil alimentaba: El Amigo del Rey, del abate
Royou, cuyo tono, generalmente serio, contrastaba con las
violencias del Diario General de la corte y de la Villa, de
Gauthier, y de la Gaceta de París, de Durozoy, y con las
difamaciones de las Actas de los Apóstoles, en las que
colaboraban Champcenetz y Rivarol.

Hasta el gran debate de mayo de 1790, sobre el derecho a


declarar la guerra y a concertar la paz, las relaciones entre el
club Sociedad de 1789 y los Jacobinos, es decir, entre
fayettistas y lamethistas, aparentaban una fingida
cordialidad que, luego de aquellos citados debates, supieron
aun revestirse con una reserva de buen gusto. Hombres como
Brissot y Roederer tenían un pie en cada uno de los campos
rivales. La Fayette se esforzaba, aún en el mes de julio, en la
conquista de algunos agitadores que él sabía asequibles al

157
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

dinero, tales como Danton, Mirabeau y Talon le servían de


intermediarios y Danton se contenía, a veces, en su actividad
revolucionaria. Pero si por ambas partes los jefes supremos
se reservaban cuanto podían, «los hijos perdidos» de ambos
bandos cambiaban algunos disparos.

Marat, cuya clarividencia política raramente sufrió eclipses,


fue el primero en atacar a «el divino Mottier» y al infame
Riquetti, al que denunciaba como vendido a la corte desde el
10 de agosto de 1790. Tal modo de proceder concitó en su
contra las malquerencias del poder, siendo su periódico
secuestrado por la policía y él sujeto a varias órdenes de
detención, de las que pudo librarse gracias a la protección
que le dispensó el distrito de los Cordeleros o Franciscanos.
Después de Marat, Loustalot y Fréron, éste en El Orador del
Pueblo, entraron en línea contra los fayettistas. Camille
Desmoulins no se decidió sino un poco más tarde, al revelar
a sus lectores que, en nombre de La Fayette y Bailly, se le
habían ofrecido 2.000 escudos si se prestaba a guardar
silencio. Todos los enredos y manejos del Ayuntamiento y del
Châtelet se hicieron del dominio público. Al principio tales
campañas sólo encontraron eco en la pequeña burguesía y
entre los artesanos, es decir, en esa clase que se comenzó a
designar con el nombre de «sin calzones» (sansculottes),
porque usaba pantalón. Robespierre era casi el único que, en
los Jacobinos y en la Asamblea, protestaba de las
persecuciones que se seguían, dedicándose a llevar a la

158
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

tribuna algunas de las campañas que parecían vitandas... Y


es que entre los jacobinos y los que pudiéramos llamar «los
hombres de 1789» no existían, al menos en los primeros
tiempos, divergencias doctrinales esenciales, sino más bien
rivalidades personales. La Fayette quiere vigorizar al poder
ejecutivo porque el poder ejecutivo es él mismo.

Los triunviros LamethDupontBarnave le acusan de sacrificar


los derechos de la nación, pero es porque aún no participan
de los favores ministeriales. Cuando la corte, un año más
tarde, reclame sus consejos, se dedicarán a adaptar en su
provecho las opiniones de La Fayette y a seguir la política
por él puesta en práctica. De momento, la mayoría de la
Asamblea pertenece a sus rivales, quienes, desde hace un
año, están casi exclusivamente en posesión de la presidencia
de la misma2.

Entre el 89 y los Jacobinos no hay, en suma, para separarlos


sino el grueso o espesor que representa el poder, es decir, la
distancia que puede mediar entre el ejercicio y la no posesión
del mismo: los unos son ministeriales, los otros aspiran a
serlo. Las cosas cambiaron cuando, en el otoño de 1790, el
rey, mudando de opinión, retiró su confianza a La Fayette.

2
Lista de los presidentes de la Asamblea a partir de las jornadas de octubre: Camus, 28 de octubre de 1789;
Thouret, 12 de noviembre; Boisgelin, 23 de noviembre; Montesquiou, 4 de enero de 1790; Target, 18 de
enero; Bureau de Puzy, 3 de febrero; Talleyrand, 18 de febrero; Montesquiou, 2 de marzo; Rabaut, 17 de
marzo; de Bonnai, 13 de abril; Virieu, 27 de abril; Thouret, 10 de mayo; Beaumetz, 27 de mayo; Sieyès, 6 de
junio; SaintFargeau, 27 de junio; de Bonnai, 5 de julio; Treilhard, 20 de julio; de André, 2 de agosto; Dupont
de Nemours, 16 de agosto; de Gessé, 30 de agosto; Bureau de Puzy, 13 de septiembre; de Emmery, 27 de
septiembre; Merlin de Douai, 11 de octubre; Barnave, 25 de octubre.

159
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Entonces los lamethistas resultaron los afortunados; las


ventajas del poder lloverán ahora en su campo. El 25 de
octubre de 1790 hicieron nombrar a Barnave presidente de
la Asamblea. Los periodistas de extrema izquierda se
felicitaron de esta elección considerándola como una victoria
de la democracia. Marat fue el único que no compartió sus
opiniones. Escribió sabiamente: «Riquetti no fue jamás a
nuestros ojos sino un tremendo satélite del despotismo. En
cuanto a Barnave y a los Lameth, tengo muy poca fe en su
civismo». Marat estaba en lo cierto. La idea democrática
nunca tuvo mayoría en la Constituyente. Ésta, hasta el fin,
fue una Asamblea burguesa y sobre un plano burgués es como
reconstruyó a Francia.

160
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO VII

LA RECONSTRUCCIÓN DE FRANCIA

Ninguna Asamblea de Francia, ni del mundo, mereció los


respetos de que gozó la llamada Constituyente, la que tuvo,
como efecto, el honor de «constituir» la Francia moderna.
Jamás el alboroto turbó sus deliberaciones. Las tribunas del
Picadero, lugar en que celebraba sus sesiones desde que, en
noviembre de 1789, se trasladó a París, se llenaban de un
público elegante en el que dominaba la alta sociedad. Las
damas de la aristocracia liberal lucían allí sus vestidos y
atavíos, y sólo se permitían aplausos discretos. Eran dichas
tribunas el punto de reunión de la princesa de Hénin, de la
marquesa de Chastenois, de la condesa de Chalabre –aquella
que confesó que profesaba culto a Robespierre–, de las
señoras de Coigny y de Piennes, exaltadas patriotas, de la
mariscala de Beauveau, de la princesa de Poix, de la marquesa
de Gontaud, de las señoras de Simiane y de Castellane, de la
bella señora de Gouvernet, de la agradable señora de Broglie,
de la picante señora de Astorg, de la graciosa señora de
Beaumont, hija de Montmorin, amada luego por
Chateaubriand, es decir, de una parte considerable del
elegante barrio de San Germán. Todas van a la Asamblea
como a un espectáculo. La política tiene para ellas el
atractivo de la novedad y el grato sabor acre del fruto
prohibido. Sólo al final de la legislatura, cuando se empeñó

161
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la lucha religiosa y tuvo lugar la huida a Varennes, el pueblo


se conmovió profundamente y los artesanos se esforzaron en
asistir a las sesiones, cambiando por ello un tanto el aspecto
del público concurrente. Pero aun entonces la previsión de
La Fayette y de Bailly sabrá disponer en sitios estratégicos la
asistencia de 60 espías rodeados de enérgicos grupos de
«alabarderos» para sostener con sus cerrados aplausos la
causa del orden. Los votos de la Constituyente fueron
emitidos con entera libertad. Un pensamiento único anima
su obra de reconstrucción política y administrativa. Trátase
de un pensamiento impuesto por las circunstancias y que no
es otro que el siguiente: impedir el retorno de la feudalidad y
del despotismo, asegurando el apacible reino de la burguesía
victoriosa.

La Constitución conservó al frente de la nación la existencia


de un rey hereditario. Pero este rey, en ciertos aspectos, es
creación de la Constitución misma. La Carta constitucional
lo subordina. El rey ha de prestarle juramento. Antes era
«Luis, por la gracia de Dios, rey de Francia y de Navarra»;
desde el 10 de octubre de 1789 es «Luis, por la gracia de Dios
y la Constitución del Estado, rey de los franceses». El
delegado de la Providencia se ha convertido en delegado de
la Nación. El sacerdocio gubernamental adquiere carácter
laico. Francia deja de ser la propiedad del rey; no es ya una
propiedad que se transmite por herencia. Luis es rey de los
franceses y el nuevo título implica un jefe, pero no un dueño.

162
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Las precauciones se adoptan con la mira puesta en que el rey


constitucional no pueda nunca convertirse en déspota.
Funcionario con sueldo, no podrá ya tomar nada a su antojo
del Tesoro del Estado. Deberá, desde entonces, como el rey
de Inglaterra, contentarse con una lista civil, que será fijada
al comienzo de cada reinado, y que la Constituyente fijó en
25 millones para el de Luis XVI. Y aun se le obligaba a confiar
la administración de esta lista civil a un funcionario especial
–que será responsable de su gestión con sus propios bienes–,
y cuya misión tiene por objeto impedir al monarca que
contraiga deudas que puedan recaer en perjuicio de los
bienes de la nación. El rey podrá ser depuesto por la
Asamblea en caso de alta traición, o si abandonare el reino
sin su permiso. Si es menor y no hay ningún pariente varón,
que haya prestado el juramento cívico, el regente del reino
será elegido por el pueblo. Cada distrito elegirá un elector, y
todos estos electores, reunidos en la capital, designarán al
regente, sin estar obligados a tomarlo de entre los miembros
de la familia real. Era esta disposición un correctivo grave
impuesto al principio hereditario. Un regente designado en la
forma prevenida valía tanto como un presidente de república
con mandato a plazo fijo y con función representativa. El rey
conserva el derecho de escoger a sus ministros; pero, para
impedirle sembrar la corrupción entre los diputados, se le
prohíbe tomarlos de la Asamblea, y, con el mismo espíritu,
se prohíbe a los diputados que acabasen de serlo, aceptar

163
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

cargo alguno que fuese de nombramiento del poder ejecutivo.


Precisaba preservar a los representantes de la nación de toda
tentación de honores y puestos, manteniéndolos
rigurosamente en su papel de fiscalizadores y atentos
vigilantes y desinteresados.

Los ministros aparecen sometidos a una vigilancia muy


estricta que se organiza judicialmente. No sólo puede la
Asamblea acusarlos ante el Tribunal Supremo, sino que cada
mes se les exige un estado de la distribución de los fondos
destinados a su departamento, y este estado mensual,
examinado por la Comisión de Tesorería, no era ejecutivo
sino después de la aprobación formal de la Asamblea. Todo
cambio en la inversión del crédito presupuestariamente
concedido, todo aumento en el mismo, se hacía así
imposible. Los ministros estaban obligados, por otra parte, a
dar cuenta a la Asamblea, a requerimiento de ésta, «tanto de
su conducta cuanto del estado de los gastos y asuntos», y se
les obligaba a presentar lo mismo los documentos de
contabilidad que los expedientes administrativos y los
despachos diplomáticos. Los ministros no podrán ya ser
visires. Bien pronto se les exigirá que, al cesar en sus cargos,
den cuenta de su gestión, que será una cuenta tanto
financiera cuanto moral. En tanto que estas cuentas no sean
aprobadas, los ministros a que se refieran no podrán
abandonar la capital. El ministro de Justicia, Danton, sólo
con gran dificultad obtendrá, bajo la Convención, la

164
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

aprobación de su cuenta financiera, que será severamente


criticada por el íntegro Cambon. El ministro Roland,
dimisionario después de la muerte del rey, jamás pudo
obtener el finiquito que le hubiera permitido abandonar
París.

El rey no puede hacer nada sin la firma de sus ministros, y


esta necesidad del refrendo ministerial le aleja de todo
derecho a tomar decisiones por sí mismo, colocándole,
constantemente, en dependencia de su Consejo, que a su vez
está en dependencia de la Asamblea. A fin de que las
responsabilidades de cada uno de los ministros puedan
establecerse con la mayor facilidad, se ordenó que todas las
deliberaciones del Consejo se consignaran en un registro ad
hoc, llevado por un funcionario especial. Pero Luis XVI eludió
el cumplimiento de esta obligación, que no llegó a ser
efectiva sino después de su caída.

Los seis ministros son los únicos encargados de toda la


administración central. Los antiguos Consejos desaparecen,
así como el llamado ministro encargado de la casa del rey,
que es reemplazado por el intendente de la lista civil. El
control de las finanzas, sin embargo, fue dividido entre dos
departamentos ministeriales: Contribuciones Públicas, de
una parte, y, de otra, Ministerio del Interior. Sólo éste era el
llamado a entenderse con las autoridades locales. En sus
atribuciones entraban: los trabajos públicos, la navegación,

165
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

los hospitales, la asistencia pública, la agricultura, el


comercio, las fábricas y manufacturas, la instrucción pública.
Por primera vez toda la administración provincial se
concentra en una sola mano. El rey nombra los altos
funcionarios, los embajadores, los mariscales, los almirantes,
los dos tercios de los contraalmirantes, la mitad de los
tenientes generales, mariscales de campo, capitanes de navío
y coroneles de gendarmería, la tercera parte de los coroneles
y tenientes coroneles y la sexta de los tenientes de navío;
pero todo ello de acuerdo con las disposiciones vigentes en
materia de ascensos y siempre con el refrendo de sus
respectivos ministros. Continúa dirigiendo la diplomacia;
pero ya hemos visto que no puede declarar la guerra ni firmar
tratado alguno, sea cualquiera su clase, sin el consentimiento
previo de la Asamblea Nacional, cuya Comisión Diplomática
colabora estrechamente con el ministro de Asuntos
Extranjeros. En teoría, el rey sigue siendo el jefe supremo de
la administración civil del reino; pero, de hecho, ésta se le
escapa, porque los administradores y los mismos jueces son
elegidos por el nuevo soberano, que es el pueblo.

También en teoría, el rey conserva una parte del poder


legislativo, en cuanto que entre sus derechos figura el voto
suspensivo. Pero este voto no podía aplicarse ni a las leyes
constitucionales, ni a las leyes fiscales, ni a las
deliberaciones que se refirieran a la responsabilidad de los
ministros, y la Asamblea se reservó aun el derecho de

166
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

dirigirse directamente al pueblo por medio de proclamas que


fueron sustraídas al veto real. Fue valiéndose de tal recurso
cómo el 11 de julio de 1792 se declaró la patria en peligro; y
esta proclama, que movilizó a todos los guardias nacionales
del reino y puso en estado de máxima actividad a todos los
ramos de la administración, fue el medio, o, por mejor decir,
la triquiñuela de que se valió la Asamblea Legislativa para
burlar el veto que precedentemente había puesto Luis XVI a
algunos de sus decretos.

Para colocar al rey en la imposibilidad de volver a sus


tentativas del mes de julio de 1789, la Constitución estatuyó
que ninguna fuerza militar pudiera, sin su permiso,
permanecer ni concentrarse en lugar que distase menos de
30 millas de aquel en que la Asamblea celebrara sus sesiones.
Ésta, por otra parte, creó policía especial para la celebración
de sus sesiones y se atribuyó la facultad de poder disponer,
para su seguridad, de las fuerzas de la guarnición del lugar en
que residiera. El rey conservó una guardia propia; pero no
podía pasar de 1.200 hombres de a pie y 600 de a caballo y
todos habrían de prestar el juramento cívico.

Las atribuciones legislativas de los antiguos Consejos


suprimidos pasaron a una Asamblea única elegida por la
nación. Esta Asamblea –el cuerpo legislativo– sólo era elegida
por dos años. Se reunía, por su propio derecho, sin necesidad
de convocatoria real, el primer lunes del mes de mayo de

167
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

cada año. La Asamblea, por sí, fijaba el lugar en que debía


celebrar sus sesiones y el espacio de tiempo que había de
comprender la legislatura sin que el rey pudiera acortarlo.
Carecía también, el monarca, de la facultad de disolverla. Los
diputados son inviolables. Toda diligencia judicial seguida
contra uno de ellos –Derecho privado no comprendido– debe
ser autorizada por la Asamblea, que no se pronunciaba sino
luego de haber examinado los autos, siendo ella quien
designaba el tribunal que debía proseguirlas. Cuando el
Châtelet solicitó la dispensa de la inmunidad parlamentaria
para poder proceder en contra de Mirabeau y del duque de
Orleáns, a quien el tribunal quería encartar en las
actuaciones comenzadas a instruir contra los autores de los
sucesos del 6 de octubre de 1789, la Constituyente denegó
los correspondientes suplicatorios.

Por su derecho de investigación de la gestión mi nisterial,


por sus prerrogativas financieras, por su intervención en la
diplomacia, por las inmunidades judiciales de sus miembros,
etc., el cuerpo legislativo es el primer poder del Estado. Con
apariencias monárquicas, Francia se había convertido, de
hecho, en una república, pero esta república era
decididamente burguesa.

La Constitución suprimió los privilegios fundados sobre el


nacimiento, pero respetó y consolidó los que estaban
fundados sobre la riqueza. A pesar del artículo de la

168
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Declaración de Derechos, que proclamaba: «La ley es la


expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos
tienen el derecho de concurrir a su formación, bien
personalmente o por sus representantes», la Carta
fundamental, en aquello que decía en relación al Derecho
electoral, dividió a los franceses en dos clases: los ciudadanos
pasivos y los ciudadanos activos. Los primeros estaban
excluidos del derecho de sufragio, porque estaban excluidos
de la propiedad. Eran, según dijo Sieyès, inventor de la
nomenclatura: «máquinas de trabajo». Se temía que fuesen
instrumentos dóciles en manos de los aristócratas y se creía,
por otra parte, que siendo en su mayor parte iletrados, no
eran capaces de participar, por pequeña que esta
participación fuese, en los asuntos públicos. Los ciudadanos
activos, por el contrario, eran, según Sieyès, «los verdaderos
accionistas de la gran empresa social». Pagaban un mínimo
de contribución directa igual al valor local de tres jornales de
trabajo. Sólo ellos habían de participar activamente en la vida
pública. Los obreros asalariados se colocaron, así como los
proletarios, en la categoría de los ciudadanos pasivos, porque
se juzgaba que carecían de libertad.

Los ciudadanos activos fueron, en 1791, 4.298.360, sobre


una población total de 26 millones de habitantes. Tres
millones de pobres quedaban también fuera de los derechos
de ciudadanía. Este sistema significaba un retroceso en
relación con el que había presidido la elección del tercer

169
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

orden para los Estados Generales, ya que sólo se había


exigido en ella para ser elector la circunstancia de aparecer
inscrito en la lista de contribuyentes. Robespierre, Duport,
Grégoire, protestaron en vano de este modo de organizar la
ley electoral. Sus lamentos sólo encontraron eco fuera de la
Asamblea, en la ardorosa prensa democrática que, por aquel
entonces, se publicaba en París. Es un hecho significativo el
que, desde el 29 de agosto de 1789, 400 obreros parisienses
venían reclamando del Ayuntamiento «la cualidad de
ciudadanos y la facultad de que se les incluyera en las
asambleas de los diversos distritos y el honor de formar parte
de la Guardia Nacional». La protesta proletaria, entonces muy
débil, no cesará de acentuarse con los sucesos subsiguientes.

En el bloque de ciudadanos activos, la Constitución


establecía nueve jerarquías. Las asambleas primarias, que
con los electores de las campiñas se reunían en el pueblo
capitalidad del cantón –a fin de alejar a los menos pudientes,
a causa de los gastos de viajes–, no podían elegir como
electores de segundo grado –a razón de uno por cada 100
miembros de la asamblea primaria– sino a aquellos
ciudadanos activos que pagasen una contribución igual al
valor de 10 jornales de trabajo. Estos electores, que
seguidamente debían reunirse en la capitalidad del
departamento –parecidamente a lo que ocurre hoy con los
electores para senadores–, formaban la asamblea electoral
que elegía a los diputados, a los jueces, a los miembros de las

170
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

asambleas de departamento y de distrito, al obispo, etc. Pero


los diputados no podían ser elegidos sino entre los electores
que pagasen, cuando menos, una contribución directa igual
al valor de un marco de plata –alrededor de 50 francos–, o que
fueran dueños de una propiedad territorial. En la ya
aristocracia de electores se creaba, también, una aristocracia
de elegibles. Los electores no eran muy numerosos: de 300 a
800 por departamento. Los elegibles a la diputación eran,
aún, bastantes menos. A la aristocracia del nacimiento
sucedía la aristocracia de la fortuna. Sólo los ciudadanos
activos formaban parte de la Guardia Nacional, es decir, que
ellos tenían derecho a llevar armas, en tanto que los
ciudadanos pasivos aparecían desarmados. Contra el marco
de plata, es decir, contra el censo de elegibilidad, Robespierre
hizo una vigorosa campaña que lo popularizó. Marat
denunció a la aristocracia de los ricos. Camille Desmoulins
hizo observar que Juan Jacobo Rousseau, Corneille, Mably no
hubieran podido ser electos. Loustalot recordó que la
Revolución había sido hecha «por algunos patriotas que no
tenían el honor de sentarse en la Asamblea Nacional». La
campaña dio como resultado que 27 distritos de París
protestasen del acuerdo tomado en el mes de febrero de
1790.

Mas la Asamblea, segura de su fuerza, no hizo caso de


semejantes quejas. Sólo después de la huida del rey a
Varennes, el 27 de agosto de 1791, se resignó a suprimir la

171
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

obligación del marco de plata para los elegibles a la


diputación; pero, en compensación, agravó las condiciones
censatarias que debían reunir los electores designados por
los ciudadanos activos. Desde entonces precisaría ser
propietario o usufructuario de bienes evaluados en las listas
impositivas en una renta igual al valor local de 200 jornales
de trabajo, en las ciudades de 6.000 y más habitantes, y de
150 en las menores de dicho número de almas o en las
campiñas; o ser arrendatario de una habitación del mismo
valor; o aparcero o colono de un dominio evaluado en suma
igual a 400 jornales de trabajo. Es verdad que este decreto,
votado in extremis, fue letra muerta. Las elecciones a la
Legislativa estaban terminadas y ellas se habían celebrado
bajo el régimen del marco de plata. La Constitución hizo
desaparecer todo el enmarañado caos de las antiguas
divisiones administrativas, superpuestas por el correr de las
edades: bailías, generalidades, gobiernos, etc. En su lugar
estableció una división única: el departamento, subdividido
en distritos, cantones y consejos.

Se dice, a veces, que, al crear los departamentos, la


Constitución quiso abolir el recuerdo de las antiguas
provincias, borrar para siempre el espíritu particularista y
fijar, de algún modo, el nuevo espíritu de la Federación.
Puede creerse así; pero conviene no olvidar que la
delimitación de los departamentos respetó, en cuanto le fue
posible, las antiguas divisiones. Así, el FrancoCondado se

172
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

dividió en 3 departamentos; Normandía y Bretaña, cada una,


en 5, etc. La verdad es que, sobre todo, se inspiró en las
necesidades de una buena administración. La idea principal
fue trazar circunscripciones tales que todos los habitantes de
ellas pudieran trasladarse a la capitalidad de las mismas en
una sola jornada. Se quiso aproximar la administración a los
administrados. Formáronse 83 departamentos, cuyos límites
fueron fijados por acuerdo amistoso entre los representantes
de las diversas provincias. Se les dieron nombres tomados de
sus ríos o montañas.

En tanto que las antiguas generalidades estaban


administradas por un intendente nombrado por el rey y
todopoderoso, los nuevos departamentos tuvieron a su
cabeza un Consejo de 36 miembros elegidos por escrutinio de
lista por la asamblea electoral del departamento y tomados
obligatoriamente de entre los ciudadanos que abonasen una
contribución directa por lo menos igual al importe de 10
jornadas de trabajo. Este Consejo, que era un órgano
deliberante, se reunía una vez por año durante un mes. Como
las funciones de sus miembros eran gratuitas, de hecho sólo
podían formar parte de él los ciudadanos ricos o acomodados.
El Consejo era elegido por dos años y se renovaba, por mitad,
cada uno de ellos. Elegía de entre su seno un directorio de 8
miembros, que celebraban sesiones con carácter permanente
y que cobraban sueldo. Este directorio era el agente ejecutivo
del Consejo. Esta comisión permanente repartía las

173
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

contribuciones directas entre los diversos distritos, vigilaba


su recaudación y pagaba los gastos; administraba la
beneficencia pública; tenía a su cuidado las prisiones, las
escuelas, la agricultura, la industria, las carreteras, los
puentes, y hacía ejecutar las leyes. En pocas palabras: el
Consejo departamental y su órgano ejecutivo habían
heredado los antiguos poderes y facultades de los
intendentes. Junto a cada directorio, un síndico o procurador
general, elegido por la Asamblea General departamental, por
4 años, estaba encargado de requerir la aplicación de las
leyes. Presidía el directorio, pero sin voto. Tenía derecho a
que se le comunicasen todos los documentos y piezas de los
diversos expedientes y asuntos, y no podía tomarse acuerdo
alguno sin que antes se le oyeran las observaciones que
estimase oportuno formular. Era este procurador general el
órgano de la ley y del interés público y comunicaba
directamente con los ministros. El departamento era, pues,
una pequeña república que se administraba libremente. La
autoridad central no estaba representada en él por agente
directo alguno. La aplicación de las leyes se ponía en manos
de magistrados designados en su totalidad por elección. El
rey podía suspender a los administradores departamentales
y anular sus resoluciones; pero tenían ellos el recurso de
apelar a la Asamblea, que decidía en última instancia. Se
pasaba, bruscamente, de la centralización burocrática
asfixiante del Antiguo Régimen a la más amplia

174
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

descentralización, a una descentralización estilo americano.


Los distritos estaban organizados a imagen de los
departamentos con un consejo, un directorio y un
procurador, igualmente elegidos. Estarán especialmente
encargados de la venta de los bienes nacionales y del reparto
del impuesto entre los municipios. Los cantones eran la
unidad electoral elemental, al mismo tiempo que la
residencia de los llamados juzgados de paz.

Pero, sobre todo, en la intensidad de la vida municipal fue en


lo que más reflejó la Francia revolucionaria la imagen de la
libre América.

En las poblaciones, las antiguas municipalidades


oligárquicas, compuestas de alcaldes y regidores que
compraban sus cargos, habían, de hecho, desaparecido
tiempo antes de que la ley las reemplazase por corporaciones
que debieran su mandato a la elección. Pero en tanto que los
administradores departamentales y de distrito eran elegidos
por un sufragio censatario de doble grado, las nuevas
municipalidades procedieron del sufragio directo. El alcalde
y los «oficiales municipales» –éstos en número variable según
la población– fueron elegidos, por dos años, por todos los
ciudadanos activos, si bien habían de tomarlos
obligatoriamente de entre los censatarios de contribución
igual o superior a 10 jornadas de trabajo. Cada barrio formaba
una sección electoral. Existían tantos oficiales municipales

175
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

como secciones electorales, y estos oficiales, encargados con


el alcalde de la administración local, se asemejaban más a
nuestros actuales adjuntos que a nuestros consejeros
municipales. La misión de aquéllos era llenada por «los
notables», elegidos en número doble al de los oficiales
municipales. Los notables se reunían para todos los asuntos
importantes. Formaban, entonces, con los oficiales
municipales, el Consejo General del municipio. Al lado del
alcalde, un procurador del Consejo, provisto de un suplente
en las ciudades importantes, estaba encargado de defender
los intereses de la comunidad. Representaba a los
contribuyentes, a quienes servía con el carácter de abogado
de oficio. Finalmente, actuaba, también, como acusador
público ante el tribunal de mera policía formado por las
diversas dependencias municipales. Los Ayuntamientos
tenían amplísimas atribuciones. Era por su conducto que los
departamentos y los distritos hacían ejecutar las leyes y por
el que los impuestos eran repartidos entre los ciudadanos y
hechos efectivos. Tenían el derecho de requerir el auxilio de
la Guardia Nacional y de la fuerza pública. Gozaban de
extensa autonomía, bajo la inspección y vigilancia de los
cuerpos administrativos, que autorizaban sus acuerdos
financieros y examinaban y censuraban sus cuentas. Los
alcaldes y procuradores síndicos podían ser suspendidos,
pero la asamblea municipal no podía ser disuelta.

176
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Renovables todos los años por mitad, el domingo posterior a


San Martín, los Ayuntamientos estaban en constante
contacto con las respectivas poblaciones, de las que
reflejaban fielmente los sentimientos. En las poblaciones de
más de 25.000 almas las secciones, análogas a los cantones
de las campiñas, tenían oficinas y comités permanentes y
podían tener asambleas que controlaban la acción de la
municipalidad central. Al principio se elegían los alcaldes y
los oficiales municipales de entre la burguesía rica; pero
como las municipalidades sufrieron más continuamente la
presión de las poblaciones que los directorios
departamentales y de distrito, ya en 1792, sobre todo
después de la declaración de la guerra, se hizo patente un
real desacuerdo entre las municipalidades, más
democráticas, y los cuerpos administrativos, más
conservadores. Este desacuerdo se agravó con el pasar de los
tiempos y más aún cuando, después del 10 de agosto, los
nuevos Ayuntamientos se vieron compuestos o influidos por
elementos populares. De este punto arrancará la insurrección
girondina o federalista. En las aldeas y en los arrabales fue la
pequeña burguesía, cuando no los artesanos, quien se hizo
cargo del poder. No fue raro que el párroco se viera elegido
para ocupar la alcaldía.

La organización judicial fue reformada con el mismo espíritu


que la organización administrativa. Todas las jurisdicciones
antiguas, justicias de clase y justicias de excepción,

177
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

desaparecieron, y en su lugar se estableció toda una jerarquía


de tribunales nuevos, iguales para todos y emanados de la
soberanía popular. En su base se encontraban los jueces de
paz, elegidos por dos años entre los elegibles que pagaran
contribución por valor igual o superior a 10 jornadas de
trabajo, y asistidos de cuatro o seis asesores u hombres
buenos y los que constituían con el juez el Tribunal de Paz.
Sus funciones, más que de juzgadores, son de conciliadores
de los litigantes. Sin embargo, en los casos de definitiva
contienda conocían de los asuntos de pequeña importancia,
dictando sentencia en única instancia cuando el asunto no
pasaba de 50 libras y en primera instancia en aquellos cuya
cuantía era de 50 a 100 libras. Justicia rápida y poco costosa
que prestó grandes servicios y que bien pronto se hizo
popular. Los tribunales de distrito, elegidos por seis años y
compuestos de cinco jueces, se designaban obligatoriamente
entre los profesionales que contasen, por lo menos, con cinco
años de ejercicio, y juzgaban sin apelación los juicios cuya
cuantía no excediera de 1.000 libras.

En materia penal, la justicia de simple policía era atribuida a


los Ayuntamientos; la justicia correccional a los jueces de
paz y la justicia propiamente criminal a un Tribunal Especial
que celebraba sus reuniones o audiencias en la capitalidad
del departamento y que se componía de un presidente y cinco
jueces tomados por elección de entre los jueces de distrito.
Un acusador público, elegido también como los jueces,

178
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

abogaba por la aplicación de la ley. Los acusados se someten


a un doble jurado: el de acusación, compuesto de ocho
miembros presididos por un juez de distrito, que decidía
sobre si se habían de continuar o no las actuaciones, y el
jurado del juicio, compuesto de doce ciudadanos, que se
pronunciaba sobre los hechos que se imputaban al acusado,
pronunciando seguidamente los jueces la pena que
correspondía. Una minoría de tres votos es bastante para
acordar el sobreseimiento y en su caso la absolución. Los
miembros de ambos jurados se toman por sorteo de entre una
lista de doscientos nombres redactada por el procurador
general síndico del departamento de entre los ciudadanos
activos elegibles, es decir de entre aquellos que pagan
contribución igual o superior a 10 jornadas de trabajo. Es
notorio que, por este procedimiento, el jurado está siempre
compuesto de sólo ciudadanos ricos o acomodados, pudiendo
considerarse la justicia criminal como una verdadera justicia
de clase. Robespierre y Duport solicitaron que la institución
del jurado se llevase también a la jurisdicción civil, pero
Thouret hizo que se rechazara tal proyecto. Las penas fueron,
desde entonces, proporcionadas a los delitos y se sustrajeron
al libre arbitrio de los jueces. «La ley –había dicho la
Declaración de Derechos–, no debía establecer sino penas
estricta y evidentemente necesarias.» En su consecuencia, se
suprimieron la tortura, la picota, la petición de perdón y la
marca infamante; se mantuvieron, sin embargo, la pena de

179
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

argolla, como infamante, y la cadena. Robespierre no pudo


lograr que se suprimiera la pena de muerte.

No hubo verdaderos tribunales de apelación. La Asamblea,


que se ha visto en la necesidad de imponerse por la fuerza a
algunos Parlamentos rebeldes, no quiso resucitarlos con otro
nombre. Los tribunales de distrito llenan la función de los
tribunales de apelación, los unos respecto de los otros y
según un ingenioso sistema que, entre otras cosas, permite a
los litigantes el recusar tres tribunales de los siete que se le
proponen. El privilegio de actuación de los abogados se
suprimió a petición de Robespierre. Las partes podían,
libremente, defenderse a sí mismas o, aún, servirse de
defensores oficiosos. Los antiguos apoderados, por el
contrario, fueron mantenidos con el nuevo nombre de
procuradores. Tribunales de Comercio, compuestos de cinco
jueces, elegidos entre y por los que pagaban contribución de
tal clase, entendían en los asuntos de índole comercial y
hasta la cuantía de 1.000 libras. Un Tribunal de Casación,
elegido a razón de un juez por departamento, puede anular
los juicios de los otros tribunales, pero sólo por
quebrantamiento de forma. No podía interpretar la ley. Este
derecho se lo reservó para sí la Asamblea. Lo
contenciosoadministrativo no aparece atribuido a tribunal
especial alguno, resolviendo las dificultades que en este
orden pudieran surgir los directorios departamentales, salvo
en materia de impuestos en la que entendían los tribunales

180
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de distrito. Se suprimió el Consejo de Estado; el de ministros


y, en ciertos casos, la propia Asamblea, lo sustituían.

En fin, un Alto Tribunal, compuesto por jueces del Tribunal


de Casación y por jurados «eminentes» sacados por suerte de
una lista de 166 nombres, elegidos a razón de dos por
departamento, conocía de los delitos de los ministros y de
los altos funcionarios, así como también de los crímenes
contra la seguridad del Estado. Los acusados le eran enviados
por el cuerpo legislativo, quien escogía de su seno dos
grandes procuradores encargados de disponer los
procedimientos. Lo que extraña en esta organización judicial
es que aparece completamente independiente del rey y de los
ministros. El Alto Tribunal permanece en las manos de la
Asamblea –como una arma dirigida contra el poder ejecutivo–
, por ser ella la única que tiene el derecho de acusar. El rey
sólo está representado en los tribunales por comisarios
nombrados por él con el carácter de inamovibles. Estos
comisarios han de ser oídos en los asuntos que afectan a los
pupilos y a los menores. Deben, también, estos comisarios
defender los derechos y las propiedades de la nación y
mantener en los tribunales la disciplina y la regularidad del
servicio. Pero carecían de poder propio y habían de limitarse
a requerir a aquellos que tenían el derecho de actuar por
propio imperio. La justicia seguía administrándose en
nombre del rey; pero, de hecho, había venido a ser algo propio
de la nación.

181
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Todos los jueces habían de elegirse obligatoriamente de entre


los graduados en Derecho. Las obras de Douarche y de
Seligman permiten darse cuenta de que, en la generalidad de
los casos, la designación de los electores fue acertada. Las
quejas frecuentes de los jacobinos, en tiempos de la
Convención, contra los que llamaban sus jueces
«aristócratas» bastan para testimoniar su independencia.
Bajo el Terror hubieron de ser depurados. Si de hecho las
Constituyentes establecieron una república, siquiera se
tratara de una república burguesa, fue porque tenían muchas
razones para desconfiar de Luis XVI, cuya adhesión al nuevo
régimen no les parecía muy sincera. No podían olvidar que
sólo obligado por el motín y la revuelta prestó su sanción a
los decretos del 4 de agosto. Sospechaban con razón que
aprovecharía la primera oportunidad que se le presentara
para arruinar la obra de la Asamblea. De aquí las precauciones
que tomaron para evitarle toda autoridad efectiva. Si
confiaron el poder político, administrativo y judicial a la
burguesía no fue solamente por interés de clase, sino
pensando en que el pueblo, aún iletrado en su mayor parte,
no era capaz de asumir las tareas del Gobierno. Estaba por
educar.

Las nuevas instituciones eran liberales. El poder pertenecía


en todo momento a corporaciones elegidas.

182
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Pero si estos cuerpos flaqueaban, si llegaban a caer en las


manos de los adversarios, vergonzantes o confesados, del
orden nuevo, todo aparecía en riesgo de comprometerse. Las
leyes no se cumplían o se cumplían mal. Los impuestos no se
recaudaban. La recluta de soldados se hacía imposible. Se
entronizaba la anarquía. Es ley de la democracia el no poder
funcionar normalmente sino cuando es libremente aceptada.

En los Estados Unidos las mismas instituciones dieron


excelentes resultados por ser practicadas con un espíritu
pleno de libertad por un pueblo ya por largo tiempo
acostumbrado al gobierno de sí mismo. Francia era un viejo
país monárquico habituado, desde hacía siglos, a esperarlo
todo de la autoridad y al que se lanzaba de una vez en moldes
nuevos. En América la democracia no se discutía. El pueblo
era allí merecedor de que se pusiera en sus manos la suerte
de sus destinos. En Francia una buena parte de la población
no comprendía nada de las instituciones nuevas o no quería
comprenderlas. Muchos sólo se servían de las libertades que
les eran concedidas para desprestigiarlas. Reclamaban sus
centenarias cadenas. Así, la descentralización inaugurada
por la Constituyente, lejos de consolidar el nuevo régimen lo
desorganizó y lo puso en peligro de desaparecer. La burguesía
revolucionaria había creído colocarse en buena situación
parapetándose detrás de la soberanía popular, organizada en
su provecho, y evitar así el retorno ofensivo del feudalismo.
Y la soberanía popular llegó a constituir una seria amenaza

183
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

en el sentido de ayudar este retorno al facilitar, en todos los


órdenes, el desmayo de la autoridad de la ley.

Para defender la obra revolucionaria, quebrantada por la


guerra civil y por la guerra exterior, los jacobinos, dos años
más tarde, habrán de volver a la centralización monárquica.
Mas cuando se tomaron las primeras disposiciones, persona
alguna había sentido la necesidad del mantenimiento de la
misma. Sólo Marat, verdadero cerebro político, había
comprendido, desde el primer día, que sería indispensable
organizar el poder revolucionario en forma de una dictadura,
a fin de oponer al despotismo de los reyes el despotismo de
la libertad.

184
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO VIII

LA CUESTIÓN FINANCIERA

La explosión de la Revolución, lejos de consolidar el crédito


del Estado, consumó su ruina. Los antiguos impuestos fueron
suprimidos. Los que se establecieron en su lugar: la
contribución territorial, que afectaba a la tierra; la
contribución mobiliaria, que afectaba a la renta, calculada
ésta por los arrendamientos que se satisfacían; la patente o
contribución industrial, que afectaba a los beneficios
obtenidos en el ejercicio de la industria o del comercio, se
percibían, por múltiples razones, con bastante dificultad. Fue
preciso confeccionar nuevas listas de recaudación, adiestrar
a una nueva burocracia de cobradores. Las municipalidades,
encargadas de su inmediata recaudación, no estaban
preparadas para tal fin. A más, los contribuyentes, sobre todo
los nobles, no se mostraban prontos en el pago. La Asamblea
no quiso hacer materia contributiva el consumo,
considerando inicuos los impuestos de esta índole por gravar
de forma idéntica fortunas y estados sociales diferentes. Por
otra parte, nuevos gastos se añadieron a los antiguos. Fue
preciso, en razón a la penuria reinante, comprar mucho trigo
en el extranjero. Las reformas que se decretaban hacían más
ancho y profundo el abismo financiero. A la deuda antigua,
que alcanzaba unos 3.119 millones, de los cuales más de la
mitad estaban representados por créditos exigibles, hubo de

185
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

añadirse más de otro millar de millones como resultado de la


liquidación del Antiguo Régimen: 149 millones por el rescate
de la deuda del clero; 450 millones por el rescate de los
suprimidos cargos de justicia; 150 millones por el rescate de
los cargos financieros; 203 millones para reembolso de las
finanzas; 100 millones para el rescate de los diezmos
enfeudados; etcétera. El capital global de las deudas, antigua
y moderna, llegó a ser de 4.262 millones, exigiendo un
interés anual de cerca de 262 millones. Advirtamos, en otro
orden de consideraciones, que los gastos del culto,
declarados obligación del Estado desde la supresión del
diezmo, montaban a 70 millones, y las pensiones que
obligatoriamente habían de pagarse a los religiosos, a 50
millones, en tanto que los gastos de los diversos
departamentos ministeriales se valoraban en sólo 240
millones.

Mientras que la corte parecía amenazar, la Asamblea se negó


a votar todo nuevo impuesto. Con ello la Asamblea realizaba
un doble juego, ya que, al mismo tiempo que cercenaba todo
crédito a favor del rey, infundía confianza a los rentistas,
aparentando oponerse a toda bancarrota. Fueron las
dificultades financieras, tanto como las sublevaciones, las
que obligaron a Luis XVI a capitular. Para atender a los gastos
corrientes, Necker debió recurrir a expedientes. Suplicó
nuevos adelantos de la Caja de Descuentos, ya bastante
agotada. Prorrogó el curso forzoso de sus billetes. En agosto

186
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de 1789 lanzó al mercado dos empréstitos, al 4 y 5%; pero la


emisión no llegó a cubrirse. Hizo votar una contribución
patriótica que se percibió mal, rindiendo insuficientes
recursos. El rey envió su vajilla a la Casa de la Moneda y los
particulares fueron invitados a hacer otro tanto. Las mujeres
patrióticas ofrecieron sus joyas; los hombres, las hebillas de
plata de sus zapatos. ¡Pueriles medios! Llegóse al extremo de
no poder sacar dinero alguno de la Caja de Descuentos.
Lavoisier, en nombre de los administradores, presentó, el 21
de noviembre de 1789, el presupuesto y estado del
establecimiento.

La Caja tenía 114 millones de billetes en circulación. Estos


billetes estaban garantizados por cartera y un encaje
metálico que, reunidos, ascendían a 86.790.000 libras. El
descubierto era de 27.510.000 libras. La Caja podía contar
con su fianza de 70 millones, depositada en manos del Tesoro
y con los adelantos que a éste tenía hechos y que se elevaban
a 85 millones. De los 114 millones de billetes en circulación,
89 se habían puesto a disposición del Tesoro y sólo 25 se
reservaron para las necesidades del comercio. A partir del
mes de julio de 1789, el encaje metálico había descendido del
25% estatutario. La simple lectura de este balance
demostraba que la solvencia de la Caja dependía de la del
Estado, ya que su descubierto contaba como única garantía
con la de la deuda que el Tesoro tenía con ella. El Estado se
servía de la Caja para vender un papel que él no había podido

187
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

colocar entre el público. El 14 de noviembre de 1789, Necker


se vio obligado a convenir en que «el edificio de la Caja se
cuarteaba y que estaba pronto a derrumbarse». Se dio
perfecta cuenta de que ya no podría prestar más dinero sino
a precio de aumentar su capital social. Para facilitarlo
propuso transformarla en Banco Nacional. La emisión de sus
billetes se elevaría hasta la suma de 240 millones y todos
ellos llevarían la inscripción: Garantía Nacional.

La Constituyente rechazó el proyecto por razones financieras


y por razones políticas. Creyó que no encontraría la Caja
medio hábil alguno para colocar 50 millones de nuevas
acciones. Talleyrand dijo que si los billetes emitidos sólo se
encontraban avalados por la deuda que con la Caja tenía el
Estado, los nuevos a emitir carecerían de garantía distinta y
que, por ende, no tenían mayor probabilidad de mantenerse
que si fueran emitidos directamente por el Estado. Y añadió
que percibiendo la Caja un interés bastante alto por sus
adelantos al Tesoro, creía más conveniente el ahorrarse
dicho interés haciendo la emisión directamente, supuesto
que no se veía la manera de prescindir del papelmoneda. El
proyecto del Banco Nacional hubo de considerarse como
fracasado. Mirabeau hizo notar que dicho Banco sería un
instrumento temible en manos y al servicio del poder
ejecutivo y que con él la dirección de las finanzas escaparía
al influjo de la Asamblea. «¿Qué hacer, pues, en el momento
en que carecemos de crédito, en que no podemos, ni

188
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

queremos, seguir hipotecando nuestras rentas y sí, por el


contrario, queremos liberarlas?» Así preguntaba Lecouteulx
de Canteleu, el día 17 de diciembre de 1789. Y él mismo
contestaba: «Precisa hacer lo que hacen los propietarios
probos que se encuentran en caso parecido: vender las
heredades».

Estas heredades eran los bienes de la Iglesia, que la


Asamblea, el 2 de noviembre, acababa de poner «a disposición
de la Nación». Semejante medida flotaba en el ambiente.
Calonne la había aconsejado. Numerosos cuadernos de quejas
y peticiones la preconizaban. Ya, reinando Luis XV, la
Comisión de Regulares había suprimido nueve órdenes
religiosas y aplicado sus bienes a fines de utilidad general.
Fue un obispo, Talleyrand, quien, el 10 de octubre de 1789,
formuló la proposición formal de emplear los bienes de la
Iglesia en el pago de la deuda. Estos bienes, decía, no han
sido donados al clero, sino a la Iglesia, es decir, al conjunto
de los fieles, o sea, empleando otras palabras, a la Nación. Los
bienes fueron afectados por los donantes a fundaciones
caritativas o de utilidad general. Al tomar los bienes del
conjunto de los fieles, la Nación tomaría a su cargo los fines
a que estaban afectos: la instrucción, la asistencia, los gastos
del culto. Treilhard y Thouret añadían que el clero sólo podía
poseer en virtud de autorización del Estado. Y el Estado
conservaba el derecho de retirar su autorización. Él había
destruido los llamados brazos del Estado. El orden del clero

189
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

había dejado de existir. Sus bienes debían volver a la


comunidad. En vano Camus, el abate Maury, el arzobispo
Boisgelin replicaban que los bienes no habían sido donados
al clero en su calidad de orden, sino a establecimientos
eclesiásticos determinados, a los que no se podía expoliar
sino con notoria injusticia. En vano Maury, utilizando la
estratagema de desviar la atención del punto principal, hizo
alusión a que una banda de judíos y agiotistas codiciaba los
bienes de la Iglesia. En vano Boisgelin ofreció, en nombre de
sus colegas los obispos, el adelantar al Estado, sobre el valor
de los bienes de la Iglesia, una suma de 400 millones. Todo
fue inútil: la Constituyente tenía tomada su resolución. La
cuestión, había dicho Talleyrand, estaba prejuzgada al
suprimirse los diezmos. Sin pronunciarse explícitamente
sobre el derecho de propiedad del clero, la Asamblea decidió,
por 508 votos contra 346, afectar sus inmensos dominios,
valuados en 3 mil millones, al afianzamiento de las deudas
del Estado.

Salvado este atrevido paso, lo demás era ya fácil. La Asamblea


decidió, el 19 de diciembre de 1789, crear una nueva
institución administrativa financiera, que estaría bajo su
exclusiva dependencia y a la que denominó Caja de
Imprevistos. La nueva Caja recibiría el producto de los
impuestos excepcionales, tales como la contribución
patriótica, pero sobre todo sería alimentada por el supuesto
descontado precio de la venta de los bienes de la Iglesia. Para

190
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

comenzar se anunciaría la venta de bienes por 400 millones,


que estarían representados por asignados en igual monto,
con los que se reintegraría, desde luego, a la Caja de
Descuentos los 170 millones de sus anticipos. Esta primera
emisión de asignados, como claramente puede apreciarse, no
era otra cosa que un expediente de Tesorería. El
papelmoneda seguía siendo el billete de la Caja de
Descuentos. Por aquel entonces el asignado no era otra cosa
que un bono del Tesoro. Asignado; la palabra es significativa.
Tratábase, pues, de ahí la propiedad del nombre, de una
asignación, de una letra de cambio librada contra la Caja de
Imprevistos, de una obligación hipotecaria sobre rentas
determinadas.

Un título, un billete privilegiado de compra, haciendo ésta


referencia a las tierras patrimoniales, no es aún una moneda.
El asignado que se creó el 19 de diciembre de 1789 producía
el interés del 5% porque representaba un crédito abierto al
Estado para que éste reintegrase otros que también lo
producían, como los concedidos en efectivo por la Caja de
Descuentos.

Tratábase, repetimos, de un bono del Tesoro reintegrable en


tierras en lugar de serlo en especie. A medida que los
asignados fueran volviendo a la Caja, como consecuencia de
la venta de los bienes de la Iglesia, serían anulados y
quemados, y así hasta que se extinguiesen las deudas del

191
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Estado. Si la operación hubiera tenido éxito, si la Caja de


Descuentos hubiera podido aumentar su capital, negociando
y colocando los 170 millones que en asignados le habían sido
entregados, es de presumir que la Asamblea no hubiera
tenido que recurrir al papelmoneda –hacia el que sentía gran
desconfianza, que justificaban los no lejanos recuerdos del
sistema de Law y el ejemplo aun más reciente de la
Revolución americana–, ni, satisfecha de haber sostenido el
curso del billete y de haber podido atender a los gastos
urgentes y libre de dificultades de Tesorería, hubiera
realizado la política financiera que, en cierto modo, se vio
obligada a mantener.

La Caja de Descuentos no llegó a encontrar tomadores para


sus asignados. Los capitalistas rehusaron aceptarlos porque
en aquella época, primeros meses de 1790, el clero,
desposeído en teoría, detentaba de hecho la administración
de sus bienes, gravados, por otra parte, con deudas
particulares: sin contar que la cuestión referente al
procedimiento que debiera emplearse para la venta de ellos y
para liquidar las deudas que pudieran afectarlos, no estaba
completamente determinado. El público no prestó confianza
a obligaciones que, en realidad, no eran otra cosa que
promesas de compras problemáticas de bienes cuya
adquisición no había sido purgada de las hipotecas que sobre
ellos pesaban y las que ofrecían para lo por venir dificultades
inextricables. «Los asignados –dijo Bailly el 10 de marzo de

192
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

1790– no han obtenido el favor que era de desear ni el curso


de que se tenía necesidad, porque la confianza no puede
reposar sino sobre bases establecidas y visibles.» Las acciones
de la Caja de Descuentos bajaron y sus billetes sufrieron una
depreciación que sobrepasó el 6%. Los luises se cotizaron,
entonces, con 30 sueldos de prima.

La Asamblea comprendió que para inspirar confianza en los


asignados precisaba alejar del clero la administración, que
aún conservaba, de sus bienes, y liberar a éstos de toda
hipoteca y de cualquiera posible reivindicación ulterior,
declarando de cuenta y cargo del Estado la deuda del clero y
todos los gastos del culto. Así lo hizo por sus decretos fechas
17 de marzo y 18 de abril de 1790. Realizado esto, se figuró
tener suficientemente consolidado el asignado y
enteramente facilitada su colocación, imaginándose que,
desde tal momento, no tendría ya para qué acudir al billete.

Hasta entonces el asignado había sido solamente la garantía


del billete. Éste estaba depreciado porque la garantía era
aleatoria. Ahora el asignado se ve libre de toda suspicacia, de
todo impedimento, ya que los bienes del clero se han
convertido en líquidos. Se está seguro de que el antiguo
poseedor no inquietará al nuevo adquirente. Se está también
seguro de que el bono del Tesoro, pagadero en tierras, no será
protestado a su vencimiento. Consolidado y liberado, podía
el asignado reemplazar con ventaja al billete. La Caja de

193
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Imprevistos colocaría ella misma los asignados entre el


público, poniéndolos en curso, cosa que la de Descuentos no
había podido lograr. Los primitivos asignados, que no habían
logrado colocación, serían anulados y se llevaría a cabo una
nueva emisión en condiciones distintas. Por exceso de
precaución se decidió, el 17 de marzo de 1790, a propuesta
de Bailly, que los bienes que se vendiesen lo fueran a través
de las municipalidades. «Muchas personas –dijo Thouret–
contratarán con más seguridad cuando los bienes
eclesiásticos lleguen a sus manos por tal conducto y luego de
una primera y preventiva transmisión que los purgaría de su
primitiva naturaleza.»

Quisieron algunos que los nuevos asignados a crear tuvieran


el carácter de libres, esto es, que, guardando el carácter de
bonos del Tesoro, fuese permitido a cada uno el aceptarlos o
rechazarlos. La Asamblea, sin embargo, se decidió por la
teoría de los defensores del curso forzoso. «Sería injusto –dijo
Martineau en la sesión del 10 de abril– obligar a los
acreedores del Estado a que los aceptasen sin que ellos
pudieran obligar a sus acreedores propios a también
recibirlos.» El decreto del 17 de abril estatuyó que los
asignados «tendrían curso de moneda entre todas las
personas y en toda la extensión del reino, siendo recibidos
como especies sonantes en todas las cajas públicas y
particulares». Permitióse a los particulares, ello no obstante,
el excluirlos en sus futuras transacciones. No era, pues, un

194
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

verdadero curso forzoso lo que, en realidad, se había


ordenado. Olvidó la Asamblea, y no tomó por ello medidas
para evitarla, que se iba a establecer, fatalmente, una
concurrencia entre el papelmoneda y la moneda metálica, y
que la primera, forzosamente, perecería en la lucha. No quiso
saber que la mala moneda expulsa a la buena. La Asamblea
no intentó retirar el oro y la plata de la circulación: jamás
tuvo tal pensamiento. Y es más, dos circunstancias parecían
facilitar lo contrario. No existiendo al principio sino billetes
de asignados representativos de 1.000 libras, el oro y la plata
eran necesarios para las pequeñas compras y como moneda
de saldo en las cantidades no múltiplos de 1.000 libras. Por
otra parte, el Estado necesitaba escudos y pequeña moneda
fraccionaria para el pago de la soldada de las tropas. Así, lejos
de prohibir el canje de billetesasignados por moneda
metálica, lo alimentó y favoreció, llegando él mismo a
comprar especies metálicas pagándolas en asignados, si bien
consintió cierta pérdida en el cambio. Ahora bien, sucedió
que esta pérdida fue aumentando sin cesar. En tales
circunstancias, el comercio del dinero amonedado en su
cambio con el papelmoneda se convirtió en algo legal. El
decreto del 18 de mayo de 1791 consagró y alentó tal
comercio. El luis y el asignado fueron admitidos ambos como
objetos de contratación en Bolsa, pasando el dinero a ser
considerado como mercancía de curso variable. Con tal
medida el descrédito del papel ante el metal acuñado fue

195
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

consagrado por la misma Asamblea. Había en su sistema


financiero, desde el primer momento, una grieta que el
tiempo debía ir agrandando.

Los primeros asignados, creados el 19 de diciembre de 1789,


producían un interés del 5%. Los emitidos el 17 de abril de
1790 para reemplazarlos, sólo producían el 3%. El interés se
contaba por días. El asignado de 1.000 libras producía
diariamente 1 sueldo y 8 dineros; el de 300 libras, 6 dineros.
El último portador cobraba al fin del año el montante del
interés total en una Caja pública. Los tenedores intermedios
percibían la fracción que les era debida de manos de sus
adquirentes de asignados, obligados a pagar estas cuotas de
interés parcial. Si bien estas operaciones de abonos de
intereses cayeron en desuso en la vida corriente, el Estado
las aplicaba siempre en los ingresos que se le hacían. Bajando
el interés, la Constituyente quiso apartar a los capitalistas de
guardar sus asignados en las carteras y cajas de caudales
como títulos constitutivos de renta, en lugar de dedicarlos a
su fin esencial de instrumentos adquisitivos de tierras. El
diputado Prugnon había pedido la supresión de todo interés,
ya que el asignado se había convertido en moneda. El escudo
no producía interés. «O los asignados –decía– son buenos o no
lo son. Si son buenos, cosa que yo no dudo, no necesitan
interés, y si son malos, la concesión del interés no los hará
buenos y sólo servirá para dar a entender que se creyeron
malos desde el momento mismo de su creación.» La Asamblea

196
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

no se atrevió de primera intención a llegar hasta el fin


marcado en la lógica argumentación de Prugnon. La creación
de los asignados, que al principio fue una sola operación de
Tesorería, iba a hacer caer a la Asamblea en la tentación de
ampliar su plan. La Caja de Imprevistos servía a los mismos
fines que la antigua Caja de Descuentos. Los asignados
reemplazaban al billete. La Asamblea «fabricaba» moneda.
Con la primera emisión había proveído al cuerpo legislativo
a extinguir las deudas más notorias y apremiantes. ¿Por qué
no había de entender que podía utilizar el mismo recurso
para extinguir toda la deuda, para liquidar de una vez todos
los atrasos del viejo régimen?

El marqués de Montesquiou-Fézenzac, en nombre de la


Comisión de Hacienda, propuso a la Asamblea, el 27 de
agosto de 1790, la elección entre dos sistemas: o crear
«recibos del Tesoro», con interés del 5%, que serían recibidos
en pago de los dominios nacionales y con los cuales se
reembolsarían los oficios suprimidos y las deudas exigibles,
o recurrir a nuevas emisiones de asignados por medio de las
que se amortizaría la deuda por la venta rápida de los bienes
del clero. Después de una larga y viva discusión, que duró
más de un mes, la Constituyente se decidió por el segundo
partido. En su mérito decretó, el 29 de septiembre de 1790,
el reembolso «en asignadosmoneda, sin interés», de la deuda
del Estado, no consolidada, y de la del clero, elevando, al
mismo tiempo, hasta 1.200 millones el límite de emisión de

197
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

los asignados, fijado primitivamente en 400 millones. Los


diputados constituyentes no se determinaron a tal medida
sino a conciencia y después de madura reflexión. «Tenéis
ante vosotros –les había dicho Montesquiou– la más grande
cuestión política que puede someterse a hombres de Estado.»

Rechazaron los recibos de Tesorería por razones poderosas.


Estos recibos, sólo aceptables en pago de los bienes
nacionales, tenían el inconveniente de no mejorar la
situación financiera hasta tanto que la venta de dichos
bienes se hubiera realizado. Llevando consigo la obtención de
interés, no disminuían los gastos. «La deuda –dijo Beaumetz–
no dejaría de existir.» Los recibos –añadió Mirabeau–
permitirán a los capitalistas el agio en relación con los
dominios y a vender «y los constituirían en dictadores de la
ley a las campiñas». Sus detentadores, en efecto, serían
dueños y señores del encarecimiento de los mismos, toda vez
que sólo con su papel podrían comprarse los bienes. Los
rentistas habitantes de las ciudades no sentían interés
alguno hacia la tierra. Ni sentirían tampoco necesidad de la
colocación de los recibos, ya que ellos, por el interés que
obtenían, eran valores constitutivos de renta. Ante esta
consideración nacía el derecho de preguntarse: ¿Las ventas
serán facilitadas o sufrirán, por el contrario, retraso? Era
ésta la gran cuestión, pues, como advertía Montesquiou, todo
el mundo había convenido en el seno de la comisión en que
«la salud del Estado dependía de la venta de los bienes

198
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

nacionales, y en que esta venta no sería rápida sino en tanto


que se pusiera en mano de los ciudadanos valores
especialmente propios para estas adquisiciones».

Los asignados parecieron el medio preferible porque ellos


circulaban entre todos y no tenían el peligro de inmovilizarse
en las cajas de caudales, ya que ellos no producían interés,
con lo que, además, se obtenía una economía, que calculó
Montesquiou en 120 millones por año, cantidad esta última
que hubieran tenido que satisfacer los ciudadanos en
contribuciones si no se hubiera acudido a este medio. Pesó
también la creencia de que de no crearse los asignados, los
bienes nacionales no se venderían nunca. «Desde hace más
de veinte años –decía Montesquiou– 10.000 fincas se hallan
a la venta sin que nadie las compre. Comprar para
reembolsarse es el único medio de hacer posible las ventas,
de aligerarlas.» Los adversarios de los asignados aducían que
el reembolso de la deuda por medio de papelmoneda equivalía
a una bancarrota parcial. Es una ilusión creer, decía Dupont
de Nemours, que la deuda puede pagarse con asignados. Éstos
son anticipos sobre los dominios. Su reintegro no será
verdadero sino el día en que el dominio representado por el
asignado sea vendido, de donde nace una pérdida o
depreciación del asignado, que seguramente había de surgir
en el cambio habitual del papelmoneda por el numerario.

199
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Talleyrand hacía notar que la bancarrota se dejaría sentir aun


en las transacciones privadas. «Todos los acreedores a los que
se pague en billetes perderán la diferencia entre el curso del
billete y el curso del numerario, cantidad en que saldrán
beneficiados aquellos que recibieron los préstamos
estipulados en efectivo metálico, lo que traerá como
consecuencia el trastocamiento de las propiedades y una
cierta universal infidelidad en los pagos, mucho más odiosa
en cuanto que resultará legal.» Lavoisier y Condorcet
demostraron que lanzada a la circulación una nueva masa de
signos monetarios, los objetos de consumo aumentarían
seguidamente de precio. «Si dobláis los signos
representativos de cambio –decía Peres– continuando
siempre en la misma proporción los objetos a cambiar, es
evidente que serán precisos dobles signos representativos
para obtener la misma cantidad de mercancías.» El aumento
de precio de los objetos producidos disminuirá el consumo y,
por consecuencia, la producción. Las manufacturas francesas
sucumbirán ante la competencia de las manufacturas
extranjeras, tanto más cuanto que el cambio sería
desventajoso para los adquirentes franceses. Las compras a
los extranjeros no podrían hacerse con asignados, sino con
metales preciosos, habiendo de desaparecer el encaje
metálico francés, siguiéndose una espantosa crisis
económica y social.

200
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Sin negar absolutamente estos peligros eventuales, los


defensores del asignado replicaban que, a pesar de todo, no
había otra solución que la suya. Habiendo ya, a la sazón,
desaparecido el numerario, había que sustituirlo con el
papelmoneda para conseguir la venta de los bienes del clero.
«El papel –se dice– arroja al dinero de la circulación. Está
bien. Dadnos dinero y veréis cómo nosotros no os pedimos
papel.» Así se expresaba Mirabeau. «Que no se nos hable del
sistema de Law –decía Montesquiou–; el Misisipi no se puede
comparar, ni oponer, a la abadía de Cîteaux o a la abadía de
Cluny.» Argumentaban que, puestas las cosas en el peor de
los extremos, en el de que los asignados llegasen a un enorme
descrédito, ello no produciría sino la ventaja de que sus
poseedores tuvieran mayor prisa en convertirlos en tierras.
Y de esto era precisamente de lo que se trataba. El asignado
era un supuesto necesario para la venta de los bienes
nacionales. «Precisa desposeer a los usufructuarios – advertía
Beaumetz– y destruir para siempre sus esperanzas
quiméricas.» Dicho de otra manera: la cuestión no era sólo de
orden financiero. Era, ante todo, una cuestión política. Lo
entendía bien Chapelier cuando afirmaba: «Refiriéndonos a la
Constitución, hemos de advertir que la admisión de los
asignados no puede ser objeto de discusión y es el único
medio infalible de establecer dicha Constitución.
Refiriéndonos al aspecto financiero, hemos de advertir que
no es posible razonar en los momentos actuales como en

201
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

aquellos otros que corresponden a una situación normal: no


podemos nosotros hacer frente a nuestros compromisos sin
obrar así; podremos sufrir ligeras pérdidas, pero no tolerar
que la Constitución deje de asentarse sobre bases estables y
sólidas.» «Se trata –decía Montesquiou con mayor precisión
aún– de afirmar la Constitución, de ahuyentar de sus
enemigos toda esperanza, de encadenarlos al nuevo orden
por razón de su propio interés.»

Era, pues, el asignado una arma de combate político al mismo


tiempo que un instrumento financiero. Arma política,
cumplió sus fines porque aceleró la venta de los bienes del
clero y la hizo irrevocable, y porque permitió a la Revolución
el vencer a sus enemigos, tanto interiores como exteriores.
Instrumento financiero, no escapó a los peligros que sus
adversarios habían previsto. Pero debe confesarse que estos
mismos peligros, en su mayor parte, fue la política quien los
hizo nacer, la que los desarrolló, los agravó y los hizo
irremediables. Los billetes o títulos de asignados,
representativos de cantidades altas, sufrieron, desde su
aparición, una pérdida, al ser cambiados por dinero metálico.
Para convertirlos en escudos había que pagar una prima que
al principio fue de un 6 o un 7%, pasando a convertirse, con
cierta rapidez, en un 10, en un 15 y hasta en un 20%. Los
títulos de 50 libras, aparecidos en la primavera de 1791,
obtuvieron prima sobre los representativos de cantidades
altas, y cuando se crearon los billetes de 5 libras, llamados

202
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

corsés, desde el comienzo de su distribución, en julio de


1791, lograron, a su vez, beneficio sobre los de 50 libras. La
Asamblea, durante mucho tiempo, vaciló antes de crear
billetes o títulos pequeños, y ello por serias razones. Los
obreros eran pagados en escudos y en moneda de cobre,
siendo los patronos los que sufrían la pérdida del cambio del
asignado por moneda metálica. Si se creaban billetes de 5
libras, era de temer que también desapareciesen los escudos,
y que los obreros, que desde entonces serían pagados en
papel, soportasen ellos la pérdida que habrían de
experimentar en el cambio y que, hasta entonces, habría sido
de cuenta de sus patronos. Los objetos, los artículos de
consumo, tenían dos precios: uno si se pagaban en dinero
metálico; otro si se pagaban en asignados o moneda papel.
Pagar a los obreros en papel valía tanto como disminuirles el
salario. Y así sucedió, en efecto.

Se intentó en vano remediar el problema acuñando una


enorme cantidad de calderilla con el bronce de las campanas
pertenecientes a las iglesias suprimidas. El metal amonedado
desapareció, porque había interés en volverlo a fundir. Y la
falta de moneda fraccionaria constituyó, desde un principio,
una verdadera dificultad para comerciantes, industriales y
obreros. En muchas poblaciones se sustituyó el pago en
metálico con el pago en especies. A guisa de salario se daba
trigo o efectos, especialmente telas. En Besançon, en marzo
y abril de 1792, la falta de moneda menuda y el descrédito y

203
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

consiguiente depreciación que sufrían los asignados dieron


ocasión a tumultos y algaradas. Los obreros empleados en las
fortificaciones se declararon en huelga, reclamando el pago
de sus salarios en monedametal. Amenazaron a los panaderos
con saquear sus establecimientos. E igual sucedió en otras
muchas localidades. El pueblo se negaba a admitir la
diferencia de precios según se pagase en papel o en metal
acuñado, e irritado con los comerciantes, los maltrataba de
palabra y de hecho.

Los Monneron, opulentos comerciantes de París, batieron


piezas de uno y dos sueldos con una marca suya especial. Su
ejemplo fue seguido por otros. Se llamó a esta calderilla
emitida por particulares, «medallas de confianza». Los
bancos, a su vez, en Burdeos desde luego, concibieron la idea
de poner en circulación pequeños billetes con su nombre y
firma, que se llamaron «billetes de confianza», y que dichos
bancos cambiaban por asignados. Desde principios de 1791
estas emisiones de billetes de confianza se multiplicaron.
Hubo administraciones departamentales, de distrito y aun
municipales que recurrieron a ellas. En París llegaron a
circular simultáneamente 63 especies de billetes de estas
clases.

Los bancos emisores obtenían en esta operación doble


ganancia. Primeramente la obtenían haciéndose pagar, a
veces, cierta prima por el cambio de sus propios billetes por

204
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

asignados, y luego, en lugar de inmovilizar los asignados que


percibían en el trueque, aprovechándose de la falta de control
que en la materia existía, los dedicaban a especulaciones
comerciales o financieras. Especulaban con el azúcar, con el
café, con el ron, con el algodón, con la lana, con el trigo. El
peligro estaba en que, en caso de mal éxito, habiendo perdido
su garantía, el billete no podía ser reembolsado; la
especulación había hecho que se desvaneciera la prenda dada
en cambio o garantía. Las compras al por mayor de
mercancías llevadas a cabo por los bancos de emisión, que
querían colocar sus asignados, encarecieron los precios e
hicieron bajar los signos de sus propios valores. Cuando
ciertos bancos emisores, como la Caja de Socorros de París,
hubieron de suspender el reembolso de sus propios billetes,
el crac que produjeron, y que se elevó a muchos millones,
sembró el pánico entre el público. El descrédito de los billetes
de confianza –que fue preciso retirar definitivamente de la
circulación–, se reflejó en los asignados. No olvidemos, por
último, que hábiles falsarios lanzaron al mercado grandes
cantidades de asignados falsificados, y que Calonne, en el
ejército de los emigrados, dirigía una fábrica especialmente
dedicada a este fin. Otras causas contribuyeron aún a la baja
del asignado, y, por consecuencia fatal, al encarecimiento de
la vida. Los asignados debían ser quemados en el momento
mismo en que volvieran a las arcas del Tesoro, ya como
importe de compras de bienes nacionales, ya como abono de

205
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

contribuciones. Una elemental prudencia aconsejaba el


apresurar la entrada de asignados en las cajas del Estado, a
fin de disminuir rápidamente la masa del papel en
circulación. Y la Constituyente cometió la falta de conceder
a los compradores largos plazos para satisfacer el precio de
las adquisiciones: podían cumplir su compromiso en doce
anualidades.

Otra falta consistió en recibir como pago en la adquisición de


bienes nacionales, y en concurrencia con los asignados, los
finiquitos de reembolso de los oficios suprimidos, los títulos
de propiedad de los diezmos enfeudados y, en general, y
según los preceptos de los decretos del 30 de octubre y 7 de
noviembre de 1790, todo papel por medio del cual el Estado
resultase saldando sus deudas. Valía ello tanto como crear al
asignado una nueva concurrencia y era también arriesgarse
en la aventura de inflar aún más la circulación fiduciaria.

Quiso también la Asamblea que marchasen a tono semejante


la venta de bienes nacionales y el reembolso de la deuda. Y
este deseo le llevó a aumentar sin cesar la masa de asignados,
agravando, por tanto, su depreciación. A la emisión primitiva
de 1.200 millones, decretada el 25 de septiembre de 1790, se
añadieron sucesivamente una emisión de 600 millones el 18
de mayo de 1791, otra de 300 millones el 17 de diciembre de
1791 y otra de 300 millones el 30 de abril de 1792. Es decir,
unos 2.500 millones en año y medio; sin duda que una parte

206
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de estos asignados habían vuelto al Tesoro y habían sido


quemados. Los datos que poseemos acusan la cifra de 370
millones el 12 de marzo de 1792.

Pero de todos modos, resulta evidente que la cantidad de


asignados en circulación había ido aumentando con una
regularidad inquietante: 980 millones el 17 de mayo de 1791;
1.700 millones el 30 de abril de 1792. Y todo ello antes de
que la guerra comenzase. Desde el 30 de enero de 1792, si
hemos de creer la correspondencia del internuncio
pontificio, los asignados perdían en París el 44%. El luis oro
valía 36 libras en asignados. Pudiera parecer sospechoso el
testimonio del aristócrata Salomon; pero el de las tablas
oficiales de la depreciación del papelmoneda ha de
considerarse como verídico. Éstas nos dicen que, en la misma
fecha, más de dos meses antes de la declaración de la guerra,
100 libras de asignados sólo valían en París 63 libras y 5
sueldos. En el departamento del Doubs, a fines de dicho mes
de enero de 1792, la pérdida era del 21%; en el Meurthe, del
28%; en la Gironda y en las Bocas del Ródano, del 33%, y en
el Norte, del 29%. Se ve, por todo esto, que si el precio de los
productos se había elevado al compás de la baja del
papelmoneda, el encarecimiento de la vida marcaba un
coeficiente de aumento que fluctuaba del 25 al 33%.

Y si los asignados perdían en su país de origen del 25 al 35%,


en Ginebra, en Hamburgo, en Amsterdam, en Londres, esa

207
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

pérdida se elevaba al 50 o al 60%. De ordinario, cuando el


cambio es contrario a un país, no es que este país produzca
poco o venda poco, es que compra mucho. Para abonar sus
compras necesita procurarse valores extranjeros, que paga
tanto más caros cuanto más necesarios le son. Francia, en
1792, vendía mucho al extranjero y, en gran cantidad, sólo
le compraba trigo. No eran, pues, las diferencias entre las
compras y las ventas lo que podía explicar la baja del cambio.
Tenía ella otras causas. El viejo régimen que perecía, había
contratado, sobre todo durante la guerra de América, grandes
empréstitos en Holanda, Suiza y Alemania. Cuando al
principio de la Revolución se reembolsaron estos
empréstitos, hubieron de exportarse grandes cantidades de
numerario: de asignados y de otros valores. Estos bruscos
reintegros hicieron afluir a los mercados extranjeros el papel
francés, que seguidamente hubo de depreciarse. Las compras
de numerario llevadas a cabo por el ministro de la Guerra
para el pago de las tropas obraron en idéntico sentido.

Las causas puramente económicas de la baja de los asignados


y del cambio, que dieron por resultado el alza de los precios
en el interior de Francia, son las que acabamos de enunciar.
Pero a su lado precisa colocar otras de carácter político. La
huida de Luis XVI a Varennes y las amenazas de guerra que
la siguieron inspiraron a muchas gentes, en Francia y en el
extranjero, dudas sobre el éxito de la Revolución. Si hubo
necesidad de crear los billetes de confianza para suplir la

208
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

falta de billetes pequeños de asignados, fue, sin género de


duda, porque el antiguo numerario, los luises, los escudos,
las monedas blancas y hasta la calderilla habían desaparecido
de la circulación. Es evidente que los emigrados habían
llevado con ellos una cierta cantidad más allá de las
fronteras; pero no es menos verídico que bastante cantidad
de numerario había quedado en el país. Si el numerario no
circulaba era porque sus poseedores no tenían confianza en
la moneda de la Revolución y temían o esperaban una
restauración monárquica. Y ante la posibilidad de ella,
guardaban celosamente y ocultaban con ahínco las monedas
del rey. Hasta tal punto se puede decir lo que antecede,
cuanto que lo confirma el hecho de que al crearse, más
adelante, los asignados reales, tuvieron prima sobre los
asignados republicanos. Francia estaba profundamente
dividida, y estas divisiones son una de las más profundas
razones tanto de las crisis financieras cuanto de las
económicas.

Ciertos historiadores, para probar que la masa tenía fe ciega


en el nuevo régimen, citan, de ordinario, el innegable éxito
de la venta de los bienes nacionales. En efecto, las ventas
fueron rápidas y se encontraron compradores a precios
frecuentemente superiores a los de las tasaciones oficiales.
Pero esta buena fortuna de la gran operación revolucionaria
es debida a causas diversas, de las cuales estimo ser la más
notoria la del precisamente muy vivo deseo de los

209
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

adquirentes de encontrar colocación a sus asignados,


desembarazándose de ellos lo más pronto posible y
cambiando, así, su papel por una propiedad sólida: la tierra.
Como el asignado era recibido por su valor nominal en el pago
de los bienes nacionales, el adquirente ganaba toda la
diferencia existente entre dicho valor nominal del papel
revolucionario y su valor real en el mercado. Es hecho
comprobado, el de que aristócratas notorios compraron
bienes de la Iglesia y el de que lo mismo hicieron curas
refractarios y nobles como Elbée y Bonchamp, participantes
en la insurrección vandeana. En Vienne se contaban 134
compradores eclesiásticos y 55 adquirentes nobles.

Es lícito afirmar, con cierto sentido general, que fue la


burguesía de las ciudades quien adquirió la mayor parte de
los lotes puestos en venta. Los campesinos, faltos de dinero,
sólo recolectaron de este rico botín una mediocre parte.
Fueron muchos también los adquirentes de pequeñas
parcelas, bastando este innegable hecho para ligarlos a la
Revolución. Se ha dicho también que al principio el asignado
reanimó a la industria francesa. Durante algunos meses, en
efecto, las fábricas conocieron una prosperidad ficticia. Los
tenedores de asignados se dedicaron, para deshacerse de
ellos, no solamente a comprar bienes nacionales, sino
también a adquirir objetos manufacturados. Los astutos que
preveían la guerra constituyeron grandes stocks de
mercancías de todas clases. Sus repetidas compras

210
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

estimularon ciertamente la fabricación; pero produjeron


también, como efecto inevitable, el alza de los precios y el
consecuente encarecimiento de la vida.

Siempre y en todo lugar, con ocasión de las crisis


económicas, han denunciado los revolucionarios maniobras
de los aristócratas para producirlas. Han pretendido aquéllos
que éstos se entendían, se coligaban para lograr el descrédito
de la moneda revolucionaria, para acaparar los productos
alimenticios y las demás mercancías, y para impedir la libre
circulación de los productos, creando así una crisis ficticia y
un progresivo encarecimiento. Es cierto que estas maniobras
existieron. El club de los Jacobinos de Tulle denunció, el 2
de febrero de 1792, al presidente del distrito de la ciudad, a
un cierto Parjadis, que aconsejaba a los contribuyentes no
pagasen los impuestos y les predicaba la próxima
repatriación triunfal de los emigrados. El 18 de marzo de
1792 el Directorio del departamento de Finistère hizo
presente al rey que le hubiera sido imposible recaudar los
impuestos si no hubiera tomado la determinación de prender,
en Quimper, a los sacerdotes refractarios. Por aquel tiempo
un hombre de cierta popularidad, Séguier, parlamentario de
vieja cepa, lanzó al público un volumen agresivo, titulado La
Constitución trastocada, cuyo fin era sembrar la alarma entre
los franceses haciéndoles consideraciones sobre su derecho
de propiedad. «¿Cómo –decía– pueden los propietarios echar
cuentas sobre sus propiedades en una crisis tan violenta, con

211
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

un agiotaje tan infernal, con una emisión incalculable de


asignados y de papel de todas clases, cuando las colonias
están en guerra civil y Francia amenazada del mismo peligro,
cuando, por una multitud de decretos, las propiedades
mobiliarias son confiscadas, sometidas a formalidades
amenazadoras, lentas, difusas y superfluas?» Séguier llegaba
a amenazar a los compradores de bienes nacionales al
decirles que los antiguos acreedores del Estado y del clero
tenían sobre los bienes por ellos adquiridos una hipoteca que
algún día habían de hacer efectiva. La lucha de las dos
Francias se planteó y se ejerció en todos los terrenos. Toda
crisis política se desdobla en una crisis económica y social.
No conviene olvidar esto al juzgar a los hombres y a las cosas
de esta época.

La vida cara, consecuencia del asignado, iba a contribuir, en


plazo breve, a la caída de la rica burguesía que había
gobernado con las Constituyentes, tanto más cuanto que a
las perturbaciones políticas y económicas se mezcló una
agitación religiosa, que se hacía de día en día más aguda.

212
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO IX

LA CUESTIÓN RELIGIOSA

La reorganización del Estado entrañaba forzosamente la


reorganización de la Iglesia, ya que ambos aparecían, desde
hacía siglos, ligados. No era posible separarlos de un
plumazo. Nadie, aparte, tal vez, del excéntrico Anacharsis
Cloots, deseaba esta separación que la opinión pública no
hubiera comprendido o que hubiera, mejor, interpretado
como una declaración de guerra a una religión que las masas
practicaban con gran fervor. Mas es indudable que la reforma
financiera, de la que dependía la salud del Estado, habría
resultado incompleta si todos los establecimientos
eclesiásticos –y en aquellos tiempos las escuelas, las
universidades, los hospitales dependían de la Iglesia–
hubiesen tenido que ser conservados, ya que sus atenciones
habrían consumido, como antes, las rentas de los bienes
vendidos. Era preciso, para realizar las economías
necesarias, suprimir un buen número de los existentes. De
aquí la obligatoriedad, para las Constituyentes, de designar
cuáles establecimientos debieran conservarse y cuáles
suprimirse; es decir, y en una palabra, la de proceder a
reorganizar la Iglesia de Francia. Por medida de economía,
tanto o más que por desprecio a la vida monástica, se dio
libertad a los monjes de las órdenes mendicantes o
contemplativas para poder abandonar el claustro, siendo

213
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

muchos los que se apresuraron a aprovecharse de tal


autorización. Con semejante medida pudieron suprimirse
numerosas casas, respetándose, en cambio, las
congregaciones dedicadas a servicios de caridad y de
enseñanza. Cerrando conventos se hacía inútil la recluta de
religiosos. También, y para el porvenir, se prohibió la
prestación de votos perpetuos.

Asimismo, por medida de economía, tanto como por


postulado de una buena administración, el número de
obispados se redujo a 83, es decir, uno por cada
departamento. Las parroquias sufrieron una reducción
análoga. Los obispos, nombrados antes por el rey, pasaron a
ser –desde aquellas fechas y al igual de los demás
magistrados– elegidos por el nuevo soberano, que era el
pueblo. ¿No eran «funcionarios que tenían a su cargo la
moral»? ¿No se confundía la nación con el conjunto de los
fieles? El catolicismo no fue declarado religión oficial del
Estado, pero era el solo culto subvencionado. Sólo él podía
sacar a la calle sus procesiones, debiendo estar aquélla
obligatoriamente empavesada por los vecinos todos. Los
disidentes, poco numerosos, se veían forzados a un culto
privado, disimulado, simplemente tolerado. Los párrocos
serían elegidos por los electores de su distrito, como los
prelados debían serlo por los de su departamento. ¿Qué
importaba que entre el número de los electores pudieran
figurar algunos protestantes? ¿Es que, antes, los señores

214
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

protestantes no designaban los párrocos de sus dominios, en


virtud del derecho de patronato? La elección, desde luego,
no era sino una «presentación». Los elegidos, designados
obligatoriamente de entre los sacerdotes, debían ser
instituidos por sus superiores eclesiásticos. Los obispos
debían ser instituidos por sus metropolitanos, como en los
primitivos tiempos de la Iglesia. Los metropolitanos no irían
a Roma a obtener el palio. La Asamblea abolió las anatas, es
decir, las rentas del primer año de los beneficios vacantes
que los nuevos titulares pagaban a la Santa Sede. Los obispos
que se eligieran por el nuevo procedimiento habrían de
limitarse a escribir una carta respetuosa al Pontificado para
indicarle que estaban en su comunión. Así, la Iglesia de
Francia se convertiría en una Iglesia nacional. De allí en
adelante no sería gobernada despóticamente. Los Cabildos,
cuerpos privilegiados, desaparecieron, siendo reemplazados
por Consejos Episcopales con participación en la
administración de las diócesis. Un mismo espíritu animaría,
desde entonces, a la Iglesia y al Estado, secularmente
relacionados y confundidos, espíritu que sería de libertad y
de progreso. Los párrocos adquirían la obligación de dar a
conocer y explicar a los fieles, desde el púlpito, los decretos
de la Asamblea. Se mostraba ésta confiada, y habiendo dado
una Constitución Civil al clero, no creyó haber sobrepasado
sus derechos. En nada había tocado a lo espiritual. Era cierto
que, con la denuncia del Concordato y la supresión de las

215
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

anatas, había lesionado gravemente los intereses del


Pontífice; pero no creía que el Papado echara sobre sí las
responsabilidades de desencadenar un cisma. En el año de
1790 no tenía aún el derecho de declarar los dogmas por sí,
ni el de interpretarlos ni tampoco el de resolver, como
soberano, las materias de disciplina y las de carácter mixto,
como precisamente eran las que, en aquella ocasión, estaban
en juego. La infalibilidad pontificia no sería pronunciada sino
en el Concilio del Vaticano, celebrado ochenta años más
tarde. Los obispos de Francia, por otra parte, eran, por aquel
entonces, en su mayoría, galicanos, es decir, hostiles al
absolutismo romano. En los grandes discursos que pronunció
en su nombre, el 29 de junio de 1790, con ocasión de la
discusión de los decretos sobre el clero, el arzobispo de Aix,
Boisgelin, sólo había reconocido al obispo de Roma una
primacía, pero no una jurisdicción sobre la Iglesia, y todos
sus esfuerzos se limitaron a pedir a la Asamblea permitiese
la reunión de un concilio nacional que tomara las medidas
canónicas indispensables para la aplicación de las reformas.
No habiendo permitido la Constituyente la celebración del
concilio, por creerlo atentatorio a su soberanía, Boisgelin y
los obispos liberales se dirigieron al Pontífice en demanda de
los medios canónicos, sin los cuales no podían, en
conciencia, llegar a poner en vigor la reforma referente a las
circunscripciones diocesanas y a los consejos episcopales.
Confiaron a Boisgelin la redacción de proposiciones de

216
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

acuerdo, que fueron enviadas a Roma por conducto del propio


rey. La Constituyente conoció estas negociaciones y las
aprobó. Creía ella, como los obispos de la Asamblea, como el
mismo Luis XVI, que no habría titubeo en aceptar los
decretos, que el Papa no rehusaría el darles su visto bueno,
el «bautizarlos», según la frase del jesuita Barruel en su Diario
Eclesiástico. «Creemos prever –decía Barruel– que el bien de
la paz, que importantes consideraciones influirán
indefectiblemente en el Santo Padre para secundar estos
deseos.» Lejos de desanimar a los obispos partidarios de la
conciliación, el Nuncio les dio confianza: «Ellos imploran de
Su Santidad –escribía en su despacho del 21 de junio de
1790– que, actuando de Padre afectuoso, venga en socorro de
esta Iglesia y haga todos los sacrificios posibles para
conservar la unión esencial. He creído, a este propósito,
deber asegurarles que Su Santidad, instruido de la deplorable
situación por que atraviesan los intereses de la religión en
este país, de su parte hará todo lo posible para conservarla».
Añadía el Nuncio que los obispos habían tomado ya las
medidas necesarias para reconstruir las circunscripciones
eclesiásticas, según el decreto, y que los obispos suprimidos
entregarían ellos mismos sus dimisiones. «La mayor parte de
los obispos –decía en su citado despacho del 21 de junio– ha
confiado a monseñor el arzobispo de Aix el encargo de
delimitar las diócesis. El clero desearía que el rey suplicase a
Su Santidad se sirviera designar, de entre ellos y dentro de

217
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

las libertades galicanas, dieciséis comisarios apostólicos, los


que, divididos en cuatro comités, se ocupasen en fijar
definitivamente los límites de los nuevos obispados.» Un
precedente, no lejano, permitía a los obispos y a los
diputados constituyentes el abrir sus pechos a la esperanza.
Cuando Catalina II, emperatriz de Rusia, se hubo anexionado
la parte que le correspondió en el reparto de Polonia, había
retocado, por su propia autoridad, las circunscripciones de
las diócesis católicas de dicho país. Creó, en 1774, la sede
episcopal de Mohilev, a quien extendió la jurisdicción sobre
todos los católicos romanos de su Imperio. También, por su
sola autoridad, había provisto a esta diócesis de un titular: el
obispo in partibus de Mallo, personaje sospechoso a Roma; y
prohibió al obispo polaco de Livonia el inmiscuirse desde
entonces en la parte de su antigua diócesis anexionada a
Rusia. Pío VI procuró no entrar en conflictos con la soberana
cismática, cuyas intromisiones en el dominio espiritual eran
sensiblemente del mismo orden de las que la Constituyente
francesa iba a permitirse. Regularizó en aquella ocasión,
aunque demasiado tarde, las reformas, ya llevadas a cabo por
el poder civil, sirviéndose para ello exactamente de los
mismos procedimientos a los cuales el episcopado francés le
aconsejaba recurrir para «bautizar» la Constitución Civil del
Clero.

El Papa, todo ello no obstante, fue impelido a la resistencia


por numerosas razones, de las que las más determinantes no

218
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

fueron, tal vez, las de orden religioso. Desde el primer día


había condenado, en consistorio secreto, como impía, la
Declaración de los derechos del hombre, a la que, sin
embargo, el arzobispo Champion de Cicé prestó colaboración.
La soberanía del pueblo le parecía una amenaza para todos
los tronos. Sus súbditos de Aviñón y del Comtat estaban en
plena revolución. Habían expulsado a su legado, adoptado la
Constitución Francesa y pedido su anexión a Francia.

En respuesta a las proposiciones de acuerdo que Luis XVI le


había transmitido, para poder llegar a poner en vigor la
Constitución Civil del Clero, solicitó que las tropas francesas
le ayudasen a someter a sus insurreccionados súbditos. La
Constituyente se limitó a aplazar la anexión reclamada por
los habitantes de los dichos países3.3

Entonces el Papa se decidió a condenar formalmente la


Constitución Civil del Clero. Se habían pasado muchos meses
en negociaciones dilatorias.

Precisa añadir que el Pontífice fue lanzado a la resistencia no


sólo por los emigrados, sino también por las potencias
católicas, especialmente España, molesta con Francia por
haberla abandonado en los momentos de su conflicto con
Inglaterra. Y no puede dejarse en olvido, finalmente, la
conducta de nuestro embajador en Roma, el cardenal Bernis,

3
3 La anexión de Aviñón, justificada por el derecho de los pueblos al darse su propio régimen, no fue votada
sino el 14 de septiembre de 1791.

219
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

fogoso aristócrata, que hizo todo cuanto pudo para que


fracasase la negociación cuyo éxito le había sido confiado. Al
declarar al Papa que, en defecto de un Concilio Nacional, sólo
él tenía los medios canónicos necesarios para convertir en
ejecutoria la Constitución Civil del Clero, los obispos
franceses quedaban a discreción de la Curia Romana. Cuando
la Constituyente, cansada de esperar, les impuso el
juramento no podían ya retroceder. Rehusaron prestarlo, y el
Papa se aprovechó de esta repulsa, que había provocado con
su táctica dilatoria, para fulminar, al fin, una condena que
les sorprendió y que les ofuscó.

Hasta última hora, el arzobispo de Aix, Boisgelin, que hablaba


en nombre de la mayoría de los obispos, había confiado en
que el Pontífice resistiría el lanzar a Francia hacia el cisma y
hacia la guerra civil. En vísperas del juramento, el 25 de
diciembre de 1790, escribía al rey: «El príncipe de la corte de
Roma debe hacer todo cuanto pueda y deba y no diferir lo
que puede ser menos difícil y sí resulta urgente; cuando no
faltan sino formas canónicas, el Papa las puede otorgar; las
puede y las debe; y no otra cosa son los artículos que Vuestra
Majestad le tiene propuestos». Aun después de la negativa a
prestar juramento, los obispos confiaban en la conciliación,
causándoles consternación los breves pontificios. Guardaron
en secreto el primero de dichos breves, datado el 10 de marzo
de 1791, durante más de un mes, y dirigieron al Pontífice una
respuesta, un tanto agridulce, en la que tomaban la defensa

220
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

del liberalismo y en la que le ofrecían su dimisión colectiva,


en aras de la paz y la concordia.

La dimisión no fue aceptada por el Pontífice, y el cisma se


hizo inevitable. Todos los obispos, salvo siete, se negaron a
prestar el juramento. Alrededor de la mitad de los sacerdotes
de segundo orden les imitaron. Si en muchas regiones, como
el Alto Saona, el Doubs, el Var, el Indre, los Altos Pirineos,
etc., el número de juramentados fue muy considerable, en
otras, en cambio, como en los Flandes, en el Artois, la
Alsacia, el Morbihan, la Vendée, la Mayenne, fue muy débil.
En toda una parte del territorio la reforma sólo podía
imponerse a la fuerza. Francia se había dividido en dos
campos. El inesperado resultado encontró desprevenida a la
Constituyente y sorprendió a los propios aristócratas. Hasta
tal momento, el bajo clero, en su mayor parte, había hecho
causa común con la Revolución, que casi dobló el haber de
los párrocos y vicarios, pasando los primeros de 700 libras a
1.200. Pero la venta de los bienes de la Iglesia, el cierre de
los conventos después de la supresión del diezmo, habían
inquietado ya a más de un sacerdote ligado a la tradición.
También los escrúpulos rituales hicieron su labor. Un futuro
obispo constitucional, Gobel, había expresado la duda de que
la autoridad civil tuviese derecho, por sí sola, de alterar los
límites de las diócesis y de tocar a la jurisdicción de los
obispos. Sólo la Iglesia, hubo de decir, «puede dar al nuevo
obispo, sobre los límites del nuevo territorio, la jurisdicción

221
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

espiritual necesaria para el ejercicio del poder que recibe de


Dios». Gobel, por lo que a él concernía, se olvidó de su propia
objeción y prestó el juramento; pero muchos sacerdotes
escrupulosos se abstuvieron de ello.

La Constituyente pretendió crear una Iglesia nacional,


aspirando a que los ministros de esta Iglesia cooperaran a
consolidar el nuevo orden de cosas, y sólo creó la Iglesia de
un partido político –del partido político que usufructuaba el
poder–, en lucha violenta con la Iglesia antigua, convertida
en Iglesia del partido político, de momento, vencido. La lucha
religiosa se revistió, desde el primer día, de todo el furor de
las pasiones políticas. ¡Qué alegría, qué buena fortuna para
los aristócratas! El sentimiento monárquico resultó hasta
entonces insuficiente para proporcionarles el desquite y ¡he
aquí que el Cielo venía en su ayuda! El sentimiento religioso
fue la gran levadura de que se sirvieron para provocar la
contrarrevolución. Desde el 11 de enero de 1791, Mirabeau,
en su nota 43, aconsejó a la corte soplar sobre el incendio y
practicar una política de lo más improcedente posible,
empujando a la Constituyente hacia las medidas extremas.

Ésta adivinó la estratagema y trató de evitarla. El decreto del


27 de noviembre de 1790 sobre el juramento había prohibido
a los sacerdotes no juramentados el inmiscuirse en toda
función pública. Y bautizar, casar, enterrar, dar la comunión,
confesar, predicar eran, en aquellos tiempos, funciones

222
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

públicas. Tomando el decreto a la letra, los sacerdotes


refractarios, es decir, y en ciertos departamentos, casi todos
los sacerdotes, debían cesar súbitamente en sus funciones.
La Asamblea temió la huelga de la práctica del culto. Y pidió
a los refractarios que continuaran en sus funciones hasta que
fueran reemplazados. Es de advertir que varios de ellos no
fueron sustituidos hasta el 10 de agosto de 1792. Concedió,
también, a los párrocos destituidos una pensión de 500
libras. Los primeros obispos constitucionales se vieron
obligados a hacer uso de los notarios y aun de los tribunales
para conseguir de los antiguos prelados la institución
canónica. Uno solo de ellos, Talleyrand, consintió en
consagrarlos. La falta de sacerdotes obligó a abreviar la
duración de los cursos fijados para los aspirantes a las
funciones eclesiásticas. Y como, aun así y todo, los seculares
eran insuficientes, se recurrió a los antiguos religiosos.

En vano los revolucionarios se negaron al principio a


reconocer el cisma. Pero, poco a poco hubieron de rendirse a
la evidencia. La guerra religiosa estaba desencadenada. Las
almas piadosas se indignaban porque se les quitase sus
antiguos párrocos, sus tradicionales obispos. Los nuevos
sacerdotes elegidos se consideraban como intrusos por los
que eran despojados. No podían instalarse en sus funciones
si no era con la ayuda de la Guardia Nacional y de los clubes.
Las conciencias timoratas no querían hacer uso de sus
servicios. Preferían hacer bautizar en secreto, por los buenos

223
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sacerdotes, a sus hijos, quienes así carecían de estado civil,


ya que sólo los sacerdotes oficiales estaban en posesión de
los registros de nacimientos, casamientos y defunciones. Los
«buenos sacerdotes», tratados de sospechosos por los
revolucionarios, se convierten en mártires a los ojos de sus
fieles. Las familias se dividen: las mujeres, en general, oyen
misa a los presbíteros refractarios; los hombres, al
constitucional. Estallan alborotos en los propios santuarios.
El párroco constitucional niega al refractario la entrada a la
sacristía y el uso de los ornamentos sagrados cuando
pretende decir la misa en la iglesia. En París, el nuevo obispo
Gobel no es recibido en ninguna reunión femenina. Los
refractarios se refugian en las capillas de los conventos y de
los hospitales. Los patriotas reclaman el cierre de tales
capillas. En las proximidades de las Pascuas, las devotas que
se dirigían a oír la misa romana, luego de alzarles las ropas,
eran públicamente azotadas, ante los guardias nacionales
que toman acto semejante como una broma. Esta diversión
se repite durante muchas semanas en París y en otras
ciudades.

Los refractarios perseguidos invocaron la Declaración de los


derechos del hombre para obtener el reconocimiento del
ejercicio libre de su culto. El obispo de Langres, La Luzerne,
hacia el mes de marzo de 1791 comenzó a aconsejarles que
reclamasen formalmente los beneficios del edicto de 1787,
que había permitido a los protestantes el registrar su estado

224
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

civil ante los jueces de sus respectivas poblaciones, edicto


que, en su tiempo, había sido condenado por la asamblea del
clero. ¡Extraña cosa tal conducta! ¡Los herederos de quienes
habían revocado hacía un siglo el Edicto de Nantes, que
habían quemado PortRoyal, derruido las obras de los
filósofos, colocándose ahora bajo la protección de tales ideas
de tolerancia y de libertad de conciencia, contra las cuales la
víspera no habían tenido anatemas bastantes!

Caminando hasta el fin de la lógica de las circunstancias, el


obispo La Luzerne reclamó la laicización del estado civil, a
fin de sustraer a los fieles de su rebaño del vejatorio
monopolio de los sacerdotes juramentados. Los patriotas
entendieron que si retiraban a los sacerdotes
constitucionales la posesión de los registros del estado civil,
darían a la Iglesia oficial un rudo golpe que heriría, de
rechazo, a la propia Revolución. Y rehusaron, de primera
intención, ir tan lejos. Sostenían, contra la evidencia, que los
disidentes no formaban una Iglesia distinta. Pero los
desórdenes, siempre en aumento, les obligaron a concesiones
que les fueron arrancadas por La Fayette y su partido.

La Fayette, cuya mujer, piadosa en extremo, protegía a los


refractarios y se negaba a recibir a Gobel, había sido obligado
por ella a aplicar en su hogar la tolerancia. Sus amigos del
club de 1789 creyeron poner fin a la guerra religiosa
proponiendo se permitiera a los refractarios la libertad de

225
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

tener lugares propios en que practicar su culto particular. El


Directorio del departamento de París, que presidía el duque
de la Rochefoucauld, y en el que tomaban asiento el abate
Sieyès y el obispo Talleyrand, organizó, por un acuerdo del
11 de abril de 1791, el ejercicio del culto refractario en las
condiciones de culto simplemente tolerado. Los católicos
romanos podían adquirir las iglesias suprimidas y reunirse en
ellas con entera libertad. Inmediatamente se aprovecharon
los aludidos de la concesión y arrendaron la iglesia de los
Teatinos, en la que se instalaron, aunque no sin alborotos.
Algunas semanas más tarde, luego de un debate movido y
apasionado, la Constituyente, por su decreto del 7 de mayo
de 1791, extendió a toda Francia la tolerancia acordada a los
disidentes parisienses.

Pero es mucho más fácil inscribir la tolerancia en las leyes


que introducirla en las costumbres. Los sacerdotes
constitucionales se indignaron. Habían incurrido en las iras
del Vaticano, habían ligado su causa a la de la Revolución,
habían menospreciado todos los prejuicios, todos los peligros
y, en recompensa, he aquí que se les amenazaba con
abandonarlos a sus solas fuerzas a las primeras dificultades
que surgían. ¿Cómo lucharían ellos contra sus concurrentes
en aquella mitad de Francia que se les escapaba, si la
autoridad pública se declaraba neutral después de haberlos
comprometido en semejante empresa? Si se reconocía al
sacerdote romano el derecho de abrir libremente una iglesia

226
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

rival, ¿qué iba a ser del clérigo constitucional en medio de la


suya desierta? ¿Por qué tiempo guardaría su carácter de
privilegiado si en la mitad de los departamentos no podría
justificar tal privilegio en mérito a los servicios rendidos? Un
culto desierto es un culto inútil. La mayor parte del clero
juramentado temió que el decreto y la política de libertad
eran su sentencia de muerte. Y combatieron ambas cosas con
furiosa rabia en nombre de los principios del catolicismo
tradicional. El clero constitucional se separó, cada vez más,
de La Fayette y su partido, agrupándose en torno de los
clubes jacobinos, que se convirtieron en sus fortalezas, de
asilo y de defensa. Con el pretexto, frecuentemente fundado,
de que el ejercicio del culto refractario daba lugar a tumultos,
las autoridades favorables a los constitucionales rehusaron
aplicar el decreto del 7 de mayo, referente a la libertad de
cultos. El 22 de abril de 1791, el departamento de Finistère,
a petición del obispo constitucional Expilly, tomó el acuerdo
de ordenar a los sacerdotes refractarios se retirasen a 4
leguas de distancia de sus antiguas parroquias. En el Doubs,
el Directorio Departamental, que presidía el obispo Seguin,
acordó que, en el caso de que la presencia de los refractarios
diera lugar a perturbaciones o divisiones, las municipalidades
podían expulsar de sus territorios a los dichos sacerdotes.
Los acuerdos de este género fueron muy numerosos. Todos
afirmaban en sus considerandos que la Constitución Civil del
Clero y aun la propia Constitución del reino no podrían

227
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mantenerse si no se colocaba a los refractarios fuera del


Derecho común.

Es cierto que en muchas ocasiones los refractarios dieron pie


a las acusaciones de sus adversarios. Roma hizo bastante
para lanzarlos en la vía de la revuelta.

Les fue prohibido declarar a los intrusos los bautismos y


casamientos que ellos hubieran celebrado. Se les prohibió
oficiar en las mismas iglesias que los constitucionales en
tanto que el simutaneum no se practicase con cierta
generalidad, y siempre con licencia de los antiguos prelados.
El abate Maury se quejaba del decreto del 7 de mayo, pues
sólo concedía a los refractarios un culto privado, es decir, un
culto cercenado. Reclamó la igualdad completa con los
juramentados. El obispo de Luçon, de Merci, denunció como
una añagaza la libertad otorgada a los disidentes de decir
misa en las iglesias nacionales. Es un hecho comprobado que
en las parroquias en que los refractarios dominaban sobre sus
contrarios, éstos no gozaban de seguridad. Fueron bastantes
los sacerdotes constitucionales molestados, insultados,
golpeados y aun muertos. Todos los informes están de
acuerdo para acusar a los refractarios de servirse del
confesonario para fines contrarrevolucionarios. «Los
confesonarios son las escuelas en que la rebelión se enseña y
se ordena», escribía el Directorio de Morbihan, al ministro del
Interior, el 9 de junio de 1791. Reubell, diputado por la

228
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Alsacia, anuncia en la sesión del 17 de julio de 1791 que no


hay un solo refractario en los departamentos del Alto y del
Bajo Rin que no esté convencido de que vive en estado de
insurrección.

La lucha religiosa no tuvo como sola consecuencia la de


doblar las fuerzas del partido aristócrata; entrañó también la
formación de un partido anticlerical que antes no existía.
Para sostener a los sacerdotes constitucionales, y asimismo
para poner en guardia a las poblaciones contra las
sugestiones de los refractarios, los jacobinos atacaron con
vehemencia al catolicismo romano. Las invectivas que
dirigían antes contra «la superstición» y contra «el
fanatismo», acabaron por dirigirse contra la propia religión.
«Se nos ha reprochado –decía la filosófica Hoja Aldeana, que
se consagraba a esta tarea– de habernos mostrado un poco
intolerantes con respecto al papismo. Se nos reprocha,
también, el no haber cuidado siempre del árbol inmortal de
la fe. Pero que se considere de cerca este árbol inviolable y
podrá verse que el fanatismo está de tal modo entrelazado a
todas sus ramas, que no es fácil golpear sobre éste sin parecer
herir a aquél.» Cada vez más los oradores y escritores
anticlericales se enardecían y renunciaban a guardar, en lo
que tocaba al catolicismo, y aun al mismo cristianismo,
consideraciones hipócritas. Bien pronto casi todos ellos
atacaron la Constitución Civil del Clero y propugnaron el
imitar a los americanos, que habían tenido el buen sentido

229
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de suprimir el presupuesto de cultos y de separar la Iglesia


del Estado. Estas ideas se fueron poco a poco abriendo
camino.

Desde 1791, una parte de los jacobinos y de los lafayettistas,


unidos a este propósito –los futuros girondinos en general–,
Condorcet, Rabaut de SaintÉtienne, Manuel, Lanthenas,
imaginaron completar, después reemplazar, la Constitución
Civil del Clero por todo un conjunto de fiestas nacionales y
de ceremonias cívicas, imitadas de las Federaciones, y hacer
de ellas como una escuela de civismo. Y así se sucedieron
fiestas conmemorativas de los grandes sucesos
revolucionarios: 20 de junio, 4 de agosto, 14 de julio y fiestas
de los Mártires de la Libertad, de Désilles, muerto en la
desgraciada empresa de Nancy, de la traslación de las cenizas
de Voltaire a París, de los suizos de Châteauvieux, liberados
de los calabozos de Brest, del alcalde de Étampes, Simoneau,
muerto en un motín de subsistencias, etc. Así se elaboraba
poco a poco una especie de religión nacional, de religión de
la patria, mezclada aún a la religión oficial, sobre la cual, y
desde luego, calca ella sus ceremonias, pero que los espíritus
libres se esforzarán más tarde en destacar y hacer vivir una
vida independiente. No creían aún que el público pudiese
pasarse sin culto, pero entendían que la Revolución, en sí
misma, era una religión que era posible elevarla,
ritualizándola, por encima de los antiguos cultos místicos.
Tanto cuanto desean separar al nuevo Estado de las Iglesias

230
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

tradicionales y positivas, quieren que este Estado no


aparezca desarmado ante ellas. Anhelan, por el contrario,
dotarlo de todos los prestigios, de todas las pompas estéticas
y moralizadoras, de todas las fuerzas de atracción que
ejercen sobre las almas las ceremonias religiosas. Así camina
insensiblemente el culto patriótico, que encontraría su
expresión definitiva bajo el Terror, y que tuvo su origen, lo
mismo que la separación de las Iglesias y del Estado, en el
fracaso, cada vez más irremediable, de la obra religiosa de la
Constituyente.

231
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO X

LA HUIDA DEL REY

Jamás Luis XVI había renunciado sinceramente a la herencia


de sus mayores. Si consintió, después de las jornadas de
octubre, en seguir las indicaciones de La Fayette, fue por
haberle éste prometido conservarle y fortificarle lo que le
restase de poder. Y en octubre de 1790 comienza la
Constitución a estar en vigor, se organizan las asambleas
departamentales y de distrito, así como los tribunales, se
cierran los conventos y capítulos y se ponen en venta los
bienes nacionales. El rey comprende que algo definitivo echa
raíces y se da cuenta al mismo tiempo de que la autoridad de
La Fayette disminuye de día en día. Las 48 secciones que en
el mes de junio de 1790, sustituyeron, en la capital, a los
antiguos 60 distritos, son otras tantas pequeñas
municipalidades turbulentas dentro de la grande. Pronto
toman posiciones en contra del Ayuntamiento. En
septiembre y octubre de 1790 votan acuerdos en censura de
los ministros, a los que acusan de impericia y de connivencia
con los aristócratas. Su orador, el abogado Danton, a
excitaciones, sin duda, de los Lameth, solicita, en su nombre,
sean llevados los ministros a la barra de la Asamblea. Ésta
desecha su moción de acusación, el 20 de octubre, pero por
una tan pequeña mayoría que los ministros aludidos dimiten.
Sólo Montmorin, no acosado por Danton en su alegato,

232
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

permanece en su puesto. El rey recibió con cólera la violencia


de que era objeto, y de muy mala gana aceptó, de manos de
La Fayette, los nombres de los nuevos ministros que se le
imponían: Duportail en Guerra, DuportDutertre en Justicia,
Délessart en el Interior, etc. Experimentó la sensación de que
la Constitución, que le daba el derecho de elegir libremente
a sus ministros, había sido violada. No perdonó a La Fayette
su actitud ambigua en este asunto de la crisis. Y se pasó
decididamente a la contrarrevolución. El 20 de octubre, el
día mismo en que terminaba el debate en la Asamblea acerca
de los ministros, recibió a uno de los emigrados de primera
hora, el obispo de Pamiers de Agout, llegado expresamente
de Suiza para excitarlo a la acción, y dio plenos poderes a de
Agout y al barón de Breteuil para, en su nombre, tratar con
las cortes extranjeras, a fin de provocar la intervención de
éstas en favor del restablecimiento de su autoridad legítima.

Su plan era simplicísimo. Adormecería a los revolucionarios


con una aparente resignación a su voluntad, pero no
ejecutaría acto alguno para facilitar la aplicación de la
Constitución. Todo lo contrario. Cuando los obispos
aristócratas protestaron con violencia contra los decretos
sobre el clero, él no tuvo ni una palabra ni un gesto para
reprochar su conducta y llamarlos al deber. Personalmente
manifestaría su hostilidad a los decretos que había aceptado
integrando su capilla con sólo sacerdotes no juramentados.
Luis XVI se las había compuesto de modo adecuado para que

233
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la aceptación que tardíamente –el 26 de diciembre de 1790–


otorgó al decreto sobre el juramento, resultara un acto
forzado. Había esperado a que la Asamblea le dirigiese
repetidos requerimientos y a que el ministro SaintPriest le
ofreciese la dimisión, y manifestó ante sus allegados al
otorgar, por fin, su firma: «En estas condiciones, mejor
quisiera ser rey de Metz que no continuar en el puesto de rey
de Francia; pero todo esto acabará pronto».

Sin embargo, no alentó las insurrecciones parciales, que


estimaba prematuras y llamadas a un desastre seguro, y
condenó al conde de Artois y a los emigrados que las
fomentaban –complot de Lyon en diciembre de 1790–, en
contra de sus manifestaciones y reiterados consejos. Sólo
tiene confianza en una intervención colectiva de los reyes
extranjeros, apoyada por demostraciones militares, y todos
los esfuerzos de su ministro secreto Breteuil se dirigen en
este sentido. Se regocija de la inteligencia a que, a fines de
julio de 1790, habían llegado, en Reichenbach, Prusia y
Austria por mediación de Inglaterra. Esta inteligencia iba a
permitir a su cuñado, el emperador de Austria, la reconquista
de Bélgica, que se había sublevado contra las reformas por él
llevadas a cabo a fines de 1788. Las tropas austríacas
entraron, en efecto, en los Países Bajos el 22 de noviembre,
y el día 2 de diciembre todo el país estaba pacificado. Cuando
el momento llegue, Luis XVI huirá secretamente hacia

234
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Montmédy, se unirá a las tropas de Bouillé, y el ejército


austríaco, establecido cerca de aquel lugar, le prestará ayuda.

El Emperador tiene un pretexto justificado para movilizar sus


huestes en tal dirección. Los príncipes alemanes que poseen
feudos señoriales en Alsacia y en Lorena han sido lesionados
por los acuerdos del 4 de agosto, que suprimieron sus
justicias y la servidumbre personal que pesaba sobre sus
vasallos. La Constituyente les ha ofrecido indemnizaciones.
Pero importa que las rehúsen para tener siempre el conflicto
en pie. Luis XVI envía a Alemania al arrendatario general
Augeard para inducirlos secretamente a que lleven sus
reclamaciones ante la Dieta del Imperio. Al terminar la
reconquista de los Países Bajos, el Emperador toma por su
cuenta el asunto. El 14 de diciembre de 1790 dirige a
Montmorin una nota oficial para protestar, en nombre de los
tratados de Westfalia, contra la aplicación de los acuerdos del
4 de agosto a los príncipes alemanes, propietarios en Alsacia
y en Lorena.

El apoyo del Emperador era la piedra angular sobre la que


basaban todas sus esperanzas Luis XVI y María Antonieta.
Pero, a mayor abundamiento, Breteuil trató de que entrasen
en la Santa Liga Monárquica el Papa, España, Rusia, Suecia,
Cerdeña, Dinamarca, y los cantones suizos. Se desconfiaba
del concurso de Prusia y de Inglaterra; pero se buscaba el
medio de, por lo menos, convertirlas en neutrales. Bouillé

235
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

aconsejaba ceder una isla a Inglaterra, y Champcenetz fue


enviado a este país, a principios de 1791, para ofrecerle
compensaciones territoriales bien en la India o bien en las
Antillas. España, liquidado su conflicto colonial con
Inglaterra, hacía presión sobre el Pontífice para que
desencadenase en Francia la guerra religiosa. El rey de
Suecia, Gustavo III, paladín del derecho divino, celebraba un
tratado de paz con Rusia y se instalaba en Spa, desde donde
enviaba notas estimulantes de resistencia a Luis XVI. El Papa
protestaba, por medio de notas acerbas, contra la expoliación
de sus territorios de Aviñón y el Comtat. Pero la clave era el
Emperador, y el prudente Leopoldo, más preocupado con los
asuntos de Turquía, de Polonia y de Bélgica que con los
negocios de Francia, se mostraba escéptico sobre el proyecto
de huida de su cuñado, acumulaba las objeciones y las
dilaciones, y se parapetaba en el acuerdo preliminar de las
potencias, aún por realizar, ofreciendo sólo un concurso
condicional y a término. Se perdieron ocho meses en
estériles negociaciones con Viena. El secreto dejó de serlo.
Ya en diciembre de 1790 los periódicos demócratas El Amigo
del Pueblo, de Marat, y Las Revoluciones de París, de
Prudhomme, hacen alusión a la próxima huida del rey, y
DuboisCrancé, el 30 de enero de 1791, denuncia el proyecto
a los jacobinos.

Se esboza en la prensa de extrema izquierda, en el Mercurio


Nacional, de Robert, en Crisol, de Rutledge, en La Boca de

236
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Hierro, de Bonneville, en Las Revoluciones de París, una


campaña de inspiración republicana. Durante el mes de
noviembre de 1790 se representa en el Teatro Francés el
Bruto, de Voltaire, y la obra se acoge «con embriague».
Lavicomterie lanza su folleto republicano Del Pueblo y de los
Reyes. El abate Fauchet termina uno de sus discursos, en
febrero de 1791, ante los Amigos de la Verdad, con estas
palabras, cuya resonancia fue enorme: «¡Los tiranos están en
sazón!» El partido democrático acentúa sus progresos. En
octubre de 1790, el francmasón Nicolas de Bonneville,
director de La Boca de Hierro, reúne en el circo del Palacio
Real, una vez por semana, a los Amigos de la Verdad, ante
quienes el abate Fauchet comenta el Contrato social. Los
Amigos de la Verdad son cosmopolitas. Sueñan con extinguir
los odios entre las naciones y entre las clases sociales. Sus
ideas sociales se consideran demasiado audaces por los
propios jacobinos.

Al lado de los grandes clubes aparecen los clubes de barrio.


En el verano de 1790, el ingeniero Dufourny, el médico
Saintex, el impresor Momoro fundan en el antiguo distrito de
los Cordeleros, convertido en sección del Teatro Francés, la
sociedad de Amigos de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, llamada también, y con un nombre más corto,
club de los Cordeleros, por haberse instalado, en un principio,
en el convento de los Franciscanos –llamados popularmente
los cordeleros–, antes de ser expulsados por Bailly y de

237
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

emigrar a la sala del Museo, calle de la Delfina. Los Amigos


de los Derechos del Hombre no son una academia política,
sino un grupo de combate. «Su fin principal –dicen sus
estatutos– es el de denunciar a la opinión pública los abusos
de los diferentes poderes y cuantos atentados se cometan en
contra de los Derechos del hombre.» Se proclaman defensores
de los oprimidos y enderezadores de entuertos. Su misión es
vigilar, inspeccionar, obrar. Su papel oficial enarbola como
membrete «el ojo de la vigilancia», especialmente abierto
sobre todos los desfallecimientos de los elegidos y de los
funcionarios. Visitan en sus prisiones a los patriotas
perseguidos, emprenden encuestas, abren suscripciones,
provocan peticiones, manifestaciones y, en caso de
necesidad, motines. Por su mínima cotización, dos sueldos al
mes, se recluían entre la pequeña burguesía y aun entre los
ciudadanos pasivos. Y es esto lo que constituye su fuerza.
Pueden en ocasiones impresionar y mover a las masas.

Los cordeleros tuvieron pronto detrás de ellos a otros muchos


clubes de barrio, que se multiplicaron en el invierno de 1790
y en 1791, con el nombre de sociedades fraternales o de
sociedades populares. La primera en fecha, fundada por un
pobre maestro de escuela, Claude Dansard, celebraba sus
sesiones en una de las salas del convento de los Jacobinos,
en el que ya se habían establecido los Amigos de la
Constitución; Dansard reunía, a la luz de una vela que llevaba
en su bolsillo, a los artesanos, a los vendedores de hortalizas

238
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

y legumbres, a los jornaleros del barrio y les leía los decretos


de la Constituyente, que les explicaba. Marat, siempre
clarividente, comprendió los útiles servicios que podían
rendir a los demócratas estos clubes formados por gente de
la clase baja. Y puso todo su empeño en la creación de ellos.
Los hubo muy pronto en todos los barrios de París. A ellos se
debió la educación política de las masas, a ellos la leva y
alistamiento de los nutridos batallones populares. Sus
fundadores, Tallien, Méhée Latouche, Lebois, Sergent,
Concedieu, el abate Danjou, eran todos cordeleros que
desempeñaron papel importante durante el Terror. De
momento apoyaron con todas sus fuerzas la campaña
democrática contra La Fayette, contra los sacerdotes
refractarios y contra la corte. Su ideal, tomado de Juan
Jacobo Rousseau, es el gobierno directo. Opinaban que la
Constitución, e incluso las demás leyes, debían ser sometidas
a la ratificación del pueblo y no se ocultaban en mostrar
suprema desconfianza hacia la oligarquía de políticos que
había sucedido a la oligarquía de nobles y sacerdotes.
Reprochaban a la Constituyente el no haber sometido al
pueblo la nueva Constitución y el acumular obstáculos para
su revisión.

En el mes de mayo de 1791, los cordeleros y las sociedades


fraternales entraron en relaciones y se federaron. Un Comité
Central, presidido por el periodista republicano Robert, les
servía de lazo de unión. La crisis económica provocada por la

239
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

baja del asignado comenzaba a dejarse sentir. Robert y sus


amigos comprendieron el partido que podían sacar de ello y
se esforzaron en atraerse las simpatías de los obreros de
París, que se agitaban para lograr la subida de sus salarios.
Huelgas numerosas se suceden: de carpinteros, de tipógrafos,
de sombrereros, de albéitares, etc. Bailly intenta impedir las
reuniones corporativas. La Constituyente vota, el 14 de junio
de 1791, la ley Chapelier, que reprime severamente como
delito toda coalición para imponer un precio uniforme a los
patronos. Robert protesta, desde el Mercurio Nacional, de la
mala voluntad de los poderes públicos hacia los obreros. En
sus escritos mezcla hábilmente las reclamaciones
democráticas con las reivindicaciones corporativas, y
reemprende, con el apoyo de Robespierre, la campaña en
contra del censo electoral. La agitación se extiende a las
ciudades de provincias y toma, manifiestamente, el carácter
de lucha de clases. El conjunto de los periódicos lafayettistas
denuncia a los demócratas como anarquistas que van en
contra de la propiedad.

Si Luis XVI y María Antonieta hubiesen estado atentos a


todos estos síntomas, hubieran comprendido que la creciente
fuerza del movimiento democrático disminuía, de más en
más, las probabilidades de una contrarrevolución, aun
apoyada por las bayonetas extranjeras. Pero, lejos de eso,
cerraban los ojos y se dejaban engañar por Mirabeau, quien
les aseguraba que las divisiones entre los revolucionarios

240
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

trabajaban en su favor. El antagonismo era, en efecto, cada


vez mayor entre lafayettistas y lamethistas. Los primeros
dejaron de asistir a los Jacobinos. Los segundos perdían, de
día en día, su influencia sobre el club, en el que veían alzarse
en su contra a Robespierre, quien les reprochaba su traición
en el asunto del derecho al voto de los hombres de color.
Barnave se había hecho impopular desde que, por ser grato a
los Lameth –grandes propietarios en la isla de Santo
Domingo–, se había convertido en el órgano de los colonos
blancos en contra de los negros libres. Mirabeau atizaba,
cuanto mejor podía, estas luchas intestinas. Con Talon y
Sémonville logró una fuerte dotación sobre la lista civil, para
organizar una agencia de publicidad y de corrupción que
repartía los volúmenes y periódicos realistas y compraba a
los socios de los clubes capaces de venderse. La corte tenía
agentes hasta en el Comité de los Jacobinos –Villars,
Bonnecarrère, Desfieux, etc.–, hasta entre los cordeleros –
Danton–. Todo esto le daba una falsa seguridad. Y seguían
cometiendo imprudencias, de las que una de las más graves
fue la partida de las hijas de Luis XV, tías del rey, quienes en
el mes de febrero abandonaron Francia para establecerse en
Roma. Su marcha provocó una viva agitación en todo el país.
«La salud de la cosa pública –escribía Gorsas en su Correo–
prohibía a Mesdames el trasladar sus personas y millones a
los dominios pontificios o a parte otra cualquiera. Sus
personas debemos guardarlas cuidadosamente, porque ellas

241
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

contribuyen a garantizarnos contra las intenciones hostiles


de su sobrino el conde de Artois y de su primo BorbónCondé.»
«Estamos en guerra contra los enemigos de la Revolución –
añadía Marat–, y precisa guardar a estas gazmoñas como
rehenes y poner triple guardia al resto de la familia.» Esta
idea de que la familia real debía considerarse como rehenes,
que protegían contra las amenazas de los emigrados y de los
reyes extranjeros, había echado raíces en el espíritu de los
revolucionarios. Las tías del rey fueron detenidas en dos
ocasiones –en Moret y en ArnayleDuc– en el curso de su viaje.
Precisó una orden especial de la Asamblea para que pudieran
continuar su camino. Estallaron alborotos en París. Las
mujeres de los mercados se trasladaron al palacio de
Monseñor el hermano del rey para exigirle les diera su palabra
de honor de que no abandonaría París. Las Tullerías fueron
sitiadas el 24 de febrero y costó trabajo a La Fayette el
despejar sus alrededores.

Mirabeau pretendía que el rey huyera hacia Normandía mejor


que hacia Lorena. El 28 de febrero obreros del barrio de San
Antonio se dirigieron a Vincennes para demoler el torreón allí
existente. Mientras que La Fayette y la Guardia Nacional se
trasladaron al mencionado lugar para apaciguar los alborotos,
400 nobles, armados de puñales, se dieron cita en las
Tullerías. Prevenido de ello a tiempo La Fayette, regresó al
castillo y desarmó a «los caballeros del puñal». Se su surró
que el motín de Vincennes se había provocado con dinero de

242
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la corte y que los caballeros del puñal se habían reunido para


proteger la huida del rey en tanto que la Guardia Nacional se
encontraba ausente de París.

La Asamblea, por hostil que fuese a los facciosos, es decir, a


la oposición izquierdista, no dejaba de inquietarse ante las
maniobras de los aristócratas. Lamethistas y lafayettistas
estaban de acuerdo con Robespierre y con los elementos de
extrema izquierda, para rechazar toda intervención de las
cortes extranjeras en los asuntos interiores de Francia. Desde
la celebración del Congreso de Reichenbach se cuidaron, con
toda atención, de las fronteras. Ya, cuando a fines de julio de
1790, el Gobierno austríaco había pedido autorización para
transportar por parte del territorio francés algunas de las
tropas que enviaba a sofocar la revuelta belga, hicieron, el día
28, votar por la Asamblea un decreto negando
terminantemente la autorización, y, el mismo día, otro
decreto invitando al rey a que mandara construir cañones,
fusiles y bayonetas. Cuando comenzaron a circular los
rumores de la próxima huida del rey, la Asamblea decidió, el
28 de enero de 1791, que fuesen reforzados todos los
regimientos que guarnecían las fronteras. Al día siguiente de
la partida de las tías del rey comenzó la discusión de una ley
contra los emigrados, ante la gran indignación de Mirabeau,
quien invocó en su favor y en contra de tal proyecto la
Declaración de los derechos del hombre. El 7 de marzo, la
Comisión de Investigaciones de la Asamblea tuvo

243
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

conocimiento de una carta imprudente y comprometedora


que la reina había dirigido al embajador austríaco
MercyArgenteau. También abordó la discusión sobre la ley
referente a la regencia. Alexander Lameth manifestó, con
este motivo, que la nación tenía el derecho «de repudiar al
rey que abandonara el lugar que le hubiera sido asignado por
la Constitución», y añadió, entre las interrupciones de las
derechas: «El Comité presenta, con razón, la posible
deserción de un rey como un caso de abdicación». El decreto
votado excluía a las hembras de la regencia. El golpe iba
directo contra María Antonieta. Habiendo ocupado, a fines de
marzo, las tropas austríacas el país de Porrentruy, el
diputado alsaciano Reubell, apoyado por Robespierre, se alzó
irritado contra esta amenaza y denunció violentamente las
reuniones y andanzas de los emigrados en las cercanías de
las fronteras.

Mirabeau murió súbitamente, como consecuencia de una


noche de orgía, el 2 de abril de 1791. Los demócratas,
advertidos de ello, sabían estaba, hacía largo tiempo, a sueldo
de la corte. El club de los Cordeleros volcó, por así decirlo,
todo género de imprecaciones sobre su memoria; pero la
popularidad del maquiavélico tribuno era aún tan grande
entre los medios populares, que la Asamblea no pudo impedir
el que se le decretasen funerales oficiales, que se celebraron
en la iglesia de Santa Genoveva, transformada en Panteón.

244
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La corte no se vio largo tiempo privada de consejeros. Los


Lameth y Talleyrand se ofrecieron para continuar los oficios
de Mirabeau, y sus servicios fueron aceptados. Alexander
Lameth se convirtió en distribuidor de los fondos de la lista
civil. Su hermano Charles y Adrien Duport fundaron
seguidamente, con dinero de la corte, un gran periódico, El
Logógrafo, destinado a suplantar al lafayettista Monitor.
Talleyrand prometió hacer reconocer la libertad del culto
refractario, y ya hemos visto cómo cumplió su promesa. Pero
Luis XVI sólo se servía de estos hombres despreciándolos y
jamás les confió su secreto.

Se impacienta el rey con las moratorias de Leopoldo, a quien


vanamente pidió un adelanto de 15 millones. Se resolvió a
precipitar los acontecimientos. El 17 de abril tomó la
comunión de manos del cardenal de Montmorency, con gran
indignación de los guardias nacionales presentes, que
hicieron llegar hasta la capilla real sus murmullos y sus
protestas. Al día siguiente, 18 de abril, debía trasladarse a
SaintCloud, para pasar allí las festividades de Pascuas, como
lo había efectuado el año precedente. Se esparció el rumor de
que el viaje de SaintCloud era el preludio de otro de más
envergadura. La multitud se agrupó ante las Tullerías, y,
cuando el rey quiso salir, los guardias nacionales, en lugar de
abrir paso a los carruajes, impidieron la partida. La Fayette
sospechó que el asunto se había amañado de antemano para
proporcionar al rey medios que demostrasen al Emperador y

245
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

a los reyes de Europa que se le guardaba en su palacio como


si fuese un prisionero. El alboroto habría sido preparado, a
tal fin, por Danton. Es lo cierto que, al subir nuevamente al
castillo, la reina dijo a los que la rodeaban: «Por lo menos
confesaréis que no somos libres.»

Luis XVI no sintió escrúpulo alguno en engañar a los


revolucionarios y así, al día siguiente se trasladó a la
Asamblea, en la que declaró que era libre y que, por su propia
voluntad, había renunciado al viaje a Saint Cloud. «He
aceptado –dijo– la Constitución, de la que forma parte la
Constitución Civil del Clero. Y como la he jurado, la
mantendré con todo mi poder.» Y se dirigió a la misa del cura
constitucional de SaintGermain l’Auxerrois. Declaró a los
soberanos, en una circular diplomática, que se había
adherido a la Revolución sin reservas y sin ánimo de
arrepentirse. Pero, al mismo tiempo advertía a los reyes, por
conducto de Breteuil, que no concediesen importancia
alguna a sus declaraciones públicas. María Antonieta rogó a
su hermano el Emperador hiciera avanzar 15.000 hombres
hacia Arlon y Virton para prestar auxilio a Bouillé en caso
necesario. El Emperador respondió, el 18 de mayo, al conde
de Durfort, que le había sido enviado a Mantua, que ordenaría
el movimiento de las tropas, pero que sólo podría intervenir
cuando el rey y la reina hubiesen abandonado París y
repudiado la Constitución por medio de un manifiesto, y
volvió a rehusar los 15 millones que se le solicitaban.

246
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Luis XVI se procuró el dinero por medio de un empréstito a


los banqueros. Partió el 20 de junio, hacia medianoche,
disfrazado de criado y en una enorme berlina construida
exprofeso. El conde de Provenza se marchó al mismo tiempo,
pero siguiendo ruta distinta.

Llegó a Bélgica sin estorbo alguno. Pero Luis XVI, reconocido


en SainteMénehould por el maestro de postas Drouet, fue
detenido en Varennes. El ejército de Bouillé llegó demasiado
tarde para librarlo. Los húsares, destacados en Varennes, se
pasaron al pueblo. La familia real volvió a París entre filas de
guardias nacionales acudidos desde las más lejanas ciudades
para impedir a tan precioso rehén el pasarse al enemigo. El
manifiesto que Luis XVI había lanzado en el momento de su
partida para condenar la obra de la Constituyente y solicitar
la ayuda de sus fieles, tuvo sólo por efecto el de poner en pie
de defensa a toda la Francia revolucionaria. Los aristócratas
y los sacerdotes refractarios fueron sometidos a vigilancia,
desarmados, internados. Los más decididos emigraron, y esta
nueva emigración debilitó aún más las fuerzas con que la
realeza hubiera podido contar en el interior. En determinados
regimientos desertó la oficialidad entera.

Toda Francia creyó que la huida del rey era el preludio de la


guerra extranjera. El primer acto de la Asamblea, el 21 de
junio por la mañana, fue ordenar el cierre de las fronteras y
prohibir la salida de numerario, de armas y de municiones.

247
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Movilizó a los guardias nacionales del Nordeste y ordenó la


leva de 100.000 voluntarios, reclutados entre los guardias
nacionales y pagados a razón de 15 sueldos por día. Delegó a
muchos de sus miembros, a los que revistió de poderes casi
ilimitados, para recibir en los departamentos el juramento de
las tropas de línea, visitar las fortalezas y arsenales e
inspeccionar los almacenes militares. Sin esperar a la llegada
de tales delegados, las poblaciones del Este se habían
declarado y puesto en estado de defensa.

Los temores de una guerra extranjera no eran quiméricos. Ya


se habían roto las relaciones diplomáticas con el Vaticano. El
rey de Suecia ordenó a todos sus súbditos que abandonasen
Francia. La emperatriz de Rusia, Catalina II, había sometido
a vigilancia al encargado de Negocios Franceses Genêt.
España expulsó a nuestros compatriotas por millares y
ordenó movimientos de tropas en Cataluña y en Navarra. En
cuanto al Emperador, el día 6 de julio, envió, desde Padua,
una circular, dirigida a todos los soberanos, invitándolos a
unirse a él «para, en consejo y de acuerdo, tomar los medios
necesarios a reivindicar la libertad y el honor del Rey
Cristianísimo y de su familia, y a poner límites a los
extremismos peligrosos de la Revolución francesa». A su
regreso a Viena hizo decir a nuestro embajador, el marqués
de Noailles, que dejara de presentarse en la corte en tanto
que durase la suspensión de Luis XVI. Su canciller, el viejo
Kaumitz, firmó con Prusia, el 25 de julio, los preliminares de

248
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

un tratado de alianza ofensiva y defensiva, y proyectaba


convocar en Spa o en AixlaChapelle un Congreso europeo
para ocuparse especialmente de los asuntos de Francia. Sin
embargo, fue evitada la guerra, en gran parte porque el propio
Luis XVI solicitó de su cuñado que la aplazara y porque los
jefes de la Constituyente, por temor a la democracia, no se
atrevieron a destronar al monarca perjuro y fugitivo, y
prefirieron, finalmente, devolverle la corona. La vuelta de
Varennes, el espectáculo de las multitudes armadas y
rugientes, el impresionante silencio del pueblo de París, que
permaneció cubierto al paso de la comitiva real; la lectura de
los periódicos demócratas, llenos de insultos y de
exclamaciones de odio, todo ello hizo reflexionar seriamente
al matrimonio real. Comprendió la extensión de su
impopularidad. Y se dijeron que una guerra extranjera
aumentaría la efervescencia y amenazaría su seguridad
personal. Tuvieron miedo.

Monseñor soñó con proclamarse regente durante la


cautividad de su hermano. Pero Luis XVI, que no tenía en sus
hermanos sino una confianza limitada, no quiso abdicar en
sus manos. Contuvo al Emperador. «El rey piensa –escribía
María Antonieta a Fersen el día 8 de julio– que el empleo
decidido de la fuerza, aun después de una reclamación previa,
encerraría peligros incalculables no sólo para él y su familia,
sino también para todos los franceses que, en el interior del
reino, no piensan como los revolucionarios.»

249
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Añádase a todo ello que los dirigentes de la Constituyente


quisieron, ellos también, conservar la paz, por motivos
múltiples y graves. Habían sido sorprendidos y aterrados por
la explosión democrática y republicana producida en París y
en toda Francia ante la noticia de la huida del rey. En la
capital, el cervecero Santerre había armado a 2.000
descamisados, ciudadanos pasivos del barrio de San Antonio.
Se habían demolido, en bastantes lugares, las estatuas de los
reyes. Se habían borrado de todas las enseñas y de las placas
de las calles la palabra «real». Numerosas y violentas
peticiones llegadas de Montpellier, ClermontFerrand,
Bayeux, LonsleSaunier, etc., exigían el castigo del rey
perjuro, su inmediata destitución y aun la república. Los
conservadores de la Asamblea se reunieron para poner dique
a los avances del movimiento democrático. Desde que el 21
de julio Bailly, para caracterizar la evasión del rey, se sirvió
de la palabra «rapto», la Asamblea la hizo suya, queriendo con
ella apartar toda responsabilidad personal de Luis XVI, a fin
de así poderlo mantener eventualmente en el trono. El
marqués de Bouillé, refugiado en Luxemburgo, facilitó
indirectamente la maniobra con la publicación de un
manifiesto insolente, en el que afirmaba ser él solo el
responsable del suceso. Los constituyentes dieron, o
aparentaron dar, veracidad a tales manifestaciones. Entre los
patriotas conservadores hubo un pequeño grupo, compuesto
por La Rochefoucauld, Dupont de Nemours, Condorcet,

250
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Aquilée Duchâtelet, Brissot, Dietrich y el alcalde de


Estrasburgo, amigos todos de La Fayette y miembros del club
de 1789, que pensó un instante en la República, con la idea
preconcebida de poner a la cabeza de ella a «el héroe de ambos
mundos». Pero La Fayette no se atrevió a decidirse. Hubiera
tenido necesidad del apoyo de los Lameth para hacer frente
a los ataques de los demócratas que, por boca de Danton, le
acusaban de complicidad en la huida del rey. Y se adhirió a
la opinión de la mayoría.

Cuando supieron que Luis XVI había sido detenido, los


constituyentes respiraron. Pensaron que podrían evitar la
guerra. La persona de Luis XVI, el rehén, les serviría de
escudo. El cálculo se transparenta a través de los periódicos
oficiosos. La Correspondencia Nacional del 25 de julio, dice:
«Debemos evitar el dar a las potencias extranjeras, enemigas
de nuestra Constitución, pretextos para atacarnos. Si
destronamos a Luis XVI, toda Europa se armará en contra
nuestra a pretexto de vengar al rey ultrajado. Respetemos,
pues, a Luis XVI, aunque culpable ante la nación francesa de
un crimen infame; respetemos a Luis XVI, respetemos a su
familia, no por él, sino por nosotros.» Todas las buenas gentes
que querían la paz comprendieron este lenguaje y lo
aplaudieron. Por su parte, los Lameth tenían buenas razones
para tratar con miramientos al rey, ya que, por su periódico
El Logógrafo, cobraban sueldo de la lista civil.

251
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Hicieron valer también, para mantener a Luis XVI en el trono,


que si se le destronaba precisaba nombrar una regencia. Y
¿quién sería el regente? ¿El duque de Orleáns? Pero ¿sería
éste reconocido sin oposición? Los hermanos del rey, aunque
emigrados, contaban con partidarios. Serían, por otra parte,
mantenidos por las potencias extranjeras. Además, se
reprochaba a Orleáns el estar rodeado de aventureros. Se le
acusaba también de subvencionar a los agitadores populares,
especialmente a Danton, quien reclamó, en efecto, en unión
de Real, el destronamiento de Luis XVI y su reemplazo por
una especie de depositario y guardián de la realeza que no
podía ser otro que el duque de Orleáns o su hijo el duque de
Chartres –el futuro Luis Felipe–, cuya candidatura fue, sin
ambages, llevada a la prensa. Si la regencia se rechazaba, ¿se
iría a la República? Así lo reclamaban los cordeleros; pero tal
régimen presuponía no sólo la guerra extranjera, sino aun
también la interior, porque el pueblo no parecía preparado
todavía para esta forma de gobierno, tan nueva para él.

