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Relación entre los estereotipos de género y la violencia

en la relación de pareja en estudiantes de psicología de


universidades privadas de Bogotá

Objetivo General:
Establecer la relación entre los estereotipos de género y la
violencia en la relación de pareja en estudiantes de
psicología de universidades privadas de Bogotá.

Objetivos Específicos:
● Establecer la presencia de los diferentes tipos de
violencia en la relación de pareja en estudiantes de
psicología de universidades privadas de Bogotá.
● Identificar la relación que existe entre los
estereotipos de género, las variables
sociodemográficas (género, edad, estrato) y la
violencia en la relación de pareja en estudiantes de
psicología de universidades privadas de Bogotá.
● Determinar la relación entre los estereotipos de
género y los diferentes tipos de violencia en la
relación de pareja en estudiantes de pregrado de
psicología en las universidades privadas de Bogotá.

Formulación Pregunta de Investigación:


¿Qué relación existe entre los estereotipos de género y la
violencia en la relación de pareja en estudiantes de
psicología de universidades privadas de Bogotá?

Esquema marco teórico


1. Conceptualización de violencia, relación de pareja,
tipos de violencia en la relación de pareja,
dinámica de la violencia de pareja.
2. Contextualización en el ámbito internacional y
nacional
3. Variables sociodemográficas
4. Causas
5. Estereotipos, roles de género
6. Relación entre estereotipos de género y violencia
de pareja
7. Efectos, consecuencias e impacto de la violencia de
pareja
8. Atención y relevancia de los profesionales y
operadores jurídicos
9. Rol del psicólogo en la atención

Justificación
La violencia de pareja es un fenómeno de carácter mundial
que está presente en todas las culturas, clases sociales,
religiones y edades, generando repercusiones en la salud
física y psicológica de las víctimas con consecuencias tan
graves como el feminicidio, filicidio o el suicidio. Estos
conflictos, generados principalmente en espacios privados,
tienden a ocultarse debido a los daños psicosociales que
pueden originarse como dificultades para adaptarse al
trabajo, a la vida familiar, los estudios o la vida social
(Domínguez, García & Cuberos, 2008).
La prevalencia de este tipo de violencia ha generado
que instituciones como la Organización de los Estados
Americanos (OEA) haya reconocido, en la Convención
Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la
Violencia contra la Mujer, como delitos sancionables todas
las manifestaciones de violencia contra la pareja. En el
contexto colombiano se ha creado la Ley 1257 de 2008
dicta normas de sensibilización, prevención y sanción de
formas de violencia y discriminación contra las mujeres;
además, en el 2011, el Ministerio de Protección Social
elaboró el Modelo de Atención Integral en Salud para
Víctimas de Violencia Sexual al ser una de las principales
manifestaciones de violencia por motivos de género o
violencias basadas en el género. Si bien las principales
víctimas son las mujeres, niñas y adolescentes, la VBG
también se ejercen sobre las personas LGBTI (Lesbianas,
Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales) y, en
menor proporción, sobre los hombres.
Pese a la conformación de estas estrategias, las
estadísticas muestran que la violencia de pareja es un
problema de salud pública con incidencia creciente: según
el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias
Forenses (2018) para el 2017 Bogotá fue la región con
mayor número de casos registrados de violencia de pareja
(12583) ubicados en un rango de edad entre los 25 a los 29
años, en comparación al año 2016 con 12888 casos.
Estos antecedentes muestran la necesidad evidente de
formular normas y estatutos que posibiliten disminuir este
fenómeno de salud pública y con ello evitar que se
produzca su reciprocidad. Esta responsabilidad recae en el
psicólogo ya que en la ley 1090 de 2006 dicta normas para
ofrecer servicios afines de la salud que estén dentro de los
estándares profesionales.
Este fue el hecho que animó la presente investigación.
Se busca concienciar a los profesionales en psicología,
quienes además de conformar el grupo interdisciplinario
para la atención terapéutica de la violencia en pareja
deberán contar con las competencias necesarias para
enfrentar estos casos con eficacia y responsabilidad social.
Para ello, se considera necesario que los profesionales en
psicología cuenten con la capacidad de modificar sus
percepciones frente a la violencia de pareja y generen
relación o impacto a nivel personal.
A nivel institucional, este estudio puede ser un marco
de referencia que le permitiría a las diferentes líneas y
grupos de investigación existentes de “Enlace” disponer de
bases promisoras (teóricas y conceptuales) para las nuevas
generaciones de psicólogos; además de aportar nuevas
reflexiones a los programas de prevención e intervención
de formación de salud mental instruidos en la universidad,
enfatizando especialmente a aquellos sobre la violencia de
pareja.

Marco Teórico
La violencia es un fenómeno que se presenta en formas
disímiles y “es un término que forma parte de múltiples
discursos cotidianos y disciplinares, que aparecen en
contextos explicativos e interpretativos diversos”
(Hernández, 2002, p.59). Este abordaje múltiple ha
convertido a la violencia en una expresión compleja que
requiere ser observada desde diversos campos del
conocimiento con el propósito de caracterizar sus causas,
las formas en que se presenta y las dinámicas o funciones
que asume (Martínez, 2016).
En este sentido, Labrador, Rincón, De Luis, &
Fernández (2004) aluden al término de violencia como un
patrón de conductas abusivas que incluye un rango de
maltrato físico, sexual, psicológico o patrimonial, usada
por una persona en algún tipo de vínculo o relación con
una persona para ganar o mantener el poder, control y
autoridad sobre ella. Esta perspectiva muestra que la
violencia se expresa con diferentes acciones, actores y
espacios, provocando que al hacer uso de esta palabra sea
necesario etiquetarla con alguna taxonomía: violencia de
género, intrafamiliar, escolar, de pareja, entre otras. Cabe
añadir que estas situaciones se han originado a partir de
procesos históricos y socioculturales distintos (Martínez,
2016;Hernández, 2002; Sémelin, 1983, citado en Blair,
2009).
Con este apartado se pretende introducir un esbozo
conceptual acerca de algunos de los tipos de violencia que
se tratarán a lo largo de este trabajo, revisando
principalmente informes emanados por parte de la
Organización Mundial de la Salud y los escritos de
Labrador, et al. (2004) y Echeburúa & Corral (2002).

a. Violencia Física: Definida como cualquier conducta


que afecta el organismo de otra persona generando
una lesión física, enfermedad, daño, dolor o
incapacidad en algún miembro del cuerpo. Algunos
ejemplos en los cuales se presenta este fenómeno
pueden ser los golpes, puñetazos, patadas, empujones,
abofeteadas, estrangulamientos o mediante el uso de
objetos, armas o sustancias químicas. Este tipo de
violencia es la más evidente, la más fácil de identificar
y la que posee una mayor relevancia (Echeburúa &
Corral, 2002; Labrador, et al., 2004). Una clasificación
que puede darse para la violencia física radica tanto en
el tiempo que tardan las lesiones en sanarse como en
la gravedad del daño infligido: un rango leve incluiría
las cachetadas, empujones, pellizcos, así como
fracturas, golpes con objetos o heridas ocasionadas
con arma blanca. En el rango moderado se encuentran
aquellas lesiones que dejan alguna cicatriz permanente
y que ocasionan una discapacidad temporal, mientras
que en el rango grave se incluyen los actos que ponen
en peligro la vida, dejan una lesión permanente en
órganos internos o que llegan a ocasionar la muerte
(Rodríguez, 2007).
b. Violencia Psicológica: Implica una conducta física o
verbal que, de manera activa o pasiva, convergen
hacia la intimidación, desvalorización, sufrimiento o
culpabilidad en la víctima por acciones como
amenazas, humillaciones, ridiculizaciones, aislamiento
social o económico. Otras conductas concomitantes
tienen que ver con el comportamiento controlador y
dominante del agresor: aislando a su víctima de sus
familiares y amigos, vigilando sus movimientos,
restringiendo su acceso a recursos financieros, a su
empleo, educación, atención médica o las redes
sociales. Es prudente resaltar que este tipo de
violencia no es tan fácil de identificar cuando la
persona merma su importancia o justifica la situación
(Echeburúa & Corral, 2002; Labrador, et al., 2004;
OMS, 2013; Ley 1257, 2008).
c. Violencia Sexual: Se identifica cuando hay cualquier
tipo de intimidad sexual forzada mediante la
intimidación, amenazas o por estar un estado
inconsciente; no sólo puede ser por penetración
vaginal o anal sino por tocar o abusar de las partes
íntimas del cuerpo de otra persona (Echeburúa &
Corral, 2002; Labrador, et al., 2004). En este
panorama, el Estudio Multipaís de la OMS (2005) la
define como actos en los cuales una mujer “fue
forzada físicamente a tener relaciones sexuales en
contra de su voluntad, tuvo relaciones sexuales contra
su voluntad por temor a lo que pudiera hacer su
pareja, fue obligada a realizar un acto sexual que
consideraba degradante o humillante” (p.2).

Aunado a estas perspectivas, otro acontecimiento que


amplificó la tipología de la violencia fue la declaración
efectuada por la Asamblea Mundial de la Salud en 1996
por conducto de la resolución WHA49.25 en la que
manifestaba que la violencia era un importante problema
de salud pública en todo el mundo. Por eso, esta entidad le
solicitó a la OMS caracterizar los diversos tipos de
violencia y los vínculos entre ellos.

d. Violencia Autoinfligida: “Comprende el


comportamiento suicida y las autolesiones. El
primero incluye pensamientos suicidas, intentos de
suicidio —también llamados “parasuicidio” o
“intento deliberado de matarse” en algunos países—
y suicidio consumado” (OMS, 2013, p.6).
e. Violencia Interpersonal: Esta categoría incluye dos
secciones:
 Violencia Familiar o de Pareja: “se produce
sobre todo entre los miembros de la familia o
de la pareja, y que, por lo general, aunque no
siempre, sucede en el hogar” (OMS, 2013,
p.7). Se hace referencia en el maltrato que
pueden recibir los menores, la pareja o las
personas mayores.
 Violencia Comunitaria: “se produce entre
personas que no guardan parentesco y que
pueden conocerse o no, y sucede por lo
general fuera del hogar” (OMS, 2013, p.7).
Algunos de los contextos en los que pueden
acontecer estos tipos de violencia son los
colegios, sitios de trabajo, entre otros.
f. Violencia Colectiva: Las subcategorías originadas
indican los posibles motivos de la violencia cometida
por grupos de individuos o por el estado:

La violencia colectiva infligida para promover intereses


sociales sectoriales incluye, por ejemplo, los actos
delictivos de odio cometidos por grupos organizados, las
acciones terroristas y la violencia de masas. La violencia
política incluye la guerra y otros conflictos violentos
afines, la violencia del Estado y actos similares llevados a
cabo por grupos más grandes. La violencia económica
comprende los ataques por parte de grupos más grandes
motivados por el afán de lucro económico, tales como los
llevados a cabo con la finalidad de trastornar las
actividades económicas, negar el acceso a servicios
esenciales o crear división económica y fragmentación.
Evidentemente, los actos cometidos por grupos más
grandes pueden tener motivos múltiples (OMS, 2013, p.7).

