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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

SOBOUL, ALBERT

Compendio de

Historia de la
Revolución
Francesa
(PRIMERA PARTE)

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

INDICE

INDICE 3

CAPITULO I 14

LA CRISIS DE LA SOCIEDAD 14

I. DECADENCIA DE LA ARISTOCRACIA FEUDAL 15

1. La nobleza: decadencia y reacción 16

2. El clero, dividido 21

II. AUGE Y DIFICULTADES DEL TERCER ESTADO 26

1. Poder y diversidad de la burguesía 28

2. Las clases populares urbanas: el pan cotidiano 38

3. El campesinado: unidad real, antagonismos latentes 45

III . LA FILOSOFíA DE LA BURGUESíA 57

IV.LA FISCALIZACION REAL 67

1. El impuesto directo. La igualdad imposible 68

2. El impuesto indirecto y la “administración general” () 70

CAPITULO II 74

PROLOGO DE LA REVOLUCION BURGUESA: LA REBELION DE LA ARISTOCRACIA (1787-


1788) 74

I. LA CRISIS FINAL DE LA MONARQUIA 74

I. La impotencia financiera 74

2. La incapacidad política 77

II . LOS PARLAMENTOS CONTRA EL ABSOLUTISMO (1788) 83

1. La agitación parlamentaria y la Asamblea de Vizille 83

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2. La capitulación de la realeza 87

PRIMERA PARTE 94

REVOLUCION BURGUESA Y MOVIMIENTO POPULAR (1789-1792) 94

CAPITULO I 96

LA REVOLUCION BURGUESA Y LA CAIDA DEL ANTIGUO REGIMEN (1789) 96

I . LA REVOLUCION JURIDICA (finales de 1788-junio de 1789) 96

1. La reunión de los Estados generales (finales de 1788-mayo de 1789) 97

2. El conflicto jurídico (mayo-junio de 1789) 108

II. LA REVOLUCIóN POPULAR (Julio de 1789) 114

1. El levantamiento de París: el 14 de julio y la toma de la Bastilla 117

2. El levantamiento de las ciudades (julio de 1789) 121

3. El levantamiento del campo: el Gran Pánico (finales de julio de 1789) 124

III. LAS CONSECUENCIAS DE LA REVOLUCIóN POPULAR (agosto-octubre de 1789) 128

1. La noche del 4 de agosto y la Declaración de derechos 128

2. La crisis de septiembre: el fracaso de la revolución de los notables 133

3. Las jornadas de octubre de 1789 137

CAPITULO II 142

LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE: EL FRACASO DEL COMPROMISO (1790) 142

I. LA ASAMBLEA, EL REY Y LA NACIóN 142

1. La política fayettista de conciliación 143

2. La organización de la vida política 147

II. LOS GRANDES PROBLEMAS POLíTICOS 151

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1. El problema financiero 151

2. El problema religioso 154

III. APOGEO Y RUINA DE LA POLíTICA DE CONCILIACIóN 155

1. La Federación nacional del 14 de julio de 1790 155

2. La descomposición del ejército y el asunto de Nancy (agosto de 1790) 157

CAPíTULO III 161

LA BURGUESíA CONSTITUYENTE Y LA RECONSTRUCCIóN DE FRANCIA (1789-1791) 161

I. LOS PRINCIPIOS DEL OCHENTA Y NUEVE 161

1. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano 162

II. EL LIBERALISMO BURGUÉS 169

1. La libertad política: la Constitución de 1791 170

2. La libertad económica: “laisser faire, laisser passer” 174

III. LA RACIONALIZACIóN DE LAS INSTITUCIONES 182

1. La descentralización administrativa 182

2. La reforma judicial 185

3. La nación y la Iglesia 187

4. La reforma fiscal 192

IV. HACIA UN NUEVO EQUILIBRIO SOCIAL: ASIGNADOS Y BIENES NACIONALES 194

1. El asignado y la inflación 194

2. Los bienes nacionales y el reforzamiento de la propiedad burguesa 196

CAPíTULO IV 201

LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE Y LA HUíDA DEL REY (1791) 201

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I. LA CONTRARREVOLUCIóN Y EL IMPULSO POPULAR 201

1. La contrarrevolución: aristócratas, emigrados y refractarios 201

2. El impulso popular: la crisis social y las reivindicaciones políticas 203

3. La burguesía constituyente y la consolidación social 204

II. LA REVOLUCIóN Y EUROPA 206

1. Contagio revolucionario y reacción aristocrática 207

2. Luis XVI, la Constituyente y Europa 210

III. VARENNES: LA DESAPROBACION REAL DE LA REVOLUCION (junio de 1791) 213

1. La huida del rey (21 de junio de 1791) 214

2. Consecuencias internas de Varennes: los fusilamientos del Champ-de-Mars (17 de julio de


1791) 215

3. Consecuencias exteriores de Varennes: la declaración de Pillnitz (27 de agosto de 1791) 218

CAPíTULO V 220

LA ASAMBLEA LEGISLATIVA, LA GUERRA Y EL DERROCAMIENTO DEL TRONO (octubre


de 1791-agosto de 1792) 220

I. EL CAMINO DE LA GUERRA (octubre de 1791-abril de 1792) 220

1. Cistercienses y girondinos 220

2. El primer conflicto entre el rey y la Asamblea (finales de 1791) 223

3. La guerra o la paz (invierno de 1791-1792) 227

4. La declaración de guerra (20 de abril de 1792) 231

II. EL DERROCAMIENTO DEL TRONO (abril-agosto de 1792) 233

1. Los fracasos militares (primavera de 1792) 233

2. El segundo conflicto entre el rey y la Asamblea (junio de 1792) 235

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3. El peligro exterior y la incapacidad girondina (julio de 1792) 239

4. La insurrección del 10 de agosto de 1792 241

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En 1789, Francia vivía en el marco de lo que más tarde se llamó el


Antiguo Régimen.

La sociedad seguía siendo en esencia aristocrática; tenía como


fundamentos el privilegio del nacimiento y la riqueza territorial. Pero
esta estructura tradicional estaba minada por la evolución de la
economía, que aumentaba la importancia de la riqueza mobiliaria y el
poder de la burguesía. Al mismo tiempo, el progreso del conocimiento
positivo y el impulso conquistador de la filosofía de la Ilustración
minaron los fundamentos ideológicos del orden establecido. Si
Francia continuaba siendo todavía, a finales del siglo XVIII,
esencialmente rural y artesana, la economía tradicional se
transformaba por el impulso del gran comercio y la aparición de la
gran industria. Los progresos del capitalismo, la reivindicación de la
libertad económica, suscitaban, sin duda alguna, una viva resistencia
por parte de aquellas categorías sociales vinculadas al orden
económico tradicional; mas para la burguesía eran necesarias, pues
los filósofos y economistas habían elaborado una doctrina según sus
intereses sociales y políticos. La nobleza podía, desde luego,
conservar el principal rango en la jerarquía oficial, y su poder
económico, así como su papel social, no estaban en modo alguno
disminuidos.

Cargaba sobre las clases populares, campesinas sobre todo, el peso del
Antiguo Régimen y todo cuanto quedaba del feudalismo. Estas clases
eran todavía incapaces de concebir cuáles eran sus derechos y el
poder que éstos tenían; la burguesía se les presentaba de una manera
natural, con su fuerte armadura económica y su brillo intelectual,
como la única guía. La burguesía francesa del siglo XVIII elaboró una
filosofía que correspondía a su pasado, a su papel y a sus intereses,
pero con una amplitud de miras y apoyándose de una manera tan

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sólida en la razón, que esta filosofía que criticaba al Antiguo Régimen


y que contribuía a arruinarle, revestida de un valor universal, se
refería a todos los franceses y a todos los hombres.

La filosofía de la Ilustración sustituía el ideal tradicional de la vida y


de la sociedad por un ideal de bienestar social, fundado en la creencia
de un progreso indefinido del espíritu humano y del conocimiento
científico. El hombre recobraba su dignidad. La plena libertad en
todos los dominios, económicos y políticos, tenía que estimular su
actividad; los filósofos le concedían como fin el conocimiento de la
naturaleza para dominarla mejor y el aumento de la riqueza en
general. Así las sociedades humanas podrían madurar por completo.

Frente a este nuevo ideal, el Antiguo Régimen quedaba reducido a


defenderse. La monarquía continuaba siendo siempre de derecho
divino; el rey de Francia era considerado como el representante de
Dios en la tierra; gozaba, por ello, de un poder absoluto. Pero este
régimen absoluto carecía de una voluntad. Luis XVI abdicó finalmente
su poder absoluto en manos de la aristocracia. Lo que llamamos la
revolución aristocrática (pero que es más bien una reacción nobiliaria
o, mejor dicho, una reacción aristocrática que no retrocede ante la
violencia y la revolución) precedió, desde 1787, a la revolución
burguesa de 1789. A pesar de tener un personal administrativo, con
frecuencia excepcional, las tentativas que se hicieron de reformas
estructurales, de Machault, de Maupeou, de Turgot, desaparecieron
ante la resistencia de opinión de los Parlamentos y de los estados
provinciales, bastiones de la aristocracia. Bien es verdad que la
organización administrativa no mejoró y el Antiguo Régimen siguió
siendo algo inacabado.

Las instituciones monárquicas, poco tiempo antes, habían recibido su


estructuración última bajo Luis XIV: Luis XVI gobernaba con los

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mismos ministerios y los mismos consejos que sus antepasados. Pero


si Luis XIV había llevado el sistema monárquico a un grado de
autoridad jamás alcanzado, no había hecho, sin embargo, de este
sistema una construcción lógica y coherente. La unidad nacional
había progresado bastante en el siglo XVIII, progreso que había sido
favorecido por el desarrollo de las comunicaciones y de las relaciones
económicas, por la difusión de la cultura clásica, gracias a la
enseñanza de los colegios y las ideas filosóficas, a la lectura, a los
salones y a las sociedades intelectuales. Esta unidad nacional
continuaba inacabada. Ciudades y provincias mantenían sus
privilegios; el Norte conservaba sus costumbres, mientras que el
Mediodía se regía por el Derecho romano. La multiplicidad de pesos y
medidas, de peajes y aduanas interiores impedía la unificación
económica de la nación y hacía que los franceses fuesen como
extranjeros en su propio país. La confusión y el desorden continuaban
siendo el rasgo característico de la organización administrativa: las
circunscripciones judiciales, financieras, militares, religiosas se
superponían y obstruían las unas a las otras.

Mientras las estructuras del Antiguo Régimen se mantenían en la


sociedad y en el Estado, una “verdadera revolución de coyuntura”
(para emplear la expresión de Ernest Labrousse) multiplicaba las
tensiones sociales: crecimiento demográfico y alza de precios fueron
las causas que, combinando sus efectos, agravaron la crisis.

El desarrollo demográfico de Francia en el siglo XVIII, especialmente


a partir de 1740, es aún más importante, ya que sigue a un período de
estancamiento. En realidad, fue pequeño. La población del reino
puede calcularse en unos diecinueve millones de habitantes hacia
finales del siglo XVII, y en unos veinticinco la víspera de la
Revolución. Necker, en su Administración de las finanzas de Francia

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(1784), da la cifra de 24,7 millones, cifra que parece un poco corta.


Tomando como base 25 millones, el aumento hubiera sido de seis
millones de habitantes, teniendo en cuenta las variaciones regionales
de un 30 a un 40 por 100. Inglaterra en esa época no contaba con más
de nueve millones de habitantes (aumento de un 80 por 100 durante
el transcurso del siglo). España, 10,5 millones. La natalidad en
Francia continuaba siendo elevada; su nivel alcanzaba el 40 por
1.000. No obstante, se manifestaba una cierta tendencia a reducir los
nacimientos, particularmente en las familias aristocráticas. El censo
de mortalidad variaba mucho de un año a otro, y en 1778 disminuyó a
un 33 por 1.000. La media de vida eran los veintinueve años poco
antes de la Revolución. Esta pujanza demográfica marca
especialmente la segunda mitad del siglo XVIII; proviene, sobre todo,
de la desaparición de las grandes crisis del siglo XVII, que se debían a
la falta de alimentación, al hambre y a las epidemias (como las del
“gran invierno” de 1709). Después de 1741-1742, esas crisis del tipo
de “hambre” tendieron a desaparecer; la natalidad, con sólo
mantenerse, sobrepasaba la mortalidad y multiplicaba los hombres,
especialmente en las clases populares y en las ciudades. El auge
demográfico parece que fue provechoso más bien para las ciudades
que para el campo. Había en 1789 unas sesenta ciudades con más de
10.000 habitantes. Si se clasifican en la categoría urbana las
aglomeraciones de más de 2.000 habitantes, la población de las
ciudades puede valorarse aproximadamente en un 16 por 100. Este
desarrollo demográfico aumenta la demanda de productos agrícolas y
contribuye al alza de precios.

El movimiento de precios y rentas en Francia en el siglo XVIII se


caracteriza por un alza secular, que va desde 1733 a 1817: la fase A,
para emplear la terminología de Simiand, da lugar a una fase B, de
depresión, que a partir del siglo XVII llegó hasta 1730. El movimiento

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de larga duración empezó hacia 1733 (la libra se estabilizó en 1726,


no habiendo mutación monetaria alguna hasta la Revolución). El
desarrollo, lento hasta 1758, se hizo violento desde 1758 a 1770 (la
“edad de oro” de Luis XV); el alza se estabilizó, para volver a crecer de
nuevo la víspera de la Revolución. Los cálculos de Ernest Labrousse
sobre 24 mercancías y el índice de 100 tomado en el ciclo básico
1726-1741 dicen que el alza de larga duración media es de un 45 por
100 durante el período 1771-1789 y se eleva a un 65 por 100 para los
años 1785-1789. El aumento es muy desigual según los productos;
más importante para los alimenticios que para los fabricados, para los
cereales más que para la carne: estas características son propias de
una economía que ha permanecido esencialmente agrícola; los
cereales ocupaban entonces un lugar importante en el presupuesto
popular, su producción aumentaba poco, mientras que la población
aumentaba rápidamente y la competencia de los granos extranjeros
no podía intervenir. Durante el período de 1785-1789, el alza de
precios es de 66 por 100 para el trigo, de 71 por 100 para el centeno y
de un 67 por 100 para la carne; la leña bate todos los récords: un 91
por 100; el caso del vino es especial: 14 por 100: la baja en el
beneficio vinícola es aun más grave, ya que bastantes comerciantes en
vinos no producen cereales y han de comprar hasta su pan. Los
textiles (29 por 100 para las mercancías de lana) y el hierro (30 por
100) se mantienen por debajo de la media.

Las variaciones cíclicas (ciclos 1726-1741, 1742-1757, 1758-


1770,1771-1789) y las variaciones propias de las estaciones se
superponen en un movimiento de larga duración acentuando el alza.
En 1789, el máximo cíclico lleva el alza del trigo a un 127 por 100; la
del centeno a 136 por 100. En lo que se refiere a los cereales, las
variaciones propias de las estaciones, imperceptibles o casi, en
período de abundancia, aumentan en los años malos; desde una

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recolección hasta la otra, los precios pueden aumentar de un 50 a un


100 por 100 e incluso más. En 1789, el máximo estacionario
coincidió con la primera quincena de julio: llegó incluso a aumentar el
trigo en un 150 por 100; el centeno, en un 165 por 100. La coyuntura
se manifestó especialmente en el coste de vida: se pueden medir
fácilmente las consecuencias sociales.

Las causas de esas fluctuaciones económicas son diversas. En lo que


se refiere a las fluctuaciones cíclicas y estacionarias, y, por tanto, las
crisis, las causas hay que buscarlas en las condiciones generales de la
producción y en el estado de las comunicaciones. Cada región vive de
sí misma, y la importancia de la recolección es la que regula el coste
de vida. La industria, de estructura especialmente artesana y con
exportación pequeña, queda subordinada al consumo interior y
depende directamente de las fluctuaciones agrícolas. En cuanto al
alza a largo plazo, provendría de la multiplicación de los medios de
pago: la producción de metales preciosos aumentó considerablemente
en el siglo XVIII, especialmente la del oro del Brasil y la plata
mejicana. Se ha podido afirmar, por la tendencia de la inflación
monetaria y el alza de precios, que la Revolución, en cierta medida, se
había preparado en lo profundo de las minas mejicanas. El desarrollo
demográfico contribuyó también por su parte al alza de los precios al
multiplicar la demanda.

Así se manifestaba, por múltiples aspectos económicos, sociales y


políticos, la crisis del Antiguo Régimen. Estudiarla nos lleva a trazar
un cuadro de causas profundas y ocasionales de la Revolución y a
establecer en principio lo que le dio su auténtica importancia en la
historia de la Francia contemporánea.

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CAPITULO I

LA CRISIS DE LA SOCIEDAD

En la sociedad aristocrática del Antiguo Régimen, el derecho


tradicional distinguía tres órdenes o estados, el Clero y la Nobleza,
estamentos privilegiados, y el Tercer Estado, que comprendía la
inmensa mayoría de la nación.

El origen de los estamentos se remontaba a la Edad Media, en donde


se hacía patente la diferencia entre aquellos que rezaban, los que
combatían y los que trabajaban para que vivieran los demás. El
estamento del clero era el más antiguo; tuvo desde un principio una
condición especial regida por el derecho canónico. Más tarde se hizo
necesario entre los laicos el grupo social de la nobleza. Quienes no
eran ni clérigos ni nobles constituían la categoría de “artesanos”, que
dio lugar al nacimiento del Tercer Estado. Pero la formación de este
tercer orden fue lenta. En un principio sólo figuraban los burgueses,
es decir, los hombres libres de aquellas ciudades que gozaban de un
fuero o una carta puebla. Los campesinos penetraron en el Tercer
Estado cuando participaron por primera vez en 1484 en la elección de
los diputados de este orden. Los órdenes se consolidaron poco a poco
y se impusieron a la monarquía, aunque la distinción entre ellos
convirtióse en una ley fundamental del reino, consagrada por la
costumbre. Voltaire, en su Essai sur les moeurs et l’esprit des nations
(1756), califica a los estamentos de legales y los define como
“naciones dentro de la nación”.

Los estamentos no constituían clases sociales en sí; cada uno de ellos


estaba dividido en grupos más o menos antagónicos. Sobre todo la
antigua estructura social fundada sobre el sistema feudal, el desprecio

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de las actividades manuales y las ocupaciones productoras, no


estaban en absoluto en armonía con la realidad.

La estructura social francesa del Antiguo Régimen conservaba el


carácter de su origen, de la época en que Francia había empezado a
tomar forma, hacia los siglos X y XI. La tierra constituía entonces la
única fuente de riqueza; quienes la poseían eran también los dueños
de aquellos que la trabajaban, los siervos. A partir de entonces habían
cambiado este orden primitivo una multitud de transformaciones. El
rey había arrebatado a los señores los derechos de regalía, dejándoles,
sin embargo, sus privilegios sociales y económicos, lo que les permitió
conservar un lugar preeminente en la jerarquía social. El
renacimiento del comercio a partir del siglo XI y el desarrollo de la
producción artesana habían creado, no obstante, una nueva forma de
riqueza, la riqueza mobiliaria, y al mismo tiempo una nueva clase
social, la burguesía.

A finales del siglo XVIII esta última iba a la cabeza de la producción;


proporcionaba los cuadros de la administración real y también los
capitales necesarios para la marcha del Estado. La nobleza sólo tenía
un papel parasitario. La estructura legal de la sociedad no coincidía
con las realidades sociales y económicas.

I. DECADENCIA DE LA ARISTOCRACIA FEUDAL

La aristocracia constituía la clase privilegiada de la sociedad del


Antiguo Régimen; abarcaba la nobleza y el alto clero.

Si la nobleza, como estamento, existía en 1789, había perdido, sin


embargo, desde hacía tiempo los atributos del poder público como los
había tenido en la Edad Media. Al precio de un gran esfuerzo, la

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monarquía capeta había vuelto a ejercer sus derechos de regalía:


percibir el impuesto, hacer la leva de los soldados, acuñar moneda,
hacer justicia. Después de La Fronda, la nobleza, vencida y en parte
arruinada, fue domada. Los nobles conservaron el primer lugar en la
jerarquía social hasta 1789; la nobleza constituía, después del clero,
el segundo estamento del Estado.

La aristocracia no se confundía exactamente con los privilegiados; los


curas y los religiosos de origen campesino no descollaban. La
aristocracia era esencialmente la nobleza. El clero constituía un orden
privilegiado, dividido en dos por la barrera social. Según Sièyes era,
por otra parte, más que estamento una profesión. De hecho, el alto
clero pertenecía a la aristocracia: obispos, abades, presbíteros, la
mayoría de los canónigos; mientras que el bajo clero, es decir, los
curas y los vicarios, casi todos plebeyos, pertenecían socialmente al
Tercer Estado.

1. La nobleza: decadencia y reacción

Los efectivos de la nobleza pueden ser valorados aproximadamente en


unas 350.000 personas, o sea, el 1,5 por 100 de la población del país.
Pero hay que tener en cuenta los matices regionales. Después de
ciertos registros del impuesto per cápita, o también según el número
de electores nobles que habían participado en las operaciones
electorales de 1789, la proporción de nobles en las ciudades variaba
en más de un 2 por 100 o en menos de un 1 por 100: Evreux, + 2 por
100; Albi, - 1,5 por 100; Grenoble, - 1 por 100; Marsella, -1 por 100.

La nobleza formaba el segundo estamento de la monarquía, pero era la


clase dominante de la sociedad. Este adjetivo, por otra parte, ocultaba
a finales del siglo XVIII una serie de elementos dispares, verdaderas
castas hostiles entre sí. Todos los nobles poseían privilegios

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honoríficos, económicos y fiscales; derecho a espada, banco reservado


en la Iglesia, decapitación en caso de ser condenado a muerte -en vez
de ser ejecutado en la horca- y, sobre todo, exención de impuestos
sobre las tierras, de trabajo en carreteras y de alojamiento de
soldados, derecho a caza, monopolio de acceso a los grados superiores
del ejército, a las dignidades de la Iglesia y a los altos cargos de la
magistratura. Además, los nobles propietarios de un feudo percibían
sobre los campesinos los derechos feudales (se podía, desde luego, ser
noble sin poseer ningún feudo o ser un campesino y poseer un feudo
noble, habiendo desaparecido toda conexión entre la nobleza y el
sistema feudal). La propiedad territorial noble variaba según las
regiones. Era especialmente fuerte en los países del Norte (22 por
100), en Picardía y en Artois (32 por 100), en los del Oeste (60 por
100), en los Mauges, en Borgoña (35 por 100), menos importante en el
Centro, el Sur (15 por 100 en la diócesis de Montpellier) y el Sudeste.
En conjunto, la nobleza venía a poseer, aproximadamente, la quinta
parte de las tierras del reino.

Unidos sólo por los privilegios, los nobles mantenían entre sí diversas
categorías, con intereses con frecuencia opuestos.

La nobleza de la Corte estaba compuesta por nobles que habían sido


presentados a ella, unas 4.000 personas que vivían en Versalles en
torno del rey. Llevaban una vida muy lujosa gracias a las pensiones
que les asignaba la prodigalidad real, los sueldos militares, las rentas
de los impuestos de la Casa Real, las abadías en encomienda, es decir,
que un eclesiástico secular o un laico nombrado por el rey percibían la
tercera parte de la renta sin ninguna obligación por su parte, y no
hablemos de los recursos que percibían de sus extensos dominios. La
alta nobleza estaba, sin embargo, arruinada en parte; la mayor renta
no llegaba para mantener su rango; la gran cantidad de servidumbre

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de que se rodeaban, el lujo de sus atavíos, el juego, las recepciones,


las fiestas, los espectáculos, la caza, les exigían cada vez más dinero.
La alta nobleza se endeudaba. Los matrimonios con ricas herederas de
origen campesino no bastaban para sacarles de apuros. La vida
mundana, en efecto, acercaba cada vez más a una parte de esta
nobleza a las altas finanzas y a las ideas filosóficas: así en el salón de
Mme. D’Epinay. Por sus costumbres, por sus ideas liberales, una parte
de la alta nobleza empezó a alejarse de su clase social; esto en una
época en que la jerarquía social parecía ser de lo más rígido. Este
grupo de la nobleza liberal, aunque manteniendo sus privilegios
sociales, se veía impulsado hacia la alta burguesía, con la que
compartía ciertos intereses económicos.

La nobleza provinciana tenía una suerte menos brillante. Los gentiles


hombres rurales vivían con sus campesinos y con frecuencia casi con
las mismas dificultades. Su recurso principal, ya que estaba prohibido
a los nobles, so pena de perder sus derechos, practicar alguna
ocupación manual, incluso cultivar su propia tierra más allá de un
cierto número de fanegas, dependía de que percibiesen los derechos
feudales que estaban obligados a pagar los campesinos. Estos
derechos, si eran percibidos en dinero según una tarifa establecida
hacía varios siglos, constituían una débil ayuda teniendo en cuenta la
constante disminución del poder adquisitivo del dinero y el aumento
continuo del coste de vida. Así, muchos de los nobles de provincias
vegetaban en sus casas de campo arruinados y odiados cada vez más
por aquellos campesinos a quienes les exigían el pago de los derechos
feudales. De este modo se formó, para emplear la expresión de Albert
Mathiez, una verdadera plebe nobiliaria, que vivía replegada en su
miseria, odiada por los campesinos, despreciada por los grandes
señores que a su vez odiaban a los nobles de la Corte por las múltiples

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rentas que obtenían del tesoro real y a la burguesía de las ciudades


por las riquezas que sus actividades productivas les permitían amasar.

La nobleza de toga estaba constituida desde que la monarquía


desarrolló su aparato administrativo y judicial. Nació en el siglo XVI
de la alta burguesía. Esta nobleza de oficio ocupaba todavía en el siglo
XVII una posición intermedia entre la burguesía y la nobleza de
espada; en el siglo XVIII tendía a confundirse con la última. A la
cabeza estaban las grandes familias parlamentarias, que pretendían
controlar el gobierno real y participar en la administración del Estado.
Inamovibles (habían comprado sus cargos), se transmitían éstos de
padres a hijos; los parlamentarios representaban una gran fuerza, con
frecuencia en pugna con la realeza, pero profundamente vinculados a
los privilegios de su casta y hostiles a toda reforma que les pudiese
alcanzar. Los filósofos los atacaban violentamente.

La aristocracia feudal estaba en decadencia a finales del siglo XVIII.


No cesaba de empobrecerse; la nobleza de la Corte se arruinaba en
Versalles, la nobleza provinciana vegetaba en sus tierras. Por ello
exigía con tanta premura la aplicación de sus derechos tradicionales,
pues cada vez estaban más cerca de la ruina. Los últimos años del
Antiguo Régimen se caracterizaron por una violenta reacción
aristocrática. Políticamente, la aristocracia intentaba monopolizar
todos los altos cargos del Estado, la Iglesia y el Ejército; en 1781, un
edicto del rey reservó los grados del Ejército para aquellos que
hiciesen la prueba de los cuatro cuarteles de nobleza.
Económicamente, la aristocracia agravaba el sistema señorial. Por
medio de los edictos de selección, los señores se atribuían la tercera
parte de los bienes que pertenecían a las comunidades rurales. Con el
restablecimiento de los títulos de señorío y sus rentas, los registros
conteniendo la enumeración de sus derechos ponían en vigor antiguos

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

derechos caídos en desuso y exigían con toda exactitud lo que les era
debido. Por entonces los nobles empezaron a interesarse por las
empresas de la burguesía, colocando sus capitales en las nuevas
industrias, especialmente en las industrias metalúrgicas. Algunos
aplicaban a sus tierras las nuevas técnicas agrícolas. En esta carrera
por el dinero una parte de la alta nobleza se aproximaba a la
burguesía, con la que compartía en cierta medida las aspiraciones
políticas. Pero el conjunto de la nobleza provincial y la de la Corte no
veía otra solución que mantener cada vez más estrictamente sus
privilegios. Hostil a las ideas nuevas, sólo reclamaba a los Estados
generales para que les devolviesen su primacía y sancionasen sus
privilegios.

En resumen, la nobleza no constituía una clase social homogénea


verdaderamente consciente de sus intereses colectivos. La monarquía
era blanco de la oposición frondista de la nobleza parlamentaria, de la
crítica de los grandes señores liberales y de los ataques de los
hidalgos de provincias excluidos de las funciones políticas o
administrativas y que soñaban con volver a la antigua constitución
del reino, constitución que les hubiera costado trabajo precisar. La
nobleza de provincias, abiertamente reaccionaria, se oponía al
absolutismo. La nobleza de la Corte ilustrada se beneficiaba con los
abusos del régimen, pidiendo a la vez que se reformase sin tener en
cuenta que su abolición le traería el golpe de gracia. La clase
dominante del Antiguo Régimen no estaba unida para defender el
sistema que garantizaba su primacía. Frente a ella estaba el Tercer
Estado en pleno: los campesinos, a quienes exasperaba el régimen
feudal; los burgueses, que se irritaban ante los privilegios fiscales y
honoríficos; el Tercer Estado, unido por su hostilidad común contra el
privilegio aristocrático.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

2. El clero, dividido

El clero, compuesto aproximadamente de 120.000 personas, se


proclamaba como “la primera corporación del reino”. Primero de los
estamentos del Estado, poseía importantes privilegios políticos,
judiciales y fiscales. Su poder económico estaba en lo que percibía por
el diezmo y la propiedad territorial.

La propiedad territorial del clero era urbana y rural. Poseía numerosos


inmuebles en las ciudades y por ellos percibía alquileres, cuyo valor se
duplicó según transcurría el siglo. Para el clero regular la propiedad
urbana era, al parecer, más importante que la propiedad rural; en las
ciudades como Rennes, Ruán, los conventos poseían numerosos
terrenos e inmuebles. La propiedad rural eclesiástica era más
importante todavía. Es difícil hacer una valoración para el conjunto
del país. Voltaire valoraba la renta que el clero obtenía de sus tierras
en 90 millones de libras, Necker en 130, valoración sin duda más
próxima a la realidad; pero lo cierto es que entonces se tenía
tendencia a supervalorar las rentas territoriales del clero. La
propiedad eclesiástica, generalmente, estaba dividida y se componía
de propiedades aisladas, con un rendimiento mediocre como
consecuencia, tal vez, de una mala administración y de un control
lejano de los arrendatarios. Si se intenta, a base de estudios locales y
regionales, valorar de una forma más precisa la propiedad territorial
eclesiástica se comprobará que variaba de una a otra región,
disminuyendo hacia el oeste (5 por 100 en los Mauges) y en el
mediodía (6 por 100 en la diócesis de Montpellier). El porcentaje
alcanzó a veces un 20 por 100 (el Norte, Artois, Brie), pero descendía
por debajo de 1 por 100; se le puede valorar en un 10 por 100 como
tipo medio: proporción importante si se tiene en cuenta la debilidad
numérica del orden.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

El diezmo constituía aquella parte correspondiente a los frutos de la


tierra o de los rebaños que las ordenanzas 779 y 794 habían obligado
a los propietarios de la tierra a dar a los beneficiarios. Era universal y
pesaba sobre las tierras de la nobleza, sobre las propiedades
personales de los clérigos y sobre las tierras de los campesinos.
Variaba según las regiones y las recolecciones. El diezmo mayor
pesaba sobre los cuatro granos más importantes (el trigo, el centeno,
la cebada y la avena), el diezmo menor sobre los demás frutos. El
impuesto del diezmo era siempre inferior a un 10 por 100; el tipo
medio para los granos y para el conjunto del país parece situarse en
una treceava parte. Es difícil valorar en conjunto la renta que el clero
obtenía del diezmo. Se puede considerar en una valoración de unos
100-120 millones de libras; a éstas se añadían las rentas de la
propiedad territorial, que venía a ser, aproximadamente, la misma
suma.

Por el diezmo y las tierras el clero disponía, pues, de una parte


considerable de la cosecha, que revendía. Con todo ello se
aprovechaba de la subida de los precios y del alza de los
arrendamientos; el valor del diezmo parece haber más que duplicado
su valor durante el siglo XVIII. La carga de los diezmos, tan
insoportable para los campesinos, lo era más, ya que frecuentemente
se desviaban de su primitivo objetivo y, a veces, iban a parar a los
laicos con el nombre de diezmos enfeudados.

Sólo el clero constituía un verdadero orden, provisto de una


administración (agentes generales del clero y cámaras diocesanas) y
sus tribunales (la curia). Cada cinco años se reunía la Asamblea, que
se ocupaba de asuntos religiosos y de los intereses del estamento.
Votaba una contribución voluntaria para subvenir a las cargas del
Estado, el don gratuito, que constituía con las décimas, la única

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

imposición del clero, un término medio de 3.500.000 libras por año,


cifra mínima con relación a las rentas del estamento. Es cierto que el
clero tenía la carga del Estado civil (registros de bautismos,
matrimonios y sepulturas), de las asistencias y de la enseñanza. La
sociedad laica dependía aún estrechamente del poder eclesiástico.

El clero regular (de 20 a 25.000 religiosos y, por término medio, unas


40.000 religiosas), tan floreciente en el siglo XVII, conoció, a finales
del XVIII, una decadencia moral profunda y un gran desorden. En
vano la Comisión de regulares, instituida en 1766, había intentado
una reforma. En 1789 existían 629 abadías de hombres de
encomienda y 115 regulares; 253 abadías de mujeres consideradas
regulares; en resumen, casi todas las abadías regulares se debían al
nombramiento real. El descrédito del clero regular se debía en parte a
la importancia de sus considerables propiedades, cuyas rentas iban a
los conventos despoblados y aún más a los abades encomenderos
ausentes. Los mismos prelados eran muy severos para con el clero
regular; según el arzobispo de Tours, en 1778, “la raza franciscana (de
la Orden de San Francisco de Asís) está envilecida en provincias. Los
obispos se quejan de la conducta crapulosa y desordenada de estos
religiosos”.

El relajamiento de la disciplina continuaba, en efecto. Muchos monjes


adoptaban las nuevas ideas, leían a los filósofos. Eran los que iban a
proporcionar una parte del clero constitucional, una parte incluso de
los revolucionarios. La decadencia era menos sensible en las
comunidades de mujeres, en especial las que se ocupaban de la
enseñanza o asistencia: precisamente las que eran más pobres. Las
abadías antiguas gozaban a veces de considerables rentas. Gran parte
de las abadías eran por nombramiento del rey. Con frecuencia, el rey
no dejaba las rentas de estas abadías a los propios monjes; las daba en

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

encomienda a beneficiarios, eclesiásticos seculares e incluso laicos


que no ejercían la función, pero que percibían la tercera parte de la
renta.

El clero secular estaba expuesto también a una verdadera crisis. La


vocación religiosa no se basaba, como en el pasado, en el fundamento
único de la fe; la propaganda filosófica la había debilitado desde hacía
tiempo.

En realidad el clero, aunque constituyese un estamento y poseyese


una unidad espiritual, no formaba un conjunto socialmente
homogéneo. En sus filas, como en el conjunto de la sociedad del
Antiguo Régimen, se oponían nobles y campesinos, el bajo y el alto
clero, la aristocracia y la burguesía.

El alto clero, obispos, abades y canónigos, se reclutaba cada vez de


modo más exclusivo en la nobleza; entendía con esto que defendía sus
privilegios, de cuyo beneficio el bajo clero quedaba generalmente
excluido. Ni uno solo de los 139 obispos no era noble en 1789. La
mayor parte de las rentas del estamento iba a los prelados; el fausto y
la magnificencia de los príncipes de la Iglesia igualaba al de los
grandes señores laicos: la mayor parte residían en la Corte y no se
ocupaban demasiado de su obispado; el de Estrasburgo, cuyo titular
era príncipe y landgrave, proporcionaba 400.000 libras de renta.

El bajo clero (50.000 curas y vicarios) conocía con frecuencia lo que


eran verdaderas dificultades. Curas y vicarios, casi todos de origen
campesino, no percibían más que la parte congrua (750 libras para los
curas, 300 para los vicarios, desde 1786), que les dejaban los
beneficiarios, eclesiásticos y, a veces, incluso, laicos, que percibían
las rentas del curato sin ejercer los cargos. También los curas y los
vicarios constituían frecuentemente la verdadera plebe eclesiástica,

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

nacida del pueblo, que vivía con él y compartía su espíritu y sus


aspiraciones. El ejemplo del bajo clero delfiniano es bastante
significativo en este sentido. Más que en cualquier otra provincia, en
el Delfinado apareció muy pronto la insurrección de los curas, que
provocó la escisión del estamento clerical en las primeras reuniones
de los Estados generales. Este espíritu de venganza se explicó por el
número tan elevado de congruistas que habían sido dejados aparte por
el alto clero y por el apoyo que hallaron cerca de los parlamentarios.
Las dificultades materiales en las que se debatían curas y vicarios les
llevaron a formular reivindicaciones temporales, que pronto llegaron
al campo teológico. A partir de 1776 el futuro obispo constitucional
de Grenoble, Henry Reymond, publicó un libro, inspirado por el
richérisme (1) que establecía los derechos de los párrocos en la
historia de los primeros siglos de la Iglesia, la tradición de los
Concilios y la doctrina de los padres. En 1789, la memoria de
cuestiones expuestas al Rey de los del Delfinado, aunque conservando
un tono respetuoso para con los obispos, llevó estas ideas hasta sus
conclusiones extremas, vinculando la suerte del bajo clero a la del
Tercer Estado.

A pesar de esta actitud del bajo clero, no se puede olvidar que la


sociedad del Antiguo Régimen, la Iglesia, había vinculado su suerte a
la de la aristocracia. Esta última, pues, no había cesado, durante todo
el transcurso del siglo XVIII, de cerrarse a medida que se agravaban
sus condiciones de existencia. Frente a la burguesía se transformaba
en casta: la nobleza de la espada, la nobleza de la toga, la alta Iglesia,
se reservaba el monopolio de los cargos militares, judiciales o
eclesiásticos, de los cuales se excluía a los rurales u hombres llanos. Y
esto en el momento en que esta aristocracia se había convertido en

1
Doctrina del predominio de la riqueza. (N. del T.)

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

algo puramente parasitario, que no justificaba en absoluto, por los


servicios prestados al Estado o a la Iglesia, los honores y los
privilegios que habían podido constituir en un momento dado una
contrapartida legítima. La aristocracia se aislaba de la nación por su
inutilidad, por sus pretensiones, por su obstinada despreocupación
frente al bienestar general.

II. AUGE Y DIFICULTADES DEL TERCER ESTADO

El tercer estamento se denominaba, desde finales del siglo XV, con el


nombre de Tercer Estado. Representaba a la inmensa mayoría de la
nación, o sea, a más de 24 millones de habitantes, a finales del
Antiguo Régimen. El clero y la nobleza ya estaban constituidos, antes
que éste, desde hacía tiempo; pero la importancia social del Tercer
Estado aumentó rápidamente, de aquí el papel de sus miembros en la
nación y en el Estado. Desde principios del siglo XVII, Loyseau
comprobó que el Tercer Estado tenía

“ahora mucho más poder y autoridad que antes. Son casi todos
funcionarios de la justicia y de las finanzas, desde que la nobleza ha
despreciado las letras y abrazado el ocio”.

Sièyes ha hecho resaltar muy bien la importancia del Tercer Estado a


finales del Antiguo Régimen, en su folleto tan famoso de 1789: ¿Qué
es el Tercer Estado? A esta pregunta responde: Todo. Demuestra en
su primer capítulo que el Tercer Estado es una nación completa:

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

“¿Quién se atrevería a decir que el Tercer Estado no tiene en sí todo


lo que hace falta para constituir una nación completa? Es el hombre
fuerte y robusto que todavía tiene un brazo encadenado. Si se quitase
el estamento privilegiado, la nación no sería la cosa de menos, sino la
cosa de más. Así, pues, ¿qué es el Tercer Estado? Todo, pero un todo
obstaculizado y oprimido. ¿Qué sería sin el estamento privilegiado?
Todo, pero un todo libre y floreciente. Nada puede marchar sin él;
todo iría infinitamente mejor sin los otros”.

Sièyes termina diciendo:

“El Tercer Estado abarca todo cuanto pertenece a la nación, y todo


cuanto no sea el Tercer Estado no puede considerarse como la
nación”.

El Tercer Estado comprendía a las clases populares de los campos y


de las ciudades. Además, no es posible trazar un límite claro entre
esas diversas categorías sociales, la pequeña y la mediana burguesía,
compuestas esencialmente por artesanos y comerciantes. A estas
clases medias se unían los miembros de las profesiones liberales:
magistrados no nobles, abogados, notarios, profesores, médicos y
cirujanos. De la alta burguesía salían los representantes de las
finanzas y del comercio importante; en primer lugar estaban los
armadores y financieros; los cobradores de impuestos generales y los
banqueros. Arremetían contra la nobleza por la fortuna, aunque tenían
la ambición de pertenecer a ella adquiriendo un cargo y un título
nobiliario. Lo que más allá de esta diversidad social constituía la
unidad del Tercer Estado, era la oposición a los privilegios y la
reivindicación de la igualdad civil. Una vez adquirida esta última, la
solidaridad de las diversas categorías sociales del Tercer Estado

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

desaparecería: de aquí, el desarrollo de las luchas de clase bajo la


Revolución. El Tercer Estado, que agrupaba también a todos los
campesinos, constituía, pues, un estamento, pero no una clase; era
una especie de entidad, de la que no se podía formar una idea exacta
más que descomponiendo sus diversos elementos sociales.

1. Poder y diversidad de la burguesía

La burguesía constituía la clase preponderante del Tercer Estado;


dirigió la Revolución y sacó provecho de ella. Ocupaba, por su riqueza
y su cultura, el primer puesto en la sociedad, posición que estaba en
contradicción con la existencia oficial de los estamentos
privilegiados. Teniendo en cuenta su lugar en la sociedad y el lugar
que ocupaba en la vida económica, se pueden distinguir diversos
grupos: el de los burgueses, propiamente dichos, burguesía pasiva de
rentistas que vivían del beneficio capitalizado o de las rentas de la
propiedad territorial; el grupo de las profesiones liberales, de los
hombres de leyes, de los funcionarios, categoría compleja y muy
diversa; el grupo de artesanos y comerciantes, pequeña o mediana
burguesía, vinculada al sistema tradicional de la producción y del
cambio; el grupo de la gran burguesía de los negocios, categoría activa
que vivía directamente del beneficio, el ala comercial de la burguesía.
Con relación al conjunto del Tercer Estado, la burguesía constituía
naturalmente una minoría, incluso abarcando el conjunto de los
artesanos. Francia, a finales del siglo XVIII, continuaba siendo
esencialmente agrícola y, para la producción industrial, un país de
artesanos; el crédito estaba poco extendido, había un numerario
escaso en circulación. Estas características repercutían en la
composición social de la burguesía.

La burguesía de rentistas formaba un grupo económicamente pasivo,


producto de la burguesía del comercio o de los negocios, viviendo del

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

interés del capital. La burguesía se había enriquecido durante el


transcurso del siglo; el número de rentistas no había dejado de
aumentar. Por ejemplo, Grenoble, en donde la categoría de los
rentistas (y de las viudas) se incrementaba constantemente: en 1773,
los rentistas representaban el 21,9 por 100 del efectivo burgués; los
hombres de leyes, el 13,8 por 100; los comerciantes, el 17,6 por 100;
en 1789, la proporción de los comerciantes había disminuido en un
11 por 100, mientras que la de los rentistas se elevaba a un 28 por
100. En Tolosa esta burguesía de rentistas se componía
aproximadamente de un 10 por 100 del conjunto. En Albi, la
proporción disminuía en un 2 a 3 por 100. El grupo de los rentistas
parecía haber englobado aproximadamente a un 10 por 100 del
conjunto de la burguesía. Había, sin embargo, una gran diversidad en
cuanto a la calidad del rentista. En El Havre, un historiador habla de
“una burguesía envilecida por pequeños y minúsculos rentistas”. En
Rennes se vuelve a hallar al rentista muy elevado o muy bajo en la
escala social. Rentista quería decir como una cierta clase de vida
(vivir burguesamente), con múltiples niveles, según la extrema
diversidad de las fortunas. También era muy diverso el origen de estas
rentas, pues podía provenir de acciones en las empresas comerciales,
rentas del Ayuntamiento (servicio de préstamos), alquileres urbanos,
arrendamientos rurales. La propiedad territorial de la burguesía (bien
entendido que se trata de la burguesía en su conjunto y no sólo de la
burguesía de los rentistas) puede valorarse en un 12 a 45 por 100 de
las tierras según las regiones: 16 por 100 en el Norte, 9 por 100 en
Artois, 20 por 100 en Borgoña, más de un 15 por 100 en los Mauges,
20 por 100 en la diócesis de Montpellier. Concentrada alrededor de
las ciudades , la compra de bienes raíces situados en lugares próximos
a sus residencias urbanas constituía siempre la inversión favorita de
los numerosos burgueses enriquecidos en el comercio.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

La burguesía de las profesiones liberales formaba un grupo muy


diverso en donde el Tercer Estado halló sus principales intérpretes.
Incluso aquí ocurría que la ascendencia era con frecuencia comercial
y el capital inicial provenía de estas ganancias. Los títulos de los
cargos que no concedían nobleza se incluían en esta categoría; los
cargos de justicia o finanzas, cuya dignidad se acompañaba de una
función pública. Los funcionarios eran los propietarios de su cargo
porque lo habían comprado. En primer lugar, estaban las profesiones
liberales, propiamente dichas; las profesiones jurídicas eran muy
numerosas: procuradores, oficiales, notarios y abogados de las
múltiples jurisdicciones del Antiguo Régimen. Las demás profesiones
liberales no constituían una cifra tan notable. Los médicos eran raros
y no gozaban de gran consideración, salvo algunos cuantos que habían
logrado la celebridad (Tronchin, Guillotin...). En las pequeñas ciudades
se conocía, sobre todo, al farmacéutico o al cirujano que, hasta poco
tiempo antes, era al mismo tiempo barbero. Los profesores tenían aún
menos importancia, salvo algunos de ellos, que enseñaban en el
Colegio de Francia o en las Facultades de Derecho o de Medicina.
Eran poco numerosos, ya que la Iglesia tenía el monopolio de la
enseñanza. La mayoría de los laicos que enseñaban eran maestros de
escuela o preceptores. Por último, las gentes de letras y los
nouvellistes (periodistas) eran relativamente numerosos en París
(Brissot...). En Grenoble, en donde la existencia de un Parlamento
daba lugar a la presencia de numerosos legisladores, abogados y
procuradores, los juristas constituían un 13.8 por 100 del efectivo
burgués. En Tolosa, también ciudad con Parlamento y cabeza de la
administración provincial, los funcionarios titulares de los cargos de
judicatura y finanzas no pertenecían a la nobleza, y los miembros de
las profesiones liberales suponían del 10 al 20 por 100 del grupo. En
Pau, con unos 9.000 habitantes, 200 ejercían profesiones judiciales o
liberales. Para el conjunto del país, se puede considerar el grupo de

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

las profesiones liberales como de un 10 a un 20 por 100 de los


efectivos de la burguesía. Las condiciones continuaban siendo muy
variadas, como lo eran los honorarios o sueldos. Algunos se
aproximaban a la aristocracia, otros permanecían en una situación
media. Con un nivel de vida en general muy sencillo, de una cultura
intelectual amplia, adepta y entusiasta de las ideas filosóficas, esta
fracción de la burguesía, las gentes de leyes, en primer lugar, fueron
quienes interpretaron el primer papel en 1789; fue la que proporcionó
una gran parte de los revolucionarios.

La pequeña burguesía artesana y comerciante, como, por encima de


ella, la burguesía de los negocios, vivía de los beneficios; estos
estratos poseían los medios de producción y constituían
aproximadamente los dos tercios de los efectivos de la burguesía. De
abajo a arriba de esta clasificación, la diferenciación social se hacía
por la disminución de la función del trabajo y el aumento de la del
capital. Para el artesano y el comerciante, a medida que se iba
descendiendo en la escala social, la parte del capital era cada vez
menos importante y la renta provenía cada vez más del trabajo
personal. De este modo se pasaba insensiblemente a las clases
populares propiamente dichas. Esta categoría social estaba vinculada
a las formas tradicionales de la economía, al pequeño comercio y al
artesanado, caracterizados tanto por la dispersión de los capitales
como de la mano de obra, diseminada por los talleres. La técnica era
rutinaria; los utensilios, mediocres. Esta producción artesana tenía
todavía una gran importancia. Las transformaciones de las técnicas de
producción y de intercambio llevaban consigo una crisis de las formas
tradicionales de la economía. El régimen corporativo se oponía a las
concepciones del liberalismo económico y de la libre competencia. A
finales del siglo XVIII, el descontento reinaba en la mayoría de los
artesanos. Unos, veían que su condición empeoraba y que iban a

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

quedar reducidos a la categoría de asalariados; otros, temían que les


saliesen competidores que les arruinasen. Los artesanos eran
generalmente hostiles a la organización capitalista de la producción;
eran partidarios, no de la libertad económica, como la burguesía de
los negocios, sino de la reglamentación. Para juzgar su estado de
espíritu hay que considerar las variaciones de sus rentas; se
matizaban según la parte de trabajo y de capital. Para los
comerciantes-artesanos el alza de la renta correspondía a la subida de
precios: en el siglo XVIII, bastantes hijos de taberneros llegaban a la
curia (pasantes de procuradores, secretarios-escribanos) y a las
profesiones liberales. Los artesanos-comerciantes, que producían para
la clientela, se beneficiaban también de la subida de precios: sus
productos aumentaban. En cuanto a los artesanos, trabajadores del
artesanado dependiente, vivían esencialmente de un salario (la tarifa)
y eran víctimas de la separación, cada vez mayor, entre la curva de
los precios y la de los salarios: incluso si su salario nominal
aumentaba, su poder de compra disminuía. Estos artesanos
dependientes padecían la disminución general de la renta que
caracterizó a las clases populares urbanas a finales del Antiguo
Régimen. La crisis movilizó a los diversos grupos de artesanos que
proporcionaban los cuadros de los sans-culottes (desarrapados)
urbanos. Pero la diversidad de intereses les impidió formular un
programa social coherente. De aquí, algunas de las peripecias de la
historia de la Revolución, particularmente en el año II.

La gran burguesía de los negocios era una burguesía activa, que vivía
directamente del beneficio: la clase de los empresarios, en el sentido
amplio del término, la clase de los “jefes de empresa”, según Adam
Smith. También abarcaba, según sus actividades, diversas categorías
que variaban con los factores geográficos y el pasado histórico.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

La burguesía de las finanzas ocupaba el primer lugar. Cobradores de


impuestos que se asociaban para tomar en arrendamiento, cada seis
años, la percepción de los impuestos indirectos, los banqueros, los
proveedores del ejército y los funcionarios de las finanzas, constituían
una verdadera aristocracia burguesa, con frecuencia unida a la
aristocracia de nacimiento. Su papel social era inmenso, actuaban de
mecenas, protegían a los filósofos. Lograban grandes fortunas gracias
a la percepción de impuestos indirectos, a los préstamos al Estado, a
la aparición de las primeras sociedades por acciones. La dureza de los
impuestos cobrados por designación real los hizo impopulares; en
1793 los cobradores de impuestos por concesión real fueron enviados
al patíbulo.

La burguesía del comercio era especialmente floreciente en los


puertos marítimos. Burdeos, Nantes, La Rochelle, se enriquecían con
el comercio de las islas, las Antillas, Santo Domingo, sobre todo. De
estas islas llegaba azúcar, café, añil, algodón; el tráfico de la madera
de ébano les proporcionaba esclavos negros, siendo la trata de negros
una fuente grande de ingresos. En 1768, el comercio de Burdeos se
consideraba capaz de proporcionar a las islas de América,
aproximadamente, la cuarta parte de la importación anual de negros
de trata francesa. Este mismo puerto de Burdeos, en 1771, importaba
por valor de 112 millones de libras de café, 21 millones de añil, 19
millones de azúcar blanca y 9 millones de libras de azúcar en bruto.
Marsella se había especializado en el comercio de Levante, en el cual
Francia ocupaba el primer lugar. De 1716 a 1789 el comercio se
cuadriplicó. De este modo se amasaron en los puertos y en las
ciudades comerciales grandes fortunas; aquí se reclutaron los jefes del
partido vinculado a la primacía de la burguesía, monárquicos
constitucionales, después girondinos. Estas riquezas amasadas
servían a la burguesía para adquirir tierras, signo de superioridad

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

social en esta sociedad todavía feudal, y también para financiar la


gran industria naciente. El auge comercial precedía al desarrollo
industrial.