Los constituyentes prefirieron, pues, seguir manteniendo a


Luis XVI, si bien tomando algunas precauciones. No le
devolverían sus funciones sino después de haber revisado la
Constitución y de que Luis la hubiese aceptado y jurado de
nuevo. El monarca, luego de aquella revisión, sería un rey
desacreditado y sin prestigio; pero de ello se regocijaban,
precisamente, los Lameth y los Barnave. Suponían que un
fantoche que les debiese la corona no podría gobernar sin

252
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ellos y sin la clase social que representaban. A la vuelta de


Varennes ofrecieron a la reina sus servicios, que fueron
aceptados con aparente complacencia. Fue esta una alianza
en la que la buena fe no brillaba por parte alguna. Lameth y
Barnave pensaban ejercer la realidad del poder amparados
con el nombre del rey. El rey y la reina se reservaban in
mente la facultad de arrojar lejos de sí estos instrumentos en
cuanto creyeran pasados los instantes del peligro.

Fue, pues, declarado el rey por la Asamblea, ajeno a toda


reclamación, a pesar de los esfuerzos vigorosos de
Robespierre. Se procesó sólo a los autores de su «rapto»: a
Bouillé, huido y declarado en rebeldía, y a alguno que otro
comparsa. El 15 de julio, Barnave arrastró a la Asamblea con
un gran discurso, en que se dedicó a confundir la República
con la anarquía: «Voy a presentaros la verdadera cuestión:
¿Vamos a terminar la Revolución o vamos a recomenzarla?
Habéis hecho a todos los hombres iguales ante la ley, habéis
consagrado la igualdad civil y política, habéis reconquistado
para el Estado todo cuanto se había usurpado a la soberanía
del pueblo; un paso más sería un acto funesto y culpable:
dado en el camino de la libertad, llevaría a la destrucción de
la realeza; dado en la senda de la igualdad, conduciría a la
destrucción de la propiedad.» Este llamamiento al sentir
conservador fue atendido por la burguesía. Pero el pueblo de
París, alzaprimado por los cordeleros y por las sociedades
fraternales, fue mucho más difícil de convencer. Las

253
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

peticiones y manifestaciones amenazadoras se sucedieron.


Los jacobinos, siquiera fuese por un instante, se dejaron
arrastrar y pidieron la destitución del rey y «su reemplazo por
los medios constitucionales», es decir, por una regencia. Pero
los cordeleros negaron su aprobación a esta petición
redactada, con miras orleanistas, por Brissot y Danton. El 17
de julio se reunieron en el Campo de Marte para firmar, sobre
el altar de la patria, una petición francamente republicana
redactada por Robert. La Asamblea tuvo miedo. Tomando por
pretexto algunos desórdenes extraños al movimiento,
producidos por la mañana en el GrosCaillou, ordenó al alcalde
de París que disolviera la reunión del Campo de Marte. La
pacífica multitud allí congregada fue a las siete de la tarde
fusilada, a mansalva y sin previa intimación, por los guardias
nacionales de La Fayette, que entraron en el recinto a galope
y a paso de carga. Los muertos fueron numerosos.

A continuación de la matanza, la represión. Un decreto


especial, verdadera ley de seguridad general, hizo cernerse el
terror sobre los jefes de las sociedades populares, que fueron
detenidos y procesados por centenares. Sus periódicos o se
suprimieron o dejaron de publicarse. Se trataba de decapitar
al partido democrático y republicano, precisamente en los
momentos en los cuales iban a comenzar las elecciones para
la Legislativa. Toda la parte conservadora de los jacobinos se
separó de los mismos, el 16 de julio, y fundó un nuevo club
en el convento de los Fuldenses. De los diputados, pocos más

254
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

que Robespierre, Anthoine, Pétion y Coroller quedaron en los


jacobinos; pero tuvieron la fortuna de poder mantener la
integridad de casi todos los clubes departamentales.

Desde entonces los fuldenses –lafayettistas y lamethistas


reunidos– se opusieron con violencia a los jacobinos, ya
depurados de su ala derecha. De momento, los primeros
permanecieron en el poder. Adrien Duport, Alexander
Lameth y Barnave comenzaron a negociar secretamente con
el Emperador, para mantener la paz, por medio del abate
Louis, que a tal objeto enviaron a Bruselas. Leopoldo dedujo
de tal conducta que los revolucionarios habían tenido miedo
a sus amenazas de Padua y que eran menos peligrosos de lo
que se había supuesto; y como le prometieron salvar a la
monarquía, renunció al Congreso proyectado y a la guerra,
con tanto más agrado cuanto que se daba cuenta, por las frías
respuestas obtenidas a sus requerimientos, de las potencias
extranjeras, de que el concurso europeo contra Francia era
imposible de realizar. Para disfrazar su cambio de opinión y
conducta convino en firmar, con el rey de Prusia, una
declaración conjunta, que sólo condicionalmente amenazaba
a los revolucionarios. Esta declaración de Pillnitz, del 25 de
agosto de 1791, se explotó por los príncipes, quienes
afectaron ver en ella una promesa de concurso. Les sirvió
para lanzar un violento manifiesto, el día 10 de septiembre,
en que se conjuraba a Luis XVI para que negase su firma a la
Constitución.

255
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Nadie duda que los triunviros no debieron hacer esfuerzos


serios para decidir al rey a que otorgase dicha firma, ya que
la hizo esperar del 3 al 14 de septiembre. El triunvirato le
hizo presente que la Constitución había sido mejorada con la
revisión y reforma de que había sido objeto luego de la vuelta
del rey y en la que directamente había tomado parte.
Hicieron resaltar con todo cuidado que la Constitución Civil
del Clero había dejado de ser ley constitucional, pasando a la
categoría de ley ordinaria, modificable, por lo tanto, por el
cuerpo legislativo. Importantes restricciones se habían
establecido en lo que tocaba a la libertad de los clubes. Si las
condiciones censitarias de la elegibilidad –el marco de plata–
eran suprimidas para los candidatos a la diputación, se
habían agravado, en revancha, las exigidas al electorado. Se
añadió que procurarían, en el porvenir, hacer prevalecer el
sistema bicameral, por ellos tan rudamente combatido en
septiembre de 1789, y se comprometieron, a más, a defender
el veto absoluto y el derecho del rey a nombrar los jueces. El
rey se sometió y, con gran habilidad, demandó a la Asamblea
una amnistía general que fue votada con entusiasmo.
Aristócratas y republicanos fueron puestos en libertad. A
profusión se organizaron en todas partes fiestas para festejar
la terminación de la Constitución. La burguesía creyó que la
Revolución estaba terminada. Se sentía alegre porque el
peligro de la guerra civil y el de la guerra extranjera parecía
descartado. Restaba saber si sus representantes, los

256
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

fuldenses, podrían dirigir, a la vez, a la corte y a la nueva


Asamblea que iba a reunirse. Robespierre, haciendo un
llamamiento al desinterés de sus colegas, les había hecho
votar un decreto que hacía a todos ellos ilegibles para la
Legislativa.

Un personal político nuevo esperaba a la puerta. Restaba


saber también, y para terminar, si el partido democrático
perdonaría a la burguesía conservadora la dura represión de
que acababa de ser objeto y si consentiría en sufrir mucho
tiempo la dominación de los privilegios de riqueza después
de haber dado al traste con los del nacimiento.

257
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO XI

LA GUERRA

A sólo juzgar por las apariencias, la Legislativa, que se reunió


el 1.º de octubre de 1791, parecía como la continuadora de
la labor y sentido de la Constituyente. En tanto que sólo 136
de sus miembros se inscribían en los jacobinos, 264 lo hacían
en los fuldenses. En cambio, del centro, de los
independientes, que, en número de 345, formaban, casi en
realidad, la mayoría, sólo podía decirse que estaban
adheridos sinceramente a la Revolución. Si por un lado
temían hacer el juego a las facciones, no querían, por otro,
ser juguete de la corte, de la que desconfiaban. Los fuldenses
aparecían divididos en dos tendencias o, para hablar con más
propiedad, en dos clientelas. Unos, como Mathieu Dumas,
Vaublanc, Dumolard, Jaucourt y Théodore Lameth, hermano
de Alexander y de Charles, seguían las inspiraciones del
triunvirato. Otros, como Ramond, Beugnot, Pastoret,
Gouvion, Daverhoult y Girardin, el antes marqués protector
de Juan Jacobo Rousseau, recibían de La Fayette la norma
de su conducta política.

La Fayette, que era odiado por la reina, sufría en su vanidad


al no ser enterado de las relaciones de la corte con los
triunviros. Si éstos iban demasiado lejos en el camino de la
reacción, llegando a aceptar las dos cámaras, el veto absoluto
y el nombramiento de los jueces por el rey, La Fayette se

258
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

atenía a la Constitución aprobada y le repugnaba sacrificar la


Declaración de los derechos del hombre, que consideraba
como obra suya. No tenía, como ocurría a los Lameth, interés
personal alguno en restaurar el poder real, sobre todo desde
que la corte le había casi descartado.

Las divisiones de los fuldenses les hicieron perder, en el mes


de noviembre de 1791, la alcaldía de París. Después de la
retirada de Bailly, La Fayette, que había dimitido sus
funciones de comandante de la Guardia Nacional, presentó
su candidatura para sucederle. Los periódicos de la corte
combatieron su candidatura y la hicieron fracasar. El
jacobino Pétion fue elegido, el 16 de noviembre, por 6.728
votos, en tanto que el general del caballo blanco sólo obtuvo
3.126. Las abstenciones –París tenía 80.000 ciudadanos
activos– fueron enormes. El rey y la reina se felicitaron del
resultado. Estaban persuadidos de que los revolucionarios se
perderían por sus propios excesos. «De los propios excesos
del mal –escribía María Antonieta, el 25 de noviembre, a
Fersen– podremos sacar más partido de lo que era de
presumir; pero para ello precisa una gran prudencia.»
Convengamos en que era ésta la peor política. Poco después,
La Fayette fue nombrado para el mando de uno de los
ejércitos que se encontraban en las fronteras. Antes de partir
se vengó de su derrota electoral haciendo nombrar para el
importante puesto de síndico general del departamento de

259
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

París a Roederer, amigo de Brissot, en contra del candidato


de los Lameth, el antiguo constituyente Dandré.

En tanto que los fuldenses se debilitaban por sus querellas,


los jacobinos emprendían con todo entusiasmo la iniciativa
de una política de acción nacional en contra de todos los
enemigos de la Revolución, tanto interiores como exteriores.
Elegidos por la burguesía media, que compraba los bienes
nacionales y se dedicaba a los negocios, tenían como
preocupación esencial la de elevar la cotización del asignado,
cuya depreciación frente al dinero en metal amonedado era
mucha, y la de procurar la restauración del cambio, cuya alza
depresiva nos arruinaba en provecho del extranjero. Para
ellos, el problema económico se ligaba estrechamente con el
problema político. Si la moneda revolucionaria sufría una
depreciación era porque las amenazas de los emigrados y de
los reyes y las perturbaciones provocadas por los aristócratas
y los sacerdotes refractarios hacían perder la confianza.
Precisaba, por medidas enérgicas, convertir en ilusorias y
baldías las esperanzas y andanzas de los
contrarrevolucionarios y lograr el reconocimiento de la
Constitución por la Europa monárquica. Sólo a este precio
podía ponerse coto y hacer cesar la grave crisis económica y
social que empeoraba por momentos.

En el otoño las algaradas habían vuelto a empezar en las


poblaciones y en los campos. Se agravaron con el invierno y

260
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

duraron varios meses. En las poblaciones, y en primer lugar,


tuvieron como causa el encarecimiento excesivo de los
productos coloniales, azúcar, café, ron, que la guerra de razas
desencadenada en Santo Domingo había hecho escasear. A
fines de enero de 1792 hubo motines en París ante las
puertas y en los alrededores de los almacenes y tiendas de
ultramarinos, a cuyos dueños obligó la multitud, bajo
amenazas de pillaje, a bajar el precio de sus mercancías. Las
secciones de los arrabales comenzaron a denunciar a los
«acaparadores», y algunos de ellos, como Dandré y Boscari,
corrieron algún peligro. Para poner coto al alza y dar en qué
pensar a los especuladores en Bolsa de tales artículos, los
jacobinos juraron no tomar o consumir azúcar.

En los campos, el precio exagerado que alcanzaron los trigos


fue el origen de disturbios; pero éstos revistieron también el
carácter de protestas contra el mantenimiento del régimen
feudal y el de violenta réplica a las amenazas de los
emigrados que, desde el otro lado de las fronteras,
baladroneaban constantemente con la invasión. La agitación
fue, tal vez, menos extensa y profunda que la de 1789. Sin
embargo, se le asemejó por sus causas y por sus
características. Desde luego, fue ésta tan espontánea como
la otra. No hay posibilidad de encontrar en ella trazas de una
acción conjunta y previamente concertada. Los jacobinos no
aconsejaron esta que podríamos llamar acción directa. Antes
bien, se asustaron. Y pensaron en prevenir los desmanes y

261
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

luego en reprimirlos. Las multitudes sublevadas ejercían


presión sobre las autoridades para conseguir la baja del costo
de la vida. Y se reclamaron reglamentaciones y tasas. En su
deseo de reducirlos a la imposibilidad de ser dañosos,
saquearon las propiedades de los aristócratas y de los
sacerdotes refractarios. Formularon también, aunque
confusamente, un programa de defensa revolucionaria que,
más tarde y por grados, habría de llevarse a la práctica. Las
revueltas en torno de los carros conductores de granos y el
saqueo de los mercados se sucedieron un poco por todo el
reino desde el mes de noviembre. En febrero las casas de
muchos comerciantes de Dunkerque fueron saqueadas. Una
refriega sangrienta dejó sobre el empedrado del puerto 14
muertos y 60 heridos. En Noyon, por el mismo tiempo,
30.000 campesinos, armados de horcas, alabardas, fusiles y
picas, se ponen en camino, dirigidos por sus alcaldes, y
detienen en el Oise unos barcos cargados de trigo,
repartiéndoselo. A fines de mes, los leñadores y los
fabricantes de clavos de los bosques de Conches y de
Breteuil, a tambor batiente y bandera desplegada, arrastran
a las multitudes hasta los mercados de la Bocé y fuerzan a
las municipalidades a tasar no sólo los granos, sino también
los huevos, la manteca, los hierros, las maderas, el carbón,
etc. En Étampes, el alcalde Simoneau, rico curtidor que
empleaba 50 obreros, quiere oponerse a la tasa. Dos disparos
de fusil ponen fin a su vida. Los fuldenses y los propios

262
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

jacobinos lo celebraron como un mártir de la ley e hicieron


decretar una fiesta fúnebre en su honor. Más tarde, los
leñadores del Morvan detuvieron las flotaciones de madera y
desarmaron a la Guardia Nacional de Clamecy. En el Centro
y en el Mediodía, las perturbaciones alcanzaron, tal vez,
mayor carácter de gravedad. Los guardias nacionales de las
poblaciones del Cantal, Lot, Dordoña, Corrèze, Gard, etc., se
trasladaron, en el mes de marzo, a los castillos de los
emigrados y los incendiaron, o los desvalijaron. Continuando
en este camino, obligaron a los aristócratas ricos a entregar
contribuciones en beneficio de los voluntarios que
marchaban hacia el frente. Reclamaron la supresión
completa del régimen señorial y, en tanto que dicha
supresión llegaba, se dedicaron a demoler las veletas y los
palomares.

Es verdad que, en las regiones realistas, como Lozère, eran


los patriotas los que no estaban seguros. El 26 de febrero y
días siguientes, los campesinos de los alrededores de Mende,
fanatizados por sus curas, marcharon sobre la ciudad,
forzaron a las tropas de línea a que evacuaran y se
trasladasen a Marvejols, y exigieron a los patriotas
contribuciones para indemnizarse de los jornales
correspondientes a los días perdidos. Diez patriotas fueron
reducidos a prisión, el obispo constitucional guardado en
rehén, el club cerrado y muchas casas desmanteladas.
Precisa hacer notar, también, que muchas de estas algaradas

263
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

realistas del Lozère precedieron a las revolucionarias del


Cantal y del Gard, que les sirvieron de réplica. Si se piensa
en que, en este invierno de 1791 a 1792, la venta de los
bienes de la Iglesia estaba muy avanzada, ya que el 1.º de
noviembre de 1791 aparecían operaciones de compra por
1.526 millones, se comprenderá la gran suma de intereses
que estaban a la sazón en poder de los campesinos. La guerra
amenaza. Lo que ellos ponen en juego es enorme. Si la
Revolución resulta vencida, la gabela, las ayudas, las tallas,
los diezmos, los derechos feudales, ya suprimidos, volverán
a establecerse, los bienes vendidos se restituirán a la Iglesia,
los emigrados volverán sedientos de venganza. El grito de
«¡Fuera los villanos!» será el de todos los que retornen. Ante
tales ideas los campesinos se estremecían, temblaban.

En 1789, la burguesía de las ciudades –para reprimir, en un


último vigor, las sublevaciones populares– estuvo unánime
en armarse contra campesinos y obreros. Ahora la burguesía
aparecía dividida. La parte más rica, como enloquecida desde
la huida a Varennes, deseaba reconciliarse con la realeza.
Formó la masa de que sacó sus votos el partido fuldense, que,
cada día más, se confundía con el antiguo partido
aristocrático y monárquico. Temía a la República y a la
guerra. Mas la otra parte de la burguesía, menos rica y menos
tímida, había perdido, desde la mencionada huida, toda
confianza en el rey. Sólo piensa en defenderse y comprende
que, para lograrlo, no hay más que un camino: el guardar el

264
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

contacto con la multitud de los trabajadores. Los que la


dirigen se esfuerzan en prevenir toda escisión entre el pueblo
y la burguesía.

Pétion se queja, en una carta a Buzot, escrita el 6 de febrero


de 1792, de que la burguesía se separe del pueblo: «Ella se
coloca –dice– por encima de él, se cree a nivel de la nobleza,
que la desdeña y que sólo espera momento oportuno para
humillarla... Se le ha repetido tanto que se trataba de la
guerra de los que no tenían contra los que tenían, que estas
ideas le persiguen a todas partes. El pueblo, por su parte, se
irrita en contra de la burguesía, se indigna de su ingratitud,
se acuerda de los servicios que le ha prestado y no olvida que
eran todos hermanos en los bellos días de la libertad. Los
privilegiados fomentan sordamente esta guerra que,
insensiblemente, conduce a nuestra ruina. La burguesía y el
pueblo reunidos han hecho la Revolución; sólo su unión la
puede conservar.» Para acabar con los pillajes y los incendios,
la Legislativa se apresuró a ordenar (9 de febrero) que los
bienes de los emigrados pasasen a pertenecer a la nación. El
29 de marzo se reglamentó este secuestro. El ponente del
decreto, Goupilleau, lo justificó diciendo que los emigrados
habían causado a Francia grandes perjuicios, de los que
debían la reparación. Al tomar medidas en contra de ella la
habían forzado a que se defendiera y a su vez las tomase. «Sus
bienes son las garantías naturales de las pérdidas y de los
gastos que ellos ocasionan.» Gohier añadió que si se les

265
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

dejaba el empleo de sus rentas, las harían servir en contra de


su patria. La guerra no había sido declarada aún, pero el
horizonte la apuntaba próxima. En la plena era de motines
en el centro de Francia, el 29 de febrero de 1792, un amigo
de Robespierre, el paralítico Couthon, diputado por el Cantal,
declaró, desde la tribuna de la Asamblea, que, para vencer a
la coalición que se preparaba, «precisaba asegurar la fuerza
moral del pueblo, más potente que la de los ejércitos», y que
para ello no conocía más que un camino: el de merecer su
completa adhesión por medio de leyes justas. A tal fin,
propuso suprimir, sin indemnización, todos los derechos
feudales que no estuvieran justificados por una concesión
verdad de los fundos a los censitarios. Sólo serían
conservados los derechos de los propietarios que probaran,
exhibiendo los títulos primitivos, que cumplían con esta
condición. Si se reflexiona que hasta entonces habían sido
los campesinos los obligados a demostrar que no debían nada
y que se pretendía, por el contrario, fueran los señores los
que probaran que se les debía algo, y que sólo sería admisible
como justificación la presentación de un contrato, que, tal
vez, jamás existiera o que el tiempo habría contribuido a
destruir o a perder, se comprenderá toda la importancia de
la proposición de Couthon. Los fuldenses trabajaron por
hacerla fracasar, empleando para ello una pertinaz
obstrucción. La Asamblea acordó en definitiva, el 18 de junio
de 1792, se suprimieran, sin indemnización, todos los

266
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

derechos eventuales, es decir, los derechos de laudemio,


abonables a los señores con los nombres de lods et ventes,
cada vez que se enajenaban determinadas clases de
propiedades censitarias. Y aun estos derechos eventuales se
conservarían, de poder justificarse con los títulos primitivos.
Fue necesario que la oposición de los fuldenses fuese
arrasada por la revolución del 10 de agosto para que el resto
de la propuesta de Couthon pasase a las leyes. La guerra se
convirtió en determinante de la liberación de los campesinos.
La guerra fue querida, a la vez, por la izquierda de la
Asamblea, por los lafayettistas y por la corte. Sólo trabajaron
en mantener la paz, de una parte los Lameth y de otra el
pequeño grupo de demócratas que se agrupaba en los
Jacobinos en torno de Robespierre. Partidarios de la guerra y
partidarios de la paz se inspiraban, desde luego, en puntos de
vista diferentes y aun opuestos. La izquierda estaba dirigida
por dos diputados elegidos por París, Brissot y Condorcet, y
por brillantes oradores enviados como diputados por el
departamento de la Gironda, tales como Vergniaud,
Gensonné y Guadet, al lado de los cuales brillaban otros: el
declamador Isnard, el pastor protestante Lasource y el obispo
constitucional de Calvados, Fauchet, retórico
grandilocuente, que luego de la huida a Varennes se había
pronunciado por la República. En la extrema izquierda
figuraban tres diputados a quienes unía estrecha amistad:
Basire, Merlin de Thionville y Chabot, hombres de dinero y

267
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

amigos de los placeres que formaban el trío cordelero. No


tenían gran influencia en la Asamblea, pero ejercían acción
considerable sobre los clubes y sociedades populares.

Brissot fue el director de la política extranjera de la


izquierda. Había vivido largo tiempo en Alemania, en donde
fundó un periódico y un salón de lectura, que no tuvo éxito
y cuya liquidación le atrajo un proceso escandaloso. Un cierto
tiempo tuvo cuentas pendientes con la policía de Luis XVI y
aun estuvo preso en la Bastilla como autor o encubridor de
libelos en contra de María Antonieta. Poco después especuló,
con el banquero ginebrino Clavière, sobre los títulos de la
deuda de los Estados Unidos, haciendo con tal motivo un
breve viaje a América, acerca de la cual escribió un libro
bastante ligero y superficial. Sus enemigos pretendieron
saber que, falto de recursos, estuvo al servicio de la policía
antes de 1789. Era, evidentemente, hombre activo, lleno de
imaginación y de recursos, aunque poco escrupuloso en la
elección de medios. Había pasado, sucesivamente, del
servicio del duque de Orleáns al séquito de La Fayette.
Detestaba a los Lameth, cuya política colonial reaccionaria
combatía con saña, especialmente desde la sociedad Los
Amigos de los Negros, que él había fundado. Los Lameth le
reprochaban el haber provocado, con sus campañas
antiesclavistas, la revuelta de las islas y la devastación de las
plantaciones. Cuando la crisis de Varennes, en unión de
Aquilèe del Châtelet, amigo de La Fayette, se había declarado

268
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

partidario de la República; pero, seguidamente y sin


transición, se pronunció por la solución orleanista. Su
elección para la Legislativa fue muy combatida y sólo posible,
lo mismo que la de Condorcet, por la ayuda que le prestaron
los votos lafayettistas. En resumen: era un hombre equívoco,
un intrigante, que iba a ser el jefe más importante de la nueva
Asamblea, su hombre de Estado. El antes marqués de
Condorcet, importante personaje académico, antiguo amigo
de D’Alembert y el sobreviviente más notorio de la escuela de
los enciclopedistas, era, como Brissot, un carácter voluble y
vario. En 1789 había defendido en la asamblea de la nobleza
de Mantes a los órdenes privilegiados, mostrándose también
hostil a la Declaración de los derechos del hombre. En 1790
escribió en contra de los clubes y en favor de la monarquía,
protestando contra la supresión de los títulos de nobleza,
contra la confiscación de los bienes del clero y contra los
asignados. Con Sieyès, había sido de los fundadores del club
lafayettista del año 1789, todo lo cual no le impidió, luego
del suceso de Varennes, adherirse notoriamente a la
República.

Se comprende que Brissot y Condorcet se entendieran


fácilmente con los diputados de la Gironda que
representaban los intereses de los comerciantes bordeleses.
El comercio sufría con la crisis económica y reclamaba
medidas enérgicas para resolverla. Condorcet, que era
director de la Moneda, y que había escrito mucho sobre los

269
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

asignados, pasaba por financiero. Brissotistas y girondinos


estaban convencidos de que las perturbaciones que detenían
el normal curso de los asuntos provenían, esencialmente, de
la inquietud causada por las que se suponían disposiciones a
tomar por las potencias extranjeras y por las amenazas de los
emigrados. Creían en sólo un remedio: forzar a los reyes a
reconocer la Revolución y obtener de ellos, por una
intimación y, en caso necesario, por la guerra, la dispersión
del agrupamiento de emigrados, y, al mismo tiempo, actuar
en contra de sus cómplices del interior, especialmente contra
los clérigos refractarios. Brissot presentaba a los reyes
desunidos, a los pueblos dispuestos a sublevarse a imitación
del francés y predecía una victoria fácil y segura, de ser
preciso el combate.

Los lafayettistas formaron coro. La mayor parte de ellos eran


antiguos nobles que llevaban el espíritu militar en el fondo
de sus almas. La guerra les daría mandos, y la victoria les
devolvería la influencia y el poder.

Con el amparo de sus soldados se sentirían bastante fuertes


para dominar a los jacobinos y para dictar su voluntad tanto
al rey como a la Asamblea. El conde de Narbona, al que bien
pronto hicieron nombrar ministro de la Guerra, se esforzó en
realizar su política. Brissot, Clavière e Isnard se encontraron
en los salones de madame de Staël con Condorcet, Talleyrand
y Narbona.

270
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

En estas condiciones, la Asamblea resultó fácil de convencer.


La discusión no fue empeñada sino al tratar de las medidas a
tomar en contra de los sacerdotes refractarios, porque los
lafayettistas, partidarios de una amplia tolerancia religiosa,
se mostraban reacios en abandonar la política que habían
hecho triunfar en el decreto del 7 de mayo de 1791. Por
decreto del 31 de octubre de 1791 se concedió un plazo de
dos meses al conde de Provenza para restituirse a Francia,
bajo pena de perder sus derechos al trono; por decreto del 9
de noviembre se hizo otro tanto con los demás emigrados,
señalándoles como final de plazo para su regreso el día 1.º de
enero de 1792, bajo pena de ver confiscadas sus rentas en
provecho de la nación y de ser considerados como
sospechosos de conspiración, y por decreto del 29 de
noviembre se privó de sus pensiones a los sacerdotes
refractarios que no prestasen un nuevo juramento puramente
cívico, y se dio a las administraciones locales el derecho de
deportarlos de sus domicilios, en caso de perturbaciones, y
de sancionarlos con otras varias incapacidades. Otro decreto
del mismo día invitó al rey a «requerir a los electores de
Tréveris y Maguncia y a otros príncipes del Imperio, que
acogían a los franceses fugitivos, para que pusieran fin al
agrupamiento de los mismos en las fronteras y a los
alistamientos que hacían, y que eran por dichos príncipes y
electores tolerados». Se le rogaba también que terminasen
cuanto antes, con el Emperador y el Imperio, las

271
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

negociaciones entabladas hacía mucho tiempo para


indemnizar a los señores alemanes que tenían posesiones en
Francia y que habían sido lesionados por los acuerdos del 4
de agosto.

Luis XVI y María Antonieta acogieron con secreta alegría las


iniciativas bélicas de los brissotistas. Si habían invitado a
Leopoldo, después de su arresto en Varennes, a demorar su
intervención, era únicamente para alejar de sus cabezas el
peligro que se cernía inminente. Pero en cuanto se encontró
otra vez rey, Luis XVI había acudido a Leopoldo con vivas
instancias para que pusiera en ejecución sus amenazas de
Padua y de Pillnitz, convocando lo más pronto posible el
Congreso de monarcas que había de hacer volver a la razón a
los revolucionarios franceses. «La fuerza armada ha destruido
todo, y sólo la fuerza armada puede repararlo todo», escribía
María Antonieta a su hermano el 8 de septiembre de 1791.
Se imaginaba, cándidamente, que Francia iba a temblar en
cuanto la Europa monárquica levantara su voz y blandiera
sus armas. Conocía mal a Europa y a Francia, y su error nacía,
sin duda, de la agradable y alegre sorpresa que había
experimentado al ver y tratar a los hombres que habían
desencadenado la Revolución: los Barnave, los Duport, los
Lameth, cuando pudo apreciar cómo se convertían en
cortesanos, cómo quemaban lo que antes habían adorado y
se reducían al papel de consejeros y de peticionarios de
favores. Creyó que los fuldenses representaban a la nación y

272
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

que si se habían convertido en prudentes había sido por


miedo, e intentó que Leopoldo compartiera sus opiniones.
Éste, desde un principio, se mostró recalcitrante. Su
hermana María Cristina, regente de los Países Bajos, le hizo
notar el peligro de una nueva sublevación de los belgas si
estallaba la guerra con Francia. María Antonieta desesperaba
de poner fin a la inercia del Emperador, precisamente en los
momentos en que la misma Asamblea le ofrecía el medio de
reanimar y dar nueva vida al conflicto diplomático. Con
rapidez Luis XVI escribía el 3 de diciembre una carta personal
al rey de Prusia, Federico Guillermo, pidiéndole viniera en su
socorro: «Acabo de dirigirme –le decía– al Emperador, a la
emperatriz de Rusia, a los reyes de España y Suecia, y les
propongo la reunión de un Congreso de las más poderosas
potencias de Europa, apoyado por un fuerte ejército, como la
mejor manera de contener aquí las facciones, restablecer un
orden de cosas más deseable e impedir que el mal que nos
trabaja a nosotros pueda extenderse a los demás Estados de
Europa.» El rey de Prusia hubo de reclamar una
indemnización por los gastos que pudiera ocasionarle su
intervención. Y Luis XVI ofreció abonársela en dinero.

Como es de suponer, el rey ocultó a los Lameth estos tratos


secretos; pero sí les pidió consejo respecto a la sanción de
los decretos de la Asamblea. Estaban aquéllos profundamente
irritados en contra de la Legislativa, poco dispuesta, por no
decir que nada, a seguir sus inspiraciones. Los ataques de

273
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Brissot en acusación de los ministros de su partido les habían


indignado. Y cada vez se sentían más lanzados hacia la corte
y hacia Austria, para poder lograr puntos de apoyo en su
guerra con los jacobinos. Aconsejaron al rey hacer dos grupos
de los decretos. Aceptaría los que, eventualmente, privaban
a Monseñor de sus derechos a la regencia y le incitaban a
dirigir un ultimátum a los electores de Tréveris y Maguncia
y a negociar con el Emperador; pero opondría su veto a las
medidas en contra de los emigrados y los sacerdotes
refractarios. Al proteger a los emigrados y a los refractarios,
los Lameth querían, sin duda, buscar la aproximación a su
partido de todos los elementos conservadores. Querían
también inspirar confianza al Emperador, demostrándole que
la Constitución dejaba, de hecho, al rey un poder efectivo.
Toda su política se basaba en una inteligencia, cordial y
confiada, con Leopoldo. Esperaban que éste, que siempre se
había mostrado hombre pacífico, emplearía sus buenos
oficios cerca de los Electores amenazados para conseguir su
sumisión amistosa. Así se evitaría la guerra y la actitud bélica
que aconsejaban a Luis XVI tendría la ventaja de devolverle
la popularidad. Todo quedaría reducido a una maniobra
política interior.

Si los Lameth hubieran podido ver la correspondencia secreta


de María Antonieta, no se les escaparía la gravedad y la
imprudencia del acto que cometían. «Los imbéciles –escribía
ella a Mercy, el 9 de diciembre– no ven que si ellos hacen tal

274
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

cosa –el amenazar a los Electores–, es laborar en nuestro


servicio, porque si nosotros comenzamos el ataque, se
acabará en que todas las potencias intervengan, buscando
cada una de las mismas su natural defensa.» Dicho de otro
modo: la reina esperaba que de este incidente surgiera la
intervención armada que ella reclamaba vanamente de su
hermano.

Luis XVI siguió al pie de la letra los consejos de los Lameth.


Opuso su veto a los decretos en contra de los emigrados y de
los sacerdotes, y el 14 de diciembre se dirigió a la Asamblea
para declarar solemnemente que «Representante del pueblo,
había sentido con él la injuria que se le hacía» y que, en su
consecuencia, había hecho saber al Elector de Tréveris que:
«si antes del día 15 de enero no había puesto fin, en sus
Estados, a la aglomeración, principalmente en las fronteras,
y a todos los manejos hostiles de los franceses que en sus
dichos Estados estaban refugiados, sólo podría ver en él a un
enemigo de Francia». Los aplausos que habían acogido esta
fanfarronada estaban vivos, y aún resonaban sus ecos cuando
Luis, al regresar seguidamente a su palacio, hizo ordenar a
Breteuil transmitiese al Emperador y a todos los soberanos
era deseo suyo no tomase en cuenta seria el Elector de
Tréveris, su ultimátum: «El partido de la Revolución ha visto
en él un rasgo de arrogancia, y este éxito mantendrá la
máquina por algún tiempo.» Pedía a los príncipes que
tomasen el asunto en sus manos. «En lugar de la guerra civil

275
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

tendremos la guerra política, lo que será mucho mejor... El


estado físico y moral de Francia no le permite sostener esta
guerra sino con mediano vigor; pero precisa que yo aparente
lanzarme a ella francamente y con la propia energía con que
se hubiera hecho en tiempos precedentes... Precisa que mi
conducta sea tal que, cuando la nación, desgraciadamente,
se vea en grave apuro, no encuentre otro recurso que el de
arrojarse en mis brazos.» Siempre la misma confiada
duplicidad y las mismas ilusiones sobre las fuerzas de la
Revolución. Luis XVI precipitaba a Francia a la guerra con la
esperanza de que ésta acabaría mal y que la derrota le
devolvería su poder absoluto. Y se dedicó a preparar esta
derrota saboteando, en cuanto podía, la defensa nacional.
Dificultaba la fabricación de material, y su ministro de
Marina, Bertrand de Moleville, alentaba y favorecía la
emigración de oficiales procurándoles licencias y pasaportes.

Aún tardó algún tiempo en ser la guerra un hecho, debiéndose


el retraso a la resistencia de Robespierre, apoyado por una
parte de los jacobinos, y a la oposición de los Lameth,
apoyados por la mayoría de los ministros y por el propio
emperador Leopoldo. Desde la matanza de los republicanos
en el Campo de Marte, Robespierre desconfiaba de Brissot y
de Condorcet, cuyas fluctuaciones políticas y relaciones
lafayettistas inquietaban a su clarividencia. Los girondinos,
los Vergniaud, los Guadet, los Isnard, con sus excesos
verbalistas, con sus declamaciones vulgares, le parecían

276
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

retóricos peligrosos. Conocía sus gustos aristocráticos, sus


estrechas relaciones con las clases altas mercantiles, y se
ponía en guardia. Después de haber combatido la distinción
entre ciudadanos activos y pasivos, el censo de electores y el
censo de elegibles, las restricciones puestas a los derechos
de reunión, de petición y de asociación, el privilegio
reservado a los burgueses de llevar armas desde que se había
pronunciado enérgicamente contra el restablecimiento del
rey perjuro en sus funciones mayestáticas y había pedido la
reunión de una Convención para dar a Francia una nueva
Constitución, desde que, casi solo entre los constituyentes,
había permanecido en los Jacobinos y había impedido que se
disolvieran, resistiendo valerosamente la represión fuldense,
se había convertido, a no dudarlo, en el jefe indiscutible del
partido democrático. Se conocían su rígida probidad, su
repugnancia hacia todo aquello que supusiera intriga, siendo
inmenso su ascendiente sobre el pueblo y sobre la pequeña
burguesía. Y Robespierre, acuciado por su desconfianza, se
dio cuenta seguidamente de lo que se proponían cada uno de
los que en el asunto de la guerra participaban. La corte no
era sincera, porque oponiendo su veto a los decretos sobre
los emigrados y los sacerdotes refractarios y alentando,
indirectamente, la continuación de las revueltas, privaba a la
Revolución del medio de llevar la guerra a término feliz. Ya
el 10 de diciembre, en una circular dirigida a las sociedades
afiliadas, que él redactó en nombre de los jacobinos,

277
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

denunció a Francia la maniobra de los Lameth y de la corte


al querer prolongar la anarquía para llegar al despotismo. Se
preguntó bien pronto si Brissot y sus amigos, que tendían a
la guerra, a esta guerra que la corte tanto deseaba, no serían
cómplices de una combinación sabiamente preparada para
orientar a la Revolución hacia una vía peligrosa. «¿A quién
confiaréis –les decía, el día 12 de diciembre, en los
Jacobinos– la dirección de esta guerra? ¿A los agentes del
poder ejecutivo? Pues si así lo hacéis, entregaréis la
seguridad de la nación a los que quieren perderla. De esto
resulta que lo que más tememos nosotros sea esta guerra.» Y
como si hubiera leído en el pensamiento de María Antonieta,
añadía: «Se nos quiere llevar a una transacción que asegure a
la corte una mayor extensión de su poder. Se quiere empeñar
una guerra simulada que pueda dar lugar a una capitulación.»

En vano Brissot intentó, el 16 de diciembre, disipar las


prevenciones de Robespierre y demostrarle que la guerra era
necesaria para purgar a la libertad de los vicios del
despotismo y para consolidarla. «¿Queréis –decía Brissot–
destruir de un solo golpe la aristocracia, los refractarios, los
descontentos? Destruid a Coblenza. El jefe de la nación se
verá forzado a reinar según la Constitución; sólo en su
adhesión a ella podrá encontrar la salud, y no podrá guiar sus
pasos sino siguiendo sus preceptos.» Brissot intentó en vano
hacer vibrar la cuerda del honor nacional y hacer un
llamamiento al interés: «¿Se puede titubear en atacar a los

278
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

príncipes alemanes? Nuestro honor, nuestro crédito público,


la necesidad de consolidar y de moralizar a nuestra
Revolución nos lo imponen».

Robespierre, el 2 de enero de 1792, sometió el sistema y


argumentación de Brissot a una crítica aguda y mordaz.
Comprobó que la guerra placía a los emigrados, que agradaba
a la corte, que era grata a los lafayettistas. Habiendo dicho
Brissot que precisaba desterrar la desconfianza, le dirigió el
siguiente dardo: «Vuestro destino es defender la libertad sin
desconfianzas, sin molestar a sus enemigos, sin encontraros
en oposición ni con la corte, ni con los ministros, ni con los
moderados. ¡Qué fáciles y sonrientes se os han convertido las
sendas del patriotismo!» Había afirmado Brissot que el mal
radicaba en Coblenza. «¿Es que no está en París? –preguntó
Robespierre–. ¿No hay ninguna relación entre Coblenza y
algún otro lugar no lejano a nosotros?» Antes de ir a herir al
puñado de aristócratas de fuera, quería Robespierre que se
entregaran sin condiciones los de dentro, y antes de propagar
la Revolución entre los otros pueblos, que se la afirmase
seguramente en Francia. Ridiculizaba las ilusiones de la
propaganda y no quería creer que los pueblos extranjeros
estuviesen preparados y maduros para sublevarse a nuestro
llamamiento en contra de sus tiranos. «Los misioneros
armados –decía– no son queridos por nadie.»

279
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Temía que la guerra acabase mal. Hacía presente que los


regimientos carecían de oficiales o que éstos eran
aristócratas, que los cuerpos de ejército estaban
incompletos, los guardias nacionales sin armas y sin equipos,
las fortalezas sin municiones. Preveía que, aun en el caso de
guerra victoriosa, la libertad peligraría de caer a los golpes de
los generales ambiciosos y evocó la sombra y el espectro de
César. Durante tres meses Brissot y Robespierre se dedicaron
a mantener en la tribuna, en el club y en los periódicos, una
lucha ardiente que dividió más y más al partido
revolucionario. Al lado de Robespierre se agruparon todos los
futuros montañeses, BillaudVarenne, Camille Desmoulins,
Marat, Panis, Santerre y Anthoine. Danton, siguiendo su
costumbre, permaneció equívoco. Después de haber seguido
a Robespierre, se colocó, finalmente, al lado de Brissot
cuando pudo apreciar que decididamente la mayoría del club
y de las sociedades afiliadas se pronunciaban por la guerra.

Entre Robespierre y Brissot, el desacuerdo era fundamental.


Robespierre no creía posible coalición alguna entre el rey
perjuro y la Revolución. Confiaba y esperaba la salud en una
crisis interior que derrumbaría la monarquía traidora y
quería provocar esta crisis sirviéndose de la misma
Constitución, convertida en arma legal. Aconsejaba a la
Asamblea que aboliera el veto real, argumentando que el veto
no podía aplicarse sino a las leyes ordinarias y de ningún
modo a las medidas de circunstancias. La supresión del veto

280
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hubiera sido la señal de la crisis que esperaba. Brissot, por el


contrario, no quería empeñar con la corte un duelo a muerte.
Se proponía, solamente, conquistarla para sus puntos de
vista por medio de una táctica de intimidaciones. Sólo era
revolucionario para el exterior. Como los girondinos, temía
el dominio de la calle, el asalto a las propiedades. No quería
una crisis social. Robespierre, por su parte, pregonando
siempre un gran respeto hacia la Constitución, buscaba en
sus propias disposiciones el medio de reformarla y de vencer
al rey.

Los Lameth y el ministro de Negocios Extranjeros Délessart,


confiaban, a pesar de todo, en evitar la guerra, gracias a
Leopoldo, con el que estaban en negociaciones secretas. El
Emperador hizo, en efecto, presión sobre el Elector de
Tréveris a fin de que dispersase los grupos de emigrados que
pululaban cerca de las fronteras, y el Elector se disponía a
ello. Leopoldo anunció a Francia que llegaría a París a
principios de enero. El pretexto de la guerra se desvanecía.
Pero en esta misma nota el Emperador justificaba su
conducta en los días de Varennes y no parecía dispuesto a
desautorizar su declaración de Pillnitz, y añadía que si se
atacaba al Elector de Tréveris acudiría en su socorro. Brissot
hizo resaltar este final de la nota austríaca para reclamar
nuevas explicaciones. El ministro de la Guerra, que volvía de
inspeccionar las plazas del Este, afirmó que todo estaba
dispuesto. La Asamblea invitó al rey, el 25 de enero de 1792,

281
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

a preguntar al Emperador «si renunciaba a todo tratado y


convención dirigida contra la soberanía, independencia y
seguridad de la nación», o sea, dicho de otra manera, la
exigencia de la desautorización formal de la declaración de
Pillnitz. Ante esta actitud, Austria estrechó su alianza con
Prusia, y ésta hizo saber a Francia, el 20 de febrero, que
consideraría la entrada de los franceses en Alemania como
casus belli. Brissot se dedicó a predicar la guerra ofensiva y
el ataque brusco. Su aliado el ministro de la Guerra,
Narbonne, apoyado por los generales del Ejército, pidió al rey
dimitiera a su colega Bertrand de Molleville, a quien acusó de
traicionar su deber, rogando también al monarca que lanzase
de su palacio a los aristócratas que aún quedaban en él. Luis
XVI, asombrado por tal audacia, lo separó a él de la cartera
que desempeñaba. Acto seguido la Gironda entró en juego. La
Constitución no permitía a la Asamblea que obligara al rey a
cambiar sus ministros, pero sí le daba el derecho de acusarlos
ante el Tribunal Supremo por alta traición. Brissot
pronunció, el día 10 de marzo, una violenta acusación contra
el ministro de Negocios Extranjeros Délessart, partidario de
la paz. Le acusó de haber ocultado a la Asamblea importantes
documentos diplomáticos, de no haber ejecutado las
decisiones de la misma y de haber obrado, en las
negociaciones con Austria, «con una languidez y una
debilidad impropias de un pueblo libre». Vergniaud apoyó a
Brissot con una fogosa arenga en la que, con frases

282
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

encubiertas, amenazó a la reina. El decreto de acusación que


sometía a Délessart al Tribunal Supremo fue votado por una
gran mayoría. Narbonne estaba vengado y la guerra se hacía
inevitable.

Los Lameth aconsejaron al rey la resistencia. Le recordaron


la suerte de Carlos I, que había abandonado a su ministro
Strafford en circunstancias análogas. Le aconsejaron disolver
la Asamblea y el mantener a Délessart en sus funciones. Pero
los brissotistas quedaron dueños de la situación. Hicieron
correr el rumor de que iban a acusar a la reina, suspender al
rey y proclamar al Delfín. Esto no era sino una aviesa y turbia
maniobra, ya que al mismo tiempo negociaban con la corte
por medio de Laporte, intendente de la lista civil.

Luis XVI se resignó a prescindir de sus ministros fuldenses y


a tomar ministros jacobinos, casi todos amigos de Brissot o
pertenecientes a la Gironda: Clavière, para Hacienda; Roland,
para el Interior; Duranthon, para Justicia; Lacoste, para
Marina; De Grave, para Guerra; Dumouriez, para Negocios
Extranjeros. Dumouriez, antiguo agente secreto de Luis XVI,
aventurero venal y desacreditado, era el hombre hábil del
Gabinete. Había ofrecido al rey defenderlo contra los
facciosos, comprando o paralizando a sus jefes. Su primer
cuidado fue presentarse en los Jacobinos tocado con un gorro
rojo, para así disipar las sospechas. Con gran tino, se creó
entre ellos una clientela, merced al reparto de destinos,

283
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hecho a este propósito. Hizo de Bonnecarrère, antiguo


presidente del Comité de Correspondencia del club, un
director de servicios de su ministerio; de los periodistas
Lebrun, amigo de Brissot, y Noël, amigo de Danton, jefes de
sección, etc. Los ataques contra la corte cesaron en la prensa
girondina; Luis XVI y María Antonieta sintieron renacer la
confianza. Y, a mayor abundamiento, Dumouriez era
partidario de la guerra. En este camino el ministro se
adelantaba a los deseos de los monarcas. Leopoldo murió
súbitamente el 1° de marzo. Su sucesor, el joven Francisco
II, militar de corazón, estaba dispuesto a acabar con aquella
situación, y a las últimas notas francesas contestó con
repulsas secas y perentorias, si bien se guardó mucho de
declarar la guerra, porque, siguiendo los consejos de Kaunitz,
haciendo aparecer que el derecho estaba siempre de su parte,
se reservaba la facultad de hacer conquistas a título de
indemnizaciones.

El 20 de abril se presentó Luis XVI en la Asamblea para


proponer, en el más indiferente de los tonos, el declarar la
guerra al rey de Bohemia y de Hungría. Sólo el lamethista
Becquey intentó valerosamente luchar por la paz. Mostró a
Francia dividida y perturbada, a la Hacienda en mal estado.
Cambon le interrumpió gritando: «¡Tenemos más dinero del
que necesitamos!» Becquey continuó describiendo la
desorganización del Ejército y de la Marina. Afirmó que
Prusia, de la que nada había dicho Dumouriez en su informe,

284
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sostendría a Austria, y que si Francia penetraba en el


Brabante, Holanda e Inglaterra se unirían a la coalición. Fue
escuchado con impaciencia y frecuentemente interrumpido.
Mailhe, Daverhoult y Guadet reclamaron una votación
inmediata y unánime. Sólo una docena de diputados votaron
en contra.

Esta guerra, deseada por todos los partidos, a excepción de


los montañeses y de los lamethistas, como una maniobra de
política interior, iba a echar por tierra todos los cálculos de
sus autores.

285
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO XII

EL DERRUMBAMIENTO DEL TRONO

Brissot y sus amigos, al desencadenar la guerra, habían


renunciado, en cierto modo, a mantenerse en el poder. No
podían guardarlo sino al precio de una condición: la pronta y
decisiva victoria sobre el enemigo. Dumouriez ordenó la
ofensiva a los tres ejércitos ya concentrados sobre las
fronteras. Los austríacos no podían oponer a nuestros
100.000 hombres más que 35.000 soldados en Bélgica y
6.000 en el Brisgau. Los prusianos apenas si habían
comenzado sus preparativos bélicos. Un ataque brusco nos
valdría la ocupación de toda Bélgica, que se sublevaría a la
vista de la bandera tricolor.

Pero nuestros generales, La Fayette, Rochambau y Luckner,


que habían aplaudido las fanfarronadas de Narbonne, se
habían vuelto de repente demasiado circunspectos. Se
quejaban de que sus tropas no estuviesen provistas de todos
los equipos. Rochambeau, sobre todo, no tenía confianza en
los batallones de voluntarios, que juzgaba indisciplinados.
Ejecutó de muy mala gana la ofensiva que le había sido
prescrita. La columna de la izquierda partió de Dunkerque y
llegó ante Furnes en donde no encontró a nadie. No se atrevió
a entrar y se volvió. La columna del centro, que partió de
Lille para tomar Tournai, se replegó precipitadamente, sin
trabar combate, ante la vista de algunos ulanos. Dos

286
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

regimientos de caballería que la precedían, se desbandaron


gritando que se les había traicionado. Refluyeron hasta Lille
y condenaron a muerte a su general Théobald de Dillon y a
cuatro individuos sospechosos de espionaje. Sólo el 2º
batallón de voluntarios parisienses se portó bien. Protegió la
retirada y pudo llevarse con él un cañón tomado al enemigo.
La columna principal, en fin, mandada por Biron, se apoderó
de Quievrain, ante Mons, el 28 de abril; pero al día siguiente
se batía en retirada, con gran desorden, a pretexto de que los
belgas no acudían a su llamamiento. La Fayette, que de Givet
debía darse la mano con Biron, en camino hacia Bruselas,
suspendió su marcha al anuncio de la retirada de Biron,
permaneciendo inactivo. Sólo Custine, con una columna
formada en Belfort, llenó el objetivo fijado. Se adueñó de
Porrentruy y de las gargantas del Jura que dominaban los
accesos al FrancoCondado.

Robespierre, quien el día mismo de la declaración de guerra


había requerido a los girondinos para que nombrasen
generales patriotas y destituyeran a La Fayette, hubo de
manifestar en los Jacobinos, el 1.º de mayo, que los reveses
justificaban sus previsiones: «¡No! Jamás me fié yo de los
generales y, haciendo algunas honrosas excepciones, digo
que casi todos ellos añoran el antiguo orden de cosas y los
favores de que disponía y otorgaba la corte. Yo únicamente
tengo confianza en el pueblo, en el pueblo solo». Marat y los
cordeleros creyeron que había existido traición. Y de hecho,

287
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

María Antonieta comunicó al enemigo los planes de la


campaña. Con frases altaneras, los generales hicieron caer
las responsabilidades del fracaso sobre la indisciplina de las
tropas. Rochambeau presentó bruscamente su dimisión.
Numerosos oficiales desertaron. Tres regimientos de
caballería se pasaron al enemigo: el Real Alemán, el 6 de
mayo; los húsares de Sajonia y los de Bercheny el 12 del
propio mes. El ministro de la Guerra, De Grave, poniéndose
del lado de los generales, no quiso oír hablar más de ofensiva.
Y como no pudo convencer a sus colegas de sus opiniones,
dimitió el día 8 de mayo, siendo reemplazado por Servan,
más dócil a las indicaciones y dirección de Dumouriez.

En vano los brissotistas trataron de calmar a los generales y


de atraérselos a sus puntos de vista, y dirigieron en la prensa
y lanzaron en la Asamblea un vigoroso ataque contra
Robespierre y sus partidarios, a los que presentaron como
anarquistas. El 3 de mayo, Lasource y Guadet se unieron a
Beugnot y a ViennotVaublanc para hacer decretar la
acusación contra Marat ante el Tribunal Supremo. El abate
Royou, redactor de El Amigo del Rey, puede decirse que,
como compensación, sufrió igual suerte que Marat. Una ley
reforzó la disciplina militar, y los asesinos de Théobald Dillon
fueron buscados con ahínco y castigados con rigor. La
Fayette, que desde el primer día había tenido la pretensión
de tratar con los ministros de igual a igual, rechazó todas las
medidas avanzadas de los brissotistas. La sustitución de De

288
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Grave por Servan, acerca de la cual no había sido consultado,


le indispuso con Dumouriez. Y definitivamente entabló
relaciones con los Lameth para hacer frente a las amenazas
de los demócratas. Admitió en su ejército a Charles y a
Alexander Lameth, otorgándoles mandos en el mismo, y
hacia el 12 de mayo tuvo una entrevista en Civet con Adrien
Duport y con Beaumetz, decidiéndose seguidamente a dar un
paso que, en un general, jefe de un ejército ante el enemigo,
revestía todos los caracteres de una traición. Envió a
Bruselas, cerca del embajador austríaco MercyArgentau, un
emisario, el ex jesuita Lambinet, para hacerle presente que,
de acuerdo con los otros generales, estaba dispuesto a
marchar con sus tropas sobre París, para dispersar a los
jacobinos, para llamar a los príncipes y a los emigrados,
suprimir la Guardia Nacional y establecer una segunda
cámara. Solicitó, como medidas preventivas, una suspensión
de hostilidades y la declaración de neutralidad por parte del
Emperador. MercyArgenteau, que compartía con la reina las
prevenciones en contra del general, creyó que sus
proposiciones encerraban una asechanza. Y le contestó que
se dirigiera a la corte de Viena.

Los tres generales decidieron entonces, en una conferencia


celebrada en Valenciennes el 18 de mayo, suspender de
hecho las hostilidades. Dirigieron una Memoria a los
ministros en la que les hacían presente que era imposible
toda ofensiva. Los ayudantes de campo de La Fayette, La

289
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Colombe y Berthier, declararon a Roland que la cobardía era


estado de ánimo corriente entre los soldados. Indignado
Roland, denunció sus propósitos alarmistas al propio La
Fayette, quien disculpó a sus ayudantes y contestó al
ministro en tono altamente despectivo. El general escribió
entonces a Jaucourt que aspiraba a la dictadura, de la que se
creía digno. Tal declaración dio lugar a la ruptura definitiva
entre La Fayette y los brissotistas. Roland no se atrevió a
proponer al rey y a sus colegas –o hecha la indicación no pudo
lograrla– la revocación de La Fayette. Pero desde entonces
los girondinos se dieron a opinar que la corte estaba detrás
de los generales y que precisaba, como consecuencia y
siguiendo su táctica, intimar a Palacio. Emprendieron la
tarea de denunciar al llamado Comité Austríaco, que, bajo la
dirección de la reina, preparaba la victoria del enemigo. El 27
de mayo hicieron votar un nuevo decreto en contra de los
sacerdotes perturbadores, en sustitución del que había sido
objeto de veto por parte del rey en el anterior mes de
diciembre. Dos días más tarde la Asamblea decidió la
disolución de la guardia del rey, formada por aristócratas que
se regocijaban con los reveses de las armas francesas. Su jefe,
el duque de CosséBrissac, fue llevado ante el Tribunal
Supremo. En fin, el 4 de junio, Servan propuso constituir en
París un campamento de 20.000 federados, para defender a
la capital, en caso de ataque del enemigo, y para –aunque esto
se ocultaba– eventualmente resistir a cualquier golpe de

290
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Estado de los generales. El proyecto se votó el día 8 de junio.


Por estos vigorosos ataques los girondinos esperaban forzar
a la corte a capitular y a los generales a obedecer. Servan
renovó formalmente a Luckner y a La Fayette la orden de
avanzar con decisión en los Países Bajos.

Luis XVI se había sometido en el mes de marzo porque los


generales se habían pronunciado por Narbonne. Pero esta vez
se colocaban enfrente del ministro y deseaban volver a su
gracia. Además, acababa de organizar, con el concurso de su
antiguo ministro Bertrand de Moleville, su agencia de
espionaje y corrupción. Bertrand había fundado, con el juez
de paz Buob, el denominado Club Nacional, frecuentado por
unos 700 obreros, reclutados principalmente en la gran
fábrica metalúrgica de Perier, y que cobraban de la lista civil
de 3 a 5 libras diarias. Entabló Bertrand reclamaciones en
contra del periodista Carra, que le había acusado de formar
parte del Comité Austríaco y había encontrado un juez de
paz, lleno de celo monárquico, que dio curso a su demanda y
acordó que compareciesen ante su presencia los diputados
Basire, Chabot y Merlin de Thionville, informadores de Carra.
Es verdad que la Asamblea desautorizó al juez de paz, llamado
Larivière, y aun le acusó ante el Tribunal Supremo por el
atentado, que no había dudado en cometer, en contra de la
inviolabilidad parlamentaria. Pero, en compensación de todo
esto, la corte podía apuntarse como un éxito la fiesta
organizada por los fuldenses en honor del mártir de la ley,

291
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Simoneau, y como réplica a la que tuvo lugar en homenaje a


los suizos de Châteauvieux. Este mismo éxito fue el que
influyó en Adrien Duport para aconsejar al rey opusiese su
veto a los últimos decretos votados por la Asamblea. Estaba
decidido el rey a ello; pero para usar del veto le precisaba la
firma ministerial, y ningún ministro quiso autorizar la carta
que Luis XVI había preparado para notificar su veto al decreto
sobre el licenciamiento de su guardia. Tuvo que sancionarlo
con el corazón lleno de rabia. Si los ministros hubiesen
permanecido firmemente unidos, seguramente que el rey
también se hubiera visto en la necesidad de firmar los otros
decretos. Pero Dumouriez, que de hecho era el ministro de la
Guerra, sirviéndose como de pantalla de Servan, se indignó
por haber éste sometido a la Asamblea el proyecto del
campamento en París de los 20.000 federados, sin que le
tomase opinión y consejo.

Hubo entre los dos ministros una escena violenta, en pleno


Consejo. Se amenazaron y aun hubo intentos de sacar a
relucir sus espadas ante los ojos del rey. Estas divisiones
permitieron al monarca eludir la firma de los otros decretos.
El 10 de junio, Roland, en un largo escrito requerimiento, en
el que apenas si se guardaban las reglas de cortesía, hizo
presente al rey que su veto provocaría una explosión terrible,
ya que haría creer a los franceses que, de corazón, estaba el
monarca con los emigrados y con el enemigo. Luis XVI no se
dio por enterado. Adrien Duport le había dicho que la

292
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

concentración que se proyectaba, y que tendría su existencia


en París, sería un instrumento en manos de los jacobinos,
quienes pensaban, en caso de derrota, apoderarse de su
persona y conducirlo, como rehén, a los departamentos del
Mediodía. Los guardias nacionales lafayettistas formularon
una petición contraria al proyecto de concentración
mencionado, por considerarlo como una injuria hecha a su
patriotismo. Después de dos días de reflexión, el rey llamó a
Dumouriez, de quien se creía seguro por haberle nombrado
ministro atendiendo recomendaciones de Laporte. Le rogó
que permaneciese en sus funciones y le facilitara medios para
deshacerse de Roland, Clavière y Servan. Dumouriez aceptó.
Aconsejó a Luis XVI el reemplazar a Roland con un ingeniero
que él había conocido en Cherburgo, Mourgues, y reservó
para sí la cartera de la Guerra. La destitución de Roland,
Clavière y Servan era la contrapartida de la acusación
decretada en contra de Délessart. Se empeñaba una batalla
decisiva. Los girondinos hicieron decretar por la Asamblea
que los ministros revocados se habían hecho acreedores al
reconocimiento de la nación, y cuando Dumouriez se
presentó en la tribuna el mismo día 13 de junio, para leer un
largo informe pesimista sobre la situación militar, hubo de
hacerlo entre una enorme gritería. En el curso de la sesión
nombró la Asamblea una comisión compuesta de 12
miembros para que investigase la gestión de los sucesivos
ministros de la Guerra y para, particularmente, verificar las

293
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

afirmaciones de Dumouriez. Llegó éste a temer que la


encuesta encargada no era otra cosa que el principio de su
acusación ante el Tribunal Supremo. Se dedicó a hacer
presión sobre el rey para que otorgase su sanción a los dos
decretos que habían quedado en suspenso. Le escribió que en
caso de negarse a ello corría el peligro de ser asesinado. Pero
Luis XVI, que no se había dejado intimar por Roland, no quiso
capitular ante Dumouriez, quien se valía de los mismos
procedimientos. Y así, el día 15 por la mañana le hizo
presente que seguía dispuesto a mantener el veto. Dumouriez
presentó su dimisión, que le fue admitida por el rey, quien le
destinó a mandar una división en el ejército del Norte. Duport
y los Lameth designaron al rey los nuevos ministros, que
fueron tomados de entre sus clientelas y de entre la de La
Fayette. El rey nombró: a Lajard, para Guerra; a Chambonas,
para Negocios Extranjeros; a Terrier de Monciel, para el
Interior; a Beaulieu, para Hacienda; Lacoste permaneció en
Marina y Duranthon en Justicia.

La destitución de Dumouriez, siguiendo a la de Roland, la


persistencia en el mantenimiento del veto, acompañada de
la formación de un Ministerio puramente fuldense, todo ello
significaba que la corte, apoyada por los generales, iba a
esforzarse en llevar a la práctica el programa de Duport y La
Fayette: acabar con los jacobinos, disolver, en caso de
necesidad, a la Legislativa, revisar la Constitución, llamar a
los emigrados y terminar la guerra mediante una transacción

294
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

con el enemigo. Desde el 16 de julio comenzó a circular el


rumor de que el nuevo Ministerio iba a suspender las
hostilidades, y algunos días más tarde se añadió que el rey
pensaba aprovechar las fiestas de la Confederación –14 de
julio– para reclamar una entera y amplia amnistía en favor de
los emigrados. Duport, en su periódico Indicador,
subvencionado por la lista civil, aconsejó al rey que disolviera
la Asamblea y proclamara la dictadura. La Fayette, desde su
campamento de Maubeuge, dirigía –con fecha 16 de junio– al
rey y a la Asamblea una violenta diatriba contra los clubes,
contra los ministros dimitidos y contra Dumouriez. No se
recataba de mencionar en ella el sentimiento de sus soldados
y el apoyo que prestarían a sus requerimientos. Su carta fue
leída en la Asamblea el 18 de junio. Vergniaud declaró que
era anticonstitucional. Guadet lo comparó con el general
Cromwell. Pero los girondinos, que habían hecho trasladar a
Orleáns, por un delito bastante menos grave, a Délessart, no
se atrevieron a emplear contra el general faccioso, que había
sido su cómplice, el procedimiento de la acusación
parlamentaria ante el Tribunal. Su respuesta fue la
manifestación popular del 20 de junio, aniversario del
juramento del Juego de Pelota y de la huida a Varennes.

Los arrabales, conducidos por Santerre y por Alexandre, se


dirigieron a la Asamblea y seguidamente a la residencia real,
para protestar contra la cesantía de los ministros patriotas,
contra la inacción del Ejército y contra la negativa a

295
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sancionar los últimos decretos. El alcalde de París, Pétion y


el procurador síndico del municipio, Manuel, no hicieron
nada para estorbar la manifestación. Hicieron acto de
presencia en Palacio mucho más tarde, cuando el rey había
sufrido, durante dos horas y con tranquilo valor, el asalto de
los manifestantes. Apoyado en el alféizar de una ventana, se
tocó con el gorro rojo y bebió a la salud de la nación, pero se
negó categóricamente a firmar los decretos y a volver a
llamar a los ministros que no gozaban de su confianza. Los
montañeses, siguiendo consejos de Robespierre, se habían
abstenido por completo. No teniendo confianza en los
girondinos, no querían participar sino en una acción decisiva
y no en una simple demostración.

El fracaso de la manifestación girondina se convirtió en


provecho para el realismo. El departamento de París,
enteramente fuldense, suspendió a Pétion y a Manuel. De
todas las provincias afluyeron a la Asamblea y a las Tullerías
peticiones amenazadoras en contra de los jacobinos y
testimonios de devoción al rey. Un pliego depositado en casa
del notario de París Guillaume y redactado a tal fin, se cubrió
rápidamente con 20.000 firmas. Numerosas asambleas
departamentales vituperaron los acontecimientos del 20 de
junio. El jefe realista Du Saillant sitió con 2.000 partidarios
suyos el castillo de Jalès, en el Ardèche, y tomó el título de
lugarteniente general del ejército de los príncipes. Por las

296
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mismas fechas estalló otra insurrección realista en el


Finistère.

La Fayette, abandonando su ejército y su puesto ante el


enemigo, compareció el día 28 de junio ante la barra de la
Asamblea para pedir que seguidamente y sin excusa se
disolvieran los jacobinos y solicitar se castigase con todo
rigor y ejemplaridad a los autores de los excesos cometidos
el día 20 en las Tullerías. La reacción realista había sido tan
fuerte, que La Fayette escuchó numerosos aplausos. Una
moción de censura presentada por Guadet a las
manifestaciones del general, fue desechada por 339 votos
contra 234, y la petición de La Fayette fue simplemente
enviada a la Comisión de los Doce, que llenaba entonces el
papel que cumpliría más tarde el Comité de Salvación
Pública. No se contentaba esta vez «el héroe de ambos
mundos» con la sola amenaza, sino que contaba con atraerse
y arrastrar a la Guardia Nacional parisiense, una de cuyas
divisiones, mandada por su amigo Acloque, debía ser
revistada por el rey en el siguiente día. Pero Pétion, advertido
por la reina, que temía al general aun más que a los jacobinos,
suspendió la revista. En vano cacareó La Fayette la disciplina
y empuje de sus partidarios. Los citó para que se reunieran
aquella tarde en los Campos Elíseos, pero sólo una centena
acudió al llamamiento. El general se volvió a su ejército sin
haber intentado nada. Fracasó porque sus ambiciones eran
contrarias al sentir nacional. La inacción en que había

297
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mantenido al Ejército por más de dos meses parecía


inexplicable. Ella había permitido a los prusianos ultimar sus
preparativos militares y concentrarse tranquilamente sobre
el Rin. Luckner, después de un simulacro de ofensiva en
Bélgica, abandonaba sin necesidad Courtrai y retrocedía
hasta las murallas de Lille. La lucha iba a desarrollarse en
territorio francés. El 6 de julio, Luis XVI informó a la
Asamblea de la proximidad de las tropas prusianas.

Ante la inminencia del peligro, los jacobinos olvidaron sus


divisiones para pensar sólo en la salud de la Revolución y de
la patria. El 28 de junio, en su club, tanto Brissot como
Robespierre pronunciaron discursos de excitación a la
concordia y reclamaron el pronto castigo de La Fayette. En
la Asamblea, los girondinos blandieron contra los ministros
fuldenses la amenaza del decreto de acusación, tomaron la
iniciativa de nuevas medidas de defensa nacional y trataron
de contener la retirada de las fuerzas populares. El 1.º de julio
hicieron decretar la publicidad de las sesiones de todos los
cuerpos administrativos, que valía tanto como someterlos a
la vigilancia popular. El día 2 hicieron ilusorio el veto del rey
al decreto de concentración en París de 20.000 federados,
haciendo votar un nuevo decreto que autorizaba a los
guardias nacionales de los departamentos para trasladarse a
la capital para celebrar la confederación del 14 de julio y
concediendo a los que se aprovecharan de esta autorización

298
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la indemnización de los gastos de viaje, proporcionándoles


también boletos de alojamiento.

El 3 de julio, Vergniaud, elevando el debate, hizo cernerse


una terrible amenaza en contra del mismo rey: «Ha sido en
nombre del rey, valiéndose de él, que los príncipes franceses
han intentado sublevar en contra de la nación a todas las
cortes de Europa; para vengar la dignidad del rey se ha
concluido el tratado de Pillnitz y formado la monstruosa
alianza entre las cortes de Viena y de Berlín; es para defender
al rey por lo que se van a alistar en Alemania, con banderas
de rebelión, las antiguas compañías de los guardias de corps;
es para venir en socorro del rey para lo que los emigrados
solicitan y obtienen su admisión en las tropas austríacas,
aprestándose a desgarrar el seno de la patria...; es en nombre
del rey que se ataca la libertad... y yo leo en la Constitución,
capítulo 2.º, sección 1ª, artículo 6.º: Si el rey se coloca a la
cabeza de un ejército y dirige estas fuerzas en contra de la
nación, o si no se opone por un acto formal a cualquier
empresa tal que en su nombre se ejecutara, se entenderá que
ha abdicado la realeza.» Y Vergniaud, recordando el veto real,
causa de los desórdenes en las provincias, y la inacción de
las tropas, deseada y tolerada por generales que tenían por
misión el invadir, preguntaba a la Asamblea –bien es verdad
que en forma dubitativa– si Luis XVI no debía ser objeto del
castigo que infligía el artículo constitucional citado. Arrojó,
así, la idea del destronamiento a los cuatro vientos de la

299
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

opinión. Su discurso, que causó una impresión enorme, fue


impreso y remitido por la Asamblea a todos los
departamentos.

El 11 de julio se proclamó la patria en peligro. Todos los


cuerpos administrativos y las municipalidades debían
constituirse en sesión permanente. Todos los guardias
nacionales fueron puestos sobre las armas. Se formaron
nuevos batallones de voluntarios. En sólo unos días se
enrolaron 15.000 habitantes de París.

De las grandes ciudades, de Marsella, de Angers, de Dijon, de


Montpellier, etc., llegaban peticiones amenazadoras pidiendo
el destronamiento. El día 13 de julio, la Asamblea levantó la
suspensión de Pétion, reintegrándole en sus funciones. En la
Federación del día siguiente no se oyeron gritos de «¡Viva el
Rey!» Los espectadores llevaban en sus sombreros, escrita
con tiza, la siguiente frase: «¡Viva Pétion!»

Se anunciaba la gran crisis. Para conjurarla hubiera precisado


que el partido fuldense constituyera un bloque sólido y
compacto y que contase con el apoyo formal y sin reservas
de Palacio. Pero lejos de eso, los fuldenses no se entendían
bien. Bertrand desconfiaba de Duport. Los ministros, para
prevenir la declaración de la patria en peligro, habían
aconsejado al rey se trasladase, a la cabeza de ellos, a la
Asamblea para denunciar los riesgos que los facciosos hacían
correr a Francia conspirando abiertamente para conseguir el

300
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

derrumbamiento de la monarquía. Luis XVI se negó a ello,


siguiendo los consejos de Duport, que todo lo esperaba de la
intervención de La Fayette. Y entonces los ministros
presentaron su dimisión colectiva, el día 10 de julio,
precisamente la víspera de aquel en que la Asamblea declaró
a la patria en peligro. La Fayette, que obraba de acuerdo con
Luckner, propuso al rey que abandonase a París y se dirigiera
a Compiègne, en donde tenía preparadas tropas para
recibirle. La partida, fijada en los primeros momentos para el
día 12 de julio, se retrasó hasta el 15; pero Luis XVI,
finalmente, acabó por rechazar los ofrecimientos de La
Fayette. Tuvo miedo a no ser sino un rehén en las manos del
general. Recordaba que en los tiempos de las guerras de
religión, las facciones se disputaban la persona del monarca.
Sólo tenía confianza en las bayonetas extranjeras, y María
Antonieta insistía cerca de Mercy, para que los soberanos
coligados publicaran, lo antes posible, un manifiesto capaz
de imponerse a los jacobinos y aun de sembrar el terror entre
ellos. Este manifiesto, a cuyo pie puso su firma el duque de
Brunswick, generalísimo de las tropas aliadas, en lugar de
salvar a la corte debía ser la causa de su ruina. El documento
amenazaba con pasar por las armas a todos los guardias
nacionales que intentaran defenderse y con demoler e
incendiar a París si Luis XVI y su familia no eran puestos
inmediatamente en libertad.

301
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La dimisión de los ministros fuldenses sembró de nuevo la


cizaña en el partido patriota. Los girondinos se imaginaron
hallarse ante una excelente ocasión para imponerse al rey,
que había quedado desamparado, y recuperar el poder. Y
entraron en negociaciones secretas con la corte. Vergniaud,
Guadet y Gensonné escribieron al rey, por conducto del
pintor Boze y del ayuda de cámara Thierry, entre los días 16
y 18 de julio. Guadet vio al rey, a la reina y al Delfín.
Seguidamente los girondinos cambiaron de actitud en la
Asamblea y se dedicaron a censurar y a combatir la agitación
republicana y a amenazar a los facciosos.

La sección parisiense de Mauconseil tomó un acuerdo, en el


que declaraba que dejaba de reconocer a Luis XVI como rey
de los franceses. Vergniaud hizo anular, el 4 de agosto, esta
declaración. El 25 de julio Brissot lanzó su anatema en contra
del partido republicano «¡Si existen hombres que en los
momentos presentes –decía– tienden a establecer la
República, despreciando los mandatos de la Constitución, la
espada de la ley debe caer sobre ellos con la misma fuerza y
rigor que caería sobre los partidarios de las dos cámaras o
sobre los contrarrevolucionarios de Coblenza». Y el mismo día
Lasource intentaba convencer a los jacobinos de que
precisaba alejar a los federados de París, llevándolos al
campamento de Soissons o a las fronteras. Se hacía evidente
que los girondinos no querían ni la insurrección, ni el
destronamiento.

302
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Pero el movimiento estaba ya en camino y nadie podía


detenerlo. Las secciones de París funcionaban en sesión
permanente. Formaron entre ellas un Comité Central.
Muchas admitieron en sus sesiones a deliberar a los
ciudadanos pasivos, autorizándoles para formar parte de la
Guardia Nacional y armándolos con picas. Robespierre y
Anthoine en los Jacobinos, el trío cordelero en la Asamblea,
tomaban la dirección del movimiento popular. La
intervención de Robespierre fue, desde luego, considerable.
Arengó a los federados el 11 de julio, en los Jacobinos, y
enardeció sus ánimos diciéndoles: «¿Es que habéis acudido
para sólo una vana ceremonia, para la renovación de la
Federación del 14 de julio?» Pintóles luego las traiciones de
los generales y la impunidad de La Fayette. «¿Y la Asamblea
Nacional existe aún? ¡Ha sido ultrajada y envilecida y no ha
sabido vengarse!» Si la Asamblea se inhibía, los federados
eran los llamados a salvar al Estado. Les aconsejó que no
prestasen juramento de fidelidad al rey. La provocación era
tan flagrante que el ministro de Justicia denunció el discurso
al Ministerio Fiscal e interesó se incoaran en su contra los
oportunos procedimientos. Robespierre, sin intimidarse,
redactó las peticiones, cada vez más amenazadoras, que los
federados presentaban, una tras otra, a la Asamblea. La del
17 de julio pedía el destronamiento. A excitaciones suyas los
federados nombraron un directorio secreto, en el que
figuraba su amigo Anthoine, directorio que se reunía, a veces,

303
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

en casa del mueblista Duplay, en donde él, lo mismo que


Anthoine, se hospedaba. Cuando vio a los girondinos pautar
de nuevo con la corte, Robespierre entabló en su contra
nuevo combate. El 25 de julio, contestando a Lasource,
declaró en los Jacobinos que los grandes males requerían
grandes remedios. La destitución del rey no le parecía
medida suficiente: «La suspensión, que aun dejaría
permanecer en el rey el título y los derechos del poder
ejecutivo, no sería, evidentemente, sino un juego concertado
entre la corte y los intrigantes de la Legislativa para lograr
que dichas prerrogativas fuesen mayores en el momento de
ser reintegradas. El destronamiento o suspensión definitiva
sería menos sospechoso, pero aun deja él la puerta abierta a
los inconvenientes que hemos indicado». Robespierre creía,
pues, que «los intrigantes de la Legislativa», es decir los
brissotistas, jugarían con el rey una nueva edición de la
comedia que ya habían representado por primera vez los
fuldenses, después de la huida a Varennes. No quiso ser
engañado y reclamó la desaparición inmediata de la
Legislativa y su pronto reemplazo por una Convención que
reformara la Constitución. Su condena iba lo mismo contra
el rey que contra la Asamblea. Quería que la Convención
fuese elegida por todos los ciudadanos, sin distinción de
activos y pasivos. Es decir, que hacía un llamamiento a las
masas en contra de la burguesía. Con esta propuesta, y de tal
modo, dificultaba las últimas maniobras de los girondinos

304
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

para subir al poder en nombre del rey. El plan que


Robespierre propuso fue llevado a la práctica.

En vano se esforzó Brissot en replicar a Robespierre en un


gran discurso que pronunció en la Asamblea el 26 de julio.
Denunció la agitación de los facciosos que reclamaban el
destronamiento. Condenó el proyecto de convocar a las
asambleas primarias para elegir un nuevo cuerpo legislativo.
Insinuó que esta convocatoria haría el juego a los
aristócratas. La lucha entre Robespierre y los girondinos se
hizo más enconada. Isnard denunció a Robespierre y
Anthoine como conspiradores, y tomó el empeño, en el club
de la Reunión, al que concurrían los diputados de la
izquierda, de que fuesen denunciados ante el Tribunal
Supremo. Pétion se esforzaba en impedir la insurrección.
Todavía el 7 de agosto visitó en su domicilio a Robespierre
para interesarle que calmara al pueblo. Durante todo este
tiempo Danton descansaba en ArcissurAube, de donde no
regresó hasta la víspera del día de los acontecimientos.

Robespierre, que estaba perfectamente informado, denunció


el 4 de agosto un complot, fraguado por los aristócratas, para
lograr la evasión del rey. La Fayette hizo, en efecto, una
nueva tentativa en este sentido. A fines de julio había
enviado a Bruselas un agente, Masson de SaintAmand, para
solicitar de Austria una suspensión de hostilidades y la
mediación de España con vistas a negociar la paz. Al mismo

305
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

tiempo y en secreto hacía desfilar con dirección a Compiègne


fuerzas de caballería para proteger la partida del rey. Pero
todos sus esfuerzos fueron inútiles. Una vez más Luis XVI se
negó a partir. Las negociaciones secretas con los girondinos
le habían vuelto optimista. Además, había repartido fuertes
cantidades entre los agitadores populares. Duport había sido
encargado de corromper a Pétion, a Santerre y a Delacroix –
del Eure y Loira–. Dice Bertrand de Moleville que se puso a
su disposición un millón. La Fayette declara que Danton
recibió la suma de 50.000 escudos. El ministro del Interior,
por su parte, distribuyó personalmente 547.000 libras en los
últimos días de julio y 449.000 en los primeros días de
agosto. Westermann, un veterano alsaciano, que formaba
parte del Directorio de los federados, declaró, en abril de
1793, ante una comisión investigadora nombrada por la
Convención, que se le habían ofrecido tres millones y que él
dio conocimiento del hecho a Danton. Fabre de Églantine,
poeta arruinado por el juego, intentó obtener fuertes sumas
del ministro de Marina Dubouchage. Los reyes estaban
persuadidos de que nada serio debía temerse de hombres que
sólo aspiraban a ganar dinero. No habían reflexionado que
estos mismos hombres sin escrúpulos eran capaces de tomar
el dinero y de traicionarlos seguidamente. La guarnición del
Palacio fue reforzada. El comandante de la Guardia Nacional,
Mandat de Grancey, era un celoso realista.

306
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Habiendo la Asamblea, el 8 de agosto, absuelto


definitivamente a La Fayette, el directorio secreto de la
insurrección se distribuyó sus papeles y funciones. En la
noche del 9 al 10 de agosto, Carra y Chaumette se dirigieron
al cuartel de los federados marselleses, en la sección de los
cordeleros, en tanto que Santerre sublevaba el arrabal de San
Antonio y Alexandre el de San Marcelo. Tocó la campana de
alarma. Las secciones enviaron al Ayuntamiento comisarios
que se constituyeron en municipalidad revolucionaria
ocupando los puestos de la municipalidad legal. Pétion fue,
desde los primeros momentos, detenido en su hotel y
vigilado por un destacamento. Mandat, llamado al
Ayuntamiento, fue acusado de haber ordenado atacar a los
federados por la espalda. El Municipio revolucionario ordenó
su arresto y, al ser conducido a la prisión, un pistoletazo le
hizo caer muerto en la plaza de la Grève. Suprimido Mandat,
la defensa del Palacio estaba desorganizada.

Una vez más le faltó a Luis XVI la resolución. Desde que los
manifestantes se aproximaron a su residencia, se dejó
convencer por Roederer, procurador general del
departamento, de que debía abandonar el Palacio,
acompañado de su familia, para ponerse al abrigo de la
Asamblea, que celebraba sesión en un sitio cercano, en el
salón del Picadero. Cuando hubo abandonado las Tullerías, la
mayor parte de las secciones realistas –Hijas de Santo Tomás
y Pequeños Padres–, así como la totalidad de los artilleros se

307
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

pasaron a la rebelión. Sólo los suizos y gentileshombres


hicieron una valerosa defensa. Barrieron con su fuego
mortífero los patios del castillo. Los insurgentes se vieron en
la necesidad de llevar cañones y ordenar el asalto. Vencidos
los suizos, fueron asesinados en gran número. Las fuerzas
populares tuvieron 500 bajas entre muertos y heridos.

La Asamblea siguió con inquietud las peripecias de la lucha.


En tanto que el resultado fue dudoso, trató a Luis XVI como
a rey. Cuando éste se presentó en demanda de un refugio,
Vergniaud, que presidía, le declaró que la Asamblea conocía
su deber y había jurado mantener a «las autoridades
constituidas». Guadet propuso, un poco después, nombrar un
preceptor al «príncipe real». Pero cuando la insurrección
resultó victoriosa, la Asamblea declaró la suspensión del rey
y votó la convocatoria de la Convención, que Robespierre
había reclamado con gran enojo de Brissot. El rey suspendido
se puso a buen recaudo. Hubiera querido la Asamblea
reservarle el palacio del Luxemburgo; pero el municipio
insurreccional exigió que se le trasladase al Temple, prisión
más reducida y más fácil de guardar. El trono estaba
derrocado, pero con el trono caían también sus últimos
defensores: la minoría de la nobleza, que había
desencadenado la Revolución y que se había creído poderla
dirigir y moderar; los hombres que tuvieron un tiempo la
ilusión de ser ellos quienes gobernaban, con La Fayette al
principio, con los Lameth luego. La Fayette intentó sublevar

308
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

a su ejército en contra de París. Consiguió, en los comienzos,


arrastrar al departamento de los Ardennes y a algunas
municipalidades; pero, abandonado por la mayoría de sus
tropas, el 19 de agosto, se vio obligado a huir a Bélgica,
acompañado de Alexander Lameth y de LatourMaubourg. Los
austríacos no le dispensaron buena acogida y lo encerraron
en la prisión de Olmütz. Su amigo el barón Dietrich, el
célebre alcalde de Estrasburgo, en cuyo salón Rouget de Lisle
había declamado el canto de marcha del ejército del Rin,
convertido seguidamente en la Marsellesa, no consiguió
tampoco sublevar a la Alsacia. Revocado por la Asamblea,
pasó, también, la frontera.

No, no era sólo el partido fuldense el que caía: eran también


la alta burguesía y la nobleza liberal las que padecían los
efectos del cañón del 10 de agosto. Y aun el propio partido
girondino, que había transigido con la corte in extremis y que
se había esforzado en impedir la insurrección, salía, también,
debilitado por una victoria que no era suya y que le había sido
impuesta. Los artesanos y los ciudadanos pasivos, es decir,
los proletarios, enrolados por Robespierre, y los montañeses,
habían tomado cumplidamente desquite de la matanza del
Campo de Marte del año precedente. La caída del trono tenía
el valor de una nueva Revolución. La democracia apuntaba
en el horizonte.

309
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

TOMO II

LA GIRONDA Y LA MONTAÑA

310
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO I

EL MUNICIPIO Y LA ASAMBLEA

Las seis semanas que transcurren entre el 10 de agosto de


1792 y el 21 de septiembre del mismo año, es decir, entre la
toma de las Tullerías y la prisión de Luis XVI en el Temple,
hasta la reunión de la Convención, tienen una importancia
capital en la historia de la Revolución.

Hasta este tiempo, los delegados regulares de la nación jamás


habían visto contradichos sus poderes. Aun en la crisis de
julio de 1789, que terminó con la toma de la Bastilla, los
revoltosos parisienses se habían sometido dócilmente a la
dirección de la Constituyente. En sus andanzas sólo trataron
de secundar los designios de la Asamblea y de ponerla al
abrigo de todo golpe de fuerza del absolutismo. Dos años más
tarde, cuando, después de la marcha a Varennes, los
republicanos pretendieron exigir una nueva consulta al país
para decidir sobre la permanencia de Luis XVI en el trono, la
Constituyente encontró pronto razones que resultaron
convincentes para repudiar tal pretensión. La sangrienta
represión del Campo de Marte había consagrado su victoria,
que era la de la legalidad y la del parlamentarismo.

Mas ahora, la insurrección del 10 de agosto, en un todo


diferente a las anteriores, no se había dirigido solamente en

311
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

contra del trono. Constituyó, también, un acto de


desconfianza y de amenaza hacia la misma Asamblea, que
acababa de absolver al general faccioso La Fayette y que
había desaprobado, formalmente, las peticiones de su
destitución. Creóse una nueva situación: frente al poder legal
aparecía un poder revolucionario. La lucha entre estos dos
poderes llena las seis semanas que preceden a la reunión de
la Convención.

Esta lucha tendrá una continuación, después del 20 de


septiembre, en la oposición de los dos partidos que se
disputarán la mayoría de la nueva Asamblea. El partido de la
Montaña será, esencialmente, el partido del antiguo
Municipio revolucionario; el partido de la Gironda, en
cambio, será el formado por los diputados que habiendo
nutrido las filas de la izquierda en la Legislativa, pasaron a
ser el ala derechista de la Convención.

Los dos partidos –anotémoslo previamente antes de entrar en


detalles– aparecen separados por concepciones radicalmente
diferentes sobre todos los problemas esenciales. Los
girondinos –partido de la legalidad– repugnan las medidas
excepcionales, «revolucionarias», de las que el Municipio
había dado ejemplo y que los montañeses recogen en sus
programas. Son éstas, en el dominio económico y social: las
reglamentaciones, las declaraciones de géneros o
mercaderías, las requisiciones, el curso forzoso del asignado,

312
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

en una palabra, la limitación de la libertad comercial; en el


dominio político: la vigilancia de todos los adversarios al
régimen, considerándolos como sospechosos, la suspensión
de la libertad individual, la creación de jurisdicciones
excepcionales, la concentración del poder por la
subordinación estrecha de las autoridades locales, en una
palabra, la llamada política de salud pública. El programa
montañés no será realizado en su totalidad sino un año más
tarde, con el Terror; pero es indudable que fue bosquejado y
definido por el Municipio del 10 de agosto.

La oposición de programas se tradujo en una oposición


profunda de intereses y en casi una lucha de clases. El
Municipio y la Montaña, que de él trae su origen, representan
a las clases populares –artesanos, obreros, consumidores–
que sufren con la guerra y que padecen sus consecuencias:
encarecimiento de la vida, paros forzosos, desequilibrio de
salarios. La Asamblea y su heredera la Gironda representan a
la burguesía comerciante y poseedora que entiende debe
defender sus propiedades e intereses de las limitaciones,
trabas y confiscaciones que los amenazan. Lucha dramática
que reviste todas las formas y que precisa seguir en sus
detalles para comprender su amplia complejidad.

Echado por tierra el trono, comenzaron las dificultades para


los vencedores. Les era preciso hacer aceptar el hecho
consumado a Francia y al Ejército, prevenir, y, en su caso,

313
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

aniquilar, las posibles resistencias, rechazar la invasión que


amenazaba ya a las fronteras, constituir, en fin, sobre los
despojos de la realeza, un Gobierno nacional. ¡Problemas
arduos que no fueron resueltos sin dolorosos y atroces
sacrificios!

Los comisarios de las secciones parisienses, constituidos, en


la noche del 9 al 10 de agosto y en la casa Ayuntamiento, en
Municipio revolucionario, ostentaban sus poderes por
elección directa del pueblo. Frente a la Asamblea, salida de
un sufragio indirecto y censitario, desacreditada por sus
denegaciones y por las amenazas que había dirigido a los
republicanos, por los tratos secretos de sus jefes con la corte,
el Municipio representaba una legalidad nueva. Fuerte por el
prestigio que le había otorgado su sangrienta victoria sobre
los defensores del palacio del rey, consciente del inmenso
servicio que había prestado a Francia y a la Revolución
aplastando las traiciones reales, entendía que no debía
limitar su acción al estrecho círculo de sus funciones
municipales locales. Pensaba que había encarnado el interés
público general y que actuaba en nombre de toda la Francia
revolucionaria; la presencia de los federados
departamentales al lado de los sublevados de París en el
asalto a las Tullerías parecía ser como el sello que había
firmado la alianza fraternal de la capital con toda la nación.

314
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Desde lo alto de la tribuna de los Jacobinos, la noche misma


del 10 de agosto, Robespierre había aconsejado al Municipio
que, con todo denuedo, se hiciera cargo de las
responsabilidades inherentes al acto que acababa de realizar.
A creerlo, sólo había un medio de obtener toda la ventaja
posible de la victoria lograda: recomendar al pueblo «pusiera
a sus representantes en condiciones de serles imposible
dañar a la libertad». Dicho de otra manera: maniatar a la
Asamblea si no era posible suprimirla. Demostró «cuan
imprudente le sería al pueblo el guardar las armas antes de
haber asegurado la libertad. El Municipio –añadió–, debe
tomar como medida inmediata e imprescindible la de enviar
comisarios a los 83 departamentos para exponerles la
situación a que se había llegado y en la que se vivía». Era esto
no sólo expresar una desconfianza invencible con respecto a
la Asamblea; era aconsejar al Municipio que se hiciera cargo
de la dictadura entendiéndose, directamente y sin
intermediarios, con los departamentos.

No había esperado el Ayuntamiento a las exhortaciones de


Robespierre para afirmar su derecho a ejercer la dictadura.
Pero se contentó con ello, y una vez afirmado, no se atrevió
a ejercerlo en toda su plenitud. Ni aun en el calor de la lucha
había querido destituir al alcalde Pétion, legítimamente
sospechoso de tibieza, ni se atrevió a disolver la Asamblea,
que sabía era hostil a sus aspiraciones. Y es que estas gentes,
en su mayoría artesanos, publicistas, abogados, directores de

315
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

colegio, que no habían tenido miedo a entregar sus vidas a la


insurrección, estaban, a pesar de todo, impresionados por el
prestigio parlamentario de los brillantes oradores girondinos.
Ellos sólo eran conocidos en sus barrios. Sus nombres
oscuros no decían nada a Francia. Disolviendo la Asamblea
¿no corrían el peligro de comprometer la causa misma a la
que deseaban servir?

Hubieron de resignarse a entrar en componendas. Dejaron


vivir la Asamblea, pero a condición de que consintiese en
desaparecer en un corto espacio de tiempo, convocando en
plazo breve una Convención, es decir, una nueva
Constituyente que revisara en sentido democrático la
Constitución monárquica ya inservible.

A las 11 del día 10 de agosto, cuando el cañón había dejado


de tronar contra el palacio real, ya conquistado, una
comisión del Municipio, presidida por Huguenin, antiguo
comisario de impuestos indirectos, se presentó en la barra de
la Legislativa. «El pueblo que nos envía hasta vosotros –dijo
Huguenin–, nos encarga os declaremos que de nuevo os
inviste con su confianza; pero al mismo tiempo nos ha
encargado haceros saber que no puede reconocer como
jueces de las medidas extraordinarias, a las que la necesidad
y la opresión le han llevado, sino al propio pueblo francés,
soberano vuestro y nuestro, reunido en los colegios
electorales.»

316
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La Asamblea no se dio por enterada de este lenguaje


imperioso, si bien comprendió que, a pesar de la
reinvestidura condicional y a término de que se le hacía
objeto, quedaba, en cierto modo, dependiente del poder
irregular surgido de la revuelta.

Precisaba, pues, que consintiese en reconocer la legitimidad


de la insurrección y que le diera prendas. Confirmó al
Municipio revolucionario, pero afectó el considerarlo como
un poder provisional y pasajero, que debía desaparecer tan
pronto como cesaran las causas que le habían dado
nacimiento. Aceptó el convocar la Convención, que sería
elegida por sufragio universal, sin distinción de ciudadanos
activos y pasivos, pero estableciendo un escrutinio de dos
grados. Suspendió al rey –provisionalmente– hasta la reunión
de la Convención, pero se negó a pronunciar la destitución
pura y simple que reclamaban los insurgentes. Era visto que
la Gironda trataba de salvar lo más que pudiera de la
Constitución monárquica. La suspensión conservaba
implícitamente la realeza. Por un nuevo acuerdo, tomado dos
días después, la Asamblea decidió, a propuesta de Vergniaud,
nombrar un preceptor al «príncipe real».

El rey estaba suspendido, pero la Constitución continuaba en


vigor. Como a raíz de la marcha a Varennes, el poder
ejecutivo se colocó en las manos de seis ministros, que se
eligieron fuera de la Asamblea por respeto al principio de la

317
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

separación de poderes, pero que se designaron por votación


pública y en alta voz a fin de evitar los recelos. Roland,
Clavière y Servan volvieron a ocupar las carteras del Interior,
de Hacienda y Guerra, de las que el rey los había declarado
dimisionarios el 13 de junio precedente. Se les añadieron, por
elección nominal: para Justicia al equívoco Danton, con el
que Brissot y Condorcet contaban para contener la revuelta;
para Marina al matemático Monge, indicado por Condorcet,
y para Negocios Extranjeros al periodista Lebrun, amigo de
Brissot y al que Dumouriez había hecho jefe de sección en su
Ministerio.

Se encontró, así, dividido el poder entre tres autoridades


distintas: el Municipio, la Asamblea y el Ministerio
constituido en Consejo Ejecutivo; tres autoridades que,
continuamente, se minaban el terreno las unas a las otras.
Las circunstancias, el doble peligro exterior e interior,
exigían una dictadura; pero esta dictadura no llegó a tomar
forma definitiva, a encarnarse en una institución, en un
hombre, en un partido o en una clase. Fue una dictadura
impersonal, ejercida alternativamente por autoridades
rivales, al azar de los sucesos, inorgánica y confusa, sin texto
alguno que regulase su ejercicio; una dictadura caótica y
móvil, como la misma opinión de que recibía su fuerza.

«El pueblo francés ha vencido en París a Austria y a Prusia»,


escribía a su marido la mujer del futuro convencional Julien

318
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de la Drôme, el mismo día 10 de agosto. Tres días antes y al


anuncio de que el rey de Cerdeña iba a unirse a los monarcas
coligados, había escrito las siguientes frases: «Temo tan poco
a los saboyanos como a los prusianos y a los austríacos. Sólo
temo a los traidores». Y éste era el sentimiento general de los
revolucionarios. Temían que los generales se sintiesen
tentados de imitar a La Fayette, que había sublevado contra
la Asamblea a la municipalidad de Sedán y al departamento
de los Ardennes y que se aprestaba a dirigir su ejército contra
París. Preveían resistencias en las comarcas influidas por los
sacerdotes refractarios. Sabían que buen número de
administraciones departamentales habían protestado contra
el 20 de junio. Desconfiaban de los tribunales, del Alto
Tribunal de Orleáns, que usaba de una lentitud sospechosa
para juzgar a los acusados de delitos contra la seguridad del
Estado. La propia Asamblea compartía estos temores. No más
lejos que el propio 10 de agosto, delegó a doce de sus
miembros –tres cerca de cada uno de los cuatro ejércitos–,
«con poder de suspender, provisionalmente, tanto a los
generales como a los demás oficiales y funcionarios públicos,
tanto civiles como militares y aun de arrestarlos si las
circunstancias lo exigían, pudiéndolos reemplazar
provisionalmente». Tanto valía esto como conferir a los
diputados designados como comisarios una parte importante
del poder ejecutivo, y estos comisarios de la Legislativa
anuncian ya a los procónsules de la Convención.

319
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La Asamblea ordenó, seguidamente, a todos los funcionarios


y pensionistas del Estado –sacerdotes incluidos– prestar el
juramento de mantener la libertad y la igualdad o de morir
en sus puestos. El 11 de agosto confió a las municipalidades,
a propuesta de Thuriot, la misión de investigar los delitos
contra la seguridad del Estado, autorizándolas para proceder
a la detención provisional de los sospechosos. El 15 de
agosto, ante la nueva del bloqueo de Thionville, arrestó en
sus municipios a los padres, madres, mujeres e hijos de los
emigrados, para que sirvieran de rehenes. Ordenó, asimismo,
sellar los papeles de los antiguos ministros, contra los que
había el Municipio dado orden de detención, que la
Legislativa elevó a procesamiento. Por su parte, el Consejo
Ejecutivo suspendió las administraciones departamentales
de Rhône y Loire, del Mosela y del Somme. Recíprocamente
aquellos magistrados que habían sido destituidos o
suspendidos por exceso de civismo, como el alcalde de Metz,
Anthoine, y el funcionario municipal lionés, Chalier, fueron
reintegrados en sus funciones.

Seguidamente se dieron a la publicidad las listas encontradas


en casa de Laporte, intendente de la lista civil. Tales
documentos probaban que el rey no había cesado de estar en
inteligencias secretas con los emigrados, que se había
continuado pagando sus sueldos a los antiguos guardias de
corps huidos a Coblenza y que la mayor parte de los

320
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

periódicos y libelos de la aristocracia se habían pagado con


dinero del tesoro particular del monarca.

Todas estas medidas, de las que la mayor parte habían sido


arrancadas a presión del Municipio, no parecían bastantes a
la opinión exasperada. Thomas Lindet se extrañaba, el 13 de
agosto, de que La Fayette no hubiera sido destituido
inmediatamente. Mas la Gironda, a pesar de la evidente
rebelión del general, rehuía el castigarlo, manteniendo, por
el contrario, negociaciones secretas con él, sin decidirse a
procesarlo sino el 19 de agosto, cuando ya le constaba que
había atravesado la frontera. Las sospechas aumentaban,
sostenidas por esta indulgencia inexplicable. La hora de los
conflictos entre la Legislativa y el Municipio se avecinaba.

El Municipio, que había renunciado a gobernar a Francia,


entendía que debía, al menos, administrar a París sin que
nadie pusiese límites a su soberanía en este respecto. No
quería soportar entre él y la Asamblea intermediario alguno.
Como medida preventiva delegó en Robespierre para que en
su nombre compareciera ante la Legislativa reclamando la
suspensión de las elecciones, ya comenzadas, para la
renovación de la asamblea administrativa del departamento
de París. «El Consejo General del Municipio –dijo
Robespierre–, tiene necesidad de conservar todo el poder con
que le invistió el pueblo la noche del 9 al 10 de agosto, para
asegurar la libertad y la salud pública. La elección de

321
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

miembros de un nuevo departamento en las circunstancias


actuales tiende a levantar una autoridad rival de la del pueblo
mismo...». Thuriot apoyó a Robespierre; pero Delacroix hizo
decretar simplemente que el nuevo departamento sólo
ejercería sus funciones en los actos que se refirieran a
contribuciones públicas y a bienes nacionales. El Municipio
cedió; pero, el 22 de agosto, Robespierre presentó a la
Asamblea a los miembros del nuevo departamento quienes,
con sus propios labios, patentizaron su deseo de que sólo se
les llamase Comisión de Contribuciones. Sobre ello,
Delacroix, completamente cambiado, desde el día 12 de
agosto, protestó con violencia por entender no pertenecía al
Municipio el destituir al departamento de sus funciones
administrativas: «Esto sería –clamó–, trastocar en un
instante todos los departamentos del reino».

Pequeños conflictos al lado de otros más graves.

La victoria del 10 de agosto había sido sangrienta. Los


seccionarios y los federados, entre muertos y heridos, habían
perdido, ante el palacio del rey, un millar de los suyos. Y
querían vengarlos. Habían sido los suizos los primeros en
disparar sus armas y precisamente en el momento en el que
los guardias nacionales pretendían fraternizar con ellos.
Durante el combate los suizos fueron, en su mayor parte,
objeto de la matanza. Los que consiguieron escapar se
refugiaron en la Asamblea, quien no pudo salvarles sino

322
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

prometiendo que los sometería a procedimiento judicial. Se


les acusaba no sólo de deslealtad, sino que se decía, también,
que los insurgentes muertos o heridos por sus disparos
presentaban horribles lesiones causadas por trozos de vidrio,
por botones y por pedazos de plomo machacado. El 11 de
agosto declaró Santerre ante la Asamblea que no podía
responder del orden si no se constituía prontamente un
tribunal militar para juzgar a los suizos. Se le dio satisfacción
acordando una declaración de principios. La multitud
encrespada pedía un juicio inmediato. Danton debía marchar
a la cabeza de los suizos para conducirlos a la prisión de la
Abadía. No tuvo éxito en su primer intento de querer romper
las filas de los manifestantes, y los suizos hubieron de entrar
nuevamente en el local de la Asamblea para ponerse al abrigo
de toda posible agresión. Pétion tuvo que intervenir. Para
calmar al pueblo hubo de reclamar la institución de un
tribunal extraordinario que castigara sumariamente no sólo
a los suizos, sino a todos los enemigos de la Revolución.
Aquella misma noche los jefes de policía del Ayuntamiento
dirigieron a Santerre el siguiente billete: «Se nos comunica
que existe el proyecto de trasladarse a las prisiones de París
y sacar de ellas a todos los prisioneros para realizar en ellos
una pronta justicia (sic); os rogamos, señor, hagáis objeto de
vuestra pronta vigilancia las del Châtelet, la de la Conserjería
y la de la Force.» Es éste exactamente el proyecto de matanza
que se ejecutará tres semanas más tarde. Marat no había

323
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

escrito aún ni una sola línea. Luego se limitará a


aprovecharse de la idea que flotaba en el aire.

La Asamblea hubiera podido evitar la catástrofe, de haber


dado a la multitud la impresión de que era sincera al votar la
institución de un tribunal extraordinario para juzgar los
delitos contrarrevolucionarios. Bastaba con que hubiera
organizado prontamente dicho tribunal. Pero caminó con
artificios y perdió lastimosamente el tiempo. El decreto que
votó el 14 de agosto pareció insuficiente al Municipio, quien
delegó a Robespierre para que, al día siguiente, reclamara en
la barra de la Asamblea contra las lagunas que contenía. El
decreto se refería sólo a los crímenes cometidos en París en
la jornada del 10 de agosto. Precisaba hacerlo extensivo a los
delitos del mismo género cometidos en toda Francia. Era
necesario que quedara legalmente comprendido en él el
general La Fayette. Robespierre demandó que el tribunal
fuese formado por comisarios designados por las secciones y
que juzgase soberanamente y en última instancia. La
Asamblea decretó que no estuviesen sometidos a casación los
juicios que se siguieran por los delitos cometidos el 10 de
agosto; pero mantuvo su decreto de la víspera, por el cual
había declarado competentes para entender de ellos a los
tribunales ordinarios. El Municipio, que consideraba como
sospechosos estos tribunales y que tenía pedida su
depuración y renovación, se sintió desamparado y desesperó.
Y nuevamente, el 17 de agosto, reclamó un tribunal especial

324
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

para el cual tanto los jueces como los jurados fuesen


nombrados por elección del pueblo reunido en sus secciones.
Uno de los miembros de la diputación del Municipio, Vincent
Ollivault, usó, al dirigirse a la Asamblea, de un lenguaje
amenazador: «Como ciudadano, como magistrado del pueblo,
he de anunciaros que hoy, al mediar la noche, sonará la
campana de alarma y se tocará generala. El pueblo está
cansado de que no se le vengue. Temed que se tome la
justicia por su mano. Os pido que, sin tardanza, decretéis que
se nombre un ciudadano por cada sección para constituir un
tribunal criminal. Pido que este tribunal se instale en el
propio castillo de las Tullerías. Os demando que Luis XVI y
María Antonieta, tan ávidos de la sangre del pueblo, puedan
satisfacer sus ansias viendo correr la de sus más infames
satélites.» La Asamblea se rebeló ante esta manera de
expresarse. Ya, el mismo 10 de agosto, Vergniaud había
gritado: «¡París no es sino una sección del Imperio!». Esta vez
fue un hombre que ordinariamente se sentaba en la Montaña
y que había tomado parte activa en la revuelta, Choudieu,
quien protestó contra la violencia que se quería hacer a la
representación nacional: «No todos los que vienen a gritar
aquí son amigos del pueblo. Yo quiero que se le ilustre, pero
no que se le adule. Se desea establecer un tribunal
inquisitorial. Yo me opondré a ello con todas mis fuerzas.»
Otro montañés, Thuriot, unió sus protestas a las de
Choudieu; pero, al fin, la Asamblea accedió a la petición

325
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

municipal, aunque de mala gana. Por sus lentitudes y por sus


resistencias perdía de antemano cuantos beneficios morales
pudiera obtener de sus concesiones. Su impopularidad
aumentaba sin cesar.

El Tribunal Extraordinario se formó con jueces y jurados


elegidos por las secciones parisienses. Robespierre renunció
a la presidencia del mismo por medio de una carta que hizo
pública, en la que declaraba que la mayor parte de los
delincuentes políticos eran enemigos personales suyos, y que
por ende no podía ser juez y parte en la causa. En su negativa
debían concurrir, tal vez, motivos que se callaba. La Gironda
había comenzado ya contra el hombre que le hacía sombra y
al que consideraba como al verdadero jefe del Municipio, una
serie de violentos ataques. Un pasquín, titulado Los Peligros
de la Victoria, colocado profusamente en los muros de París
y verosímilmente inspirado por Roland, le representaba
como «un hombre ardientemente celoso» que quería «hacer
impopular a Pétion, ocupar su puesto y llegar, por toda clase
de medios, a este tribunado, objeto perenne de sus insensatas
aspiraciones». Al rehusar presidir el tribunal del 17 de agosto,
Robespierre oponía su desinterés a la acusación de ambición
dictatorial que la Gironda forjaba en su contra.

Las secciones en que la burguesía mercantil predominaba no


tardaron en estar en desacuerdo con el Municipio. La de los
Lombardos, arrastrada por Louvet, protestó, el 25 de agosto,

326
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de sus usurpaciones, de las desconfianzas de que hacía objeto


a Pétion y de la limitación de los poderes del departamento.
Retiró sus representantes del Ayuntamiento, siendo imitada
por otras cuatro secciones: las de la Casa Municipal y
Ponceau, el 27 de agosto, y la del Mercado de los Inocentes y
Mercado del Trigo, el 29 del propio mes. El movimiento
contra el Municipio se extendía por provincias y tomaba la
forma de campaña en contra de París. El 27 de agosto, el
montañés Albitte denunció a la Asamblea una circular del
departamento de las Costas del Norte que solicitaba de los
otros departamentos se concertaran para lograr que la
Convención se reuniera en otro punto que no fuera la capital.
La Asamblea rehusó asociarse a la indignación de Albitte,
acordando pasar a la orden del día. El proyecto de transferir
la Convención a provincias había adquirido cierta
importancia, tanta que el montañés Chabot conjuró a los
federados, el 20 de agosto, a que permaneciesen en París
«para inspeccionar la Convención Nacional», impedirle
restablecer la realeza y abandonar París.

El conflicto adquiría caracteres de gravedad. El Municipio


había acordado sellar los papeles de Amelot, inspector de la
Caja de Imprevistos y aristócrata notorio, al que había hecho
conducir a la cárcel. Cambon, irritado, preguntó: «si el
Municipio de París podía arrestar, a pretexto de
malversación, a los administradores y funcionarios
inmediatamente sometidos a la inspección de la Asamblea

327
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Nacional». Un decreto acordó se levantaran seguidamente los


sellos. Cambon había formulado su pregunta el 21 de agosto.

El 27 de este últimamente citado mes, un día antes de la


noticia de la toma de Longwy, el Municipio había ordenado
visitas domiciliarias en casa de los ciudadanos sospechosos,
a fin de incautarse de las armas que pudieran tener. Un
periodista girondino, redactor del periódico de Brissot,
GireyDupré, anunció que el Municipio se disponía a registrar
las casas de todos los ciudadanos sin distinción alguna. El
Municipio citó ante su barra a GireyDupré para pedirle
cuentas de su malévolo juicio. La Gironda vio en este
incidente el medio de deshacerse de su rival.

Roland comenzó el ataque en la sesión del 30 de agosto.


Declaró que el Municipio había destituido al Comité de
Subsistencias de la villa, que gozaba de su entera confianza,
y que por ello se encontraba en el caso de no poder responder
del aprovisionamiento de París. Choudieu habló contra un tal
Municipio que todo lo desorganizaba y que no era legal.
Cambon extremó aún más la nota; Roland volvió a tomar la
palabra para dar cuenta de que el inspector del
guardamuebles, Restout, se le había quejado de que una
gente del Municipio habíase llevado del depósito a su
custodia un pequeño cañón –el objeto fue conducido al
comité de la sección de la Roule– guarnecido de plata.
Choudieu subió nuevamente a la tribuna para denunciar el

328
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mandato de comparecencia dictado la antevíspera contra


GireyDupré. El representante Grangeneuve pidió que la
antigua municipalidad volviera a hacerse cargo de sus
funciones, y Guadet, para concluir y sin discusión, hizo votar
un decreto ordenando la renovación inmediata de todo el
Municipio. Chabot y Fauchet hicieron decretar, sin embargo,
que aquel mismo Municipio, ilegal y desorganizador, había
merecido bien de la patria.

La ofensiva girondina se había producido en la fiebre


patriótica desencadenada por los progresos de la invasión. El
19 de agosto, las tropas prusianas, conducidas por Federico
Guillermo en persona y mandadas por el duque de Brunswick,
habían atravesado la frontera, seguidas por un pequeño
ejército de emigrados, que ponían en ejecución, desde sus
primeros pasos, las amenazas del célebre manifiesto. El 23
de agosto, Longwy se rendía después de un bombardeo de 15
horas. Se sospechaba, con razón, que el comandante de la
plaza, Lavergne, al que el enemigo había dejado en libertad,
no cumplió enteramente con su deber. Se supo bien pronto
que Verdún iba a ser sitiado y seguidamente que los realistas
del distrito de Châtillon sobre el Sèvre, en la Vendée, se
habían sublevado, el 24 de agosto, en número de algunos
millares y con ocasión del reclutamiento que se había
ordenado. Con Baudry de Asson a la cabeza se habían hecho
dueños de Châtillon y marchaban sobre Bressuire. Los
patriotas hubieron de repelerlos con trabajo, teniendo que

329
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hacer uso del cañón y librando tres combates en los que


tuvieron 15 muertos y 20 heridos contra 200 bajas y 80
prisioneros causados en el campo contrario. Se acababa de
descubrir una vasta conspiración realista, pronta a estallar,
en el Delfinado, y se sabía que los nobles de Bretaña se
agitaban. Se temía que fuese la invasión señal de un amplio
levantamiento clerical y nobiliario.

Esta situación trágica no había impedido a los girondinos el


actuar en contra del Municipio del 10 de agosto. Aunque éste
se dedicase por entero a la defensa nacional, aunque llevara
con toda actividad los trabajos de atrincheramiento en las
afueras de la villa para así poder establecer campos de
defensa, aunque invitase a los ciudadanos a trabajar en las
trincheras como antes lo habían hecho en el Campo de la
Federación, aunque mandase forjar 30.000 picas y
procediese, desde el 27 de agosto, a nuevos alistamientos,
llevados a cabo en medio de un gran entusiasmo y que, para
procurar fusiles a los que marchaban al frente, desarmase a
los sospechosos, la Asamblea sólo pensaba en tomar
venganza de la humillaciones por ella antes sufridas y en
abatir a sus rivales políticos, a fin de dedicarse con más
comodidad y menos peligros a las elecciones para la
Convención que iban a comenzar. Las cóleras aumentaban y
hubieran llegado a su punto máximo de desarrollo si el
Municipio hubiera sabido que los jefes más notorios de la
Gironda, perdiendo el sentido de la realidad, juzgaban

330
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

desesperada la situación militar y que se disponían a huir con


el Gobierno a fin de escapar así, y a la vez, de los prusianos y
de los «anarquistas». Roland y Servan preparaban la
evacuación para detrás del Loire. Entre ellos era un antiguo
proyecto. Roland había dicho a Barbaroux, el 10 de agosto,
que precisaría, sin duda, retirarse a la planicie central y
constituir una república del Mediodía. Otros aconsejaron
tratar con los prusianos. El periodista Carra había ya escrito,
el 25 de julio, en sus Anales Patrióticos –hoja muy leída– un
artículo, bastante extraño, en que respiraban el miedo y la
intriga. Hacía en él el elogio de Brunswick, «el más grande
guerrero –decía–, y el político de mayor talla de Europa... Si
llega a París tengo la seguridad de que su primer cuidado será
ir a los Jacobinos y tocarse con el gorro rojo».

Carra sostuvo, con anterioridad, relaciones con el rey de


Prusia, quien le había regalado una tabaquera de oro con su
efigie. Precedentemente, desde el 4 de enero de 1792, hubo
de lanzar en los Jacobinos la idea de llamar al trono de
Francia a un príncipe inglés. Su elogio de Brunswick no podía
significar sino una cosa: que creía inevitable la victoria de los
ejércitos enemigos y que, ante ello, aconsejaba el entenderse
amistosamente con Prusia. Su opinión no era algo aislado
dentro de su partido ya que, también Condorcet, en su
periódico La Crónica de París y en el mes de mayo, había
escrito en elogio de Brunswick. Es lo cierto que entre los
girondinos –quienes con tanta ligereza habían

331
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

desencadenado la guerra– reinaba un estado de espíritu que


muy bien pudiera llamarse derrotista. Después de la
capitulación de Longwy, los ministros y algunos diputados
influyentes se reunieron en el jardín del Ministerio de
Negocios Extranjeros para escuchar a Kersaint, que llegaba
de Sedán, y quien predijo que Brunswick estaría en París
dentro de una quincena, «tan ciertamente como la cuña entra
en la madera cuando se golpea sobre ella». Roland, pálido y
tembloroso, declaró que era preciso partir para Tours o para
Blois, llevándose el tesoro nacional y al rey. Clavière y Servan
le apoyaron. Mas Danton se encolerizó y dijo: «He hecho venir
a mi madre que tiene 70 años; he dado orden de que se
conduzcan a esta capital a mis dos hijos, que han llegado esta
mañana. Antes que los prusianos entren en París quiero que
mi familia perezca conmigo y deseo que 20.000 incendios
hagan de este pueblo, en un momento, un montón de cenizas.
¡Roland, guárdate de hablar de huir! ¡Y celebra que el público
no te oiga!»

Advirtamos que estas valentías de Danton no se hacían sino


obedeciendo al cálculo y como obra de actitudes
premeditadas. Era en París en donde se sentía popular y en
donde su acción se ejercía sobre las secciones y los clubes.
En Blois o en Tours no podía ser el hombre capaz de
desencadenar y de contener, todo a la vez, las fuerzas de la
sublevación. Había un motivo más para que se opusiera a la
huida girondina. Jamás perdió el contacto con los realistas,

332
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de los que fue agente a sueldo. Acababa de proporcionar a


Talon, antiguo distribuidor de los fondos de la lista civil, el
pasaporte que le permitió escapar de la policía del Municipio
y trasladarse a Inglaterra. Por mediación de su instrumento,
el médico Chevetel, mantenía relaciones con el marqués de
la Rouarie, que organizaba, precisamente en aquellos
momentos, la sublevación de la Bretaña. Oponiéndose a la
transferencia del Gobierno a provincias mataba, como
vulgarmente se dice, dos pájaros de un tiro. Si el enemigo
resultaba victorioso, si terminaba la guerra por la
restauración de la monarquía, Danton estaría en trance de
invocar, cerca de los realistas, sus relaciones con La Rouarie
a través de Chevetel, la protección que había otorgado a los
Lameth, a Adrien Duport, a Talon y a tanto otro realista, y
reivindicaría su parte en la victoria del orden. Si, por el
contrario, los prusianos eran rechazados, se glorificaría, ante
los revolucionarios, de no haber desesperado en los
momentos del mayor peligro y se presentaría como el
salvador de la patria.

Pero, por mucho que fuera su ascendiente, no hubiera sido él


bastante para impedir la evacuación de París si hombres tan
influyentes como Pétion, Vergniaud y Condorcet no se
apresurasen, como lo hicieron, a unir sus esfuerzos a los de
Danton. La Gironda decidió permanecer en París, pero
aprovecharse de la emoción patriótica provocada por las
malas nuevas de que había sido portador Kersaint para

333
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

aniquilar al Municipio. Pero, para tomar este acuerdo no


contó con Danton.

El 28 de agosto por la noche, seguidamente de la deliberación


en la que hizo rechazar la pusilánime proposición de Roland,
Danton se dirigió a la tribuna. Con su voz tonante anunció
desde ella que iba a hablar «como ministro del pueblo, como
ministro revolucionario». «Precisa –dijo–, que la Asamblea se
muestre digna de la nación. Por una convulsión hemos hecho
caer el despotismo, por una gran convulsión nacional
haremos retroceder a los déspotas. Hasta la fecha sólo hemos
puesto en práctica la guerra disimulada de La Fayette;
precisa llevar a fondo una guerra más terrible. Ha llegado la
ocasión de decir al pueblo que debe arrojarse en masa en
contra de sus enemigos. Cuando un navío va a naufragar, su
pasaje hace arrojar al mar todo cuanto le expone a perecer;
del mismo modo todo lo que pueda dañar a la nación debe ser
arrojado de su seno y todo cuanto pueda servirla debe ser
puesto a disposición de las municipalidades; a salvo siempre
el derecho de los propietarios a ser por ello indemnizados.»
Sentado tal principio sacó de él, seguidamente, las
consecuencias que del mismo se derivaban: el Consejo
Ejecutivo va a nombrar comisarios «para ir a ejercer en los
departamentos la influencia de la opinión», para ayudar a la
leva de hombres, a la requisa de las cosas, a la vigilancia y
depuración de las autoridades, para arrojar del navío de la
Revolución todo aquello que la exponga a perecer. Después

334
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

pasó Danton a hacer el elogio del Ayuntamiento de París, que


ha tenido razón al cerrar las puertas de la capital y al arrestar
a los traidores. «Hay 30.000 que merecen arrestarse, que
deben ser arrestados mañana y precisa que mañana mismo
pueda París comunicar con toda Francia.» Terminó
solicitando un decreto que autorizase las visitas
domiciliarias en casa de todos los ciudadanos y propuso que
la Asamblea nombrase algunos de sus miembros para
acompañar a los comisarios del Comité Ejecutivo en su
misión de reclutar hombres y requisar cosas.

Votó la Asamblea, sin discusión, el decreto autorizando las


visitas domiciliarias; pero Cambon, apoyado por los
girondinos, vio algunos inconvenientes en mezclar los
comisarios de la Asamblea con los del Comité Ejecutivo y con
los del Municipio. Invocó, en favor de sus tesis, la división y
separación de poderes. Fue preciso que interviniera Basire
para que la Asamblea consintiese en delegar a seis de sus
miembros para intervenir en las operaciones de
reclutamiento.

Al día siguiente, 29 de agosto, como para sellar más


estrechamente su alianza con el Municipio, Danton se
presentó en el Ayuntamiento e hizo uso de la palabra para

335
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

«tratar de las medidas de rigor a tomar en las circunstancias


actuales»4.4

Las visitas domiciliarias empezaron el 30 de agosto, a las 10


de la mañana, y duraron dos días sin darse al descanso. Cada
sección destinó a tal menester 30 comisarios. Todas las casas
fueron inspeccionadas una a una. Sus habitantes habían
recibido orden de no salir de ellas hasta tanto no hubieran
recibido la visita de los comisarios. Tres mil sospechosos
fueron conducidos a las prisiones.

La operación estaba en plena actividad cuando el Municipio


supo –el 30 por la noche– la votación en mérito a la cual era
destituido y mandado renovar. Un miembro oscuro del
mismo, Darnauderie, tradujo en términos elocuentes la
emoción que embargaba a sus colegas y concluyó
manifestando que era preciso resistir a un decreto que ponía
en trance de perdición a la cosa pública, convocar al pueblo
en la Grève y presentarse, acompañados del mayor número
posible de personas, en la barra de la Asamblea. Robespierre
magnificó, a su vez, la obra del Municipio del 10 de agosto y
fustigó a sus enemigos los Brissot y los Condorcet. Pero, en
contra de lo propuesto por Darnauderie, entendió que el
Municipio debía acudir a las secciones, devolverles sus

4
4 Según Barrière, p. 18. y Buchez y Roux, p. 17 (el texto no fue conocido por los señores M. Tourneux y A.
Fribourg).

336
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

poderes y preguntarles los medios de mantenerse en sus


puestos y de morir, si era preciso, en ellos.

Al día siguiente, Tallien hizo en la barra de la Legislativa la


defensa del Municipio: «Todo lo que nosotros hemos hecho lo
ha sancionado el pueblo.» Y enumeró, expresivamente, los
servicios prestados: «Si nos herís, herís, también, al pueblo
que hizo la Revolución el 14 de julio, que la consolidó el 10
de agosto y que sabrá mantenerla.» El presidente Delacroix
respondió que la Asamblea examinaría la petición. El día 1.º
de septiembre transcurrió sin que nadie intentara poner en
ejecución el decreto destituyendo al Municipio. Robespierre
hizo adoptar, en la noche de tal día, por el Municipio, un
recurso apologético que era una requisitoria vigorosa en
contra de la Gironda; pero terminó manifestando que era
preciso acatar la ley y solicitar del pueblo una nueva
investidura. Por primera vez, el Municipio no siguió a su guía
habitual. El procurador síndico Manuel se opuso a toda
dimisión colectiva. Recordó al Consejo el juramento que
tenía prestado de morir en su puesto y de no abandonarlo en
tanto que la patria estuviera en peligro. El Municipio acordó
seguir en funciones, y ya su Comité de Vigilancia, que
acababa de reforzarse por habérsele adjuntado Marat,
meditaba en dar a la Gironda una terrible réplica.

337
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO II

SEPTIEMBRE

El día 2 de septiembre, por la mañana, llegó a París la noticia


de que Verdún estaba sitiado. Un voluntario del batallón del
Maine y Loire llevó a la capital el texto de la intimación
dirigida por Brunswick al comandante de la plaza,
Beaurepaire. El voluntario añadió que Verdún, la última
fortaleza entre París y la frontera, no podría defenderse más
de dos días. Otro correo anunció que los ulanos habían
entrado en ClermontenArgonne, situado en el camino de
Châlons. Seguidamente, el Ayuntamiento lanzó una
proclama a los parisienses: «¡A las armas, ciudadanos, a las
armas; el enemigo está a nuestras puertas! ¡Marchad
rápidamente bajo vuestras banderas, reunámonos en el
Campo de Marte! ¡Precisa que se forme al instante un ejército
de 60.000 hombres!» Obedeciendo a sus órdenes, tronó el
cañón y sonó la campana de alarma; se batió generala, se
cerraron las barreras, se requisaron todos los caballos en
estado de servir a cuantos partían para el frente y las
fronteras, se citó a los hombres válidos al Campo de Marte
para, allí mismo, formarlos en batallones de marcha. Los
miembros del Ayuntamiento se dispersaron por sus
respectivas secciones: «Pintaron a sus conciudadanos –dice
el acta correspondiente–, los peligros inminentes que corría

338
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la patria, las traiciones de que estábamos cercados, la


amargura del territorio invadido; les hicieron sentir que la
vuelta a la más ignominiosa esclavitud era el fin de todas las
tentativas y andanzas de nuestros enemigos y que debíamos,
antes de sufrir tal retorno, enterrarnos entre las ruinas de
nuestra patria y no entregar nuestras ciudades al enemigo,
sino cuando no sean otra cosa que montones de cenizas.»

Una vez más, el Ayuntamiento, tan calumniado, habíase


adelantado a la Asamblea en el cumplimiento del deber
patriótico. Cuando la diputación del mismo se presentó –
hacia el mediodía– en la barra de la Asamblea, para dar cuenta
de las medidas por él tomadas, no pudo dispensarse
Vergniaud de rendirle un homenaje solemne. Después de un
vivo elogio a los parisienses, arrojó todo el peso de su
desprecio sobre los pusilánimes que sembraban la alarma y
excitó a todos los buenos ciudadanos a que se trasladasen a
los campos que circundaban París y acabasen, por medio de
su prestación personal, las obras de fortificación y el
mudefensa comenzadas, «porque ahora no es tiempo de
discutir, sino de cavar la fosa de nuestros enemigos, ya que,
cada paso de avance que ellos dan, cava la nuestra». La
Asamblea se adhirió a este llamamiento a la nación. A
propuesta de Thuriot votó un decreto que mantenía al
Ayuntamiento en la integridad de sus funciones y que
autorizaba a las secciones para reforzarlo con la designación
de nuevos miembros. Seguidamente se leyó una carta de

339
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Roland denunciando el descubrimiento de un complot


realista en el Morbihan.

Luego, Danton, al que acompañaban todos los ministros,


subió a la tribuna: «Todo se agita, todo se subleva, todo desea
ardientemente la lucha, el combate. Una parte del pueblo se
llevará a las fronteras, otra abrirá trincheras y levantará
defensas, otra, con picas, defenderá el interior de las
ciudades.» París había merecido la gratitud de toda Francia.
Danton solicitó de la Asamblea designase doce de sus
miembros para concurrir, con el Consejo Ejecutivo, a la
ejecución de las grandes medidas que pedía la salud pública.
Precisaba decretar el que cualquiera que rehusase el servir
con su persona o el entregar sus armas, fuese castigado con
la pena de muerte. Y Danton terminó, al fin, su corta y
brillante arenga por las famosas frases que han conservado
su memoria: «La campana que va a sonar no es una señal de
alarma, es la embestida contra los enemigos de la patria. Para
vencerlos, señores, nos precisa audacia, aún más audacia,
siempre audacia. Tengámosla y Francia se salvará.» Volvió a
su escaño entre una doble salva de aplausos, y cuantas
medidas propuso se aprobaron sin debate.

Gracias a Vergniaud, a Thuriot y a Danton, la unión entre


todos los poderes revolucionarios parecía restablecida ante
el común peligro. Pero una sombría desconfianza subsistía en
el fondo de los corazones. Entre los ruidos del cañón y de la

340
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

campana de alarma la obsesión de los traidores aumentaba.


Se creía vivir rodeado de emboscadas. Corrió como reguero
de pólvora el rumor de que los sospechosos detenidos en las
prisiones conspiraban y pensaban sublevarse con la ayuda de
sus cómplices del exterior. Los voluntarios que se alistaban
en el Campo de Marte habían leído, pocos días antes, los
pasquines fijados por Marat, en los que se les aconsejaba no
abandonasen París sin antes haberse trasladado a las
prisiones y hacer justicia por su mano en los enemigos del
pueblo. Habían leído, también, escritos con tinta aún fresca,
otros pasquines, en que, con el título de Reseña al pueblo
soberano, Fabre de Églantine publicaba los principales
documentos del expediente que hacía referencia a los
crímenes de la corte y del rey. Tenían, para terminar,
excitados los nervios por la multitud de ceremonias fúnebres
con las que cada sección en particular y luego el
Ayuntamiento entero habían celebrado a los muertos del 10
de agosto, víctimas de la deslealtad de los suizos. La última
de estas ceremonias, que había tenido lugar en las Tullerías,
en los sitios mismos en que los combates se habían
desarrollado, databa de apenas ocho días y fue acompañada
de discursos violentos en que se había aconsejado la
venganza.

Esta venganza, que le había sido prometida, no la ve llegar el


pueblo parisiense. El Tribunal Extraordinario, creado
después de tantas excitaciones y de tantas antipatías por

341
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

parte de determinados elementos, funcionaba con una gran


lentitud. Sólo había condenado a muerte: a tres agentes de la
corte, al reclutador realista Collenot de Angremont, en cuya
casa se habían encontrado listas de enrolamiento de agentes
provocadores a sueldo del rey, al intendente de la lista civil,
Laporte, pagador jefe de los agentes secretos, y al periodista
de Rozoy, que se regocijaba en su Gaceta de París, de los
éxitos del enemigo. Pero, después del 25 de agosto, la
actividad del tribunal se había amortiguado. El 27 de agosto
había absuelto al policía Dossonville, cuyo nombre se había
encontrado inscrito en las listas de Angremont. Absolvió
también, el 21 del citado mes, al gobernador del castillo de
Fontainebleu, Montmorin, del que se había encontrado una
nota sospechosa entre los papeles ocupados en las Tullerías.
Esta última absolución levantó una verdadera tempestad de
protestas. La multitud hubo de increpar a los jueces y
amenazó de muerte al acusado, quien no pudo ser puesto en
salvo, sino a costa de grandes trabajos. Danton, por su sola
autoridad, revocó el juicio, mandó abrir nuevos
procedimientos y destituyó al comisario general,
BototDumesnil, al que hizo arrestar. «Deseo tener motivos
para creer –había escrito rudamente Danton al acusador
público real–, que el pueblo ultrajado, cuya indignación sigue
viva contra los que han atentado contra su libertad,
demostrando con ello un carácter que le hace digno de que
tal libertad sea eterna, no será obligado a tomarse la justicia

342
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

por su mano, pues la encontrará cumplida de sus


representantes y magistrados.» Danton encontraba natural el
que el pueblo «se tomase la justicia por su mano» cuando los
magistrados y los jurados se mostraran reacios en castigar a
sus enemigos.

El nuevo Comité de Vigilancia del Ayuntamiento, en el que a


la sazón tenía asiento su antiguo capellán Deforgues, se
ocupaba, por aquel entonces, en hacer una selección
sospechosa entre los detenidos en las prisiones. Ponía en
libertad a los detenidos por pequeños delitos, a los deudores
pobres, a los presos por riña, etc. Inflamadas por las arengas
de sus representantes en el Ayuntamiento, las secciones, al
mismo tiempo que organizan el reclutamiento, hacen enseña
de la venganza nacional contra los conspiradores. La de la
barriada de Poissonnière resolvió que todos los sacerdotes y
personas sospechosas, encerradas en las prisiones, fuesen
condenados a muerte y ejecutados antes de que los
voluntarios partiesen para sus respectivos ejércitos. Su
siniestro acuerdo fue adoptado como suyo por las secciones
del Luxemburgo, el Louvre y Lafontaine-Montmorency.

La acción siguió a estos acuerdos. Al mediodía sacerdotes


refractarios, que eran conducidos a la prisión de la Abadía,
fueron asesinados, durante el camino, por su guardia de
escolta, compuesta de federados marselleses y bretones. Sólo
uno de entre ellos se salvó, el abate Sicard, maestroinstructor

343
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de los sordomudos, reconocido por uno de los hombres de la


multitud que rodeaba a los prisioneros. Una banda, formada
por tenderos y artesanos, federados y guardias nacionales,
todos en mezcolanza, se dirigieron a los Carmelitas, en donde
estaban encerrados numerosos sacerdotes refractarios. Éstos
fueron inmolados a golpes de fusil, de picas, de sable y de
palos. Luego, al anochecer, les tocó el turno a los prisioneros
de la Abadía. Aquí el Comité de Vigilancia del Ayuntamiento
intervino: «Camaradas, se os ordena el juzgar a todos los
prisioneros de la Abadía, sin hacer excepción, salvo sólo el
abate Lenfant, al que pondréis en lugar seguro.» El abate
Lenfant, antiguo confesor del rey, tenía un hermano que
pertenecía al Comité de Vigilancia del Ayuntamiento. Un
simulacro de tribunal, presidido por Stanislas Maillard, fue
improvisado. Maillard, teniendo en sus manos el libro
registro de la prisión, llamaba a los en él comprendidos e
interrogaba a los comparecientes; consultaba, luego, la pena
con sus asesores; en caso de condena, Maillard gritaba:
«¡Dadle suelta!» y las víctimas salían y se iban hacinando en
el exterior. Pétion, que estuvo en la Force el día 3 de
septiembre, nos cuenta que «los hombres que juzgaban y los
que ejecutaban lo hacían con la misma seguridad que si las
leyes les hubieran llamado a llenar tales funciones. Me hacían
notar y alababan –dice– su justicia y la atención que
prestaban a distinguir los inocentes de los culpables y a tener

344
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

en cuenta los servicios que cada uno de los juzgados hubiera


podido haber prestado.»

La matanza continuó los días siguientes en las otras


prisiones: en la Force a la una de la madrugada, en la
Conserjería en la mañana del día 3, luego en San Bernardo,
en el Châtelet, en San Fermín, en la Salpêtrière, por último,
el 4 de septiembre, en Bicètre. La embriaguez de matanza era
tal, que indistintamente se daba fin a los presos por delitos
comunes que a los de derecho político, a las mujeres que a
los niños. Ciertos cadáveres, como el de la princesa de
Lamballe, sufrieron afrentosas mutilaciones. La cifra de los
muertos varía, según los diversos evaluadores, entre 1.110 y
1.400.

La población asistió indiferente, por no decir que satisfecha,


a estas escenas de horror. La señora de Julien de la Drôme
escribía a su marido la tarde del propio 2 de septiembre: «El
pueblo se ha levantado y, terrible en su furor, venga los
crímenes de tres años de laxitud y traición. El furor marcial
que ha hecho presa en todos los parisienses es un prodigio.
Padres de familia, burgueses, tropas, descamisados, todos
parten. El pueblo ha dicho: vamos a dejar en nuestras casas
a nuestras mujeres, a nuestros hijos, y vamos a dejarlos entre
nuestros enemigos; purifiquemos antes la tierra de la
libertad. Los austríacos y los prusianos estarán a nuestras
puertas, a las puertas de París, pero no daremos un paso

345
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hacia atrás. Antes bien gritaré con más fuerza: ¡La victoria
será para nosotros!» Que se juzgue por la exaltación de esta
buena burguesa, discípula de Juan Jacobo, del sentimiento
de las otras clases.

La fiebre patriótica, la proximidad del enemigo, el sonar de


la campana de alarma, adormecían las conciencias. En tanto
que los autores de la matanza se dedicaban a su siniestra
labor, las mujeres pasaban la noche en las iglesias cosiendo
trajes para los voluntarios y haciendo hilas para los heridos.
En las secciones tenía lugar un ininterrumpido desfile de
ciudadanos que ofrecían a la patria sus brazos o sus dones.
Muchos se hacían cargo de los hijos de los que partían. Las
casas de juego estaban cerradas por orden de la alcaldía. Se
fundía el plomo de los ataúdes y sepulcros para fabricar con
él balas. Todos los talleres de carretería estaban empleados
en hacer afustes y cajas para la artillería. El impulso era
magnífico. Lo sublime aparecía lindero con lo inmundo.

Las autoridades habían dejado hacer. A las excitaciones que


le dirigía el Ayuntamiento, el comandante en jefe de la
Guardia Nacional, Santerre, respondía que no podía contar
con la obediencia de sus subordinados. El Ayuntamiento
indemnizó a los autores de las matanzas de los jornales que
habían perdido en tanto que se dedicaran a su labor. La
Asamblea envió al lugar de los sucesos diputaciones que
resultaron impotentes y baldías. El ministro del Interior,

346
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Roland, escribía el día 3 de septiembre a la Asamblea: «Ayer


fue un día sobre cuyos sucesos es lo mejor echar un velo. Sé
que el pueblo, terrible en su venganza, realizó en olios un a
modo de justicia.» Los periódicos girondinos –y en aquellos
entonces lo eran casi todos– o hicieron la apología de las
matanzas o alegaron en su favor circunstancias atenuantes.

En cuanto al ministro de Justicia, Danton, no hizo nada para


proteger a las prisiones. Al comisionado de Roland, Grandpré,
que le demandaba tomase medidas, le contestó, según la
señora Roland: «¡Qué me importan a mí los prisioneros! ¡Que
se las compongan ellos como puedan!» Y algunos días más
tarde, cuando Alquier, presidente del Tribunal del Sena y del
Oise, le fue a visitar para interesarse por los prisioneros de la
Audiencia de Orleáns, que la banda de Fournier conducía a
Versalles para allí ejecutarlos, Danton, encogiéndose de
hombros, le dijo: «No mezclaros en los asuntos de esas gentes.
Podría ello acarrearos graves molestias.» Son conocidas las
palabras que dirigió al duque de Chartres, futuro Luis Felipe,
en los primeros días de la Convención: «En los momentos en
que toda la parte viril de la población se precipitaba para
marchar a los ejércitos y nos dejaba sin fuerzas en París, las
prisiones rebosaban de un enjambre de conspiradores y
miserables que esperaban la proximidad de los extranjeros
para asesinarnos a nosotros. No hice otra cosa que tomarles
la delantera. He querido que toda la juventud parisiense
llegase a Champaña cubierta de una sangre que me asegurase

347
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

su fidelidad. He querido colocar entre ellos y los emigrados


un río de sangre.» ¿Precisa recordar, luego de cuanto
antecede, que el secretario de Danton, Fabre de Églantine,
hizo una calurosa apología de las matanzas y las presentó
como ejemplo al resto de Francia?

