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¿Fue Nerón tan malo como se piensa? 2
Mató a dos esposas y es posible que a su madre. Quizás estuvo detrás del incendio de
Roma, pero desde luego no tocó la lira mientras ardía la ciudad, y algunos expertos creen que
no fue tan malo como lo pintan… 2
Nerón a debate 2
Nerón a debate 2
Domus Aurea 3
A los pies del Vesubio 3
Muerte de una patada 4
¿Fue Nerón tan malo como se piensa? 4
LAS MIL CARAS DE JESÚS 5
TRAJANO, EL GRAN TRIUNFO DEL EMPERADOR 6
Los muertos nunca escriben su propia historia 7
NERÓN Y EL INCENDIO DE ROMA 13
ROMA, UN PASEO POR LA CIUDAD ETERNA 13
EL PALACIO DE NERÓN, UN MUSEO OCULTO DE PINTURA ROMANA 13
NERÓN, EL REINO DEL TERROR 13
LO MÁS VISTO 13
TEST: 12 hechos clave en la historia de España 14
Una carta de 2,5 millones 14
8 curiosidades sobre Churchill 14
Misterio egipcio desvelado 14
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¿Fue Nerón tan malo como se piensa?


Mató a dos esposas y es posible que a su madre. Quizás estuvo detrás del incendio de Roma,
pero desde luego no tocó la lira mientras ardía la ciudad, y algunos expertos creen que no fue
tan malo como lo pintan…

3 de octubre de 2014

1/5

Nerón a debate
Estatua de Nerón en Anzio, su ciudad natal.

Foto: Richard Barnes

2/5

Nerón a debate
Los sucesores de Nerón enterraron buena parte del legado del emperador, no solo
en sentido figurado. Bajo la colina del Opio (en la izquierda de esta imagen) yacen
los restos de su palacio, cerrados al público. En cambio, el Coliseo recibe una
avalancha de más de 10.000 visitas diarias.

Foto: Richard Barnes


3/5

Domus Aurea
Prosiguen las labores de restauración en la Sala Octogonal de la Domus Aurea,
donde Nerón probablemente celebraba sus cenas. Se cree que todas las superficies
estaban suntuosamente decoradas. Los fragmentos de vidrio azul, verde y blanco
hallados durante la excavación quizá fueran centelleantes teselas que revestían la
cúpula.

Ministerio de Cultura, Superintendencia Especial para el Patrimonio Arqueológico de


Roma.

Foto: Richard Barnes

4/5

A los pies del Vesubio


La Villa Popea, en la antigua ciudad de Oplontis situada al pie del Vesubio, fue
probablemente la residencia de la familia de Popea Sabina, la segunda mujer de
Nerón y su verdadero amor.

Foto: Richard Barnes


5/5

Muerte de una patada


La familia de Popea Sabina, la segunda mujer de Nerón, vivía en la antigua ciudad de
Oplontis. Este la mató de una patada en el año 65 estando ella encinta, un acto que
se interpretó como muestra de su locura.

Foto: Richard Barnes

¿Fue Nerón tan malo como se piensa?


Bajo la colina romana del Opio, hoy un modesto parque público afeado por burdos
graffiti, donde los muchachos chutan sin ganas un balón de fútbol, parejas de
ancianos pasean el perro, y más de un vagabundo enciende una fogata de carbón,
yace enterrado parte del palacio más suntuoso que jamás se irguió en la Ciudad
Eterna.

TEST NG: ¿Cuánto sabes sobre emperadores romanos?