Ilustración 1: Tipología de la Violencia propuesta por la


OMS

Fuente: (OMS, 2013)


Al revisar la literatura, Walker (1979) propone un cilco de
violencia conformado por tres fases, tal y como se ilsutra
en la Ilustración 2:

Ilustración 2: Ciclo de la Violencia

Fuente: (Walker, 1979)

La acumulación de tensión se caracteriza por agredir


psicológicamente a otra persona o tener cambios fuertes en
el estado de ánimo. En cuanto a las manifestaciones físicas
se pueden presentar algunos golpes leves, empujones, o
pequeños roces conforme aumenta la hostilidad. La
víctima puede minimizar la situación, ignorar las
agresiones o insultos o negar las dificultades o problemas,
creyendo que dicha situación podrá mejorar. La tensión
aumenta, el poco control que se tiene se pierde, el
maltratador o agresor toma poder frente a la situación al
ver que su víctima aparentemente acepta sus agresiones, de
esta manera se siente con el derecho y poder de continuar
ejerciendo violencia contra la otra persona (Labrador, et
al., 2004; Echeburúa, Amor, & Fernández, 2012).
La segunda parte del ciclo, de explosión o agresión,
consiste en la descarga de toda la tensión retenida en la
etapa anterior, conllevando a un aumento de las condcutas
agresivas donde se ejerce la violencia en un nivel grave.
En esta fase, cuyo lapso es breve, no hay ningún tipo de
control y el agresor empieza a justificar sus actos,
agresiones o insultos (Labrador, et al., 2004; Echeburúa, et
al., 2012).Finalmente, en el arrepentimiento, reconciliación
o “Luna de Miel” el agresor se da cuenta que ha tenido un
episodio descontrolado al dejarse llevar por sus emociones,
pensamientos y/o sentimientos, llegando a sentirse triste o
culpable y deseando no volver a cometer esa clase de
agresiones. Su comportamiento será de carácter neutral o
cariñoso y la victima confía en que las situaciones
violentas no volverán a presentarse, por lo que niega u
olvida la gravedad de los hechos. No obstante, sólo es una
etapa más del ciclo (Labrador, et al., 2004; Echeburúa, et
al., 2012).
Conviene señalar que no todas las fases se presentan en
un orden estricto: la violencia aparece en cualquier
instante, no tienen un tiempo determinado y su ritmo no es
regular. Usualmente, la etapa de tensión suele ser la más
larga mientras que la explosión tiende a ser la más corta. A
través del tiempo puede aumentar la brevedad de cada una
de las fases y en ocasiones la fase de arrepentimiento
puede desaparecer, conllevando a que exista una rápida
transición entre la acumulación de la tensión y la
explosión, haciendo que la violencia se generé en niveles
más graves (Labrador, et al.,2004; Echeburúa, et al., 2012).

Siguiendo a De La Rubia & López (2013), este tipo de


violencia “incluye tanto el ejercicio consciente del poder
para imponerse o controlar a la otra persona como las
reacciones automáticas de irritación y ataque ante
situaciones molestas, frustrantes, de peligro o agresión
dentro de la pareja” (p.297). Este fenómeno psicosocial
ocurre a nivel mundial independientemente del grupo
social económico, religioso o cultural, afectando a ambos
sexos. Además, el Instituto Nacional de Medicina Legal y
Ciencias Forenses (INMLCF, 2010) la describe como uno
de los cuatro tipos de violencia intrafamiliar.
La violencia en las relaciones de pareja puede
explicarse a partir de sus características intrínsecas. Frente
a esto, Pérez, Fiol, Palmer, Espinosa, & Guzmán, 2006
aseveran que algunos modelos explicativos sustentaban los
orígenes del problema en las características individuales de
las mujeres o de los varones. Posteriormente se pasó a
manejar explicaciones más amplias “incluyendo tanto
teorías sociológicas (como la perspectiva de la violencia o
el conflicto familiar o como la perspectiva feminista)
como psicológicas (teoría del aprendizaje social, del
intercambio, del estrés)” (p. 251). A pesar de que estos
aspectos brindan un fundamento explicativo con respecto a
la violencia de pareja no implica que tengan un grado de
relevancia superior: es necesario contemplar la violencia
en la relación de pareja a partir de diversos puntos de vista
heterogéneos.
Las investigaciones de índole nacional e internacional
sobre la violencia en la relación de pareja muestran que
“la abrumadora carga de violencia infligida por la pareja
es sobrellevada por las mujeres” (Organización
Panamericana de la Salud, 2003, p.1) y aunque las mujeres
pueden agredir a sus parejas masculinas, a menudo en
defensa propia, la violencia también se da a veces en las
parejas del mismo sexo (OPS, 2003).

Las variables sociodemográficas son un componente


importante a la hora de realizar una investigación, ya que
nos permiten agrupar en categorías las muestras
poblacionales que vamos a indagar, algunas de las
variables más frecuentes de agrupación son: edades,
escolaridad, profesión, estado civil, entre otros. Encontrar
relación entre el problema de la violencia de pareja y las
variables sociodemográficas que vamos a incluir en
nuestra investigación podría ser concluyente, ya que al
centrarnos en una variable que denota relación
obtendremos un cambio positivo para la disminución de la
violencia de pareja, centrado en la prevención. En este
sentido, Rey (2002) manifiesta que:

Quizá el grupo de factores asociados con la violencia


intrafamiliar más importante es el relacionado con los
rasgos sociodemográficos de los miembros de las familias
en las que se presentan situaciones recurrentes de violencia
(…) en el caso de la violencia conyugal o de pareja, el
estudio de estos factores brinda la posibilidad de planear
campañas de prevención primaria y secundaria que
reditúen también en la prevención del maltrato infantil, la
delincuencia juvenil y los problemas de conducta infantil,
debido a la estrecha asociación que empíricamente se ha
encontrado entre esta problemática (p.82).

Una de las formas de violencia de género es la


"violencia contra las mujeres" que abarca muchas formas
de violencia, incluida la violencia por parte de su pareja
(violencia de pareja) y violaciones / asalto sexual y otras
formas de violencia sexual perpetradas por alguien que no
sea su pareja, así como la mutilación genital femenina y la
trata de mujeres (Instituto Nacional de Salud, 2014).

Más de un tercio de la población mundial de mujeres se


ha visto afectada por violencia física o sexual
encontrándose que, en cifras de la OMS (2013), un 30% de
las mujeres sufren violencia sexual por su pareja o
expareja, un 42% sufren lesiones físicas moderadas y
severas mientras que el 30% son víctimas fatales de la
agresión. Esto puede generar problemas con el uso de
licor, sustancias psicoactivas y generar infecciones de
transmisión sexual, embarazos no deseados, abortos y
niños con bajo peso al nacer (OMS, 2013).

Una mirada a las estadísticas recopiladas por ONU


Mujeres (2013) alude que:
 Entre un 15% y un 76% de las mujeres sufren
violencia física y/o sexual a lo largo de su vida.
 Hasta un 50% de las agresiones sexuales son
cometidas contra chicas menores de 16 años.
 Alrededor de 150 millones de chicas menores de
18 años sufrieron algún tipo de violencia sexual
en 2002.
 La primera experiencia sexual de
aproximadamente el 30% de las mujeres fue
forzada. El porcentaje es incluso mayor entre las
que eran menores de 15 años en el momento de su
iniciación sexual, y hasta un 45% denunció que la
experiencia fue forzada.

Entonces ¿por qué no abandonan las mujeres a una pareja


violenta? Según uno de los estudios del OMS (2013)
existen varios indicios por los cuales una mujer permanece
en una relación violenta (p.3):
 Temor a represalias.
 Falta de otros medios de apoyo económico.
 Amor y esperanza de que su pareja cambie.
 Falta de apoyo de familiares o amigos.
 Posible pérdida de la custodia de sus hijos.
Con el tiempo, “muchas mujeres maltratadas si
abandonan a sus parejas (…). Entre los factores que
parecen conducirlas [a tomar esta decisión] figuran el
aumento de la gravedad de la violencia, que la lleva a
darse cuenta de que él no cambiará” (OMS, 2013, p.3).