La burguesía manufacturera apenas si se separaba de la del comercio.


Durante largo tiempo, la industria (se decía la fábrica o la
manufactura) no había sido más que un anexo del negocio: el
negociante proporcionaba a los artesanos que trabajaban en su
domicilio la materia prima, recibiendo el producto fabricado. La
industria rural, muy desarrollada en el siglo XVIII, tenía esta forma:
millares de campesinos trabajaban para los negociantes de las
ciudades. La gran producción capitalista se manifestaba en las nuevas
industrias exigiendo un utensilio costoso. La concentración industrial
empezaba a esbozarse. En el campo de la industria metalúrgica se
constituían grandes empresas en Lorena, en el Creusot (1787). La
Creusot, sociedad por acciones, poseía un utillaje de perfeccionado:
máquinas de fuego, ferrocarriles de caballos, cuatro altos hornos, dos
grandes fraguas: la taladradora era la más importante de todas las
fundiciones similares de Europa. Dietrich, el rey del hierro de
entonces, iba a la cabeza de un grupo industrial, el más poderoso de
Francia; sus fábricas, en Niederbronn, reunían más de 800 obreros;
poseía empresas en Rothau, Jaegerthal, Reischoffen. Los privilegiados
contrabandeaban todavía una parte importante de la producción
siderúrgica, los gentileshombres no perdían nada imponiendo su ley a
la forja. Por ejemplo, los Wendel, en Charleville, Hamburgo, Hayange.
La industria hullera se renovaba también. Se constituían sociedades
por acciones, permitiendo de este modo que la explotación fuese más
racional y la concentración de numerosos obreros; la Compañía de
minas de Anzin, fundada en 1757, daba trabajo a 4.000 obreros. A
finales del Antiguo Régimen se esbozaban ciertos rasgos de la gran
industria capitalista.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

El ritmo y el crecimiento industrial, estudiado por Pierre Léon


durante el período de 1730-1830, “el siglo XVIII industrial, era tan
diverso como las regiones y más todavía según los sectores de
producción.

Sectores de crecimiento lento: las industrias de base, los textiles


tradicionales, algodón, telas de lino y cáñamo. El desarrollo de la
producción para el conjunto de Francia, en el transcurso del siglo,
había sido relativamente débil: un 61 por 100. Teniendo en cuenta los
matices regionales, el Languedoc había visto crecer su producción en
un 143 por 100, de 1703 a 1789, y las generalidades de Montauban y
de Burdeos, en un 109 por 100 en esas mismas fechas. La Champaña
acusaría un crecimiento de un 127 por 100, de 1629 a 1789; el Berry,
en un 81 por 100; el Orleanesado, un 45 por 100; Normandía, un 12
por 100 sólo en esos mismos límites cronológicos. Auvernia y Poitou
habían quedado estacionados; ciertas provincias habían tendido a
disminuir, como el Lemosín (-18 por 100) y la Provenza (-36 por 100).

Sectores de crecimiento rápido: las “nuevas” industrias vivificadas


por una técnica de progreso y por importantes inversiones, la
industria del carbón, la metalúrgica, los nuevos textiles. En la
industria del carbón, y teniendo en cuenta el carácter aproximado de
las estadísticas, Pierre Léon valora el aumento de la producción de un
7 a un 800 por 100; en Anzin, en donde se dispone de series
continuas, el coeficiente de crecimiento de la producción asciende, de
1744 a 1789, a 681 por 100. En la metalurgia, el crecimiento es poco
hasta la Revolución; después se acelera, pero desciende a partir de
1815. Así la producción de las fundiciones acusa un crecimiento de
un 72 por 100, de 1738 a 1789, pero de 1100 por 100, de 1738 a
1811. En cuanto al algodón y a las telas estampadas, industrias
nuevas, las cifras globales no sirven; la región de Ruán da para las

35
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

primeras un crecimiento de 107 por 100, de 1732 a 1766, mientras


que las cifras para las telas de indianas mulhusianas aumentan a un
738 por 100, de 1758 a 1786. La industria antigua se aprovecha de la
prosperidad nacional, y la sedería tiene todo el aspecto de una
industria nueva: en Lyon el número de oficios crece en un 185 por
100, de 1720 a 1788; en el Delfinado, la producción de las sedas
torzales en un 400 por 100 (en peso), de 1730 a 1767.

Por muy importante que haya sido la expansión de la industria


francesa, la influencia del desarrollo industrial sobre el crecimiento
económico general del país, parece fue relativamente pequeña. En lo
que respecta a la agricultura, pudo provocar, según el desarrollo de la
industria, por elevación de la renta territorial, el crecimiento de la
renta agrícola, que lleva consigo importantes inversiones en las
empresas industriales. En cuanto al comercio, el crecimiento
industrial no dejó de influir sobre su estructura. De 1716 a 1787 el
aumento de las exportaciones de productos fabricados fue de 221 por
100 (desarrollo global de las exportaciones francesas: 298 por 100).
Excepción hecha del comercio colonial, la parte de las materias
primas industriales en las importaciones pasaba en esas mismas
fechas de 12 a 42 por 100.

El espectáculo de esta actividad económica dio a los hombres de la


burguesía conciencia de clase y les hizo que se opusieran
irremediablemente a la aristocracia. Sièyes, en su folleto, define al
Tercer Estado por los trabajos particulares y las funciones públicas
que asume: el Tercer Estado es toda la nación. La nobleza no sabe
formar parte de él, no entra en la organización social; permanece
inmóvil en medio del movimiento general, devora “la mayor parte del
producto, sin haber contribuido en absoluto a su nacimiento...Una

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

clase social semejante es, con toda seguridad, extraña a la nación, por
su desidia”.

Barnave fue más agudo. Había sido educado, es cierto, en medio de


esta actividad industrial, que, si damos fe al inspector de las fábricas
Roland, según escribía en 1785, hacía del Delfinado, por la variedad,
la densidad de las empresas y la importancia de la producción, la
primera provincia del reino. En su Introduction á la Révolution
française, escrita después de la separación de la Asamblea
constituyente, Barnave, estableciendo el principio de que la propiedad
influye sobre las instituciones, afirma que las creadas por la
aristocracia territorial obstaculizan y retrasan el advenimiento de la
era industrial:

“Desde el momento en que las artes y el comercio penetran en el


pueblo y crean un nuevo medio de riqueza en beneficio de la clase
trabajadora, se prepara una revolución en las leyes políticas; una
nueva distribución de la riqueza produce una nueva distribución del
poder. Lo mismo que la posesión de tierras ha elevado a la
aristocracia, la propiedad industrial eleva el poder del pueblo”.

Barnave habla de pueblo donde nosotros entendemos burguesía Esta


se identificaba con la nación. La propiedad industrial, o más bien
inmueble, lleva consigo el advenimiento político de la clase que la
detenta. Barnave afirmaba con toda claridad el antagonismo de la
propiedad territorial y de la propiedad inmobiliaria, y de las clases
que se fundaban en ellas. La burguesía comercial e industrial tenía un
sentido muy agudo de la evolución social y del poder económico que
representaba. Llevó, con una conciencia segura de sus intereses, la
Revolución a su término.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

2. Las clases populares urbanas: el pan cotidiano

Estrechamente vinculadas a la burguesía revolucionaria por odio a la


aristocracia y al Antiguo Régimen, cuyo peso habían soportado, las
clases populares urbanas no dejaban de estar menos divididas en
diversas categorías, y su comportamiento no fue uniforme durante el
transcurso de la revolución. Aunque todas se habían enfrentado hasta
el final contra la aristocracia, las actitudes habían variado respecto de
aquellas sucesivas fracciones de la burguesía que fueron a la cabeza
del movimiento revolucionario.

A la masa que trabajaba con sus brazos y que producía se le


denominaba, desdeñosamente, pueblo. Este adjetivo se lo daban sus
dueños, aristócratas o grandes burgueses. De hecho, de la burguesía
media, para emplear la terminología actual, al proletariado, los
matices eran muy numerosos, así como los antagonismos. Se ha
citado con frecuencia la frase de la mujer de Lebas, de la Convención,
hija del carpintero Duplay (entiéndase “empresario en carpintería”),
huésped de Robespierre, según la cual su padre, preocupado por su
dignidad burguesa, no había admitido nunca en su mesa a uno de sus
servidores, es decir, de sus obreros. Así se medía la distancia que
separaba a los jacobinos y los sans-culottes (desarrapados) de la
pequeña o mediana burguesía y de las clases populares propiamente
dichas.

¿Dónde estaban los límites de unas y otras? Es difícil, si no


imposible, precisarlos. En esta sociedad, con preponderancia
aristocrática, las categorías sociales englobadas bajo el término
general de Tercer Estado no estaban claramente delimitadas; la
evolución capitalista se encargó de precisar los antagonismos. La
producción artesana que dominaba aún y el sistema de comercio a

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

base de cambios llevaba a cabo traslaciones apenas perceptibles del


pueblo a la burguesía.

El artesanado dependiente se situaba en el límite de las clases


populares y de la pequeña burguesía: artesano tipo obrero lionés de la
seda, remunerado al arbitrio del negociante-capitalista que
proporcionaba la materia prima y comercializaba el producto
fabricado. El artesano trabajaba en su casa, sin la vigilancia del
negociante; los útiles de trabajo generalmente le pertenecían; con
frecuencia contrataba a compañeros suyos, y entonces venía a ser
como un pequeño patrono. Pero en realidad, económicamente este
artesano no era más que un asalariado del comerciante acaudalado.
Esta estructura social y la dependencia de estos artesanos con
relación a la tarifa fijada por los negociantes dan idea de las
complicaciones de Lyon en el siglo XVIII y en especial de los motines
de los obreros de la seda en Lyon, en 1744, que obligaron al
intendente a meter al ejército en la ciudad.

Hay que distinguir, por otra parte, los obreros del grueso de los oficios
(producción artesana), de los de las manufacturas y la gran industria
naciente, bastante menos numerosos.

Los oficiales y aprendices agrupados en las corporaciones


permanecían bajo la estrecha dependencia económica e ideológica de
los dueños. En los oficios de tipo artesano, el taller familiar constituía
una célula autónoma de producción: de aquí, un cierto tipo de
relaciones sociales. Sin que fuese una regla absoluta, no solamente los
aprendices, sino los oficiales (uno o dos habitualmente), vivían bajo el
techo del dueño, “con pan, olla, cama y casa”. Esta costumbre
continuaba todavía en vigor en muchos oficios cuando estalló la
Revolución. En la medida en que tendía a desaparecer, traía consigo
también la desunión de los dueños y trabajadores y la disociación del

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

mundo tradicional del trabajo, acentuado por el aumento progresivo


del número de trabajadores.

Los obreros de las manufacturas podían subir fácilmente los diversos


escalones de su situación laboral; no se les exigía ningún aprendizaje
regular, pero estaban sometidos a la disciplina más estricta de los
reglamentos en los talleres; les era difícil dejar a su patrono; era
necesario que presentasen un despido por escrito; en 1781, la
obligación de la cartilla de trabajo establecida para todo asalariado. La
importancia numérica de este grupo de asalariados urbanos que
anunciaba el proletario del siglo XIX no debe exagerarse.

El asalariado de clientela constituía el grupo tal vez más importante


de las clases populares urbanas: periodistas, jardineros, comisionistas,
aguadores, leñadores, recaderos, que hacían recados o pequeños
trabajos. A esto hay que añadir el personal doméstico de la
aristocracia o de la burguesía (criados, cocineros, cocheros...),
especialmente numeroso en ciertos barrios de París, como el de Saint-
Germain. Y durante la estación mala, los campesinos que venían a
ofrecer sus servicios en la ciudad; así en París, los limosinos, que eran
numerosos desde el otoño a la primavera en los oficios de albañilería.

Las condiciones de existencia de las clases populares urbanas se


agravaron en el siglo XVIII. El aumento de la población en las
ciudades y la subida de los precios contribuyó al desequilibrio de los
salarios con relación al coste de vida. Hubo en la segunda mitad del
siglo una tendencia a la depauperación de las clases asalariadas. Para
la artesanía, las condiciones de vida de los oficiales no se diferencian
demasiado de las de los patronos; eran simplemente inferiores. La
jornada de trabajo era, en general, desde el alba a la noche. En
Versalles, en multitud de talleres, el trabajo duraba, durante el buen
tiempo, desde las cuatro de la mañana hasta las ocho de la noche. En

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

París, en la mayoría de los oficios, se trabajaba dieciséis horas; los


encuadernadores e impresores, cuya jornada no pasaba de catorce
horas, estaban considerados como privilegiados. El trabajo, es cierto,
era menos intenso que ahora, con un ritmo más lento; las fiestas
religiosas, en las que no se trabajaba, eran relativamente numerosas.

El problema esencial de la clase popular era el del salario y su poder


adquisitivo. Las desigualdades de la subida de precios alcanzaban de
muy diversas maneras a las clases de la población, según estuviese
constituido su presupuesto. Los cereales aumentaban más que todo lo
demás; el pueblo fue quien más padeció, debido al aumento de
población, sobre todo en las categorías sociales inferiores, y a la
importancia del pan en la alimentación del pueblo. Para fijar un índice
del coste de vida del pueblo es necesario determinar,
aproximadamente, la proporción entre las diversas categorías de
gastos; para el siglo XVIII, E. Labrousse atribuye al pan la mitad de la
renta popular (como mínimo); un 16 por 100, a las legumbres, al
tocino y al vino; un 15 por 100, al vestido; un 5 por 100, a la
calefacción; un 1 por 100, al alumbrado. Aplicando los índices de
larga duración al precio de cada uno de estos diferentes artículos, E.
Labrousse termina diciendo que, con relación al período de descenso,
comprendido de 1726 a 1741, el coste de la vida aumentó en un 45
por 100 durante el ciclo 1771-1789, y un 62 por 100 durante los años
1785-1789. Así, las variaciones, según las estaciones, introducían
efectos desastrosos. Las vísperas de 1789, la parte de pan en el
presupuesto popular constituía un 58 por 100, como consecuencia de
la subida general; en 1789 llegó hasta un 88 por 100; no quedaba más
que un 12 por 100 de renta para los demás gastos. El alza de los
precios no influía sobre las categorías sociales acomodadas; a los
pobres los abrumaba.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Los salarios variaban, naturalmente, según los oficios y las ciudades.


Los especializados de las ciudades podían ganar 40 céntimos. El
término medio no pasaba de 20 a 25 céntimos, en los textiles
especialmente. Hacia finales del reinado de Luis XIV, Vauban
estimaba que el salario medio era de 15 céntimos. Los salarios eran
estables hasta la mitad del siglo XVIII. Una encuesta de 1777 valoraba
el salario medio en 17 céntimos. Puede considerársele en unos 20
céntimos hacia 1789. La libra de pan costaba 2 céntimos en los años
prósperos; el poder de compra del obrero medio representaba, pues,
hacia finales del Antiguo Régimen, diez libras de pan. El problema
está en saber si el movimiento de los salarios niveló la incidencia de
la subida de precios sobre el coste de la vida popular, o si la agravó.
Partiendo del período de base, 1726-1741, las series estadísticas
constituidas por E. Labrousse dan cuenta de un aumento de los
salarios de un 17 por 100 para el período 1771-1789; pero casi en la
mitad de los casos (si se trata de series locales), el alza de salarios no
llega a un 11 por 100. Con relación a los años 1785-1789, el alza de
los precios fue de un 22 por 100; sobrepasó el 26 por 100 en tres
generalidades. El alza de salarios varió según las profesiones; para la
construcción fue de un 18 por 100 (1771-1789), y de 24 por 100
(1785-1789); para el jornalero agrícola, 12 por 100 y 16 por 100; los
textiles parecen quedarse a medio camino. La subida de salarios, en
larga duración, fue muy débil con relación a la de los precios (48 por
100 y 65 por 100); los salarios siguieron a los precios sin lograr
alcanzarlos. Las variaciones cíclicas y estacionarias en los salarios
agravaron la separación, teniendo en cuenta que estaban en sentido
inverso a las de los precios. En efecto, en el siglo XVIII, la excesiva
carestía provocó el paro, la escasez de la recolección redujo las
necesidades de los campesinos. La crisis agrícola llevó consigo la
crisis industrial. La parte considerable de pan en el presupuesto
popular disminuía la de las demás compras, cuando su precio subía.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Comparando la subida del salario nominal con la del coste de vida, se


verá que el salario real disminuyó en lugar de aumentar. E. Labrousse
estima que, tomando la base de 1726-1741, la diferencia es menos de
una cuarta parte para los años 1785-1789; si se tiene en cuenta las
subidas cíclicas y estacionarias de los precios, la diferencia se eleva a
más de la mitad. Como las condiciones de vida de esa época exigían
que la reducción se hiciese esencialmente sobre las mercancías
alimenticias, el período de subida del siglo XVIII llevó consigo un
aumento de la miseria para las clases populares. Las fluctuaciones
económicas tuvieron consecuencias sociales y económicas
importantes: el hambre movilizó a los sans-culottes.

La agravación de las condiciones de existencia populares no escapó a


los observadores y teóricos de la época. El primero, Turgot (sus
Réflexions sur la formation et la distribution des richesses datan de
1766), fue quien formuló la ley del bronce de los salarios: según la
naturaleza de las cosas, el salario del obrero no podía sobrepasar lo
que consideraba mínimo para su conservación y reproducción.

A pesar de los conflictos sociales entre las masas populares y la


burguesía, aquéllas se enfrentan, sobre todo, con la aristocracia.
Artesanos, tenderos y obreros a sueldo tenían sus resentimientos
contra el Antiguo Régimen, odiaban a la nobleza. Este antagonismo
esencial se fortalecía por el hecho de que muchos de los trabajadores
de la ciudad tenían un origen campesino y conservaban sus
vinculaciones con el campo. Detestaban al noble, por sus privilegios,
por su riqueza territorial, por los derechos que percibía. En cuanto al
Estado, las clases populares reivindicaban sobre todo el aligeramiento
de las cargas fiscales, especialmente la abolición de los impuestos
indirectos y de las concesiones, de donde las municipalidades sacaban
lo más florido de sus rentas -en esto aventajaban a los ricos-.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Respecto de las corporaciones, la opinión de los artesanos y de los


obreros a sueldo estaba lejos de ser unánime. Políticamente, por
último, tendían, oscuramente, hacia la democracia.

Pero la reivindicación esencial del pueblo estaba en el pan. Lo que en


1788-1789 hizo a las masas populares extraordinariamente sensibles
en el plano político fue la gravedad de la crisis económica, que hacía
su existencia cada vez más difícil. En la mayoría de las ciudades, los
motines de 1789 tenían como origen la miseria. Su primer resultado
fue la disminución del precio del pan. Las crisis en la Francia del
Antiguo Régimen eran esencialmente agrícolas; se producían,
generalmente, por una sucesión de cosechas mediocres o claramente
deficientes; los cereales padecían entonces una subida considerable.
Muchos campesinos, pequeños productores o no, tenían que comprar
sus granos: su poder adquisitivo disminuía; la crisis agrícola
repercutía sobre la producción industrial. En 1788, la crisis agrícola
fue la más violenta de todo el siglo; en el invierno apareció la penuria;
la mendicidad, debida al paro, se multiplicó; estos desocupados
hambrientos constituyeron uno de los elementos de las masas
revolucionarias.

Ciertas categorías sociales se aprovecharon de la subida del grano: el


propietario, a quien se le pagaba en especie; el diezmero, el señor, el
comerciante, todos pertenecían precisamente a la aristocracia, al
clero, a la burguesía, es decir, a las clases dirigentes. Los
antagonismos sociales se encontraban reforzados, como también la
oposición popular contra las autoridades y el Gobierno; éste fue el
origen de la leyenda del pacto del hambre; la sospecha recaía contra
los responsables del abastecimiento de las ciudades, municipalidades
y Gobierno; el propio Necker fue acusado de favorecer a los molineros.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

De esta miseria y de esta mentalidad nacieron las emociones y las


revueltas. El 28 de abril de 1789, en París, estalló un motín, el
primero, contra un fabricante de papeles pintados, Réveillon, y un
fabricante de salitre, Hanriot, acusados de haberse manifestado en
una asamblea electoral con palabras imprudentes respecto de la
miseria del pueblo. Réveillon parece haber dicho que un obrero podía
muy bien vivir con 15 céntimos. Hubo una manifestación el 27 de
abril; el 28, las dos casas fueron saqueadas; el jefe de policía hizo salir
al ejército; los amotinados se resistieron. Hubo muertos. Los motivos
económicos y sociales de esta primera jornada revolucionaria son
evidentes; no era un motín político. Las masas populares no tenían
puntos de vista precisos sobre los acontecimientos políticos. Fueron
más bien móviles de tipo económico y social los que les pusieron en
acción. Pero estos motines populares tuvieron a su vez consecuencias
políticas, aunque no fuese más que la de conmover al poder.

Para resolver el problema de la penuria y de la carestía de las


subsistencias, el pueblo estimaba que lo más sencillo era recurrir a la
reglamentación y aplicarla con rigor, sin retroceder ante la requisa y
el impuesto. Sus reivindicaciones en materia económica se oponían a
las de la burguesía que, en este sentido como en otros, reclamaba la
libertad. Estas reivindicaciones explican, en último examen, la
irrupción del pueblo en la escena política de julio de 1789, mientras
que las contradicciones en el seno del Tercer Estado dan idea de
ciertas peripecias, especialmente del intento democrático del año II.

3. El campesinado: unidad real, antagonismos latentes

Al final del Antiguo Régimen, Francia continuaba siendo un país


esencialmente rural; la producción agrícola dominaba la vida
económica . De ahí la importancia del problema campesino durante la
Revolución.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

En primer lugar, la importancia de los campesinos en el conjunto de


la población francesa. Si se tiene en cuenta la cifra de 25 millones de
habitantes en 1789, y si se valora la población urbana en un 16 por
100 aproximadamente, la población rural constituye una gran masa,
seguramente más de 20 millones. En 1846, fecha en que los
empadronamientos dieron el estado de la relación población rural-
población urbana, representaba todavía la población rural el 75 por
100 del total.

En segundo lugar, la importancia que tuvieron los campesinos en la


historia de la Revolución. No hubiera podido tener éxito la Revolución
y la burguesía aprovecharlo si las masas de campesinos hubieran
permanecido pasivas. El motivo esencial de la intervención de los
campesinos en el transcurso de la Revolución fue el problema de los
derechos señoriales y de las supervivencias de feudalismo; esta
intervención llevó consigo la abolición radical, aunque gradual
todavía, del régimen feudal. El Gran Miedo nació, en gran parte, la
noche del 4 de agosto. La adquisición de los bienes nacionales
vinculó, por otro lado, y de modo irremediable, al nuevo orden, a los
campesinos propietarios.

Al terminar el Antiguo Régimen, los campesinos franceses poseían


tierras. Con esto se oponían a los siervos sujetos a ciertos servicios
corporales de Europa central y oriental y a los jornaleros ingleses,
libres, aunque reducidos a vivir de su salario, desde que los
campesinos ingleses habían sido expropiados a partir del movimiento
de los cercados. Aún está por averiguar qué parte de tierra poseían los
campesinos: para Francia, en general, no se pueden formular
conjeturas. También está por considerar el problema de la
explotación: la propiedad territorial y la explotación rural, que
constituyen dos problemas diferentes, pero unidos; el régimen de

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

explotación podía, en cierta medida, corregir para los inconvenientes


resultantes del reparto de la propiedad territorial.

La propiedad campesina variaba, según las regiones, de un 22 a un 70


por 100 del conjunto del territorio. En las tierras, ricas en trigo o
pastoreo, del Norte, Noroeste y Oeste, era débil; un 30 por 100, en el
Norte; un 18 por 100, en los Mauges; un 22 por 100, en las llanuras de
la diócesis de Montpellier. Los campesinos eran, por el contrario,
importantes en las regiones que primitivamente fueron arboledas o
bosques, y en las montañas en donde la roturación de la tierra había
quedado abandonada a la iniciativa individual. Era mínima, en
cambio, en aquellas regiones en donde la preparación del terreno (el
desecamiento, por ejemplo) había exigido importantes trabajos para
dejar la tierra en condiciones, o en los alrededores de aquellas
ciudades en que los privilegiados y los burgueses habían acabado las
tierras. Si la proporción total de la propiedad campesina parece
bastante importante (aproximadamente un 35 por 100), la parte
correspondiente a cada campesino era mínima, teniendo en cuenta la
importancia numérica de la población rural; para muchos campesinos
esta parte era nula. El campesinado francés del Antiguo Régimen era,
generalmente, un propietario parcelario; los campesinos sin tierras,
más numerosos todavía, constituían un proletariado rural.

La clase campesina era muy variable: los dos grandes factores de su


diversidad eran, de una parte, la condición jurídica de las personas; de
otra, el reparto de la propiedad y la explotación territorial.

Desde el primer punto de vista se distinguía a los siervos y a los


campesinos libres. Si la gran mayoría de los campesinos era libre
desde hacía tiempo, los siervos eran, no obstante, numerosos, un
millón aproximadamente, en el Franco- Condado, en Nivernais. Sobre
los siervos pesaba la mano-muerta: los hijos no podían heredar los

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

bienes paternos salvo que pagasen al señor importantes derechos. En


1779, Necker había abolido la mano-muerta en el patrimonio real y,
en todo el reino, el derecho de continuidad, que permitía al señor
reivindicar sus derechos respecto de los siervos fugitivos.

Entre los campesinos libres, los trabajadores manuales o braceros,


jornaleros agrícolas, formaban un proletariado rural cada vez más
numeroso. La proletarización de las capas inferiores de la población
campesina se acentuó a finales del siglo XVIII, como consecuencia de
la reacción señorial y la agravación de los impuestos feudales y reales;
en el campo de Dijon, en Bretaña, el número de obreros manuales
dobló en un siglo, con detrimento de los pequeños cultivadores
propietarios. A pesar de la subida de salarios nominales, las
condiciones de existencia de esos propietarios rurales se agravaban
por la subida, más importante todavía, de los precios.

Muy cerca de esos proletarios rurales, un gran número de pequeños


campesinos no tenían para vivir más que una tierra insuficiente, bien
en propiedad, bien en arrendamiento; tenían que encontrar recursos
complementarios en el trabajo asalariado en la industria rural. Los
propietarios eclesiásticos, nobles o burgueses, explotaban raramente
sus tierras, las cedían en arriendo o, caso más frecuente, en régimen
de aparcería, es decir, compartiendo los frutos con el cultivador. Las
parcelas estaban con frecuencia separadas y se las arrendaba
independientemente; de manera que los jornaleros podían procurarse
alguna ganancia y los pequeños propietarios redondear su
explotación. Los colonos constituían, entre los campesinos
parcelarios, el grupo más numeroso: los dos tercios o los tres cuartos
de Francia estaban arrendados. Dominaban en el sur del Loira,
especialmente en las regiones del Centro (Sologne, Berry, Lemosín,
Auvernia...), del Oeste (afectaba aproximadamente a la mitad de las

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

tierras arrendadas en Bretaña) y del Sudoeste. Más raros en el norte


del Loira, se centraban particularmente en Lorena. La aparcería era el
modo de explotación de las regiones más pobres, aquellas en que los
campesinos no tenían ni ganado en aparcería ni créditos o adelantos.

En los países de gran cultivo, en las llanuras de cereales de la cuenca


parisina, por ejemplo, los arrendadores de cosechas importantes
acaparaban, con mucha frecuencia, en detrimento de los jornaleros y
de los pequeños campesinos, todas las tierras en arrendamiento:
verdadera “burguesía rural”, que desencadenó contra ella el odio y la
cólera de la masa campesina que contribuía a proletarizar. Era éste un
grupo social homogéneo, poco numeroso, localizado en los países de
gran cultivo, económicamente importante, iniciador en las tierras de
cereales de la transformación capitalista de la agricultura. El granjero
importante tomaba en arrendamiento una gran propiedad, durante
nueve años generalmente, que exigía un capital para su explotación.
El arrendamiento en firme, bastante menos frecuente que el
arrendamiento de aparcería, se practicaba sobre todo en las regiones
ricas en agricultura de cereales, en las llanuras trigueras, donde la
propiedad campesina era débil: Picardía, Normandía oriental, Brie,
Beauce...

Los labradores eran campesinos propietarios acomodados e incluso


ricos. Poseían bastante tierra para vivir independientes. En la masa de
los campesinos constituían un grupo poco numeroso; pero su
influencia social era grande: eran los más importantes en las
comunidades campesinas, los gallos del pueblo, una especie de
“burguesía rural”. Su papel económico era menor; sin duda
comercializaban una parte de sus cosechas, pero no constituían más
que un débil porcentaje del conjunto de la producción agrícola. En los
años buenos, los labradores daban salida a los excedentes de cereales;

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

en muchas regiones vendían esencialmente vino, cuyo precio se


caracterizó hasta cerca de 1777-1778 por una fuerte subida
(aproximadamente un 70 por 100). El campesinado propietario
acomodado se benefició de la subida de los precios agrícolas hasta los
primeros años del reinado de Luis XVI.

Así, pues, la sociedad rural llevaba consigo tantos matices y


oposiciones como la sociedad urbana: grandes arrendadores y
labradores, granjeros, colonos y pequeños campesinos propietarios, y,
por último, la masa de jornaleros; después, desde aquellos que poseían
casa y huerto y alquilaban algunas parcelas, hasta aquellos que no
tenían más que sus brazos.

La explotación tradicional del suelo permitía, en cierta medida, a los


campesinos pobres, compensar su falta de tierras. Las comunidades
campesinas continuaban estando en activo. Provistas de una
organización política y administrativa (asamblea de síndicos),
cumplían, todavía con frecuencia, una función económica: pretendían
mantener, allí donde dominaban los campesinos pobres, los derechos
colectivos. En el Norte y en el Este, el terruño del pueblo estaba
dividido en parcelas largas, estrechas y abiertas, agrupadas en tres
hazas, sobre las que alternaban los cultivos (trigo en invierno y
cereales en primavera). Un haza permanecía siempre en barbecho, con
el fin de dejar reposar la tierra. En el Mediodía sólo se distinguían dos
hazas. Las tierras en barbecho, es decir, la mitad o el tercio del
terreno cultivable, así como los campos despojados ya de sus
cosechas, se consideraban comunes, lo mismo que los prados una vez
que se había cortado la primera hierba (derecho de segunda hierba).
Unos y otros estaban sujetos al derecho de pastos comunales: cada
campesino podía hacer pastar en ellos al ganado; los campos y los
prados no estaban cercados. Los bienes comunales (pastos y bosques)

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

y los derechos de uso a ellos vinculados ofrecían otros recursos a los


campesinos; y, lo mismo, los derechos de espigar y rastrojar. Los
campesinos ricos eran hostiles a estos derechos colectivos que
restringían su libertad de explotación y su derecho de propiedad; los
pobres, por el contrario, estaban muy pegados a ellos, ya que podían
subsistir gracias a esos derechos. Todos sus esfuerzos tendían a
limitar el derecho de la propiedad individual para defender los
derechos colectivos: se oponían así al progreso del individualismo
agrario, definido, en particular, por los edictos de cercados, y la
transformación de la agricultura en el sentido capitalista. La
explotación campesina continuaba siendo, en su conjunto, de tipo
precapitalista a finales del siglo XVIII. El pequeño campesino no tenía
la misma idea de la propiedad que el propietario territorial noble o
burgués, o que el granjero de países de grandes cultivos. Su idea de la
propiedad colectiva chocaba, y debía seguir chocando todavía durante
una buena parte del siglo XIX, con la idea burguesa del derecho
absoluto del propietario y de sus bienes.

Las cargas del campesino eran tanto más duras cuanto la economía
rural era más arcaica. La unidad del campesinado se hacía realidad
contra estas cargas, impuestas por la monarquía y la aristocracia.

Primero, impuestos reales: el campesino era casi el único en pagar el


impuesto real sobre las tierras, también contribuía al impuesto per
cápita y al impuesto de la vigésima parte sobre sus rentas de bienes
muebles; tan sólo el campesino estaba sujeto a la prestación personal
para la conservación de los caminos, los transportes militares y a la
milicia; por último, los impuestos indirectos, sobre todo las gabelas,
eran especialmente duros. Estos impuestos reales fueron
acrecentándose sin cesar en el siglo XVIII: en el Flandes valón, el

51
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

impuesto directo, sólo durante el reinado de Luis XVI, aumentó en un


28 por 100.

Impuestos eclesiásticos: el diezmo se debía al clero, como un


impuesto variable, casi siempre inferior a la décima parte, sobre los
cuatro granos importantes, trigo, centeno, avena y cebada (diezmo
mayor), y sobre las demás cosechas (diezmo menor), y, por último,
sobre la crianza de los animales. El diezmo era tanto más insoportable
al campesino, ya que siendo un feudo de los obispos, los cabildos, las
abadías, incluso de los señores, no servía apenas para mantener el
culto y para socorrer a los pobres de la parroquia.

Los impuestos señoriales eran, con mucho, los más duros y los más
impopulares. El régimen feudal pesaba sobre todas las tierras de
plebeyos y llevaba consigo la percepción de derechos. El señor poseía
sobre sus tierras la justicia, alta o baja, símbolo de su superioridad
social; la baja justicia, arma económica para exigir el pago de los
derechos, era un instrumento indispensable de la explotación
señorial. Los derechos propiamente señoriales abarcaban los derechos
exclusivos de caza y pesca, de palomar, los peajes, la percepción de
derechos sobre mercados, trabajos personales al servicio del señor, el
derecho de proscripción que se expresaba por medio de verdaderos
monopolios económicos (el derecho a que muelan en su molino,
trabajen en su presencia y en su horno). Los derechos reales se
consideraban que pesaban sobre las tierras, no sobre las personas. El
señor conservaba, en efecto, la propiedad eminente (la directa) de las
tierras (feudos nobles) que cultivaban los campesinos (los que no
tenían propiedad útil), por las que pagaban réditos anuales (rentas y
censos en dinero, generalmente, y algunas gavillas de mieses de las
cosechas) o bien eventuales (derechos de laudemio y de venta),en caso
de cambio por venta o herencia. Este régimen variaba de intensidad

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

según las regiones, muy duro en Bretaña, áspero en Lorena, más


suave en las demás. Para apreciar su nivel hay que tener en cuenta no
sólo los propios impuestos, sino también las vejaciones y los
múltiples abusos a los que daba lugar.

La reacción señorial, que caracterizó al siglo XVIII, ha hecho que el


régimen feudal fuera aún más pesado. Las jurisdicciones señoriales,
en caso de ser negadas, abrumaban a los campesinos. Los señores
atacaban los derechos colectivos, los derechos de uso sobre los bienes
comunales, de los que reclamaban la propiedad eminente y a la que
con frecuencia los edictos de tercería concedían el tercio. En ciertas
regiones la reacción señorial fue especialmente dura. Así, en el Maine,
en donde durante el siglo XVIII parece que se operó una
concentración de la propiedad feudal mediante la reunión de diversos
señoríos; el derecho de primogenitura, fortalecido por la costumbre,
contribuía a conservar los feudos; los comunales estaban acaparados
por los señores. En el Franco-Condado, en donde subsistía con todo su
rigor el derecho de continuidad sobre los siervos y las “manos
muertas”, derecho que en casi todo el resto del país había caído en
desuso, el edicto real de 1779, que le abolía, tuvo que ser inscrito
militarmente en los registros del Parlamento, pero sólo en 1778, y
después de una sesión de treinta y ocho horas.

La reacción señorial aún se agravó más por la subida de precios que


caracterizó al siglo y que dio un mayor valor a los derechos y al
diezmo que el señor y el diezmero percibían en especie. Cogido entre
el aumento de los impuestos, por una parte, y, por otra, la subida de
precios y el desarrollo demográfico, el campesino tenía cada vez
menos dinero; de aquí también el estancamiento de las técnicas
agrícolas. Durante las crisis, la presión del diezmo y de los derechos
señoriales se agravaba, como sucedió en 1788-1789. Lo mismo que en

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

el período normal, el campesino medio vivía escasamente de sus


bienes; en período de crisis, una vez que el diezmo y los derechos
señoriales se habían pagado, se veía con frecuencia obligado a
comprar granos a un precio elevado: así en 1788-1789. Esto explica
que con relación al poderío señorial, el odio de los campesinos haya
sido despiadado.

La situación de la agricultura estaba en relación con estas


condiciones sociales. El sistema de la explotación tradicional no
favorecía, evidentemente, los progresos técnicos. La explotación
agrícola era poco remuneradora; los procedimientos, primitivos; los
rendimientos, débiles. La división en hazas bienales o trienales en
barbecho hacía el suelo improductivo un año, de cada dos o tres, y
acentuaba para los campesinos la penuria de las tierras. El agrónomo
inglés Arthur Young, que viajó por Francia la víspera de la Revolución,
confirma el aspecto atrasado de los campos y la rutina todopoderosa.
Hacia mediados del siglo XVII, la propaganda de los fisiócratas hizo
que naciese una corriente de opinión en favor de una transformación
de la agricultura, en el sentido capitalista; la agronomía se había
extendido, algunos señores importantes habían dado el ejemplo. En
resumen, los privilegiados no intentaban sino aumentar sus rentas,
sin preocuparse de resolver el problema agrario; las doctrinas de los
economistas les proporcionaban con frecuencia argumentos
necesarios para ocultar, bajo la falsa apariencia del bienestar público,
las empresas de la reacción señorial. El estado tan atrasado de la
técnica y de la producción agrícola era, en gran parte, una
consecuencia directa de la estructura social de la economía rural.
Todo progreso técnico, toda modernización fundamental de la
agricultura tradicional, implicaba la destrucción de las supervivencias
feudales y también la desaparición de los derechos colectivos, y, como
consecuencia, una agravación de la suerte de los campesinos pobres.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

En esta contradicción tendrían que debatirse los pequeños


campesinos hasta la segunda mitad del siglo XIX.

En un país en que la población agraria constituía la mayor parte de la


nación y en donde la producción agrícola dominaba a todas las demás,
las reivindicaciones campesinas tenían una singular importancia,
como es lógico. Presentaban un aspecto doble: el problema de los
derechos feudales y el problema de la tierra.

Con relación a los derechos feudales, los campesinos eran unánimes.


Las memorias de problemas dirigidas al Rey manifestaban su
solidaridad frente a los señores y los privilegiados. De todos los
impuestos campesinos, los derechos feudales eran los más odiados,
por pesados y vejatorios, porque el campesino no se explicaba su
origen y porque le parecían injustos. Según la memoria de un
municipio del Norte, los derechos feudales “tuvieron su origen en la
sombra de un misterio reprobable”; si algunos de esos derechos eran
propiedades legítimas, había que probarlo; en este caso, los derechos
se hubieran declarado rescatables. La mayoría de las memorias e
incluso las de bailía estaban firmes en esta reivindicación,
esencialmente revolucionaria, de la verificación del origen de la
propiedad de los derechos feudales. Los campesinos pedían que el
diezmo y la “gavilla” fuesen en dinero, no en especie; creían,
pensando así, que acabarían por desaparecer, como consecuencia de
la baja de poder adquisitivo del dinero. Que los diezmos vuelvan a su
lugar de origen. Que los privilegiados paguen impuestos. En un gran
número de cuestiones, los burgueses estaban de acuerdo con los
campesinos. La unidad del Tercer Estado quedaba reforzada.

Respecto de la tierra, los campesinos, hasta ese momento unánimes,


se dividen. A muchos campesinos les faltaban las tierras y otros se
daban cuenta que hubieran necesitado ser propietarios. Pero pocas

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

fueron, sin embargo, las memorias que osaron pedir la enajenación de


los bienes del clero; se limitaron, generalmente, a proponer que se
sacase partido de sus rentas para pagar la deuda y llenar el déficit. La
propiedad privada parecía intangible para la mayoría, incluso la de un
estamento. A los campesinos les bastaba poder alquilar tierras. Las
memorias fueron bastante menos tímidas sobre el problema de la
explotación; gran número de ellas reclamaron la parcelación de las
grandes propiedades. Así, a partir de 1789, aparece, a propósito del
problema de la tierra, la división que se afirmó en el seno de los
campesinos una vez que se abolieron los derechos feudales. Ya había
incompatibilidad entre los intereses de los grandes explotadores del
suelo y la masa de los campesinos parcelarios o proletarios. Mientras
los primeros se esforzaban por crear una agricultura técnicamente
avanzada y producir para el mercado, los segundos se contentaban
con vivir en una economía cerrada o casi cerrada. Sobre el problema
de las reformas que el Antiguo Régimen había intentado (el cercado de
los campos, la libertad del comercio de granos...), sobre la de los
bienes comunales y la de la explotación, los campesinos se dividieron.
Desde 1789 el campesino propietario se dio cuenta del peligro que
constituía para sus intereses la masa rural. Ciertas memorias en la
región del Norte pedían que se estableciese por adelantado un censo,
con el fin del excluir de la vida política a aquellos que no pagasen
impuestos, y a los desamparados, “único medio de impedir que las
asambleas de provincia fuesen demasiado tumultuosas”. Aparte de la
necesaria abolición del régimen feudal, el campesinado estaba ya
preocupado de su autoridad social.

Así se esbozaban, desde los finales del Antiguo Régimen, los futuros
antagonismos de los campesinos franceses. Su unidad no se había
forjado más que por oposición a los privilegiados y por su odio hacia
la aristocracia. Aboliendo los derechos feudales, el diezmo, los

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

privilegios, la Revolución situó a los campesinos propietarios en el


partido del orden. En cuanto a la tierra, si ésta multiplicó el número
de los pequeños propietarios, con la venta de los bienes nacionales,
mantuvo el latifundio, así como la gran explotación, con todas sus
consecuencias sociales. La misma estructura de los campesinos, a
finales del Antiguo Régimen, daba por adelantado la impresión del
carácter moderado de la reforma agraria de la Revolución: según
expresión de Georges Lefebvre, fue “como una transacción entre la
burguesía y la democracia rural”.

III . LA FILOSOFíA DE LA BURGUESíA

El fundamento económico de la sociedad se modificaba; las ideologías


cambiaban al mismo tiempo. Los orígenes intelectuales de la
Revolución hay que buscarlos en la filosofía que la burguesía había
elaborado desde el siglo XVII. Herederos del pensamiento de
Descartes, que enseñó la posibilidad de dominar la naturaleza por la
ciencia, los filósofos del siglo XVIII expusieron con brillantez los
principios de un orden nuevo. Opuesto al ideal autoritario y ascético
de la Iglesia y del Estado del siglo XVII, el movimiento filosófico
ejerció sobre la inteligencia francesa una acción profunda,
despertando, primero, y desarrollando después su espíritu crítico,
proporcionándole ideas nuevas. La Ilustración sustituyó en todos los
dominios con el principio de la razón, al de autoridad y tradición, bien
se tratase de ciencia, de creencia, de moral o de organización política
y social.

“Filosofar, dice Mme. de Lambert (1647-1733), es devolver a la razón


toda su dignidad y hacerla entrar en sus derechos, es restituir cada

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

cosa a sus propios principios y sacudir el yugo de la opinión y de la


autoridad”.

Según Diderot, en el artículo “Eclectisme”, de la Encyclopédie:

“El ecléctico es un filósofo que, pisoteando los prejuicios, la tradición,


la ancianidad, el consentimiento universal, la autoridad; en una
palabra, todo aquello que subyuga a multitud de espíritus, se atreve a
pensar por sí mismo, llega hasta los principios generales más
evidentes, no admite nada si no es con el testimonio de los sentidos y
la razón”.

“El verdadero filósofo, escribe Voltaire en 1765, labra los campos


incultos, aumenta el número de carretas y, por consiguiente, de
habitantes, da trabajo al pobre y le enriquece, fomenta los
matrimonios, da al huérfano instituciones, no murmura contra los
impuestos necesarios y pone al campesino en situación de pagarlos
con alegría. No espera nada de los hombres y les hace todo el bien de
que es capaz”.

Después de 1784 se dieron las obras más importantes del siglo, una
tras otra; del L‘Esprit des lois (2), de Montesquieu (1748), al Emile y al
Contrat social de Rousseau (1762), pasando por la Histoire naturelle,
de Buffon (el primer volumen apareció en 1749); al Traité des
sensations, de Condillac (1754). El Discours sur l’ origine de l’
inégalité parmi les hommes, de Rousseau, en 1755, y en el mismo
año, del abate Morelly, el Code de la nature; en 1756, el Essai sur les
moeurs et l’esprit des nations, de Voltaire; en 1758, De l’ esprit, de
Helvétius. El año 1751 vio aparecer el primer volumen de la
Encyclopédie bajo el impulso de Diderot, el Siècle de Louis XIV, de
2
Del espíritu de las leyes. Editorial Tecnos. Madrid. (Nota del Editor.)

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Voltaire, y el tomo primero del Journal économique, que se convirtió


en el periódico de los fisiócratas. Voltaire, Rousseau, Diderot y los
enciclopedistas y los economistas concurrieron con diferentes
matices al auge de la filosofía.

En la primera mitad del siglo XVIII si desarrollaron dos grandes


corrientes de pensamiento: una de inspiración feudal, ilustrada por

L’ Esprit des lois, de Montesquieu, en la que los Parlamentos y los


privilegiados toman sus argumentos contra el despotismo; obra
filosófica, hostil al clero, a veces a la propia religión, pero
conservadora en política. En la segunda mitad del siglo estas dos
corrientes subsistieron, aunque aparecen nuevas ideas más
democráticas, más igualitarias. Del problema político del Gobierno,
los filósofos pasaron al problema social de la propiedad. Los
fisiócratas, aunque con espíritu conservador, contribuyeron a esta
nueva orientación del pensamiento del siglo, planteando el problema
económico. Si Voltaire, jefe incontrolado del movimiento filosófico de
1750 y hasta su muerte, pretendía hacer reformas en el cuadro de la
monarquía absoluta y dar el gobierno a la burguesía acomodada,
Rousseau, que había salido del pueblo, expresó el ideal político y
social de la pequeña burguesía y del artesanado.

Para los fisiócratas, el Estado se había constituido para garantizar el


derecho de propiedad; las leyes son verdades naturales, ajenas al
monarca y que se le imponen: “El poder legislativo no puede ser el de
crear, sino el de declarar las leyes». (Dupont de Nemours). “Cualquier
golpe dado por la ley a la propiedad es la destrucción de la sociedad”.
Los fisiócratas exigen un Gobierno fuerte cuya fuerza esté
subordinada a la defensa de la propiedad; el Estado no ha de tener
más que una función represiva. El movimiento fisiocrático acaba así
en una política de clase en beneficio de los propietarios territoriales.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Voltaire también reservaba los derechos políticos a los ricos, pero no


sólo a los propietarios territoriales pues la tierra no constituía a sus
ojos la única fuente de riqueza. Sin embargo, “¿aquellos que no
poseen tierras ni casa en esta sociedad han de tener voto?” (Lettre du
R. P. Pólycarpe). Y en el artículo “Egalité” de su Dictionnaire
philosophique (1764): “El género humano es de tal naturaleza que no
puede subsistir a menos que no haya una cantidad enorme de
hombres útiles que no posean absolutamente nada». Y también, en ese
mismo artículo: “La igualdad es a la vez la cosa más natural y la más
quimérica». Voltaire quería humillar a los importantes, pero no sabía
en absoluto educar al pueblo.

Alma plebeya, Rousseau fue contra la corriente del siglo. En su primer


discurso (Si le rétablissement des sciences et des arts a contribué à
épurer les moeurs, 1750) critica la civilización de su tiempo y se
lamenta por los desheredados: “El lujo alimenta a cien pobres en
nuestras ciudades y hace que mueran cien mil en nuestros campos».
En su segundo discurso (Sur les fondements el l’ origine de l’ inégalité
parmi les hommes, 1755) ataca a la propiedad. En el Contrat social
(1762) desarrolla la teoría de la soberanía popular. Mientras
Montesquieu reservaba el poder para la aristocracia y Voltaire para la
alta burguesía, Rousseau manumitía a los humildes y daba el poder a
todo el pueblo. El papel que reservaba al Estado era reprimir los
abusos de la propiedad individual, mantener el equilibrio social por
medio de la legislación respecto de la herencia y del impuesto
progresivo. Esta tesis igualitaria, en el dominio social tanto como en
el político, era cosa nueva en el siglo XVIII; puso de forma
irremediable a Rousseau frente a Voltaire y los enciclopedistas.

Estas corrientes de pensamiento tan opuestas se desarrollaron al


principio casi con toda libertad. Mme. de Pompadour, favorita desde

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

1745, y que poseía el apoyo de la finanza, chocaba con el círculo


devoto de la reina y del Delfín, que mantenían el episcopado y los
Parlamentos: protegía a los filósofos enemigos del segundo grupo. De
1745 a 1757, Machault d’Arnouville intentó por medio de la creación
del impuesto de la vigésima parte de las rentas de bienes inmuebles
abolir los privilegios fiscales y establecer la igualdad ante el impuesto;
se apoyó en los filósofos, ya que ésta era una de sus reivindicaciones.
De esta forma se anudó la alianza de los ministros cultos y de los
filósofos mientras se desarrollaba el ataque contra los privilegiados,
contra la propia religión. De 1750 a 1763 el Gobierno dejó de
intervenir. Malesherbes estaba al frente de la Biblioteca real del
Louvre. Como filósofo, no creía en la utilidad de los servicios de
censura que él mismo dirigía; gracias a él la Encyclopédie no fue
prohibida desde los primeros volúmenes.

Estimulado por esta neutralidad, el movimiento filosófico se amplió.


Más tarde arrastró todas las resistencias cuando cambió respecto de
él la actitud de las autoridades. Desde 1770 la propaganda filosófica
triunfa. Si los escritores más importantes se callaron y
desaparecieron poco a poco (Rousseau y Voltaire en 1778), escritores
de segundo orden vulgarizaron las nuevas ideas, que se extendieron
por todas las capas de la burguesía y por Francia entera. La
Encyclopédie, obra capital de la historia del pensamiento, se terminó
en 1772; moderada en el dominio social y político, afirmó su creencia
en el progreso indefinido de las ciencias; elevaba a la razón un
monumento grandioso. Malby, Raynal, Condorcet, continuaron la obra
de los iniciadores. Aunque la producción filosófica fue más lenta
durante el reinado de Luis XVI, se fue realizando como una síntesis de
diversos sistemas. Así apareció la doctrina revolucionaria. En su
Histoire philosophique et politique des établissements et du
commerce des Européens dans les deux Indes, en cuya elaboración

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Diderot tuvo una gran parte y que conoció más de veinte ediciones de
1770 a 1780, el abate Raynal expuso todos los temas de la propaganda
filosófica: odio al despotismo, desconfianza ante la Iglesia, que tenía
que estar estrechamente sometida al Estado laico, y elogio del
liberalismo económico y político.

El libro, el folleto extendieron esas ideas en todos los medios:

“En un siglo en que cada ciudadano puede hablar a la nación entera


por medio de la imprenta, declara Malesherbes en su discurso de
recepción en la Academia Francesa, en 1755, aquellos que tienen el
talento de instruir a los hombres o bien el don de conmoverles, las
gentes de letras, en una palabra, son entre el pueblo disperso lo
mismo que eran los oradores de Roma y de Atenas en medio del
pueblo reunido”.

La propaganda oral ampliaba la brillantez de la imprenta. Los salones,


los cafés, se multiplicaron; se crearon sociedades cada vez más
numerosas, sociedades agrícolas, asociaciones filantrópicas,
academias provinciales, gabinetes de lectura: no hay ciudad ni burgo
que no haya quedado “exento del contagio de la impiedad”,
comprueba la Asamblea del clero de 1770.