Es la Domus Aurea –la Casa de Oro–, erigida por y para Nerón. Cuando en el año
68 d.C. el universo delirante del emperador, que por entonces contaba 30 años, se
vino abajo y este ordenó a un súbdito que le traspasase la garganta con un puñal
(mientras espetaba entre jadeos «¡Qué artista muere conmigo!», o al menos eso
cuenta la tradición), es posible que el palacio no estuviese todavía terminado.
Algunos de los emperadores siguientes lo remodelaron, otros lo ignoraron, y en el
año 104 Trajano reutilizó sus muros y bóvedas para dar unos buenos cimientos a
sus famosas termas. El palacio sepultado quedó olvidado durante catorce siglos.
Hacia 1480 unos excavadores empezaron a trabajar en el Opio y descubrieron lo
que tomaron por las ruinas de las Termas de Tito. La tierra cedió bajo los pies de
uno de ellos, que aterrizó sobre un montón de escombros, y al abrir los ojos se
encontró contemplando un techo todavía decorado con suntuosos frescos. La voz
corrió por toda Italia. Grandes artistas del Renacimiento, como Rafael,
Pinturicchio o Giovanni da Udine, se descolgaron por el hoyo para estudiar (y
después reproducir en varios palacios y en el Vaticano) los profusos y repetitivos
motivos ornamentales que recibirían el nombre de grutescos, precisamente en
referencia a la gruta en que se había convertido la Domus sepultada. Cuanto más
se excavaba, mayor era el asombro: largos pasajes de columnatas desde los que se
dominaba lo que en otro tiempo fuera un gran jardín con un lago artificial,
vestigios de oro y fragmentos de mármol originarios de Egipto y de Oriente
Próximo que habían revestido los muros y los techos abovedados, y una
espléndida sala octogonal cubierta con una cúpula, construida seis decenios antes
de terminarse el tan loado Panteón de Adriano.
Hoy, y desde que en 2010 se hundiera parte de la cubierta, la Domus Aurea está
cerrada al público hasta nuevo aviso. Todos los días se trabaja en el cuidado de los
frescos y la reparación de las goteras. Hasta su reciente jubilación, el arquitecto
romano Luciano Marchetti supervisaba las intervenciones en la Domus Aurea. Una
mañana, sumido en la gélida oscuridad subterrá​nea de la Sala Octogonal, situada
en el extremo este del complejo palaciego, Marchetti apuntó la linterna hacia lo
alto y admiró el impresionante techo abovedado de ocho caras –15 metros de
esquina a esquina–, sostenido por los arcos de las salas adyacentes, sin apoyos
visibles.

«Este lugar me sobrecoge –dijo en voz baja–. Es de una sofisticación arquitectónica


nunca vista. El Panteón es una maravilla, qué duda cabe, pero su cúpula se
sustenta sobre un cilindro construido ladrillo a ladrillo. Esta está suspendida
sobre estructuras invisibles.»

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LAS MIL CARAS DE JESÚS

 59 Fotografías

Con un suspiro, el arquitecto musitó una frase en latín: damnatio memoriae.


Borrados del recuerdo: tanto el palacio como los logros de su propietario.
Al sudoeste, inmediatamente después de esta ala de la Domus Aurea y al otro lado
de una transitada avenida, en el espacio que ocupaba el lago artificial de Nerón,
está el Coliseo. El celebérrimo anfiteatro, construido por Vespasiano poco
después del suicidio de Nerón, al parecer recibió su nombre del Colossus Neronis,
la estatua de bronce de más de 30 metros de altura que representaba al
emperador como el dios sol y que en su día dominaba el valle. Hoy el Coliseo
recibe más de 10.000 visitas al día. El magnate del calzado Diego Della Valle ha
donado 25 millones de euros para su restauración. De las taquillas del Coliseo
mana una exigua corriente de fondos que desemboca en el presupuesto de
restauración del palacio enterrado al otro lado de la avenida, húmedo, oscuro,
clausurado.

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TRAJANO, EL GRAN TRIUNFO DEL EMPERADOR