Desde el 28 de agosto, o sea desde el día en que Roland y los


girondinos propusieron abandonar a París, Danton se había
solidarizado estrechamente con el Ayuntamiento. Y en él se
dedicó a excitar los odios. En su pensamiento, las matanzas
no tenían como solo fin el de aterrorizar a los cómplices del
enemigo, sino también el de que recayeran, en su ejecución,
y en cierto modo, sobre los girondinos. Las elecciones
comenzaban. La ocasión era preciosa para malquistar a los
enemigos políticos. El cálculo de Danton fue el de todo su
partido.

El mismo día 2 de septiembre, en la sesión nocturna


celebrada por el Ayuntamiento, BillaudVarenne y
Robespierre denunciaron «la conspiración en favor de
Brunswick, al que un partido poderoso quería elevar al trono
de Francia». Hicieron alusión no sólo a la equívoca conducta
de Carra, sino que también se hicieron cargo de cuanto en
pleno club de los Jacobinos había expuesto el abate Danjou,
en el mes de mayo, a favor del duque de York. En el
pensamiento de ambos estaba, sin duda, la manera de obrar
de Brissot, quien, al decir de Barère, en el seno de la

348
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Comisión de los Doce, había dicho a uno de sus colegas: «Os


haré ver esta noche –era el 17 de julio precedente, en una
correspondencia con el Gabinete de SaintJames–, que
depende de nosotros el amalgamar nuestra Constitución con
la de Inglaterra, nombrando al duque de York rey
constitucional de Francia en sustitución de Luis XVI.» Al día
siguiente de las denuncias de Robespierre en el
Ayuntamiento, Brissot fue objeto de pesquisas, siguiendo
órdenes del Comité de Vigilancia, y al otro se firmaron
órdenes de detención en contra de Roland y de ocho
diputados girondinos. Esta vez estimó Danton que se iba
demasiado lejos. Él debía su cartera a Brissot y a Condorcet.
Se trasladó, pues, al Ayuntamiento y, luego de explicaciones
muy vivas con Marat, hizo revocar las órdenes de detención.
Danton despreciaba demasiado la vida humana para
mostrarse ávido de sangre. Dado el golpe, conseguido el fin
que se proponía, abría su corazón a la piedad. Y así facilitó la
evasión de Adrien Duport, de Talleyrand, de Charles Lameth
y de otros muchos5. Le repugnaban las crueldades inútiles. Si
hubiera dejado atacar tan directamente a Brissot y a Roland,
hubiera tenido que abandonar el Ministerio, y aún no estaba
decidido a romper con la Asamblea. Le bastaba con causar
miedo y hasta encontraba una ruda satisfacción en aparentar
aparecer como protector.

5
5 Hay que advertir que Brissot, en su folleto contra los jacobinos, aparecido después de haber sido tachado
su nombre de la listas del club, en octubre de 1792, insinúa que Talleyrand pagó por su pasaporte 500 luises.

349
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

En aquellos días la Francia revolucionaria no condenó las


matanzas. El mismo espíritu, la misma fiebre reinaban de un
extremo a otro del territorio. En una famosa circular que fue
enviada a los departamentos el día 3 de septiembre con la
firma de Danton, el Comité de Vigilancia del Ayuntamiento
había justificado su obra y la había propuesto como ejemplo:
«El Ayuntamiento de París se apresura a informar a sus
hermanos de los departamentos que una parte de los feroces
conspiradores detenidos en sus prisiones ha sido condenada
a muerte y ejecutada por el pueblo: acto de justicia que le ha
parecido indispensable para contener por el terror a la legión
de traidores ocultos en sus muros, en el preciso momento en
que iba a marchar en contra del enemigo, y, sin duda, la
nación entera, después de la larga serie de traiciones que la
han conducido al borde del abismo, andará solícita en
adoptar este medio, tan necesario a la salud pública...».

Circular superflua. Las provincias no necesitaban que se les


pusiera a París como ejemplo. A veces se habían adelantado
a la capital. Dos sacerdotes habían sido asesinados, el 19 de
agosto, en el Orne; otro, el 21, en el Aube; un ujier, en
Lisieux, el 23, etc. En todos aquellos lugares por los que
pasaban los voluntarios en marcha hacia las fronteras, los
aristócratas no lo pasaban bien. El 3 de septiembre, en
Reims; el 4, en Méaux; el 3 y el 6, en el Orne; el 9, en Lyon;
el 7, en Caen; el 12, en Vitteaux, oficiales, sacerdotes,
sospechosos de toda especie, encontraron la muerte, aun en

350
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sus prisiones. En la asamblea electoral de las Bocas del


Ródano, presidida por Barbaroux, las noticias de las
matanzas de París fueron vivamente aplaudidas. El
«patriotismo», dios nuevo, reclamaba víctimas humanas,
como los dioses antiguos.

Los sospechosos considerados como más peligrosos, los que


habían proporcionado el mayor número de víctimas, habían
sido, en todos los lugares, los sacerdotes refractarios. Sobre
un solo punto, tal vez, el acuerdo de los tres poderes –
Ayuntamiento, Legislativa y Comité Ejecutivo– era completo:
en la necesidad de colocar al clero refractario en la
imposibilidad de ser obstáculo tanto a la defensa
revolucionaria cuanto a la defensa nacional.

La Constituyente sólo había suprimido a una parte de las


casas religiosas. No había tocado a las dedicadas al ejercicio
de la caridad o de la enseñanza. El 31 de julio declaró un
diputado que estas casas eran «Bastillas monárquicas de las
que los sacerdotes refractarios son los guardianes», y el 4 de
agosto la Asamblea decretó que las casas pertenecientes a las
órdenes religiosas ya suprimidas fuesen evacuadas antes del
1.º de octubre y puestas en venta. Quedaban también las
congregaciones llamadas seculares –asociaciones en las que
no se pronunciaban votos solemnes–, tales como el Oratorio,
que dirigía numerosos colegios, los lazaristas, los
sulpicianos, los eudistas, y todas las que la Constituyente

351
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

había olvidado. Había, además, congregaciones laicas, como


los Hermanos de las Escuelas Cristianas, y congregaciones
femeninas, como las Hijas de la Sabiduría, de la Providencia,
de la Cruz, del Buen Pastor, etc. Todas fueron suprimidas el
18 de agosto, y sus bienes liquidados. Se autorizó, sin
embargo, a las religiosas empleadas en los hospitales para
continuar sus servicios a título individual.

Más peligrosos que los monjes y los religiosos aparecían los


sacerdotes refractarios, de los que muchos se habían
mantenido en sus antiguas parroquias. Tronando aún el ruido
del cañón del 10 de agosto, la Asamblea había ordenado que
todos los decretos a los que afectaba el veto real fuesen
inmediatamente ejecutivos. El decreto del 27 de mayo sobre
la internación y deportación de los sacerdotes refractarios
perturbadores fue, por lo tanto, puesto en vigor. El mismo
día 10 de agosto por la noche, el Ayuntamiento enviaba a las
secciones la lista de los obispos y sacerdotes sospechosos.
Sin excusa ni pretexto fueron encerrados en la Abadía, en los
Carmelitas, en el seminario de San Magloire, presa futura
para los septembristas. Pero el decreto del 27 de mayo se
refería sólo a los sacerdotes, antiguos funcionarios públicos,
únicos a los que se impuso el juramento por la Constituyente.
Para comprender a los demás, bastante numerosos, la
Asamblea les obligó el 14 de agosto a prestar juramento de
fidelidad a la libertad y a la igualdad. Un cierto número se
sometió, a fin de seguir disfrutando sus pensiones y de

352
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

continuar el ejercicio de su culto. El decreto del 27 de mayo


tenía aún otro defecto a los ojos de los revolucionarios; sólo
podía aplicarse a los sacerdotes que fueran objeto de
denuncia firmada por 20 ciudadanos activos. En muchas
comarcas, en que la población entera era cómplice de los
refractarios, la reunión de las 20 firmas resultaba algo
imposible. Cambon y Lanjuinais reclamaron, el 19 de agosto,
una nueva ley que permitiera actuar sobre todos los
refractarios indistinta y sumariamente.

El girondino Larivière estimuló, el 23 de agosto, a la


Comisión extraordinaria encargada de preparar la nueva ley:
«Si no podéis soportar por más tiempo la vista de los
emblemas de la tiranía, no concibo cómo por tantos días
toleráis la vista de los autores fanáticos de nuestras
discordias interiores, la vista de los males, de los desastres
que todos los días nos ocasionan. Pido que, seguida y
rápidamente, se haga un informe relativo a su deportación,
ya que cada instante de retraso constituye un verdadero
asesinato.» (Vivos aplausos.) Los revolucionarios tenían una
razón de peso y apremiante para acabar cuanto antes este
asunto. Las elecciones para la Convención eran inminentes.
Las asambleas primarias debían reunirse el 26 de agosto y las
asambleas electorales el día 2 de septiembre. Precisaba el
darse prisa a expulsar de Francia al clero refractario a fin de
impedirle ejercer cualquiera influencia sobre las elecciones
que iban a verificarse.

353
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Marans, Delacroix y Cambon expresaron crudamente sus


temores. Marans dijo el 24 de agosto: «Los sacerdotes
aristócratas, dispersos por el miedo, se atreven ya a entrar
en sus antiguas parroquias con fines electorales y para
trabajar en nuestra contra. Precisa que la deportación tenga
lugar antes del día 20.» Delacroix añadió por su parte: «Tengo
miedo de que, deslizándose subrepticiamente entre las
asambleas del pueblo, lleven a la elección de los diputados a
la Convención Nacional su influencia pestilente... lancemos,
lancemos a los sacerdotes.» Cambon, a su vez, en medio de
los aplausos de las tribunas, propuso deportar a todos
seguidamente a la Guyana, en donde la agricultura, dijo, está
falta de brazos. Delaunay le apoyó; pero ante las
observaciones del viejo pastor protestante Lasource, quien,
sostenido por el obispo Fauchet y por Vergniaud, afirmó que
el enviarlos a la Guyana equivalía a conducirlos a una muerte
segura, la Asamblea dejó a los refractarios el derecho a fijar
el país al que habrían de dirigirse. El decreto del 26 de agosto
les concedía 15 días para abandonar a Francia. Dejado
transcurrir este plazo sin haberse ausentado, los que
quedasen serían trasladados a la Guyana. Ello no obstante,
los sacerdotes sexagenarios o enfermos estaban formalmente
exceptuados de la deportación, que, por otra parte, no se
aplicaría, así como el decreto porque era impuesta, a los
sacerdotes a quienes no obligaba el juramento, salvo que
éstos fueran denunciados por seis ciudadanos domiciliados.

354
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Millares de sacerdotes –tal vez 25.000– se pusieron en ruta


hacia los países extranjeros, en los que no encontraron
siempre una acogida cordial y solícita. En España,
especialmente, fueron tratados casi como sospechosos. Fue
Inglaterra el país en el que fueron mejor recibidos. A pesar de
la importancia de esta emigración forzosa, la Iglesia romana
no desapareció por completo. Los sacerdotes no obligados al
juramento, los refractarios sexagenarios y enfermos eran aún
numerosos. El obispo de Sarlat continuó viviendo en la
capitalidad de su diócesis, en donde hasta llegó a ser alcalde,
gozando de plena libertad, lo que duró hasta la época del
Terror, en que fue encarcelado. El obispo de Riez se retiró a
Autun, su ciudad natal; el obispo de Marsella, de Belloy, a una
quinta de los alrededores de París, desde donde continuó
administrando su antigua diócesis; el obispo de Angers,
Couet de Lorry, a una quinta de Normandía; el obispo de San
Papoul, Maillé de La Tour Landry, a París, en donde confirió
algunas órdenes; el obispo de Senlis, a CrépyenValois, etc.
Bien es verdad que la mayor parte de estos prelados y de los
sacerdotes refractarios que quedaron en Francia prestaron el
juramento de libertad e igualdad, con gran indignación de sus
compañeros emigrados, que, a veces, los consideraron como
semicismáticos. Pero el Pontífice no se atrevió a
condenarlos.

La consecuencia inevitable de la deportación de los


sacerdotes refractarios fue la secularización del estado civil,

355
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

que la Asamblea votó en su última sesión, celebrada el 20 de


septiembre de 1792. Había numerosos departamentos, como
las Costas del Norte, en que los sacerdotes refractarios
permanecieron en sus parroquias y en el ejercicio de sus
funciones respectivas hasta el día 10 de agosto, debido ello a
la falta de curas constitucionales. Continuaban, por lo tanto,
en posesión de los libros del estado civil de las mencionadas
parroquias. Al ausentarse no se encontraban personas que, a
la vez, los reemplazasen en sus funciones civiles y en sus
funciones religiosas, hasta entonces confundidas. Hubo
necesidad de confiar los registros a las municipalidades. Tal
medida había sido solicitada hacía ya tiempo por los
fuldenses o monárquicos constitucionales, que alegaban,
para solicitarla, la repugnancia que sentían los fieles adeptos
a los sacerdotes romanos en dirigirse para los bautismos,
casamientos y defunciones a los sacerdotes oficiales,
considerados por ellos como cismáticos. Muchas familias
preferían dejar a sus recién nacidos sin estado civil antes que
recurrir a los intrusos. Los revolucionarios habían resistido
largo tiempo a la presión de los refractarios y a la de los
fuldenses, por temor de debilitar la posición del clero
constitucional al privarle del derecho de registrar e
intervenir los nacimientos, los casamientos y las
defunciones.

Pero desde que los sacerdotes refractarios son deportados en


masa, los revolucionarios nada tienen que temer votando la

356
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

medida reclamada, ya que ella no podrá traducirse en


ventajas para los fieles de la contrarrevolución. Laicizan el
estado civil porque están convencidos de que pueden hacerlo
sin peligros. En algunas regiones, los propios sacerdotes
constitucionales fueron transformados en oficiales
encargados del registro civil. Adviértase cuan preñada de
consecuencias para el porvenir resultaba esta considerable
novedad de separar el sacramento del acto civil. Cada vez
más perdía el Estado carácter religioso. La misma ley que
secularizaba el estado civil autorizaba el divorcio, prohibido
por la Iglesia.

Los sacerdotes constitucionales se regocijaron, sin duda


alguna, de verse desembarazados de sus rivales; pero los que,
de entre ellos, reflexionaban, se mostraban preocupados por
el porvenir. El 11 de agosto, el obispo del Eure, Thomas
Lindet, escribía a su hermano: «Pronto dejaréis de ver reyes
y sacerdotes.» La caída del rey terrestre habría de afectar al
Rey de los Cielos. El mismo Thomas Lindet explicaba sus
pensamientos, el 30 de agosto, de la siguiente manera: «Bien
pronto, al igual que los ingleses, gritarán los ciudadanos de
Francia: ‘¡No más obispos!’ El teísmo y el protestantismo
tienen más puntos de contacto con el republicanismo que el
catolicismo. Éste ha estado siempre ligado a la monarquía, y
ello, en estos momentos, cuesta demasiado caro.» Algunas
semanas más tarde, el obispo del Ardèche, Lafont de Savine,
escribía a Roland: «Me creo en el deber de haceros observar

357
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

que la Constitución Civil del Clero toca a su fin. Es evidente,


por consecuencia necesaria de sus principios, que el Estado
cada día va a permanecer más extraño a las cosas que tocan
a la religión, que el salario atribuido a los ministros católicos
no será considerado sino como una pensión de retiro y como
un equivalente de los bienes de que antes gozaba, siendo
notorio también que las leyes de tolerancia universal
resultarán incompatibles con el favor de un gasto público
concedido exclusivamente en provecho de un solo culto, y
con las disposiciones jerárquicas determinadas por las
leyes...». Los dos prelados veían y consideraban el porvenir
con entera claridad. Los días del clero constitucional
estaban, en efecto, contados. La lógica de sus principios,
tanto como la presión de los hechos, llevarían a la Revolución
a soluciones audaces, ante las que ella había retrocedido con
espanto dos años antes.

La Iglesia constitucional comienza a ser tratada con una


despreocupación y una desenvoltura crecientes. No basta ya
con que se vea obligada a poner toda su influencia espiritual,
sus sermones y bendiciones al servicio del nuevo Estado:
debe aún hacerle sacrificio de lo superfluo.

El 19 de julio, un decreto, dado a moción e informe del


Comité de Hacienda, puso en venta los antes palacios
episcopales y los jardines que de ellos dependían. Los obispos
se alojarían desde entonces a su costa y como mejor les

358
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

pluguiera en cuartos o casas amueblados. Un plus especial


igual a la décima parte de su sueldo debía ser bastante. Uno
de los considerandos del decreto dice que: «la suntuosidad de
los palacios episcopales es poco conveniente a la simplicidad
y modestia del estado eclesiástico». Se les despoja, y de
camino, se le da una lección.

Después del 10 de agosto, la tendencia iniciada se acentúa.


El 14 de dicho mes, a propuesta de Delacroix y de Thuriot, la
Asamblea decreta que todos los objetos y monumentos de
bronce que puedan recordar al feudalismo y a sus tiempos
sean fundidos para construir cañones. El Ayuntamiento de
París, cuyo ejemplo fue seguido por otros, dio la mayor
extensión que pudo a este decreto y se sirvió de él para
despojar a los lugares santos de la mayor parte de sus
ornamentos. El 17 de agosto, «celoso –dice su acuerdo– de
servir a la causa pública por todos los medios que están en
su poder, y considerando que se pueden encontrar grandes
recursos para la defensa de la patria en la multitud de
simulacros que sólo deben su existencia a las trapacerías de
los sacerdotes y a la ignorancia del pueblo», puso mano, en
pillaje, sobre «todos los crucifijos, facistoles, ángeles, diablos,
serafines y querubines de bronce», para emplearlos en la
fundición de cañones, y sobre las verjas y rejería, para
fabricar picas. El 18 de agosto, una diputación de la
Hermandad de San Sulpicio ofreció a la Asamblea una estatua
de San Roque, toda ella de plata, y el orador encargado de

359
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hacer el presente declamó un discurso que podía muy bien


haber sido pronunciado en plena época del Terror. Dijo así:
«Las diversas hermandades formaban en el Imperio los anillos
de la cadena sacerdotal por la cual el pueblo estaba
esclavizado; nosotros la hemos roto, nos hemos asociado a la
gran hermandad de los hombres libres. Habíamos invocado a
nuestro San Roque contra la peste política que ha causado
tantos estragos en Francia. No nos escuchó. Hemos creído
que su silencio constituía una descortesía, y os lo traemos
para que lo convirtáis en numerario. Contribuirá, sin duda, y
en esta nueva forma, a destruir la pestilente raza de nuestros
enemigos.» La Asamblea continuó por el camino ya
emprendido, y el día 10 de septiembre requisó todos los
utensilios de oro y plata existentes en las iglesias, a
excepción de los viriles, copones y cálices, y ordenó
convertirlos en moneda para el pago de las tropas. Así el culto
constitucional perdía todos los días el prestigio exterior que
pudiera ejercer sobre el alma de sus adeptos. Cada momento
se veía más reducido a la desnudez evangélica.

El día 12 de agosto el Ayuntamiento prohibió a todos los


sacerdotes el vestir el hábito religioso fuera del ejercicio de
sus funciones. La Asamblea, una vez más, siguió al
Ayuntamiento, ya que seis días más tarde renovó la
prohibición del hábito talar, medida que se había tomado, en
principio, el día 6 del mes de abril precedente.

360
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El Ayuntamiento daba por sentado que la religión debía ser


un asunto privado. El 18 de agosto ordenaba «a todas las
sectas religiosas no obstruir la vía pública en el ejercicio de
sus funciones»; es decir, suprimía las procesiones y las
ceremonias y manifestaciones exteriores. Obrando de tal
manera, generalizaba con todo radicalismo el decreto por el
cual la antevíspera la Asamblea había revocado el edicto de
Luis XIII sobre la procesión del 15 de agosto. También
excluyó a los sacerdotes de la fiesta fúnebre que celebró en
homenaje a los muertos del 10 de agosto.

Poco cuidadosos de la lógica, sin embargo, entendían que


debían inmiscuirse en la administración interior del culto
constitucional. Al día siguiente de la insurrección, el
Ayuntamiento suprimió los derechos de pie de altar «ante las
quejas formuladas por muchos ciudadanos por las exacciones
del clero constitucional». Y por el mismo acuerdo instituyó
la igualdad de funerales y suprimió los patronos de las
iglesias y sus bancos especiales. Desde la fecha en que el
edicto se hacía público, todos los ciudadanos se enterrarían
con el mismo ceremonial, en el que sólo podrían figurar dos
sacerdotes. Tampoco podrían ya suspenderse colgaduras en
las puertas de las iglesias. Dócil, la Legislativa decretó a su
vez, el 7 de septiembre, que los eclesiásticos asalariados por
el Estado que recibieran suma alguna en concepto de pie de
altar, sea cualquiera el nombre que se le pretendiera dar,

361
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

fuesen condenados por los tribunales a pérdida de empleo y


sueldo.

El casamiento de los sacerdotes había sido ya alabado por la


Asamblea y presentado por ella como ejemplo a seguir. El 14
de agosto, el diputado Lejosne pidió que el obispo del Sena
Inferior, Gratien, fuese perseguido ante los tribunales por
haber recordado a los sacerdotes de su diócesis, en una
pastoral, el deber de continencia, solicitando también que
todos los clérigos fuesen advertidos de que serían privados
de su sueldo si publicaban escritos contrarios a los derechos
del hombre. Ambas proposiciones fueron enviadas al Comité
de Legislación.

Se ve apuntar en esto la teoría que hará fortuna bajo la


Convención. El clero constitucional, por el solo hecho de ser
constitucional, debe quedar incorporado, sea como sea, a la
Constitución. Y pues los derechos del hombre no reconocen
la validez de los votos perpetuos, procede prohibir a los
sacerdotes el enseñar que estos votos deben ser respetados,
y a los obispos no sólo que molesten, inquieten y revoquen a
los sacerdotes que toman mujer, sino también el infamarlos
públicamente de palabra o por escrito. Las leyes del Estado
habían de imponerse soberanamente al clero constitucional
aun cuando estas leyes sean contrarias a los dogmas o
disciplina del catolicismo. De otra manera dicho: el clero

362
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

constitucional quedaba despojado de todo estatuto peculiar.


Desde entonces sólo tenía el general del Estado.

Bajo la Convención se acordará la imposición de sanciones.


Una proclama del Consejo Ejecutivo, fechada a 22 de enero
de 1793, mandará a todos los obispos ordenen a los párrocos
que dejen de tener libros registros de nacimientos,
casamientos y defunciones; de proclamar amonestaciones en
los enlaces matrimoniales; «de exigir, antes de dar la
bendición nupcial, condiciones que la ley civil no pide», lo
que valía tanto como imponerles la obligación de casar, sin
explicaciones, a cualquiera que se les presentara para recibir
el sacramento, aun a los divorciados, aun a los sacerdotes,
aun a los ateos. Sentencias de los tribunales obligaron a los
sacerdotes a casar a sus propios compañeros. Dos obispos
fueron reducidos a prisión por haber puesto inconvenientes
a estos casamientos. El 19 de julio de 1793 un decreto
castigará con la deportación a los obispos que se opongan a
estos casamientos. Con ocasión de este decreto, Delacroix
exclamará: «Los obispos son nombrados por las asambleas
electorales, reciben sueldo de la nación, debiendo por ambas
cosas obedecer todas las leyes de la República.» A lo que
añadió Danton: «Pues que hemos conservado el sueldo a los
obispos, que ellos imiten a sus fundadores; que den al César
lo que pertenece al César. Y no olvidemos que la nación es
más que todos los Césares.» La nación tenía, pues, poder aun
en el dominio religioso. Es ella la fuente de todo derecho, de

363
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

toda autoridad, de toda verdad. Thomas Lindet tuvo razón al


escribir el día siguiente al 10 de agosto que la caída de los
reyes hacía presagiar la de los sacerdotes.

364
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO III

LAS ELECCIONES PARA LA CONVENCIÓN

Si la Legislativa y el Ayuntamiento revolucionario se


entendían con facilidad en la cuestión religiosa, en las demás
hay que reconocer que, en todas ellas, mantenían una
oposición y una lucha declarada o sorda.

El Ayuntamiento consideraba la caída del trono como un


hecho definitivo que implicaba la República. La Asamblea
evitaba pronunciarse sobre la materia y difería la solución.

Para impedir renacer a la realeza, el Ayuntamiento se


esforzaba en alejar de las urnas a todos aquellos de quienes
sospechaba pudiesen desear la vuelta de Luis XVI. El 11 de
agosto decidió se imprimieran las listas de los electores de
París que el año precedente se habían reunido en el club de
la Santa Capilla para preparar las elecciones a la Legislativa.
Al día siguiente suprimió todos los periódicos realistas y
distribuyó sus prensas y útiles de trabajo entre la prensa
patriótica, sin que la Asamblea se atreviese a protestar contra
este acto de fuerza, cuyas consecuencias fueron graves. El
realismo, privado de órganos, no podría dejarse oír en
Francia, y ello en los momentos mismos en que iba a abrirse
la campaña electoral. El 13 de agosto, el Ayuntamiento fechó
sus actas en el año primero de la igualdad, queriendo
significar con ello que comenzaba una nueva era.

365
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La Asamblea no seguía al Ayuntamiento sino a pasos cortos.


El 11 de agosto, uno de sus miembros, Sers, protestó contra
la demolición de las estatuas de los reyes, que habían sido
tiradas por tierra en París y en todas las grandes ciudades.
No invocaba para ello, es verdad, otra cosa que el peligro que
pudiera resultar al tratar alguien de acudir en socorro de las
augustas efigies amenazadas. Otro diputado, Marans,
derramó una lágrima sobre la estatua de Enrique IV. Todo fue
en vano, porque Thuriot hizo votar y decretar que todos estos
bronces fuesen convertidos en monedas o en cañones. Dos
días más tarde, Robespierre se presentó en la Asamblea para
reclamar la erección, sobre el emplazamiento de la estatua
de Luis XV, de un monumento en honor de los muertos del
10 de agosto.

El Ayuntamiento caminaba más de prisa. El 14 de agosto


envió una diputación a la Asamblea para pedirle borrase el
nombre del rey de la lista de los funcionarios públicos, y al
día siguiente Gensonné hacía decretar que la justicia y las
leyes se aplicarían desde entonces en nombre de la nación.
Ducos hizo cubrir con la Declaración de los derechos del
hombre la efigie «escandalosa» de Luis XVI, que ornaba aún la
sala de sesiones.

El Ayuntamiento decidió instituir para las elecciones el voto


por llamamiento nominal y en alta voz, y la Asamblea dejó
hacer. Robespierre protestó en su sección contra el

366
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mantenimiento de la elección de dos grados y el


Ayuntamiento se apresuró a corregir la ley, por su propia
autoridad, acordando que las elecciones de la asamblea
electoral serían sometidas a la ratificación de las asambleas
primarias. El 17 de agosto, el Ayuntamiento decidió dar a la
publicidad las listas de los firmantes de peticiones realistas:
primero una de 8.000 y luego la de los 20.000 posteriores al
20 de junio. El 22 de agosto invitó a los ministros a
reemplazar el señor por el ciudadano. Los demócratas del
Ayuntamiento y de los Jacobinos reclamaron para el pueblo
el derecho de sancionar la Constitución y las leyes y el de
revocar a los diputados; es decir, que querían aplicar a la letra
los preceptos del Contrato social, instituyendo el referéndum
y el mandato imperativo.

El movimiento republicano se propagaba rápidamente en las


provincias. En los Vosgos, los voluntarios, al enterarse de la
suspensión de Luis XVI, gritaron: «¡Viva la Nación sin Reyes!»
Los jueces de la Rochela terminaron su felicitación a la
Asamblea con las palabras siguientes: «La nación, soberana y
nada más.» Los jacobinos de Estrasburgo exclamaron: «¡Viva
la igualdad y nada de reyes!» Los jacobinos de París, en su
circular electoral, preconizaban altamente a la República.

Era evidente que el mantenimiento de la forma monárquica


tenía en su contra una fuerte corriente de opinión. Los
diputados se inclinaban ante ésta. Cambon manifestó el 22

367
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de agosto: «El pueblo no quiere a la realeza: hagamos


imposible su vuelta.» Carra, para hacer patente que no
pensaba en Brunswick, aconsejó a sus lectores, el 1.º de
septiembre, exigieran a los futuros diputados «el juramento
de jamás proponer ni rey ni realeza, bajo pena de ser
enterrados vivos en sus respectivos departamentos cuando a
ellos regresen». Condorcet, por su parte, se declaró, el día 3
de septiembre, también, republicano, entendiendo que un
cambio de dinastía sería una locura. Al día siguiente, 4 del
aludido mes –indignados por «la calumnia atroz» que les
presentaba como favorables a la subida al trono de Brunswick
o del duque de York–, los diputados juraron combatir con
todas sus fuerzas a los reyes y a la realeza, y dirigieron a la
nación, aunque a título individual, una proclama
republicana.

Es difícil saber hasta qué punto eran sinceras estas tardías


manifestaciones. El mismo Chabot, que el 3 de septiembre
trataba de «calumnia atroz» el pretendido proyecto de
coronar a un príncipe extranjero, y que había dado a los
federados, desde lo alto de la tribuna de los Jacobinos, el 20
de agosto, el consejo de permanecer en París para vigilar a la
Convención e impedirle que restableciese la realeza y el que
no fijara a París como lugar para celebrar sus sesiones, este
mismo Chabot, dio algunos días más tarde su voto, en la
asamblea electoral de París, al duque de Orleáns, quien será
nombrado diputado a la Convención, en final de lista, a pesar

368
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de la oposición de Robespierre. Danton y sus amigos votaron


con Chabot por el duque de Orleáns. ¿Ambicionaba éste algo
más que un mandato legislativo? Su correspondencia prueba
que dirigía sus esfuerzos a que la Convención nombrase rey
a su primogénito el duque de Chartres, el futuro Luis Felipe,
aunque no tuviera aún la edad legal. El duque de Chartres no
se atrevió al final, y su padre se lanzó a la palestra. Antes de
solicitar los sufragios de los electores parisienses, dirigió una
instancia al Ayuntamiento en ruego de un nuevo apellido, y
la corporación, por un decreto formal, le confirió el de
Igualdad, que él aceptó con «reconocimiento extremo», según
su oficio del 14 de septiembre. Los contemporáneos han
creído que Danton, poco capaz de enardecerse con la
metafísica política, estaba ganado secretamente por la casa
de Orleáns. No hace mucho se han exhumado notas
manuscritas en las que el rey Luis Felipe cuenta que, después
de Valmy, Danton le ofreció su protección y le aconsejó que
se hiciera popular entre los ejércitos. «Esto es esencial para
vos, para los vuestros, también para nosotros y sobre todo
para vuestro padre.» Danton acababa así su plática: «Tenéis
grandes probabilidades de reinar.» La República no le parecía,
pues, sino una solución provisional.

La realeza fue condenada de momento. Los girondinos,


sintiendo que se les escapaban París y las ciudades
importantes, se esforzaron en ganarse los votos rurales. El
14 de agosto, uno de ellos, François de Neufchâteau, había

369
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hecho decretar por la Asamblea el reparto de los bienes


comunales entre todos los ciudadanos y la división de los
bienes de los emigrados en pequeñas parcelas, que serían
pagadas en 15 anualidades, a fin de que fácilmente pudieran
ser adquiridas por las clases menos pudientes. El 16 de
agosto se suspendieron cuantas actuaciones estuviesen en
trámite e hicieran referencia a los antes derechos feudales.
El 25 de agosto, en fin, la Asamblea suprimió, sin
indemnización, todos los derechos feudales de los que los
propietarios no pudieran exhibir los títulos primitivos.

La caída del feudalismo acompañaba a la del trono. No era


fácil que los campesinos deseasen la vuelta del rey. Las
asambleas electorales, que se reunieron el día 2 de
septiembre, celebraron sesión durante muchos días y aun, en
casos, durante varias semanas. A pesar de la concesión del
voto a los ciudadanos pasivos, la actividad en comparecer
ante las urnas fue escasa. Los pobres no querían sacrificar
sus horas de trabajo a las fatigosas tareas electorales, para
las que estaban mal preparados. Los realistas, los fuldenses,
los aristócratas, los tímidos, se abstuvieron por prudencia o
por escrúpulo. No se olvide que nadie era admitido a votar
sino después de haber prestado el juramento de ser fieles a
la libertad y a la igualdad. En el Oise hubo menos votantes
en las asambleas primarias de 1792 que en las de 1791 y en
las de 1790. En una decena de departamentos al menos: en
las Bocas del Ródano, el Cantal, el Charenta, el Drôme, el

370
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Hérault, el Lot, el Gers, el Oise, los Altos Pirineos, el Sena y


Marne, se imitó a París y se votó por llamamiento personal y
en alta voz. Lo mismo sucedió en las asambleas primarias del
Mans. Frecuentemente, para terminar, las asambleas
electorales se purificaron ellas mismas expulsando de su seno
a los ciudadanos sospechosos de opiniones anticívicas. El
predominio de los burgueses y de los propietarios se afirmó,
sin duda alguna, y sin oposición casi. Salvo en París y en
alguna que otra gran ciudad, los artesanos y obreros o no
comparecieron a los escrutinios o asistieron a ellos
conducidos dócilmente por sus jefes. En Quingey, en el
Doubs, el dueño de forjas Louvot, presentándose en el local
en que se celebraba la asamblea primaria, acompañado de sus
obreros, que le seguían como rebaño y a toque de clarín,
lanzó de él a los que pudieran oponerse, y se hizo proclamar
elector. Y hay que suponer que el caso no fuera único. Los
diputados a la Convención fueron elegidos por una minoría
decidida. La mayor parte pertenecía a la burguesía, cuyos
intereses estaban ligados a los de la Revolución.

Hubiera sido curioso investigar en qué proporción figuraban


entre los electores los adquirentes de bienes nacionales. Pero
como esta investigación no ha sido hecha, hemos de
contentarnos con saber que entre los 750 diputados elegidos
sólo figuraban dos obreros: el armero Noël Pointe, designado
por el Ródano y Loire, y el cardador de lana Armonville,
elegido por el Marne. Salvo en París, en que toda la

371
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

representación pertenecía a los partidarios del Ayuntamiento


–Robespierre a la cabeza–, las elecciones no fueron influidas,
por así decirlo, por el antagonismo, aún no muy conocido,
entre el Ayuntamiento y la Legislativa, entre la Montaña y la
Gironda. En los departamentos, los revolucionarios, que se
sentían poco numerosos, pensaban más en unirse que en
diferenciarse. Así el futuro girondino Buzot, elegido en el
Eure, lo fue al mismo tiempo que los futuros montañeses
Robert y Thomas Lindet, con los que vivía entonces en
perfecta inteligencia. Los electores se preocuparon ante todo
de escoger hombres capaces de defender la Revolución de sus
enemigos, tanto exteriores como interiores. La monarquía no
encontró defensores. Como los girondinos eran más
conocidos, como poseían la prensa y la tribuna de la
Legislativa, como tenían aún fuerza poderosa en los
Jacobinos, fueron elegidos en gran número. Brissot cantó
victoria en su número del 10 de septiembre. Pero los
electores no habían emitido un voto de partido. No habían
dado a sus elegidos el mandato de vengar las heridas que el
Ayuntamiento había causado a su orgullo girondino.

Pero he aquí que los girondinos no fueron capaces de


sacrificar sus odios. Pétion había sido cruelmente herido en
su vanidad por el fracaso obtenido en la asamblea electoral
de París, que antepuso a su nombre el de Robespierre. La
señora Roland, que dirigía a su viejo marido, sufría mal la
preponderancia que había tomado Danton en el Consejo

372
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Ejecutivo. Brissot, Carra, Louvet, Guadet, Gensonné,


Condorcet, todos los jefes del partido odiaban y detestaban
en Robespierre al hombre que se les había atravesado en el
camino de sus andanzas belicosas, al hombre que había
denunciado sus titubeos y sus maniobras antes y después de
la insurrección, al hombre que les había atribuido el intento
de pactar con la corte y con el enemigo, al hombre que
inspiraba al insolente Ayuntamiento usurpador, y deseaban
tomar revancha de todo ello.

Las cartas íntimas de la señora Roland revelan toda la


profundidad de su odio y de su temor. Estaba convencida de
que el robo de los diamantes de la corona, llevado a cabo en
realidad en el Guardamuebles, por ladrones profesionales, era
obra de Danton y de Fabre de Églantine. Despreciaba y
aborrecía a Danton, que acababa de conseguir se revocase la
orden de arresto dada por el Ayuntamiento en contra de su
marido. No veía para la salud pública otra solución que la de
formar una Guardia Departamental, que estaría de guarnición
en París, y cuya misión consistiría en proteger a la Asamblea.
«No encontraremos salvación –escribía a Bancal– si los
departamentos no envían una guardia que proteja a la
Asamblea y al Consejo Ejecutivo, y si así no se hace, perdéis
lo uno y lo otro. Trabajad en ello activamente y enviádnosla
a pretexto de enemigos exteriores, ante el cual mandaremos
fuera de la capital y para combatirlos, a los parisienses
capaces de defensa, y alegando también el que toda Francia

373
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

concurra a la conservación de los dos poderes que le son tan


queridos y que a todos pertenecen.» Se descubre aquí, en su
origen, la funesta política que, oponiendo los departamentos
a París, llevará, algunos meses más tarde, a la agitación
federalista y a la guerra civil.

Desgraciadamente, la señora Roland fue escuchada, sobre


todo por aquellos que, llenos de miedo, después de la toma
de Longwy, habían proyectado el traslado de todo cuanto
significase poder público central a los departamentos del
Centro y del Mediodía. El 1.º de septiembre, Cambon, que se
sentaba entonces entre los girondinos, y que nunca dejaría
de desconfiar del Ayuntamiento, aun cuando hubo de pasarse
a la Montaña, amenazaba a París con la venganza de los
meridionales: «Si esos despreciables calumniadores llegan,
por nuestra debilidad y ceguera, a convertirse en feroces
dominadores, creedme, señores, los generosos ciudadanos
del Mediodía, que han jurado mantener la libertad y la
igualdad en el país, vendrán en socorro de la capital oprimida
(Vivos aplausos.)... Si, por desgracia, una vez la libertad
vencida, se vieran obligados a retroceder, sin poder incitar
contra los nuevos tiranos el odio, la sed de venganza y la
muerte, no dudéis que nos abrirán, en sus impenetrables
hogares, un asilo sagrado a los desgraciados que podamos
huir del hacha de estos Silas franceses.» Así, para Cambon, si
el socorro departamental, a que aludía, resultaba
insuficiente, se volvería al proyecto de una República

374
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

meridional, ya meditada, en secreto, los días precedentes, en


los conciliábulos de Kersaint y de Roland. Y Cambon
justificaba sus amenazas por los rumores de dictadura que
hasta él llegaban. Acusaciones insidiosas que harán su
camino.

El proyecto de secesión llevado a la tribuna por las palabras


vehementes de Cambon, tenía tal consistencia que hasta
llegó a asustar a Anacharsis Cloots. Éste se apresuró a
desaprobarlo, aunque, por aquel entonces, le horrorizase el
Ayuntamiento. «Franceses –escribía en los Anales Patrióticos
del día 10 de septiembre–: jamás soñemos en refugiarnos en
las montañas meridionales, ello sería acelerar nuestra ruina,
sería demandar nosotros mismos el puntapié de los tiranos
de Europa y muy especialmente el del sultán de Madrid...
París es la capital de los franceses; la conquista de la ciudad
desorganizaría completamente al cuerpo político.» Este
artículo malquistó a Cloots con los Roland y con los demás
girondinos.

Para obtener la Guardia Departamental que los tranquilizara,


los Roland hicieron cuanto pudieron y en su mano estaba
para enloquecer a la Asamblea en los últimos días de su
existencia. Excitaron su horror en contra del Ayuntamiento,
al que representaron como una banda de sicarios y bandidos.
Roland, el 17 de septiembre, anunció a la Asamblea que el
robo del Guardamuebles obedecía «a una gran maquinación»,

375
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

y sin otra transición denunció a la asamblea electoral de


París, que, a creerlo, habría el día anterior propuesto la ley
agraria, es decir, el reparto de las tierras. Pretendían hacer
creer que los asesinos de septiembre no habían quedado
satisfechos y que pronto iban a recomenzar sus tareas: «En
algunos pasquines se aconseja al pueblo el levantarse una vez
más, si no ha perdido sus puñales; conozco a los autores de
estos pasquines y a quienes los pagan.» Esta última
insinuación se dirigía seguramente a Danton quien, por otra
parte, continuaba siendo colega de Roland en el Gabinete. Y
toda esta requisitoria, basada sobre hechos falsos o
desnaturalizados, tenía por fin el llevar a esta conclusión: «Es
preciso, señores, que os rodeéis de una guardia numerosa, de
una guardia que esté a vuestras inmediatas y únicas
órdenes.» Roland, explotando la nota trágica, declaró que
obrando como lo hacía arrostraba la muerte. Y al día
siguiente volvió a la carga.

Fue una gran desgracia que los jefes de la Gironda siguieran


a este viejo soberbio, miedoso e imbécil. Lasource insistió, el
17 de septiembre, sobre tan sombrías profecías, en un
informe oficial presentado en nombre de la Comisión de los
Doce. «Existe –decía–, un proyecto para impedir que la
Convención se reúna... Yo os denuncio este infame
proyecto... Se propone como último recurso el incendiar o
saquear a la ciudad de París a fin de que la reunión del cuerpo
legislativo no pueda tener lugar», y pintaba a los

376
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

revolucionarios parisienses como aliados o agentes de


Brunswick. Vergniaud, de ordinario más sensato, garantizaba
la novela de Lasource. Denunció al Comité de Vigilancia del
Ayuntamiento, retó a los asesinos e hizo decretar que los
miembros del Ayuntamiento responderían con su cabeza de
la vida de los prisioneros. Luego, Pétion, cuando su turno le
hubo llegado, hizo el proceso de los patriotas exagerados y
pérfidos que preparaban, según él, nuevas matanzas. Al día
siguiente, un nuevo decreto, votado a informe de Guadet,
destituía, esta vez definitivamente, al Ayuntamiento
revolucionario, ordenaba su renovación y restablecía al
alcalde Pétion en el ejercicio de todas las funciones de que la
insurrección le había privado. Desde la fecha de este decreto
los mandamientos de arresto sólo podrían ser librados por el
alcalde y los administradores de policía. La campana y el
cañón de alarma sólo podrían sonar mediante mandato
formal del cuerpo legislativo. En este largo duelo de seis
semanas a que el Ayuntamiento y la Asamblea se habían
lanzado fue ésta la que dijo la última palabra.

La victoria final no se explica solamente por los resultados


de las elecciones a la Convención, que habían alegrado,
«reanimado», a la señora Roland; se explica, sobre todo, por
la reacción de sensibilidad que se había producido, después
de las matanzas, en la misma población de París y,
seguidamente, en toda Francia. Los girondinos, que habían
permanecido callados e inactivos cuando los asesinatos y que

377
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

bien pronto habrían de amnistiar, con toda rapidez, las


atrocidades de Aviñón, se cuidaron de excitar dicha
sensibilidad y de explotarla con arte. El 10 de septiembre,
Brissot, presentó en su periódico las matanzas como efecto
de un complot montañés, complot que, según él, tenía por
final el reparto de las tierras y de las fortunas. A orden y
ejemplo de Roland, los publicistas del partido –de los que
muchos, como Louvet, estaban subvencionados por la Caja
de propaganda del Ministerio del Interior– comienzan a
soliviantar al conjunto de los propietarios en contra de los
montañeses. La Gironda se presentó, desde entonces, como
el partido del orden y de la conservación social. Los antiguos
fuldenses fueron tomados bajo su protección. En París, la
sección de los Lombardos, que inspiraba Louvet, seguida de
las secciones del Mail y del Marais, las tres compuestas de
ricos comerciantes, se declararon en defensa de los 28.000
firmantes de peticiones realistas, a quienes el Ayuntamiento
había declarado sospechosos y a quienes la asamblea
electoral había excluido. El 8 de septiembre, la sección de los
Lombardos anunció a la Asamblea que había tomado la
iniciativa de formar, entre todos los buenos ciudadanos de
todas las secciones, «una confederación santa y
conservadora» para la salvaguardia de las personas y de las
propiedades. A demanda formal de los interesados, la
Asamblea decretó que los originales de las peticiones de los
8.000 y de los 20.000 fuesen destruidos. La reacción fue tan

378
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

fuerte que el propio Ayuntamiento se vio obligado a jurar, el


19 de septiembre, que defendería las propiedades.

Pero ¿las propiedades estaban realmente amenazadas? ¿Los


temores de los girondinos estaban justificados? Creemos
llegado el momento de examinar, siquiera sea rápidamente,
la cuestión económica y social, tal cual ella se patentizaba
en aquellos momentos.

Con la guerra, la situación de los artesanos y de los obreros,


y en general de los consumidores, había empeorado. Las
industrias de lujo estaban en huelga forzosa. En agosto, el
asignado perdía en París el 41% de su valor y otro tanto, poco
más o menos, en Marsella, Lille, Narbona, Burdeos, etc. Los
salarios no habían marchado con la prisa necesariamente
bastante para compensar el alza de los productos.

A pesar del buen resultado de la nueva recolección, que fue,


por lo general, más abundante que la de 1791, los mercados
aparecían mal provistos. Los granos se ocultaban y el pan era
escaso y muy caro. Maniobras de los aristócratas, decían los
revolucionarios. Los granjeros preferían guardarse el trigo a
cambiarlo por asignados. Sabían que avanzaba hacia París un
fuerte ejército austríaco. El porvenir les parecía poco seguro,
se mostraban desconfiados y se reservaban. Podían hacerlo
con más facilidades que otras veces, porque la Revolución,
librándoles de la gabela y de los diezmos, les había permitido
poseer algunas economías. No estaban obligados, como en

379
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

pasadas ocasiones, a vender a cualquier precio sus productos


para pagar los impuestos y arrendamientos. A más, los
propietarios de las granjas, que no tenían interés en recibir
en asignados el precio de los arrendamientos, les rogaban
ellos mismos que esperasen, que no demostraran interés en
el pago. Las grandes compras de las administraciones del
Ejército y de la Armada contribuían también a rarificar los
productos y a elevar los precios. El pan de munición había
sido antes una mezcla de trigo y de centeno. Para que
también los soldados se alegrasen de la caída del trono, la
Legislativa había decretado, el 8 de septiembre, que el pan de
la tropa fuese de trigo candeal puro. Como es natural,
aumentó ello, y en cantidad bastante, el consumo de trigo.
La carestía de la vida aumentaba precisamente en los
momentos en que el desarrollo de la Revolución abría al
pueblo perspectivas mayores de esperanzas.

El Ayuntamiento revolucionario representaba los intereses


de las gentes humildes. El 11 de agosto decidió solicitar de
la Asamblea la promulgación de leyes severas en contra de
los vendedores de dinero. Reclamó la derogación del decreto
de la Constituyente que autorizaba la concurrencia del
asignado con las especies amonedadas. «La pena de muerte –
dice su informe verbal–, no le parecería muy rigurosa si se
dictaba contra hombres que especulaban actuando sobre las
calamidades públicas.» Pero la Asamblea, en la que
predominaba la riqueza, se hizo la sorda. Una diputación de

380
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ciudadanos que renovó, el 13 de agosto, la demanda del


Ayuntamiento, no obtuvo mejor fortuna. El Ayuntamiento
encontró el medio de socorrer a la clase indigente utilizando
sus brazos para el movimiento de tierras necesario a la
apertura de trincheras en el campo de París y a razón de 42
sueldos por día. Los artesanos se emplearon en los trabajos
que la industria de guerra reclamaba. Los jóvenes se alistaron
como voluntarios en los ejércitos.

En otras ciudades no pudieron emplearse tales recursos. En


Tours las fábricas de sedería habían tenido que cerrar y
multitud de obreros perecían en la indigencia. A primeros de
septiembre produjeron revueltas pidiendo la tasa del pan. Los
días 8 y 9 del mencionado mes sitiaron al directorio del
departamento y le obligaron a tasar el pan en 2 sueldos, es
decir, en la mitad del precio que antes tenía el ya dicho
producto. El directorio solicitó del cuerpo electoral su
revocación y protestó contra la tasa, que era de naturaleza
tal, según él, que había de ocasionar la no concurrencia del
pan a los mercados.

En Lyon las revueltas fueron más graves. Treinta mil


tejedores de seda estaban en huelga. Para sacarlos de la
miseria, un amigo de Chalier, Dodieu, que presidía la sección
de la Judería, propuso, hacia fines de agosto, el proceder –al
igual de París, decía él– «a la requisa de los granos y harinas
acaparados», a venderlos a un precio determinado y, en fin, a

381
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

nombrar un tribunal especial encargado de castigar los


acaparadores de todas clases. Su fin era «pulverizar el sórdido
interés, la ambición de los acaparadores, favorecidos por la
debilidad o la complicidad moral de los jueces aristócratas».
Habiendo sabido u oído el Club Central que el Ayuntamiento
parisiense había decretado la permanencia de la guillotina,
reclamó de las autoridades igual medida, a fin de imponer a
los agiotistas y a los panaderos que hacen mal pan o
amenazan con dejar de hacerlo, la oportuna pena. La
municipalidad se negó, desde luego, a la petición del Club
Central. Pero en la noche del 25 al 26 de agosto, un grupo se
apoderó de la máquina y la montó en la plaza de Terreaux,
frente a la casa del Ayuntamiento. Los alborotadores
invadieron la prisión. En el bullicio fueron heridos
gravemente dos prisioneros: un falsificador de asignados y un
panadero acusado de fabricar pan en malas condiciones.
Tomó cuerpo la idea de que era preciso instituir el terror en
contra de los acaparadores y servirse de la guillotina para
resolver las dificultades económicas. En su virtud los
jacobinos lioneses se decidieron por la acción directa. En
septiembre, uno de ellos, el comisario de policía Bussat, que
será juez en el tribunal de distrito presidido por Chalier,
redactó una tarifa de objetos y géneros de consumo que se
refería a 60 artículos. Las mujeres formaron grupos
amenazadores y la municipalidad aprobó la tarifa, que se
aplicó durante tres días.

382
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Los campos se encontraban tan agitados como las ciudades


porque en tal época existía un gran número de obreros
obligados a comprar el pan que habían de consumir.

El 11 de agosto de 1792 importantes convoyes de trigo,


destinados al aprovisionamiento del Gard y del Hérault,
fueron detenidos por grupos populares en el canal del
Mediodía, cerca de Carcasona. Los guardias nacionales,
llamados por el departamento del Aude para restablecer el
orden, hicieron causa común con los alborotadores. El grupo
levantisco fue creciendo durante los días siguientes,
reuniéndose 6.000 hombres al son de la campana de alarma.
El 17 de agosto, ante el rumor de que las autoridades habían
llamado a las tropas de línea, una columna de sublevados
marchó sobre Carcasona, se apoderó de los cañones y fusiles
que existían en los almacenes de la ciudad, degolló al
procurador general síndico Verdier y, finalmente,
desembarcó los granos, que fueron almacenados en
Carcasona. Para restablecer el orden fue necesario enviar
4.000 soldados.

Por aquellos días fue preciso, también, desplegar importantes


fuerzas a lo largo del Sena para impedir a los ribereños el
posesionarse del trigo que desde el Havre o desde Ruán se
dirigía a París.

Las autoridades locales, obligadas a ello por los sucesos,


hubieron de tomar, un poco en todas partes, medidas y

383
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

reglamentos análogos a los del Antiguo Régimen. Así, el


departamento del Alto Garona, por un acuerdo del 14 de
agosto, ordenó a las municipalidades el vigilar a los
acaparadores de granos y especialmente a «aquellos que hasta
la fecha no se hubieren dedicado a tal comercio y ahora se
lancen a través de los campos para comprar trigo». Es decir
que el comercio de trigo dejaba de ser libre y sólo podría
ejercerse con el permiso y bajo la vigilancia de las
autoridades. El decreto del Alto Garona imponía a éstas el
deber de controlar la personalidad de los compradores y el de
conducir ante los tribunales a los no autorizados, «para ser
juzgados con todo el rigor de las leyes», leyes que, por otra
parte, no existían. Las autoridades debían, también, arrestar
a «los mal intencionados que se personasen en los mercados
no para comprar los artículos necesarios a su propio
consumo, sino para luego revenderlos, encareciendo así el
precio de las mercancías». También, y el 14 de septiembre, el
mismo departamento del Alto Garona decretó el curso
forzoso de los billetes de confianza.

Bastan estos ejemplos para comprender la inquietud que se


adueñó de los comerciantes y de los propietarios, ante los
rumbos que parecía llevar la Revolución del 10 de agosto.
Sentían y apreciaban que llegaba hasta ellos el odio sordo de
los proletarios. Por otra parte, y sin cesar, se les hacía objeto
de nuevas imposiciones. Los voluntarios no consentían en
alistarse sino cuando se les prometía, para el momento de la

384
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

partida, una especie de prima de reenganche, cuyo importe


debía de ser abonado por los ricos. Exigían, también, socorros
en metálico para sus mujeres y para sus hijos. Las
municipalidades se procuraban las sumas necesarias por
colectas más o menos voluntarias. Se encontraba natural que
los ricos, que no abandonaban sus hogares, debían
indemnizar a los que partían para defender sus bienes. Por su
parte, los ricos, con la ley en la mano, entendían que no
estaban obligados al pago de estas repetidas contribuciones
que se les imponían. Para protestar y rebelarse sólo
esperaban una señal y un pretexto.

En los momentos mismos en que embargaba a todos los


ánimos la emoción producida por la noticia de la toma de
Verdún, cuando ya habían comenzado las matanzas en las
prisiones, en la noche del 2 al 3 de septiembre, el
Ayuntamiento revolucionario, para alimentar al ejército de
voluntarios a cuya leva estaba procediendo, decidió solicitar
de la Legislativa un decreto que obligara a los productores y
tenedores de trigo a entregar sus granos cuando fuesen
requisados para tal necesidad. Danton, siguiendo su
costumbre, hizo suya la idea lanzada por el Ayuntamiento y
al día siguiente, 4 de septiembre, hizo firmar a sus colegas
del Comité Ejecutivo, excepción hecha de Roland, una
proclama que ordenaba medidas extraordinarias para
constreñir a los propietarios a vender sus granos a los
agentes militares y a proporcionarles los carros necesarios,

385
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

esto por vía de requisa. El precio debía ser fijado por los
cuerpos administrativos. Se ordenaba, como puede
apreciarse, no sólo la venta forzosa sino que, también, la
tasa.

Poco después la Legislativa se vio obligada, por sus decretos


del 9 y del 16 de septiembre, a extender al aprovisionamiento
civil los principios ya sentados para el militar. Las
municipalidades fueron autorizadas para requisar los obreros
necesarios para transportar los granos y aun para cultivar las
tierras, y los cuerpos administrativos para aprovisionar a los
mercados mediante requisas hechas a los particulares. Se
ordenó que hicieran éstos declaraciones de sus existencias.
Los individuos que se negaran a las requisas serían castigados
con la pérdida de sus granos y con una pena que podía llegar
a un año de trabajos forzados. No se atrevieron los que tales
órdenes dictaban a establecer la tasa para el
aprovisionamiento civil. Estas leyes, después de todo, no
hacían otra cosa que legalizar un estado de hecho, ya que
muchas municipalidades y cuerpos administrativos habían
tomado, por su propia autoridad, las medidas que ahora se
les ordenaban. Así, el 3 de septiembre, el distrito de
Chaumont había invitado a todas las municipalidades de su
jurisdicción a hacerse cargo de todo el trigo de la nueva
cosecha y a conducirlo al mercado.

386
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Los comisarios que el Comité Ejecutivo había decidido enviar


a los departamentos, para acelerar el alistamiento de
voluntarios, vigilar a los sospechosos e imprimir todo
esfuerzo a la defensa nacional, partieron el 5 de septiembre
llevando con ellos la proclama del día 4 que prescribía la
requisa de las subsistencias. Sus actuaciones tardarían poco
en servir de motivo a vivas críticas.

La mayor parte de ellos habían sido designados por Danton y


tomados de entre los miembros del Ayuntamiento. El Comité
Ejecutivo los invistió de amplios poderes. Se les confirió el
derecho «de hacer, cerca de las municipalidades, de los
distritos y de los departamentos, cuanto ellos juzgasen
necesario para la salud de la patria». La fórmula era tan
amplia que podía ser extendida a todas las iniciativas. En el
Yonne, los comisarios Chartrey y Michel, creyeron
indispensable, «teniendo en cuenta el descontento que les
habían manifestado los habitantes de los distritos de Sens,
Villeneuve-sur-Yonne, Joigny y los de Auxerre, respecto de
los administradores del departamento del Yonne y de sus
directorios de distritos», constituir un Comité de Vigilancia,
compuesto por quince miembros, que fuera el encargado de
tener conocimiento de todas las decisiones y actuaciones de
los administradores de los distritos de la circunscripción, de
recibir todas las quejas de los administrados, fuese cual fuera
su naturaleza, así como sus reclamaciones contra los
tribunales y de llevar registro de todo ello. Esta comisión,

387
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

extralegal, de vigilancia, cuyos miembros fueron designados


por el club local, fue presidida por el comerciante Villetard y
se instaló, el día 10 de septiembre, en uno de los salones de
la administración municipal. Sus miembros prestaron
juramento en manos de Chartrey y Michel «de denunciar, bajo
su responsabilidad respectiva, a todos aquellos que pusieran
obstáculos a la buena marcha de la cosa pública». Tomaron
en serio su misión y aun la ejercían a fines de octubre, a
satisfacción, parece ser, de las mismas autoridades. Ignoro si
se tomaron medidas semejantes por los comisarios que
actuaban en los demás departamentos. Lo que sí es cierto es
que muchos departamentos no se resignaron de grado a las
medidas extraordinarias por los comisarios tomadas y que
ellos consideraron como usurpaciones vejatorias e
intolerables.

El departamento del Alto Saona rehusó el recibir a los


comisarios Danjou y Martin, redújolos a prisión y los hizo
conducir a París, en conducción ordinaria, por la
gendarmería nacional. No pudieron, por tanto, cometer
exceso alguno de poder, siendo puestos en libertad, el día 5
de octubre, por el Consejo Ejecutivo, quien ordenó la
formación de expediente en averiguación de la conducta
seguida por el departamento.

En el Eure, los comisarios Momoro y Dufour, para justificar


las requisas, distribuyeron una declaración de derechos,

388
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

redactada a su placer, en la que se leía: «1.º La Nación


reconoce las propiedades industriales, asegurando y
garantizando su inviolabilidad. 2º La Nación asegura
igualmente a los ciudadanos la garantía e inviolabilidad de lo
que falsamente se llama propiedad territorial, hasta el
momento en que las leyes establezcan preceptos sobre este
particular.» Esta amenaza de ley agraria, de atentado a la
propiedad territorial, provocó en contra de los comisarios
una sorda agitación. La municipalidad de Bernay les hizo
arrestar el 8 de septiembre y los condujo ante la asamblea
electoral del Eure, cuyo presidente Buzot los puso en libertad
luego de haberles exhortado a que se condujeran con
circunspección y se limitaran al objeto de su misión.

Algunos días más tarde, en Calvados, los comisarios Goubeau


y Cellier fueron arrestados por la municipalidad de Lisieux,
que les reprochaba haber alarmado a la población y cometido
actos arbitrarios.

Digamos, para terminar, que el departamento del Finistère


hizo arrestar a Guermeur, a quien el Consejo Ejecutivo había
enviado a Brest y a Lorient «para buscar en los arsenales las
armas destinadas al equipo de los voluntarios». Guermeur
había censurado a Roland, a Guadet, a Vergniaud, y había, en
cambio, elogiado a Robespierre y distribuido folletos de
Marat. Se vio preso durante varios meses, siendo preciso un
decreto terminante de la Convención, fechado a 4 de marzo

389
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de 1793, para obligar a las autoridades del Finistère a que lo


pusieran en libertad.

No hay para qué advertir que la Gironda explotaba todos estos


incidentes para alimentar su campaña contra el
Ayuntamiento y contra la Montaña. Roland aprovechó la
ocasión para herir a Danton a través de los desgraciados
comisarios. El 13 de septiembre dirigió una comunicación a
la Asamblea quejándose de los abusos de poder que cometían.
A su decir, sembraban la inquietud y habían llevado a cabo,
en AncyleFranc, pesquisas arbitrarias para descubrir la
existencia de plata labrada. Se habían presentado en la
asamblea electoral de Sena y Marne, la que, a sus exigencias,
había adoptado la práctica del voto en alta voz, el
nombramiento de los párrocos por los municipios y
expresado el deseo de que se construyese un cañón del
calibre de la cabeza de Luis XVI, a fin de que, en caso de
invasión, se pudiese enviar a los enemigos la cabeza de este
traidor. La Asamblea se impresionó y al día siguiente,
Vergniaud hizo votar un decreto que limitaba los poderes de
los comisarios a las solas operaciones de reclutamiento,
prohibiéndoles hacer requisas y destituciones. Se anularon
las que ya se habían hecho y se ordenó a las autoridades
locales que procediesen a su arresto en caso de
desobediencia. El 22 de septiembre fueron llamados otra vez
a París en virtud de un decreto del Consejo Ejecutivo y
Roland, en una circular, los hizo objeto de una censura

390
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

colectiva, por haber ocasionado perturbaciones y expuesto la


seguridad de las personas y de los bienes.

Toda la prensa girondina denunció, con unanimidad


admirable, a cuantos pertenecían a las fracciones del
Ayuntamiento y de la Montaña, presentándolos como
«anarquistas» y como partidarios de la ley agraria. Brissot en
su periódico, el 17 de septiembre; Carra, el 19, en los Anales
Patrióticos. «Todo hombre que hable de ley agraria –decía
éste–, y de reparto de tierras, es un decidido aristócrata, un
enemigo público, un malvado al que se ha de exterminar». Y
Carra hacía observar que una tal predicación, atemorizando
y espantando a los propietarios, impediría la venta de los
bienes de los emigrados. Keralio, en la Crónica del 22,
denunciaba con violencia a Momoro y sus secuaces «que
quieren degradar a los hombres convirtiéndolos en brutos y
haciendo entre ellos la tierra común». Cloots, el banquero
cosmopolita, lanzaba a los perturbadores una sentida
reprensión: «Hombres absurdos o pérfidos se complacen en
extender el terror en el alma de los propietarios. Se quiere
sembrar la cizaña entre los franceses que viven del producto
de sus tierras y los franceses que viven de los productos de
sus industrias. Este proyecto de desorganización parece
salido de la oficina de Coblenza.» Brissot dirá más tarde y más
claramente que los desorganizadores eran agentes de los
prusianos.

391
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Exageradas, afectadas o sinceras, las alarmas de los


girondinos se basaban sobre algunos hechos precisos. No
prueba nada el que los comisarios del Consejo Ejecutivo
hayan imitado a Momoro y distinguido entre propietarios
industriales y propietarios territoriales para hacer caer sobre
éstos una amenaza, desde luego vaga y lejana. Pero el que
hubiera, aquí y allá, revolucionarios que pidiesen un
suplemento de revolución social y que, para poner fin a la
crisis económica, propusiesen medidas de carácter más o
menos comunista, restricciones más o menos extensas al
derecho de propiedad, esto es algo que nadie puede poner en
duda.

El párroco de Mauchamp, Pierre Dolivier, después de los


graves disturbios de la Beauce, en la primavera de 1792, en
una petición a la Asamblea en la que reclamaba la amnistía
para los labriegos arrestados con ocasión de la muerte del
alcalde de Étampes, Simoneau, se atrevió a oponer el derecho
natural al derecho de propiedad, la justicia primitiva a la
justicia legal. «Sin remontar a los verdaderos principios –
escribía–, según los cuales la propiedad puede y debe tener
límites, es lo cierto que los que se llaman propietarios lo son
sólo por concesión de la ley. La nación es la única verdadera
propietaria del suelo de su territorio. Y suponiendo que la
nación haya podido y debido admitir el modo que conocemos
para la existencia de la propiedad privada y para su
transmisión, ¿lo ha podido hacer de manera tal que resulte

392
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

despojada de su derecho de soberanía sobre los productos, y


de modo que al acordar los derechos a los propietarios no
haya dejado ninguno a los que no aparecen como
propietarios, de manera tal que no les queden a éstos ni los
imprescriptibles que les concede la Naturaleza?» Claro es que
podría hacerse un argumento más concluyente aún, pero,
para establecerlo, sería necesario examinar en sí mismo lo
que pueda constituir el derecho real de propiedad, y esto no
es de este lugar. Rousseau ha dicho en alguna parte que:
«quien come un pan que no ha ganado lo roba». Se encontrará
demasiado atrevido el lenguaje de este cura jacobino; se dirá
que es socialista. Pero este socialismo no tiene como única y
más importante fuente la filosofía extremista y el derecho
natural; aparece, más bien, presentado con un tinte
demasiado arcaico. ¿Hacía otra cosa Dolivier que revertir a
la nación el derecho inminente que los antiguos reyes
ejercían sobre las tierras todas de su imperio? La nación era
presentada como sucesora de Luis XVI. El socialismo de
Dolivier no tenía, por otra parte, por fin sino el de justificar,
en el solo caso de miseria y penuria, la vuelta a la tasa y a la
antigua reglamentación abolidas por la Constituyente. Es
moderno, si se quiere, por su acento, pero es muy antiguo en
su forma jurídica, en su espíritu evangélico; tanto en su
objeto como en sus medios.

393
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Debe notarse que todas las manifestaciones, más o menos


socialistas, que se formulan en tales días están inspiradas por
la preocupación de resolver la crisis de las subsistencias.

En Lyon, un funcionario municipal, apellidado Lange, al que


Michelet considera, en unión de Babeuf, como uno de los
precursores del socialismo moderno, había propuesto en el
verano de 1792 todo un sistema de nacionalización general
de subsistencias, en un folleto titulado: Medios simples y
fáciles para lograr la abundancia y el justo precio del pan.
Lange establecía el principio de que el precio de las
mercancías debía estar regulado no por las pretensiones de
los propietarios sino por los recursos de los consumidores. El
Estado compraría toda la cosecha a los cultivadores,
mediante un precio fijo que los pusiera a cubierto de las
fluctuaciones del mercado. Una Compañía formada por
colonos y con capital, representado en acciones, de mil
doscientos millones, controlada por el Estado, y
administrada por los cultivadores y por los consumidores,
que serían también poseedores de un determinado número
de acciones, almacenaría la cosecha total en 30.000
graneros, llamados «de abundancia», y fijaría el precio del
pan, que sería uniforme en toda Francia. Como puede
apreciarse, no se trata de un punto de vista teórico sino de
un sistema muy estudiado hasta en sus menores detalles. La
Compañía aludida sería al mismo tiempo compañía de
seguros contra el granizo, el incendio y los daños de toda

394
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

especie. Lange había hecho, el año precedente, profesión de


fe socialista.

Eran, sobre todo, los sacerdotes quienes propagaban las ideas


subversivas. En París, en el estío de 1792, se dio a conocer el
abate Jacques Roux, vicario de San Nicolás de los Campos,
quien pronunció, el 17 de mayo de 1792, un discurso muy
violento sobre los medios de salvar a Francia y a la libertad:
«Pedid –decía–, que se aplique la pena de muerte a los
acaparadores de comestibles, a los que comerciando con el
dinero y fabricando monedas por bajo de su valor natural,
desacreditan nuestros asignados, elevan el precio de los
productos a un punto excesivo y nos hacen marchar a
grandes pasos hacia el puerto de la Contrarrevolución.»
Quería él reglamentos severos sobre policía de productos y
abastos y que se estableciesen almacenes públicos en que los
precios se fijasen por concurso. Nada hay en Roux de
comunismo y sí sólo amenazas terroristas contra los abusos
de la propiedad.

También los campos estaban trabajados por estas


propagandas. En el Cher, el cura de Épineuil, Petitjean, decía
a sus feligreses el día 10 de agosto: «Los bienes van a ser
comunes, sólo habrá una bodega y un granero, del que cada
uno tomará lo que le sea necesario.» Aconsejaba formar
depósitos, en cantinas o graneros especiales, de las cosas que
serían comunes en su adquisición de modo tal que ya no

395
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

fuese preciso el dinero. ¡Medio radical de poner fin a la crisis


monetaria! Invitaba a los habitantes de su parroquia a
«consentir libremente en el abandono de todas sus
propiedades y en el reparto general de todos sus bienes». Les
exhortaba, en fin, a no pagar más los arrendamientos. Su
propaganda «incendiaria» le valió el ser arrestado el 23 de
septiembre de 1792 y condenado por contumacia a seis años
de trabajos forzados, según sentencia del Tribunal Criminal
de su departamento fechada a 18 de diciembre del propio
año. La pena fue reducida, en apelación, a un año de prisión.

Un publicista oscuro y bastante fecundo, Nicolas de


Bonneville, que en 1790 había fundado el periódico La Boca
de Hierro y que, en los tiempos a que venimos haciendo
referencia había creado un círculo social al que denominó Los
Amigos de la Verdad y en el que predicaba constantemente
el abate Gauchet, en relación, sin duda, con los francmasones
iluminados de Alemania, reeditó, hacia el 10 de agosto, un
libro singular titulado Del espíritu de las religiones, cuya
primera edición apareció el día siguiente de Varennes, sin
que llamase entonces la atención, pero que caía esta vez en
terreno propicio. Se encuentra expuesta en él, en medio de
un plan de ciudad futura, la necesidad de la ley agraria, en
páginas de expresión sibilina pero de significación bien neto:
«¡Jehová! ¡Jehová! Los hombres íntegros te rinden un culto

396
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

eterno. Tu ley6 es un culto eterno. Tu ley es el terror de los


soberbios. Tu nombre y contraseña y la Ley de los Francos...
/ Agraria! » Se leía también, en el capítulo 39, titulado De un
medio de ejecución para preparar el reparto universal de
las tierras: «El solo medio posible de llegar a la gran
Comunión social es el de dividir las heredades territoriales
en partes iguales y determinadas entre los hijos del difunto
y el llamar al reparto del resto a los demás parientes. Fijad,
desde hoy, la herencia de cada hijo o nieto en cinco o seis
arpentas y que los demás parientes se repartan, igualmente,
el resto de la herencia. Estaréis, aún, bastante lejos de la
justicia y de las declaraciones que tenemos hechas sobre los
derechos iguales e imprescriptibles de todos los hombres...»

La ley agraria de que los girondinos se horrorizaban no era,


pues, ni un mito ni un fantasma. Oscuros revolucionarios,
sacerdotes en su mayor parte, sueñan con una revolución
más profunda que la que acababa de llevarse a término y la
que habría de realizarse a costa de los burgueses y de los
propietarios. Los contrarrevolucionarios alarmaban a éstos
desde hacía tiempo repitiéndoles que lógica y fatalmente
habría de seguir la supresión de los privilegios debidos a la
fortuna a la supresión de aquellos que el nacimiento
engendrara. Y ¿no comenzaban los hechos a darles la razón?
Se habían suprimido, sin indemnización, los derechos

6
6 Subrayado en el texto, así como lo que sigue.

397
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

feudales no fundados sobre un título primitivo; y en los


precisos momentos en que se discutía la medida, el 14 de
junio de 1792, un diputado, apellidado Dieron, se sirvió, para
intentar descartar la propuesta que se hacía, y que él
condenaba, de una hábil estratagema: «No sería fácil negar –
dijo–, que muchos propietarios territoriales no hayan sido
usurpadores. Pues bien, como extensión del principio
decretado, pido que todas las propiedades territoriales cuyo
título primitivo no pueda ser reproducido por exhibición sean
declaradas bienes nacionales.» Esta petición, formulada por
vez primera en la forma y en el momento dichos volvería a
reproducirse y a ser aprobada por la Asamblea después del 10
de agosto. Los ricos comenzaron a ver que su derecho de
propiedad era limitado por requisas y tasas, que eran objeto
de múltiples contribuciones y ¿cómo no iban a creer que la
ley agraria constituía un peligro serio, sobre todo cuando los
girondinos, que aún pasaban por revolucionarios, lanzaban
anatemas a los comunistas? El temor a la ley agraria produjo
movimientos en muchos departamentos. En el Lot la
asamblea electoral dirigió un llamamiento a los campesinos
para disuadirles de repartir entre ellos los bienes de los
emigrados.

La Legislativa había exigido a todos los magistrados, a todos


los funcionarios, a todos los electores, el juramento de ser
fieles a la Libertad y a la Igualdad. Los administradores del
departamento del Marne expresaron el temor de que al jurar

398
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

fidelidad a la Igualdad consintieran, ellos, en el reparto por


igual de las fortunas, de que jurasen, en una palabra, lo que
entonces se llamaba «igualdad de hecho». Muchas asambleas
electorales, como las del Eure, del Cantal y del Indre,
protestaron contra la predicación de la ley agraria y
reclamaron el mantenimiento de la propiedad. El montañés
Thomas Lindet, obispo del Eure, había escrito a su hermano
Robert, el 20 de agosto de 1792: «La Revolución nos lleva
lejos. ¡Cuidado con la ley agraria!»

Concedamos, pues, a los girondinos que sus alarmas no


carecían, en absoluto, de fundamento. Pero preguntémonos
si estaban en su derecho al confundir los montañeses con los
comunistas.

Los comunistas, por otra parte, no formaban un partido. Eran


individuos aislados sin lazos entre ellos de género alguno. El
lionés Lange era apenas conocido aun en su pueblo. La
notoriedad de Jacques Roux no había traspasado, por aquel
entonces, las estrechas callejuelas de su sombrío barrio de
Gravilliers. Cuando, después del 10 de agosto, intentó ser
elegido diputado para la Convención, por todo tener llegaría
a contar con sólo dos sufragios a su favor y habría de
contentarse con un fajín municipal. Petitjean era aún más
desconocido. Sólo Momoro y Bonneville gozaban de alguna
reputación. Momoro era uno de los miembros más
influyentes de los Cordeleros y bien pronto tomó asiento

399
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

entre los miembros del nuevo directorio del departamento de


París. Más tarde sería uno de los jefes del hebertismo.
Bonneville dirigía un periódico y una imprenta. Mas, atrevido
con la pluma en la mano, era muy tímido en la acción
práctica. Todas sus relaciones, todas sus amistades, le
ligaban a los girondinos. Recibirá encargos de Roland, se
situará entre sus partidarios y atacará a los montañeses en
su Boletín de los Amigos de la Verdad. Este teórico de la ley
agraria inspiraría a los girondinos confianza y simpatía.
Brissot, que le llamaba su amigo, lo había recomendado a los
electores para que le concediesen un puesto en las elecciones
para la Convención.

El Ayuntamiento había jurado respetar las personas y las


propiedades. Nada le permitía el solidarizarse con Momoro.
En cuanto a los jefes montañeses, si sus simpatías y sus
intereses les llevaban a satisfacer a su clientela de
descamisados, si estaban prestos a adoptar las medidas, aun
las más radicales, propuestas para atenuar la crisis de las
subsistencias y el encarecimiento de la vida, nada prueba que
alimentasen segundas intenciones comunistas. Aceptaron
las requisas porque parecía exigirlas la situación, pero
resistieron mucho tiempo al establecimiento de las tasas que
los agitadores populares reclamaban. Querían tomar
precauciones contra los abusos del derecho de propiedad,
subordinar éste al interés público, pero nunca soñaron en
suprimirlo.

400
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

En el mes de julio de 1792 Marat había denunciado a la


riqueza y a la desigualdad social como fuentes de esclavitud
de los proletarios: «Antes de soñar en ser libres –decía–, es
preciso soñar en vivir.» Lleno de indignación se había
levantado en contra de los plutócratas insolentes que
devoraban en una cena las subsistencias de cien familias.
Reina en todos sus escritos un sincero y conmovido acento
sobre la miseria de los pobres, a los que tan bien conoce.
Vitupera a los acaparadores, les amenaza con la justicia
popular; pero se buscaría en vano la exposición de un sistema
social salido de su ardiente pluma.

Hébert, cuyo Padre Duchesne comenzó a extenderse en su


circulación, repetía a los ricos que sin los descamisados, sin
los voluntarios y los federados, haría ya tiempo que estarían
bajo la férula de los prusianos. Les echaba en cara su avaricia,
pero, en esta época, estaba tan desprovisto como Marat de
toda idea de plan y reforma económica.

Robespierre era, desde hacía largo tiempo, el jefe indiscutible


del partido montañés. Bajo la Constituyente había tomado,
en toda ocasión, la defensa de los pobres y los débiles. Había
protestado, el primero, con un ardor incansable, contra el
régimen electoral censitario que se había desmoronado, al
fin, ante el vigor de sus golpes; había protestado contra la ley
marcial, reclamando el armamento del pueblo; a propósito de
la supresión de los mayorazgos había dicho: «Legisladores,

401
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

nada habréis hecho en favor de la libertad, si no tendéis a


disminuir, por medios suaves y eficaces, la extrema
desigualdad de las fortunas»; quería limitar el derecho de
sucesión, y un comunista tan conocido como Babeuf –en su
carta a Coupé del Oise, fecha 10 de septiembre de 1791–
ponía en él todas sus confianzas. Es un hecho significativo el
de que Robespierre reprodujese íntegramente en su periódico
El Defensor de la Constitución, la petición del cura de
Mauchamp contra Simoneau haciéndola seguir de
comentarios de simpatía. Se quejaba, en esta ocasión, de que
los beneficiarios de la Revolución despreciasen a los pobres.
Atacaba con fría violencia la oligarquía burguesa. Pero
repudiaba formalmente al comunismo. Trata a la ley agraria
de «absurdo espantajo, presentando a hombres estúpidos por
hombres perversos», «como si los defensores de la libertad
fuesen insensatos capaces de concebir un proyecto tan
perjudicial como injusto e impracticable». En este punto
jamás cambió Robespierre. Ha considerado siempre al
comunismo como un sueño imposible e insensato. Quería
poner límites al derecho de propiedad, prevenir sus abusos.
Pero jamás soñó en suprimirlo.

En cuanto a Danton, en la primera sesión de la Convención


se precipitaría a la tribuna para reprobar a los comisarios del
Comité Ejecutivo, a los Momoro y a los Dufour que habían
amotinado a los propietarios con sus predicaciones

402
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

subversivas. Puede afirmarse que en la Convención no hubo


un solo comunista declarado.

¿Quiere esto decir, como se ha asegurado con ligereza, que


no existía entre girondinos y montañeses desacuerdo alguno
de principios, que unos y otros sólo se encontraban separados
por rivalidades personales y por la concepción del papel que
la capital debía desempeñar en la dirección de los asuntos
públicos? Nada sería más inexacto. Entre girondinos y
montañeses el conflicto es profundo. Es casi un conflicto de
clases. Los girondinos, como lo ha hecho notar Daunou,
comprendían «un gran número de propietarios y de
ciudadanos instruidos»; tenían ellos el sentimiento de las
jerarquías sociales, que querían conservar y fortificar.
Sentían una especie de repugnancia instintiva hacia el
pueblo grosero e inculto. Consideraban el derecho de
propiedad como un absoluto intangible. Creían incapaz al
pueblo y reservaban a su clase el monopolio gubernamental.
Todo cuanto tendía a poner trabas a la acción de la burguesía
propietaria les parecía un mal. Profesaban, con Roland, el
liberalismo económico más completo. El Estado más perfecto
era, para ellos, el Estado menos prevenido en contra del
individuo.

Los montañeses, por el contrario, representaban a las clases


bajas, a los que sufrían la crisis provocada por la guerra, a los
que habían derribado al trono, a los que habían logrado los

403
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

derechos políticos merced a la insurrección. Menos dados a


las teorías que los girondinos, más realistas, porque estaban
más cerca de la verdad de las cosas, comprendían que la
situación terrible por la que Francia atravesaba reclamaba
medidas extraordinarias. Al derecho de propiedad oponían el
derecho a la vida, al interés individual el interés público. No
comprendían que, a pretexto de respeto a los principios, se
pudieran poner en parangón una clase y la patria. Estaban
prestos a recurrir, en caso de necesidad, a limitaciones de la
libertad y propiedad particulares o individuales, si así lo
exigían los superiores intereses de la masa.

Los girondinos no detestaban en París solamente a la ciudad


que los había provocado y repudiado, sino a la población que,
la primera, había realizado la política de la superior salud
pública, a la que proclamó y llevó a cabo las medidas
dictatoriales que la clase por ellos representada debía
arrostrar y padecer. No el miedo, sino el instinto de
conservación era lo que les forzaba a estar enfrente de los
montañeses.

Esta oposición fundamental entre los dos partidos se hizo


patente y definida en los escritos que, simultáneamente,
hicieron aparecer en octubre, Brissot de una parte y
Robespierre de otra. El primero, en su Llamamiento a todos
los republicanos de Francia, publicado con ocasión de haber
sido dado de baja en las listas del club de los Jacobinos,

404
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

escribía lo siguiente: «Los desorganizadores son aquellos que


quieren nivelarlo todo: propiedades, bienestar, precio de los
productos, servicios a rendir en provecho de la comunidad,
etc.; los que quieren que el obrero del campo reciba la misma
indemnización que los legisladores, los que quieren nivelar
aun los talentos, los conocimientos y las virtudes, porque
ellos no tienen nada de esto.» Y Brissot, después de haber
tomado, así, bajo su protección, a cuantos tenían algo que
conservar, contaba entre los «desorganizadores» a Marat, a
Chabot, a Robespierre y a Collot de Herbois. El nombre de
Danton no aparece en la lista.

Robespierre, por su parte, en el primer número de sus Cartas


a sus Electores, desarrollaba netamente el programa
diametralmente contrario: «La realeza está aniquilada –
decía–, la nobleza y el clero han desaparecido, comienza el
reino de la igualdad.» Y se dedicaba, seguidamente, a un vivo
ataque contra los falsos patriotas «que no quieren constituir
la república sino para ellos solos, que no entienden se debe
gobernar sino en interés de los ricos y de los funcionarios
públicos». A estos falsos patriotas oponía él los verdaderos
«los que quieren fundamentar la república sobre los
principios de la igualdad y del interés general». «Observad –
añadía–, cuan general y constante es la propensión de ligar
las ideas de sedición y pillaje con las de pueblo y pobreza.»

405
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Nadie podía llamarse a engaño. La rivalidad de la Gironda y


la Montaña, nacida al considerar la cuestión de la guerra,
envenenada por la cuestión de la destitución del rey, no es,
después del 10 de agosto, una rivalidad solamente política.
La lucha de clases se esbozaba. Pero Baudot ha visto bien que,
para muchos montañeses, entre los que él se contaba, la
política de aproximación y de colaboración con las masas fue,
sobre todo, una táctica impuesta por las necesidades de la
guerra. La mayor parte de los montañeses era, como los
girondinos, de origen burgués. La política de clases, que ellos
inauguran, no surgía plenamente de las entrañas del pueblo.
Fue una política de circunstancias, una manera plebeya, dice
Carlos Marx, de acabar con los reyes, los sacerdotes, los
nobles, con todos los enemigos de la Revolución. Pero esto
basta para oponerla radicalmente a la política girondina.

406
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO IV

VALMY

La caída de la realeza, como un año antes la huida a


Varennes, debía, necesariamente, aumentar la tensión entre
la Francia revolucionaria y las potencias monárquicas, aún
en paz con ella.

Inglaterra llamó a su embajador en París, lord Gower, y éste


remitió al Consejo Ejecutivo, antes de su partida, el 23 de
agosto, una nota bastante seca en la cual el rey Jorge, al
mismo tiempo que afirmaba su neutralidad, expresaba «su
interés por la situación de Sus Majestades Cristianísimas y
de la familia real», en una forma que contenía algo de
ofensivo y amenazador para los nuevos amos de Francia.
Algunos días más tarde, el 2 de septiembre, el encargado de
los asuntos ingleses, W. Lindsay, pedía, a su vez, sus
pasaportes y se marchaba a Londres. Grenville notificaba a
nuestro embajador Chauvelin que no volvería a ser recibido
en la corte.

Catalina de Rusia expulsó a nuestro encargado de asuntos,


Genêt.

Se supo que los dos Hesse unían sus tropas a las de Austria y
Prusia y se esperaba, de un día a otro, que la Dieta del Imperio
nos declarase la guerra.

407
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La muerte de los soldados suizos encargados de la defensa de


las Tullerías había provocado, más allá del Jura, una viva
indignación contra los franceses. Los señores de Berna
levantaban regimientos y a pretexto de que la neutralidad de
la ciudad libre de Ginebra estaba amenazada por las tropas
que Montesquiou concentraba sobre el Iser, enviaban
guarnición a esta ciudad, con desprecio de los tratados que
regulaban sus relaciones con Francia. Era lógico creer que los
habitantes de Berna y Zúrich arrastrasen en su actitud a los
demás cantones.

El 11 de agosto, Iriarte, embajador de España en París, pedía


sus pasaportes, y no muchos días después su Gobierno
informaba a Austria que procedía a movimientos de tropas a
todo lo largo de los Pirineos. Hasta las potencias minúsculas
se permitieron retirar las relaciones diplomáticas y aun
amenazarnos. El príncipeobispo de Lieja, miembro del Sacro
Imperio germánico, se negó a recibir a Pozzi de Aubignan que
habíamos enviado a su corte en calidad de ministro
plenipotenciario.

En su informe del 23 de agosto, el ministro Lebrun hubo de


confesar que sólo se mantenían relaciones amistosas con
Dinamarca y Suecia, felicitándose de que el embajador de
Holanda siguiera aún en París. Éste fue llamado a su patria a
los pocos días.

408
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El círculo se apretaba contra la Francia revoluciona, excluida


de la Europa monárquica.

El Ayuntamiento y la Montaña aceptaban esta situación sin


temblar. El procurador del Ayuntamiento, Manuel, anunció a
la Asamblea, el 21 de agosto, que el embajador de Venecia se
disponía a marchar aquella noche con 14 personas más. «¿La
Asamblea –preguntó–, debe dejar marchar a los embajadores
de las potencias extranjeras antes de que esté segura de que
los representantes diplomáticos suyos serán respetados en
las diversas cortes de Europa?» Esto valía tanto como
aconsejar el que se guardaran en rehenes los ministros
extranjeros, acreditados de los reyes, y practicar la política
preventiva de represalias. La Asamblea no se atrevió a tomar
decisión alguna y dejó, de hecho, la dirección de la
diplomacia al Comité Ejecutivo.

El Consejo pensó, al principio, adoptar medidas enérgicas y


así, el 24 de agosto, al día siguiente de la marcha de lord
Gower, decidió llamar a Chauvelin, nuestro embajador en
Londres; mas el 6 de septiembre volvió sobre su acuerdo y
mantuvo a Chauvelin en supuesto. La toma de Longwy y la
de Verdún, ocurridas en el intervalo, habían amortiguado su
primitivo ardor.

El mismo Danton, que con tanta energía se había opuesto a


la evacuación de París, aconsejada por Servan y Roland, daba
su adhesión y aun concedía su participación activa a una

409
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

política de negociaciones y concesiones a las potencias


monárquicas. El 28 de agosto hacía mandar a Londres, para
negociar con Pitt, al antiguo abate Noël, amigo suyo,
periodista en 1789 y al que Dumouriez había nombrado, en
la primavera de 1792, jefe de sección en el Ministerio de
Negocios Extranjeros. Noël llevó con él a Londres a dos
parientes de Danton: su medio hermano Recordain y su
familiar Mergez. Noël mantenía asidua correspondencia con
Danton. Las instrucciones que se le habían dado eran las de
mantener a todo precio la neutralidad de Inglaterra. Estaba
autorizado, para conseguirlo, a concederle la isla de Tabago,
entregada a Francia como consecuencia del reciente tratado
de Versalles. Debía darle, también, seguridades respecto a las
intenciones del Comité Ejecutivo por lo que se refería a
Holanda. Apenas llegado Noël a Inglaterra, en donde bien
pronto habría de juntársele otro agente secreto, también
amigo de Danton, Benoist, empezó a pedir dinero, mucho
dinero, para allegarse concursos. Lebrun le aconsejaba
hiciera campaña en el sentido de ser aquellos momentos
propicios para que la Gran Bretaña se hiciera dueña de la
Luisiana y de los dominios españoles en América. Francia
dejaría hacer y aun, de ser preciso, otorgaría su
consentimiento. Pitt rehusó, desdeñosamente, el entrar en
relaciones con Noël.

Lo que demuestra mejor aún hasta qué punto los ministros


estaban desamparados, es otra misión secreta encargada por

410
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

aquellos tiempos y por Lebrun a otro agente de Danton, Félix


Desportes, joven sin experiencia, aunque no sin apetitos, que
había sido enviado a la corte del duque de DeuxPonts.
Desportes fue invitado, el 3 de septiembre, a entrar con
Prusia en conversaciones secretas para desligarla de la
coalición. «Se me ha alabado –le decía seriamente el
ministro–, vuestro genio y vuestro patriotismo. Podéis hacer
brillar el uno y el otro y cubriros de gloria inmortal colocando
a los pies de Francia al más formidable de sus enemigos.» Y
Lebrun afirmaba seguidamente, en el mismo despacho, que
el duque de Brunswick, este «héroe» –así lo llamaba siguiendo
a Carra y Condorcet–, hacía la guerra de mala gana y que por
su influencia se podría obtener no sólo la paz con Prusia sino
que también con Austria. Ni qué decir tiene que Desportes, a
pesar de su genio, no fue más afortunado que Noël.

Más que sobre estas tortuosas intrigas los girondinos


contaban para descartar el peligro exterior con la que ellos
creían acción todopoderosa de los principios revolucionarios
más allá de las fronteras. En vano Robespierre les había
puesto en guardia, aun antes de la declaración de la guerra,
contra esta peligrosa ilusión. Inocentemente imaginaban
aquéllos que los pueblos extranjeros sólo esperaban una señal
para imitar a los franceses y, también ellos, librarse de sus
nobles, de sus sacerdotes y de sus «tiranos».

411
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Como la Revolución francesa había sido la obra de la


burguesía educada por los filósofos, tenían por principio
seguro que la Revolución europea tendría por principales
agentes a los escritores y a los pensadores. El 24 de agosto,
MarieJoseph Chénier, acompañado de otros muchos
escritores, compareció ante la Legislativa para solicitar de
ella que considerase «como aliados del pueblo francés» a los
publicistas extranjeros que, con sus escritos, hubieran ya
socavado «los fundamentos de la tiranía y hubieran preparado
las vías de la libertad». Propuso declararlos ciudadanos
franceses, a fin de que «estos bienhechores de la Humanidad»
pudieran ser elegidos diputados. «Si la elección del pueblo
llevaba a estos hombres a la Convención Nacional, ¡qué
espectáculo imponente y solemne ofrecerá esta asamblea que
va a determinar tan grandes destinos! Lo mejor de los
hombres de todos los puntos de la tierra reunidos en
congreso ¿no parecería la asamblea del mundo entero?» Dos
días más tarde, la proposición de Chénier, a pesar de una
tímida oposición de Lasource, de Thuriot y de Basière, se
convirtió en decreto, luego de ser informada por Guadet, y se
acordó el derecho de ciudadanía a los ingleses Priestley,
químico ilustre, Jeremías Bentham, el célebre filósofo del
utilitarismo, Clarkson y Wilberforce, elocuentes defensores
de los negros, James Mackintosh y David Williams, que
habían refutado las publicaciones de Burke contra la
Revolución; a los americanos Washington, Hamilton y

412
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Thomas Paine; a los alemanes Schiller, Klopstock, Campe y


Anacharsis Cloots; al suizo Pestalozzi; al italiano Gorani; al
polaco Tadeo Kosciusko; al holandés Corneille Pauw. Según
lo había deseado Chénier, Priestley, Cloots y Thomas Paine,
fueron elegidos para la Convención. El primero renunció al
cargo y los otros dos tomaron asiento en sus escaños.

Hacía ya bastante tiempo que los revolucionarios habían


acogido con toda benevolencia a los refugiados extranjeros
llegados a Francia para colocarse al abrigo de venganzas
aristocráticas. Los admitieron no sólo en los clubes, sino que
también en la Guardia Nacional, en los puestos de la
administración y hasta en los negociados del Ministerio de
Negocios Extranjeros. Estos refugiados políticos formaron,
después de la declaración de guerra, la base de las legiones
extranjeras, las cuales, luego de la victoria francesa, debían
liberar a sus patrias de origen. Había una legión liejesa en el
ejército del Centro y una legión belga en el ejército del Norte.
Se organizó una legión bátava después del 10 de agosto y con
posterioridad una legión alóbroge compuesta de saboyanos,
ginebrinos, valdenses y naturales de Neufchatel. Hubo, en fin,
una legión germánica, cuyo jefe, el coronel Dambach, había
servido a las órdenes del gran Federico.

El Consejo Ejecutivo se esforzaba en mantener en el


extranjero numerosos agentes secretos que propagasen las
ideas revolucionarias. Subvencionaba periódicos en Londres

413
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

y repartía en Suiza, en Bélgica, en Alemania, en Italia y en


España, todo un mar de folletos. Los refugiados de cada
nación tenían su club y comités especiales que publicaban
gacetas para el uso de sus compatriotas. Así el español
Marchena, amigo de Brissot, redactaba, en Bayona, en
francés y en español, una Gaceta de la Libertad y de la
Igualdad.

Los girondinos se vanagloriaban hasta de provocar


deserciones en masa en las tropas prusianas y austríacas. El
2 de agosto, Guadet hizo votar un decreto que concedía a los
desertores extranjeros una pensión vitalicia de 100 libras,
reversible a sus mujeres, y una gratificación de 50 libras. El
decreto fue repartido a montones en todas las fronteras
francesas del Este y del Norte. Se le tradujo a muchas
lenguas. Se creyó que los ejércitos extranjeros iban a
disolverse en cuanto entrasen en Francia. Se recogieron en
los puestos de vanguardia unas decenas de pobres diablos,
entre los cuales estaban mezclados algunos espías que
encontraban cómodo el ejercer su menester al abrigo de la
escarapela tricolor y del gorro rojo revolucionario. Ello
resultaba tanto más fácil cuanto que no se había tomado
medida alguna en contra de los enemigos residentes. En
tanto que en Prusia y en Austria los súbditos franceses fueron
expulsados o recluidos, en Francia los súbditos austríacos y
prusianos circulaban libremente y aun gozaban de particular

414
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

protección en cuanto hicieren la más leve ostentación de


sentimientos cívicos.

La creencia en la virtud de la propaganda era tal que el mismo


Dumouriez, que tenía fama de realista, envió a Lebrun, el 24
de agosto, todo un plan según el cual podía revolucionarse a
los suizos con la ayuda de los refugiados de tal país, que
habían fundado en París su correspondiente club helvético.
Los refugiados saboyanos, dirigidos por el médico Doppet,
fundador de la legión alóbroge, persuadieron al Consejo
Ejecutivo de que la conquista de Saboya no sería otra cosa
que un paseo militar. El 8 de septiembre el pequeño ejército
de Montesquiou recibió la orden secreta de atacar al rey de
Cerdeña, con el cual se estaba aún en paz. El ministro Lebrun
justificó, poco después, el 15 de septiembre, este ataque
brusco y preventivo exponiendo que el rey de Cerdeña había
tolerado las agrupaciones y reuniones de emigrados, que
había reunido tropas en Montmelian, que había dejado pasar
a los austríacos por su territorio (?) y que había rehusado, por
último, el recibir a los agentes diplomáticos franceses. El
informe de Lebrun fue acogido por vivos aplausos de la
Asamblea.

Prusianos y austríacos habían utilizado en su provecho los


tres meses de respiro que, generosamente, les habían
acordado nuestros generales políticos. Mientras éstos,
desobedeciendo las órdenes recibidas, permanecían con el

415
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

arma al brazo, inactivos, y entretenían su descanso en


complots con la corte o los fuldenses; mientras dejaban pasar
la ocasión de invadir la Bélgica desguarnecida, nuestros
enemigos se desquitaron del retraso que habían sufrido en su
movilización y en su concentración.

El metódico Brunswick, al frente del principal ejército,


compuesto de 42.000 prusianos y de 5.000 soldados de
Hesse, se puso en marcha, desde Coblenza, el día 30 de julio,
remontando el Mosela hacia la frontera. Un cuerpo de
emigrados de unos 5.000 hombres y la división austríaca de
Clerfayt, integrada por 15.000 soldados, franqueaban su
derecha. A su izquierda un cuerpo austríaco de 14.000
hombres, mandados por HohenloheKirchberg, marchaba
sobre Thionville y Metz. Por último, un ejército de austríacos
de 25.000 hombres, al que se unieron 4.000 emigrados, se
concentraba en Bélgica frente a Lille, al mando del duque de
Sajonia Teschen.

La opinión general en el extranjero era la de que Brunswick


estaría en París a primeros de octubre. ¿No estaba el ejército
francés completamente desorganizado por la emigración, en
masa, de la mayor parte de sus oficiales? ¿No estaba
paralizado por las rivalidades entre las tropas de línea –los
pechiblancos– y los voluntarios –los azulinos–? Éstos, los
soldados de 15 sueldos, elegían sus oficiales. Y ¿cómo los
hombres civiles, nombrados oficiales sin preparación alguna,

416
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

podían hacerse obedecer? ¿Es que la elección daba


competencia y experiencia? Los azulinos, aun los más
antiguos, no llevaban un año de servicio bajo las banderas. Se
dispersaban gritando: «¡Traición!» al primer encuentro, según
ya se había visto en los principios de la guerra, en Tournai,
en Mons. Los emigrados proclamaban a voz en grito que
mantenían inteligencias en todas las plazas fuertes. Repetían
que la masa de sus antiguos vasallos y súbditos seguía siendo
profundamente realista y que se sublevaría en contra de la
tiranía de la minoría jacobina en cuanto vieran aparecer sus
escarapelas blancas. La campaña sería muy corta, un
verdadero viaje de placer.

Los primeros éxitos de los coligados respondieron a estas


esperanzas. Los prusianos franquearon la frontera el 16 de
agosto. Pusieron sitio a Longwy, cuyo comandante, Lavergne,
se rindió el 23 de agosto, después de un simulacro de defensa,
siendo dejado en libertad por los sitiadores. Luego pusieron
sitio a Verdún. El comandante de la plaza, Beaurepaire,
teniente coronel del batallón del Maine y Loire, era un
patriota. Quería combatir. Los realistas de la plaza lo
asesinaron e hicieron correr el rumor de que se había
suicidado. Verdún se rindió el 1.º de septiembre. Damas de
Verdún visitaron a los vencedores en su propio campamento.

Los austríacos de HohenloheKirchberg sitiaban a Thionville


el 4 de septiembre, y el comandante de la plaza, el antiguo

417
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

constituyente Félix Wimpfen, prestaba oído a las


proposiciones de los príncipes que llevaba hasta él el judío
Godchaux. La actitud resuelta de la población y de las tropas
no le dejaron capitular.

Si Brunswick, después de la toma de Verdún, hubiese sido


más confiado y hubiera marchado sin perder tiempo sobre
Châlons, no hubiera encontrado en su camino obstáculo
alguno serio. Pero Brunswick despreció al enemigo y no se
dio prisa.

El Consejo Ejecutivo había perdido 15 días en vacilaciones y


titubeos. Cuando La Fayette, abandonado por sus tropas, se
vio obligado a huir el 19 de agosto, nombró para sustituirlo a
Luckner. Era éste un viejo soldado alemán legítimamente
sospechoso a los patriotas por sus intrigas con La Fayette. Se
le elevó, casi repentinamente, al grado de generalísimo, se le
fijó por cuartel Châlons y se le dio casi el exclusivo encargo
de organizar a los voluntarios que, procedentes de la última
leva, afluían de todos los puntos de Francia. Para vigilarlo se
le adjuntaron dos agentes del Consejo, Laclos y
BillaudVarenne, que pronto lo denunciaron como incapaz y
mal intencionado. Fue llamado a París el 13 de septiembre.

Kellermann había recibido el mando del ejército del Centro,


Biron el mando del ejército del Rin, Dumouriez el mando del
ejército del Norte. Estos tres ejércitos, alineados en cordón a
lo largo de las fronteras, no habían abandonado sus

418
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

posiciones. Biron tenía a sus órdenes cerca de 25.000


hombres, detrás del Lauter; Kellermann, 28.000 en Lorena,
en Metz y en Thionville; el ejército del Norte estaba repartido
en dos grupos, el más numeroso en el departamento del
Norte, de Dunkerque a Maubeuge; el otro, compuesto de
19.000 hombres, alrededor de Sedán. Detrás de ellos una
barahúnda de voluntarios y guardias nacionales se
concentraba entre Reims y Châlons, para cubrir a París.

Las preocupaciones políticas dominaban a las


consideraciones estratégicas. Ante el temor de una
sublevación de París, Servan y el Consejo Ejecutivo querían,
a todo precio, detener el avance de Brunswick. Prescribieron
a Dumouriez que acudiera rápidamente a hacerse cargo del
mando del grupo de Sedán, debiendo reunirse con
Kellermann en el Argona. Pero Dumouriez soñaba con
conquistar Bélgica. Acumuló objeción sobre objeción. No
llegó a Sedán hasta el 28 de agosto y desde allí propuso aún
a Servan invadir Bélgica remontando el Meuse. Hasta el 1.º
de septiembre, el día mismo de la toma de Verdún, no se
decidió a abandonar Sedán para ocupar los pasos del Argona.
Brunswick, que tenía mucho menos camino que recorrer,
pudo habérsele adelantado o, por lo menos, inquietarle
seriamente, atacando de flanco durante la marcha. Pero no
se movió, y Dumouriez pudo estar en Grandpré el día 3 de
septiembre. Llamado a refuerzos de Flandes, atrincheró los

419
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

caminos que cruzaban la selva y esperó que Kellermann,


salido de Metz, se le uniese por BarleDuc.

Brunswick no atacó a la línea francesa hasta el 12 de


septiembre, rompiéndola por su parte norte en CroixauxBois.
Dumouriez, en lugar de batirse en retirada hacia Châlons,
según quería Servan, se replegó hacia el Sur, sobre
SainteMénehould. El camino de París quedaba libre. Pero, al
fin, el 19 de septiembre, se estableció el contacto de
Kellermann y el ejército de Metz con Dumouriez. En lo
sucesivo serían 50.000 franceses contra 34.000 prusianos.

Brunswick no había perseguido a Dumouriez en su retirada


de Grandpré a SainteMénehould. Siempre lento y
acompasado, pensaba arrojar a los franceses de sus
posiciones mediante una sabia operación envolvente sobre
VienneleChâteau y el Chalade. Pero el rey de Prusia se
impacientaba con tanta lentitud y ordenó a Brunswick el
atacar de frente a los descamisados sin más dilaciones. El 20
de septiembre, pues, hacia el mediodía, la infantería prusiana
se desplegó en orden de combate ante el monte Yvron y la
colina de Valmy, que ocupaba el ejército de Kellermann. El
rey de Prusia esperaba en el desatinado huir de las
escarapelas tricolores. Pero no fue así, sino que, antes por el
contrario, demostraban gran serenidad. Al principio la
explosión de tres cajas de municiones de artillería fue causa
de alguna turbación en la segunda línea; pero Kellermann,

420
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

blandiendo su sombrero sobre la punta de su espada, gritó:


«¡Viva la Nación!» El grito corrió de batallón en batallón. La
infantería prusiana se detuvo. Brunswick no se atrevió a dar
la orden de asalto. La jornada se terminó por un duelo de
artillería en el que los franceses demostraron su
superioridad. Un verdadero diluvio comenzó a caer a las seis
de la tarde. Los dos ejércitos pasaron la noche en sus
respectivas posiciones. Las pérdidas sufridas por una y otra
parte eran escasas: 200 entre los prusianos, 300 entre los
franceses.

Valmy no era una victoria estratégica pues el ejército


prusiano estaba intacto y seguía estando entre París y el
ejército francés. Pero sí era una victoria moral. Los tan
despreciados descamisados habían entrado en fuego. Los
prusianos y los austríacos perdieron la ilusión de poderlos
vencer sin trabajo y en campo raso.

Los hombres de la tradición habían creído, candorosamente,


que fuera del orden monárquico no había lugar sino para la
anarquía y la impotencia. La Revolución se les manifestó por
vez primera en su aspecto orgánico y constructivo. Sintieron
como trastornarse profundamente todo su ser y ello hasta tal
punto que se dice que Goethe, que se encontraba en el
vivaque prusiano, haciéndose eco de lo que ocurría,
pronunció aquellas sus famosas palabras: «En este lugar y en
este día se comienza una nueva era en la historia del mundo.»

421
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La verdad había aparecido súbitamente ante el gran poeta


filósofo. El orden antiguo, basado sobre el dogma y sobre la
autoridad, cedía su puesto a un orden nuevo del que la
libertad era la base. A los ejércitos de profesión, dirigidos por
la disciplina pasiva, sucedía un ejército nuevo, vivificado por
el sentimiento de la dignidad humana y de la independencia
nacional. De un lado el derecho divino de los reyes, de otro
los derechos de los hombres y los pueblos. Valmy significaba
que en la lucha, tan inoportunamente empeñada, los
derechos del hombre no caerían en desventaja.

Brunswick, que no había avanzado por la Champaña sino


contra su voluntad, hubiera preferido limitarse a conquistar
metódicamente todas las plazas fronterizas a fin de
establecer en ellas sus cuarteles de invierno. No se dio prisa
en reanudar el ataque. Sus tropas estaban cansadas por las
penosas marchas a través de suelos poco propicios. La uva de
Champaña había provocado en ellas una especie de disentería
epidémica. A más sus convoyes, obligados a dar un gran
rodeo desde Verdún a Grandpré, no llegaban sino
irregularmente. En fin, los campesinos loreneses y
champañeses, en lugar de acoger a los aliados como
bienhechores, resistían a sus requisas, huían al bosque y
disparaban sus fusiles contra los retrasados. Era evidente que
las masas detestaban a los emigrados y que ellas no
aceptarían, sino temblando, el restablecimiento del
feudalismo. Brunswick manifestó al rey que su posición era

422
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

aventurada y que no era posible soñar en marchar sobre


París. Los consejeros del rey, contrarios a la alianza
austríaca, Lucchesini y Manstein, agregaron que la guerra
contra Francia sólo acarrearía pérdidas y gastos y que eran
ellos los que iban a sacar, con propia mano, y en provecho
del Emperador, las castañas del fuego.

Por su parte, Dumouriez deseaba reemprender lo más pronto


posible sus planes sobre Bélgica. Había entendido siempre
que el interés común de Prusia y Francia era el de aliarse
ambas en contra de Austria. No hizo nada por transformar su
victoria moral de Valmy en victoria estratégica. Antes por el
contrario, a pretexto de canjear al secretario del rey de
Prusia, Lombard, que había sido hecho prisionero el 20 de
septiembre, por el alcalde de Varennes, Georges, guardado en
rehén por el enemigo, el 22 de septiembre envió a
Westermann, agente del Comité Ejecutivo, al campo
prusiano, lo que dio motivo a que se entablaran
conversaciones que duraron muchos días. Dumouriez se
jactaba de separar a Prusia de Austria. El rey de Prusia y
Brunswick esperaban ganarse a Dumouriez, que sabían era
ambicioso y venal, y hacer de él, sino un instrumento de
restauración monárquica, al menos, sí, de la libertad de Luis
XVI y su familia. Manstein, ayudante de campo del rey
Federico Guillermo, cenó el 23 de septiembre con Dumouriez
y Kellermann en el cuartel general de Dampierre sobre el
Aube. Durante la reunión les entregó una nota que llevaba

423
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

por cabeza lo siguiente: Puntos esenciales para encontrar los


medios de convertir en amistad todas las prevenciones
existentes hoy entre los reinos de Francia y Prusia. Y seguía
así: «1.º El rey de Prusia, así como sus aliados, desean el
nombramiento de un representante de la nación francesa
para tratar con él. No es cuestión el volver al régimen
antiguo, sino, antes por el contrario, de dar a Francia un
gobierno apropiado al bien del reino. 2º Tanto el rey como
sus aliados desean que cese toda propaganda. 3º Se desea que
sea puesto en completa libertad el rey de Francia.»

Apenas se había marchado Manstein, cuando Dumouriez y


Kellermann supieron que se había proclamado la República.
Por tanto, ya no podían servir las bases prevenidas para la
negociación. Se acordó, sin embargo, una suspensión de
hostilidades y Westermann fue enviado a París, siendo
portador de las propuestas prusianas. El Consejo Ejecutivo,
en el que aún tenía asiento Danton, las examinó el 25 de
septiembre. Opinó que debían seguirse las conversaciones. Se
pidió a Manuel, aún procurador del Ayuntamiento, que
reuniese los extractos de las deliberaciones y acuerdos
tomados por dicha entidad para asegurar a Luis XVI y su
familia una existencia decente en el Temple. Pero el
Ayuntamiento, sorprendido por la demanda de Manuel, no
llevó a cabo lo pedido sin dar cuenta de todo a la Convención,
la que concedió carta blanca al Consejo Ejecutivo, luego de
un ligero debate, en el curso del cual inconsideradamente

424
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

llamó Manuel a Westermann agente del rey de Prusia.


Westermann volvió al campamento de Dumouriez con los
acuerdos del Ayuntamiento que debían tranquilizar a
Federico Guillermo sobre la suerte de Luis XVI y con una
carta de Lebrun que persistía en ofrecer a los prusianos no
solamente una paz separada sino la alianza de Francia con la
sola condición de que reconociesen la República.

En espera del desarrollo de los acontecimientos, Dumouriez


prolongaba la suspensión de las hostilidades y cambiaba
atenciones y visitas con los generales enemigos. El 27 de
septiembre envió azúcar y café a Federico Guillermo, que se
encontraba falto de ambos artículos, acompañado todo de
una amable carta al «virtuoso Manstein». Pero Dumouriez le
hacía presente, al mismo tiempo, que precisaba tratar con la
Convención y reconocer la República. Federico Guillermo no
estaba dispuesto aún a dar tan gran paso. Hizo responder
secamente a Dumouriez que sus obsequios eran superfluos:
«Os ruego no os toméis semejantes molestias», y le hizo
firmar a Brunswick, el 28 de septiembre, un violento
manifiesto en que denunciaba al universo las escenas de
horror «que habían precedido a la prisión del rey de Francia,
los atentados inauditos y la audacia de los facciosos», y, por
fin, «el último crimen de la Asamblea Nacional», es decir, la
proclamación de la República.

425
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Tocó ahora la vez a Dumouriez de irritarse y darse por


engañado, al recibir tal manifiesto. Y respondió por una
proclama en la que decía a sus tropas: «No más treguas, mis
amigos, ataquemos a estos tiranos y hagámosles arrepentirse
de haber venido a manchar el honor de un pueblo libre.»
Frases para la galería. Dumouriez no atacó a los prusianos. Y
continuó teniendo con ellos frecuentes comunicaciones.
Federico Guillermo, que sólo contaba con 17.000 hombres
útiles, aprovechó estas buenas disposiciones para, el 30 de
septiembre, levantar su campo y emprender y efectuar sin
obstáculos una retirada que pudo muy bien convertirse en
desastre. Dumouriez le siguió lentamente y aun pudiera
decirse que con toda cortesía, sin intentar el acabarlo al
pasar los desfiladeros del Argona y aun prescribiendo a sus
oficiales falsos movimientos a fin de así impedirles el que,
siguiéndolo de muy cerca, pudieran molestar al enemigo.

En estos primeros días de la Convención, todo parecía sonreír


a los girondinos. La invasión estaba rechazada y nuestras
tropas iban bien pronto a entablar la ofensiva en las otras
fronteras. De estos sucesos inesperados, los girondinos –que
en los momentos de más peligro habían mostrado la mayor
desconfianza– deberían recoger los beneficios. Pero lo que
ellos soñaban era en armarse en contra de sus adversarios
políticos. Brissot dirá que estos éxitos «eran el tormento y la
desesperación de los agitadores». Y así, la victoria, lejos de
calmar las luchas de los partidos, las exasperó.

426
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

427
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El Gobierno de la Gironda

428
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO I

LA TREGUA DE TRES DÍAS

Nueva Constituyente, todos los poderes se concentraban, por


definición, en la Convención. Sólo ella poseía capacidad para
interpretar los deseos de la nación. El Ayuntamiento de París
tenía, pues, que esfumarse ante ella. Habían pasado los
tiempos de la rivalidad entre la representación nacional y
una municipalidad insurreccional. Se entraba nuevamente en
la legalidad soberana.

En manos de la Gironda estaba el que la lucha estéril de los


partidos cediera su puesto a la emulación fecunda de todos
los revolucionarios en pro del bien público. El Ayuntamiento,
sintiendo su descrédito después de las matanzas de
septiembre, trataba de corregirse, censuraba a su Comité de
Vigilancia, al que renovó por entero, liquidaba sus cuentas
antes de desaparecer; en una palabra, se esforzaba en probar
a las provincias que se le había calumniado presentándolo
como un poder anárquico y desorganizador.

Marat, registrando la derrota de los montañeses en las


elecciones, anunciaba en su periódico –número del 22 de
septiembre–, que iba a seguir «un nuevo camino». Manifestaba
su confianza en la Convención y prometía poner sordina a su
recelo, marchar de acuerdo con los defensores del pueblo.

429
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Marat, lo dice él mismo, no hacía otra cosa que obedecer a la


táctica de su partido. Danton, algunos días antes de la
reunión de la Convención, había ido en busca de Brissot e
intentado, cerca de él, una reconciliación y un acuerdo: «Me
hizo –dice Brissot–, algunas preguntas sobre mi doctrina
republicana, me dijo que tanto él como Robespierre temían
que yo quisiera establecer la república federativa, que fuera
ésa la opinión de la Gironda. Yo se lo aseguré»7.7 Los
montañeses dieron, pues, los primeros pasos y sus actos
mostraron que se esforzaban en mantener sus promesas.

Cuando la Convención se reunió el 21 de septiembre de 1792,


un día después de Valmy, dos días después de la entrada
triunfal de Montesquiou en Saboya, París gozaba de calma,
de una calma que sorprendió a los nuevos diputados,
acostumbrados a considerar la capital, según los cuadros
trazados por Roland y sus periodistas, como nido de
revueltas y anarquía. «Nos es precisa la paz en el interior –
escribía el 23 de septiembre Jeanbon Saint-André a la
municipalidad de Montauban–, y sobre todo que los buenos
ciudadanos no se dejen engañar por los hipócritas del
patriotismo como ha sucedido en Lyon, en donde el pueblo,
en su ceguera, se ha permitido tasar los comestibles a un
precio ruinoso para los vendedores, lo que les alejará
necesariamente de esta desgraciada población, entregada,

7
7 Brissot a todos los republicanos de Francia, folleto fechado a 24 de octubre de 1792.

430
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

por esta cruel medida, a los horrores del hambre»8. Saint-


André, que figurará entre los montañeses más resueltos, no
es sospechoso. Y he aquí que censura a los exagerados, a los
hipócritas del patriotismo, a los amigos de Chalier, autores
de las tasas lionesas.

Nada era, pues, más fácil a los girondinos que el gobernar en


una atmósfera de confianza y de concordia. Sus antiguos
adversarios les tendían la mano y les daban prendas de su
obrar.

Pero los girondinos, embriagados por la victoria de nuestros


ejércitos, que justificaba su política exterior, fuertes por su
mayoría, que se elevaba, según la afirmación de Brissot, a los
dos tercios de los elegidos, no se contentaron con dominar
en el Consejo Ejecutivo, con apoderarse enteramente de la
mesa de la Asamblea, con colocar a sus amigos en los puestos
de todas las grandes comisiones, sino que, casi desde el
primer momento, se dejaron arrastrar por sus apasionados
odios y se dedicaron a fondo a la práctica de la política de
represalias. La tregua convenida entre Danton y Brissot duró
sólo tres días; tres días, por otra parte, que se vieron llenos
por resoluciones memorables.

El 20 de septiembre, viva aún la Legislativa, la Convención


se constituía. Nombró como presidente a Jérôme Pétion por
235 votos de 253 votantes y luego completó la mesa

8
8 Cartas de Jean SaintAndré en la Revolución francesa, 1895.

431
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

eligiendo para secretarios a Condorcet, Brissot, Rabaud de


SaintÉtienne, Vergniaud y Camus. Elección significativa.
Pétion había sido vengado del menosprecio que le habían
hecho sufrir los electores parisienses, que lo habían
pospuesto a Robespierre. Todos los secretarios eran jefes
girondinos, salvo Camus, que pasaba por fuldense. Bentabolle
le reprochará, en los Jacobinos, el 24 de octubre, el haber
firmado la petición realista de los 20.000. Por la elección de
Camus los girondinos tendían un cable a los antiguos
realistas.

Al día siguiente, 21 de septiembre, la Convención celebró su


primera sesión. François de Neufchâteau, en nombre de la
Legislativa que acababa de cesar, le dio la bienvenida,
haciendo un llamamiento a la unión: «Los motivos de división
deben cesar», y condenando los proyectos de república
federativa, que ya habían inquietado a Danton y Robespierre,
añadió: «Mantendréis sobre todo, entre todas las partes del
Imperio, la unidad de gobierno, de la que sois centro y lazo.»

Seguidamente Manuel propuso alojar al presidente de la


Asamblea, al que llamó Presidente de Francia, en un palacio
y concederle honores. En el acto Chabot protestó recordando
que los diputados de la Legislativa habían jurado
individualmente combatir a los reyes y a la realeza. No era,
pues, el solo nombre de rey lo que Francia quería borrar, sino
todo aquello que pudiera recordar a la realeza y al poder real.

432
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Y concluyó diciendo que el primer acto que debía llevar a


cabo la Convención era el de declarar que sometería a la
aceptación del pueblo todos sus decretos. Tallier apoyó a
Chabot: «Con verdadera extrañeza he oído hablar aquí de un
ceremonial.»

La proposición de Manuel fue rechazada por unanimidad. Y


este voto significaba que la Convención no imitaría a América
y que no nombraría, para reemplazar al rey, a un presidente
investido del poder ejecutivo.

Couthon, volviendo sobre la idea de Chabot, pidió que la


nueva Constitución que la Asamblea había mandado elaborar
para reemplazar a la Constitución monárquica, fuese
sometida a la ratificación del pueblo: «Sólo con horror –
añadió seguidamente–, he oído hablar de un triunvirato, de
una dictadura, de un protectorado... Estos rumores son
seguramente medios imaginados por los enemigos de la
Revolución para producir disturbios.» Pidió a sus colegas que
jurasen una igual execración para la realeza, para la dictadura
y para el triunvirato. Fue vigorosamente aplaudido.

Basire, insistiendo en esta moción, reclamó una ley que


impusiera la pena de muerte a «cualquiera que se atreviera a
proponer la creación de un poder individual y hereditario».
Rouyer y Mathieu hablaron para dar su conformidad. Luego,
Danton, para exorcizar «los vanos fantasmas de dictadura, las
ideas extravagantes de un triunvirato, todos los absurdos

433
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

inventados para asustar al pueblo», propuso, a su vez,


decretar que la nueva Constitución fuese sometida a la
aceptación de las asambleas primarias. Repudiando toda
exageración, es decir, desaprobando a Momoro, propuso,
también, para asegurar a los poseedores, el decretar el
mantenimiento eterno de todas las propiedades territoriales,
individuales e industriales. La voz «eterno» pareció un poco
fuerte a Cambon, que ya comenzaba a desconfiar de la
demagogia de Danton. Pidió que no hiciera un decreto
irrevocable y, luego de una ligera discusión, la Convención
aceptó la redacción de Basire, que decía: «1.º No puede existir
más Constitución que aquella que el pueblo acepte. 2º Las
personas y las propiedades están bajo la salvaguardia de la
nación.»

La Asamblea se había manifestado unánime en rechazar, a la


vez, la dictadura y la ley agraria. Lo estuvo, también, en
abolir la realeza.

Collot de Herbois formuló la propuesta. El obispo Grégoire la


apoyó, manifestando que: «las dinastías, en todos los
tiempos, no habían sido otras cosas que razas devoradoras
que se bebían la sangre de los pueblos». Por un movimiento
espontáneo, todos los diputados se levantaron y
testimoniaron su odio en contra de la realeza. Sólo Basire,
recordando que había sido el primero en alzar su voz en
contra de Luis XVI y afirmando que no sería el último en

434
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

votar la abolición de la realeza, quiso poner en guardia a la


Asamblea contra un voto dado en momentos de mero
entusiasmo. Generales murmullos le interrumpieron.
Grégoire le replicó con vehemencia: «Los reyes son en el
orden moral lo que los monstruos en el orden físico. Las
cortes son talleres del crimen, hogar de la corrupción y cubil
de los tiranos. La historia de los reyes es el martirologio de
las naciones.» La abolición de la realeza se decretó por
unanimidad en medio de transportes de alegría, tanto de los
diputados cuanto de los concurrentes a las tribunas.

Sobre la marcha, con gran aparato, al caer de la tarde y a la


luz de las antorchas, fue proclamado el decreto en París.
Monge, acompañado de otros ministros, vino a felicitar a la
Asamblea por haber proclamado la República con su decreto,
y en su nombre prometió morir en digno republicano si ello
era preciso para el mantenimiento de la libertad y de la
igualdad. El mismo día, Roland, en una circular dirigida a los
cuerpos administrativos les daba cuenta de la gran medida
acordada y les decía: «Sírvanse, señores, proclamar la
república, proclamando al mismo tiempo la fraternidad, ya
que ambas son una misma cosa.» En todos lados se proclamó
con solemnidad la república al mismo tiempo que la abolición
de la realeza. La palabra república no estaba en el decreto y
se consignó al día siguiente mediante una rectificación en el
acta de la sesión de la víspera, pero la palabra no necesitaba

435
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

estar escrita ya que el espíritu estaba en los corazones y en


los hechos.

El enemigo retrocedía. Los realistas, aterrados, callaban. La


república aparecía aureolada por la gloria de haber salvado a
la Revolución y a la Patria.

En este día, 21 de septiembre, Roland hace un llamamiento


a la fraternidad. Parece como que la tregua de los partidos
iba a continuar. El 22 de septiembre la sesión de la
Convención se abrió reinando el mayor acuerdo. Una
diputación de las secciones de Orleáns vino a quejarse de la
municipalidad de la mencionada población, de la que decían
era favorecedora de los ricos y, a más, había execrado el 20
de junio. Añadió la diputación que las secciones habían
suspendido a la municipalidad, pero que ésta se negaba a
abandonar sus funciones. Casi al mismo tiempo se levantaron
el montañés Danton y el girondino Masuyer para proponer,
ambos, el enviar a Orleáns tres miembros de la Asamblea que
investigasen los hechos y tomaran las medidas que juzgasen
necesarias. La Convención aceptó sus propuestas. Después
Couthon, alargando el debate, declaró sospechosas a todas
las corporaciones administrativas y municipales, pidiendo su
renovación. El girondino Louvet apoyó con todo calor a
Couthon y propuso que fueran renovados incluso los jueces.
Muchos oradores hablaron en el mismo sentido. Pero, de
repente, BillaudVarenne propuso la supresión de los jueces y

436
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

su reemplazo por simples árbitros. Al oírlo, el moderado


Chasset gritó: «Pido que el orador sea llamado al orden. ¿Es
que quiere desorganizarlo todo y sumirnos en la anarquía?»
El debate tomó, desde este momento, un tono apasionado.
Las divisiones latentes hicieron su aparición. Montañeses y
girondinos comenzaron a enfrentarse. Lasource dice: «Si
destruís las corporaciones administrativas y los tribunales,
queréis rodearos de escombros por todas partes, no aspiráis
sino a que todo sea ruinas.» Léonard Bourdon le replicó que
ante todo era preciso desalojar a los realistas de las
corporaciones administrativas. La Convención decretó que
todas las corporaciones, administrativas, municipales y
judiciarias, fuesen renovadas en su totalidad, salvo aquellas
que, excepcionalmente, lo habían sido con posterioridad al
10 de agosto. El acuerdo se recibió con aplausos.

Pero la discusión se empeñó nuevamente a causa de una


propuesta de Tallien, quien pidió que todo ciudadano pudiera
ser juez, aunque no figurase como inscrito en las listas de los
togados. Lanjuinais y Goupilleau pidieron el aplazamiento de
la discusión, a lo que se opuso Danton con todo vigor: «Todos
los llamados hombres de ley –dijo Danton–, forman una
aristocracia irritante; si el pueblo se ve obligado a tener que
elegir entre estos hombres, no sabrá en dónde poner su
confianza. Pienso, por el contrario, que si hubiera de
establecerse una excepción debía ser ella para excluir de la
elección a los hombres de ley, ya que hasta hoy se han

437
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

abrogado un privilegio exclusivo, constituyendo una de las


grandes plagas del género humano. Que el pueblo escoja a su
gusto entre los hombres de talento que merezcan su
confianza... Los que han convertido en profesión el hecho de
juzgar a los hombres se parecen a los sacerdotes; unos y otros
han engañado eternamente al pueblo. La justicia debe
aplicarse siguiendo sólo las simples leyes de la razón.»

Chasset habló de nuevo de anarquía y de desorganización:


«Los que quieren colocar en los tribunales a hombres sin
conocimientos quieren poner la voluntad del juez sobre el
querer de las leyes. Con estas adulaciones continuas hacia el
pueblo se acaba por someterlo a la arbitrariedad de un
hombre que habrá usurpado su confianza. Esto no es otra
cosa que adulaciones, lo vuelvo a repetir.» Danton, herido por
semejante latigazo, contestó con un ataque personal al
orador: «Y vos ¿no adulabais al pueblo cuando la revisión?»
Chasset, antiguo constituyente, era de aquellos que, en pos
de Barnave y los Lameth, habían contribuido, después de
Varennes, a hacer revisar la Constitución, aunque en un
cierto sentido monárquico. Prolongados rumores se alzaron
en contra de Danton. Masuyer pidió que se le llamara al
orden. Pétion, que presidía, se contentó con desautorizar su
actitud. La discusión continuó en tono acre. Finalmente, los
girondinos fueron derrotados y la proposición de Danton se
convirtió en decreto.

438
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

¿Fue este fracaso el que alarmó a los girondinos y el que los


hizo denunciar la tregua? Es muy probable, ya que al día
siguiente, 23 de septiembre, Brissot acusa a los montañeses,
en su periódico, de querer la destrucción de todas las
autoridades existentes y de tender a la nivelación general; de
ser los aduladores del pueblo. Escoger indistintamente de
entre todos los ciudadanos los jueces pareció una amenaza
muy grave al partido del orden. Quien tiene la justicia tiene
la salvaguardia de la propiedad. ¿Iban los montañeses a
adueñarse de los tribunales? Brissot lanzó la señal de alarma,
lo que no le impedirá, más tarde, en el escrito que ya hemos
citado, el acusar a Robespierre de haber hecho fracasar el
pacto de apaciguamiento y de conciliación que había
concluido con Danton.

Lo que prueba que la iniciativa de Brissot no era aislada se


encuentra en el hecho de que el mismo día en que él lanza su
ataque en el periódico vuelve Roland a entrar en escena. En
un largo informe a la Convención denuncia a los anarquistas
vendidos a Brunswick y se dedica a convencer a la Asamblea
de que no podrá deliberar libremente, ni estar en seguridad,
sino rodeándose de una fuerza armada poderosa: «Creo –
decía–, que esta fuerza debe estar compuesta por hombres
que sólo se dediquen a la profesión militar y que se consagren
a ella con constante regularidad; sólo una tropa a sueldo
puede atender a este menester.» Al día siguiente Roland
siembra de nuevo la alarma a propósito de un hecho

439
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

insignificante: la detención de un correo en el camino de


Châlons. Seguidamente el girondino Kersaint, tomando
pretexto de la comunicación de Roland, pidió, en un
vehemente discurso, medidas extraordinarias para hacer
cesar los excesos y las violencias: «Es ya tiempo –decía–, de
levantar cadalsos en que se castigue tanto a los que cometen
asesinatos cuanto a los que los provocan... Nombrad cuatro
comisarios que preparen una ley en este sentido; encargadles
que nos la presenten mañana mismo, ya que no podemos
tardar más tiempo en vengar los derechos del hombre
violados por todo lo que está pasando en Francia.» Se empeñó
una discusión muy viva. Los montañeses BillaudVarenne,
Basire y Tallien protestaron que Roland y Kersaint
exageraban el estado de Francia: «Las leyes existen –dijo
Tallien–, el Código Penal contiene disposiciones contra los
asesinatos, es a los tribunales a los que toca aplicarlas.» Pero
Vergniaud declaró que dilatar la votación de la propuesta de
Kersaint era «proclamar paladinamente que estaba permitido
asesinar, decir en voz alta que los emisarios prusianos podían
laborar a sus intentos y a su placer en el interior de Francia,
armar al padre contra sus hijos». Garran de Coulon, más
violento aún, pretendió afirmar que no había en las leyes
precepto alguno contra aquellos que provocaban los
asesinatos, contra los agitadores que extravían al pueblo:
«Todos los días los muros de las ciudades se cubren de
proclamas incendiarias, se predica en ellas la violencia, se

440
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

leen listas de proscripción, se calumnia a los mejores


ciudadanos y cada día se designan nuevas víctimas...» Collot
de Herbois se extrañó de que a los solos tres días de estar
funcionando la Asamblea se mostrase ya tan injuriosa
desconfianza y se propusiesen leyes sanguinarias. Lanjuinais
le replicó que los ciudadanos de París estaban llenos de
«estupor y espanto». Pero como esto era contrario a la
realidad que podía contrastar la Asamblea, se produjeron
bastantes rumores. Después subió Buzot a la tribuna. En la
Constituyente se había sentado al lado de Robespierre.
Pasaba por demócrata a los ojos de los que ignoraban aún que
la belleza y las zalamerías de la señora Roland, cuyos salones
frecuentaba, habían seducido a su vano corazón y a su
espíritu inquieto. Buzot llevó a la tribuna todos los odios de
la camarilla de los Roland.

Comenzó por recordar las matanzas de septiembre: «Y si


estas escenas hubieran sido recordadas, en toda su horrible
verdad, allá en el fondo de las provincias, puede ser,
legisladores, que vuestras asambleas electorales nos
hubieran mandado que estableciéramos entre ellas nuestra
sede.» Lanzada esta amenaza, se esforzó en justificar la
propuesta de Kersaint, elogiando a Roland e injuriando a los
montañeses, «turba de hombres de los que yo no conozco –
dijo–, ni los principios ni los fines». Hacía falta no solamente
una ley contra los provocadores al asesinato; precisaba
rodear a la Convención de una guardia tan formidable que los

441
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

departamentos pudiesen estar ciertos de la seguridad de sus


diputados. Solamente así podrían votar con toda
independencia y no serían esclavos de ciertos diputados por
París.

Buzot fue muy aplaudido. Basire, que quiso responderle, no


pudo hacerlo porque se levantó la sesión. La Convención
decretó que se nombrase una comisión para que diese cuenta
de la situación de la república y particularmente de la capital,
para que le presentase un proyecto de ley contra los
provocadores al asesinato y para proponer, en fin, los medios
necesarios para dar a la Convención una guardia reclutada en
los 83 departamentos.

La suerte estaba echada. La Gironda declaraba la guerra a


París.

Los montañeses provocados no podían hacer otra cosa que


recoger el desafío. Ya la víspera, uno de ellos, Chabot, en la
sesión de los Jacobinos, había discutido el violento artículo
de Brissot, aparecido por la mañana. Hubo de solicitar se
obligase a Brissot a explicar qué entendía por la expresión
«partido desorganizador» empleada por él. Pero, visiblemente,
el club no tenía aún ganas de que se rompieran las
hostilidades. Y en la misma sesión eligió a Pétion para su
presidencia.

El 24 de septiembre, desde el abrirse de la sesión los


jacobinos adoptaron otra actitud en la Convención. Chabot
442
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

denunció a «la secta aduladora» que alimentaba, de creer al


orador, la intención de establecer la república federativa.
Después, Fabre de Églantine volvió sobre los ataques de
Roland y Buzot contra París. Habiendo Pétion, que presidía,
tratado de defender a Buzot, desencadenó el tumulto. Fabre
protestó contra las prevenciones y ultrajes de que se hacía
objeto a la diputación de París. La Guardia Departamental,
medida de desconfianza inquisitorial, podía provocar la
guerra civil. Fabre, sin embargo, fiel al espíritu conciliador
de su amigo Danton, concluyó pidiendo a los buenos
ciudadanos que depusiesen sus recíprocos rencores. Pétion
hizo suya esta conclusión. Mas BillaudVarenne, que siguió a
Fabre, no se contentó con responder a los ataques de los
girondinos. Se dedicó a inculparlos. Recordó sus faltas, les
acusó de segundas intenciones inconfesables: «Hoy que el
enemigo avanza y que nuestras fuerzas no son bastantes para
detenerlo, se os propone una ley sangrienta y se os presenta
a los hombres más puros como teniendo inteligencias con el
enemigo. ¡A nosotros, que hemos clamado sin cesar contra la
guerra ofensiva! Y ¿quiénes son aquellos que nos acusan?
Son los hombres que han provocado esta guerra ofensiva: nos
acusan, sin duda, de sus propias traiciones.» Collot apoyó a
Billaud. El girondino Grangeneuve quiso responder. Defendió
a Brissot contra Chabot. Bien pronto estalló de nuevo el
conflicto y el tumulto. La sesión terminó con una amenaza
lanzada por Barbaroux: «Ochocientos marselleses vienen

443
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sobre París y avanzan sin cesar. Este cuerpo lo componen


hombres completamente independientes en cuanto hace a la
fortuna. Cada uno ha recibido de su padre y de su madre dos
pistolas, un sable, un fusil y un asignado de mil libras».
¡Maravillosos efectos del espíritu de partido! Este mismo
Barbaroux, que llamaba en auxilio de la Convención a los
hijos de familia de Marsella, había presidido la asamblea
electoral de las Bocas del Ródano, y esta Asamblea, nos lo
dice el propio Barbaroux en sus Memorias, había aplaudido al
tener noticias de las matanzas de septiembre.

Tanto en el club como en la Convención se adoptan las


posiciones que se estiman convenientes. Los dos partidos se
aprestan a la lucha, agitando el uno contra el otro el espectro
de la patria traicionada.

En la fecha a que nos venimos refiriendo los girondinos eran


numerosos en el club de los Jacobinos. Pétion, que lo
presidía, era cada vez más de los suyos a pesar de los aires
de imparcialidad que aparentaba afectar en toda ocasión. Los
girondinos hubiesen podido intentar el disputar el club a sus
rivales. Pero acordaron tomar respecto al mismo una actitud
de desdeñosa abstención que les fue recomendada por
Brissot. Invitado éste a explicar en el club de los Jacobinos
los ataques que, contra «los desorganizadores», había
insertado en su periódico, no hizo caso de la citación y el 10
de octubre, y casi por unanimidad, fue dado de baja en la lista

444
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de socios. Respondió con un violento folleto en que invitaba


a los clubes de provincias a romper su filiación con el club
central. Algunos clubes, como los de Marsella y Burdeos,
siguieron su consejo; otros, como los de Châlons, Le Mans,
Valognes, Nantes, Lorient, Bayona, Perpiñán, Angers y
Lisieux amenazaron con romper sus filiaciones, pero no
pasaron de ahí. La masa de los revolucionarios permaneció
fiel a los jacobinos parisienses. Habiendo desertado los
girondinos9, los montañeses reinaron en el club sin
contradicción. Lo convirtieron en el lugar dela organización
del partido y se reunían en él para concertarse libremente y
a plena luz.

Los girondinos, que cada vez más se las daban de hombres de


orden y buen tono, prefirieron a las reuniones públicas,
bulliciosas e indiscretas a su opinar, las conversaciones
privadas, los conciliábulos en torno de una mesa bien servida
o en un salón elegante en medio de perfumes femeninos.
Hubieran podido reunir a sus partidarios en otro club. Los
fuldenses lo habían hecho así después de la matanza de
republicanos del Campo de Marte. Pero los fuldenses habían
fracasado estrepitosamente en su empresa y Brissot, que se
esforzaba, sin embargo, en recoger los restos del partido
fuldense, se defendía como de una injuria del reproche de
fuldensismo. Los diputados más significados del partido,

9
9 El 5 de octubre sólo quedaban inscritos como socios de los Jacobinos 113 diputados (Buchez y Roux, t.
XIX, p. 234).

445
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Guadet, Gensonné, Vergniaud, Ducos, Condorcet, Fauchet,


tomaron la costumbre de reunirse, antes de las sesiones, en
los salones de la señora Dodun, mujer de un rico
administrador de la Compañía de Indias, que vivía en el
número 5 de la plaza de la Vendôme, o sea en la misma casa
en que vivía Vergniaud. Los mismos diputados a los que se
reunían Buzot, Barbaroux, Grangeneuve, Bergoeing, Hardy,
Salle, Deperret, Lidon, Lesage, Mollevault, se reunían,
asimismo, en casa de DufricheValazé, calle de Orleáns San
Honorato, número 19. Se cenaba, también, en casa de
Clavière, en casa de Pétion, en un restaurante del Palacio
Real y en casa de la señora Roland. Las comidas de la señora
de Roland, que se celebraban regularmente dos veces por
semana, en el Ministerio del Interior, reunían a lo más
escogido del partido, a los potentados, y era en ellas en las
que se preparaban los grandes golpes.