Las logias masónicas contribuyeron a esta difusión de las ideas


filosóficas. Importada de Inglaterra después de 1715, la
francomasonería favoreció sin protesta alguna la propaganda
filosófica; el ideal correspondía a bastantes de sus puntos, igualdad
civil, tolerancia religiosa. Mas no conviene exagerar este aspecto.
Punto de contacto entre la burguesía rica y la aristocracia, cuya
fusión preparaban, las logias masónicas no constituían más que un
aspecto de esas múltiples sociedades por medio de las cuales se
difundía el pensamiento filosófico.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Las autoridades tradicionales reaccionaron, sin embargo. La Asamblea


del clero, ya en 1770, temía que a la vez que la fe no fueran a
“extinguirse para siempre los sentimientos de amor y de fidelidad a la
persona del soberano”. Los ataques contra la Iglesia contribuyeron a
minar los fundamentos de la monarquía de derecho divino, como las
críticas contra los privilegios de aquellos que pertenecían a la
sociedad del Antiguo Régimen. Desde 1775 a 1789, el Parlamento de
París condenó sesenta y cinco escritos. A propósito del libro de
Boncerf, sobre Les inconvénients des droits féodaux, aparecido en
1776, declaraba:

“Los escritores parece que estudian deliberadamente combatir


cualquier cosa, destruirlo todo, cambiarlo. Si el espíritu sistemático
que ha dirigido la pluma de este escritor pudiera desgraciadamente
seducir a la multitud, se vería bien pronto la constitución de la
monarquía totalmente conmovida; los vasallos no tardarían en
levantarse contra los señores y el pueblo contra su soberano”.

***

Entre los temas principales de la propaganda filosófica se afirmaba en


primer lugar la primacía de la razón; el siglo XVIII vio el triunfo del
racionalismo, que desde ese momento mantuvo su predominio. La
creencia en el progreso, en segundo lugar, es decir la razón
extendiendo sus luces cada vez más.

“Por fin, todas las sombras han desaparecido, ¡qué luz brilla en todas
partes! ¡qué masas de hombres importantes de todos los géneros! ¡qué

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

perfección la de la razón humana! (Turgot: Tableau philosophique des


progrès de l’ esprit humain, 1750)

La libertad queda reivindicada en todos sus dominios, desde las


libertades individuales hasta la económica, todas las grandes obras del
siglo XVIII han sido consagradas a los problemas de la libertad. Uno de
los aspectos esenciales de la acción de los filósofos, de Voltaire en
especial, fue la lucha por la tolerancia y la libertad de cultos. El
problema de la igualdad fue el que tuvo mayor controversia. La
mayoría de los filósofos no reclamaban la igualdad civil ante la ley;
Voltaire, en el Dictionnaire Philosophique, estima la desigualdad
eterna y fatal. Diderot distingue los privilegios justos, fundados en
servicios reales, de los privilegios injustos. Pero Rousseau introduce
en el pensamiento del siglo las ideas igualitarias. Reclama la igualdad
política para todos los ciudadanos, asigna al Estado el papel de
mantener un cierto equilibrio social.

¿En qué medida esas ideas, que constituyen el fondo común del
pensamiento filosófico, han impregnado las diversas capas de la
burguesía?. La unión de todos reposaba en la oposición a la
aristocracia. En el siglo XVIII los nobles quisieron cada vez más
reservarse los privilegios y los impuestos a los que tenía derecho la
nobleza. Al ritmo de los progresos de la riqueza y de la cultura, las
ambiciones de la burguesía crecían, al mismo tiempo ésta veía
cerrársele todas las puertas. No podía participar en las grandes
funciones administrativas, para las que se consideraba más apta que
los miembros de la nobleza. A veces se sentía herida en su orgullo o
en su amor propio. Todas estas pesadumbres de la burguesía han sido
muy bien explicadas por un gentilhombre, el Marqués de Bouillé, en
sus Mémoires, o también por Mme. Roland, que sentía de una manera

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

evidente su superioridad en cuanto a talento y dignidad burguesa al


compararse con las mujeres nobles.

A la burguesía se le planteaban dos problemas esenciales: el problema


político y el problema económico.

El problema político era la división del poder. Desde mediados de


siglo, sobre todo desde 1770, la opinión estaba cada vez más centrada
en los problemas políticos y sociales. Los temas de la propaganda
burguesa eran evidentemente los del movimiento filosófico: crítica de
la monarquía de derecho divino, odio contra el gobierno despótico,
ataques contra la nobleza, contra sus privilegios, reivindicaciones de
la igualdad civil y de la igualdad fiscal, acceso a todos los empleos
según el talento.

El problema económico no interesa menos a la burguesía. La alta


burguesía tenía conciencia de que el desarrollo del capitalismo exigía
la transformación del Estado. El diezmo, la servidumbre, los derechos
feudales, la mala división de los impuestos perjudicaban a la
agricultura y, como consecuencia, a toda la actividad económica. La
supresión del derecho de primogenitura y de los bienes de “mano
muerta” harían que los bienes entrasen en circulación. La burguesía
de los negocios deseaba la libertad de trabajo y la libertad de empresa.
Las costumbres jurídicas múltiples, las aduanas interiores, la
diversidad de pesos y medidas perjudicaban al comercio e impedían la
creación de un mercado nacional. El Estado debería organizarse según
los mismos principios de orden, claridad y unidad que la burguesía
aplicaba en la gestión de sus propios asuntos. Por último, el espíritu
de empresa del capitalismo exigía la libertad de investigación en el
dominio científico; la burguesía pedía que el trabajo científico, así
como la especulación filosófica, quedaran fuera de la censura de la
Iglesia y del Estado.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

No era sólo el interés lo que guiaba a la burguesía. Sin duda su


conciencia de clase se había robustecido por el exclusivismo de la
nobleza y por el contraste entre su elevación económica e intelectual
y su regresión civil. Pero consciente de su poder y de su valor, y
habiendo recibido de los filósofos una cierta concepción del mundo y
una cultura desinteresada, la burguesía no solamente estimaba como
cosa suya transformar el Antiguo Régimen, sino que creía justo
hacerlo. Estaba persuadida que existía un cierto acuerdo entre sus
intereses y la razón.

Mas debemos matizar estas afirmaciones. La burguesía era muy


diversa, no constituía una clase homogénea. Muchos burgueses no se
conmovieron ante la propaganda filosófica. Otros eran francamente
hostiles al cambio, bien por religiosidad, bien por tradicionalismo
(entre las víctimas del Terror hubo una gran mayoría de gentes
pertenecientes al Tercer Estado). Si deseaba los cambios y las
reformas, la burguesía no tenía ni la menor idea de una revolución. El
Tercer Estado, en general, sentía una gran veneración por el rey, un
sentimiento casi de carácter religioso. Como testimonio está
Marmont en sus Mémoires: el rey representaba la idea nacional y
nadie pensaba en acabar con la monarquía. La burguesía pretendía
menos destruir a la aristocracia que fundirse con ella, la alta
burguesía en especial; su simpatía extrema por La Fayette fue
significativa en este aspecto. Por último, la burguesía estaba muy
lejos de ser democrática. Pretendía conservar una jerarquía social,
distinguirse de las clases que estaban por debajo de ella. “Nada estaba
tan determinado, según Cournot en su Souvenirs, como la
subordinación de las clases en esta sociedad burguesa. A la mujer del
procurador o del notario se la llamaba Mademoiselle; a la del
consejero, Madame, sin discusión».

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Desprecio de la nobleza por los campesinos, desprecio de la burguesía


por las clases populares. Este prejuicio de clase explica la cólera y el
miedo de la burguesía cuando recurrió a las clases populares contra la
aristocracia y vio que en el año II pretendían el poder.

IV.LA FISCALIZACION REAL

A medida que se afirmaban los poderes del rey, el derecho de ordenar


impuestos fue perdido por los señores. Bajo Luis XIV se estableció la
práctica de imponer tributos a sus súbditos, según la voluntad real. La
organización fiscal se caracterizaba por la desigualdad entre los
súbditos y diversidad entre las provincias; ningún impuesto era
general para todos los súbditos, ni común a todo el Reino.

La administración financiera central estaba dirigida por el controlador


general, que ayudaba al Consejo real de finanzas. La Cámara de
cuentas de París, antigua sección financiera de la Corte del rey, y
once Cámaras de cuentas en las provincias, controlaban las finanzas
reales. Las trece Cortes de ayuda servían a lo contencioso en
cuestiones de impuestos. En cada generalidad, una oficina de
finanzas, constituida por los tesoreros generales de Francia,
administraba el tributo, mientras que la capitación y el vigésimo
estaban regidos por el intendente. A finales del Antiguo Régimen, el
sistema del impuesto real era de una complicación extrema. En
cuanto al tributo, impuesto establecido bajo la monarquía autoritaria
pero no absolutista y que caracterizaba las excepciones y exenciones,
se superponían impuestos de la monarquía absoluta, teóricamente
más racional; en efecto, el impuesto real variaba según las provincias,
y continuaba siendo desigual entre los súbditos. La monarquía tenía
que perecer, especialmente por los vicios de su sistema fiscal.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

1. El impuesto directo. La igualdad imposible

El impuesto sobre las tierras sólo se imponía a los plebeyos. Este


impuesto era en el norte del país, y pesaba sobre el conjunto de la
renta. Era real, en el Sur, gravando sólo la renta de los bienes
inmuebles. Este era un impuesto de reparto, no de cuota; el rey fijaba
lo que había que pagar, no cada contribuyente, y según un cierto
porcentaje de su renta, sino una determinada colectividad o una
parroquia cualquiera, solidariamente responsable de la suma total,
encargada de repartirla entre sus habitantes. Cada año, el Gobierno
establecía el presupuesto total de impuesto directo, o sea el total a
percibir por el conjunto del país. El Consejo de finanzas lo repartía de
inmediato entre la generalidad y las provincias de elección; en cada
demarcación una Junta local determinaba el tributo de las parroquias.
Por último, repartidores elegidos por los contribuyentes cargaban la
tributación entre los que estaban sujetos a tributo. La percepción de
éste estaba asegurada por los recaudadores de la parroquia, por un
tesorero particular en la demarcación y, en fin, por un cobrador
general en la generalidad. La percepción del tributo daba lugar a
numerosos abusos, que Vauban denunció a partir de 1707, en su Díme
royale.

La capitación, instituida definitivamente en 1791, tenía que pesar, en


un principio, sobre todos los franceses. Los contribuyentes estaban
divididos en veintidós clases, pagando cada una la misma suma: a la
cabeza de la primera, el Delfín con dos mil libras; en la última, los
soldados y jornaleros, que no pagaban más que una libra. El clero se
liberó, en 1710, pagando 24 millones; los nobles escaparon a ella. La
capitación terminó por caer sólo sobre los plebeyos, y convirtiose en
un suplemento del tributo.

68
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

El vigésimo se estableció, después de diversos ensayos, en 1749. Se


refería a la renta de los inmuebles del comercio, las rentas e incluso
los derechos feudales. En resumen, la industria escapó a esto; el clero,
por el voto periódico del don gratuito, se liberó; la nobleza quedaba
con frecuencia exenta; las provincias de Estado o con asambleas
estaban abonadas. El vigésimo constituyó un segundo suplemento del
impuesto directo.

Por todo ello, el principio de igualdad, teóricamente establecido,


fracasó en la práctica. El privilegio volvió a reaparecer en beneficio
del clero y de la nobleza.

Aumentó el impuesto directo. No pudiendo hacerla aún mayor, la


monarquía intentó establecer de nuevo la igualdad fiscal, único
remedio para la crisis financiera. En 1787, Calonne propuso
reemplazar el vigésimo por la subvención territorial, que recaería en
todos. La resistencia del Parlamento y la revolución misma de los
privilegiados dieron paso a la crisis que provocaría la Revolución.

En el siglo XVIII, al ampliarse la red de carreteras, la prestación


personal para la construcción de éstas revistió gran importancia. Los
propietarios linderos de la carretera tenían que transportar
escombros, tierras y piedras, en proporción a la cantidad de brazos,
caballos y carretas. El trabajo al servicio de la Corona se estableció,
poco a poco, de 1726 a 1736. En 1738 se fue generalizando y
regularizando por medio de una instrucción definitiva: el trabajo
corporal iba unido al impuesto directo. Dio lugar a numerosos abusos
y promovió una viva oposición. Turgot ensayó, en 1776, imponerlo a
todos los propietarios, vinculándolo al vigésimo : el trabajo corporal
se convertía en anexo del vigésimo, pagadero en dinero. La reforma
fracasó, el edicto fue derogado después de la caída de Turgot. En
1787, el trabajo corporal, en cuanto tal, quedó suprimido y

69
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

reemplazado por una contribución adicional de un sexto del tributo.


Los gastos de contribución y mantenimiento de carreteras volvían a
recaer sobre los plebeyos.

2. El impuesto indirecto y la “administración general” (3)

Los impuestos de ayuda, establecidos definitivamente en el siglo XV,


recaían sobre ciertos objetos de consumo, vino y alcoholes, sobre
todo. El clero y la nobleza escapaban a ellos. Estos impuestos se
recaudaban en las cajas de los tribunales de París y de Ruán; el resto
del reino estaba sometido a impuestos parecidos, pero con nombres
diferentes.

La gabela era un impuesto que se percibía por la sal, desde el siglo


XIV; era muy desigual y según las regiones. Los países redimidos,
como La Guayana, eran aquellos que, a partir de la anexión, habían
exigido que la gabela no fuese establecida; los países de exentos, como
Bretaña, no estaban sometidos a ella; en los países de pequeña gabela,
el consumo era libre; en los países de la gran gabela, cada familia
tenía que comprar la sal debida a “la olla y el salero” ; sólo los
establecimientos de caridad y los funcionarios tenían franquicia de
sal. En resumen, la gabela recaía, sobre todo, en los pobres; daba lugar
a un contrabando activo, llevado a cabo por los oficiales de la gabela y
ratas de alcantarillas (cobradores de Leste impuesto); era odiada
unánimemente.

Las aduanas existían todavía en el interior del país, y expresaban la


formación histórica del reino. Se distinguían tres categorías de
provincias: los países de las grandes cinco administraciones
unificadas por Colbert, alrededor de l’Ile-de-France, en donde los
derechos no se imponían más que sobre el comercio con el extranjero

3
Ferme générale: Administración de todos los que disfrutaban el privilegio real de cobro de impuestos. (N. del T.)

70
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

y el resto del reino; las provincias reputadas extranjeras (Mediodía de


Francia, Bretaña...), cada una de ellas rodeada de una línea aduanera;
las tres provincias de extranjero efectivo (Tres Obispados, Lorena y
Alsacia), que comerciaban libremente con el extranjero. Era una
organización incoherente que perturbaba de modo considerable al
auge comercial.

Si los impuestos directos los percibía la administración real, para los


indirectos el sistema de la ferme se impuso a la administración real.
Lo mismo sucedió con el dominio y los derechos de dominio. El
sistema era antiguo. La palabra traites, con la que se designaba a los
derechos de aduanas, traduce bien esta organización: el rey cedía a
los tratantes el derecho de percibirlos. El sistema se aplicó a las
gabelas y a las ayudas. Durante bastante tiempo, el rey no trató más
que con arrendadores particulares, para un cierto derecho, y en una
circunscripción limitada. En las provincias de elección, los diputados
elegidos hacían las adjudicaciones. Se trataba de tierras locales. A
principios del siglo XVII, la costumbre impuso que las adjudicaciones
se establecieran en el Consejo del rey. Al mismo tiempo, las
circunscripciones se extendieron. La concentración llevaba consigo la
disminución de los gastos generales, y a la realeza le interesaba. Se
continuó bajo Luis XIV y terminó en 1726, con la adjudicación única
de todos los derechos, para toda Francia, en beneficio de la
“administración general”.

El arrendamiento de la “concesión general” se hizo por seis años, a


nombre de un solo adjudicatario, hombre de paja, que daba su nombre
y de quien se fiaban los arrendadores generales, es decir, los grandes
financieros (veinte, después cuarenta, por último sesenta). La
administración general creó una administración propia para asegurar
la recaudación de los impuestos indirectos y de los derechos estables.

71
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Quedaba bajo la vigilancia de los intendentes y el control de los


tribunales de ayuda. Estos últimos decidían, en último término, lo
contencioso de las ayudas, de la gabela y de los traites, ya que los
nuevos impuestos indirectos pertenecían a los intendentes, salvo
apelación al Consejo del rey. Los concesionarios generales realizaban
inmensos beneficios: el sistema era oneroso para el Estado. El
Gobierno de Luis XVI reglamentó algunos de los derechos que hasta
entonces habían sido informales; no pudo, sin embargo, pasarse sin
los servicios de los concesionarios generales por falta de unas
finanzas sólidas y de un crédito suficiente. La administración general,
responsable especialmente de la percepción de la gabela, concentró
los odios populares; las perturbaciones revolucionarias empezaron con
frecuencia con el incendio de sus oficinas.

La estrechez financiera fue una de las causas más importantes de la


Revolución; los vicios del sistema fiscal, la mala percepción y la
desigualdad del impuesto fueron los máximos responsables de esta
penuria. Sin duda, hay que agregar el gasto de la Corte, las guerras, y
particularmente la guerra de la Independencia de los Estados Unidos
de América. La deuda pública aumentó en proporciones catastróficas
bajo el reinado de Luis XVI; el pago de sus intereses absorbía más de
300 millones de libras, es decir, más de la mitad de la recaudación
real. En un país próspero, el Estado hubiera llegado al borde de la
quiebra. El egoísmo de los privilegiados, su obstinación en cuanto a
consentir la igualdad frente al impuesto, obligaron a la realeza a
ceder; el 8 de agosto de 1788, para resolver la crisis financiera, Luis
XVI convocaba a los Estados generales.

***

La vieja máquina administrativa del Antiguo Régimen estaba bastante


gastada a finales del siglo XVIII. Existía una contradicción evidente

72
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

entre la teoría de la monarquía todopoderosa y su impotencia real. La


estructura administrativa era incoherente a fuerza de complicaciones;
las viejas instituciones continuaban aún cuando las nuevas se les
superponían. A pesar del absolutismo y de su esfuerzo de
centralización, la unidad nacional estaba lejos de realizarse. Sobre
todo la realeza era impotente a causa de los vicios de su sistema
fiscal; mal repartido y mal percibido, el impuesto no rendía; se le
soportaba con una impaciencia mayor en cuanto recaía sobre los más
pobres. En estas condiciones, el absolutismo real no correspondía ya a
la realidad. La fuerza de inercia de la burocracia, la pereza del
personal gubernamental, la complejidad y a veces el caos de la
administración no permitieron a la monarquía resistir eficazmente
cuando el orden social del Antiguo Régimen se conmovió y le faltó el
apoyo de sus defensores tradicionales.

73
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

CAPITULO II

PROLOGO DE LA REVOLUCION BURGUESA: LA REBELION DE LA


ARISTOCRACIA (1787-1788)

Época de crisis social e institucional, los años que precedieron a 1789


vieron cómo iba desarrollándose una grave crisis política motivada
por la impotencia financiera de la monarquía y su incapacidad para
reformarla: cada vez que un ministro reformador quería modernizar el
Estado, la aristocracia se levantaba para defender sus privilegios. La
rebelión de la aristocracia precedió a la Revolución y contribuyó,
antes de 1789, a conmover a la monarquía.

I. LA CRISIS FINAL DE LA MONARQUIA

En mayo de 1781, Necker dimitió de su cargo de director general de


Finanzas. Desde ese momento la crisis se precipitó. Al rey Luis XVI,
hombre grueso, honrado y con buena intención, pero gris, débil y
dubitativo, fatigado por las preocupaciones del poder, le gustaba más
la caza o su taller de cerrajería que las sesiones de su Consejo. La
reina María Antonieta, hija de María Teresa de Austria, bonita, frívola
e imprudente, contribuyó con su actitud despreocupada al descrédito
de la realeza.

I. La impotencia financiera

Bajo los sucesores inmediatos de Necker, Joly de Fleury y Lefebvre d’


Ormesson, la realeza vivió económicamente de expedientes. Calonne,
nombrado inspector general de Finanzas en noviembre de 1783,
continuó la política que Necker había inaugurado en el momento de la
guerra de América, apelando en gran parte al empréstito, ante la
imposibilidad de cubrir el déficit, aumentando los impuestos.

74
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

El déficit, mal crónico de la monarquía y principal de las causas


inmediatas de la Revolución, se agravó considerablemente por la
guerra de América: el equilibrio económico de las finanzas de la
monarquía quedó completamente comprometido. Es difícil hacerse
una idea de la extensión del déficit. La realeza del Antiguo Régimen
no conocía la institución de un presupuesto regular; los ingresos
estaban repartidos en diferentes cajas; la contabilidad continuaba
siendo insuficiente. Un documento permite, no obstante, conocer la
situación financiera la víspera de la Revolución, el Compte du Trésor
de 1788, “primero y último presupuesto” de la monarquía, aunque no
fuese un presupuesto en el sentido exacto del término, pues el Tesoro
real no contabilizaba todas las finanzas del reino. Según esta
contabilización de 1788, los gastos se elevaban a más de 629 millones
de libras y a 503 sólo los recibos. El déficit alcanzaba cerca de 126
millones, o sea, un 20 por 100 de los gastos. El presupuesto preveía
uno 136 millones de empréstitos. Sobre el conjunto del presupuesto,
los gastos civiles ascendían a 145 millones, o sea, un 23 por 100. Pero
mientras que la instrucción pública y la ayuda ascendían a 12
millones (ni un 2 por 100 siquiera), la Corte y los privilegios obtenían
36 millones, es decir, cerca de un 6 por 100: y se habían hecho
importantes economías sobre el presupuesto de la Casa Real. Los
gastos militares (guerra, marina, diplomacia) se elevaban a más de
165 millones, o sea un 26 por 100 del presupuesto, de ellos 46
millones para la paga de 12.000 funcionarios, que costaban más caro
que todos los soldados. La deuda constituía el capítulo más
importante del presupuesto: su servicio absorbía 318 millones, o sea,
más del 50 por 100 en el presupuesto de 1789; lo recaudado por
anticipación ascendía a 325 millones de libras; los expedientes
representaban un 62 por 100 de lo percibido.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

El mal tenía causas múltiples. Los contemporáneos han insistido en el


derroche de la Corte y de los ministros. La alta nobleza costaba cara
al país. En 1780 el rey había otorgado cerca de 14 millones de libras
al conde de Provenza, más aún al conde de Artois, que cuando la
Revolución estalló se vio obligado a reconocer más de 16 millones de
deudas exigibles. Los Polignac cobraban del Tesoro real en pensiones
y en gratificaciones 500.000 libras, y después 700.000, por año. La
compra del castillo de Ramboullet para el rey exigía 10 millones y seis
el de Saint-Cloud para la reina. Luis XVI, para mejorar a los nobles,
había consentido también que se hiciesen intercambios o compras,
muy onerosas, de dominios; había comprado al príncipe de Condé el
de Clermontois por unas 600.000 libras de rentas y más de siete
millones efectivos, lo que no impedía que el príncipe percibiese
todavía rentas en Clermontois en 1788.

La deuda aplastaba las finanzas reales. Se han valorado los gastos que
llevó consigo la participación de Francia en la guerra de la
Independencia americana en dos mil millones y medio, que Necker
cubrió con empréstitos. Cuando hubo terminado la guerra, Calonne
añadió, en tres años, 635 millones a los empréstitos anteriores. En
1789 la deuda alcanzaba cinco mil millones aproximadamente,
mientras que el numerario en circulación eran dos mil millones y
medio: la deuda se había triplicado durante los quince años de reinado
de Luis XVI.

El déficit no podía superarse con el aumento de los impuestos. Su


peso era tanto más aplastante para las masas populares cuanto que,
en los últimos años del Antiguo Régimen, los precios habían
aumentado con relación al período 1726-1741 en un 65 por 100, pero
sólo en un 22 por 100 los salarios. El poder adquisitivo de las clases
laboriosas había disminuido otro tanto: los impuestos habían

76
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

aumentado en menos de diez años en 140 millones. Todo nuevo


aumento era imposible. El único remedio era la igualdad general ante
el impuesto. La igualdad, en principio, entre las provincias, regiones
con asambleas como el Languedoc y Bretaña se administraban con
relación a las demarcaciones de elección. La igualdad entre los
súbditos sobre todo, ya que el clero y la nobleza gozaban exenciones
fiscales. Este privilegio era tanto más injusto cuanto que las rentas de
los bienes territoriales habían aumentado en un 98 por 100, cuando
los precios ascendían a más de un 65 por 100. Los derechos feudales y
los diezmos percibidos en especie habían seguido el alza general. Las
clases privilegiadas, constituían, pues, una base imponible aún
intacta: no se podía llenar el Tesoro más que a sus expensas. Era
necesario incluso el asentimiento de los Parlamentos, poco dispuestos
a sacrificar sus intereses privados. ¿Pero qué ministro osaría imponer
semejante reforma?

2. La incapacidad política

El recurso del préstamo terminó por acabarse. Acosados por la


bancarrota, Calonne y su sucesor, Brienne, intentaron resolver la
crisis financiera, estableciendo la igualdad de todos ante el impuesto:
el egoísmo de los privilegiados hizo fracasar su intento.

Los proyectos de reforma de Calonne fueron sometidos al rey el 20 de


agosto de 1786 en su Plan d’amélioration des finances, de hecho un
amplio programa en el triple aspecto fiscal, económico y
administrativo.

Las reformas fiscales tendían a suprimir el déficit y a acabar la deuda.


Para acabar con el déficit, Calonne proyectaba extender a todo el
reino el monopolio del trabajo, los derechos del timbre y del registro,
los derechos de consumo sobre las mercancías coloniales. Pero el

77
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

proyecto principal era suprimir el vigésimo de los bienes territoriales


y reemplazarlo por la subvención territorial, impuesto de cuota, es
decir, proporcional a la renta, que no llevaría consigo ni exenciones ni
distinciones; impuesto sobre la tierra y no impuesto personal, la
subvención pesaría sobre todas las propiedades territoriales,
eclesiásticas, nobles o plebeyas, de lujo como la herencia, clasificadas
en cuatro categorías sometidas a una tarifa regresiva; las tierras
mejores tenían el impuesto de un vigésimo (5 por 100) y un
cuarentavo (2,5 por 100) las peores. Para la riqueza mobiliaria,
Calonne sostenía los vigésimos: un vigésimo de industria para los
comerciantes y los industriales, un vigésimo de los cargos para los
cargos venales, un vigésimo de los derechos para las demás rentas
mobiliarias. Con el fin de terminar con la deuda, Calonne proponía
enajenar en veinticinco años el patrimonio real. Un último aspecto del
plan fiscal, el impuesto sobre los bienes inmuebles y la gabela se
aligeraron; si subsistían las exenciones, la tendencia a la unificación
se afirmaba, no obstante, y Calonne expresaba el deseo de unificar de
una manera total las gabelas.

Las reformas de orden económico tenían por objeto estimular la


producción: la libertad de comercio de los granos, retroceso de las
barreras, es decir, supresión de las aduanas interiores y retroceso de
la línea aduanera a la frontera política, es decir, unificación del
mercado nacional y la supresión, en fin, de un cierto número de
derechos molestos para el productor (marcas para el hierro, derechos
de corretaje, derechos de anclaje...). Calonne respondía así a los
proyectos de la burguesía comercial e industrial.

Ultimo aspecto del plan de Calonne: asociar los súbditos del rey a la
administración del reino. Necker había creado ya las asambleas
provinciales en Berry y en la Alta Guayana. Pero éstas estaban

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

constituidas por los estamentos: Calonne creó un sistema de


elecciones censatarias, teniendo como base la propiedad territorial.
Su plan instituía, pues, las asambleas municipales, elegidas por todos
los propietarios en posesión de 600 libras de renta; sus delegados
formarían las asambleas de distrito, quienes a su vez enviarían uno o
más delegados a las asambleas provinciales. Estas asambleas serían
puramente consultivas; el poder de decidir quedaba a cargo de los
intendentes.

Este programa reforzaba el poder real con un impuesto, cuota


permanente, que en cierta medida respondía a las aspiraciones del
Tercer Estado, especialmente a la burguesía asociada con la
administración, y podía compensar la abolición del privilegio fiscal.
Calonne, aunque la trababa con dureza, no pretendía suprimir la
jerarquía social tradicional. Juzgaba indispensable para la monarquía
que la aristocracia continuara exenta de las cargas personales, como
el tributo, el trabajo corporal, alojamiento de soldados; conservaba
sus privilegios honoríficos.

Una asamblea de Notables fue convocada para aprobar la reforma:


Calonne no podía en realidad contar con los Parlamentos para que la
registrasen. Los Notarios se reunieron en febrero de 1787 en número
de 144; prelados, grandes señores, parlamentarios, intendentes y
consejeros de Estado, miembros de los Estados provinciales y de las
municipalidades. Habiéndoles elegido él mismo, Calonne esperaba que
fueran dóciles. De hecho, la monarquía capitulaba ya en cuanto a
pedir la aprobación de la aristocracia en lugar de imponer su
voluntad. Como privilegiados, los Notables defendieron sus
privilegios: reclamaron el examen de las cuentas de Tesoro,
protestaron contra el abuso de las pensiones, comercializaron el voto
de la subvención para obtener concesiones políticas. La opinión no

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

sostuvo a Calonne: la burguesía se mantenía en la reserva, el pueblo


continuaba indiferente. Bajo la presión de su medio ambiente, Luis
XVI terminó por abandonar a su ministro: el 8 de abril de 1787,
Calonne fue depuesto.

En la primera fila de los adversarios de Calonne se había colocado el


arzobispo de Tolosa, Loménie de Brienne. El rey, a instancia de María
Antonieta, le llamó al ministerio. Diversos expedientes (nuevos
impuestos, algunas economías y, sobre todo, un empréstito de 67
millones) consiguieron que no se produjera la bancarrota. Pero el
problema financiero continuaba en pie.

Por la mecánica de las cosas, Brienne se vió obligado a llevar a cabo


los proyectos de su predecesor. La libertad de comercio de granos
quedó establecida; el trabajo corporal, transformado en una
contribución en dinero; las asambleas provinciales, creadas allí donde
el Tercer Estado tenía una representación igual a la de los otros de
dos estamentos reunidos (esto con el fin de romper la coalición de la
burguesía con los privilegiados); por último, la nobleza y el clero
quedaron sometidos al impuesto de la subvención territorial. Los
notables declararon que no tenían poder para consentir el impuesto.
No pudiendo obtener nada, Brienne los disolvió (25 de mayo de 1787).

Así se terminaba con ese primer intento: con un fracaso de la realeza.


Calonne había intentado convocar a los Notables, con el fin de
imponerse al resto de la aristocracia. Ni Calonne ni Brienne
obtuvieron la adhesión de los Notables. La urgencia de las reformas se
afirmaba cada vez más. Brienne viose obligado a enfrentarse con el
Parlamento.

La resistencia de los Parlamentos siguió a la de los Notables. El


Parlamento de París, seguido del Tribunal de Ayudas y Cuentas,

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

expuso sus quejas con motivo de un edicto que obligaba a timbrar las
peticiones, los periódicos y anuncios. Hizo que el edicto recayese
sobre la subvención territorial, reclamando al mismo tiempo la
convocatoria de los Estados generales sólo con objeto de consentir
nuevos impuestos. El 6 de agosto de 1787, una orden judicial obligó al
Parlamento a registrar los edictos. Al día siguiente, el Parlamento
anuló como ilegal el registro de la víspera. El exilio en Troyes
castigaba esta rebelión. Pero la agitación llegó a las provincias y al
conjunto de la aristocracia judicial. Brienne no tardó en capitular: los
edictos fiscales fueron retirados. El Parlamento reinstalado registró el
4 de septiembre de 1787 el restablecimiento de los vigésimos; de la
subvención territorial no había que preocuparse. Nuevo golpe, más
grave todavía que el primero: la reforma fiscal se hacía imposible ante
la resistencia del Parlamento, intérprete del conjunto de la
aristocracia.

Para subsistir, Brienne, una vez más, tuvo que recurrir al empréstito.
Pero no podía hacerlo sin el entendimiento del parlamento, que no
concedió el registro más que bajo promesa de una convocatoria de los
Estados generales. Todavía poco seguro de su mayoría, el ministro
impuso el edicto durante el curso de una sesión real, bruscamente
transformada en tribunal de justicia para cortar toda discusión (19 de
noviembre de 1787). El duque de Orleáns protestó: “Señor, es ilegal».
“Es legal -replicó Luis XVI- porque yo quiero”. Respuesta digna de
Luis XIV si hubiera sido hecha con calma y con majestad. La
discusión se eternizó y el debate se amplió. El 4 de enero de 1788 el
Parlamento votó una requisitoria contra las cartas-órdenes y reclamó
la libertad individual como un derecho natural. El 3 de mayo de 1788,
por último, el Parlamento publicó una declaración de las leyes
fundamentales del reino, de las que se decía ser su guardián: era la
negación del poder absoluto. Proclamaba especialmente que el voto de

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

los impuestos pertenecía a los Estados generales y, por lo tanto, a la


nación; condenaba de nuevo los arrestos arbitrarios y las detenciones
secretas y estipulaba, en fin, la necesidad de mantener “las
costumbres de las provincias” y la inamovilidad de la magistratura. La
declaración se caracterizaba por una mezcla de principios liberales y
de ciertas pretensiones aristocráticas. No se pronunció, por principio,
sobre la igualdad de los derechos y la abolición de los privilegios, y
dicha declaración no presentaba ningún carácter revolucionario.

La reforma judicial de Lamoignon tuvo por objeto romper la


resistencia del Parlamento. Sus acuerdos se abolieron, pero el
Gobierno no paró aquí. Se decidió, al fin, a imponer su voluntad y dio
orden de detener a dos agitadores de la oposición parlamentaria,
Duval d’ Epremesnil y Goislard de Montsabert, arresto que sólo tuvo
lugar después de una dramática reunión en la noche del 5 al 6 de
mayo de 1788, cuando el Parlamento de París declaró a los dos
consejeros refugiados en su seno “bajo la protección de la ley”. Sobre
todo el 8 de mayo de 1788, el rey impuso el registro de seis edictos
preparados por el guardasellos Lamoignon, con el fin de romper la
resistencia de los magistrados, y reformar la justicia. Una orden de lo
criminal suprimía los actos previos, (1) es decir, las torturas que
precedían a la ejecución de los criminales (la explicación preparatoria
que acompañaba a la orden databa de 1780). Se abolieron un gran
número de jurisdicciones inferiores o especiales. Los tribunales
llamados “presidiales” se convirtieron en tribunales de primera
instancia. Los Parlamentos veían sus atribuciones disminuidas en
beneficio de 45 grandes bailíos (tribunales de apelación). Pero
Lamoignon no se atrevió, por cuestiones financieras, a suprimir la
venalidad y los presentes. Para registrar los edictos reales sustituyó al
Parlamento una Corte plenaria, compuesta esencialmente de la Gran
Cámara del Parlamento de París y de los duques y pares. La

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

aristocracia judicial perdía así el control de la legislación y de las


finanzas reales.

Reforma profunda, pero que llegaba demasiado tarde: la aristocracia


tuvo éxito en cuanto a llevar todos los descontentos contra el
Gobierno, ampliando así el conflicto inicial a escala nacional.

II . LOS PARLAMENTOS CONTRA EL ABSOLUTISMO (1788)

1. La agitación parlamentaria y la Asamblea de Vizille

La verdadera resistencia contra la reforma de Lamoignon que


despojaba a la aristocracia parlamentaria de sus privilegios políticos
no vino de París, sino de las provincias, especialmente de aquellas en
que la aristocracia poseía, fuera del Parlamento, un medio de acción
en la institución de los Estados provinciales. La reforma judicial
sobrevenía, en efecto, cuando aumentaba la agitación, suscitada por
las asambleas provinciales creadas por el edicto de junio de 1787.
Para satisfacer a la aristocracia, Brienne les había concedido poderes
amplios en detrimento de los intendentes; pero había otorgado al
Tercer Estado una representación doble y el voto por cabeza y no por
orden, lo que descontentaba a los privilegiados. El Delfinado, el
Franco-Condado, la Provenza reclamaron el restablecimiento de sus
antiguos Estados provinciales. Los dos motivos de agitación se
conjugaron. La aristocracia parlamentaria arrastró consigo a la
fracción liberal de la alta nobleza y de la alta burguesía. Impedir la
instalación de los nuevos tribunales, hacer la huelga de la justicia,
desencadenar el desorden, pedir la reunión de los Estados generales:
éstas fueron las consignas. Parlamentos y Estados provinciales
organizaron la resistencia con su numerosa clientela de hombres de
leyes. Las manifestaciones se sucedieron. La nobleza de espada siguió
el mismo camino; después, la nobleza eclesiástica. La asamblea del

83
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

clero protestó en junio de 1788 contra la institución del Tribunal


plenario.

La agitación tornóse en insurrección. En Dijon (11 de junio de 1788) y


en Tolosa los motines estallaron con ocasión de instalarse los
tribunales del gran bailío. En Pau, los montañeses, incitados por los
nobles de los Estados provinciales, cercaron al intendente en su
palacio, obligándole a reinstalar el Parlamento (19 de junio de 1788).
En Rennes, los disturbios enfrentaron a los nobles bretones,
defensores del Parlamento, contra las tropas reales (mayo-junio de
1788).

Pero los acontecimientos más importantes y que constituyeron un


verdadero prefacio para la Revolución fueron aquellos que se
desarrollaron en el Delfinado, en donde la creación de un asamblea
provincial suscitó una gran emoción, que la reforma judicial llevó al
máximo. No obstante, un hecho característico en esta provincia, cuya
actividad industrial y la importancia de su producción la situaba entre
las más evolucionadas del reino, fue la presencia de la burguesía que
se puso en cabeza de la oposición. El Parlamento de Grenoble protestó
cuando se quiso que se registrase los edictos del 8 de mayo; se les
dieron vacaciones. Se reunió, sin embargo, el 20 de mayo; el
lugarteniente general de la provincia los condenó al exilio. El 7 de
junio de 1788, día fijado para la marcha, el pueblo se reveló, a
instigación, parece, de los auxiliares de justicia, exasperados por la
ruina del Parlamento, que a su vez era causa de la suya. La multitud
ocupó las puertas de la ciudad; y subía a los tejados y lapidaba a las
patrullas que recorrían las calles. En vano, el lugarteniente general, el
viejo duque de Clermont-Tonnerre, se esforzó por apaciguar la
emoción popular, haciendo volver la tropa a sus cuarteles. Hacia
pasado el mediodía, el motín, dueño de la ciudad, reinstalaba a los

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

magistrados en el palacio de justicia. Aunque esta Jornada de las tejas


no tuvo resultado inmediato de importancia (los magistrados salieron
por fin de Grenoble en la noche del 12 al 13 de junio de 1788,
obedeciendo así las órdenes del rey), hizo que en el Delfinado se
produjese un principio de agitación verdaderamente revolucionario.

El 14 de junio de 1788, en efecto, se produjo en el Ayuntamiento de


Grenoble una reunión, a la que asistieron nueve eclesiásticos,
canónigos y párrocos de la ciudad, 33 gentileshombres y 59 miembros
del Tercer Estado, notarios, procuradores y abogados, entre ellos
Mounier y Barnave. La burguesía se ponía a la cabeza del movimiento.
Se adoptó una moción preparada por Mounier que pedía la vuelta de
los magistrados y su reintegración en plenitud de sus funciones: la
convocatoria de los “Estados particulares de la provincia convocando
a ellos a los miembros del Tercer Estado, en un número igual que el
de los miembros del clero y de la nobleza, reunidos y por medio de
elecciones libres”; por último, la convocatoria de los estados
generales del reino, “con objeto de remediar los males de la nación”.

La asamblea de Grenoble, según el espíritu de sus promotores, no era


más que una reunión preparatoria de una asamblea general de las
municipalidades del Delfinado, que quedó finalmente fijada para el 21
de julio. Una propaganda activa fue desarrollándose en la provincia
para asegurar el éxito, que se vió favorecido por la falta de autoridad.
Uno de los magnates de la economía delfinesa, Périer, llamado
“Milord” a causa de su inmensa fortuna, prestó su castillo de Vizille, a
las puertas de Grenoble, que había adquirido para establecer en él una
fábrica de algodón. Fue allí la reunión el 21 de julio de 1788. La
Asamblea de Vizille es una representación previa a escala de una
provincia de lo que serían los estados generales de 1789. Constituida
por representantes de los tres órdenes, la Asamblea contaba con 50

85
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

eclesiásticos, 165 nobles y 276 representantes del Tercer Estado:


asamblea de notables de la que estaban excluidas “las últimas clases
del pueblo”, según expresión de Mounier, ya que las ciudades no
habían enviado más que privilegiados y burgueses y sólo estaban
representadas 194 parroquias de las 1212 que contaba el Delfinado.
Un decreto, en gran parte inspirado por Mounier, formuló las
resoluciones de la Asamblea. Reclamaba el restablecimiento de los
Parlamentos, pero despojados de sus prerrogativas políticas: los
Estados Generales, cuya convocatoria se pidió, “eran los únicos que
tenían la fuerza necesaria para luchar contra el despotismo de los
ministros y poner término a las rapiñas de las finanzas”.

Los Estados del Delfinado tenían que establecerse de nuevo, pero en


los nuevos el Tercer Estado tendría una representación igual a la de
los privilegiados. Además, la Asamblea se elevó por encima del
particularismo provincial y se despertó el espíritu nacional:

“Los tres estamentos del Delfinado no separarán jamás su causa de la


de las demás provincias, y, sosteniendo sus derechos particulares, no
abandonarán los de la nación».

Dando ejemplo, la Asamblea renunció, para el Delfinado, al privilegio


de acordar el impuesto:

“Los tres estamentos de la provincia no concederán el impuesto más


que cuando sus representantes hayan deliberado en los Estados
generales del reino».

Superando el cuadro provincial en que se había mantenido la


agitación en Bretaña y en el Bearn, la Asamblea proclamaba, para

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

crear un nuevo orden, la necesidad de una unidad nacional. En este


sentido, la Asamblea de Vizille, como por la participación del Tercer
Estado revestía sus deliberaciones de un carácter revolucionario: el
Antiguo Régimen social y político vacilaba sobre sus bases.

Sin embargo, esta unión del Tercer Estado y de la aristocracia, esta


preponderancia de las perspectivas del Tercer Estado en las
deliberaciones de Vizille, aunque tuvo una gran resonancia, no logró
el eco debido en las demás provincias. La Declaración de Vizille fue
admirada, pero no imitada. En la primavera de 1788 fue
esencialmente la unión de la aristocracia de toga y de espada la que
tuvo al poder real en jaque. Contra la realeza y para el mantenimiento
de sus privilegios, la aristocracia no dudó en emplear sus métodos de
violencia. La nobleza de espada y de toga se unieron para no obedecer
al rey, llamando a la burguesía en su ayuda, que de este modo hacía
su aprendizaje revolucionario. Pero si la burguesía pedía un régimen
constitucional y la garantía de las libertades esenciales; si exigía el
voto del impuesto en los estados generales y la vuelta a la
administración local de los estados provinciales electivos, la
aristocracia también pretendía mantener en esos diversos organismos
su preponderancia política y social. Las numerosas protestas de la
nobleza fueron unánimes en cuanto a reclamar el mantenimiento de
los derechos feudales, y especialmente los derechos honoríficos. La
aristocracia se comprometió en la lucha contra la monarquía absoluta,
arrastrando consigo al Tercer Estado, pero con la intención definida
de establecer sobre la ruina del absolutismo su poder político,
manteniendo así sus privilegios sociales.

2. La capitulación de la realeza

Ante la alianza amenazadora del Tercer Estado con los privilegiados,


Brienne quedó reducido a la impotencia. El poder se le escapó. Las

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

asambleas provinciales que había creado y compuesto a su gusto se


mostraron poco dóciles, rechazando el aumento de los impuestos. El
Ejército, dirigido por los nobles hostiles al ministro y a sus reformas,
no era seguro. Sobre todo el Tesoro estaba vacío y no se tenía la
oportunidad de hacer ningún empréstito en unas circunstancias tan
dudosas. Brienne capituló ante la revolución de la aristocracia. El 5
de julio de 1788 prometió reunir a los Estados generales; el 8 de
agosto se suspendió el Tribunal plenario, fijándose la apertura de los
Estados generales el 1 de mayo de 1789. Después de haber agotado
todos los expedientes, de haber echado mano a los fondos de los
inválidos y las suscripciones para los hospitales, el Tesoro continuaba
vacío. Brienne presentó la dimisión (24 de agosto de 1788).

El rey acudió a Necker, que consumó la capitulación de la monarquía.


La reforma judicial de Lamoignon, que había provocado el tumulto,
quedó abolida; los Parlamentos, restablecidos: los estados generales,
convocados en la fecha fijada por Brienne. El Parlamento se apresuró
a indicar en qué sentido pensaba explotar su victoria. Después de su
suspensión, el 21 de septiembre de 1788, los Estados generales se
convocaron en la misma forma que en 1614, en tres estamentos
separados, disponiendo cada uno de ellos de una voz. Los estamentos
privilegiados triunfarían sobre el Tercer Estado.

***

A finales de septiembre de 1788, la aristocracia triunfaba. Pero si la


revuelta aristocrática había puesto a la monarquía en acción, también
la había conmovido suficientemente para abrir la vía a la revolución
para la que la evolución económica y social había preparado al Tercer
Estado. Tomó la palabra a su vez. Entonces empezó la verdadera
revolución.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Es conveniente detenerse un instante en el umbral de esta Revolución


de 1789, que va a cambiar las estructuras tradicionales para intentar
sacar, de la abundancia de hechos y de la multiplicidad de aspectos
sociales y políticos, en cuanto a la estructura o a la coyuntura, lo
esencial de la crisis del Antiguo Régimen.

El siglo XVIII ha sido un siglo de prosperidad, pero su apogeo


económico se sitúa a finales de los años 60 y en los primeros años 70.
Si el auge pudo comprobarse hasta la guerra de América, hubo un
declinar a partir de 1788, “la decadencia de Luis XVI”. Por otra parte,
el alcance de este auge hay que considerarlo con ciertas reservas:
benefició más a los privilegiados y a la burguesía que a las clases
populares, que, por el contrario, padecieron más con esa decadencia.
Después de 1778 comenzó un período de contracción; después, de
regresión de la economía, que vino a coronar una crisis cíclica
generadora de miseria. Jaurès no ha negado, sin duda, la importancia
del hambre en el estallido de la Revolución, pero no le reconocía más
que un papel episódico. La mala cosecha de 1788 y la crisis de 1788-
1789 fueron una prueba dolorosa para las masas populares,
movilizándolas en servicio de la revolución burguesa, pero esto no
era, según él, más que un accidente. En resumen, el mal era más
profundo: alcanzaba a la economía francesa en todos sus sectores. La
miseria colocó a las masas populares en movimiento en el momento
mismo en que la burguesía, después de un auge sin precedentes, se
veía amenazada en sus rentas y beneficios. La regresión económica y
la crisis cíclica que estallaron en 1788 fueron las principales
responsables de los acontecimientos de 1789. Conociéndolas se logra
una nueva luz respecto del problema de los orígenes inmediatos de la
Revolución.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Fuera de esto, los determinantes económicos que definen un período


acentuaban los antagonismos sociales fundamentales. Las causas
profundas de la Revolución francesa hay que buscarlas en las
contradicciones subrayadas por Barnave entre las estructuras y las
instituciones del Antiguo Régimen, por una parte, y el movimiento
económico y social, por otra. En la víspera de la Revolución los
esquemas sociales continuaban siendo aristocráticos; el régimen de la
propiedad territorial continuaba siendo todavía una estructura feudal;
el peso de los derechos feudales y de los diezmos eclesiásticos era
intolerable para los campesinos. Esto sucedía cuando se desarrollaron
los nuevos medios de producción y de intercambio sobre los que se
edificaba la potencia económica burguesa. La organización social y la
política del Antiguo Régimen, que consagraban los privilegios de la
aristocracia territorial, obstaculizaban el desarrollo de la burguesía.

La Revolución francesa fue, según expresión de Jaurès, una


revolución “ampliamente burguesa y democrática” y no una
revolución “estrechamente burguesa y conservadora” como la
respetable Revolución inglesa de 1688. Lo fue gracias al
sostenimiento de las masas populares, guiadas por el odio del
privilegio y mantenidas por el hambre, deseosas de liberarse del peso
del feudalismo. Una de las tareas esenciales de la Revolución fue la
destrucción del régimen feudal y de la libertad de los campesinos y de
la tierra. De estas características dan idea no sólo la crisis general de
la economía a finales del Antiguo Régimen, sino, de una manera más
profunda todavía, las estructuras y las contradicciones de la antigua
sociedad. La Revolución Francesa fue más bien una revolución
burguesa, pero con aliento popular y especialmente campesina.

Al final del Antiguo Régimen los progresos de la idea de nación se


afirmaron con el auge de la burguesía, aunque continuaban frenados

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

por la persistencia de las estructuras feudales en la economía, la


sociedad y el Estado, lo mismo que por la resistencia de la
aristocracia. La unidad nacional continuaba sin lograrse. El desarrollo
de la economía y de la constitución de un mercado se veían siempre
obstaculizados por las aduanas interiores y los portazgos, por la
multitud de pesos y medidas, por la diversidad y la incoherencia del
sistema fiscal, por la persistencia de los derechos feudales y los
diezmos eclesiásticos y por la misma ausencia de unidad en la
sociedad. La jerarquía social se fundaba sobre el privilegio no sólo de
la nobleza y el clero, sino también los de las múltiples corporaciones y
comunidades que fraccionaban la nación y que poseían cada uno de
ellos sus franquicias y sus libertades; en una palabra, sus privilegios.
La desigualdad era la norma; la mentalidad corporativa acentuaba la
división. En su Tableau de París (1781), Sebastián Mercier consagra
un capítulo al egoísmo de las corporaciones:

“Las corporaciones, opina, son obstinadas y pretenden aislarse en


medio de las relaciones de la máquina política; hoy toda corporación
sólo siente la injusticia cometida en algunos de sus individuos, y ve
como algo ajeno a sus intereses la opresión del ciudadano que no
pertenece a su clase”.

Tanto la estructura del Estado como la de la sociedad constituía una


negación de la unidad nacional. La misión histórica de los Capetos
había sido dar al Estado, que habían constituido, reuniendo en torno a
sus dominios las provincias francesas, la unidad administrativa, factor
favorable tanto para despertar la conciencia nacional como para el
ejercicio de un poder real. En efecto, la nación continuaba separada
del Estado, según testimonio del propio monarca. “Hubo un momento
-declaró Luis XVI el 4 de octubre de 1789-, cuando invitamos a la

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

nación a venir en socorro del Estado..». La organización del Estado no


se mejoró en el curso del siglo XVIII. Luis XVI gobernaba y
administraba distintas cosas con las mismas instituciones que su
abuelo Luis XIV. Las tentativas de reformas de estructura habían sido
nulas ante la resistencia de la aristocracia, sólidamente acampada en
sus Parlamentos, sus Estados provinciales, sus asambleas clericales.
Como los súbditos, las provincias y las ciudades continuaban gozando
de sus privilegios; eran baluartes contra el absolutismo real y
fortaleza de un particularismo obstinado.

En resumen, no se puede separar la falta de unidad nacional, que la


monarquía absolutista no había conseguido, de la continuada
estructura social de tipo aristocrático, negación misma de la unidad
nacional. Terminar la obra monárquica de unificación nacional
hubiera significado poner en evidencia la estructura de la sociedad y,
por tanto, del privilegio. Contradicción insoluble: jamás Luis XVI se
decidiría a abandonar a su fiel nobleza. La persistencia e incluso una
mayor acentuación de la mentalidad feudal y militar de la aristocracia
contribuyeron a desvincular a la mayoría de los nobles de la nación
para vincularles a la persona del rey. Incapaces de adaptarse, comidos
por sus prejuicios, se aislaron en completo exclusivismo cuando en el
marco de las instituciones superadas se afirmaba ya el nuevo orden.

“Si se piensa, por último, escribe Tocqueville, que esta nobleza


separada de las clases medias [entendemos la burguesía], que había
rechazado de su seno, y del pueblo, del que había dejado escapar el
corazón, se hallaba totalmente aislada en medio de la nación, en
apariencia al frente de un ejército, en realidad un cuerpo de oficiales
sin soldados, se comprenderá cómo después de haber estado mil años
en pie había podido derribarse en el espacio de una noche».