 6 Fotografías

Justo al oeste del Coliseo se extienden las espléndidas ruinas imperiales del monte
Palatino. En abril de 2011 la Superintendencia Especial para el Patrimonio
Arqueológico de Roma inauguró en el Palatino y otros enclaves cercanos una
exposición sobre la vida y obra de Nerón. Por primera vez se mostraron allí las
múltiples aportaciones arquitectónicas y culturales del rey monstruo; también se
abrió al público, en el re​cinto del propio palacio, una cámara recientemente
excavada que muchos identifican como la famosa coenatio rotunda de Nerón, un
comedor rotatorio con impresionantes vistas a los montes Albanos. Los
organizadores de la exposición eran conscientes de que cualquier iniciativa en
torno a Nerón atraería al público. Lo que no esperaban era batir el récord de
visitantes desde que la Superintendencia organizara su primera exposición diez
años antes.
«Sí, vende como nadie –observa Roberto Gervaso, quien en 1978 escribió la novela
biográfica Nerone–. Se han hecho muchas películas sobre Nerón, pero todas ellas
han sucumbido a la tentación de la caricatura. No hacía falta: en cierta manera, el
personaje real ya era una especie de caricatura. Una depravación tan pintoresca
atrae a cualquier biógrafo. ¡Yo nunca podría biografiar a san Francisco! Y preferiría
mil veces cenar con Nerón antes que con Adriano.»

Casi con toda seguridad, el Senado romano ordenó borrar


la memoria de Nerón por motivos políticos
Esta noche tendrá que conformarse conmigo. Cenamos a unos cientos de metros
de la Domus Aurea, en la Osteria da Nerone, uno de los pocos lugares en Roma
que exhiben el nombre del archiconocido malvado histórico. «Este restaurante
está siempre abarrotado –dice Gervaso, insistiendo en que no es por casualidad–.
Nerón era un monstruo, pero no fue solo eso. Y sus sucesores no fueron mucho
mejores. A otros monstruos, como Hitler y Stalin, les faltó la imaginación [de
Nerón]. Incluso hoy sería una figura de vanguardia, un adelantado a su tiempo.

»Si hace 35 años escribí mi libro, fue precisamente por un deseo de rehabilitar su
figura. Quizás ustedes puedan hacer algo más.»
Vaya… Pues No va a ser fácil «rehabilitar» a un hombre que, según las crónicas
históricas, ordenó la muerte de su primera esposa, Octavia; propinó a la segunda,
Popea, una patada que acabó con su vida estando embarazada; urdió el asesinato
de su madre, Agripina la Menor (posiblemente después de acostarse con ella);
quizás asesinó a su hermanastro, Británico; ordenó a su mentor, Séneca, que se
suicidase (orden que este cumplió con solemnidad); castró y desposó a un
adolescente; orquestó el incendio que arrasó Roma en el año 64 y acto seguido
culpó de él a los cristianos (entre ellos a san Pedro y san Pablo), que fueron
detenidos y decapitados o crucificados y quemados para iluminar unos festejos
imperiales. Ante semejante currículo, nadie vacilaría en afirmar que Nerón era el
mal personificado. Y sin embargo…

Casi con toda seguridad, el Senado romano ordenó borrar la memoria de Nerón
por motivos políticos. Tal vez porque su muerte había provocado un estallido de
aflicción popular y Otón, sucesor suyo, se había apresurado a adoptar el nombre
de Otón Nerón. Tal vez porque sus partidarios no habían dejado de llevar flores a
su tumba, un lugar del que se decía estaba embrujado, hasta que en 1099 se erigió
una iglesia so​​bre sus restos en la Piazza del Popolo. O quizá por las amenazas de
«falsos Nerones» y la firme creencia de que el rey niño regresaría algún día junto al
pueblo que tanto lo había amado.

Los muertos nunca escriben su propia historia


Los dos primeros biógrafos de Nerón, Suetonio y Tácito, tenían vínculos con la élite
del Senado e hicieron una crónica de su mandato con enorme desprecio. La idea
del retorno de Nerón adquirió un aura de malignidad en la literatura cristiana, con
la advertencia de Isaías contra el anticristo venidero: «Descenderá de su
firmamento en forma humana, rey de la iniquidad, matricida». Siglos más tarde
llegarían las condenas melodramáticas: el Nerón del cómico Ettore Petrolini como
lunático desvariante, el de Peter Ustinov, como el cobarde asesino, y la histriónica
escena grabada en todas las retinas: Nerón tocando la lira mientras Roma es pasto
de las llamas. Lo que ocurrió con Nerón no fue una relegación al olvido sino una
demonización en toda regla. Un emperador de complejidad desconcertante quedó
reducido a simple bestia.
«Hoy condenamos sus acciones –dice Marisa Ranieri Panetta, periodista
especializada en ar​queología–. Pero pensemos en Constantino, el gran emperador
cristiano: hizo matar a su primogénito, a su segunda esposa y a su suegro. Uno es
un santo y el otro, un demonio. Pensemos en Augusto, que destruyó una clase
dirigente a base de listas negras. Roma se convirtió en un baño de sangre, pero
Augusto tuvo la habilidad de oficializar la versión de sus actos del modo que más le
convino. Por eso fue grande, dicen. Yo no digo que Nerón fuese un gran
emperador, pero sí mejor de lo que se decía, y de ningún modo peor que sus
predecesores o sucesores.»