El Diario La Nación (2013) expone que la violencia en


América Latina “es a la vez producto de las
transformaciones políticas recientes, de las desigualdades
generadas por el crecimiento económico pero también de
una cultura de la violencia de larga data”. Hay numerosas
investigaciones sobre la violencia contra la mujer en
América Latina y el Caribe, pero los estudios han definido
y medido la violencia de maneras tan diversas que a
menudo resulta difícil comparar resultados en la Región.
Tanto el Estudio Multipaís sobre Salud de la Mujer y
Violencia Doméstica de la OMS (2013) como el
GENACIS (Estudio Internacional sobre Género, Alcohol y
Cultura) han recogido datos comparables sobre la
violencia en múltiples países utilizando cuestionarios
estandarizados; sin embargo, presentan resultados
parcializados al haber recolectado datos de una o dos
zonas por país en lugar de utilizar muestras nacionales.
Entre el 2003 y el 2009 se llevaron a cabo las Encuestas
Demográficas y de Salud (DHS, por sus siglas en inglés) y
las Encuestas de Salud Reproductiva (RHS, por sus siglas
en inglés) en 12 países (Bolivia, Colombia, Ecuador, El
Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Jamaica,
Nicaragua, Paraguay, Perú y República Dominicana),
evidenciando los siguientes resultados:
 El maltrato emocional y los comportamientos
controladores están generalizados en estos países
(Organización Panamericana de la Salud, 2013,
p.6).
 Las mujeres señalan muchas situaciones diferentes
que ‘desencadenan’ violencia de parte del
compañero íntimo, pero en casi todos los entornos
el consumo de alcohol por parte de este
desempeña un papel importante (OPS, 2013, p.7).
 Una gran proporción de mujeres de América
Latina y el Caribe informan haber sufrido
violencia sexual en algún momento de su vida,
perpetrada principalmente por hombres conocidos
por ellas (OPS, 2013, p.9).
 La exposición a la violencia en la niñez aumenta el
riesgo de otras formas de violencia en etapas
posteriores de la vida y tiene importantes efectos
intergeneracionales negativos (OPS, 2013, p.9).
 Está generalizado en la Región el acuerdo con
normas que fortalecen las desigualdades de género
desanima a las mujeres de pedir ayuda o restan
importancia a la responsabilidad de terceros de
intervenir en situaciones de malos tratos (OPS,
2013, p.10).

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Demografía y


Salud elaborado por Profamilia y el Ministerio de Salud
(2015) la violencia de pareja:

Se ejerce contra las mujeres en mayores proporciones que


contra los hombres y con manifestaciones específicas. De
acuerdo con los tipos de violencia establecidos en la ley
1257 de 2008, 31.9% de mujeres alguna vez unidas reportó
que su pareja o expareja había ejercido violencia física
contra ellas; 7.6% que su pareja o expareja había ejercido
violencia sexual; 31.1% manifestó ser víctima de violencia
económica y 4.4% [expresó] ser víctima de violencia
patrimonial. Por su parte, 22.4% de hombres (…) reportó
haber sufrido violencia física, 1.1% violencia sexual;
25.2% violencia económica y 2.2% violencia patrimonial
(p.43).

En el año 2017 el INMLCF realizó 50.072 peritaciones en


el contexto de la violencia de pareja, de las cuales el 86%
(43.176) corresponden a mujeres.

Durante el periodo 2008-2017 el sistema médico legal


colombiano realizó 531.046 valoraciones por violencia de
pareja tanto a hombres como a mujeres. Es decir, un
promedio de 53.105 valoraciones por año. La tasa más alta
por cada cien mil habitantes durante este periodo se
presentó en el año 2009 (168,13) y la más baja en el 2013
(116). Para el año 2017 la tasa fue de 123 casos por cada
cien mil habitantes, con descenso de 3,2 puntos,
representados en 635 casos menos de los registrados en el
año 2016 (Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias
Forenses, 2018).

En cuanto a los grupos de edad, la violencia contra las


mujeres en las relaciones de pareja tiene un incremento
significativo desde los 15 hasta los 24 años. Mientras que
se realizaron 2356 valoraciones para las mujeres entre los
18 y los 19 años, los casos de maltrato en el conglomerado
entre los 20 y 24 años fue cuatro veces mayor con 9438
casos (INMLCF, 2018). Por otra parte, el porcentaje de
adultas mayores víctimas fue de 0.82% con 414 casos.

Al analizar los factores de vulnerabilidad que hace a estas


personas ser víctimas de agresión por parte de su pareja se
destacaron los siguientes:

 Consumo de sustancias psicoactivas.


 Ser mujer cabeza de hogar.
 Ser mujer campesina o trabajadora del campo.
 Ser desplazada.
 Pertenecer a un grupo étnico.
En cuanto a las parejas que están constituidas por personas
con una orientación sexual diversa (LGBTI) se
evidenciaron 100 casos en los cuales

Las parejas conformadas por hombres se concentraron el


mayor número de casos (53, 0,77%). Vale la pena aclarar
que para este tipo de violencia pertenecer al sector social
LGBTI no es considerado estrictamente como un factor de
vulnerabilidad, teniendo en cuenta que la conformación o
elección de la pareja se hace de una forma libre y
consensuada (INMLCF, 2018, p.264).

En el ámbito geográfico, Bogotá registro en el 2017 un


total de 12488 eventos de violencia conyugal, siendo las
mujeres las más afectadas (83% de las ocasiones). El modo
como este tipo de violencia se distribuye en la ciudad
permite identificar elementos básicos para entender el
comportamiento del fenómeno. En primer lugar, se
observa que las agresiones de pareja no son exclusivas de
ciertos niveles socioeconómicos, ya que se ubican –en
mayor o menor medida– en todos los estratos de la ciudad.
De tal manera que el 56,2% se concentra en los estratos 1
y 2, el 36,4 % en 3 y 4 y el 1,9 % en 5 y 6.
Cabe resaltar en este punto que la violencia de pareja, al
tratarse de problemas enmarcados dentro de una relación
íntima, supone un subregistro importante en el número de
denuncias y de casos registrados, ya que existe el temor al
estigma y al señalamiento que puede ser diferente
dependiendo del nivel socioeconómico en el que se
encuentre la víctima (INMLCF, 2018).

Finalmente, las localidades donde más se presenta esta


problemática son Kennedy (13%), seguido de Bosa (12%),
Ciudad Bolívar (12%), Engativá (10%) y Suba (8%).
Aunque pareciera evidente la ubicación del problema, el
análisis espacial sugiere que existen áreas específicas que
presentan altos niveles de concentración en localidades
que, en general, no reportan muchos registros, como es el
caso de zonas situadas en Rafael Uribe Uribe, Santa fe,
Usaquén, Chapinero y Fontibón, entre otras (INMLCF,
2018).

Modelo Ecológico

Con lo expuesto hasta ahora surge una interrogante:


¿existe algún criterio lógico o racional que permita
comprender por qué la violencia de pareja ocurre y/o se
mantiene? Existen múltiples propuestas que pretenden
brindar una explicación acerca de los episodios de
violencia acontecidos en el contexto de las relaciones de
pareja abordando ópticas socioculturales, educativas,
estructurales, biológicas, de género, de ejercicio de poder
contra la mujer, entre otros (Boonzaier, 2008, citado en
Martínez, 2014).
El modelo biológico de Rivas (2001, citado en
Martínez, 2014) considera que en la agresividad influyen
factores genéticos, encontrándose una relación funcional
entre bioquímica y conducta. En la perspectiva
psicopatológica se explica el comportamiento agresivo de
los victimarios debido a trastornos mentales, encontrando
entre las psicopatologías de los agresores la impulsividad,
la paranoia (delirios celotípicos), la inseguridad, trastornos
de personalidad depresiva y sádica (López, 2004, citado en
Martínez, 2014).
Otra propuesta se relaciona con la indefensión
aprendida que bajo la mirada de Ferreira (1991, citado en
Martínez, 2014) ocurre porque la víctima no puede
controlar la conducta violenta impredecible de su pareja,
suscitando una conducta sumisa que permite la agresión
aun cuando la víctima dispone de opciones como la
evitación o escape, lo cual se traduce en un
condicionamiento que experimenta una adaptación a la
violencia.
La teoría del aprendizaje social explica que la conducta
violenta es aprendida en el hogar, cuyos miembros la
repiten posteriormente cuando forman sus propias familias
(Rivas, 2001, citado en Martínez, 2014). Para él, los
procedimientos mediante los cuales se lleva a cabo el
aprendizaje de la conducta social en la edad adulta son los
mismos que explican su adquisición temprana en la
infancia; esto es, el modelado, las instrucciones y las
contingencias, entendiendo entonces que permanentemente
se imita elementos de la conducta social de los sujetos con
los cuales se interactúa de forma cotidiana (vocabulario,
gestos, patrones de conducta). Desde esta perspectiva, las
conductas de violencia que se presentan en las relaciones
de noviazgo de jóvenes pueden explicarse en función de si
se posee o no en su repertorio conductual comportamientos
sociales idóneos para la solución de problemas y asumir
una relación afectiva
Por último, el modelo de déficit conductual sucede
cuando la persona no posee en su repertorio
comportamientos sociales adecuados —posiblemente por
la escasez de experiencias, un patrón cultural machista que
inculca la subordinación y pasividad femenina— podría
tener limitaciones para tomar la iniciativa o puede omitir
opiniones por consideración a los otros. En esta línea de
pensamiento, si la persona posee un repertorio de
comportamientos sociales adecuados puede ser que
algunos factores interfieran en su presentación; por
ejemplo, ciertas cogniciones inadecuadas sobre las
relaciones interpersonales pueden generar dificultades en
el desempeño social tales como, obtener la aprobación de
otros o la necesidad de depender de alguien más fuerte
(Aroca et al., 2012, citados en Martínez, 2014).