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

La unidad nacional, frenada por la reacción aristocrática, no había


dejado de progresar en la segunda mitad del siglo XVIII con el
desarrollo de la red de carreteras reales y con las relaciones
económicas y la atracción de la capital (Francia, según Tocqueville,
era de todos los países de Europa el que tenía la capital que había
adquirido mayor preponderancia sobre la provincias y más absorbía
todo el imperio por el progreso intelectual). La difusión de la filosofía
de la Ilustración y la educación de los colegios fueron quienes
instituyeron los verdaderos medios de unificación. Pero subrayar
estas características es subrayar el auge de la burguesía. Se convirtió
en el factor social esencial de la unidad nacional llegando a
identificarse con la nación. “¿Quién se atrevería a decir que el Tercer
Estado no posee cuanto se necesita para formar una nación
completa?”, dice Sièyes. Pero inmediatamente precisa que la
aristocracia no sabría formar parte de la nación. “Si se acabara con el
estamento privilegiado, la nación no perdería con ello, sino que
ganaría».

De este modo se precisa, por las múltiples contradicciones y los


antagonismos de clase, la idea de nación en la Francia del Antiguo
Régimen moribundo. Toma forma y vida en la categoría social más
madura y económicamente más adelantada. El espectáculo de esta
Francia, a la vez una y dividida, incitaba a Tocqueville a escribir dos
capítulos antitéticos: “Que Francia era el país en que los hombres se
parecían más” y “Cómo esos tan parecidos entre sí estaban más
separados que nunca”. Esos hombres “estaban dispuestos a
confundirse en una misma masa”, subraya el autor del Antiguo
Régimen y la Revolución.

La Revolu
con ello dio lugar a nuevas contradicciones.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

PRIMERA PARTE

REVOLUCION BURGUESA Y MOVIMIENTO POPULAR (1789-1792)

La monarquía francesa, en la víspera de la bancarrota, hostigada por


la oposición de la aristocracia, pensaba hallar un medio de sobrevivir
convocando los Estados generales. Pero atacada en su principio
absolutista tanto por la aristocracia, que creía en un retorno a lo que
ella consideraba como la antigua constitución del reino, es decir,
participar en el Gobierno, como por los partidarios de las nuevas
ideas, que querían que la nación participase en la administración del
Estado, la corona no poseía ningún programa concreto de acción. A
remolque de los acontecimientos, en lugar de dominarlos, fue de
concesión en concesión hasta la Revolución.

La Revolución de 1789 fue dirigida por la minoría burguesa del Tercer


Estado, sostenida y empujada en los períodos de crisis por la inmensa
población de las ciudades y de los campos, lo que a veces se ha
llamado el cuarto estamento. Gracias a la alianza popular, la
burguesía impuso a la realeza una constitución que le dio lo esencial
del poder. Identificándose con la nación, pretendía someter al rey al
imperio de la ley: nación, rey, ley; este equilibrio ideal pareció que iba
a realizarse en un momento dado. En la Federación del 14 de julio de
1790 la nación comulgó en un verdadero fervor monárquico. El
juramento solemne fue pronunciado. Juramento que unía a los
franceses entre sí, y a los franceses con su rey para defender la
libertad, la Constitución y la ley. Pero en 1790 la nación era
esencialmente la burguesía. Sólo ella poseía los derechos políticos,
como potencia económica, y la primacía intelectual.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

La unión de la nación y del rey bajo la égida de la ley resultó precaria.


La aristocracia y la monarquía buscaron el desquite. La burguesía, una
vez en el poder, se vio dividida por el miedo a la restauración
aristocrática y la presión popular. La huida del rey el 21 de junio de
1791 y los fusilamientos del Champ-de-Mars dividieron a la burguesía
en dos facciones. La facción fuldense, monárquica moderada, por odio
a la democracia, acentuó el carácter burgués de la Constitución y
mantuvo la institución monárquica como un baluarte a las
aspiraciones populares. La facción girondina, por odio a la aristocracia
y al despotismo, fue contra la realeza y no dudó en recurrir al pueblo,
una vez que la guerra había estallado, la cual, según sus cálculos, iba a
resolver todas las dificultades.

La burgue
constituyentes. En efecto, la unión de la nación nueva y del rey,
defensor natural del Antiguo Régimen y de la aristocracia feudal, era
imposible.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

CAPITULO I

LA REVOLUCION BURGUESA Y LA CAIDA DEL ANTIGUO REGIMEN


(1789)

La crisis financiera y la rebelión de la aristocracia impusieron a la


monarquía la convocatoria de los Estados generales. Pero el Tercer
Estado ¿aceptaría con sumisión lo que la aristocracia, con su gran
mayoría, se limitaba a ofrecerle? ¿Los Estados generales continuarían
siendo una institución todavía feudal, de cuyos trabajos saldría un
nuevo orden, de acuerdo con la realidad económica y social?...El
Tercer Estado reclamó en voz alta la igualdad de derechos y llevó a
cabo la renovación social y política del Antiguo Régimen. La realeza
intentó romper la rebelión del Tercer Estado con los mismos
procedimientos que había empleado contra la aristocracia, hoy su
aliada. Pero en vano: la crisis económica empujó al pueblo a la
insurrección y la fuerza pública escapó al rey. A la revolución pacífica
y jurídica sucedió la revolución popular y violenta. El Antiguo
Régimen se derrumbó.

I . LA REVOLUCION JURIDICA (finales de 1788-junio de 1789)

El 26 de agosto de 1788, Luis XVI nombró a Necker director general


de Finanzas y ministro de Estado. Sin programa preciso, y a remolque
de los acontecimientos, en lugar de dirigirlos, Necker no se dio cuenta
de la extensión de la crisis política y social; no prestó atención
suficiente a la crisis económica que permitió a la burguesía movilizar
a las masas. En el campo de la producción agrícola, una crisis vinícola
afectó a numerosas regiones. El cultivo de la vid estaba más
extendido que ahora; para muchos campesinos el vino constituía el
único producto para la venta; por su cantidad y concentración, la

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

población de las regiones de viñedos, obligados a comprar el pan,


participaba del carácter urbano. Un período de venta mala y una baja
de precios llevó en el período comprendido de 1778 a 1787 a
numerosos viticultores a la miseria. En 1789-1791, las vendimias,
insuficientes, hicieron subir los precios; pero la subproducción no
permitió a los viñadores rehacerse. También cuando los precios del
grano se elevaron en 1788-1789, la población vitícola, sobre todo el
viñador-colono y el jornalero, desprovisto de toda reserva, quedaron
aplastados. La crisis vitícola se encuadró en la crisis general de la
economía. Al mismo tiempo, el tratado de libre intercambio con
Inglaterra en 1786 frenó la actividad industrial. En una época en que
la industria inglesa perseguía la transformación de su maquinaria y
aumentaba su capacidad de producción, la industria francesa, que
empezaba prácticamente su renovación, padecía la competencia
inglesa en el propio mercado nacional. Una crisis de cambio agravaba
aún más la situación.

1. La reunión de los Estados generales (finales de 1788-mayo de 1789)

La convocatoria de los Estados generales prometida por el rey desde


el 8 de agosto para el 1 de mayo siguiente promovió un gran
entusiasmo en el Tercer Estado. Hasta entonces había seguido a la
aristocracia en su rebelión contra el absolutismo. Pero cuando el
Parlamento de París, el 21 de septiembre de 1788, dio un decreto
según el cual los Estados generales quedarían “convocados de manera
regular y se compondrían según la norma observada en 1614”, se
rompió la alianza entre la aristocracia y la burguesía. Esta última
puso todas sus esperanzas en un rey que consentía en recurrir a sus
súbditos y escuchar sus penas.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

“El debate público cambió de aspecto, según Mallet du Pan en enero


de 1789; se trata en términos muy vagos del rey, del despotismo y de
la Constitución. Es una guerra entre el Tercer Estado y los otros dos
órdenes”.

El partido patriota se puso a la cabeza de la lucha contra los


privilegiados. Formado por hombres nacidos de la burguesía, juristas,
escritores, hombres de negocios, banqueros, a los que se sumaron
aquellos privilegiados que habían adoptado las nuevas ideas, los
grandes señores (el duque de la Rochefoucauld-Liancourt, el marqués
de La Fayette) o parlamentarios (como Adrien Du Port, Hérault de
Sechelles, Lepeletier de Saint-Fargeau). Igualdad civil, judicial y fiscal,
libertades esenciales, gobierno representativo, tales eran sus
reivindicaciones principales. La propaganda se organizó,
beneficiándose de las relaciones personales o de ciertas sociedades,
como la de los Amis des Noirs, que reclamaban la abolición de la
esclavitud: los cafés se convirtieron en el centro de agitación, como el
célebre café Procope. Un organismo central parece haber dirigido la
agitación del patriota, el Comité de los Treinta, inspirándose en
folletos y distribuyendo modelos de cuadernos de quejas.

La duplicación del Tercer Estado fue el punto esencial sobre el que se


apoyó la propaganda del partido patriota: el Tercer Estado tenía que
tener tantos diputados como la nobleza y el clero reunidos, lo que
implicaba el voto por cabeza y no por orden. Sin política bien
definida, sólo deseaban ganar tiempo y conciliar todo: Necker reunía
en noviembre de 1788 una segunda asamblea de Notables,
imaginándose que la persuadiría para que se pronunciase en favor de
la duplicación. Los Notables, como era de prever, se declararon en pro
de los criterios antiguos. El 12 de diciembre los príncipes de sangre

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

elevaron al rey una súplica, un verdadero manifiesto de la


aristocracia; se alzaban contra las pretensiones del Tercer Estado y
contra sus ataques: “Ya han propuesto la supresión de los derechos
feudales... Vuestra Majestad, ¿podría determinarse a sacrificar, a
humillar a sus valiente, antigua y respetable nobleza?”

Pero la resistencia de los privilegiados había impreso, sin embargo, en


el movimiento patriota un nuevo ímpetu. El Parlamento, volviendo a
su primera actitud, aceptaba por su decreto del 5 de diciembre de
1788 la duplicación del Tercer Estado; pero no se pronunciaba
respecto del voto por cabeza, cuestión de primordial importancia.

Esta posición fue adoptada por Necker, deseoso de adular a todos los
partidos. En su informe al consejo del rey del 27 de diciembre de
1788, tres problemas, según él, había que considerar: el de la
proporcionalidad de los diputados y de la población, el de la
duplicación del Tercer Estado y el de la elección de diputados en un
orden u otro. En 1614 cada bailío o senescalía elegía el mismo
número de diputados; no podía ser igual, ahora que se aspiraba a las
reglas de la equidad proporcional; Necker se pronunciaba por la
proporcionalidad. En cuanto a la duplicación, no se podía proceder de
la misma manera que en 1614. Desde esa fecha la importancia del
Tercer Estado había aumentado:

“Este intervalo ha traído a grandes cambios en todas las cosas. Las


riquezas mobiliarias y los préstamos de Gobierno han asociado el
Tercer Estado a la fortuna pública; los conocimientos y la ilustración
se han convertido en patrimonio común... Hay una multitud de
asuntos públicos de los que el Tercer Estado tiene la dirección, tales
como las transacciones del comercio interior y exterior, estado de las

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

manufacturas y los medios más adecuados de fomentarlas, el crédito


público, el interés y la circulación de dinero, el abuso de las
percepciones, el de los privilegios y de otras tantas cosas de que sólo
él posee la experiencia”.

El voto del Tercer Estado, cuando es unánime, termina diciendo


Necker, cuando va de acuerdo con los principios generales de
igualdad, se denominará siempre voto nacional. Para esto es necesario
un número de diputados del Tercer Estado, igual al de los diputados
de los otros estamentos reunidos. El tercer problema previsto era el
saber si cada estamento no tenía que elegir diputados más que en su
seno. Necker se pronunció por la libertad más completa.

Las decisiones tomadas fueron publicadas en el Résultat du Conseil


du roi tenu à Versailles, le 27 décembre 1788. Las proclamas de la
convocatoria y el reglamento electoral aparecieron un mes más tarde,
el 24 de enero de 1789. No se había resuelto aún el problema del voto,
si por cabeza o por orden.

La campaña electoral se preparó en un gran movimiento de


entusiasmo y de lealtad hacia el rey, pero en medio de una grave
crisis social. El paro era cada vez mayor; la cosecha de 1788 había
sido mediocre; el hambre amenazaba. En los primeros meses de 1789,
los movimientos populares se multiplicaron; en diversas regiones, los
disturbios eran promovidos por la escasez de alimentos. El pueblo de
las ciudades reclamaba, como los obreros de la fábrica de papeles
pintados Réveillon, de París. El 28 de abril de 1789 la agitación social
coincidía con la agitación política y con frecuencia la explicaba:

“Su Majestad, proclamaba el reglamento electoral leído en público,


desea que, tanto en los lugares más alejados de su reino, como en las

100
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

regiones menos conocidas, todos estén seguros de poder hacer llegar


hasta ella sus deseos y sus reclamaciones”.

Esta invitación se tomó al pie de la letra. Los hombres del Tercer


Estado la aprovecharon para remover la opinión; la literatura política
tomó un gran auge; la libertad de prensa se puso de acuerdo
tácitamente: folletos, panfletos, tratados, trabajos de hombres de
leyes, de sacerdotes, de gentes pertenecientes a la burguesía media,
sobre todo, se multiplicaron. Todo el sistema político, económico y
social se analizó, se criticó y se rebatió tanto en provincias como en
París. En Arrás fue L’ Appel à la nation artésienne, de Robespierre; L’
Avis aux bons Normands, de Thouret, en Ruán; en Aix, L’ Appel a la
nation provençale, de Mirabeau.

En París, Sièyes, ya conocido por su Essai sur les privileges, publicó


en enero de 1789 su folleto Qu’est-ce que le Tiers Etat?, que tuvo un
éxito inmenso:

“¿Qué es el Tercer Estado? Todo. ¿Qué ha sido hasta ahora? Nada.


¿Qué pide? Llegar a ser algo».

Escritores, publicistas, autores anónimos lanzan Ensayos, Cartas,


Reflexiones, Consejos, Proyectos. Target escribe una Lettre aux Etats
généraux; Camilo Desmoulins, Francia Libre, un panfleto vehemente
en favor de una Francia en que no hubiera venalidad de los cargos, ni
nobleza transmisible, ni privilegios fiscales:

“¡Fíat! ¡Fíat! Sí, todo esto va a realizarse; sí, esta Revolución


afortunada, esta regeneración va a consumarse. Ningún poder sobre la

101
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

tierra puede impedirlo. ¡Sublime efecto de la filosofía, de la libertad,


del patriotismo! Nos hemos hecho invencibles”.

El conjunto de esta literatura de propaganda, obra de los hombres de


la burguesía, reflejaba las aspiraciones de la clase poseedora, que
pretendía destruir los privilegios, porque eran contrarios a sus
intereses. Le preocupaba menos la suerte de las clases trabajadoras,
de los campesinos y de los pequeños artesanos. Algunos, no obstante,
denunciaron las miserias del pueblo. Por ejemplo, Dufourny en sus
Cahiers du Quatrième Ordre. Eran voces todavía aisladas, pero que
hacían presentir la entrada en la escena política del pueblo
desarrapado, cuando se hubiera afirmado con la prueba de la
contrarrevolución y de la guerra exterior, el fracaso del régimen
instaurado por la burguesía liberal.

El Gobierno había elaborado un reglamento electoral liberal. El bailío


o la senescalía eran la circunscripción. Los miembros de los
estamentos del clero y la nobleza; los obispos y los sacerdotes, todos
los capítulos, corporaciones, comunidades eclesiásticas con rentas,
regulares y seculares, y, en general, todos los eclesiásticos en
posesión de un beneficio o encomienda, por una parte; por otra, todos
los nobles que poseían un feudo. Formaban parte de la asamblea
electoral del clero todos los párrocos, lo que aseguraría una mayoría
importante al bajo clero. Para el Tercer Estado, el mecanismo era más
complicado. Tenían derecho de voto todos los habitantes que
componían el Tercer Estado, nacidos en Francia o naturalizados,
mayores de veinticinco años, domiciliados y que pagasen impuestos.
En las ciudades, los electores se reunían en principio por
corporaciones o, si no formaban parte de ninguna corporación, por
barriadas, nombrando a uno o dos delegados por cada cien votantes;
estos delegados constituían la asamblea electoral del Tercer Estado de

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la ciudad, encargados de elegir a los electores de la asamblea del


Tercer Estado del bailío, que a su vez elegía a los diputados para los
estados generales. Aquellos que habitaban en el campo se reunieron
en asambleas parroquiales, con el fin de nombrar, a razón de dos por
cada doscientos votos, delegados para la asamblea del Tercer Estado
en el bailío. Todas estas asambleas volvieron a redactar sus cuadernos
de quejas.

Este reglamento electoral del 24 de enero de 1789 favorecía a la


burguesía. Los representantes del Tercer Estado habían sido elegidos
por sufragio indirecto; eran dos votaciones en los campos y tres en las
ciudades. Se votaba sobre todo, en la asamblea electoral,
nominalmente, una vez que la asamblea había deliberado para
redactar el cuaderno de quejas. De este modo los burgueses, los más
influyentes, los mejor dotados para hablar, en general los hombres de
leyes, estaban seguros de dominar los debates y arrastrar a los
campesinos o los artesanos. La representación del Tercer Estado no se
componía más que de burgueses. Ningún campesino, ningún
representante directo de las clases populares urbanas tenía escaño en
los estados generales.

Las operaciones electorales se fueron desarrollando lentamente. Las


asambleas se reunieron con calma; las correspondientes al clero se
vieron en parte perturbadas por el ardor de los sacerdotes, que en
número crecido quisieron imponer su voluntad, no eligiendo más que
a diputados patriotas. En las asambleas de la nobleza se presentaron
dos facciones: la de los nobles de provincias y la de ciertos grandes
señores de tendencia liberal. Las asambleas del Tercer Estado estaban
llenas de dignidad, a veces de solemnidad, en especial la de los
campesinos, reunidas generalmente en las iglesias.

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Cada asamblea redactaba un cuaderno de quejas. El clero y la nobleza


no celebraban más que una sola asamblea en cada circunscripción y
no redactaron más que un solo cuaderno, que los diputados de estos
brazos transmitieron a Versalles. La asamblea de los bailíos del Tercer
Estado redactó un cuaderno en que fundió el conjunto de los
cuadernos parroquiales y de las villas, que eran la suma de los
cuadernos de la corporación y del distrito. Todos esos cuadernos
estaban muy lejos de ser originales. Bastantes redactores habían
padecido la influencia de los folletos que se habían repartido en su
región. Los modelos habían circulado por las circunscripciones. Así,
en los cuadernos de la región del Loira se transparenta la influencia
de las instructions redactadas por Laclos a petición del duque de
Orleáns, uno de los jefes del partido patriota. A veces, el mismo
párroco o escribano redactaban los cuadernos de varias parroquias
vecinas, o también algún personaje importante; el cuaderno de
Vicherey, en los Vosgos, compuesto por François de Neufchâteau,
inspiró a otros dieciocho redactores.

Hay, por lo menos, unos 60.000 cuadernos de quejas que ofrecen un


extenso panorama de Francia a finales del Antiguo Régimen. Los
cuadernos que provenían directamente del pueblo -campesinos y
artesanos- son los más espontáneos, los más originales, aunque se
inspiraran con frecuencia en un modelo o sólo constituyeran una
larga serie de quejas particulares. Los cuadernos generales, de bailíos
o de senescalías, ofrecen un gran interés; quedan unos 523 de los 615
que fueron redactados. Los del Tercer Estado revelan la opinión no del
conjunto del estamento (los artículos de los cuadernos de parroquia,
que no interesaban a la burguesía, fueron frecuentemente
rechazados), sino solamente de la burguesía. Los de la nobleza y el
clero son más importantes, ya que no había para esos órdenes

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cuadernos básicos, salvo algunos, poco numerosos, redactados por los


párrocos o comunidades eclesiásticas.

Los cuadernos de los tres estamentos iban unánimemente en contra


del absolutismo. Sacerdotes, nobles y burgueses reclamaban una
constitución que limitase los poderes del rey, estableciese una
representación nacional que votara el impuesto e hiciese la leyes, y
abandonase la administración local a los estados provinciales
electivos. Los tres estamentos están también de acuerdo para pedir la
refundición de la política fiscal, la reforma de la justicia y de la
legislación criminal, la garantía de la libertad individual y la libertad
de prensa. Pero los cuadernos del clero guardan silencio sobre la
cuestión de los privilegios y la libertad de conciencia, cuando no la
rechazan abiertamente. Los de la nobleza defienden en general con
acritud el voto por estamento, considerado como la mejor garantía de
los privilegios, y aceptando la igualdad fiscal, pero rechazando para la
mayoría la igualdad de los derechos y la admisión de todos a todos los
empleos. El Tercer Estado reclama en su conjunto la igualdad civil
íntegra, la abolición del diezmo, la supresión de los derechos feudales,
de los cuales muchos de los cuadernos se contentan con pedir su
amortización.

El conflicto entre los tres estamentos, sobre problemas tan


importantes, se duplicaba a causa de los conflictos que existían en el
interior de cada estamento. Los párrocos se enfrentaban a los obispos
y a las órdenes religiosas, criticaban la multiplicidad de los beneficios,
subrayaban la insuficiencia de la parte congrua. La nobleza de
provincias se oponía a la nobleza de la Corte, a la que acusaba de
acaparar los cargos importantes del Estado, considerándose superior.
En los cuadernos del Tercer Estado se veían todos los matices de
intereses y de pensamientos de los diferentes grupos. La unanimidad

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no era completa entre los edictos que suprimían los derechos


colectivos a partes comunes y los que querían dividirlos. En lo que se
refiere a las corporaciones, la opinión de los pastores fue la que
prevaleció. De 943 cuadernos de corporaciones redactados en 31
ciudades (de los cuales 185 eran para profesiones liberales, 138 para
orfebres y negociantes y 618 para corporaciones de oficio), solamente
41 se pronunciaron por la supresión de las corporaciones. La
oposición a la supresión de las corporaciones fue especialmente fuerte
en las ciudades importantes, en donde se afirmaba una competencia
que no querían los patronos. Por el contrario, los votos de los
comerciantes y de los industriales, sus protestas contra las
consecuencias nefastas del tratado de comercio con Inglaterra, la
exposición de las necesidades de las diferentes ramas de la
producción, ocupan bastante lugar.

El resultado de las elecciones, lo mismo que las reivindicaciones


formuladas en los cuadernos de quejas, mostraban la fuerza que había
sabido adquirir en todo el país y en todas las clases de la sociedad el
partido patriota.

La diputación del clero, compuesta de 291 hombres, contaba con 200


curas defensores de las reformas, sacerdotes liberales. Uno de ellos,
diputado del bailío de Nancy, el abate Grégoire, sería en seguida el
más conocido. Los grandes prelados llegaban a Versalles con una
voluntad decidida de reformas. Así, monseñor Boisgelin, arzobispo de
Aix; Champion de Cicé, arzobispo de Burdeos; Talleyrand-Périgord,
arzobispo de Autum. Los defensores del Antiguo Régimen se situaron
tras el abate de Maury, predicador de gran talento, o el abate de
Montesquiou, defensor hábil de los privilegiados de su estamento.

Entre los 270 diputados de la nobleza dominaban los “aristócratas”,


muy vinculados a la defensa de sus privilegios. Los más reaccionarios

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no eran siempre los de mejor cuna. El consejero en el Parlamento


D’Esprémesnil, portavoz de la nobleza de toga; el oficial de dragones
Cazalès, que procedía de la pequeña nobleza meridional. Entre los
grandes señores se encontraban los diputados nobles, partidarios de
las ideas liberales. Los protectores, o discípulos de los filósofos, los
voluntarios de la guerra de la Independencia de los Estados Unidos de
América, estaban dispuestos a hacer causa común con el Tercer
Estado. Entre 90 diputados patriotas se destacaban en primer lugar el
marqués de La Fayette, elegido con gran dificultad en Riom; el
vizconde de Noailles, el conde Clermont-Tonnerre, el duque de La
Rochefoucauld, el duque D’Aiguillon.

En cuanto al Tercer Estado, cerca de la mitad de su diputación,


compuesta de 578 miembros, estaba integrada por esos hombres de
leyes que habían tenido un papel muy importante durante el curso de
la campaña electoral. Los abogados venían a ser aproximadamente
200. En Grenoble habían sido elegidos Mounier y Barnave; Pétion, en
Chartres; en Rennes, Le Chapelier; en Arrás, Robespierre. Eran
también numerosos, aproximadamente una centena, los
comerciantes, los banqueros y los industriales. La burguesía rural
estaba representada por más de cincuenta propietarios ricos. Por el
contrario, los campesinos y artesanos no habían podido lograr que se
eligiera a ninguno de ellos. La diputación del Tercer Estado contaba
incluso con científicos: el astrónomo Bailly; escritores, Volney;
economistas, Dupont de Nemours; pastores protestantes, como
Rabaut-Saint Etienne, elegido por Nimes. Por último, el Tercer Estado
había elegido para que le representase algunos que procedían de
órdenes privilegiadas: en Aix y Marsella, Mirabeau; el abate Sieyès, en
París.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Los estamentos privilegiados llegaron a Versalles profundamente


desunidos. Hostilidad del clero frente a la nobleza, de la nobleza
provincial contra los grandes señores liberales. No hubo 561
diputados unánimes para defender los privilegios de los dos primeros
órdenes. Frente a ellos la burguesía, consciente de sus derechos y de
sus intereses, constituía la vanguardia de todo el Tercer Estado. Sus
diputados eran instruidos, competentes y honrados, profundamente
vinculados a su clase e intereses, que no distinguían de los de toda la
nación. La revolución jurídica fue esencialmente su obra colectiva.

2. El conflicto jurídico (mayo-junio de 1789)

Las elecciones demostraron claramente la voluntad del país. Pero la


realeza no podía responder a los votos del Tercer Estado sin abdicar y
arruinar el edificio social del Antiguo Régimen: sostén natural de la
aristocracia, tomó rápidamente el camino de la resistencia.

El 2 de mayo, los diputados en los Estados generales fueron


presentados al rey. A partir de ese momento la Corte mostró su
voluntad decidida de mantener las distinciones tradicionales entre los
estamentos. Mientras recibía a los diputados del clero a puerta
cerrada en su gabinete, a los de la nobleza a puerta abierta, según el
ceremonial habitual, el rey se hacía presentar a la diputación del
Tercer Estado en su dormitorio en un triste desfile. Los
representantes del Tercer Estado se habían revestido para esta
circunstancia con un traje oficial negro, de aspecto severo, con un
abrigo de seda, corbata de batista, mientras la nobleza llevaba traje
negro, chaqueta y adornos de oro, abrigo de seda, corbata de encaje,
sombrero de plumas de ala doblada a lo Enrique IV.

La sesión de apertura tuvo lugar el 5 de mayo de 1789. Luis XVI, con


un tono lloroso, previno a los diputados contra todo espíritu de

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innovación. El guardasellos Barentin, hostil a las novedades, le


sucedió con un discurso inocuo. Necker se levantó en medio de un
silencio sepulcral: pero su informe, que duró tres horas, se limitó a
tratar cuestiones financieras. Ningún programa político, nada sobre la
cuestión del voto, por estamento o por cabeza. El Tercer Estado,
profundamente decepcionado en su deseo de reforma, se retiró en
silencio. En la tarde de la primera sesión de los tres brazos, el
conflicto entre los estamentos privilegiados y el Tercer Estado parecía
inevitable. La realeza había acordado la duplicación; no quería en
modo alguno ir más allá en la vía de las concesiones. Pero tampoco se
atrevió a tomar una posición abierta en favor de los estamentos
privilegiados. Dudó y dejó pasar el momento favorable en el que
hubiera podido, dando satisfacción al Tercer Estado, es decir, a la
nación, regenerarse y durar convirtiéndose en nacional. Frente a las
dudas de la monarquía, el Tercer Estado tuvo conciencia de que no
podía contar más que con él mismo. La duplicación no significaba
nada si la deliberación y el voto por estamento se mantenían. Votar
por estamentos o brazos sería aniquilar al Tercer Estado, el cual, en
bastantes cuestiones en que los privilegios estaban en juego, corría el
riesgo de que se formase contra él la coalición de los dos primeros
estamentos. Si, por el contrario, se adoptaba el principio de la
deliberación y del voto común, el Tercer Estado, seguro como estaba
de ver que se le unía el bajo clero y la nobleza liberal, tenía segura una
gran mayoría. Cuestión capital, objeto de los debates de los Estados
generales y de la atención de la nación, durante más de un mes.

A partir del 5 de mayo por la tarde, los diputados del Tercer Estado de
una misma provincia tomaron contacto. Los diputados bretones,
agrupados en torno a Le Chapelier y Lanjuinais, desarrollaron una
gran actividad. Una voluntad unánime se manifestó: por la
deliberación del 6 de mayo de 1789, llamada de diputados de las

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Comunas, los representantes del Tercer Estado rehusaron constituirse


en cámara particular; el primer acto político del Tercer Estado
revestía un carácter revolucionario; las Comunas no reconocieron ya
la división tradicional de los estamentos. No obstante, la nobleza
rechazando el voto por cabeza por 141 votos contra 47, comenzaba a
comprobar el poder de sus diputados. Entre el clero, 133 votos
solamente contra 114 rechazaron cualquier concesión.

El problema era de tal importancia que no podía dar lugar a


concesiones recíprocas. O bien la nobleza (porque era sobre todo la
nobleza la que llevaba el juego de los dos primeros estamentos) cedía
y era el fin de los privilegios y el principio de una nueva era, o el
Tercer Estado se confesaba vencido y sería el mantenimiento del
Antiguo Régimen: la desilusión después de las esperanzas que había
hecho nacer la convocatoria de los Estados. Los diputados de las
Comunas lo comprendieron. Pensaron, como Mirabeau, que era
bastante “permanecer inmóviles para hacerse temibles ante sus
enemigos”. La opinión estaba con ellos; el orden del clero dudaba,
minado por la actitud de una parte del bajo clero, dirigida por el abate
Grégoire.

El 10 de junio de 1789, las Comunas decidieron, a petición de Sièyes,


hacer un último intento: invitar a sus colegas a venir a la sala de los
Estados y proceder a la verificación común de los poderes. La llamada
general a todos los bailíos convocados se haría el mismo día; se
procedería a la comprobación “tanto en ausencia como en presencia
de los diputados privilegiados”. Este plazo fue transmitido al clero el
12 de junio. Prometió examinar las peticiones del Tercer Estado con
la mayor atención. En cuanto a la nobleza, se contentó con declarar
que deliberaría desde su cámara. La tarde de ese día, el Tercer Estado
hizo una llamada general a todos los bailíos convocados, con objeto de

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

hacer la comprobación en común de los poderes. El bloque de


privilegiados comenzó a disgregarse: el 13 de junio, tres párrocos de
la senescalía de Poitiers respondieron a la llamada; seis, y entre ellos
el abate Grégoire, el 14; después diez, el 16. Presintiendo la victoria,
el Tercer Estado continuó adelante.

El 15 de junio, Sièyes pidió a los diputados “que se ocuparan sin


dilación de la constitución de la asamblea”. Abarcando por lo menos
la nonagésima parte de la nación, pudo empezar la obra que el país
esperaba de ella. Sièyes propuso abandonar el título de Estados
generales, ya sin objeto, por el de “Asamblea de representantes
reconocidos y comprobados de la nación francesa”. Mounier, más
legalista, propuso: “Asamblea legítima de representantes de la mayor
parte de la nación, actuando en ausencia del partido minoritario”.
Mirabeau defendió una fórmula más directa: Representantes del
pueblo francés. Finalmente, Sièyes volvió a adoptar el título que
Legrand, diputado por Berry, había sugerido: Asamblea nacional. Con
su Declaración sobre la constitución de la Asamblea, el 17 de junio de
1789, las Comunas adoptaron la moción de Sièyes por 490 votos
contra 90. Votaron inmediatamente después un decreto que
aseguraba el pago de los impuestos y los intereses de la deuda pública.
El Tercer Estado se erigía, pues, en Asamblea nacional y se atribuía el
derecho de aprobar el impuesto. Pero es muy significativo que
después de haber afirmado que los impuestos deben ser aprobados por
la nación, amenazando así implícitamente al Gobierno con una huelga
de contribuyentes, la burguesía constituyente hubiese intentado
tranquilizar a los acreedores del Estado. La actitud del Tercer Estado
acabó con la resistencia del clero. Fue el primero en caer. El 19 de
junio, por 149 votos contra 137, decidió que la comprobación
definitiva de sus poderes se realizase en una asamblea general. La
nobleza dirigió una protesta al rey el misma día:

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

“Si los derechos que defendemos fueran estrictamente personales; si


no se refiriesen más que al estamento de la nobleza, nuestro celo para
reclamarlos, nuestra constancia en sostenerlos, sería menos enérgica.
No son sólo nuestros intereses los que defendemos, señor; son los
vuestros, los del Estado. Son, en fin, los del pueblo francés”.

Estimulado por la oposición de la nobleza y bajo la influencia de los


príncipes, Luis XVI se decidió por la resistencia. El 19 de junio, el
Consejo resolvió anular las decisiones del Tercer Estado. Con este
objeto se celebraría una sesión plenaria, en la que el rey dictaría sus
voluntades. En esta espera, y con el fin de impedir que el clero
actuase con las Comunas, la sala de los estados cerróse por orden
real, bajo pretexto de ciertos cambios indispensables.

El 20 de junio por la mañana los diputados del Tercer Estado hallaron


cerradas las puertas de su sala de Menus. Se fueron por indicación del
diputado Guillotin, a algunos pasos de allí, a la sala del Jeu de Paume.
Bajo la presencia de Bailly, Mounier declaró que:

“Heridos en sus derechos y en su dignidad, advertidos de la


importancia de la intriga y del encarnizamiento con que intentaban
empujar al rey a desastrosas medidas, los representantes de la nación
han de unirse al bien público y a los intereses de la patria por medio
de un juramento solemne».

En medio de un gran entusiasmo, todos los diputados, menos uno,


prestaron el juramento llamado del Juego de Pelota, afirmación
categórica de la voluntad reformadora de las Comunas,
comprometiéndose a

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

“no separarse jamás y a reunirse en todo momento que las


circunstancias lo exigiesen, hasta que la Constitución quedase
establecida y afirmada sobre fundamentos sólidos”.

La sesión real, fijada en un principio el 22 de junio, fue aplazada hasta


el día siguiente, con el fin de que se quitasen las tribunas destinadas
al público, del que se temían manifestaciones. Este plazo benefició a
las Comunas. El 22, el clero, poniendo en ejecución su decreto del 19,
se reunió con el Tercer Estado en la iglesia de San Luis. Dos diputados
de la nobleza del Delfinado se presentaron a su vez y fueron recibidos
con los más calurosos aplausos. El estamento de la nobleza, ¿iba a
ceder también?.

La sesión real (23 de junio de 1789) fue un fracaso para el rey y la


nobleza. Luis XVI ordenó a los tres estamentos ocupar cámaras
separadas, rompió los decretos del Tercer Estado, consintió la
igualdad fiscal, pero mantuvo de forma expresa “los diezmos y
deberes feudales y señoriales”. Terminó con una amenaza:

“Si me abandonáis en tan buena empresa, aunque sea solo, haré el


bien que me pide mi pueblo. Os ordeno que os separéis
inmediatamente y que mañana os personéis en las salas que
correspondan a vuestro estamento para que volváis a empezar
vuestras deliberaciones».

El Tercer Estado permaneció inmóvil: la nobleza y una parte del clero


se retiraron. Sin tener en cuenta la orden del rey, que vino a recordar
el maestro de ceremonias, el Tercer Estado confirmó sus decisiones
anteriores y declaró inviolables a sus miembros. Fue más lejos: el 20
de junio se rebelaba abiertamente contra la realeza. El rey pensó por
un momento emplear la fuerza. Se dio orden a los guardias de corps
que disolviesen a los diputados. Los representantes de la nobleza

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

unidos al Tercer Estado se opusieron. La Fayette y otros llevaron sus


manos a la espada. Luis XVI no insistió más. El Tercer Estado
continuaba siendo dueño de la situación.

Desde entonces su triunfo se precipitó. El 24 de junio, la mayoría del


clero confundiose con el Tercer Estado en la Asamblea Nacional. A la
mañana siguiente, cuarenta y siete diputados de la nobleza, dirigidos
por el duque de Orleáns, imitaban este ejemplo. El rey se decidió a
sancionar lo que no había podido impedir. El 27 de junio escribía a la
minoría del clero y a la mayoría de la nobleza para invitarles a que se
reuniesen en la Asamblea Nacional.

La jornada del 23 de junio de 1789 marcó una etapa importante de la


Revolución. El propio Luis XVI, en sus declaraciones al Consejo real,
admitía la aprobación de los impuestos por los Estados generales y
consentía en garantizar las libertades individuales y las de la prensa;
era reconocer los principios del Gobierno constitucional. Ordenando
la reunión de los tres estamentos, la realeza entra en la vía de nuevas
concesiones. A partir de ese momento ya no hay Estados generales; la
autoridad del rey pasa bajo el control de los representantes de la
nación. Pero la asamblea no pretende construir sobre las ruinas del
Antiguo Régimen jurídicamente destruido: el 7 de julio creó un
Comité constitucional y el 9 de julio de 1789 se proclamaba Asamblea
Nacional Constituyente. La revolución jurídica se llevaba a cabo sin
recurrir a la violencia. Pero en el mismo momento en que el rey y la
aristocracia parecían aceptar el hecho decidieron recurrir a la fuerza
para reducir al Tercer Estado a la obediencia.

II. LA REVOLUCIóN POPULAR (Julio de 1789)

A principios de 1789 la Revolución se lograba en el plano jurídico. La


soberanía nacional había sustituido en el plano jurídico al absolutismo

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

real gracias a la alianza de los diputados del Tercer Estado, los


representantes del bajo clero y la fracción liberal de la nobleza. El
pueblo no había entrado aún en el juego político. Ante las amenazas
de la reacción, su intervención permitió a la revolución burguesa
ganar definitivamente. El recurso al ejército, tanto a la realeza como a
la nobleza, era la única solución posible. La misma víspera del día en
que se ordena a los órdenes privilegiados que se uniesen a la Asamblea
Nacional, Luis XVI decidió reunir en torno a París y a Versalles 20.000
soldados. La intención de la Corte era disolver la Asamblea.

La actitud de las masas populares desde el mes de mayo había sido


vigilante. El país seguía los acontecimientos de Versalles. Los
diputados se ocupaban regularmente de sus electores, teniéndoles al
corriente de los hechos políticos. La burguesía continuaba dirigiendo
el juego. En París, los 407 electores que habían nombrado los
diputados se reunieron el 25 de junio para formar una especie de
municipalidad oficiosa en Ruán y en Lyon, las antiguas
municipalidades desamparadas asimilaban a electores y notables. El
poder local pasaba a manos de la burguesía. Cuando el recurso a la
violencia por parte de la Corte fue un hecho, una parte al menos de la
alta burguesía contribuyó a organizar la resistencia. Movilizó para sus
fines políticos la pequeña burguesía de artesanos y comerciantes, tan
numerosa en París que proporcionó durante todo el período
revolucionario los dirigentes de los motines; los jornaleros y los
obreros les siguieron. La convocatoria de los Estados generales había
promovido en esas masas una inmensa esperanza de regeneración, y
los aristócratas impedían esta renovación. La oposición de la nobleza
a la duplicación del Tercer Estado, después al voto por cabeza, había
enraizado la idea de que los nobles defenderían porfiadamente sus
privilegios. Así se formó la idea de un complot aristocrático. De la

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

manera más natural, el pueblo pretendía actuar contra los enemigos


de la nación antes que los propios aristócratas atacasen.

La crisis económica contribuyó a esta movilización de masas. La


cosecha de 1788 fue especialmente mala. A partir del mes de agosto
empezó el alza de precio del pan. Necker ordenó compras en el
extranjero. En las regiones de viñedos, los cultivadores se veían
mucho más afectados por la carestía del pan, y a partir de 1788 se
produjo una crisis muy dura. El vino había descendido de precio,
llegando a ser ínfimo. La mala cosecha y la depreciación producían los
mismos efectos: el poder adquisitivo de las masas disminuía. La crisis
agrícola repercutía a su vez en la producción industrial, ya amenazada
por las consecuencias del tratado comercial de 1786. El paro se
acentuó en el momento en que la vida encarecía. Los obreros no
podían obtener aumentos de salario, ya que la producción estaba
detenida o en regresión. En 1789, un obrero parisiense ganaba de 30 a
40 céntimos. En julio el pan costaba 4 céntimos la libra. En
provincias, hasta 8 céntimos. El pueblo hacía responsable del hambre
a los diezmos, a los señores que percibían los réditos en especie y a
los negociantes que especulaban con los granos. Reclamaba la requisa
y la tasa de los productos. Los problemas producidos por el hambre y
la carestía, ya numerosos desde la primavera de 1789, se
multiplicaron en julio, cuando la crisis, en las vísperas de la
recolección, llegó al máximo.

La conjura aristocrática y la crisis económica se unieron en el espíritu


popular; los aristócratas fueron acusados de acaparar los granos para
hundir al Tercer Estado. Las pasiones se exaltaron. El pueblo no dudó.
El rey quería dispersar por la fuerza a la Asamblea Nacional, centro de
la esperanza popular. Los patriotas acusaron al Gobierno de querer
provocar a los parisinos, con el fin de que avanzaran las tropas

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

concentradas en torno a París, sobre todo, los regimientos


extranjeros. Marat, el 1 de julio de 1789, lanzó un panfleto, Avis au
peuple ou les ministres dévouilés:

“¡Ciudadanos! Observad constantemente la conducta de los ministros


para regular la vuestra. Su objeto es la disolución de nuestra Asamblea
Nacional. Su único medio es la guerra civil. Los ministros alimentan
la sedición. ¡Os rodean de la temible presencia de los soldados y de las
bayonetas! ...”

1. El levantamiento de París: el 14 de julio y la toma de la Bastilla

No podía escapar a la Asamblea Nacional la gravedad de la situación.


El 8 de julio, de acuerdo con el informe de Mirabeau, decidía el envío
de una apelación al rey para pedir el alejamiento de las tropas: “¡Oh!
¿Por qué un monarca adorado por 25 millones de franceses congrega
junto a su trono con grandes gastos a algunos miles de extranjeros?
“El 11 de julio, el rey dio la respuesta con su guardasellos: que las
tropas no estaban destinadas más que a reprimir nuevos desórdenes.
Después, haciendo más difíciles las cosas, Luis XVI, el mismo día,
despidió a Necker y llamó al ministerio a un contrarrevolucionario
declarado, el barón de Breteuil, con el mariscal De Broglie en el de la
Guerra. La intervención del pueblo parisiense salvó a la Asamblea
impotente.

El 12 de julio, al mediodía, se conocía la destitución de Necker en


París; el efecto fue catastrófico. El pueblo preveía que éste era el
primer paso por el camino de la reacción. Para los rentistas y los
financieros la salida de Necker era como la amenaza de una
bancarrota próxima. Los agentes de cambio se reunieron de
inmediato, decidiendo cerrar la Bolsa en señal de protesta. En un día,
los billetes de las cajas de descuentos perdieron 100 libras, pasando

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

de 4265 a 4165 libras. Las salas de espectáculos se cerraron;


reuniones y manifestaciones se improvisaron en el Palais-Royal,
Camilo Desmoulins arengaba a la multitud. Una columna de
manifestantes chocó con Royal-Allemand, del príncipe de Lambesc, en
los jardines de las Tullerías. Ante esta noticia se tocó a rebato; se
saquearon las armerías, comenzó el armamento del pueblo.

El 13 de julio la Asamblea declaró que Necker y los ministros


depuestos merecían su estimulación y su condolencia. Decretó la
responsabilidad de los ministros en funciones, pero continuaba
inerme ante un posible golpe de fuerza.

No obstante, estaba a punto de nacer un nuevo poder. El 10 de julio,


los electores del Tercer Estado se reunieron de nuevo en el
Ayuntamiento votando y “procurar cuanto antes, en la ciudad de
París, el establecimiento de una guardia burguesa”. El 12 por la tarde,
nueva reunión, adoptándose un decreto, que se publicó el 13 por la
mañana. El artículo 3 instituía un comité permanente. El artículo 5
preveía que “se pediría a cada distrito que formase un censo
nominativo de 200 ciudadanos conocidos y en situación de llevar
armas que se reunir como cuerpo de la milicia parisina para vigilar la
seguridad pública”. Se trataba, en efecto, de una milicia burguesa,
destinada a defender a todos los hacendados no sólo contra el poder
real y sus tropas reglamentadas, sino también contra la amenaza de
las clases sociales que se consideraban peligrosas. “El establecimiento
de la milicia burguesa, declaraba en la Asamblea Nacional la
diputación de París, el 14 de julio por la mañana, y las medidas
tomadas ayer, han procurado a la ciudad una noche tranquila. Es una
realidad que los particulares que se habían armado han sido
desarmados y sometidos al orden por la milicia burguesa”.

118
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

En la jornada del 13 se produjo un nuevo motín. Los grupos recorrían


París buscando armas, amenazando con saquear las mansiones de los
aristócratas, se abrían trincheras, se levantaban barricadas. Desde el
alba, los fundidores, forjaban las picas. Pero lo que hacía falta eran las
armas de fuego. La masa las pedía en vano al preboste del comercio.
Desde el mediodía, los regimientos de Infantería habían recibido
orden de evacuar París y se negaron a obedecer poniéndose a
disposición del Ayuntamiento.

El 14 de julio, la multitud exigía un armamento general. Con objeto de


procurarse armas, se trasladó a los Inválidos, donde se hizo con
32.000 fusiles; después fue a la Bastilla. Con sus muros de 30 metros
de alto, sus fosos llenos de agua y de 25 metros de ancho, la Bastilla,
aunque sólo estaba defendida por 80 inválidos, incorporados a 30
suizos, desafiaba el asalto popular. Los artesanos del barrio de Saint
Antoine se vieron reforzados por dos destacamentos de infantería y
por un cierto número de burgueses de la milicia, que llevaron cinco
cañones, de los cuales tres se pusieron en batería ante la puerta de la
fortaleza. Esta intervención, tan decisiva, obligó al gobernador Launay
a capitular: hizo bajar el puente levadizo y el pueblo se lanzó al asalto.

La Asamblea Nacional desde Versalles había seguido con ansiedad los


acontecimientos de París. En la jornada del 14 fueron enviadas dos
diputaciones al rey para solicitarle algunas concesiones. Pronto llegó
la noticia de la toma de la Bastilla. ¿En qué partido iba a situarse Luis
XVI? La sumisión de París exigiría una penosa guerra en las calles.
Los grandes señores liberales, entre otros el duque de Liancourt,
insistían ante el monarca, en interés de la realeza, que alejase las
tropas. Luis XVI se decidió a contemporizar. El 15 de julio fue a la
Asamblea para anunciar la retirada de las tropas.

119
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

La burguesía parisina se aprovechó de la victoria popular y se apoderó


de la administración de la capital. El Comité permanente del
Ayuntamiento convirtióse en la Comuna de París, cuyo diputado
Bailly fue elegido alcalde, mientras que La Fayette era nombrado
comandante de la milicia burguesa, que pronto adoptó el nombre de
Guardia Nacional. El rey, consumando la claudicación, consintió no
sólo que el 16 de julio se volviese a llamar a Necker, sino que volvió a
París el 17. Con su presencia en la capital sancionaba los resultados
de la insurrección del 14 de julio. En el Ayuntamiento fue recibido por
Bailly, quien le presentó la escarapela tricolor, símbolo de “la alianza
augusta y eterna entre el monarca y el pueblo”. Luis XVI, muy
emocionado, apenas pudo proferir estas palabras: “Mi pueblo puede
contar siempre con mi cariño”.

La facción aristocrática se sintió profundamente dolida por la


debilidad del monarca. Los jefes tomaron la decisión de emigrar antes
que hacerse solidarios de una realeza dispuesta a semejantes
concesiones. El conde de Artois marchó, al alba del 17 de julio, hacia
los Países Bajos, con sus hijos y sus servidores de costumbre. El
príncipe De Condé y su familia pronto le siguieron. El duque y la
duquesa de Polignac marcharon a Suiza; el mariscal De Broglie, a
Luxemburgo. La emigración había comenzado.

La realeza había sido debilitada por las jornadas de julio de 1789; la


burguesía parisina era la triunfadora: había triunfado instaurando su
poder en la capital, haciendo reconocer su soberanía al propio rey.
Victoria verdadera de la burguesía, el 14 de julio fue más todavía: un
símbolo de la libertad. Si esta jornada consagraba la llegada al poder
de una nueva clase, significaba también la caída del Antiguo Régimen

120
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

en la medida en que la Bastilla lo encerraba. En este sentido parecía


abrir una inmensa esperanza a todos los pueblos oprimidos.

2. El levantamiento de las ciudades (julio de 1789)

Las provincias, por la correspondencia con sus diputados, habían


seguido con la misma ansiedad que la capital las luchas del Tercer
Estado contra los estamentos privilegiados. La vuelta de Necker
promovió la misma emoción que en París. La toma de la Bastilla fue
conocida con retraso, del 16 al 19 de julio. Desencadenó el
entusiasmo y aceleró un movimiento que se había afirmado en ciertas
ciudades desde los primeros días del mes.

La revolución municipal dura, en efecto, un mes, desde principios de


julio, como en Ruán, como consecuencia del tumulto por las
subsistencias, hasta agosto, como en Auch o en Bovees. En Dijon,
estalla cuando se anuncia la vuelta de Necker; en Montauban, con la
noticia de la toma de la Bastilla.

La revolución municipal fue más o menos completa según las


regiones, ya que sus aspectos eran muy variados. Fue total en algunas
ciudades, bien que la antigua municipalidad habría sido eliminada a la
fuerza, como en Estrasburgo, bien las antiguas municipalidades se
hubieran mantenido en funciones, pero en el seno de un comité en las
que estaban en minoría, como en Dijon o Pamiers; ya sea que los
poderes municipales quedaban reducidos a las cuestiones
administrativas y un comité se reservaba las responsabilidades con
carácter revolucionario, como en Burdeos, o bien interviniendo de
continuo en los asuntos administrativos, como en Angers o en
Rennes. En otras ciudades la revolución municipal fue incompleta: el
antiguo poder subsistía al lado del poder revolucionario. Así en
algunas ciudades de Normandía donde existía la preocupación por

121
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

preveer el futuro. Esta dualidad traducía a veces una oposición de


elementos diferentes, ya que ninguno de ambos grupos podía obtener
sobre el otro una victoria decisiva: oposición social como en Metz, y
Nancy; oposición social aumentada por una hostilidad religiosa entre
católicos y protestantes, como en Montauban y Nimes; oposición
entre personas, como en Limoges. En otras ciudades la revolución
municipal fue incompleta, por haber sido provisional, como en Lyon y
en Troyes, donde la victoria de los patriotas en julio fue seguida de la
contraofensiva de las fuerzas del Antiguo Régimen. Por último, en un
cierto número de ciudades no hubo revolución municipal, bien porque
la antigua municipalidad tuviese la confianza de los patriotas, como
en Tolosa, bien que tuviese el apoyo del ejército y de los tribunales,
como en Aix. Esta diversidad de aspectos se corresponde tanto con la
variedad de estructuras municipales del Antiguo Régimen como con el
juego de los antagonismos sociales. En Flandes, el movimiento tuvo
poca extensión, ya que las reivindicaciones burguesas presentaban un
carácter político y las reivindicaciones populares un carácter social
sin que unas y otras coincidieran cronológicamente. En general, la
revolución municipal se afirmó débilmente en el Norte y Mediodía,
regiones con ciudades burguesas o consulares, con sólidas tradiciones
comunales. En Tarbes, como en Tolosa, la antigua corporación
municipal representaba bastante bien las diversas capas de la
población; los patriotas no tenían ningún interés en eliminarlas. En
Burdeos, como en Montauban, al contrario, la monarquía había
destruido toda autonomía comunal: los funcionarios municipales que
no representaban nada fueron barridos.

La creación de la guardia nacional burguesa acompañó a la revolución


municipal con la misma variedad de aspectos. Con frecuencia los
nuevos comités municipales se dedicaron, imitando a los de París, a
organizar una guardia burguesa para mantener el orden. A veces la

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

antigua municipalidad creaba la guardia nacional, como en Angers, y


ésta última, más patriota, impuso la institución de un comité. En
Tolosa se organizó una guardia nacional sin que hubiese revolución
municipal alguna; en Albi, la guardia no fue sino la nueva forma de las
milicias que ya existían bajo el Antiguo Régimen.