Panetta es una de las vehementes y cada vez más numerosas voces que invitan a
revisar la figura de Nerón. Pero no todo el mundo está de acuerdo. «Esta
rehabilitación, este proceso me​diante el cual un pequeño grupo de historiadores
intenta transformar a unos aristócratas en caballeros, me parece una estupidez –
dice el prestigioso arqueólogo romano Andrea Carandini–. Por ejemplo, varios
expertos serios nos dicen ahora que el incendio no fue culpa de Nerón. ¿Y cómo
iba a levantar la Domus Aurea sin el incendio? Que me lo expliquen. Fuese o no el
artífice del incendio, lo que está claro es que sacó partido de él.»

Merece la pena detenerse en la lógica de Carandini: Nerón se benefició del


incendio, y por consiguiente lo provocó, y esta catástrofe que dañó o destruyó 10
de las 14 regiones de Roma es un episodio crucial en la mitología neroniana.
«Hasta Tácito, el detractor por excelencia de Nerón, escribe que no se sabe si el
incendio de Roma fue fortuito o provocado –rebate Panetta–. La Roma imperial era
un laberinto de callejuelas angostas –llenas de edificios altos con los pisos
superiores de madera–. El fuego era imprescindible para alumbrarse, cocinar y
calentarse. En consecuencia, prácticamente todos los empe​radores vivieron
grandes incendios.» Se da también la circunstancia de que Nerón no se hallaba en
Roma cuando se desató el Gran Incendio, sino en su Antium natal, el actual Anzio.
En algún momento de la debacle regresó a Roma a toda prisa, y aunque parece
cierto que le gustaba tocar un instrumento de cuerda llamado kithara, la primera
crónica según la cual se en​tregó a ese pasatiempo mientras contemplaba cómo las
llamas arrasaban la ciudad fue escrita por Dion Casio un siglo y medio después de
los hechos. Tácito, contemporáneo de Nerón, escribió que el emperador ordenó
que se diese cobijo a quienes hubiesen perdido su casa, ofreció incentivos
monetarios a quienes estuviesen en condiciones de reconstruir la ciudad sin
dilación, e implantó e hizo cumplir normativas de seguridad antiincendios…
y detuvo, condenó y crucificó a los odiados cristianos. Además de apropiarse de
los restos calcinados de la Ciudad Eterna para levantar en el solar su Casa de
Oro.
«¿Qué peor que Nerón?», dejó escrito el poeta Marcial, coetáneo suyo. Pero acto
seguido añadió: «¿Qué mejor que sus termas?».
En 2007, en el marco de un estudio de impacto para la construcción de una nueva
línea de metro que atravesaría el corazón de la ciudad, Fedora Filippi, la
arqueóloga romana del Ministerio de Cultura italiano que excavaba debajo del
transitado Corso Vittorio Emanuele II, descubrió la base de una columna. Poco
después, bajo un edificio levantado en la época de Mussolini en la Piazza Navona,
Filippi encontró un pórtico, y algo más allá, el borde de un estanque. Tras más de
un año de análisis estratigráficos y de un estudio exhaustivo de las fuentes
históricas, la arquitecta concluyó que había descubierto el colosal gimnasio público
construido por Nerón pocos años antes del Gran Incendio del año 64.
Inmediatamente se paralizó el proyecto de construcción de una estación de metro
en el lugar, pero también se abandonaron las excavaciones. Fuera del mundo
académico, el importantísimo hallazgo de Filippi apenas tuvo eco.
«El gimnasio fue parte de la gran transformación que Nerón obró en Roma –dice
Filippi–. Introdujo prácticas inspiradas en la cultura griega, entre ellas la educación
física e intelectual de los jóvenes, que pronto se extendió por todo el Imperio.
Hasta entonces ese tipo de termas era una prerrogativa de la aristocracia. Su
popularización cambió el orden social, porque ponía a todo el mundo al mismo