En un tiempo en que todo lo que asemejaba a intriga y


espíritu de facción era objeto de reprobación general, los
conciliábulos secretos en que se complacían los jefes
girondinos no podían por menos que restarles fuerza y
consideración en la opinión pública. Los montañeses, que se
reunían públicamente en el club y allí, a la vista de todos,
deliberaban, hallaron en aquella manera de ser de los
girondinos un buen pretexto para acusar a sus adversarios de
maniobras e intrigas. Y Brissot se vio en la necesidad de
defenderse y de defender a sus amigos de la imputación de

446
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

querer formar un partido, una facción. «Guadet –escribía


Brissot en su folleto contra los jacobinos–, tiene el alma
demasiado altiva. Vergniaud lleva al más alto grado ese
peculiar descuido que acompaña al talento y que le hace
caminar solo, Ducos tiene demasiada inteligencia y probidad
y Gensonné piensa demasiado profundamente para jamás
descender a combatir bajo las banderas de jefe alguno.»
Brissot sabía jugar hábilmente con las palabras. Era verdad,
sin duda, que los girondinos no formaban un partido análogo
a nuestros grupos políticos actuales. No tenían ni presidente,
ni jefes. Sólo obedecían a una disciplina de orden
enteramente moral. Pero no se trataba de eso. Lo que se les
reprochaba era el entrevistarse antes de las sesiones, el
distribuirse confidencialmente los papeles a representar, el
intentar imponer a la Asamblea un plan decidido y
premeditado. Reproche que hoy parecerá extraño, pero que,
entonces, era grave porque los representantes del pueblo
aparecían, por aquellos días, rodeados de un prestigio hasta
entonces desconocido, tratándoseles como una especie de
sacerdotes de la dicha social. Se entendía que debían seguir
sólo los impulsos de su conciencia y que el bien público
radicaba en su independencia absoluta.

No todos los diputados participaban de los conciliábulos de


los jefes girondinos. Los descartados sufrían en su vanidad y
pronto se dieron cuenta de que los comensales de la señora
Roland o de la señora Dodun no se preocupaban sólo de

447
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

adueñarse de la tribuna, sino que también reservaban para


ellos y sus amigos todos los puestos importantes de las
comisiones y de la mesa de la Asamblea. El 11 de octubre se
nombró el Comité de Constitución. De los nueve miembros
que lo componían, por lo menos siete eran comensales de la
señora Roland: Thomas Paine, Brissot, Pétion, Vergniaud,
Gensonné, Barère y Condorcet. El octavo, Sieyès, pasaba por
un moderado enteramente y de hecho ganado a la facción. El
noveno era Danton.

Al día siguiente, un diputado, que hasta entonces había


figurado como neutral entre las facciones y que había
mostrado gran desconfianza hacia el Ayuntamiento,
Couthon, subió a la tribuna de los Jacobinos para comentar
el resultado de la votación. «Existen en la Convención –dijo–
, dos partidos... hay un partido de personas que profesan
ideas exageradas, y cuyas maneras de actuar tienden a la
anarquía, y hay otro de gentes finas, sutiles, intrigantes y
sobre todo extremadamente ambiciosas; quieren, también, la
república, pero la quieren porque la opinión pública se ha
manifestado en tal sentido, pero aman también a la
aristocracia, pues quieren perpetuarse en su influencia, tener
a su disposición los puestos y empleos y sobre todo los
tesoros de la república... Considerad a los que ocupan
puestos: todos pertenecen a esta facción; considerad la
Comisión de Constitución; es la composición de ésta la que
me ha abierto los ojos. Y es sobre esta facción, que sólo quiere

448
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la libertad para su provecho, sobre la que precisa actuar con


toda fuerza.»

Y Couthon, convertido en montañés, aunque seguía


quejándose de la debilidad que se empleaba en relación con
los extremistas, declaró que todo el que se separase de los
jacobinos era un falso hermano que merecía la maldición de
la patria. Y añadió que había llegado a darse cuenta de que el
proyecto de Guardia Departamental estaba destinado a
favorecer a una sola facción y que con él «la soberanía del
pueblo sería anulada y se vería nacer la aristocracia de los
magistrados». Más de una conversión se explica por los
mismos motivos que la de Couthon. Los girondinos no se
cuidaron lo que debían de las suspicaces sospechas de sus
colegas no iniciados en sus conciliábulos. Y así se prestaron
a ser fácilmente atacados por la acusación de formar una
secta, un sindicato, como diríamos hoy. Pero, con todo, no
fue éste el mayor de sus errores.

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO II

LA EMBESTIDA CONTRA LOS «TRIUNVIROS»

La lucha entre los que habían llevado a cabo el 10 de agosto


y los que no habían podido impedirlo, llena los ocho primeros
meses de la Convención. La lucha adquirió, desde bien
pronto, caracteres de extrema violencia. Tomando la
ofensiva, el 25 de septiembre, los girondinos se esforzaron,
por un golpe de audacia, en excluir de la Asamblea a los jefes
montañeses a los que, sobre todo, temían mucho y contra los
que alimentaban los mayores odios: Robespierre y Marat.
Querían, así, herir a la oposición en su cabeza y reinar en
seguida sobre una Asamblea dócil.

El pastor Lasource, que ya, en vísperas del 10 de agosto,


había intentado el hacer conducir a Robespierre ante el
Tribunal Supremo, comenzó el asalto. «No quiero –dijo–, que
París, dirigido por intrigantes, sea en el Imperio francés lo
que fue Roma en el Imperio romano. Es preciso que París sea
reducido a una octogésimo tercia parte de influencia, como
cada uno de los demás departamentos.» Y Lasource dejó
correr sus odios contra «los hombres que no han cesado de
provocar los puñales contra los miembros de la Asamblea
Legislativa que han defendido con más firmeza la causa de la
libertad...; contra los hombres que quieren, por medio de la
anarquía, y por los desórdenes, obra de los bandidos enviados
por Brunswick, llegar a la dominación de que están

450
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sedientos». Lasource no había nombrado a nadie; pero


estando Osselin defendiendo a la diputación de París, de la
que formaba parte, y solicitando, para disipar las dudas, el
que todos los convencionales jurasen anatema a la oligarquía
y a la dictadura, fue interrumpido por el joven Rebecqui,
diputado por Marsella, con estas frases: «El partido que se os
ha denunciado, el que quiere establecer la dictadura, es el
partido que acaudilla Robespierre. Así, la notoriedad pública
nos lo ha hecho saber en Marsella. Apelo al testimonio de mi
colega el señor Barbaroux, y es para combatirlo para lo que
se nos ha enviado. Lo pongo en vuestro conocimiento.» De tal
modo se evidenciaron, de repente, las intenciones de la
Gironda.

Entonces Danton, dándose cuenta de todo el peligro político


de un debate personal y retrospectivo que convirtiera en
enemigos irreconciliables a los jefes de los dos partidos;
Danton que, desde luego, podía temer, por él mismo, una
investigación demasiado detenida sobre sus actos y los de su
camarilla; Danton intentó con gran habilidad, hacer
desaparecer las acusaciones recíprocas sobre la doble
diferencia teórica de la dictadura y del federalismo. Para
inspirar confianza comenzó su apología personal rompiendo
toda solidaridad con Marat, «un hombre cuyas opiniones son
para el partido republicano lo que las de Royou para el
partido aristocrático». «Muchas veces y desde hace ya tiempo
se me ha acusado de ser el autor de los escritos de este

451
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hombre...; pero no acusemos, por algunos individuos


exagerados, a toda una diputación.» Y Danton, habiendo
arrojado por la borda al Amigo del Pueblo, concluyó con una
doble propuesta que tendía a satisfacer a las dos facciones
opuestas de la Asamblea. Pidió la pena de muerte para
quienes solicitaran el establecimiento de la dictadura o el
triunvirato y la misma pena para los que aspiraran a
desmembrar a Francia. Descendió de la tribuna luego de
hacer un patriótico llamamiento a la unión: «Cuando
conozcan esta santa armonía, los austríacos temblarán y ante
ella nuestros enemigos acabarán por desaparecer.» Fue muy
aplaudido.

Después que Buzot, que temía el voto inmediato de las


proposiciones de Danton, hubo, audazmente, presentado su
propio proyecto de Guardia Departamental como inspirado
por un pensamiento de unión y de unidad, Robespierre
pronunció una larga y altiva apología llena de recuerdos a sus
pasados servicios: «No me considero como un acusado, sino
como un defensor de la causa del patriotismo... Lejos de ser
ambicioso he combatido siempre a los ambiciosos.» Se
indignó por las calumnias girondinas que lo habían
presentado, antes del 10 de agosto, como conferenciando con
la reina y con la princesa de Lamballe. Confesó que había
sospechado de sus adversarios «el querer hacer de la
república un conglomerado de repúblicas federativas»,
cuando los había visto erigirse en acusadores de los hombres

452
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

del 10 de agosto y transformarlos, falsamente, en campeones


de la ley agraria. Desafió a sus adversarios para que
presentaran en su contra la menor inculpación fundada y
concluyó pidiendo la votación de las proposiciones de
Danton.

Barbaroux quiso recoger el desafío de Robespierre. Para


probar que éste había aspirado a la dictadura invocó una
conversación que había tenido con Panis algunos días antes
de la insurrección: «El ciudadano nos designó nominalmente
a Robespierre como el hombre virtuoso que debía ser el
dictador de Francia.» Esta singular prueba levantó murmullos
en la Asamblea. Panis desmintió a Barbaroux: «¿De dónde se
ha podido inferir semejante acusación? ¿Quiénes son los
testigos?» «Yo, señor», replicó Rebecqui. «Vos sois su amigo,
y os recuso», replicó Panis, quien añadió: «¡Qué! ¿En los
instantes en que los patriotas estaban prestos a ser
inmolados, en los que nuestro solo pensamiento estaba en
sitiar las Tullerías, íbamos a soñar en la dictadura, cuando
estábamos casi persuadidos de la insuficiencia de nuestra
fuerza?... En los momentos en que a cada instante veía yo a
París perseguido y degollado, iba yo a pensar en una
autoridad dictatorial?»

Dándose cuenta de que la acusación contra Robespierre no


era fecunda en resultados, otros girondinos, como Boileau y
Cambon, derivaron un tanto la cuestión dedicándose a un

453
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

vivo ataque retrospectivo contra la dictadura, ésta más real,


del Ayuntamiento de París. Brissot recordó el mandamiento
de registro de papeles dado en su contra cuando las
matanzas. París aprovechó esta oportunidad para justificar al
Comité de Vigilancia: «Es preciso darse cuenta de nuestra
situación. Estábamos rodeados de ciudadanos irritados por
las traiciones de la corte... Muchos ciudadanos vinieron a
decirnos que Brissot partía para Londres con las pruebas
escritas de tales maquinaciones: realmente yo no creía en
esta inculpación; pero tampoco podía responder
personalmente y con mi cabeza de que no fuese cierta. Tenía
que moderar la efervescencia de los que hasta el propio
enjuiciar de Brissot ha llamado ‘los mejores ciudadanos’. Y
entendí lo más prudente, para conseguirlo, el enviar a su casa
a unos comisarios que, fraternalmente, le pidieran la
comunicación de sus papeles, convencido de que esta
comunicación haría resplandecer su inocencia y disipar
todas las sospechas, como, en efecto, así sucedió...» Esta
explicación aparentaba todos los caracteres de la verdad. La
acusación de la Gironda, por lo demás enteramente
retrospectiva, se desvaneció.

Marat pidió la palabra. Los girondinos comenzaron a gritar:


«¡Fuera de la tribuna!» Marat, tranquilo y desdeñoso,
dirigiéndose a ellos, exclamó: «¡Ya veo que tengo en la
Asamblea muchos enemigos personales!» «Todos, todos»,
gritaron los girondinos. Marat replicó, sin conmoverse: «Si

454
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

tengo en la Asamblea tantos enemigos, les recuerdo el pudor


y el que no opongan vanos clamores, gritos ni amenazas a un
hombre que ha sacrificado a la patria hasta su propia salud.»
Tal actitud se impuso. Pudo hablar. Y caminando recto a la
acusación de dictadura, se confesó culpable, y con tanta
discreción como ingenio se dedicó a poner fuera de la
discusión a Robespierre y a Danton: «Debo a la justicia el
declarar que mis colegas, especialmente Robespierre y
Danton y con ellos los demás, han desaprobado
constantemente la idea ya de un tribunado, ya de una
dictadura. Si alguien es culpable de haber lanzado entre el
público estas ideas soy yo; creo que el primer escritor
político y, tal vez, el único en Francia, después de la
Revolución, que haya propuesto un tribuno militar, un
dictador, un triunvirato, como el solo medio de acabar con
los traidores y los conspiradores, he sido yo.» Invocó en su
defensa la libertad de la prensa y, sin renegar de sus
opiniones ni empequeñecer su actitud por la más leve
retracción, expuso de nuevo su teoría del dictador, «hombre
sabio y fuerte, que tuviera sólo autoridad para abatir las
cabezas criminales y que estuviese encadenado a la patria
por una bala de cañón sujeta a su pie». Con toda habilidad
puso en guardia a la Asamblea contra aquellos que querían
arrojar entre ella la discordia y distraerla de las grandes
cuestiones que debían ocuparla.

455
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Visiblemente, el lenguaje de Marat hizo impresión,


especialmente por su sinceridad, y Vergniaud levantó
rumores cuando, al suceder a Marat en la tribuna, le lanzó la
siguiente despectiva injuria: «Es una desgracia para un
representante del pueblo y una tristeza para mi corazón, el
tener que suceder en la tribuna a un hombre contra el cual
se ha dictado un decreto de acusación y que ha conseguido
faltar impunemente a las leyes, a un hombre, en fin, que sólo
destila calumnia, hiel y sangre.» Esta indignación de
melodrama pareció fuera de lugar. Vergniaud fue
interrumpido y fue preciso que interviniera Pétion para
sostenerlo en el uso de la palabra. Vergniaud dio lectura a la
famosa circular por la que la Comisión de Vigilancia del
Ayuntamiento había aconsejado a los departamentos el
generalizar las matanzas. Y en los mismos momentos en que
esta proclama se hacía circular, Robespierre denunciaba al
Ayuntamiento el pretendido complot de los jefes girondinos,
cuyo fin era entregar Francia a Brunswick. «Eso es falso»,
interrumpió Robespierre. «Tengo de ello la prueba», replicó
Lasource.

Pero en lugar de solicitar que la cuestión se dilucidase sobre


la marcha, Vergniaud no insistió y se limitó a decir: «Como
hablo sin rencor alguno, me felicitaré de una denegación que
me probaría que también Robespierre ha podido ser
calumniado.» Y terminó su discurso, todo pasión contra el
Ayuntamiento, pidiendo un castigo ejemplar para los

456
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

firmantes de la circular del Comité de Vigilancia, entre los


que se encontraban Panis, Sergent y Marat.

Para acabar con Marat, un girondino, Boileau, dio lectura a


un artículo en el que Marat hacía un llamamiento para una
nueva insurrección y preconizaba el establecimiento de un
dictador. Numerosos diputados gritan que es preciso enviar
a Marat a la Abadía. El decreto de acusación iba a ser votado
cuando Marat, todo calma, confesó que, en efecto, era el
autor del artículo denunciado por Boileau; pero añadió que
tal artículo, ya antiguo, había sido escrito en un momento de
indignación. Después había cambiado de opinión y había
rendido sus homenajes a la Convención, y para demostrarlo
hizo dar lectura de su reciente artículo en el que hablaba de
«los nuevos caminos». El efecto que ello produjo fue
considerable. Marat terminó su intervención sacando de sus
bolsillos una pistola y apoyándola en su frente: «Debo
confesar –dijo–, que si el decreto de acusación en mi contra
se hubiera votado, me hubiera saltado la tapa de los sesos al
pie mismo de la tribuna. ¡He aquí el fruto de tres años de
prisiones y de tormentos sufridos para salvar a la patria! ¡He
aquí el fruto de mis vigilias, de mis trabajos, de mi miseria,
de mis sufrimientos, de los peligros que he corrido! ¡Pues
bien, permaneceré entre vosotros para arrostrar vuestros
furores!»

457
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Los girondinos habían fallado el golpe. Impotentes para


atacar a Robespierre, habían engrandecido la figura de Marat
dándole ocasión de que se mostrara tal cual era, ante la
Convención y ante Francia. Finalmente, Couthon sacó la
conclusión del debate, proponiendo decretar la unidad de la
república. Sólo se discutió sobre la redacción que habría de
darse, admitiéndose en definitiva la célebre fórmula La
República francesa es una e indivisible. Era ello la
repudiación del federalismo, del proyecto de los girondinos
de aplicar a Francia la Constitución de los Estados Unidos.
Couthon pidió, seguidamente, que se aplicara la pena de
muerte a quien pidiese la dictadura. Marat pidió una adición:
«y contra el maquinador que se declare inviolable». «Si os
colocáis por encima del pueblo, el pueblo desgarrará vuestros
decretos.» La adición se dirigía contra la inmunidad
parlamentaria. Cambon y Chabot, cada uno desde su punto
de vista, combatieron la proposición de Couthon en nombre
de las libertades, del opinar y de los imprescriptibles
derechos del pensamiento. Y la Asamblea se rindió a sus
razones. Quiso condenar el federalismo y lo hizo
terminantemente; por contrario, se negó a condenar la idea
de la dictadura.

En esta memorable sesión del 25 de septiembre, se había


revelado Danton como un notable manipulador de multitudes
que poseía manifiestamente el arte de conducir las asambleas
hablando a sus pasiones tanto como a su razón. Él fue quien

458
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

puso en derrota el plan de la Gironda y ésta, que de ello se


dio cuenta, le guardó desde entonces un mayor
resentimiento. Había procurado, al menos hasta la fecha,
descartarlo, públicamente, de sus ataques; pero hubo de
comprender que no podía dar cuenta de la Montaña sin
considerar como comprendido en ella a Danton.

Hubiera querido éste que el primer cuidado de la Convención


consistiera en renovar el Ministerio, formando otro
compuesto de hombres nuevos, completamente extraños a
las querellas pasadas. La ley de la Constituyente, siempre en
vigor, ordenaba la incompatibilidad entre los cargos de
ministro y de diputado. Danton declaró en la primera sesión
que optaba por el mandato legislativo. Su actitud provocó la
de Roland. El cargo de ministro estaba mucho mejor
retribuido que el de diputado. ¿Sería Roland menos
desinteresado que el agitador a quien la Gironda quería
presentar como un ser despreciable? Después de algunas
vacilaciones, pues su elección por el Somme aparecía con
protestas, Roland se decidió a renunciar su cargo de
ministro, empleando para ello un lenguaje un tanto ridículo
en que abundaban frases como ésta: «Es fácil ser grande
cuando olvida uno de sí mismo, y se es siempre poderoso
cuando no se teme a la muerte.» Después de haber trazado
los deberes de su sucesor, recomendó a la Convención a uno
de sus antiguos subordinados, Pache, del que hizo un elogio

459
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

enfático: «Nuevo Abdolónimo, debe ser colocado en el puesto


en el que su sabiduría puede operar los mayores bienes.»

Pero Roland sólo había dimitido para llenar las formas. Sus
amigos de la Asamblea consideraron su retirada como una
«calamidad pública» y se esforzaron en obtener una votación
que le invitara a permanecer en su puesto. En el curso de una
viva discusión, que se empeñó sobre este particular, el 27 de
septiembre, Danton llegó a decir: «Si hacéis esta invitación,
hacedla también a la señora Roland, porque todo el mundo
sabe que Roland no es él solo ministro en su departamento.
Yo sí estaba solo en el mío y la nación necesita ministros que
puedan actuar sin ser conducidos por una mujer.» La
Asamblea sabía que Danton decía la verdad. Pero los rumores
fueron prolongados ante la ruda frase. En aquel siglo XVIII,
tan cortés, atacar a una dama era un gesto de mal gusto que
toda la prensa, casi sin excepción, censuró sin miramientos.
Ahora bien, no era precisamente de hombre de mundo de lo
que Danton se las daba. Los rumores no sirvieron para otra
cosa que para hacerlo más brutal. Dio a Roland un nuevo
golpe terrible, revelando –cosa no conocida aún–, que el
virtuoso y viejo Roland había querido evacuar París después
de la toma de Longwy. El acta de la sesión anota que las
palabras de Danton provocaron una viva agitación. Concluyó
diciendo que convenía, cuanto antes, sustituir a Roland por
Pache. Precisamente fue todo lo contrario lo que ocurrió. Al
día siguiente, en una larga carta moralizante, desnuda de

460
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

toda modestia, el marido de la señora Roland manifestó que


se decidía por su cartera: «Sigo como ministro, porque
obrando así sé que corro peligros; pero yo los arrostro y no
temo a ninguno cuando se trata de servir a mi patria.» Y se
dedica luego a lanzar ataques, vagos y pérfidos, contra los
Sila y los Rienzi del día, afirmando con intrepidez que los
proyectos de dictadura y de triunvirato habían existido. Su
carta desencadenó cuatro salvas de aplausos y fue enviada a
los departamentos.

Habiendo abandonado Servan el Ministerio de la Guerra, para


ir a mandar el ejército, en formación, de los Pirineos, fue
reemplazado por Pache, revolucionario sincero, alejado de las
intrigas y extraño, aun más, a las facciones. Hubo de destruir
cruelmente las esperanzas que sobre él habían concebido los
girondinos y justificar el elogio que espontáneamente había
rendido Danton a su patriotismo. En cuanto a éste, fue
definitivamente reemplazado en el Ministerio de Justicia, el
día 9 de octubre, por el escritor Garat, hombre de poca
firmeza y muy ligado a los jefes girondinos. Más, no bastó a
éstos colocar en el Consejo Ejecutivo a hombres que creían
tener a su devoción. Había, también, odios que satisfacer,
represalias que tomar. Ya Roland, en la carta que hubo de
escribir, el 30 de septiembre, a la Convención retirando su
dimisión, había insertado una frase llena de reticencias:
«Estoy íntimamente convencido de que no puede existir
verdadero patriotismo allí en donde no existe moralidad.» La

461
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

moralidad, he aquí el punto flaco de Danton, el fallo de su


coraza.

Cuando un ministro abandonaba su cargo debía, al hacerlo,


dar de su gestión no sólo una cuenta moral, sino también una
cuenta financiera. Y es de advertir que no se trataba de una
mera formalidad. Las cuentas de los ministros se examinaban
con todo cuidado y sobre los documentos justificativos que
las acompañaban. Cuando, el 10 de octubre, se pusieron a
discusión, acompañadas de un informe de Mallarmé,
Cambon, siempre hostil al Ayuntamiento, se expresó en
términos muy severos: «Observo que la moda seguida por el
ministro de Justicia destruye todo sistema de contabilidad,
porque los gastos hechos por los ministros deben realizarse
y liquidarse a medida que las circunstancias los reclamen y,
obrando así, no encuentro medio de que les queden sumas en
caja.» Cambon no se limitó a esta sola censura, sino que
terminó manifestando que era preciso obligar a los ministros
a que rindieran cuentas no sólo de sus gastos extraordinarios
–lo que Danton había hecho–, sino también de sus gastos
secretos –de lo que él se creyó, por lo visto, dispensado y no
hizo–: Sometido, así, a discusión, Danton se parapetó detrás
del Consejo Ejecutivo, al que dijo había dado cuenta de sus
gastos secretos. Cambon fue muy aplaudido, Danton
descendió de la tribuna en medio de un silencio glacial. La
Convención le invitó –por un voto–, a justificar de nuevo ante
el Consejo Ejecutivo el empleo de las 200.000 libras que se

462
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

habían puesto a su disposición para gastos secretos. Como


aparentara no ocuparse de ello, el 18 de octubre, Roland
presentó a la Asamblea sus propias cuentas, acompañándolas
de algunos comentarios que se dirigían, visiblemente, a su
antiguo colega: «Como no conozco nada que deba estar
secreto y como quiero que mi administración se exponga
enteramente a todas las miradas, pido a la Asamblea que se
sirva ordenar se dé lectura a mis cuentas.» Entonces dijo
Rebecqui: «Pido que todos los ministros den sus cuentas en
la forma que lo hace el señor Roland.» Danton ha de subir de
nuevo a la tribuna para justificarse. Se embrolla a fuerza de
distingos y acaba con la siguiente declaración: «...Cuando el
enemigo se adueñó de Verdún, cuando la consternación se
apoderó aun de los mejores y más valerosos ciudadanos, la
Asamblea Legislativa nos dijo: ‘No ahorréis nada, prodigad el
dinero, si es preciso, reanimad la confianza y dad impulsos a
la Francia entera.’ Lo hemos hecho, nos hemos visto forzados
a gastos extraordinarios; y para la mayor parte de estos
gastos, he de confesarlo, no tenemos justificantes
enteramente legales. Todo fue hecho con prisas, todo era
urgente; la representación nacional quiso que los ministros
obrásemos conjuntamente; así lo hicimos y he ahí nuestra
cuenta.» Se levantaron grandes murmullos. Cambon preguntó
a Roland si habían verificado en Consejo las cuentas de los
gastos secretos de Danton. Roland contestó que: «había
buscado datos de ello en las actas de los Consejos y no había

463
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

encontrado ni huellas». Una viva emoción agitó a la


Asamblea. Camus propuso «el decreto de acusación contra los
ministros que habían dilapidado los fondos del Estado».
Finalmente, un decreto, dado a propuesta de Larivière,
ordenó al Consejo justificar en el término de veinticuatro
horas «la deliberación que hubieron de tener al efecto de
liquidar la cuenta de las sumas puestas a su disposición para
gastos secretos».

El Consejo se encontraba en la imposibilidad de exhibir una


deliberación que no había existido. Y tomó el partido de
hacerse el muerto. Pero el 25 de octubre, habiendo querido
Danton hacer uso de la palabra, los girondinos ahogaron su
voz con gritos en los que le pedían la rendición de sus
cuentas. El 30 de octubre un nuevo decreto obligó a los
ministros a que cumplieran el anterior. El 7 de noviembre,
Monge, Clavière y Lebrun se resignaron a obedecer.
Manifestaron que el 6 de octubre Danton y Servan les habían
dado cuenta detallada del empleo de sus gastos secretos, pero
que ellos se habían creído en la obligación de llevar el hecho
al libro de actas del Consejo. Ni Cambon, ni Brissot se dieron
por vencidos y reemprendieron sus críticas. La Convención
no dio el correspondiente finiquito a Danton, pero se negó a
condenarlo. Desde entonces y en cuantas ocasiones se
presentaron, los girondinos le recordaron a Danton la
historia de sus cuentas. Desgraciadamente, las apariencias
conspiraban en favor de la Gironda. Danton protegía a

464
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

proveedores tan dudosos en sus asuntos como el famoso


abate de Espagnac. Había tomado como secretario en el
Ministerio de Justicia al poeta arruinado en el juego, Fabre
de Églantine, quien, para rehacer su fortuna, se había
convertido en proveedor de los ejércitos y se exponía a las
censuras de Pache, quien se quejaba de que no remitía los
pedidos que le hacía y sí se quedaba con los adelantos que
solicitaba y que le eran satisfechos. Danton había aumentado
su fortuna de una manera inexplicable. Vivía muy bien y
compraba bienes nacionales en el Aube; entre París y sus
alrededores tenía abiertas tres casas. Era, pues, vulnerable.
Los periódicos girondinos, los folletos de Brissot, las
Memorias de la señora Roland están llenos de claras
alusiones a su venalidad. Roland toma a su servicio, como
policía, a un aventurero llamado Roque Marcandier, antiguo
secretario de Camille Desmoulins, y le encarga el deshonrar
a Danton y a sus amigos en un libelo periódico muy violento,
pero en el que no todo lo que contenía era inventado, y que
se titulaba Historia de los hombres de rapiña. Sea dejadez,
sea desprecio, sea táctica, sea temor de agravar el caso,
Danton no replica nada a los violentos ataques de que era
objeto. Y salió empequeñecido en el ánimo de muchos
convencionales y no pudo hacer, por ello, todo el bien que
esperaba obtener de su política de conciliación y unión,
provechosa no sólo a su tranquilidad, sino también a la

465
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

república. Y los girondinos al empequeñecer a Danton,


engrandecieron aun más a Robespierre.

466
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO III

LA FORMACIÓN DEL TERCER PARTIDO

Al dedicarse a una política de represalias contra los


montañeses, los girondinos debían, por la fuerza misma de
las cosas, provocar el despertar de las fuerzas conservadoras.
Su deslizamiento hacia la derecha, tanto en el dominio
político como en el orden social, fue muy rápido. Desde el
principio se dedicaron con ahínco a combatir las
instituciones de vigilancia y represión que la revolución del
10 de agosto había creado para hacer entrar en razón a los
realistas cómplices o agentes del enemigo.

Violentamente acusado por Vergniaud, en la sesión del 25 de


septiembre, el Comité de Vigilancia del Ayuntamiento
presentó su defensa a la Asamblea cinco días más tarde.
Tomando, a su vez, la ofensiva, adujo expedientes formados
por documentos verdaderamente desazonadores para
muchos: una carta de Laporte, intendente de la lista civil,
que reclamaba al tesorero del rey, Septeuil, 1.500.000 libras,
para comprar concursos dentro del Comité de Liquidación de
la Legislativa y así conseguir que las pensiones de la casa
militar del monarca pasaran a ser de cargo de la nación;
recibos que demostraban, palmariamente, que en las vísperas
mismas del 10 de agosto se habían distribuido sumas por
valor de 500.000 y 550.000 libras; otros documentos que
justificaban que El Logógrafo de Dupont y los Lameth, así

467
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

como otros periódicos, habían sido subvencionados por la


lista civil, etc., etc. Robert Lindet y Tallien apoyaron al
Comité de Vigilancia; pero los girondinos, sostenidos por
hombres de negocios, como Reubell y Merlin de Thionville,
hicieron decidir que los papeles del Comité de Vigilancia
fueran entregados a una comisión de 24 individuos integrada
por miembros de la Asamblea. En vano Panis, Marat y
BillaudVarenne intentaron oponerse a este nombramiento y
a la desautorización del Comité de Vigilancia. Seguidamente
fueron elegidos los 24 y lo fueron casi únicamente entre los
diputados de la derecha. Se les facultó, además, para poder
librar mandamientos de arresto. Apenas constituidos,
nombraron presidente a Barbaroux. La actividad de éste
respondió a su política de demostrar que el Comité de
Vigilancia del Ayuntamiento había recibido denuncias sin
fundamento, había procedido a la detención de inocentes e
inquietado a gentes pacíficas. La Comisión de los 24 apenas
si por cumplir las formas siguió las indicaciones y
procedimientos ya iniciados por el Comité de Vigilancia
desposeído. Dictó algunos mandamientos de detención; pero
seguidamente puso en libertad a los presos, luego de un
simulacro de interrogatorio. Así aceptó, como moneda de
buena ley, las denegaciones de un cierto señor Durand, que
había sido agente de Montmorin y de la corte cerca de los
jacobinos y de Danton. Para controlar sus afirmaciones no
hicieron nada, sin proceder, siquiera, a confrontación alguna

468
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

y, mucho menos, sin acudir a informes periciales de expertos


en escritura y en cotejo de letras. Echó, también, al cesto de
los papeles inútiles una queja que se le dirigió, el 4 de
octubre, contra un banquero inglés, apellidado Boyd, muy
sospechoso de ser en Francia agente de Pitt y contra el que,
luego, se hicieron graves acusaciones. No molestó sino
ligeramente y más bien por cumplir que por otra cosa, a los
miembros de la Comisión de Liquidación de la Legislativa,
muy comprometidos según la carta de Laporte. Asimismo, no
hizo nada para poner en claro el asunto del periódico El
Logógrafo, en el que aparecían complicados los más
importantes jefes del partido fuldense. Y así en los demás.

Atacando y paralizando al Comité de Vigilancia del


Ayuntamiento, habían querido no sólo vengar agravios
personales, sino también desarmar a los órganos de represión
revolucionaria, para inspirar, así, confianza a los fuldenses,
sus enemigos de la víspera. Se dedicaron a protegerlos y a
darles prendas de ello. Y así los aristócratas y los ricos, que
habían huido de París en el mes de agosto, entraron por
centenas en la mitad del mes de octubre.

El Tribunal Extraordinario, creado el 17 de agosto para


reprimir los complots realistas y los crímenes contra la
patria, cumplía concienzudamente con su deber. Había
absuelto, falto de pruebas suficientes, a realistas muy
notorios, algunos tan ligados con la corte como Gibe, notario

469
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de la lista civil. En cambio, había castigado con todo rigor a


los ladrones del Guardamuebles que habían sido sometidos a
su fuero. Mas, semejante tribunal no podía encontrar gracia
ante los ojos de los girondinos. Uno de ellos le llamó «el
tribunal de la sangre», en la sesión del 26 de octubre. El
tribunal quiso defenderse. Lanjuinais, en la sesión del 28 de
octubre, hizo que la Asamblea se negara a la impresión de su
defensa. Luego, el ministro Garat lo acusó, el 15 de
noviembre, de haberse excedido en sus atribuciones, lo que
hizo decir a Buzot que precisaba su supresión: «Es un
instrumento revolucionario y debe terminar su función una
vez la revolución acababa.» Tallien replicó vanamente:
«Vosotros no podéis suspender a un tribunal que tiene los
hilos de las conspiraciones del 10 de agosto, a un tribunal
que ha de juzgar los crímenes de la mujer de Luis XVI, a un
tribunal que tanto ha merecido la gratitud de la patria.»
Barère hizo decretar que, desde aquella fecha en que el
acuerdo se tomaba, sus sentencias quedaban sujetas a
casación, y quince días más tarde, y según un informe de
Garran de Coulon, se ordenó su suspensión. Fue ella medida
grave que no sólo contenía una desautorización de la política
y de los hombres del 10 de agosto, sino que tenía como
consecuencia el acrecer la seguridad de los enemigos del
régimen que, por aquel entonces, se agitaban a más y mejor.
Y habiendo sido suprimido con anterioridad el Tribunal
Supremo, no quedaba ya tribunal alguno que juzgase los

470
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

crímenes contra la seguridad del Estado. Y mientras todo


esto se hacía, la guerra extranjera continuaba y la guerra civil
se estaba incubando.

Los girondinos intentaron apoderarse del Ayuntamiento,


cuya renovación había sido decretada por la Legislativa. Tal
vez lo hubieran logrado si hubieran procedido con rapidez y
decisión. Pétion fue reelegido alcalde, sin oposición alguna,
el 9 de octubre, por 13.899 votos de 15.474 votantes. Pero
renunció. Las elecciones se prolongaron porque el escrutinio
era complicado, ya que el alcalde y la Comisión municipal se
elegían aparte y antes del Consejo General, y porque los
candidatos girondinos se fueron excusando el uno después
del otro. De Ormesson, un fuldense que los girondinos habían
patrocinado, acabó por ser elegido, aunque después de tres
empates, consiguiendo, al fin, el 21 de noviembre, 4.910
votos, contra 4.896 que obtuvo el montañés Lullier. Pero
también renunció. El médico Chambon, patrocinado por
Brissot, fue elegido el 30 de noviembre por 7.358 votos
contra Lullier que sólo obtuvo 3.906. Aceptó. Más tarde, en
1814, dirá que hubo de aceptar la alcaldía para servir mejor
la causa realista bajo un disfraz republicano. Por Chambon,
los girondinos consiguieron la alcaldía, pero el Consejo
municipal y la Asamblea General se les escaparon de las
manos. Aunque hubieron de obtener de la Convención un
decreto prohibiendo el voto en voz alta, el nuevo
Ayuntamiento, constituido a fines de noviembre, fue casi tan

471
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

revolucionario como el antiguo, entre cuyos miembros, por


otra parte, se reclutaron los elegidos ahora. La Comisión
municipal, elegida seguidamente a primeros de diciembre,
resultó aun más montañesa que la anterior, si ello hubiera
sido posible. Chaumette, que había presidido el
Ayuntamiento del 10 de agosto, fue elegido procurador
síndico y tuvo por sustitutos a Real y a Hébert. En cuanto a
Lullier, el derrotado candidato para la alcaldía, fue elegido
procurador general síndico del departamento de París.

La Guardia Departamental de la que habían querido rodear a


la Convención era el gran pensamiento de los girondinos. No
llegaron a realizarlo. El informe que, el 8 de octubre, presentó
Buzot a la Asamblea, jamás fue discutido. La mayoría sentía
repugnancias a votar una medida de excepción dirigida
contra París, en el que la calma y la tranquilidad
contrastaban con los ataques furiosos de los rolandinos.

Buzot, aun más astuto y flexible que tenaz, no volvió a


intentar que se votase su proyecto. Prefirió cambiar,
ingeniosamente, la dirección de la resistencia. El 12 de
octubre anunció a la Asamblea que muchos departamentos,
entre los cuales figuraba el suyo, el Eure, reclutaban
contingentes de federados que se apresurarían a mandar a
París para defender a sus representantes. La ley no había sido
votada y ya comenzaba a ser puesta en ejecución.

472
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Según Buzot había anunciado, los departamentos girondinos


comenzaron a enviar sus federados a París. Los de las Bocas
del Ródano, llamados por Barbaroux, llegaron el 19 de
octubre, y dos días más tarde su orador comparecía en la
barra de la Asamblea para amenazar «a los agitadores ávidos
de tribunado y de dictadura». El 3 de noviembre recorrieron
las calles de París, cantando una canción que terminaba con
el siguiente estribillo:

«La cabeza de Marat, Robespierre y Danton


y de todos aquellos que los defiendan; ¡oh, la
alegría!
y de todos aquellos que los defiendan.»

La multitud, aumentada por los curiosos, se dirigió al Palacio


Real, dando gritos de muerte contra Marat y Robespierre, a
los que se mezclaron algunos de «nada de procesos contra
Luis XVI». Circuló el rumor de que los federados se proponían
libertar al rey, sacándolo del Temple con la ayuda de los
numerosos emigrados que habían vuelto.

A mediados de noviembre había en París cerca de 16.000


federados llegados de las Bocas del Ródano, del Saona y Loire,
del Calvados, del Hérault, de la Mancha, del Yonne, etc.
Reclamaron el derecho de montar la guardia en la Asamblea,
concurriendo con los parisienses. Si a éstos les hubiera
faltado la sangre fría, si hubieran contestado a las

473
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

manifestaciones de los federados departamentales por medio


de contramanifestaciones, es seguro que los alborotos
hubieran surgido, proporcionando a los girondinos los
pretextos que ellos buscaban para trasladar el lugar de
residencia de la Asamblea a otra ciudad. Mas, Robespierre, en
un gran discurso que pronunció en los Jacobinos el día 29 de
octubre, les había puesto en guardia contra «los lazos de los
intrigantes», recomendándoles paciencia y sangre fría. Marat
había dado los mismos consejos. Éste, el 23 de octubre, se
presentó, osadamente, en el cuartel de los federados
marselleses, manifestándoles que, interesándose vivamente
por su bienestar, deseaba ver cómo estaban alojados. Y
encontrándolos mal, prometió interesarse en que les
mandaran cuanto les faltaba. Para terminar invitó a que
cenaran con él tres hombres por compañía. La población
parisiense no solamente no respondió a las provocaciones de
los federados, sino que los halagó a fin de disipar sus
prevenciones.

El Ayuntamiento y las secciones se vieron poderosamente


ayudados por el ministro de la Guerra, Pache, quien, en una
carta que publicó el 1.º de noviembre, hizo la declaración de
que él no había llamado a París fuerza pública alguna, y
añadía: «No conozco causa real que haga necesaria su
presencia en la capital, y la primera orden que recibirán de
mí será la de que se marchen.» Dirigía, después, censuras a
los que habían arrojado la semilla del odio entre los

474
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

parisienses y los voluntarios federados. Pache realizó


diversas tentativas para enviar al frente a los federados
venidos a la capital. Por su parte, Letourneur, ponente de la
Comisión de Guerra, conforme con los puntos de vista del
ministro, propuso, el 10 de noviembre, un decreto que
suprimía el sueldo a los federados que no abandonasen París
en un plazo de quince días. Pero Buzot, apoyado por Barère,
invocando el mantenimiento del orden, consiguió de la
Asamblea que autorizase a los federados para que
continuaran en París. El cálculo de los girondinos fracasó,
también, en esto. Al contacto de los parisienses, los
provinciales abandonaron sus prevenciones y, poco a poco,
insensiblemente, se fueron pasando al partido de la Montaña.
Hacia fines de diciembre se agruparon en una Sociedad de
Federados de los 83 Departamentos, especie de club militar,
que inspiraban los jacobinos.

En los primeros días de confianza y de ilusión que les había


causado la llegada de los federados, la Gironda había
intentado un último esfuerzo en contra de los jefes de la
Montaña. El 29 de octubre, después que Roland hubo
trasladado a la Asamblea una nota policíaca de Roque
Marcandier en la que, nueva e indirectamente, se acusaba a
Robespierre de intrigar para conseguir la dictadura y después
de que Robespierre se justificó desdeñosamente, en medio de
los clamores de la derecha, envalentonada por la actitud del
presidente Guadet, el novelista Louvet subió a la tribuna a

475
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

dar lectura de una larga requisitoria, laboriosamente


preparada, en la que los artificios retóricos no bastaban a
ocultar la ausencia de verdaderos argumentos: «Robespierre,
yo te acuso de haber calumniado muchas veces a los más
puros patriotas... en un tiempo en que las calumnias eran
verdaderas proscripciones...; yo te acuso de haberte
producido siempre como objeto de idolatría; yo te acuso de
haber tiranizado por todos cuantos medios, de intriga y de
espanto, encontraste a mano, a la asamblea electoral del
departamento de París; yo te acuso de haber marchado, recta
y evidentemente, a la consecución del poder supremo...»
Pero, como si él mismo reconociese la fragilidad de sus
demostraciones, Louvet se limitó, en conclusión, a pedir que
la conducta de Robespierre fuese examinada por una
comisión de investigación. Es verdad, que, en compensación,
pidió el decreto de acusación en contra de Marat, del que
nada había dicho en su alegación. La Asamblea no quiso
formular declaración alguna sin antes permitir a Robespierre
que contestase a su acusador y, ocho días más tarde, la pobre
catilinaria de Louvet quedaba hecha pedazos. La Convención,
al principio prevenida y hostil, se fue dejando, poco a poco,
conquistar por la lógica y la franqueza de Robespierre. Y
acordó pasar a la orden del día.

Buzot había sufrido ya otro fracaso. El proyecto de ley que él


hubo de presentar para dar fin de la prensa montañesa, a
pretexto de reprimir la provocación al asesinato, se puso a

476
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

discusión el 30 de octubre. Un amigo torpe, Bailleul, quiso


agravar su texto por una enmienda que autorizaba el arresto
inmediato de cualquiera que provocase a la desobediencia a
las leyes o a la insurrección contra los funcionarios públicos.
Se produjeron rumores contra una disposición que se
consideraba arbitraria y vaga. El mismo girondino Ducos
gritó: «Pido la remisión de este artículo al inquisidor general.»
Bailleul tuvo la imprudencia de confesar: «Es una ley de
circunstancias.» Entonces el antiguo constituyente
Lapelletier de SaintFargueau pronunció un sólido discurso en
contra del proyecto, que fue muy aplaudido. «El proyecto de
ley –dijo–, atenta a la libertad de la prensa». «Libertad o
muerte», gritó Danton. En vano Barbaroux trató de derivar el
debate pidiendo a la Convención decretase que abandonaría
París en cuanto estimara que su seguridad no gozaba de
garantías bastantes. Estas proposiciones parecieron
excesivas e injustificadas al propio Pétion. Los girondinos se
quedaron sin obtener la votación de las medidas que habían
forjado y propuesto en contra de la Montaña. Su influencia
en la Asamblea declinaba de día en día. Sus perpetuas
denuncias, sus ardientes recriminaciones sobre el pasado,
parecían ocultar secretos designios, extraños, en un todo, al
bien público. Los diputados independientes, llegados a la
cámara llenos de prevenciones en contra del Ayuntamiento,
comenzaron a preguntarse si no habían sido engañados.

477
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El 24 de octubre hizo patente Fabre de Églantine, en la


tribuna de los Jacobinos, el cambio que se había operado en
las disposiciones de la Asamblea: «Los primeros días –dijo–,
toda la Asamblea aparecía como unida contra la diputación
de París, pero, poco a poco, hemos llegado a una especie de
equilibrio, hasta el punto de que muchas pruebas han
resultado dudosas.» Fabre no exageraba. El 18 de octubre los
girondinos estuvieron en riesgo de perder la presidencia de
la Cámara. De 466 votantes, Guadet, en primera elección,
obtuvo 218 votos, en tanto que Danton, candidato opuesto
por los montañeses, logró 207 sufragios. Hubo que repetir la
votación y, al hacerlo, resultó electo Guadet por 336 votos.

Antes Cloots, que había seguido largo tiempo a los girondinos


y que había sido comensal de la señora Roland, se separó, con
escándalo, de sus antiguos amigos, en un folleto que fue muy
comentado y que, aunque titulado Ni Marat ni Roland, se
dedicaba casi exclusivamente a atacar a los girondinos.
Reveló que había oído manifestar a Buzot, en la mesa de los
Roland, «que una república no debía tener mayor extensión
que la que alcanzaba su ciudad natal». Acusó a Roland de
predicar el federalismo. Este ataque tenía tanta mayor
importancia cuanto que Cloots se había revelado en
septiembre como un enemigo resuelto de la ley agraria.

La aparición de un tercer partido entre girondinos y


montañeses fue una realidad el 5 de noviembre después de la

478
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

contestación de Robespierre a Louvet. La lista de los oradores


inscritos para hacer uso de la palabra en el debate se dividía
en tres partes. Hubo unos que pidieron la palabra por la orden
del día, esto es, porque la acusación de Louvet fuese
descartada; hubo otros que la solicitaron para hablar sobre la
orden del día, es decir, para que no se hicieran
pronunciamientos respecto al fondo del asunto, y hubo otros,
en fin, que pidieron hablar contra la orden del día, esto es,
para que la acusación de Louvet fuese aplazada.

La prensa girondina tampoco se manifestó unánime en


aprobar los ataques de Louvet. Condorcet los condenó. Su
periódico La Crónica se negaba a creer en la realidad de los
horribles complots que Roland denunciaba diariamente.

Como Fabre de Églantine, Camille Desmoulins hizo notar, en


el número 25 de su Tribuna de los Patriotas, publicado en
primeros de noviembre, la formación de un tercer partido,
separado de la Gironda: «Debo comunicar a los lectores que,
desde hace algún tiempo, se ha formado en la Convención un
tercer partido que vale la pena de que lo definamos... Se le
podría llamar el partido de los flemáticos. Pétion, Barère,
Rabaud, Condorcet, y, a mi modo de ver, hasta los mismos
Lacroix y Vergniaud, son los que me han parecido el núcleo
de este partido..., verdaderos agiotistas que se han colocado
entre Brissot y Robespierre como el abate de Espagnac entre
el alza y la baja...»

479
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El hecho revestía una importancia innegable. La Gironda no


dominaría ya sola en la Convención. Y el 15 de noviembre
perdió la presidencia de la Cámara, que fue obtenida por el
obispo Grégoire, un independiente que acababa de
pronunciar en dicho día un vehemente discurso en contra de
la inviolabilidad real, y que alcanzó 246 votos de 352
votantes. La Gironda no podrá ya conservar el gobierno sino
al precio de abandonar su política de odios y consintiendo en
conceder su justa parte al interés público, personificado en
estos independientes a los que, desdeñosamente, llamó
Camille Desmoulins «los flemáticos». Pero ¿la Gironda sería
capaz de un vigoroso restablecimiento que salvara su
situación ya muy quebrantada? Su equívoco papel en el
proceso del rey acabó de hacer sospechoso su patriotismo y
su republicanismo.

480
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO IV

EL PROCESO DEL REY

Se había encontrado en las Tullerías, en los papeles del


tesorero de la lista civil, la prueba de que el rey continuó
pagando a sus guardias de corps, licenciados y huidos a
Coblenza; la de que había instituido en París una agencia de
corrupción y espionaje, y la de que había subvencionado a los
periódicos aristócratas. El Tribunal Criminal Extraordinario
del 17 de agosto castigó a algunos agentes subalternos:
Laporte, Collenot de Angremont, Cazotte, de Rozoy. Pero la
Gironda, dueña de la Asamblea después del 10 de agosto, no
hizo nada para preparar la instrucción del proceso que debía
seguirse contra el monarca suspendido. No encargó a ningún
juez que se preocupara de reunir nuevas pruebas y
documentos, de proceder a investigaciones de registros en
las casas de los cómplices de los ya condenados. Dejó pasar
el momento favorable para hacerse de un importante
conjunto de piezas acusatorias.

Después de la reunión de la Convención, la Gironda no


mostró mayor diligencia. Cuando, el 16 de octubre,
Bourbotte se extrañó de que se mostrasen prevenciones a
ocuparse del gran problema de las responsabilidades del rey,
Barbaroux, que presidía la Comisión de los 24, en posesión
de los elementos sumariales, le contestó que precisaba seguir
una marcha reflexiva y grave, y solicitó se enviase a examen

481
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de la Comisión de Legislación el problema de las formalidades


a instituir para juzgar este excepcional proceso. Manuel
temió que esta manera de caminar fuese, aún, demasiado
rápida y propuso que, previamente, fuese consultado el
pueblo, en sus asambleas primarias sobre la supresión de la
realeza. Lehardy le apoyó; y fue preciso que Danton hiciera
observar que la supresión de la realeza, siendo una cuestión
constitucional, no podía someterse en consulta al pueblo,
sino al presentarle la Constitución misma y toda entera. Era
visible que la Gironda sólo pensaba en ganar tiempo. El
proceso del rey le espantaba. Afectaba temer el recibir del
pueblo una reprobación. En lugar de adoptar una actitud
definitiva y franca, de explicar decididamente las razones por
las que creía inoportuno el proceso, se refugió en habilidades
procesales y prestó, así, su flanco a las acusaciones de sus
adversarios.

La Revolución, por el contrario, tenía un inmenso interés en


caminar de prisa, en juzgar al monarca bajo la impresión de
la jornada del 10 de agosto y de la victoria de Valmy. «El
mundo –dice un historiador–, se hubiera como sorprendido
por la rapidez en el desarrollo de los sucesos e inmovilizado
ante el cegador resplandor del rayo.» Pero la Gironda, que
había intentado el impedir la insurrección del 10 de agosto,
parecía dudar de la Revolución y de ella misma. Se debatía
en un mar de contradicciones. Queriendo castigar
severamente a los montañeses como cómplices de las

482
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

matanzas de septiembre, se incapacitaban, por ello mismo,


para solicitar piedad en favor del rey.

El 16 de octubre, la Comisión de Legislación estudió


detenidamente la cuestión del procedimiento a seguir para
juzgar a Luis XVI. A fines de mes acordó nombrar un ponente,
Mailhe, que se decía favorable a los montañeses.
Seguidamente, la Gironda, viendo que la Comisión de
Legislación escapaba a su influencia, quiso adelantarse al
informe de Mailhe. El 1.º de noviembre, Valazé, en nombre
de la Comisión de los 21, presentó un dictamen prematuro y
mal digerido, sobre los crímenes del rey. No presenta en su
contra sino algunos hechos ya conocidos y poco
significativos, extendiéndose, en cambio, con gran
complacencia, en una correspondencia comercial que el
tesorero de la lista civil, Septeuil, había sostenido con
banqueros y negociantes extranjeros para comprar y vender
ciertas mercancías tales como trigo, café, azúcar y ron.
Pretendía sacar de esta correspondencia la prueba de que con
tales operaciones Luis XVI no había rehusado especular sobre
el encarecimiento de la vida, y añadía a sus crímenes de lesa
patria el imprevisto de acaparamiento. El mismo Pétion no
pudo por menos de estimar que el dictamen era insuficiente
y la Asamblea compartió sus opiniones. Mailhe sentía otras
preocupaciones, bastante diversas a las que Valazé había
experimentado. Su dictamen del 7 de noviembre, sólido y
claro, hizo dar un gran paso al proceso. Echando a un lado

483
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

las objeciones de aquellos que invocaban la Constitución de


1791 para rehusar el enjuiciar al rey, arrebataba a éste, por
haberla violado, los beneficios de tal Constitución que, por
otra parte y desde luego, había caducado con la reunión de la
Convención. No se podía oponer la Constitución a la Nación
que, nuevamente, había reivindicado para sí la plenitud de
sus derechos. Luis XVI, desde el 10 de agosto, se había
convertido en un simple ciudadano que estaba tan sometido
al Código Penal como el resto de los franceses.

Ahora bien, lo que no era posible, sin embargo, era que lo


juzgasen los tribunales ordinarios, ya que su inviolabilidad
constitucional sólo cedía ante la nación entera. Y la
Convención era de derecho la sola representante de la nación
francesa. Sólo ella podía juzgar al primero de sus
funcionarios.

No podía ser cuestión el enviar el conocimiento del asunto a


un tribunal especial. El dogma de la división de poderes no
podía aplicarse sino una vez establecido y delimitado. La
Convención, teniendo por misión el dar una Constitución a
Francia, confundía en ella toda la autoridad, y en todos los
órdenes, de la nación. Enviar el juicio a un tribunal especial
hubiera sido disminuir la omnipotencia de la Asamblea, negar
que ella fuese la Convención, crearle trabas inconvenientes.
Pretender que los diputados no podían juzgar porque
resultarían, a la vez, acusadores y jueces, no era una razón

484
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

admisible, ya que en el proceso de Luis XVI toda Francia era


juez y parte. «Precisará, pues –gritó un convencional–, buscar
los jueces en otro planeta.» Mailhe concluyó proponiendo que
la Asamblea nombrase tres comisarios para que recogiesen
las pruebas de los crímenes imputados a Luis y redactasen el
acta de acusación. Es decir que para la Comisión de
Legislación el informe de Valazé era algo que ni existencia
había tenido.

Abierta la discusión, el 13 de noviembre, se ocuparon en ella


muchos días y fue objeto de numerosas interrupciones. Los
jefes de la Gironda evitaron terciar en la cuestión de la
inviolabilidad. Dejaron que hablasen en su lugar oradores de
segundo orden: Morrisson, quien sostuvo que, en ausencia de
ley positiva, el proceso era imposible; Fauchet, quien dio a
entender que el suplicio de Luis XVI se volvería en daño de
la Revolución, provocando una reacción de piedad; Rouzet,
quien valerosamente recordó que Luis XVI había suprimido
de su patrimonio la mano muerta, tomado ministros filósofos
y convocado los Estados Generales. SaintJust pronunció en
su contra una réplica fulminante. Admitió que el rey no podía
ser juzgado en relación con lo establecido por el Derecho. No
se trataba de un verdadero debate procesal, sino de un acto
político a realizar. Luis XVI no era un procesado, sino un
enemigo. Sólo se le podía aplicar una ley: la del derecho de
gentes o, dicho de otra manera, la ley de la guerra. «Luis XVI
ha combatido contra el pueblo y ha sido vencido. Es un

485
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

bárbaro, un extranjero prisionero de guerra; conocéis sus


pérfidos designios, habéis visto su ejército; él es el asesino
de la Bastilla, de Nancy, del Campo de Marte, de Tournay, del
10 de agosto. ¿Qué enemigo os ha causado mayores males?»

El discurso de SaintJust había producido tanta mayor


impresión cuanto había sido pronunciado por un hombre
apenas salido de la adolescencia y absolutamente
desconocido la víspera de su oración. La Asamblea iba a votar
las conclusiones de Mailhe y a proclamarse tribunal de
justicia cuando Buzot, que, hasta entonces, había estado
callado, intervino para presentar una moción de las tan
peculiares en él. Pidió bruscamente que la Asamblea revocase
su decreto del 13 de noviembre por el cual había decidido ella
entender primeramente en la cuestión de saber si Luis XVI
podía o no ser sometido a juicio. «No habláis –dijo Buzot–,
sino de Luis XVI y nada de su familia, y yo, republicano, no
quiero a nada ni a nadie que se relacione con la raza de los
Borbones.» Dicho de otra manera: Buzot quería mezclar al
debate el proceso de María Antonieta y, también, el proceso
de Felipe Igualdad, que se sentaba entre los montañeses.
Derivaciones astutas y tendenciosas que no podían tener otro
fin que el de enturbiar la discusión y, bajo pretexto de rigor,
salvar a Luis XVI ante la amplitud de la acusación, en este
caso.

486
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Cosa extraña y que da en qué pensar: Danton apoyó la moción


de Buzot, y ésta fue votada. El debate no se limitaría, desde
entonces, a la cuestión de la inviolabilidad, comprendería
tanto el fondo como la forma del proceso. Las revelaciones
contenidas en las Memorias de Théodore Lameth nos
explican la actitud de Danton. Théodore Lameth había
abandonado a Londres, hacia la mitad de octubre, y,
desafiando las penas terribles de la ley contra los emigrados,
se encontraba en París, adonde se dirigió para entrevistarse
con Danton, que le estaba muy obligado, y tratar de los
medios posibles para salvar a Luis XVI, contando con su
concurso. Danton le prometió hacer cuanto de su parte
estuviera y se pudiera para impedir el juicio, ya que «si Luis
es juzgado –dijo Lameth–, si el proceso comienza, la muerte
será el fin que le aguarda».

Mas todo cuanto Lameth y Danton habían tramado vino


estrepitosamente a tierra ante un golpe verdaderamente
teatral: el descubrimiento del armario de hierro, hecho
ocurrido el día 20 de noviembre. Era el llamado armario una
alacena secreta que el cerrajero Gamain, a mandatos de Luis
XVI, había practicado en una pared del castillo. Roland,
advertido por Gamain, que temía ser envenenado por los
realistas, cometió, en su orgullo, una terrible imprudencia.
Se hizo abrir el armario sin testigos y él mismo llevó a la
Asamblea los documentos que encerraba, exponiéndose así a
la sospecha de haberlos hojeado antes y hecho desaparecer

487
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

los que comprometieran a sus amigos los girondinos. Se


descubrió en el armario de hierro la correspondencia del rey
con Mirabeau, con Talon, el jefe de su policía secreta, con el
obispo Clermont, director de su conciencia, con Dumouriez,
con La Fayette, con Talleyrand y con algunos otros. Los
jacobinos rompieron el busto de Mirabeau que adornaba su
salón de sesiones y la Convención cubrió con un velo su
efigie. Contra Talon, que llenaba cerca de Pitt una misión
secreta que le había encargado Danton, se dictó decreto de
acusación; pero, por su ausencia, resultaba fuera del alcance
de acción de las autoridades francesas. Sus agentes y
parientes, Dufresne SaintLéon y SainteFoy, fueron
arrestados; pero no se puso prisa alguna en formalizar sus
procesos, pues ello hubiera entrañado el dirigirse contra sus
cómplices y especialmente contra Dumouriez. Brissot se
apresuró a disculpar a éste en su periódico y Ruhl lo justificó,
poco después, en la tribuna.

Desde entonces fue cada vez menos posible el evitar el


proceso de Luis XVI. La Asamblea creó, el 21 de noviembre,
una nueva comisión de 12 miembros, encargada de
inventariar los documentos contenidos en el armario de
hierro. Esta comisión fue designada por la suerte y en ella la
influencia girondina fue bastante menor que en la antigua
Comisión de los 24. Después, la opinión, sobreexcitada por el
misterio, comenzó a manifestarse. El día 2 de diciembre, los
delegados de 48 secciones parisienses comparecieron en la

488
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

barra para protestar de la lentitud del juicio: «¿Qué vanos


temores –dijeron–, os hacen retroceder? Hoy que nuestras
armas van de triunfo en triunfo, ¿a qué teméis? Los crímenes
de Luis el perjuro, ¿no están aún bastante manifiestos? ¿Por
qué dar tiempo a que renazcan las facciones?» El
Ayuntamiento, sucediendo a las secciones, dedujo una
violenta denuncia contra Roland, que había podido sustraer
buena parte de los documentos encontrados en las Tullerías,
contra Roland, que hacía circular en los departamentos, con
gastos que sufragaba la república, una multitud de libelos en
los que se difamaba a París. Desde la defensiva, en la que
hasta entonces se había mantenido, la Montaña pasaba a la
ofensiva.

La Gironda no podía ya esperar que el proceso general de los


Borbones ahogara el proceso del rey. El 3 de diciembre, el
propio Barbaroux pidió que se procesara a Luis XVI.
Robespierre volvió, entonces, sobre la tesis de SaintJust,
ampliándola con consideraciones políticas: «El rey –dijo–, no
es un acusado, vosotros no sois jueces. Vosotros no sois, ni
podéis ser otra cosa que hombres de Estado, que
representantes de la nación. Vuestra misión no es dar una
sentencia en favor o en contra de un hombre, sino la de tomar
una medida de salud pública, la de ejercer un acto de
providencia nacional. Dentro de una república, un rey
destronado sólo sirve para dos cosas: una la de turbar la
tranquilidad del Estado y quebrantar la libertad; otra la de

489
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

servir de medio para afirmar, a la vez, la una y la otra... Y


¿cuál es el partido que una sana política prescribe para
cimentar la república naciente? Es el de grabar
profundamente en el corazón de todos el desprecio hacia la
realeza y el de llevar el estupor a cuantos se sientan o sean
partidarios del rey...» Robespierre describió seguidamente los
progresos de la reacción, que él imputaba a las calculadas
lentitudes del proceso y acusaba a los girondinos de ideas
realistas preconcebidas: «¿Qué otros medios se podían
emplear si se deseara restablecer la realeza?»

El ataque era tan directo que, una vez más, la Gironda cedió
y volvió a sus argucias. Fiel a su táctica demagógica, Buzot
pidió, al día siguiente, que, para apartar toda sospecha,
decretase la Convención que «cualquiera que propusiera en
Francia el restablecer en ella los reyes o la realeza hubiera
pena de muerte... Y pido –dijo–, que debe añadirse: con
cualquier denominación que sea, solicitando, sobre ello,
votación nominal.» Valía esto tanto como denunciar el que
había en la Asamblea diputados que deseaban restablecer la
realeza con denominación distinta y justificar, al mismo
tiempo, las lentitudes de la Gironda. Porque, ¿a qué
apresurarse a hacer caer la cabeza del monarca si su suplicio
sólo había de servir al provecho de los que soñaban en hacer
revivir la realeza en forma de dictadura? Merlin de
Thionville, habiendo cometido la imprudencia de proponer,
so pretexto de respeto a la soberanía popular, que se añadiese

490
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

a la moción de Buzot esta reserva: «salvo que el pueblo así lo


acuerde en sus asambleas primarias», dio ocasión a Guadet
para precisar y agravar la terrible insinuación de Buzot. Vio
en la moción de Merlin la prueba de que existía el proyecto
de «sustituir un despotismo a otro, quiero decir, de elevar un
déspota, bajo la égida del cual aquellos que hubieran llevado
a cabo tal usurpación estuviesen seguros de adquirir, a la vez,
la impunidad de sus crímenes y la seguridad de poderlos
cometer de nuevo». Toda la Montaña quedaba así acusada de
un realismo disfrazado. Y, en este caso, no era lo más urgente
el juzgar al rey destronado, sino el llevar a la guillotina a los
monárquicos de gorro frigio. Como Robespierre insistiera en
reclamar el inmediato juicio de Luis XVI, Buzot le replicó que
aquellos que querían acelerar el proceso tenían sin duda
interés en impedir que el rey pudiera hablar. Ello tendía nada
menos que a transformar a Robespierre en cómplice
amedrentado de Luis XVI. Buzot triunfó en esta ocasión. Su
moción fue votada.

Bien pronto, el 6 de diciembre, los montañeses tomaron la


revancha. Se decidió, en tal fecha, que la Comisión de los 12,
ya encargada de clasificar los papeles encontrados en el
armario de hierro, fuese reforzada con 9 nuevos miembros,
tres por cada una de las Comisiones de los 24, de la de
Legislación y de la de Seguridad General, y que esta nueva
comisión, que se llamaría de los 21, presentase en el más
breve plazo el acta de acusación de Luis XVI. La Convención

491
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

decretó, por medio de otro acuerdo, que todos los escrutinios


que tuvieran lugar en el proceso del rey lo fueran como
resultados de votaciones nominales. Fue Marat, apoyado por
Quinette, quien había formulado tal demanda. ¡Ventaja
enorme para los partidarios de la pena de muerte aplicada a
Luis! La Convención iba a votar a los ojos y por la presión de
las tribunas. No hubo discusión para adoptar tal medida.
Ningún girondino se atrevió a confesar que temía la
publicidad de su voto.

El 9 de diciembre intentó Guadet una nueva derivación del


debate. Propuso el convocar a las asambleas primarias «para
que se pronunciaran sobre la proscripción de aquellos de sus
representantes que hubieran traicionado a la patria». Pero
Prieur del Marne, sostenido por Barère, hizo anular la
decisión que, en medio del mayor entusiasmo, se acababa de
tomar sobre la propuesta de Guadet. Si la moción hubiera
definitivamente pasado, la Gironda hubiera tenido a su
merced a los diputados que votasen con la Montaña,
suspendiendo sobre ellos la amenaza de su revocación por las
asambleas primarias.

Robert Lindet, en nombre de la Comisión de los 21, depositó,


el 10 de diciembre, su informe sobre los crímenes de Luis
XVI. Era una especie de historia de toda la Revolución, en la
que la doblez del rey se hacía notar en todos los momentos
críticos. El rey fue interrogado el día siguiente por Barère. A

492
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

las preguntas que se le hicieron se limitó a oponer su falta de


memoria o puras y simples denegaciones cuando no podía
ampararse en la responsabilidad de sus ministros.
Seguidamente le presentó Valazé los documentos que servían
de piezas de convicción y que llevaban su firma. Se negó a
reconocerlos. Negó el haber mandado construir el armario de
hierro, obstinándose en no reconocer la llave que lo abría y
que procedía de su ayuda de cámara Thierry. Esta evidente
falla de buena fe destruyó la impresión, al principio favorable,
que su sencillez y calma aparente habían producido.

Pero, cuanto más aumentaba el peligro de Luis XVI, más se


ingeniaban los girondinos para apartarlo o retrasarlo. El 16
de diciembre intentaron una nueva maniobra. Buzot propuso,
para impedir por siempre el restablecimiento de la realeza,
desterrar a los Borbones y especialmente a la rama de
Orleáns, que «por lo mismo que fue la más querida, era la más
peligrosa para la libertad».

¡Maniobra hábil y profunda! Si la Montaña rechazaba la


moción de Buzot, daba pábulo a las acusaciones de
orleanismo de que era objeto. Si sacrificaba a Felipe Igualdad,
proclamaba que Luis XVI no era el solo peligro para la
república y confesaba que los girondinos habían defendido
mejor que ella misma la libertad republicana. Y, por otra
parte, ¿para qué serviría la muerte de Luis XVI si, al pie

493
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mismo de la guillotina que le privase de la vida, seguía el


peligro realista en la persona de Igualdad?

La Montaña, exasperada, se levantó para destruir la


maniobra. Chabot encontró un argumento tópico. Felipe
Igualdad era representante del pueblo. Expatriarlo era violar
en él la soberanía popular, era mutilar la Convención.
SaintJust desenmascaró el pensamiento secreto de la
Gironda: «Se afecta, en este momento, ligar la suerte de
Orleáns a la del rey; se hace, tal vez, para salvarlos a todos o
al menos para amortiguar el juicio de Luis Capeto.» El club
de los Jacobinos y las secciones parisienses tomaron,
decididamente, partido en contra de la propuesta de Buzot,
a pesar de la opinión de Robespierre, que hubiera querido se
votara, para romper toda solidaridad entre la Montaña y el
orleanismo. El proceso del rey debía seguir su curso. La
Gironda no había logrado, al tratar de ponerle trabas, sino
comprometerse sin provecho alguno, poniendo en práctica
una política carente de franqueza.

El 26 de diciembre compareció por segunda vez Luis XVI ante


la Convención. Su abogado, de Sèze, leyó un escrito de
defensa, bien ordenado, elegante, trabajado en conciencia,
pero sin gran brillo. Se dedicó a probar, en su primera parte,
lo que no era difícil, que todo era excepcional e ilegal en el
proceso, y, en una segunda parte, discutía los cargos de la
acusación, intentando poner a cubierto la responsabilidad

494
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

personal del monarca. En una peroración patética, hizo el


elogio de sus virtudes y recordó los beneficios de sus
primeras actuaciones. El corajudo Lanjuinais quiso
aprovecharse de la emoción producida para pedir la
suspensión del decreto de acusación. Pero hay que confesar
que anduvo desacertado. Habló, con ironía, «de los
conspiradores que se habían declarado autores de la ilustre
jornada del 10 de agosto». La Montaña lo tildó de monárquico
y acabó por retractarse.

Así como no habían querido comprometerse tomando


posiciones en la cuestión de la inviolabilidad, tampoco
quisieron ahora los jefes girondinos combatir directamente
la pena de muerte. Dejando a sus comparsas, más valerosos
que ellos mismos, el peligroso honor de proponer el destierro
o la prisión, se refugiaron en el sesgado recurso de la
apelación al pueblo, que se esforzaron en justificar por
razones teóricas y prácticas. Vergniaud invocó la
Constitución de 1791 que había concedido al rey la
inviolabilidad. Y entendía que sólo el pueblo podía
retirársela. Pero Vergniaud olvidaba que el pueblo no había
sido consultado sobre dicha Constitución. Salle mostró que
la muerte del rey concitaría contra Francia a las naciones
extranjeras y hasta sublevaría a los pueblos que se habían
reunido a la república ante las victorias de ésta. «En nuestros
debates –dijo Brissot–, nos olvidamos con frecuencia de
Europa.» Pero, a su vez, Salle y Brissot olvidaban que ellos

495
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mismos, y no hacía muchos meses, habían desencadenado la


guerra, alabando el que suponían rápido progreso de las ideas
revolucionarias. Ahora bien, ¿por qué tomaban ahora este
recurso de la apelación al pueblo si creían que la muerte de
Luis XVI levantaría a Europa en contra de la república? ¿Por
qué no dijeron, con más claridad, que la vida del rey era
necesaria a la defensa de Francia? ¡Extraña idea la de hacer
plebiscitar por el pueblo francés la guerra europea!

La Gironda no contaba sólo con discursos y votos para salvar


a Luis XVI. Su hombre de confianza, Lebrun, ministro de
Negocios Extranjeros, había asegurado a las potencias
neutrales que la Convención se mostraría clemente y
magnánima. El 28 de diciembre anunció a la Asamblea que
había llegado a feliz logro en las negociaciones entabladas
con España para obtener a la vez la neutralidad de ésta y el
desarme recíproco en uno y otro lado de la frontera. Y añadió
que había llegado a tan venturoso resultado gracias al vivo
interés que el rey de España tomaba por la suerte de su primo
el ex rey de Francia. Acabó trasladando a la Asamblea una
carta del encargado de asuntos de España, Ocariz, el que
invitaba a la Convención a mostrarse generosa para
conservar la paz. En esta torpe carta se pretendía dar
lecciones a una Asamblea suspicaz y vanidosa. El documento
pasó, sin debate ni atención alguna, a la Comisión
Diplomática.

496
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Los liberales ingleses –con los que los girondinos estaban en


correspondencia– Landsdowne, Fox, Sheridan, pidieron a
Pitt, en la sesión de los Comunes del 21 de diciembre, que
interviniera en favor del rey de Francia. Y, dos días más
tarde, en los Jacobinos, un amigo de Danton, François
Robert, sugirió que sería acto de buena política diferir la
condena de Luis Capeto.

Sabemos hoy, por las Memorias de Théodore Lameth, por las


cartas de Miles, agente de Pitt, por la declaración de Talon y
por las Memorias de Godoy, que se hicieron esfuerzos
enormes para obtener el concurso de los Gobiernos europeos,
de una parte, y para comprar votos a favor de Luis XVI, de
otra. Talon depondría en 1803, ante la justicia del Consulado,
que: «Danton había aceptado salvar, por un decreto de
deportación, a la totalidad de la familia real». «Pero –añade–,
las potencias extranjeras, a excepción de España, se negaron
a los beneficios pecuniarios pedidos por Danton.»

Las amenazas del extranjero y las intrigas corruptoras no


llegaron a afectar a la mayoría de la Asamblea. Robespierre,
en un admirable discurso, pronunciado el 28 de diciembre,
desarrolló los peligros que se podrían hacer correr al país con
la apelación al pueblo. Con intención un tanto irónica
manifestó que el asunto no estaba del todo mal planeado. En
plena guerra, cuando los realistas comenzaban a reunirse y a
conspirar en el Oeste, se pretendía consultar a las asambleas

497
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

primarias. Pero ¿quiénes iban a concurrir a tales asambleas?


Los trabajadores seguramente que no: ocupados en sus
habituales tareas, eran, aún, incapaces de seguir debates
largos y complicados. Y mientras los franceses discutían y se
querellaban de un extremo a otro de Francia, los enemigos
encontrarían franco el avance. Y, como si Robespierre
hubiese penetrado las tentativas de corrupción ocultas en la
sombra, denuncia a los bribones que en ella se amparan y
pronuncia su célebre frase: «la virtud está siempre en minoría
en la tierra». En cuanto al argumento sacado de la situación
diplomática de la república, respondía él que cuanto más
aparentase la Revolución tener miedo, más sería amenazada
y atacada: «La victoria decidirá si sois rebeldes o
bienhechores de la Humanidad y será la grandeza de vuestro
carácter la que decida de vuestra victoria.»

La Montaña no se limitó a combatir en la tribuna la apelación


al pueblo. Para dar al traste con la autoridad de los
girondinos, en cuanto ella pudiera ser ejercida cerca de los
diputados independientes, reveló lo que aún no era sabido:
los compromisos de tres de sus jefes, Guadet, Gensonné y
Vergniaud, con la corte en las vísperas mismas del 10 de
agosto. La revelación fue hecha en la tribuna, el 3 de enero,
por el diputado Gasparin, amigo del pintor Boze, que había
servido de intermediario entre los girondinos y el ayuda de
cámara del rey, Thierry. Llamado a la barra, Boze confirmó lo
dicho por Gasparin.

498
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El día siguiente, 4 de enero, Barère, que quería, tal vez, borrar


las sospechas que los documentos del armario de hierro
habían suscitado en su contra, dio a la apelación al pueblo el
último golpe, mediante una crítica tanto más impresionante
cuanto que venía de un hombre que no quería ser clasificado
entre los montañeses y que expresaba con su voz dulce la
satisfacción que le producía el estar, una vez, de acuerdo con
Marat: «Se puede –dijo–, someter a la ratificación del pueblo
una ley; pero el proceso del rey no es una ley... El proceso es,
en realidad, un acto de salud pública o una medida de
seguridad general, y los actos de salud pública no se llevan a
la ratificación del pueblo».

El 14 de enero comenzó el escrutinio, acto interminable,


porque se hacía mediante votación nominal en la que cada
diputado, con la amplitud que le agradara, podía razonar la
emisión de su voto. Sobre la culpabilidad, el voto fue
unánime, salvo algunas abstenciones. Sobre la apelación al
pueblo la Gironda fue derrotada por 424 votos contra 287.
Muchos disidentes de su partido, Carra, BoyerFonfréde,
Condorcet, Daunon, Debry, Ducos, la Revellière, Mercier,
Payne, habían votado con la Montaña. Los partidarios de la
apelación al pueblo se reclutaron, sobre todo, entre los
diputados del Oeste. En el decisivo escrutinio sobre la pena,
361 diputados votaron por la muerte, sin reservas, y 26
votaron igualmente por la muerte, pero manifestando querer
saber si no había lugar para examinar la concesión de una

499
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

prórroga; 384 votos se decidieron por cadena, detención o


muerte condicional. La mayoría absoluta eran 361 votos. Se
preguntó a los 26 diputados que habían expresado el deseo
de que se examinara la cuestión del aplazamiento si hacían
depender del examen de este aplazamiento su voto de
muerte. El diputado Mailhe, que había sido el primero en
expresar la idea de tal reserva, repitió textualmente sus
palabras. Los otros declararon que su voto por la muerte era
independiente de su petición de aplazamiento. Los votos a
favor de la pena de muerte subieron así al número de 387.

Se sospechó que Mailhe había recibido del ministro de


España, Ocariz, la suma de 30.000 francos por la enmienda
presentada y que se había reservado interiormente el dar a
conocer su opinión hasta ver el resultado definitivo del
escrutinio. Entre los girondinos, Vergniaud, Guadet, Buzot y
Pétion, votaron como Mailhe, y Ducos, BoyerFonfréde, Carra,
Lasource, Debry, Inard, La Revèlliere votaron la muerte pura
y simple. Buzot, Condorcet, Brissot y Barbaroux propusieron
que se difiriera la ejecución del juicio, en razón a la situación
exterior. Barère les respondió que el aplazamiento renovaba
la cuestión de la apelación al pueblo, que colocaba a la
Revolución en situación de debilidad ante el extranjero y que
prolongaba las disensiones en el interior. El aplazamiento fue
desechado por 380 votos contra 310.

500
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

En su cólera, los girondinos, el 20 de enero, hicieron votar, a


propuesta de Guadet, nuevas diligencias en contra de los
autores de las matanzas de septiembre. Pero el decreto fue
revocado al siguiente día ante la emoción provocada por el
asesinato del convencional Le Pelletier de SaintFargeau por
el guardia de corps Pâris.

El asesinato de Le Pelletier, llevado a cabo la víspera del


suplicio del rey, calmó las confusas inquietudes que pudieran
haber concebido los regicidas tímidos. Constituía él una
trágica respuesta a las calumnias de los girondinos quienes,
desde hacía tres meses, trataban de asesinos a los
montañeses. «Es a estos asesinos a los que se degüella»,
escribió SaintAndré. Los jacobinos hicieron «al mártir de la
libertad» grandiosos funerales. Bien pronto el busto de Le
Pelletier adornará sus salas de reunión y sus fiestas cívicas.

Aparte del asesinato de Le Pelletier, acto de impotente


desesperanza, los realistas no habían hecho nada serio para
salvar a Luis XVI. Folletos, piezas de circunstancias,
atentados a los árboles de la libertad, un misterioso complot
del barón de Batz para salvar al rey el día que fuera conducido
al cadalso, un complot, más real, organizado en Bretaña,
desde hacía meses por el aventurero marqués de la Rouarie,
que murió antes de haber puesto en ejecución sus proyectos;
vagas intrigas, en fin, de Dumouriez, quien permaneció en
París del 1.º al 24 de enero, y ello fue todo.

501
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El asesinato de Le Pelletier y el suplicio de Luis XVI


comenzaron un período nuevo en la historia de la
Convención. «El reinado de los bribones políticos ha
terminado», escribía Le Bas a su padre, el mismo día 21 de
enero. Y él mismo, explicando su pensamiento, añadía el 19
de febrero: «Para mí creo que este acto –el suplicio del rey–
ha salvado a la república y nos asegura de la energía de la
Convención...» Todos los representantes que habían votado
la muerte del rey tenían interés personal grandísimo en
impedir, a todo precio, una restauración que les hubiera
hecho pagar caros sus votos. Y se lanzaron a la lucha contra
la Europa monárquica con renovado ardor. «Es ahora –había
dicho Le Bas, el 21 de enero–, cuando los representantes van
a desarrollar un gran carácter, es preciso vencer o morir;
todos los patriotas sienten la necesidad de ello.» Y él mismo
había escrito la víspera: «Henos aquí lanzados; los caminos se
han cegado a nuestra espalda; es preciso caminar hacia
delante, de bueno o de mal grado; ahora es cuando podemos
gritar con gran justeza: ¡Vivir libres o morir!».

El fin de Luis XVI acabó con la realeza en su prestigio


tradicional y místico. Los Borbones podrían volver. Pero, en
el corazón del pueblo, jamás lo harán ya rodeados por la
aureola divina.

502
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO V

FINANZAS Y VIDA CARA

Más aún que su actitud equívoca en el proceso del rey fue su


política social lo que hizo impopular a la Gironda, en el
espíritu de las masas. Esa política fue puramente negativa.
Puede resumirse en la defensa de la propiedad, entendida
ésta en un sentido absoluto y estrecho.

Las victorias con que los girondinos habían contado para


resolver la crisis económica solucionaron, en realidad, bien
poca cosa. Las contribuciones recaudadas por Custine en las
ciudades del Rin, no eran sino una gota de agua ante el
océano de los gastos. El 13 de noviembre declaró Cambon
que, para el mes de noviembre, los ingresos previstos eran de
28 millones y los gastos se suponían en 138 millones, con un
déficit de 116 millones. Jacques Dupont expuso el mismo día
que de los 300 millones de la contribución territorial y
mobiliaria de 1791, sólo se habían recaudado 124 millones.
En diciembre de 1792, los ingresos del Tesoro figuraban por
39 millones y los gastos de guerra, solos, se elevaban a 228
millones. ¿Cómo llenar esta sima enorme que se agrandaba
sin cesar?

Si la Gironda no se hubiera inspirado en una política de


clases, hubiera pensado en repartir los gastos de la guerra
entre la fortuna adquirida, hubiera procedido a levantar
empréstitos, hubiera votado nuevos impuestos. Sus
503
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

esfuerzos se hubieran dirigido a intentar, a toda costa, el


poner un dique a la emisión de asignados que tenía como
consecuencia fatal un rápido encarecimiento del coste de la
vida. Marat, SaintJust, Jacques Dupont, aconsejaban esta
política de saneamiento financiero. No fueron escuchados.

El gran financiero de la Asamblea es, en estos momentos y lo


fue por mucho tiempo, el negociante Cambon, que detesta al
Ayuntamiento y a los «anarquistas» y que recurre a la
solución más fácil y cómoda: la impresión de asignados. El
13 de noviembre propone, en contra de Jacques Dupont, el
disminuir los impuestos existentes, suprimiendo el
mobiliario y el de patentes y rebajando en un 40% el
territorial. Es verdad que, en compensación, proponía
suprimir radicalmente el presupuesto de cultos, cuyo peso
íntegro pasaría a gravar a las clases populares, pues el pueblo
de esta época no podía pasarse sin sacerdotes.

Jacques Dupont y los montañeses hubieran querido que se


retiraran de la circulación los asignados, abreviando los
largos plazos concedidos a los adquirentes de bienes
nacionales para pagarlos; que se amortizase la deuda
mediante bonos del Tesoro, que sólo pudieran emplearse en
la compra de los bienes de los emigrados; que se procediese
a empréstitos forzosos y progresivos y que se estableciese el
pago del impuesto territorial en especies. Esta política
antiinflacionista no fue ni aun seriamente examinada.

504
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Los bienes de la Iglesia, estimados en dos mil quinientos


millones, estaban ya vendidos en su mayor parte, pero
quedaban los bienes de los emigrados, que algunos valoraban,
por lo menos, en dos mil millones, los bosques que valían mil
doscientos millones y los bienes de la orden de Malta
calculados en cuatrocientos millones. Existían, pues, más de
tres mil millones de reservas. El 5 de octubre de 1792, se
habían emitido, con cargo a los bienes del clero, dos mil
quinientos ochenta y nueve millones, de los cuales habían
vuelto a entrar en las cajas del Tesoro y habían sido
quemados 617 millones. Los asignados en circulación
montaban, pues, a la suma de mil novecientos setenta y dos
millones. Cambon hizo decretar, el 17 de octubre, una nueva
emisión que elevó el límite de la circulación a dos mil
cuatrocientos millones. Y debían continuar otras emisiones.
Ya, la Legislativa, en los momentos de la declaración de
guerra, hubo de suspender el reembolso de la deuda del
Antiguo Régimen, salvo en los créditos inferiores a diez mil
libras y hasta un monto mensual de 6 millones. Los rentistas
que habían contribuido a la Revolución tan poderosamente,
quedaron sacrificados a las necesidades militares. Casi todos
ellos habitaban en París y la Gironda se cuidaba poco de tales
ciudadanos. Prefería servir los intereses de la agricultura y
del comercio.

El papelmoneda ejercía su natural influencia. Los asalariados


la sufren. Ganan al día, por término medio, 20 sueldos en la

505
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

campiña y 40 en París. Y el pan costaba según los lugares –8


sueldos la libra en Montpellier, por ejemplo–, y todas las
demás mercancías sufrieron un aumento parecido al del pan.

Y era lo peor que el pan fuese no solamente caro, sino que en


muchos lugares resultara difícil el hacerse con él. El trigo,
sin embargo, no faltaba. La cosecha ha sido buena. Todos los
testimonios están conformes en ello. Pero los propietarios y
granjeros no tienen prisa alguna en conducir sus productos
al mercado para cambiarlos por un papel del que desconfían.
La gran conmoción del 10 de agosto, el proceso del rey, las
amenazas de trastornos agrarios, ampliados hasta el exceso
por la prensa girondina, la guerra extranjera, en fin, todos
estos sucesos extraordinarios, que se suceden con rapidez,
causan una vaga inquietud entre los propietarios. Conservan
codiciosamente su trigo, que es una riqueza real, preferible a
todos los signos monetarios.

Resultado: el trigo no circula y en su consecuencia el pan


falta en las grandes ciudades. A fines de septiembre, Ruán
sólo tiene harina para tres días y su municipalidad se ve
obligada a requisar los granos de los almacenes militares.
Pide a la Convención se la autorice para emitir un empréstito
de un millón con el cual pueda efectuar compras en el
extranjero. El 8 de octubre fue autorizada. El empréstito
hubo de pesar sobre los habitantes que pagasen un alquiler
superior a 500 libras. Fue preciso, también, autorizar a Lyon,

506
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

en donde 30.000 tejedores huelgan ante sus telares,


obligados a ello por la falta de venta de sus productos, a
contratar, en noviembre, un empréstito de 3 millones. Aun
en las campiñas los jornaleros agrícolas encuentran
dificultades para proveerse de pan, porque los arrendatarios
prefieren guardar su trigo en haces a sacarlo en las eras.
Como los granos no circulan, el precio del trigo varía
extraordinariamente de uno a otro departamento. El setter
de 220 libras se vende, a primeros de octubre, a 25 libras en
el Aube, a 43 en el Ain, a 53 en los Bajos Alpes y en el
Aveyron, a 26 en el Eure, a 58 en el Hérault, a 42 en el Gers,
a 44 en el Alto Marne, a 47 en el Loire y Cher. Cada región se
aísla y guarda con avaricia sus productos. Si Ruán tuvo
hambre fue porque El Havre retuvo para sí los convoyes a
Ruán enviados.

La legislación, forjada en la crisis que siguió a la toma de


Verdún, permitía acabar con la mala fe y egoístas deseos de
los propietarios, al ordenar las declaraciones de existencias
y al autorizar las requisas. Pero el ministro encargado de
aplicarla, Roland, era un economista ortodoxo que
consideraba toda intervención del poder como una herejía y
toda reglamentación y requisa como un atentado a la
propiedad y una culpable concesión a la anarquía. No
solamente no hizo nada para ponerla en vigor, sino que la
desacreditó con sus vehementes ataques y la paralizó antes
de hacerla derogar.

507
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La legislación era, desde luego, insuficiente porque no había


instituido organismo central alguno encargado de repartir los
granos entre los departamentos productores y aquellos que
no lo eran o tenían déficit. Los departamentos se
administraban como pequeñas repúblicas y con frecuencia
cerraban sus fronteras. De aquí el alza rápida de los precios.

Los girondinos no procuraron alivio alguno a los sufrimientos


de las clases populares. Profesaban la teoría de que la libre
concurrencia era una panacea soberana. Si el precio de los
objetos de consumo subía, que los obreros elevasen sus
salarios. Pero los obreros no estaban agrupados. No podían
ejercer sobre sus contratistas presión útil suficiente. Estaban
reducidos a pedir aumentos en los salarios como quien
implora limosna. Se dirigían en súplica a los poderes
públicos. No podían suponer que las nuevas autoridades, por
ellos elegidas, fuesen insensibles a sus miserias, máxime
cuando las autoridades del viejo régimen acostumbraban a
intervenir en tales casos.

En las ciudades la crisis era más aguda que antes. Allí en


donde estaban administradas por municipalidades populares,
éstas se ingeniaban para buscar paliativos. En París los
trabajos de campo mandados realizar en sus cercanías
tuvieron un fin caritativo tan grande al menos como el fin
técnico militar. Existía el inconveniente de que estos gastos
habían de hacerse con cargo a los fondos del Tesoro. Los

508
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

girondinos, a pretexto de economías, acordaron, el 25 de


septiembre, sustituir los trabajos a jornal por los destajos.
Luego bajaron los salarios. Los obreros protestaron alegando
la carestía de la vida. El Ayuntamiento los apoyó. A más, los
girondinos, especialmente Rouyer y Kersaint, denunciaron
estos trabajos en el campo de los alrededores parisienses
«como centros de intriga y cabalas y como puntos de reunión
y acción de los más pérfidos agitadores». Y la Convención
decretó, el 15 de octubre, la cesación de los trabajos y el
licenciamiento de los obreros.

En Lyon, donde la crisis era mucho más grave que en París,


el procurador del Ayuntamiento, NivièreChol, aunque amigo
de los girondinos, gestionó, durante todo el mes de
noviembre, cerca de los fabricantes el que abrieran sus
manufacturas. Pero habiendo fracasado en sus gestiones,
hubo de pedir a la Convención, el 21 de noviembre, un
anticipo de 3 millones para poner en marcha algunos telares,
que fabricarían por cuenta de la nación. La Convención envió
a tres comisarios, Yitet, Alquier y Boissy de Anglas, para que,
con conocimiento de causa, la informaran. Estimaron justa
la demanda, pero consideraron excesiva la cantidad
reclamada. La Asamblea no tomó acuerdo alguno. La Gironda,
que ocupaba el gobierno, permanecía insensible a las quejas
de los trabajadores. Justificaba su inacción o su hostilidad
con un argumento mil veces repetido en la tribuna y en la
prensa: los autores de las quejas no eran sino «anarquistas» o

509
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ilusos por ellos engañados. Brissot atribuía el alza de los


granos «exclusivamente a los agitadores», lo que no era otra
cosa que convertirse en eco de Roland, cuya total política
social consistía en oponer las bayonetas a las multitudes
hambrientas.

Para mayor irrisión, los trabajadores podían oponer su


miseria al lujo insolente de los nuevos ricos, que hacían de él
provocativa gala. Son los momentos en que afluyen, de todas
partes, quejas contra los proveedores, los momentos en que
el honrado Pache denuncia las escandalosas compras hechas
por su predecesor Servan al famoso abate de Espagnac,
protegido de Danton, y por Dumouriez al judío Jacobo
Benjamín, a Lajard, a Fabre de Églantine, a Cerfbeer, etc. «La
Revolución –clamaba Cambon el 1.º de noviembre–, ha pesado
sobre todo el mundo menos sobre los financieros y sus
secuaces. Esta raza de rapiña es aún peor que cuando existía
con el Antiguo Régimen. Tenemos comisarios ordenadores y
comisarios de guerra, cuyas bribonerías son escandalosas. Yo
me he estremecido de horror cuando he visto compras de
tocino, para el ejército del Mediodía, a 34 sueldos la libra.»
La Convención hizo arrestar a algunos de estos proveedores;
pero la mayor parte, el abate de Espagnac a su cabeza, fueron
puestos en libertad seguidamente. Este espectáculo de la
impunidad concedida a los nuevos tratantes no podía por
menos de agudizar el descontento popular.

510
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Desde principios del otoño hubo perturbaciones graves en las


campiñas y en las ciudades. Así sucedió en Lyon, en donde
los tres comisarios enviados por la Asamblea tuvieron
necesidad de tomar a su servicio y a sueldo, una compañía
de gendarmes y se vieron obligados a realizar diversas
detenciones; así en Orleáns, en donde fue muerto un mozo
de cuerda y saqueadas siete casas con ocasión de marchar un
convoy de trigo a Nantes; ambos sucesos en el mes de
septiembre, a sus finales. En Versalles, Étampes y
Rambouillet se produjeron acontecimientos de igual índole
durante todo el mes de octubre. En toda la Beauce y, poco a
poco, en las demás provincias, en el decurso de noviembre.
El 22 de este último mes los leñadores del bosque de Vibraye,
en el Sarthe, arrastraron a los obreros de la fábrica de cristal
de Montmirail y recorrieron con ellos los pueblos cercanos en
petición de que se tasaran los comestibles. Los días
siguientes, bandas conducidas por las autoridades locales,
operaron en todos sentidos en Sarthe, Eure, Eure y Loir, Loir
y Cher, Indra y Loire y en Loiret. El 28 de noviembre, estos
tasadores, a los que precedía un fuerte grupo a caballo, eran
3.000 y se dirigían al mercado de Vendôme. El mismo día, en
Mans, la administración departamental y la municipalidad
firmaban la tarifa. Y lo mismo sucedió en NogentleRotrou, en
la FertéBernard, en Brou, en Cloyes, en Mer, en Bonnétable,
en SaintCalais, en Blois. En Blois se tasó el trigo en 20
sueldos el boisseau de 12 libras de peso, el centeno en 16

511
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sueldos, la cebada en 12 sueldos, la libra de manteca en 10


sueldos y en 5 sueldos la docena de huevos. Los tasadores
llevaban en el sombrero una rama de encina y danzaban
alrededor de los árboles de la libertad al grito de «¡Viva la
Nación! ¡El precio del trigo va a bajar!» A primeros de
diciembre 10.000 a 12.000 hombres marchaban sobre Tours,
pero se dispersaron ante la promesa de que la municipalidad
y el departamento apoyarían sus reivindicaciones.

Los tres comisarios, Birotteau, Maure y LecointePuyraveau,


que la Convención había enviado a Eure y Loir, se vieron
rodeados, el 29 de noviembre, en el gran mercado de
Couville, por 6.000 hombres armados que les amenazaban
con echarlos al río o con ahorcarlos si no sancionaban la tasa,
no solamente del trigo y la cebada, sino también las velas, la
carne, las telas, los zapatos y el hierro. Los comisarios se
sometieron a la petición, pero al regresar a París se vieron
colmados de desprecios por parte de los girondinos. Pétion
execró la anarquía y la ley agraria. Condenó toda tasa,
conducente, fatalmente, al hambre y reclamó una pronta y
enérgica represión. A pesar de las manifestaciones de Buzot
y de Robespierre, que querían que la represión se confiase a
comisarios civiles que debían intentar, ante todo, la dulzura,
la Convención decidió que las tropas fuesen mandadas por un
general. Condenó, asimismo, la conducta de los tres
diputados comisarios, y una represión, tan enérgica como la

512
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

del mes de abril precedente, restableció el orden en la


Beauce.

¿Cómo no habían de guardar las masas obreras de los campos


y de las ciudades rencor a la Gironda por su decidida política
de clase? Es significativo que la misma Montaña no anduvo
lejos de ser tenida por sospechosa ante los ojos de los oscuros
jefes que servían a las reivindicaciones populares. Cuando el
procurador general síndico del Sena y Oise, Goujon,
compareció, el día 19 de noviembre, en nombre de la
asamblea electoral del departamento, para reclamar de la
Convención, no sólo la tasa de las subsistencias, sino
también la creación de una administración central de ellas,
su petición apenas si encontró eco en los bancos de la
Montaña. Fayau apoyó la creación de una Comisión Central
de Subsistencias; pero los montañeses, si de algo estaban
cuidadosos, en este sentido, era de no poner en manos del
ministro del Interior, Roland, su enemigo, una arma tan
poderosa, y Thuriot, en su nombre, pudo lograr que se
descartase la proposición, recordando, en los Jacobinos, los
ejemplos de Terray y de Necker.

Ningún diputado montañés había reclamado la tasa; ni aun el


mismo Fayau, que había dicho, el 19 de noviembre: «Si los
ricos, poco amantes de la Revolución, pueden cerrar sus
graneros durante ocho días, los franceses están en peligro de
sentir otra vez el peso de las cadenas... ¿Qué sería de una

513
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

república en la que la vida de los pobres estuviera en poder


de los ricos?» Ni aun Beffroy, que había refutado
vigorosamente, 8 de diciembre, la tesis liberal de Turgot y de
Adam Smith. Ni el mismo Levasseur –del Sarthe–, que había
dicho el día 2 de diciembre: «Cuando una ciudad está sitiada,
la autoridad tiene, seguramente, el derecho de forzar las
puertas de las habitaciones en que se guarden muchos fusiles
y repartirlos entre los ciudadanos, para que todos concurran
a la defensa común y, sin embargo, se afirma que cuando los
ciudadanos están amenazados con morir de hambre no puede
forzar a los cultivadores a vender los excedentes de sus
cosechas.» Ni aun el mismo Robespierre, quien, el mismo día,
había proclamado los siguientes principios: «Los alimentos
necesarios al hombre son tan sagrados como la misma vida.
Todo cuanto es necesario para conservarla es como una
especie de propiedad común. Sólo el excedente puede dar
origen a la propiedad individual.» Los montañeses se habían
limitado a pedir el mantenimiento de la reglamentación
acordada en el mes de septiembre, y hubieron de ser
derrotados. La Asamblea había dado la razón a los oradores
girondinos Féraud, Serré y CreuzéLatouche, quienes habían
denunciado las maniobras de los anarquistas y sostenido que
la crisis reconocía como causas a las declaraciones y a las
requisas, que habían asustado a los cultivadores. Si no se
protege a éstos en contra de los investigadores, había dicho
CreuzéLatouche, no se podrán vender los bienes de los

514
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

emigrados, única prenda garante de los nuevos asignados. Y


sus argumentos arrastraron los votos de la Convención.

Los jacobinos, durante toda la crisis, habían guardado una


especie de neutralidad prudente y reservada. Cuando el
Ayuntamiento y las secciones de París pidieron, el 29 de
noviembre, la tasa, ellos habían rehusado el hacer
manifestaciones de clase alguna. No es, pues, extraño que los
agitadores populares les guardasen también rencor. El abate
Jacques Roux, portavoz de los pequeños artesanos de la
sección de Gravilliers, en París, en un violento discurso
pronunciado por él en 1.º de diciembre, sobre El juicio de
Luis el último y sobre la continuación de los agiotistas, los
acaparadores y los traidores, no se hurtó a atacar a la
Convención en su conjunto y a denunciar lo que él llamaba
«el despotismo senatorial»: «El despotismo que se propaga
bajo el gobierno de muchos, el despotismo senatorial, es tan
terrible como el cetro de los reyes, porque tiende a encadenar
al pueblo, sin que sienta repugnancia en ello, por encontrarse
envilecido y subyugado por las leyes que él mismo se vio en
el caso de dar.» En su discurso Jacques Roux intimó a la
Convención para que reprimiese a los acaparadores y para
que abaratase el precio de la vida. Tuvo tal éxito su
peroración que la sección del Observatorio acordó que se
diera lectura de ella dos veces por semana durante un mes.

515
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Jacques Roux no operaba ya solo; a su lado se encontraba


ahora un joven empleado de Correos, llamado Jean Varlet,
que gozaba de alguna holgura, que había hecho estudios en
el colegio de Harcourt y que le ayudaba en la tarea de
enardecer las pasiones. El 6 de agosto de 1792, había
propuesto leyes contra los acaparadores y reclamado el curso
forzoso de la moneda revolucionaria. Un poco más tarde,
instaló a dos pasos de la Asamblea, en la terraza de los
Fuldenses, una tribuna ambulante desde la que arengaba a las
masas. Bien pronto sus predicaciones de «Apóstol de la
Libertad», como él mismo se llamaba, se hicieron
antiparlamentarias. Como Jacques Roux, acusaba a los
convencionales, tanto montañeses como girondinos, de
formar una oligarquía de políticos que derivaban en su propio
provecho la soberanía del pueblo. Habiéndole retirado los
jacobinos el uso de la palabra en su tribuna, se retiró de su
club y les reprochaba el no instruir al no frecuentar las
sociedades fraternas formadas por pequeños artesanos. En
aquel entonces él mismo se llamaba «Apóstol de la Igualdad».
Ya los amotinados de la Beauce habían repetido que los
diputados de la Convención eran todos ricos y que su riqueza
provenía del pillaje del Tesoro nacional.

La propaganda de Jacques Roux y de Jean Varlet –los


rabiosos– progresaba rápidamente en las secciones
parisienses, como lo prueban sus cada vez más numerosas y
amenazadoras peticiones y los folletos publicados en contra

516
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

del ministro Roland, haciéndole responsable de la carestía de


la vida. Uno de estos libelos hacía de la señora Roland otra
María Antonieta: «Ahogar con el peso del hambre al buen
pueblo francés es una idea agradable en la que ella se
complace, y la honesta Convención Nacional, alterada,
también, por la sed de sangre, concede a este monstruo, a
esta nueva Galigai, 12 millones para comprar trigo en el
extranjero, cuando este cereal, según todos los informes,
abunda en Francia.»

Los tasadores y los rabiosos no obran ahora, como había


ocurrido en las ocasiones anteriores, aislados los unos de los
otros. Se comunican de ciudad a ciudad y buscan el medio de
concertarse en la acción. Los lioneses están en frecuente
contacto con los parisienses. Uno de ellos, Dodieu, que había
propuesto, en el mes de agosto, la creación de un tribunal
para castigar a los acaparadores, vino a París para presentar
una proposición que la Convención rechazó sobre la marcha.
Otro, Hidins, comisario nacional cerca del tribunal de
distrito, presentó al Ayuntamiento de Lyon, en diciembre, un
proyecto de decreto, compuesto de 25 artículos, que abolía
el comercio de granos, creaba una Administración Nacional
de Subsistencias, nacionalizaba los molinos y reglamentaba
las panaderías. Los jacobinos lioneses adoptaron sus puntos
de vista y enviaron a París, en enero, a muchos de ellos para
reclamar de la Convención la tasa de todos los artículos de
primera necesidad.

517
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

En Orleáns, un cierto Taboureau, secretario de la sección del


Hospital, desempeñó el mismo papel que Roux y Varlet en
París y que Dodieu e Hidins en Lyon. Después de los
disturbios de la Beauce fue objeto de un mandato de
comparecencia, pero, el día en que el juez de paz pretendía
arrestarlo, se agruparon más de 200 personas para
defenderlo, y logró escapar.

Es cierto que los rabiosos no tenían prensa propia. El apoyo


que Marechal les prestó en las Revoluciones de París, fue
intermitente. Marat les era hostil y Hébert se reservaba y
buscaba acomodo en la Montaña. En cambio, los rabiosos
tenían a su favor el secreto instinto de las multitudes y el
que la continuación, o, más bien, la agravación de la crisis
económica trabajaba en pro de ellos. Para luchar con la
Gironda, la Montaña se ve obligada a hacerles concesiones, a
darles satisfacciones. El 6 de enero de 1793, uno de ellos, el
diputado Duroy, hace notar ante la Convención el rotundo
fracaso de la política económica de Roland: «El precio de las
mercancías no ha disminuido. Desgraciadamente, por el
contrario, no cesa de aumentar y el decreto por vosotros
votado –el 8 de diciembre– no ha producido el efecto que
esperabais. El trigo que, en mi región –el Eure–, es
extremadamente caro, antes valía sólo 30 libras y en la
actualidad se cotiza a 36». Los propios girondinos
defendieron débilmente a Roland y cuando éste presentó su
dimisión, el 22 de enero de 1793, era de prever que su

518
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

política de no intervención no podría sobrevivirle sino a


duras penas. La Convención nombró para sustituirle al
prudente Garat, extremadamente cuidadoso de no
comprometerse y siempre presto a estar al lado del más
fuerte. La vida cara entrará por mucho en la caída de la
Gironda.

519
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO VI

LA CONQUISTA DE LAS FRONTERAS NATURALES

La Gironda se sostenía en el gobierno gracias a los éxitos


militares. Cuando éstos no existan y, aun más, se truequen
en reveses, se verá perdida. A Valmy siguieron una serie de
victorias que llevaron nuestras armas, con una rapidez
inesperada, hasta los Alpes y hasta el Rin.

Entrando en Saboya, en la noche del 21 al 22 de septiembre,


con 18.000 hombres, en gran parte de la clase de voluntarios,
Montesquiou se apodera, sin disparar un tiro, de los reductos
de Chapareillan, del castillo de las Marches y de la fortaleza
de Montmélian. «La marcha de mi ejército –comunica el
general a la Convención el 25 de septiembre–, es un triunfo.
Los pobladores de los campos, y al igual los de las ciudades,
acuden ante nosotros. La escarapela tricolor aparece y luce
en todas partes...» No se trataba de una conquista sino de una
liberación.

Los aristócratas ginebrinos, alarmados, llamaron en su


socorro a los cantones de Zúrich y de Berna, quienes les
enviaron un refuerzo de 1.600 hombres. Seguidamente que
tuvo conocimiento de ello, el Consejo Ejecutivo, inspirado
por Clavière, a quien los aristócratas de Ginebra habían
desterrado diez años antes, ordenó a Montesquiou que
intimara de la ciudad el despido de los soldados de Berna y
de Zúrich. La Convención, a propuesta de Brissot y de
520
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Guadet, confirmó, después de dos pruebas dudosas, la orden


del Comité Ejecutivo, a pesar de la oposición de Tallien, de
Barère, de Danton, de Garran de Coulon y del mismo Pétion.
Mas Montesquiou no dio satisfacción a las esperanzas de los
girondinos: en lugar de entrar en Ginebra, negoció. Y los
aristócratas ginebrinos prometieron licenciar a los suizos. No
era esto lo que quería Clavière. La Convención se negó a
ratificar el convenio ajustado por Montesquiou y mandó, el 9
de noviembre, que fuera acusado, viéndose en la precisión el
general a tener que emigrar. Ginebra continuó siendo
independiente, pero la Revolución sólo estaba diferida en
ella.

De Anselme, con el ejército del Var, compuesto por nueve


batallones, procedentes de la última leva, y por 6.000
guardias nacionales de Marsella, se había puesto en marcha
ocho días después que su jefe Montesquiou. Apoyado por la
flota del almirante Truguet, entró en Niza, sin combate, el 29
de septiembre, apoderándose, al día siguiente, de la fortaleza
de Villefranche, encontrándose en ella, con poderosa
artillería, grandes aprovisionamientos, una fragata y una
corbeta.

Como en los Alpes, también se había emprendido la ofensiva


en el Rin. Custine, que mandaba en Landau, viendo a los
austríacos y a los prusianos empeñados en la campaña del
Argona y a sus almacenes desprovistos de suficiente guardia,

521
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

se puso en marcha con 14.300 hombres, voluntarios en sus


dos terceras partes, y, el 25 de septiembre, se adueñó de
Spira, después de un combate bastante vivo, haciendo 3.000
prisioneros y llevando a Landau un considerable botín.
Animado por esta victoria, algunos días más tarde volvió a
ponerse en marcha, entrando en Worms, el 5 de octubre, y
presentándose ante Maguncia, el 19 de dicho mes, con
13.000 hombres y 45 cañones de campaña, pero sin una sola
pieza de sitio. La plaza, muy fuerte, estaba defendida por
3.000 hombres, bien provistos de artillería y de
aprovisionamientos. Pero Custine estaba en inteligencias con
personas de la ciudad, en la que los burgueses se habían
negado, el 5 de octubre, al servicio de murallas y comenzado
a usar la escarapela tricolor. Al segundo requerimiento rindió
Maguncia. El jefe de ingenieros de la plaza, Eckmeyer, pasó
seguidamente al servicio de Francia. Dos días más tarde los
carmañolas entraban en Fráncfort.

Si Custine hubiese sido un táctico, en lugar de alejarse del


Rin hubiera descendido por el río y se hubiera apoderado de
Coblenza, cortando, así, la retirada a las tropas prusianas
que, precisamente, en aquellos momentos evacuaban
Longwy, ante las tropas de Kellermann.

Perdida la ocasión, Custine escribía vanamente a Kellermann


que persiguiese vigorosamente a los prusianos a fin de
establecer contacto con él. Kellermann alegó la fatiga de sus

522
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

tropas para rehusar el marchar sobre Tréveris. El Consejo


Ejecutivo lo envió al ejército de los Alpes y lo sustituyó por
Beurnonville, quien no se puso en marcha sino tardíamente,
dejándose batir, del 6 al 15 de diciembre, ante Tréveris, por
Hohenlohe, y viéndose, finalmente, rechazado y en desorden
hacia el Sarre. Custine había sufrido ya un primer
contratiempo en Fráncfort, día 2 de diciembre. Los soldados
de Hesse habían atacado la ciudad, de improviso, y los
habitantes de ella, sublevados contra los franceses, les
habían abierto las puertas. Indicó Custine la conveniencia de
evacuar Maguncia, pero el Consejo Ejecutivo le ordenó que
permaneciese en ella, enviándole refuerzos que sacó del
ejército que mandaba Biron en Alsacia. Bélgica había sido
conquistada al mismo tiempo que Saboya y el Rin medio.
Después de Valmy, los austríacos de SajoniaTeschen se
vieron obligados a levantar el sitio de Lille, a la que
vanamente habían intentado atemorizar con un bombardeo
que duró del 29 de septiembre al 5 de octubre. Dumouriez,
después de haber recibido, el 11 de octubre, las felicitaciones
de la Convención y luego las de los jacobinos, de los que fue
portavoz Danton, entró en Bélgica el 27 de octubre, con
nuestro mejor ejército, compuesto, sobre todo, por tropas de
línea. El 6 de noviembre presentó combate a los austríacos
de Clerfayt y de SajoniaTeschen, que se habían fortificado
ante Mons, construyendo rápidamente reductos, en colinas
cubiertas de árboles. La batalla fue rudamente empeñada,

523
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sobre todo en el centro, en torno de la población de


Jemappes. Por la tarde, los austríacos, que eran en número
como la mitad de las fuerzas francesas, emprendieron la
retirada, dejando sobre el campo de batalla 4.000 muertos y
13 cañones. Dumouriez no los persiguió y así la derrota no
adquirió los caracteres de desastre que pudo adquirir de
haber sido otra la manera de actuar del general francés. No
por ello fue menor la impresión que el suceso causó en
Francia y en Europa. Como dice A. Chuquet: «Valmy había
sido un combate de puestos; Jemappes, una contienda
general, la primera batalla memorable que libraba Francia
desde hacía largo tiempo; algo así como el Rocroi de la
República.» A más, Jemappes tuvo consecuencias que Valmy
no había tenido. En menos de un mes los austríacos fueron
lanzados de toda Bélgica: de Bruselas el 14 de noviembre, de
Lieja el 28, de Amberes el 30, de Namur, en fin, el día 2 de
diciembre. En lugar de perseguir a los austríacos en retirada,
detrás del Roer, a fin de aniquilarlos y de desembarazar a
Beurnonville y Custine, en sus luchas con los prusianos,
según el Consejo Ejecutivo le ordenaba, Dumouriez se detuvo
bruscamente.

El general estaba ya en lucha abierta con el ministro de la


Guerra, Pache, y con la Tesorería nacional, que vigilaba muy
de cerca sus operaciones financieras. Dumouriez estaba
rodeado de una legión de agiotistas con los que realizaba
compras ilegales, tales como el abate de Espagnac y el

524
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

banquero de Bruselas Simon. El escándalo fue tal que


Cambon hizo decretar el arresto de Espagnac y del ordenador
en jefe Malus. Pero Dumouriez tomó por lo vivo la defensa de
sus agentes y dimitió. La Gironda vino en su socorro. Se
enviaron a Bélgica comisarios para que lo calmaran y entre
ellos Delacroix y Danton. Malus y de Espagnac fueron puestos
en libertad y se procuró acallar el escándalo. La Gironda no
tenía ya sumisos a sus indicaciones a los generales. Y como
quería servirse de la popularidad de ellos en sus luchas con
los montañeses, al sentir la necesidad que tenía de los
mismos no se atrevía a obligarles a la obediencia.

¿Se haría la paz? ¿Se conservarían los territorios


conquistados? Los girondinos dudaron un instante. Algunos
de entre ellos se dieron cuenta de que para conservar los
países conquistados precisaría prolongar y generalizar la
guerra. El 29 de septiembre, al darse cuenta de una carta de
Montesquiou en la que anunciaba que los saboyanos le habían
comunicado sus deseos de formar un 84 departamento,
muchos girondinos, Bancal, Louvet, Lasource, apoyados,
desde un principio, por Camille Desmoulins, se pronunciaron
contra toda conquista. «Francia es bastante extensa», dijo
Bancal. «Temamos parecernos a los reyes encadenando a
Saboya a la república», añadió Camille Desmoulins. Cuando
Delacroix le interrumpió con esta reflexión de orden
práctico: «¿Quién pagará los gastos de la guerra?» Louvet le
replicó, entre vivos aplausos de la Asamblea: «¿Los gastos de

525
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la guerra? Os sentiréis ampliamente indemnizados con el


goce, para siempre asegurado, de vuestra libertad y ante el
espectáculo de la dicha de los pueblos por vosotros
liberados.» Mas, esta generosidad no fue enteramente del
agrado de Danton: «Al mismo tiempo que debemos dar la
libertad a los pueblos vecinos, declaro que tenemos el
derecho de decirles: ya no tendréis reyes, porque en tanto
que estéis en manos de tiranos, éstos podrían coligarse y
poner en peligro nuestra propia libertad. Al traernos aquí, la
nación francesa ha creado un gran comité de insurrección
general de pueblos contra todos los reyes del universo.» La
Asamblea no quiso pronunciarse sobre el fondo del debate,
pero dejó entrever sus simpatías por el sistema de crear
repúblicas hermanas independientes.

Aun la democratización de los países conquistados pareció a


la mayoría de la Comisión Diplomática una política
aventurada a la que precisaba renunciar. El 24 de octubre, en
un amplio informe que, en nombre de sus componentes, ella
hizo leer, el girondino Lasource combatió con empeño la
opinión de Danton y la de aquellos que, como él, no querían
prometer ayuda y protección al pueblo de Saboya, sino en
tanto que él renunciase, desde luego, a mantener la realeza y
la feudalidad. «¿No es esto, y en cierto modo, atentar contra
la libertad de un pueblo, ya que se excluye de su elección una
determinada forma de gobierno?» Lasource censuró a de
Anselme el haber municipalizado al condado de Niza

526
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

instalando en él nuevos cuerpos administrativos y nuevos


tribunales: «¡Dar leyes es conquistar!»

La opinión de Lasource era la del Gobierno. Lebrun escribía a


nuestro agente en Inglaterra, Noël, el 30 de octubre: «Francia
ha renunciado a las conquistas y esta declaración debe bastar
al Gobierno inglés para tranquilizarlo respecto a la entrada
de Dumouriez en Bélgica.» Y le repetía el 11 de noviembre,
después de Jemappes: «Nosotros no queremos inmiscuirnos
en sus asuntos particulares dando a pueblo alguno esta o la
otra forma de gobierno. Los habitantes de Bélgica escogerán
aquella que crean mejor convenirles, sin que nosotros
tengamos para qué intervenir en ello.»

Robespierre y gran parte de los jacobinos estaban, en este


punto, de acuerdo con la Comisión Diplomática y con el
Consejo Ejecutivo. El 9 de noviembre, en contra de Lullier y
de DuboisCreancé, Chabot expuso ante el club y entre los
aplausos de la mayoría, los inconvenientes de las conquistas.
Bentabole, el 12 de diciembre, desencadenó las aclamaciones
de las tribunas al reclamar la paz: «Guardémonos de
continuar una guerra en la que seremos nosotros la víctima.»
Robespierre, en sus Cartas a mis Electores reclamó que «se
pusieran límites prudentes a nuestras empresas militares», y
señalaba seguidamente «los peligros de recomenzar con los
clérigos belgas la penosa y sangrienta lucha que nos hemos

527
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

visto precisados a sostener contra nuestros propios


sacerdotes».

Pero existían en el Consejo Ejecutivo y en la Comisión


Diplomática dos personas influyentes, muy afectas ambas, y
ello por razones puramente personales, a la política de
conquistas: el ginebrino Clavière y el cleveriense, súbdito
prusiano, Anacharsis Cloots. Esta pareja de refugiados
políticos no podían entrar en sus respectivas patrias de
origen sino luego que hubiera desaparecido el imperio de sus
respectivos tiranos, sus antiguos perseguidores. Y no veían
otro medio de ponerse a salvo de ellos que anexionando sus
territorios a Francia. En 1785, en sus Deseos de un galófilo,
impresos el año siguiente, Cloots había escrito: «Una cuestión
que la corte de Versalles no debe perder de vista es la de
llevar las fronteras de Francia hasta la embocadura del Rin.
Este río es el límite natural de los galos, como los Alpes, los
Pirineos, el Mediterráneo y el Océano.» Y desde el mismo día
29 de septiembre pidió la anexión de Saboya.

Detrás de Clavière y de Cloots había una agrupación


numerosa, formada por la multitud de refugiados extranjeros
que habían entrado en Francia en busca de la fortuna y de la
libertad: saboyanos en torno del médico Doppet, fundador del
club y de la legión de los alóbroges y en torno del abate
Philibert Simond, diputado del Bajo Rin en la Convención;
ginebrinos y suizos alrededor de Clavière, de Desonnaz, de

528
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Grenus; neuchatelenses en torno de Castella, de J. P. Marat,


de Rouillier, fundador del Club Helvético; holandeses en
torno de los banqueros Kock, Van der Yver y Abbema; liejeses
alrededor de Fabry, de Bassenge, de Fyon y de Ransonnet;
belgas, del partido estatista, refugiados en Douai, alrededor
del joven conde de BéthuneCharost y belgas del partido
vonckista, refugiados en París, en torno de los banqueros
Proli y Walckiers; alemanes del país del Rin, en fin, la mayor
parte refugiados en Estrasburgo, alrededor del capuchino
Euloge Schneider, del librero Cotta, del negociante Boehmer,
del médico Wadekind, etc. Inteligentes y activos, estos
refugiados serán muy numerosos en los clubes,
particularmente en el de los Cordeleros, en el que formaban
el núcleo del partido hebertista. Muchos de ellos habían
entrado en la administración y en el Ejército. Las rápidas
victorias del otoño de 1792, parecían obra de estos
refugiados.

Llegó un momento, después de Jemappes, en el que los


girondinos de la Comisión Diplomática y del Consejo
Ejecutivo se dejaron arrastrar y adoptaron la política
anexionista de los refugiados. El cambio fue decisivo. A la
guerra de defensa sucedió no ya la guerra de propaganda sino,
realmente, la guerra de conquistas. Ésta se hizo,
insensiblemente, por razones múltiples, tanto del orden
militar cuanto del diplomático y aun de los órdenes
administrativo y financiero.

529
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Si los dirigentes de la Comisión Diplomática y del Consejo


Ejecutivo se habían, antes, manifestado prudentes y
reservados ante la política expansionista, era porque no
desesperaban obtener una paz rápida al conseguir dislocar la
coalición. El mal éxito de las negociaciones seguidas con los
prusianos, a raíz de Valmy, no les había quitado las ilusiones.
Siguiendo sus órdenes, Valence y Kellermann se
encontraron, el 26 de octubre de 1792, en Aubange, con
Brunswick, Lucchesini, Hohenlohe y el príncipe de Reuss. A
los prusianos les ofrecieron, a cambio del reconocimiento de
la república, la alianza con Francia; a los austríacos la paz
mediante el cambio de Baviera por los Países Bajos y el
desmantelamiento del Luxemburgo. Pero Federico Guillermo
hizo saber el 1.º de noviembre, al agente francés Mandrillon,
que exigía como preliminar a toda negociación la evacuación,
por los franceses, de todos los territorios del Imperio y
garantías sobre la suerte de Luis XVI y su familia. En cuanto
a Austria, decidió, siguiendo consejos de Kaunitz, presentar
como condición preliminar a la paz la libertad de la familia
real, que sería conducida a la frontera, la constitución de
rentas para el vivir de los príncipes franceses, el
restablecimiento de la autoridad pontificia en Aviñón e
indemnizaciones, en fin, para los príncipes alemanes
perjudicados con los decretos de agosto. Toda esperanza de
una paz próxima desapareció.

530
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Por el contrario, parecía inminente la guerra con España.


Brissot y Lebrun, para responder a esta eventualidad,
soñaron con desencadenar la revuelta en las colonias
españolas de la América del Sur por medio del criollo
Miranda, que servía en el ejército de Dumouriez. La guerra de
propaganda, la guerra revolucionaria, aparece aquí como la
indicada prolongación de la guerra de defensa.

Los países conquistados eran muy diferentes los unos de los


otros, tanto por su estructura social cuanto por su lengua y
su civilización. ¿Podían aplicarse a todos ellos reglas
comunes de administración?

La Saboya, país de lengua y de civilización francesas, estaba


agobiada, en su desarrollo económico, por las aduanas, que
le separaban, a la vez, de Francia y del Piamonte. Su
burguesía detestaba el régimen de baja policía y de tiranía
militar del rey sardo. Sus campesinos, obligados, por los
edictos de Víctor Amadeo, a rescatar los derechos feudales,
envidiaban a los campesinos franceses que se habían librado
gratuitamente del peso señorial. A la llegada de los franceses,
Saboya se cubrió de clubes que expresaron seguidamente su
deseo «de arrojarse en el seno de la república y de formar con
ella un solo pueblo de hermanos». La Asamblea Nacional de
los alóbroges, reunida en Chambéry, el 20 de octubre, y
formada por delegados de todos los municipios, proclamó la
destitución de Víctor Amadeo y de su descendencia; abolió,

531
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

en seguida, la nobleza y el régimen señorial, confiscó los


bienes del clero y expresó, en fin, el 22 de octubre, el deseo
del país de ser unido a Francia. Era un pueblo unánime que
se ofrecía, que se entregaba.

El antiguo obispado de Basilea, ocupado desde la declaración


de guerra, estaba en una situación bastante análoga a la de
Saboya. La mayor parte de los señoríos y de las
municipalidades que lo componían estaban formados por
poblaciones de lengua francesa, que no habían dejado de
trabajar, desde 1789, para conseguir la abolición del régimen
feudal. Los habitantes de Porrentruy, capital del
príncipeobispo, ahora en fuga, habían plantado en octubre un
árbol de la libertad y fundado un club. Délemont,
SaintUrsanne, Saignelégier, habían hecho lo mismo. Un
partido pedía la unión a Francia, en tanto que otro se
pronunciaba por la creación de una república independiente.

En Niza, país de lengua italiana, los amigos de Francia eran


mucho menos numerosos que en Saboya. Cuando las tropas
de Anselme llegaron, todas las tiendas cerraron sus puertas
y escaparates. Los soldados se vengaron saqueando la
población y este saqueo que de Anselme toleró aumentó
bastante el número de los enemigos de Francia. Para
constituir el club y las administraciones provisionales fue
preciso echar mano de la colonia marsellesa, muy numerosa
en Niza. El deseo de unirse a Francia, expresado el 21 de

532
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

octubre, no representaba, ciertamente, sino la voluntad de


una pequeña parte de la población.

Los países renanos, de lengua alemana, no contaban como


amigos sinceros de Francia, o para hablar con más propiedad,
de la Revolución, sino, y ello en las ciudades y
particularmente en Maguncia, con profesores de la
Universidad, con hombres de toga, con eclesiásticos liberales
y con comerciantes, que se reunían, en su mayor parte, en
los gabinetes literarios para leer los periódicos de Francia. El
país llano, dividido en muchos señoríos, laicos y
eclesiásticos, de los cuales no todos estaban en guerra con
Francia, era indiferente u hostil. A la inversa de
Montesquiou, de Dumouriez y de Anselme, que no exigían
nada de las poblaciones, Custine, desde su entrada en Spira,
había impuesto contribuciones sobre los privilegiados. Tenía
a gala decir que él no se dirigía sino en contra de los
favorecidos por la fortuna, según la fórmula: «Paz a las chozas
y guerra a los castillos.» Pero sucedió que ya en Fráncfort la
imposición se hizo a los banqueros y que en Worms quedaron
sujetos al impuesto los magistrados, muchos de los cuales
eran artesanos de muy poca fortuna. Hubo, por tanto,
Custine de herir e inquietar a una parte de la burguesía.
Lebrun aplaudía esta manera de hacer la guerra, ya que ella
permitía que el ejército se mantuviera a costa del país que
ocupaba. Llegó a recomendar a Custine, en carta que le
escribió el 30 de octubre, que enviara a París las obras

533
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

interesantes y bellas de las bibliotecas de los países ocupados


«y especialmente la Biblia de Gutenberg». Estábamos en los
anuncios de la política de rapiña del Directorio y de
Napoleón.

Custine se daba cuenta de que sus proclamas pomposas,


acompañadas de plantaciones de árboles de la libertad, no
bastaban a conciliar la opinión pública con Francia y quiso
dar a los alemanes satisfacciones más substanciosas. No
atreviéndose a suprimir, por su propia autoridad, el diezmo,
las prestaciones personales, los derechos señoriales, los
privilegios de todo género, pidió a la Convención ordenara
ella tales supresiones sin esperar a que sobre dichos puntos
resolvieran, por acción espontánea, los propios renanos. «Los
regentes, los bailíos, los prebostes –escribía el 4 de
noviembre–; todas las administraciones compuestas por
agentes y subalternos de los pequeños déspotas que tienen
en la opresión a este desgraciado país, no han perdido un solo
instante, para hacer visible su perniciosa influencia cerca del
pueblo.»

La conducta de Dumouriez en Bélgica contrastaba con la de


Custine en el Rin. Dumouriez conocía bien el país en el que
operaba y en el que antes –en 1790, cuando la revuelta contra
los austríacos estaba aún victoriosa– había estado, enviado
en misión por La Fayette. Sabía que los belgas, cuya
población era entonces de unos dos y medio millones de

534
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

habitantes, estaban divididos en dos partidos: los estatistas


o aristócratas, muy orgullosos y adheridos a sus viejas
libertades feudales y apoyados sobre un clero rico, fanático y
gozando de grandísima influencia sobre las clases bajas, y los
vonckistas o demócratas, a quienes habían perseguido los
primeros, porque eran hostiles al clero, y que deseaban una
profunda reforma de las viejas instituciones. Sabía que el
principado eclesiástico de Lieja, miembro del Sacro Imperio
y poblado por 500.000 habitantes, contaba entre ellos a
numerosos demócratas, muy decididos a derrocar el régimen
señorial. Oía los consejos del Comité de Belgas y Liejeses
Unidos, compuesto sobre todo por vonckistas. Se impuso
como tarea la fusión de belgas y liejeses en una república
independiente, teniendo cuidado de herir lo menos posible
las peculiares susceptibilidades nacionalistas de unos y
otros. Los refugiados que seguían a su ejército convocaron a
los habitantes de las poblaciones conquistadas en las iglesias
y les hicieron nombrar administraciones provisionales que
proclamaron la ruptura de cuantos lazos les unían a Austria.
En todos los sitios se establecieron clubes. Y cuando el
general La Bourdonaye quiso imitar a Custine e imponer una
contribución a los habitantes de Tournai, Dumouriez le
reprochó severamente su acción: «Atribuir a Francia las
contribuciones públicas de Bélgica es sembrar la
desconfianza en contra de nuestras operaciones y darles un
barniz de bajeza y de venalidad. Vale tanto como establecer

535
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

una tiranía militar sobre las ruinas del despotismo austríaco.»


Consiguió que La Bourdonaye fuese llamado a París y
reemplazado por Miranda.

Dumouriez trataba con miramiento a los belgas. Hacía que


los convoyes franceses pagaran los derechos nacionales de
peaje, no tocaba a las leyes existentes. Aunque hubo de
autorizar las requisas, ponía especial y voluntario cuidado de
no acudir a ellas. Prefería el dirigirse a los mercados y
comprar en ellos cuanto necesitaba, pagándolo en moneda
sonante y no en asignados. El dinero que le era necesario se
lo proporcionaba mediante préstamos, que generalmente le
hacían las corporaciones eclesiásticas. Así, con los dos
millones que le prestó el clero de Gante, se esforzaba en crear
un ejército belga, que hubiera sido refuerzo del suyo.

En todos los lugares que se ocupaban existía un núcleo de


habitantes, más o menos numeroso, que se comprometía con
los franceses, inscribiéndose en los clubes y aceptando
puestos en las nuevas corporaciones administrativas. Los que
así hacían, en cierto modo, cómplices de los franceses,
temían la vuelta de los príncipes desposeídos. Los invasores
les aconsejaban que formasen repúblicas, pero ¿estas
pequeñas repúblicas que ellos crearan, podrían mantenerse
después de la paz, cuando los carmañolas no estuviesen ya
en Bélgica? «¿Podremos ser libres, sin ser franceses?» decían
los delegados de Niza a la Convención, el 4 de noviembre. «No

536
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

–continuaban–. Obstáculos insuperables se oponen a ello;


nuestra posición es tal que sólo podemos ser: franceses o
esclavos.» Habían dado la riqueza de sus iglesias, los bienes
de sus conventos. ¿Qué pensaría Europa del pueblo francés
«si después de haber apurado la fuente de nuestros tesoros,
para incentivo de la libertad, nos rechazase, seguidamente,
de su seno, librándonos en la indigencia a merced de los
implacables tiranos»? Los revolucionarios renanos
expresaban los mismos temores.

Atrayendo a los pueblos hacia la Revolución, la Francia


republicana había contraído con ellos obligaciones morales
que no podía eludir. La propaganda conducía lógicamente a
la protección de los sublevados, y la mejor protección ¿no
era concederles la anexión solicitada?

Enardecidos por el club de Landau, los habitantes del bailiato


de Bergzabern, en el ducado de DeuxPonts, país neutral,
habían plantado un árbol de la libertad, suprimido los
derechos feudales y pedido su unión a Francia. La revuelta se
había extendido por el resto del ducado y el duque se vio
forzado a enviar tropas para someter a los agitadores. El 19
de noviembre, expuso Ruhl a la Convención los hechos
ocurridos, y preguntó si la Asamblea habría de abandonar a
merced de los déspotas, a los patriotas que aplicaban los
mismos principios que la Convención profesaba. «Pido que
declaréis que los pueblos que quieran fraternizar con

537
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

nosotros serán protegidos por la nación francesa.» Numerosos


oradores: Defermon, Legendre, Reubell, Mailhe, Birotteau,
Carra, Dentzel, Treilhard, L. Bourdon, SaintAndré, apoyaron
la proposición; Brissot y Lasource intentaron, vanamente,
ganar tiempo pidiendo se suspendiera la decisión hasta que
se conociera el informe que había de dar el Comité
Diplomático sobre la conducta de los generales en los países
enemigos. La Convención adoptó con entusiasmo un
proyecto de decreto que le sometió La RévellièreLepeaux: «La
Convención Nacional declara, en nombre de la nación
francesa, que acordará fraternidad y ayuda a todos los
pueblos que quieran recobrar su libertad, y encarga al poder
ejecutivo dé a los generales las órdenes necesarias para que
presten socorro a estos pueblos y defiendan a los ciudadanos
que hayan sido vejados o puedan serlo por haber defendido la
causa de la libertad».

Decreto memorable que consagró la solidaridad de todos los


revolucionarios en el mundo entero, que amenazaba, por
consecuencia, a todos los tronos y a todos los poderes del
pasado y que se aventuraba a provocar una guerra universal;
no ya una guerra de potencia a potencia, sino una guerra
social entretenida y sostenida por la ya emancipada nación
que se constituía en protectora y tutora de todas las otras
aún oprimidas. La Revolución, que había repudiado, al
principio, las conquistas y el militarismo, iba ahora, por la
fuerza de las cosas, a presentarse al mundo con casco y

538
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

coraza. Propagaría ella su nuevo evangelio como las antiguas


religiones habían propagado el suyo: por la fuerza de la
espada.

La primera anexión no se hizo esperar. El 27 de noviembre,


el obispo Grégoire propuso en un extenso informe el dar
satisfacción a los deseos de los saboyanos. Justificó la
medida no sólo por el derecho imprescriptible de un pueblo
a escoger su nacionalidad, sino que también por razones de
intereses. Nuestra frontera sería acortada y fortificada.
Existirían economías en el personal de aduanas. Los
saboyanos podrían, gracias a los capitales franceses, sacar
provechos de sus riquezas naturales, etc. A los corazones
pusilánimes que objetarían que la anexión de los saboyanos
eternizaría la guerra, respondía Grégoire con soberbia: «Ella
no añade nada al odio de los opresores en contra de la
Revolución francesa, y, en cambio sí a los medios de poder
que tenemos nosotros para romper su coalición. Desde luego
la suerte está echada: nosotros nos lanzamos a la empresa,
todos los gobiernos son nuestros enemigos, todos los pueblos
nuestros amigos.» La anexión fue votada por unanimidad,
salvo el voto del girondino Penières, que intentó, en vano,
protestar en el curso del debate, y el de Marat, que la censuró
seguidamente en su periódico.

Es verdad que el ingenioso Buzot proporcionó a sus amigos


una puerta de salida al pedir que el decreto fuese declarado

539
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

artículo constitucional, es decir que sería sometido a la


ratificación del pueblo como la misma Constitución. Fue
interrumpido por murmullos de la Cámara y retiró su
enmienda. Entonces manifestó Danton: «Digo que un
parecido contrato no será permanente sino cuando la nación
francesa lo haya aceptado.» La anexión de Saboya no era,
pues, sino provisional. Medio hábil para dar satisfacción a los
habitantes peticionarios sin, por ello, obligarse, en un
porvenir incierto, a no negociar con los antiguos amos de los
ahora anexionados.

Pero, de momento, la mayor parte de los convencionales se


dejaron llevar por el entusiasmo de Grégoire. La política
expansionista había, bruscamente, hecho explosión. Brissot,
que dirigía la Comisión Diplomática, escribía a Servan, el 26
de noviembre: «Creo que nuestra libertad no estará tranquila
en tanto que haya un Borbón sobre trono alguno de los
existentes. Nada de paz con los Borbones y, desde luego, hay
que pensar en la expedición contra España. No ceso de
predicársela a los ministros.» Y no era solamente a España y
a sus colonias a quienes quería sublevar sino a Alemania y a
Europa entera. «No podemos estar tranquilos en tanto que
Europa entera no esté en fuego... Si no llevamos nuestras
fronteras hasta el Rin y si los Pirineos no sirven sino para
separar dos pueblos libres, nuestra libertad no estará
asegurada.» Brissot enmascaraba con el gorro frigio la vieja
política monárquica de las fronteras naturales.

540
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La política expansionista de la Gironda se relacionaba


estrechamente con su política de conservación social.
Clavière, dice el señor Chuquet, tenía miedo a la paz. El 5 de
diciembre escribía a Custine: «Se debe permanecer en el
estado de guerra; el retorno de nuestros soldados aumentaría
en todos lados las perturbaciones y nos perdería.» Era ésta,
también, la opinión de Roland. «Es preciso –confesaba un día–
, hacer marchar a los millares de hombres que tenemos sobre
las armas tan lejos como les lleven sus piernas, pues, si no,
volverán para cortarnos el cuello.»

Ahora bien, esta política costaba cara. «Cuanto más


avanzamos en país enemigo –decía Cambon el 10 de
diciembre–, más ruinosa resulta la guerra, sobre todo
supuestos nuestros principios filosóficos y de generosidad.
Nuestra situación es tal que debemos tomar un partido
decisivo. Se dice sin cesar que llevamos la libertad a la casa
de nuestros vecinos; pero también llevamos nuestro
numerario y nuestros víveres, y no queremos llevar nuestros
asignados.» Cambon fue encargado de proponer un proyecto
de decreto sobre la conducta a prescribir a los generales en
los países ocupados. Lo presentó el 15 de diciembre.
Declaraba al principio de él que el fin de la guerra
revolucionaria era el aniquilamiento de todos los privilegios:
«Todo lo que resulte privilegio, todos los que sean tiranos
deben tratarse como a enemigos en los países en que
entremos.» Por haber olvidado este principio, por haber

541
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

tardado en conceder a Custine la autorización para destruir


el régimen señorial, había sido posible que los renanos,
entusiastas, al principio, se enfriaran y se hubieran
producido las llamadas «Vísperas sicilianas de Fráncfort». Si
el pueblo belga permanecía pasivo u hostil era porque
Dumouriez no había acabado con la opresión de que dicho
pueblo era víctima. Sin duda, sería cosa atrayente el que los
mismos pueblos de los países ocupados, imitando el ejemplo
del francés, abatieran la feudalidad. Pero si ello no era,
desgraciadamente, posible, precisaba el que los franceses se
declarasen poder revolucionario y destruyesen el viejo
régimen que tiene a los tan repetidos pueblos esclavizados.
Francia ejercerá en su provecho la dictadura revolucionaria
y la ejercerá a la luz del día y sin ambages ni rodeos: «Será
inútil disfrazar nuestra conducta y nuestros principios: ya los
conocen los tiranos... Cuando entramos en un país es para
hacer sonar todos los toques de rebato.» Los generales
franceses suprimirán, pues, sobre la marcha los diezmos, los
derechos feudales y todas las especies de servidumbre.
Depondrán a todas las autoridades existentes y harán elegir
cuerpos administrativos provisionales de los que serán
excluidos todos los enemigos de la república, ya que
solamente participarán en la elección los ciudadanos que
presten el juramento de ser fieles a la libertad y a la igualdad
y de renunciar a los privilegios. Los impuestos antiguos serán
suprimidos y los bienes pertenecientes al fisco, a los

542
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

príncipes, a las comunidades laicas y eclesiásticas, a todos


los partidarios de la tiranía, serán secuestrados para servir
de prenda a los asignados que se declararan de curso forzoso.
Si los nuevos cuerpos administrativos juzgan conveniente el
establecer nuevas contribuciones, ellas no pesarán sobre las
clases trabajadoras. «Por este medio haremos que el pueblo
ame a la libertad: no pagará nada y lo administrará todo.»
Cuando Anacharsis Cloots, el 20 de octubre precedente,
había propuesto medidas análogas no fue escuchado. Las
ideas habían cambiado en el espacio de dos meses. Esta vez
Cambon fue frenéticamente aplaudido y su proyecto fue
aprobado sin discusión.