Cualesquiera que hayan sido las formas de esta revolución municipal,


los efectos fueron en todas partes los mismos: el poder real
desapareció y también la centralización, casi todos los intendentes
abandonaron sus puestos, la percepción de impuestos fue suprimida.
“No hay -según declaraciones de un contemporáneo- ni rey, ni
Parlamento, ni Ejército, ni Policía”. Recayó la sucesión de los
antiguos poderes en las nuevas municipalidades. Las autonomías
locales, largo tiempo manejadas por el absolutismo, se emanciparon;
la vida municipal surgía de nuevo. Francia se municipalizó.

El aspecto social de la revolución municipal ha de subrayarse para


muchas de las regiones. Afecto a la penuria o a la carestía de las
subsistencias, el pueblo de las ciudades esperaba la abolición de los
impuestos indirectos y una reglamentación severa del comercio de
granos. En Rennes, la nueva municipalidad ocupose de inmediato en
buscar los acaparamientos de trigo. En Caen, para calmar el furor
popular, los funcionarios municipales ordenaron una disminución del
precio del pan, aunque tomaron la precaución de instituir una guardia
burguesa. En Pontoise, la insurrección por causa del grano se contuvo
por la presencia de un regimiento que volvía de París; en Poissy, el
motín popular se cebó en un hombre a quien se le acusaba de
acaparamiento, y que fue salvado gracias a una diputación de la
Asamblea Nacional; en Saint-Germain-en-Laye, un molinero fue
asesinado; en Flandes, las oficinas de aduanas fueron saqueadas; en
Verdún, el 26 de julio, el pueblo sublevado incendió los puestos de los

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

arbitrios y amenazó a diversas casas en las que se suponía que había


existencias de granos. El gobernador invitó a la burguesía a que se
reuniese, formando una milicia urbana para imponer el orden; pero
era preciso hacer que descendiese el precio del pan. El mariscal De
Broglie, camino de la emigración, cayó en medio de esta
efervescencia. Con mucha dificultad, y gracias a las tropas de la
guarnición, logró escapar al furor popular.

El miedo al complot aristocrático pesaba en la atmósfera provincial.


Todo movimiento parecía sospechoso; los transportes estaban
vigilados; las carrozas eran saqueadas; los grandes personajes que se
desplazaban o que iban camino de la emigración fueron detenidos. En
las fronteras circulaban rumores de una invasión extranjera. ¡Los
piamonteses se preparaban para invadir el Delfinado; los ingleses, a
tomar Brest! Una ansiosa espera pesaba sobre todo el país. Pronto
estalló el Gran Pánico.

3. El levantamiento del campo: el Gran Pánico (finales de julio de


1789)

Durante el conflicto, entre los dos estamentos, los campesinos, que


habían conocido un momento de gran entusiasmo cuando las
elecciones, esperaban con alguna impaciencia la respuesta a sus
quejas. La burguesía, al precio de un motín, había tomado el poder. Y
el pueblo campesino, ¿esperaría todavía mucho tiempo? Ninguna de
sus reivindicaciones se había satisfecho aún. El sistema feudal
continuaba. La idea de complot aristocrático se extendía por el campo
lo mismo que por las ciudades.

La crisis económica aumentaba el descontento. El hambre hacía


estragos. Muchos campesinos no recolectaban lo suficiente para vivir.
La crisis industrial repercutía en aquellas regiones donde la industria

124
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

rural se había desarrollado. El paro aumentaba. El paro y el hambre


multiplicaban los mendigos y vagabundos. Hacia la primavera
aparecieron las bandas. El miedo a los salteadores aumentó el temor
de un complot aristocrático. La crisis económica, aumentando el
número de miserables, aumentaba la inseguridad en los campos, al
mismo tiempo que irritaba a los campesinos y los levantaba contra los
señores.

La revolución agraria amenazaba. Durante toda la primavera habían


estallado desórdenes en diversas regiones: en Provenza, en el
Cambrésis, en Picardía y en los mismos alrededores de París y
Versalles. La jornada del 14 de julio tuvo una influencia decisiva.
Estallaron cuatro insurrecciones: en el Bocage normando, en el norte,
hacia la Scarpa, y al sur del Sambre, en el Franco-Condado y en
Mâçonnais. Estas revoluciones agrarias se dirigían sobre todo contra
la aristocracia. Los campesinos pretendían obtener la abolición de los
derechos feudales. El medio más seguro para lograrlo era incendiar los
castillos y sus archivos al mismo tiempo.

El Gran Pánico, a finales de julio de 1789, dio a este movimiento


revolucionario una fuerza irresistible. Las noticias que llegaban, desde
principios de julio, de París y Versalles, deformadas, aumentadas
desmesuradamente, tenían un eco completamente nuevo a medida
que iban pasando de una a otra ciudad. La revolución agraria, la crisis
económica, el complot aristocrático, el miedo a los bandidos, todo
ello se conjugaba para crear una atmósfera de pánico. Circulaban
rumores, propagados por gentes enloquecidas: bandas de bandoleros
avanzaban cortando los trigos, verdes aún, quemando pueblos. Para
luchar contra estos peligros imaginarios, los campesinos se armaban
de hoces, de horcas, de escopetas de caza, mientras que el toque a

125
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

rebato iba propagando la alarma cada vez más cerca. El pánico


aumentó a media que se extendía.

La Asamblea, París, la prensa se inquietaban a su vez. Mirabeau, en el


número 21 del Courrier de Provence, sospechó que los enemigos de la
libertad contribuían a propagar falsas alarmas y aconsejaba clama y
prudencia:

“Nada llama más la atención a un observador que la inclinación


universal a creer, a exagerar las noticias siniestras en tiempos de
calamidades. Parece que la lógica no está en calcular los grados de
probabilidades, sino en dar verosimilitud a los rumores más vagos en
cuanto éstos anuncian atentados y agitan la imaginación con
sombríos terrores. Nos parecemos a los niños, que los cuentos que
mejor escuchan son los terroríficos”.

Seis pánicos que tuvieron su origen en el Franco-Condado, como


consecuencia de la rebelión de los campesinos del condado, en
Champaña, en Beauvaisis, en el Maine, en la región de Nantes, en la
de Ruffec, ocasionaron corrientes que se propagaron rápidamente y
que asustaron a la mayor parte de Francia del 20 de julio al 6 de
agosto. Bretaña, Lorena y Alsacia, Hainaut, seguían indemnes.

El Gran Pánico reforzó la insurrección campesina. Pronto se vio lo


absurdo de esos terrores. Pero los campesinos continuaron en armas.
Abandonaron la persecución de bandidos imaginarios, se fueron al
castillo del señor, hicieron que se les entregasen, amenazándole, los
viejos títulos de los archivos en donde estaban consignados los tan
detestados derechos, las escrituras que legitimaban en un pasado
lejano la percepción de las rentas, y les prendieron fuego en una gran
hoguera en la plaza del pueblo. A veces los señores rehusaban

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

deshacerse de sus pergaminos, y entonces los campesinos


incendiaban el castillo y colgaban a sus dueños. A veces también era
requerido el notario del lugar para que hiciese constar en la debida
forma el abandono de los derechos feudales.

La miseria debida a la explotación secular, la penuria, la carestía de


vida, el miedo al hambre, los vagos rumores exagerados, el miedo a los
salteadores, el deseo, en fin, de libertarse del peso del feudalismo,
todo ello ayudó a crear el clima del Gran Pánico. Durante él, los
campos fueron transformados; la revolución agraria y la rebelión
campesina hicieron que se desplomase el régimen feudal; se formaron
comités de campesinos, milicias del pueblo. Lo mismo que se había
armado la burguesía parisina y había tomado bajo su mando la
administración de la ciudad, así los campesinos se hicieron por la
fuerza con los poderes locales.

Pero pronto se creó un antagonismo entre la clase burguesa y la


campesina. Lo mismo que la nobleza, la burguesía urbana era
propietaria territorial; poseía también señoríos, y con este título
percibía las rentas habituales de los campesinos. Se veía amenazada
en sus intereses inmediatos por la rebelión de los campesinos, que
siguió al pánico. Ante la falta de poderes públicos y la disolución de
toda autoridad, tomó por sí misma su defensa. Los comités
permanentes y los guardias nacionales de las nuevas municipalidades
se encargaron de defender en los campos los derechos de los
propietarios nobles y burgueses. La represión fue con frecuencia
sangrienta; se produjeron choques entre las bandas de campesinos y
las milicias burguesas, como en el Mâçonnais. Ante la amenaza de una
revolución social, se afirmaba la alianza de las clases hacendadas,
burguesía y nobleza contra los campesinos en lucha por liberar sus
tierras de impuestos. Este aspecto de la lucha de clases fue

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

especialmente claro en el Delfinado, donde la burguesía apoyaba a la


nobleza, mientras que las simpatías populares se inclinaban por los
campesinos sublevados. Pero esta represión no podía poner en duda
los resultados esenciales del Gran Pánico: le régimen feudal no podía
sobrevivir a la rebelión campesina de julio de 1789.

La Asamblea Nacional seguía los acontecimientos impotente y


desamparada; se componía en su mayoría de burgueses propietarios.
¿Iba a legitimar la nueva situación del campo? ¿O bien rehusaría
hacer cualquier concesión arriesgándose a abrir una fosa
infranqueable entre la burguesía y los campesinos?

III. LAS CONSECUENCIAS DE LA REVOLUCIóN POPULAR (agosto-


octubre de 1789)

1. La noche del 4 de agosto y la Declaración de derechos

Ante la insurrección del campo, la Asamblea Nacional pensó por un


momento organizar la represión. El 3 de agosto, la discusión se centró
sobre un proyecto de decreto del Comité de relaciones:

“La Asamblea Nacional, informada de que el pago de las rentas,


diezmos, impuestos, réditos señoriales, ha sido obstinadamente
rechazado; que gentes en armas son culpables de actos de violencia,
que entran en los castillos, se adueñan de documentos y títulos y los
queman en los patios..., declara que ninguna razón puede legitimar las
suspensiones de los pagos de los impuestos o de cualquier otro rédito
hasta que la Asamblea se haya pronunciado respecto de esos
diferentes derechos”.

La Asamblea se dio cuenta del peligro de una política de represión. No


tenía interés alguno en confiar el mando de las fuerzas represivas al
Gobierno real, que podría aprovecharse y llevar a cabo algún atentado

128
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

contra la representación nacional. La burguesía constituyente dudaba


en cuanto a organizar la represión, pues no podía dejar de expropiar a
la nobleza sin temer por sus bienes. Por tanto, consintió en hacer
concesiones. Se admitía que los derechos feudales constituían una
propiedad de tipo especial, con frecuencia usurpada o impuesta por la
violencia, y que era legítimo someter a comprobación los títulos que
justificaban los cargos sobre el campesino. Su habilidad consistió en
confiar el cuidado de llevar a cabo la operación a un noble liberal, el
duque de Aiguillon, uno de los propietarios más importantes del reino;
su intervención arruinó a los privilegiados y estimuló a la nobleza
liberal. Los jefes de la burguesía revolucionaria forzaron de esta
manera a la Asamblea a que se desprendiese de los intereses
particulares inmediatos.

La sesión del 4 de agosto, por la tarde, así preparada, se abrió con la


intervención del conde de Noailles, segundón y sin fortuna, propenso
a la abolición de todos los privilegios fiscales, la supresión del trabajo
corporal, las “manos-muertas ” y cualquier clase de servicio personal,
la amortización de los derechos reales; el duque de Aiguillon el apoyó
calurosamente. Estas proposiciones se votaron con un entusiasmo
tanto mayor cuanto que el sacrificio que se pedía era más aparente
que real. El impulso inicial hizo que todos los privilegios de los
estamentos, de las provincias, de las ciudades, se sacrificasen en el
altar de la Patria. Derecho de caza, cotos, palomares, jurisdicciones
señoriales, venalidades de cargos, todo quedó abolido. A propuesta de
un noble, el clero renunció al diezmo. Para clausurar esta abjuración
tan grandiosa, a las dos de la mañana Luis XVI fue proclamado
restaurador de la libertad francesa. La unidad administrativa y
política del país, cosa que la monarquía absoluta no había podido
llevar a cabo, parecía terminada. El Antiguo Régimen había acabado.

129
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

En efecto, los sacrificios de la noche del 4 de agosto constituían más


bien una concesión a las exigencias del momento que una satisfacción
concedida voluntariamente a las reivindicaciones campesinas. Según
Mirabeau, en el número 26 del Courrier de Provence (10 de agosto),

“Todos los trabajos de la Asamblea, desde el 4 de agosto, tienen por


objeto restablecer en el reino la autoridad de las leyes y dar al pueblo
las armas de su dicha, moderando su inquietud con el goce inmediato
de los primeros beneficios de la libertad”.

Las decisiones de la noche del 4 de agosto habían sido firmes, aunque


a falta de redacción definitiva. Cuando fue preciso darle forma, la
Asamblea se esforzó en atenuar en la práctica el alcance de las
medidas que se habían tomado ante el impulso de las rebeliones
populares. Los oponentes, llevados en cierto momento por el
entusiasmo, se volvieron atrás; el clero en particular intentó volverse
atrás sobre la supresión del diezmo. “La Asamblea general había
abolido por completo el régimen feudal”. Pero se introdujeron una
serie de restricciones en los decretos definitivos. Los derechos que
pesaban sobre las personas quedaron abolidos, pero aquellos que
gravaban las tierras se declararon amortizables; era admitir que los
derechos feudales se percibían en virtud de un contrato que antaño
existía entre los señores propietarios y los campesinos arrendadores
de las tierras. El campesino estaba liberado, aunque no su tierra;
pronto se dio cuenta de estas singulares restricciones y que tenía que
pagar hasta que la abolición fuese completa.

Cuando la Asamblea Nacional definió las modalidades de


amortización, las restricciones se agravaron aún más. No se exigía al
señor ninguna prueba de su derecho a la tierra o bien los contratos de
sus antepasados llevados a cabo con los campesinos. En estas
condiciones, tanto al campesino que fuese demasiado pobre para

130
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

amortizar sus tierras como al que estuviese en mejores condiciones se


le imponía algo de tal índole que la amortización era imposible. El
sistema feudal, abolido en teoría, continuaba existiendo en lo
principal. La desilusión fue grande entre las masas de campesinos. En
más de un lugar se organizó la resistencia: en un acuerdo tácito, se
rehusó pagar los impuestos, y empezaron los desórdenes. La Asamblea
no dejó de mantenerse firme en sus decisiones y sostuvo hasta el fin
su legislación clasista. Los campesinos tuvieron que esperar a los
votos de la Asamblea legislativa y de la Convención para sacar las
verdaderas consecuencias de la noche del 4 de agosto y ver al
feudalismo totalmente abolido.

Pero a pesar de estas restricciones los resultados de la noche del 4 de


agosto, sancionados por los decretos del 5 al 11 de agosto, no dejaron
de tener una importancia extrema. La Asamblea Nacional destruyó al
Antiguo Régimen. Las diferencias, los privilegios y los particularismos
quedaron abolidos. A partir de ese momento todos los franceses
poseían los mismos derechos y los mismos deberes, teniendo acceso a
todos los empleos y pagando los mismos impuestos. El territorio
estaba unificado: los múltiples sistemas de la antigua Francia,
destruidos; las costumbres locales, los privilegios provinciales y
ciudadanos desaparecieron. La Asamblea había logrado hacer tabla
rasa. Se trataba de reconstruir.

Desde principios del mes de agosto, la Asamblea se dedicó


especialmente a esta tarea. En la sesión del 9 de julio, en nombre del
Comité de Constitución, Mounier desarrolló los principios que
presidirían la nueva Constitución proclamando la necesidad de que
fuese precedida de una Declaración de derechos:

“Para que una Constitución sea buena, es preciso que se funde en los
derechos del hombre y que los proteja; hay que conocer los derechos

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

de la justicia natural concedida a todos los individuos, y hay que


recordar todos los principios que deben formar la base de cualquier
clase de sociedad política y que cada artículo de la Constitución
pueda ser la consecuencia de un principio... Esta Declaración habrá de
ser corta, simple y precisa”.

El 1 de agosto la Asamblea reanudó la discusión. La unanimidad


estaba lejos de existir en cuanto a la necesidad de redactar una
declaración de derechos, y es precisamente en este punto en el que
surgen los debates en que muchos oradores tuvieron oportunidad de
intervenir. Personas moderadas, como Malouet, asustadas por los
desórdenes, lo consideraban inútil o peligroso. Otras, como el abate
Grégoire, deseaban completarla con una Declaración de deberes. El 4,
por la mañana, la Asamblea decretó que la Constitución iría precedida
de una Declaración de derechos. La discusión progresó lentamente.
Los artículos del proyecto relativo a la libertad de opiniones y con
relación al culto público fueron discutidos largo tiempo; los miembros
del clero insistían en que la Asamblea confirmase la existencia de una
religión del Estado; Mirabeau protestó vigorosamente en favor de la
libertad de conciencia y de culto. El 26 de agosto de 1789, la
Asamblea adoptó la Declaración de derechos del hombre y del
ciudadano.

Estaba implícita la condena de la sociedad aristocrática y de los


abusos de la monarquía. La Declaración de derechos constituía a este
respecto “el acta de defunción del Antiguo Régimen”, pero al mismo
tiempo, inspirándose en la doctrina de los filósofos, expresaba el ideal
de la burguesía y ponía los fundamentos de un orden social nuevo que
parecía poder aplicarse a la humanidad entera, y no sólo a Francia.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

2. La crisis de septiembre: el fracaso de la revolución de los notables

Durante algunas semanas, y sancionando los resultados de los


levantamientos populares, la Asamblea Nacional había destruido el
Antiguo Régimen con las decisiones de la noche del 4 de agosto; con
la Declaración de derechos había comenzado la obra de
reconstrucción. La crisis de 1789 demostró, sin embargo, que la
regeneración de Francia no sería nada fácil.

Las dificultades financieras continuaban. Necker, en posesión


nuevamente de su ministerio y en una atmósfera de triunfo, se
mostró incapaz. Los impuestos no contaban ya. Se lanzó un
empréstito de 30 millones; veinte días después sólo se habían suscrito
dos millones y medio. La popularidad de Necker estaba arruinada.

Las dificultades políticas se agravaron. El rey oponía a la Asamblea


una resistencia pasiva: si ha capitulado ante la insurrección, no se ha
decidido a sancionar los decretos. . Los decretos del 5 al 11 de agosto
y la Declaración de derechos no fueron sancionados: la refundición de
las instituciones continuaba en suspenso. Nada, sino un nuevo
movimiento popular, podía obligar al rey a que sancionase.

Las dificultades constitucionales estimularon al rey a la resistencia.


La discusión de la Constitución empezó inmediatamente después del
voto de la Declaración que constituía el preámbulo. Las divisiones se
acentuaron o se convirtieron en irremediables. La insurrección
popular y sus consecuencias alarmaron a un sector del partido
patriota, el cual trató, desde ese momento, de detener el curso de la
Revolución, fortaleciendo los poderes del rey y de la nobleza. Los
informadores del Comité de constitución, Mounier y Lally-Tollendal,
propusieron crear, imitando a Inglaterra, una Cámara alta que
designase a un rey con derecho de sucesión, lo cual constituía la

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

fortaleza de la aristocracia. El rey poseería un derecho de veto


absoluto y esto le permitiría anular las decisiones del poder
legislativo. Los partidarios de una Cámara alta y del veto absoluto
recibieron el nombre de monarquizantes o anglófilos: sus deseos
tendían a una revolución de notables.

Algunos diputados patriotas tomaron posiciones enérgicas contra esas


proposiciones. Sièyes pronunciose contra toda especie de veto: La
voluntad de uno solo no puede actuar sobre la voluntad general; si el
rey pudiese impedir que se dicte la ley, su voluntad particular
actuaría sobre la voluntad general; la mayoría del poder legislativo ha
de actuar independientemente del poder ejecutivo; el veto absoluto o
suspensivo no era otra cosa que una carta real de detención lanzada
contra la voluntad general.

En París, la opinión estaba en estado de alerta. Los concurrentes al


Palais-Royal, después de haber intentado una marcha sobre Versalles,
con objeto de pesar sobre las decisiones de la Asamblea, votaron una
moción: “el veto no pertenece sólo a un hombre, sino a 25 millones”.
El 31 de agosto enviaron una diputación al Ayuntamiento para
intentar convocar una asamblea general de distritos, “con el fin de
lograr que la Asamblea Nacional suspendiese su deliberación sobre el
veto, hasta que los distritos, lo mismo que las provincias, se hayan
pronunciado”.

La mayoría del partido, cuya dirección tomaron entonces Barnave, Du


Port, Alexandre y Charles de Lameth, se opuso a que se crease una
cámara alta: el 10 de septiembre, el sistema de las dos cámaras se
rechazó por 849 votos contra 89, pues la derecha se abstuvo. El
partido patriota fue menos intransigente sobre el problema del veto
real: Barnave propuso aprobarlo a título suspensivo, durante dos
legislaturas. El 11 de septiembre, el veto suspensivo fue votado por

134
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

575 votos contra 352. Mediante esta concesión, los jefes del partido
patriota esperaban conseguir que Luis XVI sancionase los decretos de
agosto. Pero el rey persistió en su actitud: los patriotas, poco a poco,
llegaron a considerar como necesario otro nuevo levantamiento
popular.

Las dificultades económicas permitían, en efecto, movilizar de nuevo


al pueblo de París. La emigración no sólo sacó fuera de Francia
grandes cantidades de numerarios, ya que los emigrados llevaban
consigo la mayor cantidad de dinero posible, sino que afectó a las
industrias de lujo y a los comercios parisinos. El paro crecía
precisamente cuando el pan era caro: más de tres céntimos la libra; la
trilla aún no estaba terminada; reaparecían las colas en el mes de
septiembre, a las puertas de las panaderías; los obreros empezaban a
manifestarse para obtener aumento de salario o exigir trabajo. Los
zapateros se reunían en los Campos Elíseos para evitar el monopolio
de sus salarios, nombrar un comité encargado de vigilar sus intereses
y recoger las cotizaciones para subvenir a las necesidades de aquellos
que estuvieran sin trabajo. La incapacidad de la Asamblea Nacional
para regular el problema de la circulación de granos, la incuria del
ayuntamiento de la ciudad de París ante el problema de las
subsistencias y el aprovisionamiento de la capital, no hacían más que
agravar la situación. Marat, en el número 2 de L’Ami du peuple,
planteaba la responsabilidad del comité de abastecimientos del
Ayuntamiento de la ciudad.

“Hoy (miércoles, 16 de septiembre), los horrores del hambre han


vuelto; las panaderías han sido asaltadas, el pueblo carece de pan;
precisamente después de una copiosa cosecha, en plena abundancia,
estamos a punto de morir de hambre. ¿Podemos dudar que estamos

135
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

rodeados de traidores que tratan de llevarnos a la ruina? ¿Se debe


esta calamidad a la rabia de los enemigos públicos, a la codicia de los
monopolizadores, a la deslealtad o ineptitud de los administradores?”.

La agitación política aumentó con los efectos de la crisis económica.


En París, las asambleas de los 60 distritos administraban cada uno de
ellos y constituían otros tantos clubs populares. El Palais-Royal
continuaba siendo el cuartel general de los militantes políticos. La
prensa patriota iba creciendo. A partir de julio aparecían
regularmente Le Courrier de Paris à Versailles de Gorsas; Les
Révolutions de Paris, de Loustalot, y Le Patriote français, de Brissot;
en septiembre, Marat lanzó L’Ami du peuple. Los escritores patriotas
publicaban folletos y hojas sueltas para informar al pueblo sobre los
proyectos liberticidas de los aristócratas, sobre la necesidad de purgar
a la Asamblea de prelados y nobles, quienes, como prelados y nobles
que habían sido bajo el Antiguo Régimen, no podían pretender
representar a la nación. Camilo Desmoulins, concediendo el don de la
palabra al farol de la plaza de la Grève, cuyo poste de hierro había
servido en julio para algunas ejecuciones sumarias, lanzó el Discours
de la Lanterne aux Parisiens. Los panfletos anónimos se
multiplicaban, traduciendo el descontento general: uno, muy
significativo, se titulaba: Les pourquoi du mois de septembre mil sept
cent quatre-vingt-neuf.

A finales de septiembre, la Revolución estuvo de nuevo en peligro. El


rey seguía negándose a sancionar los decretos del mes de agosto. Se
disponía al ataque, concentrando las tropas de nuevo en Versalles. Por
segunda vez, la intervención del pueblo de París salvó a la Asamblea
Nacional y a la libertad que nacía. A partir de septiembre, en efecto,
viendo que era inevitable un conflicto violento entre la Revolución y
el Antiguo Régimen, los patriotas diputados por el ala izquierda,

136
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

periodistas parisienses, militantes de los distritos, quisieron terminar


con la tenaz oposición del rey y de los monárquicos y prepararon una
jornada en que el pueblo de París impondría de nuevo su voluntad.
Marat, en el número del 2 de octubre de L’Ami du peuple, invitó a los
parisienses a actuar antes de que el invierno aumentase sus males. Le
Fouet national, hoja patriótica lanzada en septiembre, fue más
violenta aún en su número 3:

“Parisienses, abrid por fin los ojos, salid, salid de vuestro letargo; los
aristócratas os rodean por todas partes, quieren encadenaros, y
vosotros dormís. Si no os dais prisa en acabar con ellos, quedaréis
sometidos a la servidumbre, a la miseria, a la desolación. Despertad,
una vez más; despertad”.

Un plan predominó en la opinión patriota. Si el rey continuaba


estando al lado del buen pueblo de París, rodeado de los
representantes de la nación, se le sustraería a la influencia de los
aristócratas y el bienestar de la Revolución quedaría asegurado. El
pueblo, alerta ya, sólo tuvo necesidad de un incidente para que
estallase el motín.

3. Las jornadas de octubre de 1789

Las jornadas de octubre, cuyas causas profundas hay que buscarlas en


la crisis económica y en la política que conjugaban sus efectos, fueron
efectivamente producidas por un incidente: el banquete de los
guardias de corps. El 1 de octubre de 1789, los oficiales de las
guardias de corps ofrecieron un banquete a los regimientos de
Flandes, en el castillo de Versalles. Al aparecer la familia real, la
orquesta atacó con un O Richard, ô mon roi, l’univers t’abandonne.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Enardecidos con el vino, los invitados tiraron a sus pies la escarapela


tricolor para coger la blanca o la negra, que era de la reina.

La noticia llegó a París dos días después. El pueblo se indignó. El


domingo, 4 de octubre, se formaron reuniones tumultuosas; en el
Palais-Royal, en una gran excitación, votaba moción tras moción,
mientras que los periodistas patriotas denunciaban esta nueva forma
de conjura aristocrática. Le Fouet national imprimió este aviso:
“Desde el lunes, los buenos parisinos tienen las mayores dificultades
para proporcionarse pan. Sólo el señor Révèrbere puede procurárselo,
y desdeñan recurrir a este buen patriota”. El hambre fue, una vez
más, el factor determinante de la actuación popular.

El 5 de octubre se reunieron grupos de mujeres procedentes del


arrabal de Saint-Antoine y del barrio de Halles, ante el Ayuntamiento,
reclamando pan. Después decidieron, en número de 6.000 a 7.000, ir
a Versalles, dirigidas por el ujier Maillard, uno de los jefes de los
“Voluntarios de la Bastilla”, batallón compuesto de combatientes del
14 de julio, militarmente organizados. Hacia el mediodía tocaron a
rebato, los distritos se reunieron, la guardia nacional afluyó a la plaza
de la Grève, al grito de A Versalles! La Fayette se vio obligado a tomar
el mando. Hacia las cinco, 20.000 hombres aproximadamente
tomaron a su vez el camino de Versalles. Hacia esa misma hora, las
mujeres de París enviaron una diputación a la Asamblea, después al
rey, que les prometieron trigo y pan. La guardia nacional llegó a las
diez. El rey, confiando en desarmar a sus adversarios, notificó a la
Asamblea la aceptación de los decretos. El movimiento popular
aseguró el éxito del partido patriota.

Al alba del día 6 de octubre, una tropa de manifestantes penetró en el


castillo hasta la antecámara de las habitaciones de la reina. Estalló
una pelea entre la multitud y los guardias de corps. Los guardias

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

nacionales vinieron a toda prisa, con el fin de acabar el combate,


haciendo evacuar el castillo. El rey, acompañado de la reina y del
Delfín, consintió asomarse al balcón con La Fayette. La multitud, en
un principio indecisa, acabó por aclamarles, pero gritando: ¡A Paris!
Luis XVI cedió. Consultada la Asamblea, declaró que era inseparable
de la persona del rey. A la una, acompañados por el tronar del cañon,
los guardias nacionales iniciaron la marcha, seguidos de los carros de
trigo y harina, escoltados por las mujeres en un inmenso cortejo. Tras
ellos iban las tropas, después el rey con su carroza, con la familia real,
y La Fayette caracoleando en la portezuela. Después, un centenar de
diputados en coches, y de nuevo, la multitud de los guardias
nacionales. A las diez de la noche el rey entraba en las Tullerías. Luis
XVI en París, la Asamblea no tardó en seguirle. El 12 ocupó el edificio
del arzobispado mientras acababan de preparar la sala Manège que se
le había reservado.

Las jornadas populares de octubre de 1789 cambiaron la situación de


los partidos. Los monárquicos, partido de la resistencia desde el mes
de agosto, fueron los grandes vencidos. Lo comprendieron y se
retiraron de la lucha, por ejemplo, Mounier, Malouet y otros que
alentaron la ola de la segunda inmigración. Partidarios de una
revolución de notables, habían querido detener el movimiento
revolucionario en el momento en que lo habían juzgado peligroso para
los intereses de las clases pudientes. Tuvieron que esperar la
estabilización consular para ver instaurarse el régimen de sus deseos.

Para muchos patriotas, como Camilo Desmoulins en el número 1 de


las Révolutions de France et Brabant, “París va a ser la reina de las
ciudades, y el esplendor de la capital responderá a la grandeza y a la
majestad del imperio francés”, no se trataba más que de acabar la
obra de regeneración del país, con la comunión de todos los

139
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

ciudadanos con su rey. Sólo algunos hombres, muy perspicaces,


estaban lejos de sentir un gran optimismo. Así Marat en el número 7
de L’Ami du peuple, dice:

“Es una fiesta para los buenos parisienses poseer por fin a su rey: su
presencia va a hacer cambiar bien pronto las cosas; el pobre pueblo no
morirá de hambre. Pero esta alegría desaparecerá tan pronto como un
sueño si no establecemos en medio de nosotros la morada de la
familia real hasta que se haya consagrado la Constitución. L’Ami du
peuple comparte la alegría de sus queridos ciudadanos, pero no se
dormirá”.

Los sucesos de julio a octubre de 1789, así como el espíritu con que la
Asamblea comenzaba la obra de reconstrucción del país, legitimaban
en realidad la vigilancia de los patriotas.

***

La insurrección popular había asegurado el triunfo de la burguesía.


Gracias a las jornadas de julio y de octubre, los intentos de la
contrarrevolución se quebraron. La Asamblea Nacional, victoriosa
sobre la monarquía, pero gracias a los parisinos, temiendo
encontrarse a merced del pueblo, desconfiaba desde ese momento de
la democracia y del absolutismo. Para salvaguardar su primacía, la
mayoría burguesa se decidió a debilitar lo más posible la institución
monárquica. Temiendo que las clases populares tuvieran acceso a la
política y a la administración de los asuntos públicos, se guardó muy
bien de hacer afirmaciones solemnes sobre la Declaración de los
Derechos, y las consecuencias que de ello se produjeran. Una vez la
monarquía debilitada y el pueblo bajo tutela, la Asamblea

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

constituyente se dedicó en estos finales de 1789 a regenerar las


instituciones de Francia en beneficio de la burguesía.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

CAPITULO II

LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE: EL FRACASO DEL COMPROMISO


(1790)

La obra de reconstrucción de Francia por la Asamblea constituyente


se desarrolló a lo largo de todo el año 1790, en medio de peligros cada
vez mayores. La aristocracia no cedía; las masas populares, por causa
de las dificultades económicas, estaban impacientes. Frente a este
doble peligro, la burguesía constituyente, protegida por la monarquía
constitucional, organizó su supremacía, no sin que le faltase el deseo
de vincular a su sistema una parte de la aristocracia: de este modo se
instauraba un sistema de compromiso. Aún había que convencer al
rey y persuadir a la nobleza. El hombre de esta política de
compromiso fue La Fayette: vanidoso e ingenuo, intentó conciliar a
los contrarios.

I. LA ASAMBLEA, EL REY Y LA NACIóN

El compromiso político que, a imagen de la Revolución inglesa de


1688, hubiera instalado por encima de las clases populares sojuzgadas
la dominación de la alta burguesía, de la aristocracia y los pudientes
habría sido aceptado por las fracciones de dirigentes de la burguesía
francesa: la aristocracia se negó a todo compromiso, haciendo
inevitable, para romper su resistencia, recurrir a las masas populares.
Sólo una minoría, que el nombre de La Fayette simboliza, entendía
que este compromiso salvaguardaría su poder político: el ejemplo de
Inglaterra lo probaba.

142
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

1. La política fayettista de conciliación

La aristocracia francesa del siglo XVIII presentaba, no obstante,


caracteres diferentes a los de la inglesa del siglo precedente. En
Inglaterra, el privilegio fiscal no existía: los nobles pagaban
impuestos. El carácter militar de la nobleza se había atenuado, por
otra parte, si es que no había desaparecido. El noble no se
desprestigiaba por ocuparse de sus negocios: el auge marítimo y el
colonial asociaban a la nobleza y la burguesía capitalista. La
aristocracia participaba del impulso de las nuevas fuerzas
productoras. Sobre todo las estructuras feudales habían quedado
destruidas, la propiedad y la producción, liberadas. Las condiciones
especiales de Inglaterra, así como una evolución más avanzada,
explican el compromiso de 1688. En Francia, la nobleza conservaba
un carácter esencialmente feudal. Dedicada al oficio de las armas,
excluida bajo pena de degradación, salvo raras excepciones, de
empresas fructuosas comerciales e industriales, permanecía en
consecuencia más vinculada a las estructuras tradicionales que
aseguraban su existencia y su preponderancia. Su vinculación
obstinada a esos privilegios económicos y sociales, su exclusivismo a
ultranza, su mentalidad feudal impermeable a los principios
burgueses, situaron a la nobleza francesa en una actitud de rechazo
total.

¿Era posible el compromiso en la primavera de 1789? Hubiera sido


preciso que la monarquía hubiese tomado la iniciativa valerosamente:
su actitud demuestra, si fuese necesario demostrarlo, que no era más
que el instrumento de dominación de una clase. Apelar al ejército,
como hizo Luis XVI en los primeros días de julio, parecía significar el
fin de la revolución burguesa que se esbozaba. La fuerza popular la
salvó. ¿Era posible el compromiso después del 14 de julio? Algunos lo

143
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

creían dentro de la burguesía, e incluso de la aristocracia, La Fayette


tanto como Mounier. Mounier creyó posible obtener en 1789, como en
1788, en Vizille, durante la revolución de notables delfinistas, el
consentimiento de los tres estamentos para una revolución limitada.
Su proyecto, según lo escribiría más tarde, era

“seguir las lecciones de la experiencia, no exponerse a la innovación


temeraria y no proponer, de acuerdo con las formas de gobierno
existentes, más que las modificaciones necesarias para garantizar la
libertad”.

La nobleza, en su mayoría, y el alto clero aristocrático se negaron a


ello, pues no aceptaron ni la reunión voluntaria de los tres
estamentos, ni la Declaración de derechos del hombre, ni las
decisiones de la noche del 4 de agosto: es decir, la destrucción,
aunque fuera parcial, del feudalismo. Mounier salió de Versalles el 10
de octubre; su política de compromiso fracasada, se incorporó al
campo de la aristocracia y de la contrarrevolución. El 22 de mayo de
1790 emigraba.

Bien por incomprensión política, bien por ambición, La Fayette


persistió durante más tiempo. Gran señor, “héroe de los dos mundos”,
tenía con qué seducir a la alta burguesía. Su política tendía a
conciliar, en el marco de una monarquía constitucional a la inglesa, la
aristocracia territorial y la burguesía industrial y de los negocios.
Dominó durante un año la vida política. Verdadero ídolo de la
burguesía revolucionaria, que admiraba un jefe semejante que la
tranquilizaba contra el doble peligro que la amenazaba: las tentativas
aristocráticas a su derecha, a su izquierda los embates populares.
Joven, célebre, el marqués de La Fayette se creyó predestinado para

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

realizar en la Revolución francesa el papel que su amigo Washington


había tenido en la Revolución americana. En los acontecimientos que
precedieron y siguieron a la reunión de los Estados generales, jugó un
papel importante a la cabeza de la fracción liberal de la nobleza.
Comandante de la guardia nacional desde la revolución parisina de
julio, tenía a su disposición a la fuerza armada. Luis XVI le apoyaba en
todo, aunque le odiaba. Pero para reconciliar al rey, la aristocracia y
la Revolución, para llevar a la Asamblea la idea de un ejecutivo fuerte,
era preciso convencer al rey y reunir en la Asamblea una mayoría
fuerte.

Mirabeau en cierto momento parecía ser el hombre necesario para


llevar a cabo esta política. Era necesario —Necker había perdido todo
prestigio— agrupar un ministerio con los principales jefes del partido
patriota. Mirabeau no cesó de intrigar para llegar al ministerio. Pero si
se imponía a la Asamblea por su talento orador, la escandalizaba por
su vida privada y su venalidad. Para apartarlo, la Asamblea decretó, el
7 de noviembre de 1789, que un diputado no podría “obtener ningún
puesto de ministro durante la legislatura de la Asamblea actual”.
Mirabeau se vendió entonces a la Corte. Luis XVI le preparó un
acuerdo con La Fayette. Ambos, en mayo de 1790, se esforzaron por
aumentar los poderes del rey, haciéndole reconocer el derecho de paz
y de guerra. Pero Mirabeau había perdido desde hacía tiempo el
espíritu de los patriotas:

“Respecto al primogénito Riquetti [Mirabeau], no le falta más que un


corazón honrado para ser patriota ilustre, escribía Marat en “L’Ami du
peuple” el 10 de agosto de 1790. ¡Qué desgracia que carezca de
alma!... ¿Quién no ha observado la política versátil de Riquetti? Le he
visto con horror agitarse furioso para formar parte de los Estados, y

145
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

me decía a mí mismo entonces: reducido a prostituirse para vivir,


venderá su voz al mejor y al último postor. Primero, contra el
monarca, al que está vendido hoy; y a su venalidad debemos casi
todos los decretos funestos que han sido dictados, desde el veto hasta
el de la declaración de la guerra. ¿Qué se puede esperar de un hombre
sin principios, sin costumbres, sin honor? Hele aquí convertido en el
alma de los apestados y de los ministeriales, en alma de los
conjurados y de los conspiradores».

Mirabeau odiaba, no obstante, a “Gilles César”; su acuerdo se hizo


imposible. La política de La Fayette no podía tener éxito. Esto no sólo
por causa de las rivalidades personales, sino a causa de las
contradicciones. La aristocracia se obstinaba en resistir. Además, las
perturbaciones producidas por la crisis de las subsistencias, y aún
más, en muchas regiones, las revoluciones agrarias motivadas por la
obligación de amortizar los derechos feudales, confirmados por la ley
del 15 de marzo de 1790, endurecieron la resistencia de la
aristocracia, cada vez más amenazada. La búsqueda de un
compromiso político entre la aristocracia y la alta burguesía tenía
algo de quimera, desde el momento en que no habían sido
irremediablemente destruidos los últimos vestigios del feudalismo.
Mientras hubo alguna esperanza de que sus intereses se mantuvieran
con el retorno a una monarquía absoluta, o bien estableciéndose un
régimen de tipo aristocrático, como habían soñado Montesquieu o
Fenelón, la nobleza ofrecía la más viva resistencia al triunfo de la
burguesía, es decir, al triunfo de las circunstancias capitalistas de
producción que atentaban contra sus intereses. Con el fin de vencer
esta resistencia, la burguesía tuvo que recurrir a la alianza de las
masas populares urbanas y a los campesinos; para terminar, aceptó
más tarde la dictadura napoleónica. Cuando el feudalismo quedó
destruido para siempre y todo intento de restauración aristocrática

146
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

fue imposible, la aristocracia aceptó, en último término, el


compromiso que bajo la monarquía de julio la asoció al poder con la
alta burguesía.

Pero en 1790 la aristocracia estaba muy lejos de renunciar a sus


propios fines. Contaba también con los emigrados, las intrigas de las
cortes extranjeras y los principios de la contrarrevolución, que
mantenían sus esperanzas. En estas condiciones, la política de
compromiso y de conciliación que La Fayette intentó en 1790 no
podía menos que fracasar.

2. La organización de la vida política

La Asamblea seguía organizándose; sus métodos de trabajo se


precisaban. Se había instalado con muy poca comodidad en la sala de
Manège, en las Tullerías. Las deliberaciones se hacían cada mañana y
cada tarde, después de las seis, bajo la dirección de un presidente
elegido por quince días. El contacto con el pueblo quedaba asegurado
por la posibilidad para los peticionarios de desfilar ante la barandilla
de la Asamblea, y en presencia del público de las tribunas. El trabajo
era preparado por Comités especializados, en número de 31,
exponiendo un informador, ante la Asamblea, las decisiones en
proyecto.

Los grupos de la Asamblea se esbozaban simultáneamente aunque no


se pudiesen diferenciar los partidos, en el sentido real de la palabra.
En principio, no había más que dos grandes grupos: los aristócratas,
partidarios del Antiguo Régimen, y los patriotas, defensores de un
nuevo orden. Después aparecieron las tendencias con un matiz más
acusado.

Los negros o aristócratas se sentaban a la derecha de la Asamblea;


poseían oradores brillantes, como Cazalès; violentos, como el abate

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Maury; o hábiles, como el abate Montesquiou, que sostenía un


combate encarnizado por la defensa de los privilegiados. Sus
opiniones las defendían numerosos impresos sostenidos con los
fondos del erario: L’Ami du roi, del abate Royou; Les Actes des
apôtres, en donde Rivarol ridiculizaba el “patrouillotisme”
(patrioterismo). Su club, el Salón francés.

Los monárquicos, guiados por Mounier, quien abandonó la Asamblea


nacional después de las jornadas de octubre, para dimitir el 15 de
noviembre; Malouet y el conde de Clermont-Tonnerre se hicieron
defensores de la prerrogativa real y se aproximaron a la derecha para
obstaculizar los progresos de la Revolución. Se reunían en el club de
los Amigos de la Constitución monárquica.

Los constitucionales representaban el grueso del antiguo partido


patriota. Fieles a los principios proclamados en 1789, representaban
los intereses de la burguesía y pretendían instaurar su poder
cubriéndolo con una monarquía suave. Era el partido de La Fayette.
Agrupaba a los representantes de la burguesía y del clero; los
arzobispos de Champion de Cicé y de Boisgelin, el abate Sièyes ,
hombres de leyes como Camus, Target y Thouret, jugaron un papel
importante en la elaboración de las nuevas instituciones.

El Triunvirato se sentaba a la izquierda. Compuesto por Barnave, Du


Port y Alexandre de Lameth, con tendencias liberales, se inclinó hacia
la realeza, convirtiéndose en su consejero cuando disminuyó, hacia
finales del año 1790, la influencia de La Fayette. Después de la huida
del rey, alarmado por los progresos de la democracia y por la agitación
popular, el Triunvirato volvió de nuevo a la política fayettista de
conciliación, pretendiendo detener los progresos de la Revolución.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

El grupo demócrata, de la extrema izquierda, donde se destacaban


Buzot, Pétion y Robespierre, defendía los intereses del pueblo y
reclamaba el sufragio universal.

Los patriotas se dedicaron a hacer una organización sólida. Desde


mayo de 1789 habían tomado la costumbre de reunirse para discutir
los problemas políticos. De este modo se formó el club de los
diputados bretones. Después de las jornadas de octubre se reunía en
el convento de los Jacobinos, de la calle Saint-Honoré, con el nombre
de Société des amis de la Constitution, abierto no sólo a los
diputados, sino también a los burgueses acomodados. El club de los
Jacobinos mantenía una correspondencia regular con los clubs que se
habían fundado en las principales ciudades de las provincias. Tuvo
éxito en agrupar y arrastrar a todo el sector militante de la burguesía
revolucionaria.

“En la propagación del patriotismo, es decir, de la filantropía, esta


nueva religión que conquistará para sí el universo, escribe Camilo
Desmoulins en “Les Révolutions de France et de Brabant”, el 14 de
febrero de 1791, el club o la iglesia de los Jacobinos, parece que están
llamados a obtener la misma primacía que la Iglesia de Roma, en la
propagación del cristianismo. Todos los clubs, asambleas o iglesias de
patriotas que se forman por doquier, solicitan, en cuanto nacen, su
correspondencia, le escriben en signo de comunión. La sociedad de los
Jacobinos es el verdadero comité de las investigaciones de la nación,
menos peligroso para los buenos ciudadanos que el de la Asamblea
Nacional, porque las publicaciones, las deliberaciones son públicas:
mucho más terrible para los malos, ya que abarca en su
correspondencia con las sociedades afiliadas todos los rincones y
recovecos de los 83 departamentos. No sólo es el gran requisador que

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

asusta a los aristócratas. Es también quien corta todos los abusos y


viene en socorro de todos los ciudadanos. Parece, en efecto, que el
club ejerce el ministerio público cerca de la Asamblea Nacional. A su
seno vienen de todas partes a contar sus males los oprimidos antes de
ser llevados ante la augusta Asamblea. A la sala de los Jacobinos
acuden sin cesar las diputaciones, o para felicitarlos o para pedir su
comunión, o despertar su vigilancia o enderezar los entuertos».

El club de los Cistercienses1, monárquicos moderados, se desvinculó


del de los Jacobinos cuando estos últimos, en 1791, después de la
huida del rey y de los acontecimientos del Champ-de-Mars,
aumentaron su tendencia democrática, especialmente bajo la
influencia de Robespierre. Dirigidos por La Fayette y sus amigos, los
feuillants (4) alejaron, por medio de una cotización elevada, a las
gentes de la burguesía media; agruparon a la gran burguesía moderada
y a la nobleza sin prestigio, que también estaban vinculadas al rey y a
la Constitución.

El club de los Franciscanos (5) o Société des amis des Droits de


l’homme, abriose en abril de 1790, club democrático en donde
brillaron Danton y Marat. En las barriadas, numerosas sociedades
fraternales permitían a las clases populares participar en la vida
política; la primera, cronológicamente, fue la Société fraternelle des
patriotes de l’un et de l’autre sexe, fundada en febrero por el maestro
Dansard.

La política de La Fayette fue defendida por una gran parte de la


prensa importante: Le Moniteur, de Panckouke, el periódico mejor
informado de la época: Le Journal de Paris, L’Ami des patriotes. A la
izquierda, un gran número de periódicos estaban influidos por el club

4
Feuillants: Llamados así en francés por reunirse en el convento de la Orden del Císter, cerca de las Tullerías. (N. del T.)
5
Cordeliers: Se reunían en el convento de los franciscanos, de donde tomaron su nombre (N. del T.)

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

de los Jacobinos: Le Courrier, de Gorsas; Les Annales patriotiques, de


Carra; Le Patriote français, de Brissot, de Prudhomme; Les
Révolutions de Paris, donde se hizo célebre Laustalot; por último, Les
Révolutions de France et de Brabant, de Camilo Desmoulins. Marat,
en L’Ami du peuple, defendía con gran clarividencia los derechos de
las masas populares.

II. LOS GRANDES PROBLEMAS POLíTICOS

La vida política, desde finales del año 1789, estuvo dominada por dos
grandes problemas en torno a los cuales se encarnizaron los partidos:
el problema financiero y el problema religioso. Las soluciones que dio
la Asamblea constituyente tendrían incalculables consecuencias para
la Revolución.

1. El problema financiero

La situación financiera no hizo más que empeorar desde que se


convocaron los Estados generales. Las perturbaciones en las ciudades
y en los campos habían sido desastrosas para el Tesoro público. Los
campesinos, ahora armados, rehusaban pagar los impuestos; en medio
de la descomposición general, y en ausencia de toda autoridad, era
muy difícil obligarles. La Asamblea aprovechó en principio esta
situación; vio en las dificultades financieras de la monarquía un
medio excelente de presionar a Luis XVI y a sus ministros. Necker
tuvo que recurrir a determinados expedientes para hacer frente a las
exigencias del Tesoro. La Asamblea, “informada de las necesidades
urgentes del Estado”, decretó el 9 de agosto un empréstito de 30
millones, a un 4,5 por 100; el 27 de agosto hizo un nuevo empréstito
de 80 millones, a un 5 por 100: ni uno ni otro se cubrieron. El rey
envió su vajilla a la Casa de la Moneda; el 20 de septiembre, un
decreto del Consejo de Estado autorizaba a los directores de la

151
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Moneda a recibir vajillas de aquellos particulares que pudiesen


enviarlas. Los constituyentes tomaron los tesoros de las iglesias; el
decreto del 29 de septiembre dispuso de la plata que no era necesaria
“para la decencia del culto”. Sobre todo, el 10 de octubre de 1789, el
arzobispo de Autun, Talleyrand, propuso poner los bienes del clero a
disposición de la nación:

“El clero no es propietario como los demás propietarios. La nación, al


gozar de un derecho muy extenso sobre todos los cuerpos, ejerce
derechos reales sobre los bienes del clero; puede destruir las
congregaciones de este estamento que pudieran parecer inútiles a la
sociedad, y necesariamente sus bienes se dividirían equitativamente
entre la nación... Por muy santa que pudiese ser la naturaleza de un
bien poseído bajo la ley, la ley no puede mantener más que aquello
que ha sido concedido por los fundadores. Sabemos todos que la parte
de esos bienes, necesaria para la subsistencia de los beneficiarios, es
la única que les pertenece. Si la nación asegura esta subsistencia, la
propiedad de los beneficiarios no es atacada. La nación puede, en
principio, apropiarse de los bienes de las comunidades religiosas que
puedan suprimirse, asegurando la subsistencia de los individuos que
las componen; segundo, apropiarse de los beneficios que carezcan de
función; tercero, reducir en una proporción determinada las rentas
actuales de los titulares, encargándose de las obligaciones que
gravaran a esos bienes en un principio».

Se originó un fuerte debate, enfrentando a Maury y Cazalès, de un


lado; de otro, a Sièyes y Mirabeau. Los primeros sostuvieron que la
propiedad es un derecho inviolable y sagrado, como lo afirma la
Declaración de derechos, y los segundos respondían que esta
Declaración prevé, en el mismo artículo 17, que se puede ser privado

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

de ella “cuando la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exige


evidentemente bajo la condición de una indemnización justa y
prevista”; por otra parte, el clero no es un propietario, sino sólo un
administrador de esos bienes, cuyas rentas no están consagradas a
fundaciones de caridad o de utilidad pública, hospitales, escuelas,
servicio divino; puesto que el Estado toma desde ahora esos diversos
servicios a su cargo, es legítimo que se le entreguen esos bienes a
cambio. Al final de la discusión, el decreto del 2 de noviembre de
1789 se votó con una mayoría de 568 votos contra 346. La Asamblea
decidía que todos los bienes eclesiásticos estarían a disposición de la
nación, que se encargaría de sostener de una manera conveniente los
gastos del culto, pagar a sus ministros y socorrer a los pobres; los
titulares de un curato tendrían que recibir por lo menos 1.200 libras
por año.

Quedaban por arreglar las modalidades de esta vasta operación


financiera. El decreto del 19 de diciembre establecía una caja de lo
extraordinario, alimentada especialmente con la venta de los bienes
de la Iglesia; estos bienes servían de testimonio para la emisión de
billetes, los asignados, verdaderos bonos del Tesoro. Tenían un interés
de un 5 por 100, reembolsable no en especie, sino en metálico; a
medida que fuesen vendidos los bienes de la Iglesia, puesto que se
recogerían los billetes remitidos contra estos bienes nacionales, éstos
quedarían destruidos para acabar progresivamente con la deuda
pública. El patrimonio de la Corona se pondría en venta, con
excepción de los bosques de las casas reales, de los cuales el rey
podría gozar, así como una cantidad de dominios eclesiásticos,
suficientes para alcanzar en conjunto una suma de 400 millones.