nivel, desde los senadores hasta el cuerpo de caballería.»
Nerón fue una granada arrojada contra un orden social ya debilitado. Pese a estar
emparentado con Augusto por vía materna y paterna, físicamente parecía
cualquier cosa antes que romano: cabellos rubios, ojos azules, rostro pecoso, más
inclinado al arte que a la guerra. De su madre, Agripina, mujer astuta y ambiciosa,
se decía que había conspirado para asesinar a su hermano Calígula, y es posible
que más tarde liquidase a su tercer marido, Claudio, con setas venenosas. Tras
procurarse los servicios del pensador Séneca como profesor de su joven vástago,
Agripina proclamó a Nerón digno sucesor al trono, al que ascendió en 54 d.C., sin
haber cumplido los 17. Quien se pregunte por las intenciones de su madre tiene la
respuesta en las monedas de la época, donde la efigie del emperador adolescente
no es mayor que la de la propia Agripina.
Los inicios del reinado de Nerón fueron una edad de oro. El emperador prohibió
los juicios secretos de Claudio, indultó a condenados y, cuando le pidieron que
firmase una sentencia de muerte, gimió: «¡Cuánto desearía no saber escribir!».
Organizaba cenas con poetas (quizá, se especulaba, para robarles los versos) y
seguía un riguroso programa de estudio de lira y canto, aunque no destacaba por
su voz. «Por encima de todo anhelaba la popularidad», escribió su biógrafo
Suetonio. Edward Champlin, profesor de clásicas de la Universidad de Princeton,
percibe otros matices en la figura de Nerón. En su libro Nerón, Champlin describe
al emperador como «un artista consumado que casualmente también era
emperador de Roma» y «un líder adelantado a su tiempo, un auténtico relaciones
públicas dotado de una gran intuición para saber qué deseaba el pueblo, a
menudo antes de que este mismo lo supiera». Nerón instauró, por ejemplo, los
Neronia o Juegos Neronianos, un certamen de poesía, música y atletismo al estilo
olímpico que sin duda debió de complacer a las masas pero no a las élites
romanas. Cuando Nerón se empecinó en que los senadores compi​tiesen con el
pueblo llano en otros juegos públicos, su edad de oro empezó a resquebrajarse.
«Era algo nuevo –dice el arqueólogo Heinz- Jürgen Beste–, y Nerón encarnaba esa
innovación, impulsada por una mezcla de populismo y megalomanía. Un ejemplo:
la creación de las termas, tan alabadas por Marcial. Algo nunca visto, un luminoso
espacio público no solo dedicado a la higiene, sino provisto de estatuas, pinturas y
libros, que invitaba a permanecer y deleitarse mientras alguno de los usuarios leía
poesía. Un verdadero cambio en el orden social.»
Además del Gymnasium Neronis, la lista de obras públicas del joven emperador
incluía un anfiteatro, un mercado de la carne y el proyecto de un canal que
conectaría Nápoles con el puerto de Ostia para evitar a los barcos las
impredecibles corrientes marinas de mar abierto y garantizar el suministro de
víveres a la ciudad. Estos proyectos costaban dinero, que los emperadores
romanos solían obtener saqueando otros territo​rios. Sin embargo, el pacífico
mandato de Nerón cerraba la puerta a esa opción. (De hecho, había liberado a
Grecia, declarando que sus aportaciones culturales la eximían de pagar impuestos
al Imperio.) En su lugar, optó por sangrar a los ricos con impuestos sobre bienes
inmuebles, y en el caso del gran canal navegable, por expropiar directamente sus
haciendas. El Senado se negó a autorizarlo. Nerón hizo cuanto pudo para
sortearlo. «Inventaba acusaciones falsas para llevar a juicio a algún ciudadano
adinerado y sacarle una pingüe multa», apunta Beste, pero con todo aquello se