Los decretos del 19 de noviembre y del 15 de diciembre


resumen la política exterior de la Gironda. Son
complementarios el uno del otro. El primero acuerda
protección a los pueblos, el segundo condiciona esta
protección con una aclaración que será siempre de aplicación
preliminar: los pueblos aceptarán la dictadura revolucionaria
de Francia.

Para que una tal política estuviera acompañada del éxito era
preciso que el gobierno que la formulaba tuviera la fuerza
precisa para imponerla a los pueblos que no la habían
reclamado, a las potencias enemigas cuya integridad
territorial rompía, a los neutros, a quienes amenazaban en
sus más vitales intereses. Dicho de otra manera: hubiera sido

543
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

preciso que el ejército francés fuera un instrumento dócil y


en manos de la Gironda y un instrumento de tal modo
potente que resultase capaz de destruir las resistencias de
casi Europa entera.

Puede preguntarse si la guerra universal que, en germen,


estaba contenida en estos dos decretos, era a consecuencia
de la marcha fatal de los sucesos. Hay que confesar que la
Gironda intentó, por un momento, negociar la paz, tratando
con Prusia y con Austria; ella sólo hubiera podido tratar con
éxito con los reyes al solo y único precio de haber adoptado
en el proceso de Luis XVI una actitud clara y resuelta. Si,
desde el primer día, hubiese invocado el interés nacional para
perdonar al rey; si hubiera declarado, con valentía, que su
proceso impediría la paz; si desde los primeros momentos de
la proclamación de la república no le hubiera faltado valor
para aconsejar la conducción del rey a la frontera, entonces
tal vez le hubiera sido factible llevar a feliz éxito las
negociaciones entabladas. La paz resultaría posible a base del
mantenimiento del statu quo. Austria y Prusia aspiraban sólo
a salir honrosamente del avispero de Francia para ocuparse
de sus intereses en Polonia, amenazados por Rusia. Pero la
Gironda no tuvo el coraje necesario para obtener la paz al
solo precio con que podía lograrse. Es cierto que se hubiera
visto obligada no sólo a reclamar la impunidad para Luis XVI,
sino también a renunciar al propagandismo revolucionario
que tanto y tan alto había celebrado.

544
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Por lo que hace a la Montaña, que un año antes se había


opuesto decididamente a la guerra, con Robespierre a su
cabeza, si intentó moderar la actuación girondina, en la
práctica de su política anexionista, si dejó oír algunas
advertencias clarividentes, si Marat protestó en su periódico
contra la anexión de Saboya, se abstuvo, sin embargo, de
formular proposiciones precisas y concretas en oposición a
la política de la Gironda. ¿Y cómo lo hubiera podido hacer,
cuando instaba con premuras el proceso de Luis XVI, y
cuando acogía en sus filas a los tránsfugas de la Gironda,
tales como Anacharsis Cloots, el abogado de los refugiados
políticos y el apóstol de las anexiones?

Puede afirmarse, para concluir, que las luchas de los partidos


contribuyeron tanto como el desarrollo de la situación
exterior a impedir la paz y a intensificar la guerra.

545
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO VII

LA PRIMERA COALICIÓN

Por sus decretos del 19 de noviembre y de 15 de diciembre,


la Convención creyó fortificar la posición de Francia en los
países ocupados, ligando a su causa a las masas de oprimidos.
Los sucesos pusieron de relieve que sólo se lograba el efecto
contrario. Las poblaciones se asustaron del «poder
revolucionario» que se les imponía. Vieron, sólo, en él, un
medio de expoliación de sus riquezas, un instrumento de
arbitrariedad y de dominación y un atentado a su
independencia.

En Bélgica, la mayor parte de los cuerpos administrativos


provisionales, creados en el momento de la conquista,
estaban compuestos de antiguos estatistas. Quisieron
enarbolar en Bruselas los colores brabanzones. Al
prohibírselo respondieron con grandes manifestaciones. La
que tuvo lugar el 7 de diciembre terminó en una seria
refriega. Cuando fue conocido el decreto del 15 de diciembre,
numerosos vonckistas sumaron sus protestas a las de los
estatistas. Los que componían la administración del Hainaut
declararon a la Convención, en una comunicación fechada a
21 de diciembre, que el poder revolucionario anunciado no
sería nunca a sus ojos otra cosa «que un poder usurpado, el
poder de la fuerza». La resistencia se hizo, poco a poco, casi
unánime, por entrar en juego, en ella, los intereses

546
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

materiales. Nadie quería recibir los asignados en curso


forzoso y eran muchos a los que lesionaba el secuestro de los
bienes del fisco y de la Iglesia.

Ante esta resistencia imprevista, ciertos ministros, como


Lebrun y Roland y algunos diputados, inspirados por
Dumouriez, como Brissot, Guadet y Gensonné, se
preguntaron si no era cosa de volver hacia atrás y anular el
decreto del 15 de diciembre. Pero los comisarios en el
ejército de Bélgica, particularmente Camus, Danton,
Delacroix, sostenidos por Cambon y Clavière, exigieron la
aplicación inmediata del decreto, incluso por la fuerza, en
caso de necesidad. Este desacuerdo entre los elementos
dirigentes, hizo perder un tiempo precioso y se lo dio a las
masas de oposición para ponerse de acuerdo. La Comisión
Diplomática, dirigida por Brissot, retardó cuanto pudo –más
de un mes–, el nombramiento de los agentes que el Comité
Ejecutivo debía enviar a Bélgica para proceder a las
elecciones y a los secuestros. Estos agentes no salieron de
París sino después de mediar enero. Pero Cambon forzó todas
las resistencias dirigiéndose a la Convención, que le dio la
razón, el 31 de enero.

Entonces el decreto del 15 de diciembre se ejecutó, pero por


la violencia. Simulacros de asambleas populares deliberaron,
a la sombra de las bayonetas, sobre la unión del país a
Francia. No se atrevieron los comisarios, como se había

547
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hecho en Saboya, a convocar a una asamblea general toda


Bélgica. Las reuniones se hacían población por población y
tuvieron lugar en el transcurrir del mes de marzo y en medio
de una efervescencia amenazadora que se traducía por medio
de atentados en contra de nuestros soldados, en Brujas, y por
gritos subversivos en todas partes. Ya, el 17 de febrero, los
comisarios en Bélgica habían advertido a la Convención que
si las fuerzas francesas sufrían algunos descalabros «suponían
cierto que las vísperas sicilianas sonarían, en contra de los
franceses, en toda Bélgica, sin que los patriotas belgas, que
bastante tendrían que hacer con mirar por ellos, pudieran
prestarles socorro alguno».

El país renano, formado por más de veinte Estados y señoríos


diferentes, entrecruzados los unos con los otros, no sentía
tan vivamente como Bélgica el patriotismo local. Pero sufría
los males de la guerra. Los campesinos se quejaban de las
tasas, de las requisas, de las prestaciones personales. Los
sacerdotes les atemorizaban con el infierno si rompían el
juramento que les ligaba a los antiguos príncipes, cuya vuelta
predecían. Nadie quería los asignados. Temían que la unión a
Francia les impusiera el servicio militar al que todos tenían
horror. Bien pronto sólo quedaron fieles a Francia los
miembros más comprometidos de los clubes de las ciudades
y aun éstos, en algunos sitios como en Maguncia, se
dividieron.

548
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El decreto del 15 de diciembre sólo pudo aplicarse mediante


la fuerza. Los comisarios de la Convención, Reubell, Merlin
de Thionville y Haussmann, violaron la neutralidad del
ducado de DeuxPonts y lo hicieron ocupar, el 8 de febrero,
por el general Landremont. El duque tuvo que huir y pudo
salvarse; pero su ministro, de Esebek, fue conducido a la
prisión militar de Metz, llevándole seguidamente a París, en
donde, muy pronto, se le reunieron los príncipes de Linange.
Los clubistas, apoyados por destacamentos de soldados, se
dirigieron a las campiñas para dirigir las elecciones. Las
abstenciones fueron muy numerosas. En algunos lados hubo
conatos de resistencia, a los que se puso fin por detenciones
y deportaciones en masa a más allá del Rin. Y, ello no
obstante, poblaciones enteras se negaron a prestar el
juramento. Hubo levantamientos parciales cuando se supo el
retroceso de los franceses en Bélgica. Nombrada en estas
condiciones la Convención renana, que se reunió en
Maguncia el 17 de marzo, votó, cuatro días más tarde,
después de un discurso de Forster, la unión del país a
Francia.

Los otros territorios conquistados fueron anexionándose por


procedimientos análogos. El Porrentruy, convertido ya en
República rauraciense, en el mes de diciembre, se transformó
en departamento de Monte Terrible, el 23 de marzo, a pesar
de la oposición de los bailiatos alemanes y aun de muchas
poblaciones francesas.

549
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Niza había sido anexionada por decreto del 21 de enero de


1793. A las reservas formuladas por Ducos, había respondido
Lasource, convertido entonces a la política de Cambon, que
los Alpes eran la frontera de la república y que, desde luego,
la rada de Villefranche era indispensable a los franceses en
caso de una ruptura con Inglaterra. Los habitantes de Niza,
cada día más, se convertían en hostiles a Francia. El burgo
de Sospello se sublevó en el mes de marzo. La población de
los campos no era más segura. Se asesinaba a nuestros
correos. Los hombres procedentes de la recluta militar, que
recibían el nombre de Salmonetes, se reunían en bandas y
eran el terror de las cercanías de las poblaciones.

Los propios saboyanos, tan unánimes en octubre,


comenzaban a dar muestras de tibieza y de desafección.

Tales eran los amargos frutos de la política imperialista en


los países ocupados. Desde luego, tal política nos enajenó
numerosas simpatías en los países neutrales y servía de
pretexto a los Gobiernos absolutos para ejercer una vigilancia
y una represión cada día mayor y cada vez más rigurosa,
sobre los periódicos y los libros sospechosos de propagar los
principios franceses. Los más timoratos de los escritores
extranjeros, que habían, al principio, aplaudido a la
Revolución, se apartaron de ella como escandalizados. Así
Klopstock, Wieland, Koerner, Stolberg, Schlosser, en
Alemania; Arthur Young y Watson, en Inglaterra; Alfieri y

550
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Pindemonte, en Italia. No les faltaban los pretextos; pero las


matanzas de septiembre y el suplicio de Luis XVI, fueron los
más frecuentemente invocados. Aquellos que, a pesar de
todo, nos siguieron fieles, como los alemanes Fichte y
Reuchardt y los ingleses Wordswoth, Coleridge, Godwin y
Robert Burns, hubieron de refugiarse en el anonimato y el
silencio o resignarse a las persecuciones.

Después de la conquista de Bélgica, que le parecía una


amenaza para la independencia de Holanda, Pitt comenzó,
poco a poco, a separarse de la política de neutralidad que,
hasta entonces, había impuesto a la corte y a una gran parte
de sus colegas de Gabinete. El 13 de noviembre hizo saber al
estatúder que, en caso de invasión del territorio holandés por
los franceses, el Gobierno inglés cumpliría todos sus deberes
de aliado. La invasión por él temida no se producía; pero el
16 de noviembre, el Comité Ejecutivo proclamó la libertad
del Escalda y, poniendo esta declaración seguidamente en
vigor, una escuadrilla francesa remontó hacia las bocas del
río y apareció ante Amberes. Constituía esto una manifiesta
violación del tratado de Münster, confirmado muchas veces
en el correr de los tiempos. Los partidarios de la guerra en
Inglaterra poseían ya un motivo preciso y una razón en
contra de Francia. Había ésta violado la neutralidad
holandesa, garantizada por los tratados. El decreto del 19 de
noviembre, que prometía amparo y protección a los pueblos
que se sublevaran, les proporcionaba una segunda razón.

551
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Los liberales ingleses se habían felicitado de las victorias


francesas. Sus sociedades políticas –Sociedad de la Reforma
Constitucional– habían enviado diputaciones a la Convención
para presentarle comunicaciones entusiastas con millares de
firmas recogidas, casi todas, en los distritos manufactureros.
A las dos diputaciones que comparecieron en la barra el día
28 de noviembre el presidente de la Asamblea, que lo era a la
fecha Grégoire, respondió de una manera imprudente: «Las
sombras de Pym, de Hampden, de Sidney, vuelan sobre
vuestras cabezas y, sin duda, se acerca el momento de que
los franceses vayan a felicitar a la Convención Nacional de la
Gran Bretaña.» Todos los ingleses que tendían a la
monarquía, y eran numerosos, vieron en estas
demostraciones la prueba de que Francia sostenía la
agitación en su país y preparaba en él una Revolución.

Pitt convocó a las cámaras a sesión extraordinaria para el día


13 de diciembre, y el discurso de la Corona reclamó el voto
de medidas de defensa contra los mal intencionados, en el
interior, y de armamentos para prevenirse contra las
amenazas de expansiones francesas. En vano el agente
secreto de Lebrun, Maret, recibido por Pitt el 2 y el 14 de
diciembre, explicó que el decreto del 19 de noviembre no
tenía el carácter que se le había atribuido y que no se
aplicaría sino sólo a las naciones en guerra con Francia. Pitt
siguió desconfiando, máxime cuando Lebrun quiso obligarle
a seguir la negociación por medio de Chauvelin, nuestro

552
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

embajador oficial, al que la corte no reconocía tal carácter


desde el 10 de agosto. Después Lebrun estuvo desafortunado.
Dando cuenta, el 19 de diciembre, del estado de nuestras
relaciones con Inglaterra, intentó distinguir el Ministerio
inglés de la nación inglesa y amenazó con excitar a ésta en
contra de aquél. Pitt repelió vivamente la ofensa y la
amenaza y el 26 de diciembre y con toda facilidad hizo votar
el Alien Bill, acta de excepción, contra los extranjeros
residentes en Inglaterra, que los colocaba bajo la vigilancia
de la policía, dificultaba sus cambios de residencia y que
permitía expulsarlos. Seguidamente Lebrun protestó contra
esta violación del tratado de comercio de 1786, que
garantizaba a los franceses residentes en Inglaterra los
mismos derechos que se reconocían a los ingleses residentes
en Francia. Pitt tuvo por no hecha la protesta y embargó los
cargamentos de trigo con destino a Francia.

Al tener noticias del suplicio de Luis XVI, la corte de


Inglaterra vistió de luto y Chauvelin recibió la orden de
abandonar seguidamente el país. Ya la Convención, ante un
informe de Kersaint, había acordado, el 13 de enero, se
armaran 30 navíos y 20 fragatas. Sin embargo, hasta el
último momento, Lebrun y la Comisión Diplomática
intentaron mantener la paz. Maret volvió a Londres e intentó
ver a Pitt. Parece ser que estaba autorizado, si hemos de creer
a Miles, el agente de Pitt, a prometer que Francia devolvería
todas sus conquistas sobre el Rin y que se contentaría con la

553
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

independencia de Bélgica, transformada en república. Maret


podía aún dejar entrever que Francia estaba dispuesta a
buscar el medio para volver sobre su acuerdo de anexionarse
Saboya. Pitt se negó a recibir a Maret y se abstuvo de tomar
la iniciativa en la declaración de guerra. Brissot la hizo votar
a la Convención, a la vez contra Inglaterra y Holanda, el 1.º
de febrero.

Esta vez era imposible imputar la guerra a las intrigas


monárquicas. Pitt y Grenville no se dejaban guiar por
preferencias políticas. El conflicto que surgía era
enteramente de otro orden. Pertenecía al viejo estilo de las
guerras por cuestiones de intereses, de las guerras para el
mantenimiento del equilibrio europeo. Como en los tiempos
de Luis XIV y Luis XV, los mercaderes de la City, de los que
Pitt era el intérprete, no podían soportar que Amberes
estuviera en poder de Francia. Y, por otra parte, los
convencionales veían en la guerra en contra de Holanda,
sobre todo, un medio de realizar una operación financiera,
adueñándose de la Banca de Amsterdam. Brissot tenía razón
cuando advirtió a sus compatriotas que se empeñaba un
verdadero duelo a muerte. La guerra no era, como antes, una
lucha en contra de los reyes, de los nobles y de los
sacerdotes, sino una guerra de nación a nación. Los reyes, tal
vez alguna vez, pudieran tratar con la Francia revolucionaria;
la nación inglesa sería la última en deponer las armas.

554
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La ruptura con España no tuvo el mismo carácter que la


ruptura con Inglaterra. Fue una verdadera cuestión de punto
de honor monárquico y familiar la que la provocó. El rey
Carlos IV y su indigna mujer eran personas pacíficas, porque
su tesoro estaba vacío y porque la guerra perturbaría su
tranquilidad. Carlos IV había intentado, sin éxito, salvar a su
primo Luis XVI, negociando con Francia un mutuo desarme.
Después del 21 de enero, el encargado de asuntos de Francia,
Bourgoing, recibió del primer ministro Godoy, amante de la
reina, una advertencia de que se abstuviera de visitarlo.
Bourgoing le hizo remitir una nota de Lebrun en la que éste
reclamaba una respuesta definitiva sobre la cuestión del
desarme que había sido iniciada por España. La respuesta fue
entregarle sus pasaportes. La Convención votó la guerra por
aclamación el día 7 de marzo, a continuación de un informe
de Barère. «Un enemigo más para Francia –dijo Barère–, no es
sino un triunfo más para la libertad.» La Convención hablaba
a los reyes el lenguaje del Senado romano.

La corte borbónica de Nápoles había rehusado reconocer a


nuestro agente diplomático Mackau. Su representante en
Constantinopla había informado mal al sultán sobre
Semonville, embajador que la república se proponía enviarle
en reemplazo de ChoiseulGouffier, que se había pasado a la
emigración. Seguidamente nuestra escuadra de Tolón se
presentó ante Nápoles.

555
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Fernando IV, que reinaba en las Dos Sicilias, era tan


envilecido como el Borbón que reinaba en España. Su mujer,
María Carolina, hermana de María Antonieta, se deshonraba
públicamente con el primer ministro Acton. La pareja real
comenzó a temblar en cuanto, el 17 de diciembre de 1792,
vio aparecer a la flota francesa. Se sometió a cuanto se
solicitó de ella. «¡Hasta un Borbón en el número de los
vencidos! ¡Los reyes están aquí a la orden del día!» exclamó
el presidente de la Convención, Treilhard, cuando el
granadero Belleville le entregó los triunfales despachos de
Mackau.

El Pontífice había hecho encarcelar a dos artistas franceses,


alumnos de nuestra Escuela en Roma, Chinard y Rater, a
pretexto de que pertenecían a la masonería y por la emisión
de palabras mal sonantes. Se dio orden a nuestra flota de
hacer un crucero sobre las costas de los Estados de la Iglesia
a su regreso de Nápoles. El Papa se apresuró a poner a los
artistas en libertad. Pero el secretario de Mackau, Hugon de
Bassville, que había marchado a Roma para dar valor a
nuestros compatriotas, fue asesinado, el 13 de enero, por el
populacho, que quiso, al día siguiente, quemar el barrio de la
Judería por considerar a sus habitantes cómplices de los
franceses. La Convención adoptó al hijo de Bassville y ordenó
se tomara una venganza ostentosa de su asesinato. Pero la
escuadra de Tolón acababa de sufrir un acerbo fracaso en
Cerdeña, en donde había intentado desembarcar tropas en la

556
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Magdalena. Fue preciso dejar para más tarde el vengar el


asesinato de Bassville.

Un mes después surgieron las «Vísperas sicilianas de


Fráncfort», incidente que servía, también, para mostrar que,
en la lucha que iba a empeñarse, la Francia revolucionaria
sólo podía contar con ella misma. Los pueblos no estaban
maduros para la revuelta. Francia expiaba su avance
espiritual sobre las demás naciones. Cuando las operaciones
militares recomenzaron, no tenía ya aliados. Y aun debía
sentirse muy satisfecha con haber conservado la neutralidad
de los suizos, de los escandinavos y de los Estados italianos.
Sola contra las más grandes potencias de Europa, jamás, aun
en los tiempos de Luis XIV, se había visto obligada a sostener
lucha tan gigantesca, pues en los tiempos de Luis XIV, en los
momentos más críticos había, al menos, tenido a su lado a
España. Pero con Luis XIV se batía para sostener el orgullo
de una casa real. Esta vez no era sólo su independencia lo
que entraba en juego, sino su dignidad nacional, su derecho
a gobernarse ella misma y, sobre todo, las inmensas ventajas
que había obtenido de su Revolución.

557
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO VIII

LA TRAICIÓN DE DUMOURIEZ

Las fronteras naturales, conquistadas en el otoño de 1792,


fueron perdidas, en algunas semanas, durante la primavera
de 1793. Toda Bélgica estaba evacuada a fines de marzo,
después de la derrota de Neerwinden, y la orilla izquierda del
Rin sufría la misma suerte algunos días más tarde. A
primeros de abril no poseíamos más allá de la frontera del NE
sino la plaza de Maguncia sitiada. ¿Cómo explicar tan rápidos
reveses después de los prodigiosos éxitos que les habían
precedido?

A causa de la falta de Dumouriez, que había rehusado el hacer


marchar sus soldados hasta el Rin, las fuerzas de Custine
estaban separadas del ejército de Bélgica por una zona de
territorio que ocupaban los austríacos y prusianos. Éstos
avanzaban, como una cuña, entre los dos principales
ejércitos franceses, a todo lo largo del Mosela, desde
Coblenza al Luxemburgo. Tenían, así, una posición central
muy fuerte que les permitía maniobrar por líneas interiores.

A más, los coligados habían aprovechado el respiro que les


concedió Dumouriez para aumentar sus efectivos y reafirmar
sus alianzas. Federico Guillermo ardía en deseos de vengar la
derrota de Valmy y dio orden a sus generales de colaborar
más estrechamente con los austríacos.

558
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

En la fase precedente, los ejércitos franceses habían vencido


gracias a su superioridad numérica y a las complicidades de
una parte de las poblaciones belgas y renanas. Esta doble
ventaja había terminado. Mal alimentados y mal vestidos,
gracias a los robos de los proveedores protegidos por
Dumouriez, muchos voluntarios, haciendo uso de la facultad
que les confería la ley, se habían vuelto a sus hogares. Libre
el territorio de invasores, creyeron terminada su misión. Los
ejércitos franceses no tenían superioridad moral sobre los
ejércitos contrarios y, a más, perdieron, también, según
apuntamos, la superioridad numérica.

El 1.º de diciembre contaban con unos 400.000 hombres. El


1.º de febrero de 1793 apenas si tenían 228.000. El ejército
de Bélgica estaba, tal vez, menos completo que los otros.
«Hay batallones de voluntarios –dice Dubois Creancé, el 7 de
febrero–, que no cuentan con más de 100 hombres.» Había
compañías compuestas de 5 números. Los que quedaban eran
pobres diablos o profesionales que se entregaban al pillaje y
al merodeo y que, sin ser precisamente modelos de
disciplina, se batían aún como bravos.

¡Si, al menos, el gobierno y el mando estuvieran unidos! Pero


jamás las divisiones y las rivalidades habían sido más agudas
entre los hombres que dirigían al Estado. El Comité de
Defensa General, creado el 1.º de enero de 1793 era
demasiado numeroso –veinticuatro miembros–, deliberaba en

559
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

público y era una verdadera greguería. El Consejo Ejecutivo,


que le estaba subordinado, no acababa de tomar resolución
alguna. Los asuntos se eternizaban en sus despachos. Los
generales, orgullosos con sus victorias, eran menos
obedientes cada vez. Custine, largo tiempo respetuoso,
empezaba a imitar a Dumouriez, y en sus cartas a Lebrun
denunciaba también la supuesta incapacidad de Pache.
Lebrun dejaba que escribiera sin hacer comprender al general
que debía reportarse a la disciplina y a las conveniencias.
Dumouriez permanecía en París desde el 1.º al 26 de enero,
dedicado a intrigas ambiguas, durante el proceso del rey. Si
Cambon, al que trató de engañar, permanecía irreducible,
Danton, Cloots y los jefes girondinos le prestaban el más
cordial apoyo. Danton no esperó a más allá que al 21 de enero
para tomar posiciones en contra de Pache, si bien alegando
medidas hipócritas. A pretexto de que el Ministerio de la
Guerra era demasiado pesado para un solo hombre, Pache fue
dimitido el 4 de febrero y reemplazado por Beurnonville, el
amigo e instrumento de Dumouriez, al que se añadieron seis
adjuntos que se repartieron los diferentes asuntos y
servicios. La administración de la guerra estaba, pues, en
plena reorganización en las vísperas mismas de volver a
reemprender las hostilidades. Era esto el desorden en
marcha. Los generales, habiendo hecho desaparecer a Pache,
no estaban, tampoco, muy dispuestos a mostrarse dóciles
con su sucesor. Custine no era amigo de Beurnonville. Una

560
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de las grandes debilidades del Ejército consistía en


encontrarse dividido en regimientos de línea y en batallones
de voluntarios, gozando, cada uno de estos dos diversos
elementos constitutivos, de distinto estatuto, lo que hacía
mostrarse celosos los unos de los otros. Los voluntarios
elegían a sus oficiales y gozaban de mayor soldada, estando
sometidos a una disciplina menos rigurosa. Para hacer cesar
esta molesta dualidad de reclutamiento y de legislación,
Dubois Creancé, propuso, el 7 de febrero, una reforma
profunda, que recibió el nombre de la amalgama, y que
consistía en reunir en un mismo cuerpo, que se denominaría
«media brigada», dos batallones de voluntarios con un
regimiento de línea. Los soldados de línea obtendrían las
mismas ventajas y los mismos derechos que los voluntarios.
Como éstos, concurrirían, también, a los empleos vacantes.
Un tercio de las plazas les sería reservado y para los otros dos
tercios los nombramientos se harían mediante un ingenioso
sistema de elección: cuando un empleo estuviera vacante, los
hombres de los grados inmediatamente inferiores
designarían tres candidatos, entre los cuales elegirían los
oficiales o suboficiales del grado a proveer. Así el Ejército
sería «nacionalizado», animado de un mismo espíritu,
provisto de iguales derechos y sometido a las mismas leyes.
Las tropas de línea se penetrarían del espíritu cívico de los
voluntarios y éstos se avezarían al contacto de los soldados
veteranos. Todos los generales, salvo Valence, se mostraron

561
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hostiles a la reforma. La mayor parte de los girondinos y el


propio Barère la combatieron desde la tribuna. A pesar de
todo, la reforma fue aprobada gracias a los votos de los
montañeses y particularmente a los esfuerzos de SaintJust,
pero con una tardanza tal que le impedía ser puesta en vigor
antes de los comienzos de la nueva campaña. No alcanzaría
su práctica sino en el invierno de 1793-1794, y dio los
mejores resultados. Hasta que la reforma pudo aplicarse,
voluntarios y tropas de línea quedaron separados.

A pesar de la inferioridad manifiesta en que las armas


francesas se encontraban, la Comisión de Defensa General y
el Comité Ejecutivo adoptaron el plan de ofensiva
preconizado por Dumouriez. Tratábase de una ofensiva a la
desesperada. El general escribía, desde Amberes, el 3 de
febrero: «Si el ejército de Bélgica no se adelanta al enemigo,
está perdido.» Y añade: «Si se nos ayuda y, sobre todo, si se
trata a los belgas con prudencia y fraternidad, me permito,
aun, prometer la victoria; si no, sabré morir como soldado.»
No tenía deseo alguno de morir, pero sí ansiaba que se tratase
a los belgas con afecto, temiendo un levantamiento a la
espalda de sus tropas. En tanto que dejaría a su derecha los
cuerpos que mandaba Miranda, sitiando a Maëstricht y
guardando los pasos del Roer; mientras otros cuerpos de
ejército, al mando de Valence, se situaban en Meuse medio,
dispuestos a hacer frente, ya a los austríacos del
Luxemburgo, ya a los del Roer; él, Dumouriez, con un tercer

562
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ejército, llamado de Holanda o del Norte, se arrojaría, desde


Amberes, sobre Holanda, siguiendo el bajo Meuse y en
dirección recta hacia Dordrecht y Amsterdam. Los otros
ejércitos del Rin, del Mosela, de los Alpes, de Italia, los
Pirineos, permanecerían a la defensiva. Dumouriez explica en
sus Memorias que si hubiera obtenido la victoria hubiera
reunido Bélgica y Holanda en un solo Estado, del que pensaba
proclamar la independencia, marchando luego sobre París
para disolver la Convención y aniquilar al jacobinismo. Sólo
conocían su proyecto cuatro personas entre las que se
contaban, al decir de Miranda, Danton, Delacroix y
Westermann.

El plan de Dumouriez tenía el defecto de dislocar las fuerzas,


ya débiles, de la república en lugar de concentrarlas en un
solo punto. Si Miranda cedía a la presión de los austríacos,
sus comunicaciones estaban amenazadas y su expedición a
Holanda dejaba de ser viable.

Al principio todo iba bien. Con 20.000 hombres entró en


Holanda, el 16 de febrero, y se adueñó rápidamente de las
tres plazas de Breda, Gertruydenberg y Klundert, que se
rindieron casi sin resistencia. Pero el 1.º de marzo el ejército
de Coburgo se lanzó sobre el ejército francés de Bélgica,
disperso en sus acantonamientos del Roer, y lo sorprendió
casi sin jefes. El desastre fue espantoso. Las tropas
evacuaron Aixla Chapelle a la desbandada y sin combatir.

563
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Miranda hubo de levantar el sitio de Maastricht casi


precipitadamente. También fue evacuada Lieja en medio de
un desorden inexplicable y Valence hubo de dedicarse, no sin
trabajo, a recoger los restos de los demás ejércitos.

Después del desastre de que habían sido testigos, Danton y


Delacroix regresaron a París, menos para sostener los
espíritus que para sembrar la alarma. El 8 de marzo,
Delacroix, desmintiendo brutalmente el optimismo de
Beurnonville, trazó de la situación militar un cuadro sombrío
que ratificó Danton. Hicieron adoptar a la Convención un
acuerdo en virtud del cual se enviarían comisarios de la
misma a las secciones de París y a los departamentos de
Francia para activar el reclutamiento de 300.000 hombres,
cuya leva acababa de acordarse. Aquella misma noche, en
medio de una fiebre patriótica análoga a la que las había
agitado a fines de agosto, a raíz de la toma de Longwy, se
reunieron las secciones de París. Muchas, como la del Louvre,
a instigación de un amigo de Danton, Desfieux, reclamaron
la institución de un Tribunal Revolucionario para castigar a
los agentes del enemigo en el interior. Carriel hizo la
propuesta, en la Asamblea, al día siguiente, 9 de marzo.
Danton la apoyó con todas sus fuerzas y la hizo adoptar a
pesar de la oposición violenta de los girondinos. Aquella
misma noche la agitación se intensificó en París. La Sociedad
de los Defensores de la República, la sección de las Cuatro
Naciones y el club de los Cordeleros, lanzaron un manifiesto

564
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

amenazador en contra de Dumouriez y de los girondinos, a


los que se hacían responsables de los reveses. Se formó un
Comité Insurreccional, que intentó arrastrar a su obra al club
de los Jacobinos y al Ayuntamiento, que resistían. Grupos
diversos saquearon las imprentas de la Crónica de París y de
El Patriota Francés.

Al día siguiente, 10 de marzo, Danton subió a la tribuna para


atacar al Ministerio y pedir que fuera renovado y que
pudieran entrar a formar parte de ellos miembros de la
Convención. Los jacobinos le acusaron de aspirar a la
dictadura y su propuesta fue rechazada. A la noche se
reprodujeron los disturbios. Agitadores conocidos por sus
relaciones con Danton intentaron sublevar las secciones. La
lluvia, la negativa de Santerre y de Pache a secundar la
insurrección y la firme actitud de los federados del Finistère,
dispersaron a los agitadores.

Los contemporáneos han creído que estas jornadas del 9 y


del 10 de marzo habían sido organizadas por Danton de
acuerdo con Dumouriez. En tanto que el primero acusaba a
los ministros, desde la tribuna de la Convención, un agente
del segundo, de Maulde, los atacaba en los Jacobinos.
Danton, sin embargo, hacía un vivo elogio de Dumouriez, en
tanto que los amotinados pedían su destitución y la
expulsión de «los apelantes» de la Convención. Contradicción
aparente y querida. Los revoltosos estaban conducidos por

565
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hombres como Desfieux y como Proli, que antes habían sido


los más entusiastas encomiadores de Dumouriez y que
mañana se mezclarían en sus turbias intrigas en las vísperas
de su próxima traición. No se les creía sinceros cuando se les
oía vituperar al general, que ellos mismos habían elevado
hasta las nubes y con el que iban a entenderse al día
siguiente. Se conocía su no claro pasado. Creyóse que, por
dinero, estas gentes habían desempeñado el papel que
Danton, que era quien les pagaba, habíales asignado.

Lo que acabó de dar cuerpo a las sospechas fue la actitud


arrogante que adoptó Dumouriez en los momentos mismos
de las revueltas. Valence, viéndose perdido, le había escrito
el día 2 de marzo pidiéndole socorros: «Venid aquí, precisa
cambiar el plan de campaña, los minutos son siglos.»
Dumouriez no quiso darse por enterado. Pretendía que la
mejor manera de defender Bélgica era seguir su marcha sobre
Rotterdam. Cuando, el 10 de marzo, se puso, al fin, en
marcha, para unirse a Miranda, siguiendo en ello órdenes
expresas del Comité Ejecutivo, partió solo, dejando en
Holanda su ejército que hubiera sido preciso para reparar el
desastre. Y, en tanto que Danton infundía confianza a la
Convención sobre sus actos, Dumouriez se conducía como
dictador, colocándose fuera de las leyes. Por una serie de
proclamas, que se sucedieron rápidamente, el 11 de marzo
ordenó devolver la plata que se había tomado de las iglesias
belgas, mandó que se cerraran todos los clubes, muchos de

566
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

los cuales habían recibido, antes, sus visitas e hizo arrestar


a varios comisarios del Comité Ejecutivo, tales como Chépy.
En una palabra, de un plumazo destruyó toda la obra
revolucionaria llevada a cabo a partir del decreto de 15 de
diciembre. Como los comisarios de la Convención, Camus y
Treilhard, que se le unieron en Lovaina, le reprochasen su
conducta, escribió el 12 de marzo una carta altamente
insolente. Hacía responsable del desastre a los diversos
departamentos del Ministerio de la Guerra y declaraba que
las reuniones populares se habían celebrado en Bélgica por el
influjo y presión de los sables, y llegaba hasta evocar el
recuerdo del duque de Alba. Su carta fue leída en el Comité
de Defensa General el día 15 de marzo al mismo tiempo que
un despacho de Treilhard y de Camus quienes llamaban la
atención sobre los actos y amenazas del general que
calificaban de «sucesos graves.» Barère pidió seguidamente al
Comité se propusiera la acusación de Dumouriez. Pero
Danton se opuso a esta medida que se imponía y que hubiera
salvado al Ejército. Dijo que Dumouriez tenía la confianza de
los soldados y que su destitución sería desastrosa. El Comité
se dejó convencer. Danton y Delacroix partieron para Bélgica.
«Le curaremos o le agarrotaremos», habían dicho al partir.
Palabras vanas.

Dumouriez, reuniendo las tropas de Valence y de Miranda,


logró arrojar a los imperiales de Tirlemont, el 16 de marzo;
pero dos días más tarde sufrió una grave derrota en

567
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Neerwinden sobre el Geete. Sus fuerzas, desmoralizadas, se


batían en retirada hacia Bruselas, cuando Danton y Delacroix
se le unieron, en Lovaina, la noche del 20 al 21 de marzo. Le
pidieron se retractase de su carta del 12 de marzo a la
Convención. Se negó a ello, esforzándose en enconar a sus
interlocutores contra los girondinos. Todo lo que los
comisarios obtuvieron de él fue un billete de unas líneas en
que rogaba a la Asamblea no prejuzgase nada sobre su carta
del día 12 de marzo antes de que ella conociese el resultado
de sus conferencias con aquellos que se contentaban con tan
poca cosa. En tanto que Delacroix seguía en el cuartel
general, Danton regresaba a París para informar al Comité.
Sobre este su retorno se cierne una extraña oscuridad.
Hubiera debido darse prisa para estar en París y dar cuenta
del desastre de Neerwinden y de la rebelión del general. Y no
apareció ante el Comité sino el día 26 por la noche, cuando,
como máximo, sólo se tardaban dos días en hacer el trayecto
BruselasParís y constaba que había salido el día 21 de marzo,
de madrugada. Durante cinco días desaparece y no hay quien
lo encuentre. Dumouriez se aprovechaba de este respiro para
arrojar la máscara y convertir su rebelión en traición. El 23
de marzo entró en relaciones con Coburgo, por conducto de
su ayudante de campo Montjoye. Le expuso su proyecto de
disolver la Convención por la fuerza y de restablecer la
monarquía. Se comprometía a evacuar toda Bélgica y a
entregar al enemigo las plazas de Amberes, Breda y

568
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Gertruydenberg. Esto fue a mediados de marzo. Dumouriez


se encontró en Tournai con tres jacobinos muy sospechosos,
agentes secretos empleados por Lebrun. Eran Dubouisson,
Pereira y Proli, que, como vimos, desempeñaron su papel en
las revueltas del 9 y del 10 de marzo y que habían, muy
probablemente, conferenciado con Danton antes de
entrevistarse con Dumouriez. Según éste, tales tres hombres
le propusieron entenderse con los jacobinos para disolver la
Convención. Según la versión de los comisionados fue
Dumouriez quien hizo tal propuesta, que ellos rechazaron. En
el curso de la conversión se trató de la

libertad de la reina.

En tanto que Dumouriez conferenciaba en Tournai con estos


tres sospechosos emisarios, Danton, aun este mismo día 26
de marzo, persistía en defenderle ante el Comité de Defensa
General, en contra de Robespierre que reclamaba en vano su
revocación inmediata. Sólo el 29 de marzo, por la noche, el
Comité se decidió a tomar la medida que Danton había
retrasado durante quince días. El Comité resolvió enviar al
ejército cuatro nuevos comisarios, Camus, Quinette,
Lamarque y Bancal, con el ministro de la Guerra,
Beurnonville, para destituir al general Dumouriez y
arrestarlo. Y los que resultaron arrestados fueron el ministro
y los comisarios. Dumouriez los entregó al enemigo el día 1.º
de abril, por la noche. Dos años permanecieron en cautividad.

569
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Dumouriez intentó conducir a su ejército sobre París para


restablecer la monarquía. Pero no habían sido arrestados
todos los comisarios de la Convención. Los que habían
permanecido en Lille le declararon fuera de la ley y relevaron
a sus subordinados del deber de obedecerle. Le Veneur, que
mandaba en el campo de Maulde, se apresuró a mandar a
París a su ayudante de campo, Lazare Hoche, para advertir a
la Convención de las órdenes dadas por Dumouriez. Davout,
que mandaba el tercer batallón de los voluntarios del Yonne,
dio orden, el día 4, a sus soldados de disparar sobre el general.
Éste, para escapar de las balas, tuvo que huir, a uña de
caballo, hacia el campamento austríaco, y cuando el día 5
volvió al campo de Maulde, escoltado por dragones
imperiales, su traición se hizo flagrante y sublevó en su
contra a todo el ejército que, por su propio impulso, se puso
en marcha hacia Valenciennes. Dumouriez se refugió entre
los austríacos, acompañándole Igualdad, hijo, Valence y un
millar de hombres.

Los comités creyeron que Dumouriez tenía cómplices en


París y aun en la misma Convención. Reunidos, en la noche
del 31 de marzo al 1.º de abril, los Comités de Defensa y de
Seguridad General, hicieron arrestar a Felipe Igualdad y a su
amigo el marqués de Sillery, ambos diputados. Invitaron al
mismo tiempo a Danton para que regresase a París a fin de
explicar la situación de Bélgica. Era esta invitación casi una
citación en forma, ya que se empleaban los mismos términos

570
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

que los usados en el asunto IgualdadSillery. Corrió el rumor


de que Danton, también, había sido arrestado. Marat le
reprochó aquella misma noche, en los Jacobinos, lo que él
llamaba su imprevisión. El 1.º de abril, Lasource acusó
claramente a Danton, en la Convención, de haberse puesto
de acuerdo con Dumouriez para hacer prevalecer su golpe de
Estado monárquico. Birotteau pretendió que Fabre de
Églantine había propuesto al Comité de Seguridad General
restablecer la realeza. Ni Lasource, ni Birotteau, conocían las
relaciones secretas que Danton había mantenido con el
emigrado Théodore Lameth y que éste ha contado después
en sus Memorias. Danton echó mano de la audacia. De
acusado se convirtió en acusador. Los amigos de Dumouriez,
dijo, eran Brissot, Guadet, Bensonné, que se escribían con él
con toda regularidad. Los amigos de la realeza eran aquellos
que habían querido salvar al tirano, los que calumniaban a
París, ciudadela de la Revolución. La Montaña cortaba sus
violentos ataques con aplausos frenéticos. Marat apuntaba
nuevas acusaciones: «¿Y las cenas –decía–, a las altas horas
de la noche?» Y replicó Danton: «Sólo ellos han tenido cenas
clandestinas cuando Dumouriez estaba en París.» Marat
añadió: «Lasource, sí, Lasource asistía a ellas.» A lo que volvió
a replicar Danton: «Sí, sólo ellos son los cómplices de la
conjuración.» La maniobra dantoniana alcanzó éxito. El
Comité de Investigación, que los girondinos habían hecho
votar al principio de la discusión, jamás llegó a formarse. En

571
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

cambio, Danton y Delacroix entraron a formar parte del


Comité de Salvación Pública, creado el 5 de abril, para
sustituir al Comité de Defensa General y sobre nuevas bases.
La comisión que ahora se creaba se compondría de sólo nueve
miembros, deliberaría en secreto y estaría revestida de
poderes extraordinarios.

Un año más tarde los mismos montañeses que habían llevado


a Danton en triunfo por haberlos vengado de la Gironda,
repetirían en su contra las acusaciones de Lasource y
Birotteau. Creyeron, también, en su complicidad con
Dumouriez, y le hicieron comparecer, por realista, ante el
Tribunal Revolucionario.

La coalición había vengado sus desastres del año precedente.


Sus ejércitos iban, otra vez, a llevar la guerra al propio
territorio francés. Y, ante el inmenso peligro, Francia se
desgarraba a sí misma. En la Vendée comenzaban las
agitaciones.

572
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO IX

LA VENDÉE

La insurrección, clerical y realista, que estalló en el


departamento de la Vendée y limítrofes, el 10 de marzo de
1793, no es sino la manifestación suprema, el episodio más
lamentable de las resistencias y de los descontentos que
trabajaban a las masas populares de toda Francia. La
fermentación fue, en efecto, casi general y, a no dudarlo,
tuvo, en primer lugar, como causa razones de orden
económico y social. Las razones de orden político y religioso
vinieron seguidamente como consecuencia de las primeras.
La abolición de la reglamentación de las subsistencias, por
decreto del 8 de diciembre, y la muerte del rey, fueron
seguidas por un rápido encarecimiento de todos los artículos
y un recrudecimiento de la miseria.

En febrero, el asignado, por término medio, pierde la mitad


de su valor. Todos los testimonios concuerdan en establecer
que la desproporción entre los salarios y el precio de la vida
se había agravado de un modo prodigioso.

El 25 de febrero, el diputado Chambon declara, sin que nadie


le contradiga, que en Corrèze, el Alto Vienne y el Creuse, el
pan negro vale de 7 a 8 sueldos la libra, y añade: «La clase
indigente, en estos departamentos desgraciados, sólo gana 9
o 10 sueldos por día, es decir que su salario les permite
justamente el comprar una libra de pan. En el Yonne, el

573
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

precio del trigo ha triplicado y los salarios, aquí también,


apenas si bastan para la compra de un pan.» Una prueba de
que la alimentación absorbía casi por entero la jornada del
obrero, se encuentra, según Porée, en que si ella corría a
cargo del patrón o del cliente, su salario se reducía en dos
tercios. El cerrajero que ganaba 3 libras, 10 sueldos, sin la
comida, sólo percibía 1 libra, 10 sueldos, si estaba
alimentado. La escasa paga que a la noche llevaba a su casa,
apenas si, toda ella, era suficiente para el pan de la mujer y
de los hijos.

Las poblaciones sufren más que los campos. En París la


escasez era, casi siempre, el estado habitual. Las
perturbaciones comenzaron después del proceso del rey. Las
del 24, 25 y 26 de febrero, revisten una particular gravedad.
Comienzan por una huelga de lavanderas que se quejan de no
poder comprar jabón, cuyo precio había pasado de 14 a 22
sueldos la libra. Se saquean las tiendas de comestibles. Se
tasan, revolucionariamente, los artículos de primera
necesidad. Se suceden las peticiones amenazadoras,
reclamando de la Convención el curso forzoso del asignado,
la pena de muerte contra los acaparadores y el fijamiento de
un máximo en los precios. Jacques Roux, en los momentos
agudos de la crisis, el 25 de febrero, justifica el pillaje de las
tiendas de ultramarinos: «Pienso –dice al Ayuntamiento–, que
los tenderos no han hecho otra cosa que restituir al pueblo

574
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

lo que, desde mucho tiempo, le estaba cobrando demasiado


caro.»

En Lyon, la situación es más alarmante aún. El 26 de enero,


4.000 tejedores de seda piden a la municipalidad el imponer
a los fabricantes una tarifa de trabajo a destajo. Para resistir
a los obreros, a los que el Ayuntamiento apoya, los
fabricantes y los ricos se organizan. El alcalde girondino,
NivièreChol, dimite. Es reelegido el 18 de febrero y, en tal
ocasión de las elecciones, el Club Central, dirigido por
Chalier, presidente del tribunal de distrito, es saqueado, la
estatua de J. J. Rousseau, hecha pedazos, el árbol de la
libertad, quemado. Los motines adquieren tal seriedad que la
Asamblea envía a Lyon a tres comisarios: Basire, Rovérc y
Legendre, quienes ensayan vanamente mantener la balanza
en su fiel al actuar entre los dos partidos, o más bien entre
las dos clases en lucha. Los obreros, que pagaban el pan a 6
sueldos la libra, reclamaban un impuesto progresivo sobre el
capital, al mismo tiempo que la tasa de los salarios y de los
productos, y la institución de un ejército revolucionario para
poner en práctica dichas tasas.

Sin esperar a que sus demandas se convirtieran en leyes, las


autoridades locales, devotas al pueblo, y seguidamente los
comisarios de la Convención obligados por el aguijón de la
necesidad, tienen que ir delante de las peticiones de las
masas. El distrito de Chaumont, a pesar de la ley del 8 de

575
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

diciembre, continúa aprovisionando sus mercados por el


camino de las requisas. En el Aveyron, los representantes, Bo
y Chabot, someten a los ricos a un impuesto de guerra para
alimentar a los necesitados. SaintAndré, en el Lot, pone en
vigor las leyes abrogadas, ordenando las declaraciones y
requisas de granos.

Los comisarios, en sus informes, señalan, todos, el


encarecimiento de la vida como la causa profunda de las
alteraciones y de la desafección creciente de las poblaciones
hacia el régimen. «Es imperioso hacer que el pobre pueda
vivir si queréis que os ayude a acabar la Revolución», decía
SaintAndré a Barère, el 26 de marzo. «En los casos
extraordinarios sólo debe considerarse la gran ley de la salud
pública.» Su carta es muy interesante porque subraya, al
mismo tiempo que las razones económicas, las razones
políticas del descontento general. Éstas no son difíciles de
definir. Las luchas violentas de girondinos y montañeses han
propagado la incertidumbre, la desconfianza y el desaliento.
Los propietarios no han hecho otra cosa que la de creer a los
girondinos cuando, desde hace bastantes meses, les vienen
asegurando que lo que los montañeses desean es incautarse
de sus bienes.

Por temor a la anarquía y a la ley agraria, se van inclinando


hacia la derecha. No están lejos de desear la vuelta de la
monarquía, que comienza a aparecérseles como la más segura

576
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

garantía del orden. Por lo que hace a los artesanos de las


poblaciones y a los trabajadores de los campos, la penuria y
la miseria en que se encuentran, les predispone a escuchar,
alternativamente, las instancias de la reacción y los
llamamientos de los que desean una nueva revolución. La
formación de la primera coalición, seguida inmediatamente
de los desastres de Bélgica y el Rin, ha devuelto al partido
realista la confianza y la energía. Tal es la atmósfera
económica y moral en la que incuba la insurrección de la
Vendée, de la que la leva de los 300.000 hombres fue la señal.

Ante todo es preciso decir que la ley de reclutamiento, por


su arbitrariedad, se prestaba a las más acerbas críticas. «En
el caso de que la inscripción voluntaria –decía el artículo 11,
redactado por Prieur de la Marne–, no produjera el número de
hombres fijado a cada Ayuntamiento, los ciudadanos estarán
obligados a completarlo y, a este efecto, adoptarán, por
mayoría de votos, los medios que encuentren más adecuados
para ello.» «Sea cualquiera el medio que se adopte –decía el
artículo 13–, por los ciudadanos reunidos en asamblea para
completar su contingente, el complemento será tomado de
entre los jóvenes viudos sin hijos, que cuenten de 18 a 40
años cumplidos.» Tanto valía todo esto como introducir la
política y la cábala en la designación de los reclutas. El
montañés Choudieu había llegado a proponer que los reclutas
que faltaran para el contingente se designaran por elección.
«Propongo la elección –dijo–, porque supongo que los

577
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ciudadanos reunidos en elección para ello, escogerán con


preferencia a los ricos, a aquellos cuyas familias están en la
abundancia y pueden pasarse sin su trabajo, siendo de
observar que los ricos, hasta la fecha, han hecho poco en pro
de la Revolución y debía ser llegada la hora de que pagasen
con sus personas. Después de todo es un honor el poder servir
a su país y como después se acuerda por un artículo que los
designados como complementarios puedan buscar un
sustituto, estimo que será un doble beneficio para los
ciudadanos pobres el no ser escogidos en primer lugar, ya
que, con la prima de sustitución que les entreguen los ricos,
podrán ser útiles, desde el principio, a los suyos sin
menoscabo del ya dicho honor de servir a su patria.» Infiel a
los postulados de la Declaración de Derechos, la Convención
se negó a imponer a los ricos el servicio personal y se vio a
un montañés haciendo el elogio de las sustituciones.

Mas, este privilegio acordado a la riqueza no podía dejar de


parecer abusivo e intolerable a un pueblo que había hecho,
desde el 10 de agosto, tan grandes progresos en el
sentimiento de la igualdad. Luego, dejando a la arbitrariedad
de las mayorías el cuidado de designar los reclutas, la
Convención entregaba el reclutamiento al libre juego de las
pasiones políticas locales desencadenadas. Aun en los
departamentos más patriotas hubo quejas y vivas
resistencias provocadas por evidentes abusos. En el Sarthe,
que, en agosto de 1792, había formado 14 compañías en vez

578
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de las 6 que ahora se le pedían, los jóvenes protestaron de la


excepción establecida a favor de los funcionarios y de los
casados. En muchos municipios quisieron que los
adquirentes de bienes nacionales, a quienes llamaban «los
verdaderos favorecidos por la Revolución», fueran designados
de oficio para ser los primeros en marchar. En casi todos los
departamentos los abusos fueron muy graves. Allí donde los
aristócratas tenían mayoría, los republicanos fueron los
designados; en donde ocurría lo contrario, eran ellos los
elegidos para cubrir el complemento. Existieron coaliciones
de pobres y de ricos. No fue raro que en los departamentos
partidarios del clero refractario, como en el Bajo Rin, se
designasen para partir a los curas constitucionales.
Solamente en los municipios en los que las pasiones no
estaban desencadenadas, se acudió al sistema del sorteo, que
si bien recordaba a los antiguos tiempos, era menos expuesto
a los abusos. En las poblaciones y en las villas, se acudió con
frecuencia a imponer tasas a los ricos y a, con su producto,
comprar hombres que completaran el contingente.
Convencido de los inconvenientes de la ley, el departamento
del Hérault, por su acuerdo del 19 de abril de 1793, queriendo
cortar por lo sano, confió a un comité especial formado por
las autoridades, el derecho de designar los reclutas por medio
de una requisa personal y directa. Una contribución
establecida sobre los ricos permitía indemnizar a estos
reclutas de tal modo designados. Este sistema de

579
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

reclutamiento no había sido previsto por la ley, pero tenía la


gran ventaja de poner el reclutamiento en las manos de las
autoridades revolucionarias. Por ello la Convención,
siguiendo un dictamen de Barère, lo aprobó, el 13 de mayo
de 1793, y aun lo propuso como ejemplo a seguir. Numerosos
departamentos como el Doubs, el Cher, el Allier y el Corrèze,
así como el Alto Vienne, lo adoptaron. París mismo se sirvió
de él cuando tuvo que designar 12.000 voluntarios para
combatir en la Vendée. Cada uno de estos voluntarios, o para
llamarlos por su verdadero nombre, cada uno de estos
requisados, recibió una prima de 500 libras, razón por la cual
fueron llamados «los héroes de a 500 libras».

En el Oeste las resistencias a la ley sobre el reclutamiento


provocaron una terrible insurrección. El día fijado para el
sorteo, que lo fue el domingo 10 de marzo y siguientes, los
campesinos se sublevaron simultáneamente, desde las costas
del Oeste hasta las villas de Cholet y de Bresuire, al Este.
Armados de mayales, de espetones, de algunos fusiles,
frecuentemente conducidos por sus alcaldes, entraron en las
villas a los gritos de: «¡La paz! ¡La paz! ¡No más sorteos!» Los
guardias nacionales fueron desarmados, los curas
constitucionales y los municipales ejecutados
sumariamente, los archivos y papeles oficiales quemados, las
casas de los patriotas devastadas.

580
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

En Machecoul, antigua capital del país de Retz, las matanzas,


ordenadas por un antiguo perceptor de gabelas, Souchu,
duraron más de un mes y causaron 545 víctimas. El
presidente del distrito, Joubert, hubo de sufrir que le
cortaran las manos por las muñecas, antes de ser muerto a
golpes de horca y de bayoneta. Hubo patriotas que fueron
enterrados vivos. En un solo día, el 25 de abril, 50 burgueses,
atados de a dos y formando cuerda, fueron fusilados en una
pradera vecina.

El campesino vendeano mataba con alegría: al burgués


revolucionario que había encontrado frecuentemente en los
reales de las ferias, al señor del que sentía el desprecio
indulgente, al incrédulo que iba al club satánico, al hereje
que oía las misas condenadas. «Tal era el furor popular –dice
el clérigo refractario Chevalier–, que bastaba haber asistido a
la misa de los intrusos para ser desde luego preso y
seguidamente muerto a golpes de maza o fusilado, a pretexto,
como en el 2 de septiembre, de que las cárceles estaban
llenas.»

A la cabeza de las primeras bandas figuraban antiguos


soldados, contrabandistas, especialmente de sal, viejos
empleados en las gabelas que se convirtieron en enemigos de
la Revolución al suprimir ésta sus destinos, ayudas de
cámara de los nobles. Los jefes eran, al principio, hombres
del pueblo: en los Mauges, el carretero Cathelineau, sacristán

581
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de su parroquia; el guardabosques Stofflet, antiguo soldado;


en el Marais bretón el peluquero Gaston, el agente Souchu y
el practicante Joly. Los nobles, mucho menos religiosos que
sus aparceros, sólo aparecieron más tarde y muchos de ellos
después de ser rogados insistentemente: el cruel Charette,
antiguo subteniente de navío, en el Marais; el caballeroso
Bonchamp, en los Mauges; también aquí, D’Elbée, un sajón
naturalizado francés en 1757; en Bocage un antiguo teniente
coronel, Royrand, el guardia de corps Sapinaud, Baudry de
Asson y Du Retail; en el Poitou propiamente dicho, Lescure
y La Rochejaquelein. Pero éstos fueron los últimos en unirse
a la revuelta y lo hicieron a principios de abril, después de la
traición de Dumouriez, que fue el hecho que los decidió.

Los sacerdotes refractarios abandonaron, casi seguidamente,


los sitios en que se ocultaban y fueron a inflamar el celo de
los combatientes. Uno de ellos, el abate Bernier, tomó asiento
en el Consejo del ejército católico y real. Otro, el aventurero
Guillot de Folleville, se hizo pasar por obispo, in partibus, de
Agra y presidía, con esta cualidad, los Tedeum.

Los rápidos éxitos de los sublevados no se explican solamente


por el fanatismo y la sed del martirio que los animaba.
Habitaban un país de acceso difícil; un verdadero bosque
cortado por setos y vallados, favorable a las emboscadas, casi
desprovisto de rutas y caminos, en el que las aglomeraciones
eran raras, estando la población diseminada en una multitud

582
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de alquerías aisladas. Los burgueses patrióticos que


habitaban las escasas poblaciones, no constituían sino una
minoría bastante pequeña.

La acción de los sacerdotes sobre el levantamiento es cosa


que no puede negarse; pero hemos de confesar que sólo fue
indirecta. Apenas si la cuarta parte de los que desempeñaban
funciones eclesiásticas, al promulgarse la Constitución Civil
del Clero, había prestado el juramento constitucional. Una
gran porción de parroquias no habían podido ser provistas de
sacerdotes no refractarios. Una congregación de misioneros,
los Mulotins, cuyo principal asiento radicaba en el corazón
del Bocage, en San Lorenzo sobre el Sèvre, había organizado
multitud de peregrinaciones en 1791 y 1792, produciéndose
varios milagros en diversas ermitas. Al sublevarse, el
campesino vendeano quería no solamente evitar el odioso
servicio militar, sino también batirse por su Dios y por su
rey. Los revoltosos enarbolaron, casi desde los primeros
momentos, un Sagrado Corazón de pañete, que llevaban,
también, encima de sus chupas cortas. La jacquería tomó el
aspecto de cruzada.

A los comienzos de su campaña, los campesinos se lanzaban


al asalto poniendo delante de sí, a modo de muro protector
viviente, los prisioneros que antes había hecho. Hábiles en
ocultarse y buenos tiradores, utilizaban, especialmente, el
sistema de guerrillas, procurando adelantarse a los azules y

583
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

envolverlos con las líneas de sus tiradores. Los nobles que los
mandaban habían tomado parte en otras guerras. Y así
supieron adueñarse de los puntos estratégicos, hicieron
cortar los puentes, tratando de establecer el orden y la
disciplina en la barahúnda de sus hombres. Organizaron
consejos de parroquia y de distrito, una contabilidad y
reservas. Se procuraron armas, cañones y equipos, en las
poblaciones que habían tomado por sorpresa. Intentaron
reclutar, de entre los desertores republicanos y de entre los
prisioneros, como un esbozo y núcleo de ejército
permanente. Pero nunca y sólo imperfectamente, llegaron a
coordinar sus esfuerzos. Charette era rebelde a toda
disciplina y no quería salir de su Marais. Los otros jefes
tenían celos los unos de los otros. Para ponerse de acuerdo
nombraron generalísimo al santo de Anjou, Cathelineau, que
sólo fue un jefe nominal. Los campesinos sentían abandonar
sus parroquias y les producía repugnancia el alejarse de sus
campos. Desde luego la intendencia fue siempre embrionaria.
Cuando el campesino había consumido sus víveres, se veía
en la necesidad de dejar el ejército. Así, los jefes
experimentaron siempre grandes trabajos para organizar
operaciones extensas, seguidas y metódicas. Y se hubieron
de reducir a golpes de mano. Esto salvó a la república.

A las primeras noticias que tuvo del movimiento, la


Convención votó, el 19 de marzo, un decreto terrible que
castigaba con la pena de muerte a todos los rebeldes que

584
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

fueran aprehendidos con las armas en la mano, ordenando,


también, la confiscación de sus bienes. El voto fue unánime.
El propio Lanjuinais hizo agravar el primitivo texto que, por
el contrario, encontró Marat demasiado severo. Pero los
girondinos, en su conjunto, afectaron no tomar la
sublevación muy en serio. Con anterioridad habían intentado
ocultar la gravedad de las derrotas de Bélgica. Brissot, en su
periódico, intensificó la campaña en contra de los
anarquistas, y en el número del 19 de marzo presenta los
vendeanos como muñecos puestos en movimiento por los
emisarios secretos de los montañeses, ellos mismos agentes
de Pitt. La Gironda descuidaba la vigilancia de los
revolucionarios y no parecía dispuesta a sacrificar sus odios
ante el interés nacional.

La defensa de las fronteras, muy comprometidas, consumía


casi todo el ejército de línea. No pudo destacarse a la Vendée,
en los primeros momentos, más que un regimiento de
caballería, alguna, poca, artillería y la legión 35 de
gendarmería, compuesta de antiguos guardias franceses y de
vencedores de la Bastilla. La mayor parte de las fuerzas
republicanas, que no pasaron de 15.000 o 16.000 hombres,
se componían de guardias nacionales, reclutados,
precipitadamente, en los departamentos vecinos.

Afortunadamente, los burgueses de los puertos se


defendieron seria y victoriosamente. Los de Sables d’Olonne

585
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

rechazaron dos veces, el 23 y el 29 de marzo, los asaltos


furiosos de los rebeldes. Los de Pornic y los de Paimbeuf
hicieron lo mismo. Así la Vendée no pudo comunicarse con
Inglaterra, ni con los príncipes, quienes, por ello, ignoraron
toda la importancia de la rebelión.

Después de las victorias de Cathelineau y de Elbée, en


Chemille, el 11 de abril; de La Rochejaquelein, en los Aubrais,
el 13 de abril; del ejército de Anjou, en Coron, el 19 de abril;
después, sobre todo, de la capitulación del general
republicano Quétinau, en Thuars, con 4.000 fusiles y 10
cañones, el Consejo Ejecutivo se decidió, al fin, a enviar al
Oeste tropas regulares. Primero la legión del Norte, mandada
por Westermann; después batallones especiales, formados
por la elección de seis hombres por compañía, verificada en
todos los cuerpos del ejército, obteniéndose, así, dos
divisiones: la de las costas de Brest, al Norte del Loire, al
mando de Canclaux, y la de las costas de la Rochela, al Sur,
a las órdenes de Biron.

Pudo temerse en los primeros tiempos, que el incendio se


extendiera a toda Francia. Los realistas realizaron grandes
esfuerzos para así conseguirlo con ocasión del reclutamiento.
En Ille y Vilaine, por el 20 de marzo, se formaron numerosos
grupos y bandas armadas al grito de: «¡Viva el rey Luis XVII,
los nobles y los curas!» En el Morbihan, la situación fue más
crítica aún. Dos jefes de distrito: los de La RocheBernard y

586
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Rochefort, cayeron en poder de los insurgentes, quienes


cometieron con ellos verdaderos horrores. Afortunadamente,
los comisarios de la Convención, delegados por el decreto del
9 de marzo, Sevestre y BillaudVarenne, estaban ya en su
puesto cuanto estalló la revuelta y desplegaron tal vigor que
los campesinos fueron vencidos por los guardias nacionales
en las poblaciones de Redon y Rochefort, quedando
arrestados sus jefes. La Vendée bretona fue, así, aniquilada al
nacer. Más tarde debía revivir al calor de la chuanería.

En el Indre y Loire, Goupilleau y Tallien tuvieron que recluir


a todos los sacerdotes perturbadores y a los hombres
sospechosos y concentrar a todos los parientes de los
emigrados en la capitalidad del distrito. En Vienne se
formaron grupos que hubo que disolver por medio de la
fuerza. En el Bajo Rin, país muy fanático, hubo una
sublevación grave en Molsheim, que duró dos días: el 25 y el
26 de marzo. Pero fue en el Lozère y en los departamentos
vecinos en donde, después que en la Vendée, el realismo se
manifestó con más brío. Los mismos sacerdotes y nobles que
habían ya dado pábulo, a fines de 1790 y 1791, al campo de
Jalès; los priores Claude Allier y Solier, el antiguo
constituyente Marc Charrier, organizaron, a fines de mayo,
una tropa de 2.000 hombres que tuvo en confusión y en
desorden a la campiña durante muchos días. Por poco
tiempo, Marvéjols y Mende cayeron en su poder y los
burgueses patriotas de estas poblaciones fueron víctimas de

587
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la matanza y el pillaje. Rápidamente se dirigieron al lugar de


los sucesos refuerzos sacados del ejército de los Pirineos y
los republicanos volvieron a sus pueblos casi seguidamente.
Prendieron a Charrier y se vengaron de él mandándolo al
cadalso.

La Vendée y las revueltas realistas con ella conexas, tuvieron


sobre el desarrollo ulterior de la Revolución las más graves
consecuencias. Los republicanos, aterrados, abandonaron en
gran número al partido girondino, al que repugnaban las
medidas de energía, y se pasaron al partido montañés, que
parecía, cada día más, el partido de la resistencia
revolucionaria. Los mismos montañeses tuvieron que
evolucionar hacia la izquierda. Hasta entonces se habían
mostrado hostiles a las tasas pedidas por los rabiosos. El
propio Marat había atacado a Jacques Roux con ocasión de
las revueltas ocurridas en París, con motivo de las
subsistencias, el 25 de febrero. Los montañeses se dan
cuenta de la gravedad de la crisis económica. Para mantener
su contacto con las masas, adoptan, un poco, sin duda de
mala gana, y hacen votar la mayor parte de las medidas
propuestas por los rabiosos: primero el curso forzoso del
asignado –el día 11 de abril–, después la fijación del precio
máximo para los trigos, el 4 de mayo.

Y no fue solamente en el dominio económico, sino también


en el político, en donde se sucedieron las medidas

588
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

extraordinarias o revolucionarias. Para tener a raya y vigilar


a los aristócratas y a los agentes del enemigo, se crearon, el
20 de marzo, los comités de vigilancia, que serán los
proveedores del Tribunal Revolucionario, creado diez días
antes. Para permitir a los representantes en misión vencer
todas las resistencias se aumentarán sus poderes y se les
convertirá en procónsules, en dictadores.

La Vendée tuvo por contrapartida al Terror. Pero el Terror


sólo podía funcionar en manos montañesas, ya que ellas
habían creado sus resortes y, a más, los habían creado en su
provecho. La Vendée aceleró, también, la caída de la Gironda.

589
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO X

LA CAÍDA DE LA GIRONDA

Las derrotas de Bélgica y el Rin, la traición de Dumouriez, la


insurrección de la Vendée, exasperaron la lucha entre la
Gironda y la Montaña. Los dos partidos, cada uno al otro, se
acusaban de traición. Lasource había lanzado la acusación
contra Danton, en la trágica sesión del 1.º de abril. Danton y
los jacobinos la recogieron para lanzarla contra sus
adversarios.

El día 5 de abril, los jacobinos invitaron a las sociedades que


les eran filiales a que hicieran caer sobre París una verdadera
lluvia de peticiones en demanda de la destitución, de la
nueva consulta al pueblo, de aquellos convencionales que
habían traicionado a éste, olvidando sus deberes y tratando
de salvar al tirano. La idea de lo que pudiera llamarse revisión
de poderes de los que recibían el nombre de apelantes, no era
nueva. Ya los amotinados del 10 de marzo, los Varlet, los
Defieux, los Fournier, o, dicho de otro modo, los rabiosos, la
habían formulado en diversas ocasiones. Pero, hasta la fecha
de que estamos hablando, los peticionarios habían
encontrado, siempre, la repulsa de los montañeses. Las cosas
parecen cambiar y cinco días después de la acusación de
Danton por Lasource, ponen de parte de la idea de la revisión
todo el peso de su autoridad. Es fácil de conjeturar que entre
los rabiosos y los jacobinos hubiera mediado Danton para

590
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

tratar de establecer un acuerdo que entendía necesario. Y


este acuerdo se fortificó rápidamente. Los jacobinos y los
montañeses para lograr el apoyo de los rabiosos, en contra de
los girondinos, se adhirieron a la idea de que debía fijarse un
precio máximo para los granos.

La invitación de los jacobinos de fecha 5 de abril era, por sus


consecuencias, un acto grave. Hasta entonces habían sido los
girondinos los que habían tomado la iniciativa de las
demandas de exclusión contra sus adversarios; contra
Robespierre, contra Marat, contra Danton. Ahora es la
Montaña la que, a su vez, toma la ofensiva. Y ella tiene, en la
ocasión presente, detrás de sí a los agitadores del populacho,
a los jefes de las revueltas anteriores, a los guías habituales
de las muchedumbres famélicas.

Si la posición moral de la Gironda había sufrido ya fuertes


quebrantos a causa de los repetidos desastres de su política
interior y exterior, la parlamentaria era, aún, muy fuerte. Sin
duda que no estaba ya en posesión exclusiva del gobierno. El
Comité Ejecutivo que en los primeros días había ella formado
a su imagen y semejanza, había sido, casi totalmente,
renovado. Roland hubo de abandonar la cartera al día
siguiente del suplicio del rey, y su sucesor, Garat, es un
hombre prudente que evita el comprometerse. Gohier, que
desempeñaba el Ministerio de Justicia, desde el 20 de marzo,
no es más decidido que Garat. El sucesor de Beurnonville en

591
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Guerra, el coronel Bouchotte, es otro Pache que puebla sus


oficinas de rabiosos. En fin, el nuevo ministro de Marina,
Dalbarade, nombrado el 10 de abril en reemplazo de Monge,
había sido designado por Danton.

La Gironda sólo puede contar como a su entera devoción con


Clavière y con Lebrun que dirigen, respectivamente, los
Ministerios de Hacienda y de Negocios Extranjeros. No
olvidemos que el Consejo Ejecutivo no tiene el poder de
decidir, que se encuentra estrechamente subordinado al
Comité de Salvación Pública, al que tiene que rendir cuentas,
y que el Comité de Salvación Pública, nombrado el 5 de abril,
había escapado de las manos de la Gironda. De los nueve
miembros que lo componen al principio siete pertenecían al
Centro y los otros dos, Danton y Lacroix, a la Montaña, y aun
el último de éstos es un adherido recentísimo al partido
jacobino.

Es, pues, el Centro –aquellos que se las daban de


independientes, aquellos que rehúsan el casarse con las
pasiones de los otros dos partidos– quien tiene en su poder
al gobierno. Barère y Cambon son sus jefes. Votan con la
Montaña siempre que se trata de adoptar medidas enérgicas
para obtener la salud de la república. En cambio, desconfían,
con desconfianza invencible, del Ayuntamiento de París y de
Danton, que fue frecuentemente su inspirador. En casi todas
las votaciones en que se trata de cuestiones de personas o en

592
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

que la política parisiense está en juego, votan con la Gironda.


Y así se llega a que la Gironda, que no tiene en el gobierno
sino representación bien escasa, tenga mayoría en la
Asamblea. Antes de la traición de Dumouriez la Convención
elegía sus presidentes, con alguna frecuencia, de entre los
hombres del Centro; después del 1.º de abril y hasta el 31 de
mayo todos los presidentes que se suceden son girondinos:
Lasource el 18 de abril, BoyerFonfrède el 2 de mayo, Isnard
el 16 de mayo. Y es que la circular de los jacobinos del 5 de
abril dio por resultado el de amedrentar a la Llanura y el de
hacerla revolverse desconfiada contra la Montaña. Cuando la
Gironda, para salvar al rey, había recurrido a los
departamentos, la Llanura le volvió la espalda y votó con la
Montaña en contra de la apelación al pueblo. Ahora es la
Montaña la que quiere dirigirse a las asambleas primarias
para pedirles excluyan a los girondinos de la Convención y la
Llanura, fiel a ella misma, le volvió a su vez la espalda, como
en la ocasión anterior lo había hecho con la Gironda. La
Llanura da como razón la de ser representante y defensora
del interés público en frente de las facciones.

La Montaña estaba debilitada con la marcha de 86 comisarios


a la recluta de los 300.000 hombres. Casi todos estos
comisarios se habían elegido de entre sus bancos con la
intención premeditada, dirán los montañeses, de alejar de la
tribuna a algunos de sus mejores oradores. Es de notar que el
14 de marzo escribía Brissot en su periódico: «En la

593
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Convención Nacional la ausencia de cabezas de las más


efervescentes permite deliberar con más tranquilidad y,
como consecuencia, con más vigor.» Y, sin embargo, la
Gironda no debía alegrarse de la partida de los comisarios
montañeses, pues éstos –la Gironda no lo veía–, iban a lograr,
con tal medida, ponerse en contacto con sus antiguos
partidarios de los departamentos, disipar en éstos sus
prevenciones contra París y atraerlos, poco a poco, a su
partido.

La Gironda hubiera podido despreciar la circular de los


jacobinos del 5 de abril; pero estaba impaciente no sólo de
justificarse de la acusación de complicidad con Dumouriez,
sino de aprovechar la ocasión, que creían propicia, para
abatir a sus rivales. En los montañeses sólo veían agentes
enmascarados del duque de Orleáns, y el arresto de Felipe
Igualdad como cómplice de Dumouriez les infundió
confianza.

El 12 de abril, Guadet fue a la Convención a dar lectura de la


circular de los jacobinos, fecha 5 del citado mes, y, luego de
hacerlo, pidió el decreto de acusación contra Marat, que la
había firmado en su calidad de presidente del club. Después
de violentos debates, la acusación fue aprobada por 226 votos
contra 93 y 47 abstenciones, en votación nominal, celebrada
el día siguiente. ¡Triunfo sin precedentes! Pero los jueces y
los jurados del Tribunal Revolucionario estaban todos

594
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

afiliados a la Montaña. El Ayuntamiento y numerosas


secciones parisienses se manifestaron en favor de El Amigo
del Pueblo, lo mismo que muchos clubes de provincias, tales
como los de Beaune y los de Auxerre. Un enorme gentío
acompañó a Marat hasta el Tribunal. Interrogado, por pura
fórmula, fue absuelto el 24 de abril, con pronunciamientos
en la sentencia, altamente elogiosos. La multitud le coronó
de flores y le llevó, sobre sus hombros, hasta su escaño de
diputado, desfilando por en medio de la Convención. Marat
se hizo popular y más temible que nunca. La represión
girondina, impotente, no había hecho otra cosa que estimular
el ardor de las represalias.

El 15 de abril, dos días después de acordarse el decreto de


acusación contra Marat, 35 secciones parisienses, de 48,
acompañadas de la municipalidad con el alcalde Pache a la
cabeza, hicieron acto de presencia ante la Convención para
deducir una amenazadora acusación contra 22 jefes
girondinos de los más notables: Brissot, Guadet, Vergniaud,
Gensonné, Grangeneuve, Buzot, BarbarouxSalle, Birotteau,
Pétion, Lanjuinais, Valazé, Lehardy, Louvet, Gorsas, Fauchet,
Lasource, Pontcoulant etc. La petición había sido leída por el
joven Rousselin, notoriamente conocido por sus relaciones
con Danton. Por ello Lasource no tardó en acusar a éste como
redactor de la lista de los 22.

595
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Los girondinos replicaron a la petición de las secciones


proponiendo por boca de Lasource y de BoyerFonfrède, que
se reuniesen las asambleas primarias para pronunciarse sobre
todos los diputados sin distinción. El propio Vergniaud hizo
que se desechase tal propuesta como peligrosa. Ella hubiera
podido generalizar la guerra civil.

La Gironda realizó un supremo esfuerzo para lograr mayoría,


aun en el propio París, y para oponer, de nuevo, los
departamentos a la Montaña.

Pétion, en una Carta a los parisienses, publicada a fines de


abril, requirió a todos los hombres de orden para la lucha:
«Vosotros, propietarios, estáis amenazados y cerráis los ojos
al peligro. Se excita a la guerra entre los que tienen y los que
no tienen y no hacéis nada para prevenirla. Algunos
intrigantes, un puñado de facciosos, os imponen la ley, os
hacen objeto de medidas violentas e inconsideradas y no
tenéis el valor de resistirlas, no os atrevéis a presentaros en
vuestras secciones para luchar contra ellos. Veis cómo todos
los hombres ricos y pacíficos abandonan París, veis cómo
París se va aniquilando y permanecéis tranquilos...
Parisienses, salid, al fin, de vuestra letargia y haced entrar a
estos insectos venenosos en sus guaridas...» El mismo Pétion,
un año .antes, en una Carta a Buzot, había, contrariamente,
exhortado a ricos y a pobres, a las dos fracciones del tercer

596
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

estado, a unirse contra el enemigo común. Pero, para Pétion,


el enemigo no era ya la aristocracia, sino la anarquía.

Su llamamiento cayó en un terreno abonado. Los ricos


estaban desesperados por los sacrificios pecuniarios de que
se les hacía objeto con ocasión de los reclutamientos. Los
comités revolucionarios, nuevamente instituidos,
comenzaban a funcionar y los sometían a una vigilancia
rigurosa y a repetidas vejaciones. Se hicieron presentes en
las asambleas de sección, intentaron adueñarse de las mesas
presidenciales de ellas, el hacer entrar en los comités
revolucionarios a personas afectas a ellos y el librarse de los
impuestos de guerra de que los descamisados les habían
recargado. Durante la semana, los obreros, retenidos por sus
ocupaciones, no tenían posibilidad de frecuentar las
reuniones políticas. Los ricos se aprovecharon de ello para
hacerse de la mayoría en muchas secciones, entre ellas las
de Butte des Moulins, Mail, Campos Elíseos, etc. En el
Luxemburgo y en los Campos Elíseos hubo manifestaciones
de «petimetres» contra el reclutamiento. El periódico de
Brissot les felicitó por haber protestado contra «los decretos
inicuos de la municipalidad».

Pero los descamisados se rehicieron. Se prestaron mutua


ayuda de una a otra sección. Y fueron vigorosa y hábilmente
sostenidos tanto por los jacobinos cuanto por el
Ayuntamiento. Éste ordenó numerosos arrestos. Se dedicó,

597
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

al mismo tiempo, a reanimar los gloriosos recuerdos de la


época del 10 de agosto. Habiendo muerto uno de los
vencedores de la Tullerías, Lazowski, antiguo inspector de
manufacturas y capitán de los artilleros del barrio de
SaintMarceau, el Ayuntamiento celebró en su honor, el
domingo 18 de abril, imponentes funerales de los que fue
ordenador el pintor David. Los funerales de Lazowski
sirvieron de ocasión para pasar revista a las fuerzas
montañesas.

Robespierre, que no era un ideólogo sino un espíritu realista,


muy atento a las menores manifestaciones de la opinión,
había comprendido, desde el primer día que no podía
vencerse a la Gironda sino interesando directamente a los
descamisados en la victoria. A fines de abril había dado
lectura, primero en los Jacobinos, luego en la Convención, de
una declaración de derechos que subordinaba la propiedad al
interés social, lo que legitimaba, teóricamente y como
consecuencia debida, la política de las requisas tan amada
por los rabiosos. Contra «los calzones dorados», como ellos se
llamaban y que se esforzaban en dominar las secciones,
Robespierre no cesó de excitar a la multitud de los
trabajadores. «Tenéis aristócratas en las secciones –les decía
desde la tribuna de los Jacobinos el día 8 de mayo–.
¡Echadlos! Tenéis que salvar a la libertad, proclamad los
derechos de ella y poned en esto todo vuestro vigor. Existe
un pueblo inmenso de descamisados, puros y vigorosos que

598
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

no pueden abandonar el trabajo, haced que se lo paguen los


ricos.» Y aconsejaba a las secciones el formar, a expensas de
los ricos, como se había hecho en el departamento del
Hérault, un ejército revolucionario que sirviera de
contención, y en caso necesario de defensa, para los aviesos
y mal intencionados. Pidió, también, en el mismo discurso,
el arresto de los sospechosos y, para facilitar a los proletarios
el cumplimiento de sus deberes cívicos, que se indemnizara
a los indigentes de todo el tiempo que hubieran de pasar en
las asambleas de sección. El mismo día, 8 de mayo,
Robespierre había propuesto en la Convención el guardar
como rehenes a los sospechosos y pagar a todos los pobres
que tuvieran que formar la guardia de estos detenidos.

Esta política social, expuesta por Robespierre con una


notable precisión, era una política de clase. Bajo la
Constituyente y la Legislativa, los descamisados habían
puesto gratis sus brazos al servicio de la burguesía
revolucionaria en contra del Antiguo Régimen. Habían
pasado los tiempos del fervor idealista. Los descamisados
habían visto enriquecerse a los burgueses con la compra de
los bienes nacionales o vendiendo sus mercancías y
productos a precios exorbitantes y se han aprovechado de la
lección. No quieren que se les siga engañando. Creen que la
Revolución debe alimentar a los que la han hecho y a los que
la sostienen.

599
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Robespierre no es sino el eco de la voz popular. La política


social, el plan de organización asalariada de los proletarios,
que él desarrolló en los Jacobinos, el día 8 de mayo, había
sido ya expuesto por los demócratas lioneses amigos de
Chalier, algunos días antes. Éstos, el 3 de mayo, lograron
arrancar al departamento del Ródano y Loire un decreto que
ordenaba la formación de un ejército revolucionario,
compuesto de 5.000 hombres y pagados a razón de 20
sueldos diarios, mediante un impuesto extraordinario de 5
millones que habían de pagar los ricos. Chalier pensaba
alistar en este ejército a todos los obreros en paro forzoso. Es
verosímil que Robespierre, que conocía al revolucionario
lionés, fuese seguidamente informado de la medida. Pero en
tanto que en París los descamisados obtuvieron ventaja en su
actuar, en Lyon ocurría todo lo contrario. Y es que en Lyon
los ricos tenían de su parte al departamento, que puso gran
lentitud y mala voluntad en formar el ejército revolucionario
que no existió nunca más que en el papel. Los girondinos
lioneses no mostraron repugnancias en aliarse con los
antiguos aristócratas. Gracias a su refuerzo llegaron a
apoderarse de la mayoría de las secciones y de los comités
revolucionarios, anulando así la acción de la municipalidad
montañesa, que tuvo que dimitir.

En París ocurrió de otra manera porque los descamisados,


sostenidos por el Ayuntamiento y por el departamento,
lograron mantenerse en posesión de los comités

600
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

revolucionarios, es decir, de los órganos de vigilancia y de


represión. Los girondinos no solamente triunfaron en Lyon
sino que se hicieron, también, dueños de los poderes locales
de numerosas poblaciones comerciales, especialmente en
Marsella, Nantes y Burdeos.

En Marsella, como en Lyon, los girondinos se aliaron con los


aristócratas. Dueños de las secciones, protestaron de la
destitución del alcalde Mouraille y del procurador del
Ayuntamiento Seytres, declaradas inconsideradamente por
los representantes Moyse Bayle y Boissel. Habiendo triunfado
en un golpe de mano en contra de la casa municipal,
expulsaron de Marsella a los ingenuos representantes que
fueron víctimas de su maniobra. Formaron un Tribunal
Revolucionario que se dedicó a actuar en contra de los
montañeses.

En Nantes y en Burdeos, por el contrario, la proximidad de la


Vendée impidió la alianza de girondinos y aristócratas. La
burguesía comercial, que sabía sería víctima del pillaje y de
la matanza si los campesinos vendeanos vencían, permaneció
fiel a la república. Pero dirigió a la Convención
comunicaciones amenazadoras en contra de los anarquistas
de la Montaña.

Es imposible dudar de que la resistencia o, aun más bien, la


ofensiva girondina en los departamentos no haya sido
resultado de un plan concertado en el mismo París por los

601
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

diputados del partido. Vergniaud escribía a los bordeleses, el


4 y el 5 de mayo, cartas vehementes para reprocharles su
indiferencia y llamarles a su socorro. «Si es preciso os
encarezco acudáis a la tribuna para venir a defendernos. Es
llegado el tiempo de vengar a la libertad exterminando a los
tiranos. ¡Hombres de la Gironda, levantaos! Llenad de terror
a nuestros Marios.» El llamamiento fue escuchado y atendido
y los bordeleses enviaron seguidamente una delegación a
París para que leyese en la barra de la Convención una
violenta filípica contra los anarquistas, y Vergniaud
consiguió que se imprimiera y fijara en los sitios públicos de
las poblaciones todas de Francia. Barbaroux dirigió a los
amigos suyos de Marsella cartas semejantes a las que
Vergniaud escribía a sus compatriotas.

La resistencia girondina dificultaba, cada vez más, la acción


de los representantes en el interior. Empezaba ya a tomar las
formas del federalismo, es decir, del particularismo local en
lucha contra el poder central. Garrau decía de Agen, el 16 de
mayo: «No es raro oír decir, aun públicamente, que, pues
París quiere dominar, es preciso separarse y formar Estados
particulares. De aquí la dificultad de procurar armas a los
reclutas que marchan a las fronteras. Nadie quiere
deshacerse de ellas.» La lucha de clases se sobreponía a las
necesidades patrióticas. Dartigoyte e Ichon, el 23 de mayo,
se quejaban, desde Lectoure, de la mala voluntad de las
autoridades departamentales del Gers. Levasseur y sus

602
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

colegas denunciaban, el 24 de mayo, las malquerencias del


departamento del Mosela y sus indulgencias para con los
enemigos de la Revolución. La lucha de los dos partidos
paralizaba la defensa revolucionaria. Precisaba poner un fin
a tal situación.

A principios de mayo la Gironda dispuso definitivamente su


plan de campaña. Destituiría a las autoridades de París,
llevaría de los departamentos fuerzas armadas para
contrarrestar cualquier posible resistencia, se retiraría a
Bourges en caso de mal éxito. ¡Plan absurdo! Destituir a las
autoridades de París era correr el peligro de que se adueñaran
del Ayuntamiento, en nuevas elecciones, los rabiosos,
quienes, por voz del lionés Leclerc, se quejaban ya, en los
Jacobinos, de la blandura y debilidad de los montañeses.
Empeñar la lucha con el Ayuntamiento era una locura cuando
éste tenía en sus manos la única fuerza organizada, es decir
la Guardia Nacional, y los comités revolucionarios de
sección. Contar con el concurso de los departamentos era
una esperanza vana, cuando la recluta de los 300.000
hombres había levantado tantas resistencias, cuando la
burguesía mostraba tantas repugnancias a alistarse. El plan
girondino se puso en práctica sin embargo.

El 17 de mayo, el Ayuntamiento, tomando por base la


dimisión de Santerre, que anunciaba su marcha a la Vendée,
nombró para reemplazarle provisionalmente en la jefatura

603
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

suprema de la Guardia Nacional a Boulanger, comandante


segundo jefe de una de las secciones más revolucionarias, la
del Mercado del Trigo, de la que había partido la iniciativa de
la célebre petición del día 15 de abril, contra los 22. El mismo
día, en los Jacobinos, Camille Desmoulins hacía aplaudir su
Historia de los brissotinos, sangriento folleto en el cual,
atendiendo sólo a los más ligeros indicios, se presentaba a
los girondinos como agentes asalariados de Inglaterra y de
Prusia. Seguidamente, al día inmediato, 18 de mayo, Guadet
denunció a la Convención a las autoridades de París,
«autoridades anarquistas ávidas, a la vez, de dinero y de
dominación». Propuso su fulminante cese dentro de las
inmediatas veinticuatro horas y la sustitución de la
municipalidad por los presidentes de las secciones. Propuso,
en fin, la reunión, en Bourges, de los diputados suplentes
para reemplazar a la Convención en el caso de que ésta fuera
violentada. Barère, en nombre del Comité de Salvación
Pública, se interpuso en la discusión. Estimó impolíticas las
medidas propuestas por Guadet. Si el Ayuntamiento
conspiraba en contra de la Convención, lo que era preciso era
investigar la conducta del Ayuntamiento y solicitó se
nombrara, a este efecto, una comisión de doce miembros. La
Comisión de los Doce no se compuso casi nada más que de
girondinos, muchos de los cuales, como BoyerFonfrède,
Rabaut, SaintÉtienne, Kervélégan, Larivière, Boilleau, etc.,
habían sido colocados en el número de los veintidós acusados

604
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

como traidores por el Ayuntamiento. La comisión comenzó


seguidamente sus investigaciones. En el curso de una
reunión de delegados de los comités revolucionarios,
celebrada en la alcaldía, uno de los asistentes a ella, llamado
Marino, propuso el matar a los veintidós. Pache rechazó tal
propuesta con indignación. Pero el incidente se hizo público
por haberlo denunciado a la Convención la sección girondina
de la Fraternidad y sirvió de pretexto para que la Comisión
de los Doce tomara medidas de rigor. Ordenó, el día 24 de
mayo, que todos los comités revolucionarios le presentaran
sus libros registros. Ello era preludio de una instrucción
judicial contra los más ardientes revolucionarios. El mismo
día, la comisión hizo votar, sobre un informe de Viger, un
decreto que anulaba el nombramiento irregular del sustituto
de Santerre, ordenando que el más antiguo de los jefes de
batallón ejerciera el mando. El decreto reforzó la guardia de
la Convención y fijó las 10 de la noche como hora a la que
debían cerrarse las asambleas de las secciones.

Una vez este decreto votado, que lo fue, por cierto, sin gran
resistencia por parte de la Montaña, la Comisión de los Doce
hizo arrestar a Hébert por un artículo del Padre Duchesne, en
el que acusaba a «los hombres de Estado» de haber organizado
el pillaje de las panaderías y tiendas de comestibles,
provocando así el desorden, para luego tener ocasión de
acusar a los parisienses. Varlet, Apóstol de la Igualdad, que
desde hacía muchos meses no dejaba de excitar al pueblo en

605
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

contra de la Gironda, fue aquella misma noche a reunirse con


Hébert en la prisión, lo mismo que Marino. Dos días más
tarde, Dobsen, presidente de la sección de la Cité y juez en
el Tribunal Revolucionario, fue, también, arrestado, así como
el secretario de su sección, por haber negado a la Comisión
de los Doce la investigación de sus libros registros. Un nuevo
decreto, votado el 26 de mayo, destituía al Comité
Revolucionario de la sección de la Unidad y prohibía a los
comités de vigilancia el tomar, desde entonces, el nombre de
revolucionarios, limitando sus funciones a la vigilancia de los
extranjeros y encargando al ministro del Interior el que
instruyera un expediente sobre sus actuaciones.

Estas medidas de represión desencadenaron la crisis que


estaba latente, desde la traición de Dumouriez. El
Ayuntamiento y las secciones montañesas se solidarizaron,
seguidamente, con Hébert, con Varlet, con Marino, con
Dobsen. El 25 de mayo, el Ayuntamiento se presentó a
reclamar la libertad de su sustituto. «Las detenciones
arbitrarias –dijo el Ayuntamiento–, son, para los ciudadanos
que las sufren, coronas cívicas.» Isnard, que presidía la
Convención, dio a los peticionarios una respuesta tan
declamatoria como desafortunada: «Escuchad las verdades
que voy a deciros... Si alguna vez la Convención fuera
vilipendiada, si alguna vez, por una de esas insurrecciones,
que, desde el 10 de marzo, se renuevan sin cesar y de las que
nunca los magistrados obligados a ello dieron aviso a la

606
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Convención, si por estas insurrecciones, siempre


renacientes, se llegara a atentar contra la representación
nacional, os declaro, en nombre de Francia entera, que París
sería arrasado; bien pronto se buscaría, en las riberas del
Sena, si París había existido.» Era ello renovar, contra la villa
revolucionaria, las amenazas de Brunswick.

Desde que la respuesta de Isnard fue conocida, la agitación


aumentó en París. El 20 de mayo, el club de Mujeres
Republicanas Revolucionarias, que presidía Claire Lacombe,
se manifestó en las calles a favor de Hébert. Dieciséis
secciones parisienses reclamaron de la Convención su
libertad. Por la noche, en los Jacobinos, Robespierre, que
hasta entonces había siempre mirado con repugnancia todo
atentado en contra de la integridad parlamentaria y el llevar
a la Convención la unión por la violencia, excitó al pueblo a
la rebelión: «Cuando el pueblo está oprimido, cuando no le
queda más que él mismo, sería una vergüenza que no le
aconsejara el insurreccionarse. Cuando todas las leyes son
violadas, cuando el despotismo llega al colmo, cuando se
pisotean la buena fe y el pudor, el pueblo debe sublevarse. Y
tal momento ha llegado.» Los jacobinos se declararon en
abierta rebelión contra los diputados corrompidos.

La intervención de Robespierre y de los jacobinos fue la gota


de agua que hizo rebosar la copa. Al día siguiente, 27 de
mayo, la Montaña, que había recobrado su energía, realizó un

607
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

verdadero esfuerzo en la Convención. Marat pidió la


destitución de la Comisión de los Doce «como enemiga de la
libertad y por tender a provocar la insurrección del pueblo,
que está muy próxima por vuestra incuria en el problema de
las subsistencias que ha permitido alcancen los géneros un
precio verdaderamente excesivo». La sección de la Cité
compareció ante la Asamblea para solicitar la libertad de su
presidente Dobsen y el decreto de acusación contra la
Comisión de los Doce. Isnard le replicó con una contestación
altiva y burlona. Robespierre quiso intervenir, pero Isnard le
negó la palabra y se produjo un enorme tumulto que duró
algunas horas. Numerosas diputaciones estimularon el ardor
de la Montaña. Ésta, sola en la Cámara con la Llanura, votó a
media noche una proposición de Delacroix por la que se
anulaba el nombramiento de la Comisión de los Doce y la
libertad de los patriotas encarcelados. Hébert, Dobsen y
Varlet entraron triunfalmente en el Ayuntamiento y en sus
secciones. No era ésta la única falta que la Gironda iba a
cometer.

Se obstinó en su actitud. El 28 de mayo, Lanjuinais protestó


contra el decreto, ilegalmente dado según él, que destituía a
la Comisión de los Doce. En votación nominal fue ésta
restablecida por 279 votos contra 238. Danton comentó la
votación en los siguientes términos: «Después de haber
demostrado que tenemos más prudencia que nuestros

608
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

adversarios, les probaremos, también, que tenemos más


audacia y más vigor revolucionario.»

El mismo día, la sección de la Cité, la sección de Dobsen,


convocaba a las otras secciones, para el día siguiente, en el
Obispado, a fin de organizar la acción insurreccional. La
reunión del Obispado, presidida por el ingeniero Dufourny,
un amigo de Danton, que había sido el fundador del club de
los Cordeleros, decidió nombrar un Comité Insurreccional
Secreto, compuesto de seis, luego de nueve miembros, a
cuyas decisiones se prometió obediencia absoluta. Entre los
nueve designados figuraban Dobsen y Varlet.

El 30 de mayo el departamento se adhería al movimiento y


convocó, para el día siguiente, una asamblea general de las
autoridades parisienses, a las 9 de la mañana, en el salón de
los Jacobinos. Marat se presentó en el Obispado y el Comité
Insurreccional acordó que al día siguiente, desde primera
hora, se hiciera sonar la campana de alarma.

La insurrección comenzó, pues, el 31 de mayo y se desarrolló


bajo la dirección del Comité Secreto del Obispado, según los
métodos ya puestos en práctica el día 10 de agosto. A las 6
de la mañana los delegados de 33 secciones montañesas,
conducidos por Dobsen, se presentaron en la casa
Ayuntamiento, exhibieron los poderes ilimitados que les
habían sido dados por sus comitentes y destituyeron al
Ayuntamiento a la fecha imperante, cuyos miembros se

609
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

retiraron a un salón próximo; después los delegados


revolucionarios reintegraron provisionalmente a los
destituidos en sus funciones. El Comité Insurreccional, que
seguía instalado en el municipio, prescribió al Ayuntamiento,
reinvestido de la autoridad por el pueblo, las medidas a
tomar. Fue la primera nombrar a Hanriot, comandante del
batallón del Jardín de Plantas, jefe único de la Guardia
Nacional parisiense. Se acordó que a los guardias nacionales
pobres a los que se les obligase a estar en pie de guerra se les
entregase un subsidio de 40 sueldos diarios. El cañón de
alarma comenzó a funcionar al mediodía. La asamblea de
autoridades convocada por el departamento y que, como
indicamos, se celebró en el salón de los Jacobinos, acordó
adherirse al Ayuntamiento y al Comité Insurreccional y
cooperar con ellos. El comité elevó el número de sus
miembros a 21 por la unión de los nombrados en la reunión
de los Jacobinos. El Comité de los 21 puso seguidamente a
las propiedades bajo la salvaguardia de los ciudadanos.

Los girondinos amenazados sintieron miedo. Muchos no se


atrevieron a dormir en sus domicilios la noche del 30 al 31
de mayo. Se abstuvieron de asistir a la sesión del día 30 de
la Convención y su ausencia permitió a la Montaña adueñarse
de la mayoría. Terminados los poderes de Isnard, el montañés
Mallarmé fue elegido para la presidencia de la Cámara, el 30
de mayo, por 189 votos contra 111 que obtuvo Lanjuinais.

610
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La Convención se reunió, el día 31 de mayo, entre el sonar


de la campana de alarma y los toques de generala. Esta vez
los girondinos asistieron a la sesión en número mucho mayor
que el día precedente. Protestaron del cierre de las barreras,
y de los toques de la campana y del cañón de alarma.

La Asamblea flotaba desamparada cuando los peticionarios


de las secciones y del Ayuntamiento aparecieron en la barra,
a eso de las cinco de la tarde. Reclamaron la acusación de los
22 y de los 12, así como también la de los ministros Lebrun
y Clavière, la creación de un ejército revolucionario central,
el pan a 3 sueldos la libra en toda la república, mediante un
impuesto sobre los ricos, el licenciamiento de todos los
nobles que ocupasen grados superiores en el Ejército, la
creación de talleres de construcción de armas para armar a
los descamisados, la depuración de todas las
administraciones, el arresto de los sospechosos, el derecho
de votar reservado, provisionalmente, sólo a los
descamisados, abono de pensiones a los padres de los
defensores de la patria, socorros a los inválidos y a los
ancianos. Estas peticiones constituían todo un programa de
defensa revolucionaria y de medidas sociales. Una nueva
diputación, compuesta por delegados de las autoridades
parisienses y conducida por Lullier, se presentó,
seguidamente, para protestar de las amenazas de Isnard
contra París. Los peticionarios penetraron en el recinto de la
Asamblea y se sentaron al lado de los montañeses. La Gironda

611
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

protestó contra esta intrusión y Vergniaud abandonó el salón


con sus amigos, pero para volver a entrar casi seguidamente.
Robespierre subió a la tribuna para apoyar la supresión de la
Comisión de los 12, ya pedida por Barère, que había sido su
creador; pero al hablar combatió la moción, también,
presentada por el mismo Barère, que daba a la Convención
derecho de dirigirse directamente a la fuerza armada. Como
Vergniaud le invitase a que terminara, Robespierre se volvió
hacia él y le dijo: «Si voy a concluir lo haré contra vosotros.
Contra vosotros que, después de la revolución del 10 de
agosto, habéis querido llevar a la guillotina a los que la habían
realizado; contra vosotros que no habéis cesado de provocar
la destrucción de París; contra vosotros que habéis querido
salvar al tirano; contra vosotros que habéis conspirado con
Dumouriez; contra vosotros que habéis perseguido con
encarnizamiento a los mismos patriotas de los que
Dumouriez pedía la cabeza... Y bien, mi conclusión es el
decreto de acusación contra todos los cómplices de
Dumouriez y contra todos aquellos que han sido designados
por los peticionarios...» A este terrible apóstrofe Vergniaud
permaneció callado. La Convención suprimió la Comisión de
los Doce y aprobó, a petición de Delacroix, el acuerdo del
Ayuntamiento que concedía 2 libras por día a los obreros que
permaneciesen sobre las armas. Las secciones montañesas
fraternizaban, alrededor de las Tullerías, con la sección

612
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

girondina de la Colina de los Molinos, acusada falsamente de


haber enarbolado la escarapela blanca.

Esta jornada del 31 de mayo se acabó en medio del mayor


equívoco. Aquella misma noche, en el Ayuntamiento,
Chaumette y Dobsen fueron acusados de debilidad por Varlet.
Hébert hizo constar que el día no había dado su máximo
rendimiento a causa de languidez. BillaudVarenne hizo
presente, en los Jacobinos, su decepción: «La patria no ha
sido salvada, había grandes medidas de salud pública que
tocar y no se ha hecho; es preciso dar hoy los últimos golpes
a la facción. No concibo cómo los patriotas han podido
abandonar su puesto sin haber logrado la acusación de los
ministros Lebrun y Clavière.» Chabot censuró, seguidamente,
el que Danton no hubiera mostrado más vigor.

El 1.º de junio, la Guardia Nacional continuó sobre las armas


y el Ayuntamiento y el Comité Insurreccional, que recibieron
la visita de Marat, prepararon una nueva comunicación que
fue llevada a la Asamblea por Hassenfratz. Terminaba
pidiendo el decreto de acusación contra 27 diputados.
Legendre solicitó que fuera extensivo a todos los apelantes.
Cambon y Marat hicieron que la petición fuera enviada al
Comité de Salvación Pública. Barère aconsejó a los diputados
que figuraban en la lista de los que se pretendía fueran
acusados «el que tuvieran el valor de dimitir». La mayor parte
de los girondinos no habían aparecido por la sesión. Los jefes

613
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

estaban reunidos en casa de uno de ellos, Meillan, en donde


se esforzaban vanamente en ponerse de acuerdo sobre un
plan de resistencia.

En tanto que los girondinos, según su costumbre, divagaban,


el Comité Insurreccional seguía decidido su camino. En la
noche del 1.º al 2 de junio, ordenó el arresto de Roland y de
Clavière. Roland pudo huir y en su lugar fue arrestada su
mujer. El Comité Insurreccional, de acuerdo con el
Ayuntamiento, ordenó a Hanriot el «rodear a la Convención
con una fuerza armada respetable de manera que los jefes de
la facción pudieran ser arrestados dentro del día, en el caso
de que la Convención no se decidiera a hacer justicia a las
demandas de los ciudadanos de París». Se dieron órdenes para
suprimir los periódicos girondinos y para arrestar a sus
redactores.

El 2 de junio era domingo. La muchedumbre de los obreros


obedeció las órdenes de Hanriot y 80.000 hombres armados,
con cañones a su cabeza, rodearon seguidamente las
Tullerías. La sesión de la Convención había comenzado por
una serie de malas noticias. La capitalidad del departamento
de la Vendée, FontenaylePeuple, acababa de caer en poder de
los revoltosos. Lo mismo había ocurrido con Marvéjols, en el
Lozère. Mende estaba amenazado. En Lyon, las secciones
realistas y girondinas se habían apoderado de la casa
Ayuntamiento, después de un violento combate en el cual, se

614
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

decía, habían encontrado la muerte 800 republicanos. La


municipalidad montañesa y Chalier estaban en prisión.
SaintAndré sacó, en breves palabras, la lección de tan graves
sucesos: «Precisan grandes medidas revolucionarias. En los
tiempos de calma se puede detener una sedición con leyes
ordinarias; pero cuando el movimiento es grande, cuando la
audacia de la aristocracia se lleva al colmo, es preciso
recurrir a las leyes de la guerra; tal medida es terrible, pero
es necesaria; vanamente os ocuparíais en buscar otras.»
Siempre valeroso, Lanjuinais, mal sostenido por la derecha
más ilustrada, denunció la revuelta del Ayuntamiento y pidió
su destitución. Legendre quiso lanzarlo violentamente de la
tribuna. Una diputación del Comité Insurreccional se
presentó pidiendo, en términos amenazadores, el inmediato
arresto de los 22 y de los 12. La demanda fue enviada al
Comité de Salvación Pública.

Los peticionarios abandonaron el salón de sesiones


mostrando los puños a la Asamblea y gritando: «¡A las armas!»
Seguidamente consignas severas de Hanriot prescribieron a
los guardias nacionales el no dejar entrar en el edificio de la
Asamblea, ni salir de él, desde aquel momento, a ningún
diputado. Levasseur de la Sarthe justificó el arresto de los
girondinos. Después Barère, de acuerdo, sin duda, con
Danton, propuso, en nombre del Comité de Salvación Pública,
una transacción. Los 22 y los 12 no serían arrestados, pero
se les invitaría a que, voluntariamente, se dieran por cesados

615
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

en sus funciones. Isnard y Fauchet renunciaron


seguidamente. En cambio, Lanjuinais y Barbaroux
rechazaron con energía esta solución bastarda. «No esperéis
de mí –dijo Lanjuinais–, ni dimisión, ni suspensión.» Y
Barbaroux exclamó, a su vez: «No esperéis que yo dimita. He
jurado morir en mi puesto y a mi juramento me atengo.»
Marat y BillaudVarenne se opusieron, también, a toda
transacción. «La Convención –dijo Billaud–, no tiene el
derecho de provocar la suspensión de alguno de sus
miembros. Si son culpables es preciso enviarlos ante los
tribunales.»

La discusión fue interrumpida por los clamores de muchos


diputados que se quejaban de la consigna de Hanriot. Barère
apostrofó la tiranía que ejercía el Comité Insurreccional.
Delacroix y Danton apoyaron a Barère. Delacroix hizo votar
un decreto ordenando a la fuerza pública que se alejara.
Danton hizo adoptar otro por el que se ordenaba al Comité
de Salvación Pública investigara quién había sido el autor de
la consigna dada a la Guardia Nacional y el que vengase,
vigorosamente, el ultraje hecho a la majestad nacional.

Después, a instigaciones de Barère, la Convención entera se


lanzó detrás de Hérault de Séchelles, que la presidía para
ensayar, en una salida teatral, el forzar el círculo de hierro
que la rodeaba. Hérault avanzó hacia Hanriot quien, a las
indicaciones del presidente de la Asamblea, contestó de

616
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

modo irónico y gritó, en tono de mando: «¡Artilleros, a


vuestras piezas!» La Asamblea retrocedió a su palacio,
rechazada constantemente por las bayonetas. Volvió a
entrar, humillada, en el salón de sesiones y se sometió. A
propuesta de Couthon entregó a sus miembros, pero se
convino en que el arresto lo sufrirían en sus respectivos
domicilios, vigilados por un gendarme. Marat hizo borrar de
la lista a Dussault, «viejo caduco», a Lanthenas, «pobre de
espíritu» y a Ducos, «que se había engañado de buena fe».

Así acabó, por el triunfo de la Montaña, la lucha comenzada


desde la Legislativa. Los girondinos fueron vencidos porque
habiendo desencadenado la guerra extranjera, no supieron
procurarle la victoria y la paz; porque habiendo sido los
primeros en denunciar al rey y en reclamar la república, no
se resolvieron a destituir al uno y a proclamar la otra; porque
dudaron en todos los momentos decisivos; en la víspera del
10 de agosto, en la del 21 de enero; porque dieron la
impresión, con su política equívoca, de que alimentaban
prejuicios egoístas, amor a los cargos ministeriales y
tendencias a transigir con tan sólo cambios de dinastías o
con regencias; porque en medio de la terrible crisis
económica, que a todos afectaba, no supieron proponer
remedio alguno y se pusieron en contra, dando pruebas de
estrechez de criterio o de falta de comprensión, de todas las
reivindicaciones de los descamisados, cuyas fuerzas
desconocieron, así como sus derechos; porque se opusieron,

617
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

con ciega obstinación, a todas las medidas extraordinarias


que la situación exigía: porque, a más de haberles negado su
voto, cuando se dictaban, intentaron poner trabas a su
aplicación; porque, en una palabra, dieron al olvido las
necesidades del bien público y se encerraron en los límites
de una exclusiva política de clase, puesta únicamente al
servicio de la burguesía.

En su consecuencia, el 2 de junio fue algo más que una


revolución política. Lo que los descamisados derribaron no es
solamente un partido, es, hasta cierto punto, una clase
social. Después de la minoría que representaba la nobleza y
que desapareció con el trono, la alta burguesía caía, también,
a su vez.

La revolución del 10 de agosto había sido, ya, impregnada de


una cierta y evidente desconfianza hacia el parlamentarismo.
Pero la revolución del 10 de agosto perdonó a la Asamblea y
la conservó. Ahora, instruidos por la experiencia, los
descamisados avanzaron más. No dudaron en mutilar la
representación nacional, siguiendo las huellas marcadas por
los mismos girondinos, sus adversarios, al acusar a Marat.
Por otra parte, la política de clase que, a su vez, inauguraron
los hombres del 2 de junio, no cabía bien en el cuadro de la
legalidad anterior. La ficción del parlamentarismo quedaba
quebrantada. Los tiempos de la dictadura estaban próximos.

618
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

TOMO III

EL TERROR

619
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO I

La revuelta federalista

La revolución del 2 de junio fue, como la del 10 de agosto,


más que nada una revolución patriótica. Los «descamisados»
de París, sostenidos por los de las grandes ciudades, habían
derribado la Gironda por las mismas causas que les
impulsaron a derribar la monarquía: porque la acusaban de
trabar la defensa revolucionaria. Pero en tanto que la
revolución del 10 de agosto había sido sangrienta, la del 2 de
junio no costó una sola vida humana. Los hombres del 10 de
agosto no habían vacilado en apoderarse de todo el poder
municipal. Los del 2 de junio, al contrario, después de
afirmar su derecho a renovar las autoridades del
Ayuntamiento, las mantuvieron en sus funciones. Su Comité
de insurrección se dejó ahogar por el nombramiento de
nuevos miembros designados por las autoridades
departamentales y comunales. El Ayuntamiento legal,
confirmado por él, se propuso moderar su acción y
permanecer en enlace con el Gobierno, que le había facilitado
los fondos necesarios para pagar el sueldo de los guardias
nacionales, movilizados durante tres días. Un historiador ha
podido escribir —con cierta exageración — que el 2 de junio
fué menos una insurrección que un golpe de Estado.
620
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La situación se presentaba muy diferente de la del año


anterior. El 10 de agosto, el Gobierno en pleno cambiado al
mismo tiempo que el Ayuntamiento. Y si esa renovación no
satisfizo lo suficiente al poder revolucionario y estalló el
antagonismo casi inmediatamente entre la Legislativa y el
Ayuntamiento recién formado, éste guardó, por lo menos, la
posesión del edificio comunal, y con ello un medio de
permanente presión sobre el poder legal. En cambio, el 2 de
junio el Comité de insurrección desapareció casi sin
resistencia. La mayor parte de sus miembros se dejaron
domesticar dentro de un organismo creado con esa
intención: el Comité de vigilancia del departamento de París,
encargado de la policía política en la ciudad y sus arrabales
bajo la dirección y a sueldo del Comité de Salud pública. Los
insurrectos de la víspera se habían convertido en policías.

El 10 de agosto los sublevados alcanzaron inmediatamente


su principal objeto : encerrar al rey en el Temple. Por el
contrario, el 2 de junio los insurgentes sólo obtuvieron una
victoria parcial y precaria. Los 29 jefes de la Gironda,
teóricamente recluidos en sus domicilios, cada uno bajo la
custodia de un gendarme, iban y venían por la ciudad,
recibían visitas e invitaban a comer a sus amistades. Entre
ellos, doce huyeron el primer día y ocho más en los
siguientes. Los que permanecieron en París no consideraban

621
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la partida como perdida. Valazé rehusó anticipadamente, el


5 de junio, en una altiva carta, la amnistía que se rumoreaba,
y, al siguiente día, Vergniaud pedía imperiosamente el
nombramiento de sus jueces y amenazaba a sus acusadores
con el cadalso.

El Comité de Salud pública, que durante los tres días que


duró la insurrección sólo había sabido proponer débiles
transacciones, pareció aplastado bajo el peso de las
responsabilidades adquiridas que sobre él pesaban. Habiendo
costeado los gastos del motín y provisto de sinecuras a sus
caudillos, creyó que podía prescindir de la realización del
programa, e imaginó nada menos que reintegrar a la
Convención a los 29 miembros arrestados. El 5 de junio
invitó a Pache a que en el día entregase las piezas de cargo
contra los detenidos, «a falta de lo cual sería preciso anunciar
a la Convención que no existía ninguna». Pache, no obstante,
se hizo el sordo. El Comité no comprendió que el mejor medio
de impedir que los girondinos acudieran a la revuelta era aún
llamarles con firmeza al cumplimiento de sus deberes
patrióticos, no hablando más de los hechos anteriormente
realizados. En primer término, mantuvo en sus funciones a
los ministros Claviére y Lebrun, no obstante la orden de
arresto que sobre ellos pesaba. Claviére no fué reemplazado
hasta el 13 de junio, por Destournelles, y Lebrun hasta el 21,
por Deforgues. Al mismo tiempo, como si quisiera dar
garantías a los moderados, el Comité hizo dimitir a

622
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Bouchotte, ministro de la Guerra grato a la Montaña, y le


reemplazó — a pesar de la oposición de Robespierre — por
Beauharnais, un aristócrata que tuvo, por otra parte, el buen
sentido de no aceptar. En todas esas designaciones se veía la
mano de Danton. El ministro del Interior, Garat — otro
protegido de Danton —, dice que éste sometió al Comité la
idea de pactar con los vencidos para evitar la guerra civil, y
que en esas negociaciones se trató de la posibilidad de una
amnistía. El 6 de junio, en una extensa Memoria a la
Convención, Barère propuso suprimir los Comités de Salud
pública departamentales, constituidos después de la traición
de Dumouriez para aplicar la ley de recluta miento y que —
según él — eran «instrumentos de anarquía y venganza »;
proponía también la renovación inmediata del Estado Mayor
de la guardia parisiense, la destitución de su jefe Hanriot, el
restablecimiento de la libertad de prensa y el envío a los
departamentos de los diputados detenidos, de los rehenes
tomados por la Convención. « Danton ha sida el primero en
opinar de este modo » —« decía; y, en efecto, Danton apoyó
la medida al día siguiente, pronunciando al mismo tiempo un
elogio sin reservas de los ciudadanos de Burdeos, lisa hábil
política debía afirmar las resistencias girondinas y, como
consecuencia, provocar, aun en el mismo París, una viva
agitación difícil de calmar. A partir del 6 de junio, 75
diputados de la derecha firmaron una protesta sobre el
atentado cometido contra la Convención. Muchos de los

623
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

firmantes abandonaron a París para ir en ayuda de los


girondinos fugitivos que trataban de sublevar los
departamentos. La Asamblea tuvo que ordenar el 15 de junio
un llamamiento nominal, amenazando a los que no se
presentaran con sustituirlos por sus suplentes. En París, los
hombres que habían realizado la insurrección decían que se
les había engañado. Danton era atacado vigorosamente en los
Franciscanos el 4 de junio y el 7 en los Jacobinos.
Robespierre estaba convencido de que se perdía el tiempo en
negociar con los girondinos. Puesto que la guerra civil era
inevitable, debía hacerse con las mayores probabilidades de
éxito, interesando a los « descamisados » en el combate.

En su memorándum trazó, durante la insurrección, estas


notables líneas: « Es preciso una voluntad única. Ha de ser
republicana o realista. Para que sea republicana, los
ministros, los periódicos, los diputados y el Gobierno han de
ser republicanos. Los peligros interiores provienen de la
burguesía, y para vencer a ésta es necesario contar con el
pueblo. Todo estaba preparado para poner al pueblo bajo el
yugo de la burguesía y que pereciesen los defensores de la
República en el cadalso. Triunfaron en Marsella, en
Burdeos, en Lyon. También hubieran triunfado en París sin
la actual insurrección. Es preciso que ésta continúe hasta
que se hayan adoptado las medidas necesarias para salvar
la República. Es necesario que el pueblo sea aliado de la
Convención y que ésta utilice al pueblo. Es preciso que la

624
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

insurrección se extienda, poco a poco, según el mismo plan


y que se pague a los « descamisados " y éstos permanezcan
en las ciudades. Hay que facilitarles armas, provocar su
cólera, iluminarlos, exaltar el entusiasmo republicano por
todos los medios posibles. »

Robespierre se esforzó en realizar ese programa de acción e


imponerlo, por fragmentos, al Comité de Salud pública y a la
Convención.

El 8 de junio combatió con vigor las medidas propropuestas


por Barère dos días antes y sostenidas por Danton. Demostró
que la contrarrevolución se imponía ya en Marsella, Lyon y
Burdeos, y que era anterior a los acontecimientos de París.

Destituir a Hanriot y cambiar su Estado Mayor era


desautorizarla insurrección del 2 de junio y provocar, tal vez,
una nueva. Suprimir los Comités de Salud pública era dar un
desquite a la aristocracia y desarmar a los republicanos.
Acogido al comienzo por violentos murmullos, su discurso
acabó por levantar los aplausos. SaintAndré lo apoyó sin
reservas: « Es preciso saber si con el pretexto de la Libertad
se puede matar a la libertad misma. » Lejeune reprochó al
Comité de Salud pública su debilidad y ceguera. Barère y
Danton se batieron en retirada, y ellos misinos pidieron la
suspensión de las medidas que habían propuesto. « Querer

625
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

que la Convención — dice Michelet reformase el 2 de junio,


era pretender que se envileciese, que confesara que había
sucumbido al temor y la violencia, que anulase todo lo que
había realizado ese día.»

Cuando los acontecimientos justificaron las aprensiones de


Robespierre; cuando se supo, el 13 de junio, la sublevación
de los departamentos normandos; cuando hubo que pensar
en la represión, Danton pronunció un brillante elogio de París
e hizo decretar que París había salvado a la República. A
partir de ese día la derecha fué reducida al silencio ; pero las
lentitudes y vacilaciones del Comité de Salud pública habían
permitido el desarrollo de la revuelta girondina.

Esta revuelta fué concertada y premeditada incluso antes del


31 de mayo. Desde el 21 de mayo, el departamento del Jura
había invitado a los diputados suplentes a que se reuniesen
en Bourges para formar una nueva Asamblea. El
departamento del Ain adoptó esa medida el 27 de mayo. El
15 del mismo mes, el diputado por Lyon, Chasset, había
escrito a su amigo Dubost: « Se trata de la vida y, además, de
los bienes. ¡Obrad, pues!; ¡ animad a vuestros amigos ! » El 25
de mayo, las secciones de Burdeos, en una asamblea general,
discutieron el proyecto de reclutar tropas para dirigirlas
sobre París, etc.

626
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La noticia de la insurrección parisiense no hizo más que


precipitar y ampliar un movimiento ya iniciado. Los jefes
girondinos se distribuyeron los puestos. «Sus fugas—dice su
historiador Claudio Ferroud — fueron consecuencia de un
plan concertado y debatido, según han confesado ellos
mismos. »

Buzot, refugiado en su departamento del Eure, le anunciaba


la próxima dictadura de Marat y nuevas matanzas. El 7 de
junio le decidió a levantar un cuerpo de 4000 hombres. El
departamento del Calvados se sublevó el 9 de junio. Fueron
arrestados los convencionales Romme y Prieur de la Marne,
encargados de organizar la defensa de las costas contra
Inglaterra. Duchâtel hizo levantar el Meilhan; Kervelegan, los
departamentos bretones, Finistère, Illeetvilaine, Cótesdu
Nord, Morbihan, Mayenne, que se federaron con Eure y
Calvados en una asamblea general de resistencia a la
opresión. Caen se convirtió en capital del occidente
girondino. Félix Wimpfen, comandante del ejército de Cotes
de Cherbourg, se pasó a la insurrección con dos regimientos
de caballería. Como refuerzo, recibió tres soberbios
batallones reclutados en Bretaña, compuestos — según dice
un contemporáneo, Vaultier, que combatió a su lado —« no
por bretones melenudos y harapientos, sino por jóvenes de
las mejores familias de Rennes, Lorient y Brest, todos

627
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

uniformados, vestidos con paños finos y perfectamente


equipados ».

Burdeos expulsó, el 7 de junio, a los representantes Ichon y


Dartigoyte, y ordenó el 9 del mismo mes la creación de una
fuerza departamental de 1200 hombres, convocando para
que el 16 de julio se reuniera en Bourges una asamblea de
representantes de todos los deparí amentos insurreccionados
; además, se apoderó de 250 000 piastras destinadas a pagos
de la Marina y colonias, expulsó el 27 de junio a los
representantes Mathieu y Treilhard enviados por el Comité
de Salud pública con proposiciones de arreglo, y escribió, en
fin, el 30 de junio, utilizando la pluma de Grangeneuve, una
carta a Custine, jefe del ejército francés más importante,
para invitarle a que se adhiriese a la buena causa. Pero
Custine respondió a Grangeneuve con una catilinaria
patriótica.

La insurrección ganó en un momento todo el Mediodía.


Toulouse puso en libertad a los realistas metiendo en las
prisiones a los maratistas, y constituyó, además, una fuerza
de 1000 hombres. En Nimes, donde se entregó Rabaut
SaintÉtienne, fué cerrado el club y desarmados y
encarcelados los maratistas. Marsella, ya en plena rebeldía
antes del 31 de mayo, no dejaba partir a 6000 hombres

628
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

destinados al ejército de Italia, y establecía relaciones con


las ciudades del Mediodía.

Tolón se levantó, el 12 de julio, contra los representantes


Pedro Bayle y Beauvais, que fueron encarcelados en el fuerte
Lamalgue, después de obligarles a una abjuración
sosteniendo cirios en las manos. Los almirantes Trogoff y
Chaussegros se adhirieron al movimiento. Desde mediados
de mayo, la Córcega, sublevada por Paoli, había elegido un
Consejo extraordinario, y los franceses sólo podían
sostenerse en Bastía y algunos puertos.

La sublevación del Mediodía se enlazaba estrechamente con


la de Lyon que, a su vez, tenía ramificaciones en el Este y
Centro. Sordos a las proposiciones conciliadoras que de París
llevó Roberto Lindet, los girondinos lioneses aprisionaban a
cuantos eran sospechosos de simpatizar con la Montaña. Para
aterrorizar a los obreros jacobinos, numerosos en algunos
barrios, condenaron a muerte a su jefe Chalier, que fué
ejecutado el 16 de julio. El mando de las tropas lionesas fué
confiado bien pronto al conde de Précy, un emigrado.

Hacía mediados de junio, unos 60 departamentos estaban en


rebelión más o menos franca. Felizmente, los departamentos
de la frontera habían permanecido fieles a la Convención. El
levantamiento extendíase más en superficie que en

629
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

profundidad. Era, esencialmente, obra de las


administraciones departamentales y de distrito, compuestas
por ricos propietarios. Los Ayuntamientos, de formación más
popular, se mostraron, en general, tibios u hostiles. Las levas
de hombres ordenadas por las administraciones sublevadas»
encontraron las mayores dificultades. Los obreros y
artesanos no se resignaban a sacrificarse por los ricos, que
nada hacían para mejorar su suerte. No obstante los repetidos
llamamientos de los diputados Chambon y Lidon, los
bordeleses sólo pudieron reunir 400 hombres. Cuando
Wimpfen pasó revista el 7 de julio a la guardia nacional de
Caen y le pidió voluntarios, sólo 17 hombres salieron de las
filas.

Pero la revuelta federalista no tuvo solamente en contra de


ella la indiferencia o la hostilidad popular, sino que sus
mismos jefes, a pesar de sus frases enfáticas, carecían de fe
en su causa y se dividieron en seguida.

Los que eran sinceramente republicanos, no podían dejar de


inquietarse por la invasión extranjera, y el movimiento en la
Vendée y esa inquietud los paralizaba. Los ambiciosos,
viéndose rechazados por el pueblo, buscaron un apoyo entre
los feuillants ( ), y aun entre los aristócratas. En Caen, Félix
Wimpfen, convencido realista que había reanudado ya sus
relaciones con el enemigo en septiembre de 1792, durante el

630
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sitio de Thionville, propuso a los diputados girondinos que se


llamase a los ingleses. Los diputados rechazaron esa
sugestión, pero le conservaron en el mando. Su jefe de Estado
Mayor era el conde de Puisaye, quien más tarde tendría que
refugiarse entre los vandeanos, después del fracaso de la
insurrección, en compañía del procurador general síndico de
Calvados, el joven BougonLongrais, amigo de Carlota Corday.

En Lyon, Précy envió a Suiza al caballero de Arthés para que


solicitase auxilios de los berneses y los sardos. José de
Maistre, que dirigía en Ginebra el servicio de espionaje del
rey de Cerdeña, le prometió el 4 de agosto que se realizaría
un movimiento militar sobre los Alpes, como en efecto se
llevó a cabo. Sin embargo, los realistas lioneses disimularon
su bandera y no se atrevieron a proclamar a Luis XVII, como
habían hecho los habitantes de Tolón.

Así como la Convención se había mostrado imprevisora en


los primeros días, manifestó vigor y habilidad organizando la
represión. Los jefes girondinos rebeldes fueron acusados,
destituidos los administradores de los departamentos
insurrectos, la capital del Eure trasladada de Évreux a
Bernay, creado el departamento de Vaucluse para separar los
intereses de Aviñón de los de Marsella, y el departamento del
Loire separado del de Ródano y Loire con objeto de oponer
SaintÉtienne a Lyon.

631
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La Convención distinguió cuidadosamente entre los jefes y


los que eran simples comparsas. Roberto Lindet concedió, el
26 de junio, a las administraciones rebeldes un plazo de tres
días para retractarse. Hábil medida que facilitó las
deserciones. Los administradores del Somme, destituidos el
14 de junio, acudieron a justificarse. El Comité de Salud
pública los envió otra vez, el 17 de junio, sin causarles daño.
Saintjust, encargado de la Memoria sobre los diputados que
debían ser presos, demostró una evidente moderación. «
Todos los detenidos —dijo el 8 de julio —no son culpables; la
mayor parte son únicamente extraviados.« Distinguió entre
ellos tres categorías: la de los traidores, en número de nueve
(Barbaroux, Bergoeing, Birotteau, Buzot, Gorsas, Lanjuinais,
Louvet, Petion y Salle); la de los cómplices, en número de
cinco (Gardien, Gensonné, Guadet, Mollevaut y Vergniaud), y
la de los extraviados, que, en número de catorce, se
proponían hacer que se reintegraran a la Convención. Esa
moderación era propicia para atraerse la opinión fluctuante.
Pero sobre todo la Montaña comprendió que era preciso
atraerse a las masas, dándoles satisfacciones substanciales,
según el plan de Robespierre. Con este objeto hizo votar tres
grandes leyes: 1.° La ley del 3 de junio sobre el modo de venta
de los bienes de los emigrados. Esos bienes deberían ser
divididos en pequeñas parcelas, cuyos adquirentes pobres
podrían pagar en diez años. 2.° La ley del 10 de junio, que

632
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

reglamentó el reparto de los bienes comunales. El reparto


debía hacerse de un modo igualitario, por cabeza de
habitante. La medida comprendía 8 millones de yugadas que
valían € 00 millones. 3.° La ley del 17 de julio, que completó
la ruina del sistema señorial, aboliendo sin indemnización
incluso los derechos fundados en los títulos más antiguos.
Los últimos pergaminos feudales debían ser destruidos, con
objeto de impedir que los propietarios desposeídos pudieran
algún día insistir en sus reivindicaciones. De este modo, la
caída de la Gironda aparecería ante los campesinos como una
liberación definitiva de la tierra.
Un decreto del 8 de junio aumentó la paga de los funcionarios
y para apaciguar a las clases medias inquietas por el
empréstito forzoso de 1000 millones, un decreto del 23 de
junio exceptuó, a moción de Robespierre, a los casados cuyos
ingresos netos fueran inferiores a 10000 libras y a los
solteros con ingresos que no llegasen a las C000 libras. Medio
oportuno para dividir y disolver el partido girondino,
compuesto en gran parte por gentes que disfrutaban de una
desahogada situación económica.

Esta ofensiva moral, fue coronada por la rápida votación de


una Constitución muy liberal, que era una elocuente
respuesta a las acusaciones de dictadura que se formulaban
por parte de los girondinos. En tanto que la Constitución
elaborada por Condorcet consolidaba el Consejo ejecutivo,

633
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

que debía elegir el pueblo y ser independiente de la Asamblea,


la Constitución de la Montaña, redactada por Hérault de
Séchelles, afirmaba la subordinación de los ministros a la
representación nacional. Suprimía el escrutinio de dos
grados que Condorcet había mantenido para la elección de
los diputados, y hacía elegir a éstos mediante un escrutinio
de lista, muy complicado, pero basándose en la mayoría
absoluta y en el sufragio universal y directo.

Únicamente los cuerpos administrativos continuarían siendo


elegidos por los colegios electorales, y éstos presentarían,
además, una lista de 83 candidatos, entre los cuales la
Asamblea elegiría los 24 ministros. Por último, la
Constitución ofrecida por la Montaña prometía la educación
en común, garantizaba el derecho a la vida y supeditaba la
declaración de guerra a una previa consulta al país. Sometida
a una ratificación popular, fué aprobada por 1 801 918 a
favor, contra 17 610 en contra. Pero hubo más de 100 000
votantes que sólo la aceptaron con enmiendas federalistas,
solicitando que fueran puestos en libertad los 22 y los 12, o
sea los diputados en arresto, la anulación de las leyes votadas
después de ser detenidos, la convocatoria de una nueva
Asamblea, el llamamiento de los representantes en misión, la
supresión del máximo de los cereales, etc. El plebiscito fué,
en todas partes, causa de un desastre del partido girondino.
Pero éste no fué abatido más que por el segundo Comité de

634
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Salud pública que fué nombrado el 10 de julio. Los revoltosos


de Normandía, mandados por Puisaye, chocaron el 13 de
julio, en su marcha sobre París, con una tropa de voluntarios
parisiense que los dispersaron en Brécourt, cerca de Vernou,
con sólo algunos cañonazos. Roberto Lindet, enviado a Caen,
pacificó rápidamente la comarca, reduciendo al mínimo la
represión.

En Burdeos la resistencia fué más larga. Ysabeau y Tallien,


que habían conseguido penetrar en la ciudad el 19 de agosto,
se vieron obligados a refugiarse en La Réole, la ciudad
jacobina. Pero las secciones de «descamisados» de Burdeos,
excitadas por los representantes, derribaron la municipalidad
girondina el 18 de septiembre, iniciándose la represión.

Por un momento, en el Sudeste se había corrido el grave


peligro de la unión de los rebeldes de Marsella y Nimes, con
los lioneses. Los de Nimes avanzaron hasta PontSaintEsprit,
y los de Marsella, mandados por un antiguo oficial,
VilleneuveTorette, pasaron el río Durance, entraron en
Aviñón y llegaron hasta Orange. Pero el departamento del
Drôme permaneció fiel a la Montaña. Del 24 al 26 de junio se
celebró en Valence un Congreso de 42 sociedades populares
del Ardèche, Drôme, Gard y Bocas del Ródano, y bajo el
impulso entusiasta de Claudio Payan, ese Congreso organizó
la resistencia. Carteaux tuvo tiempo de acudir con un

635
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

destacamento del ejército de los Alpes, en el que servía


Bonaparte. Recobró Pontsaintesprit, separó a los marselleses
de las fuerzas de Nimes y rechazó a los primeros hacía el Sur.
Llegó a Aviñón el 27 de julio. Y entró en Marsella el 25 de
agosto, justamente a tiempo de impedir que la ciudad cayera
en poder de los ingleses que Villeneuve Torette había llamado
ya en su socorro. Pero dos días después los ingleses entraron
en Tolón, llamados por los almirantes Trogoff y Chaussegros,
que entregaron la mejor escuadra francesa. Para recobrar a
Tolón fué preciso un largo sitio que duró hasta fin de
diciembre.

Lyon estaba aislado. El Jura y el Ain, que le hubieran podido


proporcionar socorros, fueron rápidamente pacificados por
los convencionales Bassal y Garnier (de Saintes), que habían
reclutado un pequeño ejército de 2500 hombres, en la Cóte
d'Or y Doubs. Pero Lyon resistió mejor que Burdeos. No se
dejó intimidar por el bombardeo iniciado por DuboisCrancé a
partir del 22 de agosto. Sus comunicaciones con el Forez
habían quedado libres. El asedio no fué completo hasta el 17
de septiembre, después que Couthon, Maignet y
ChâteauneufRandon condujeron hasta la ciudad rebelde los
guardias nacionales de Cantal, Aveyron, Puyde Dome y Alto
Loire. Lyon resistió hasta el 9 de octubre. Précy consiguió
huir a Suiza con un puñado de hombres. La represión fué
terrible.

636
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Las comarcas donde la rebelión fué peligrosa, eran


precisamente aquellas en que eran numerosos los realistas.
Entre la Montaña identificada con la República y el Realismo
aliado con el enemigo, no había espacio para un tercer
partido. Si la sublevación federalista, expresión de los
rencores de políticos en decadencia y del egoísmo de clase,
hubiera tenido éxito, es seguro que. no tardara en provocar
una restauración monárquica.

La insurrección realista de la Vendée había ya obligado a la


Convención a dar un gran paso hacia el Terror, es decir, hacia
la dictadura y la supresión de las libertades. La sublevación
girondina hizo dar un nuevo paso decisivo en la misma
dirección. Hasta ese momento, los únicos sospechosos
habían sido los realistas. Luego una importante fracción del
antiguo partido revolucionario era situada, a su vez, en la
categoría de los aliados del enemigo. Las sospechas
aumentaban. La línea divisoria entre los buenos y los malos
ciudadanos era cada vez más difícil de trazar. ¿Cómo
reconocer a los verdaderos patriotas, a los sinceros amigos
de la libertad, si los Vergniaud, Brissot, Buzot y Petion, que
habían sido los primeros en quebrantar el trono y pedir la
República, no eran más que traidores ? Surgió la idea de que
era preciso someter a cuantos desempeñasen un papel en la
República a una vigilancia, una inquisición de cada instante.

637
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Los clubs van a depurarse. Las administraciones lo serán a su


hora, y de depuración en depuración, cada día se irá
restringiendo el personal revolucionario. Como los
girondinos están apoyados por las clases ricas, éstas se hacen
cada vez más sospechosas. La riqueza será un síntoma de
aristocracia. Bien pronto el partido revolucionario no será
más que una minoría ardiente, celosa, enérgica. Sólo las
minorías, después de todo, tienen necesidad de la dictadura
y la violencia. Pero la minoría jacobina podía amparar sus
actos detrás de la gran imagen de la patria, a quien pretendía
defender y salvar.

638
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO II

Los comienzos del gran Comité de Salud pública

(Julio de 1793)

El primer Comité de Salud pública, formado por Cambon,


Barère y Danton, el 6 de abril de 1793, después de la traición
de Dumouriez, cayó el 10 de julio bajo el peso de sus faltas
acumuladas. Había humillado a la República con sus secretas
negociaciones inútilmente intentadas cerca de la Coalición
(misiones de Proli, Matthews, Desportes, etc.). Ni supo
rechazar al enemigo en las fronteras, ni evitar la temible
extensión de las revueltas vandeana y federalista. Toleró las
insolencias de Custine, le perdonó sus fracasos en Alsacia y
lo designó, a pesar de la oposición de Bouchotte, para el
mando del principal ejército—el del Norte, que dejó Custine
en completa inacción. El Comité no había sabido o querido
reprimir los desvergonzados saqueos de los proveedores, que
encontraban protección incluso entre los miembros del
mismo Comité. No había abordado con seriedad el problema
financiero ni el de la vida cara. La única medida un poco
eficaz que se adoptó bajo su gestión, fué retirar de la
circulación los asignados que, según el decreto del 7 de junio
de 1793, concedían a los adquirentes que pagasen
anticipadamente una prima del »1/2 % por cada anualidad.
El mismo decreto autorizaba a los recaudadores de los
639
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

distritos para que pusieran en venta los créditos del Estado


sobre los adquirentes. Los créditos pagados en asignados
serían reemplazados por obligaciones que rentarían un
interés del 5 % y se daba a sus poseedores la esperanza de
que podrían ser reemplazados algún día en especies por los
adquirentes a quienes habían comprado las anualidades. El
sistema era ingenioso; pero llegaba retrasado y en un
momento en que la confianza en el papel moneda y el crédito
del Estado experimentaba ya un fuerte quebranto. La medida
hizo retirar algunos asignados, pero en proporción muy débil
para ejercer cualquier acción sobre el encarecimiento de la
vida, que iba aumentando cada día. Los Exaltados, órganos
del descontento popular, fomentaron a fines de junio una
agitación violenta, con ocasión de ser votada la Constitución.
Jacobo Roux transmitió a la Asamblea una petición
amenazadora, y algunos barcos cargados de jabón fueron
saqueados en los puertos de París. El Comité de Salud pública
ya no parecía capaz de asegurar el orden en la capital. Por
último, un tenebroso complot realista, a comienzos de julio,
y en el que apareció mezclado el general Arturo Dillon, amigo
y protegido de Camilo Desmoulins, acabó de hacer
sospechosos a Danton y Delacroix, tenidos, con razón, como
poco seguros.