Aunque estas apreciaciones intentan esclarecer las


conductas que suscitan la violencia de pareja hay un
modelo que se ha destacado por explicar la violencia
intrafamiliar y de pareja a partir de una perspectiva
holística: el modelo ecológico. Abordado por Corsi (1994,
citado en Martínez, 2014) a partir de una realidad
doméstica, social y cultural como un sistema compuesto
por diferentes subsistemas que se articulan entre sí de
forma dinámica. Por otra parte, la OPS (2013) es enfática
al indicar que este modelo es el más utilizado para
comprender el problema de la violencia al presentarla en
cuatro dimensiones: individual, relacional, comunitario y
social. Esta conceptualización y delimitación de las formas
en que se presenta la violencia de pareja han llevado a los
investigadores a examinar los datos obtenidos en estos
niveles para conocer más sobre los factores asociados con
las variaciones de la prevalencia.
El nivel individual abarca los factores que pueden
incitar a un hombre a cometer actos de violencia en contra
de su pareja como: su juventud, un bajo nivel de
instrucción, haber sido testigo o víctima de violencia en la
niñez, consumo nocivo de alcohol o drogas, trastornos de
la personalidad, aceptación de la violencia (por ejemplo,
considerar aceptable que un hombre golpee a su pareja) y
antecedentes de maltrato infligido a sus parejas anteriores.
Simultáneamente, los factores asociados a que una mujer
sufra violencia a manos de su pareja incluyen: bajo nivel
de instrucción, exposición a violencia entre sus padres,
haber sido víctima de abuso sexual en la niñez, aceptación
de la violencia y exposición anterior a otras formas de
maltrato.
La dimensión relacional se enfoca en los conflictos o
insatisfacciones generados en la relación, el dominio de los
varones en la familia, las dificultades económicas, los
casos en que un hombre tiene múltiples compañeras
sexuales y disparidad de logros los educativos (es decir;
que la mujer tenga un nivel de instrucción más alto que el
de su compañero íntimo).
Finalmente, los factores comunitarios y sociales podrían
citarse normas sociales de género no equitativas
(especialmente las que asocian la virilidad con el dominio
y la agresión), pobreza, baja posición social y económica
de la mujer, sanciones jurídicas débiles en casos de
violencia de pareja dentro del matrimonio, sanciones
comunitarias débiles en caso de violencia de pareja, amplia
aceptación social de la violencia como una forma de
resolver conflictos y conflicto armado y altos niveles
generales de violencia en la sociedad.
Cabe reconocer que en muchos entornos hay creencias
arraigadas sobre los roles de género y actos violentos que
perpetúan la violencia de pareja. Este fenómeno puede
observarse en la siguiente gráfica:
Ilustración 3: Modelo Ecológico propuesto por Galindo

Fuente: (Galindo, 2017)

En relación con esta perspectiva, Puente-Martínez,


Ubillos-Landa, Echeburúa, & Páez (2015) señalan que este
modelo proporciona un marco teórico dentro del cual se
consideran las relaciones específicas entre los predictores
de la violencia y de la agresión en la pareja. En este
abordaje hay un flujo unidireccional y continuo a partir de
un macrosistema hasta el componente individual,
provocando que ninguno de los niveles propuestos en esta
teoría tenga un grado de relevancia mayor, pues lo
distintos niveles se implican entre si. Siguiendo este
postulado, las características de cada país influyen en el
alcance de la violencia en general y en la pareja en
particular; por ejemplo, desde la macro-estructura influyen
los niveles de globalización, el ámbito político, económico
y los aspectos culturales; en el exosistema se incluyen las
estructuras individuales formales e informales, en el
microsistema se sitúan los grupos o unidades de
interacción que influyen en la actualización y transmisión
de la violencia que hacen referencia al contexto de la
relación, al nivel de satisfacción o la armonía familiar;
finalmente, el nivel individual integra las características
individuales y referidas a la historia de abusos.
Otros autores ponen énfasis en la interacción de los
procesos individuales y sociales, ya que consideran que los
atributos psicológicos individuales pueden funcionar como
variables predisponentes que actúan en combinación con
determinados factores sociales como variables
desencadenantes (Pueyo y Redondo, 2007, citados por
Puente-Martínez et al., 2015).
Siguiendo a Puente-Martínez et al. (2015), es posible
brindar explicaciones que hacen referencia a alguno de los
niveles sugeridos: las teorías feministas enfatizan lo
societal, es decir la estructura patriarcal, el papel de las
actitudes y los roles sexuales en la configuración de las
relaciones de poder y de abuso a la pareja, centrándose en
los procesos de socialización facilitadores e inhibidores
como la familia, la escuela y los medios de comunicación.
Los sociólogos se centran en el análisis del contexto social
como determinante de la conducta, así como en la
exploración de las teorías psicológicas en las diferencias
individuales en víctimas y agresores basadas en las
características psicológicas y rasgos de personalidad y los
del aprendizaje explican la agresión a partir de la
exposición a modelos violentos, subculturas violentas,
confrontaciones o situaciones de crisis sociales intensas
(Pérez et al., 2006; Echeburúa, Sarasua, Zubizarreta, Amor
y Corral, 2010, citados por Puente - Martínez et al., 2015).
En torno a esto Alencar-Rodrigues y Cantera, (2012,
citados en Rodríguez-Miñon, 2016) conceptualizan la
violencia de género en el ámbito de la pareja como una
pauta de domesticación y amansamiento de la mujer; en
consecuencia, el maltrato se percibe como una pauta de
control hacia la mujer que puede ser ejercida en el
momento en que esta rompe y transgrede las normas y
roles de género tradicionales.
En relación con los discursos anteriores se infiere que
uno de los orígenes y causas principales de la violencia
contra la mujer —en el ámbito de las parejas
heterosexuales— radica en la histórica desigualdad entre
hombres y mujeres; no obstante, es posible aseverar que la
violencia de género es producto de una serie de
circunstancias que interactúan entre sí y que determinan la
aparición de la violencia, cuyas raíces se asientan en
factores individuales, relacionales, comunitarios y sociales.
También conviene señalar que la perspectiva de género
puede ser el más influyente de los condicionantes para
explicar la violencia de género, pero no puede catalogarse
como la única ni última explicación de este fenómeno
(Lonzi, s.f.; Alencar-Rodrigues y Cantera, 2012, citados en
Rodríguez-Miñon, 2016).
De manera análoga, Lori Heise (1998, citado en
Rodríguez-Miñon, 2016) sugiere adoptar la perspectiva
ecológica para explicar la violencia de género en el ámbito
de la pareja de manera integradora: si bien la violencia en
contra de las mujeres dentro del ámbito de la pareja es un
fenómeno complejo y muy arraigado dentro de las
relaciones de poder, son diversas las causas que originan la
violencia de género, demandando visualizar la interacción
entre los factores culturales, sociales y psicológicos. Otras
autoras como Gabriela Ferreira (1992)
Otras autoras como Gabriela Ferreira (1992) también
han propuesto adoptar el modelo ecológico para salir de un
esquema estrecho y que posibilite entender la violencia de
género desde una perspectiva integradora, punto de vista
que es compartido por organismos internacionales como la
OMS, UNIFEM o la APA al sugerir el uso de la
perspectiva ecológica. De hecho, también algunos
organismos internacionales como la OMS, UNIFEM o la
APA han recomendado el uso de la perspectiva ecológica
para explicar la violencia de género en la pareja e
identificar los factores de riesgo y de protección que
puedan hacer frente a esta problemática (Alencar-
Rodrigues y Cantera, 2012, citados en Rodríguez-Miñon,
2016). Con ello, se pretende obtener pautas más
incluyentes que conduzcan a un abordaje mucho más
productivo y certero sobre las necesidades de la población
objeto de estudio en este trabajo.

Estereotipos y Roles de Género a partir del Modelo


Ecológico

Retomando el planteamiento de Corsi (1994, citado en


Martínez, 2014) puede comprenderse cómo cada uno de
los niveles afecta a los estereotipos de género. En el plano
individual el estereotipo de género se asocia con la
aceptación de la violencia (por ejemplo, considerar
plausible que un hombre golpee a su pareja) y los
antecedentes de maltrato infligido a sus parejas anteriores.
Situaciones como en las que “la esposa no atiende
oportunamente las necesidades de su esposo” pueden
acarrear un sinnúmero de situaciones conflictivas en las
cuales la fuerza física conlleva a ejercer la violencia sobre
la mujer. Una acentuación de este tipo de sucesos ocurre
cuando la mujer estuvo expuesta en su niñez o juventud a
visualizar la violencia entre sus padres, donde su
progenitora justificaba o minimizaba las agresiones y ella
imitó esta pauta de comportamiento, generando que el
vínculo violento no tenga ningún aspecto positivo.
El factor relacional presenta tres pautas intrínsecas
relacionadas con los estereotipos de género y que
favorecen la violencia de pareja:
 Las dificultades económicas en el núcleo familiar
generadas por la pérdida de trabajo del hombre lo
desligan de su rol de proveedor, conllevando a
generarle una desestabilidad e irritabilidad que lo
hará más propenso a ejercer violencia sobre su
pareja.
 La disparidad de los logros educativos y laborales
no suelen ser bien tolerados por el ego masculino
(nuevamente por lo que se espera del hombre
socialmente y el machismo imperante en la
actualidad); ante esto, algunos hombres no siempre
manejan estos criterios de forma asertiva y si
sienten que esto es motivo de reproche por parte de
su pareja o motivo de burla en su contexto, su
relación puede deteriorarse y llevar a una violencia
de pareja.
 La influencia negativa de los compañeros y colegas
del mismo nivel social puede promuever una
expresión de la masculinidad que considera normal
la violencia, la agresión y la inferioridad hacia la
mujer (tanto en su hogar como en la comunidad y
el lugar de trabajo). Esto conlleva tanto a una
normalización de la violencia como a una agresión
bajo un estereotipo de género en el cual la mujer
debe ser sumisa, pues es inferior al hombre.
En cuanto a los factores comunitarios y sociales existe
una plétora de condiciones que propician la inequidad de
géneros: virilidad con el dominio y la agresión, pobreza,
baja posición social y económica de la mujer, sanciones
jurídicas débiles en casos de violencia de pareja dentro del
matrimonio y sanciones comunitarias débiles en caso de
violencia de pareja. Otros factores que propician la
aceptación de la violencia como un mecanismo de
resolución de conflictos parten de la percepción de que el
hombre es la parte viril y fuerte de la relación mientras que
la calidez y feminidad de la mujer no puede verse en
entredicho: pues debe estar predispuesta en todo momento
para complacer a su pareja y otorgarle todo lo que su
pareja, novio, esposo demande.
Sumado a esto, en muchos contextos culturales hay
creencias arraigadas sobre los roles de género que
perpetúan la violencia de pareja: en India, la violencia
contra la mujer es parte de la cotidianidad por su sentido
como sociedad patriarcal. Todas estas situaciones
fomentan la continuación de inconvenientes relacionados
con los estereotipos de género. En el siguiente apartado se
observará como los estereotipos de género y la violencia
de pareja se encuentran intrínsecamente relacionados.