Esta era una medida de alcance incalculable. El billete así emitido se


transformó rápidamente en papel moneda; su depreciación supuso

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

dificultades económicas y sociales inmensas para la Revolución. Por


otra parte, la venta de los bienes nacionales, que empezó en marzo de
1790, tuvo como resultado una transferencia grande de propiedades
que vinculó irremediablemente al nuevo orden a sus beneficiarios,
burgueses y campesinos acomodados.

2. El problema religioso

El problema religioso se planteó desde finales de 1789 con no menos


agudeza: la confiscación de los bienes del clero llevó consigo la
necesidad de una reorganización de la Iglesia en Francia. Problemas
religiosos y problemas financieros estaban unidos. Los Constituyentes
no actuaron absolutamente en este campo, por hostilidad contra el
catolicismo; siempre protestaron de su profundo respeto por la
religión tradicional. Pero los representantes de la nación se
consideraron tan calificados para regular los problemas de
organización y de disciplina eclesiástica, como la realeza. En la
sociedad del siglo XVIII, nadie, incluso los teóricos más avanzados,
concebía un régimen fundado sobre la separación de la Iglesia y del
Estado. Sobre todo, la reforma de la organización eclesiástica aparecía
como una consecuencia necesaria del nuevo planteamiento de todas
las instituciones, y en particular del hecho de poner los bienes del
clero a disposición de la nación.

La Asamblea se ocupó en principio de las órdenes monásticas,


abolidas el 13 de febrero de 1790: los religiosos pudieron salir del
claustro o agruparse en un cierto número de establecimientos ya
designados. El 20 de abril de 1790, la administración de los bienes
dejó de corresponder a la Iglesia: después llegó la discusión del
proyecto del Comité eclesiástico. Boisgelin, arzobispo de Aix, aunque
reconociendo “la serie de abusos”, recordaba a la Asamblea los
principios fundamentales de la Iglesia en cuestión de disciplina y de

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

jurisdicción eclesiástica, subrayando que el proyecto atentaba a la


propia constitución de la Iglesia católica. La Asamblea pasó por alto
esas observaciones y adoptó, el 12 de julio de 1790, la Constitución
civil del clero.

III. APOGEO Y RUINA DE LA POLíTICA DE CONCILIACIóN

La agitación contrarrevolucionaria se aprovechó de las dificultades


producidas por haber puesto en venta bienes nacionales y la
Constitución civil del clero. Los aristócratas desprestigiaron el papel
moneda emitido contra los bienes nacionales y obstaculizaron cuanto
pudieron las ventas de bienes nacionales. Los emigrados empezaron
sus intrigas y prepararon un gran levantamiento en el Mediodía. El
hecho de que la Asamblea rehusase reconocer el catolicismo como
religión del Estado, el 13 de abril de 1790, proporcionó un argumento
decisivo. En Montauban, el 10 de mayo, y en Nîmes, el 13 de junio de
1790, los desórdenes estallaron entre los católicos realistas y los
protestantes patriotas. En agosto se organizó una vasta concentración
de gente armada en el campo de Jalès, al sur de Vivarais
(departamento de Ardèche), que hasta febrero de 1791 no sería
disuelta por la fuerza.

1. La Federación nacional del 14 de julio de 1790

Las federaciones constituyeron la respuesta de los patriotas y


manifestaron la adhesión de la nación a la causa revolucionaria. Los
habitantes de los campos y de las ciudades fraternizaron en principio
en las federaciones locales, prometiéndose asistencia mutua. El 20 de
noviembre de 1789 los guardias nacionales del Delfinado y del
Vivarais se confederaron en Valence; en Pontivy, se constituyó la
federación bretoña-angevina, en febrero de 1790; la federación de
Lyon, el 30 de mayo, y en Estrasburgo y Lila, en junio.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

La Federación nacional del 14 de julio de 1790, en la que se afirmó


definitivamente la unidad de Francia, constituyó la consumación de
este impulso unánime. En el Champ-de-Mar, ante 300.000
espectadores, Talleyrand celebró en el altar de la patria una misa
solemne. La Fayette, en nombre de todos los confederados de los
departamentos, pronunció el juramento “que une a los franceses entre
sí y a los franceses con su rey, para defender la libertad, la
Constitución y la ley”. El rey prestó a su vez juramento de fidelidad a
la nación y a la ley. El pueblo entusiasta saludó con inmensas
aclamaciones la nueva concordia. La Fayette parecía ser el triunfador
de la jornada.

El movimiento de las federaciones no podía, sin embargo, enmascarar


la realidad social profunda. Las federaciones daban buena idea del
sentido de unidad de los patriotas y manifestaban la adhesión de la
nación al nuevo orden. Merlin de Douai lo ratificaría el 28 de octubre
de 1790, cuando intentó, a propósito del problema de los príncipes
con posesiones en Alsacia, iniciar los principios de un derecho
internacional nuevo, oponiendo la nación como asociación voluntaria
al Estado dinástico. A pesar del entusiasmo popular que estalló el 14
de julio de 1790, el importante papel de La Fayette durante el tiempo
de la Federación, subrayaba el sentido político y social: ídolo de la
burguesía, pero pretendiendo unir la aristocracia con la Revolución,
era el hombre del compromiso. La guardia nacional que mandaba era
la guardia burguesa, de la que los ciudadanos pasivos quedaban
excluidos. El 27 de abril de 1791, Robespierre se levantó contra el
privilegio burgués de llevar armas. “Estar armado para su defensa
personal es derecho para todo hombre indistintamente; estar armado
para la defensa de la patria es derecho de todo ciudadano. Los pobres
¿se convertirán por eso en extranjeros, en esclavos?” En la
Federación del 14 de julio de 1790, el pueblo, con toda seguridad

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

lleno de entusiasmo, fue menos actor que espectador. Si, en el acto de


federación, la guardia representó la fuerza armada burguesa, lo fue en
cuanto opuesta a la fuerza armada real, en el sentido burgués del
orden nuevo. Pero la guardia sólo fue verdaderamente nacional el 10
de agosto de 1792: cuando el pueblo, después de derribar el trono y el
sistema censatario, se introdujo en ella por la fuerza.

2. La descomposición del ejército y el asunto de Nancy (agosto de


1790)

El asunto de Nancy arruinó rápidamente el inmenso prestigio de La


Fayette y dio al traste con su política de conciliación y de
compromiso. A pesar de la aparente armonía, la aristocracia rehusaba
reconocer al nuevo orden integrándose en él. Mientras que en el
interior la conjura aristocrática se desarrollaba preparándose para la
guerra civil, en el exterior los emigrados tomaban las armas en espera
de la intervención militar que el conde de Artois, instalado en Turín,
pedía a las Cortes extranjeras. Los patriotas estaban alerta. La
cosecha de 1790 fue excelente, contribuyendo a sostener la situación
general, sin que eliminase de modo completo las perturbaciones que
se producían en los mercados y los ataques a la libre circulación de
granos. Sobre todo, las revueltas agrarias continuaban. Las revueltas
de campesinos habían estallado, desde enero de 1790, en el Quercy y
en el Périgord, y en mayo, en el Bourbonnais, amenazando los
intereses inmediatos de la aristocracia territorial. En julio de 1790,
los vagos rumores sobre la invasión de las tropas austríacas
estacionadas en Bélgica, desencadenaron los tumultos populares en
Thiérache, Champaña y Lorena. Por todas partes las masas populares
estaban dispuestas a reaccionar.

El conflicto social había llegado hasta el ejército, por otra parte


desorganizado por la emigración. Los oficiales que no habían

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

emigrado, cada vez más impresionados por las reformas de la


Asamblea constituyente, tomaban una actitud hostil oponiéndose a
los soldados patriotas, cuyo civismo se mantenía gracias a su
asiduidad a los clubs. La Asamblea fue incapaz de dar al problema
militar una solución nacional; presentía que la defensa nacional y la
defensa revolucionaria estaban indisolublemente unidas. ¿Pero cómo
substraer al ejército real de la influencia de la aristocracia sin
nacionalizar el ejército, en el sentido verdadero de la palabra?
Hubiera supuesto introducir la revolución en el ejército; los
Constituyentes, prisioneros de sus contradicciones y prejuicios
sociales, tomaron algunas decisiones: aumento de salario, reformas
administrativas y disciplinarias.

La solución nacional ya se había indicado, sin embargo, a partir del 12


de diciembre de 1789 por Dubois-Crancé, entre los silbidos de la
derecha, y el silencio molesto de la izquierda:

“Es necesaria una movilización verdaderamente nacional, que comprenda la


segunda cabeza del imperio y el último de los ciudadanos activos y a todos los
ciudadanos pasivos”, es decir, a toda la nación, salvo el rey. Dubois-Crancé
proponía, a fines de 1789, el servicio militar obligatorio y universal y la creación de
un ejército nacional. Durante el debate, el duque de La Rochefoucauld-Liancourt
declaró que valdría más cien veces vivir en Marruecos o en Constantinopla, que en
un Estado en el que tales leyes estuvieran en vigor. En la amalgama de 1793 se
encontraban los rasgos del sistema nacional propuesto por Dubois-Crancé en 1789.
La Asamblea constituyente no estaba preparada para seguir esa vía. No le faltaron
advertencias, y aun todavía el 10 de junio de 1791, cuando Robespierre
denunciaba el peligro:

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

“En medio de las ruinas de todas las aristocracias, ¿qué poder es ese
que aislado levanta todavía la frente audaz y amenazadora? Habéis
destruido a la nobleza, y la nobleza aún vive al frente del ejército».

Noble y oficial por carrera, La Fayette no podía dudar. Los motines se


multiplicaban en las ciudades con guarnición y en los puertos de
guerra. Tomó, pues, el partido de los jefes contra la tropa. Cuando la
guarnición de Nancy se rebeló en agosto de 1790, después que los
oficiales se negarán a conceder a los soldados el control de las cajas
del regimiento, las Constituyentes decretaron, el 16, que “la violación
a mano armada por las tropas, de los decretos de la Asamblea
Nacional, sancionados por el rey, era un crimen de lesa-nación contra
el jefe del Estado”.

El marqués de Bouillé, comandante en Metz, reprimió la revuelta a


viva fuerza, ejecutando a una veintena de dirigentes y enviando a
galeras a unos cuarenta suizos del regimiento de Châteuvieux. La
Fayette apoyó a su primo Bouillé, fortaleciendo así a la
contrarrevolución. Su popularidad quedó inmediatamente arruinada.
“¿Se puede dudar todavía -escribía Marat en L’Ami du peuple, el 12 de
octubre de 1790-, que el gran general, el héroe de dos mundos, el
inmortal restaurador de la libertad, no sea el jefe de los
contrarrevolucionarios, el alma de todas las conspiraciones contra la
patria?”

***

Al mismo tiempo, una parte del clero se levantaba contra la


Constitución civil del clero, votada el 12 de julio de 1790. Luis XVI se
preparaba para recurrir al extranjero. Este era el fallo de la política
fayettista de compromiso y de conciliación en torno al rey; la
Revolución, una vez más, precipitaba su curso.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

CAPíTULO III

LA BURGUESíA CONSTITUYENTE Y LA RECONSTRUCCIóN DE


FRANCIA (1789-1791)

En medio de todas las dificultades que señalaron el año 1790, la


Asamblea constituyente continuó con obstinación la reconstrucción
de Francia. Hombres ilustrados, los Constituyentes quisieron
racionalizar la sociedad y las instituciones después de haber otorgado
a los principios sobre los que se fundaban un valor universal. Pero los
representantes de la burguesía, expuestos al empuje de la
contrarrevolución y al impulso de las fuerzas populares, no tuvieron
miedo de orientar su obra hacia el sentido de los intereses de su clase,
con desprecio incluso de los principios solemnemente proclamados.
Enfrentados con una realidad fluida supieron maniobrar, apartándose
de la abstracción, plegándose ante las circunstancias. Esta
contradicción explica, sin duda, todo: la caducidad de la obra política
de la Asamblea constituyente, ruinosa desde 1792, y el eco de los
principios proclamados, aún no extinguidos.

I. LOS PRINCIPIOS DEL OCHENTA Y NUEVE

Solemnemente proclamados, siempre invocados, por los unos con


ironía y por los otros con entusiasmo, aunque por la inmensa mayoría
con profundo respeto, se quería que los principios sobre los que la
burguesía constituyente levantó su obra estuviesen fundados sobre la
razón universal. Han hallado su expresión altisonante en la
declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, cuya
“ignorancia, olvido o desprecio Constituyen, según el preámbulo, las
únicas causas de las desdichas públicas y de la corrupción de los
gobiernos”. A partir de ese momento, las “reclamaciones de los
ciudadanos, fundadas sobre principios simples e indiscutibles”, no

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

podrán sino servir “al mantenimiento de la constitución y a la


felicidad de todos”: creencia optimista en la todopoderosa razón, de
acuerdo con el espíritu del siglo de la Ilustración.

1. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano

La Declaración de Derechos del Hombre, a partir del 26 de agosto de


1789, constituye el catecismo del orden nuevo. Todo el pensamiento
de los Constituyentes no se encuentra en ella: no es expresamente un
problema de libertad económica lo que la burguesía defendía por
encima de todo. Pero en su preámbulo, que recuerda la teoría del
derecho natural y en los diecisiete artículos redactados sin plan
alguno, la Declaración precisa lo más esencial de los derechos del
hombre y de la nación. Lo hace con preocupación por lo universal,
que supera en mucho el carácter empírico de las libertades inglesas,
tal y como habían sido proclamadas en el siglo XVII; en cuanto a las
declaraciones americanas de la guerra de la Independencia, aunque
querían ser universalistas, con el universalismo del derecho natural,
contenían ciertas restricciones que limitaban su alcance.

Los derechos del hombre le son propios antes de formarse cualquier


sociedad y cualquier Estado; son derechos naturales e
imprescindibles, cuya conservación es el fin de toda asociación
política (artículo 2). “Los hombres nacen y permanecen libres e
iguales en sus derechos” (artículo 1ro de la Declaración). Estos
derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a
la opresión (artículo 2). Este derecho a resistir la opresión más
legitimaba las revoluciones pasadas que autorizaba las futuras.

La libertad se definía como el derecho a “hacer todo aquello que no


perjudica a los demás”; sus límites son la libertad de los demás
(artículo 4). La libertad es , en principio, la de la persona, la libertad

162
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

individual garantizada contra las acusaciones y los arrestos


arbitrarios (artículo 7), y la presunción de inocencia (artículo 9).
Dueños de sus personas, los hombres pueden hablar y escribir,
imprimir y publicar, con tal de que la manifestación de sus opiniones
no perturbe el orden establecido por la ley (artículo 10), y se responda
del abuso de esta libertad en los casos determinados por ellas (artículo
11). libres, también, de adquirir y poseer; la propiedad es un derecho
natural imprescriptible, según el artículo 2; inviolable y sagrado,
según el artículo 17; nadie puede ser privado de ella si no es por
necesidad pública legalmente constatada y bajo condición de una
justa y previa indemnización (artículo 17); confirmación implícita de
la amortización de los derechos señoriales.

La igualdad está estrechamente asociada con la Declaración de


libertad: había sido reclamada ásperamente por la burguesía frente a
la aristocracia, por los campesinos en contra de sus señores, pero no
puede ser más que igualdad civil. La ley es la misma para todos; todos
los ciudadanos son iguales ante sus ojos; dignidades, puestos y
empleos públicos, son igualmente accesibles a todos, sin distinción de
nacimiento (artículo 6). Las diferencias sociales no se fundan más que
en la utilidad común (artículo 1ro), la capacidad y el talento (artículo
6). El impuesto, indispensable, ha de ser repartido de un modo igual
entre todos los ciudadanos, según sus posibilidades (artículo 13).

Los derechos de la nación son consagrados en un cierto número de


artículos. El Estado no constituye un fin en sí; no tiene otro fin más
que el de proteger a los ciudadanos en el goce de sus derechos; si no
lo hace podrán resistirse a la opresión (artículo 2). La nación, es decir,
el conjunto de ciudadanos, es soberana (artículo 3); la ley es la
expresión de la voluntad general; todos los ciudadanos, bien
personalmente, bien por sus representantes, tienen el derecho de

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

concurrir a su formación (artículo 6). Diferentes principios tienen


como fin garantizar la soberanía nacional. Primero, la separación de
poderes, sin la cual no hay Constitución (artículo 16). Después, el
derecho de control de los ciudadanos, por sí mismos o por sus
representantes, sobre las finanzas públicas y sobre la administración
(artículos 14 y 15).

Obra de los discípulos de los filósofos y aparentemente dirigida a


todos los pueblos, la Declaración llevaba, sin embargo, la marca de la
burguesía. Redactada por los constituyentes, liberales y propietarios,
abunda en restricciones, precauciones y condiciones, que limitan
singularmente su alcance. Mirabeau lo hacía ver en el número 31 de
su Courrier de Provence:

“Una Declaración pura y simple de los derechos del hombre, aplicable


a todas las edades, a todos los pueblos, a todas las latitudes, morales
y geográficas del globo era, sin duda, una idea grande y bella; pero
aparece que antes de pensar tan generosamente en el código de las
demás naciones, hubiera sido conveniente que las bases de la nuestra
se hubiesen establecido del modo convenido... En cada paso de la
Asamblea, en la exposición de los derechos del hombre, se la verá
asustada ante el abuso que el ciudadano pueda hacer; con frecuencia
exagerará la prudencia ante esta posibilidad. De ahí esas restricciones
multiplicadas, esas precauciones minuciosas, esas condiciones
laboriosamente aplicadas a todos los artículos que van a ser
elaborados: restricciones, precauciones, condiciones que sustituyen
casi todos los derechos por deberes, obstaculizan la libertad, y que
determinan en más de un aspecto en los detalles más molestos de la
legislación, mostrarán al hombre atado por el estado civil y no al
hombre libre de la naturaleza».

164
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Espíritus utilitarios, los Constituyentes hicieron, con una formulación


de alcance universal, una obra de circunstancias; al legitimar las
revoluciones realizadas contra la autoridad real, creían precaverse
contra toda tentativa popular respecto del orden que estableciesen.
De aquí la numerosa serie de contradicciones de la Declaración. El
artículo 1º proclama la igualdad de todos los hombres, pero subordina
la igualdad a la utilidad social; no está formalmente reconocida, en el
artículo 6, más que la igualdad ante el impuesto y la ley; la
desigualdad propia de la riqueza permanece intangible. La propiedad
está proclamada, en el artículo 2, como un derecho natural e
imprescriptible del hombre; pero la Asamblea no se preocupa de la
enorme masa de aquellos que no poseen nada. La libertad religiosa
recibe una serie de restricciones singularísimas, en el artículo 10; los
cultos disidentes no son tolerados más que en la medida en que sus
manifestaciones no perturben el orden establecido por la ley; la
religión católica continúa siendo la del Estado, la única
subvencionada por él; los protestantes y los judíos tendrán que
contentarse con un culto privado. Todo ciudadano puede hablar y
escribir, imprimir libremente, afirma el artículo 11; pero hay casos
especiales en que la ley podrá reprimir los abusos de esta libertad. Los
periodistas patriotas se levantaron con cierto vigor contra este
atentado a la libertad de prensa.

“Hemos pasado rápidamente de la esclavitud a la libertad, escribe


Loustalot en el número 8 de” Révolutions de Paris, vamos mucho más
rápidamente ahora de la libertad a la esclavitud. El primer cuidado de
quienes aspiran a sojuzgarnos será limitar la libertad de prensa, o
incluso sofocarla; y, desgraciadamente, en el seno de la Asamblea
nacional, ha nacido ese principio adulterino: que nadie puede ser

165
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

perturbado por sus opiniones, con tal de que sus manifestaciones no


perturben el orden establecido por la ley. Esta condición es un dogal
que se alarga y se encoge a voluntad; la ha rechazado la opinión
pública en balde; servirá a cualquier intrigante que haya obtenido un
cargo para sostenerse en él; no se podrá abrir los ojos a sus
conciudadanos acerca de lo que haya hecho, haga o quiera hacer, sin
que se diga que se perturba el orden público 2. La transgresión de los
principios

Cuando fue necesario meditar de nuevo la realidad social de Francia,


a los juristas y lógicos de la Asamblea constituyente no les
preocuparon ni los principios generales ni los de la razón universal.
Realistas, obligados a manejar a los unos para contener a los otros, se
preocuparon poco de las contradicciones que jalonaban su obra,
persuadidos de que sirviendo a los intereses de su clase
salvaguardaban la Revolución.

Los derechos civiles se concedieron, con ciertas vacilaciones, a todos


los franceses. Los protestantes no vieron reconocidos sus derechos de
ciudadanía hasta el 24 de diciembre de 1789; el 28 de enero de 1790,
los judíos del Mediodía; los del Este, el 27 de diciembre de 1791. La
esclavitud quedó abolida en Francia el 28 de septiembre de 1791,
manteniéndose en las colonias; su abolición hubiera lesionado los
intereses de los grandes plantadores, representados en la Asamblea
especialmente por los Lameth. Incluso los hombres de color libres
vieron discutidos sus derechos políticos; finalmente, el 24 de
septiembre de 1791, la Asamblea constituyente prohibió la asociación
y la huelga: la ley Le Chapelier, votada el 14 de junio de 1791,
después de una serie de huelgas en los talleres parisinos, estableció la
libertad de trabajo, prohibiendo a los obreros asociarse para la defensa
de sus intereses.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Los derechos políticos quedaron reservados a una minoría. La


Declaración proclama que todos los ciudadanos tienen el derecho de
concurrir al establecimiento de la ley; por la ley del 22 de diciembre
de 1789, la Constitución no concedía el derecho de sufragio más que
a los propietarios. Los ciudadanos quedaron clasificados en tres
categorías.

Los ciudadanos pasivos, que estaban excluidos del derecho electoral,


pero no del derecho de propiedad. Según Sièyes, que inventó esta
nomenclatura, tienen derecho “a la protección de su persona, de sus
propiedades, de su libertad, pero no a tomar parte activa en la
formación de los poderes públicos”. Aproximadamente tres millones
de franceses quedaron, así, privados del derecho del voto.

Los ciudadanos activos eran , según Sièyes, los verdaderos accionistas


de la gran empresa social; pagaban como mínimo una contribución
directa igual al valor local de tres días de trabajo, es decir, de una
libra y media a tres libras. En número de más de cuatro millones, se
reunían en asambleas primarias para designar las municipalidades y
los electores.

Los electores, a razón de uno por cada cien ciudadanos activos, o sea,
aproximadamente unos 50.000 para Francia, pagaban una
contribución igual al valor local de diez días de trabajo, o sea, de 5 a
10 libras; se reunían en asambleas electorales, en las capitales de los
departamentos, para nombrar a los diputados, los jueces, los
miembros de las administraciones departamentales.

Los diputados, por último, que formaban la Asamblea legislativa,


tenían que poseer una propiedad territorial cualquiera y pagar una
contribución de un marco de plata (aproximadamente 52 libras). La
aristocracia de sangre, en este sistema electoral censatario de dos

167
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

grados era sustituida por la aristocracia del dinero. El pueblo quedaba


eliminado de la vida política.

Mientras el expositor del Comité de constitución hacía ver que el


establecimiento de un censo electoral llevaba consigo una cierta
emulación entre los pasivos que no tenían otro deseo que el de
enriquecerse para convertirse en activos, después en electores (es el
enriquézcase usted, de Guizot), la oposición democrática de la
Asamblea protestó en vano, especialmente el abate Grégoire y
Robespierre.

“Todos los ciudadanos, cualesquiera que fuesen, tienen derecho a


pretender todos los grados de representación, declaró Robespierre en
la asamblea el 22 de octubre de 1789. Nada va más de acuerdo con
vuestra Declaración de derechos, ante la cual todo privilegio, toda
distinción, toda excepción han de desaparecer. La Constitución
establece que la soberanía reside en el pueblo, en todos los individuos
del pueblo. Cada individuo tiene derecho a obedecer a la ley mediante
la cual está obligado a la administración de las cosas públicas, que son
las suyas, pues si no, no sería cierto que todos los hombres son
iguales en sus derechos, que todo hombre es un ciudadano».

Los periódicos democráticos fueron más violentos. Loustalot, en el


número 17 de las Révolutions de Paris, se levantó contra esta nueva
aristocracia del dinero, estigmatizando lo absurdo de un decreto que
hubiera excluido a Jean-Jacques Rousseau de la representación
nacional. Marat, en L’Ami du peuple del 18 de noviembre de 1789,
demostró los efectos funestos de este régimen electoral para las
clases populares, a las que invita a la resistencia:

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

“Así, la representación, convertida en proporcional según la


contribución directa, pondrá el imperio en manos de los ricos, y la
suerte de los pobres, siempre sumisos, siempre subyugados y siempre
oprimidos, no podrá jamás mejorarse por medios pacíficos. Ésta es,
sin duda, una prueba grave de la influencia de las riquezas sobre las
leyes. En cuanto a lo demás, las leyes sólo tienen poder mientras los
pueblos quieran someterse, y si han roto el yugo de la nobleza,
romperán también el de la opulencia».

Camilo Desmoulins no fue menos vehemente en el número 3 de Les


Révolutions de France et de Brabant:

“No hay más que una voz en la capital, pronto no habrá más que una
en las provincias contra el decreto del marco de plata: acaba de
constituir a Francia en Gobierno aristocrático, y es la victoria mayor
que los malos ciudadanos hayan logrado en la Asamblea Nacional.
Para hacer ver todo lo absurdo de este decreto basta decir que Jean-
Jacques Rousseau, Corneille, Mably no hubieran podido ser elegidos.
¿Pero qué queréis expresar con la palabra ciudadano activo, tantas
veces repetida? Los ciudadanos activos son aquellos que han tomado
la Bastilla, son aquellos que han arado los campos, mientras que los
ociosos del clero y de la Corte, a pesar de lo inmenso de sus dominios,
no son sino plantas vegetales parecidas a ese árbol de vuestro
Evangelio, que no da fruto alguno y que hay que arrojar al fuego».

II. EL LIBERALISMO BURGUÉS

La libertad es lo más difundido y predicado por la burguesía


constituyente, la libertad en todas sus formas. En la Declaración de
derechos la igualdad se asocia sin lugar a dudas a la libertad:
afirmación de principio que legitimaba el declinar de la aristocracia y

169
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

la abolición de los privilegios más de lo que autorizaban las


esperanzas populares. Pero sólo se trata de igualdad civil. La libertad
se entiende en principio como libertades públicas y políticas, pero
con la restricción censataria. También se aplica a la actividad
económica, liberada de toda limitación. El individuo libre también lo
es para crear y producir, buscando el beneficio y empleándolo a su
modo. La Constitución liberal de 1791 se fundó sobre el laisser faire,
laisser passer (dejar hacer, dejar pasar).

1. La libertad política: la Constitución de 1791

Las instituciones políticas nuevas no tenían otro fin que asegurar el


reino tranquilo de la burguesía victoriosa contra todo retorno ofensivo
de la aristocracia y de la monarquía, y contra todo intento de
emancipación popular.

La reforma política se empezó desde julio de 1789. Se formó un


comité de treinta miembros para preparar la nueva Constitución el 7
de julio. El 26 de agosto quedó votada la Declaración de derechos; en
octubre, un cierto número de artículos; el régimen electoral, en
diciembre. Durante el verano de 1790 se hizo ya necesaria una serie
de reformas. En agosto de 1791 se abordó la discusión del texto
definitivo, votado, por último, el 3 de septiembre: es la Constitución
de 1791. Como liberal, establece sobre las ruinas del Antiguo Régimen
y del absolutismo la soberanía nacional; como burguesa, asegura la
dominación de las clases pudientes.

El poder e
debate iniciado casi cerca de un mes antes, la Asamblea votaba que
“el Gobierno francés es monárquico”. Pero cuando fue necesario
definir los poderes del rey, los limitó lo más posible, teniendo en
cuenta en todo momento no desarmarlo por completo frente a las

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

aspiraciones populares. El artículo votado el 22 de septiembre,


aunque establecía el carácter monárquico del Gobierno, afirmaba:

“No hay en Francia autoridad superior a la ley; el rey no reina más


que por ella, y sólo en virtud de las leyes se le puede exigir la
obediencia».

La voluntad del rey carece ya de fuerza legislativa. La víspera del 23


de septiembre la Asamblea volvía a la carga para subordinar aún más
la autoridad real a la nación, es decir, a la burguesía: todos los
poderes emanan esencialmente de la nación, y no pueden emanar sino
de ella; el poder legislativo reside en la Asamblea Nacional. No
obstante, el poder monárquico ha de ser lo suficientemente fuerte
como para fortalecer a la burguesía contra toda tentativa popular. En
este sentido la mayoría de la Asamblea se había pronunciado por el
veto suspensivo (11 de septiembre de 1789): permite al rey acabar con
toda iniciativa de legislación democrática; pero como suspensivo,
deja, en fin de cuentas, a la Asamblea como árbitro de la situación, en
el caso en que el rey quisiera llevar a cabo un retorno hacia el
absolutismo o, como le aconsejaba Mirabeau, apoyarse en el pueblo
para evitar la tutela de la Asamblea burguesa. Si por otra parte la
Asamblea ha rechazado, el 10 de septiembre de 1789, el
establecimiento de una Cámara alta, con ello creía evitar una nobleza
enfeudada en la monarquía. El derecho de disolución se le rehusó al
rey con el fin de hacerle impotente frente a la burguesía, dueña del
cuerpo legislativo, cuya permanencia había sido proclamada.

Después de las jornadas de octubre, la Asamblea Nacional continuó


desmantelando a la institución monárquica tradicional. El 8 de
octubre un decreto cambió el título de Rey de Francia y de Navarra

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

por el de Rey de los franceses; el 10 de octubre, no atreviéndose a


negar de modo absoluto el carácter divino de la monarquía, los
constituyentes establecieron que el rey se denominaría a partir de ese
momento Luis, por la gracia de Dios y la ley constitucional del
Estado, rey de los franceses. Esta subordinación del rey a la ley que
emanaba del cuerpo legislativo, que de suyo representaba a la
burguesía, aparecía aún más manifiesta en los artículos votados el 9
de noviembre de 1789, sobre la presentación y la sanción de las leyes
y la forma de su promulgación. La Asamblea legislativa debía
presentar sus decretos al rey o separadamente, según fuesen
aprobados, o juntos al final de cada sesión. El consentimiento real se
expresaría en cada decreto con la fórmula: “El rey consiente y hará
que se cumpla”; la denegación suspensiva por la de: “El rey
examinará». La fórmula de promulgación de las leyes señala
netamente la primacía del legislativo sobre el ejecutivo: “La Asamblea
Nacional ha decretado y nosotros queremos y ordenamos lo que
sigue».

Reducido a la impotencia en el gobierno central, el rey también lo


está en la administración local. La ley del 22 de diciembre de 1789,
sobre la nueva organización departamental, suprimió todos los
agentes del poder ejecutivo en las nuevas circunscripciones
administrativas. No existe intermediario entre las administraciones
del departamento y el poder ejecutivo. Los intendentes y sus
subdelegados cesaron en sus funciones tan pronto como los
administradores del departamento entraron en actividad.

Este rey de los franceses hereditario, pero subordinado a la


Constitución a la que había prestado juramento, no es más que un
funcionario escogido entre los 25 millones del censo civil. Conserva el
derecho a elegir sus ministros, pero fuera de la Asamblea. Nada puede

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

hacer sin su firma. Esta obligación le quita todo poder de decisión


propia y le coloca bajo la dependencia de su Consejo, que depende de
la Asamblea: el rey es irresponsable. Nombra a los altos funcionarios,
los embajadores y los generales, dirige la diplomacia. Pero no puede
declarar la guerra o firmar tratados sin el consentimiento previo de la
Asamblea. La Administración central consta de seis ministros
(Interior, Justicia, Guerra, Marina, Relaciones exteriores y
Contribuciones públicas); los antiguos Consejos han desaparecido. Los
ministros pueden ser acusados por la Asamblea y le rinden cuenta a
su salida del cargo. En oposición a la teoría de la separación de
poderes, el rey conserva por su derecho de veto una parte de su poder
legislativo; este derecho, sin embargo, no puede ser ejercido ni en las
leyes constitucionales ni en las leyes financieras.

El poder legislativo pertenece a una asamblea única, elegida por una


duración de dos años en un sufragio censatario de dos grados, la
Asamblea nacional legislativa, formada por 745 diputados.
Permanente, inviolable e indisoluble, la Asamblea dominaba a la
realeza. Posee la iniciativa de las leyes. Tiene derecho a inspeccionar
la gestión de los ministros, pueden ser perseguidos ante una Cámara
alta nacional por delito “contra la seguridad nacional y la
Constitución”. Contralorea la política extranjera por su Comité
diplomático; vota el contingente militar. Es soberana en cuestiones
financieras: el rey no puede disponer de los fondos ni siquiera del
presupuesto. Reuniéndose con pleno derecho, sin convocatoria real, el
primer lunes del mes de mayo, y fijando ella misma el lugar de las
sesiones y la duración de éstas, la Asamblea es independiente del rey,
que no puede disolverla. Puede desviar incluso el veto real
dirigiéndose directamente al pueblo con una proclama.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Bajo una apariencia monárquica, la realidad del poder estaba en


manos de la burguesía censataria, de los notables del dinero.
Dominaban también la vida económica.

2. La libertad económica: “laisser faire, laisser passer”

No se encuentra ninguna mención a la economía en la Declaración de


derechos del 26 de agosto de 1789, sin duda porque la libertad
económica era para la burguesía constituyente algo tan natural que ni
siquiera había que mencionar; pero también es cierto, porque las
clases populares continuaban profundamente vinculadas al sistema
antiguo de reglamentación e impuestos, que de cierta manera
garantizaban sus condiciones de existencia. La dualidad
contradictoria de las estructuras económicas del Antiguo Régimen
oponía al comercio y al artesanado tradicional, la empresa industrial
de nuevo tipo. Si la burguesía capitalista reivindicaba la libertad
económica, las clases populares manifestaban una mentalidad
anticapitalista. La crisis económica que se había afirmado con la
desastrosa cosecha de 1788 coronaba la fase del declinar que había
empezado diez años antes y que constituyó un elemento de
disociación del Tercer Estado, desfavorable para la formación de una
conciencia nacional unitaria. La libertad de comercio y la exportación
de granos, decretada en 1789 por Brienne, fue suprimida por Necker
de un plumazo, pues si dicha libertad dirigía el progreso de la
producción, parece ser que beneficiaba esencialmente a sus
poseedores, es decir, a la burguesía; el pueblo es quien pagaba los
vidrios rotos. Había denunciado al señor y al diezmero como
acaparadores; bien pronto tendría que emprenderla con los tratantes
en granos, los molineros y después con los panaderos. La solidaridad
del Tercer Estado se vio amenazada. El problema de las subsistencias,
con sus profundas resonancias (¿Libertad o control de la economía?

174
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

¿Libertad del beneficio o derecho a la existencia?), no dejó de influir


en la idea que las diversas categorías sociales se hicieran de la nación
durante la Revolución. En el año II, la sans-culotterie parisina
reclamó el derecho a la existencia, cuyo reconocimiento y aplicación
les permitiría integrarse a partes iguales en la nación. Hébert, no
obstante, escribía en su Père Duchesne, cuando el impulso popular
que culminó en las jornadas del 4 y 5 de septiembre de 1793: “Los
negociantes no tienen Patria..». Pero el liberalismo económico
correspondía a los intereses de la burguesía capitalista.

A partir de la noche del 4 de agosto, la libertad de la propiedad


provenía de la abolición del feudalismo; las tierras y las personas
estaban libres de toda sujeción. Pero los decretos desde el 5 al 11 de
agosto de 1789, que pusieron en vigor las decisiones de principio de
la noche del 4, aunque abolieron el diezmo, suprimieron la nobleza de
las tierras y la jerarquía de los feudos con su legislación especial, y
particularmente el derecho de primogenitura, introduciendo una
distinción entre los derechos “relativos a la mano muerta real o
personal y a la servidumbre personal”, que fueron abolidas sin
indemnización, y “todos los demás”, que fueron declarados
rescatables. La distinción fue aplicada por Merlin de Douai en la ley
de aplicación del 15 de marzo de 1790, sobre el rescate de los
derechos feudales.

Derechos del feudalismo dominante: aquellos que se presume han sido


usurpados en detrimento del poder público o concedidos por él o bien
establecidos por la violencia. Todos quedan abolidos sin
indemnización: derechos honoríficos y derechos de justicia, derechos
de mano muerta y servidumbre, impuestos, prestaciones, y trabajos
personales, derechos de molienda, peajes y derechos de mercados,
derechos de caza y pesca, de palomar y de coto de conejos. Quedaron

175
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

incluso abolidas las treintenas que se concedían pasados treinta años,


de los bienes comunales, en beneficio de los señores.

Los derechos del feudalismo contractual son aquellos que se supone


provienen de un contrato habido entre el señor propietario y los
campesinos arrendatarios, constituyendo así la contrapartida de una
concesión primitiva de tierras. Se declara que son recuperables
derechos anuales, censos, gavillas de mieses y rentas, derechos
ocasionales de laudemio y de venta. El impuesto de rescate quedó
fijado el 3 de mayo de 1790 en veinte veces el valor anual por los
derechos en dinero y en veinticinco veces para los derechos en
especie; para los derechos ocasionales se tenía en cuenta el peso. El
rescate era estrictamente individual. El campesino tenía que poner al
día los atrasos que había descuidado desde hacía treinta años. El
señor quedaba dispensado de presentar sus títulos si presentaba la
prueba de posesión continua durante veinte años. Pronto se vio que
los pequeños campesinos no podrían liberarse si tenían que hacer una
amortización demasiado onerosa, ya que no se había previsto ningún
sistema de crédito para facilitar la operación. Sólo liberaron sus
tierras los campesinos acomodados y los propietarios no explotadores.
Pero estos últimos no podían menos de caer en la tentación de
descargar el peso del rescate en sus granjeros y arrendatarios . Según
decreto del 11 de marzo de 1791 la supresión del diezmo tornóse el
beneficio del propietario: el arrendatario le debía una suma de dinero
que estaba en proporción a su parte de beneficios. Aunque la
supresión del sistema feudal así concebido beneficiaba a la burguesía
y a los campesinos propietarios, no podía, sin embargo, satisfacer al
conjunto de los campesinos. El descontento degeneró en agitación, a
veces en motines. La definitiva abolición del feudalismo fue debida a
la Convención después de la caída de la Gironda.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Se afirmó una nueva idea de la propiedad con la abolición del


feudalismo, inscribiéndose en seguida la propiedad, en el sentido
burgués de la palabra, entre los derechos naturales imprescriptibles
del hombre. Libre, individual, total, permitiendo el uso y el abuso
como lo pedía el Derecho romano, la propiedad no tenía más límite
que el ajeno, y en una medida menor el interés público. La concepción
burguesa iba en contra no sólo de la concepción feudal de una
propiedad gravada por los derechos en beneficio del señor, sino, aún
más, de la concepción comunitaria de una propiedad colectiva de
bienes comunales y de una propiedad privada gravada de servidumbre
en beneficio de la comunidad campesina. La Asamblea constituyente,
favorable a una división comunal que hubiera favorecido a los
campesinos ya propietarios, se mostró prudente en este sentido; las
cosas continuaban más o menos como estaban.

La libertad de cultivo que el derecho de propiedad reconocía en su


plenitud consagraba definitivamente, si se perfeccionaba con el
triunfo del individualismo agrario, una larga evolución social y
jurídica que tendía a dislocar el viejo sistema agrario comunitario: el
propietario puede cultivar libremente sus tierras, libres de la
limitación de labrantíos, cercarla a su deseo y suprimir los barbechos.
Pero cuando el informador de los Comités, Heurtault de Lamerville,
reclamaba la libertad de los campos, “que hubiese acabado en la
supresión del pastoreo inútil, contrario al derecho natural y
constitucional de la propiedad”, la Asamblea constituyente rehusó
tomar esta medida radical. Pero el Código rural, votado por último el
27 de septiembre de 1791, se abstuvo de sacar toda la serie de
consecuencias de los principios adoptados; se permitió la clausura,
pero el pastoreo inútil y el derecho de paso se mantuvieron, ya que se
fundaban sobre un título o una costumbre. Los pequeños campesinos,
desprovistos o con muy pocas tierras, tenían que seguir bastante

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

tiempo defendiendo sus derechos colectivos, de los que ni el mismo


Napoleón atrevióse a despojarlos por el camino autoritario. Así
sobrevivieron durante una buena parte del siglo XX, al lado del nuevo
derecho individualizado y de la nueva agricultura, la antigua
economía agraria y la comunidad rural tradicional.

La libertad de producción, ya establecida en el orden agrícola por la


libertad de cultivo, se generalizó por la supresión de las corporaciones
y los monopolios. No sin dudas por parte de la burguesía
constituyente, ya que estas instituciones encubrían una serie de
realidades diversas y de intereses contradictorios. La abolición teórica
de los privilegios corporativos fue decretada a partir de la noche del 4
de agosto: “todos los privilegios particulares de las provincias,
principados, ciudades, cuerpos y comunidades quedan abolidos sin
que se puedan restablecer y permanecer confundidos en el derecho
común de todos los franceses”. Las corporaciones parecían acabadas.
Así lo comprendió Camilo Desmoulins:

“Esta noche se han suprimido los señoríos y los privilegios


exclusivos... Tendrá un comercio quien pueda. Llorará el sastre, el
zapatero, el peluquero; pero los aprendices se regocijarán y habrá luz
en las buhardillas».

Este regocijo era demasiado prematuro. En el decreto definitivo, de


11 de agosto de 1789, no se trató más que del problema de los
“privilegiados particulares de las provincias, principados, ciudades,
cantones, villas y comunidades de habitantes”; las corporaciones
subsistían. Fue preciso esperar más de un año y medio. Con ocasión
de la discusión sobre la patente, el informador del Comité de las
contribuciones públicas, el ex noble Allarde, vinculó todos los

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

problemas; la corporación, así como el monopolio, son un factor de


vida cara, es un privilegio exclusivo que hay que abolir. La ley de 2 de
marzo de 1701, llamada la ley de Allarde, suprimió las corporaciones,
las cofradías y los señoríos, pero también las manufacturas
privilegiadas. De este modo, las fuerzas capitalistas de producción se
liberaron, proclamando la libre ascensión de todos al patronato. La
libertad de producción quedó reforzada con la supresión de la cámara
de comercio, órganos del gran negocio; por la reglamentación
industrial, la marca y los controles; la inspección de las
manufacturas, como final. La ley de la concurrencia de la oferta y la
demanda era la única que había de regir la producción, los precios y
los salarios.

La libertad de trabajo en un sistema semejante está indisolublemente


vinculada a la de empresa: el mercado de trabajo ha de ser libre, como
el de la producción; las coaliciones, las cuadrillas, no se toleran;
tampoco las corporaciones de patronos; el liberalismo económico no
conoce más que a individuos. La primavera de 1791 conoció las
coaliciones obreras, que alarmaron a la burguesía constituyente,
especialmente la de los “obreros oficiales carpinteros”, que intentaron
obtener de la municipalidad parisina una tarifa impuesta a los
patronos. En ese clima de reivindicaciones obreras se votó la ley de Le
Chapelier, el 14 de junio de 1791. Impedía a los ciudadanos de una
misma profesión, obreros o dueños, nombrar a presidentes,
secretarios o síndicos y “tomar acuerdos o deliberaciones sobre sus
pretendidos intereses comunes”; en resumen, la coalición y la huelga;
prohibición que iba en contra del derecho de asociación y de reunión.
La libertad de trabajo ganaba sobre la libertad de asociación. Las
cuadrillas de oficiales estaban prohibidas, lo mismo que las
sociedades obreras de ayuda mutua. El 20 de julio de 1791 estas
estipulaciones se extendieron al campo; tanto a los propietarios y

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

granjeros como a los domésticos u obreros agrícolas, se les prohibía


concertar ninguna clase de acción dirigida a actuar sobre los precios y
salarios. Esto significaba poner a los obreros y a los oficiales
artesanos a discreción de los patronos, teóricamente sus iguales. La
prohibición de la coalición y de la huelga, que persistió hasta 1864
para el derecho de huelga y hasta 1884 para el derecho sindical,
constituyó una de las piezas claves del capitalismo de libre
competencia; el liberalismo, fundado sobre la abstracción de un
individualismo social igualitario, beneficiaba a los más fuertes.

Por último, la libertad de comercio. Desde el 29 de agosto de 1789 el


comercio del granos había recobrado la libertad que le había
concedido Briennne, salvo la libertad de exportación; el 18 de
septiembre los precios de los granos quedaron liberados. La libre
circulación interior fue poco a poco establecida al suprimirse la gabela
(21 de marzo de 1790), las concesiones, las ayudas (2 de marzo de
1791); así desaparecía la casi totalidad de los impuestos de consumo,
ya condenados por los fisiócratas y los filósofos; pero este aumento de
poder adquisitivo popular se halló bien pronto compensado por el alza
de precios. El mercado interior se encontró unificado con la
desaparición de las aduanas interiores y de los controles que exigían
la gabela, ayudas y los peajes declarados rescatables y el retroceso de
las aduanas, incorporando al fin las provincias extranjeras de hecho
Alsacia y Lorena, haciendo coincidir la línea aduanera y la política
fronteriza. La libertad para las actividades financieras y bancarias
completó la libertad comercial: el mercado de valores quedó liberado,
así como el de mercancías, favoreciendo el auge del capitalismo
financiero.

El comercio exterior quedó libertado con la abolición del privilegio de


las compañías comerciales. La Compañía de las Indias Orientales

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

quedó reconstituida en 1785; tenía el monopolio del comercio hasta


más allá del cabo de Buena Esperanza. Para satisfacción de los
representantes de los puertos y del gran comercio de exportación, que
habían sido quienes habían llevado el ataque, la Asamblea
constituyente suprimió el monopolio de la Compañía el 3 de abril de
1790: “El comercio de la India, más allá del cabo de Buena Esperanza,
queda libre para todos los franceses». El comercio del Senegal quedó
liberado el 18 de enero de 1791. Marsella perdió su privilegio para el
comercio de las escalas de Levante y de Berbería el 22 de julio de
1791. Pero el liberalismo comercial de la burguesía constituyente se
avino a ello ante los peligros de la competencia extranjera: una prueba
más del realismo de los hombres del ochenta y nueve. Se concedió la
protección aduanera a la producción nacional; protección moderada,
pues la Asamblea no admitía en su tarifa del 2 de marzo de 1791 más
que un escaso número de prohibiciones, bien a la entrada, para
algunos productos textiles, por ejemplo, bien a la salida, para algunas
materias primas, y sobre todo para los granos. Además, para el
comercio colonial, la Asamblea mantuvo el sistema mercantilista del
exclusivismo: las colonias no podían comerciar más que con la
metrópoli (tarifa del 18 de marzo de 1791). Tan potente era el grupo
de presión de los intereses coloniales que ya había obtenido que se
mantuviera la esclavitud y que se retirasen los derechos políticos a
los hombres de color libres.

De este modo se había cambiado el orden económico tradicional. Sin


duda, la burguesía era desde antes de 1789 la dueña de la producción
y de los intercambios. Pero el laisser faire, laisser passer rescataba las
actividades comerciales y las industriales, librándolas de los
obstáculos del privilegio y del monopolio. La producción capitalista
había nacido y empezado a desarrollarse en el cuadro del régimen

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

todavía feudal de la propiedad; éste se había roto ahora. La burguesía


constituyente aceleraba la evolución liberando a la economía.

III. LA RACIONALIZACIóN DE LAS INSTITUCIONES

La Asamblea constituyente se esforzó por sustituir al caos


institucional del Antiguo Régimen por una organización coherente y
racional. Fundada sobre determinadas circunscripciones iguales y
jerarquizadas, cada circunscripción servía de marco único a todas las
administraciones. El principio de soberanía nacional, en su
restricción censataria, fue aplicado por doquier: los administradores
fueron elegidos. Se llegó de este modo a la descentralización más
amplia, descentralización que respondía a los deseos más profundos
del país; pero las autonomías locales sólo operaron en beneficio de la
burguesía.

1. La descentralización administrativa

La nueva división territorial fue adoptada por la ley del 22 de


diciembre de 1789, relativa a las asambleas primarias y a las
asambleas administrativas. La complicación de las antiguas
circunscripciones quedó substituida por un sistema único: el
departamento subdividido en distritos, el distrito en cantones, el
cantón en comunas. El 3 de noviembre de 1789 Thouret propuso un
plan de división geométrica: Francia se dividiría en departamentos de
320 leguas cuadradas cada uno, cada departamento en nueve
comunas de 36 leguas cuadradas... Mirabeau alzose contra esta
división y pidió que se tuviesen más en cuenta las tradiciones y la
historia:

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

“Quisiera una división material y de hecho propia de las localidades y


de las circunstancias, no una división matemática, casi ideal y cuya
ejecución me parece impracticable. Quisiera una división cuyo
objetivo no fuese tan sólo establecer una representación proporcional,
sino también aproximar la administración de los hombres y de las
cosas, admitiendo mayor participación entre los ciudadanos. Por
último, pido una división que no parezca, en cierto sentido, una gran
novedad; que, si me atrevo a decirlo, admita los prejuicios junto con
los errores incluso; que sea esta división igualmente deseada por
todas las provincias y que se funde sobre las relaciones ya conocidas».

El decreto del 15 de enero de 1790 fijaba el número de departamentos


en 83; los límites quedaron determinados según los principios
enunciados por Mirabeau. Lejos de constituir una división abstracta,
esta división en departamentos respondía así a los imperativos de la
historia y de la geografía. Sin embargo, rompía también los cuadros
tradicionales de la vida provincial, dotando al país de unidades
administrativas claramente definidas.

La administración municipal quedó organizada por la ley del 14 de


diciembre de 1789. Los ciudadanos en activo de cada comuna elegían
por dos años al Consejo general de la comuna, formado por notables, y
el Cuerpo municipal. Este comprendía a los funcionarios municipales,
el alcalde y el procurador de la comuna, que provistos de substitutos
en las ciudades importantes tenían a su cargo la tarea de defender los
intereses de la comunidad. Los municipios poseían poderes amplios:
los asientos y la percepción del impuesto, el mantenimiento del
orden, con el derecho de requerir a la guardia nacional y proclamar la
ley marcial; por último, la jurisdicción de la policía menor. Elegidos
por el sufragio directo, los municipios fueron más democráticos que
las administraciones departamentales elegidas por el sufragio de dos

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

grados. La intensidad de la vida municipal fue una de las


características de la Francia revolucionaria.

La administración departamental fue objeto de la ley del 22 de


diciembre de 1789. Un Consejo de 36 miembros, elegidos por dos años
por la Asamblea electoral del departamento, formaba el órgano
deliberador. Nombraba en su seno un directorio de ocho miembros,
que actuando permanentemente constituía el brazo de ejecución del
Consejo. Cerca de cada directorio un procurador general síndico
requería la aplicación de las leyes: en comunicación directa con los
ministros representaba el interés general; fue en realidad el secretario
de los servicios administrativos. El directorio controlaba toda la
administración del departamento; heredó los antiguos poderes de los
intendentes. El departamento donde la autoridad central no estaba
representada por ningún agente directo constituía, pues, una especie
de pequeña república en manos de la alta burguesía. Los distritos
recibieron una organización calcada sobre la del departamento (un
Consejo de 17 miembros, un directorio de cuatro miembros, un
procurador síndico del distrito). Estaban especialmente encargados de
la venta de los bienes nacionales y del reparto de los impuestos entre
las comunas. Los cantones no tuvieron ninguna administración
propia.