El nuevo Comité, elegido el 10 de julio de un modo nominal,


comprendía solamente nueve miembros : Jeanbon

640
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

SaintAndré, Barère, Gasparin, Couthon, Hérault, Thuriot,


Prieur de la Marne, Saintjust y Roberto Lindet. Esos hombres
recibieron el mandato de salvar el Estado adoptando las
medidas enérgicas que inútilmente se había esperado de sus
predecesores. Llenos, en general, de buena voluntad,
estaban, sin embargo, lejos de estar de acuerdo sobre un
común programa. Saint- André, Couthon, Hérault y Prieur de
la Mame formaban, con Saint-Just, la izquierda del Comité.
Estaban convencidos de que era preciso gobernar en
estrecho contacto con los revolucionarios agrupados en los
“clubs”, acceder a sus demandas, alimentar y proteger a los
“descamisados” de las ciudades víctimas de la miseria,
castigar las traiciones, renovar las administraciones y los
estados mayores, en una palabra, apoyarse en la clase popular
para poner fin a la anarquía, restablecer la unidad de
dirección e imponer a todos la obediencia. Estaban
dispuestos a realizar una política de clase, puesto que los
ricos, arrastrados tras los girondinos, se alejaban de la
Revolución e incluso se pasaban al realismo. Pero algunos de
sus colegas, como Thuriot, Roberto Lindet y Gasparín, se
asustaban de esa audacia y temían aumentar el mal arrojando
la burguesía entera a la oposición a causa de una represión
demasiado enérgica, como asi mismo la desorganización del
ejercito al castigar sistemáticamente a los generales
pertenecientes a la nobleza, de los que no creían que fuera
posible prescindir por razón de su competencia. En cuanto a

641
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Barére, genio fértil, evolucionaba de una tendencia a la otra,


según las circunstancias.

La falta de acuerdo entre los miembros del Comité se reveló


desde los primeros días. El 11 de julio se adoptaron medidas
enérgicas, propuestas todas por los individuos que
componían la izquierda del Comité. SaintAndré hizo relevar
a Biron del mando que desempeñaba en la Vendée. Couthon
denunciaba a los diputados Birotteau y Chasset, que
impulsaban la rebeldía en Lyon. Propuso ordenar el arresto
de todos los diputados del Ródano y situar a Birotteau fuera
de la ley. La Convención votó de conformidad con esto. Al día
siguiente, el Comité, dando una nueva garantía a los
revolucionarios, ordenó a Custine que fuera inmediatamente
a París para ser interrogado sobre la situación de su ejército.
Pero el mismo día el Comité sufrió una derrota en la persona
de Bouchotte, pues la Convención rehusó nombrar a
Dittmann, que él había propuesto para reemplazar a Biron. El
designado a propuesta de Cambon fué Beysser, que hubo que
destituir bien pronto por sus compromisos con los
federalistas. Y lo más grave aún, en esa misma sesión,
Thuriot, apartándose de sus colegas de Comité, oponíase a
una medida de rigor que Chabot había hecho votar, con
objeto de obtener de las administraciones departamentales
que transmitiesen a los Comités las comunicaciones que
recibieran del ala derecha. «Ese decreto—dijo Thuriot — no

642
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

puede ser más que un motivo de división, en tanto que


nosotros debemos procurar unir todos los espíritus.» Al
contrario de Couthon, Thuriot. fiel a la política
contemporizadora de su amigo Danton, no quería profundizar
en las responsabilidades adquiridas por los diputados
girondinos.

Esos comienzos del gran Comité no hacían más que presagiar


lo que iba a ocurrir luego. Pero fué empujado hacia delante
por indeclinables necesidades. «No se es revolucionario—
decía Lázaro Carnot—; se llega a serlo. » La dictadura se
impuso, en efecto, a estos hombres. Ni la deseaban ni la
previeron. El Terror fué una « dictadura de necesidad », ha
dicho Hipólito Carnot, y la frase encierra una profunda
verdad.

El 13 de julio, Hérault de Séchelles, en nombre del Comité,


anunció malas noticias. La plaza de Conde, desprovista de
víveres y municiones, probablemente se vería obligada a
rendirse. Valenciennes, muy amenazada, podía correr la
misma suerte. Antes de levantarse la sesión se supo el
asesinato de Marat por Carlota Corday.

La descendiente del gran Corneille era realista en el fondo del


corazón. Leía L' Ami du Roi y Le Petit Gautier. Realista, sí,

643
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

pero no religiosa. No iba a misa, y en sus últimos momentos


rehusó un sacerdote. La rebelión girondina le había parecido
un camino para el restablecimiento de la monarquía. Alma de
romana, se indignó cuando en el transcurso de una revista de
la guardia nacional pudo comprobar que los ciudadanos de
Caen rehusaban alistarse en el ejército de Wimpfen. Entonces
resolvió dar una lección a aquellos cobardes, hiriendo de
muerte al miembro de la Montaña que pasaba por ser hostil
a la propiedad, aquel a quien los girondinos denunciaban
desde hacía meses como un anarquista y bebedor de sangre:
«He matado a un hombre— dijo ella ante sus jueces— para
salvar a cien mil. »

Carlota estaba convencida de que había herido de muerte a


la anarquía, o sea el partido de la Montaña; pero, en realidad,
lo que consiguió fué darle nuevas fuerzas.

En la misma tarde, en la Convención, Chabot presentó el


asesinato del Amigo del pueblo como consecuencia de un
complot realista y girondino, que debía estallar al día
siguiente, aniversario del 14 de julio. Hizo que se votase la
detención de Depéret, a quien Carlota había visitado antes de
cometer su crimen. Couthon expresó su convicción de que
los realistas y girondinos conspiraban para disolver la
Convención y libertar al joven Delfín, proclamándolo como
rey. Pidió la detención de los diputados por Calvados y la

644
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

comparecencia ante el Tribunal revolucionario de los


diputados girondinos que ya habían sido detenidos. Éstos
debían pagar por Marat. Pero aun entonces, el Comité de
Salud pública reveló sus disensiones. El mismo Thuriot, que
la víspera había extendido su protección sobre los diputados
comprometidos por su correspondencia, se opuso a la
detención de los diputados por Calvados, y fué sostenido por
Delacroix. La Convención votó únicamente el arresto de
Fauchet; pero no iba a tardar en verse arrastrada más lejos
en el camino de la represión.

Marat era muy popular entre el bajo pueblo, para cuyos


sufrimientos tenía una ternura áspera, pero sincera. Su
muerte viólenla provocó una profunda emoción.
Los jacobinos, por medio de la palabra de Benlabole, pidieron
los honores del Panteón para ese mártir de la libertad.
Robespierre trabajó mucho para impedir esa proposición,
poniendo como pretexto que lo primero debía ser vengar a la
víctima. La Convención asistió corporativamente a los
funerales celebrados el 16 de julio. El Amigo del pueblo fué
enterrado en el jardín de las Tullerías, en una gruta artificial
decorada de sauces. Su corazón fué suspendido de las
bóvedas del club de los Capuchinos, y durante muchas
semanas las secciones parisienses y la mayor parte de las
ciudades provincianas, celebraron en su honor fiestas
fúnebres que terminaban en clamores de venganza. Su busto

645
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

se unió con los de La Pelletier y Chalier sobre las paredes de


los clubs y los locales republicanos.

La sangre trae la sangre. El suplicio de Chalier y la muerte de


Marat, ocurridos con tres días de intervalo, proporcionaron
un formidable argumento a todos los que reclamaban ya
medidas terroristas para reprimir la contrarrevolución aliada
con el enemigo. Era preciso vengar las víctimas, preservar la
vida de los jefes patriotas amenazados por el puñal de los
aristócratas, y acabar de una vez con las debilidades y
contemplaciones.

Los caudillos populares, Leclerc, Jacobo Roux y Varlet, se


disputaron la sucesión de Marat, quien por cierto había
denunciado sus exageraciones. Jacobo Roux se apresuró a
publicar, desde el 16 de julio, una continuación al periódico
de Marat, que tituló atrevidamente El Publicista de la
República francesa por la sombra de Marat, el Amigo del
pueblo. El joven Leclerc sintió emulación, y el 20 de julio
lanzó el Amigo del Pueblo, tomando el título del primer diario
de Marat.

Los Exaltados, que hasta entonces no habían tenido ningún


órgano, poseían dos desde ahora. Leclerc se apresuró a
denunciar a la aristocracia de la riqueza. Para él la carestía
de los víveres era la consecuencia de una conjuración de los

646
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ricos. Denunció a «los ladrones públicos gozando bajo la


protección de la ley del fruto de sus rapiñas », asombrándose
de que el pueblo « paciente y bueno no cayese sobre ese
puñado de asesinos» (23 de julio). Reclama la pena de muerte
contra los acaparadores. Bien pronto le imitó Jacobo Roux, y
lo más grave fué que, a su vez, Hébert para sostener la
popularidad de su Père Duchesne, amenazado de una
peligrosa competencia, disputa a sus rivales el título con que
se adornaban de «herederos del Amigo del pueblo ». «Si hace
falta un sucesor de Marat—exclama en los Jacobinos el 20 de
julio —si es necesaria una segunda víctima, ahí está
dispuesta y resignada: ¡soy yo! » Sin apaciguar su hostilidad
personal hacia ios jefes de los Exaltados, les toma poco a
poco su programa. Pide, en el número 267, que los
sospechosos sean encerrados en las iglesias, y que la
República, para alimentar a las ciudades, se incaute de las
cosechas indemnizando a los cultivadores, y que el trigo, el
vino y todas las subsistencias sean repartidos en los
departamentos a prorrateo según su población.

Esas excitaciones, que casi provocaron una insurrección de


las secciones parisienses, caían en un terreno propicio. La
penuria, en ese final de julio, se acentuaba. Los
departamentos sublevados de Bretaña y Normandía, habían
interrumpido sus remesas a la capital. Volvían a formarse las
colas, desde que alboreaba, en las puertas de las panaderías

647
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

y había tumultos en los mercados. La situación era tan grave


que los dos Comités, de Salud pública y de Seguridad general,
se reunieron en la noche del 20 al 21 de julio, para tomar
urgentes medidas.

El Comité de Salud pública veía la amenaza de ser


desbordado. Billaudvarenne y Collot d'Herbois hacían votar a
toda prisa el famoso decreto del 27 de julio sobre represión
del acaparamiento.
Se definía como acaparamiento el hecho de que los
comerciantes apartasen de la circulación mercaderías o
artículos de primera necesidad «sin ponerlos en venta diaria
y públicamente »; y voluntariamente los géneros y
mercancías de primera necesidad». Todos los poseedores de
esos géneros debían declararlos en la Alcaldía en un plazo de
ocho días. Las municipalidades quedaban autorizadas para
nombrar comisarios de abastos, retribuidos con el producto
de las ventas y confiscaciones. Debían verificar las
declaraciones y velar por que los comerciantes cumplieran la
orden de poner en venta los géneros «por pequeños lotes» .
En caso de rehusar esto los comerciantes, debían proceder
por sí mismos a la venta, entregando el producto a sus
dueños. Serían castigados con la muerte los comerciantes
que no hicieran las declaraciones o las hicieran falsas, y los
funcionarios que prevaricasen en la aplicación de la ley. Los
denunciantes serían recompensados con la tercera parte de

648
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

las confiscaciones. En fin, las sentencias dictadas por los


Tribunales de lo criminal en los delitos previstos por la ley,
no podrían ser apeladas en forma alguna.

De ese modo todos los artículos de primera necesidad quedan


bajo la mano de las autoridades. Ya no existe el secreto
comercial. Bodegas, graneros, depósitos, etc., van a recibir la
visita del comisario de abastos, que tiene el derecho de
hacerse mostrar las facturas. Se lia dado un gran paso hacia
el sistema de los Exaltados.

Que una ley tan importante haya podido ser propuesta,


discutida y votada sin consultar al Comité de Salud pública,
ni invitarle a formular su opinión, demuestra que no era muy
firme su autoridad sobre la Asamblea.

El Comité chocaba con una sorda oposición parlamentaria.


El 19 de julio había llamado a numerosos representantes
tibios o dudosos, como Courtois, de quien se sospechaba que
especulaba con los aprovisionamientos del Ejército.
LesageSenault y Duhem, que tenían pendiente un conflicto
con el club de Lille, y Goupilleau de Fontenay, que se había
mostrado hostil a los generales «descamisados» enviados al
ejército de la Vendée. Al día siguiente Rühl, un moderado
amigo de Danton, denunció a los comisarios del Consejo
ejecutivo, que, según él, dificultaban la obra de los

649
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

representantes en misión, resultaban muy caros y no


prestaban ningún servicio. Otro dantonista, Baudot, apoyó la
moción de Rühl, que tenía todo el aspecto de una réplica al
llamamiento de los representantes ordenado el día anterior
por el Comité de Salud pública. Billaud varenne defendió a
los comisarios de Bouchotte. y la moción fué devuelta al
Comité. Pero Rühl no se dio por satisfecho. Exigió que el
Comité comunicase a la Convención la lista de sus agentes
en el extranjero, con informes sobre cada uno de ellos. La
moción fué votada con una enmienda de Taillefer y Cambon
que ordenaba al Comité a que en el término de veinticuatro
horas proporcionase, además, informes sobre los comisarios
del Consejo ejecutivo.

Al saber que Custine, puesto en libertad después de haber


comparecido en París, había sido objeto de manifestaciones
de simpatía por parte de los habituales del Palais Royal. el
Comité le hizo detener en la noche del 21 al 22 de julio y,
además, destituyó el mismo día a su principal teniente,
Lamorlière, que mandaba interinamente el ejército del Norte.
Estas dos medidas fueron objeto de un nuevo debate en la
Convención. Danton esta vez intervino en persona. Hizo
como que aplaudía la detención de Custine, pero agregó :
«Pido que el ministro de la Guerra y el Comité de Salud
pública den cuenta de los cargos que se hacen a ese general,
a fin de que la Convención pueda pronunciarse. » Devars

650
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

quería que el Comité hiciese su exposición inmediatamente;


pero Drouet consiguió que no se fijara ningún plazo.

La destitución de Lamorlière y el arresto de Custine habían


levantado en el seno mismo del Comité la viva oposición de
Gasparin, único militar entre los nueve miembros y que en
esa calidad se aseguraba la dirección de los ejércitos,
Gasparin no asistió a la sesión de Comité el 23 de julio, y al
siguiente día presentó su dimisión fundándola en motivos de
salud. Cuando Custine, algunos días después, el 27 de julio,
pidió a la Convención que le diera a conocer los motivos de
su arresto, Thuriot, que pensaba como Gasparin, propuso
enviar su carta al Comité militar y no al de Salud pública, y
fué preciso que Robespierre subiese a la tribuna para
impedirlo.

Dividido, debilitado por la dimisión de Gasparin y la franca


oposición de Thuriot, el Comité de Salud pública estaba
llamado a sucumbir en breve plazo si un potente refuerzo no
venía en su auxilio.

El 24 de julio experimentó un nuevo asalto. Las tropas


republicanas que operaban contra los vandeanos fueron
batidas en Vihiers el 18 de julio y rechazadas al norte del
Loire. Un miembro del antiguo Comité, Bréard, aprovechando
ese fracaso, pidió que el Comité diese cuenta al día siguiente

651
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

del estado de la Vendée y la conducta de Bouchotte sus


comisarios, que todo lo desorganizaban. Sergent agregó que
el Comité debería dar también cuenta de la destitución de
Biron y el nombramiento de Rossignol, « un hombre de quien
se dice que no tiene talento ni probidad». La Convención votó
esas dos mociones amenazadoras. En seguida se leyó una
carta de los representantes en el ejército del Norte, Duhem y
LesageSenault, que anunciaban que habían destituido y
arrestado al general republicano Lavalette y su ayudante
Dufresse, que habían sido los principales promotores de la
destitución de Lamorliere. Los representantes que ya habían
sido llamados por el Comité, vengaban a Lamorliere con esa
ruidosa decisión.

Pero esta vez el Comité encontró un defensor. Robespierre


recordó que Lavalette, en el momento di la traición de
Dumouriez, había impedido a Miaczynski que entregase Lille
a los austríacos, Su enemigo Lamorliere era considerado
como un traidor por los republicanos del Norte. Había
desobedecido las órdenes de Bouchotte e intentado
desguarnecer a Lille de su artillería. Robespierre reclamaba
la libertad inmediata de Lavalette y Dufresse y el rápido
regreso a la Convención de los representantes que los habían
ofendido. No encontró contradictor, y el asunto fué enviado
al Comité.

652
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La lucha continuó aún dos días. El 25 de julio Cambon intimó


a Barère para que se explicase sobre la Vendée, diciendo la
verdad entera. Dartigoyte atacó a Bouchotte, a quien no se
atrevió a defender Barère. Se decidió que la elección del
sucesor de Bouchotte se realizaría a la siguiente mañana.
Después la Asamblea nombró a Danton presidente y a
Dartigoyte secretario.

Pero Robespierre una vez más rechazó al adversario. Desde


la víspera había denunciado a los jacobinos la intriga contra
Lavalette y Bouchotte y hecho un elogio del Comité de Salud
pública, que no debía ser puesto en cuarentena, porque « es
de suponer que está compuesto de hombres de talento y
hábiles políticos, sabe hasta cierto punto cómo ha de
proceder y estaría bien aproximarse a él un poco más ».

Al otro día los clubs, soliviantados sin duda por Robespierre,


se presentaron en la Convención. Los capuchinos en la
Convención pidieron que Bouchotte continuara en su puesto,
«porque es él quien ha conseguido democratizar el ejército.
Bouchotte acaba de desenmascarar el horrible plan de
contrarrevolución tramado por el pérfido Custine. Su
probidad y su patriotismo están fuera de toda duda». Los
hombres revolucionarios del 10 de agosto repitieron el elogio
de Bouchotte y reprocharon a la Montaña que «guardase un
silencio glacial en la más fuerte tempestad que había sufrido

653
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la República ». Entonces Robespierre atacó a su vez. Los que


pedían la sustitución de Bouchotte estallan « engañados por
hombres que querían ver en el Ministerio de la Guerra una de
sus hechuras, para encontrar un nuevo Beurnonville, que a
su vez no dejaría de encontrar nuevos Dumouriez». Pero
había sido Danton quien hizo nombrar a Beurnonville en
sustitución de Pache. Ni Danton ni nadie pronunció una
palabra. La Convención, sin debate, revocó su decreto de la
víspera en que decidía elegir un sucesor a Bouchotte. La
partida estaba ganada. Barère no encontró contradictores
cuando presentó su informe sobre la Vendée. La oposición se
había volatilizado.

La misma tarde el Comité de Salud pública invitaba a


Robespierre a participar en sus trabajos. De creer a Barère, la
iniciativa de llamar a Robespierre partió de Couthon. Algunos
días después dijo Robespierre que había aceptado « contra su
inclinación ».

El advenimiento de Robespierre al poder abre una nueva era.


Lo que lleva al Comité no es solamente sus raras cualidades
personales, su sangre fría y su valor, su aguda clarividencia,
su verbo elocuente, sus notables facultades de organizador,
su absoluto desinterés, es aún algo más que todo eso.
Robespierre es, después de la Constituyente, el
revolucionario más popular entre la clase de los artesanos y

654
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

las gentes humildes, de quienes posee toda la confianza. Es


el jefe indiscutible de los «descamisados», sobre todo después
de la muertede Marat. No entra solo en el Comité. Detrás de
él están la mayor parte de los militantes, todos aquellos que
constituyen el núcleo resistente de los clubs, todos los que
han ligado su suerte irrevocablemente a la Revolución, todos
los que no tienen otra alternativa que vencer o morir.

La confirmación de Bouchotte en su puesto significó que se


iba a continuar republicanizando los estados mayores. La
entrada de su protector Robespierre en el Gobierno daba a
entender que en todas las partes de la administración, civil o
militar, los « descamisados » estarían sostenidos y sus
adversarios reducidos al silencio ; que los dirigentes de la
República no usarían más astucias con el pueblo ; que
escucharían sus quejas, comprenderían sus miserias y los
asociarían a sus esfuerzos para salvar la patria. Robespierre
va a inaugurar una política a la vez nacional y democrática.

Y para su ensayo va a tener que luchar en el mismo París,


contra los extremistas de la izquierda aliados a los
extremistas de la derecha, y les librará la batalla en medio de
una situación dificilísima por la carestía y las nuevas
desastrosas que llegan de las fronteras. Que no haya
desesperado, que haya aceptado el poder en semejante
momento, que haya llevado sin desfallecer un fardo tan

655
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

pesado y que consiguiera al fin salvar a la República del


abismo, sería suficiente para su renombre.

656
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO III

La crisis del mes de agosto de 1793

Cuando Robespierre entró en el Comité de Salud pública, el


27 de julio de 1793, su presencia en él era ya apremiante. La
situación de la República parecía desesperada. En la frontera
del Nordeste y por todas partes se presentaban los ejércitos
enemigos. El 28 de julio llegaba la noticia de la capitulación
de Maguncia. Al mismo tiempo, los ejércitos del Rhin y el
Moselle, retrocedían sobre el Lauter y el Sarre. Al siguiente
día llegaba la nueva de la capitulación de Valenciennes.
Mientras cedía el campo de César, el camino del Oise, de
París, abríase para el más fuerte de los ejércitos enemigos.
En los Alpes, Kellermann, a quien habían debilitado los
cuerpos que tuvo que destacar contra los íederalistas del
Ródano v el Mediodía, veíase obligado a defender con trabajo
los pasos de Maurienne y Tarantaise. Los españoles
avanzaban en los Pirineos. Desde Perpiñán anunciaban los
representantes Expert y Projean, el 28 de julio, que los
habitantes de Ville-franchc-de-Conflent acababan de llamar
al enemigo. Los rebeldes vandeanos se apoderaban el 29 de
julio de Ponts-de-Cé y amenazaban Angers.

Los realistas disimulados se hacían atrevidos incluso en las


ciudades fieles. Todos los que estaban cansados de la guerra

657
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

deseaban, para sus adentros, la victoria del enemigo y la


restauración de la monarquía; con tal de terminar de una vez
con aquel estado caótico. Desde Cambrai, ya en peligro, los
representantes Delbrel, Letourneur y Levasseur escribían el
26 de julio : «Los campesinos de este país sienten tal avidez
de oro, que cada día el enemigo se halla enterado de una gran
parte de lo que pasa en nuestros ejércitos. Hay pueblos
enteros que le son adictos. » El representante Bassal decía
desde Besançon, el 31 de julio, que las noticias recibidas de
Maguncia exaltaban la audacia de los realistas, y expresaba
su temor de no poder contener a los fanáticos. Poco después
estallaba, en efecto, una insurrección clerical en las
montañas del Doubs.

Los ejércitos sufrían una grave crisis moral. En el Norte las


tropas de línea habían murmurado ante la destitución de
Custine. Los generales y oficiales pertenecientes a la nobleza
y que no habían emigrado, eran sospechosos y se hallaban en
situación peligrosa. Pero eran casi irreemplazables y, de ese
modo, el mando pasaba de mano en mano. El soldado llegaba
a desconfiar de aquellos jefes improvisados que le eran
desconocidos. Y los jefes, entre sí, dudaban unos de otros.
Como estaban estrechamente vigilados, no se atrevían a
tomar ninguna iniciativa y buscaban únicamente ponerse a
cubierto de cualquier sospecha. Incluso los mejores estaban
profundamente descorazonados. En el ejército del Rhin, los

658
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

generales Beauharnais y Sparre dimitieron el 2 de agosto.


Hacían protestas de su amor a la República, pero decían —
según su pensamiento — que en « este tiempo de Revolución
en el que se multiplican las traiciones y en que pasaban por
jefes de los movimientos liberticidas cuantos aparecían
relacionados con el antiguo régimen, consideraban que el
deber de todos aquellos que no obstante adolecer de ese vicio
originario tenían las ideas de libertad e igualdad grabadas en
su corazón, era pronunciar su exclusión por sí mismos ».

Era extremado el desorden en el ejército de la Vendée, sobre


todo en los batallones parisienses formados por «héroes»
reclutados a 500 libras. Los improvisados jefes que tenían el
mando, pensaban más en medrar que en batirse, y los
representantes, encargados de vigilarlos, no se entendían
entre sí. Unos, como Goupilleau de Fontenay y Bourdon de
l'Oise, apoyaban a los antiguos oficiales, y otros, como
Choudieu y Richard, sólo tenían confianza en los nuevos jefes
«descamisados». Todos se achacaban mutuamente la
responsabilidad de los fracasos. En suma, era el caos.

En conjunto la situación era infinitamente más crítica que la


del año anterior, después de la toma de Verdun, porque los
artesanos de las ciudades, que habían sido, hasta entonces,
el mejor apoyo de la Revolución, comenzaban a dar señales
de enervamiento y exasperación. A fines de julio, en todas

659
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

partes se señalan graves disturbios provocados por la penuria


en Ruán, Esnue La Vallée y Lecointre temen un
levantamiento en Amiens son tasadas las subsistencias
arbitrariamente y es preciso enviar a Chabot y Andrés
Dumont para que restablezcan el orden en Attichy, en el
Aisne, y en los alrededores de Senlis se forman pequeñas
concentraciones que inspiran vivas inquietudes a Collot
d'Herbois e Isoré, etc. En ciertos momentos la escasez de
agua obligó a recurrir a los molinos movidos a fuerza de
brazos, con objeto de evitar que París muriese de hambre.

Los Exaltados, que comprenden que ha llegado su hora,


azuzan el descontento general.

Jacobo Roux, el 29 de julio pidió La formación de una


imponente fuerza para acudir en auxilio de los que se
ocupaban de las subsistencias. El 6 de agosto reclamó la
guillotina para los diputados de las tres asambleas que habían
recibido oro de los Uranos. El 8 de agosto solicitó la prisión
de todos los banqueros, que eran por naturaleza —decía —
lacayos de los reyes, acaparadores de la, moneda y causantes
del hambre. También quería que se decapitase a «todos esos
malos ciudadanos que han adquirido inmensos dominios en
estos cuatro años; esos egoístas que se han aprovechado de
las desgracias del país para enriquecerse; esos diputados que
antes de su inesperada elevación al Areópago no podían

660
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

gastar un escudo diario y hoy son grandes propietarios; esos


diputados establecidos como carniceros en una calle
pestilente y que actualmente ocupan espléndidas mansiones
(alusión a Legendre) ; esos diputados que, antes de recorrer
la Saboya y Bélgica, comían en modestas fondas, y hoy dan
grandes comidas, frecuentan los espectáculos y tienen sus
panegiristas a sueldo (alusión a Danton, Delacroix, Simond)
». Jacobo Roux esperaba que la Federación del 10 de agosto
sería la tumba de los acaparadores y concusionarios. Teófilo
Leclerc, por su parte, pedía el 27 de julio el arresto de todas
las personas sospechosas «con objeto de que la fiesta del 10
de agosto pudiera celebrarse con toda la solemnidad posible
». A los que le acusaban de ser un hombre sanguinario,
respondía el 31 de julio con este desafío : « Se me ha tratado
de hombre sanguinario, porque he confesado en alta voz que
un revolucionario debe sacrificar con sangre fría, si es
necesario, cien mil malvados a la Revolución. ¡Pues bien,
franceses! ¡Os descubro mi alma entera ! Os predigo que
tendréis que recurrir a eso cuando esté en la balanza la
muerte de vuestros enemigos o la vuestra ... Hago constar
que sólo el tener a los nobles al frente de nuestros ejércitos
ha hecho perecer a 150 000 combatientes. » En los números
siguientes repetía sus llamamientos a la violencia, y, por
último, el 6 de agosto la emprendía con la Convención:
«¡Pueblo! ¿Tienes queja de tus legisladores? Les has pedido
la tasa de todos los artículos de primera necesidad, y te lo

661
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

han rehusado ; el arresto de todas las gentes sospechosas, y


no ha sido decretado ; la exclusión de los nobles y sacerdotes
de todos los empleos civiles y militares, y no se ha accedido
a ello. Sin embargo, la patria sólo puede salvarse mediante
una sacudida revolucionaria, que de un extremo a otro
electrice a sus numerosos habitantes.»

El precedente año, después de la toma de Verdun, los


revolucionarios de París, para atemorizar a los aliados del
enemigo, dieron muerte a los sospechosos en las prisiones.
Corrió con persistencia el rumor de que se pensaba repetir
esas matanzas, que eran aconsejadas en grandes carteles, y
que el Journal de la Moniagne del 24 de julio denunció con
indignación condenando a sus autores.

Paralelamente a los Exaltados, los antiguos girondinos que


habían permanecido en París y los realistas escondidos
ensayaban, a su vez, el aprovecharse de la miseria, para
desencadenar un gran movimiento, contra el Ayuntamiento,
en primer término, y después contra la Convención.

Un amigo de Roland, el arquitecto Alejandro Pedro Cauchois,


apoyado por su sección, la de Beaurepaire, una de las más
moderadas de París, reunía en el Obispado, el 31 de julio, a
los delegados de 39 secciones (entre 48) para reclamar los
registros de los mercados entregados por el Ayuntamiento a

662
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

los proveedores, como también que fueran abiertos los


almacenes municipales de cereales y harinas. Al día siguiente
Cauchois, nombrado secretario, se presentaba con 24
comisarios del Obispado al directorio departamental en el
Ayuntamiento, pronunciando amenazadoras palabras y
proclamando que representaba la voluntad popular y exigía
cuentas inmediatas. Expulsado, llenó las paredes con
amenazantes carteles y durante varias semanas continuó
reuniendo a sus partidarios en él Obispado. Desde su prisión
de la Abadía, el diputado girondino Carra seguía con atención
y simpatía la lucha de Cauchois y las secciones contra el
Ayuntamiento, y se prometía un desquite sobre la Montaña.

Para calcular toda la gravedad de la situación, no hay que


olvidar que en esa fecha el Comité de Salud pública estaba
lejos de poder contar con una mayoría segura en la
Convención, y que sus poderes eran limitados. Aun no ejercía
autoridad sobre los otros Comités de la Asamblea que, en
principio, eran sus iguales. En propiedad sólo tenía el
derecho de vigilar a los ministros y tomar medidas
provisionales. Hasta el 28 de julio no obtuvo el derecho de
decretar órdenes de prisión. Hasta entonces había estado
obligado a dirigirse al Comité de Segundad general, cuando
necesitaba realizar pesquisas, y ese Comité de Segundad,
compuesto en gran parte por amigos de Danton, no estaba
muy dispuesto a secundarle con celo.

663
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Además, para protegerse contra los golpes de mano de la


calle, el Comité de Salud pública no disponía de ninguna
fuerza armada colocada bajo su autoridad particular. Los
regimientos de línea y los batallones de voluntarios estaban
en las fronteras; en París sólo quedaba la Guardia Nacional, y
ésta estaba bajo la autoridad directa del Ayuntamiento. Si
este poder efectivo faltaba al Gobierno, éste tendría que
capitular ante el menor tumulto. El mismo Ayuntamiento
tenía que contar con las secciones, y muchas de ellas
experimentaban la influencia de los girondinos disimulados
y también la de los Exaltados. Los guardias nacionales no
presentaban gran seguridad. Cuando se produjeron los
disturbios a causa del jabón, habían demostrado mucha
debilidad al reprimirlos. Y es que sufrían por la miseria, lo
mismo que los descontentos. Toda la fuerza del Comité era
únicamente moral; una fuerza de opinión, bien frágil cuando
tenía que distribuirse entre varias cabezas. La ansiosa
atención con que el Ayuntamiento y el Comité seguían las
menores manifestaciones de la opinión pública, por medio de
un ejército de «observadores», era suficiente para demostrar
su profundo temor a un golpe de mano.

Por suerte, el Comité había encontrado en Robespierre un


hombre respetado y un elocuente portavoz. Robespierre fué
el lazo vital entre el Ayuntamiento y la Convención, entre

664
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ésta y los clubs, entre París y el resto de Francia. Se


necesitaba nada menos que su prestigio intacto, para
amortiguar los choques entre los diversos elementos de los
partidos revolucionarios e imponer las soluciones
conciliadoras. En ese mes de agosto de 1793 rindió un
esfuerzo admirable.

Hizo, primeramente, a la Convención un señalado servicio


desembarazándola de la demagogia de los Exaltados. Si
combate a éstos no es porque se asuste de su política social.
Robespierre resume su política en estas palabras :
subsistencias y leyes populares. Pero los Exaltados eran
sembradores de desconfianza, creadores de violencia y
anarquía. No vacilaban en aliarse con elementos tan
sospechosos como los que reclutaba el rolandino Cauchois.

El 5 de agosto inició Robespierre la lucha en los Jacobinos,


respondiendo a Vincent, que atacaba a la Convención en
general, y especialmente a Danton y Delacroix. Vincent había
solicitado que los jacobinos recibieran la invitación de formar
listas de patriotas que debían ocupar todos los empleos
vacantes. Dueños, por lo tanto, de los designados, hubieran
llegado a ser dueños del Gobierno. La indignación de
Robespierre estalló. Se lamentó de que «hombres nuevos,
patriotas de un día, quisieran perder ante el pueblo a sus más
viejos amigos ». Defendió a Danton, que era calumniado, y

665
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

dijo : « Danton no podrá ser desacreditado más que después


de demostrar que alguien tiene más energía, talento y amor
a la patria que los que él posee. Después, desdeñando a
Vincent, cayó sobre los que consideraba como sus
inspiradores: Leclerc y Jacobo Roux, «dos hombres
asalariados por los enemigos del pueblo, a quienes ya
denunció Marat», dos hombres que invocaban, no obstante,
el nombre de Marat para desacreditar a los verdaderos
patriotas.

El 7 de agosto volvió a la carga, poniendo en guardia a los


jacobinos contra las exageradas medidas que podían causar
la pérdida de la República. Denunció el complot preparado
por los Exaltados para renovar los horrores de septiembre.
Hizo un vivo elogio de Pache, Hanriot y el Ayuntamiento,
atacados por Cauchois y los jefes de las secciones. Su
discurso causó tal impresión que los jacobinos le elevaron el
mismo día a su presidencia. Al día siguiente hizo comparecer
ante la barra de la Convención a la viuda de Marat, Simona
Evrard, la que había de denunciar « a todos los hipócritas
libelistas que deshonraban la memoria de su marido »,
predicando en su nombre extravagantes máximas. «
Pretendían perpetuar después de su muerte la calumnia
parricida que le presentaba como un apóstol del desorden y
la anarquía. » Robespierre hizo insertar en el Bulletin la

666
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

petición de Simona Evrard y someter al Comité de Seguridad


general el examen de la conducta de Jacobo Roux y Leclerc.

A Robespierre se debió que la fiesta del 10 de agosto pudiera


celebrarse sin trastornos ni efusión de sangre.

Respecto a los miembros de las secciones que se reunían en


el Obispado, el Comité de Salud pública maniobró
hábilmente. Recibió a su diputación en la noche del 1.° al 2
de agosto, dándole buenas palabras, paro haciéndole observar
que puesto que se preparaba la Federación del 10 de agosto,
era preferible remitir hasta el 12 ó 13 del mes la
comprobación de los almacenas municipales que ellos
solicitaban. Los de las secciones creyeron en la promesa, y
cuando, ya pasado el 10 de agosto, el Ayuntamiento estuvo
seguro del apoyo del Comité, rehusó abrir los almacenes.
Únicamente consintió en renovar la administración de las
subsistencias. Pache acusó a Cauchois de que si pedía las
cuentas era para conocer la verdadera situación y
transmitirla a los especuladores ávidos, «que se
aprovecharían para elevar los precios, y también a los
contrarrevolucionarios, que intentarían detener los cereales
en los alrededores de París, impidiendo su llegada a la ciudad
». Jacobo Roux, desautorizado por los Gravilliers, fué
detenido y encerrado en el Ayuntamiento, desde el 22 al 27
de agosto. Al mismo tiempo, la Convención ordenó, a moción

667
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de Tallien, la disolución de la asamblea de las secciones que


funcionaba en el Obispado desde hacía tres semanas. Fueron
disueltas sin resistencia.

Ese resultado hubiera sido imposible si el Comité de Salud


pública no hubiera tomado medidas eficaces para
aprovisionar a París. Puso a disposición del Ayuntamiento
importantes sumas: 540 000 francos el 24 de julio, para
compra de bueyes y arroz ; 2 millones el 7 de agosto, para
adquirir cereales y harinas ; 3 millones el 14 de agosto, etc,
Pero no era sólo dinero lo que se necesitaba. Había que vencer
la mala voluntad de los cultivadores. El Comité envía a los
vecinos departamentos delegados enérgicos pertenecientes a
la Convención, los cuales ordenan que se hagan censos, como
en los momentos de la toma de Verdun, y hacen agavillar los
trigos por medio de requisiciones de obreros, etc. Bonneval y
Roux, en el Eure y Loire, escriben a la Convención, el 26 de
julio, que cada cantón remitiría a París, para el 10 de agosto,
un saco de harina, y este ejemplo fué imitado por numerosos
federados, que se hicieron acompañar por carruajes cargados
de subsistencias. De este modo la capital fué aprovisionada,
y los Exaltados perdieron su principal argumento contra el
Ayuntamiento y la Convención.

Ya Barère había hecho votar, el 9 de agosto, el célebre decreto


que organizaba en cada distrito un «granero de abundancia »,

668
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

que debía ser alimentado por las contribuciones en especie


de los cosecheros y un crédito de 100 millones, votado para
compra de cereales. Los panaderos eran colocados bajo la
estrecha vigilancia de los Ayuntamientos, que podrían
incautarse de sus hornos. Los que abandonaran el trabajo
serían privados de sus derechos de ciudadanía y castigados
con un año de trabajos forzados. Es cierto que los « graneros
de abundancia » sólo existieron sobre el papel, pues ¿ dónde
encontrar los cereales para llenarlos, cuando casi se vivía al
día ? Pero el decreto, como muchos otros, tuvo por resultado
tranquilizar las aprensiones y que luciera para los
hambrientos una esperanza.

La Constitución iba a ser proclamada solemnemente el 10 de


agosto ante los delegados de las asambleas primarias. Si se
promulgaba inmediatamente, si se procedía a nuevas
elecciones antes que las revueltas interiores fueran
aplastadas, antes de que el enemigo fuera vencido, ¡ qué salto
hacia lo desconocido ! El Comité no se forjaba ilusiones sobre
la verdadera fuerza del partido de la Montaña. Sabía que
muchos electores no habían votado la Constitución más que
con la idea oculta de poner en la puerta a los de la Montaña
en cuanto fuera aplicada.

Desde Grenoble, el 26 de julio, DuboisCrancé y Gauthier


aconsejaban al Comité que hiciera inelegibles durante diez

669
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

años a «todos los individuos que, sea en el seno de la


Convención, sea entre los cuerpos administrativos y
judiciales o bien en las secciones », hubieran tomado parte
en la rebelión federalista. «Si no adoptáis ese partido antes
de separaros, veréis en la primera legislatura a todos esos
hombres pérfidos, que hoy tascan el freno, entregarse, a
pretexto del orden, a las medidas más liberticidas y fabricar
leyes de venganza y de sangre contra los que han hecho y
sostenido la Revolución. » El Comité pensaba como esos
representantes; pero fué mucho más lejos que ellos. No
quería elecciones en modo alguno. Tal vez sentía
repugnancia en violar, mediante un decreto de incapacidad
para ser elegido, los principios que había proclamado en la
Constitución, proporcionando asi a los girondinos un
pretexto excelente para que le acusasen de duplicidad.
Cuando Chabot propuso formalmente, el 11 de agosto, que se
declarase la incapacidad para ser elegidos de todos aquellos
que no hubieran asistido a las asambleas primarias sin causa
justificada y todos los que hubieran rehusado su voto a la
Constitución, el Comité hizo como que no recibía la
comunicación que le fué dirigida.

Un antiguo amigo de Roland afiliado a la Montaña,


Lanthenas, había propuesto que la Federación del 10 de
agosto fuera « un jubileo fraternal, una época de
reconciliación general entre todos los republicanos », o sea,

670
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

dicho en otros términos, tender los brazos a los federalistas,


concediéndoles una amnistía general. La idea había sido
acogida favorablemente por los moderados de la Convención.
Garat se precia en sus Memorias de haber convencido a
Danton y Legendre. Bar ere se mostraba favorable, según
afirma el diputado Blad (carta del 5 de agosto). Pero Hébert y
Robespierre se atravesaron. Hébert declaró que la amnistía
pedida por los Dormilones, tendría como consecuencia el
restablecimiento de la monarquía.

El Comité estuvo de acuerdo con Couthon v Robespierre,


hostiles a toda transacción mientras no fuera aplastado el
federalismo. El 2 de agosto Couthon, apoyado por
Robespierre, hizo votar la acusación del girondino Carra, por
haber propuesto en otro tiempo el restablecimiento de la
monarquía en provecho del duque de York.

El Comité podía temer que los partidarios de la amnistía y de


la entrada en vigor de la Constitución consiguieran
conquistar a los federales de toda Francia que habían llegado
a París para asistir a la fiesta del 10 de agosto. No vaciló en
recurrir a los grandes medios. Apostó agentes secretos en las
carreteras, con la misión de registrar a los federales, abrir su
correspondencia y arrestar a los que le pareciesen
sospechosos. Cuando el diputado Thibault protestó, el 5 de
agosto, de esos procedimientos de intimidación, fué acusado

671
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

por Couthon de ser un cómplice de los federalistas, y


Robespierre le cerró la boca. El Comité puso 300 000 libras a
la disposición de Hanriot para que organizase una discreta
vigilancia sobre los federales, y 50 000 libras a disposición
de Pache para que indemnizara a los miembros de escasos
recursos pertenecientes a los Comités de vigilancia de las
secciones (7 de agosto).

Esas precauciones fueron eficaces. Adoctrinados por los


jacobinos, que pusieron su local a su disposición, agasajados
y cumplimentados por los partidarios de la Montaña que
pertenecían a las secciones y el Ayuntamiento, los federales
abandonaron sus prevenciones contra París. No sólo no
crearon dificultades al Comité de Salud pública, sino que en
ocasiones memorables fueron sus más firmes sostenedores,
y al regresar a sus provincias fueron los misioneros del
evangelio de la Montaña. Parecieron tan absolutamente
seguros que se les asoció por un decreto a la obra
gubernamental.

A partir del 6 de agosto, su orador Claudio Royer, cura de Aur


Saône, se pronunció con energía contra la entrada en vigor
de la Constitución : « ¡ Es el deseo de los indecisos, los
moderados, los federalistas, los aristócratas y los
contrarrevolucionarios de toda especie! ». Los moderados no
se atrevieron a pedir la amnistía; pero, sin embargo, se

672
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

arriesgaron a reclamar la entrada en vigor de la Constitución,


sin duda creyendo que contarían con el apoyo de los
hebertistas. La idea de proceder a nuevas elecciones agradaba
a los que pensaban obtener actas y reemplazar a la cabeza del
Gobierno a unos hombres que decían que estaban «gastados »
y de los que soportaban con dificultad el mando. Hubieran
querido, simplemente, hacer declarar con anterioridad la
inhabilitación de los federalistas.

El 11 de agosto, pues, Delacroix, para confundir, según dijo,


a los que acusaban a la Convención de querer eternizarse,
propuso preparar la convocatoria de una nueva asamblea,
procediendo inmediatamente a formar el censo de la
población electoral y de las circunscripciones. La
proposición, hecha de improviso, en una sala casi vacía y en
ausencia de los miembros del Comité, fué votada sin debate.
Pero la misma tarde, en los Jacobinos, Robespierre se
revolvió contra esa votación por sorpresa. Hará vez fué de tal
vehemencia : «Llamado contra mi gusto al Comité de Salud
pública, he visto cosas que jamás me hubiera atrevido a
sospechar ; he visto, de un lado, miembros patriotas que han
puesto todos sus esfuerzos, algunas vez en vano, en la
salvación de su país, y de otro lado, conspirar a unos
traidores incluso en el seno del Comité, y esto con tanta más
audacia cuanto mayor era su impunidad... ( ). He conocido,
he leído una proposición que ha sido presentada esta mañana

673
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

a la Convención, y os aseguro que, aun ahora mismo, me es


difícil creer en ello ; no permaneceré como miembro inútil de
un Comité o de una Asamblea que van a desaparecer. Sabré
sacrificarme en bien de mi país... Yo declaro quenada puede
salvar a la República si se adopta la proposición presentada
esta mañana de acabar con la Convención y sustituirla por
una Asamblea legislativa. (¡No! ¡No! exclamaron todos.) La
proposición que combato sólo tiende a que sucedan a los
actuales seleccionados de la Convención los enviados de Pitt
y de Coburgo. »

La indignación de Robespierre se explica porque algunos de


sus colegas de Comité estaban de acuerdo con Delacroix y
aceptaban la disolución de la Convención. Pero la actitud de
los federales y los jacobinos, que invitaron a la Asamblea a
que permaneciese en su puesto, hizo fracasar la maniobra de
los moderados. El decreto provocado por la proposición de
Delacroix quedó como un papel inútil. En vano Gossuin y
Delacroix insistieron, el 12 de agosto, en el eterno ataque
contra Bouchotte ; en vano pidieron que los miembros
ausentes del Comité, Prieur ele la Marne y SaintAndré,
entonces en misión cerca de los ejércitos, fuesen
reemplazados ; el apoyo de los federales destruyó todas las
oposiciones. Al día siguiente el Comité fué confirmado en sus
poderes.

674
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

A petición, en fin, de los federales, fué votada la gran medida


de la conscripción en masa. La idea fué lanzada por un
agitador que actuaba en la sección de la Unidad, Sebastián
Lacroix, el 28 de julio : « ¡ Que la hora en que se tocaba a
rebato para asaltar el palacio del tirano y su trono se rompía
en pedazos, sea aquella en que la generala batirá en toda la
República ! ¡ Que los amigos de la patria se armen, que
formen nuevos batallones, que los que no tengan armas
conduzcan las municiones, que las mujeres lleven los víveres
o hagan el pan, que la señal del combate sea dada por el canto
de la patria, porque ocho días de entusiasmo pueden hacer
más por la patria que ocho años de combate ! » La idea obtuvo
gran éxito. El Ayuntamiento, después de las secciones, se la
apropió. El 5 de agosto pidió que se decretara la movilización
inmediata de todos los ciudadanos entre los 16 y los 25 años.
Los federalistas fueron arrastrados en esa corriente dos días
después; pero Robespierre, instruido del lamentable
resultado de los reclutamientos tumultuosos de aldeanos en
los departamentos próximos a la Vendée, hizo observar que
la conscripción en masa era inútil : «No son hombres lo que
faltan, sino más bien los generales y su patriotismo. » Los
federales se obstinaron. Su orador Royer, declaró el 12 de
agosto en la Convención: " Es preciso, en fin, dar un gran
ejemplo a la tierra, una terrible lección a los tiranos
coligados. ¡ Haced un llamamiento al pueblo, que el pueblo se

675
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

levante en masa, puesto que sólo él puede aniquilar a tantos


enemigos !» Esta vez Danton y Robespierre apoyaron la
medida. Danton hizo observar que el reclutamiento de los
soldados debía ser acompañado por la movilización
económica correspondiente. Pidió que los federalistas fuesen
encargados en sus cantones de presidir el inventario de las
armas, subsistencias y municiones al mismo tiempo que la
conscripción de los hombres. Robespierre propuso que,
además, fuesen encargados de designar a los patriotas
activos, enérgicos y seguros, que deberían reemplazar a los
miembros sospechosos de las administraciones. Como el
Comité de Salud pública no se apresuraba a provocar la
votación de lo que se le había pedido, los federalistas
reaparecieron en la barra, acompañados, esta vez, por los
diputados de las 48 secciones, el 16 de agosto. El Comité
cedió, y el 23 de agosto votó la Convención el célebre decreto
redactado por Barère con la colaboración de Carnot : « Desde
este momento hasta aquel en que los enemigos hayan sido
arrojados del territorio de la República, todos los franceses
pertenecen de un modo permanente al servicio de los
ejércitos. Los jóvenes irán al combate; los casados forjarán
las armas y transportarán las subsistencias; las mujeres
harán tiendas, trajes y servirán en los hospitales; los
ancianos se congregarán en las plazas públicas para excitar
el valor de los guerreros predicar el odio contra los reyes y la
unidad de la República. Los edificios nacionales serán

676
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

convertidos cu cuarteles; las plazas públicas, en talleres de


armas, etc.» Todos los jóvenes de 18 a 25 años, solteros o
viudos sin hijos, figurarán en la primera clase de la
conscripción. Se reunirán inmediatamente en la capital del
distrito, donde se formarán en batallones bajo una bandera
que ostentará las siguientes palabras : ¡El pueblo francés en
pie contra los tiranos!

Por primera vez en los tiempos modernos, todos los recursos


de una nación en guerra, hombres, alimentos, mercancías,
eran colocados bajo la autoridad del Gobierno. La República
—según la frase de Barère — no era más que una gran ciudad
sitiada, un vasto campo atrincherado.

Los acontecimientos habían ampliado de un modo singular el


papel del Comité de Salud pública. Ya no podía limitarse a la
vigilancia que hasta entonces le había sido atribuida. Ahora
gobierna y aun administra por encima de los ministros, que
no son más que delegados ; y esto es tan cierto que el mismo
Comité siente la necesidad de ser reforzado, llamando a los
técnicos de que hasta entonces carecía. Después de la
dimisión de Gasparin no figuraba en él ningún militar
profesional. Cuando, en principio, fué votado el
reclutamiento en masa, se apresuró a llamar al capitán de
ingenieros Carnot, que se hallaba desempeñando una misión
en el ejército del Norte, invitándole a tomar la dirección de

677
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

las operaciones militares y, asimismo, ofreció la dirección de


las industrias de guerra a otro ingeniero amigo de Carnot,
Prieur de la Cóted'Or, que fueron nombrados miembros del
Comité el 14 de agosto.

Danton hubiera querido dar estado de derecho a una


situación de hecho, erigiendo el Comité de Salud pública en
Gobierno provisional. Hizo esa proposición el 1.° de agosto, y
pidió que fuese puesta a disposición del Comité la suma de
50 millones, con el carácter de fondos secretos. Pero
Robespierre hizo observar que destruyendo la actividad de
los ministros no marcharía mejor el Gobierno: ¡al contrario!
quedaría desorganizado. Hérault de Séchelles demostró al
siguiente día que la moción de Danton era inútil y peligrosa.
« Si hemos de descender a detalles administrativos, aun
aumentándonos en número se nos destruye. » El Comité
aceptó únicamente los 50 millones de fondos secretos, a
condición de que sólo existiría la autorización,
permaneciendo los fondos en tesorería. Es visible que, aun
guardando consideraciones a Danton, el Comité le suponía
pensamientos no muy claros. ¿ Acaso no habían sido los
amigos de Danton y, a veces, Danton mismo, quienes en
aquella terrible crisis de agosto de 1793 habían producido las
mayores dificultades ?

678
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El Comité sólo había podido desenmascarar las intrigas de los


moderados con la ayuda del Ayuntamiento y los jacobinos.
Se había aproximado cada vez más a los más férvidos
elementos revolucionarios. ¿Llegaría siempre a refrenarlos?
¡Cuántos obstáculos tendría aún que salvar antes de llegar a
una situación estable!

679
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO IV
La oleada hebertista y el comienzo del Terror

Apoyado por las oficinas de Guerra y los agentes que


Bouchotte envió a los ejércitos para vigilar a los generales y
a veces a los representantes, reforzado por su clientela de
refugiados políticos, a quienes una paz prematura entregaría
a sus antiguos amos, Hébert es partidario, ante todo, de una
guerra a ultranza, hasta conseguir la completa victoria. No
puede concebir una política de paz que no sea, al mismo
tiempo, una política de restauración monárquica. Cloots, que
pretende llevar los límites de Francia hasta el Rhin, le
secunda con todas sus fuerzas, y el Batave hace coro al Père
Duchesne.

Hérault de Séchelles, que dirige con Barère la parte


diplomática en el Comité de Salud pública, piensa como su
amigo Cloots. El 18 de agosto envía a Mulhouse a un agente
secreto, Catus, para preparar la unión a Francia de esa
pequeña República manufacturera, aliada de la
Confederación los Trece Cantones. Se interesa especialmente
por la Saboya, de cuya organización ha sido encargado
después de la anexión, y de donde ha traído a su amante, la
morena Adela de Bellegarde. Saboya es invadida nuevamente
por los piamonteses. Hérault propone, el 25 de agosto, que
se envíen dos representantes, Dumas y Simond, para

680
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

rechazar al enemigo y tranquilizar a los habitantes sobre la


lealtad de Francia. Pero los moderados de la Convención,
todos los que habían aplaudido las tentativas de Danton para
transigir con los tiranos, pusieron mala cara a la proposición.
Duhem, que acaba de ser llamado de su misión en el Norte,
la combate arrojando sospechas sobre el civismo de los
saboyanos, y después de Duhem hace lo mismo Gossuin. En
vano Simond, que es saboyano, recuerda que sus
compatriotas han formado seis batallones de voluntarios que
se baten admirablemente. En vano Tallien exclama que
Francia se deshonraría si abandonase a los saboyanos que se
han entregado a ella. La Asamblea le escucha con extrema
frialdad. Es preciso que Prieur de la Marne y Barère
intervengan para que la Convención consienta en acudir en
socorro del MontBlanc.

Después de este debate, los hebertistas ya no dudan de que


existe en la Convención un fuerte partido de pacifistas, o sea
de realistas disfrazados. Les imputan la lentitud del proceso
de Custine, la absolución de Reubell y Merlin de Thionville
que capitularon en Maguncia, las persecuciones sufridas en
la Vendée por Rossignol — momentáneamente destituido por
Bourdon de l'Oise — y Goupilleau de Fontenay, las
malevolencias de ciertos representantes respecto de los
agentes de Bouchotte.

681
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Ciertamente Robespierre toma la defensa de Rossignol y hace


el elogio de los servicios prestados por los comisarios del
Consejo ejecutivo enviados a los ejércitos (23 de agosto); pero
los hebertistas se creen bastante fuertes para tomar la
ofensiva contra sus adversarios. El Père Duchesne no se
limita a atacar a Danton y sus amigos, « esos traidores que se
sientan en la Montaña », que es como los designa. Quiere
restaurar el poder de los ministros y hacer que éstos y sus
agentes sean independientes de la Asamblea, de los
representantes en misión y de los Comités. « Hombres de la
Montaña — escribe en su número 275 —, en tanto que los
Comités usurpen todos los poderes, no tendremos jamás
Gobierno o éste será detestable. Si los reyes han hecho tanto
daño en la tierra es porque nada se oponía a su voluntad, que
es más o menos lo que ocurre con vuestros Comités... Nunca
tendremos libertad, y nuestra Constitución será únicamente
una quimera en tanto que los ministros sólo sean monigotes
a las órdenes de los más ínfimos barrenderos de la
Convención. » Audazmente, propone Hébert que se ponga
inmediatamente en vigor la parte de la Constitución que
prescribe la elección de los ministros. Le dolía el fracaso
experimentado el 20 de agosto, cuando la Convención
designó a Paré, antiguo pasante de Danton, para el Ministerio
del Interior. ¡ Tomaría el desquite cuando el pueblo eligiera a
los ministros ! Robespierre tuvo que hacer inauditos
esfuerzos para impedir que los jacobinos siguieran a Hébert

682
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

y con él pidieran la renovación del Consejo ejecutivo por


votación popular.

Los hebertistas extremaron su campaña. Se quejaron del


mantenimiento de los nobles en sus empleos, de las
persecuciones de los patriotas en ciertas regiones, como en
Nancy (asunto Mauger), de la protección que el Comité de
Seguridad general concedía a los aristócratas, del retraso de
dicho Comité en juzgar a los girondinos y María Antonieta ;
mostraron al realismo como dominante en los espectáculos
de París, donde se representaban, entre aplausos, obras como
Pamela, donde se hacía el elogio de la nobleza y del Gobierno
inglés, y como Adela de Sacy, donde podía verse a una reina
y su hijo retenidos cobardemente en una prisión hasta ser al
fin libertados y restablecidos en sus derechos y honores. El
Comité prohibió las dos obras sospechosas.

A causa de la sequía que paralizó los molinos, reapareció la


penuria a últimos de agosto. Se gruñía coléricamente. Hébert
no atacaba solamente a los acaparadores, sino a toda clase de
negociantes en un artículo capaz de dar celos a sus rivales
los Exaltados.

«¡La patria! ¡Que diantre! ¡Los negociantes no tienen patria!


Han sostenido la Revolución mientras creyeron que les sería
útil; han dado la mano a los descamisados para destruir la

683
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

nobleza v los Parlamentos, pero sólo querían suplantar a los


aristócratas. Mas desde que no existen ciudadanos activos,
desde que el pobre descamisado goza de los mismos derechos
que los ricachones, estos canallas nos han vuelto la espalda
y han recurrido a todas las argucias imaginables para
derrumbar la República. Han acaparado todas las
subsistencias para revenderlas a peso de oro y para traernos
el hambre...» (núm. 279).

Por añadidura llegaban malas noticias de las provincias. Los


realistas y los tibios se agitaban para dificultar el
reclutamiento en masa: desórdenes el en Sena y Marne a
fines de agosto, fermentación en Rennes, revuelta en el
distrito de Saint-Pol (27 de agosto), tumulto en Abbeville para
librar a los sospechosos (27 de agosto), complots en Ruán,
insubordinación del 5.° regimiento de dragones en Laon (28
de agosto), reuniones de insumisos y desertores en el Alto
Garona y el Ariège (30 de agosto), etc.

Los hebertistas no se limitan ya a influir sobre la Convención


y el Gobierno. Preparan una nueva jornada. Según ellos, ha
llegado la hora de asumir a su vez el poder.

Hébert propone a los jacobinos, el 28 de agosto, dirigirse a la


Convención para reclamar la depuración de los Estados
Mayores, la destitución de los nobles y otras medidas de

684
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Salud pública. A esa petición se asocian las 48 secciones y


las sociedades populares de París. Hébert es muy aplaudido.
El federal Boy prorrumpe en amenazas contra la Convención.
Es llamado al orden, pero las tribunas le aplauden. El antiguo
orador de los federalistas, Royer, apoya la petición que, en
principio, es resuelta favorablemente.

Al día siguiente, Billaudvarenne — que regresa del ejército


del Norte — denuncia el desorden que ha seguido a la pérdida
del campo de Famars. Ante la Convención critica la inacción
gubernamental. Propone el nombramiento de una Comisión
encargada de velar por la ejecución de las leyes y de enviar
al cadalso a los que resulten culpables. En vano intenta
Robespierre detener el golpe asestado por Billaud al Comité
de Salud pública. La Comisión propuesta ha de rivalizar con
el Comité, paralizándolo y siendo un manantial de disturbios
y conflictos. « Es de temer que esa Comisión no se ocupe más
que de las enemistades personales, en vez de prestar una leal
vigilancia, convirtiéndose así en un verdadero Comité de
delación. ¡ No es de hoy que me doy cuenta de que existe un
pérfido sistema de paralizar el Comité de Salud pública,
haciendo ver que se le ayuda en sus trabajos ! » La Asamblea
permanece fría e incluso murmura. Danton acude en socorro
de Robespierre, que le ha defendido tres días antes en los
Jacobinos. «Ya el Comité de Salud pública presiona al Consejo
ejecutivo. Si creáis una Comisión, presionará al Comité, y

685
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

quizá en vez de un nuevo modo de accionar sólo habréis


creado una inquisición nueva. » Pero una vez dicho esto,
Danton, fiel a su táctica habitual, ofrece una transacción.
Propone que se agreguen al Comité tres nuevos miembros. Su
moción es enviada al Comité; pero éste no se apresura a
presentar la lista de los tres nuevos miembros que quieren
agregarle, porque tendría que incluir entre ellos a Billaud.
Prefiere hacerse el sordo.

Pero los hebertistas se apoderan de los jacobinos y, para


recobrar la popularidad, que se le va escapando, Danton aulla
con ellos. El 30 de agosto proclama, ante el club, que la
Convención liará, junto con el pueblo, una tercera
Revolución, si es preciso, « para terminar, en fin, esa
regeneración de la que se espera la felicidad, retardada hasta
ahora por los monstruos que la han traicionado ». Después
Royer evoca el ejemplo de Marat. ¿ Por qué no se han seguido
sus consejos ? « Ya no se escucha a los que hablan hoy. ¡ Es
preciso estar muerto para tener razón ! ¡ Que el Terror esté
en el orden del día ! ¡ Es el único medio de despertar al pueblo
y obligarle a que se salve a sí mismo ! » Royer quedó
encargado de proponer una nueva redacción (era la cuarta) de
la petición debida a la iniciativa de Hébert.

Robespierre hizo esfuerzos desesperados para evitar la


jornada que se preparaba. Pero los acontecimientos

686
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

trabajaban en pro de los hebertistas. El 2 de septiembre un


comisario del Consejo ejecutivo que regresaba del Mediodía,
Soulès, trajo la noticia de que los ingleses habían entrado en
Tolón el 26 de agosto. En seguida Billaud varenne sube a la
tribuna para poner en descubierto al Comité de Salud pública,
que había ocultado la noticia. La misma tarde en los
Jacobinos, los hebertistas acordaron la afiliación a la
sociedad de los republicanos revolucionarios, no obstante los
lazos que unían a su presidente, Claire Lacombe, con Teófilo
Leclerc. Además, Hébert provocó la resolución de que el club
se reuniera al día siguiente a las nueve de la mañana, para ir
a la Convención con las secciones y las sociedades populares.

Robespierre ganó aún dos días. Los jacobinos no


comparecieron ante la Convención ni el 3 ni el 4 de
septiembre. Pero el 4 la noticia de la entrada de los ingleses
en Tolón tuvo carácter oficial. A la mañana, los hebertistas
pusieron sus fuerzas en movimiento. Cerrajeros y obreros de
la construcción se reúnen en las calles del Temple y
SainteAvoye y van al Ayuntamiento para solicitar un
aumento de salario. Su orador interroga a Pache : « ¿ Hay
víveres en París ? Si los hay mostradlos, y caso de no
haberlos, decid las causas. El pueblo está en pie, los «
descamisados » que han hecho la Revolución, os ofrecen sus
brazos, su tiempo y su vida! Para calmar a los manifestantes
o salvar su responsabilidad, Chaumette corre a la

687
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Convención. Lleva el decreto en el que acaba de


comprometerse a establecer en el plazo de ocho días la tasa
de todos los artículos y mercancías de primera necesidad, o,
dicho en otros términos, el máximo general. El efecto que
produce es nulo. « ¡ No necesitamos promesas, sino el pan
que nos falta y ahora mismo !»— grita la multitud que ha ido
aumentando —. Entonces Chaumette sube sobre una mesa :
« j Yo también he sido pobre y, por lo tanto, sé lo que es la
pobreza ! ¡ Esto es la guerra declarada de los ricos contra los
pobres ! ¡ Quieren aplastarnos: pues bien, hay que estar en
guardia y aplastarlos nosotros mismos, puesto que tenemos
la fuerza en las manos ! » Y Chaumette invita al
Ayuntamiento a que reclame de la Convención la
organización inmediata de un ejército revolucionario « con el
fin de acudir a los campos donde se ha requisado el trigo,
asegurar los reclutamientos, favorecer las llegadas de
víveres, detener las maniobras de los ricos egoístas y
entregarlos a la venganza de las leyes ». Hébert invita a los
obreros a que cesen en su trabajo al siguiente día, para ir en
masa con el pueblo a la Asamblea : « Que la rodee como hizo
el 10 de agosto, el 2 de septiembre y el 31 de mayo, y no
abandone su puesto hasta que la representación nacional
haya tomado las medidas adecuadas para nuestra salvación.
Que el ejército revolucionario parta en el mismo instante en
que aparezca el decreto; pero, sobre todo, que la guillotina
siga a cada sector y cada columna de ese ejército ! » La mayor

688
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

parte de las secciones se presentaron ya muy tarde, durante


la noche, y una de ellas, la de los « descamisados », se declaró
en insurrección contra los ricos.

Para obtener el 10 de agosto el nuevo 31 de mayo que se


preparaba, era preciso arrastrar a los jacobinos como había
sucedido en vísperas de las grandes jornadas. En vano
Robespierre, secundado por Renaudin, puso al club en
guardia contra un tumulto que hubiera regocijado a los
aristócratas. En vano denunció « un complot para llevar el
hambre a París e inundarle en sangre ». En vano se
comprometió, en nombre del Comité de Salud pública, a
satisfacer las necesidades del pueblo y reprimir la
acaparación. Su apelación a la calma no fué escuchada. Royer
atacó al Comité, que contenía hombres perversos. Según él,
Barère « había tenido una marcha tortuosa en la Revolución».
Fueron inútiles los esfuerzos de Robespierre para defender a
Barère, hombre débil, pero activo y útil. Royer continuó sus
ataques y avergonzó a los jacobinos por su timidez : « ¿ Qué
habéis hecho desde hace ocho días ? Nada. ¡ Mostraos tal
como erais en los días difíciles en que salvasteis la libertad !
¡ Os conjuro a cambiar de táctica ! ¡ Obrad y no habléis más !
» Fué aplaudido frenéticamente. Robespierre se calló. Era
imposible detener el movimiento. Al día siguiente, 5 de
septiembre, un largo cortejo precedido por Pache y
Chaumette se trasladó desde el Ayuntamiento a la

689
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Convención. Los manifestantes llevaban carteles donde se


leía:

“Guerra a los tiranos! ¡Guerra a los aristócratas! ¡Guerra a los


acaparadores!”

La Asamblea, que esperaba esa visita, acababa de votar sin


debate, ya propuesta de Merlin de Douai, la división del
Tribunal revolucionario en cuatro secciones que funcionarían
simultáneamente. Pache explicó, en nombre del
Ayuntamiento y las secciones, que el pueblo estaba cansado
de la penuria ocasionada por el egoísmo de las clases
poseedoras y las maniobras de los acaparadores. Chaumette
leyó la proposición. Reclamaba la formación del ejército
revolucionario, ya decretada después del 2 de junio, y que la
intriga y el miedo de los culpables había ido retrasando. La
guillotina debería acompañar al Ejército. Robespierre, que
presidía, respondió a Chaumette que el pueblo podía contar
con la solicitud de la Convención. « ¡ Que los buenos
ciudadanos se agrupen alrededor de ella ! » acabó, como si
estuviera amenazada.

Billaudvarenne insistió sobre las peticiones. Reclamó el


arresto de los sospechosos. Volvió sobre su anterior moción
de crear una Comisión de vigilancia para la ejecución de las
leyes. « Si las revoluciones van arrastrándose, es porque las

690
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

medidas se toman a medias ! » Inútilmente Saint André, para


ganar tiempo, anuncia que el Comité va a deliberar sobre las
medidas propuestas. Billaud varenne le interrumpe con
rudeza : « ¡ Sería asombroso que nos divirtiéramos en
deliberar ! ¡ Es preciso obrar ! » En vano Basire procuró acudir
en socorro del Comité, tratando de poner en guardia contra
los jefes de las secciones que podrían no ser más que agentes
perturbadores en manos de la aristocracia, como en Lyon,
Marsella y Tolón. Fué interrumpido por murmullos, y Danton,
deseoso de recuperar su popularidad, subió a la tribuna. Es
preciso aprovechar están dictados por el genio nacional. Es
preciso decretar en el acto la formación del ejército
revolucionario, sin esperar ningún informe. Para
desbaratarlos manejos aristocráticos de que hablaba Basire,
proponía pagar una indemnización de 40 sueldos por sesión
a los « descamisados » que acudieran a las asambleas de
sección que serían reducidas a dos por semana. Además,
proponía la concesión de un crédito de 100 millones para las
fábricas de armas y que se imprimiera un movimiento
acelerado al Tribunal revolucionario. Todas estas medidas
fueron votadas.

Billaudvarenne, infatigable, insistió en el arresto de los


sospechosos, e hizo votar que los miembros de los Comités
revolucionarios, encargados de su vigilancia, el impulso
sublime del pueblo, cuyos deseos están dictados, recibirían

691
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

desde entonces un subsidio. También hizo votar la acusación


de los antiguos ministros Clavière y Lebrun ante el Tribunal
revolucionario, y, al fin, la larga y tumultuosa sesión fué
levantada después de elevar a Billaud a la presidencia de la
Asamblea, en reemplazo de Robespierre, cuyo mandato había
expirado.

A la mañana siguiente, el Comité de Salud pública, que se


había resignado, pidió a la Convención que le fueran
agregados tres nuevos miembros : Billaudvarenne, Collot
d'Herbois y Granet. Gaston se lamentó de que el Comité no
obrase con bastante energía en el sitio de Lyon. Danton le
reprochó el reservar demasiado el dinero : « Debéis adaptar
una manivela a la gran rueda, imprimiendo así un amplio
movimiento a la máquina política. Para conseguirlo, emplead
los grandes medios que sugiere el amor a la patria : de otro
modo no sois dignos de las funciones que se os han confiado.
» Gaston, entusiasmado, propuso que Danton, que tenía
nervio revolucionario, fuese adjunto también al Comité. Y así
lo decidió la Convención. Pero únicamente Billaudvarenne y
Collot aceptaron su designación. Danton y Granet la
rehusaron. El hecho de que Danton no aceptara, tomando
como pretexto el deseo de probar su desinterés a sus
acusadores, era cosa grave, porque Danton era entonces «lo
que hoy sería un poderoso ministrable que rechazase el
poder. Aun sin quererlo, se convertía en un centro de

692
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

oposición. Incluso cuando parecía apoyar al Comité de Salud


pública, su concurso despertaba desconfianzas » (Jaurès).
Pero es posible que Danton rehusase por otro motivo. Como
había tomado una parte tan importante como Billaud en las
graves resoluciones votadas el 5 de septiembre —porque el
Comité de Salud pública no había propuesto su nombre a la
Convención como propuso el de Billaud— Danton debió
decirse que el Comité no deseaba su concurso.

Por medio de Collot d'Herbois y Billaudvarenne, el


hebertismo se hallaba ahora representado en el Gobierno. Lo
que no dejaba de ofrecer sus ventajas. El Comité tenía ahora
contacto con los capuchinos y los pequeños clubs que
gravitaban dentro de su influencia. No tendría, pues, tanto
temor de verse desbordado y sumergido por la marea popular,
a la que debe esforzarse en canalizar y poner un dique.

El primer artículo del programa hebertista, del que se


derivaba todo el resto, era la guerra hasta el fin. El 6 de
septiembre, el inglés Matthews, a quien Danton había
empleado durante secretas negociaciones con Grenville, fué
detenido a su regreso de Londres. El periodista oficioso
Ducher, protegido de Barère, hizo en el Moniteur una
campaña contra los pacifistas, y el Comité decidió, el 24 de
septiembre, no mantener embajadores oficiales más que
cerca de los dos pueblos libres : americanos y suizos,

693
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

conservando agentes secretos en las demás potencias. Para


demostrar que estaba decidido a terminar con toda clase de
comunicaciones— incluso oficiosas—con el enemigo, decidió
no tratar con ningún agente o ministro extranjero que no
tuviera « un carácter positivo cerca de la República francesa
».

Al adoptar el programa de guerra a ultranza del hebertismo,


el Comité se veía obligado a procurar también los medios para
realizarlo. Hasta entonces el Terror había sido intermitente,
y los sospechosos, detenidos con cualquier pretexto, eran
puestos en libertad casi en seguida. A partir de ese momento
el Terror fué permanente. Merlin de Douai le dio su Código
mediante la Ley de sospechosos que hizo votar el 17 de
septiembre.

Hasta entonces no estaban definidos los sospechosos. Dicha


Ley llena esa laguna. «Son reputadas personas sospechosas:
1.°, aquellos que por su conducta, relaciones, palabras o
escritos, se hayan mostrado partidarios de la tiranía o el
federalismo y enemigos de la libertad ; 2.°, aquellos que no
puedan justificar en la forma prescrita por el decreto del 21
de marzo, sus medios de existencia y el cumplimiento de sus
deberes cívicos; 3.", aquellos a quienes se haya rehusado los
certificados de civismo; 4.°, los funcionarios públicos
suspendidos o destituidos de sus funciones por la

694
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Convención nacional o sus comisarios, y que no hayan sido


reintegrados a sus puestos; 5.°, los anteriormente miembros
de la nobleza: maridos, mujeres, padres, madres, hijos o
hijas, hermanos o hermanas y agentes de los emigrados, que
no hayan manifestado constantemente su afecto a la
Revolución ; 6.°, los que hayan emigrado en el intervalo entre
el 1.° de julio de 1789 y la publicación del decreto del 30 de
marzo de 1792, aunque hayan vuelto a Francia en el plazo
señalado en ese decreto o anteriormente. » Ese texto, tan
elástico, contenía una terrible amenaza, no sólo para los
verdaderos sospechosos, sino para todos los que podían
molestar al Gobierno, incluso los indiferentes y los tímidos,
puesto que englobaba hasta los ciudadanos cuya única falta
era no cumplir sus deberes electorales. Comprendía en la
medida a los funcionarios, puesto que a la destitución de los
infieles o tibios seguiría instantáneamente su reclusión.

Los Comités revolucionarios iban a tener faena. Pero el


Comité de Seguridad general, que, en el plano más elevado,
dirigía su acción, era sospechoso a los jacobinos, que le
reprochaban sus complacencias con los abastecedores, las
lindas solicitantes, los aristócratas y los banqueros
extranjeros. El 13 de septiembre, después de un vivo debate,
la Convención decretó la renovación del Comité de Seguridad
general, y que en adelante fuese el Comité de Salud pública
quien presentara ]a lista de sus miembros. Además, quedó

695
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

acordado que todos los demás Comités serian renevados


igualmente por mediación del Comité, de Salud pública.
Medida decisiva. El Comité de Salud pública es investido de
una preeminencia, de un derecho de inquisición y vigilancia
sobre todos los demás Comités que hasta entonces eran sus
iguales. En la actualidad posee la realidad del poder, puesto
que puede formar los otros Comités a su gusto, depurarlos y
dominarlos.

Así la oleada hebertista no tuvo como único resultado poner


el Terror en boga, organizar la vigilancia y la represión de un
modo permanente por medio de la Ley de sospechosos,
obtener el voto de las tasas (máximo) reclamadas por los
«descamisados » y organizar el ejército revolucionario para
arrancar las subsistencias a los cultivadores, sino que dio al
ejército revolucionario un vigoroso impulso.

El Comité de Salud pública, que venía chocando con la


desconfianza, los celos y la oposición sorda o franca de una
parte ele la Convención, vio sus poderes singularmente
fortificados. El 11 de septiembre. Tíarere hizo restablecer el
derecho de los ministros para enviar agentes a los
departamentos y ejércitos. Además, el 13 de septiembre un
decreto confió a las sociedades populares la misión de sañalar
al Comité a todos los agentes desleales o sospechosos de falta
de civismo, «particularmente los empleados en la venta o

696
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

abastecimiento de los ejércitos, a fin de que semejantes


agentes no usurpen por más tiempo las indemnizaciones y
puestos que sólo pertenecen a los verdaderos republicanos ».
Los clubs por ahí se convierten en un engranaje
gubernamental. Puede decirse que se inicia la dictadura del
Comité; pero se engañará seriamente quien crea que esa
dictadura va a establecerse sin nuevas conmociones. La
oposición moderada, rechazada por el hebertismo, ha tenido
que retroceder; pero no está vencida.

697
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO V
Hondschoote y Wattignies

El gran Comité de Salud pública, a pesar de estar protegido


por la elocuencia de Robespierre, no hubiera podido resistir
contra los peligrosos ataques de los extremistas de la
izquierda y los derrotistas de la derecha si no hubiera
obtenido rápidas victorias contra el enemigo.

Aunque poco numeroso — nueve y después doce miembros —


, para informarse no vaciló en delegar, en los momentos
críticos, algunos de sus miembros para que fuesen al campo
de operaciones. Al día siguiente de la toma de Valenciennes,
encargó a Saint André y Prieur de la Mame, acompañados por
Lebas, del Comité de Seguridad general, para que a toda prisa
inspeccionasen el frente del Nordeste, concertando con los
generales las medidas a tomar con mayor urgencia. Reunidos
en Bitche en conferencia con los generales del Mosela y el
Rhin, obtuvieron el inmediato envío de un refuerzo de 11,
000 hombres al ejército del Norte, al que debía seguir otro
nuevo refuerzo de 20, 000 hombres. Esos refuerzos fueron
sustituidos por fuerzas procedentes de las guarniciones del
interior. Los representantes fueron en seguida al ejército del
Norte, reorganizando, de paso, la manufactura de armas de
Charleville, y visitaron la fortaleza de Péronne, que

698
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

encontraron en lamentable estado. A su regreso a París, el 3


de agosto, expusieron al Comité que era preciso cambiar de
táctica, dar mayor movilidad a los ejércitos, operar
rápidamente y en masas, destituir a los estados mayores y
vigilar estrechamente a los abastecedores. Estos hombres
civiles trazaban, desde el primer momento, el programa que
Carnot iba a poner en realización.

Carnot y Prieur de la Cote d'Or, que entraron en el Comité el


14 de agosto, aun sin la Revolución hubieran sido
considerados como hombres de ciencia e ingenieros muy
distinguidos. Carnot, conocido por su célebre Ensayo sobre
las máquinas, aparecido en 1783, detestaba el ruido y
trabajaba en silencio. Encargado de algunas misiones en los
ejércitos desde los tiempos de la Asamblea legislativa, había
visitado las fronteras y conocía a los jefes y al soldado. Muy
trabajador, de una firmeza poco común y concentrada
reflexión, heredó el gabinete militar que ya había sido creado
por Saintjust antes de su llegada. Aumentó ese gabinete
llevando a él a varios especialistas, sin fijarse mucho en sus
opiniones y exigiéndoles sólo que sirvieran bien entre ellos,
Clarke, a quien fué confiado el servicio de los mapas y la
topografía, Montalembert, que se ocupó especialmente de la
artillería, y Michaud d'Arcon, particularmente experto en el
ataque y defensa de plazas. Carnot mantenía
correspondencia de su puño y letra con los generales. Los

699
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

planes de campaña y los nombramientos estaban sujetos a


las deliberaciones del Comité. Hombres civiles como un Saint
just, un SaintAndré, un Prieur de la Mame, un Robespierre,
parecían conocer y discutir las razones de las medidas
propuestas por el especialista Carnot, y sólo se adherían a
ellas con pleno conocimiento. Carnot ponía toda su confianza
en Bouchotte, que realmente la merecía, Bouchotte «poseía
grandes cualidades de administrador, una actividad
infatigable y una dedicación continua y razonada» (A.
Chuquet). Tampoco carecía de iniciativa. Fué el primero en
emplear las postas para el transporte de tropas y el primero
en utilizar. el telégrafo en la correspondencia militar. Era
honrado, reprimía las prodigalidades y supo seleccionar con
acierto. Es bastante difícil, por otra parte, distinguir en la
obra común lo que pertenece a Bouchotte y lo que pertenece
a Carnot; pero éste tuvo el mérito de defender a su
colaborador contra apasionados ataques que se renovaron
constantemente.

En cuanto a Prieur de la Cote d'Or, fué encargado, desde el


comienzo, de todo lo referente a material, o sea fabricaciones
de guerra, cañones, fusiles, armas blancas, municiones, y
también los hospitales y ambulancias.

Faltaba todo: materias primas, fábricas, ingenieros,


contramaestres, obreros. Los arsenales, dejados

700
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

intencionadamente en la inacción por los últimos ministros


de Luis XVI, estaban vacíos. El 15 de julio estaban sobre las
armas 479 000 hombres. Iban a ser llamados 500 000
reclutas; pero no había fusiles ni equipos que suministrarles.
Incluso no había suficientes para las tropas que se hallaban
en el frente. Los cruceros ingleses bloqueaban las costas. Era
preciso arrancar del suelo de Francia lo que hasta entonces
se compraba en el extranjero, como el cobre que provenía de
España, Inglaterra y Rusia, el acero de Suecia, Alemania e
Inglaterra, etc. Felizmente, los hombres del Comité amaban
la ciencia no sólo por sus servicios inmediatos y utilitarios,
sino por su propia grandeza y hermosura. Garnot y Prieur de
la Cote d'Or se dirigieron en seguida a los sabios. Pidieron su
auxilio a los primeros químicos e ingenieros de su tiempo :
Monge, Berthollet, Fourcroy, Chaptal, Périer, Hassenfratz,
Vandermonde, etcétera. Pero no sólo les pidieron consejo,
sino que fueron asociados estrechamente a su obra,
confiándoles misiones y responsabilidades. Vandermonde fué
encargado de dirigir la fabricación de armas blancas;
Hassenfratz fué nombrado, el 27 de brumario, comisario de
las manufacturas de armas. Chaptal, protegido de
Robespierre, entró en la administración de pólvoras y
salitres; Fourcroy, discípulo de Lavoisier, descubrió un
procedimiento para obtener el cobre separándolo del bronce
de las campanas, y éstas se convirtieron en la mina de cobre
de Francia; Monge redactó un luminoso tratado sobre el Arte

701
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de fabricar los cañones, que sirvió de memento a los


metalurgistas, etc. El Comité puso a disposición de los sabios
el castillo de PetitMeudon y su vecino parque para que
sirvieran de campo de experiencias. Con gran sigilo se
realizaron experimentos de pólvoras, granadas huecas,
granadas incendiarias, el telégrafo de señales inventado por
Chappe y los primeros aeróstatos militares. Monge organizó
en París una gran manufactura de fusiles y cañones, y
también fueron creadas otras fábricas en los departamentos.

Pero eran necesarios varios meses para poner en marcha esta


sorprendente improvisación. Sólo a fines de 1793
comenzaron a dar resultado las diversas fabricaciones. Los
seis primeros fusiles que salieron de la manufactura de París
fueron presentados a la Convención el 3 de noviembre.
Mientras, había sido preciso acudir a lo más urgente, incluso
vencer al enemigo para reanimar la quebrantada moral de las
tropas y sus jefes.

El Comité estaba convencido de que la victoria era imposible


si el Ejército entero no estaba animado de un espíritu
republicano. No se limitó a repartir entre los soldados diarios
patrióticos, sino que procuró borrar en los soldados de línea
todos los rasgos del antiguo régimen. Ordenó que, para el 15
de agosto a más tardar, sustituirían su antiguo uniforme
blanco por el azul que habían adoptado los voluntarios. El

702
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

nuevo ejército, compuesto en su mayor parte de soldados


bisoños, carecía de cohesión. A veces sufría el pánico. La
ofensiva por masas supliría lo que le faltaba de seguridad y
sangre fría. Los generales recibieron orden de atacar.

Kilmaine, un irlandés que mandaba el ejercito del Norte


después de la destitución de Lamorlière, no tenía confianza.
El 7 de agosto abandonó el campo de César y se retiró hacia
Arras, dejando libre el camino de París. La emoción fué
profunda. El yerno de Pache, Javier Audouin, confesó a los
jacobinos que el enemigo, si quería, en cuatro días podría
entrar en la capital. Destacamentos de caballería austríaca
recorrieron los departamentos del Aisne y el Somme y
llegaron hasta Noyon. Fersen y MercyArgenteau instaban a
Coburgo para que lanzase toda su caballería sobre París, con
objeto de libertar a la reina, que había sido trasladada a la
Conserjería el día 1.° de agosto. Pero Coburgo no disponía ya
de tedas las fuerzas coligadas. Obedeciendo a las órdenes de
Pitt, que le prescribían apoderarse de Dunkerque, útil como
cabeza de puente sobre tierra firme, el duque de York partió,
el 10 de agosto, hacia el mar, al frente de 37 000 hombres:
ingleses, hannoverianos y holandeses. Esa separación de
York y de Coburgo producida por el egoísmo, fué la salvación
de la República.

703
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El Comité de Salud pública destituyó a Kilmaine y le


reemplazó por Houchard, un viejo soldado de fortuna
cubierto de heridas, que parecía seguro por ser de origen
plebeyo y deber su carrera a la Revolución. Carnot instaló a
Houchard, le animó y orientó. Cuando supo el 18 de agosto
la marcha de los ingleses hacía Dunkerque, lanzó a Jourdan
en su persecución. Jourdan ensayó, sin éxito, el acorralar al
duque en Linselles, al día siguiente. York se desprendió, pasó
el Yser por sorpresa el 21 de agosto, se apoderó en Ostcapelle
de 11 cañones, y el 23 de agosto intimó a Dunkerque para
que se rindiera. Pero ya el comandante de Bergues, Carion,
había hecho abrir las esclusas e inundado los campos ante la
plaza, que no pudo ser totalmente bloqueada. Recibió
refuerzos conducidos por Jourdan y fué defendida
valientemente por Souham y Hoche. El 25 de agosto, recibió
Houchard la orden de aprovechar el alejamiento de Coburgo,
entretenido en el sitio de Quesnoy, y de York, ocupado en el
asedio de Dunkerque, para cortar sus comunicaciones,
arrojándose sobre los holandeses que custodiaban el Lys.
Houchard no obedeció estrictamente a estas instrucciones.
Dispersó sus fuerzas en vez de concentrarlas y cuando,
después de apoderarse de Turcoing, el 28 de agosto, debía
dirigirse sobre Ypres y Nieuport para cortar a los ingleses su
retirada sobre Bélgica, prefirió marchar en socorro de
Dunkerque por el camino más corto, o sea por Cassel. Así se
arrojó sobre el cuerpo de observación de Freytag, situado en

704
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

las cercanías del Gran Moëre para proteger a York contra un


ataque que procediera del Sur. Empujado el 6 de septiembre
en Ostcapelle y Rexpoëde, Freytag se retiró sobre
Hondschoote en la noche del 6 al 7 de septiembre, Una
batalla de dos días, desordenada y confusa, se entabló
alrededor del pueblo, que fué tomado y vuelto a perder por
ambas partes. A las diez de la mañana del 8 de septiembre,
Houchard creyó la batalla perdida. A no ser por el
representante Delbrel, hubiera ordenado la retirada. Volvió a
iniciarse el ataque, y los representantes Delbrel y Levasseur
(del Sarthe) fueron al lado de los generales en las columnas
de asalto. El caballo que montaba Levasseur fué muerto. Pero
a la una de la tarde Freytag se batió en retirada hacia Fumes.
Houchard debió emprender su persecución con energía.
Tenía en sus manos una división intacta que aun no había
entrado en fuego : la división Hédouville. Y así perdió la
ocasión de destruir el ejército de Hesse y Hannóver, que
retrocedía en desorden. No tomó Furnes ni cortó la retirada
al ejército inglés que sitiaba a Dunkerque. York se apresuró
a escapar por el camino de las dunas, abandonando una parte
de su artillería pesada.

La victoria era incompleta, pero era la primera que obtenían


las tropas republicanas desde hacía mucho tiempo. Borraba
el recuerdo de Aldenhoven, Neervinden, Raismes y Famars.

705
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Los « carmañolas» mostraban de nuevo su orgullo y su fe en


la Revolución.

Por desgracia, Houchard continuó en sus errores y no llegó a


tiempo para socorrer a Quesnoy. que capituló el 12 de
septiembre. Delbrel salvó a Bouchain y Cambrai conduciendo
por su propia autoridad víveres y refuerzos. Houchard,
desalentado, en vez de reunir todas sus fuerzas para caer
sobre Coburgo, todavía separado de York, retrocedió sobre
Arras y concentró sus tropas en el campo de Gavrelle. Eso era
desobedecer a la orden de ofensiva que había recibido. Los
representantes lo denunciaron a París y el Comité lo
destituyó el 20 de septiembre. Una pesquisa hecha en sus
papeles descubrió cartas de generales enemigos donde se
hablaba de canje de prisioneros y asuntos triviales. Como
esas cartas estaban concebidas en términos corteses, no hizo
falta más para establecer la acusación de inteligencia con el
enemigo y traición. El pobre Houchard fué enviado al
Tribunal revolucionario. El Comité no se limitó a la
destitución del Estado Mayor del ejército del Norte. A los
pocos días la emprendió con el mando de los ejércitos del
Rhin y el Mosela, el primero, Landremont, porque había
escrito el 12 de septiembre que a duras penas podría defender
las líneas de Wiseembourg, y si éstas eran forzadas,
Estrasburgo no podría resistir más de tres días; el segundo,
Schahuenbourg, porque fué derrotado el 14 de septiembre en

706
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Pirmasens, abandonando al enemigo 20 cañones y 2000


prisioneros. Esas repetidas destituciones, esa completa
renovación del Estado Mayor de los tres principales ejércitos,
valió al Comité un furioso ataque en la Convención, que duró
dos días : el 24 y 25 de septiembre. Ya el 20 de septiembre
había dimitido Thuriot, antes que aceptar la destitución de
Houchard. A su alrededor se agruparon los representantes
destituidos : Duhem, Briez, Bourdon de l'Oise y Goupilleau
de Fontenay, y Duroy y los antiguos miembros del Comité de
Seguridad general excluidos de sus puestos el 14 de
septiembre. La oposición estuvo a punto de triunfar. La
Convención agregó a uno de ellos, Briez, al Comité de Salud
pública. Pero Barère, Billaud, SaintÁndré y Prieur de la Marne
hicieron una gran defensa y después Robespierre subió a la
tribuna. Por encima de la Convención se dirigió al país
entero. Mostró la inmensidad de la labor que pesaba sobre las
espaldas del Comité : « Dirigir once ejércitos, soportar el peso
de toda Europa, desenmascarar traidores en todas partes,
castigar emisarios sobornados por el oro de las potencias
extranjeras, vigilar administraciones desleales y
perseguirlas, suprimir en todas partes obstáculos y trabas a
la ejecución de las más sabias medidas, combatir a todos los
tiranos e intimidar a todos los conspiradores. » Después tomó
la ofensiva : «Los que nos denuncian están denunciados al
Comité ; de acusadores que son hoy, van a convertirse en
acusados. >> De un modo implacable va desnudándoles: « El

707
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

primero (Duhem) se declaró partidario de Custine y de


Lamorlière, fué el perseguidor de los patriotas en una ciudad
importante (Lille) y, últimamente, tuvo el atrevimiento de
proponer el abandono de un territorio unido a la República
(la Saboya)... El segundo (Briez) no se ha rehecho aún de la
vergüenza de que se ha cubierto al regresar de una ciudad
confiada a su defensa después de haberla entregado a los
austríacos (Valenciennes). Sin duda si tales hombres
consiguen probar que el Comité no está compuesto de buenos
ciudadanos, la libertad está perdida, pues no será
precisamente a ellos a quienes la opinión inteligente dará su
confianza y entregará las riendas del Gobierno. »

Esa virulenta improvisación de Robespierre, tan desdeñosa


para sus acusadores, derrotó a éstos. Briez. aterrado, rehusó
el nombramiento que le elevaba al Comité de Salud pública.
Éste obtuvo un voto unánime de confianza y la aprobación
de todos sus actos.

Las consecuencias de esta gran batalla parlamentaria fueron


considerables. Queda admitido que los representantes en
misión, que antes se comunicaban directamente con la
Convención, deben subordinarse al Comité, y que éste, que
desde el 14 de septiembre ya elegía a los miembros de los
otros Comités, podrá llamar con toda libertad a los
representantes. La oposición está domada, al menos por

708
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

algún tiempo. Danton, que había permanecido callado


durante ese gran debate, el 10 de octubre solicitó un permiso
para ir a cuidar su salud en ArcissurAube.

Los últimos obstáculos que los moderados habían acumulado


para retardar las medidas revolucionarias, son destruidos. El
ejército revolucionario, decretado en principio el 5 de
septiembre, va a organizarse. Las persecuciones contra los
jefes girondinos, siempre aplazadas, van a entrar en acción.
Amar presenta su acusación el 3 de octubre. Pero sobre todo
la tasa de las mercancías, prometida en principio el 4 de
septiembre, entra por fin en aplicación por la gran ley del 29
de septiembre. El Terror económico camina al mismo paso
que el Terror político.

Las consecuencias de la victoria parlamentaria del 25 de


septiembre se hacen sentir también en el terreno militar. El
Comité tiene ahora carta blanca para democratizar a los
Estados Mayores. Aprovecha la libertad que ha conquistado
para confiar el mando de los tres principales ejércitos a tres
jóvenes generales de fortuna, salidos de las filas, que
justificarán esa designación : Jourdan, en el ejército del
Norte, el 24 de septiembre ; Pichegru, el 28 de septiembre,
en el ejército del Rhin, y, por último, Hoche, el 22 de octubre,
en el ejército del Mosela. Elección aun más audaz que la de
Houchard. Éste era un viejo soldado profesional que había

709
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hecho todas las campañas durante el antiguo régimen


después de la guerra de los Siete Años. Los nuevos jefes eran
jóvenes que no habían pasado nunca por las escuelas ;
autodidactos que no habían pasado del grado de suboficial en
1789 (Jourdan nació en 1762; Pichegru, en 1761; Hoche, en
1768) . El Comité obtuvo la recompensa de su audacia. Esos
jóvenes generales, que lo debían todo a la República, se
identificaron con ella y procuraron, con toda su alma,
conseguir la victoria. Estaban en la edad en que son vivas las
pasiones y se marcha adelante sin mirar hacia atrás. Sin
ellos, la táctica ofensiva de Carnot hubiera sido
impracticable. En su impulso no eran detenidos por el paso
de las teorías de escuela y lo debían todo a la experiencia y
la práctica. Con su audacia y sus improvisaciones,
desconcertaron a los viejos generales, lentos y rutinarios, de
la coalición. En un nuevo género de guerra eran necesarios
esos hombres nuevos; en una guerra nacional, jefes que
pertenecieran en cuerpo y alma a la nación.

La incompleta victoria de Hondschoote fué seguida en breve


plazo por otra victoria, la de Wattignies, obra de Jourdan y
Carnot.

Después de la toma de Quesnoy, Coburgo vaciló, según su


costumbre, sobre el partido que debía tomar. Perdió quince
días en reagrupar sus fuerzas entre el Sambre y el Escalda.

710
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Feliz respiro que aprovechó Carnot para poner en seguridad


a Péronne y Guisa. Por último, Coburgo se decide, el 28 de
septiembre, a marchar sobre Maubeuge con los
hannoverianos y holandeses que se le habían incorporado.
Empuja fácilmente a la división Desjardins, pasa al día
siguiente el Sambre en Hautmont, corta las comunicaciones
de Maubeuge con Avesnes y cerca a Maubeuge, donde los
representantes Hentz, Drouet y Bar se han encerrado con una
fuerte guarnición de 22 000 hombres.

Con admirable rapidez, Carnot se dirige al ejército de


Jourdan, y del 6 al 10 de octubre concentra en Guisa 45 000
hombres. Entres días llegan 4000 de Sedán habiendo
recorrido 65 millas, y 8 000 de Arras, habiendo cubierto la
misma distancia en igual tiempo. La concentración está
terminada el 11 de octubre. El general Merenvüe, jefe de la
artillería, es destituido porque no ha conducido con bastante
rapidez las municiones. Jourdan y Carnot marchan en
seguida sobre Maubeuge. Ordenan el ataque el 15 de octubre,
un ataque envolvente por las alas, en tanto que el centro
francés cañonea al enemigo. Los imperiales resisten el primer
día. Durante la noche, Carnot traslada 7000 hombres de su
izquierda a su derecha, y a la mañana, al rayar el alba,
vuelven a comenzar el ataque al pueblo de Wattignies, por
esa derecha que ha sido reforzada. Carnot con Jourdan
condujo las columnas de asalto. Wattignies pasó de mano en

711
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mano hasta quedar, por fin, en poder de los franceses.


Coburgo, el 16 por la tarde, ordenó la retirada después de
haber perdido 2000 hombres. Maubeuge fué libertada, y su
comandante Chancel, que no había hecho ninguna salida
durante la batalla, fué destituido.

La victoria no era, sin duda, decisiva. Coburgo no fué


perseguido. Pudo llamar en su auxilio a los ingleses que se
hallaban en Fumes y situarse tranquilamente en la orilla
izquierda del Sambre para cubrir a Bruselas. Pero Wattignies
era la segunda victoria señalada que obtenían los
«descamisados» después de las derrotas de la primavera.
Maubeuge era la segunda plaza que libertaban. Se acrecentó
su confianza y Carnot, que había demostrado su pericia,
consolidó su crédito. El acontecimiento justificaba la política
audaz del Comité de Salud pública. Ya no podría ser tildado
de desorganizar al Ejército, persiguiendo a los viejos
generales y colocando en su puesto a galopines sin
experiencia.

Al éxito de Wattignies podía agregar el Comité la toma de


Lyon a los rebeldes. El sitio fué llevado vigorosamente porque
corría prisa de emplear contra Tolón el ejército que en él
participaba. El Comité estaba impaciente por la lentitud que
empleaba DuboisCrancé en el bombardeo. DuboisCrancé era
aristócrata, y el Comité se imaginó que traicionaba. El 6 de

712
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

octubre fué llamado, lo mismo que su colega Gauthier,


porque en su última carta declaraban que no podrían impedir
una salida de Précy, en tanto que de los precedentes informes
del ayudante general Sandoz se desprendía que si los sitiados
intentaban una salida, sólo tendrían éxito realizándola en
globo... Tres días después de la orden llamando a
DuboisCrancé, el 9 de octubre, las tropas republicanas
entraron en la vencida Lyon. Pero Précy consiguió escapar
con un millar de hombres. El Comité quedó convencido de
que esa fuga, anunciada por Dubois Crancé, era una prueba
más de que éste era cómplice de los rebeldes.

A París iban afluyendo buenas noticias. El 17 de octubre, al


siguiente día de la jornada de Wattignies, los vandeanos
sufrieron un grave revés en Cholet y pasaron a la orilla
derecha del Loire, en SaintFlorent. También a fines de
septiembre los piamonteses habían sido arrojados del
Maurienne y el valle del Arve, y los españoles habían tenido
que evacuar el Rosellón y el país vasco.

El Comité podía volver la vista atrás y contemplar la obra


realizada en dos meses. El 23 de octubre dirigió una proclama
a las tropas donde ya sonaba un acento triunfal : «Los
cobardes satélites de la tiranía han huido ante vosotros...
Han abandonado Dunkerque y su artillería, apresurándose a
escapar de su completa ruina poniendo el Sambre entre ellos

713
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

y vuestras victoriosas columnas. El federalismo ha sido


destruido en Lyon. El ejército republicano ha entrado en
Burdeos para darle el último golpe. Los piamonteses y los
españoles han sido arrojados de nuestro suelo. Los
defensores de la República acaban de aniquilar a los rebeldes
de la Vendée.»

Sin duda no estaban vencidas todas las dificultades y aun


quedaban temibles puntos negros. Tolón resistía siempre.
Wurmser amenazaba la Alsacia. Los vandeanos, que habían
pasado al norte del Loire para formar la vanguardia de las
tropas inglesas, no estaban aniquilados y Coburgo en el
Sambre y el Escalda no estaba fuera de combate.

Pero, en conjunto, el Comité, a fines de octubre de 1793 no


erraba mirando al porvenir con confianza. Había pedido la
dictadura, en la gran sesión del 25 de septiembre, para salvar
a la patria. No estaba aún salvada ésta, pero sí en vías de
curación. El enfermo había recobrado la moral.

714
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO VI
El establecimiento del Gobierno revolucionario

Después del 20 de septiembre, fecha de la dimisión de


Thuriot, el Comité, desembarazado del último dantonista que
aun tenía, quedó más homogéneo. Desde el 3 de octubre,
fecha de la Memoria de Amar contra los girondinos, la
Convención había experimentado la amputación de 136 de
sus miembros (41 llevados al Tribunal revolucionario, 19 en
fuga y puestos fuera de la ley, y los otros 76 firmantes de las
protestas contra el 2 de junio, presos y salvados del cadalso
por Robespierre). Era una seria depuración que debía tener
por inmediata consecuencia debilitar proporcionalmente a la
oposición, que no había cesado de combatir al Comité desde
su nacimiento. Ya seguro, el Comité pudo delegar a la mitad
de sus miembros en diversas misiones (Prieur de la Marne y
SaintAndré, para reorganizar la flota en Brest y Lorient;
Couthon en Lyon; Saintjust en Estrasburgo, y después, al
regreso de Roberto Lindet, que estaba en Normandía, Collot
d'Herbois en Lyon). Pero si el Comité aumentó su autoridad
en París, le quedaba mucho por hacer para extenderla y
asegurarla en toda Francia.

El establecimiento del Gobierno revolucionario, es decir, la


coordinación de las medidas de excepción bajo la dirección

715
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

única del Comité, se realizó en dos épocas y por dos especies


de razones: primero, en septiembre y octubre de 1793, por
causas particularmente políticas ; luego en noviembre y
diciembre del mismo año, por razones de orden económico.
En el primer período fué preciso, ante todo, asegurar la
conscripción en masa, impulsando a las autoridades locales
y reprimiendo las últimas resistencias federalistas. En el
segundo, se intentó hacer posible la aplicación del máximo
general votado el 29 de septiembre, pero que no se realizó
hasta mediados de octubre.

Encerrada en un arca de madera de cedro, ante la mesa del


presidente de la Convención, la Constitución hecha por la
Montaña había sido aplazada hasta que se obtuviera la paz.
La antigua Constitución de 1791 permanecía en vigor en
todas sus partes, salvo las modificadas por nuevas leyes. Era
una Constitución descentralizadora, muy mal adaptada al
estado de guerra. En todas partes las autoridades
administrativas y judiciales provenían de la elección. Las
mismas autoridades revolucionarias, como también los
Comités encargados de vigilar a los sospechosos, tenían en
sus comienzos el mismo origen. Autoridades por elección en
período de guerra extranjera y guerra civil, no son seguras. Y
de hecho, aun cuando la elección fué suprimida, hubo en
pleno Terror Comités revolucionarios compuestos por
aristócratas disfrazados.

716
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Para remediar el peligro, la Convención generalizó el uso de


representantes en misión, provistos de ilimitados poderes.
Esos procónsules, tan poderosos como los intendentes de
Richelieu, no habían vacilado en ir contra las autoridades
recalcitrantes. Como no podían estar en todas partes a la vez,
para la leva de la primera conscripción se ayudaron por los
federales del 10 de agosto, en quienes delegaron una parte de
sus poderes.

Por ejemplo, Maure, que actuaba en el Yonne, confió a sus


delegados, por orden del 17 de septiembre, el derecho de
formar la lista de los jóvenes conscriptos, de proceder al
censo de los cereales y requisarlos, de levantar el inventario
de las armas de calibre v hacerlo depositar en las cabezas de
distrito, y de tomar informes sobre las personas sospechosas.
Poderes singularmente amplios v que reducían a las
autoridades oficiales a un papel casi meramente, consultivo.

Pero Laplanche, encargado del reclutamiento en masa en el


Cher, va mucho más lejos que Maure. Por orden del 27 de
septiembre, no sólo entrega a sus delegados los poderes
necesarios para efectuar la requisición de los hombres, armas
y subsistencias, sino que les autoriza a realizar visitas
domiciliarias, a desarmar a los descontentos y sospechosos,
a confiscar las «provisiones excesivas » que encontraran en

717
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sus casas y distribuirlas a los pobres, y asimismo los autorizó


a detener a los sospechosos, multarlos revolucionariamente
y, con el producto de esas multas, socorrer a los necesitados.
Por encima de los delegados de cantón, instituyó comisarios
de distrito con poderes aun más extensos. Podrían «destituir
a los administradores civiles y militares débiles, negligentes
o previcadores » y reemplazarlos provisionalmente sin
recurrir a la elección. Los comisarios de Laplanche usaron,
efectivamente, de los poderes conferidos. Pronunciaron
destituciones incluso de eclesiásticos juramentados,
ordenaron traslados, impusieron multas a los ricos (249 000
libras en el distrito de Vierzon, 313 000 en el de Sancerre,
etc.) y con el producto de esas multas aliviaron la situación
de los pobres, especialmente de los que tenían hijos en el
ejército, e hicieron donativos a los hospitales y a las
sociedades de carácter popular. Uno de ellos, Labouvrie.
despojó a las iglesias de los vasos sagrados. Aun no se atrevió
a prohibir el culto; pero predicó ya contra el catolicismo,
suprimió parroquias y enseñó desde comienzos de octubre
que el culto de la Libertad y la Igualdad era suficiente.

Los demás representantes en misión practicaron tan pronto


el método violento de Laplanche como el prudente de Maure.

Fouché fué de los que creyeron que la Revolución no podía


salvarse más que con una enérgica política de clase al

718
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

servicio de los « descamisados ». En cada cabeza de distrito


del Nièvre estableció un Comité de vigilancia y filantropía,
que fué autorizado a imponer a los ricos un impuesto
proporcional al número de los menesterosos (orden del 19 de
septiembre). Ordenó en Moulins, el 26 de septiembre, que los
panaderos sólo fabricasen una clase de pan; el pan de la
Igualdad, que se vendería al precio uniforme de 3 sueldos por
libra, concediendo a los panaderos una indemnización
compensadora a costa de los ricos. El precio corriente
anterior era de 10 sueldos la libra. Habiendo suprimido la
miseria, prohibió la mendicidad y la ociosidad: «Todo
mendigo o vago será encarcelado» (24 de brumario). Los
cosecheros que rehusaban aceptar las requisiciones, eran
expuestos en la plaza pública con el siguiente cartel : «
¡Enemigo del pueblo, traidor a la patria! ». De reincidir, serían
encarcelados hasta la conclusión de la paz, y sus bienes
secuestrados, salvo lo estrictamente necesario para ellos y
sus familias (2 de octubre). Fouché ordenó también el cambio
forzoso del numerario contra los asignados. Amenazó a los
fabricantes que cerrasen sus talleres con incautarse de ellos
y explotarlos por cuenta y riesgo de los mismos fabricantes.
«Aquí ruboriza el ser rico»—escribía el 13 de octubre __ Como
Laplanche, que era un antiguo vicario episcopal, Fouché, que
había pertenecido a la congregación del Oratorio, se
distinguió por sus medidas anticlericales. Se incautó de los
vasos sagrados y los envió a París. Secularizó los cementerios

719
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

por medio de su famosa orden de colocar sobre la puerta de


ellos la inscripción naturalista : «La muerte es un sueño
eterno ». Cuando fué creado el calendario revolucionario por
el decreto de 5 de octubre, organizó las fiestas cívicas de la
década para que reemplazaran a la misa. Y organizó un
pequeño ejército revolucionario para que fueran ejecutadas
sus órdenes.

Dubouchet en Sena y Marne, Le Carpentier en la Mancha,


Baudot en el Alto Garona, Taillefer en el Lot, RouxFazillac en
Charente, Lequinio y Laignelot en el Charente Inferior, y
Andrés Dumont en el Somme imitaron, más o menos, a
Laplanche y Fouché. Pero otros representantes se limitaron,
como Maure, a la tarea puramente administrativa de la
conscripción en masa, y aun repudiaron las innovaciones de
sus colegas. Había, en fin, departamentos que no habían
recibido aún la visita de los representantes y en los cuales la
aplicación de las leyes revolucionarias sobre acaparamientos,
confiscaciones, sospechosos, etc., era dejada a las antiguas
autoridades por elección. De ahí resultaba el más
sorprendente abigarramiento administrativo. En un lado el
Terror y el régimen de clubs apoyados en los « descamisados
». Un poco más allá, todo, en apariencia, igual que antes : los
ricos permanecían tranquilos, no se encarcelaba a nadie y los
sacerdotes gozaban de un perfecto reposo.

720
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El Comité de Salud pública trató de dirigir y encauzar la


actividad de los representantes, sin conseguirlo siempre. Su
actuación era lejos de París. Por la lentitud de las
comunicaciones carecían de tiempo para esperar las
instrucciones del centro. Sólo rara vez le presentaban alguna
dificultad importante. Obraban bruscamente, dejándose
llevar por su inspiración, fuese buena o mala.

Por lo demás el Comité aplaudió la política de clase de los


Laplanche y Fouché. Felicitó a Fouché por haber multado a
los ricos : « Ese medio de salud pública es también una
medida de seguridad personal contra la justa indignación del
pueblo, que no puede tolerar más tiempo el exceso de su
miseria » (29 de agosto). Roberto Lindet pensaba como sus
colegas que permanecían en París, y desde Caen les escribía,
el 29 de agosto, que era peligroso armar a los pobres si antes
los ricos no eran puestos en razón.

El Comité aprobó también las prisiones y destituciones


(véase cartas a Le Carpentier, 7 de septiembre, y a Carrier, 8
de septiembre). Pero bien pronto se inquietó por la política
anticlerical o, más bien, anticristiana de ciertos procónsules.
« Nos parece—escribía a Andrés Dumont el 6 de brumario —
que en vuestras últimas operaciones habéis procedido con
demasiada violencia contra los objetos del culto católico... Es
preciso que no se proporcione a los contrarrevolucionarios

721
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hipócritas, que procuran encender la guerra civil, ningún


pretexto que parezca justificar sus calumnias. No hay que
ofrecerles la ocasión de decir que se viola la libertad de cultos
y que se hace la guerra a la religión en sí misma. » Ya
Robespierre se había alarmado por el decreto del 5 de
octubre, que instituía el nuevo calendario y había escrito, en
su cuaderno de notas : « Aplazamiento indefinido del decreto
sobre el calendario », frase que demuestra que tuvo la
intención de oponerse a la ley que debía servir de pretexto
para la descristianización. ¿ Cómo realizar una política de
clase en provecho de los « descamisados » si se hería a estos
en sus convicciones ?

Aun aprobando las enérgicas medidas de los procónsules, el


Comité vio muy pronto sus peligros. Maure fué felicitado por
su represión de los arbitrarios actos cometidos por los
federales del 10 de agosto, delegados suyos, y por los Comités
revolucionarios (14 de brumario). Invitó a Laurent, enviado
en misión al Norte, para que disolviera la fuerza
revolucionaria que había reclutado : « Una táctica
contrarrevolucionaria, apoderándose de ese pretexto del
terror, puede reproducir, de pronto, el sistema de fuerza
departamental que amenazó un día a la libertad. Depurad la
Guardia Nacional; prestará los mismos servicios y no hará
concebir semejantes alarmas » (2 de frimario). Dos días

722
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

después escribió a Maure para que disolviera su ejército


revolucionario en cuanto abandonase el Yonne.

Una vez terminada la conscripción en masa y que el Comité


hubo llamado a los representantes que la habían organizado,
tuvo buen cuidado de hacer constar en el decreto que los
poderes delegados en los representantes cesarían
inmediatamente (13 de brumario). Un decreto del 19 de
brumario encargó al Comité de que se hiciera rendir cuentas
del uso que esos delegados habían hecho de sus poderes.
Puesto que eran llamados los representantes y suprimidos
sus delegados, las antiguas autoridades por elección
quedaban únicamente encargadas de la ejecución de las
leyes. El Comité no podía abandonar la preocupación de
establecer una armonía entre las diferentes autoridades,
tanto las de origen electivo como las nacidas de la dictadura
revolucionaria. Era preciso delimitar su respectivo campo y
subordinarlas todas al poder central o, dicho en otros
términos, sustituir a la caótica centralización intermitente
que se había formado al azar—por imperiosas necesidades—
con una centralización ordenada y permanente. Esto era
tanto más imprescindible cuanto que la situación económica
lo exigía.

La ley del 29 de septiembre sobre el máximo general


comprendía a todos los géneros ya sometidos a la ley del 27

723
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de julio sobre el acaparamiento. A excepción de los cereales,


harinas y forrajes, tabaco, sal y jabón, cuya tasa era uniforme
para toda Francia, los otros géneros y mercaderías de primera
necesidad debían ser tasados por los distritos al precio medio
de 1790, aumentado en un tercio, de forma que lo que valiese
3 libras en 1790 no pudiera exceder de 4 libras en 1793. Los
contraventores, tanto comprador como vendedor, serían
castigados con una multa solidaria del doble del valor del
objeto vendido fraudulentamente, que sería aplicada al
denunciante. Además, serían inscritos en la lista de los
sospechosos. Hubiera sido ilógico tasar los géneros sin
hacerlo al mismo tiempo con los jornales de los obreros. La
ley fijó el máximo de los salarios en el tipo de 1790 con un
aumento de la mitad, de modo que el obrero que ganaba 20
sueldos en 1790 ganase 30 en 1793. La tasa de los salarios
debía establecerse por las municipalidades, en tanto que la
tasa de los géneros era de la competencia de los distritos. Los
obreros que rehusaran trabajar al precio oficial, serian
requisados por las municipalidades y castigados con tres días
de prisión.

El Comité no se forjó ninguna ilusión sobre las dificultades


de aplicar semejante ley, que obligaba a los poseedores a
vender con pérdida, sin indemnización, mercaderías que
vendían anteriormente a un precio tres o cuatro veces más
elevado. La precedente ley del 24 de mayo sobre el máximo

724
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de los cereales, tuvo como resultado instantáneo el dejar


vacíos los mercados. ¿ Cómo aprovisionar las ciudades y
ejércitos, si el abastecimiento dependía de autoridades
locales por elección, secretamente hostiles a la legislación
revolucionaria ? La entrada en vigor del máximo general iba
a exigir una recrudescencia del miedo, es decir, del Terror, y,
al mismo tiempo, un progreso decisivo hacia la organización
de ana centralización más estrecha, más orgánica, más
dictatorial.

Dos días antes de que las tablas del máximo fuesen colocadas
en París, el 10 de octubre, en un discurso amargo y sombrío
lleno de tajantes sentencias, Saintjust expuso a la Asamblea
el plan de una nueva organización de la República, de una
especie de Constitución provisional que le parecía necesaria
para remontar los terribles obstáculos que preveía. «Las leyes
son revolucionarias, pero no los que las ejecutan... La
República no quedará fundada hasta que la voluntad soberana
comprima a la minoría monárquica reinando sobre ella por
derecho de conquista. No debéis descuidar nada contra los
enemigos del nuevo orden de cosas, y la libertad debe vencer
a cualquier precio. Tenéis que castigar no sólo a los traidores,
sino también a los indiferentes; tenéis que castigar a quien
muestre pasividad en la República y no haga nada por ella....
¡Es preciso gobernar férreamente a los que no pueden serlo
de un modo justo! ¡Es preciso oprimir a los tiranos! ». Saint-

725
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

just justificaba ese programa de desesperado terrorismo,


presentando un cuadro espantoso de la burocracia civil y
militar y de la situación económica y moral del país.
Mostraba a los administradores de los hospitales
proporcionando harinas a los rebeldes de la Vendée, a los
funcionarios encargados de la ejecución de las leyes sobre
acaparamiento, acaparando por sí mismos, a los adquirentes
de bienes nacionales cubriéndose con un papel depreciado, a
los ricos haciéndose más ricos gracias a la baja de los
asignados y la carestía de la vida. « El patriotismo es un
comercio de palabras ; cada uno sacrifica a los demás y no
sacrifica nada de su propio interés. » Preveía que la ley del
máximo general iba a provocar nuevas especulaciones. Sólo
veía una salida: dar al Gobierno el nervio que le faltaba. En
todas las escalas, la responsabilidad estaría al lado del poder
de ejecución: « Es preciso colocar en todas el hacha al lado
del abuso. » El apoyo se buscaría en la clase pobre y los
soldados rasos, atenuando sus padecimientos. «Un soldado
desgraciado lo es más que cualquier otro hombre, porque
¿para qué combate si ha de defender a un Gobierno que lo
abandona ? » En los ejércitos, los representantes deberían ser
como padres y amigos de los soldados, acostándose en la
misma tienda que ellos y participando de su vida. Para hacer
ejecutar las órdenes del Comité, estarían bajo su inspección
inmediata, no ya únicamente el Consejo ejecutivo, como
antes, sino los generales y los cuerpos constituidos. Se

726
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

proclamaría que el Gobierno era revolucionario hasta obtener


la paz, o sea que la Constitución votada en junio sería dejada
definitivamente de lado, legalizando la dictadura y
subordinando provisionalmente el principio electivo al
principio autoritario. El Comité podría vigilar, esto es,
destruir, los cuerpos constituidos por elección. Para hacer
ejecutar rápidamente las leyes revolucionarias, el Comité se
entendería directamente no con las administraciones
departamentales, como anteriormente, sino con los distritos,
que se convertirían en clave de la nueva organización.

Para asegurar la aplicación del máximo, debería hacerse un


censo con todos los cereales de la República, lo que
permitiría establecer el derecho de requisa de un modo
seguro. El territorio sería dividido en zonas de
aprovisionamiento, y París abastecido para un año en su
distrito particular. Las resistencias serían dominadas por el
ejército central revolucionario, cuyos destacamentos se
instalarían en aquellos Ayuntamientos que se mostraran
recalcitrantes, corriendo los gastos a cuenta de los ricos.
Saintjust preveía también la creación de un tribunal especial,
una especie de Cámara Ardiente, que ahorcara a todos los
abastecedores y a cuantos habían manejado fondos públicos
a partir de 1789.

727
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Todas las medidas propuestas fueron votadas sin debate. Los


temores que había emitido sobre la eficacia del máximo se
realizaron bien pronto. En París, y en todas las ciudades de
Francia, en cuanto fué fijada la tasa, los almacenes se
vaciaron instantáneamente por el impulso de una multitud
ávida. Los comerciantes, no teniendo ya nada que vender,
comenzaron a cerrar sus establecimientos. En París,
Chaumette los amenazó con una expropiación y, por
inspiración suya, el Ayuntamiento pidió a la Convención «
que fijase su atención sobre las materias primas y las
fábricas, a fin de. requisarlas, dictando penas contra los
dueños o fabricantes que las dejasen inactivas, o bien
poniéndolas a disposición de la República, que no carece de
brazos para poner todo en actividad ». Al final de la
expropiación existía ya el colectivismo, haciendo valer la
República, por sí misma, toda la producción agrícola e
industrial. Pero ni la Convención ni el Comité querían llegar
hasta ese extremo, haciendo una Revolución social para
asegurar la aplicación del máximo, que ya habían sufrido de
mala gana.

El Ayuntamiento acudió a lo más urgente. Fiscalizó el reparto


de los géneros existentes por medio del derecho de requisa,
estableciendo tarjetas para el pan, la carne, el azúcar, el
jabón, o sea creando el racionamiento. Reprimió los fraudes
en las bebidas, que se habían multiplicado, con la institución

728
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de comisarios degustadores. Autorizó a los comisarios de


abastecimientos para que realizaran visitas domiciliarias,
incluso en las casas particulares. Procuró hacer respetar las
tasas por medio de medidas policíacas, amenazando a los
delincuentes con la aplicación de la ley de sospechosos. La
mayor parte de las ciudades imitaron y aun se adelantaron al
ejemplo de París.

Pero si el reparto de los géneros existentes iba realizándose


mejor o peor, el reabastecimiento era cada vez más difícil,
porque los negociantes no tenían ningún interés en renovar
sus depósitos. Para restablecer la circulación de mercancías
e impedir la paralización de la producción y con ella el
hambre, era preciso dar un paso más en el camino de la
centralización. El Comité creó, el 22 de octubre, una
Comisión de tres miembros, llamada Comisión de
subsistencias, dotada de los más extensos poderes. Por el
derecho de confiscación podría apoderarse de todos los
géneros al precio de la tasa. Repartiría esos géneros entre los
distritos y tendría plena jurisdicción sobre toda la
producción agrícola e industrial: transportes, manufacturas,
minas, carbones, maderas, la importación y la exportación.
Podría requerir el auxilio de la fuerza armada. Prepararía la
revisión de la tasa, que ya no sería dejada a la arbitrariedad
de las autoridades locales, sino sometida a principios fijos
expuestos por Barère el 11 de brumario. Inicialmente serían

729
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

tasados : «1.°, los almacenes de materias primas ; 2.°, las


fábricas; 3.°, el comercio mayorista; 4.°, el comercio
minorista» y, en fin, serían acordadas indemnizaciones por el
transporte, según la distancia. Para preparar esta nueva tasa
gradual y uniforme, respetando Jos beneficios del fabricante,
el negociante y el minorista con objeto de restablecer la
circulación, la Comisión de subsistencias se entregó a una
inmensa investigación confiada a una oficina especial : la
oficina del máximo. La investigación duró varios meses, y las
nuevas tasas del máximo no estuvieron preparadas hasta la
primavera de 1794. Entretanto, hubo que vivir
provisionalmente, o sea por medio de requisiciones y
racionamientos.

Roberto Lindet, llamado de su misión en Calvados, tomó la


dirección de la Comisión de subsistencias, el 2 de noviembre.
Se opuso —. según dice él mismo — a que el ejército
revolucionario fuera empleado en las requisiciones. Quedó de
guarnición en las ciudades de IledeFrance. Como permaneció
inactivo, el Tribunal revolucionario especial que debía
acompañarle en sus desplazamientos no llegó nunca a ser
constituido.

Antes que emplear la fuerza militar en la ejecución de las


requisiciones y tasas, el Comité prefirió reforzar la
centralización administrativa. Billaudvarenne renovó, el 28

730
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de brumario, las críticas de Saintjust sobre la mala voluntad


de las autoridades subalternas, las que dejaban sin aplicación
los decretos de carácter popular, como el que concedía
socorros a los padres de los voluntarios y como los referentes
a las subsistencias. Propuso que se obligara a todas las
autoridades a dar cuenta de sus actos cada diez días, a
publicar las leyes en un boletín especial, someter a todos los
funcionarios a responsabilidades pecuniarias y penales y, por
último, autorizar a los representantes y al Comité para que
pudieran reemplazar sin elección a todas las autoridades
débiles o sospechosas. Además propuso, el 9 de frimario, que
se prohibiera a los representantes delegar sus poderes, para
que ya no hubiese intermediarios entre el Comité y ios
distritos, disolver todas las fuerzas armadas departamentales
y suprimir todas las Comisiones departamentales de
vigilancia infectadas de federalismo. Este proyecto fué
votado definitivamente el 14 de frimario, con una enmienda
que le dio más fuerza. Danton hizo ver que la ejecución de
las leyes no debía ser confiada ya a magistrados por elección:
«Pido que en cada departamento haya un procurador nacional
y que, para destruir la influencia del parentesco, la fortuna y
la riqueza, sea el Comité de Salud pública quien designe a
esos funcionarios, esos agentes del pueblo, que ya no serán,
como ahora, hombres de la localidad, sino de la República» (3
de frimario).

731
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Después de alguna vacilación, el Comité aceptó la


designación de estos agentes nacionales, nombrados por el
Gobierno y no electivamente, que anunciaban ya a ios futuros
prefectos de Napoleón. Como Fayau y Merlin de Thionville
defendieran el principio electivo, Couthon respondió : «En
este momento no sólo hay que evitar el que los funcionarios
públicos sean peligrosos, sino incluso el que sean dudosos. »

Por esta ley del 14 de frimario, que, con algunos cambios, fué
la Constitución provisional de la República durante toda la
guerra, toda la administración de Francia se concentró en
París, como antes de 1789. Las autoridades por elección que
aun existían quedan vigiladas por el agente nacional
nombrado por el Comité y dotado del derecho de requisa
como del poder de denunciar los magistrados y funcionarios.
Éstos saben que serán destituidos y, por lo tanto, incluidos
en la lista de sospechosos, y detenidos a la menor falta. Para
reemplazarlos ya no se procederá a elecciones, como aun se
había hecho en la época de la conscripción en masa ; los
representantes en misión o los agentes nacionales se
limitarán a consultar a la sociedad popular antes de formar
la lista de los posibles reemplazantes. Un decreto de 5 de
brumario suspendió la elección de las municipalidades.
Prácticamente, la soberanía del pueblo, el poder electoral, se
concentra en los clubs, o sea en el partido que gobierna. Los
mismos clubs se depuran. El Gobierno revolucionario se

732
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

convierte en la dictadura de un partido ejercida en provecho


de una clase, la de los consumidores, la de los artesanos,
pequeños propietarios y pobres, conducida por hombres de la
clase burguesa que han ligado invenciblemente su suerte a la
de la Revolución, y sobre todo por aquellos a quienes dentro
de esa clase enriquece la fabricación de guerra.

La dictadura de un partido o de una clase, lo más frecuente


es que se establezca por la fuerza, y es de una absoluta
necesidad en tiempo de guerra. El Gobierno revolucionario
tuvo que ser acompañado fatalmente por el Terror.

733
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO VII
La justicia revolucionaria

Casi no hay ejemplo de que en un país en estado de guerra


con el extranjero, con la complicación de una guerra civil, los
gobernantes no hayan acudido a una justicia sumaria y
expeditiva para reprimir las inteligencias con el enemigo, los
complots y las rebeldías.

Para juzgar a los crímenes contra la seguridad del Estado, la


Constituyente había creado un Alto Tribunal elegido por los
colegios electorales de los departamentos. La nueva
jurisdicción, que había absuelto o procurado no juzgar a los
acusados que la Legislativa le había sometido, no había
respondido a lo que de ella esperaban los revolucionarios.
Después de la insurrección del 10 de agosto, el victorioso
Ayuntamiento exigió la formación de un tribunal de lo
criminal extraordinario, especie de tribunal militar en que
los jueces y jurados fueran elegidos por las secciones de la
capital. Ese tribunal del 17 de agosto pronunció algunas
sentencias de muerte mitigadas con indultos, pero no
impidió las matanzas de septiembre. Los girondinos, a
quienes no agradaba, por tener su origen en la Montaña, lo
suprimieron el 29 de noviembre de 1792, en tanto que el Alto
Tribunal había desaparecido desde el 25 de septiembre. La
Revolución ya no poseía jurisdicción política. Los acusados

734
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de complot contra la seguridad del Estado —. como los


agentes de la lista civil Sainte-Foy y Dufresne-Saint-Léon,
como la señora de Rohan-Rochefort, acusada de inteligencias
con el emigrado Bertrand de Moleville; como el antiguo
alcalde de Estrasburgo, Dietrich, cómplice de la rebelión de
Lafayette, y otros muchos — eran conducidos ante los
tribunales ordinarios, que, por regla general, los ponían en
libertad. Gobernaban los girondinos; los ejércitos victoriosos
ocupaban Bélgica. La República creía poder mostrarse
generosa sin ningún riesgo.

Pero, a comienzos de marzo, llegaron las noticias de


Aldenhoven, de la pérdida de Lieja y, después, del
levantamiento vandeano. Lo mismo que al ocurrir la toma de
Longwy, se procedió precipitadamente al reclutamiento de
hombres. Los miembros de las secciones parisienses piden,
desde el 8 de marzo, «que sea establecido un tribunal sin
apelación, para concluir con la audacia de los grandes
culpables y de todos los enemigos de la cosa pública ». Los
comisarios nombrados por la Convención para proceder al
reclutamiento de 300 000 hombres en los departamentos,
declaran que no partirán hasta que el Tribunal revolucionario
sea decretado. Día y noche la Asamblea delibera en tumulto.
Decide establecer un tribunal extraordinario de lo criminal,
cuyos jueces y jurados serán designados por la misma
Convención y no por el pueblo. «El tribunal entenderá en toda

735
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

empresa contrarrevolucionaria, en todo atentado contra la


libertad, igualdad, unidad e indivisibilidad de la República,
en la seguridad interior y exterior del Estado y en todos los
complots que tiendan a restablecer la monarquía o crear
cualquier otra autoridad atentatoria a la libertad, la igualdad
y la soberanía del pueblo, tanto sean los acusados
funcionarios civiles y militares como simples ciudadanos. »
Juzgará sin apelación ni recurso de casación. Los bienes de
los condenados a muerte pasarán a la República, con la
condición de mantener a los padres del reo si carecieran de
recursos. Como se tiene prisa en que funcione el nuevo
tribunal, queda decidido que los jueces y jurados
provisionales comiencen a funcionar en París y los vecinos
departamentos, y la Asamblea los designa a partir del 13 de
marzo.

Pero los girondinos toman bien pronto su desquite eligiendo


una Comisión de seis miembros que es la única que tendrá el
derecho de llevar a los acusados ante el tribunal político. La
Comisión, formada por cinco girondinos y sólo une de la
Montaña : Prieur de la Marne, no formuló ninguna acusación.
El tribunal quedó paralizado.

Mas el 2 de abril se conoce la traición de Dumouriez. En


seguida los jueces y jurados del tribunal van a quejarse a la
Convención de la inacción a que se hallan sometidos. «¡El

736
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

pueblo, que conoce a los conspiradores, quiere su castigo ! »


A propuesta de Albitte es suprimida la Comisión de los seis.
Tres días después, Charlier propone que el acusador público
sea autorizado para conducir ante el Tribunal revolucionario,
sin previo decreto de la Convención, a todos los sospechosos
de participar en una conspiración. Danton hace ver que los
criminales de ese género son tan numerosos que la
Convención no tendría tiempo material de examinar sus
papeles y perdería un tiempo precioso en votar contra ellos
actas de acusación. « Si el despotismo triunfase agregó—,,
veríais bien pronto un tribunal prebostal en todos los
departamentos, para hacer caer las cabezas de los patriotas,
incluso de aquellos que no hayan demostrado un patriotismo
enérgico. » Esos tribunales prebostales Funcionaron, en
efecto, en 1815. Danton hizo estipular, sin embargo, que
ningún general, ministro o diputado podría ser llevado al
tribuna sin un previo decreto do la Convención. Esas
proposiciones fueron votadas, no obstante la oposición del
Barbaroux, que protestó contra la dictadura judicial
encarnada en un solo hombre : el acusador público.
El tribunal celebró su primera sesión desde el siguiente día,
6 de abril. Juzgó a un emigrado que había sido sorprendido
en BourglaReine con dos pasaportes y una escarapela blanca.
El emigrado fué condenado a muerte. Los jueces y jurados
lloraban. No eran crueles aquellos hombres justicieros. AI

737
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

cumplir un penoso deber creían firmemente que salvaban a


la Revolución y la Francia.

Los girondinos cometieron la imprudencia de enviar a Marat


ante el tribunal, acusándole de provocación al saqueo, la
matanza y la disolución de la Convención. El proceso de
Marat" terminó por un triunfal sobreseimiento, el 24 de abril.
El tribunal libertó, uno tras otro, a numerosos generales,
como d'Harambure, el 23 de abril, acusado de haber repartido
a la municipalidad de Neufbrisacb proclamas realistas ;
d'Esparbés, que había sucedido en el gobierno de Santo
Domingo a Blanchelande, ya condenado a muerte por haber
encarcelado a los patriotas y fomentado la revuelta de los
aristócratas y luego, en mayo, Miranda, Stengel y Lanoue,
comprometidos en los desastres de Bélgica. Sólo dos
generales, cómplices de Dumouriez, fueron condenados a
muerte: Miaczynski y Lescuyer, sobre los que pesaban cargos
abrumadores. Las audiencias se celebraban entonces
tranquilamente; se guardaban las formas. Defensores y
acusados podían expresarse libremente.

No obstante la insurrección federalista, el tribunal no aceleró


su marcha. Dedicó largas audiencias, del 1 al 18 de junio, al
proceso de la conjuración de Bretaña, y en este asunto
pronunció 12 condenas de muerte por complicidad con La
Rouarie, acordando también 13 sobreseimientos. Los 12

738
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

condenados gritaron: ¡ Viva el rey I, y se abrazaron sobre el


cadalso. El policía filósofo Dutard, al dar cuenta de esa
ejecución, escribía : «Debo deciros que en política esas
ejecuciones producen los más grandes efectos, siendo los
más considerables, el calmar el resentimiento del pueblo por
los males que experimenta, y ejercitar allí su venganza. La
esposa que ha perdido a su marido, el padre que vio morir a
su hijo, el comerciante desposeído, el obrero que paga todo
tan caro que su salario se reduce a casi nada, sólo transigen
con los males que experimentan, al ver a hombres más
desgraciados que ellos y en quienes creen ver sus enemigos.
»

El presidente del tribunal, Montané, había intentado salvar a


Carlota Corday. La tercera pregunta dirigida a los jurados
estaba redactada en estos términos: «¿Lo ha realizado con
premeditación e intenciones criminales y
contrarrevolucionarias»? Montané borró en la minuta las
palabras «premeditación» y «contrarrevolucionarias», con la
esperanza de que fuera considerado el crimen como un acto
de locura o un vulgar asesinato. En el precedente proceso de
los asesinos de Leonardo Bourdon, un convencional
molestado y herido cuando se hallaba de misión en Orleans,
Montané había ya borrado de la minuta del juicio la frase
consagrada : « Los bienes de los condenados pertenecen a la
República », con tal habilidad que no podía efectuarse,

739
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

aunque entre los condenados había — según Prieur de la


Mame — muchos millonarios. Las dos falsificaciones de
Montané fueron descubiertas en seguida. Hubiera perecido en
el cadalso, si, de intento, FouquierTinville no le hubiera
olvidado intencionadamente en su prisión.
El proceso de Custine ocupó casi toda la segunda mitad del
mes de agosto. El general “bigotudo” se defendió
bravamente: respondió a cada testigo, citó a numerosos
generales en activo, cuya declaración le fué rehusada. El
público le era manifiestamente favorable. Los jurados
estaban quebrantados. Los jacobinos se conmovieron: «No
conviene que un tribunal establecido para impulsar la
Revolución — dijo Robespierre en el club, el 25 de agosto —»
la haga retroceder por su criminal lentitud ; es preciso que
cumpla su misión de ser tan activo como el crimen ; es
necesario que esté siempre a nivel de los delitos ». Custine,
condenado dos días después, murió con firmeza el 28 de
agosto. No era culpable más que de insubordinación a las
órdenes de Bouchotte, de palabras imprudentes, de
desacertadas disposiciones militares. Fué la víctima
propiciatoria ofrecida a las capitulaciones de Maguncia y
Valenciennes.

El hebertismo triunfa en la jornada del 5 de septiembre. Un


nuevo período se abre en la historia del tribunal, cuyos
miembros son aumentados en virtud de un informe de Merlin

740
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de Douai, y divididos en cuatro secciones, con objeto de que


dos funcionen simultáneamente. El Comité de Salud pública,
junto con el Comité de Seguridad general, es quien propone
la lista de nuevos jueces y jurados.

Unos y otros pertenecen, por regla general, a la burguesía o a


las profesiones liberales. Hay exsacerdotes como Lefetz o
Royer; pintores y grabadores: Châtelet, Topino Lebrun,
Sambat, Prieur, Girard; un banquero: Víctor Aigoin; médicos
y cirujanos: Souberbielle, Bécu, Martin; comerciantes e
industriales. Duplay, Billon; orfebres y joyeros: Klipsis,
Girare!, Compagne; sastres: Aubry, Grimont, Presselin ;
cerrajeros : Didier ; zapateros : Servière ; impresores : Nicolas
; un sombrerero, Baron; un especiero, Lohier; un tabernero,
Gravier, etc. Los verdaderos «descamisados; no figuran entre
ellos, a menos que califiquemos de tal algún burócrata, como
Clemence, empleado en la fabricación de asignados. Entre
esa lista figuran dos auténticos marqueses : Antonelle y
Leroy de Montilabert, que se hacía llamar Diez de Agosto.
Todos o casi todos eran instruidos.

Una vez perfeccionado y puesto a punto el instrumento de


represión, se trató de aumentar su rendimiento. La
contrarrevolución no ataca solamente al régimen con
revueltas, conspiraciones, complots, traición y espionaje ;
también emplea el arma, tal vez más temible, del hambre, del

741
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

fraude sobre los géneros v provisiones. El 29 de septiembre,


el mismo día en que la Contención vota el gran decreto sobre
el máximo general, ésta decide que los proveedores infieles
serán tratados como conspiradores, dignos de comparecer
ante el Tribunal revolucionario. El terrible decreto había sido
redactado a causa de la queja de unos jóvenes reclutas que
habían presentado a la Convención un par de zapatos con
suelas de madera y cartón. La Comisión de Mercados
desplegó gran actividad. Los abastecedores, acusados ante el
tribunal de fraude, alza ilícita, violación del máximo y
acaparamiento, fueron muy numerosos.

Con el mes de octubre comienzan los grandes procesos


políticos. Primeramente el de la reina, que dura desde el 14
al 16 de octubre; en seguida el de los girondinos, que duró
una semana, del 24 al 30 de octubre.

La reina, la austríaca, estaba condenada de antemano. Murió


valerosamente, en tanto que la inmensa multitud gritaba:
¡Viva la República !

Los 21 girondinos quisieron defenderse. Tan sólo uno careció


de firmeza, Boileau, quien se declaró equivocado, arrepentido
y francamente partidario de la Montaña, lo que, por otra
parte, no consiguió salvarle. Los demás se mantuvieron
firmes. Vergniaud, Brissot, Gensonné, pronunciaron

742
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

discursos contestando a los testigos que les demostraban


hostilidad. Los jacobinos se irritaron y pidieron a la
Convención una ley que desembarazase al tribunal « de las
formas que ahogan la conciencia e impiden la convicción »;
una ley que « diese a los jurados la facultad de declarar que
ya estaban suficientemente instruidos». Osselin propuso un
texto que Robespierre encontró demasiado vago: «Propongo
— dijo Robespierre — se decrete que después de tres días de
debate, el presidente del tribunal pregunte a los jurados si su
conciencia se halla suficientemente iluminada. Si responden
negativamente, se continuará la instrucción del proceso
hasta que declaren que se hallan en estado de resolver. » El
decreto así votado, fué trasladado inmediatamente a la
audiencia del Tribunal revolucionario. Una vez hecha la
consulta a los jurados, éstos respondieron, primeramente,
que su conciencia no se hallaba aún lo bastante iluminada.
Los debates duraban ya seis días. Pero la misma tarde los
jurados declararon que ya tenían formada su convicción. Los
21 girondinos condenados a muerte por un veredicto
unánime, acogieron la sentencia con gritos e invectivas.
Valazé se clavó un puñal al salir de la audiencia. El tribunal
ordenó que el cadáver fuera conducido en un carro al lugar
del suplicio. Una inmensa multitud que gritaba ¡ Abajo los
traidores ! acudió a ver la muerte de los girondinos.