Puede parecer inconcebible que en pleno siglo XXI se


presenten sometimientos al género para la elección de una
carrera, un trabajo o una relación de pareja. Sin embargo,
algunos autores sostienen que estos estereotipos de género
pueden influenciar de manera notoria las dinámicas que
viven dos individuos que han decidido un vínculo más
íntimo que el de una amistad.
Se inicia con Caro (2008) quien afirma que estudios de
campo aportan datos empíricos, al ilustrar que los
estereotipos de género y las creencias en los procesos de
socialización pueden desembocar en la adolescencia a
partir de unas representaciones mentales que contienen el
germen de las desigualdades sexistas y la tolerancia hacia
la violencia contra las mujeres. Esta catedrática considera
sumamente importante que tanto jóvenes hombres como
mujeres sean conscientes de los estereotipos de género que
poseen y puedan construir nuevas creencias basadas en el
respeto a la otra persona. Sólo desde este cambio de
mentalidad podrá cambiarse la forma de conducir las
relaciones de pareja, prevenir la violencia sexista y lograr
que las relaciones sentimentales de la juventud se
construyan en términos de igualdad; factor debería primar
en una relación sana de pareja donde se reconoce al otro
como un igual que también cuenta con necesidades de
afecto, apoyo, bienestar, entre otras.
Para González (1999, citado por Torres & Ventura,
2016) los estereotipos de género se refieren a las creencias
consensuadas sobre las diferentes características de los
hombres y mujeres en nuestra sociedad. Estos patrones
incluyen características muy amplias que van desde
actitudes e intereses hasta las conductas, rasgos de
personalidad, apariencia física y ocupaciones. Es así, como
los roles que por tradición se han asignado a los hombres
(orientación al trabajo, energía, racionalidad) son propios
del estereotipo masculino, además de ser resultado del
conjunto de rasgos que se han requerido para el
desempeño de su rol profesional. En consonancia, las
características tradicionalmente asociadas a las mujeres
(sensibilidad, calidez, suavidad), propias del estereotipo
femenino, se asocian particularmente al rol de ama de
casa; sin embargo, podríamos afirmar que ya las mujeres
no son solo amas de casa, pero se espera que sus
características tradicionales sean las mismas.
Esta consonancia se exhibe en los postulados de Pérez
et al., 2006 al considerar que las actitudes de roles de
género son las creencias sobre aquellos roles que son
apropiados para hombres y mujeres. En su estudio, un
factor interesante es que los varones con actitudes de roles
de género tradicionales tenderían a presentar en mayor
grado actitudes positivas hacia la violencia contra mujeres
en pareja, en comparación con las mujeres y personas con
actitudes de roles de género igualitarias.
En estrecha relación con las definiciones de roles e
identidades de género se encuentran las cuestiones
relativas al ideal de pareja, a la idealización del amor
romántico y del matrimonio (que para algunas mujeres es
algo que define sus vidas); factores álgidos sobre la
violencia de pareja (Espinar, 2005, citado por Torres &
Ventura, 2016). Evidentemente, estos roles — en paralelo
con la necesidad de socializar como seres humanos y
establecer vínculos significativos con quienes nos rodean
— son los que posibilitan que en algunos escenarios esta
situación se legitime, se normalice o simplemente se
permita, generando desde la adolescencia patrones de
relaciones tóxicas, conflictivas e inadecuadas al no contar
con herramientas suficientes para marcar límites hacia la
construcción de relaciones adecuadas.
Es inquietante descubrir que en el 2005 se afirmara que
el 29% de los estudiantes universitarios reconocieran haber
cometido agresiones en sus relaciones de pareja en los 12
meses anteriores. Una década después, con los casos
evidenciados diariamente por los medios de comunicación,
podría considerarse que esta proporción ha incrementado
y, si nos referimos a la violencia ejercida contra las
mujeres independiente de su ocupación, podríamos afirmar
que las cifras de violencia ante nuestro actual panorama
son más que preocupantes.

A continuación, se presentarán dos estudios


relacionados con la problemática en la población de
estudiantes: el primero, elaborado por Pérez et al., (2006)
donde se pretendía evaluar en 1395 estudiantes
universitarios las creencias y actitudes hacia la violencia
de pareja, evaluando el impacto de las materias sobre esta
temática en el alumnado en términos generales, así como
en los profesionales que trabajarían con esta población.
Entre los resultados relevantes se observó que el género y
la formación específica recibida sobre el tema condicionan
las creencias y actitudes del alumnado hacia la violencia
contra las mujeres en la pareja; en contraste, los varones y
quienes no habían recibido dicha formación mostraron
actitudes más favorables hacia esta forma de violencia,
mayores niveles de aceptación del estereotipo tradicional y
de la misoginia, de culpabilización de las mujeres víctimas
de maltrato, de aceptación de la violencia como forma
adecuada para solucionar conflictos y de minimización de
esta violencia como problema y des culpabilización del
maltratador. Es de sumo interés resaltar que el aprendizaje
de una formación específica en los varones no arrojó
diferencias significativas entre quienes recibieron o no
estas pautas.
El segundo estudio, realizado por Pazos, Oliva y
Hernando (2014, citados por Torres & Ventura, 2016),
incluyó la participaron de 716 jóvenes estudiantes (398
chicas y 314 chicos) con edades comprendidas entre 14 y
20 años, y en el cual se les permitió comprobar que la
tanto la violencia verbal y emocional como la violencia
sexual eran el tipo de agresión más frecuente entre las
parejas de adolescentes. Las chicas fueron señaladas como
las más ejecutoras de violencia física, verbal-emocional y
amenazas, mientras que los chicos cometieron más
violencia de tipo relacional y sexual. Junto a otros factores
implementados a lo largo del estudio, los autores pudieron
concluir que el sexismo, la escasa tolerancia a la
frustración y la existencia de problemas externalizantes
son factores relacionados con la práctica de
comportamientos violentos en la relación de pareja. Otro
aporte interesante de este trabajo es el planteamiento de
que la agresión cometida por parte de la mujer tiende a ser
más una respuesta o una estrategia de defensa
(evidentemente la mujer no lesionará a su pareja como lo
haría un hombre), mientras que los actos violentos
iniciados por los hombres son generalmente más
devastadores y dan lugar a más lesiones y traumas en sus
víctimas. Es importante anotar que el origen de la agresión
en los hombres se incita por los celos al operar como una
estrategia manipulativa, coactiva, de control o de solución
de problemas. (Matud, 2012, citado por Torres & Ventura,
2016).

A todo esto, se puede inferir que los chicos que


informan de mayor victimización por todos los tipos de
violencia de la pareja tienen mayores creencias sexistas
excepto en la victimización por violencia sexual, ya que
tanto las acciones relacionadas con la violencia física
como con las amenazas de la pareja pueden asociarse con
mayores creencias sobre la fatalidad de la violencia y
mayor concepción biológica del sexismo y la violencia. En
las chicas, la victimización total por violencia de la pareja
se asocia de forma estadísticamente significativa con las
creencias sexistas de tipo “el hombre que parece agresivo
es más atractivo” o “está bien que los chicos salgan con
muchas chicas, pero no al revés”; mientras las amenazas
de la pareja se asocian con las creencias biologicistas de
tipo “siempre existirá violencia contra las mujeres, como
consecuencia de las diferencias biológicas ligadas al
sexo”.
Este orden de ideas es evidenciado en palabras de
Arenas al citar que el motivo por el que la violencia de
género perdura corresponde a las manifestaciones de un
sistema de creencias, actitudes, roles y estereotipos
asumidos desde la desigualdad entre sexos, lo cual es una
lamentable realidad aún en nuestros días. En cuanto a la
asociación entre las actitudes hacia el género y la
violencia, la perpetración hacia la pareja se asocia con
mayores creencias sexistas, biologicistas y la
consideración de la violencia como un problema privado
que está asociando esto con creencias como “lo más
importante en la vida de una mujer es tener hijos”. En
referencia a las chicas, la perpetración de violencia hacia la
pareja, en general, no se relaciona con las creencias y
actitudes hacia el género y la violencia.
Urge entonces la necesidad de generar unos estereotipos
más equilibrados en los cuales la mujer no pierda sus
características femeninas y tenga la posibilidad de asumir
otros roles. Con ello se mermarán algunas actitudes
inadecuadas que reciben por parte de sus parejas y que
generan agresión, violencia y patrones disfuncionales que
generan malestar.

Percepción de la Violencia de Pareja

En lo planteado hasta ahora, las definiciones de


violencia se han orientado a delimitar sus características a
partir de la salud pública. Además, han ilustrado que el
modo en que las personas comprenden la violencia difiere
a partir de sus características intrínsecas y su percepción
puede modificarse según su educación, las habilidades de
comunicación y/o resolución de conflictos, la exposición
previa a violencia o agresiones en edades tempranas, los
problemas de consumo de sustancias psicoactivas, la
comprensión de roles de género o formas inadecuadas de
expresar la ira y mal manejo de los celos.
Los estudios realizados sobre violencia de pareja
expresan que los jóvenes universitarios perciben
diferencias entre las conductas de juego agresivas y las
expresiones con intenciones de violencia (empujones,
pellizcos o apretones según la intención de hacer daño); es
decir, categorizando una serie de acciones más inofensivas
que la otras e ignorando la posibilidad de normalizar
conductas violentas, ya que se puede mal interpretar y
eventualmente perder el margen de inofensivo.
Teniendo en cuenta que las diferencias individuales
también pueden contemplarse a partir de una percepción
colectiva, es importante abordar la subjetividad que se
origina sobre la percepción de violencia de pareja, lo cual
supone un reto en el plano educativo