La descentralización censataria sucedía así a la centralización


monárquica. El poder central no tenía control alguno sobre las
autoridades locales, en manos de la burguesía; el rey podía muy bien
por derecho suspenderla. La Asamblea podía muy bien restablecerlas.
Ni el rey ni la Asamblea tenían medios para obligar a los ciudadanos a
que pagasen el impuesto y respetasen las leyes. La crisis política, al
agravarse, hizo que la descentralización administrativa llevase
consigo serios peligros por la unidad de la nación. Los poderes

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

pertenecían en todas partes a corporaciones elegidas; si caían en


manos de los adversarios del orden nuevo la Revolución estaba
comprometida. Para defender a la Revolución habrá que volver de
nuevo, dos años más tarde, a la centralización.

2. La reforma judicial

La reforma de la administración judicial se hizo con el mismo espíritu


que la reforma administrativa. Las innumerables jurisdicciones
especializadas del Antiguo Régimen quedaron abolidas: en su lugar
brotó una jerarquía nueva de tribunales emanados de la soberanía
nacional y parecidos para todos. La nueva organización judicial tendía
a salvaguardar la libertad individual, de aquí el conjunto de garantías
en beneficio del acusado: comparecencia dentro de las veinticuatro
horas después del arresto, juicios públicos, asistencia obligatoria de
un abogado. La aplicación del principio de la soberanía nacional llevó
consigo la elección de jueces y la institución de un jurado. La
venalidad desapareció; los jueces fueron elegidos entre los graduados
en derecho, ejerciendo sus poderes en nombre de la nación. Los
ciudadanos fueron llamados para que tomasen parte en los procesos,
en los fundamentos de hecho, dejando a los jueces el cuidado de
pronunciar el fundamento de derecho; el jurado no quedó organizado
más que en materia de lo criminal.

En cuanto a lo civil, según ley de 16 de agosto de 1790, la Asamblea


constituyente, tomando un término inglés, instituyó un juez de paz
por cantón. Elegidos por dos años por las asambleas primarias, entre
los ciudadanos activos, el juez de paz decidía en los asuntos de lo
contencioso en última instancia hasta 50 libras, en primera instancia
hasta 100. Tenía un papel de jurisdicción graciosa (presidencia de los
consejos de familia). La ley concedía un amplio lugar al arbitraje,
obligatorio en especial para todos los asuntos de familia. Si era difícil

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

con frecuencia organizar esas justicias de paz (los asesores no pagados


eran poco asiduos) no dejaron de tener un gran éxito y se
consideraron como una de las creaciones más sólidas de la Asamblea
constituyente. El tribunal de distrito, por encima de los jueces de paz,
estaba formado por cinco jueces elegidos por seis años por la
Asamblea electoral del distrito y del ministerio público nombrado por
el rey. Conocía por apelación las sentencias de los jueces de paz; en
último término tenía competencia para los procesos que importasen
menos de 100 libras: fuera de esta suma, su juicio podía estar sujeto a
apelación. Si embargo, no hubo tribunal de apelación especial. Los
tribunales de distrito hicieron el oficio de tribunales de apelación los
unos con relación a los otros.

En cuanto a lo criminal, se instituyeron tres grados jurisdiccionales,


según las leyes del 20 de enero, 19 de julio y 16 de septiembre de
1791. En cada comuna las infracciones municipales fueron juzgadas
por un tribunal de policía inferior, compuesto de funcionarios
municipales. En el cantón era un tribunal de policía correccional el
que se ocupaba de los delitos, compuesto de un juez de paz y de dos
personas respetables. En el distrito del departamento estaba el
tribunal de lo criminal. Se componía de un presidente y de tres
jueces, elegidos por la Asamblea electoral departamental; comprendía
además un acusador público encargado de dirigir las investigaciones y
un comisario del rey para requerir la aplicación de la pena. Un jurado
acusador (ocho jueces sacados al azar de una lista previa) decidía si
había lugar a querella; un jurado de juicio (doce jueces sacados al azar
de una lista establecida sólo por el primer jurado) pronunciaba el
veredicto sobre el hecho reprochado al acusado; los jurados eran
ciudadanos activos, al menos acomodados. El juicio era sin apelación.
El 25 de septiembre de 1791 la Asamblea constituyente adoptó un
Código penal suprimiendo todos los delitos imaginarios (herejía, lesa

186
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

majestad...), estableciendo tres clases de infracciones (delitos


municipales, delitos correccionales, delitos y crímenes que
mereciesen pena de castigo e infamante). Las penas previstas,
“estrictas y evidentemente necesarias”, eran personales e iguales para
todos.

En la cim
departamento, pudiendo anular los juicios de diversos tribunales; pero
sólo conocían vicios de forma en el procedimiento, y en las
contravenciones de la ley los juicios de casación eran devueltos a otro
tribunal de la misma instancia. El tribunal nacional supremo,
instituido el 10 de mayo de 1791, era competente para los delitos de
los ministros y de los altos funcionarios, así como para los crímenes
contra la seguridad del Estado.

Esta organización judicial, coherente y racional, era independiente


del rey. Aunque la justicia se hacía siempre en su nombre, se había
convertido en algo nacional. Pero de hecho el poder judicial, así como
el poder político y el administrativo, estaban en manos de la
burguesía censataria.

3. La nación y la Iglesia

La reforma del clero emanaba necesariamente de la reforma del


Estado y de la administración; hasta tal punto se entrelazaban ambos
en el Antiguo Régimen. Provocó un conflicto religioso
extraordinariamente favorable a la contrarrevolución. Los
constituyentes, creyentes sinceros en su mayoría, no querían ese
conflicto; el catolicismo conservaba el privilegio del culto público; era
el único subvencionado por la nación. Pero penetrados del espíritu
galicano, los constituyentes se consideraron aptos para reformar la
Iglesia.

187
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

El clero, en principio, viose atacado en sus recursos y en su


patrimonio. El diezmo se había suprimido a partir de la noche del 4 de
agosto. El 2 de noviembre de 1789, con el fin de resolver la crisis
financiera, los bienes eclesiásticos se pusieron a disposición de la
nación para que ésta se encargase de proveer de forma honrosa al
mantenimiento de los ministros, a los gastos de culto y a la ayuda de
los pobres; los párrocos debían recibir 1.200 libras al año en lugar de
las 750 de parte congrua que percibían bajo el Antiguo Régimen. Los
bienes de la Iglesia así confiscados constituyeron los bienes
nacionales en su origen. Esta supresión de patrimonio de la Iglesia
llevaba necesariamente consigo el problema de la organización
tradicional del clero.

El clero regular quedó suprimido el 13 de febrero de 1790. Estaba en


decadencia, mal considerado por la opinión, y sus bienes eran
considerables. El reclutamiento se agotó a causa de la prohibición
oficial de pronunciar los votos.

El clero secular quedó organizado por la Constitución civil del clero,


votada el 12 de julio de 1790 y promulgada el 24 de agosto. Las
circunscripciones administrativas se convertían en el cuadro de la
nueva organización eclesiástica: un obispado por departamento. Los
obispos y sacerdotes eran elegidos como los demás funcionarios: los
obispos, por la Asamblea electoral del departamento; los sacerdotes,
por la del distrito. Los nuevos elegidos serían instituidos por sus
superiores eclesiásticos; los obispos, por sus metropolitanos y no por
el Papa. Los capítulos, considerados como un cuerpo de privilegiados,
quedaron abolidos y reemplazados por consejos episcopales que
tomaron parte en la administración de la diócesis. La Iglesia de
Francia se convertía así en una Iglesia nacional; el mismo espíritu
debía animar a la Iglesia y al Estado; en virtud del decreto del 23 de

188
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

febrero de 1790, los párrocos leían en el sermón y comentaban los


decretos de la Asamblea.

Los vínculos entre la Iglesia de Francia y el Papado se relajaron. Los


breves pontificios fueron sometidos a la censura del Gobierno; las
rentas papales, que ascendían a un año de los beneficios
consistoriales, suprimidas. Si el Papa conservaba la primacía sobre la
Iglesia de Francia, toda jurisdicción le era suprimida. Así, pues, los
constituyentes abandonaron al Papa el cuidado de “bautizar a la
Constitución civil”, según expresión del arzobispo de Aix, Boisgelin.
Las dificultades comenzaron, de verdad, cuando fue preciso dar a la
Constitución civil la consagración canónica. ¿Sería el Papa o un
concilio nacional? Temiendo la acción de los obispos
contrarrevolucionarios, los constituyentes rechazaron la idea de un
concilio; se pusieron así a merced del Papa. El 1 de agosto de 1790 el
cardenal de Bernis, embajador en Roma, recibió la orden de obtener la
consagración de Pío VI. El cardenal Bernis, hostil a la Constitución
civil, mantuvo una conducta algo más que equívoca. Teniendo
correspondencia con los obispos aristócratas, transmitió sus misivas
ardientes al Papa; finalmente, felicitó al Papa por su resistencia y se
alegró de su propio fracaso.

El Papa ya había condenado como impía la declaración de los


derechos del hombre; sus agravios eran numerosos. Los llamados
anatas habían quedado suprimidos. Aviñón repudiaba la soberanía
pontificia y reclamaba su anexión a Francia. Pío VI se preocupaba
tanto de su poder temporal como de su autoridad espiritual. No
comprendía, al tomar posiciones demasiado rápidamente, que había
de sacrificar sus intereses temporales a sus intereses espirituales.
Entonces lo fue alargando, llevando a cabo una especie de teje maneje
a pesar de la moderación de la Asamblea, que el 24 de agosto de 1790

189
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

rehusaba tomar partido en el problema de Aviñón, remitiendo al rey la


petición de los aviñonenses. La maniobra del Papa no comprometía
sólo a sus intereses: llevaba la inquietud a las conciencias y a Francia
al cisma y la guerra civil.

Sin embargo, el conjunto del episcopado, dirigido por el arzobispo de


Aix, Boisgelin, intervenía de diversos modos, presionando
indirectamente para obtener del rey y del Papa la aplicación regular
de la Constitución civil. Si se producía la ruptura sería contra la
voluntad y opinión de los obispos. El 30 de octubre de 1790 los
obispos diputados en la Asamblea publicaron una Exposition des
principes sur la Constitution civile du clergé. No la condenaban, pero
pedían que su entrada en vigor quedase subordinada a la aprobación
pontificia. La Constitución civil que devolvía a la Iglesia de Francia su
autonomía no era por principio cismática con relación al Derecho
canónico en vigor. En 1790, la infalibilidad pontifica no estaba
todavía reconocida en cuestiones de dogma. Los obispos franceses
pretendían obtener del Papa los medios canónicos, sin los cuales no
creían en conciencia poder ejecutar la reforma de las
circunscripciones eclesiásticas y de los consejos episcopales. El Papa
se vio obligado a resistir por motivos múltiples, cuyos determinantes
no parecen haber sido todos de orden religioso. Las potencias
católicas, España en especial, estimularon su oposición. Hasta el
último momento, Boisgelin esperó que el Papa evitaría arrojar a
Francia al cisma, creyendo que su deber sería revestir a la
Constitución con las formas canónicas.

Cansados de esperar, la Constituyente, el 27 de noviembre de 1790,


exigió de todos los sacerdotes el juramento de fidelidad a la
Constitución del reino, a la que estaba incorporada la Constitución
civil del clero. Sólo siete obispos prestaron juramento. Los curas se

190
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

dividieron en dos grupos, poco más o menos iguales pero repartidos


de forma muy desigual, según las regiones. Los juramentados o
constitucionales eran mayoría en el Sudeste; los reaccionarios, en el
Oeste.

La condena de la Constitución civil por el Papa consagró este estado


de hecho. Por sus breves de 11 de marzo y de 13 de abril de 1791
condenó solemnemente los principios de la Revolución y de la
Constitución civil: el cisma se había consumado. El país quedó desde
entonces dividido en dos. La oposición “refractaria” reforzó la
agitación contrarrevolucionaria; el conflicto religioso duplicó el
conflicto político.

Se ha preguntado por qué los constituyentes no pudieron obrar de


manera diferente a como lo hicieron. En realidad, la separación de la
Iglesia y del Estado era imposible por causas morales tanto como
materiales; sólo era posible tal separación si fracasaba la Constitución
civil. Nadie reclamaba entonces la separación; incluso no se la
concebía. Los filósofos pretendían vincular la Iglesia al Estado y que
sus ministros contribuyesen al progreso social. Los constituyentes, si
no eran creyentes practicantes, eran, sin embargo, fieles respetuosos.
En cuanto al pueblo, radicalmente católico, no habría aceptado la
ruptura, ya que consideraba su salvación comprometida; la separación
hubiera sido interpretada como una declaración de guerra a la
religión: hubiera sido un arma temible en manos de los
contrarrevolucionarios. Los obstáculos materiales para la separación
no eran menos fuertes. Los bienes del clero habían sido confiscados:
era preciso mantener a los sacerdotes, establecer un presupuesto de
culto. Estas mismas dificultades financieras suponían la
reorganización de la lglesia de Francia. Fue también medida
económica que casi la mitad de los antiguos obispados quedasen

191
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

suprimidos y que se cerrasen la mayoría de los conventos. La reforma


religiosa se vinculaba estrechamente a la administración y al
problema financiero.

4. La reforma fiscal

Los principios generales de la refundición de las instituciones por la


burguesía constituyente presidieron incluso la reforma fiscal, uno de
los puntos esenciales de los cuadernos de quejas. La igualdad de todos
ante el impuesto convertido en contribución. Racionalización del
reparto igual para todo el país, proporcionalmente a los recursos,
personal y anual. El sistema fiscal de la Asamblea constituyente
suponía un alivio para la masa de contribuyentes. Los impuestos
indirectos quedaban suprimidos, salvo los derechos de registro,
necesarios para el establecimiento de las contribuciones territoriales
y mobiliarias, y las del timbre y aduana.

Al nuevo sistema de contribución correspondían tres grandes


impuestos directos. La contribución territorial, instituida el 23 de
noviembre de 1790, recaía en la renta de la tierra. Según el principio
de los fisiócratas, era el impuesto principal. Pero el reparto de la
contribución territorial hubiera exigido el establecimiento de un
catastro nacional, que hubiese permitido hacer una perfecta igualdad
fiscal, es decir, un reparto equitativo de las cargas entre los
departamentos, las comunas y los contribuyentes. La Asamblea se
contentó con fijar la cifra exigida en cada departamento, según la
suma de los antiguos impuestos, estableciéndose las matrices
comunales según las declaraciones de los contribuyentes. La
contribución mobiliaria establecida el 13 de enero de 1791, recaía
sobre la renta testimoniada por el alquiler, o según el valor rentable
de la habitación: la ley preveía los descargos por cargas de familia y
una sobretasa para los solteros. La patente, instituida el 2 de marzo

192
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

de 1791, recaía sobre las rentas de comercio y de industria. El reparto


de esas diversas contribuciones, en manos de los municipios, provocó
sinsabores. Generalmente no poseían ni los medios ni siquiera el
deseo de llevar a cabo esta tarea ingrata. El expediente que consistía
en establecer el reparto sobre la base de los antiguos vigésimos con
correcciones provocó vivos descontentos. Se vio particularmente que
la contribución mobiliaria pesaba sobre los campesinos y era
moderada para la burguesía urbana. Ante las recriminaciones y la
lentitud del reparto, la Asamblea constituyente nombró en junio de
1791 a los comisarios encargados de secundar a las comunas.

El nuevo sistema de contribución agravó estos inconvenientes. Las


municipalidades quedaron encargadas de percibir el impuesto; la ley
no establecía administración financiera especializada. Un recaudador
que había sido elegido, centralizaba todos los fondos en el distrito,
mientras que en el departamento un pagador general satisfacía los
gastos por orden de la Tesorería nacional. En la cumbre, la Tesorería
nacional, constituida por seis comisarios nombrados por el rey,
organizada en marzo de 1791, ordenaba los gastos de los ministerios.

Esta organización fiscal, sencilla y coherente, se mantuvo en líneas


generales durante todo el siglo XIX. Pero en un futuro inmediato
contribuyó a que se agravase la crisis financiera. La puesta en marcha
del nuevo sistema exigía tiempo: los antiguos impuestos
desaparecieron el 1 de enero de 1791, cuando la contribución
territorial acababa de ser instituida, aunque la contribución mobiliaria
y la patente no lo habían sido aún. La contribución patriótica de la
cuarta parte de la renta, establecida el 6 de octubre de 1789, no podía
tampoco proporcionar las recaudaciones sin que transcurriese tiempo.
Los empréstitos lanzados por Necker (30 millones a un 4,5 por 100 el
9 de agosto, y 80 millones a un 5 por 100, el 27 de agosto de 1789),

193
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

habían fracasado. Las cargas del Estado aumentaban por el reembolso


de los préstamos del clero, las cargas venales y las fianzas de los
funcionarios, las pensiones eclesiásticas y el mantenimiento del
culto. El Tesoro continuaba vacío. El Estado vivía al día de los
adelantos de la Caja de descuento.

La crisis financiera impuso a la Asamblea constituyente dos de las


medidas esenciales que profundizaron la revolución social: la
amortización de los bienes del clero y la creación de un papel moneda
llamado asignado.

IV. HACIA UN NUEVO EQUILIBRIO SOCIAL: ASIGNADOS Y BIENES


NACIONALES

En este campo se ve bien el peso que las circunstancias habían


echado sobre los hombros de la burguesía constituyente y hasta qué
punto tuvo que ir más allá de la construcción racional y coherente
que satisfacía sus intereses. Sin más posibilidad que endurecer sus
decisiones, precipitose finalmente hacia un cambio social que, sin
duda, no había ni deseado ni previsto, pero que dio al nuevo régimen
sólidas bases burguesas y campesinas.

1. El asignado y la inflación

La reforma monetaria, con sus inmensas consecuencias sociales,


produjo la crisis financiera. El 2 de noviembre de 1789, la Asamblea
constituyente puso los bienes del clero a disposición de la nación. Era
preciso movilizar también esta riqueza inmobiliaria. El 19 de
diciembre de 1789, la Asamblea decidió poner en venta 400 millones
de bienes de la Iglesia, representados por una suma igual de
asignados, billetes cuyo valor estaba avalado por los bienes
nacionales. El asignado no era aún más que un bono con un interés de
un 5 por 100 reembolsable en bienes del clero. Representaba un

194
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

crédito del Estado. Sólo se emitían de 1.000 libras. Según iban siendo
liberados como consecuencia de las ventas de los bienes eclesiásticos,
los asignados debían quedar anulados y destruidos para acabar con la
deuda del Estado.

Para tener éxito esta operación tenía que ser rápida. Los asignados no
se colocaron fácilmente. La situación parecía incierta. El clero
conservaba la administración de sus bienes, y la reforma eclesiástica
no se había adoptado todavía. La Asamblea constituyente se vio
obligada a tomar mediadas radicales. El 20 de abril de 1790 quitó al
clero la administración de sus bienes. Un mes más tarde creaba el
presupuesto del culto y el 14 de mayo precisaba las modalidades de
venta de los bienes nacionales. El Tesoro continuaba vacío; el déficit
aumentaba de día en día. Por una serie de medidas, la Asamblea tuvo
que transformar el asignado-bono del Tesoro en asignado-papel
moneda, sin interés alguno y teniendo un poder liberatorio ilimitado.
El 27 de agosto de 1790, el asignado convirtióse en billete de banco y
la emisión llegó a los 1.200 millones. Los cupones de valor medio (50
libras) se crearon en espera de los pequeños cupones de cinco libras (6
de mayo de 1791). Así, una operación concebida en principio para
liquidar la deuda tenía que prescindir de ella y, en cambio, había de
llenar el déficit del presupuesto. Las consecuencias fueron
incalculables en el plano económico y social.

Desde el punto de vista económico, el asignado-moneda padeció una


inflación rápida. Las emisiones se multiplicaron. La Asamblea
favoreció la depreciación, autorizando el 17 de mayo de 1790 el
tráfico numerario. La moneda metálica desapareció pronto y se
conocieron dos precios: uno en especie, el otro en papel moneda. La
creación de pequeños cupones acentuó la depreciación. El cambio

195
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

bajó de 5 a 25 por 100 durante el curso de 1790. En mayo de 1791,


100 libras no valían más que 73 en el mercado de Londres.

Desde el punto de vista social, las consecuencias del asignado-moneda


fueron múltiples. Las clases populares, víctimas de la inflación, vieron
cómo se agravaban sus condiciones de existencia. Los oficiales y los
obreros, pagados en papel, advirtieron que su poder de compra
descendía. La vida encareció y el alza de precios de las subsistencias
llevó consigo los mismos resultados que el hambre. Volvió a
producirse la agitación social: la vida cara levantaba a las masas
populares urbanas contra la burguesía, contribuyendo a su caída. La
inflación no fue menos nefasta para ciertos sectores de la burguesía.
Funcionarios cuyos cargos habían sido suprimidos, rentistas del
Antiguo Régimen que habían colocado sus ahorros en títulos de la
deuda pública o en préstamos hipotecarios vieron que sus rentas
disminuían con el progreso de la depreciación. La inflación alcanzó a
la riqueza adquirida. Sin embargo, benefició a los especuladores.
Sobre todo, el asignado-moneda permitió a todo el mundo adquirir
bienes del clero, cuando el asignado-bono del Tesoro les hubiera
dejado en condición de meros acreedores del Estado, proveedores,
financieros, titulares de los cargos que habían sido suprimidos. El
asignado dejó de ser un expediente financiero para convertirse en un
poderoso medio de acción política y social.

2. Los bienes nacionales y el reforzamiento de la propiedad burguesa

Por la venta de bienes nacionales y el mecanismo del asignado, la


Revolución se lanzó hacia un nuevo reparto de la riqueza territorial,
acentuando su carácter social. Las modalidades de venta no
respondieron en realidad a las esperanzas de los pequeños
campesinos. La mayoría de éstos no poseían tierras o al menos las
suficientes para vivir independientes. El problema agrario pudo

196
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

haberse resuelto con la multiplicación de los propietarios campesinos


gracias a la división de bienes nacionales en pequeños lotes y con
facilidades de venta. De este modo se completó la reforma agraria, ya
empezada con la abolición de los derechos feudales. Las necesidades
financieras la arrastraron; estaban de acuerdo con los intereses de la
burguesía. La venta de bienes nacionales, así como el rescate de los
derechos feudales, no se concibió en función de la masa de
campesinos: reforzó la preponderancia de aquellos que los poseían.

La ley del 14 de mayo de 1790 estipulaba que los bienes del clero
serian vendidos para su explotación en bloque, mediante subasta y en
las cabezas de partido de los distritos. Todas eran condiciones
desventajosas para los campesinos pobres. Por otra parte, los
arrendamientos se mantenían. Sin embargo, con objeto de unir al
nuevo orden burgués un sector de los campesinos, la Asamblea
constituyente autorizó el pago en doce anualidades, con un interés de
un 5 por 100, y la desamortización una vez que la adjudicación,
mediante lotes separados, pasara a la subasta global. También en
determinadas regiones los campesinos se agruparon para comprar las
tierras que habían sido puestas en venta en aquellos lugares. Además,
alejaron a los especuladores por medio de la violencia. La propiedad
campesina afirmóse en Cambresis, donde los campesinos compraron
diez veces mas de tierra que la burguesía, desde 1791 a 1793, en
Picardía y en las regiones de Laon o de Sens. Fueron los labradores
propietarios y los agricultores importantes, y más todavía la
burguesía, quienes se beneficiaron de la venta de los bienes del clero.
Fue raro que los jornaleros o los campesinos pobres pudiesen adquirir
algún terreno. El problema agrario continuó, a pesar de que el reparto
de las grandes propiedades eclesiásticas hubiese llevado consigo la
desamortización de la explotación agrícola y hubiese permitido a un
gran número de campesinos que gozasen de la tierra como

197
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

arrendadores o colonos. Bien pronto, gracias a la depreciación del


asignado, la especulación lograría grandes fortunas en manos de las
bandas negras de aventureros y negociantes.

***

La obra de la Asamblea constituyente es, por tanto, inmensa. Abarca


todos los campos: político, administrativo, religioso y económico.
Francia y la nación se han regenerado y han establecido los
fundamentos de la nueva sociedad. Hijos de la razón y de la
Ilustración, los constituyentes han edificado una construcción lógica,
clara y uniforme. Pero, como hijos de la burguesía, han infringido los
principios de la libertad y de la igualdad que habían sido
solemnemente proclamados en el sentido de los intereses de su clase.
Al hacer esto dejaban descontentas a las clases populares, a los
demócratas y a los aristócratas de la antigua clase privilegiada, cuya
preponderancia quedaba destruida. Antes incluso que la Asamblea se
disolviese y que su obra estuviera terminada, la amenazaron múltiples
dificultades. Al edificar la nación nueva sobre la base limitada de la
burguesía censataria, la Asamblea constituyente sometía su obra a
múltiples contradicciones. Obligada a combatir a la aristocracia
irreductible, pero rechazando al pueblo impaciente, condenaba a la
nación burguesa a la inestabilidad y bien pronto a la guerra.

Vínculos económicos nuevos cimentaban la nueva unidad, aunque


éstos no podían ser más que vínculos burgueses. El mercado nacional
se había unificado por la destrucción radical de la fragmentación
feudal, por la libertad de la circulación interior. Así se consolidaban
las relaciones económicas entre los diferentes sectores del país,
afirmándose su solidaridad. La nación se definía frente al extranjero
por la retroceso de las aduanas y la protección de la producción
nacional contra la competencia extranjera. Pero al mismo tiempo que

198
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

llevaba a cabo esta unificación, la burguesía constituyente se


disociaba del Tercer Estado por la liberación económica. La abolición
de las corporaciones y la reglamentación de las manufacturas no
podían más que promover la irritación de los señores, despojados de
sus monopolios. La libertad de comercio de los granos llevó consigo la
hostilidad general de las clases populares en las ciudades, así como en
los campos. La hostilidad no fue por ello menos grande entre los
campesinos contra la libertad de cultivo. Los derechos colectivos que
garantizaban la existencia de los campesinos pobres parecía que
quedaban condenados. La disolución de las masas vinculadas a la
reglamentación y a la economía tradicionales arriesgaba separarlas de
una patria concebida dentro de los límites estrechos de los intereses
de clase.

Esas masas quedaban excluidas de la nación por la organización


censataria de la vida política. Sin duda por causa de la proclamación
teórica de la igualdad y la supresión de las corporaciones, que
fraccionaban la sociedad del Antiguo Régimen, mediante la afirmación
de una idea individualista de las relaciones sociales, los
constituyentes establecieron las bases de una nación a la que todos
podían incorporarse. Pero colocando en la misma fila de los derechos
imprescriptibles, el de la propiedad, introdujeron en su obra una
contracción que no pudieron superar. El mantenimiento de la
esclavitud y la organización censataria del sufragio la condujeron a un
momento decisivo. Los derechos políticos quedaron dosificados según
la riqueza. Tres millones de pasivos excluidos, la nación se componía
de cuatro millones o más de activos, que constituían las asambleas
primarias. ¿O se concentraba en los 30.000 electores de las asambleas
electorales propiamente dichas?

199
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

La nación, el rey y la ley, la célebre forma que simboliza, bajo el falso


semblante del principio de soberanía nacional, la obra constitucional
de la Asamblea, no podía ser una ilusión futura. La nación se
restringía a los estrechos límites de la burguesía poseedora. Una
nación censataria no podía resistir los golpes de la contrarrevolución
y de la guerra.

200
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

CAPíTULO IV

LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE Y LA HUíDA DEL REY (1791)

La construcción institucional de la Asamblea constituyente se


resquebrajaba ya desde 1791 bajo el peso de las contradicciones.
Mientras la aristocracia se encerraba en su obstinada negativa de no
dar paso a ninguna concesión, haciendo imposible la solución del
compromiso, esbozado nuevamente por el triunvirato Barnave, Du
Port, Lameth, el recurso al extranjero se hizo patente y el miedo a la
invasión daba nueva fuerza y vida en la mentalidad popular a la idea
de la conjura aristocrática. Poco a poco el problema nacional pasaba
al primer plano, contribuyendo a que se agravasen las tensiones
sociales en el seno mismo del antiguo Tercer Estado y arruinando el
frágil equilibrio sobre el cual la burguesía censataria había establecido
su poder.

I. LA CONTRARREVOLUCIóN Y EL IMPULSO POPULAR

A partir del verano de 1790 parecía que la política seguida por La


Fayette había fracasado. La reconciliación de la aristocracia y de la
sociedad burguesa era imposible. El cisma y la agitación refractaria
reforzaban la oposición aristocrática. La depreciación del asignado y
la crisis económica volvían a dar impulso nuevamente a los
movimientos populares.

1. La contrarrevolución: aristócratas, emigrados y refractarios

La oposición contrarrevolucionaria conjugaba ahora los esfuerzos de


los emigrados, de los aristócratas y de los refractarios.

La agitación de los emigrados se precisó en las fronteras del país. Los


principales centros de emigración estaban en Renania (Coblenza,
Maguncia, Worms), en Italia (Turín) y en Inglaterra. Los emigrados

201
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

intrigaban para provocar contra la Revolución una intervención


extranjera. En mayo de 1791, el conde de Artois tuvo una entrevista
en Mantua con el emperador Leopoldo II, quien eludió el problema.

La agitación aristócrata aumentó en el país, no limitándose sólo al


terreno constitucional. Los aristócratas, los negros, desacreditaban el
asignado, esforzándose por obstaculizar la venta de los bienes
nacionales. Las tentativas armadas se multiplicaron. En febrero de
1791, los caballeros del puñal intentaron sacar al rey de las Tullerías.
El campamento de Jales, en el sur del Vivarais, que se formó en
agosto de 1790 con 20.000 guardias nacionales realistas, no se
disolvió, por la violencia, hasta febrero de 1791. En junio de 1791, el
barón de Lézardière intentó un levantamiento en Vendée. Por todas
partes los aristócratas se agitaban.

La agitación refractaria dio un nuevo impulso a la oposición


contrarrevolucionaria. Uniendo su causa a la de los nobles, los
refractarios se hicieron los agentes activos de la contrarrevolución.
Continuaban celebrando el culto, administraban los sacramentos. El
país dividiose. Muchas gentes del pueblo no querían arriesgar su
salvación, abandonando a los buenos sacerdotes. Los refractarios
lanzaron a una parte de la población a la oposición revolucionaria. Los
desórdenes aumentaban. Los constituyentes, el 7 de mayo de 1791,
autorizaban el ejercicio del culto refractario, según las condiciones
del culto simplemente tolerado. Los constitucionales se
encolerizaron, temiendo no poder resistir la competencia de los
refractarios. La guerra religiosa se desencadenó.

202
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

2. El impulso popular: la crisis social y las reivindicaciones políticas

Al mismo tiempo, la oposición contrarrevolucionaria se iba


desarrollando y hacía más difícil la política de ponderación de la
Asamblea Nacional.

La agitación anticlerical respondía a la agitación refractaria. La lucha


religiosa no tuvo sólo como consecuencia redoblar las fuerzas del
partido aristocrático, sino que también produjo la formación de un
partido anticlerical. Los jacobinos, para sostener el clero
constitucional, atacaron con vehemencia al catolicismo romano,
denunciando la superstición y el fanatismo.

“Se nos ha reprochado, escribe La Feuille Villageois que desarrollaba


esta propaganda, haber mostrado nosotros mismos una cierta
intolerancia contra el papismo. Se nos reprocha no haber respetado a
veces el árbol inviolable, veremos cómo el fanatismo está de tal modo
entrelazado en todas sus ramas que no se puede sacudir una sin que
parezca que se sacude la otra».

Los escritores anticlericales se enardecieron, pidiendo la supresión


del presupuesto para cultos y lanzando la idea de un culto patriótico y
cívico, cuya prefiguración habría sido la gran fiesta nacional de la
Federación.

La agitación democrática también respondía a la agitación refractaria:


la inteligencia entre el rey y los juramentos en este sentido favorecía
los progresos de los demócratas. A partir de 1789, Robespierre había
pedido el sufragio universal. El partido democrático desarrollose
gracias a la multiplicación de los clubs populares. En París, el director
Dansard fundó el 2 de febrero de 1790 la primera Société fraternelle

203
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

des deux sexes. Estas sociedades populares, que admitían a los


ciudadanos pasivos, constituyeron en mayo de 1791 un comité
central. El Club de los Franciscanos, fundado en abril de 1790, una
verdadera agrupación de combate, arrastraba al movimiento, vigilando
a los aristócratas, controlando las administraciones, actuando por
medio de encuestas, suscripciones, peticiones y manifestaciones,
necesarias para los motines. Marat, en L’Ami du peuple, y Bonneville,
La Bouche de fer, estimulaban el movimiento. Algunos demócratas se
proclamaban incluso republicanos. Se agrupaban en torno al periódico
de Robert, Le Mercure national.

La agitación social volvió a producirse en la primavera de 1791. Las


perturbaciones agrarias se produjeron en el Nivernais y el
Bourbonnais, el Quercy y el Périgord. Los obreros parisinos se
agitaban. El paro no disminuía; las industrias de lujo periclitaban. La
vida encarecía; ciertos tipos de oficios, los tipógrafos, los herradores,
los carpinteros, se organizaron para reclamar un salario mínimo. Las
sociedades fraternales y los periódicos demócratas mantenían la
causa de los obreros, denunciando el nuevo feudalismo de los
empresarios y negociantes, que favorecían la libertad económica. La
agitación social reforzaba la agitación democrática.

3. La burguesía constituyente y la consolidación social

La Asamblea constituyente, frente a esta doble amenaza, endureció su


política. La burguesía se asustaba tanto del progreso del movimiento
popular como de los manejos de la contrarrevolución aristocrática. La
popularidad de La Fayette y su influencia cerca del rey no resurgían.
Mirabeau apareció durante algunos momentos en primer plano.

Mirabeau, que por decreto de 7 de noviembre de 1789 había sido


separado del ministerio, había pasado al servicio de la Corte, que lo

204
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

había comprado. Su primera memoria al rey es del 10 de mayo de


1790. Partidario de un poder real eficaz, se había esforzado por
conceder al monarca el derecho de paz y de guerra. Aconsejó a Luis
XVI un amplio plan de propaganda y de corrupción. Se trataba de
crear un partido. Después el rey se iría de París, disolvería la
Asamblea y haría una llamada a la nación. De este plan de conjunto, la
Corte no conservó más que la corrupción que Talon, el intendente de
la lista civil, desarrolló, multiplicando los agentes y los cómplices. El
rey Luis XVI no tenía confianza en La Fayette ni la tuvo en Mirabeau.
Su política no tuvo tiempo para fracasar: Mirabeau murió
bruscamente el 2 de abril de 1791. Con él desaparecía de la escena
revolucionaria uno de sus principales actores.

El triunvirato Barnave, Du Port, Lameth ocupó inmediatamente el


lugar de Mirabeau. Alarmándose por el progreso que hacían los
demócratas y la agitación popular, más que de los manejos
aristocráticos, el triunvirato creía poder detener la Revolución. Con el
dinero de la Corte lanzó un nuevo periódico, Le Logographe;
acercándose a La Fayette, se inclinó hacia la derecha. Dominando la
Asamblea, le impuso también la misma evolución. Los ciudadanos
pasivos quedaron excluidos de la guardia nacional y se prohibieron las
peticiones colectivas. La ley Le Chapelier fue votada el 14 de junio de
1791, prohibiendo las coaliciones y las huelgas. Este contexto político
de reacción explica el comportamiento de la izquierda en esta
ocasión. Robespierre se calló. Sin embargo, había defendido en todo
momento, con cierta clarividencia y firmeza, los derechos del pueblo,
y aun todavía los días 27 y 28 de abril de 1791, a partir del debate
sobre la organización de la guardia nacional, escribía:

205
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

“¿Quién ha hecho nuestra gloriosa Revolución? ¿ Son los ricos, son


los hombres poderosos? Sólo el pueblo podía desearla y hacerla. Por
esta misma razón sólo el pueblo puede sostenerla».

El alcance social de la ley Le Chapelier escapó en cierta medida a


Marat también. Sólo vio en ella una ley de reacción política,
restrictiva del derecho de reunión y de petición

“Han quitado a la innumerable clase de trabajadores y obreros el


derecho de reunirse para deliberar en regla sobre sus intereses, dice
en L’Ami du peuple de 17 de junio de 1791. Sólo querían aislar a los
ciudadanos, impidiéndoles que se ocuparan en común de los asuntos
públicos».

La política de compromiso con la aristocracia esbozóse de nuevo. Por


miedo a la democracia, los triunviros y La Fayette pretendían revisar
la Constitución, aumentar el censo, reforzar los poderes del rey; pero
esta política exigía el concurso de los “negros” y de los aristócratas,
así como el acuerdo del rey. La resistencia de la aristocracia lo hizo
imposible. La huida del rey demostró con toda brillantez su vacuidad.

II. LA REVOLUCIóN Y EUROPA

La situación de la Asamblea constituyente fue más difícil durante el


curso del año 1791, ya que a las perturbaciones interiores había que
añadir las dificultades exteriores. La nueva Francia y Europa del
antiguo régimen se oponían como se oponían la aristocracia feudal y
la burguesía capitalista, despotismo monárquico y gobierno liberal.
Las rivalidades de los Estados parecieron desviar por un momento la
atención sobre los asuntos de Francia. Los emigrados y Luis XVI,

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

recurriendo al extranjero para restablecer el poder absoluto y su


supremacía social, hicieron inevitable el conflicto.

1. Contagio revolucionario y reacción aristocrática

La propaganda y la fuerza de expansión de las ideas revolucionarias


inquietaron a los reyes desde el principio. Los acontecimientos de la
Revolución y los principios de 1789 tenían de por sí una potencia de
irradiación suficiente para conmover a los pueblos y acabar con el
poder absoluto de los reyes. Los acontecimientos de Francia excitaron
por doquier una curiosidad insaciable. Los extranjeros afluían a París
como verdaderos peregrinos de la libertad: Georges Forster de
Maguncia, el poeta inglés Wordsworth, el escritor ruso Karamzine...
Se mezclaron en las luchas políticas, frecuentaron los clubs y se
hicieron propagandistas activos de las ideas de la Revolución. Entre
éstos, los más ardientes fueron los refugiados políticos saboyardos,
los bravanzones, los suizos y los renanos. A partir de 1790, los
refugiados suizos, genoveses y neufchatelianos, especialmente,
formaron el Club Helvético.

Más allá de las fronteras, el progreso de la ilustración entre la


burguesía y la nobleza hicieron a Alemania e Inglaterra especialmente
sensibles al contagio revolucionario.

En Alemania, profesores y escritores se entusiasmaron; en Maguncia,


Forster, bibliotecario de la Universidad; en Hamburgo, el poeta
Klopstock; en Prusia, los filósofos Kant y Fichte. En Tubinga los
estudiantes plantaron un árbol de la libertad. El movimiento
sobrepasó los límites estrechos de los intelectuales, llegando a la
burguesía y los campesinos. En las ciudades del Rhin y el Palatinado
los campesinos rehusaron al pago de los réditos señoriales. Estallaron
desórdenes agrarios en Sajonia y en la región del Meissen. En

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Hamburgo, el 14 de julio de 1790, celebró la burguesía una fiesta en


que los asistentes llevaban cintas tricolores. Un coro de jóvenes cantó
el advenimiento de la libertad. Klopstock dio lectura a la oda “Ellos y
no nosotros”:

“Aunque tuviera mil voces, oh Libertad de los Galos,

no podría cantarte:

Mis melodías serían demasiado débiles, ¡oh Divina!

Que no has realizado..».

En Inglaterra, Fox, uno de los jefes del partido “whig”; Wilberforce,


contrario a la esclavitud; el filósofo Bentham y el químico Priestley se
pronunciaron claramente en favor de la Revolución. Si las clases
dirigentes lo aprobaron en sus comienzos, fueron poco a poco
enfriándose a medida que los acontecimientos se precipitaron. Sólo
los radicales, los disidentes, persistieron en su simpatía, reclamando
reformas para su propio país. En Manchester fundose una
Constitutional Society en 1790, mientras que en 1791 volvía a
lanzarse la London Society for Promoting Constitutionnal
Information. Los poetas continuaron siendo fieles durante bastante
tiempo al entusiasmo de los primeros días: Blake y Burns, Wordsworth
y Coleridge, en 1798, en su oda a Francia, recordaban su ardiente
felicidad:

“Cuando Francia, en su furia, levantó su brazo

de gigante,

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Con un juramento que conmovía el aire, la

tierra y los mares,

Pisó el suelo con su pie poderoso y juró ser libre...”

La reacción europea no tardó en manifestarse. La aristocracia se hizo


contrarrevolucionaria después de la abolición del régimen feudal; el
clero, después de la confiscación de los bienes de la Iglesia. La
burguesía asustóse de las perturbaciones que sin cesar se producían.
Los emigrados hicieron cuanto pudieron para levantar contra la
Francia revolucionaria a las clases del Antiguo Régimen. El conde de
Artois se instaló desde 1789 en Turín; en 1790 se constituyeron las
primeras concentraciones de armas en los dominios del elector de
Tréveris. Los emigrados, obstinados y altivos, ponían ante todo sus
intereses de clase antes que los de su patria. Pretendían someter con
algunas tropas a París, dominado por un puñado de agitadores. En
Alemania, desde principios de 1790, los panfletarios atacaron al
movimiento democrático francés, como, por ejemplo, en la Gazette
Littéraire, de Jena. En Inglaterra, la aristocracia territorial y la Iglesia
anglicana desencadenaron la reacción. En las elecciones de 1790, la
mayoría tory quedó reforzada; la reforma parlamentaria, concedida.
En noviembre de 1790, Burke publicaba sus Réflexions sur la
Révolution française, convirtiéndose en el evangelio de la
contrarrevolución. La Revolución francesa estaba condenada porque
arruinaba a la aristocracia y destruía la jerarquía de clases, que es de
institución divina. Thomas Paine, ya célebre por haber tomado el
partido de los Insurgentes de América, respondía en1791 con sus
Droits de l’homme, que tuvieron una gran resonancia entre el pueblo.
Burke lanzó la idea de una cruzada contrarrevolucionaria. Por

209
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

entonces, en la primavera de 1791, el papa Pío VI condenaba


solemnemente los principios de la Revolución francesa. El Gobierno
español, en marzo, establecía un cordón de tropas a todo lo largo de
los Pirineos, con el fin de detener la peste francesa. La
contrarrevolución europea se afirmaba y Luis XVI ponía en ella todas
sus esperanzas.

2. Luis XVI, la Constituyente y Europa

La política de Luis XVI tenía el mismo fin que los deseos de la


aristocracia europea. Secretamente suplicaba a los reyes que
interviniesen. Los emigrados se agitaban en este sentido: el conde de
Artois reclamaba en Madrid una intervención militar que mantuviese
las insurrecciones que habían sido fomentadas en el Mediodía.
Calonne, ministro de la emigración desde noviembre de 1790, contaba
con Prusia; el ejército del príncipe de Condé, organizado en Coblenza,
abriría el camino a las tropas extranjeras; el Antiguo Régimen
quedaría establecido. Luis XVI no había aceptado la Revolución más
que en apariencia. A partir de noviembre de 1789 había presentado al
rey Carlos IV de España una protesta contra las concesiones que le
habían sido impuestas. A finales de 1790 decidió huir y encargó al
marqués de Bouillé, el carnicero de Nancy, comandante de Metz, que
tomase las medidas pertinentes para asegurar su huida. Su plan
consistía en pedir a las potencias europeas que rindiesen la Asamblea,
revisasen sus decretos y que apoyasen su intervención por medio de
una demostración militar en la frontera.

La actitud de los reyes, a pesar de su hostilidad general a la


Revolución, fue muy diversa. Catalina II de Rusia animóse en
apariencia con la idea de una cruzada contrarrevolucionaria: “Destruir
la anarquía francesa era prepararse una gloria inmortal». Gustavo III
de Suecia estaba dispuesto a dirigir la coalición; se instaló en la

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

primavera de 1791 en Aix-la-Chapelle; el rey de Prusia, Federico-


Guillermo II y Víctor Amadeo III, rey de Cerdeña, estaban también
dispuestos. El emperador Leopoldo II se mostraba más prudente, y lo
mismo el gobierno inglés. Los reyes estaban sobre todo divididos por
sus rivalidades y sus ambiciones territoriales; nada podían hacer sin
el emperador, jefe designado por la coalición. Pero Leopoldo no era
fundamentalmente hostil a las reformas constitucionales; no estaba
molesto porque la autoridad del rey de Francia se hubiese debilitado.
Tenía bastantes preocupaciones en sus propios Estados y en sus
fronteras orientales.

La política exterior de la Asamblea constituyente quedó dominada por


conflictos de orden jurídico y de orden territorial, enfrentando a los
reyes y a la Revolución.

El problema de los príncipes con posesiones en Alsacia provenía de la


abolición de los derechos feudales: un número de príncipes alemanes
que tenían sus dominios en Alsacia se consideraron lesionados y
protestaron ante la Dieta germánica contra las decisiones de la
Asamblea.

El problema de Aviñón contribuyó a levantar al Papa contra Francia.


Aviñón y el Comtat-Venaissin se enfrentaron contra la autoridad
pontificia, aboliendo el Antiguo Régimen; el 12 de junio de 1790,
Aviñón votó su anexión a Francia. Los constituyentes dudaron y
dejaron que continuase el problema. El 24 de agosto, el problema se
discutía. Los constituyentes evitaron dar al Papa nuevas quejas contra
Francia. Las conclusiones de Tronchet se adoptaron. El rey tenía que
tomar la iniciativa en cuestiones diplomáticas. La petición de los
aviñonenses le fue remitida. La Asamblea no quería que un voto
intempestivo dañase las negociaciones en curso a propósito de la
Constitución civil del clero.

211
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Se afirmaba un nuevo derecho público internacional, que provenía de


los principios de 1789. El 22 de mayo de 1789, la Asamblea
constituyente había repudiado solemnemente el derecho de
conquista: la voluntad de los hombres libremente expresada
constituye por sí sola a las naciones. En noviembre de 1790 declaraba
a los príncipes alemanes que Alsacia era francesa no por derecho de
conquista, sino por voluntad de sus habitantes, como lo había
manifestado con su participación en la Federación de 14 de julio de
1790. Merlin de Douai, al intentar definir los principios del nuevo
Derecho Internacional, opuso, en efecto, el 28 de octubre de 1790 al
Estado dinástico la nación como asociación voluntaria:

“No existe entre ustedes y vuestros hermanos de Alsacia otro título


legítimo de unión que el pacto social formado el año pasado entre
todos los franceses antiguos y modernos en esta misma Asamblea”

Alusión directa a la decisión del Tercer Estado, el 17 de junio de


1789, de proclamarse Asamblea Nacional y a la de la Asamblea, que el
9 de julio siguiente se declaraba constituyente. Se planteó un solo
problema “infinitamente sencillo”: el de saber

“si el pueblo alsaciano debe la ventaja de ser francés a los pergaminos


y diplomas... ¿Qué le importa al pueblo de Alsacia, qué le importan al
pueblo francés las convenciones, que en tiempos del despotismo
tenían por objeto unir al primero con el segundo? El pueblo alsaciano
se ha unido al pueblo francés porque ha querido. Es, pues, sólo su
voluntad y no el Tratado de Munster lo que ha legitimado su unión».

212
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Esta voluntad la habría manifestado Alsacia con su participación en la


Federación de 14 de julio de 1790.

En mayo de 1791 la Asamblea decidió, pues el Papa ya había


condenado la Constitución civil del clero, que se ocupase Aviñón y el
Condado para consultar a la población. La unión fue decidida el 14 de
septiembre de 1791. A ojos de los soberanos, el nuevo Derecho
Público Internacional volvía a proclamar, en beneficio de la nación
revolucionaria, el derecho de anexionarse los pueblos que lo deseasen.
La diplomacia del Antiguo Régimen quedó descartada.

La Asamblea, no obstante, rechazaba una guerra que haría el juego a


la Corte. Ofreció una indemnización a los príncipes alemanes, que
Luis XVI les aconsejó que rechazasen inmediatamente. Retrasó lo más
posible la anexión de Aviñón. Esta política de paz se practicó tanto
más fácilmente, ya que Prusia, Austria y Rusia estaban preocupadas
por la cuestión polaca. Leopoldo se dio cuenta de que Federico
Guillermo, así como Catalina, intentaban llevar a cabo una
intervención militar en Francia con la esperanza de arreglar en
beneficio suyo la cuestión polaca mientras aquélla estuviese ocupada
en el Oeste; prefirió abstenerse. La política de paz de la Asamblea
quedó interrumpida por la huida del rey, y Leopoldo II no tuvo otro
remedio que intervenir en los asuntos franceses.

III. VARENNES: LA DESAPROBACION REAL DE LA REVOLUCION (junio


de 1791)

La huida del rey constituye uno de los hechos esenciales de la


Revolución. En el plano interno demostraba una oposición
irreconciliable entre la realeza y la nación revolucionaria; en el plano
exterior precipitó el conflicto.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

1. La huida del rey (21 de junio de 1791)

La huida del rey había sido preparada desde hacía tiempo por el conde
Axel de Fersen, un sueco amigo de María Antonieta. So pretexto de
proteger un tesoro enviado por la posta al ejército de Bouillé, se
habían dispuesto relevos y piquetes a lo largo del camino hasta más
allá de Sainte-Menehould, por Châlons-sur-Marne y Argonne, por
donde Luis XVI llegaría a Montmédy. El 20 de junio de 1791, hacia
medianoche, Luis XVI, disfrazado de mayordomo, abandonaba las
Tullerías con su familia. En ese mismo instante, La Fayette
inspeccionaba los puestos del castillo, que consideró estaban bien
asegurados, aunque desde hacía tiempo dejaba sin guardias una
puerta de las Tullerías, con el fin de que Fersen entrase libremente a
las habitaciones de la reina.

Una pesada berlina había sido construida expresamente para esto, y


en ella la familia real se acomodó; llevaba cinco horas de retraso. No
viendo venir nada, los guardias apostados cerca de Châlons se
retiraron. Cuando el rey llegó en las noches del 21 al 22 de junio a
Varennes no encontró el relevo previsto y se detuvo. En Sainte-
Menehould, Luis XVI no se ocultó y entonces fue reconocido por el
hijo de un maestro de postas, Drouet. Este último devolvió a Varennes
la berlina que había sido detenida e hizo poner barricadas en el
puente de l’Aire. Cuando el rey quiso partir, encontró cerrado el
puente. Tocaron a rebato. Los campesinos se amotinaron; los húsares
fraternizaron con el pueblo. El 22 por la mañana la familia real volvió
a tomar el camino de París en medio de una hilera de guardias
nacionales llegados de todos los pueblos. Bouillé, advertido, llegó dos
horas después de la partida del rey. El 25 de junio por la tarde el rey
hacía su entrada en París en medio de un silencio de muerte entre dos

214
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

filas de soldados con los fusiles boca abajo. Fue el entierro de la


monarquía.

La proclama redactada por Luis XVI antes de su huida y dirigida a los


franceses no dejaba lugar a dudas respecto de sus intenciones.
Pretendía unirse al ejército de Bouillé; de allí al ejército austríaco de
los Países Bajos; después volver sobre París, disolver la Asamblea y los
clubs y restablecer su poder absoluto. Toda la política secreta de Luis
XVI había tendido a provocar una intervención de España y de Austria
a su favor. Desde octubre de 1789 había enviado un agente secreto, el
abate Fonbrune, junto al rey de España, Carlos V. Por otra parte, hizo
cuanto estuvo a su alcance para envenenar el conflicto con los
príncipes con posesiones en Alsacia. Luis XVI no fue el hombre
sencillo y afable, casi irresponsable, que con frecuencia nos
presentan. Dotado de una cierta inteligencia, orientó una gran parte
de la opinión hacia un solo fin: restablecer su autoridad absoluta,
incluso al precio de traicionar a la nación.

2. Consecuencias internas de Varennes: los fusilamientos del Champ-


de-Mars (17 de julio de 1791)

Las consecuencias internas de Varennes fueron contradictorias: la


huida del rey trajo consigo el auge del movimiento popular y
democrático, pero el miedo del pueblo llevó a la burguesía a reforzar
su poder y a mantener la monarquía.