743
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La ley sobre aceleración de los juicios debía tener como fatal


consecuencia un aumento en el número de las condenas.
Desde el 6 de agosto al 1.° de octubre se habían pronunciado
29 sentencias do muerte, 9 reos de deportación y 24 en
libertad, sin contar 130 sobreseimientos. En los meses
siguientes, hasta el 1.° de enero de 1794, de 395 acusados,
194 fueron puestos en libertad, 24 castigados con
deportación, prisión o trabajos forzados, y 177 condenados a
muerte, de los cuales 51 lo fueron en octubre, 58 en
noviembre y G8 en diciembre.

Los procesos políticos siguieron uno tras otro. Felipe


Igualdad, que tanto se había comprometido con la
Revolución, fué condenado como cómplice de los girondinos
y de Dumouriez, con el pretexto de que su hijo mayor —, el
futuro Luis Felipe — había seguido al general en su traición.
Los de la Montaña, al llevarle al suplicio, esperaban lavarse
de la acusación de orleanismo tantas veces lanzada contra
ellos por sus adversarios. Después la señora Roland paga por
su marido desaparecido, aunque, por otra parte, la
comprometiera su correspondencia con Barbaroux y Duprat.
Al saber su muerte se suicidó el señor Roland, menos quizá
por la pena que por impedir la confiscación de sus bienes,
puesto que tenía una hija. Después, el antiguo alcalde de
París, Bailly , es quien paga por los republicanos asesinados
en el Campo de Marte. Bailly fué ejecutado en el mismo

744
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Campo de Marte, teatro de su « crimen », entre los insultos


de los espectadores. La trágica serie continúa con el
girondino Pedro Manuel, Barnave y Duport Dutertre; luego
los generales Brunet, Houchard, Lamorliere y Biron. Este
último proclamó sobre el cadalso sus sentimientos
monárquicos, justificando así, en cierto modo, la sentencia
que le condenaba. Esos ilustres sentenciados no deben hacer
olvidar a los oscuros condenados por las diferentes leyes
sobre la emigración, acaparamientos, inteligencias con el
enemigo y gritos sediciosos. Fueron infinitamente más
numerosos.

El tribunal revolucionario, instituido en un momento en que


la noticia de la insurrección vandeana no había llegado aún a
París, fué primitivamente único para toda Francia. Después
se levantaron otras regiones de Francia. El tribunal de París
no era suficiente para la represión. En los países entregados
a la guerra civil se recurrió a los métodos militares. La ley
del 19 de marzo de 1793 dictada contra los vandeanos, creó
comisiones militares de cinco miembros, que condenaron a
muerte a los rebeldes cogidos con las armas en la mano, sólo
con la comprobación de su identidad. En cuanto a los
rebeldes detenidos sin armas, fueron llevados, en principio,
ante los tribunales ordinarios de lo criminal, donde se les
juzgaba revolucionariamente, o sea sin apelación ni recurso
de casación.

745
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

En provincias la represión estuvo en razón directa de los


peligros de la rebeldía. El levantamiento de Normandía,
deshecho tras la incruenta batalla de Vernon, sólo provocó
algunas destituciones y arrestos. Durante todo el Terror no
hubo una sola sentencia de muerte en el Calvados. La
Convención se contentó con un gesto simbólico. Adoptando
la proposición de Delacroix y Thuriot, decretó, el 17 de julio,
« que la casa que Buzot posee en Évreux sea arrasada,
plantando en sus ruinas un poste con la siguiente
inscripción: « Éste fué el asilo del malvado Buzot, que, siendo
representante del pueblo, conspiró contra la República.>>

La revuelta de Lyon, más tardía, fué infinitamente más seria.


Los rebeldes aprisionaron o ejecutaron a numerosos
miembros de la Montaña. Aquí fueron severas las represalias
y tomaron un carácter no sólo político, sino también social.
Según informe de Barère, la Convención votó el 12 de octubre
que: «La ciudad de Lyon será destruida. La parte habitada por
los ricos será demolida. Sólo quedarán en pie las casas de los
pobres, las viviendas de los patriotas muertos o proscritos,
los edificios dedicados especialmente a la industria y los
monumentos consagrados a la humanidad y a la instrucción
pública. »

746
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Mientras Couthon y Maignet residieron en Lyon, convertida


en Ciudad Libertada, la represión no fué excesiva. Couthon
acudió a la plaza Bellecour e indicó algunas casas cuyo
derribo se inició con lentitud. Pero a comienzos de
noviembre llegaron Collot d'Herbois y Fouché con un
destacamento del ejército revolucionario mandado por
Ronsin. Collot organiza una gran fiesta expiatoria en la plaza
Terreaux, dedicada a los manes de Chalier. Comienzan las
atrocidades. La antigua Comisión de justicia popular, creada
por Couthon, es suprimida por demasiado indulgente y
reemplazada por una Comisión revolucionaria presidida por
Parein. Los fusilamientos y ametrallamientos suplen a la
guillotina, considerada como demasiado lenta. El 14 de
frimario (4 de diciembre) 60 jóvenes sentenciados fueron
blanco de los cañones en la llanura de Brotteaux. Fueron
agarrotados de dos en dos y colocados entre dos fosos
paralelos cavados para recibir sus cuerpos. La descarga de los
cañones sólo mató a la tercera parte, y el resto tuvo que ser
rematado a tiros. Al día siguiente, 208 sentenciados fueron
fusilados en el mismo lugar ; 67 el 18 de frimario y 32 el 23
del mismo mes. No cesaron los fusilamientos hasta el 22 de
pluvioso (10 de febrero). La Comisión Parein pronunció 1667
sentencias de muerte. Esas carnicerías eran tanto más
odiosas cuanto que carecían de la excusa de la fiebre que
ocasiona el combate. El sitio había terminado dos meses
antes de iniciarse. Tampoco eran útiles por su ejemplaridad,

747
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

puesto que el mismo Collot escribía al Comité el 17 de


brumario: «Aun las ejecuciones no producen todo el efecto
que era de esperar. La prolongación del sitio y los peligros
diarios que ha corrido cada uno, inspiran una especie de
indiferencia por la vida, si es que acaso no es desprecio de la
muerte. Ayer, un espectador, al regreso de una ejecución,
decía : «La » cosa no es tan dura. ¿Qué haría yo para ser
guillotina» nado ? ¿ Insultar a los representantes ? » Un
hombre de sangre fría hubiera deducido que no era
conveniente prodigar la pena capital. Collot, que era un
hombre teatral, sacó la conclusión inversa: que era preciso
reforzar la guillotina. Incluso propuso a Robespierre, sin
éxito, la dispersión a través de Francia de los 60 000 obreros
lioneses que no serían nunca, según él, verdaderos
republicanos.

La guerra civil del Oeste tenía un carácter feroz. La represión


fué allí especialmente rigurosa. En las principales ciudades :
Angers, Rennes, Laval, Tours, Nantes, etc., funcionaron
comisiones militares encargadas de juzgar a los vandeanos
cogidos con las armas en la mano. La de Angers hizo fusilar
en Doué a 69 rebeldes, el 3 de nivoso ; 64 al siguiente día ;
203 el 6 de nivoso; 100 en Angers el 23 del mismo mes, etc.
En Angers, los condenados eran llevados al lugar de la
ejecución, La HaieauxBonshommes — llamado hoy Campo de
los Mártires —, entre filas de soldados y acompañados por

748
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

bandas de música y las autoridades en traje de gran gala. En


Nantes, las represiones de Carrier excedieron en horror a los
fusilamientos de Lyon. Carrier, un auvernés de carácter
violento aficionado a la bebida, llegó al día siguiente de la
derrota de los de Maguncia en Torfou y de la toma de
Noirmoutiers, entregada a Charette por sus habitantes. Se
creyó rodeado de traidores y tal vez temió por su vida. Para
poner en ejecución sus órdenes y proteger su persona se
rodea de una guardia roja : la compañía Marat, cuyos 40
miembros reciben 15 libras diarias. Al mismo tiempo
organiza una policía secreta en manos de verdaderos
ganapanes, Fouquet y Lambertye, que más tarde debían ser
condenados a muerte por sus malversaciones. Los
prisioneros vandeanos afluían a Nantes por centenares y
millares. En las prisiones donde son amontonados se
declaran el tifus y el cólera. La epidemia amenaza con
alcanzar a los mismos nanteses que prestan el servicio de
guardia. Entonces, para acelerar la descongestión de las
prisiones, Carrier organiza «la muerte por el agua ». En
gabarras cuyos fondos han sido preparados de antemano, los
Marat amontonan primeramente clérigos y después
vandeanos, conducen su cargamento humano al centro del
Loire y luego desfondan las gabarras y las sumergen. Carrier,
por medio de un papel firmado por su mano, ordena los días
27 y 29 de frimario que se dé muerte sin juicio ni formalidad
de ninguna clase, la primera vez a 24 «bandidos»—entre ellos

749
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

dos de 13 y dos de 14 años —y la segunda vez a 27 víctimas


de ambos sexos. Es necesario tener demasiada prevención e
ignorancia para negar su responsabilidad personal. Pero lo
exacto es que esos horrores no produjeron, de inmediato,
entre los nanteses víctimas de la escasez, ninguna sensación.
Carrier dejó a un lado la población burguesa. Se limitó a
enviar al Tribunal revolucionario de París a 132 acaparadores
y federalistas, que fueron puestos en libertad después de
termidor. La reprobación contra él solo comenzó a
manifestarse al fin de su misión, cuando las ejecuciones en
masa amenazaron la salvación de la ciudad. Se calcula que
perecieron ahogadas más de 2 000 víctimas. Una Comisión
militar presidida por Bignon, hizo fusilar a 4000 vandeanos
escapados de las batallas de Mans y Savenay. Éstos fueron
enterrados en Miseri, bajo una débil capa de tierra, y el olor
de su descomposición llegó hasta la ciudad, aterrándola.
Entonces se produjo la tardía reacción compasiva.

En la época a que nos referimos, a fines de 1793, el Terror


sangriento queda circunscrito a las regiones devastadas por
la guerra civil y a las situadas tras el frente de los ejércitos.
En el centro de Francia, la mayor parte de los departamentos
no conocieron del Terror más que las destituciones y arrestos
y, a veces, las multas y la descristianización. La guillotina no
funcionó más que rara vez en esas comarcas apacibles. Si
accidentalmente se pronuncian algunas sentencias de última

750
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

pena, es contra los emigrados, sacerdotes vueltos del


destierro, acaparadores o monederos falsea, y el juicio es
visto por los tribunales ordinarios.

El Terror era de tan fatal necesidad en aquella hora, que los


realistas lo hubieran aplicado contra los republicanos en caso
de ser los más fuertes, como hicieron, por otra parte, a partir
del año III y en 1815. La correspondencia de los emigrados
no deja lugar a ninguna duda. « Creo necesario aplastar a los
habitantes de París por medio del Terror », escribía al conde
de La Marche, a partir del 13 de julio de 1792, el antiguo
ministro Montmorin, confidente de la reina. «Nada de
consideraciones, nada de paliativos —exclamaba el duque de
Castries en su Memoria de abril de 1793 —. Es preciso que
los bandidos que han saqueado la Francia, que los facciosos
que han turbado a Europa, que los monstruos que han
asesinado al rey desaparezcan de la superficie de la tierra.»
El conde de Flachslanden agregaba: «Creo que mientras no se
de muerte a la Convención durará la resistencia. » Tal era la
opinión general de los emigrados. « Sus palabras son
tremendas
— decía el secretario del rey de Prusia, Lombard, que los
acompañó durante la campaña del Argonne —. Si sus
conciudadanos quedaran abandonados a su venganza,
Francia no sería bien pronto más que un monstruoso
cementerio » (23 de julio de 1792). Por regla general, los

751
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

revolucionarios hirieron para no ser heridos. En la misma


Francia, en aquellos lugares donde no contaban con la fuerza,
en Vendée, en Marsella, en Lyon en Tolón, habían sido
ejecutados despiadadamente. Se hallaban en estado de
legítima defensa. Pero no defendían solamente sus ideas, sus
personas y sus bienes. Al mismo tiempo defendían la patria.
José de Maistre ha pronunciado este juicio definitivo : « ¿
Qué querían los realistas cuando pedían una
Contrarrevolución realizada bruscamente y por la fuerza ?
Pedían la conquista de Francia y, por lo tanto, su división y
el aniquilamiento de su influencia y de su rey. » Y José de
Maistre dirigía en 1793 el servicio de espionaje del rey de
Cerdeña, su señor.

752
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO VIII
El complot del extranjero

El Comité de Salud pública no temía menos a los enemigos


encubiertos de la Revolución que a sus enemigos declarados.
Sentíase rodeado de espías. De Veronne, el antiguo
constituyente de Antraigues, que desempeñaba cerca del
pretendiente Luis XVIII el papel de una especie de ministro
de policía, sostenía en París agentes que le informaban con
regularidad por medio de cartas escritas con tinta simpática.
Esos agentes penetraban, bajo un disfraz demagógico, hasta
las oficinas de las administraciones. Para engañar a los
espías, Robespierre escribió en su carnet: «Tener dos planes,
de los que uno será entregado por los empleados.»

Desde bien pronto se sospechó que el oro extranjero había


contribuido no sólo a sorprender nuestros secretos militares,
sino también a suscitar disturbios y crear toda clase de
dificultades al Gobierno. El 11 de julio de 1793, en un gran
informe que presentó en nombre del primer Comité de Salud
pública — que acababa de ser derribado —, Cambon afirmó
que la crisis económica y financiera era agravada, si no
desencadenada, dijo — disponer de 5 millones de libras
esterlinas para gastos secretos, no me asombro de que con
ese dinero se fomenten disturbios en toda la extensión de la
República, Con un fondo de 120 millones en asignados por

753
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

las maniobras del enemigo. «Desde que veo a Pit dijo


disponer de 5 millones de libras esterlinas se ha conseguido
hacer bajar nuestros cambios. Y Pitt con 5 millones de libras
esterlinas se ha procurado 500 millones en asignados, con
los cuales nos hace una guerra terrible. Ciertos
administradores de departamento lo secundan. ¿Cómo
destruir a la República? — dicen —. Desacreditando a los
asignados.» Cambon había formulado una mera hipótesis.
Pero a fines de julio fué entregada al Comité de Salud pública
la cartera que un espía inglés había perdido en los baluartes
de Lille. De los documentos que contenía resultaba, con
certeza y precisión, que desde el mes de enero el espía había
distribuido a sus agentes, diseminados en toda Francia,
importantes sumas. Aun francés llamado Duplain le había
pagado una mensualidad de 2500 libras. Había distribuido
dinero en Lille, Nantes, Dunkerque, Ruán, Arras, Saint Omer,
Boulogne, Thouars, Tours, Caen, precisamente ciudades
donde habían estallado disturbios. Daba a sus corresponsales
instrucciones para preparar mechas fosfóricas con objeto de
incendiar los arsenales y los almacenes de forraje. Y algunos
incendios habían producido ya pérdidas importantes en
Douai, Valenciennes, en la fabricación de velas del puerto de
Lorient, en la cartuchería de Bayona y en el parque de
artillería de Chemillé.

754
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

“Haced que el cambio se eleve hasta 200 libras por una


esterlina— escribía al mismo corresponsal—. Haced que
Hunter esté bien pagado y aseguradle de parte de milord que
todas sus pérdidas le serán reembolsadas por más del doble
de su comisión... Es preciso desacreditar los asignados todo
lo posible y rehusar los que no lleven la efigie del rey. Haced
que se eleve el precio de todos los géneros. Dad órdenes a
vuestros mercaderes para que acaparen todos los artículos de
primera necesidad. Si podéis persuadir a Cott... para que
compre el sebo y la candela a cualquier precio, haced que el
público tenga que pagarlos a 5 libras por libra. »

Al leer esos documentos en la gran sesión del 1.° de agosto,


Barère dedujo que era conveniente la expulsión de todos los
súbditos ingleses que se hubieran instalado en Francia
después del 14 de julio de 1789. Cambon encontró la medida
demasiado indulgente, puesto que sólo se aplicaba a los
súbditos ingleses. Propuso que se arrestase,
provisionalmente y como medida de seguridad general, a
todos los extranjeros sospechosos, sin distinción alguna : « ¿
Creéis que los austríacos que hay en Francia no son, como
los ingleses, agentes de Pitt ? Basta con respetar a los
americanos y los suizos. » Couthon recordó que el Gobierno
inglés había declarado traidores a la patria a sus
compatriotas que colocaran bienes en Francia.

755
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

«Por reciprocidad os pido que decretéis : 1.°, que todos los


franceses que coloquen fondos en los Bancos de Londres sean
condenados a una multa igual a la suma colocada, cuya mitad
será destinada al denunciante ; 2.°, que los que va hubieran
colocado fondos en Londres antes de publicarse este decreto,
estén obligados a declararlo en el plazo de un mes, bajo pena
de la misma multa y. además, de ser considerados como
sospechosos y, por lo tanto, encarcelados. »

Todas esas proposiciones fueron votadas.


Hasta entonces la Revolución había multiplicado los actos de
benevolencia respecto a los subditos enemigos residentes en
Francia. Muchos incluso habían obtenido empleos en las
administraciones. Los había hasta en los Comités
revolucionarios. Algunos se sentaban en la Convención, como
Anacarsis Cloots, Dentzel o Tomás Paine. Nada más fácil para
los espías que presentarse como patriotas extranjeros
perseguidos por sus ideas. Semejantes mártires de la libertad
fueron recibidos con entusiasmo. Se buscaban poderosos
protectores no sólo en los clubs, sino hasta en los Comités
de la Convención, hasta en el Gobierno.

El banquero inglés Walter Boyd , que era el banquero de Pitt


y del Foreing Office, estableció en París con su socio Ker
una sucursal de su casa de Londres. Supo atraerse el apoyo
de los diputados Delaunay d'Angers y Chabot, quienes le

756
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

protegieron cuando estuvo en peligro. Mediante un


desembolso de 200 000 libras. Chabot, que era miembro del
Comité de Seguridad general, consiguió que se levantaran los
sellos que se habían puesto en aquella Banca en la noche del
7 al 8 de septiembre. Y cuando Boyd, un mes más tarde,
estuvo amenazado de prisión, Chabot le procuró un
pasaporte, con el cual pudo escaparse y regresar a Inglaterra.

Cuando Danton fué detenido, se encontró en sus papeles una


carta que el Foreing Office había dirigido al banquero
Perregaux, tic Neufchatel, súbdito prusiano establecido en
París, invitándole a que entregase a diferentes personas,
designadas por las iniciales C. i)., \V. T. y De M., sumas
importantes — 3000, 12000 y 1000 libras — para
recompensar «los importantes servicios que nos han hecho,
atizando el luego y arrastrando a los jacobinos al paroxismo
del furor». Esta carta no podía estar entre los papeles de
Danton más que por habérsela enviado Perregaux como
interesándole directamente. Todo hace creer que Perregaux
tenía frecuentes relaciones con el Gobierno inglés.

El banquero belga, subdito austríaco, Berchtold Proli, que se


decía hijo natural del canciller Kaunitz, fué encargado por el
Gobierno de Viena de comprar a los belgas del partido
vonckista. Establecido en París, fundó un periódico, Le
Cosmopolite, para defender la política austríaca. Ese

757
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

periódico desapareció al ser declarada la guerra, no siendo ya


de ninguna utilidad. Proli se relacionó con periodistas, como
Camilo Desmoulins. Vivía con gran lujo en su estancia del
Palais Royal. Llegó a captarse la confianza de Hérault de
Séchelles, que era, como el, un hombre aficionado a los
placeres. Hérault lo empleó como secretario, incluso después
de su ingreso en el Comité de Salud pública. El ministro
Lebrun y Danton le confiaron misiones diplomáticas de
carácter secreto. Se convirtió en íntimo de Desfieux, que era
el principal personaje del Comité de correspondencia de los
jacobinos, del que había sido también tesorero. Por Desfieux,
personaje muy sospechoso, conoció todos los secretos del
club. Desfieux era casi iletrado, y Proli redactaba sus
discursos. Proli también tenía vínculos con numerosos
diputados de la Montaña, como Bentabole, Jeanbon Saint
André y Jay de Sainte Foy. Desfieux estaba protegido por
Collot d'Herbois, no obstante hallarse comprometido en el
asunto de un documento del armario de hierro y considerado
como culpable de soborno en el asunto de la señora de
SainteAmaranthe.

Otro banquero belga, subdito austríaco, Wlakiers, que había


desempeñado, como Proli, un papel equívoco en la revolución
de su país, se estableció en París después de la traición de
Dumouriez. Como era muy rico, se sospechaba que repartía

758
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

dinero entre los periodistas y miembros de los clubs, para


servir a los intereses austríacos.

Un grande de España descalificado, Guzmán, entregado


también a la banca y la intriga, se hizo por su generosidad
una clientela en la sección de Piques. Llegó a introducirse en
el Comité de insurrección que preparó la revolución del 31
de mayo; pero era ya tan sospechoso que no tardó en ser
arrojado. Más tarde, Saint just reprochó a Danton el haber
comido con Guzmán gastando 100 escudos por cabeza.

Dos judíos moravos, Sigmundo Gotlob y Manuel Dobruska,


que habían sido proveedores del emperador José II en su
guerra con Ira los turcos y que por esta razón fueron
ennoblecidos con el nombre de Schoenfeld, llegaron a Francia
al día siguiente de la declaración de guerra. Se presentaron
al club de Estrasburgo como patriotas perseguidos,
cambiando su nombre por el de Frey (libres) y por medio de
oportunas munificencias obtuvieron la protección del
clubista Garlos Laveaux, redactor del Courrier de Strasbourg
en lucha entonces contra el alcalde de la ciudad, Dietrich.
Acompañaron a Laveaux y los federales del Bajo Rhin a París,
la víspera del 10 de agosto, y no tardaron crearse en París las
mejores relaciones entre influyentes diputados, como Luis
du BasRhin, Bentabole, Simond, Richard, Gastón, Piorry y
Chabot. Sometieron proyectos al ministro de Asuntos

759
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

extranjeros, Lebrun, y con frecuencia recibían letras de


cambio procedentes del extranjero. Se interesaron por los
corsarios de la República, prestaron dinero, compraron
bienes nacionales y tenían mesa puesta en el hermoso hotel
de un emigrado, donde se habían instalado. Para escapar a
las leyes de represión contra los subditos extranjeros,
intentaron obtener la nacionalidad francesa adoptando a un
anciano. Pudieron frecuentar los Jacobinos gracias a Chabot,
que respondió de ellos. Denunciados bien pronto como
espías, escaparon durante mucho tiempo a todas las
pesquisas. No fueron inquietados incluso después de la salida
de Chabot del Comité de Seguridad general. El mismo Chabot
se encontró presente en el registro que se verificó en su
domicilio el 26 de septiembre y pocos días después, el 6 de
octubre, contrajo matrimonio con la joven hermana de los
Schoenfeld, recibiendo una dote de 200 000 libras y
estableciéndose en su hotel. Tuvo el descaro de anunciar ese
matrimonio a los jacobinos, presentándolo como una prueba
de que renunciaba a su vida disipada. Pero los jacobinos le
silbaron y entre ellos corrió el rumor de que la dote de 200
000 libras aportada a Chabot por Leopoldina Frey, había sido
proporcionada por el mismo Chabot, que por ese medio
trataba de disimular el producto de sus rapiñas.

Todos esos extranjeros de vida equívoca —muchos de ellos


agentes del enemigo —desempeñaban en el movimiento

760
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

político un papel considerable que no tardó en inquietar al


Comité de Salud pública. Incluso aquellos agregados por un
momento a la suerte de Lafayette y de Dumouriez, como Proli
y su inseparable Desfieux, demostraron luego un patriotismo
muy rojo, inclinándose hacia las medidas más extremas y
constituyendo un serio apoyo del partido hebertista. El «Pére
Duchesne » era un familiar del banquero holandés Kock,
quien le daba buenas comidas en su casa de Passy. Anacarsis
Cloots, «el orador del género humano », miembro de la
Convención, inspiraba un gran periódico, Le Batave, que era
órgano de los refugiados extranjeros y desarrollaba una
campaña paralela a la del «Pére Duchesne ». Pues bien, Cloots,
fiel a la propaganda girondina, no cesaba de predicar la
necesidad de revolucionar los países vecinos. En un
manifiesto que lanzó el 5 de octubre, desde la tribuna de los
jacobinos, reclamaba para Francia los límites naturales, o sea
la frontera del Rhin. Su amigo Hérault de Séchelles, antiguo
girondino como él, y que dirigía con Barère la política
extranjera del Comité de Salud pública, enviaba a Suiza
agentes secretos, cuya propaganda alarmaba a esa nación
vecina. Pero Robespierre y los demás miembros del Comité,
muy preocupados entonces de procurar abastecimientos y
materias primas para las fabricaciones de guerra,
comprendieron el peligro de la imprudente política de
Hérault, que podía cerrar a Francia el mercado suizo.
Desaprobaron el proyecto de anexionar a Mulhouse y

761
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

llamaron a los agentes secretos enviados más allá del Jura.


Al mismo tiempo llamaban a Genet, ministro en los Estados
Unidos, que había inquietado a Washington por sus intrigas
políticas e incluso ordenaron su prisión el 11 de octubre. En
un gran discurso pronunciado el 27 de Brumario ante la
Convención, Robespierre se esforzó en asegurar a los
neutrales : americanos, daneses, turcos, como también a los
suizos, sobre las intenciones de la Francia revolucionaria.
Ésta no deseaba reducir el mundo a servidumbre. Sólo quería
defender, con su libertad, la independencia de los pequeños
pueblos. ¡Únicamente los coligados estaban animados por un
espíritu de conquista! Semejante discurso, saludado por los
aplausos de la Convención, debió parecer alarmante a los
refugiados extranjeros y sus protectores hebertistas, que sólo
veían la salvación en la guerra a ultranza para llegar a una
República universal.

Pero los refugiados extranjeros causaban también otras


preocupaciones al Comité de Salud pública. Cuando el 5 de
septiembre puso fin la Convención a la permanencia de las
secciones, limitando las reuniones a dos por semana y
después decenalmente, los hebertistas burlaron la ley,
creando en cada sección sociedades populares que se reunían
todas las noches. El ingenioso Proli, ayudado por sus amigos
Desfieux, el judío bórdeles Pereira y el autor dramático
Dubuisson, encontró el medio de federar esas sociedades

762
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

populares en un Comité central en el que ejercía papel


preponderante. Esa poderosa organización, en contacto
directo con los «descamisados» de las secciones, era un poder
rival no sólo de los jacobinos, sino también del Ayuntamiento
y de la misma Convención. De esas sociedades populares
federadas, que pretendían representar al pueblo entero, podía
surgir una jornada seccional análoga a las producidas en
Lyon, Marsella y Tolón ; un 31 de mayo en sentido contrario,
que de nuevo pondría a la Convención en peligro y entregaría
Francia a la anarquía, como prefacio de la derrota y la
restauración de la monarquía. Proli, Pereira y sus amigos no
ocultaban su desprecio por la Convención ni, en general, su
desconfianza en los diputados. Mediando brumario, el Comité
central de las sociedades populares hizo circular por las
secciones una petición para solicitar de la Convención que se
suprimiera el sueldo de los sacerdotes y desapareciera el
culto constitucional.

Ya después de la institución del calendario republicano se


habían celebrado numerosas fiestas cívicas en las ciudades
del día de la década, que se convertía en una especie de
domingo republicano, como por ejemplo, en El Havre el 21
de octubre (30 del primer mes) y en Clermont de l'Oise el 10
de brumario. Pero si las fiestas decadarias hacían la
competencia a las religiosas, no habían conseguido
suprimirlas. El obispo de Nièvre, Tollet, incluso había

763
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

participado en las primeras ceremonias cívicas organizadas


por Fouché. Algunos sacerdotes habían contraído
matrimonio y renunciado a sus funciones, cerrándose
algunas iglesias; pero, en conjunto, el clero constitucional
había permanecido en su puesto. Cambon había hecho
admitir por la Convención que los sacerdotes ya no eran
funcionarios y que sus salarios debían considerarse como una
simple pensión. El mismo día fué reducido el sueldo de los
obispos a 6000 libras, y el de sus vicarios episcopales a 1200
libras (18 de septiembre de 1793). Después del 5 de
septiembre, los sacerdotes no casados eran excluido de ios
Comités de vigilancia, y después del 7 de brumario, los
clérigos no podían ser nombrados maestros públicos. Por
último, el 13 de brumario, los edificios y fondos de las
fundaciones fueron confiscados, de modo que el
sostenimiento del culto quedaba entregado a la generosidad
de los fieles. Algunos representantes en misión habían
convertido en laicos los cementerios, favorecido el
matrimonio de los sacerdotes y presidido ceremonias cívicas,
pero no habían cerrado las iglesias. Los sacerdotes casados
por Fouché en Nièvre no habían cesado de decir misa.
Laignelot y Lequinio transformaron la iglesia de Rochefort en
templo de la Verdad, pero dejaron a los sacerdotes en sus
funciones. Andrés Dumont, en el Somme, insultaba a los
clérigos y les obligaba a trasladar los oficios religiosos al día
de la década, pero sin llegar a suprimir esos oficios.

764
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

A pesar de todo, el culto continuaba. La petición del Comité


central de las sociedades populares, le amenazaba hasta en
su existencia al privarle de sus últimos recursos. Sus autores
no ocultaban la intención de dar, mediante la supresión del
sueldo de los clérigos, un golpe supremo al «despotismo
sacerdotal ». El 16 de brumario por la noche fueron
acompañados por los diputados Cloots, Leonardo Bourdon y
el judío Pereira a casa del obispo de París, Gobel, y le
despertaron, expresándole que debía sacrificarse por el bien
público cesando en sus funciones y determinando a su
clerecía para que cerrase las iglesias. Gobel consultó a su
Consejo Episcopal, que decidió someterse por 14 votos
contra 3, y al día siguiente, 17 de brumario, fué a declarar,
primero al departamento de París y después a la Convención,
que sus vicarios y él renunciaban a ejercer las funciones del
culto católico. Dejó sobre la mesa su cruz y su anillo pastoral,
y después se encasquetó un gorro frigio en medio de grandes
aplausos. En el acto, numerosos diputados que eran obispos
o sacerdotes le imitaron, y su ejemplo fué seguido en toda
Francia. Tres días después, el 20 de brumario, el
Ayuntamiento de París celebró en Nuestra Señora, convertida
en templo de la Razón, una gran fiesta cívica en la que figuró
una artista vestida con el traje tricolor, en símbolo de la
Libertad. La Convención, invitada por el Ayuntamiento,
asistió corporativamente. Se había desencadenado la

765
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

descristianización. Las iglesias, despojadas, se cerraron a


miles y se convirtieron en templos republicanos.

El Comité de Salud pública, que se debatía entre la miseria,


que tenía que aplicar leyes de tan difícil ejecución como la
del máximo y las requisiciones, que tenía que asegurar a toda
costa el orden público, se asustó de un movimiento tan grave
y súbito que podía reanimar la guerra civil y que provocó, en
efecto numerosos tumultos ; un movimiento cuyos autores
irresponsables eran extranjeros, subditos enemigos,como
Proli y Cloots, ya sospechosos para el Comité.

La misma noche del 17 de brumario, habiendo ido Cloots al


Comité de Salud pública después de la abdicación de Gobel,
Robespierre le dirigió los más vivos reproches : « Nos habéis
dicho últimamente — le dijo — que era preciso entrar en los
Países Bajos, darles la independencia y tratar a sus
habitantes como hermanos.., ¿ Por qué pretendéis, pues,
indisponernos con los belgas, chocando con prejuicios que
tienen fuertemente arraigados ? — ¡ Oh ! ¡ Oh ! — respondió
Cloots — el mal va está hecho. Se nos ha tratado mil veces
de impíos. —Sí —respondió Robespierre—, pero no había
ningún hecho concreto. » Cloots se puso pálido, no encontró
nada que contestar y salió. Dos días después se hizo designar
presidente de los Jacobinos.

766
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Robespierre quedó convencido de que la Revolución


religiosa, que no podía aprovechar más que a los coligados,
había sido el resultado de una intriga de sus agentes, como
todas las medidas extremas e impolíticas que la demagogia
había impuesto a la Convención, tales como la creación del
ejército revolucionario y el máximo. En su gran discurso del
27 de brumario demostró ampliamente que la mano de Pitt
intervenía en los disturbios interiores a partir de 1789 e
insinuó con claridad que los que abatían los altares podían
ser muy bien contrarrevolucionarios disfrazados de
demagogos.

Si la Convención, en su conjunto, era pura, había en sus filas


hombres venales y bribones. Ya el 14 de septiembre hubo que
arrojar del Comité de Seguridad general a los diputados
Chabot, Julien de Toulouse, Basire y Osselin, que la
murmuración pública acusaba de proteger a los
abastecedores, los aristócratas y los banqueros sospechosos.
Una pesquisa hecha en casa de Julien de Toulouse, el 18 de
septiembre, confirmó las sospechas. Chabot tuvo tanto
miedo que quemó numerosos papeles en su chimenea.

Los Comités ponían el ojo en los abastecedores y los que los


protegían. A partir del 20 de julio, el informador del Comité
de Salud pública y del Comité de mercados, Dornier, había
denunciado el escándalo consentido por el exministro Servan

767
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

al contratista D'Espagnac, que encontraba medios de percibir


en numerario 5 443 503 libras mensuales por un servicio en
el que sólo podía gastar 1 502 050 libras en asignados
desvalorizados en un 50 %. No obstante la protección de
Delacroix, Chabot y Julien De Toulouse, fué preso
D'Espagnac. El 29 de julio hizo Villetard un aplastante
informe contra Servan, que a su vez fué destituido y
arrestado. Bien pronto apareció en septiembre el asunto del
diputado Robert. Este amigo de Danton, antiguo periodista,
tenía en su bodega toneles de ron con los que comerciaba. A
pretexto de que el ron no era un aguardiente, no hizo
declaración de ese artículo, como exigía la ley sobre
acaparamientos. Tuvo un conflicto con la sección de Marat,
que lo denunció a la Convención. Después de violentos
debates en los que salió condenado moralmente, no pudo
escapar al castigo más que entregando el ron a su sección.
Después se produjo el asunto del diputado Perrin de l'Aube,
que había comerciado en telas con el ejército por más de 5
millones y al mismo tiempo era miembro del Comité de esos
géneros, o sea que estaba encargado de vigilar sus propios
intereses. Denunciado por Charlier y Cambon el 23 de
septiembre, Perrin confesó los hechos, fué conducido ante el
Tribunal revolucionario y condenado a 12 años de presidio.

De todos esos escándalos el más grave fué el de la Compañía


de Indias, que estalló en el mismo instante en que los

768
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

extranjeros desencadenaban la descristianización. Por la


calidad de los personajes comprometidos y por la emoción
que provocó, tuvo más importancia que un simple negocio
sucio. Produjo considerables consecuencias políticas,
constituyendo la raíz de las disensiones de la Montaña y dio
al complot extranjero, sospechado por el Comité de Salud
pública, consistencia y realidad. Acentuó la lucha partidista,
presentando el espectro de la patria traicionada y vendida.

Durante los grandes peligros de los meses de julio y agosto


de 1793, cuando reinaba el hambre, cuando los cambios
bajaban en enormes proporciones, los diputados venales ya
citados concibieron la idea —a fin de popularizarse con
facilidad y enriquecerse—de denunciar a las Compañías
financieras cuyas acciones tenían prima en la Bolsa sobre los
efectos públicos. Delaunay d'Angers, sostenido por Delacroix,
denunció los fraudes imaginados por esas Compañías para
escapar a los impuestos. Fabre d'Englantine las acusó de
llevar a países enemigos el dinero francés y envilecer los
asignados convirtiéndolos en valores reales que pasaban la
frontera. Julien de Toulouse insistió. Acusó a la Compañía de
Indias de haber adelantado dinero al difunto tirano. Las cajas
y papeles de la Compañía de Indias fueron sellados. Fabre
amenazó a las Compañías aseguradoras de vida e incendios,
a las del Agua, a la Caja de Descuento, y un decreto votado el

769
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

24 de agosto suprimió las Compañías por acciones. La Caja


de Descuento fué sellada.

De la una y sus cómplices: Chabot, Basire, Julien de Toulouse


y Fabre d'Englantine, en tanto que asustaban a las sociedades
financieras, jugaban a la baja de sus acciones mediante los
fondos que les proporcionaba d'Espagnac.

Ninguno tenía la suficiente competencia en finanzas para


escribir los discursos que pronunciaban en la tribuna.
Delaunay, Chabot, Basire y Julien de Toulouse no eran más
que las pantallas de un aventurero muy versado en los
negocios, el célebre barón de Batz.

Este segundón de Gascuña, que parece ser que se procuró


falsos pergaminos para entrar en el Ejército antes de 1789,
se hizo muy rico mediante felices especulaciones. Poseía la
mayor parte de las seguros de vida que los hermanos Perier
habían fundado algunos años antes de la Revolución. Hacía
vida de gran señor y tenía por amantes a las actrices más en
boga. Elegido diputado de la Constituyente, sus
conocimientos financieros le designaron para miembro del
Comité de liquidación, del que fué presidente. Retardó todo
lo que pudo la liquidación de las pensiones del antiguo
régimen, porque era realista. Se hizo sospechoso de consentir
a la Corte secretos anticipos. Cuando se declaró la guerra,

770
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

emigró y sirvió un momento en el ejército de los príncipes


como ayudante de campo del príncipe de Nassau-Siegen. Pero
al día siguiente del 20 de junio, regresó a Francia para ofrecer
al rey sus servicios. Luis XVI escribió en su libro de notas:
«Regreso y perfecta conducta de Mr. de Batz, a quien vuelvo
a deber 512 000 libras ». Cosa curiosa y que provoca la
reflexión: por muy realista que fuese Batz, tenía toda la
confianza del ministro girondino Clavière, que le protegió en
varias ocasiones. Al ocurrir el 10 de agosto pasó a Inglaterra,
volvió a Francia a comienzos de enero de 1793 y, en unión
del marqués de Guiche, intentó libertar al rey, el mismo 21
de enero. Con increíble audacia atravesó la calzada del
bulevar en el momento en que pasaba el carruaje que
conducía al cadalso a Luis XVI, gritando : ¡ Viva el rey I Y
consiguió escapar a todas las pesquisas.
El procurador general síndico del departamento de París,
Lullier, le era adicto y, además, se había procurado
protectores en la policía y el Ayuntamiento. En el mes de
mayo de 1793, Clavière, que aun era ministro de
Contribuciones públicas, le facilitó un certificado de
civismo... Tenía entonces como confidente y secretario, a un
antiguo agente de Danton, Benoist, compatriota y amigo
íntimo de Delaunay d'Angers. Ese Benoist había estado
encargado por Dumouriez de misiones secretas en Alemania,
cerca de Brunswick, en vísperas de la declaración de guerra,
y luego por Danton en Londres al ocurrir el 10 de agosto, y

771
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

otra vez cerca de Brunswick, después de Valmy. Sirvió de


intermediario entre Batz y los diputados negociantes, el
ejecutor del chantaje contra las Compañías financieras y de
las operaciones bursátiles que de el se derivaron.
A mediados del mes de agosto, Batz dio una comida, en su
casa de Charonne, a sus amigos y cómplices : Chabot, Basire,
Delaunay y Julien de Toulouse, a los que se agregaron el
literato Laharpe, el banquero Duroy y algunas damas, como
la exmarquesa de Janson que procuraba salvar a la reina; la
señora de Beaufort, querida de Julien; la actriz Grandmaison,
amante del barón, y una ciudadana de Beaucaire, querida de
Laharpe. Es probable que no se ocupasen únicamente de
negocios. El barón tenía poderes de los príncipes. Intentó
interesar a sus cómplices convencionales para salvar a la
reina y los girondinos. Chabot reveló más tarde que ofreció
un millón a los que le ayudaran en la evasión de la reina y
que estaba secundado por la marquesa de Janson. Por un
momento la mecha estuvo a punto de arder. El 9 de
septiembre, el cerrajero Zingrelet reveló, en una declaración
al comisario de policía de la sección del Luxemburgo, que
encontrándose la víspera en la casa del marqués de Guiche,
donde fué a ver a un criado amigo suyo, oyó que Guiche decía
a Batz : «Amigo Batz, si no se sostiene a la ■ federación de
los departamentos, Francia está perdida ; la Montaña y los
descamisados nos degollarán a todos. » Entonces Batz
respondió : « Sacrificaré hasta mi última moneda. Es preciso

772
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

salvar a cualquier precio a Guadet, Brissot, Vergniaud y todos


nuestros amigos. Muchos departamentos están dispuestos a
sostenernos ; mi plan hará desaparecer a la Montaña y esos
picaros de descamisados. » Y la señora Fon tanges dijo: « S i
Batz realiza nuestros proyectos habremos salvado a Francia.
» Ante esta denuncia, se hizo un registro por fórmula en casa
de Batz, en Charonne, y claro es que no se encontró nada,
Batz salió del asunto con un simple cambio de domicilio. Sólo
se detuvo a unos cuantos comparsas. En cuanto al barón,
continuó viendo asiduamente a los diputados sus cómplices.
El mismo Chabot dice que recibió su visita el 19 de brumario.

Digamos que el asunto de agiotaje se complicaba con una


intriga monárquica. Después de trabajar durante dos meses
la Compañía de Indias, Delaunay presentó el 8 de octubre un
decreto que reglamentaba su liquidación. El decreto estaba
redactado de tal forma, que permitía a la Compañía eludir el
pago del impuesto del cuarto de sus dividendos, lo mismo
que las multas , en que había incurrido por sus anteriores
fraudes. Además, el decreto autorizaba a la Compañía a
liquidarse por sí misma bajo la simple vigilancia de unos
comisarios nombrados por el ministro de Contribuciones
públicas. Fabre d'Englantine, que hasta entonces había
combatido a la Compañía con vigor, se asombró de las
consideraciones del informador Delaunay, e hizo votar una
enmienda que estipulaba que la liquidación sería hecha por

773
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

los agentes del Estado y no por la misma Compañía. El texto


definitivo del decreto fué devuelto a la Comisión para ser
redactado de nuevo. Veintiún día después, Fabre
d'Englantine y Delaunay remitían a Luis du Bas Rhin,
secretario de la Asamblea, un texto definitivo que apareció
en el Bulletin sin que nadie observase de momento que había
experimentado dos graves alteraciones en provecho de la
Compañía. En formal contradicción con la enmienda de
Fabre d'Englantine, la liquidación sería hecha por la
Compañía. Además, sólo tendría que pagar las multas
correspondientes a los fraudes en que no pudiera probar su
buena fe.

¿Por qué Fabre había dado media vuelta? Fabre tenía muy
mala reputación. Había obtenido del rey, en 1789, una
salvaguar dia para escapar a sus acreedores. En el momento
de la invasión en 1792, cuando era secretario de Danton en
el ministerio de Jus ticia, realizó con el ministro de la
Guerra, Servan, un contrato de zapatos cuya ejecución
motivó serios reproches de su sucesor Pache. Tenía queridas
y suntuosos trenes. Frecuentaba los banqueros de todas las
nacionalidades. Para explicar su firma debajo del falso
decreto no encontró, más tarde, en el momento de su p r o
ceso, más que el ridículo argumento de que ¡había firmado
sin leer!

774
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Resulta por las confesiones de Chabot y las piezas del


sumario, que Delaunay y sus asociados, Chabot, Basire y
Julien de Toulouse, habían obtenido de 1¡I Compañía de
Indias una suma de 500 000 libras corno precio del decreto
que le confiaba su propia liquidación y que frustraba al fisco
de las formidables multas e impuestos que hubiera tenido que
pagar. Al comienzo, Fabre d'Englantine no formaba parte de
la banda. No asistió a la comida del mes de agosto en casa del
barón de Batz, en Charonne. Chabot dice que especulaba
aparte y Proli agrega que su consejero era un banquero de
origen lionés llamado Levrat. Si tomó primeramente partido
contra el decreto presentado por Delaunay, nadie duda de
que se vio obligado a entrar en componendas con él. Si por
fin dio su firma, es porque Delaunay consintió en entregarle
una parte de las 500 000 libras.

Fabre era un hombre hábil que poseía más de un recurso. Veía


que Hébert y los jacobinos denunciaban con aspereza a los
bribones de la Convención. Su mismo amigo Danton era
atacado. Se dijo que los hebertistas que le molestaban eran
vulnerables, puesto que contaban en sus filas con
sospechosos subditos extranjeros. Fabre, secundado por sus
amigos del departamento de París, Dufourny y Lullier, tomó
atrevidamente la ofensiva contra esa vanguardia hebertista
formada por extranjeros. Dufourny lanzó, a fines de

775
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

septiembre, un decreto de prisión contra Proli y su intimo


Desfieux, que no fueron libertados hasta el 12 de octubre,
gracias a la intervención de Collot d'Herbois y Hérault de
Séchelles. Para desviar las sospechas, Fabre secundaba con
todas sus fuerzas al Comité de Salud pública en su lucha
contra los súbditos enemigos. En tanto que Chabot y
Delaunay d'Angers se esforzaban en impedir el secuestro de
sus bienes, él insistía sobre Robespierre, que juzgaba la
medida indispensable y acabó por obtenerla el 10 de octubre,
¿ Cómo después de esto sospechar que Fabre se entendía con
los banqueros, cuando procuraba que fuesen sellados sus
papeles y cajas ? Al mismo tiempo que negociaba con
Delaunay el abandono de su oposición al decreto de
liquidación de la Compañía de Indias, tramaba una audaz
maniobra que debía asegurarle la confianza de los
gobernantes y que al principio tuvo completo éxito. Hacia el
12 de octubre solicitó ser oído por una decena de miembros
de los dos Comités del Gobierno especialmente escogidos :
Robespierre, Saint just, Lebas, Panis, Vadier, Amar, David,
MoyseBayle y Guffoy, y les denunció un gran complot contra
la República, constituido por los revolucionarios a ultranza,
que no eran, a fin de cuentas, más que agentes del enemigo.
Designó a Proli y sus amigos Desfieux, Pereira y Dubuisson,
que sorprendían — según él—los secretos del Gobierno y que
eran inseparables de los banqueros más peligrosos, como
Walckiers, Simón y De Monts, todos de Bruselas, y agentes

776
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

del emperador, como Grenus, de Ginebra, y Greffuelhe.


Mostró a Proli y Defieux como inspiradores de periódicos «
que tenían un aire de ser patriotas, pero que para unos ojos
expertos no tenían nada de eso, como, por ejemplo, Le
Batave. Después la emprendió contra los prolectores de los
agentes extranjeros que había denunciado: Julien de
Toulouse, Chabot y, por último, Hérault de Séchelles. Los dos
primeros no eran más que instrumentos en manos de
Desfieux y Proli, que habían llevado a Chabot a casa del
banquero Simón, de Bruselas, y de sus mujeres. Habían
casado a Chabot « con la hermana de un cierto Junius Frey,
que no se llamaba de ese modo, sino más bien el barón de
Schoenfeld, austríaco y con parientes en el mando del
ejército prusiano ». ¿Qué era aquella dote de 200 000 libras,
confesada por Chabot, sino el precio de su corrupción?

Según Fabre, Hérault de Séchelles no era, igualmente, más


que un instrumento entre las manos de Proli, que sabía por
él cuanto pasaba en el Comité de Salud pública. Hérault de
Séchelles empleaba para misiones en países extranjeros un
puñado de hombres sospechosos, como Pereira, Dubuisson,
Coindre y Lafaye. Insinuó que incluso podría formar parte él
mismo del complot extranjero. Cosa significativa y curiosa,
en la cual no repararon los miembros de los Comités, es que
mientras Fabre denunciaba tan duramente a Chabot y Julien
de Toulouse, no decía una palabra de Delaunay d'Angers, que

777
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

era su amigo y cómplice. Éste acababa de entregarle su parte


de las 500 000 libras de la Compañía de Indias.

Los miembros de los Comités estaban muy dispuestos a


recibir las confidencias de Fabre d'Englantine.

«Hay facciones en la República — había dicho Saint-just en


e1 gran discurso del 10 de octubre, en que había pedido el
secuestre) d e l o s bienes de los ingleses •—: facción de sus
enemigos exteriores, facción de los ladrones que no la sirven
más que para mamar en sus ubres, pero que la arrastran a su
pérdida por consunción. Ha y también nombres impacientes
por llegar a los empleos, para que se hable de ellos y
aprovecharse de la guerra. ■ Y en la misma sesión,
respondiendo a Chabot, que se habla pronunciado contra el
secuestro, agregó Robespierre. «Desde el comienzo de la
Revolución, se debe observar que existen en Francia dos
facciones bien distintas: la facción angloprusiana y la facción
austríaca, ambas reunidas contra la República, pero divididas
por sus intereses particulares. Ya habéis dado un gran golpe
a la facción angloprusiana ; pero la otra no está muerta y es
preciso aniquilarla. » La facción angloprusiana era la de
Brissot, que había tenido la veleidad de pretender que el
trono de Francia fuera ocupado por el duque de York o el
duque de Brunswick. La facción austríaca — que era preciso
aplastar, a su vez — era la de Proli, Guzmán, Simón y Frey,

778
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

protegidos por Chabot. Y Robespierre precisaba su


pensamiento: « Desconfío indistintamente de todos esos
extranjeros cuyo rostro está cubierto con la máscara del
patriotismo y que se esfuerzan en parecer más republicanos
y enérgicos que nosotros. Son agentes de las potencias
extranjeras; porque sé bien que nuestros enemigos lio han
dejado de pensar : es preciso que nuestros emisarios afecten
el más cálido y exagerado patriotismo, a fin de poder
insinuarse más fácilmente en los Comités y asambleas. Son
ellos quienes siembran la discordia, giran alrededor de los
más estimables ciudadanos y aun los más incorruptibles
legisladores; emplean el veneno del moderantismo y el arte
de la exageración, para sugerir ideas más o menos favorables
a sus secretos puntos de vista...»

Fabre d'Englantine sabía que encontraría complacientes


oídos cuando fuera a revelar a Robespierre, Saintjust y ocho
de sus colegas del Comité de Seguridad general el complot
extranjero. Quedaron tan convencidos de que decía la verdad,
que se apresuraron a detener el mismo día y los siguientes a
muchos jefes hebertistas o agentes de Hérault de Séchelles
que les parecieron sospechosos por la misma exageración de
su patriotismo. En ese número figuraban Luis Comte, antiguo
agente del Comité de Salud pública, que había denunciado a
Danton como sospechoso de inteligencias con los federalistas
y monárquicos del Calvados; Maillard, que dirigía desde el 10

779
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de agosto una policía secreta extraordinaria y del que sin


duda temía Fabre d'Englantine la vigilancia ; el agitador
Rutledge, de origen inglés, que había desempeñado un papel
importante en el club de los Franciscanos y que conocía el
pasado de Fabre d'Englantine, a quien denunció en otro
tiempo como amigo de Necker y Delessart; el banquero
holandés Van der Yver, que. fué banquero de la Dubarry y era
amigo de Anacarsis Cloots. Todos ellos fueron arrestados el
11 y 12 de octubre ante las denuncias de Fabre.

Robespierre escribía en su carnet: « Destitución de Hesse, en


Orleans». Y el expríncipe alemán Carlos de Hesse, que había
dado, s i n embargo, tales pruebas de entusiasmo por la
Revolución que se le llamaba el general Marat, fué relevado
de su mando el 13 de octubre.

En ese momento el complot extranjero está en el orden del


día de las preocupaciones gubernamentales.

Robespierre no tenía ya confianza en Hérault de Séchelles,


que había sido de diversos partidos y últimamente
hebertista. Conocía el elegante escepticismo de ese exrico
libertino, encanallado luego en aullar con los demagogos.
Hérault no sólo había cometido la imprudencia de admitir a
Proli en su intimidad, alojarle en su casa y tomarle como
secretario. Había traído de su misión en Saboya a la morena

780
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Adela de Bellegarde, mujer de un coronel que servía en el


ejército del rey de Cerdeña. Favorecía la política de guerra a
ultranza, tan grata a Anacarsis Cloots. Robespierre y sus
colegas del Comité de Salud pública quedaron convencidos
de que su celo era sospechoso. Robespierre escribió en su
carnet : « Infame violación de los secretos del Comité, sea por
parte de los empleados o de otras personas... Hay que arrojar,
sobre todo, al traidor que anide en el seno. » Hérault de
Séchelles fué alejado de las deliberaciones del Gobierno por
una orden firmada por Carnot, que le confirió una misión en
el Alto Rhin. Cuando llegó a Belfort, el 14 de brumario,
Hérault quiso entrar en relación con sus colegas Saint just y
Lebas que acababan de ser enviados a Estrasburgo en misión
extraordinaria. Lebas escribió a Robespierre el 15 de
brumario: « Hérault acaba de comunicarnos que ha sido
enviado al departamento del Alto Rhin. Nos propone una
correspondencia. Nuestra sorpresa es extraordinaria... »
Saintjust agrega en la misma carta: «La confianza no tiene
ningún valor cuando hay que compartirla con hombres
corrompidos. » Hérault no debía volver a sentarse en el
Comité de Salud pública. La denuncia de Fabre d'Englantine
lo había muerto en el espíritu de sus colegas.

Menos dichosos que Fabre d'Englantine, sus cómplices en la


falsificación del decreto de liquidación de la Compañía de
Indias, Basire, Chabot y Julien de Toulouse, eran atacados

781
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

casi diariamente en los Jacobinos y en la Prensa,


especialmente Chabot, que se destacaba por su matrimonio
con una austríaca. El capuchino vivía en continua angustia.
El 14 de octubre (23 del primer mes) el Comité de Seguridad
general le hizo sufrir un largo interrogatorio sobre la
denuncia hecha contra él por un empleado de la empresa
D'Espagnac, un tal Rocin, que le acusaba de haber favorecido
en detrimento suyo las bribonadas de aquel abastecedor ya
detenido. También fué interrogado sobre la quema de sus
papeles, la libertad de los realistas Dillon y Castellane, que
había ordenado cuando aun se sentaba en el Comité de
Seguridad general, sus relaciones con los agentes de cambio
y el aumento de su fortuna. Chabot se vio al borde del abismo.
Comprendiendo que el Gobierno le era irremediablemente
hostil, se esforzó en crear un partido en la Convención,
denunciando las tendencias dictatoriales e inquisitoriales de
los dos Comités de Salud pública y Seguridad general. Obtuvo
primeramente algunos éxitos.

El 17 de brumario, el mismo día de la abdicación de Gobel,


Amar, en nombre del Comité de Seguridad general, pidió a la
Asamblea la detención del diputado LecointePuyraveau,
quien por una carta anónima dirigida a él e interceptada por
la sección de la Halle au Ble, era sospechoso de inteligencias
con los vandeanos. Basire, el amigo de Chabot, tomó la
defensa del acusado, haciendo ver hábilmente que si se

782
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

enviaba a un diputado al Tribunal revolucionario por una tal


frágil prueba, no habría en adelante un solo convencional que
pudiera considerarse en segundad. La Asamblea rehusó el
voto que le pedía Amar.

Dos días después, Dubarran, en nombre del Comité de


Seguridad general, pidió que fuese acusado el diputado
Osselin, sobre el que pesaban cargos abrumadores. No
obstante haber redactado la ley contra los emigrados, Osselin
había evitado la aplicación de dicha ley a una emigrada, la
marquesa de Charry, de la que hizo su querida. Había
facilitado su fianza personal en el tiempo en que aun era
miembro del Comité de Seguridad general ; después le había
procurado un asilo, primero en casa de Danton y luego en la
de su hermano, que era un sacerdote casado que vivía en los
alrededores de Versalles. Los hechos eran ta n patentes y tan
mala la reputación de Osselin, que esta vez la acusación fué
votada.

Pero al día siguiente, Chabot, Basire, Thuriot y todos los que


eran amigos de Osselin y se sentían tan culpables como él,
recobraron el valor. Philippeaux, apoyado por Romme, había
propuesto que la Asamblea obligase a todos sus miembros a
dar a conocer el estado de sus fortunas antes de la
Revolución.

783
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Basire combatió la proposición como «muy propia para


favorecer los proyectos de los aristócratas y dividir a los
patriotas ». « Los patriotas —dijo —no deben ser molestados
con persecuciones judiciales... No hay uno solo que no se
regocije de ver subir al cadalso a los que han comenzado la
Revolución, a los primeros que han hecho los cimientos de la
libertad. » Se pronunció contra « el sistema de terror» que
amenazaba a los patriotas. Después de una intervención de
Thuriot, la moción de Philippeaux fué desechada.

Enardecido por ese primer éxito, que desembarazaba a los di


pillados venales de una investigación sobre sus fortunas,
Chabot i n t e n t ó más. Volvió a ocuparse de la acusación de
Osselin, votada la víspera, y pidió que ningún diputado
pudiera ir al tribunal revolucionario sin ser oído previamente
por la Asamblea. En términos más vehementes y claros que
Basire, hizo el proceso de la tiranía que los Corniles ejercían
sobre los diputados. «¡ La muerte no me espanta; si mi cabeza
es necesaria para la salvación de la República, que caiga !
Pero lo que me importa os que triunfe la libertad, que el
terror no devaste lodos los departamentos; lo que me importa
es que l a Convención discuta y no decrete sencillamente por
un informe; lo que me importa es que no haya siempre una
unanimidad en los decretos. Porque si no hay una derecha,
formaré una yo solo aunque me cueste la cabeza, para que
haya una oposición y no se diga que hacemos decretos de

784
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

confianza y sin discutirlos. » Thuriot no se limitó a apoyar a


Chabot. Atacó, sin nombrarlos, a Hébert y sus partidarios, a
los que predicaban << máximas que tienden a aniquilar el
genio y todo lo referente al comercio y la industria » a esos
hombres «que quieren bañarse en la sangre de sus semejantes
». Después de un vivo debate, la proposición de Chabot fué
votada.

De ese modo, los bribones de la Convención esperaban


escapar de la vigilancia de los Comités, que no se atreverían
a detener a ninguno de ellos si cada vez era preciso afrontar
un debate público y contradictorio ante una Asamblea que ya
les manifestaba su desconfianza.

Pero no habían contado con los jacobinos, que al día


siguiente protestaron con vehemencia por boca de Dufourny,
Montaut, Renaudin y el mismo Hébert, contra un voto que
iba a asegurar la impunidad de los bribones y excitar Ja
audacia de los contrarrevolucionarios. Chabot, Basire y
Thuriot fueron objeto de violentos ataques. Hébert decidió
que fueran sometidos a una Comisión investigadora
nombrada por los jacobinos.

Cuando Dubarran y Barère pidieron a la Convención, el 21 y


22 de brumario, que Osselin no fuese oído y se aplicase el
decreto votado el 20 de brumario, ya no encontraron más

785
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

contradictores. Thuriot, Chabot y Basire se retractaron


plenamente. Luego Thuriot fué expulsado de los jacobinos al
siguiente día, 23 de brumario.

Chabot, pálido de miedo, temió—él mismo lo ha confesado —


que se realizara en su casa una pesquisa, Un paquete de
asignados de 100 000 libras que le había remitido Benoist,
procedente de las 500 000 libras de la Compañía de Indias,
le estorbaba mucho. ¡Sería preciso explicar su procedencia!
Entonces Chabot adoptó un partido desesperado. Para
salvarse imitó, pero torpemente, a Fabre d'Englantine y
corrió a denunciar a sus cómplices, primeramente a
Robespierre y después al Comité de Seguridad general.
Refirió que el barón de Batz y su agente Benoist habían
sobornado a Delaunay y Julien de Toulouse para obligar a la
Compañía de Indias ; que éstos le habían remitido a él,
Chabot, 100 000 libras para que comprase a Fabre
d'Englantine, pero que no había hecho nada en ese sentido;
que el barón de Batz subvencionaba también a los hebertistas
para denunciar a los diputados que trataba de corromper.
Insinuó que Hébert, Dufourny y Lullier, sus propios
acusadores, eran agentes de Batz. Éste—según él—no
procuraba únicamente enriquecerse. Quería derribar a la
República deshonrando a los diputados que de antemano
había corrompido. Su conspiración tenía dos ramas: una
rama corruptora, representada por Delaunay, Benoist y

786
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Julien de Toulouse, y una rama difamadora, representada por


los hebertistas. Batz había intentado salvar a la reina y los
girondinos. Si Chabot había parecido acoger sus
proposiciones, era para conocer mejor sus proyectos y
denunciarlos seguidamente. ¡Había expuesto su reputación
para salvar a la República ! Basire, a su vez, confirmó el relato
de Chabot en lo concerniente al chantaje realizado por
Delaunay y Julien de Toulouse sobre la Compañía de Indias,
bajo la inspiración del barón de Batz. Se refirió a Danton en
diversas ocasiones, repitiendo que Delaunay contaba con su
apoyo. Pero Basire se abstuvo de denunciar a los hebertistas.
Chabot había acusado a Hébert de haber trasladado a María
Antonieta al Temple, a petición de la exduquesa de
Rochechouart. Había hecho notar que todas las medidas
revolucionarias exigidas por los hebertistas y obtenidas por
ellos, como el máximo, eran un medio de hastiar al pueblo de
la Revolución y empujarle a la rebeldía. Basire se limitó al
asunto de agiotaje.

Los miembros de los Comités quedaron convencidos de que


había un gran fondo de verdad en los relatos de Basire y
Chabot. Pero tampoco dudaron de que los dos denunciantes,
que ya venían siendo vigilados, fueran tan culpables como
sus colegas Delaunay y Julien de Toulouse y ordenaron la
prisión de los cuatro. Agregaron a la orden de detención la de
los banqueros Batz, Benoist, Simón, Duroy y Boyd, y el

787
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

famoso Proli con su adlátere Dubuisson. Delaunay fué


encerrado en el Luxemburgo al mismo tiempo que Chabot y
Basire. Julien consiguió escapar a las pesquisas y encontró
un asilo en la misma sede del Comité de Seguridad general,
en casa de un empleado de ese Comité —lo que arroja una luz
extraña sobre el modo de estar servido el Gobierno
revolucionario por sus más directos agentes —. Boyd ya se
había fugado. Batz consiguió despistar a la policía, según su
costumbre, y marchó hacia el Mediodía de Francia. Simón,
que se hallaba en Dunkerque, partió para Hamburgo. En su
lugar fué detenido SaintSimón, el famoso y futuro teorizante
socialista, que especulaba con los bienes nacionales en unión
de su amigo el conde de Redera, subdito prusiano. No pudo
encontrarse a Benoist, y Proli se mantuvo oculto en los
alrededores de París, no siendo descubierto hasta más tarde.

Es curioso que los dos Comités, contrariamente a lo que


esperaban Chabot y Basire, no inquietaran ni a Hébert,
Dufourny y Lullier, ni al inspirador y amigo de los dos
últimos, Fabre d'Englantine. Al contrario, quedaron
convencidos de que Fabre — quien, sin embargo, había
firmado el falso decreto con Delaunay — era del todo
inocente. Y su convicción se fundaba menos en el examen de
los documentos, que sólo miraron distraídamente, que en la
denuncia formulada un mes antes por Fabre contra Chabot,
Hérault de. Séchelles y los banqueros y agentes del

788
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

extranjero. Creyeron ingenuamente que ese. justiciero había


sido un profeta, y en las revelaciones de Chabot y Basire sólo
vieron una confirmación de sus sospechas. En su candor,
confiaron a Fabre el cuidado de instruir, en unión de Amar,
el sumario del asunto en que se hallaba tan directamente
complicado. En cuanto a Danton, puesto en tela de juicio
especialmente por Basire, no quisieron inquietarle. Al
contrario, rogaron a Basire que suprimiera lo que le
concernía al ratificarse en su denuncia.

Menos les preocupó el lado financiero del asunto, que


descuidaron, que su aspecto político y patriótico. Creyeron
verdaderamente en la realidad del complot extranjero.
Billaud-varenne, en su discurso del 28 de brumario en la
Convención, puso en guardia contra «la mal entendida
exaltación », o « el celo astutamente exagerado » de los que
sembraban la calumnia y la sospecha, mientras recibían el
oro de Pitt para dividir y difamar a los patriotas.

Por un momento, Hébert y sus amigos no pensaron defender


a los Proli, Desfieux y Dubuisson, que el infame Chabot había
denunciado como agentes de Pitt. Hébert temblaba por si
mismo, y Collot d'Herbois, en misión en Lyon, no estaba allí
para defender a sus amigos y protegerles contra los ataques
de Chabot. Cloots, que se había callado cuando detuvieron a
su amigo el banquero Van den Yver, no rompió el silencio.

789
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Nadie dudó de la realidad del complot. El 1.° de frimario,


Hébert agradeció aduladoramente a Robespierre y los
jacobinos el haberle protegido contra las denuncias. Hizo más
: se retractó de sus precedentes ataques contra Danton y
disfrazó su retirada solicitando, imperiosamente, que los
cómplices de Brissot que aun vivían, y con ellos madame
Isabel, fueran entregados a Fouquier-Tinville. Tras él,
Momoro desmintió que los Capuchinos hubieran pensado
agitarse, insurreccionándose en favor de Proli y Dubuisson.
Y lo mismo que Hébert, Momoro terminó arremetiendo
contra los sacerdotes: «En tanto quede uno de esos hombres,
antes tan mentirosos, que no haya abjurado solemnemente
de sus imposturas, será preciso temblar siempre mientras
quede un solo sacerdote, porque ahora, cambiando de táctica,
para sostenerse, quieren comprometer al pueblo a seguirles
en sus farsas. Será preciso castigarlos y cesará todo el mal. »
Hébert y Momoro regalaban la partida a Robespierre. Éste
rechazó desdeñosamente su política de violencias :« ¿ Será
verdad que nuestros más peligrosos enemigos sean los
impuros restos de la raza de los tiranos ?... ¿A quién se podrá
persuadir de que el castigo de la despreciable hermana de
Capeto impondrá más a nuestros enemigos que la del mismo
Capeto y su despreciable compañera ? Luego nada de nuevas
guillotinas inútiles !»—respondió Robespierre a Hébert —. Y
en seguida replicó a Momoro, por su requisitoria
antirreligiosa : « ¡ Teméis mucho a los sacerdotes ! Más temen

790
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ellos los progresos de la luz. ¡ Tenéis miedo de los clérigos !


Y ellos se apresuran en abdicar sus títulos para cambiarlos
por los de munícipes, administradores e incluso presidentes
de sociedades populares. Creed solamente en su amor a la
patria, bajo la fe de su súbita abjuración, y estarán contentos
de vosotros... No veo más que un medio de despertar el
fanatismo, y es la afectación de creer en su fuerza. El
fanatismo es un animal feroz y caprichoso ; huye ante la
razón; \ perseguidle con grandes voces y volverá sobre sus
pasos ! » Y con valor, Robespierre arremetió contra los
descristianiza dores, atravesándose en sus cálculos
demagógicos. No quería que con pretexto de abatir el
fanatismo se levantase, un fanatismo nuevo. Desaprobaba las
mascaradas anticlericales. Hacía ver los grandes peligros de
la revolución religiosa y afirmaba que la Convención haría
respetar la libertad de cultos. Demostraba que la
descristianización era un golpe astutamente combinado por
«los cobardes emisarios de los tiranos extranjeros », que
querían incendiar a Francia y hacerla odiosa a todos los
pueblos. Nombró, en apasionada filípica, a los que creía
culpables: Proli, Dubuisson, Desfieux, Pereira, y los hizo
excluir del club sin que Cloots, que presidía, abriese la boca
para defenderlos.

El efecto de su discurso fué inmenso. Hacía diez días que la


descristianización se realizaba sin obstáculos. Entonces la

791
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Prensa dio media vuelta. La Convención encontró fuerzas


para resistir a la demagogia. Y bien pronto debía confirmar
expresamente, el 18 de frimario, la libertad de cultos.

Los hebertistas se postraron. La víspera aun acusaban a


Chabot y Basire. Y cuando éstos se convierten en acusadores,
tiemblan y se refugian bajo la égida de Robespierre, que los
protege, pero humillándolos y desacreditando su política.

Como la denuncia de Chabot sucedió a la de Fabre


d'Englantine, tomó por ese hecho enorme importancia.
Dominó la lucha de los partidos y exasperó los odios de todas
las inquietudes patrióticas. El « Complot del extranjero » ha
tomado cuerpo. Será el cáncer maligno que ha de devorar a
la Montaña.

792
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO IX
Los indulgentes

Hasta la gran denuncia de Chabot y Basire, la oposición


contra el Gobierno revolucionario había sido esporádica e
intermitente. Carecía de forma sistemática y criticaba la
aplicación de las medidas revolucionarias y no su mismo
principio. Era una oposición disfrazada e indirecta, una
oposición de astucias y emboscadas.

Sólo Jacobo Roux había arriesgado en su diario, hacia


mediados de septiembre, una protesta franca y directa. « No
se hace amar y querer un Gobierno dominando a los hombres
por el Terror — escribía en el número 265... —No es
trastornando, derribando, incendiando y ensangrentándolo
todo, convirtiendo a Francia en una gran Bastilla, cómo
nuestra Revolución realizará la conquista del mundo...
Imputar a un hombre el crimen de haber nacido aristócrata
es resucitar el fanatismo. Hay encarcelados más inocentes
que culpables... » Jacobo Roux escribía esto desde la prisión
de Santa Pelagia, donde estaba encerrado. ¿ Pero qué crédito
podía obtener esa tardía prudencia de parte de un hombre
que había incitado a todos los excesos, y sólo le horrorizaban
desde que era una víctima de ellos ? Las protestas análogas
formuladas por Leclerc no encontraron mayor eco. Sus
diarios desaparecieron.

793
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La oposición de los Indulgentes era mucho más peligrosa. Sus


jefes eran oradores de talento que en su mayor parte habían
participado en los asuntos públicos, ya en los Comités o en
las misiones. Forzosamente debían agrupar tras ellos a todos
los inquietos por el Terror, que eran legión.

Necesitaban un jefe. Desde el primer momento Chabot pensó


en Danton. Al salir del Comité de Seguridad general, el 26 de
brumario, fué en busca de Courtois y lo puso al corriente.
Courtois se apresuró a advertir a Danton. Comprendiendo
que podía ser envuelto en el sumario de la Compañía de
Indias, el tri buno, cansado, se dio prisa en regresar a París,
adonde llegó el 3 de brumario por la noche. Volvía lleno de
odio contra los hebertistas, de quienes había sufrido furiosos
ataques y lleno de aprensiones respecto al Comité de Salud
pública, que había escuchado las denuncias formuladas
contra él por Luis Comte. Desde hacía mucho tiempo
condenaba la política del Comité. Había censurado el proceso
de Custine, la destitución de los generales aristócratas y el
proceso de la reina « que destruía la esperanza — decía a
Duplain — de tratar con las potencias extranjeras », porque
sólo veía la salvación en una paz rápida, aunque hubiera que
comprarla a un precio muy elevado. Su impotencia para
salvar a los girondinos le hizo llorar.

794
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Garat cuenta que a su retorno de Aréis, Danton le hizo


confidencias de su plan de acción, que califica justamente de
conspiración, puesto que ese plan tendía nada menos que a
la ruina del Gobierno revolucionario y un completo cambio
de régimen. Se trataba, en efecto, de sembrar la división en
los Comités, atraerse a Robespierre y Barère, y luego, una vez
los Comités divididos y envueltos, procurar su renovación en
un día, caso de ser necesario, y una vez obtenido esto
inclinarse resueltamente a la derecha para hacer la paz, abrir
las prisiones, revisar la Constitución, devolver su influencia
a los ricos, permitir la vuelta de los emigrados y liquidar la
Revolución mediante una transacción con todos sus
enemigos.

Pues las cosas pasaron exactamente como dijo Garat. Danton


asumió la continuación de la política ya esbozada por Basire,
Chabot, Thuriot, Fabre d'Englantine, etc., pero con más
prudencia y habilidad. Para ablandar a Robespierre y atraerle
a su celada, Danton se apresuró, el 2 de frimario, a condenar
el empleo de la violencia contra el catolicismo, y lanzó
hábilmente la idea de que había llegado el momento de poner
fin al Terror : « ¡ Pido que se ahorre la sangre de los hombres
! ». Solicitó, el 6 de frimario, un rápido informe sobre la
conspiración denunciada por Chabot y Basire, expresándose
de tal forma que englobó en la conspiración a todos los que
habían pedido leyes terroristas. Al defender a Chabot y

795
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Basire, no sólo se defendía a sí mismo sino, que al mismo


tiempo defendía a todos los diputados de dudosa moralidad:
los Guffroy, Courtois, Reubell, Merlin de Thionville, Thuriot,
Boursaut, Fréron, Barras, Tallien, Bentabole, Rovère y tantos
otros. Animados, éstos clamaron contra Bouchotte, la figura
de los hebertistas. Danton se atrevió, el 11 de Frimario, a
combatir una medida tan popular como el cambio forzoso del
numerario contra los asignados, medida preconizada por los
Capuchinos y por Cambon, y que ya habían puesto en vigor
varios representantes en misión. « Ahora que el federalismo
está quebrantado—dijo—, las medidas revolucionarias deben
sor una consecuencia necesaria de vuestras leyes positivas...
Desde este momento, todo hombre que se haga
ultrarrevolucionario será tan peligroso como podría serlo el
más decidido contrarrevolucionario... Recordemos a aquellos
comisarios que, con buena intención sin duda, han tomado
las medidas que nos relatan, y de aquí en adelante que ningún
representante tome medidas más que de acuerdo con
nuestros decretos revolucionarios... Recordemos que si se
derriba con la piqueta, es con el compás de la razón y el genio
cómo puede elevarse y consolidarse el edificio de la sociedad.
» Los ricos no fueron obligados a cambiar su oro contra el
papel republicano. Las órdenes contrarias de los
representantes fueron revocadas. Y los poseedores respiraron
libremente.

796
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La ola de reacción era tan fuerte que el voluble Chaumette,


abandonando las banderas de Hébert, se dejó arrastrar por
ella. Al mismo tiempo que Danton combatía con éxito el
cambio de numerario contra los asignados, él denunciaba al
Ayuntamiento a los Comités revolucionarios que se
entregaban — según él — a los más arbitrarios actos de toda
especie y que, a veces, daban la sensación de que si detenían
aristócratas era para « procurarse el derecho de atacar a los
más acrisolados patriotas ». Pretendió convocar en la Casa de
la Ciudad a los miembros de esos Comités para darles cuenta
de su conducta e instrucciones. Pero Billaud varenne se
conmovió con su moderado lenguaje, hizo el elogio de la ley
de sospechosos, que había procurado las victorias en las
fronteras poniendo en claro las traiciones, y reprochó a
Chaumette que buscase popularidad « dejando para la
Convención lo odioso de las medidas rigurosas ». La orden de
Chaumette fué anulada (14 de frimario), y Chaumette borrado
de la lista de los Capuchinos (27 de frimario).

Los Indulgentes realizaron un gran esfuerzo para apoderarse


de los jacobinos. Danton, que hacía tiempo que no
frecuentaba las sesiones, reapareció con asiduidad. El 13 de
frimario se opuso con violencia a que la iglesia del Havre
fuese puesta a disposición del club de aquella ciudad para
celebrar sus sesiones. « Pido que se desconfíe de aquellos que
quieren llevar al pueblo más allá de los límites de la

797
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Revolución y que proponen medidas ultrarrevolucionarias. »


Un exsacerdote, Coupé de l'Oise, le respondió secamente «que
las iglesias pertenecían al pueblo, y que éste podía disponer
voluntariamente de sus bienes para reunirse en los locales
que le parecieran más cómodos ». Danton quiso replicar, pero
fué interrumpido por violentos murmullos. No sólo tuvo que
protestar de que no había tenido intención de « romper el
nervio revolucionario », sino que debió realizar una apología
tanto de su vida privada como de su vida política : « ¿ Es que
no soy ya el mismo hombre que se ha encontrado al lado
vuestro en los momentos de crisis ? ¿ No soy aquel que
habéis abrazado con frecuencia como amigo vuestro y que
debe morir con vosotros ?» En vano quiso situarse bajo la
égida del nombre de Marat; los oyentes de las tribunas
silbaban v los miembros del club « sacudían la cabeza y
sonreían de lástima — según dice Camilo Desmoulins — como
si fuera el discurso de un hombre condenado por todos los
votos ». Al fin y al cabo tuvo que humillarse a solicitar una
Comisión investigadora que examinase las acusaciones
formuladas contra él. Sin Robespierre estaba perdido.
Robespierre impidió la Comisión investigadora, aunque
recalcando cuidadosamente que no siempre había estado de
acuerdo con Danton y que incluso le había hecho algunos
reproches, como en los casos de Dumouriez y Brissot.
Robespierre quería evitar las divisiones entre los
revolucionarios : « ¡ La causa de los patriotas es sólo rio ! ».

798
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

como la de la tiranía, en donde todos son solidas una, Su


intervención era tanto más meritoria cuanto que en el punto
preciso que había suscitado el debate, estaba de acuerdo con
Coupé de l'Oise, hasta tal punto que el día siguiente firmó
con Billaud la orden que concedía a los jacobinos del Havre
la iglesia de los Capuchinos.

Los Indulgentes no habían tenido hasta entonces más que un


solo diario, el Rougyff o el Frank en vedette del diputado
Guffroy, que intentaba laboriosamente imitar el punzante
estilo del Pére Duchesne. Camilo Desmoulins volvió a tomar
la pluma, y el 15 de frimario lanzó el Vieux Cordelier.
También él tenía que mirar por su propia defensa. Estaba
comprometido por sus deplorables relaciones con
D'Espagnac, a quien ayudó en la persona de su hermano,
inquietado desde la Constituyente por el escandaloso cambio
del condado de Sancerre con el capitalista Dithurbide, del
que había sostenido los intereses contra Brissot; con el
periodista monárquico Richer de Seriey, su compañero de
holgorios ; con el general Arturo Dillon, preso por un
complot, y con tantos otros, en fin. Camilo era sospechoso,
desde hacía tiempo, a los jacobinos. Ese antiguo franciscano
no era más que un franciscano envejecido. Su táctica es
sencilla. La toma, sencillamente, de Chabot y Basire. Sus
adversarios son agentes de Pitt. « ¡ Oh, Pitt! ¡ Rindo homenaje
a tu genio ! » Ésta es la primera palabra de su diario. Todos

799
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

los que son atacados por los hebertistas pasan a ser víctimas
de Pitt. Chabot había dicho : « Hay entre los hombres de la
Montaña corruptores y corrompidos. » Desmoulins rectifica :
no hay corruptores ni corrompidos : todos están por encima
de cualquier sospecha. Son víctimas inocentes de esos
hebertistas pagados por Pitt para difamar a la representación
nacional. Desmoulins reivindica la completa libertad de
Prensa. Sobraba que dijera que liaría un uso moderarlo de
ella, puesto que ofrecía una tribuna a los monárquicos en la
mortal crisis que el país atravesaba. Su número fué leído con
avidez por todos los aristócratas que estaban en París más o
menos escondidos.

Los Indulgentes redoblaron en su ataque. Merlin de


Thionville reclamó, el 15 de frimario, el levantamiento de la
incomunicación a que se hallaban sometidos Basire y Chabot.
No obtuvo satisfacción; pero dos días después Thuriot
pretende que se busque el medio de poner en libertad a los
patriotas detenidos en virtud de la ley de sospechosos.
Después, el 19 de frimario, Simond, un íntimo de Chabot y
de los Frey, propone a los jacobinos que las sociedades
tengan el derecho de reclamar a los patriotas detenidos. De
admitirse su proposición, ya no había necesidad de Comités
revolucionarios. Los miembros de los clubs se convertían en
sagrados. Sus tarjetas de jacobinos los colocaban al abrigo de
toda investigación. Robespierre denunció la trampa : « Se os,

800
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

quiere detener en vuestro rápido avance, como si ya


hubierais llegado al término de vuestros esfuerzos... No
sabéis, pues, que en los ejércitos pulula la traición; no sabéis
que con la excepción de algunos fieles generales, lo único
bueno es el soldado. Por lo demás, la aristocracia es más
peligrosa que nunca, porque jamás fué más pérfida. Antes
atacaba en compactas filas y ahora está en medio de
vosotros, en vuestro seno, y disfrazada bajo el velo del
patriotismo os da, en secreto, puñaladas de las que no
desconfiáis. » Los Indulgentes comprendieron que
Robespierre era más difícil de envolver de lo que habían
creído.

Redoblaron en sus golpes contra los hebertistas. En el


número 2 de su diario, Desmoulins inició una violenta
agresión contra Cloots, responsable de la descristianización,
obra maestra de Pitt. « Cloots es prusiano, primo hermano de
ese Proli tan denunciado. Ha trabajado en la Gazette
Universelle (periódico monárquico) donde ha guerreado
contra los patriotas ... Guadet y Vergniaud, que han sido sus
padrinos, le han hecho naturalizar ciudadano francés por
decreto de la Asamblea legislativa... Nunca [ha dejado de
fechar sus cartas, desde hace cinco años, en París, capital del
mundo, y no es culpa suya si los reyes de Dinamarca y Suecia
guardan la neutralidad y no se indignan cuando Paris se

801
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

llama, orgullosamente, la metrópoli de Estocolmo y


Copenhague... »

Al día siguiente le tocó a Hébert el turno de sentarse en el


banquillo de los acusados ante los jacobinos Bentabole,
comensal de Chabot y de los Frey, le reprocho haber puesto
demasiado ardor en sus denuncias : <■ ¿ He de preguntarle si
tiene el secreto de las conspiraciones ¿ He de preguntarle por
qué ha dicho, hablando do un diputado, que no cambiaría a
Chabot por Roland ? ¿ Por qué parece que condena a Chabot
y lo considera culpable antes de que sea juzgado ? ¿ Por qué
ha dirigido ataques a Laveaux por el hecho de haber hablado
éste en favor de un Ser Supremo ? Yo, aunque enemigo de
toda práctica supersticiosa, declaro que siempre creeré en un
Ser Supremo.» Era la primera vez que alguien se atrevía a
tomar la defensa de Chabot en los Jacobinos. Hébert negó,
afrentosamente, que él hubiera predicado el ateísmo : «
Declaro que yo incito a los campesinos a leer el Evangelio ».
El incidente demuestra hasta qué punto llevaban en ese
momento su audacia los Indulgentes.

Llegaron a creerse con bastante fuerza para renovar de


improviso el Comité de Salud pública, cuyos poderes
expiraban en la mañana siguiente al 22 de frimario. El brusco
asalto había sido cuidadosamente preparado, por medio de
repetidos ataques contra Bouchotte y sus agentes.

802
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Philippeaux, un simple orgulloso a quien el Comité había


herido desdeñando sus denuncias contra Rossignol y Ronsin,
envió, el 16 de frimario , una carta abierta al Comité de
extremada violen cía : « Si los hombres que protegéis —decía
—no fuesen culpables (la Comisión investigadora que he
reclamado)' yo hubiera manifestado su inocencia. En caso de
ser culpables los hubierais convertido en cómplices suyos, al
asegurar su impunidad, y la sangre de 20 000 patriotas
degollados a consecuencia de esa arbitraria medida, grita
venganza contra vosotros mismos.»

Bourdon de l'Oise pidió la renovación del Comité el 22 de


frimario : « Si la mayoría tiene entera confianza en la
Convención y el pueblo, hay ciertos miembros que
encontraría muy de su gusto no volver a ver. » Merlin de
Thionville propuso que el Comité fuese renovado en una
tercera parte cada vez. No obstante la oposición de
Cambacérés, la mayoría decidió que a la siguiente mañana se
celebrase un escrutinio.

La misma noche, Fabre d'Englantine hacía arrojar de los


Jacobinos a Coupé de l'Oise, por la única razón de haber
censurado el matrimonio de los clérigos; pero, en realidad,
por haberse atrevido a enfrentarse con Danton en los días
precedentes. Uno de los Indulgentes reprochaba a Cloots sus
relaciones con los Van den Yver, banqueros holandeses

803
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

comprometidos con la Dubarry. Robespierre aplastaba a


Cloots en una terrible requisitoria, cuyo fondo y hasta los
términos estaban tomados del Vieux Cordelier de la
antevíspera. Cloots, aniquilado, no supo qué responder, y fué
expulsado.

Si el Comité hubiera sido renovado, es indudable que los


Indulgentes hubieran conservado en él a Robespierre,
limitándose a excluir a los miembros relacionados con los
hebertistas, o sea Hérault, Collot, Billaud y SaintAndré,
quienes, lo mismo que Cloots, habían mantenido constantes
relaciones con Proli, Desfieux y Hébert. Pero la renovación
fué aplazada, el 23 de frimario, por la intervención de un
amigo de SaintAndré, Tay de SainteFoy, quien demostró lo
impolítico de cambiar el Comité en el momento en que la
aristocracia realizaba su últimos esfuerzos y las potencias
extranjeras situaban a la Convención « entre dos aspectos
igualmente peligrosos : el patriotismo exagerado y el
moderantismo ».

Esto permitió a Robespierre hacer reflexiones. Si aun no


había visto adonde tendía Ja maniobra de los Indulgentes, el
número 3 del Vieux Cordelier debía abrirle los ojos. Esta vez
Desmoulins ya no se limitaba a un ataque contra los
hebertistas, sino que tras ellos procuraba herir a todo el
régimen. Comenzaba con un astuto paralelo entre la

804
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

monarquía y la república, en el cual, con pretexto de


condenar los crímenes de los Césares romanos, censuraba los
de la República. El procedimiento no era nuevo. Era el de los
enciclopedistas : la disimulada alusión, la ironía pérfida. El
verdadero pensamiento del autor se refugiaba en la misma
negación de ese pensamiento. No quería —dice— regocijar a
los monárquicos, y puso ante los ojos, abrigándose tras de
Tácito, una espantosa pintura de la República. Por otra parte,
dejaba a un lado a Tácito bien pronto y designaba a los
contrarrevolucionarios tan culpables como los libertos de los
Césares. Por ejemplo, Montaut que pedía a la Convención 500
cabezas, que deseaba que el ejército del Rhin fuese diezmado
en lucha con el ejército de Maguncia, que se proponía
embastillar a la mitad del pueblo francés colocando barriles
de pólvora bajo esas Bastillas. Desmoulins atacaba,
directamente, en fin, a toda la institución revolucionaria : «
Hoy no hay en Francia más que 1 200 000 soldados de
nuestros ejércitos, los cuales no hacen, afortunadamente,
leyes; porque los comisarios de la Convención hacen leyes ;
los departamentos, los distritos, las municipalidades, las
secciones y los Comités revolucionarios hacen leyes, y hasta
¡ Dios me perdone !, creo que las sociedades fraternales
también. » Agredía a los Comités de la Convención como
culpables de estupidez y orgullo.

805
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Su ignorancia patriota había hecho más daño que la habilidad


contrarrevolucionaria de los Lafayette y Dumouriez.

Ese audaz número 3 tuvo enorme resonancia. Era la


condenación del régimen por uno de los que lo habían creado.
El Terror deshecho por el que había excitado al pueblo a
destruir los reverberos. ¡Qué alegría para los aristócratas y
qué tristeza para los sinceros revolucionarios! Esa campaña
se producía justamente en el momento en que Chabot, Basire
y Delaunay eran interrogados sobre sus crímenes. ¿Cómo no
creer que el Terror que los Indulgentes quieren suprimir es el
Terror que temen para sí mismos, y el cadalso que quieren
destruir es el cadalso que les espera?

El ataque es tan vivo, que al comienzo ceden los gobernantes.


Fabre denuncia, atrevidamente, el 27 de frimario, ante la
Convención, al secretario general de Bouchotte, llamado
Vincent, uno de los prohombres de los franciscanos ; al jefe
del ejército revolucionario Ronsin, ya acusado por
Philippeaux; a Maillard, encarcelado por la influencia de
Fabre en el mes de brumario, pero puesto en libertad por falta
de pruebas. Reprocha vagamente a Vincent, sin precisar
nada, el pagar agentes para dificultar las operaciones de los
representantes y distribuir subsidios a sus amigos. Contra
Ronsin invoca una proclama sobre la represión de los
rebeldes de Lyon, «horrible cartel que no es posible leer sin

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

estremecerse ». Sin más, la Convención ordena el arresto de


los tres denunciados que ocupan, sin embargo, altos puestos.
Si Vadier no hubiera defendido a Héron, su agente en el
Comité de Seguridad general, hubiera corrido la misma
suerte. Otros tres agentes del Comité ejecutivo, fueron
arrestados sin más formas. Insólito procedimiento. La
Convención hería a los más conceptuados agentes del
Gobierno revolucionario, sin ninguna investigación, sin
conocer la opinión de los Comités responsables que los
habían elegido.

La misma noche, en los Jacobinos, los hebertistas no se


atrevieron a protestar más que débilmente. La voz de
Raisson, que se levantaba en favor de Ronsin fué ahogada por
Laveaux, Dufourny y Fabre, que cayeron sobre los vencidos.
Bourdon de l'Oise exclamaba alegremente el 29 de frimario,
que « l a facción contrarrevolucionaria de las oficinas de
Guerra sería aplastad;, bien pronto ». Pero no había contado
con Robespierre y Collot.

Habiendo defendido a Proli y Desfieux, Collot, que estaba tras


de ellos, se veía directamente amenazado después del arresto
de su agente Ronsin. Una diputación lionesa había salido para
París con la intención de denunciar los horrores de los
fusilamientos por él ordenados. Por lo tanto, se apresuró a
llegar a París para prevenirse de esa denuncia. Como nota

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sentimental y conmovedora llevó consigo la cabeza de


Chalier y ofreció, con gran pompa, esta reliquia al
Ayuntamiento. Todos los patriotas ardientes de París
figuraron en el cortejo el 1.° de nivoso, desde la plaza de la
Bastilla hasta la Convención. Uno de ellos pidió los honores
del Panteón para el mártir Chalier, cuyos restos fueron
presentados a la Convención. Couthon apoyó la propuesta y
aun hizo más. Propuso excluir del Panteón al general
Dampierre, el amigo de Danton muerto por el enemigo, un
traidor—según dijo Couthon—. Como el golpe iba
directamente contra Danton, éste protestó, defendió a
Dampierre y consiguió que volvieran al Comité las
proposiciones de Couthon.

Entonces Collot tomó la palabra para justificarse. Invocó los


decretos de la Asamblea y las órdenes del Comité. Confesó
los fusilamientos, pero atenuando sus horrores, y elogió a las
dos comisiones militares que habían condenado a los
rebeldes. Los dantonistas no se. atrevieron a responder.
Fueron aprobados sus actos. Pero Fabre d'Englantine se
encarnizó contra un teniente de Ronsin. Mazuel, para el que
obtuvo una orden de prisión.

La misma noche Collot avergonzó a los jacobinos por su


debilidad : " Hace dos meses que os dejé y estabais ardiendo
por la sed de venganza contra los infames conspiradores de

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la ciudad de Lyon... ¡ A poco más, si tardo tres días en llegar


a París, me encuentro bajo el peso de una acusación ! » Se
hizo solidario de Ronsin, haciendo de éste un vivo elogio, y
describió ]a alegría de los aristócratas al saber la noticia de
su prisión : «j Vuestros colegas, vuestros amigos, vuestros
hermanos, van a caer bajo el puñal!» Terminó con un ataque
contra los Indulgentes. El valor es contagioso, y los
hebertistas, que desde hacía un mes cedían y reculaban,
dieron la cara siguiendo el ejemplo de Collot.
Momoro denunció a Goupilleau y a Nicolás Desmoulins, que
rondaba desde hacía tiempo la guillotina; a Hébert, a Bourdon
de l'Oise, que había sido el enemigo de Marat; a Philippeau y
su odioso panfleto, y a Fabre d'Englantine relacionado con
todos los aristócratas. Los jacobinos se sintieron solidarios
de Ronsin y Vincent, de quienes reclamaron la libertad.

Pero si Collot había podido restablecerse de ese modo, es


porque el Comité lo había sostenido. Robespierre había
evolucionado. No porque aprobase los actos de Collot en
Lyon, sino al contrario. No había respondido a ninguna de las
apremiantes cartas que Collot le había escrito durante su
misión. Pero Robespierre, que había seguido primeramente
con simpatía la campaña de los Indulgentes, satisfecho por
la eliminación de los agentes de desorden y violencia,
desconfío cuando los vio entregarse a una obra de rencores y
venganzas personales, preparar la reacción por medio del

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

número 3 del Vieux Cordelier, atacar a buenos servidores,


como Héron y Bouchotte, que tenían toda su confianza, y a
su colega SaintAndré, del que estimaba el carácter y el
talento.

Después, el 29 de frimario, el asunto confiado a Amar por la


denuncia de Chabot dio un paso adelante. Amar y Jagot
examinaron el original del falso decreto de liquidación de la
Compañía de Indias. Pudieron comprobar que llevaba la firma
de Fabre d'Eglantine y que éste había aceptado un texto que
era lo contrario de su enmienda. Su asombro es tal que
deciden, el 6 de nivoso, excluir a Fabre de la instrucción.
Robespierre se pregunta entonces si no ha sido la víctima de
Fabre, de un diestro truhán incluso más culpable que los que
denunciaba, para taparse.

Robespierre no ve más que el interés de la Revolución. ¿ Es


el momento de abrir las prisiones a los sospechosos, para
meter en ellas a los mejores patriotas, de atenuar o destruir
las leyes revolucionarias cuando los vandeanos que han
pasado al norte del Loire infligen derrota tras derrota a las
tropas republicanas lanzadas en su persecución, cuando
Wurmser, después de haber forzado las líneas de
Wissemburgo, acampa en las puertas de Estrasburgo, cuando
los ingleses y españoles poseen siempre el primer puerto
francés del Mediterráneo ? ¿ Es el momento de desorganizar

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

el Gobierno revolucionario, cuando la Comisión de


subsistencias apenas si inicia su obra, cuando comienza la
aplicación de la gran ley del 14 de frimario ?

El 3 de nivoso, en los Jacobinos, Robespierre tomó una


posición por encima de los partidos, lina concurrencia
desacostumbrada llenaba la sala. Hubo quien ofreció 25 libras
por ocupar un puesto en las tribunas. Los Indulgentes
quisieron impedir la decisión en virtud de la cual la sociedad
había tomado la defensa de Ronsin y Vincent. Sufrieron una
primera derrota. Collot, de un modo trágico, anunció la
muerte de un patriota lionés amigo de Chalier, Gaillard, que
por desesperación se había suicidado. Tales eran las
consecuencias del moderantismo. Levasseur de la Sarthe
pronunció una requisitoria contra su paisano Philippeaux, a
quien calificó de frivolo y embustero. Philippeaux replicó en
el mismo tono. Mantuvo todas sus acusaciones contra les
generales «descamisados» que mandaban en la Vendée,
acusándoles de dilapidar el tesoro, de no pensar más que en
la buena vida, de ser ineptos, cobardes y traidores. La sala
tomó aspecto tumultuoso. Danton, afectando imparcialidad,
intervino para reclamar silencio en favor de Philippeaux : «
Tal vez no hay aquí más culpable que los acontecimientos ;
en todo caso pido que cuantos tengan algo que hablar sobre
este asunto sean escuchados.» Robespierre, después de haber
reprochado a Philippeaux sus desconsiderados ataques

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

contra el Comité de Salud pública, no quiso ver en la querella


más que rencillas personales. Comprometió a Philippeaux
para que sacrificase su amor propio, y al contrario de Danton,
que solicitaba una investigación—sin duda para prolongar el
incidente —, Robespierre se esforzó en cortar por lo sano,
haciendo un llamamiento a la unión. Y volviéndose hacia los
hebertistas, como se había vuelto hacia Philippeaux, les pidió
que aguardasen con calma el juicio de los Comités sobre
Ronsin, Vincent y Maillard. « ¿No fué Marat tranquilamente
ante el tribunal revolucionario? ¿No salió triunfante? ¿Acaso
Chabot, que ha prestado grandes servicios al Estado, no está
detenido? »

Pero Philippeaux, rehusando la rama de olivo que le tendía


Robespierre, dirigió contra el Comité un más directo ataque,
y Danton insistió en su proposición de una Comisión
investigadora. «Pregunto a Philippeaux — dijo Couthon —si
cree en su alma y conciencia que hay traición en la guerra de
la Vendée. » Philippeaux respondió : ¡ Sí ! «Entonces —
prosiguió Couthon —yo también pido que se nombre una
Comisión.» Quedaban cortados los puentes entre los
Indulgentes y el Comité.

El hebertista Momoro, aprovechando la ocasión, ofreció al


Comité el concurso de sus amigos, pero de un modo
condicional : « Que se sostenga el patriotismo ; que no sean

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

oprimidos los patriotas, y todos los republicanos, reunidos en


los Comités de Salud pública y Seguridad general, la
Convención y la Montaña, defenderán la República hasta la
última gota de su sangre ¡ » Robespierre, siempre valeroso,
contestó vivamente a la oculta amenaza que se desprendía
de esas frases : « ¿ Querrán hacerme creer que la Convención
oprime a los patriotas ? ¿ Han olvidado que ya no existen los
brissotinos; pero existe la Montaña, que siempre hará justicia
a los republicanos ?» Agregó que la Convención cumpliría con
su deber hasta el fin, sin temor a las insurrecciones. Era
advertir a los hebertistas que si pensaban emplear la
intimidación, se equivocaban.

De este modo, Robespierre se mantenía equidistante de


Philippeaux y Momoro, posición muy fuerte que le valió en el
pueblo una popularidad inmensa, porque el pueblo
comprendía que la salvación de la Revolución consistía en
unirse. Pues justamente al siguiente día de la gran sesión del
3 de nivoso en los Jacobinos, llegó a Paris la noticia de la
reconquista de Tolón por las tropas republicanas de
Dugommier. El Comité quedó consolidado y Robespierre lo
aprovechó para pronunciar el 5 de nivoso, ante la
Convención, una vigorosa apología del Gobierno republicano,
oportuna réplica al Vieux Cordelier. De la distinción
fundamental entre Gobierno constitucional y Gobierno
revolucionario, entre estado de guerra y estado de paz,

813
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

dedujo con mucha lógica la justificación del Terror.


Instalándose sobre la roca del interés público, fulminaba a los
dos extremos: « El moderantismo, que es a la moderación lo
que la impotencia a la castidad, y el exceso que se parece a
la energía como la hidropesía a la salud... Los barones
demócratas son hermanos de los marqueses de Coblenza y, a
veces, los gorros frigios están más cerca de los tacones rojos
de lo que muchos piensan. » Barère denunció al día siguiente
el Vieux Cordelier, y Billaudvarenne hizo votar un decreto
votado unos días antes a propuesta de Robespierre, para
organizar un Comité de justicia que tendría por misión
seleccionar los detenidos y libertar a los que hubiesen sido
detenidos por error.

Desde que los vandeanos habían sido aplastados en Mans y


Savenay ; desde que Hoche había puesto en fuga a los
austroprusianos en Geisberg y reconquistado a Landau, el
Comité se afirmaba y hacía más audaz. Los Indulgentes
perdían terreno cada día.

El 15 de nivoso, el descubrimiento, entre los papeles sellados


de Delaunay, de la minuta del primer proyecto de decreto
sobre la liquidación de la Compañía de Indias, proporcionaba
la definitiva prueba de la culpabilidad de Fabre d'Englantine.
El 19 de nivoso, Robespierre descubrió en los Jacobinos al
bribón que le había engañado y Fabre fué detenido cuatro días

814
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

después. Cuando, al siguiente día, Danton cometió la


suprema imprudencia de intervenir en favor de su amigo, se
atrajo la terrible réplica de Billaudvarenne: «¡Desgracia para
los que se han sentado al lado suyo y aun serán sus víctimas!»

No sólo los Indulgentes han fracasado en su tentativa de


detener el Terror, sino que se hallan amenazados ellos
mismos. Pueden verse arrastrados en el proceso de ios
bribones que han defendido. Al reclamar clemencia para
hombres indignos, la han desacreditado.

815
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO X
De los «citra» a los «ultra»

Los Indulgentes contaban con la secreta simpatía de la


mayoría de los diputados, a quienes la revolución del 2 de
junio no había convertido más que en apariencia a las
doctrinas de la Montaña, o sea de la Salud pública. Sin el
resplandor de los servicios prestados, el Comité hubiera sido
derribado más de una vez. Sólo se sostenía probando que era
indispensable. Pero no podía obrar, no podía poner en marcha
la enorme máquina del Gobierno revolucionario, más que con
la confianza y apoyo de los jefes «descamisados», que no sólo
peroraban en los clubs, sino que llenaban los cuadros de la
nueva burocracia. Esos hombres nuevos, nacidos de la
guerra, jóvenes en su mayor parte, habituados desde la
escuela a tomar como ejemplo los héroes de Grecia y Roma,
defendían con la Revolución una carrera y un ideal. Invadían
las oficinas de Guerra, vigilaban, en calidad de comisarios del
Consejo ejecutivo o del Comité de Salud pública, a los
generales y los misinos representantes ; eran numerosos en
los Comités revolucionarios y los tribunales de represión, y
por medio de ellos se ejecutaban las órdenes de París, y París
sabía lo que sucedía. El régimen descansaba sobre su lealtad
y buena voluntad.

816
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La campaña de los Indulgentes les afectaba directamente.


Estaban amenazados no sólo en su posición, sino en sus
personas. Muchos fueron englobados en la temible
denominación de «agentes del extranjero o
ultrarrevolucionarios». Con frecuencia, los representantes a
quienes vigilaban o inquietaban los hacían arrestar. Las
luchas intestinas de los revolucionarios no quedaron, pues,
limitadas al campo hermético de los jacobinos de París o la
Convención, sino que se extendieron a toda Francia. Como
estallaron precisamente en el momento de la aplicación de la
gran ley del 14 de frimario, cuando en todas partes se
realizaba la depuración de las autoridades y clubs, cuando se
organizaba la Comisión de subsistencias, era grande el
peligro de que el nuevo régimen quedara paralizado antes de
haber tomado una forma regular. Se juzgaría
equivocadamente de la gravedad de la crisis, de no salir de la
capital para examinar el país.

Existen conflictos en todas partes. En Alsacia, Saintjust y


Lebas, encargados de una misión extraordinaria, después de
la toma de las líneas de Vissemburgo, no se relacionan con
los representantes en los ejércitos del Rhin y el Mosela, J. B.
Lacoste y Baudot, los cuales muestran su disguste. Saintjust
hace detener al jefe de los refugiados extranjeros Eulogio
Schneider, exvicario episcopal del obispo constitucional
Brendel, y convertido en fiscal. Schneider acababa de

817
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

casarse. Había hecho en Estrasburgo una entrada pomposa al


lado de su joven esposa, en una calesa escoltada por soldados
de caballería con el sable desenvainado. Saintjust lo hizo
exponer durante unas horas sobre la plataforma de la
guillotina antes de enviarlo al Tribunal revolucionario: «Este
castigo—escribía Lebas a Robespierre el 24 de frimario —,
que se ha merecido por su insolente conducta, ha sido
impuesto también por la necesidad de reprimir a los
extranjeros. No creamos en los charlatanes cosmopolitas,
fiándonos sólo de nosotros mismos. » Saintjust suprimió, al
mismo tiempo, la «Propaganda », especie de club ambulante
que los representantes en el ejercito del Rhin habían
organizado con el propósito de republicanizar a la gente
campesina.
Lacoste y Baudot protestaron enérgicamente. Escribieron a
la Convención, el 28 y 29 de frimario, que el infame suplicio
sufrido por Schneider había consternado a los patriotas y
convertido a los aristócratas en más peligrosos e insolentes
que nunca. Elogian a los oradores de la « Propaganda », «
forjados en la fragua del Pére Duchesne ». Al mismo tiempo
solicitan su regreso.
Conflicto en Lorena. Baltasar Faure, después de meter en
prisión al jefe de los hebertistas locales, Marat Mauger, que
envió al Tribunal revolucionario, depuró el club de Nancy,
deteniendo a los más destacados miembros de la Revolución.
Pero J. B. Lacoste v Baudot acusan a su colega de haberse

818
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

convertido en ídolo de los aristócratas, corren a Nancy,


depuran el club en sentido contrario y destituyen y
encarcelan a los partidarios de Faure, que sustituyen en las
prisiones a los patriotas libertados. Faure solicita una
investigación (3 de pluvioso).
Conflicto en Sedán, donde Perrin (de los Vosgos) hace
detener, en nivoso, al jefe del club Vassan, alcalde de la
ciudad, considerándole como « ultra ». Sus colegas Massieu y
Elie Lacoste protestan y toman la defensa de Vassan.
Conflicto en Lille. Hentz y Florent Guiot, que suceden a Isoré
y Chales, hacen detener a Lavalette y Dufresse, que sus
antecesores habían colocado al frente del ejército
revolucionario departamental. Libertan a un gran número de
sospechosos. Chales, que ha permanecido en Lille para
curarse de una herida recibida frente al enemigo, protesta y
los acusa de proteger a los aristócratas.

Conflicto en el Alto Saona, donde el joven Robespierre pone


en libertad a centenares de sospechosos de fanatismo y
federalismo. Su colega Bernard de Saintes, que se encarniza
contra el culto y hace llenar las prisiones, entabla con él una
violenta lucha.

Conflicto en el Loire. El fogoso Javogues levanta un acta de


acusación contra Couthon y el Comité de Salud pública.
Denuncia el decreto sobre la libertad de cultos, la institución

819
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de los agentes nacionales, muestra la persecución de los


patriotas y termina diciendo: «La contrarrevolución existe en
el Comité de Salud pública, que ha enviado al infame Gouly
para que realice la contrarrevolución en el Ain » (carta del 16
de pluvioso a Collot). Couthon protesta en la tribuna el 20 de
pluvioso. Javogues es llamado y censurado. Fouché hace
detener a su agente Lapallu, que es enviado al Tribunal
revolucionario.

Gouly, ya denunciado por Javogues, lo es a su vez por Albitte,


su sucesor en el Ain, como protector de los aristócratas.
Había encarcelado a los mejores patriotas, puesto en libertad
a los clérigos, los nobles, las religiosas y descuidado la
aplicación de las leyes revolucionarias (carta del 11 de
pluvioso).

Pero ese mismo Albitte, que tachaba a Gouly de


moderantismo en el Ain, había sido denunciado, a su vez,
unas semanas antes por Barras y Fréron, acusándole de ser
débil con los rebeldes de Marsella (carta del 20 de octubre).
No había puesto contribuciones a los ricos y sólo estaba
rodeado de caballeros.

Barras y Fréron pasaban por Indulgentes por haber sido


amigos de Danton. Esos Indulgentes, después de la toma de
Tolón, se entregaron a sangrientas represalias : « En los

820
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

primeros días de nuestra entrada, los patriotas encerrados en


el navio Le Thémistocle (es decir, encarcelados durante el
sitio) nos designaban a los más culpables entre los rebeldes y
los hacíamos fusilar inmediatamente... Ahora hemos
establecido una Comisión de bravos descamisados
parisienses, comisarios del Poder ejecutivo... Ha entrado en
actividad hace dos días, y todo marcha perfectamente... 800
traidores toloneses han sufrido ya la muerte » (carta del 16
de nivoso). En Marsella aplicaron los mismos métodos que en
Tolón. Ordenaron el desarme de todos los habitantes sin
excepción alguna. Organizaron una Comisión revolucionaria
compuesta enteramente de parisienses, como la de Tolón, y
esa Comisión condenó a muerte a 120 personas en diez días.
Quisieron derribar los más hermosos edificios y quitar a la
ciudad su glorioso nombre para llamarla Sin nombre. Los
patriotas marselleses protestaron, reclamaron sus armas,
recordaron que habían facilitado la victoria de Carteaux y
quisieron organizar en Marsella un Congreso de todos los
clubs del Mediodía. Barras y Fréron dispersaron el Congreso,
cerraron los locales de las secciones y arrestaron y enviaron
al Tribunal revolucionario a los dos patriotas Maillet,
presidente, y Giraud, fiscal, del tribunal de lo criminal. Los
patriotas marselleses respondieron acusando, con
verosimilitud, a Barras y Fréron de enriquecerse con los
despojos de los negociantes, que eran encarcelados para ser
puestos en libertad mediante la entrega de moneda contante

821
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

y sonante. Ya el joven Robespierre y Ricord, sus colegas de


misión, los habían denunciado al Comité de Salud pública. El
Comité confirmó su nombre a Marsella y llamó a Barras y
Fréron (4 de pluvioso). Éstos se hicieron pasar por víctimas
de los «ultra», y a su regreso a París fueron a engrosar las filas
de los Indulgentes. Pero es visible que se trataba menos de
una querella política que de una cuestión personal y una
lucha de influencias entre las autoridades locales y los
delegados del Poder central. Las palabras « ultra » y « citra »
encubrían con frecuencia muy distintas especies.

En Lyon, como en Marsella, la querella de los «citra» y los «


ultra », ocultaba el conflicto entre los patriotas locales,
amigos de Chalier, y los funcionarios llegados de París.
Marino acusó a los primeros (el 14 de pluvioso, en los
Jacobinos) de haber sembrado la discordia entre el
destacamento del ejército revolucionario conducido por
Collot d'Herbois y las tropas de linca de guarnición en la
ciudad. Los de línea reprochaban a los soldados de Ronsin el
tener mayor sueldo. « Durante tres días y tres noches —dijo
Marino —los cañones han estado preparados, las casas
iluminadas y nuestros hermanos dispuestos a degollarse
entre sí. » Fouché, que había asistido primeramente a las
matanzas, cambió de actitud después del arresto de Ronsin.
El 18 de pluvioso ordenó que cesasen las ejecuciones, y el 24
del mismo mes prohibió que se realizaran nuevas prisiones.

822
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Era la amnistía para el pasado. Al mismo tiempo aseguraba a


los aristócratas, por mediación de un exfraile del Oratorio,
Mollet. El sanguinario Fouché, ahora hería a los amigos de
Chalier, como « ultra », y esos llamados i ultra » estaban, sin
embargo, en lucha con los Marino y los Tolède, es decir, los
partidarios de Ronsin y Hébert, que. Fouché continuaba
empleando y protegiendo.

En Burdeos, donde Tallien e Ysabeau comenzaron bien


pronto a denunciar a los « ultra », se trataba, sobro todo, de
tapar la boca a molestos vigilantes que estropeaban las
combinaciones personales de los representantes. La
Comisión militar que habían instituido bajo la presidencia de
un hombre mal reputado, Lacombe, mostró primeramente
una gran severidad. El exalcalde Saige, diez veces millonario,
y el convencional Birotteau subieron al cadalso. Pero bien
pronto los representantes y su comisión se humanizaron. Los
cuatro hermanos Raba, ricos negociantes, fueron puestos en
libertad mediante una multa de 500 000 libras; el banquero
Peixoto fué tasado en 1 200 000 libras; los acau dalados
Lafond y Lajard, en 300 000 libras cada uno, etcétera. Esas
liberaciones no escaparon a los agentes del Consejo
ejecutivo, que denunciaron a París el lujo
de los representantes y señalaron que Tallien vivía
maritalmente con la hermosa Teresa Cabarrús, hija del
director del Banco Español de San Carlos, una « Dubarry

823
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

moderna » que Tallien había sacado de la cárcel y exhibía,


tocada con el gorro frigio, en las fiestas cívicas. Ysabeau y
Tallien denunciaron a sus denunciadores, como agentes de
Pitt, intrigantes bordados y galoneados que surgen por
enjambres de las oficinas de Guerra.
Sobre Teresa Cabarrús agregaron con desenvoltura: « Se dice
que Tallien debe casarse con una extranjera. Sobre la falsedad
de ese pretendido matrimonio pueden consultar con el
general Bruñe, más relacionado que Tallien con la
mencionada ciudadana. Debe conocer la honradez de una
casa a la cual va todos los días » (carta del 2 de nivoso). Para
hacer callar a sus denunciadores, hicieron arrestar, el 12 de
pluvioso, a los miembros del Comité de vigilancia de Burdeos,
culpables — según ellos — de actos arbitrarios: « Perseguimos
a los intrigantes, a los falsos patriotas, a los
ultrarevolucionarios con el mismo valor que hemos empleado
en perseguir a todos los enemigos de la libertad” (17 de
pluvioso) A partir de esto, el moderantismo se impuso en
Burdeos, como en Lyon.

En el Gard, el representante Boisset expulsaba de las plazas


a todos los patriotas exaltados, destituía a su jefe Courbis,
alcalde de Nimes, llamado el Marat del Mediodía; ponía en
libertad a centenares de sospechosos y, sin embargo, cerraba
las iglesias y censuraba el decreto del 18 de frimario sobre
libertad de cultos, lo que confirma que la destrucción del

824
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

catolicismo no fué tendencia exclusiva de lo que se ha


llamado el hebertismo.

En Aviñón, el revolucionario Agrícola Moureau, juez del


tribunal, era enviado al Tribunal revolucionario por Rovère y
Poultier, de quienes había revelado especulaciones sobre
bienes nacionales. En Orleans, el patriota Taboureau; en
Soissons, el patriota Lherbon; en Amboise, los hermanos
Gerboin; en Blois, el comisario del Consejo ejecutivo Mogue,
y otros muchos, fueron encarcelados como « ultra ».

No debe causar sorpresa que, en pleno Terror, aristócratas y


aun monárquicos disfrazados consiguieran apoderarse de
órganos del Gobierno revolucionario. En una época en que las
masas eran analfabetas, la instrucción un lujo y las jerarquías
sociales continuaban fuertemente acusadas, la minoría
cultivada ejercía — quisieran o no —una acción considerable.
Los ricos conservaban su clientela y prestigio. Les era fácil,
por medio de algunos donativos patrióticos, tomar los colores
del día. El club de Besançon, en pluvioso, estaba presidido
por el hermano de un emigrado, el exconde de
ViennotVaublanc, el cual alardeaba de opiniones maratistas,
y su caso no era una excepción.

En el Creuse, el representante Vernerey consiguió arrancar


al Tribunal revolucionario y al cadalso a un buen republicano,

825
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Gravelois, alcalde de un Ayuntamiento rural del distrito de


La Souterraine, a quien los jueces aristócratas del tribunal de
Guéret habían hecho pasar por un peligroso anarquista.

Es preciso recordar siempre estos hechos para darse cuenta


de la profunda perturbación causada en toda Francia por la
lucha entre «citras» y «ultras». En todas partes se producían
conflictos que amenazaban al régimen hasta en su existencia.
Los representantes, en vez de limitarse al papel de árbitros,
se arrojaban muy frecuentemente a la batalla y se acusaban
mutuamente de los peores desafueros. Denuncias,
destituciones, arrestos, depuraciones., todo se sucedía a gran
velocidad y en contrarios sentidos. Y, sin embargo, era
preciso administrar, gobernar, reprimir los complots,
alimentar las ciudades y ejércitos, vencer a Europa. Los
Comités avanzaban a tientas en medio de una infinidad de
intrigas. Es milagroso que no se engañaran con más
frecuencia y consiguieran evitar las celadas que se abrían
ante sus pasos. Si se hubieran dividido estaban perdidos, y
con ellos la República.

Los Comités no comprenden que con el pretexto de atacar a


los verdaderos « ultra » sean perseguidos sinceros patriotas,
culpables solamente de una exaltación desinteresada. Temen
perder contacto con las masas republicanas. En los golpes
que amenazan a los agentes del Consejo ejecutivo, presienten

826
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

oblicuas maniobras dirigidas contra ellos mismos. Los « citra


» les parecen aun más peligrosos que los « ultra ».

Si llaman a Châles por decreto del 27 de nivoso, intentan


alejar, un mes después, a su acusador Florent Guiot
enviándole a Finistère (30 de pluvioso). Dan la razón a los
patriotas marselleses, llamando a Barras y Fréron (4 de
pluvioso). Carrier, a quien denuncia su agente el joven Julien,
por su lujo de sátrapa, por su despotismo sobre las
autoridades locales y, en fin, por sus crímenes, es llamado el
18 de pluvioso, a pesar de Carnot. Baltasar Faure es llamado
el 5 de pluvioso, y los patriotas del Nordeste, repuestos en
sus funciones. Boisset es llamado, a su vez, el 3 de ventoso,
y su víctima Courbis, reintegrada a la alcaldía de Nimes, etc.

Los Comités protegen a los patriotas, pero no quieren


permitir las represalias indefinidas y torpes contra los
antiguos federalistas unidos a la Montaña. Delacroix y
Legendre, dos Indulgentes, durante su misión en Normandía
enviaron al Tribunal revolucionario a los funcionarios
municipales de Conches, como federalistas. Roberto Lindet
escribió a Fouquier Tinville que él declararía como testigo en
su proceso. Pidió al tribunal el aplazamiento del asunto, y
éste lo acordó el 15 de nivoso. La misma noche, en la reunión
de los dos Comités, Lindet declaró que dimitiría si el proceso
seguía adelante. La mayoría le dio la razón. Voulland hizo dar

827
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

un decreto el 24 de pluvioso, para sustraer a las


administraciones federalistas de los departamentos
próximos a Lyon de la jurisdicción de la Comisión
extraordinaria de Fouché y Collot d'Herbois. El proceso de los
132 nanteses enviados por Carrier a Fouquier fué aplazado,
etc.

Procurando poner fin a las represalias, los Comités no


pensaban, por eso, debilitar el Terror. Lo creían más
necesario que nunca porque se sentían envueltos en
complots y traiciones. « Nada de paz, nada de tregua con los
déspotas, nada de amnistía para los conspiradores y los
traidores: ¡He aquí el grito de la nación ! » (Carta de Couthon
del 4 de pluvioso).

En tanto que Hébert y sus amigos se suavizaban para el


Comité, y el « Pére Duchesne » ponía sordina a sus cóleras,
los Indulgentes, al contrario, redoblaban sus golpes. Bourdon
de l'Oise denunciaba al adjunto de Bouchotte, Daubigni, el 12
de nivoso. El 18 de nivoso, a pretexto de que los ministros
despilfarraban los fondos públicos en subvencionar a la
Prensa hebertista, obtuvo de la Convención un decreto
retirándoles el derecho de ordenar ningún gasto sin
autorización expreas y previa de un Comité. Medida muy
grave y que amenazaba la paralización de los servicios
públicos en tiempo de guerra. El Comité de Salud pública no

828
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

vaciló en violar el decreto y ordenar a los comisarios de la


Tesorería que pagasen, como antes, con sólo la orden de los
ministros.

Habiendo sido destituido Westermann por el Comité por


haber distribuido a los habitantes de la Vendée 30 000 fusiles
con los que habían recomenzado la guerra civil, Lecointre
elogió al general, que compareció oportunamente en la barra
y obtuvo que por una excepción formal al decreto que
encarcelaba a los funcionarios destituidos, Westermann
gozaría de completa libertad. Robespierre tronó la misma
noche, en los Jacobinos, contra «los nuevos brissotistas, más
peligrosos y pérfidos que los antiguos ».

Todavía el 3 de pluvioso, Bourdon de l'Oise se indignó de que


la víspera, cuando la Convención se reunió en la plaza de la
Revolución para celebrar el aniversario de la muerte del
tirano, fueran ejecutados cuatro condenados en su presencia
: « Es un sistema urdido por los malévolos para que se diga
que la representación nacional está compuesta por caníbales.
» Hizo decretar que el Comité de Segundad general diese
explicaciones sobre este incidente, como si hubiese sido
premeditado.

No pasaba día sin que los Comités se vieran en semejantes


casos. (El 5 de pluvioso con motivo de la detención del suegro

829
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de Camilo Desmoulins. Danton obtiene la decisión de que los


Comités deberán presentar un profundo informe sobre las
liberaciones ; el 9 de pluvioso, Rühl obtiene un decreto
invitando al Comité de Salud pública a examinar la conducta
de Bouchotte, en lo concerniente a un francés detenido corno
rehén en Maguncia ; el 10 de pluvioso, por la queja de un
capitán de la marina mercante que no ha conseguido en la
marina de guerra el ascenso que la Convención le había
prometido por sus servicios, el ministro de Marina,
Dalbarade, es conducido a la barra y es preciso una triple
intervención de Barère, Saint André y Couthon para salvarle
del Tribunal revolucionario, etc.)

Nada demuestra tanto como esos continuos ataques, a


menudo coronados por el éxito, cuan precaria era la situación
del Gobierno.

Forzosamente los Comités eran arrojados hacia los « ultra »,


hacia los clubs. Ya el Comité de Seguridad general había
concedido la libertad a una víctima de Fabre d'Eglantine,
Mazuel, el 23 de nivoso, y a la que sustituyó el mismo Fabre
al siguiente día. Ronsin y Vincent fueron al fin libertados el
14 de pluvioso, no obstante la viva oposición de Bourdon de
l'Oise, Philippeaux, Legendre, Dornier, Loiseau, Clauzel,
Charlier y Lecointre. Danton apoyó su liberación, pero
proclamando bien alto que pediría también la excarcelación

830
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de Fabre d'Eglantine cuando llegase la vista de su asunto. Era


una especie de convenio de doble amnistía recíproca que
proponía indirectamente a los Comités. Éstos se hicieron el
sordo. Si Danton quería la conciliación, el olvido del pasado,
el acuerdo, ¿por qué no comenzaba por exigirlo a sus
partidarios? ¿Por qué éstos atacaban sin tregua al Gobierno
y sus agentes?

Robespierre expresó el 17 de pluvioso el pensamiento


gubernamental: « Nos hemos de defender menos de excesos
de energía que de excesos de debilidad. El mayor escollo, tal
vez, que debemos evitar, no es el fervor del celo, sino el
cansancio del bien obrar y el miedo a nuestro propio valor. »
El Gobierno revolucionario sería mantenido hasta la paz. Y
Robespierre amenazaba a la « conjura » que había intentado
«la división de los representantes enviados a los
departamentos y el Comité de Salud pública » y procurado
«azuzarlos a su regreso».

El Terror — según Robespierre — debía durar tanto como la


guerra. Pero los Indulgentes estimaban que había sonado la
hora de hacer la paz. Desde el 29 de frimario, Bourdon de
l'Oise había declarado que los ingleses no estaban lejos de
ofrecernos la paz. Danton tendrá bien pronto entre sus
manos las cartas que un agente de Pitt, Miles, le escribió por
intermedio del ministro francés en Venecia, Noel,

831
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

proponiendo celebrar en Suiza una conferencia que facilitase


la suspensión de las hostilidades. Otras gestiones indirectas
habían sido hechas por Holanda y España a los agentes
Gaillard y Grouvelle. La misma Austria sondeaba a Bacher,
agente de Basilea. Es indudable que si Danton hubiese estado
en el poder, no dejara de adherirse ávidamente a esas
primeras tentativas. En el número 7 del Vieux Cordelier, que
no apareció hasta después de su muerte, Desmoulins se
pronuncia vivamente en favor de la política de paz.

Pero el Comité de Salud pública, en dos resonantes discursos


pronunciados por Barère el 3 y el 13 de pluvioso, trató con
desprecio las secretas proposiciones de los tiranos que le
parecían encerrar una trampa, y tener como objeto alentar
en Francia a todos los enemigos declarados o secretos del
Gobierno revolucionario y detener los progresos de los
ejércitos. « ¿ Quién se atreve a hablar de paz ? Los que
esperan aplazar la contrarrevolución por unos meses o unos
años, dando a los extranjeros y los tiranos tiempo para
reponerse, explotar a los pueblos, rehacer sus
aprovisionamientos y sus ejércitos... La paz conviene a las
monarquías; pero a la República, la energía guerrera ; la paz,
a los esclavos ; la fermentación de la libertad, a los
republicanos. » La guerra era necesaria no sólo para libertar
el territorio aun invadido, sino para consolidar la República
en el interior. Nada de paz sin una victoria aplastante» y

832
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

sobre todo contra los ingleses. Robespierre introducía en el


orden del día de los Jacobinos los crímenes del Gobierno
inglés, menos por buscar una distracción a la lucha de los
partidos que para hacer comprender al público que la paz con
Pitt era imposible.

Pero para continuar la guerra que iba a prolongar los


sufrimientos de los descamisados, el Comité se veía obligado
a practicar una política social cada vez más atrevida, que
había de alejarle aun más de los Indulgentes, protectores
habituales de las clases privilegiadas. Los Indulgentes habían
paralizado desde su principio la ley sobre acaparamientos,
rehusando votar las enmiendas necesarias para su aplicación.
Habían obtenido, el 2 de nivoso, herirla en el punto sensible,
haciendo decretar, con ocasión del proceso del comerciante
en vinos Gaudon, salvado por ellos del cadalso, que la única
pena prevista, la de muerte, no fuese aplicada ya por los
jueces. No es dudoso que esperaban que la ley del máximo,
apresuradamente redactada y perpetuamente abandonada,
no tardaría en ser abrogada como la ley sobre
acaparamientos. Pero el Comité no quería volver atrás.
Estimuló a la Comisión de subsistencias, y Barère pudo
presentar a la Convención, el 3 de ventoso, el cuadro del
máximo general que regiría los precios en toda Francia,
remediando los defectos de la primitiva ley. Los

833
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

descamisados recibieron la impresión de que se defendían


sus intereses.

La campaña iba a comenzar. Los Comités resolvieron dar un


gran golpe que aterrase a sus adversarios y exaltase a las
masas. Saintjust pronunció en su nombre, el 8 de ventoso,
un fulgurante discurso, que era el programa de una nueva
Revolución.

El Terror había sido considerado hasta entonces, incluso por


sus más fervientes autores, como un recurso pasajero que
desaparecería al llegar la paz. Saintjust lo presentaba en otro
aspecto, como condición necesaria para el establecimiento
de la República democrática.

La República—sentaba como principio — no puede vivir


segura más que estando provista de instituciones civiles que
depuren las costumbres de los ciudadanos y los hagan
naturalmente virtuosos. «Un Estado sin esas instituciones no
es masque una República ilusoria. Y como cada uno entiende
por su libertad la independencia de sus pasiones y avaricia,
el espíritu de conquista y el egoísmo se establecen entre los
ciudadanos y la idea particular que cada uno se forma de su
libertad, según su interés, produce la esclavitud de todos. »
Hasta que esas instituciones, de las que pronto ha de trazar

834
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

el plan, hayan podido ser creadas y extirpado el egoísmo del


corazón de los ciudadanos, Saintjust declara que debe
mantenerse el Terror. « Lo que constituye una República es
la destrucción de lo que le es opuesto. » Después de una
apasionada apo logía de las ejecuciones del Tribunal
revolucionario, que no son más que una replica débil a las
barbaries de los tiempos monárquicos, el que Michelet llama
arcángel de Ja muerte, hace oscilar su guadaña sobre las
cabezas de Lodos los que hablen de indulgencia, y designa a
los principales por alusiones apenas veladas: « Hay alguno
que en su corazón lleva el intento de hacernos retroceder y
oprimirnos. » Todos los ojos debieron posarse en Danton y
tanto más cuanto que Saintjust continuó: «Hay quien ha
engordado con los despojos del pueblo, injuria y marcha en
triunfo arrastrado por el crimen para el que quiere excitar
nuestra compasión, porque, en fin, no es posible guardar
silencio sobre Ja impunidad de los más grandes culpables,
que quieren destruir el cadalso por miedo a subir a él. »
Excitada, la Asamblea espera la conclusión de la requisitoria
que continúa. ¿Va a pedir que se entreguen a Fouquier las
cabezas ya señaladas? Saintjust cambia bruscamente. No
pide cabezas, sino una revolución en la propiedad: «La fuerza
de las cosas nos conduce, quizá, a resultados en los que no
pensábamos. La opulencia está en las manos de un bastante
considerable número de enemigos de la Revolución; las
necesidades ponen al pueblo que trabaja bajo la dependencia

835
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de sus enemigos. ¿Concebís que pueda vivir un Imperio si los


cargos corresponden a los que son opuestos a la forma de
Gobierno? Los que hacen las revoluciones a medias no hacen
más que cavar una tumba. La Revolución nos conduce a
reconocer el principio de que quien se ha mostrado enemigo
de su país no puede ser propietario. Aun faltan unos cuantos
esfuerzos geniales para salvarnos... Las propiedades de los
patriotas son sagradas; pero los bienes de los conspiradores
son para los menesterosos. Los humildes son las fuerzas de
la tierra. Tienen derecho a hablar como dueños a los
Gobiernos que los menosprecien ».

Y Saintjust hizo votar un decreto según el cual las


propiedades de las personas reconocidas como enemigas de
la República serían confiscadas. No era en su pensamiento un
decreto teórico, sino una medida definitiva que sería
aplicada, porque hizo votar el 13 de ventoso un nuevo
decreto que obligaba a todos los Ayuntamientos a formar la
lista de los patriotas indigentes y a todos los Comités de
vigilancia la lista de todos los detenidos por razones políticas
a partir del 1.° de mayo de 1789, con notas sobre cada uno
de ellos. Los dos Comités, provistos de este vasto informe,
decidirían en última instancia sobre la confiscación de los
bienes de los enemigos de la República y paralelamente el
Comité de Salud pública establecería el cuadro de los

836
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

patriotas indigentes a quienes serían distribuidos los bienes


confiscados.

Después de los bienes del clero, después de los bienes de los


emigrados, la Revolución se apoderaba de todo lo que
pertenecía aún a sus enemigos. Había puesto en venta los
bienes de las dos primeras categorías, y esas ventas no
habían aprovechado más que a los que tenían algo disponible
para comprar. Ahora iba a distribuir gratuitamente los bienes
de la nueva categoría al proletariado revolucionario.

Nunca los hebertistas, ni aun los exaltados, habían ideado


una medida tan radical, de tan amplia transferencia de
propiedad de una clase a otra. Había quizá 300 000
sospechosos en las nuevas Bastillas, o sea 300 000 familias
amenazadas de expropiación. El Terror tomaba un carácter
imprevisto y grandioso. No se trataba de comprimir
momentáneamente por la fuerza un partido hostil. Se trataba
de desposeerle para siempre de todo, de aniquilarle en sus
medios de existencia y elevar a la vida social, por medio de
sus despojos, a la clase de los eternos desheredados. Se
trataba también, como había dicho Saintjust después que
Robespierre, de hacer durar la dictadura revolucionaria todo
el tiempo que fuese preciso para fundar la República en los
hechos, por esa inmensa expropiación nueva, y en las almas,
por medio de las instituciones civiles. El Terror no se

837
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

avergonzaba de sí mismo. Se convertía en un régimen, la roja


oquedad donde se elaboraría la"futura democracia sobre las
ruinas acumuladas de todo lo que constituyó el viejo
régimen.

Parece que el Comité, que desde lia cía dos meses buscaba su
camino entre los « citra » y los << ultra », había tomado esta
vez definitivamente su partido. Se ponía resuelta mente al
lado de los « ultra », e incluso iba más allá. Todo el esfuerzo
de Saintjust había sido dirigido contra los Indulgentes. Sus
conclusiones eran una formidable tentativa, para extraer de
las confusas aspiraciones del hebertismo un programa social.

Cosa extraña y que le dejó estupefacto: no fué comprendido


ni seguido, ni aun por los mismos que deseaba contentar.

838
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO XI
La caída de las facciones

El Comité esperaba que su programa social encontrase


resistencia a la derecha, pero no a la izquierda. Danton
parecía querer salir de su sopor. El 1 de ventoso, Elie Lacoste,
en nombre del Comité de Seguridad general, propuso enviar
ante FouquierTinville a los jueces del tribunal militar de los
Ardennes, sospechosos de aristocracia, y Danton se
pronunció contra la medida, y la hizo aplazar : «Decretamos
sin suficiente conocimiento, por confianza y por simples
informes. Declaro que no puedo concebir lo que aquí se ha
dicho, que no puedo ejercer mis funciones de jurado político.
Ya es hora de que la Convención ocupe el lugar que le
conviene y no se pronuncie sin pleno conocimiento de los
hechos. La nación no debe perderse porque nosotros seamos
cobardes, débiles o mudos. Esto no es más que el prólogo de
mi opinión política. Ya la diré algún día ». Esto es un prólogo
preñado de amenazas.

Cuando Saintjust hizo votar el decreto expropiando a los


sospechosos, Danton intentó evitar el golpe pidiendo que los
Comités revolucionarios fueran previamente depurados por
el Comité de Seguridad general, quien debía expulsar a «los

839
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

falsos patriotas de gorro frigio ». Su proposición fué devuelta


a los Comités, que la sepultaron.

Si los hebertistas hubieran estado dotados del menor sentido


político, se hubieran aglomerado alrededor de los Comités,
que multiplicaban sus invitaciones, hasta el punto de que
Collot d'Herbois elogiaba a Carrier en los Jacobinos el 3 de
ventoso. Pero la mayor parte de ellos sentía menos deseos de
realizar un programa social que impaciencia por satisfacer
sus ambiciones y rencores. Para decir verdad nada tenían en
política social. Hébert era, en esa materia, de una extrema
indigencia. Todos los males — según él — provenían de los
acaparadores y su remedio único era la guillotina. Sus
últimos artículos estaban llenos de furibundos ataques
contra los comerciantes : «No exceptuaré ni al más humilde
ni al más fuerte de los negociantes... porque (interjección
intraducibie) veo alineados a todos los que venden contra los
que compran y encuentro tanta mala fe entre los minoristas
que en los grandes almacenes » (n.° 345). ¡ Grave imprudencia
acometer a los minoristas de esa manera que no han de
olvidar ! Jacobo Roux había entrevisto por unos momentos
la cuestión social. Hébert no veía más allá del problema
alimenticio que esperaba resolver por medios infantiles, pero
violentos.

840
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Ronsin y Vincent, almas orgullosas, caracteres indomables,


quisieron vengarse de Fabre d'Eglantine y Philippeaux, que
los habían denunciado. No tenían confianza ni en la
Convención ni en sus Comités. Robespierre, que había
impedido la expulsión de Desmoulins en los Jacobinos, les
parecía un moderado hipócrita y peligroso. No perdonaban la
expulsión de su amigo Brichet, que Robespierre había hecho
arrojar del club el 19 de pluvioso, porque Brichet había
propuesto excluir de la Convención a los del Marais y enviar
al tribunal revolucionario a los 76 girondinos detenidos. En
unión de Momoro, se habían indignado por la negativa de los
jacobinos de admitir a Vincent en su seno (23 y 26 de
pluvioso). Momoro había visto en el rechazo de la candidatura
de Vincent la prueba de una maquinación que denunció a los
capuchinos. El 24 de pluvioso embistió contra «los hombres
gastados, los inválidos» que trataban a los capuchinos de
exaltados porque eran patriotas y ellos ya no querían serlo.

Desde entonces los capuchinos entran en la oposición.


Hébert, el 4 de ventoso, les denuncia la nueva facción de los
« narcotizadores », es decir, de los robespierristas. « Se nos ha
descrito a Camilo como un niño; a Philippeaux, como un loco
; a Fabre d'Eglantine, como un hombre honrado. Ciudadanos
: desconfiad de los narcotizadores... Se nos dice que los
brissotistas están aniquilados, y aun quedan (51 culpables
por castigar... » Los capuchinos decidieron reanudar la

841
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

publicación del diario de Marat. Invocar a Marat, de quien se


conservaba el corazón en el club como una reliquia, era no
solamente ampararse tras un gran nombre popular, sino
anunciar una determinada política. El Marat glorificado, era
el Marat de las matanzas de septiembre, el Marat que había
aconsejado al pueblo que eligiese un dictador.
Hébert y sus amigos creyeron poder explotar para sus
designios la agravación de miseria que el invierno había
traído a la capital.

Se luchaba de nuevo en los mercados y en las puertas de las


panaderías. «El cuadro de París comienza a ser alarmante —
escribía el observador Latour la Montagne el 4 de ventoso. No
se ve en los mercados y las calles más que una inmensa
multitud de ciudadanos que corren, se precipitan unos sobre
otros, dando gritos, vertiendo lágrimas y ofreciendo, en todas
partes, la imagen de ______, se diría ver en todos esos
movimientos que desesperean.

Paris es víctima ya de los horrores del hambre » «El mal es


extremo comprobaba al día siguiente el observador Siret—.
El barrio de San Antonio se ha dispersado en el camino de
Vincennes y saqueado todo lo que venía a París. Unos
pagaban ; otros se llevaban las cosas sin pagar. Los
campesinos, desolados, juraban no traer nada más a Paris. Es
muy urgente poner ordenen esos trocimos que acabarán por

842
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

imponer el hambre en la capital.» Los comisarios de


acaparamientos multiplicaban las visitas domiciliarias
apoderándose de los escasos víveres que circulaban por las
calles y repartiéndolos. Un día, Ducroquet, comisario de la
sección de Marat, se apodero de 3(5 huevos en casa de un
ciudadano que tenía que alimentar a 7 personas y repartió
esos 36 huevos entre 3G personas diferentes.