Mediante encuestas que indagan la percepción que


tienen los estudiantes universitarios sobre violencia de
pareja se encontró la existencia de subcategorías de
violencia: la de índole física (golpes, apretones o gritos),
de índole psicológico (exigir, controlar o manipular) y la
de tipo sexual (obligar a la pareja a hacer cosas que no
quiere). En primera instancia, se puede creer que la
distinción entre los tipos de violencia podría facilitar la
prevención de conductas violentas hacia la pareja; no
obstante, infiere que la percepción cambia según la carrera
y los programas de formación puesto que algunos módulos
académicos profundizan sobre problemas de salud pública.
De acuerdo con Póo & Vizcarra (2008) “los hombres
encuentran en la relación romántico-afectiva espacios de
vinculación y expresión íntima, por lo anterior, los casos
de control son más frecuentes en hombres, pues las
mujeres encuentran contención afectiva con pares del
mismo sexo” (p.82). Este apartado es una de las
explicaciones que pueden brindarse a las expresiones de
control en las relaciones, así como de la posible génesis de
la violencia.
La sensibilización frente al tema no es suficiente: hace
falta que todas las personas comprendan la violencia de
pareja como un problema de salud pública ya que el no
hacerlo genera un sesgo a la hora de identificar los casos
de violencia y afrontarlos. La percepción colectiva que se
tiene dentro del imaginario social es que son más comunes
los casos donde el rol de víctima es protagonizado por una
mujer y el rol de victimario lo asume un hombre; aunque
no carece de fundamento estadístico, el otorgar un papel de
verdugo al hombre no siempre es lo correcto: en algunos
los roles varían según la identidad de género y orientación
sexual, conllevando a que se modifiquen las
interpretaciones frente a cómo abordar de manera
incluyente los casos de violencia de pareja.
En línea con estos planteamientos, Trujano, Martínez,
& Camacho (2009) mencionan que en el 2004, el Instituto
Nacional de las Mujeres confirmó que 73 varones fueron
atendidos por malos tratos en México (...) En Perú, de
acuerdo con el Programa Nacional contra la Violencia
Familiar y Sexual, las estadísticas indican una creciente
proporción y vulnerabilidad de varones víctimas de la
violencia conforme aumenta su edad (...) En España, en el
año 2000 fueron asesinados 44 hombres por sus esposas y
se denunciaron 2.600 casos de varones maltratados por sus
mujeres (P.341).

Ante tales afectaciones, lograr la credibilidad juega un


papel de importancia frente a estos casos, ya que como se
expuso en acápites anteriores, el estereotipo de
construcción social de lo femenino y lo masculino es que
el hombre es fuerte, dominador y violento mientras que la
mujer por el contrario suele ser más sumisa. Sin embargo,
las situaciones de acusaciones, golpes, gritos
desvalorización sentimental e incluso casos de violencia
sexual son transversales al género, sexo e identificación
sexual.
Frente a la percepción sobre violencia de pareja, lo
esencialmente preocupante es normalizar pasos que a larga
duración sean un patrón de conducta y que puedan tener
como consecuencia el dar o recibir violencia hacia la
pareja. Frente a esto, Póo y Vizcarra citan a Aguirre y
García para exteriorizar que en una muestra de
universitarios “el 51 % de los encuestados reportó haber
sufrido agresión psicológica y el 24 %, violencia física al
menos una vez durante el último año” (p.90). En este tipo
de muestras poblacionales la tarea para las instituciones
educativas y universitarias consiste en identificar las
dinámicas frente a la violencia y cambiar sus percepciones
además de reconocer de qué carece la metodología de
enseñanza que no está afectando de manera directa la
percepción — definida por Oviedo como “el proceso
fundamental de la actividad mental, y suponen que las
demás actividades psicológicas como el aprendizaje, la
memoria, el pensamiento, entre otros, dependen del
adecuado funcionamiento del proceso de organización
perceptual” (p.89) — sobre la violencia de pareja.

Consecuencias e Impacto de la Violencia de Pareja


Los escenarios evidenciados en diversas investigaciones
muestran que el hecho de estar sometidos en una relación
de pareja en donde se presente situaciones de violencia
tiene consecuencias en la salud física y mental a corto y a
largo plazo, afectando todas las esferas de la vida, desde
las emociones hasta la personalidad, pasando por la salud
física, así como por las funciones y capacidades cognitivas
previas.
Al efectuar una revisión de la literatura en inglés,
Ellsberg & Heise (2005) documentan lesiones de carácter
físico que incluyen contusiones, golpes, laceraciones,
fracturas y heridas de disparo de armas, estimando que
entre 40 a 75% de mujeres abusadas por su pareja a nivel
físico reportan lesiones por violencia en algún punto de sus
vidas. Entre los desórdenes funcionales se encuentran el
síndrome del intestino irritable, desórdenes gastro
intestinales y varios síndromes de dolor crónicos como
dolor crónico pélvico, quejas somáticas y fibromialgia, así
como un funcionamiento físico más pobre, más síntomas
físicos y más días en cama en comparación con mujeres
que no han sufrido abuso físico por sus parejas. Sobre la
salud reproductiva es importante anotar que se han
encontrado embarazos no deseados, infecciones de
transmisión sexual, desórdenes ginecológicos, abortos
inseguros y/o espontáneos, complicaciones del embarazo y
enfermedades inflamatorias pélvicas. Todo esto genera una
alarma ya que la calidad de vida también se encuentra
deteriorada y en casos de mujeres gestantes estas
implicaciones y consecuencias afectarán a las generaciones
venideras bien sea perinatalmente hablado o con
complicaciones que pueden tener efectos más
permanentes. La OMS en 2003, identificó que la violencia
de pareja ha presentado consecuencias en la salud en
términos mortales, donde se incluye el homicidio, suicidio,
mortalidad materna y las defunciones ocasionadas por
enfermedades de transmisión sexual; las no mortales
entendidas como lesiones físicas, discapacidad, embarazo
no deseado y aborto inseguro, depresión, ansiedad, baja
autoestima entre otras.
Por otro lado, Walker (2012) ha encontrado el síndrome
de la mujer maltratada acogiendo el concepto de
indefensión aprendida, donde explica por qué las mujeres
desarrollan tan intrincadas estrategias defensivas con tal de
salvar la vida, pero que presentan dificultades para poner
fin a una relación de maltrato.
La identificación del síndrome fue construida por este
autor a partir de una sintomatología edificada por seis
grupos de criterios diagnósticos: los primeros tres (3)
grupos de síntomas son los mismos del trastorno de estrés
postraumático, mientras que los tres siguientes están
vigentes en las víctimas de violencia conyugal:
 Recuerdos perturbadores del acontecimiento
traumático.
 Hiperexcitación y elevados niveles de ansiedad.
 Conducta elusiva y entumecimiento emocional
expresados normalmente en forma de depresión,
disociación, minimización, represión y renuncia.
 Relaciones interpersonales conflictivas debido al
poder ejercido por el agresor y sus medidas de
control.
 Distorsión de la imagen corporal y dolencias físicas
y/o somáticas.
 Problemas sexuales

En relación con los efectos en la salud mental en las


víctimas de violencia de pareja se observa que padecen
unos daños específicos de la situación de maltrato que
suelen aparecer de forma habitual. En este punto sobresale
la heterogeneidad de las personas, remarcando que cada
situación entraña matices diferentes; por lo tanto, las
secuelas no se presentarán en todas las víctimas con la
misma intensidad ni de la misma manera
Echeburúa E. (2004) refiere afectación en víctimas de
violencia a nivel:
 Cognitivo como miedos, confusión pensamientos y
recuerdos intrusivos, rumiación sobre el hecho
traumático, flashbacks, sensación de indefensión,
sensación de culpabilidad, pérdida de
autoconfianza, anhedonia, autoestima deteriorada,
tristeza, vergüenza, problemas de concentración y
memoria.
 Conductual donde se evidencia la apatía, dificultad
para la ejecución de tareas cotidianas, reducción de
conductas de interacción social (dar y recibir),
dificultades para comunicarse, problemas al
negociar resistencia a salir del domicilio, consumo
de fármacos, alcohol o drogas.
 Fisiológico como sobresaltos, taquicardias,
sudoración profusa, trastornos del sueño,
alteraciones gastrointestinales, temblores,
problemas respiratorios, vaginismo, pérdida de la
libido, anorgasmia.
Tanto la OMS (1999) como Prieto (2014) agrupan las
denominadas manifestaciones psicológicas del maltrato en
una serie de categorías psicopatológicas en los que
encontramos:
 Depresión: La depresión junto con el TEPT es la
patología psíquica más frecuente entre víctimas de
Violencia de Pareja. Suelen describirse
agrupaciones sindrómicas o síntomas aislados. Son
múltiples las alusiones a “baja autoestima”, “auto
culpabilidad”, “cambios de ánimo y tristeza” o
“ideas de suicidio”. El diagnóstico específico más
frecuente es depresión mayor.
 Trastorno por estrés postraumático (TEPT): En
víctimas de Violencia de Pareja aparece entre un
45- 84% de ellas según algunos autores. Hay
elevada asociación del TEPT con depresión y con
otras alteraciones psicopatológicas como trastornos
de ansiedad y abuso de sustancias psicoactivas. Las
variables más significativas para el desarrollo del
TEPT serían la intensidad o severidad de los
episodios violentos a los cuales están sometidas las
mujeres. El grado de apoyo, tanto familiar como
social, es muy influyente para determinar la
intensidad con la que se manifiestan tanto TEPT
como otra psicopatología (a menor apoyo, mayor
gravedad de los síntomas). Las mujeres forzadas
sexualmente por la pareja tienen mayor gravedad
del trastorno. La violencia psicológica podría ser el
predictor más fuerte para desarrollar TEPT, al igual
que ocurre con la depresión.
 Trastornos de ansiedad (excluyendo TEPT): La
ansiedad resulta ser el tercer gran grupo de
psicopatología más prevalente en la mujer
maltratada. Las víctimas presentan más trastornos
de ansiedad que la población general
describiéndose fobias específicas, agorafobia,
trastorno de pánico, trastorno obsesivo-compulsivo
y trastorno de ansiedad generalizada.
 Trastornos somatomorfos y psicosomáticos:
Frecuentemente se hacen referencias a los términos
somatización, somatomorfo y psicosomático. Las
“somatizaciones” (quejas de sintomatología física
que traducen un malestar emocional) están
englobadas generalmente dentro de los trastornos
somatomorfos y se mencionan con frecuencia
como consecuencias sobre la salud de la Violencia
de Pareja, entendiéndose como manifestaciones
físicas del estrés generado por el maltrato. Dentro
de la patología psicosomática se mencionan
frecuentemente fibromialgia, trastornos
gastrointestinales funcionales como el síndrome de
colon irritable, dolor pélvico crónico, cefaleas,
hipertensión, etc.
 Trastornos de la conducta alimentaria y
disfunciones sexuales: Entre las disfunciones
sexuales se destacan la disminución de la libido y
la anorgasmia.
 Trastornos disociativos: La sintomatología
disociativa puede encontrarse expuesta entre
manifestaciones psicopatológicas aisladas o
formando parte de trastornos específicos. Destacar
el “síndrome de Estocolmo doméstico” o
“síndrome de adaptación paradójica a la violencia
doméstica”, en el cual víctima se identificaría con
agresor, negando paradójicamente el maltrato o
encontrando justificación para éste.
 Disrupción del sueño: Hay disminución del
número total de horas de sueño, dificultades para la
conciliación y pesadillas.
 Abuso de sustancias: La Violencia de Pareja es un
catalizador para el desarrollo de alcoholismo y el
uso de psicofármacos. La cantidad del consumo de
sustancias psicótropas guarda relación con la
gravedad de la violencia sufrida.
 Suicidio: Se relaciona principalmente la ideación
suicida, en las mujeres víctimas de VP, con
depresión y TEPT. Las mujeres maltratadas podrían
presentar una frecuencia cinco veces mayor de
intentos de suicidio que la población no afectada.
También se presentan consecuencias psicológicas de la
exposición de los niños a la violencia familiar. Este factor
constituye un grave riesgo para el bienestar psicológico de
los menores, especialmente si, además de ser testigos,
también han sido víctimas de ella. Resultados hallados en
diversos estudios muestran que los niños expuestos a la
violencia en la familia presentan más conductas agresivas,
antisociales (conductas externalizantes), de inhibición y
miedo (conductas internalizantes) que los niños que no
sufrieron tal exposición (Fantuzzo, y otros, 1991; Hughes,
1988; Hughes, Parkinson y Vargo, 1989).