El movimiento democrático se afirmó aún más que nunca al día


siguiente de los acontecimientos de Varennes. “Henos al fin libres y
sin rey”, declaraban los cordeleros, que el 21 de junio pedían a la
Asamblea constituyente que proclamase la República o por lo menos
que no decidiese sobre la suerte del rey sin haber consultado las
Asambleas primarias. Aún más: la huida del rey constituyó un

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

elemento decisivo para reforzar la conciencia nacional entre las


masas populares. Les demostró la inteligencia de la monarquía con el
extranjero y promovió en los más alejados rincones del país una
emoción intensa. Se temía la invasión; los lugares fronterizos se
pusieron espontáneamente en estado de defensa. La Asamblea
consiguió 100.000 voluntarios para la guardia nacional. El reflejo,
tanto social como nacional, se produjo como en 1789. En Varennes,
los húsares, que debían proteger la huida del rey, se pasaron al pueblo
al grito de “¡Viva la nación!”. Se desencadenó la reacción de defensa.
El 22 de junio de 1791, por la tarde, hacia Sainte-Menehould, el conde
de Dampierre, un señor de la región que llegó para saludar al rey Luis
XVI a su paso, fue asesinado por los campesinos. En el miedo de 1791,
el fervor nacional constituyó, sin duda alguna, un resorte casi tan
poderoso como el odio social. La huida del rey parecía como la prueba
de que la invasión era inminente; las masas populares se movilizaron,
en el sentido militar de la palabra.

La burguesía constituyente conservó su sangre fría: temía los


disturbios rurales tanto como a los movimientos populares urbanos (la
ley de Le Chapelier había sido votada el 14 de junio de 1791). La
Asamblea suspendió al rey y al veto y organizó a Francia como una
república de hecho. Pero cortó deliberadamente el camino a la
democracia. Creó la ficción del rapto del rey. Barnave dijo a los
jacobinos el 21 de junio por la tarde: “La Constitución, he aquí
nuestra guía; la Asamblea Nacional, he aquí nuestra flaqueza». Luis
XVI quedó absuelto a pesar de las protestas de Robespierre. No se hizo
proceso más que a los autores del rapto, a Bouillé, que, por su carta
de 26 de junio de 1791 a la Asamblea, había reclamado toda la
responsabilidad para sí, aunque había huido, y a algunos comparsas
que fueron acusados el 15 y el 16 de julio. Barnave, en un discurso
vehemente, el 15 de julio de 1791, planteó el verdadero problema:

216
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

“¿Vamos a terminar la Revolución o vamos a volverla a empezar...?


Un paso de más sería un acto funesto y culpable; un paso más en la
línea de la libertad sería la destrucción de la realeza; en la línea de la
igualdad, la destrucción de la propiedad».

A pesar de la traición real y del peligro aristocrático, la burguesía


constituyente creía que la nación continuaba siendo de los
propietarios: para ella la Revolución estaba terminada.

Los fusilamientos del Champ-de-Mars (17 de julio de 1791)


manifestaron las intenciones ocultas de la burguesía. El pueblo de
París, levantado por los cordeleros y las sociedades fraternales,
multiplicaba peticiones y manifestaciones. El 17 de julio de 1791, los
cordeleros se reunieron en el Champ-de-Mars para firmar sobre el
altar de la patria una petición republicana. Pretextando desórdenes, la
Asamblea ordenó al alcalde de París que dispersase la concentración.
La ley marcial fue proclamada; la guardia nacional, exclusivamente
burguesa, invadió el Champ-de-Mars e hizo fuego sin advertencia
previa alguna sobre la masa desarmada, dejando en el suelo cincuenta
muertos. La represión que tuvo lugar a continuación fue brutal; se
hicieron numerosos arrestos; diversos periódicos democráticos
dejaron de aparecer; el club de los cordeleros se cerró; el partido
demócrata, decapitado durante un momento; fue el terror tricolor.

Las consecuencias políticas fueron irremediables. El partido dividiose


en dos grupos enemigos. El sector conservador de los jacobinos se
había separado desde el 16 de julio de 1791 y fundado un nuevo club
en el convento de los cistercienses. Mientras tanto, los demócratas,
guiados por Robespierre, se acercaban de una manera más clara a los
jacobinos. En especial, los constitucionales, fayettistas y lamethistas

217
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

reunidos, reagrupados todos en los cistercienses, estaban dispuestos a


entenderse con el rey y los negros para salvaguardar la obra
comprometida y mantener la primacía política de la burguesía
censataria. Así se esbozó una vez más la política de compromiso. Pero
la aristocracia continuó irreductible.

La revisión de la Constitución no fue tan lejos como lo hubiera


deseado el triunvirato, ahora dueño de la situación. Su carácter
censatario no se agravó menos por ello. Se exigía a los electores que
fuesen propietarios o dueños de un capital que se valoraba, según los
casos, en 150, 200 ó 400 jornadas de trabajo. La guardia nacional
quedó definitivamente organizada por la ley del 28 de julio de 1791,
confirmada y modificada por la del 19 de septiembre siguiente. Sólo
los ciudadanos activos tuvieron el derecho de tomar parte. Frente a la
burguesía en armas, el pueblo estaba desarmado. El rey aceptó la
Constitución revisada el 13 de septiembre de 1791; el 14 juró una vez
más fidelidad a la nación. La burguesía constituyente también, una
vez más, consideró terminada la Revolución.

3. Consecuencias exteriores de Varennes: la declaración de Pillnitz


(27 de agosto de 1791)

Las consecuencias exteriores de Varennes no fueron menos


importantes. La huida del rey y su arresto suscitaron en Europa una
gran emoción monárquica. “¡Qué ejemplo más horrible!”, declaraba el
rey de Prusia. Pero una vez más todo dependía del emperador. Desde
Mantua, Leopoldo proponía a las Cortes que se pusieran de acuerdo en
salvar a la familia real y a la monarquía francesa. Pero los cálculos y
los intereses triunfaron sobre el sentimiento de solidaridad
monárquica; fue imposible lograr el concierto europeo contra Francia.
La política de los cistercienses tranquilizó a Leopoldo sobre la suerte
de Luis XVI. Para ocultar su marcha atrás, el emperador se contentó

218
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

con firmar, conjuntamente con el rey de Prusia, Federico Guillermo,


la declaración de Pillnitz, el 27 de agosto de 1791, que no amenazaba
a los revolucionarios con una intervención europea más que
condicionalmente. Los dos soberanos se declararon dispuestos a
“actuar rápidamente, de mutuo acuerdo, con las fuerzas necesarias”,
pero a condición de que las demás potencias se decidiesen a unir sus
esfuerzos a los suyos. Entonces y en ese caso la intervención tendría
lugar. En efecto, la declaración de Pillnitz se tomó, por otra parte,
como sus autores deseaban, al pie de la letra por la opinión francesa.
Esta extraña injerencia parecía insoportable; la Revolución se sintió
amenazada; el sentimiento nacional se sobreexcitó.

La Asamblea constituyente se separó el 30 de septiembre de 1791 al


grito de “¡Viva el rey! ¡Viva la nación!” Sus dirigentes pensaban haber
sellado el acuerdo entre la realeza y la burguesía censataria al mismo
tiempo que contra la reacción aristocrática y contra el impulso
popular. Pero el rey no aceptó más que aparentemente la Constitución
de 1791; la nación no se confundía precisamente con la burguesía,
como lo afirmaban los constituyentes. Cuando la crisis se agravó en el
momento de Varennes, la Asamblea ordenó una leva de 100.000
hombres de la guardia nacional. No se fiaban del ejército de línea, del
ejército real, pero rehusaban apoyarse en el pueblo. La Asamblea se
remitía a la nación, pero tal y como la definía la Constitución
censataria. Los acontecimientos desbarataron sus cálculos. Después
de Pillnitz, la guerra parecía inevitable.

Frente al
soportar el del dinero. Reclamó su lugar en la nación. Desde ese
momento se plantearon el problema político y el problema social en
términos nuevos.

219
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

CAPíTULO V

LA ASAMBLEA LEGISLATIVA, LA GUERRA Y EL DERROCAMIENTO


DEL TRONO (octubre de 1791-agosto de 1792)

El ensayo de monarquía liberal instituido por la Constitución de 1791


no duró ni siquiera un año. Cogida entre la reacción aristocrática
manejada por el rey y el impulso popular, la burguesía, en el poder,
para conjurarar las dificultades interiores, no dudó en envenenar las
dificultades externas: lanzó, con la complicidad del rey, a Francia y la
Revolución a la guerra. Pero la guerra desbarató todos los cálculos de
sus responsables, reanimó el movimiento revolucionario y acarreó al
mismo tiempo el derrocamiento del trono y, algunos meses más tarde,
la caída de la burguesía reinante.

El conflicto con la Europa aristocrática, imprudentemente desatado,


obligó realmente a la burguesía revolucionaria a recurrir al pueblo y
hacerle concesiones. Así se ampliaba el contenido social de la nación.
Nace realmente de la guerra, que era a la vez nacional y
revolucionaria; a la vez guerra del Tercer Estado contra la
aristocracia, y guerra de la nación contra la Europa del Antiguo
Régimen coligado. Frente a la amenaza aristocrática francesa y
europea, en guerra contra la nación en el interior y en sus fronteras,
la frágil armadura censataria se deshizo ante el empuje popular.

I. EL CAMINO DE LA GUERRA (octubre de 1791-abril de 1792)

1. Cistercienses y girondinos

La burguesía, cuya unidad había constituido su fuerza hasta 1791, se


dividió después de Varennes. Pillnitz no había hecho más que
acentuar sus divisiones. Ni en la Asamblea ni en el país presentaba a
sus adversarios un frente unido.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

En la Asamblea, el conjunto de los diputados seguía siendo de origen


burgués; los propietarios y los abogados dominaban. Los electores
designados en junio por las asambleas primarias habían nombrado los
diputados del 29 de agosto y del 5 de septiembre de 1791 después del
acontecimiento de Champ-de-Mars y con los tumultos provocados por
la declaración de Pillnitz. Los 745 diputados de la Asamblea
legislativa, que se reunieron por primera vez el 1 de octubre de 1791,
eran hombres nuevos (los constituyentes, a petición de Robespierre,
se habían declarado inelegibles por decreto del 16 de mayo de 1791).
Jóvenes en su mayor parte (la mayoría la constituían hombres de
menos de treinta años), desconocidos aún, muchos de ellos habían
hecho su aprendizaje y empezado su actuación política en las
asambleas comunales y departamentales.

La derecha estaba constituida por 264 diputados, que se asociaron


con los cistercienses. Adversarios del Antiguo Régimen, como de la
democracia, eran partidarios de la monarquía limitada y de la
primacía de la burguesía, tal y como la había establecido la
Constitución de 1791. Pero los cistercienses se dividieron en dos
tendencias o más bien en dos grupos. Los lamethistas siguieron las
consignas del triunvirato Barnave, Du Port, Lameth, que no estaban
en la Asamblea, pero que elegían la mayoría de los nuevos ministros,
como Lessart para los asuntos exteriores. Los fayettistas tomaron su
inspiración de La Fayette, que sufría, en su inmensa vanidad, haber
sido suplantado por los triunviros en el favor de la Corte.

La izquierda estaba formada por 136 diputados, inscritos


generalmente en el club de los jacobinos. Estaba dirigida en particular
por dos diputados de París: Brissot, periodista, que dio su nombre a la
facción (los brissotinos), y el filósofo Condorcet, editor de las obras de
Voltaire. Tenía el ascendiente de brillantes oradores elegidos por el

221
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

departamento de la Gironda, Vergniaud, Gensonné, Grangeneuve,


Guadet... De aquí el nombre de girondinos, popularizado cincuenta
años más tarde por Lamartine. Novelistas, abogados, profesores, los
brissotinos formaban la segunda generación revolucionaria. Nacidos
de la burguesía media, estaban relacionados con la alta burguesía de
negocios de los puertos marítimos (Burdeos, Nantes, Marsella),
armadores, banqueros, negociantes, que defendían sus intereses. Si
por su origen y su formación filosófica los brissotinos tendían hacia la
democracia política, por sus relaciones y temperamento iban hacia la
riqueza, respetándola y sirviéndola.

En la extrema izquierda, algunos demócratas eran partidarios del


sufragio universal, como Robert Lindet, Couthon, Carnot. Tres
diputados, unidos por una estrecha amistad, Basire, Chabot, Merlin de
Thionville, formaban el “trío de los franciscanos”. Sin gran influencia
sobre la Asamblea, ejercían una acción segura en los clubs y las
sociedades populares.

El centro, entre los cistercienses y los brissotinos, comprendía a una


masa incierta de unos 345 diputados, los independientes o
constitucionales, sinceramente vinculados a la Revolución, pero sin
tener una opinión precisa ni hombres notables.

En París, clubs y salones reflejaban las opiniones de la Asamblea y


contribuían a acentuar las luchas políticas.

Los salones reunían a los jefes de las diversas facciones,


proporcionándoles el medio de concertarse. El salón de Mme. de
Staël, hija de Necker y amante del conde de Narbona, se convirtió en
el hogar del partido fayettista. Vergniaud agrupaba a sus amigos en la
mesa o en el lujoso salón de la viuda de un arrendador general. Mme.
Dodun, en la plaza Vendôme. Los brissotinos se reunían también en el

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

salón de Mme. Roland, mujer sentimental, apasionada por la justicia,


alma de la Gironda, que ejercía una gran influencia para que sus
amigos o los de su marido, el honrado y mediocre Roland, antiguo
inspector de manufacturas, se abriesen paso.

Los clubs, cuyo papel era cada vez mayor, agrupaban a los militantes
de cada tendencia. Si los cistercienses no hubieran estado asistidos
más que por los constitucionales, los burgueses moderados, los
jacobinos, cuya cotización era más débil, se hubieran democratizado.
Los pequeños burgueses, los comerciantes y los artesanos asistían
asiduamente a sus sesiones y presionaban. Sus oradores preferidos
eran Robespierre y Brissot, cuyas opiniones no tardaron en oponerse.
Por sus filiales, el club de los jacobinos extendió su influencia sobre
todo el país, agrupando por doquier los defensores de la Revolución y
los que adquirían bienes nacionales. El club de los franciscanos estaba
formado por elementos más populares.

Las secciones parisienses, por último, en número de 48, permitían a


los ciudadanos en activo seguir los acontecimientos políticos y
controlarlos en cierta medida. Se reunían regularmente en asambleas
generales. Se convirtieron en el hogar intenso de la vida política
popular, contribuyendo al progreso del espíritu democrático e
igualitario, cuando los ciudadanos pasivos entraron en masa a formar
parte de ellas, a partir de julio de 1792.

2. El primer conflicto entre el rey y la Asamblea (finales de 1791)

Las numerosas dificultades que la Asamblea constituyente aún no


había resuelto y que había legado a la Asamblea legislativa llevaron a
un conflicto entre el rey y la Asamblea, que no pudo liquidarse más
que por vía constitucional. Las dificultades eran de todo orden.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

Primero, dificultades económicas y sociales. En el otoño de 1791, las


perturbaciones recomenzaron en las ciudades y en el campo. En las
ciudades se debían, en primer lugar, a la desvalorización del asignado
y al encarecimiento de las subsistencias, especialmente las
mercancías coloniales, café y azúcar, consecuencia del levantamiento
de los negros en Santo Domingo, mantenidos en esclavitud. Se
produjeron desórdenes en París a finales de enero de 1792 en torno a
las tiendas de coloniales, obligándoles la multitud a bajar el precio de
las mercancías; las secciones parisienses empezaron a denunciar a los
acaparadores. En los campos, el alza del precio del trigo, el
mantenimiento de los réditos feudales hasta que se rescataban,
promovían motines. A partir de noviembre de 1791 se produjeron por
todas partes pillajes de convoyes de granos y en los mercados. Las
municipalidades de la Beauce, bajo las presiones de los motines
populares tasaron los granos y las mercancías de primera necesidad.
En Etampes, el alcalde, Simoneau, un rico curtidor, se negó y fue
asesinado el 3 de marzo de 1792; los cistercienses le convirtieron en
un mártir. En el Centro y en el Mediodía los castillos de los emigrados
fueron saqueados, incendiados, en marzo de 1792; las masas de
campesinos reclamaban la supresión total del régimen feudal. Ante
esta amenaza social, la Asamblea dudó y se dividió.

Además, las dificultades religiosas. El clero refractario continuaba su


agitación y arrastraba a una parte de las masas católicas a la
contrarrevolución. En agosto de 1791, los refractarios promovieron
desórdenes en la Vendée; el 26 de febrero de 1792 contribuyeron a
soliviantar a los campesinos de la Lozère contra los patriotas de
Mende. En todas partes se afirmaba la unión de refractarios y de
aristócratas. El 16 de octubre de 1791, los aristócratas fomentaron un
levantamiento en Aviñón y mataron al secretario-escribano de la

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

comuna, Lescuyer, jefe del partido avanzado. Los patriotas


contestaron con el asesinato de la Glacière.

Y, en fin, las dificultades exteriores. Los emigrados que el conde de


Provenza mantenía unidos multiplicaban las provocaciones:
publicación de un manifiesto anunciando la invasión de Francia,
ataques violentos contra la Asamblea, concentración de tropas a las
órdenes del príncipe De Condé sobre el territorio del elector de
Tréveris, en Coblenza. Las amenazas contra la Revolución se
concretaban.

La política de la Asamblea, dudosa en el plano social, se afirmó de una


manera más segura contra los enemigos de la Revolución.

En el plano social, la burguesía no presentaba la misma unanimidad


que en 1789, cuando se armó para reprimir los levantamientos de los
campesinos. La burguesía rica, asustada por la agitación social, se
confundía cada vez más con la aristocracia; tendía a reconciliarse con
la realeza. Pero la burguesía media había perdido desde Varennes toda
la confianza del rey. Pensaba ante todo en sus propios intereses y
sabía que no podría defenderlos sin el apoyo del pueblo. Sus dirigentes
se esforzaron por prevenir toda escisión entre la burguesía y las clases
populares. “La burguesía y pueblo reunidos hicieron la Revolución; su
sola unión puede conservarla”, escribía Pation en una carta a Buzot el
6 de febrero de 1972. Couthon, diputado por Puy-de-Dôme, y que se
hizo amigo de Robespierre, declaraba en la misma época que era
necesario vincular el pueblo a la Revolución por medio de leyes justas
y “asegurarse la fuerza moral del pueblo, más poderosa que la de los
ejércitos”. Propuso el 29 de febrero de 1792 la abolición sin
indemnización de todos los derechos feudales, salvo aquellos que los
señores probaron presentando los títulos primitivos. Los cistercienses
se opusieron al voto de esta medida. La guerra agravó las dificultades

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

de la burguesía y con ello hacía posible la total liberación de los


campesinos.

En el plano político, los brissotinos arrastraron a la Asamblea, gracias


al apoyo de los fayettistas, a los que no asustaba la perspectiva de la
guerra, ni tampoco enfrentarse con los enemigos de la Revolución. Se
votaron cuatro decretos con vistas a los emigrados y refractarios. El
decreto del 31 de octubre de 1791 concedía dos meses al conde de
Provenza para volver a Francia, bajo pena de pérdida de sus derechos
al trono. El decreto del 9 de noviembre hizo la misma notificación a
los emigrados, bajo pena de ser considerados como sospechosos de
conspiración y entonces las rentas de sus bienes serían requisadas en
beneficio de la nación. El decreto del 29 de noviembre exigía a los
sacerdotes “refractarios” un nuevo juramento cívico, dando a las
administraciones locales la posibilidad de deportarles de sus
domicilios en caso de motines. Por último, el decreto del 29 de
noviembre invitaba al rey a

“exigir de los electores de Tréveris, de Maguncia y de otros príncipes


del imperio que acojan a los franceses fugitivos y poner fin a las
concentraciones y alistamientos que toleran en las fronteras”.

Con estas iniciativas, la Gironda excitó poco a poco el sentimiento


nacional. Con ello pensaba coaccionar al rey y obligarle a que se
pronunciase francamente en pro o en contra de la Revolución.

La política de la Corte tendía también hacia las soluciones extremas.


En noviembre, la Corte hizo fracasar la candidatura de La Fayette en
la alcaldía de París para reemplazar la dimisión de Bailly; el jacobino
Pétion fue elegido el 16 de noviembre de 1791. El rey y la reina se
felicitaron por el resultado. “Incluso por el exceso de mal -escribía

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

María Antonieta el 25 de noviembre-, podremos sacar partido más


pronto de lo que se piensa de todo esto». Era la peor política. Los
decretos de noviembre y las iniciativas belicosas de los brissotinos
llenaron de gozo a Luis XVI y a María Antonieta. Si bien el rey opuso
su veto a las medidas contra los sacerdotes y los emigrados, sancionó
el decreto concerniente a su hermano y también el que le invitaba a
lanzar un ultimátum a los príncipes alemanes. La Asamblea llevaba su
juego; al atacar a los príncipes, éstos entrarían en la guerra. Luis XVI
y María Antonieta, excitando con una duplicidad sin igual a los
adversarios unos contra otros, hacían la guerra inevitable. Recurrir al
extranjero constituía para la monarquía el único medio de salvación.

3. La guerra o la paz (invierno de 1791-1792)

El conflicto de intereses y de ideas de la Revolución y del Antiguo


Régimen creó una situación diplomática difícil. Lejos de apaciguar el
conflicto, los brissotinos y la Corte, por razones de política interior,
empujaron poco a poco a la guerra, mientras que se oponía a ello en
vano la minoría, muy débil, guiada por Robespierre.

El partido pro guerra reunió, de una manera que puede parecer


paradójica, a los brissotinos y a la Corte.

La guerra la quiso la Corte, porque no esperaba su salvación más que


de la intervención extranjera y porque continuaba practicando la
misma política doble. El 14 de diciembre de 1791, el rey hizo saber al
elector de Tréveris que si antes del 15 de enero de 1792 no había
dispersado las concentraciones de emigrados no verían en él más que
“a un enemigo de Francia”. La Corte esperaba salir del incidente con
la intervención extranjera, reclamada en vano. Luis XVI, el mismo día
que amenazaba al elector de Tréveris, advertía, en efecto, al
emperador que deseaba que su ultimátum fuese rechazado:

227
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

“En lugar de una guerra civil, será una guerra política, escribía a su
agente Breteuil, y las cosas irán mejor. El estado físico y moral de
Francia hace que le sea imposible sostener a medias una campaña».

En ese mismo 14 de diciembre, María Antonieta decía a su amigo


Fersen: “¡Los muy imbéciles! ¡No ven que esto es servirnos!” La Corte
precipitó a Francia a la guerra con la secreta esperanza de que sería
vencida y que la derrota les permitiría restaurar el poder absoluto.

Los brissotinos deseaban la guerra por razones de política interior y


de política exterior. En el plano político, los brissotinos creían
obligar, por la guerra, a los traidores y a Luis XVI a desenmascararse.
“Señalemos en principio un lugar a los traidores -dijo Gaudet en la
tribuna de la Asamblea legislativa el 14 de enero de 1792-, y que este
lugar sea el cadalso». Los brissotinos consideraban que la guerra
estaba de acuerdo con los intereses de la nación:

“Un pueblo que ha conquistado su libertad después de diez siglos de


esclavitud, había declarado Brissot a los jacobinos el 6 de diciembre
de 1791, necesita la guerra: es preciso la guerra para consolidarla».

Y ese mismo Brissot, en la Asamblea legislativa, el 29 de diciembre:


“Ha llegado el momento, por fin, en que Francia ha de desplegar ante
los ojos de Europa el temperamento de nación libre, que desea
defender y mantener su libertad». Y de forma más exacta en el mismo
discurso: “La guerra actualmente es un beneficio nacional: la única
calamidad que hay que temer es que no haya guerra. Son los intereses
de la nación los que aconsejan la guerra».

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

¿Pero de qué nación se trataba? El discurso más claro en este sentido


fue el de Isnard, el 5 de enero de 1792, en la Asamblea legislativa. No
basta con “mantener la libertad”, hay que “consumar la Revolución”.
Isnard daba contenido social a la guerra que se anunciaba: “Se trata
de una lucha que va a establecerse entre el patriciado y la igualdad».
El patriciado, entendemos la aristocracia; en cuanto a la igualdad, no
es más que la igualdad constitucional, definida por la organización
censataria del sufragio:

“La clase más peligrosa de todas, según Isnard, se compone de


muchas personas que acaban con la Revolución, pero esencialmente
una infinidad de propietarios, de negociantes ricos; en fin, una masa
de hombres opulentos y orgullosos que no pueden soportar la
igualdad, que echan de menos una nobleza a la que aspiran...; en fin,
que odian la nueva Constitución, madre de la igualdad».

Se trata, en efecto, de la Constitución de 1791 y de la igualdad


deseada, “que no es sino la de los derechos” , como bien pronto
afirmaría Vergniaud. La guerra que deseaban los girondinos sólo se
refería a los intereses de la nación burguesa.

Las preocupaciones económicas no eran menos evidentes. La


burguesía de los negocios y los políticos a su servicio deseaban acabar
con la contrarrevolución, especialmente para restablecer el crédito
del asignado necesario para la buena marcha de las empresas. Con los
considerables beneficios que los abastecimientos de los ejércitos
proporcionaban, la guerra tampoco desagradaba al mundo de los
negocios. La guerra continental contra Austria, mejor que la marítima
con Inglaterra, pues esta última comprometía al comercio de las Islas
y la prosperidad de los puertos. Habiéndose producido la guerra

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

continental en abril de 1792, los girondinos no declararon la guerra a


Inglaterra más que en febrero del año siguiente.

En el plano diplomático, los brissotinos se habían levantado


esencialmente contra Austria, símbolo del Antiguo Régimen. Estaban
dispuestos, apoyados por los refugiados políticos, a desencadenar la
guerra que liberara a los pueblos oprimidos. “Ha llegado el momento
para una nueva cruzada -proclamaba Brissot el 31 de diciembre de
1791-. Es una cruzada de libertad universal». Isnard ya había
amenazado a Europa con comprometer “a los pueblos en una guerra
contra los reyes”. La guerra se convirtió en el centro de todas las
preocupaciones políticas:

“¡La guerra! ¡La guerra!, escribía un diputado en enero de 1792. Este


era el grito que de todas partes del Imperio llegaba a mis oídos».

El partido de la paz retrasó algún tiempo la entrada en la guerra. Los


triunviratos y los ministros de su grupo eran opuestos a la política
belicosa de la Corte y de la Asamblea. En enero de 1792, Barnave y Du
Port dirigieron a Leopoldo un memorándum recomendándole que
dispersase a los emigrados.

La política de guerra halló en Robespierre su adversario más claro y


obstinado. Sostenido en principio por Danton y algunos periódicos
demócratas, Robespierre resistió casi solo la corriente irresistible que
arrastraba tras los brissotinos al conjunto de los revolucionarios hacia
la guerra. Durante tres meses, con una clarividencia asombrosa,
Robespierre, en la tribuna de los jacobinos, se opuso a Brissot, en
lucha tan tremenda que hizo que se dividiera para siempre el partido
revolucionario. Había comprendido que la Corte no era sincera al
proponer la guerra. En su discurso de 2 de enero de 1792 a los

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

jacobinos, comprueba que la guerra agrada a los emigrados, a la Corte,


a los fayettistas, que el lugar del mal no está solamente en Coblenza:
“¿No se trata de París? ¿No hay, pues, relación alguna entre Coblenza
y otro lugar que no está lejos de nosotros?” Es necesario, sin duda,
llevar a cabo la Revolución y consolidar la nación, pero Robespierre
invierte el orden de urgencia:

“Empezad por tener en cuenta vuestra posición interna: poned el


orden dentro de la nación antes de llevar la libertad fuera”.

Antes de hacer la guerra y enfrentarse con los aristócratas fuera es


preciso dentro dominar a la Corte, depurar al ejército. La suerte puede
ser adversa: el ejército está desorganizado por la emigración de los
oficiales aristócratas; las tropas están sin armas y sin equipos; las
plazas, sin municiones. Tampoco estamos en buenas relaciones con el
pueblo desde el momento que se le lanza a la guerra. Es preciso armar
a los ciudadanos pasivos, reanimar el espíritu público. Incluso en el
caso de lograr la victoria, ésta puede verse en peligro por intentonas
de algún general ambicioso... La oposición clara y valiente de
Robespierre fue insuficiente para detener el impulso.

4. La declaración de guerra (20 de abril de 1792)

La guerra, retrasada por la actitud de Robespierre, se precipitó en los


primeros meses del año 1792. El 9 de diciembre de 1791, los
fayettistas tuvieron éxito, gracias al apoyo de los brissotinos, para
que aceptara la guerra el conde de Narbona, que fue el instrumento de
la política belicosa en el seno del ministerio. El 25 de enero de 1792,
una vez que el elector de Tréveris, asustado, cedió y disolvió las
concentraciones de emigrados, la Asamblea invitó al rey a pedir al
emperador que renunciase a todo tratado y convención dirigidos

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

contra la soberanía, la independencia y la seguridad de la nación: era


exigir la renuncia formal a la declaración de Pillnitz. El ministro de
Asuntos Exteriores, De Lessart, trató de frenar esta política belicosa;
consiguió la expulsión de Narbona.

La formación del ministerio brissotino constituyó la respuesta a la


expulsión de Narbona. La Gironda se enardeció inmediatamente;
Vergniaud denunció a los consejeros perversos del rey. Brissot
pronunció una requisitoria violenta contra el ministro defensor de la
paz. De Lessart fue acusado ante el Tribunal Supremo el 10 de marzo
de 1792. Los demás ministros, asustados, dimitieron. Luis XVI,
siguiendo los consejos de Dumouriez, que tomó a su cargo los asuntos
exteriores, llamó al ministerio a los amigos de Brissot y de la Gironda:
Clavière, en Contribuciones Públicas; Roland, en el Interior; más
tarde, el 9 de mayo, Servan, en la Guerra. Un antiguo agente secreto,
un verdadero aventurero, Dumouriez, que se había unido a la
Revolución por ambición, tenía el mismo propósito que La Fayette:
hacer una guerra corta; después, utilizar al ejército victorioso, con el
fin de restaurar el poder monárquico. Para desarmar a los jacobinos
les concedió algunos cargos: Lebrun-Tondu y Noël, amigo de Danton, a
Asuntos Exteriores; Pache, al Ministerio del Interior. Los ataque a la
Corte cesaron de inmediato en la prensa girondina. Robespierre hizo
una buena jugada al denunciar los compromisos de los intrigantes: la
ruptura fue definitiva entre sus partidarios y la Gironda.

La declaración de guerra a partir de ese momento no se retrasó.


Leopoldo murió súbitamente el 1 de marzo. Su sucesor, Francisco II,
decidido a acabar con ese estado de cosas, era hostil a toda
concesión. No contestó a un ultimátum que se le dirigió el 25 de
marzo. El 20 de abril de 1792 el Rey fue a la Asamblea para proponer
la declaración de guerra al “Rey de Hungría y de Bohemia”, es decir,

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

sólo a Austria y no al Imperio. Unas decenas de diputados votaron tan


sólo contra la declaración de guerra.

La guerra no debía responder a los cálculos de quienes la fomentaban,


ni a los de la Corte, ni a los de la Gironda. Pero contribuyó a exaltar el
sentimiento nacional, aureolando a los girondinos de un prestigio
continuado que las catástrofes que siguieron no permitieron
fácilmente mantener. Si los girondinos, al cabo, se malograron no fue
por haber querido la guerra, que acabó por despertar a la propia
nación, sino por no haber sabido dirigirla.

“Fundadores de la República, escribe Michelet, dignos del


reconocimiento del mundo por haber querido la cruzada del 92 y la
libertad para toda la Tierra, tenían necesidad de lavar su falta del 93,
entrar por la expiación en la inmortalidad”.

II. EL DERROCAMIENTO DEL TRONO (abril-agosto de 1792)

La guerra, que duró de una manera continua hasta 1815 y que


trastornó a Europa, reanimó en Francia el movimiento revolucionario:
la realeza fue la primera víctima.

1. Los fracasos militares (primavera de 1792)

La guerra, para responder a los cálculos hechos por los brissotinos y la


Corte, había de ser rápida y decisiva.

La insuficiencia del ejército y de sus jefes llevó consigo desde el


principio de la campaña una serie de reveses. El ejército francés
estaba en plena descomposición. De 12.000 oficiales, la mitad por lo
menos había emigrado. Los efectivos quedaron reducidos
aproximadamente a unos 150.000 hombres, tropas de combate y

233
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

voluntarios alistados en 1791. El conflicto político y social había


llegado al ejército oponiéndose a la tropa patriota con la dirección
aristócrata: la disciplina se resentía. El alto mando era mediocre: el
mariscal De Rochameau, que había tenido un papel muy importante
en la guerra de América, había envejecido y no tenía confianza en sus
tropas; el mariscal De Luckner, un viejo soldado alemán, era incapaz;
La Fayette no era sino un general político.

No tardaron en aparecer las primeras derrotas. Dumouriez había


ordenado la ofensiva a tres ejércitos que se habían concentrado en la
frontera. Los austríacos no les habían opuesto más que 35.000
hombres. Un ataque brusco les hubiera valido a los franceses la
ocupación de toda Bélgica. Pero el 29 de abril, a la vista de los
primeros austríacos, los generales Dillon y Biron, no fiándose de sus
tropas, ordenaron la retirada; los soldados se consideraron
traicionados y huyeron en desbandada; Dillon fue asesinado. La
frontera estaba al descubierto. En las Ardenas, La Fayette no se había
movido. Los generales hicieron responsables de los reveses a la
indisciplina del ejército y al Ministerio que lo toleraba. El 18 de mayo
de 1792, reunidos en Valenciennes, los jefes militares, a pesar de las
órdenes del Ministerio, declararon imposible la ofensiva y aconsejaron
al rey la paz inmediata. Las verdaderas razones de esta actitud del
alto mando no eran de orden militar, sino de orden público. Siempre
con un sentido muy claro, Robespierre había denunciado el peligro,
desde el 1 de mayo, a los jacobinos:

“¡No! No me fío de los generales; con algunas honradas excepciones,


digo que casi todos echan de menos el antiguo orden de cosas, los
favores de la Corte; no me fío más que del pueblo, sólo del pueblo”.

234
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

La Fayette se había aproximado definitivamente a los lamethistas


para hacer frente a los demócratas; se declaró dispuesto a marchar
sobre París con sus tropas para dispersar a los jacobinos.

2. El segundo conflicto entre el rey y la Asamblea (junio de 1792)

Los reveses militares, la actitud de los generales, su inteligencia con


la Corte, dieron contra los aristócratas, que escarnecían a la nación,
un nuevo impulso al auge nacional, inseparable del auge
revolucionario.

El 26 de abril, en Estrasburgo, Rouget de Lisle lanzaba su Chant de


guerre pour larmée du Rhin, cuyo ardor, a la vez nacional y
revolucionario, no ofrecía duda: en el espíritu de quien lo escribía
como de quienes lo cantaron no se distinguían revolución y nación.
Los tiranos y los viles déspotas que piensan volver a Francia a la
antigua esclavitud son denunciados, pero también la aristocracia, los
emigrados, esa horda de esclavos, de traidores, esos parricidas, esos
cómplices de Bouillé. La patria, esa patria cuyo sagrado amor es
exaltado, y a cuya defensa se llama ( “Oís en los campos aullar a esos
feroces soldados”), es también quien se ha venido enfrentando, desde
1789, contra la aristocracia y el feudalismo.

No se podría separar lo que fue pronto el Himno de los marselleses de


su contenido histórico: la crisis de la primavera de 1792. El auge
nacional y el impulso revolucionario fueron inseparables; un conflicto
de clases sostenía y exacerbaba el patriotismo. Los aristócratas
opusieron el rey a la nación que despreciaban; los del interior
esperaban al invasor con impaciencia; los emigrados combatían en las
filas enemigas. Para los patriotas de 1792 se trataba de defender y
fomentar la herencia del 89. La crisis nacional dio un nuevo impulso a
las masas populares, siempre cercadas por el complot aristocrático, e

235
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

hizo más intenso el movimiento democrático. Los ciudadanos pasivos,


siguiendo los consejos de los propios girondinos, se armaron con
picas, se pusieron el gorro frigio, multiplicaron las sociedades
fraternales. ¿Iban a romper los cuadros censatarios de la nación
burguesa?

“La patria, según Roland escribía a Luis XVI en su célebre carta del 10
de junio de 1792, no es una palabra que la imaginación se haya
dedicado a embellecer; es un ser al que se le hacen sacrificios, a quien
cada día se vincula uno más por causa de sus solicitudes; que se ha
creado con un gran esfuerzo, en medio de una serie de inquietudes, y
a quien se ama, tanto por lo que cuesta como por lo que de el se
espera”.

La patria no se concebía para los ciudadanos pasivos más que con la


igualdad de derechos.

Así, la crisis nacional, al sobreexcitar el sentimiento revolucionario,


acentuaba las oposiciones sociales en el seno mismo del antiguo
Tercer Estado. Además, la burguesía se inquietaba más que en 1789;
muy pronto la Gironda dudó. Se había gravado a los ricos para armar a
los voluntarios; la rebelión agraria estaba latente en Quercy, llegaba
hasta el Bas-Languedoc, mientras que la inflación continuaba sus
estragos y se volvía a las dificultades para la susbsistencia. El asesino
de Simoneau, alcalde de Etampes, el 3 de marzo de 1792, manifestó la
oposición irreductible entre las reivindicaciones populares y las
concepciones burguesas del comercio y de la propiedad. Mientras que
en París, en mayo, Jacques Roux, reclamaba ya la pena de muerte
para los acaparadores, en Lyon, el 9 de junio, Lange, funcionario
municipal, presentaba su Moyens simples et faciles de fixer

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

labondance et le juste prix du pain, mediante la tasa y la


reglamentación. Un espectro rondó desde entonces a la burguesía: el
espectro de la ley agraria. Mientras Pierre Dolivier, párroco de
Mauchamp, tomaba la defensa de los amotinados de Etampes, la
Gironda daba un decreto el 12 de mayo de 1792, a pesar de Chabot,
para que se hiciese una ceremonia fúnebre en honor de Simoneau y su
faja de alcalde fuera colgada en las bóvedas del panteón. De este modo
se precisaba la escisión que muy pronto separaría a la Montaña y la
Gironda, dándose ya a conocer las razones profundas de aquello que la
historia púdicamente llamó el desfallecimiento nacional de los
girondinos: como representantes de la burguesía, ardientemente
vinculados a la libertad económica, los girondinos se amedrentaron
ante la oleada popular que habían desencadenado con su política de
guerra; el sentimiento nacional no fue en ellos bastante fuerte para
acallar la solidaridad de clase.

La política de la Asamblea, bajo el impulso popular, se endureció. Los


brissotinos se daban cuenta de que la Corte apoyaba la rebelión de los
generales. Brissot y Vergniaud, el 23 de mayo de 1792, denunciaron
con violencia al Comité austríaco, que bajo la dirección de la reina
preparaba la victoria del enemigo y de la contrarrevolución. Bajo su
influencia, la Asamblea volvió a la política de intimidación. Se
votaron nuevos decretos, en los que se dictaba la deportación de todo
sacerdote refractario que fuese denunciado por veinte ciudadanos de
su departamento (27 de mayo); disolución de la guardia del rey,
poblada de aristócratas (29 de mayo); formación en París de un campo
de 20.000 guardias nacionales que asistirían a la Federación (8 de
junio). Esta fuerza revolucionaria no solamente cubriría París, sino
que resistiría eventualmente toda tentativa de los generales facciosos.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

La política real sacó partido de los desacuerdos entre los generales y


los ministros. Luis XVI rehusó sancionar los decretos de los
sacerdotes refractarios, a petición de los federados. El 10 de junio,
Roland le dirigió un verdadero requerimiento para que retirase su
veto, demostrándole que su actitud podría provocar una explosión
terrible, haciendo creer a los franceses que el rey estaba de corazón
con los emigrados y con el enemigo. Luis XVI resistió bien: el 13 de
junio despidió a los ministros brissotinos Roland, Servan y Clavière.
Los girondinos hicieron decretar por la Asamblea que los ministros
depuestos merecían la condolencia de la nación. Dumouriez temió que
se le acusase; presentó su dimisión el 15 de junio y partió para el
ejército del Norte. Los cistercienses recobraron el poder. La Fayette,
juzgando el momento favorable, declaró el 18 de junio de 1792 que “la
Constitución francesa estaba amenazada por los facciosos del interior
tanto como por los enemigos del exterior”, y requirió a la Asamblea
para que se opusiera al movimiento democrático.

La jornada del 20 de junio de 1792 fue organizada para presionar al


rey. La negativa de sanción, el reenvío de los ministros girondinos, la
formación de un ministerio cisterciense, daba a entender que la Corte
y los generales se esforzaban por aplicar el programa de los
lamethistas y fayettistas: terminar con los jacobinos, revisar la
Constitución reforzando el poder real y terminar la guerra por medio
de una transacción con el enemigo. Ante esta amenaza, los girondinos
favorecieron la organización de una jornada popular por el aniversario
del juramento del juego de Pelota, y de la huida a Varennes. La
muchedumbre, dirigida por Santerre, marchó sobre la Asamblea,
primero; después se dirigió al palacio para protestar contra la
inacción del ejército, contra el hecho de que el rey rehusara sancionar
los decretos, contra la dimisión de los ministros. El rey, encuadrado
en el marco de una ventana, se puso el gorro frigio, bebió a la salud de

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

la nación, pero rehusó sancionar los decretos ni llamar de nuevo a los


ministros girondinos.

La tentativa de presión política había fracasado. Reforzó incluso la


oposición y en cierto momento benefició al realismo. Pétion, alcalde
de París, fue suspendido. El 28 de junio, La Fayette abandonó el
ejército, presentose de nuevo a la Asamblea para requerir que
disolviese a los jacobinos y castigara a los responsables de la
manifestación del 20 de junio.

3. El peligro exterior y la incapacidad girondina (julio de 1792)

Los girondinos, presos en sus contradicciones, incapaces de resolver


las dificultades internas y externas, fueron sobrepasados por los
elementos revolucionarios de la capital. Consintieron en recurrir al
pueblo, pero en la medida que éste se atuviera a los objetivos que se
le asignasen.

La proclamación de la patria en peligro, el 11 de junio de 1792,


respondía a la gravedad del peligro externo que los girondinos no
sabían cómo conjurar. A principios de julio, el ejército prusiano del
duque de Brunswick cruzó la frontera en línea, seguido del ejército de
los emigrados, dirigidos por De Condé. La lucha iba a tener lugar en
terreno nacional. Ante la inminencia del peligro y olvidando sus
divisiones, los jacobinos no pensaron más que en la salvación de la
patria y de la Revolución; el 28 de junio, en la tribuna del club,
Robespierre y Brissot apelaron a la unión. El 2 de julio, olvidándose
del veto, la Asamblea autorizó a los guardias nacionales para que se
integrasen en la Federación del 14 de julio. El 3, Vergniaud
denunciaba con vehemencia la traición del rey y de sus ministros: En
nombre del rey la libertad ha sido atacada. El 10, Brissot volvía a
coger el mismo tema y planteó claramente el problema político. Los

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

tiranos declaran la guerra a la Revolución, a la declaración de


derechos y a la soberanía nacional. A iniciativa de Brissot, el 11 de
julio de 1792, la Asamblea proclamó que la patria estaba en peligro:

“Tropas numerosas avanzan sobre nuestras fronteras: todos los que


odian la libertad se arman contra nuestra Constitución. ¡Ciudadanos!
La Patria está en peligro”.

Todos los cuerpos administrativos se constituyeron en sesión


permanente; todos los guardias nacionales fueron llamados a las
armas; se organizaron nuevos batallones de voluntarios; en pocos días
se enrolaron 15.000 parisienses. Las proclamas fomentaban la unidad
del pueblo, amenazado en sus intereses más preciados: le llamaba a
participar en la vida política al mismo tiempo que en la defensa del
país.

Las intrigas de la Gironda frenaban, sin embargo, el impulso


patriótico. Ante las amenazas de la Asamblea, los ministros
cistercienses presentaron su dimisión el 10 de julio. Esta dimisión
produjo de nuevo la división en el partido patriota. Los girondinos
quisieron volver al poder; entraron en negociaciones secretas con la
Corte. El 20 de julio, Vergniaud, Gensonné y Guadet escribieron al rey
por intermedio del pintor Bozé; Guadet tuvo una entrevista en las
Tullerías con la familia real. Luis XVI no cedió; dio largas al asunto. Y
así acabó con la Gironda, que había cambiado de actitud ante la
Asamblea, desautorizando la agitación popular y amenazando a los
facciosos. El 26 de julio, Brissot pronuncióse contra el
destronamiento del rey, contra el sufragio universal:

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

“Si existen hombres que pretenden establecer ahora la República


sobre los restos de la Constitución, la espada de la ley caerá sobre
ellos lo mismo que sobre los amigos activos de ambas cámaras y los
contrarrevolucionarios de Coblenza”.

El 4 de agosto, Vergniaud anulaba la deliberación del sector parisiense


de Mauconseil, que declaraba que no reconocía a Luis XVI como rey
de los franceses.

La ruptura se consumó entre el pueblo y la Gironda cuando la política


girondina iba a tener una conclusión lógica. Los girondinos
retrocedían ante la insurrección; temían ser desbordados por las
masas revolucionarias, que, sin embargo, habían contribuido a
movilizar; temían poner en peligro, si no la propiedad, al menos la
preponderancia de la riqueza. Pero, negociando con Luis XVI, después
de haberle denunciado, retrocediendo en el momento en que iban a
dar el primer paso, los girondinos se condenaron, y condenaron con
ellos al régimen de 1791, que sofocaba la nación dentro de sus
cuadros censatarios.

4. La insurrección del 10 de agosto de 1792

No sólo París, sino todo el país, se levantó contra la monarquía,


culpable de pactar con el enemigo. La insurrección del 10 de agosto
no fue obra únicamente del pueblo parisino, sino del pueblo francés,
representado por los federados. Se puede decir que la revolución del
10 de agosto de 1792 fue nacional.

El movimiento patriota estaba en marcha; nada pudo detenerle. Los


sectores parisinos que habían formado un comité central estaban en
sesión permanente. Los ciudadanos pasivos se infiltraron: entraron en
la guardia nacional, siendo al fin admitidos a formar parte de ella por
decreto del 30 de julio. Ese mismo día la sección del Théâtre-Français

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

instituía el sufragio universal en las asambleas generales. Cuarenta y


siete secciones de cuarenta y ocho se pronunciaron por el
destronamiento del rey.

Robespierre tomó la dirección del movimiento jacobino. Ya el 11 de


julio había arengado a los federados: “Ciudadanos, ¿habéis venido a
una vana ceremonia, la renovación de la Federación del 14 de julio?”

Bajo su inspiración fueron redactadas varias peticiones, cada vez más


amenazadoras, que los federados presentaron a la Asamblea,
reclamando el 17 (después el 23 de julio) el destronamiento del rey. Al
ver que los girondinos negociaban de nuevo con la Corte, Robespierre
renovó sus ataques contra ellos, denunciando el 29 de julio el juego
concertado entre la Corte y los intrigantes del Legislativo, reclamando
la disolución inmediata de la Asamblea y su sustitución por una
Convención que reformaría la Constitución. El 25 de julio llegaron los
federados bretones; los marselleses, el 30. Desfilaron por el arrabal
San Antonio cantando el himno, que bien pronto tomaría su nombre.
Por iniciativa de Robespierre, los federados formaron un directorio
secreto.

El manifiesto de Brunswick, redactado en Coblenza, y que se conoció


en París el 1 de agosto, inflamó a los patriotas. Desde los últimos días
de julio la atmósfera de la capital se había exaltado. Se proclamaba en
las calles que la patria estaba en peligro; los alistamientos para el
ejército se llevaban a cabo en las plazas públicas con una ceremonia
de una grandeza austera. Con la esperanza de asustar a los
revolucionarios, María Antonieta había pedido a los soberanos una
declaración amenazadora. Un emigrado la redactó, el duque de
Brunswick la firmó. El manifiesto amenazaba de muerte a los guardias
nacionales y a los vacilantes que se atreviesen a defenderse contra el
invasor. Amenazaba al pueblo parisino, si hacía el menor ultraje a la

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

familia real, con una venganza ejemplar y de recuerdo perenne,


entrando a saco sin condiciones en París. El manifiesto de Brunswick
tuvo un efecto contrario al que había creído la corte: exasperó al
pueblo.

La insurrección, que no había estallado aún a fines de julio, se detuvo


hasta que la petición de las secciones parisinas, que pedían el
destronamiento del rey, hubiese sido presentada a la Asamblea
legislativa. La sección de los Quince-Veinte, en el arrabal San Antonio,
dio a la Asamblea hasta el 9 de agosto el último plazo. El Legislativo
disolvióse ese día sin haberse pronunciado. Durante la noche se tocó a
rebato. El arrabal de San Antonio invitó a las secciones parisinas a
que enviasen al Ayuntamiento comisarios para que se instalasen al
lado de la Comuna legal; después, la instituyeran. Así nació la
Comuna rebelde Los arrabales se levantaron, y con los federados
marcharon hacia las Tullerías, en donde la guardia nacional se había
sublevado. A las ocho aparecieron primero los marselleses. Se los dejó
penetrar en los patios del castillo. Los suizos abrieron entonces fuego
y los rechazaron. Cuando llegaron a los arrabales, los federados, con
su ayuda, volvieron a la ofensiva y entraron al asalto. Hacia las diez, y
por orden del rey, los asediados cesaron el fuego.

Desde el comienzo de la insurrección, y a instancia de Roederer,


procurador general síndico del departamento, adicto a los girondinos,
el rey con su familia había abandonado el castillo para ponerse a salvo
en la Asamblea que estaba al lado, en la sala de Manège. Mientras el
resultado del combate era dudoso, la Asamblea trató a Luis XVI como
rey. Cuando la victoria estaba de parte de los insurrectos pronunció
no el destronamiento, sino la supresión del monarca y votó que se
convocase una Convenció elegida por sufragio universal, como había
propuesto Robespierre.

243
ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

***

El Trono había sido derrocado. Pero con él también el partido


cisterciense, es decir la nobleza liberal y la alta burguesía, que había
contribuido a que estallase la Revolución, y que después intentó, bajo
la dirección de La Fayette, primero, después del triunvirato, dirigirla
y moderarla. En cuanto al partido girondino, que se había
comprometido con la Corte y que se había esforzado por detener la
insurrección, no había salido engrandecido con una victoria que no
era la suya. Los ciudadanos pasivos, al contrario, artesanos y
comerciantes, arrastrados por Robespierre y los futuros montañeses,
habían entrado con brillo en la escena política.

La insurrección del 10 de agosto de 1792 fue nacional en el sentido


pleno del término. Los federados de los departamentos meridionales y
bretones tuvieron un papel preponderante en la preparación y
desarrollo de la jornada. Aún más: las barreras sociales y políticas que
fragmentaban a la nación caían.

Una clase particular de ciudadanos, declara la sección parisina del


Theâtre-Français el 30 de julio de 1792, no tiene facultad para
arrogarse el derecho exclusivo de salvar a la patria.

Llamaba, por tanto, a los ciudadanos, aristocráticamente conocidos


bajo el nombre de ciudadanos pasivos, para que sirvieran en la guardia
nacional, para que deliberasen en las asambleas generales. En
resumen, para que compartiesen el ejercicio de la parte de soberanía
que pertenecía a su sección. El 30 de julio, la Asamblea legislativa
consagró un estado de hecho cuando decretó la admisión de los
pasivos en la guardia nacional.

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ALBERT SOBOUL Compendio De Historia De La Revolución Francesa - (PRIMERA PARTE)

“Mientras el peligro de la patria está en puertas, declara la sección de


la Butte-Moulins, el soberano ha de estar en su puesto: a la cabeza de
los ejércitos, a la cabeza de los negocios; ha de estar en todas partes”.

Con el sufragio universal y el armamento de los ciudadanos pasivos,


esta segunda revolución integró al pueblo en la nación y marcó el
advenimiento de la política democrática. Al mismo tiempo se
acentuaba el carácter social de la nueva realidad nacional. Después de
vanas tentativas, los antiguos partidarios del compromiso con la
aristocracia se eliminaron de por sí: Dietrich intentó levantar a
Estrasburgo; después huyó el 19 de agosto de 1792. La Fayette,
abandonado por sus tropas, se pasó a los austríacos. Pero aún más: la
entrada en escena de los desarrapados (sans-culotterie) arrancaba a la
nueva realidad nacional una fracción de la burguesía. Las resistencias
se afirmaban ya contra esta república democrática y popular que
anunciaba la segunda revolución del 10 de agosto.

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