Los capuchinos solicitaron el aumento del ejército


revolucionario para castigar a los acaparadores (4 de
ventoso). El Ayuntamiento y las secciones pidieron la
aplicación estricta y sin reservas de la ley sobre
acaparamientos (5 de ventoso). Por falta de mercaderías, los
obreros de los talleres de confecciones militares se hallaban
en paro forzoso. Los obreros de las fundiciones y talleres de
armas se declaraban en huelga, reclamando un aumento de
salarios. La agitación tomó un aspecto amenazador. El 10 de
ventoso, en la asamblea de la sección de los mercados, Bot,
miembro del Comité revolucionario, declaró que si la escasez
continuaba, era preciso entrar en las prisiones, degollar a los
detenidos, asarlos y comérselos. Se hablaba de un nuevo 2 de
septiembre como de cosa natural. Carteles anónimos
aconsejaban disolver a la incapaz Convención y reemplazarla
por un dictador que supiera devolver la abundancia.

843
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Los capuchinos creyeron que les sería fácil conseguir una


nueva jornada que les diera el poder. El 14 de ventoso dio
Carrier la señal : «La insurrección, una santa insurrección : ¡
he ahí lo que debéis oponer a los malvados ! » Hébert volvió
a denunciar extensamente a los narcotizadores de los
Comités, los ambiciosos que protegían a Chabot, Fabre y los
75 girondinos. Animado por Boulanger, segundo comandante
de la Guardia Nacional de París, que le gritó : « ¡ Pére
Duchesne, no Lemas nada ! ¡Seremos nosotros los que
golpearemos! »; estimulado por Momoro y Vincent, que le
avergonzaron por su debilidad, se arriesgó a citar nombres :
Amar, un noble ex tesorero del rey de Francia, que había
comprado su nobleza en 200 000 libras; los ministros Pare y
Desforgues; Carnot, que quería arrojar a Bouchotte para
sustituirlo por su hermano «imbécil y poco bondadoso ». No
se atrevió, sin embargo, a citar a Robespierre; pero lo designó
claramente y terminó como Carrier: «¡Sí, la insurrección; y
los capuchinos no serán los últimos en dar la señal que deba
herir de muerte a los opresores ! » Los capuchinos velaron de
negro la Declaración de Derechos para materializar la
opresión de que se decían víctimas.

Su llamamiento cayó en el vacío. Las masas no tenían


confianza en la virtud de la guillotina para traer la
abundancia y los comisarios de acaparamientos eran
francamente impopulares por sus procedimientos vejatorios.

844
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Momoro consiguió arrastrar la sección de Marat, que a su vez


ensayó hacerlo con el Ayuntamiento el 15 de ventoso. Pero
el Ayuntamiento permaneció frío y hostil. Su presidente
Lubin hizo el elogio de los Comités. Chaumette predicó la
tranquilidad. Hanriot desaprobó a los agitadores. El Comité
de vigilancia del departamento de París, compuesto, sin
embargo, por ardientes revolucionarios —hombres del 2 de
junio multiplicó los carteles para poner en guardia al pueblo.

La brusca agresión de los hebertistas sorprendió al Comité de


Salud pública, pero no le cogió desprevenido. Resolvió
desencadenar en el acto la acción judicial; pero, previendo
que los «citra» tratarían de sacar provecho de las
persecuciones ejercidas contra los «ultra», anunció
claramente, desde el primer momento, que combatiría sin
vacilaciones a los dos bandos.

Barère demostró, en el informe que presentó el 16 de


ventoso, que la miseria era obra de los mismos que se
quejaban de ella. Pidió que se iniciara una acción judicial. El
fiscal tendría que informar sin dilación contra los autores y
repartidores de carteles incendiarios y también contra los
provocadores de la desconfianza inspirada a los comerciantes
y labriegos que aprovisionaban a París. « ¡Que tiemblen los
conspiradores de cualquier género!... Es preciso vigilar la
facción de los Indulgentes y Pacíficos, tanto, por lo menos,

845
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

como a los pretendidos Insurgentes! » Y anunció que Amar


iba, por fin, a depositar su informe sobre Chabot y sus
cómplices.

Si el Comité no había hecho detener en una redada a los que


predicaban la insurrección, se debió a que Collot d'Herbois
intentó un supremo esfuerzo de conciliación. El nombre que
ametralló en Lyon no podía entregar al que ahogó en Nantes
sin exponerse él mismo. La misma noche en los Jacobinos
propuso enviar a los capuchinos, como en tiempos de Jacobo
Roux, una diputación para « comprometerlos a que se hiciera
justicia con los intrigantes que los habían extraviado ». Los
intrigantes que Collot había desdeñado nombrar estaban
presentes en la sesión. Dos días antes habían predicado la
insurrección y sólo supieron humillarse con sus
retractaciones. « No se ha hablado de insurrecciones, salvo
en el caso —dijo Carrier— de ser forzados por las
circunstancias. ¡Si se hace una moción contra el Comité
entrego mi cabeza ! »

Una delegación de jacobinos, conducida por Collot, fué a los


Capuchinos el 17 de ventoso. Sucesivamente Momoro,
Hébert y el mismo Ronsin, hiceron decorosa enmienda de su
actitud. El crespón negro que cubría el cuadro de los
Derechos del Hombre fué desgarrado y remitido a los
Jacobinos en signo de fraternidad. Los dos clubs se juraron

846
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

«indisoluble unión». Parecía que Collot había ganado la


partida.

Pero no todos los capuchinos habían aprobado la retirada de


los jefes. Vincent declamó, el 19 de ventoso, contra los
cromwellistas, los diestros oradores y sus grandes discursos,
o sea contra Collot. Hubo en el club borrascosas
explicaciones. Ciertas secciones en que dominaban los
amigos de Vincent continuaron la agitación, como, por
ejemplo, la de Brutus, que declaró el 21 de ventoso a la
Convención que se mantendría en pie hasta que fuesen
exterminados todos los realistas ocultos, los federalistas, los
moderados, los indulgentes ; y el mismo día la sección de
Finistère, compuesta por obreros, reclamaba por medio de la
palabra de Boulland un decreto para « quitar la parálisis » al
ejército revolucionario y juzgar sumariamente a los
acaparadores.

Los Comités supieron el 21 de ventoso, por diversos


conductos, especialmente por un oficial de la legión
germánica, Haindel, que los hebertistas preparaban
realmente esa insurrección que habían desautorizado. Se
trataba de entrar en las prisiones, degollar a los aristócratas,
apoderarse en seguida del Pont Neuf y el Arsenal, asesinando
a Hanriot y su Estado Mayor, y terminando, en fin, su misión
después de incendiar los Comités de la Convención y

847
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

designar un juez supremo, especie de dictador, que presidiera


las ejecuciones y distribuyera al pueblo el dinero encontrado
en la Casa de la Moneda y el Tesoro. Haindel citaba los
nombres de los que habían intentado atraerle al complot,
como el alumno de cirugía Armand, el médico Beysser, etc.
Un general en situación de disponible, Laumur, confiaba a
Westermann, del que reclamaba el concurso, que llegaban
secretamente a París hombres del ejército revolucionario y
que el juez supremo designado sería Pache.
En posesión de esos indicios, los Comités resolvieron obrar
sin tardanza, para ahogar el complot en el huevo
Billaudvarenne, que había regresado de su misión en
PortMalo, Couthon y Robespierre — que salían de una
enfermedad — asistieron a la sesión del 22 de ventoso, en la
que fueron aprobadas las conclusiones del informe de
acusación que Saintjust presentó al día siguiente contra las
dos facciones que hacían el juego al enemigo. La misma
noche FouquierTinville fué llamado al Comité y en seguida,
en la noche del 23 al 24 de ventoso, fueron arrestados los
principales jefes hebertistas en medio de la indiferencia
general. La mayor parle de las secciones acudieron a felicitar
a la Convención en los siguientes días, y el mismo
Ayuntamiento, si bien con algún retraso, mezcló sus
felicitaciones a las demás.

848
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El proceso de los hebertistas, que duró del 1.° al 4 de


germinal, fué, ante todo, un proceso político. El cargo
primeramente invocado contra ellos de ser responsables del
hambre, se borró ante el de mucha mayor gravedad de haber
preparado la insurrección. Para apoyar el primero de esos
cargos, se mezcló a Hébert con el comisario de
abastecimientos Ducroquet, amigo suyo, y con un agente de
subsistencias llamado Antonio Descombes. Para demostrar la
inteligencia con el enemigo —porque no podía existir
complot sin Pitt y Coburgo ■—, se colocó entre los acusados
a Proli, Anacarsis Cloots, Kock y los agentes secretos del
Ministerio de Asuntos extranjeros Desfieux, Pereira y
Dubuisson. Los otros acusados : Ronsin, Mazuel, Vincent,
Leclerc y Bourgeois, jefes de oficina en Guerra, Momoro, etc,
eran los jefes que preparaban el golpe de mano.

Todos fueron condenados a muerte, con excepción del


comerciante Laboureau, que fué absuelto. La ejecución tuvo
lugar en medio de una inmensa multitud que injuriaba a los
vencidos. Murieron con valor, salvo Hébert, que dio muestras
de debilidad.

Los Comités no se habían decidido a herir a los «ultra» más


que en su propia defensa. Por eso prohibieron a Fouquier que
persiguiera a Boulanger, Hanriot y Pache, comprometidos por
ciertas declaraciones. Y dejaron fuera del asunto a Carrier.

849
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Temían una reacción, que sería aprovechada por los


Indulgentes, a quienes continuaban considerando como sus
más peligrosos adversarios. « El mayor peligro — decía
Robespierre en los Jacobinos el 25 de ventoso — sería
mezclar a los patriotas con la causa de los conspiradores. » El
decreto del 23 de ventoso que condujo a los hebertistas ante
el Tribunal revolucionario, contenía disposiciones de doble
filo, hábilmente preparadas por Saintjust, como, por ejemplo,
la que declaraba traidores a la patria a los que hubieran dado
asilo a los emigrados y la que daba la misma categoría a los
que hubiesen intentado que se abrieran las prisiones. La
primera podía aplicarse a Danton, que había acogido en su
casa a la emigrada marquesa de Charry; la segunda podía
englobar a todos los que habían solicitado clemencia.

Amar presentó al fin, el 26 de ventoso, su acusación contra


los bribones, o sea Chabot, Basire, Delaunay, Fabre, etc. Su
informe, que se limitaba casi al aspecto financiero del
asunto, no satisfizo ni a Billaud ni a Robespierre, que
lamentaron que no hubiera concentrado su esfuerzo en el
objeto político de ese corrompido complot. En el momento
en que los hebertistas iban a responder ante Fouquier del
crimen de haber querido envilecer y disolver la Convención,
Billaud y Robespierre lanzaban sobre los bribones y los
Indulgentes la misma acusación.

850
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

A menos de suponer que Danton se había vuelto,


repentinamente, ciego y sordo, debía estar advertido de lo
que se preparaba. El 4 y el 8 de ventoso había manifestado su
intención, en términos amenazadores, de pedir cuentas al
Comité. Pero se calló bruscamente. ¿ Debe suponerse que vio
con placer la insurrección de los capuchinos y que intentó
aliarse con Ronsin para derribar al Gobierno ? Numerosos y
coincidentes indicios hacen creer que la secreta inteligencia
entre las dos ramas de la conspiración denunciada por los
Comités no era una fantasía. El general Laumur era íntimo
de Westermann, que recibía sus confidencias. Algunos
testigos dijeron que Westermann había designado a Danton
como juez supremo. Desde que Danton había apoyado un mes
antes la liberación de Ronsin y Vincent, los hebertistas se le
mostraban benévolos. Había entre ellos clientes de Danton, y
Carrier había hecho el elogio de Westermann.

Sea como fuere, sólo después de las persecuciones contra los


hebertistas parecieron despertarse los Indulgentes. El
complot había abortado. Se aproximaba el peligro. Camilo
Desmoulins volvió a tomar la pluma. En tanto que en los
números 5 y 6 del Vieux Cordelier había abundado en
retractaciones, compuso con muy distinto espíritu el número
7. Avergonzaba a la Convención de su bajeza ante los Comités
; se entregaba a una entusiasta apología de las instituciones
británicas, en el mismo momento en que Robespierre las

851
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

zahería ; recordaba que el jurado inglés acababa de absolver


al ciudadano Bennet, que había deseado la victoria de los
franceses, mientras que en Francia, por simples
conversaciones derrotistas, se subía al cadalso. Por último,
terminaba con una violenta carga contra Barère, que habia
rehusado escuchar las proposiciones de paz de las potencias.
En pasajes manuscritos encontrados en sus papeles iba más
lejos aún. Acusaba al Comité de Salud pública de no haber
elegido más que generales ineptos y haber destituido
sistemáticamente y conducido a la guillotina a todos los que
tenían algún valor, como Dillon, Custine, Dubayet, Harville y
Lamorliere. Llamaba de nuevo a la lucha a todos los que
estuvieran cansados del Terror y la guerra. Su número 7 tenía
el valor de un acta de acusación contra los Comités, que
tanto adulaba la víspera. El impresor de Desmoulins,
Derenne, fué sujeto a pesquisa y detenido el 24 de ventoso.
Los Comités estaban advertidos y armados.

Los Indulgentes intentaron insistir en su eterno ataque


contra Bouchotte y los agentes del Comité (28 y 30 de
ventoso). Incluso llegaron a conseguir momentáneamente el
decreto de prisión contra Héron, uno de los principales
agentes del Comité de Seguridad general. Pero
sucesivamente Couthon, Moyse Bayle y Robespierre hicieron
frente al ataque. Couthon declara que «los moderados en
querella con su conciencia y que, por consiguiente, temen las

852
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

medidas vigorosas y revolucionarias... quieren matar al


Gobierno » privándole de sus mejores agentes. Robespierre,
en tono de amenaza, declara que los patriotas no sufrirán que
el hacha de la tiranía roce a ningún patriota. Denuncia a los
que quieren perder a los más ardientes patriotas
englobándolos en el hebertismo : «Todavía ayer, un miembro
irrumpió en el Comité de Salud pública y con furor
indescriptible pidió tres cabezas. » Robespierre no tuvo
necesidad de nombrar a ese sanguinario Indulgente, pero
Héron fué salvado.

¿Acaso, como consecuencia de ese alerta, pidió Billaud a sus


compañeros de los Comités el arresto de Danton, que era—
según dijo — el punto de enlace de todos los
contrarrevolucionarios? Sólo la resistencia de Robespierre, a
quien repugnaba entregar a sus antiguos compañeros de
armas, retrasó por unos días la inevitable medida. Para
demostrar a la masa de los patriotas que el proceso de los
hebertistas no aprovecharía a la reacción, era preciso
ejecutar la amenaza largo tiempo suspendida sobre los
campeones de la clemencia.

Parece que éstos, enloquecidos después del decreto


acusatorio contra Basire, Chabot y Fabre, buscaron su
supremo recurso en Robespierre. Danton lo encontró dos o
tres veces en casa de Laignelot y de Humbert. Según

853
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Courtois, Danton lloró y protestó contra las calumnias


vertidas sobre su misión en Bélgica y el aumento de su
fortuna: « Créeme, Robespierre ; apártate de la intriga y
reúnete con los patriotas» (tomado de Daubigni). Robespierre
permaneció impasible.
Westermann parece que aconsejó a Danton que se adelantase;
"Os matarán. No se atreverán a atacarme replicó Danton!
— Westermann insistió y propuso un golpe de mano contra
los Comités. Danton rehusó: Mejor cien veces ser
guillotinado que guillotinador.» ¿Era presunción, cansando o
convicción de que después del fracaso de la insurrección
hebertista, toda tentativa carecería de éxito? El audaz
Danton, aunque prevenido, esperó tranquilamente.

Billaud logró triunfar, finalmente, de las últimas vacilaciones


de Robespierre. Reunidos en la noche del 10 de germinal, los
dos Comités, después de haber escuchado una requisitoria de
Saintjust, seguidamente corregida por Robespierre,
ordenaron la detención de Danton, Delacroix, Philippeaux y
Camilo Desmoulins, considerados como cómplices de
Chabot, Fabre d'Eglantine y otros malvados que habían sido
defendidos por olios. Todos los miembros presentes
suscribieron el acuerdo, excepto Rühl y Lindet.

Los Comités habían emprendido una partida decisiva que no


estaban seguros de ganar. Desde la ejecución de los

854
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hebertistas, los « citra» habían hecho grandes progresos.


Legendre presidía los Jacobinos, y Tallien, la Convención.

Desde los comienzos de la sesión del 11 de germinal, Delmas


reclamó la presencia de los Comités. Así lo ordenó la
Asamblea, y a continuación Legendre, instigado por una carta
de Delacroix recibida aquella misma mañana, pronunció un
caluroso elogio de Danton: « Creo que Danton es tan puro
como yo mismo. » Habiendo escuchado que alguien
murmuraba, Clauzel exclamó : «Presidente, manten la
libertad de las opi niones », a lo que Tallien, con un gesto
teatral, replicó : «¡ Sí, mantendré la libertad de las opiniones:
cada uno podrá decir libremente lo que piense, y todos
permaneceremos aquí para salvar la libertad! » Grandes
aplausos acogieron estas amenazadoras palabras, y Legendre
reclamó que los diputados detenidos comparecieran ante el
tribunal y lucran escuchados antes de que se concediera la
palabra a sus acusadores. Fayau se molestó al escuchar
aquella moción que creaba un privilegio. No se había
escuchado a los girondinos, ni a Chabot ni a Fabre, antes de
llevarlos al Tribunal revolucionario. ¿ Por qué había de existir
ahora un criterio, una medida distinta? La Asamblea, agitada,
mostrábase vacilante. Juan Debry, Courtois y Delmas
exclamaron, designando a ios miembros de los Comités:
«¡Abajo los dictadores, abajo los tiranos ! (Courtois). Pero
Robespierre subió a la tribuna y pronunció una vibrante

855
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

arenga, cuya profunda sinceridad conmovió y subyugó a la


Asamblea:

« . . . Pretenden hacernos temer los abusos del poder, de este


poder nacional que habéis ejercido y que no reside en algunos
hombres, solamente... Se teme que los detenidos sufran
opresión, se pone en duda la justicia nacional, y, por ende,
los hombres que han obtenido la confianza de la Convención
nacional ; se duda, también, de la Convención, que les ha
dado esta confianza, y de la opinión pública que la ha
sancionado. Yo afirmo que iodo aquel que tiemble en este
momento es culpable, porque la inocencia nunca teme el
control del pueblo ... También a mí se ha pretendido
inspirarme terror; han querido hacerme creer que
acercándome a Danton, el peligro podía llegar hasta mí; me
lo han presentado como un hombre al cual yo debería
adherirme, como un escudo que pudiera defenderme, como
una muralla que, una vez derribada, me dejaría expuesto a
los dardos de mis enemigos. Los amigos de Danton me han
hecho llegar cartas, me han asediado con sus discursos. Han
creído que el recuerdo de una vieja amistad y de una antigua
fe en falsas virtudes me determinarían a suavizar mi celo y
mi pasión por la libertad... ¡Qué me importan los peligros! Mi
vida es de la patria, mi corazón está exento de temor y si yo
muriera, moriría sin reproche y sin ignominia. » Ante la
ovación que subrayó estas palabras. Legendre retrocedió

856
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

abiertamente: «Mal me conoce Robespierre si me cree capaz


de sacrificar un individuo a la libertad. »

Saintjust leyó, en medio de un profundo silencio, su informe


de acusación que relataba el pasado turbio de los acusados,
sus intrigas con Mirabeau, sus tratos secretos con la Corte,
sus relaciones con Dumouriez, sus compromisos con los
girondinos, su conducta equívoca en todas las grandes crisis,
en 10 de agosto, en 31 de mayo, sus esfuerzos para salvar la
familia real, su insidiosa campaña en pro de la clemencia y
de la paz, su oposición sorda a todas las medidas
revolucionarias, su complicidad con los malvados, sus
debilidades con extranjeros sospechosos, sus pérfidos
ataques contra el Gobierno. En casi todos sus puntos, la
historia verídica ha confirmado el juicio de Saint just. La
Convención sancionó su informe con un voto unánime.

Pero la partida suprema había de desarrollarse en el Tribunal


revolucionario. El proceso duró cuatro días, como el de los
hebertistas, del 13 al 16 de germinal, pero fué muchísimo
más movido. La amalgama que reunía a los 14 acusados no
estaba compuesta al azar. No faltaron buenas razones para
unir Delacroix, Danton y Desmoulins a Chabot, a Basire, a
Fabre. Hérault de Séchelles hubiera podido encontrar un sitio
en la hornada de los hebertistas, puesto que había sido amigo
y protector de Proli y de Cloots; pero había sido citado en las

857
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

denuncias de Basire y de Chabot, y los Comités, uniéndole a


Fabre, su primer denunciante, habían querido poner en
evidencia con este ejemplo manifiesto el secreto e íntimo
enlace de los « ultra » y de los « citra», su complicidad común
en la obra de destrucción del Gobierno revolucionario. En
cuanto a Philippeaux, pagaba ahora su acusación de traición
contra el Comité y sus alabanzas hiperbólicas de Desmoulins.
A estos protagonistas se había agregado todo un lote de
comparsas, de agentes del extranjero. La presencia de Frey
al lado de Chabot, su cuñado, era naturalísima. El proveedor
d'Espagnac, protegido de Chabot, de Julien de Toulouse y de
Danton, no estaba fuera de sitio en el juicio de aquellos
bribones. El aventurero Gusman, que Danton había admitido
en su intimidad, estaba allí para acabar de perderle.
Westermann, finalmente, mezclado a todas las intrigas de
Dumouriez y de Danton, reputado como ladrón manifiesto,
denunciado por Marat, completaba aquella colección.

El primer día se examinó el asunto financiero. Se escuchó a


Cambon, testigo de cargo, y el presidente Merman (lió lectura
a carias de d'Espagnac que eran enormemente
comprometedoras. Los acusados negaron con energía y
arrojaron toda la responsabilidad sobre Julien de Toulouse,
que se había sustraído a la persecución por medio de la fuga.

858
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El segundo día fué casi totalmente ocupado por el


interrogatorio de Danton. El tribuno había recuperado toda
su arrogancia. No contento con defenderse con atrevidas
falsedades, atacó a sus acusadores, se burló, amenazó, dio
prueba de su audacia. «¡ Viles impostores, compareced y os
arrancaré la máscara que os sustrae a la vindicta pública ! »
Los clamores de su voz se escuchaban desde la calle. La
muchedumbre, impresionada, se reunió en tropel. Jurados y
jueces estaban conturbados. El Comité de Salud pública,
inquieto, dio a Hanriot la orden de detener al presidente y al
acusador público, que le parecían culpables de debilidad.

Fouquier, pariente lejano de Desmoulins, ¿no debía a éste su


nombramiento ? Pero el Comité lo pensó mejor y revocó,
finalmente, la orden ya transmitida a Hanriot. En cambio,
varios miembros del Comité de Seguridad general se
trasladaron al lugar de la audiencia para sostener con la
presencia suya a los jueces y jurados que desfallecían.

El tercer día fué consagrado al interrogatorio de los otros


acusados, que imitaron la táctica de Danton, reclamando que
fueran oídos algunos testigos citados por ellos en la
Convención, y provocando violentos incidentes. Fouquier,
desbordado, mal sostenido por Hermán, escribió a la
Convención una carta desesperada, consultándole acerca de
la citación de los testigos que los acusados reclamaban.

859
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Cuando los Comités recibieron su carta, hallábanse ya en


posesión de una denuncia, en virtud de la cual Laflotte,
antiguo ministro de la República en Florencia, y detenido en
la prisión del Luxemburgo, les advertía de que la víspera, dos
de sus camaradas de antaño, el general Arturo Dillon y el
convencional Simond, habían intentado arrastrarle a un
complot para libertar a Danton y a sus amigos. Dillon se
comunicó por carta con la mujer de Desmoulins, la cual había
suministrado 1000 escudos para reunir gente alrededor del
tribunal. Dillon, Simond y sus auxiliares tenían que
apoderarse de las llaves del Luxemburgo, trasladándose en
seguida al Comité de Seguridad genera] para degollar a sus
miembros. Hoy sabemos que el general Sahuguet, primo de
d'Espagnac, a la sazón con permiso en el Lemusín, había
recibido de Dillon y de d'Espagnac una tarjeta invitándole a
regresar a Paris, con toda urgencia, para cooperar a su
liberación. Barras nos informa que varios amigos de Danton,
entre ellos el general Bruñe, le habían prometido presentarse
al tribunal con fuerzas armadas para libertarlos. Pero faltaron
a la cita.

Provistos de la carta de Fouquier y de la denuncia de Laflotte,


los Comités delegaron a Saintjust en la tribuna para describir
a la Convención los manejos de los inculpados y obtener la
votación de un decreto que permitiese al tribunal separar de
los debates a los que resistieran o insultaran a la justicia

860
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

nacional. El decreto, votado por unanimidad y sin debate, fué


llevado la misma noche al tribunal por Vadier en persona.

Al día siguiente, 16 de germinal, Fouquier dio a conocer a los


acusados el decreto de la víspera y la denuncia de Laflotte.
Se interrogó a los últimos inculpados, o sea los comparsas, y
después Fouquier preguntó a los jurados si se creían
suficientemente iluminados. Danton y Delacroix protestaron
con vehemencia : «¡Vamos a ser juzgados sin ser oídos! ¡Sin
deliberación!

¡Hemos vivido bastante para que sea hora de dormir en el


seno de la gloria! ¡Que se nos conduzca al cadalso! » Después
se mostraron irrespetuosos con los jueces, quienes,
aplicando el decreto, los excluyeron de los debates. Todos
fueron condenados a muerte, excepto Lullier, que se suicidó
algunos días después en su prisión utilizando un puñal. A
creer en las declaraciones hechas en el proceso de Fouquier
por los jurados Renaudin y Topino Lebrun y por el escribano
Paris, Herman y Fouquier entraron en la sala de los jurados
durante su deliberación y les comunicaron un documento
secreto que determinó la convicción de los que aún
vacilaban.

La condena de los Indulgentes y de los bribones no causó en


el pueblo ninguna emoción aparente. Fueron conducidos al

861
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

suplicio en medio de una t o t a l indiferencia. ¿ Cómo los


franceses, de cualquier opinión que fuesen, podían
interesarse por aventureros, que sirviendo o traicionando por
turno a todos los partidos no habían trabajado más que para
incrementar su fortuna personal ? La misma Convención
termidoriana, rehusó rehabilitar a Danton, Delacroix, Fabre
d'Eglantine, Chabot, Basire y Delaunay.

862
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO XII
La reorganización del Gobierno revolucionario

Una vez abatidas las facciones, los Comités quedan


desembarazados por unos meses de toda molesta oposición.
La Convención, tan murmuradora antes, presta ahora su
asentimiento a todo lo que le proponen. Los más importantes
decretos son votados casi sin discusión. Los diputados se
callan y no toman iniciativas. El vacío de las sesiones es tal,
que ha de llenarlo un secretario analizando con extensión la
correspondencia. Entonces comienza verdaderamente la
dictadura gubernamental.

Se depuran las autoridades parisienses, que se constituyen a


base de hombres fieles (Payan, Moine y Lubin en sustitución
de Chaumette, Hébert y Real ; después LescotFleuriot en
sustitución de Pache). Las nuevas autoridades son dóciles,
pero por su carácter de funcionarios ya no representan al
pueblo. Las sociedades populares de las secciones, que se
habían multiplicado en el verano de 1793, incurren en
hacerse sospechosas de contener buen número de
aristócratas frigios y desparecen en floreal, por la presión de
los jacobinos, que les retiran la afiliación. Fuera de las
tribunas de las secciones, abiertas dos veces por década, sólo
subsiste una tribuna libre: la de los jacobinos. Pero ésta,
vigilada estrechamente, es ocupada generalmente por

863
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

funcionarios del Tribunal revolucionario o de las


administraciones. La nueva burocracia terrorista lo invade
todo. El abuso es tan notorio que DuboisCrancé propone
excluirla de los clubs. Pero su carta, leída en los Jacobinos el
13 de germinal, provoca un serio alboroto. Su autor es
denunciado inmediatamente al Comité de Salud pública
como Indulgente y desorganizador. Los Comités y, sobre
todo, Saintjust, comprenden el mal, pero son sus prisioneros.
¿Qué quedaría en los clubs si se arrojase de ellos a los
funcionarios? La base del régimen se estrecha a medida que
va concentrándose.

La Prensa, aun tan viva y apasionada antes de germinal,


pierde toda su independencia. No hay más que hojas oficiales
y oficiosas, y, éstas, más o menos subvencionadas. Han
muerto tantos periodistas por delitos de opinión que los que
quedan conocen el valor de la prudencia. En cuanto a los
espectáculos, sólo se representan obras patrióticas
debidamente autorizadas.

Los Comités gobiernan, pues, sin aparente obstáculo. Pero no


se forjan ilusiones. Saben lo que se oculta bajo aquel silencio.
«La Revolución se ha helado —escribe Saintjust en sus
Instituciones, todos sus principios se han debilitado y ya no
quedan más que los gorros frigios llevados por la intriga. El

864
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Terror ha herido al crimen, como los licores fuertes castigan


al paladar. »

¿Qué harán los gobernantes con su omnipotencia tan


caramente conquistada ? Acuden, ante todo, a lo más
urgente. El ejército revolucionario de CromwellRonsin les
asusta. Y el 7 de germinal lo suprimen. Tres ministros han
resultado comprometidos con las facciones : Bouchotte con
los « ultra » y Deforgues y Paré con los «citra». Carnot hace
suprimir los ministros, que han de ser reemplazados por 12
Comisiones ejecutivas compuestas, cada una, de dos a tres
miembros y concebidas según el tipo de las dos Comisiones
ya existentes : la de subsistencias y la de armas y pólvoras.
Mientras los dantonistas reclamaron esa medida, el Comité
se opuso con insistencia. Una vez los dantonistas ante el
tribunal, el Comité la hace suya y no hay nadie que señale
sus contradicciones.

Los representantes habían seguido en los departamentos


políticas muy diferentes, a menudo, e incluso opuestas. El 30
de germinal, el Comité llama a 21 de una vez. Querría
administrar solamente por medio cielos agentes nacionales,
que están en su mano. Saintjust, apasionado por la unidad,
escribía en sus Instituciones: « Es preciso examinar el
sistema de las magistraturas colectivas, como municipios,
administraciones, comités de vigilancia, etc., y ver si la

865
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

atribución a un magistrado único de las funciones de esos


cuerpos no sería el secreto del sólido establecimiento de la
Revolución. » Pero los tiempos no habían madurado para
Bonaparte, con sus prefectos y alcaldes. Saintjust confió
solamente a sí mismo su íntimo pensamiento.

El Comité quiso, por lo menos, quitar a los representantes la


principal de las atribuciones de su poder revolucionario: la
que les permitía instituir tribunales excepcionales. El
decreto del 27 de germinal, dado según informe de Saintjust,
ordenó que los inculpados de conspiración sólo serían
juzgados en París por medio del Tribunal revolucionario. El
decreto del 19 de floreal propuesto por Couthon, suprimió
expresamente los tribunales y comisiones revolucionarias
creadas por los representantes. El Comité se reservó, sin
embargo, conservar excepcionalmente algunos de ellos,
como el tribunal organizado por José Lebon en Cambrai,
detrás del frente Norte, la comisión que funcionaba en
Noirmoutiers, etc.

El Comité no trata de atenuar el Terror, sino concentrarlo


bajo su inmediata vigilancia. Se indigna y amenaza cuando
circula en París el rumor, después del arresto de Hébert, de
que iban a desaparecer los bustos de Marat y Chalier. Para
tranquilizar a los terroristas, hiere con vigor a sus
perseguidores. Fouché es llamado para castigarle por haber

866
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

incluido en la represión del hebertismo a los amigos de


Chalier (7 de germinal). El Comité ordenó la reapertura del
club de Lyon, cerrado por Fouché. Una orden de puño y letra
de Robespierre suspende todas las persecuciones contra los
patriotas lioneses acosados durante el sitio. Cuando Fouché
vuelve a París y se justifica ante los Jacobinos, Robespierre
se pone en guardia contra su exposición (19 de germinal).
Lo mismo ocurre en otras partes, como Sedán,
LonsleSaimier, Lille, etc. Los patriotas son protegidos y se
intensifica la represión contra los enemigos del régimen. El
decreto del 27 de germinal aleja de París, las plazas fuertes y
las ciudades marítimas a todos los exnobles y los súbditos de
las potencias enemigas que no tuvieran un permiso especial
para permanecer allí. Para juzgar a los contrarrevolucionarios
de Vaucluse, el Comité organiza, el 21 de floreal, la terrible
Comisión de Orange, que juzga sin jurados y condena a
muerte en 42 sesiones a 332 personas de 521 acusados.
Aprueba el acto de Maignet de incendiar el pueblo
contrarrevolucionario de Bédoin, donde ha sido cortado el
Árbol de la Libertad y no ha podido encontrarse ningún
testigo republicano.

El Comité ha implantado el Terror, pero también la Virtud,


su correctivo. Procede duramente contra los revolucionarios
prevaricadores. Maignet, en Vaucluse, descubre una inmensa
banda negra, emboscada en las administraciones para

867
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

saquear los bienes nacionales. Sabe que sus predecesores


Rovère y Poultier lian protegido a esos ladrones ocultos bajo
el gorro frigio. No vacila en atacar a su jefe Jourdan Coupe-
Téte, en favor del cual Tallien intenta inútilmente conmover
a los jacobinos (16 de floreal). Jourdan sube al cadalso. Y
sabeaii, que continúa en Burdeos los procedimientos del
concusionario Tallien, es llamado el 25 de floreal. Bernardo
de Saintes, de dudosa reputación en Montbéliard y Dijon,
sufre la misma suerte el 15 de germinal. ¡Un aviso para los
restos impuros de la facción dantonista! El Comité, honra la
virtud con algo más que palabras.

Espera conciliarse así a la opinión pública. No quiere que sus


agentes hagan temblar a las masas. « Es preciso dice Saintjust
el 26 de germinal —que restablezcáis la confianza civil. Es
preciso que hagáis comprender que el Gobierno
revolucionario no significa la guerra o el estado de conquista,
sino el tránsito del mal al bien, de la corrupción a la probidad.
» Los ciudadanos inofensivos deben ser protegidos contra los
abusos de poder e incluso contra los exceso de celos. En el
Oeste, los representantes han prolongado la chuanería, por
medio de sus infernales columnas que sin distinción
quemaban las propiedades de los rebeldes y las de las gentes
pacíficas ; el Comité los llama. Rossignol, que era
invulnerable mientras fué atacado por los Indulgentes, es
destituido el 8 de floreal. Turreau, que ha ejecutado las

868
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

devastaciones, y todos sus lugartenientes son retirados del


ejército del Oeste el 24 de floreal, y el 4 de pradial una nueva
orden pone fin al sistema de exterminio para sustituirle por
un método de declaración y censo de los habitantes y las
cosechas.

Foussedoire, en el Alto Rhin, quiere forzar a los alsacianos a


cambiar su numerario por asignados. Pide permiso para
instituir un tribunal revolucionario y multar a los ricos.
Como respuesta es llamado el 12 de pradial. Foussedoire no
ha comprendido que el Terror se reserva ahora únicamente
para los conspiradores, pero debe desaparecer para todos los
que no conspiran.

Los procedimientos hebertistas han agravado la miseria. El


Comité los desaprueba y reprime. Procura tranquilizar a los
comerciantes. El decreto del 12 de germinal suprime a los
tan detestados comisarios de acaparamientos y dulcifica la
ley de acaparamiento en sus penalidades y exigencias.
Únicamente los mayoristas quedan sujetos a la declaración y
control. Las zonas de abastecimiento son suprimidas el 6 de
pradial, salvo para los cereales y forrajes. La Comisión de
subsistencias anima la exportación de mercaderías de lujo,
asocia los negociantes a su acción, les garantiza contra las
denuncias, les confía misiones en el extranjero y se sefuerza
en constituir créditos de cambio para pagar sus

869
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

adquisiciones. Sin duda el Comité mantiene la


reglamentación y las tasas. Controla todo el comercio
exterior por medio de sus agencias y la flota comercial
requisada. Pero adquiere más elasticidad legislativa e
inaugura una política de producción. Anima a los industriales
por medio de indemnizaciones y recompensas, y a los
comerciantes, con créditos. La miseria se atenúa. La mano
de obra es la que causa más graves preocupaciones. El
llamamiento de la primera conscripción ha disminuido los
brazos disponibles, justamente en el momento en que la
multiplicación de los talleres y fábricas que trabajan para el
Ejército hace que la demanda sea diez veces mayor. Los
obreros se aprovecharon para elevar sus salarios
generalmente en mayor proporción que el coste de la vida. El
establecimiento del máximo de los salarios descontentó,
ciertamente, al conjunto de la clase obrera. Pero sobre todo
a los numerosos trabajadores de las fabricaciones de guerra,
que estaban sometidos a una disciplina rigurosa y que no
podían desfigurar la ley tan fácilmente como los trabajadores
libres. Para ellos era demasiado fuerte la tentación de igualar
el salario oficial al salario libre. En París los simples peones,
recaderos, cocheros y aguadores se hacían pagar de 20 a 24
libras por día, en tanto que el obrero especialista de primera
clase de las manufacturas de armas ganaba escasamente 16
libras; el de segunda clase, 8 libras y o sueldos, y el más
inferior, 3 libras. Por lo tanto, no es sorprendente que los

870
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

obreros de las fabricaciones de guerra, muy numerosos en


París, vivieran en una agitación, por decirlo así, permanente.
El Comité, que tenía necesidad apremiante de sus servicios,
mejoró sus salarios, y les permitió nombrar delegados para
discutir con sus agentes; pero nunca quedaron satisfechos,
porque había una distancia muy grande entre sus exigencias
y las prescripciones legales. El Comité comprendía que en
caso de ceder en el máximo de los salarios, se vería obligado
también a ceder en el máximo de los géneros, y todo el
edificio económico y financiero que levantó tan
penosamente se vendría abajo. Tomó, pues, respecto a la
clase obrera, una actitud de resistencia. Si a veces cedió, fué
de mala gana, y el nuevo Ayuntamiento le imitó. Payan, en
su nombre, sermoneó a los obreros libres que se coligaban (v.
sesiones del Ayuntamiento del 2, 13, 16 de floreal, etc.). Fué
preciso suspender los trabajos iniciados por el departamento
de París, porque los peones, a quienes sólo se quería pagar 48
sueldos, reclamaban 3 libras y 15 sueldos, y los carpinteros,
de 8 a 10 libras (9 mesidor, Arch. nac. F.10 451).

Parece ser que el levantamiento obrero fué general en todo el


país. Las negativas a trabajar fueron tan frecuentes que
Barère tuvo que hacer votar, el 15 de floreal, un decreto por
el cual se requisaba a cuantos contribuyeran a la
manipulación y transporte de las mercancías de primera
necesidad, y amenazar con el Tribunal revolucionario a los

871
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

que hicieran una coalición criminal contra las subsistencias


del pueblo.

«El régimen del máximo —observa bien M. G. Lefebvre — era


propio para desarrollar en el proletariado el espíritu de clase
y de solidaridad. Oponía los propietarios a los asalariados. »
Aun hacía más. Tendía a la ruina de los pequeños
comerciantes y artesanos, empujándoles hacia el
proletariado. Los panaderos, por ejemplo, que recibían la
harina oficial, no eran masque empleados municipales.
Saintjust, que quería entregar los bienes de los sospechosos
a los pobres, se daba cuenta de que el problema financiero
dominaba al problema social. Hubiera querido retirar de la
circulación al asignado, llaga mortal de la República, de
donde provenían Ja vida cara, el agiotaje, las tasas que
llevaban el hambre a las ciudades, las confiscaciones que
amotinaban a los que algo poseían. ¿ Pero cómo prescindir
del asignado cuando era, por así decirlo, el único recurso del
Tesoro ? En floreal se elevaban los gastos a 283 419 073
libras contra 44255 048 libras de ingresos ; en mesidor, a 265
millones contra 39 millones, La circulación se inflaba sin
cesar. El 26 de floreal era de 5 534 160 385 libras, y no
obstante las tasas que mantenían el curso forzoso, no
obstante el cierre de la Bolsa y el decreto del 21 de pluvioso,
que fijaba los cambios a un tipo uniforme, la moneda
republicana se depreciaba lentamente. Cambon se esforzaba

872
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

en economizar sobre la Deuda. Lo mismo que el año anterior


había creado el libro de la Deuda pública, para cambiarla por
títulos nuevos y republicanizar así la Deuda perpetua del
antiguo régimen; ahora liquidaba, por la ley del 23 de floreal,
la Deuda flotante, la unificaba y reducía, aun a riesgo de que
chillaran sus poseedores, ya sumamente perjudicados por la
depreciación de los asignados que recibían en pago de sus
rentas. Robespierre pensaba que Cambon aumentaba el
número de los enemigos de la República.

Campesinos agotados por las confiscaciones, obreros


extenuados por la crónica falta de alimentación y obsesos por
la conquista de un salario que la ley les rehusaba,
comerciantes semiarruinados por las tasas, rentistas
despojados por el asignado, todos estos elementos, bajo
aparente calma, dejaban fermentar un profundo descontento.
Sólo se aprovechaban del régimen el numeroso rebaño de
agentes de la nueva burocracia y los fabricantes de guerra.

Los gobernantes no se forjaban ninguna ilusión. Intentaron


un supremo esfuerzo. De todos modos fundarían esa
República en la que habían puesto su fe y que amaban tanto
más cuanto más insegura la sentían en el mañana.
Recordaban que la monarquía había sido quebrantada por el
levantamiento de los humildes impulsados por el hambre.

873
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

I>a aplicación de las leyes de ventoso, que distribuían la


fortuna de los sospechosos a los pobres descamisados, exigía
una amplia investigación que duraría varios meses. Barère
anunció, el 22 de floreal, que los Comités revolucionarios
habían remitido ya 40 000 decisiones sobre los detenidos.
Pero aun había que formar 300 000 expedientes. Barère se
prometía que en menos de seis semanas estuviera hecho el
cuadro de la población menesterosa. Jamás lo estuvo, y eso
que el Comité creó con ese objeto una oficina de indigentes.
Barère, a pesar de su optimismo, señalaba la mala voluntad
de ciertos Ayuntamientos para ejecutar la ley. Se hizo
circular el rumor de que el Comité deportaría a la Vendée a
los indigentes inscritos. Mientras llegaba el fin de la
investigación, el Comité instituyó, el 22 de fioreal, el Libro
de la Beneficencia Nacional, donde figuraron los indigentes
enfermos e inválidos, para obtener graduales socorros y
asistencia en caso de enfermedad. Una orden del Comité, de
fecha del 5 de pradial, distribuyó a los mendigos enfermos e
inválidos de la ciudad de París un socorro de 15 a 20 sueldos
diarios. Pero en el resto del país, las páginas de ese benéfico
libro se abrieron muy lentamente y sobrevino el 9 de
Termidor antes de que la ley hubiese sido ejecutada. Esas
medidas parciales no eran más que un prólogo en el espíritu
de los gobernantes. « Ni ricos ni pobres — escribía Saintjust
—... La opulencia es una infamia. » Tenía en proyecto que el
Estado fuese heredero de todos los que muriesen sin

874
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

parientes directos; la supresión del derecho de testar, y la


obligación de todos los ciudadanos de dar cuenta anualmente
del uso de su fortuna. También quería, para retirarlos
asignados de la circulación, que pesara un impuesto especial
« sobre todos los que hayan regido Jos negocios y trabajado a
sueldo del tesoro público ». Proyectos que no pasaron de
sueños y que chocaron no sólo con el espíritu individualista
de su tiempo, sino con las necesidades creadas por la guerra.
¿Cómo hubiera podido el Comité practicar resueltamente
una política de clase, cuando después de germinal procuraba
tranquilizar a todos los intereses ? Las masas analfabetas y
miserables hacia quienes inclinaba su solicitud, eran para él
más bien una carga que un apoyo. Eran meras espectadoras
de unos acontecimientos que no comprendían. Toda la
política gubernamental, en el fondo, basábase en el Terror,
que sólo la guerra hacía soportar. Pues bien, el Terror
arruinaba en las almas el respeto al régimen.

El Comité concentra su principal esfuerzo en la joven


generación. Barère declara, el 13 de pradial, que es preciso
revolucionar a la juventud como se ha revolucionado a los
ejércitos. Inspirándose en la feliz experiencia de la «Escuela
de Armas», que, en ventoso, ha formado en tres décadas por
medio de cursos apropiados a la fabricación de pólvoras,
cañones, etc., jóvenes venidos de toda Francia y distribuidos
luego como contramaestres en los diversos talleres, instituye

875
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

la Escuela de Marte destinada a dar una preparación a la vez


militar y cívica a 3000 adolescentes elegidos por mitades
entre los hijos de los pequeños cultivadores y artesanos y
entre los hijos de los voluntarios heridos en los combates, a
razón de seis por distrito. La Escuela de Marte debería
funcionar bajo tiendas de campaña, en la llanura de Sablons.

Se proyecta crear una Escuela Normal del mismo tipo, para


formar profesores y preceptores animados de la nueva fe;
pero esa escuela no tendrá realización hasta después de
termidor. Entretanto, se hace un sincero esfuerzo para
aplicar la ley del 5 de nivoso que hace obligatoria la escuela
primaria y paga a los maestros por cuenta del Estado. Pero
falta personal y las escuelas se abren con lentitud. A fines de
1794 no existen, en mayor o menor número, más que en 180
distritos. Saintjust quería dotar a las escuelas con los bienes
nacionales. Sostenía, en principio, que el niño, antes que a
su padre, pertenece a la patria, y trazaba el plan de una
educación en común al modo espartano.

Las regiones que opusieron más resistencia a la Revolución


fueron aquellas en que el pueblo no hablaba francés : Alsacia,
país vasco, Córcega, condado de Niza, Bretaña, Flandes.
Barère hizo crear para esos países maestros de lengua
francesa designados por los clubs y que no sólo enseñarían la
lengua de la libertad, sino que, al mismo tiempo, serian

876
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

predicadores de civismo. También en este punto y por falta


de personal, el decreto recibió una restringida aplicación.
Gregoire quiere arrancar los «patois » (dialectos) al mismo
tiempo que las lenguas extranjeras, porque «la unidad de
idioma es una parte integrante de la Revolución ». En nombre
de la Convención, redacta el 1G de pradial un hermoso
manifiesto a los franceses : « Puesto que detestáis el
federalismo político, haced abjuración del de lenguaje. »

De este modo se trabaja para el porvenir, pero el presente


requiere toda la atención. La cuestión religiosa no está
resuella. Teóricamente subsiste la libertad de cultos; pero de
hecho está suprimida en muchas regiones. Muchos
representantes han considerado que todos los sacerdotes son
sospechosos, los han recluido cuando no abjuraban y, a
veces, incluso han ordenado la demolición de los
campanarios. Otros, más tolerantes, han permitido la
continuación del culto. El décadi trata en todas partes de
suplantar al domingo, pero no tiene ganada la causa. Los
pueblos que han permanecido piadosos, echan de menos a
sus sacerdotes y son hostiles a las fiestas patrióticas. Incluso
en los talleres nacionales es difícil hacer trabajar en
domingo. Si el cierre de las iglesias hubiese sido simultáneo,
es indudable que hubiera estallado una gran sublevación
popular, porque en las semanas que precedieron al decreto
del 18 de frimario, por lo demás tardíamente promulgado, se

877
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

multiplicaron los movimientos fanáticos (en Coulommiers,


Amiens, Lozére, Alto Loire, Loire, Corrèze, Hérault, Cher,
Nièvre, Mosa, Ardennes, etcétera). La efervescencia duró
todo el invierno y aun no se había calmado en la primavera.
Si no tomó mayores proporciones, fué debido a la misma
incoherencia de la conducta de los representantes. No
habiendo sido nunca general la persecución, los fieles no
tuvieron la idea de ponerse de acuerdo. Cuando les quitaron
sus sacerdotes, en numerosas parroquias celebraron «misas
ciegas », presididas por el sacristán o el maestro de escuela.
En el mismo París el culto no estuvo nunca completamente
interrumpido.

El Comité, que al comienzo no había querido ver en la


descristianización más que una maniobra del extranjero, no
pensó en volver atrás cuando ya la vio casi realizada. Pero
quiso depurarla, perfeccionarla, hacerla aceptable a las
masas dándole un contenido positivo. Las fiestas decadarias
se engrandecieron casualmente. En ellas se celebraba la
libertad, la patria y la razón. Había que darles una
organización uniforme y una doctrina común. Los hombres
de esta época, incluso los más apartados de los dogmas
cristianos, incluso ateos como Silvain Maréchal, no creían
que el Estado pudiera prescindir de un credo y un culto. El
Estado, como la antigua Iglesia, está encargado de las almas.
Faltaría a su deber primordial si se desentendiera de las

878
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

conciencias. Era preciso ligar la moral política enseñada en


las ceremonias cívicas, con una moral filosófica generatriz de
las virtudes privadas. Era una convicción general que la fe en
Dios era el fundamento de la sociedad.

Al día siguiente de la ejecución de Chaumette, la Convención


decretó, el 25 de germinal, que los restos del autor de « La
profesión de fe del Vicario Saboyano », fueran conducidos al
Panteón. Robespierre fué encargado de presentar el esperado
decreto sobre las fiestas decadarias. Lo hizo preceder, el 18
de floreal, de un emocionante discurso que entusiasmó a la
Asamblea y al país. Afirmaba que la Revolución, en posesión
ahora de una doctrina filosófica y moral, no tendría ya que
temer un retorno ofensivo de las viejas religiones positivas.
Predijo la próxima desaparición de todos los sacerdotes y la
reconciliación de todos los franceses alrededor del culto
sencillo y puro del Ser Supremo y la Naturaleza, puesto que,
para él, la Naturaleza y Dios se confundían. En adelante, cada
décadi estaría consagrado a la glorificación de una virtud
cívica o social, y la República celebraría, además, los cuatro
grandes aniversarios del 14 de julio, 10 de agosto, 21 de
enero y 31 de mayo.

Elegido presidente de la Convención, el 16 de pradial, por


unanimidad de votos que jamás fueron tan numerosos (485),
Robespierre presidió, con un ramo y una espiga de trigo en la

879
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mano, la magnífica fiesta dedicada al Ser Supremo y la


Naturaleza, que tuvo lugar el 20 de pradial, día de
Pentecostés, en medio de una inmensa multitud. En toda
Francia se celebraron el mismo día análogas fiestas con igual
éxito. En todas partes los templos republicanos inscribieron
en sus frontones: «El pueblo francés reconoce al Ser Supremo
y la inmortalidad del alma.» Parecía que el Comité había
conseguido su fin y había unido a todos los franceses en un
común sentimiento de tregua y fraternidad. Los hombres de
todos los partidos enviaron a Robespierre su entusiasta
felicitación. Boissy d'Anglas le comparó públicamente con
«Orfeo enseñando a los hombres los principios de la
civilización y de la moral ». Laharpe, el literato en boga, lo
aduló en una carta particular. Ateos como Lequinio y
Maréchal no fueron los últimos en aplaudir. Por otra parte,
muchos católicos se mostraban satisfechos porque se les
devolvía a Dios, a falta de sacerdotes. Veían en la cosecha
abundante y precoz un signo de que la Providencia protegía
a la República. Los últimos oficios celebrados por los
sacerdotes desaparecían sin ruido, para dejar su puesto a las
misas cívicas. Los sacerdotes sexagenarios o enfermos que
hasta entonces disfrutaban de libertad, fueron a su vez
recluidos por el decreto del 22 de floreal. En el extranjero la
impresión fué extraordinaria. Se creyó verdaderamente —
dice Mallet du Pan — que Robespierre iba a cerrar el abismo
de la Revolución. Se le creyó tanto más cuanto que en todas

880
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

partes triunfaban los ejércitos franceses. No se habían oído


los sarcasmos y amenazas que algunos diputados habían
lanzado al presidente de la Convención durante la misma
fiesta del Ser Supremo. No se veía que bajo la brillante
decoración de las guirnaldas, flores, himnos, salutaciones y
discursos, se ocultaban el odio y la envidia, y que los
«intereses», siempre amenazados por el Terror y obligados a
practicar la «virtud», sólo esperaban una ocasión para tomar
su desquite.

881
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO XIII
Fleurus

La Francia revolucionaria no hubiera aceptado el Terror, de


no estar convencida de que era imposible la victoria sin la
suspensión de las libertades. Se resignó a la dictadura de la
Convención y después a la de los Comités, con la esperanza
de que su sacrificio no sería inútil, y no fué engañada, por
cierto.

En la primavera de 1791 puede enorgullecerse con el ejército


que le ha sido preparado. Es un ejército homogéneo. Ha
desaparecido toda diferencia —incluso de uniforme — entre
las tropas de línea y los voluntarios. Se inicia la agrupación
por brigadas, progresando rápidamente. La media brigada,
compuesta por dos batallones de voluntarios y uno de línea,
es una unidad fuerte de 3000 hombres, provista de artillería
ligera y más móvil que los antiguos regimientos. Una vez
depurados los Estados Mayores, la confianza reina a la sazón
entre jefes y soldados. Los jefes, muchos de los cuales han
surgido de las filas, dan el ejemplo de las privaciones.
Duermen en tiendas de campaña y viven como los
descamisados. Los antiguos rozamientos entre generales y
representantes lian desaparecido. Los representantes,
elegidos con cuidado, saben, sin brusquedades, hacerse
obedecer. Se preocupan del bienestar de las tropas y las

882
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

inflaman con su ardor cívico. Se colocan a la cabeza de las


columnas de asalto. La disciplina se restablece de un modo
ejemplar en todas partes. Las mujeres que obstruían los
campamentos y devoraban las provisiones, son arrojadas, y
los proveedores vigilados estrechamente. Todo va
reglamentándose, y los inspectores generales, que actúan de
dos en dos. acaban con las dilapidaciones» Una vez depurado
el Ejército y animado de un ardiente patriotismo, se
convierte en un instrumento flexible y dócil entre las manos
de Carnot. Sus efectivos han sido duplicados por la primera
conscripción, cuyos reclutas, instruidos durante el invierno,
se lian incorporado en la primavera a los antiguos batallones.
Se preparan a actuar 800 000 hombres, adiestrados,
encuadrados, aguerridos, llenos de desprecio hacia los
mercenarios de la coalición. Ya no temen ser detenidos
después de sus éxitos, como Hoche tras Kaiserslautern, por
la falta de armas y municiones. Las manufacturas de guerra,
febril, pero científicamente organizadas, comienzan a dar su
pleno resultado. Sólo la de París fabrica 2699 fusiles nuevos
desde el 21 al 30 de ventoso, y repara 1497. Las otras siete
manufacturas provinciales producen, más o menos, lo
mismo. Gracias a la fabricación revolucionaria del salitre, la
inmensa fábrica de pólvora de Grenelle, la más importante de
Europa, suministra en pradial de 6 a 8 toneladas de pólvora
por día y 20 millares en mesidor.

883
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El Comité siente que la victoria está próxima. Su diplomacia


no permanece inactiva; pero sólo se propone fines definidos
y accesibles. Primeramente se halla puesta al servicio de las
necesidades económicas. La Francia está amenazada por un
hermético bloqueo. No puede hacer que vivan sus ejércitos y
sus industrias se alimenten más que manteniendo
comunicaciones con el resto del mundo. Por consiguiente,
procura cultivar la amistad de los suizos, escandinavos,
ciudades hanseáticas, americanos, bereberes, genoveses y
turcos. Los agentes del Comité recorren incesantemente
Suiza, como Perregaux, Schweizer y Humbert, que arramblan
con caballos, ganado, forrajes, telas, hierros, cobres,
etcétera. Pasando por Suiza, los géneros de Suabia y la misma
Austria toman la dirección de Belfort. Los ingleses, cuya ilota
domina el Mediterráneo y que acaban de apoderarse de
Córcega, se esfuerzan en impedir a los genoveses el
abastecimiento de los puertos del Mediodía de Francia y el
ejército de los Alpes. El Comité mantiene a Genova en la
neutralidad, amenazándola con el ejército que avanza por el
Apenino. Para atraer a los hanseáticos, americanos y
escandinavos a los puertos franceses del Océano, el Comité
pone en libertad a sus navios embargados o declarados buena
presa, paga sus entregas por encima del máximo y les facilita
la exportación de mercaderías francesas, como vinos,
aguardientes, sederías, café, etc. Envía a los Estados Unidos
una importante misión para que. compre trigo, pagado por

884
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

medio de los créditos franceses sobre aquel país desde la


guerra de la independencia. Washington, tranquilizado desde
la destitución de Genet, es invitado a que llame a su
embajador en París, Morris, de quien el Comité conoce la
hostilidad. Accede y designa a Monroe, que no llega hasta el
día siguiente del 9 de Termidor.

Los navios neutrales que se dirigen hacia las costas francesas


son inquietados por los cruceros ingleses. El Comité alienta
ai ministro danés Bernstorff a constituir con Suecia y
Estados Unidos una liga de neutralidad armada que haga
respetar la libertad de los mares. Bernstorff firma un
convenio con Suecia. Pero el agente francés en Copenhague,
Grouvelle, comete la imprudencia de confiar al correo
ordinario los despachos no cifrados que dirige a París. Los
cruceros ingleses se apoderan de ellos, y Pitt, puesto al
corriente de las negociaciones ya muy adelantadas, usa de
amenazas y consigue alejar el peligro. Por otra parte, se halla
secundado por el americano Hamilton, amigo de Washington,
que teme comprometer a su país con los jacobinos.

Inglaterra, con sus aliados España y Holanda, posee una


enorme superioridad naval. Pero el Comité, incluso después
de la catástrofe de Tolón, no desespera. Por el vigoroso
impulso de SaintAndré y Prieur de la Marne, que se instalan
en Brest, las nuevas construcciones se prosiguen con ardor,

885
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

llenando las bajas dejadas por los oficiales de la nobleza, con


los de la marina mercante y aumentando la paga de los
marineros y obreros de los arsenales para que trabajen noche
y día, reprimiendo con severidad la indisciplina, que había
hecho grandes estragos, y requisando en Francia todas las
materias primas para el sostenimiento de la flota. Al llegar la
primavera, la flota concentrada en Brest no sólo es capaz de
proteger las costas contra un desembarco que incendiaría de
nuevo la Vendée, sino de escoltar los convoyes c incluso de
tomar la ofensiva. Entretanto, los corsarios franceses han
hecho sufrir al comercio enemigo pérdidas considerables.

Los progresos realizados por el Ejército y Marina franceses


admiran y asombran a los observadores neutrales o
enemigos. El agente americano William Jackson los describe
detalladamente a su amigo Pinckney en un extenso informe
fechado en el mes de abril de 1794. Después de pintar los «
esplendores » de la Francia revolucionaria, emite ya su temor
de que sugestionada por las victorias que predice no se deje
arrastrar por una política de conquistas. Por ese tiempo, el
perspicaz MercyArgenteau dirige a su señor, el Emperador,
una profética advertencia (9 de marzo de 1794). Ya no ve
modo de salvarse la Coalición más que empleando los
procedimientos que han dado éxito a los franceses, y
aconseja un llamamiento a la nación alemana.

886
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El Emperador había propuesto a la Dieta, el 20 de enero de


1794, un armamento general de los pueblos alemanes. Pero
su proposición no tuvo éxito. Por pasivos que fuesen, los
pueblos de la Europa central intuían confusamente que la
causa de los reyes no era la suya. No obstante los rigores de
la censura, el jacobinismo había encontrado eco. En Hungría,
un sacerdote demócrata, Martinovicz, afiliarlo a los
Iluminados de Weishaupl, y un exoficial, Lazcovicz, que
detesta el yugo alemán, fundan una sociedad secreta,
reclutada entre la burguesía e incluso entre la aristocracia,
que aplaude las victorias francesas. El reclutamiento para el
Ejército se hace cada día más difícil, y los empréstitos no
tienen mejor éxito. Los burgueses cierran sus bolsas. En
Prusia, donde la industria es una creación reciente de
Federico el Grande, la guerra provoca un intenso paro
forzoso. Se agitan los tejedores de Silesia (motín de Breslau
de abril de 1794). En ciertos lugares los campesinos rehusan
pagar sus rentas señoriales. Esa agitación es un pretexto que
utiliza Federico Guillermo para no sumarse al movimiento
popular que propone Austria. Los belgas manifiestan tibieza.
Las ricas abadías responden débilmente a la petición de
subsidios. La guerra contra Francia no es nacional más que
en la Gran Bretaña, e incluso allí, sobre todo en Escocia, se
sostiene una tenaz oposición, que Pitt sólo puede romper
mediante leyes excepcionales y una severa represión.

887
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La Coalición, cuya fuerza reside en el ejército de


mercenarios, no lia estado nunca muy unida. En ese
momento se halla en vísperas de dislocarse.

Aunque Federico Guillermo parece odiar a los « descamisados


», presta atención a los consejeros que le indican que su
verdadero enemigo es Austria y no Francia. Exige que sus
aliados le reembolsen los gastos militares y amenaza con
retirar sus tropas, si no lo hacen inmediatamente. Thugut
rehusa, « hablando físicamente, no tenemos dinero» (1.° de
abril de 1794, dirigiéndose a Mercy); pero Pitt, para evitar la
defección prusiana, se compromete a entregar las fuertes
sumas exigidas. Holanda imita a Prusia y, sostenida por
Inglaterra, reclama de Austria una rectificación de fronteras
en los Países Bajos. España vacila. Sus almirantes y generales
tienen violentas querellas en Tolón con sus colegas ingleses,
(Godoy rehusa acordar con Pitt el tratado de comercio que le
ha sido sometido. Aranda aconseja la paz y se le destierra de
la corte acusado de complot. El dinero inglés es el único
cimiento de una coalición que se deshace.

Un golpe inesperado aumenta aún las complicaciones. El 24


de marzo, con una pequeña tropa equipada en Sajonia,
Kosciuzsko entra en Polonia y llama a las armas a sus
compatriotas. En la sorpresa de Raslovice derrota a los rusos
el 4 de abril y los arroja de Varsovia el 19 y de Vilna el 23.

888
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Pero el pueblo polaco no responde. Kosciuzsko, que no se ha


atrevido a suprimir la esclavitud y que adula a los nobles
porque son los únicos que han respondido a su llamamiento,
no consigue reunir más de 17 000 hombres, deficientemente
armados. Su arriesgado golpe de mano no obligó ni a
prusianos ni a austríacos a retirar un solo soldado del frente
francés. En algunas semanas se dispersan las bandas polacas.
Pero la cuestión de Polonia, elevándose de improviso entre
los dos aliados de Berlín y Viena, acentuó sus latentes
desacuerdos.

Las discordias de los Coligados se notan en su plan de


campaña y sus operaciones. Hay continuos rozamientos
entre los generales, cada uno de los cuales sólo obedece a las
órdenes de su corte (Cfs. despacho de Trautmansdorf a
Kaunitz, del 19 de mayo de 1794). Los ingleses que tomaron
a sueldo al ejército prusiano, querían servirse de él para
proteger los Países Bajos y Holanda. El Emperador se opone
porque desconfía de las intenciones de la corte de Berlín, que
quiere impedir un desmembramiento demasiado
considerable del territorio francés y privar al Austria del fruto
de su victoria: «Llamando al ejército prusiano al Mosa,
estableciendo con él una estrecha conexión de operaciones
recíprocas, es evidente que el Rey permanecería siempre
como dueño de suspender los progresos que considerara
demasiado rápidos, y detenernos en el momento en que un

889
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

feliz azar de los acontecimientos nos ofreciera alguna


esperanza de llegar a la gran finalidad de debilitar a Francia
» (Thugut a Stahrenberg, 1.° de mayo). El ejército prusiano
permaneció en el Palatinado frente al Sarre. Coburgo tuvo
que contentarse con el pequeño cuerpo de Blankenstein, para
defender a Tréveris y asegurar el enlace con los Países Bajos.

Sin embargo, Coburgo recibe la orden de marchar sobre París


con todos sus fuerzas. Tiene en su poder a Conde,
Valenciennes, Le Quesnoy y la selva de Mortual, o sea las
proximidades de la brecha del Oise. Su frente penetra como
una cuña en territorio francés entre el Sambre y el Escalda,
entre los dos ejércitos republicanos del Norte y los Ardennes.
Puede maniobrar por líneas interiores, pero no tiene sus
fuerzas en la mano. Ha de contar con el duque de York y el
príncipe de Orange, que le han sido agregados. Además, los
«descamisados » tienen una superioridad numérica sobre el,
que aumenta continuamente. Desde fines de mayo pide
refuerzos; pero Pitt los rehusa y aconseja a los austríacos que
utilicen a los prusianos, que no les eran gratos. A falta de
refuerzos que jamás llegaron, Coburgo recibió la visita del
joven Emperador, que vino a procurar dar ánimos a sus
tropas con su presencia. Desde mediados de mayo, Mack,
como jefe del Estado Mayor de Coburgo, aconsejó a Francisco
II que hiciera la paz.

890
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Después de los primeros fracasos, ingleses, holandeses y


hannoverianos quieren dejar el gran ejército para acudir en
socorro de las amenazadas ciudades de la costa (Waldeck a
Thugut, 14 de junio). Decididamente los Carmañolas tenían
bien la partida.

Carnot prescribe que los golpes decisivos sean contra


Coburgo. Jourdan se ha detenido después de su victoria de
Wattignies, como Hoche después de la toma de Worms, y
Carnot, cansado de ordenarle en vano la ofensiva sobre
Mandes, lo destituye el 20 de nivoso, como dos meses más
tarde destituirá a Hoche para castigarle por no haber
realizado su ofensiva sobre Tréveris. Pero en tanto que
Hoche, que pasa por hebertista, es metido en prisiones,
Jourdan es designado el 20 de ventoso para el mando del
ejército del Mosa. Pichegru, más flexible, pero más cazurro,
fué puesto al frente del ejército del Norte el 17 de pluvioso,
siéndole subordinado el ejército de los Ardennes. Tiene en
sus manos la tenaza que ha de estrechar a Coburgo entre el
Lys y el Escalda. Carnot refuerza sus efectivos. En germinal
dispone de más de 250000 hombres, mandados por
lugartenientes que se llaman Marceau, Kléber, Vandamme,
Souham, Macdonald. Para estimularlos, son enviados al
frente Saintjust y Lebas, quienes los inflaman con su ardor.
Carnot ha recordado a todos los generales sus instrucciones
el 11 de pluvioso. «Llevar los grandes esfuerzos al Norte y

891
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mediante la ofensiva. Entablar, siempre que sea posible, el


combate a la bayoneta. Dar grandes batallas y perseguir al
enemigo hasta su completa destrucción. » La ofensiva prevale
se no sólo por razones de estrategia. La escasez reina en el
interior del país. El 11 de germinal escribe a los
representantes del ejército del Norte : «No debo ocultaros que
estamos perdidos si no entráis bien pronto en país enemigo
para tener subsistencias y efectos de todas clases, porque
Francia no puede sostener por largo tiempo el estado en que
se encuentra en este momento ... Es preciso vivir a costa del
enemigo o perecer. La defensiva nos deshonra y nos mata. »
Carnot apremia a Pichegru para que se adelante a los
imperiales; pero Pichegru pierde un mes en inspecciones. No
ataca hasta el 9 de germinal en dirección a Le Cateau, y es
rechazado con pérdidas. Coburgo asedia Landrecies. Todos
los movimientos intentados para levantar el sitio de esta
plaza fracasan, y Landrecies capitula el 11 de floreal después
de cuatro días de bombardeo. Los imperiales poseen una
nueva cabeza de puente sobre el Sambre.
Saintjust y Lebas organizan sin tardanza un campo
atrincherado en Guisa, para cerrar el camino de París.
Cambrai, estrechado de cerca, cuenta con numerosos
monárquicos y Carnot sospecha su traición. Un mes antes
Vandamme le ha entregado dos cartas en que le prometían
240 000 libras como precio de su concurso. Saintjust y Lebas
delegan en Cambrai a su colega José Lebon, para poner en

892
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

movimiento la guillotina contra los enemigos del interior.


Luego Carnot ordena a Jourdan que marche en auxilio del
ejército de los Ardennes, con todas las fuerzas que pueda
sacar de su ejército del Mosela, que ha de quedar a la
defensiva tras el Sarre, mientras le llegan refuerzos del Oeste.
Carnot prescribe al mismo tiempo a Pichegru una vigorosa
ofensiva por sus dos alas ; de un lado sobre Courtrai e Ypres
y de otro sobre Charleroi. Los republicanos entran en
Courtrai el 7 de floreal, el 10 en Furnes y el 29 baten a los
imperiales ante Tourcoing, haciendo un botín de 60 cañones
y 2000 prisioneros. Por cinco veces el ejército de los
Ardennes, arrastrado por Saintjust, pasa y repasa el Sambre
en furiosos combates. Charleroi es, alternativamente, sitiada
y puesta en libertad. Pero Jourdan llega. Arroja a los
imperiales de Dinant el 10 de pradial y tres días después
realiza su unión con el ejército de los Ardenues. Los
republicanos pasan el Sambre por sexta vez. Charleroi
capitula el 7 de mesidor. Coburgo, que acude en socorro de
la plaza con el gran ejército, intenta al dia siguiente arrojar
a los republicanos de las posiciones fortificadas que han
preparado en un frente de .30 kilómetros en un arco de
círculo del Sambre al Mosa. Sus cinco columnas de asalto son
rechazadas a la izquierda por Kléber, a la derecha por
Marceau y Lefebvre, en el centro por Championnet y
acuchilladas en seguida ent r e los reductos por la caballería

893
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

de d'Hautpoul. Los franceses duermen en el campo de batalla


de Fleurus y conservan Charleroi.

Ya el ejército del Norte ha tomado Ypres el 29 de pradial, con


80 cañones y 5800 prisioneros. El 15 de mesidor entra en
Ostende. Los dos ejércitos victoriosos de Pichegru y Jourdan
comienzan su marcha convergente hacia Bruselas, en la que
entran el 20 de mesidor. Amberes y Lieja caen el 6 de
termidor.

No transcurre semana sin que una Carmañola de Barère


celebre ante la Convención nuevos éxitos en todas las
fronteras : El 5 de floreal Badelanne recobra el San Bernardo
a los piamonteses ; el 9 de floreal el ejército de los Alpes toma
a Saorgio ; el 15 de pradial el ejército de los Pirineos
Occidentales arroja a los españoles del campo de los Aldudes
; el 1.° de pradial es la toma del MontCenis, y el 9 del mismo
mes se recobran Colliure, SaintElne, y PortVendres por el
ejército de los Pirineos Orientales, etc.

SaintAndré y Prieur anuncian el 25 de pradial que el gran


convoy de trigo que se espera de América ha llegado a Brest.
La flota francesa de VillaretJoyeuse, para proteger el paso,
ha librado con la escuadra inglesa de Howe, el 9 de pradial,
un violento combate, en el que se ha hundido el Vengador del
Pueblo, al grito de j Viva la República ! Los ingleses han

894
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

experimentado tales pérdidas que no han perseguido a los


franceses, teniendo que volver a sus puertos.

Sin duda, los dos ejércitos del Rhin y el Mosela sufrieron un


rudo asalto a comienzos de pradial. Moellendorf con sus
prusianos arrojó a Jos franceses de Kaiserslautern. Pero
Hentz y Goujon, enviados a toda prisa, piden a toda costa la
victoria o la muerte. El 14 y el 15 de mesidor, los dos
ejércitos franceses vuelven a emprender simultáneamente la
ofensiva, bajo el alto mando de Moreaux. Los prusianos,
aunque protegidos por las trincheras, son arrojados de
Trippstadt por medio de furiosas cargas el 25 de mesidor. Los
franceses recobran a Pirmasens y Kaiserslautern.

Al terminar mesidor, la guerra se extiende por el territorio


enemigo, al otro lado de los Alpes y de los Pirineos. Augereau
invade el Ampurdán, y, entretanto, Muller marcha sobre
Fuenterrabía, donde penetra el 14 de termidor. El ejército de
Italia, reforzado, se apresta a invadir el Piamonte.

La guerra ha cambiado de carácter. Ya no se trata, como en


1792, de revolucionar los pueblos y de convertirlos en aliados
de la República. « Debemos vivir a expensas del enemigo, no
entramos en su casa para llevarle nuestros tesoros », escribe
Carnot a los representantes el 8 de pradial. El propagandismo
ha terminado. J. B. Lacoste y Baudot organizan la

895
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

explotación metódica del Palatinado. «Agencias de


evacuación » expiden a Francia 2000 sacos de grano, 4000
bueyes, un millón de litros de vino, 120 000 raciones de
heno, 000 000 raciones de paja, etc.; 80 000 hombres han
vivido durante dos meses a expensas de los habitantes, sin
perjuicio de las contribuciones de guerra que les son
impuestas : 3 millones al ducado de Zweibrücken, 2 millones
a Bliescastel, 4 a la bailía de Neustadt, todo en numerario,
por supuesto. Las mismas reglas se aplican en Bélgica. «Es
preciso despojar el país—escribe Carnot en 15 de mesidor—y
situarlo en la impotencia de suministrar a los enemigos
medios para volver... Acordaos que el infame Dumouriez nos
hizo dejar allí 1000 millones de nuestra moneda.» Jourdan,
jefe del ejército de Sambre y Alosa, nueva denominación del
ejército de los Ardennes, recibe en 2G de mesidor la orden de
imponer una contribución en numerario de 50 millones sobre
Bruselas. Tournai paga 10 millones, etc.

Sin embargo, el Comité no está animado por un espíritu de


conquista. Quiere que la guerra alimente la guerra, pero no
piensa en anexionarse los países ocupados.

«Marchamos no para conquistar, sino para vencer—había


dicho Billaud el 1.° de floreal—; no para dejarnos arrastrar
por la embriaguez del triunfo, sino para cesar de atacar en el
instante mismo en que la muerte de un soldado enemigo sea

896
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

inútil a la libertad. » El Comité no quiere perderla República


en el militarismo. Guando Milhaud y Soubrany le proponen
conquistar Cataluña y anexionarla a Francia, Couton les
responde, en 7 de pradial: «Nos parece más conforme a
nuestros intereses y a nuestros principios tratar de hacer de
Cataluña una pequeña república independiente que, bajo la
protección de Francia, nos serviría de barrera en la zona
donde terminan los Pirineos. Este sistema halagaría, sin
duda, a los catalanes, quienes lo adoptarían todavía con
mayor entusiasmo que su anexión a Francia ... En las
montañas debéis llevar nuestros límites hasta el extremo y,
por consiguiente, estableceros sólidamente en toda la
Cerdaña, tomar el valle de Aran, en una palabra, todo lo que
está aquende los mantés... Pero Cataluña, convertida en un
departamento francés, sería tan difícil de conservar como lo
es, actualmente, el antiguo Rosellón. » El Comité, que hace
la guerra a los idiomas extranjeros en las provincias
conquistadas por la antigua monarquía, no se preocupa de
anexionar poblaciones que serían difíciles de asimilar, tanto
por el idioma como por las costumbres. Quiere que Francia
sea una e indivisible.

En Bélgica, Carnot explica a los representantes de los


ejércitos del Norte y del Sambre y Mosa, el 2 de termidor :
«No queremos guardar más que aquello" que puede asegurar
nuestra propia frontera, es decir, a la izquierda toda Flandes

897
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

occidental y el Flandes holandés, a la derecha el país entre


Sambre y Mosa, y en medio solamente lo que se extiende al
lado de acá del Escalda y del Aisne, de manera que Amberes
y Namur sean los dos puntos de apoyo y que la frontera haga
un círculo entrante bien cubierto por los ríos y en el cual no
pueda penetrar el enemigo sin encontrarse materialmente
envuelto.

Se ve sobre qué bases hubiera negociado el Comité la paz de


haber permanecido en el poder cuando fué acordada.
Inglaterra hubiera puesto, sin duda, un veto a que Amberes
fuera atribuida a Francia. Pero Austria, que no tenía interés
en Bélgica, hubiera podido ser indemnizada cómodamente en
Alemania mediante las ligeras cesiones que exigía Carnot.
Manteniendo invariable la frontera de Alsacia y Lorena,
Austria hubiera podido firmar la paz continental al mismo
tiempo que Prusia y España, que manifestaban una
repugnancia cada vez mayor a continuar la guerra por los
intereses británicos.

El 9 de termidor no fué fatal solamente para la consolidación


de la democracia en el interior. Prolongó la lucha en el
exterior y precipitó a Francia en una política conquistadora
que la liaría aborrecible para los demás pueblos y, finalmente,
la agotaría.

898
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El Comité de Salud pública venció por el Terror. Pero si al


probar ese Terror se había mostrado eficaz, es porque los que
lo utilizaban permanecían unidos en el común sentimiento
de las necesidades nacionales. El día en que, por desgracia,
cesase su unión y las pasiones individuales prevaleciesen
sobre el bien público, el Terror, deshonrado, no sería más que
un vulgar puñal utilizado por los indignos para herir a los
mejores ciudadanos.

899
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

CAPÍTULO XIV
Termidor

El Gobierno revolucionario era una hidra de dos cabezas,


puesto que los dos Comités, de Salud pública y de Seguridad
general, que lo constituían, tenían en principio iguales
poderes y debían unirse para resolver sobre los más graves
asuntos. Pero, poco a poco, el equilibrio se rompió en favor
del Comité de Salud pública. Billaud y Robespierre no
vacilaron en reprochar públicamente al informador del
Comité de Seguridad general, Amar, lo insuficiente de su
informe sobre el asunto Chabot, e incluso hicieron decretar
por la Convención que su Memoria sólo sería impresa después
de una necesaria revisión y corrección. Amar, tratado como
si fuera un escolar, debió guardar en su corazón un vivo
resentimiento, tanto más, puesto que no podía ignorar las no
expresadas críticas que sus censores formulaban entre ellos,
sobre el modo singular de instruir el grave asunto confiado a
él (véase sobre este asunto mi libro El Asunto de la Compañía
de las Indias). La desconfianza de que era objeto Amar recaía
sobre el Comité que lo había elegido como órgano suyo. Desde
entonces fueron los miembros del Comité de Salud pública
quienes se apoderaron del derecho de hacer las Memorias
importantes, incluso cuando se trataba de asuntos propios
del Comité de Seguridad general. Sain-tjust aplastó las
conspiraciones hebertistas y dantonistas. El mismo Saintjust

900
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

informó la trascendental ley del 27 de germinal sobre «la


represión de los conspiradores, el alejamiento de los nobles
y la policía general», y dicha ley consagraba nuevas ventajas
del Comité de Salud pública. Reducido hasta entonces a la
administración, obtenía, por el artículo 1." de la ley, los
mismos derechos que el Comité de Seguridad general para
buscar a los cómplices de los conjurados y llevarlos ante el
Tribunal revolucionario. El artículo 5.° le confiaba, además,
«la inspección de las autoridades y agentes del poder público
encargados de cooperar en la administración », y el artículo
19 le imponía «exigir severa cuenta a todos los agentes y pez
seguir a los que sirvieran a las conjuras y volvieran contra la
libertad el poder que les había sido confiado». De este modo,
el Comité de Seguridad general perdía la policía del numeroso
ejército de funcionarios. El Comité de Salud pública organizó
en seguida una oficina de vigilancia administrativa y policía
general, cuya dirección fué confiada a Saintjust, quien fué
reemplazado en sus cometidos a veces por Couthon, a veces
por Robespierre. Amar y sus amigos de la Seguridad general
se quejaron amargamente del «triunvirato», que los había
desalojado. Pretendían, faltando a la verdad, por otra parte,
que la policía del triunvirato chocaba con la suya. Y comenzó
la discordia.

Si en Salud pública se hubiera mantenido la unión, podía


haber menospreciado el mal humor del Comité de Seguridad

901
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

general. Pero los once miembros que lo componían eran


personalidades demasiado relevantes, demasiado poseídos
del sentimiento de los servicios prestados, para no sufrir con
impaciencia que uno de ellos se destacase de las filas y
pareciera eclipsar a los demás. Buscándolo o no, Robespierre
se había convertido para toda la Francia revolucionaria en el
verdadero jefe del Gobierno. Su popularidad, que siempre
había sido considerable, creció desmesuradamente desde la
caída de las facciones, a quienes había atacado frente a
frente. Pues Robespierre, carácter de apasionada sinceridad,
no siempre cultivaba el amor propio de sus colegas de
Gobierno. Severo para él mismo, lo era para los otros. En sus
labios eran más frecuentes las reservas y las críticas que los
cumplidos. Desde que fué tan cruelmente engañado por sus
amistades, no se ligaba a nadie incondicionalmente, y para
la mayoría observaba una reserva fría y aislante que podía
parecer cálculo y ambición. Veíase incomprendido y sufría.
Por una debilidad que descubre bien que no tenía un carácter
dominador, hacíase con frecuencia la apología, respondiendo
a los secretos reproches que sospechaba, y al hablar así de sí
mismo, se prestaba a la acusación de ser ambicioso, lo que
constituía su tormento.

Esta fácil y terrible acusación de ambición, desde que fué


formulada por los girondinos y repetida por los hebertistas,
no dejó nunca de circular entre aquellos que tenían, o creían

902
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

tener, alguna queja del hombre influyente de quien se


exageraba el poder. En tan pesada atmósfera cundía la
desconfianza. El áspero Carnot escribía en su informe del 12
de germinal : «¡Desgracia para una República en que el mérito
de un hombre y una su misma virtud se hagan
indispensables! » Y el rectilíneo Billaud, repetía como un eco
el 1.° de floreal : «Todo pueblo celoso de su libertad debe estar
en guardia incluso contra las virtudes de los hombres que
ocupan puestos destacados. » Carnot no insistió. Billaud,
como si estuviese próximo el peligro, se ocupó extensamente
de los tiranos de la antigua Grecia: «El perverso Pericles se
sirvió de los colores populares para ocultar las cadenas que
forjó para los atenienses; hizo creer, durante mucho tiempo,
que no subía a la tribuna sin decirse a sí mismo: «Piensa que
»vas a hablar a hombres libres»; y ese mismo Pericles, cuando
consiguió apoderarse de una autoridad absoluta, se convirtió
en el más sanguinario de los déspotas.» Más de un oyente
entendió que Billaud aludía a Robespierre.

En apariencia, la Convención estaba muda, pero se fraguaban


las intrigas. Los procónsules sustituidos por sus exacciones
se inquietaban por el decreto que ponía en discusión su
virtud y probidad. Como aliados tenían a todos los colegas
que habían tenido concomitancias con los complots
hebertista y dantonista, y que también tenían miedo de ser
enviados a FouquierTinville. Poco a poco se iba formando una

903
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

oposición subterránea que tenía por móvil y cimiento el


miedo. Si Robespierre hubiese sido ambicioso, tenía
magnífica ocasión para crearse adictos entre esos temerosos
que buscaban su protección. Fréron, Barras, Tallien, Fouché,
los que habían de ser sus más temibles enemigos, le visitaban
y escribían cartas suplicantes, Dándoles seguridad, podía
tenerlos a sus pies y ligarlos a su suerte. Pero los rechazó
con desprecio. Es más: no ocultó que procuraría su castigo.
Con sus crímenes habían manchado el Terror y dado odiosa
fisonomía a la República. Y Robespierre, que deseaba con
toda su alma fundar una verdadera democracia, estaba
convencido de que no lograría reunir a la dispersa opinión
más que por medio de grandes ejemplos. Los miserables que
habían abusado de los poderes ilimitados que les fueron
confiados para defender la Salud pública, no debían ser
situados por encima de la justicia revolucionaria. Ésta no
tenía derecho a ser terrible más que siendo una justicia
distributiva e imparcial, hiriendo por igual a todos los
culpables, lo mismo a los más poderosos que a los más
humildes.

Los procónsules destituidos pedían la aprobación de sus


actos. La Convención los envió a los dos Comités.

904
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Robespierre no sólo rehusó absolver a los más


comprometidos, sino que quiso llevar a cuatro o cinco de
ellos ante el Tribunal revolucionario.

De creer a las apologías presentadas después de termidor por


los miembros sobrevivientes de los Comités, estos habrían
accedido primeramente al arresto de Alquier; pero volviendo
en seguida de su acuerdo acordaron en principio no consentir
el arresto de ningún diputado. Por el contrario, Barras
pretende, en una página autógrafa de sus Memorias, que
Robespierre rehusó firmar una lista de 32 diputados que
debían ser detenidos y que esa lista había sido preparada por
el Comité de Seguridad general. Robespierre declaró al
mismo tiempo, en los Jacobinos, que por malevolencia se le
imputaban listas de proscripción en las que no tenía arte ni
parte. De esas contradicciones entre los testimonios cabe
inferir que las desavenencias tenían una causa específica. No
se detuvo a nadie porque no hubo acuerdo sobre los nombres
de las personas que era preciso detener.

Pero lo cierto es que los convencionales amenazados


creyeron, con razón o sin ella, que Robespierre era su más
peligroso adversario. Éste recibió numerosas cartas
anónimas en que era amenazado de muerte. Legendre y
Bourdon de l'Oise declararon, después del proceso de los
dantonistas, que habían sido invitados para herir a

905
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Robespierre en plena Asamblea. Esos proyectos de asesinato


no eran una simple maniobra para intimidar. Barras y Merlin
de Thionville salían siempre armados. Con los más atrevidos
se reunían en el café Corazza o en casa de Doyen, en los
Campos Elíseos, donde iba a reunirse con ellos Courtois.
Tallien, muy exaltado, ocultaba un puñal bajo sus vestiduras.

El 3 de pradial, una orden del Comité de Salud pública, de


puño y letra de Robespierre, ordenó la detención de Teresa
Cabarrús. El mismo día Robespierre fué acechado a la salida
del Comité, durante varias horas, por un tal Admiral,
exempleado de la lotería real, que había participado en la
defensa del castillo el 10 de agosto, formando parte del
batallón de Filies SaintThomas, Como Admiral no
consiguiera encontrar a Robespierre, a quien quería matar,
descargó la misma tarde su pistola contra Collot d'Herbois,
al que falló, pero alcanzando a un cerrajero, Geoffroy, que se
había precipitado en socorro del representante. Cuando aun
no se había calmado la emoción producida por esa tentativa
de asesinato, se supo que el 4 de pradial, por la noche, una
joven de 20 años, llamada Cecilia Renault, se había
presentado en casa Duplay pidiendo con insistencia ver a
Robespierre. Detenida, y como se le hallara un cuchillo y un
cortaplumas, respondió que derramaría toda su sangre por
tener un rey y que había ido a casa de Robespierre «para ver
cómo era un tirano».

906
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Mientras se dirigían millares de felicitaciones a Collot y


Robespierre por haber salido indemnes de las maquinaciones
de Pitt, Tallien, con Fouché y sus amigos, trabajaba
hábilmente a la Prensa y la opinión.

En su informe sobre el atentado, Barère citó una frase de una


carta interceptada a un inglés, donde se decía : «Tememos
mucho la influencia de Robespierre. Cuanto más concentrado
sea el Gobierno republicano francés— dice el ministro (Pitt)
—, será más Tuerte y más difícil de derribar. » El Monitor y
el Bulletin de la Convención dijeron que esa frase había sido
escrita por un agente del Comité. Barère tuvo que rectificar
al día siguiente: « Se ha aislado a un miembro del Comité, se
ha querido centralizar el Gobierno en la cabeza de uno solo
desús miembros, cuando se ejerce por todos los miembros del
Comité. De ahí podrían deducirse los más peligrosos errores,
pudiendo creer que la convención ya no existe ni es nada, y
que los ejércitos sólo se baten por un hombre a quien
debemos más justicia. Ese hombre es puro.” Esa rectificación
atrajo la atención enojosamente sobre el lugar preponderante
de Robespierre, prestándose a toda clase de comentarios,
tanto más cuanto que el mismo Barère leía a continuación
extractos de los periódicos ingleses, en los que se llamaba a
los soldados franceses «los soldados de Robespierre». Tallien
no debía estar descontento de Barère.

907
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La intriga se desarrollaba tanto en los Jacobinos como en la


Convención. El 6 de pradial, un antiguo agente de Danton,
llamado Rousselin, más tarde secretario de Barras, proponía
insidiosamente que para garantizar la vida de los miembros
del Comité de Salud pública se rodeasen de una guardia
personal, y que al valiente Geoffroy se le concedieran
honores cívicos en el curso de la anunciada fiesta al Ser
Supremo. Robespierre atisbo la celada y se indignó de que se
quisiera atraer sobre él la envidia y la calumnia colmándole
de honores superfinos, aislándole para hacerle perder la
estimación. Hizo borrar a Rousselin de los Jacobinos.
Rousselin no era más que un instrumento manejado por
otros. La víspera de la sesión de los Jacobinos, el 5 de pradial,
un diputado que se había comprometido a fondo con Bourdon
de l'Oise por sus ataques contra el Comité, Lecointre,
negociante de profesión y sobre el que. pesaba la acusación
de un acaparamiento de carbón y de sosa, redactaba y hacía
firmar a ocho de sus colegas una acta de acusación contra
Robespierre, que no se hizo pública hasta el día siguiente de
la jornada de termidor, pero que Lecointre hizo circular
tapadamente. Los nueve bravos se habían comprometido a
inmolar a Robespierre «en pleno Senado ». El dantonista
Baudot nos dice que uno de los firmantes, Thiron, le dio
cuenta del documento y trate, por otra parte en vano, de
hacerle entrar en el complot.

908
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Encuentro probable que Robespierre conociese al instante los


manejos de Lacointre y Tallien y que sospechase que habían
armado el brazo de los asesinos. El 7 de pradial, en ardiente
improvisación, respondió desde la tribuna de la Convención
a las acusaciones que se murmuraban contra él: «¿Queréis
saber — dijo — quiénes son los ambiciosos? ¡Examinad
quiénes son los que protegen a los bribones, alientan a los
contrarrevolucionarios, excusan todos los atentados,
desprecian la virtud y corrompen la moral pública! «Mientras
exista esa impura raza, la República será desgraciada y
precaria. Debéis libertarla por medio de una imponente
energía y un concierto inalterable... Los que procuran
dividirnos, los que detienen la marcha del Gobierno, los que
lo calumnian cada día con discursos e insinuaciones pérfidas,
los que buscan formar contra él una peligrosa coalición de
todas las pasiones funestas y de todos los intereses opuestos
al interés público, son enemigos nuestros y de la patria. Son
agentes del extranjero. » Inútiles llamamientos. El Comité de
Seguridad general se había inclinado ya hacia Lecointre,
Tallien y Fouché, que así se informaban en seguida de cuanto
se discutía en el seno del Gobierno. Fouché consiguió ser
designado presidente de los Jacobinos el 13 de pradial.

Robespierre no tardó en proporcionar a sus adversarios un


arma de las más peligrosas por su participación en la

909
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

preparación y voto de la ley del 22 de pradial sobre el


Tribunal revolucionario. Sin duda la ley estaba latente desde
hacía dos meses, cuando el decreto del 27 de germinal,
confirmado el 19 de floreal, había suprimido les Tribunales
revolucionarios de los departamentos, concentrado en París
a todos los acusados políticos y viendo ya inscritas sus
principales disposiciones en el decreto que instituía la
Comisión de Orange. Pero el Comité de Seguridad general, a
quien ya le había sido arrebatado el informe sobre los dos
decretos del 27 de germinal y el 19 de floreal, pudo ofuscarse
legítimamente de que ni aun se le consultara sobre el nuevo
decreto que fué presentado por Couthon. Para apartar de
semejante deliberación al Comité de Seguridad general, que
tenía la inmediata vigilancia del Tribunal revolucionario, es
indudable que Robespierre y Couthon tuvieron graves
razones. Su máxima idea, expresada en los decretos del 8 y
el 13 de ventoso, era que el Terror sirviese para desposeer a
los aristócratas, cuyos bienes serían distribuidos a los pobres.
Saintjust hizo inscribir en el decreto del 27 de germinal un
artículo que ordenaba para el 15 de floreal el establecimiento
de «comisiones populares» encargadas de hacer una selección
entre los detenidos y formar la lista de aquellos a quienes les
debían ser confiscados los bienes después de la deportación
o condena a muerte por el Tribunal revolucionario. Pues bien,
ninguno de los dos Comités se apresuraron a constituir esas
Comisiones de las que iba a depender la nueva revolución

910
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

social. El decreto del 23 de ventoso había previsto seis


Comisiones. Las dos primeras no fueron creadas, por una
orden de Billaudvarenne, hasta el 25 de floreal, para actuar
en las prisiones de París. Los miembros de los antiguos
Comités, cuando respondan a Lecointre después de termidor,
considerarán un timbre de honor el haber retrasado cuanto
pudieron la constitución de las Comisiones populares.
Explican que las del 25 de floreal fueron instituidas a
instancias de Saintjust y se jactan de haber paralizado la
acción, rehusando sistemáticamente sus firmas a las
decisiones. Gracchus Vilate, que fué el hombre de Barère, ha
dicho con bastante exactitud que una de las causas profundas
de la oposición contra el triunvirato fué su programa social.
Le parece claro—dice— que si el triunvirato quería proscribir
a ciertos diputados, es porque los consideraba «como
obstáculos al sistema agrario, a la continuación del
terrorismo que era el instrumento ». ¿ Debemos suponer que
Couthon y Robespierre, irritados por las lentitudes del
Comité de Seguridad general en la aplicación de las leyes de
ventoso, e imputándoselo como un crimen, resolvieron forzar
las cosas v situarle, frente al hecho consumado, sustrayendo
a su previo examen la ley de 22 de pradial ? Robespierre
reprochará más tarde a ese Comité el reclutar sus agentes
entre individuos muy sospechosos ; y Dumas precisará en los
Jacobinos, el 2G de mesidor, que cuatro aristócratas de su
departamento, de los que da el nombre, habían encontrado

911
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

empleo. Se descubrió, al mismo tiempo aproximadamente,


que un individuo que había emigrado cinco veces,
desempeñaba un puesto en el Tribunal revolucionario. ¡Había
sido colocado por su tío Naulin, uno de los jueces del
Tribunal!

Couthon informó, pues, la nueva ley en nombre únicamente


del Comité de Salud pública. Se suprimían los defensores,
porque dar un defensor al acusado era procurar una tribuna
al realismo y al enemigo, y favorecer al rico a expensas del
pobre. « Los defensores naturales y los necesarios amigos de
los patriotas acusados son los jurados patriotas; los
conspiradores no deben encontrar ninguno. También se
suprimía el interrogatorio previo de los acusados. A falta de
pruebas escritas o testificales, los jurados podían
contentarse con pruebas de índole moral. La definición de
enemigo de la Revolución se había ampliado hasta
comprender «a los que hubieran procurado extraviar a la
opinión e impedir la instrucción del pueblo, a depravar las
costumbres y a corromper la conciencia pública... » En fin, se
reconstituía el tribunal revolucionario y se aumentaba su
personal. Couthon no había ocultado que la ley que proponía
era menos una ley de justicia que una ley de exterminio. «El
plazo para castigar a los enemigos de la patria no debe ser
más que el tiempo que se tarde en reconocerlos ; menos se
trata de castigarlos que de aniquilarlos. »

912
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Cuando Couthon terminó su lectura, escuchada en absoluto


silencio, Ruamps exclamó: «Ese decreto es importante ; yo
pido que se imprima y se aplace. Si se adopta sin
aplazamiento, me saltaré la tapa de los sesos. » Lecointre
pidió un aplazamiento indefinido; pero Barère protestó, aun
consintiendo en un aplazamiento no mayor de tres días.
Robespierre, menos conciliador, reclamó la discusión
inmediata: « Desde hace dos meses — dijo — la Convención
se halla bajo el hacha de los asesinos y el momento en que la
libertad parecía obtener un triunfo ruidoso es aquel en que
los enemigos de la patria conspiran con más audacia. »
Robespierre tenía aún en sus oídos las amenazas de muerte
que Lecointre, Thirion y Bourdon de l'Oise habían proferido
contra él la antevíspera, en medio de su triunfo de la fiesta
del Ser Supremo. Hizo ver que el aplazamiento parecería el
signo de un desacuerdo entre la Convención y su Comité. «
¡Ciudadanos! i Quieren dividiros ! ¡Quieren espantaros!» ; y
recordó diestramente que había defendido a los 76
girondinos contra los hebertistas. «Nos exponemos a los
asesinos aislados para perseguir a los asesinos públicos. ¡No
nos importa morir, pero que la Convención y la patria se
salven! » Los aplausos estallaron y la ley fué votada
inmediatamente, casi sin observación.

913
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Pero al día siguiente, Bourdon de l'Oise pidió explicaciones


sobre el artículo que daba derecho al acusador público y a los
Comités de conducir directamente a los ciudadanos ante el
Tribunal revolucionario. «La Convención no ha entendido que
el poder de los Comités se extendería sobre los miembros >de
la Convención sin un previo decreto. »— ¡ No ! ¡ No ! —
gritaron de todos lados — y Bourdon prosiguió : « Esperaba
esos murmullos aprobatorios. Anuncian que la libertad es
imperecedera». Bernardo de Saintes apoyó a Bourdon, y
Merlin de Douai hizo adoptar un texto que mantenía el
derecho de la Convención. Los diputados amenazados
respiraron. Sólo veían en la odiosa ley lo que les concernía
personalmente.

Desesperando de obtener el consentimiento de la Convención


para acusar a los procónsules corrompidos que pretendían
castigar, Robespierre y Couthon habían incluido
deliberadamente en su texto la equívoca disposición que
Bourdon de l'Oise había hecho anular. Al día siguiente
protestaron con indignación, durante la segunda lectura, del
cálculo insidioso que se les atribuía. Reclamaron en términos
altivos la supresión de la enmienda que reservaba los
privilegios de la Asamblea, como si fuera injuriosa para ellos.
Acusaron a Bourdon de intenciones malévolas. Estallaron
violentos incidentes. «¡Que sepan —exclamó Bourdon— los
miembros de los dos Comités, que, si son patriotas, nosotros

914
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

lo somos como ellos !» Robespierre denunció a ciertos


intrigantes que se esforzaban en excitar a los representantes
sustituidos y arrastrar una parte de la Montaña para hacerse
un partido. Bourdon le interrumpe: «¡Pido que se prueben
esas palabras; se me acaba de decir con bastante claridad que
soy un malvado!» Robespierre contestó: «No he nombrado a
Bourdon; ¡desgracia para el que se nombre a sí mismo! Si se
reconoce en el retrato que el deber me ha obligado a trazar,
no está en mi poder impedirlo». Después, volviéndose hacia
Tallien, sin nombrarlo, recordó que la antevíspera un
diputado, al salir de la Convención, había golpeado,
tratándolos de espías, a unos empleados del Comité de Salud
pública. « Si los patriotas atacados se hubieran defendido, ya
comprenderéis que se hubiera intentado envenenar este
asunto y al día siguiente hubieran venido a deciros que
representantes del pueblo habían sido insultados por
hombres agregados al Comité de Salud pública, » Robespierre
veía en el incidente la prueba de una intriga contra el Comité:
« ¿Quién ha dicho a los que yo señalo que el Comité de Salud
pública tenía intención de atacarlos? ¿Los amenazó siquiera
el Comité...? ¡Si conocieseis todo, ciudadanos, sabríais que
más bien se nos podría acusar de debilidad!» Tallien quiso
negar. Robespierre y Billaud lo acosaron. Robespierre dijo:
«Trescientos testigos lo han oído. Ciudadanos podéis juzgar
de lo que son capaces los que apoyan el crimen con la
mentira. Es fácil pronunciarse entre los asesinos y las

915
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

víctimas. » Billaud afirmó : «La imprudencia de Tallien es


extrema. Miente a la Asamblea con increíble audacia. »
Couthon y Robespierre obtuvieron el voto que solicitaban.
Pero semejante sesión dejó en los corazones huellas
indelebles.

No es dudoso que los adversarios de Robespierre realizaran


un gran esfuerzo para derribarlo. Un antiguo espía policíaco,
Roch Marcandier, que había sido secretario de redacción de
Camilo Desmoulins, había redactado en ese momento un
llamamiento a las 48 secciones de Paris para invitarles a
rebelarse contra la dictadura de Robespierre. « Si no existiese
ese astuto demagogo, si hubiese pagado con su cabeza' sus
ambiciosas maniobras, la nación sería libre, cada uno podría
publicar sus pensamientos. París no hubiera visto nunca en
su seno esa multitud de asesinatos, conocidos vulgarmente
con la denominación de «juicios del Tribunal revolucionario.
» Marcandier, entregado por Legendre, fué arrestado el 25 de
pradial, y en su casa se encontraron panfletos dispuestos
para la impresión donde se comparaba a Robespierre con Sila.
Robespierre fué advertido por una carta del comisario en la
Contabilidad nacional Cellier, el mismo día del arresto, de
que Lecointre preparaba contra él una acta de acusación.

Ya fué un hecho significativo que ningún miembro del Comité


de Seguridad general tomase la palabra en la discusión de la

916
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

ley del 22 de pradial. No transcurrieron cinco días sin que el


Comité se vengase del desdén que les mostraba Robespierre
al dirigirle, por medio del órgano de Vadier, un ataque que
debía complicar aun más una situación ya muy tirante. Viejo
escéptico y libertino, que no tenía en el corazón más fe que
la del ateísmo, Vadier no había perdonado a Robespierre el
decreto que consagraba al Ser Supremo. El 27 de pradial fué
a denunciar a la Convención una nueva conspiración, obra de
fanáticos que se reunían alrededor de una vieja iluminada
llamada Catalina Théot, la Madre de Dios, que en su estrecho
albergue de la calle Contrescarpe anunciaba a los
desgraciados el próximo fin de sus miserias por la llegada del
Mesías que había de regenerar toda la tierra. Sobre los más
frágiles indicios Vadier mezclaba en la conspiración a un
médico del duque de Orleans, QuesvremontLamothe, a cierta
marquesa de Chastenois y al constituyente dom Gerle,
director espiritual de Catalina. Su fin no era sólo ridiculizar
la idea religiosa, impidiendo el apaciguamiento que
Robespierre había creído realizar con su decreto sobre las
fiestas nacionales, sino, por carambola, al mismo
Robespierre. El sumario demostraría que dom Gerle había
obtenido de Robespierre un certificado de civismo; que
Catalina Théot contaba entre sus adeptos a la cuñada de
Duplay. Los policías que vigilaban en las reuniones de
Catalina, la hacían decir que Robespierre era el regenerador
Mesías de quien predicaba la venida. Cuando todo esto fuera

917
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

revelado ai Tribunal revolucionario, se derrumbaría el


pontífice del Ser Supremo. Se comprende que Vadier
recomendase a Lecointre un poco de paciencia.

Pero Robespierre no era hombre capaz de dejarse coger en el


lazo de un Vadier. Planteó el asunto ante el Comité de Salud
pública, pidió la instrucción a FouquierTinville y arrancó a
sus colegas una orden de sobreseimiento el 8 de mesidor.
Pero no fué sin trabajo. El receloso Billaud hizo observar que
se violaba así un formal decreto de la Convención. La escena
degeneró en altercado que trascendió hasta la plaza. El
Comité decidió que en adelante las sesiones serían en un piso
más elevado para estar al abrigo de oídos indiscretos. Hubo
otras escenas los días precedentes y los siguientes.
Robespierre no pudo conseguir la sustitución de
FouquierTinville, cuyas relaciones con Lecointre conocía.

Ya a comienzos de floreal, Carnot había tenido una


explicación muy viva con Saintjust sobre la detención
proyectada por el primero de un agente de pólvoras y salitres.
Saintjust, que estaba personalmente en los ejércitos, no
toleraba que Carnot ejerciera en Guerra la dictadura. Ambos
se exaltaron y se cruzaron amenazas. Saintjust reprochó a
Carnot que protegía a los aristócratas, cosa exacta. Carnot le
desafió, llamándole igual que a Robespierre; «i Sois ridículos
dictadores!» Al día siguiente de Fleurus se produjo un

918
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

incidente más grave aún entre los dos personajes. Al volver


Saintjust del ejército, reprochó a Carnot de haber ordenado,
sin consultarle, a Pichegru que sacase 15 000 hombres de
infantería y 1500 de caballería del ejército de Jourdan. Según
él, esto constituía una inepta medida que en caso de ser
ejecutada hubiera hecho perder la batalla de Fleurus.
Levasseur (del Sarthe) que asistió a la dispula, nos dice que
fue muy violenta y degeneró en querella general. De nuevo
Robespierre fué considerado como dictador por Billaud y
también por Collot. La intervención de Collot se explica, sin
duda, porque se sentía solidario de Fouché, con el que había
«improvisado el rayo » sobre los rebeldes lioneses, en la
llanura de Brotteaux. Era imposible perseguir a Fouché sin
tocar a Collot. En la sesión del 9 de termidor, Billaud
reprochó a Robespierre que hubiera hecho arrestar «al mejor
Comité revolucionario de Paris, el de la sección de la
Indivisibilidad». No me parece dudoso que ese arresto
originase vivos debates en el Comité, a principios de mesidor,
cuando Robespierre quiso confirmarlo (7 de mesidor) . En
realidad, los miembros de ese Comité revolucionario habían
sido denunciados por concretos motivos por el mismo
presidente de su sección, que les acusaba de algunas
bribonadas. Robespierre creyó que cuando sus colegas
defendían a esos granujas es porque hacían causa común con
sus enemigos.

919
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

A partir del 15 de mesidor, Robespierre no reapareció en el


Comité. Desde esa fecha hasta el 9 de termidor sólo hizo
cinco firmas que, sin duda, fueron a buscar a su domicilio.
Había sido insultado y tratado de traidor por sus colegas,
cuando el puñal de los asesinos estaba siempre levantado
sobre él. El 12 de mesidor, el agente nacional Payan
transmitía al Comité de Seguridad general el interrogatorio
de un aristócrata llamado Rouvière, que se había introducido
en casa de Duplay ( ), provisto de un cuchillo, un cortaplumas
y navajas barberas (Arch. nacional, F.7 3822). Robespierre
estaba profundamente amargado. A cada instante, pérfidos
periodistas desfiguraban sus palabras o le colmaban de
hiperbólicos elogios, más peligrosos que las críticas. Así, el
redactor del Journal de la Moniagne, al dar cuenta de un
discurso que había pronunciado el 3 de mesidor en los
Jacobinos, agregaba el siguiente comentario: « Cada palabra
del orador vale por una frase, cada frase por un discurso,
tanto encierra de sentido y energía cuanto él dice».

Robespierre se refugió en los Jacobinos, último baluarte


contra sus enemigos. Desde el 13 de mesidor advirtió al club
que había perdido toda autoridad en el Gobierno: « En
Londres me denuncian al Ejército como un dictador y las
mismas calumnias se repiten en París. ¡Temblaríais si os
dijera en qué lugar! En Londres se dice que en Francia se
inventan pretendidos asesinatos para que yo me rodee de una

920
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

guardia militar. Aquí se me dice, refiriéndose a la Renault,


que se trata seguramente de unos amoríos, y hay que pensar
que yo he hecho guillotinar a su amante... Si me forzasen a
renunciar a una parte de las funciones de que estoy
encargado, aun me quedaría mi calidad de representante del
pueblo y lucharía a muerte contra los tiranos y los
conspiradores. » ¿ Había calculado que sus colegas
aprovecharían esa ausencia para pedir a la Convención que
le sustituyese ? ¿ Se reservaba para el debate que habría de
entablarse ese día ? ¿ Quería forzar a un ataque descubierto
a los Vadier, Amar, Billaud y Collot ? En todo caso se
equivocó, porque éstos hicieron como si nada hubieran oído,
y sus protegidos—Fouché, Tallien — tuvieron tiempo de
conquistar a los vacilantes de la Convención y de asustarles
esparciendo el rumor de que Robespierre quería su cabeza y
era el único responsable de la sangre que manaba a chorros
de la guillotina.

Es el momento del máximo Terror. Desde el 23 de pradial al


8 de termidor, el Tribunal revolucionario pronuncia 1285
sentencias de muerte y sólo 278 de libertad, en tanto que los
45 días precedentes había pronunciado 577 condenas contra
182 libertades. Con todo, los prisiones se llenaban antes de
vaciarse. El 23 de pradial había en París 7321 detenidos y
7800 el 10 de termidor. Las « hornadas » se sucedían a toda
prisa. Se «amalgamaba » a los acusados que jamás se habían

921
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

visto. Los soplones de las cárceles, por las más


insignificantes palabras, componían a su antojo listas de
supuestos conspiradores. Las cabezas rodaban con
tinuamente ; como las de 31 exmagistrados de París y
Toulouse que habían protestado tiempo atrás de la supresión
de los Parlamentos ; como los ciudadanos de Verdun que
habían acogido demasiado bien a los prusianos en 1792, en
número de 35 ; como las de Lavoisier y los recaudadores
generales, «esas sanguijuelas del pueblo », en número de 29 ;
las de Admiral, Cecilia Renault y otros 52, conducidos al
suplicio vestidos con camisas rojas, como los parricidas ; los
conspiradores de Bicêtre en dos grupos de 37 y 36 ; los 17
habitantes de Caussade que habían llevado luto por Luis XVI,
y los conspiradores de la prisión del Luxemburgo, en número
de 156. FouquierTinville quería juzgar a estos de una sola
vez, ejecutándolos en un inmenso cadalso instalado en la sala
de audiencia; pero el Comité le obligó a distribuirlos en tres
grupos.
Ante esta orgía de sangre se levantaba la opinión pública.
Había pasado el tiempo en que la multitud se apelotonaba en
los lugares de ejecución como si fuera* un espectáculo. Ahora
las tiendas se cerraban al paso de los siniestros carros, al
sentir cómo rodaban sobre el pavimento. Hubo que cambiar
el emplazamiento de la guillotina y alejarla hasta el Troné. El
sentimiento público, el hastío de la sangre, sirvieron de
mucho al juego de los enemigos de Robespierre.

922
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Aprovecharon la tregua que éste les había proporcionado. Y


sordamente iban minando el Gobierno revolucionario. Una
sección de París, la de la Montaña, decidió el 1.° de mesidor
que se abriera un registro donde se inscribieran los que
habían aceptado la Constitución de 1793. El^rcgistro se
cubrió rápidamente con 2000 firmas. Hábil maniobra para
pedir que cesase el Terror, mediante la entrada en vigor de la
Constitución. La sección se excusó el 11 de mesidor, ante la
Convención, explicando que había sido engañada por
intrigantes.

Los nuevos Indulgentes obtenían, como es lógico, gran


provecho de las victorias que iban sucediéndose. Para
festejar esas victorias se organizaban en las calles comidas
fraternales, a las que ricos y pobres aportaban sus vituallas y
se tuteaban con igualitaria familiaridad. El rápido éxito de
esas fraternizaciones inquietó al Ayuntamiento y al
Gobierno. « ¡ Apartemos de nosotros— dijo Payan el 27 de
mesidor—a todas esas reuniones con los partidarios del
despotismo ! ¡Fuera de nosotros ese sistema que quiere
persuadirnos de que ya no hay enemigos en la República! »
Barère denunció al día siguiente la nueva celada de los
aristócratas. Esas comidas llamadas fraternales no eran,
según él, más que una «prematura amnistía ». Los
aristócratas, alternando con los descamisados, exclamaban :
« Nuestros ejércitos vencen en todas partes ; sólo nos queda

923
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

hacer la paz, vivir como buenos amigos y hacer que cese este
Gobierno revolucionario, que es terrible ».

Pero ¿cómo sostener el Gobierno revolucionario y remitir a


la corriente de los Indulgentes y corrompidos, apoyados en
la opinión, si los Comités continuaban divididos y
Robespierre seguía con su oposición en los Jacobinos ? El
rumor de las querellas intestinas de los gobernantes había
llegado hasta las provincias, alarmando a los representantes
(cartas de Richard, 27 de pradial; de Gillet, 23 de mesidor ;
de Bô, 3 de termidor, etc.). Ingrand, de paso por París, fué
solicitado por Ruamps para que entrase en el complot contra
Robespierre; pero rehusó indignado y predijo que al derribar
a Robespierre serían derribados al mismo tiempo el Gobierno
revolucionario y la República. Los miembros que componían
el Comité de Salud pública, tenían la misma impresión que
Ingrand, A fines de mesidor, sin duda por la influencia de
Barère, se esforzaron en aproximarse a Robespierre. Diversas
veces Barère sostuvo la necesidad de mantener el Terror. El
9 de mesidor amenazó a los corrompidos : «Los
representantes del pueblo, conscientes de los intereses del
pueblo y de su propia seguridad, sabrán sacar partido de la
victoria exterior, para aplastar dentro a todas las impuras
coaliciones o los complots parricidas de algunos nombres que
toman su cansancio personal por cansancio del pueblo y su
turbada conciencia por la conciencia pública.» El 16 de

924
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

mesidor, después de la votación de un decreto que ordenaba


pasar a cuchillo a las guarniciones enemigas de Conde,
Valenciennes, le Quesnoy y Landrecies, si no se rendían a las
veinticuatro horas de la intimación, el mismo Barère
pronunció una entusiasta apología del Terror, poniendo en
guardia contra una prematura clemencia: «Transigid hoy ;
ellos (los enemigos del interior) os atacarán mañana y os
matarán sin piedad. ¡ No ! ¡ no ! ¡ que perezcan los enemigos
! Ya he dicho que sólo no vuelven los muertos. »

Robespierre no se engañó sobre las intenciones de Barère.


También él pensaba que debía continuar el Terror hasta que
los bienes de los contrarrevolucionarios fuesen por fin
distribuidos entre los pobres y las instituciones civiles, para
cuya seguridad y establecimiento preparaba un plan
Saintjust. El 23 de mesidor hizo borrar a DuboisCrancé, de
los Jacobinos, invitando a Fouché para que viniera a
disculparse. Como Fouché no obedeciera, fué a su vez
borrado el 26 de mesidor. Los Comités no sólo rehusaron
solidarizarse con los miembros excluidos, sino que les
manifestaron cierta hostilidad. DuboisCrancé fué llamado de
su misión en Bretaña el 26 de mesidor. En cuanto a Fouché,
que había obtenido el 25 de mesidor un voto de la
Convención ordenando a los Comités que en el plazo más
breve presentaran un informe sobre su misión, lo esperó
inútilmente.

925
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Los dos Comités se reunieron en sesión plenaria el 4 y el 5


de termidor. Para manifestar, con un acto resonante, su
firme voluntad de proseguir el Terror y llevarle hasta sus
consecuencias sociales, crearon, por fin, las cuatro
Comisiones populares que habían quedado en suspenso,
indispensables para poner en vigor las leyes de ventoso sobre
la selección de los sospechosos y atribución de sus bienes. La
orden, de puño y letra de Barère, es del 4 de termidor. Según
Lecointre, con esta prueba habían querido reconciliarse con
el triunvirato. Robespierre acudió, en efecto, a la sesión del
siguiente día. Hubo mutuas explicaciones. Saint just
demostró que sólo los agentes del enemigo podían presentar
a Robespierre como un dictador, puesto que no dirigía ni el
Ejército ni la Hacienda ni la Administración. David apoyó a
Saintjust. Billaud dijo a Robespierre : « Somos amigos tuyos
; siempre hemos marchado juntos.» Los miembros
sobrevivientes pretenderán, más tarde, que se decidió unir al
Comité de Seguridad general la oficina de policía del Comité
de Salud pública; pero este hecho no está probado, Saintjust
fué encargado por los dos Comités de presentar a la
Convención un informe sobre la situación política con el
mandato de defender al Gobierno revolucionario. Billaud y
Collot le recomendaron que no hablase del Ser Supremo.
La misma noche, Barère, muy contento por haber obtenido la
concordia, anunció a la Convención que sólo gente malévola

926
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

podía hacer creer en la división y mala inteligencia entre los


gobernantes y una variación en los principios
revolucionarios. Contó que en días anteriores se habían
encontrado pólvoras deterioradas con destino al Ejército, se
había intentado forzar la prisión de Bicêtre y multiplicado los
sabotajes; concluyó amenazando : « Pero las medidas que los
dos Comités han tomado ayer para que sean juzgados en poco
tiempo los detenidos en toda la República, van a entrar en
actividad y devolverán a la nación esa seguridad y esa calma
imponente, signos de la fuerza de la República consolidada. »

Al día siguiente le replicaba Couthon en los Jacobinos,


celebrando «a los hombres ardientes y enérgicos dispuestos a
los más grandes sacrificios por la patria » que componían los
Comités. « Si ha habido división entre las personas, jamás la
hubo sobre los principios.» Y Couthon arrojaba sobre el
séquito de los gobernantes el origen de las nubes que
intentaba disipar. Esperaba que la Convención aplastaría
bien pronto «a las cinco o seis figurillas humanas cuyas
manos están llenas de las riquezas de la República y repugnan
por la sangre de los inocentes que han inmolado ». Se dolía,
sin embargo, del envío al ejército del Norte de una parte de
las compañías de artilleros de guarnición en París y
manifestaba sus temores respecto a la Escuela de Marte. Pero
Lebas lo tranquilizó.

927
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Hay que creer, sin embargo, que no todos habían desarmado


en ambos campos, y que las palabras de Barère y Couthon
fueron desobedecidas. Un jefe de la oficina de Guerra, Sijas,
no cesaba de denunciar a los jacobinos al comisario de
movimiento de los ejércitos, Pille, quien — según Sijas —
empleaba aristócratas, devolvía a sus puestos a los generales
destituidos, desguarnecía a París de sus artilleros y procedía
de un modo misterioso. Pille era el hombre de confianza de
Carnot. Las palabras de Sijas encontraban eco. El 6 de
termidor se gritó a la puerta de la Convención : " ¡ Hace falta
un 31 de mayo !» Al día siguiente Barère alabó a Robespierre
por haber censurado a los jacobinos esos gritos sediciosos.
Pero eso no impidió que los jacobinos presentasen el mismo
día a la Convención una petición para denunciar a Pille y los
Indulgentes que quería asesinar a los patriotas. Pedían que
se hiciera justicia con los traidores y bribones y con un cierto
Magenthies que había pedido, para ridiculizar el decreto
sobre el Ser Supremo, la pena de muerte para los que
manchasen a la Divinidad con un juramento. Para contentar
a los jacobinos ¿iban los Comités a destituir a Pille y entregar
las cabezas de los diputados corrompidos que Couthon y
Roberspierre no cesaban de reclamar desde hacía dos meses?
En la misma sesión del 7 de termidor. Dubois-Crancé se había
justificado e invitado a Robespierre para que reconocierra su
error. La Convención decidió que los Comités dieran su
informe en el plazo de tres días. Robespierre estaba, pues,

928
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

forzado a salir de los Jacobinos para ir a explicarse a la


Asamblea.
¿ Se había adherido Robespierre, durante la sesión plenaria
del 5 de termidor, al programa de reconciliación formulado
por Barère y aceptado, según parece, por Saint-just y
Couthon ? La duda está permitida.
Sus agravios no quedaban satisfechos. Quería arrancar la
dirección de la guerra a Carnot, que no había puesto en
ejecución el decreto del 7 de pradial prohibiendo hacer
prisioneros ingleses y hannoverianos, y que estaba rodeado
por un Consejo técnico formado por aristócratas. Veía, como
Sijas, en el alejamiento de una parte de los artilleros de París,
una oscura maniobra dirigida contra el Ayuntamiento y
Hanriot, su más destacada figura. No había perdonado al
Comité de Seguridad general, como tampoco a Billaud y
Collot, la protección que dispensaban siempre a Fouché y
Tallien. En los días precedentes se había gritado en las calles
el importante arresto de Robespierre, sin que el Comité
interviniera. Robespierre acababa de saber por un informe del
administrador de policía Faro, que Amar y Voulland habían
visitado en su prisión, el 5 de termidor, a los diputados
girondinos detenidos, haciéndoles mil cumplidos : « ¿ Se
detiene vuestra correspondencia ? ¿ Se os rehusan las
comodidades de la vida, como cafés, jarabes, chocolate y
frutas ? ¿ Se respeta aquí vuestro carácter?» Al saber que

929
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

los diputados estaban sometidos al régimen común, Amar


derramó lágrimas:

«¡Es un afrentoso crimen! Decidnos, queridos colegas,


quiénes han envilecido la representación nacional. Serán
castigados. El Comité hará justicia.» Sin duda, Amar y
Voulland después de haber ordenado que se diese a los
diputados un trato de favor, habían vuelto de su acuerdo
manteniendo para ellos el trato común; pero Robespierre
sospechaba que estaba a punto de formarse una alianza entre
sus adversarios de la Montaña y el Marais que le habían
sostenido hasta entonces. Y tanto esto como el asunto de
DuboisCrancé le hicieron salir de su silencio.

El 8 de termidor, pues, sin haberse concertado ni aun con


Saintjust y Couthon, quienes, sin duda, le hubieran
disuadido, se esforzó en obtener directamente de la
Convención la realización de su programa integral. Después
de haber protestado ampliamente, pero en términos
impresionantes, de las calumnias que le presentaban como
un dictador animado de perversos designios contra la
Asamblea, hizo recaer sobre sus adversarios, los terroristas
trocados en Indulgentes, los excesos de la guillotina.
«¿Somos nosotros quienes hemos sepultado en los calabozos
a los patriotas y mantenido el Terror en tales condiciones?
¡Son los monstruos que hemos acusado!» Afirmó que el

930
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Gobierno revolucionario era necesario; pero que no debía


atacar rápida y despiadadamente más que a los verdaderos
conspiradores. Luego sus calumniadores, que se llamaban
Indulgentes y no eran más que bribones, arruinaban al
Gobierno revolucionario ante la opinión, atormentando a
hombres pacíficos para tener el de al Tribunal revolucionario
para preparar su destrucción. » La emprendía entonces,
atrevidamente, con el Comité de Segundad general y sus
empleados, «una horda de bribones, protegidos por Amar y
Jagot».
Reprochó a Vadier el asunto de Catalina Théot y pidió no sólo
que el Comité sospechoso fuese renovado, sino que en
adelante quedase supeditado al Comité de Salud pública. Pero
no se conformaba con eso. El mismo Comité de Salud pública
achia depurarse. No había hecho respetar el decreto sobre los
prisioneros ingleses, había sembrado la división entre los
generales y protegido a la aristocracia militar. Esto iba por
Carnot.
Y el mismo Barère, no obstante sus cumplimientos elelos días
precedentes, no era dejado aparte : « Se os habla mucho de
nuestras victorias, con una ligereza académica que haría
creer que no han costado a nuestros héroes ni sangre ni
trabajos ; contadas con menos pompa, parecerían más
grandes.» La parte diplomática"— del dominio de Barère —
había sido absolutamente descuidada. Los agentes empleados
en el exterior eran traidores. Robespierre reprochaba en

931
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

seguida a Cambon su mezquino sistema financiero, pródigo y


agotador. El decreto sobre la Deuda flotante había creado con
justicia numerosos descontentos. Terminaba, por último,
desafiando a la horda de bribones que había conseguido
dominar.

El efecto producido fué tan profundo que el mismo Lecointre,


uno de los bribones denunciados, pidió la impresión del
discurso. Con el apoyo de Barère se votó dicha impresión, no
obstante unas protestas de Bourdon de l'Oise. Couthon hizo
una moción para que fuese enviado a todos los
Ayuntamientos. ¿ Iba a triunfar Robespierre ? Sus
adversarios recapacitaron. Vadier intentó una explicación
sobre Catalina Théot. Después Cambon apasionó
fogosamente el debate: «¡Antes que ser deshonrado hablaré a
Francia!» Acusó a Robespierre de paralizar a la Convención.
Su vehemencia dio ánimos a Billaud, que pidió que el
discurso de Robespierre fuese examinado por los Comités
antes de ser enviado a los Ayuntamientos. « Si es cierto que
no disfrutamos de la libertad de opinión, prefiero que mi
cadáver sirva de trono a un ambicioso que hacerme cómplice,
con mi silencio, de sus actos. » Había tocado el punto
sensible. Panis intimó a Robespierre y a Couthon para que
nombrasen a los diputados a quienes acusaban. Robespierre
rehusó responder, y se perdió por ello. Todos los que tenían
algo que reprocharse se sintieron amenazados. Bentabole y

932
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Charlier reclamaron el decreto que ordenaba la impresión del


discurso de Robespierre. Barère, ante el cambio de viento, se
adaptó a las circunstancias. Reprochó a Robespierre no haber
seguido las sesiones del Comité, con lo cual no hubiera
escrito su discurso. La Convención informó el envío a los
Ayuntamientos. Robespierre ya no tenía mayorías.

Había arrojado su casco. Sin duda la misma noche, en los


Jacobinos, donde leyó su discurso, fué acogido con grandes
aclamaciones. Sus adversarios Collot y Billaud, que quisieron
responderle, fueron recibidos con una silba y tuvieron que
abandonar el club al grito de: «¡Los conspiradores a la
guillotina!» Pero los jacobinos no tomaron más
determinación que incluir «la conspiración» en el orden del
día de sus debates. Robespierre no quería un 31 de mayo. A
pesar de su fracaso de la víspera, creía posible recobrar su
mayoría. Trataba de mantener la lucha en el terreno
parlamentario. No había previsto que desde entonces le sería
imposible hablar a la Asamblea. Las gentes de los Comités
fluctuaban a la ventura. A su regreso de los Jacobinos, Billaud
y Collot hicieron una violenta escena a Saint just; pero todo
el resultado de la deliberación, que se prolongó hasta el alba,
fué una proclama firmada por Barère, y en la que se ponía en
guardia contra el ascendiente de algunos hombres y la
ambición de ciertos jefes militares que no eran designados.

933
LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La decisión provino de los corrompidos procónsules a


quienes Robespierre amenazaba desde hacía dos meses y que
se consideraban perdidos si él triunfaba. Tallien recibió de su
amante, que iba a ser conducida ante el Tribunal
revolucionario, una carta enloquecida. Con Fouché, realizó
esfuerzos para conquistar al Marais. Rechazados al principio
por Palasne Champeaux. Boissy d'Anglas y Durand Maillane,
que desconfiaban del arrepentimiento de esos terroristas,
dieron tales pruebas que obtuvieron éxito en una tercera
tentativa. El Marais entregó a Robespierre con la condición
de que los de la Montaña le ayudarían a suprimir el Terror.
Antes de comenzar la sesión se habían tomado todas las
disposiciones, con la complicidad del presidente Collot
d'Herbois, para ahogar la voz de Robespierre y sus amigos.

Cuando Saint-just quiso leer, al comienzo, el hábil discurso


que había preparado para que todo recayese sobre Billaud,
Collot y Carnot, fué interrumpido violentamente por Tallien
quien le acusó de aislarse del Comité, puesto que hablaba en
nombre propio. « Pido — dijo entre aplausos repetidos tres
veces — que se descorra del todo la cortina.» Billaud evocó
en seguida la sesión de la víspera en los Jacobinos y asustó a
la Asamblea con un nuevo 31 de mayo que provocara su
degüello. Acusó a Robespierre de proteger a los hebertistas,
los dantonistas, los nobles y los bribones ; de perseguir a los
patriotas ; de ser el único autor del decreto del 22 de pradial

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LA REVOLUCIÓN FRANCESA

; en una palabra : de ser un tirano. ¡Perezcan los tiranos!


repitió el coro —. Robespierre quiso responder. Collot le
rehusó la palabra, que concedió a Tallien. Este blandió su
puñal contra el nuevo Cromwell y los que lo rodeaban,
pidiendo el arresto de sus adictos. Se votó el de Hanriot,
Boulanger, Dufresse y Dumas. Barère hizo suprimir la función
de comandante en jefe de la Guardia Nacional. Una nueva
tentativa de Robespierre para responder fué ahogada por la
campanilla de Thuriot, que ocupó la presidencia después de
Collot Louchet y Loseau pidieron la detención del «
dominador ». El menor de los Robespierre pidió compartir la
suerte de su hermano. Se decretó el arresto de Couthon,
Saintjust y los dos Robespierre. Lebas reclamó el honor de
figurar en la proscripción, lo que le fué concedido. «La
República está perdida — dijo Robespierre al descender de la
barra —; triunfan los bandidos. »

Eran las cinco de la tarde. Todo, sin embargo, no estaba


resuelto. Con un movimiento espontáneo, el Ayuntamiento y
Hanriot se rebelaron, tocaron a generala, convocaron a los
secciones, invitándolas a llevar sus artilleros ante la Casa-
Ayuntamiento para defender la libertad y la patria.
Escuchando tínicamente a su bravura, Hanriot, con un
puñado de gendarmes, intentó a las cinco y media librar a los
diputados detenidos. Forzó las puertas del local del Comité
de Seguridad general; pero rodeado en seguida, fué

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agarrotado ante los ojos de los mismos que quería libertar.


Incidente enojoso para el desarrollo de los acontecimientos.
Robespierre y sus amigos creyeron que la insurrección,
privada de su jefe, no tenía esperanzas de éxito. Desde
entonces pusieron su esperanza en el Tribunal
revolucionario, y cuando partieron, cada uno para distinta
prisión, se habían resignado con su suerte.

El movimiento, sin embargo, crecía de hora en hora. Los


artilleros de las secciones se agrupaban, con sus piezas, en la
Grève. Los Comités civiles y revolucionarios de las secciones
obreras del Este y el Sur y de las secciones artesanas del
centro, prestaron el juramento.

Los jacobinos se reunían entrando en contacto con el


Ayuntamiento. Hacia las ocho de la noche, el enérgico
Coffinhal, con una parte de los artilleros, marchó a la
Convención, libertando a Hanriot y arrastrando incluso a la
guardia de la Asamblea. Hubiera podido terminar la jornada
apoderándose tranquilamente de los miembros de los
Comités que huían. « Ciudadanos — exclamó Collot que
presidía —, he aquí el momento de morir en nuestro puesto.
» Pero Coffinhal no terminó su victoria. Se limitó a llevar
triunfalmente a Hanriot hasta el Ayuntamiento.

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La Convención respiró. Se apresuró a encargar a Barras que


le procurase fuerza armada, y éste, auxiliado por otros seis
diputados, dio el alerta a las secciones moderadas. Llamados
por sus emisarios, los comerciantes, los banqueros de la
sección Le Pelletier, los agiotistas del PalaisRoyal y los ricos
burgueses de las secciones del Oeste acudieron alrededor de
la Convención. Y lo mismo los restos del hebertismo y el
dantonismo, enrolados por los dos Bourdon, Tallien, Rovére
y Fréron. Pero era preciso tiempo para reunir esas tropas
dispersas y heterogéneas. Y entretanto, Barère puso fuera de
la ley a los rebeldes del Ayuntamiento y a todos los que se
habían sustraído a la orden de arresto dada por los Comités.
Descontaba que esta terrible medida helaría de espanto a los
tímidos y paralizaría la insurrección. No se engañaba.

Después del golpe de mano de Coffinhal. la insurrección


vacilaba. El Ayuntamiento quería visiblemente confiar su
dirección a los diputados proscritos. Pero éstos, libertados
uno tras otro por la policía, no se apresuraban a obrar. El
mayor de los Robespierre rehusó primeramente ir a la
Alcaldía. Couthon quería permanecer en la cárcel y no salió
hasta después de media noche. Sólo el menor de los
Robespierre fué desde el primer momento a la sesión del
Ayuntamiento a quien dirigió una arenga. Cuando su
hermano conoció el decreto colocándolos fuera de la ley
imitó su actitud. Se sentó con los otros diputados en el

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Comité ejecutivo creado por el Ayuntamiento. Lebas dirigió


una carta al comandante del campo de Sablons. Robespierre
firmó un llamamiento para la sección de Piques. Algunos
munícipes fueron a las secciones para mantenerlas fieles al
Ayuntamiento. Se tomó el acuerdo de la detención de los más
principales miembros de los Comités. Pero ya era tarde.
Cansados de esperar en vano, los artilleros y la Guardia
Nacional, trabajados por los agentes de Barras, se habían ido
retirando poco a poco. La plaza de la Grève estaba medio
vacía. Era preciso pensar en defenderse, más que en atacar.
Para impedir las defecciones, el Ayuntamiento hizo iluminar
a medianoche la fachada del edificio.

Barras vacilaba en marchar. Hacia las dos de la mañana se


decidió. Un traidor acababa de comunicarle la contraseña
dada por Hanriot, Las tropas convencionales se dividieron en
dos columnas; la de la izquierda, dirigida por Leonardo
Bourdon y aumentada con el batallón de Gravilliers, se
introdujo por sorpresa, gracias a la consigna y a los gritos de
¡ Viva Robespierre!, hasta la sala donde estaba el Comité de
ejecución. Robespierre y Couthon se disponían a escribir una
proclama a los ejércitos. El menor de los Robespierre se
arrojó por una ventana, siendo recogido con una pierna rota.
Lebas se suicidó de un tiro. Maximiliano Robespierre intentó
lo mismo y se rompió la mandíbula inferior. Los
sobrevivientes, en número de 22, con sólo comprobar su

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identidad fueron conducidos al suplicio al día siguiente. El


11 de termidor se guillotinó de modo tan sumario a 70
miembros del Ayuntamiento. Parece ser que el pueblo de
París, incluso en los barrios populares, no apoyó con decisión
al Ayuntamiento. Los artesanos se quejaban de la carestía de
la vida. Los obreros de las manufacturas de armas estaban en
efervescencia desde hacía varios días. El Ayuntamiento había
proclamado, el 5 de termidor, un máximo de jornadas que
había causado general descontento entre los asalariados. La
misma mañana del 9 de termidor, los alhamíes y canteros de
la sección de la Unidad hablaban de cesar en el trabajo, y esa
sección, hebertista en otro tiempo, se decidió por la
Convención. Hacia las cuatro de la tarde se agruparon los
obreros en la Grève para pedir la modificación del máximo.
Aunque el Ayuntamiento, hacia las ocho de la noche, quiso
hacer recaer la responsabilidad de la tarifa sobre « Barère, que
pertenece sucesivamente a todas las facciones y ha hecho
fijar el precio de los jornales para que los obreros perezcan
de hambre », no disipó las prevenciones, y cuando los
munícipes fueron conducidos al suplicio, escucharon a su
paso el grito de «¡trágate el máximo ! »

¡Trágica ironía! Robespierre y su partido perecían en gran


parte por haber querido que el Terror sirviera para una nueva
convulsión de la propiedad. La República igualitaria que
querían instaurar con las leyes de ventoso, sin ricos ni

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pobres, fué herida de muerte con ellos. Los inconsicentes


descamisados echaron de menos bien pronto el «¡trágate el
máximo !... » En vano se levantaron para conseguir que se
restableciera.

De momento no comprendió la importancia de la victoria de


los terroristas de presa unidos al Marais, más que aquella
parte inteligente de la pequeña burguesía y los artesanos que
Robespierre había incorporado a los asuntos y dominaba en
un número de clubs y administraciones revolucionarias. Allí
fué profundo el dolor. Se advierte hasta en las confesiones de
los termidorianos. Thibaudeau, el futuro prefecto del
Imperio, nos dice que las autoridades de su departamento
(Vienne) detuvieron en un principio la circulación de su
comunicado sobre el 9 de termidor. Laignelot escribió al
Comité, desde Laval, el 21 de termidor que el genio maléfico
del Urano aun sobrevivía : « Está asombrado, pero no
destruido. En las sociedades populares, todos los jefes
estaban por Robespierre.» En Nevers, las personas llegadas de
París y que anunciaron la caída de Robespierre, fueron
puestas en prisión. En Arras, en Nimes, cuando se supo el
arresto de Robespierre, los clubs propusieron armarse para
volar en su auxilio. Muchos patriotas, desesperados, se
dieron la muerte (en París, el grabador Mauclair; en Nimes, el
juez Boudon, etc.).

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Pero los termidorianos mantuvieron el Terror en provecho


propio. Sacaron de las prisiones a sus partidarios y
amontonaron en ellas a los robespierristas. Al desencadenar
la reacción, tienen que ir más allá de donde hubieran querido.
Muchos, entre ellos, se arrepentirán, en el crepúsculo de su
vida, de su participación en el 9 de termidor. En Robespierre
habían matado por un siglo la República democrática. Hija de
la guerra y de sus sufrimientos, arrojada a la fuerza a un
Terror contrario a sus principios, esa República, no obstante
sus prodigios, no era en el fondo más que un accidente.
Apoyada en una base cada vez más estrecha, no fué
comprendida incluso por aquellos que quería incorporar a su
vida. Había necesitado el misticismo ardiente de sus autores,
su energía sobrehumana para que durase hasta obtener la
victoria en el exterior. No se borran veinte siglos de
monarquía y esclavitud en algunos meses. Las leyes más
rigurosas son impotentes para cambiar de un solo golpe la
naturaleza humana y el orden social. Robespierre, Couthon y
Saintjust, que querían prolongar la dictadura para crear
instituciones civiles y destruir el imperio de la riqueza, lo
comprendían bien. Sólo lo hubieran conseguido reuniendo en
ellos solos toda la dictadura. Pero la intransigencia de
Robespierre al romper con sus colegas del Gobierno en el
momento preciso en que éstos le hacían concesiones, bastó
para derrumbar un edificio suspendido sobre el vacío de las

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leyes. Ejemplo memorable de los límites de la voluntad


humana en su lucha con la resistencia de las cosas.

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