Atención, relevancia de los profesionales y operadores


jurídicos.

Como principal fuente de atención psico jurídica se


encuentra el Instituto Nacional de Medicina Legal y
Ciencias Forenses; además, podemos encontrar a los
operadores jurídicos como las Comisarías de Familia,
Juzgados y CAVIF (Centro de Atención Integral Contra la
Violencia Intrafamiliar). Es a partir de estas instituciones
donde las personas establecen medidas jurídicas y realizan
sus denuncias; sin embargo, la baja alfabetización jurídica
frente a las rutas de atención y el mantenimiento de
imaginarios que impiden generar la denuncia por parte de
las víctimas conllevan a que estos mecanismos no son
usados de manera pertinente.
Cerca de 41.3% de las mujeres víctimas de violencia de
pareja acuden a la justicia o a estas instituciones de
protección con el objetivo de separarse de su pareja, hacer
efectiva una medida de protección ante la pareja
maltratadora, instar a la pareja a dejar el consumo de
alcohol o drogas o recibir ayuda de tipo psicoterapéutico.
De acuerdo con las estadísticas, las denuncias se realizan
entre el mismo día con un 7,5% hasta dentro de un mes
después de las agresiones con un 11,25%. Es de resaltar
que, en la mayoría de las veces, las mujeres (81,25%)
desconocen las repercusiones de la denuncia (Cáceres,
2012). Por lo anterior, es relevante y significativo mejorar
la sensibilización y psicoeducación sobre los aspectos
jurídicos a la hora brindar atención a la violencia de pareja.
Por parte del aspecto psicológico —de principal interés
para este estudio— en los últimos años han sido escasos
los procesos o planes clínicos con una confidencialidad
científica que brinden respuesta a las necesidades,
afectaciones o consecuencias de la violencia en pareja,
aunque algunas de las guías de atención articuladas con
evidencias empíricas han dado lugar a la atención
psicológica y del quehacer profesional en este campo
(González, 2016).

Rol del Psicólogo en la Atención


Los profesionales en salud que desempeñan sus
funciones tanto en el ámbito asistencial como en el
administrativo (médicos, psicólogos enfermeros, auxiliares
de enfermería etc.) no pueden permanecer ajenos a este
importante problema de salud pública y su intervención es
necesaria para la prevención, detección temprana,
tratamiento y la orientación de este complejo problema que
requiere de un abordaje integral y la coordinación con
otros profesionales e instituciones.
La prioridad de esta problemática se encuentra
directamente reconocida y controlada en el país bajo el
Plan Decenal de Salud Pública (PDSP) 2012-2021,
considerado como un contrato entre diferentes actores y
sectores públicos y privados que de manera conjunta
tienen como objetivo abordar los procesos de salud y
enfermedad de manera efectiva y positiva mediante la
intervención de los determinantes sociales
(socioeconómicos y políticos, estructurales e intermedios)
y así garantizar el bienestar integral y la calidad de vida en
Colombia (Min salud 2013).
Siguiendo los planteamientos de este protocolo, el
sector salud cumple un papel preponderante al ser una de
las principales vías institucionalizadoras que utilizan las
víctimas para buscar ayuda (OPS, 2011). La mayoría de las
intervenciones específicas son de promoción, prevención
primaria, secundaria y terciaria, donde se desarrollan
acciones que implican una interacción directa con las
víctimas, que son actores cruciales para lograr atender,
prevenir y dar seguimiento de manera efectiva a esta
problemática social.
En ese contexto, los profesionales deben identificar los
signos propios de esta situación para responder de manera
adecuada y segura; ya que algunas de estas situaciones no
dejan marcas visibles o las víctimas no siempre revelan el
abuso de violencia. A menudo sienten miedo, vergüenza,
minimizan la gravedad y peligrosidad de su situación,
resistiéndose a reconocer su problema y llegando a auto
culparse. La detección de la situación de violencia por
parte del profesional inducirá a la ruptura del silencio, lo
que supondría el primer paso para la comprensión y
visualización del problema. El no reconocimiento de una
situación de maltrato como condicionante de un problema
de salud, puede conllevar una nueva victimización que
podría contribuir a la complejidad del maltrato.
La OMS, en su informe “Violencia contra las mujeres”
dirigiéndose al personal sanitario, alude:
No tenga miedo de preguntar. Contrariamente a la
creencia popular, la mayoría de las mujeres están
dispuestas a revelar el maltrato cuando se les
pregunta de forma directa y no valorativa. En
realidad, muchas están esperando silenciosamente
que alguien les pregunte.
Por lo cual define algunas acciones mínimas que se
deben ejecutar durante la valoración desde el sistema en
salud. En consonancia, el psicólogo debe tener una actitud
de alerta ante la presencia de conductas, síntomas o signos
de sospecha de malos tratos. En la atención integral de la
víctima, además de atenderla en su dimensión
biopsicosocial y hacerle un seguimiento, es necesario
actuar también con sus hijos, hijas y otras personas
dependientes a su cargo sin emitir juicio de valor y siendo
sensibles a las cuestiones de género, que aborden las
consecuencias de la violencia tanto para la salud física
como mental.
Normatividad relacionada con el Maltrato de Pareja

Normas Nacionales:

A. Resolución 412 de 2000. Por la cual se establecen


las actividades, procedimientos e intervenciones de
demanda inducida y obligatorio cumplimiento y se
adoptan las normas técnicas y guías de atención para el
desarrollo de las acciones de protección específica y
detección temprana y la atención de enfermedades de
interés en salud pública, entre ella la guía de atención de la
mujer y menor maltratado.
B. CONPES 91 de 2005 Metas y Estrategias de
Colombia para el Logro de los Objetivos de Desarrollo del
Milenio - 2015.Define la importancia de recopilar
información oportuna para mitigar el impacto de la
violencia, particularmente en el objetivo tres (3) referido a
promover la igualdad de género y la autonomía de la
mujer: “Mantener la aplicación y el análisis al menos cada
cinco años del módulo de violencia contra la mujer en la
Encuesta Nacional de Demografía y Salud, y promover su
aplicación y análisis en departamentos y ciudades”, y
“Fortalecer y mantener un programa intersectorial de
vigilancia y atención de la violencia intrafamiliar como
estrategia de salud pública, especialmente la ejercida por la
pareja, iniciando por las cuatro grandes ciudades (Bogotá,
Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga) y,
posteriormente con los demás municipios”.
C. Ley 985 de 2005, por medio de la cual se adoptan
medidas contra la trata de personas y normas para la
atención y protección de las víctimas de la misma. La
presente ley tiene por objeto adoptar medidas de
prevención, protección y asistencia necesarias para
garantizar el respeto de los derechos humanos de las
víctimas y posibles víctimas de la trata de personas, tanto
las residentes o trasladadas en el territorio nacional, como
los colombianos en el exterior, y para fortalecer la acción
del Estado frente a este delito.
D. Ley 1098 de 2006 que expide el Código de la
Infancia y la Adolescencia. Esta Ley tiene como finalidad
es garantizar a los niños, a las niñas y a los adolescentes su
pleno y armonioso desarrollo para que crezcan en el seno
de la familia y de la comunidad, en un ambiente de
felicidad, amor y comprensión. Prevalecerá el
reconocimiento a la igualdad y la dignidad humana, sin
discriminación alguna.
E. Ley 1146 de 2007 por la cual se expiden normas para
la prevención de la violencia sexual y atención integral de
los niños, niñas y adolescentes abusados sexualmente.
Crease adscrito al ministerio de la protección social, el
comité interinstitucional consultivo para la prevención de
la violencia sexual y atención integral de los niños, niñas y
adolescentes víctimas del abuso sexual, mecanismo
consultivo de coordinación interinstitucional y de
interacción con la sociedad civil organizada
F. Ley 1257 de 2008 (Art. 9) Normas de
Sensibilización, Prevención y Sanción de Formas de
Violencia y Discriminación Contra las Mujeres. Asimismo,
el Ministerio de Salud y Protección Social tiene la
responsabilidad, a través de ésta Ley de implementar el
Observatorio Nacional de Violencias, para la detección,
monitoreo y seguimiento de agresiones sexuales o
cualquier forma de violencia contra las mujeres, para lo
cual las entidades responsables en el marco de la ley deben
aportar información referente a violencia de género a este
observatorio.
G. Ley 1336 de 2009. Por medio de la cual se adiciona
y robustece la Ley 679 de 2001, de lucha contra la
explotación, la pornografía y el turismo sexual con niños,
niñas y adolescentes.
H. Decreto 164 de 2010 Comisión Intersectorial para
Erradicar la Violencia contra las Mujeres. Establece y
promueve un sistema de registro unificado de casos de
violencia contra la mujer.
I. CONPES 140 de 2011 Modificación doc. CONPES
SOCIAL 91 DE 2005: Metas y estrategias de Colombia
para el logro de los ODMs-2015. Objetivo 3. Igualdad de
Oportunidades para las Mujeres. Ratifica y complementa
este requerimiento, trazando metas a 2015: "Diseño,
desarrollo e implementación del Observatorio Nacional de
Violencias” y “Línea de base definida que dé cuenta de la
información para seguimiento y monitoreo de las
violencias de género intrafamiliar y sexual”.
J. Ley 1448 de 2011, Por la cual se dictan medidas de
atención, asistencia y reparación integral a las víctimas del
conflicto armado interno y se dictan otras disposiciones.
La presente ley tiene por objeto establecer un conjunto de
medidas judiciales, administrativas, sociales y económicas,
individuales y colectivas, en beneficio de las víctimas de
las violaciones contempladas en el artículo 3 o de la
presente ley, dentro de un marco de justicia transicional,
que posibiliten hacer efectivo el goce de sus derechos a la
verdad, la justicia y la reparación con garantía de no
repetición, de modo que se reconozca su condición de
víctimas y se dignifique a través de la materialización de
sus derechos constitucionales
K. Resolución 459 de 2012 y Modelo de atención
integral para las víctimas de violencia sexual del MPS
2011. Por el cual se adopta el protocolo de atención
integral en salud para víctimas de violencia sexual, que
hace parte de la resolución, adopta el modelo de atención
integral en salud para víctimas de violencia Sexual, como
marco de referencia en el seguimiento de la atención a
personas víctimas de violencia sexual, por parte de las
entidades promotoras de salud del régimen contributivo y
del régimen subsidiado e instituciones prestadoras de
servicios de salud; este modelo plantea 15 pasos
fundamentales en la atención integral de las víctimas de
violencia sexual.
L. Resolución 4505 de 2012. Establecimiento del
Registro de las actividades de Protección Específica,
Detección Temprana y la aplicación de las Guías de
Atención Integral para las enfermedades de interés en
salud pública. Define los criterios para la recolección y
consolidación del registro por persona de las actividades
de Protección Específica, Detección Temprana y la
aplicación de las Guías de Atención Integral para las
enfermedades de interés en salud pública de obligatorio
cumplimiento entre ellas todas las intervenciones
realizadas a menores y mujeres víctimas de maltrato y
víctimas de la violencia sexual, realizadas por parte de las
instituciones Prestadoras de Servicios de salud, reglamenta
su reporte y monitoreo en el país.
M. Ley 1636 de 2013. Fortalecer las medidas de
prevención, protección y atención integral a las víctimas
de crímenes con ácido, álcalis o sustancias similares o
corrosivas que generen daño o destrucción al entrar en
contacto con el tejido humano.
N. Ley 1719 de 2014. Retoma el sistema Unificado de
Información sobre violencia contra la mujer en
concordancia con lo establecido en el artículo 9° numeral 9
de la Ley 1257 de 2008 y en el artículo 3o literal k) del
Decreto Nacional 164 de 2010, el Departamento
Administrativo Nacional de Estadística, en coordinación
con la Alta Consejería Presidencial para la Equidad de la
Mujer y el Instituto Nacional de Medicina Legal y
Ciencias Forenses, asesorarán la incorporación al Sistema
de Registro Unificado de Casos de Violencia contra la
Mujer contemplado en dichas normas, de un componente
único de información. Este sistema incluye las violencias
sexuales en el marco del conflicto armado como desnudez
forzada, esclavitud forzada, esterilización forzada, abuso
sexual en menores de 14 años, embarazo forzado, aborto
forzado, entre otras.
O. Ley 1761 de 2015. Por la cual se crea el tipo penal
de feminicidio como delito autónomo y se dictan otras
disposiciones (Rosa Elvira Cely). Tipificar el feminicidio
como un delito autónomo, para garantizar la investigación
y sanción de las violencias contra las mujeres por motivos
de género y discriminación, así como prevenir y erradicar
dichas violencias y adoptar estrategias de sensibilización
de la sociedad colombiana, en orden a garantizar el acceso
de las mujeres a una vida libre de violencias que favorezca
su desarrollo integral y su bienestar, de acuerdo con los
principios de igualdad y no discriminación. Artículo 12.
Establecer el Sistema Nacional de Estadísticas sobre
Violencia Basada en Género.
P. Ley 1773 de 2016, por medio de la cual se crea el
artículo 116a, se modifican los artículos 68a, 104, 113,359,
y 374 de la ley 599 de 2000 y se modifica el artículo 351
de la ley 906 de 2004 (Natalia Ponce de León) Adiciona al
Código Penal el delito de lesiones con agentes químicos,
ácido y/o sustancias similares (Art.116 A), establece que
no habrá beneficios y subrogados penales a estos agresores
y otorga a la víctima y a su médico tratante acceso al
expediente en lo que sea necesario para el tratamiento.
Q. Política Nacional de Sexualidad, derechos sexuales y
derechos reproductivos (2014). Esta política tiene como
objetivo, desarrollar los mecanismos para la gestión
política de los derechos sexuales y los derechos
reproductivos como para la socialización, divulgación,
apropiación e interiorización de los contenidos de esta
Política en los Planes de Desarrollo Territoriales de
acuerdo a la metodología PASE a la Equidad en los niveles
territoriales y con los agentes del SGSSS; asistir
técnicamente a los territorios y demás agentes del SGSSS
en los procesos de adaptación e implementación de la
PNSDSDR según las prioridades establecidas y los
diversos contextos territoriales definidos; y finalmente
fortalecer los modelos de gestión, seguimiento, evaluación
y control a los avances en la implementación y logro de los
objetivos propuestos en la Política a través de los datos
recolectados por el Sistema de Información de la
Protección Social (SISPRO)

Normas Internacionales
a. Convención sobre la eliminación de todas las formas
de discriminación contra la mujer (CEDAW).
Considerando que la Carta de las Naciones Unidas
reafirma la fe en los derechos fundamentales del hombre,
en la dignidad y el valor de la persona humana y en la
igualdad de derechos del hombre y la mujer, Considerando
que la Declaración Universal de Derechos Humanos
reafirma el principio de la no discriminación y proclama
que todos los seres humanos nacen libres e iguales en
dignidad y derechos y que toda persona puede invocar
todos los derechos y libertades proclamados en esa
Declaración, sin distinción alguna y, por ende, sin
distinción de sexo. Reconociendo la urgente necesidad de
una aplicación universal a la mujer de los derechos y
principios relativos a la igualdad, seguridad, libertad,
integridad y dignidad de todos los seres humanos.

b. Convención Interamericana para prevenir, sancionar


y erradicar la violencia contra la mujer (ACNUR, 1994).
Afirma que toda mujer tiene derecho a una vida libre de
violencia, tanto en el ámbito público como en el privado,
toda mujer tiene derecho al reconocimiento, goce, ejercicio
y protección de todos los derechos humanos y a las
libertades consagradas por los instrumentos regionales e
internacionales sobre derechos humanos. Toda mujer podrá
ejercer libre y plenamente sus derechos civiles, políticos,
económicos, sociales y culturales y contará con la total
protección de esos derechos consagrados en los
instrumentos regionales e internacionales sobre derechos
humanos.

c. Declaración sobre la Eliminación de la Violencia


contra la Mujer (Asamblea General de la ONU, 1993).
Establece la primera definición de violencia contra la
mujer establecida por consenso internacional («Todo acto
de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que
tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento
físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las
amenazas de tales actos, la coacción o la privación
arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida
pública como en la vida privada.»), señala que no se puede
invocar costumbre o tradición para permitir y presenta una
formulación clara de los derechos que los países deben
aplicar para eliminar esa violencia
METODOLOGÍA
Tipo de estudio: La presente investigación es de tipo
descriptivo, cuantitativa de diseño correlacional
transversal, ya que se persigue determinar el grado de
relación o asociación entre las variables del estudio.
Muestra: La muestra estará conformada por 100
estudiantes de psicología de práctica clínica en diferentes
universidades privadas de Bogotá - Colombia.
Criterios de inclusión: Para la muestra se establecieron
como criterios de inclusión, personas que oscilan entre los
18 y 45 años de edad, ser estudiantes de psicología en
práctica clínica de universidad pública de Bogotá, de igual
manera, mantener una relación afectiva (casados, unión
libre, noviazgo) de una duración mínima de un mes.
Criterios de exclusión: Se determinó que la muestra no
tendrá personas con alguna característica LGTBI

Instrumentos:

IMAFE (Lara, 1993)


CTS2, (Strauss, 1996)
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York: Biblioteca de psicología.

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ANEXOS

CUESTIONARIO DE DATOS

SOCIODEMOGRÁFICOS

Fecha:

Sexo: F ___ M ____


Edad: ____________
Estado civil: Unión libre ____ Casado ____ En una relación
de noviazgo ______
Indique cual es la duración de su relación afectiva: _____
años ______ meses _____ días
Orientación sexual: _______________
Actualmente. ¿Vive con su pareja? Sí _____ No _____
Si su respuesta es afirmativa, por favor indique hace cuánto
vive con su pareja:____________
Localidad: ________________ Estrato socioeconómico: 1
___ 2 ___ 3 __ 4 ___ 5 ___
Nivel de escolaridad:
Primaria ____ Secundaria ____ Técnico _______ Tecnólogo
_____ Universitario _______
Profesión: ______________________
Ocupación: __________________________
Universidad: __________________ Semestre:
______________

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