granjeó enemigos a la velocidad de la luz. Uno de ellos fue su propia madre,
Agripina, quien, resentida por haber perdido influencia, quizá conspiró para que se
declarase heredero legítimo a su hijastro Británico. También se ganó la enemistad
de su consejero Séneca, de quien se dice que participó en un complot para
matarlo. Antes del año 65, madre, hermanastro y consejero habían sido
asesinados.
Nerón era libre para ser Nerón. Y así concluyeron los llamados años buenos de su
mandato, a los que siguieron los años en que, citando a la historiadora de Oxford
Miriam Griffin, «Nerón se refugió cada vez más en su mundo de fantasía», hasta
que la realidad cayó sobre él como una maza.
Al visitar Roma y conversar con estudiosos y políticos relevantes de la Ciudad
Eterna sobre el último emperador de la dinastía Julio-Claudia, uno siente la
tentación de pensar si existe un hilo conductor entre la extravagante grandiosidad
de Nerón y la más reciente política-espectáculo de cierto exmandatario italiano.
«Nerón era un histrión y un megalómano, pero un histrión también puede ser
seductor y el centro de atención –afirma Andrea Carandini–. Su activo, repetido
una y otra vez por todos los demagogos que lo sucedieron, fue la devoción que por
él sentían las masas. Invitó sin reparos a toda la ciudad a entrar en su Domus
Aurea, que ocupaba un tercio de la urbe, donde les esperaba un espectáculo
formidable. ¡Eso es televisión en estado puro! Y Silvio Berlusconi hizo exactamente
lo mismo, valerse de los me​dios para conectar con la plebe.»
Walter Veltroni, el que fuera alcalde de Roma y ministro de Cultura y Medio
Ambiente, rechaza cualquier comparación entre Nerón y el ex​ primer ministro de
escandalosa carrera política, aduciendo que en este último no existe ni un ápice de
las inquietudes culturales de Nerón. «Berlusconi no sentía el menor interés por la
arquitectura; simplemente no formaba parte de su vocabulario», dice Veltroni
(quien, dicho sea de paso, también aspiró a primer ministro y fue derrotado por
Berlusconi en 2008). En cambio, añade, «para mí la Domus Aurea de Nerón es el
lugar más bello de la ciudad, el más enigmático, la confluencia de distintos
períodos históricos».
El complejo palaciego estaba diseñado en su conjunto como un escenario, con
arboledas, lagos y paseos de libre acceso. Lo que no obsta, admite Panetta, para
que aquello fuese «un es​cándalo, porque estamos hablando de una parte enorme
de Roma destinada a una sola persona. No solo por sus lujos (Roma estaba llena
de palacios), sino por sus dimensiones. Los graffiti de la época rezaban: “Romanos,
aquí ya no cabéis, tenéis que iros a [la cercana población de] Veio”».
Por más que estuviese abierta al público, lo que en última instancia representaba
la Domus era el poder ilimitado de un hombre, hasta en la mismísima elección de
los materiales. «Si se usaron semejantes cantidades de mármol no fue
simplemente por ostentación –opina Irene Bragantini, experta en pintura romana–.
Aquellos mármoles de colores procedían de todos los rincones del Imperio, desde
Asia Menor y Grecia hasta África. El mensaje era claro: Roma no solo dominaba a
los pueblos, sino que además disponía de sus recursos.»
El mandato de Nerón comenzó a adquirir visos de paradoja. Por un lado, se había
convertido en el hombre-espectáculo cercano a la plebe. Por otro, había
exacerbado su rol imperial. «Conforme se distanciaba del Senado e intenta​ba
acercarse al pueblo, concentraba poder como si de un faraón egipcio se tratase»,
dice Panetta. Pero un emperador puede aproximarse al vulgo hasta cierto punto.
«Acabó viviendo aislado en una burbuja –señala Beste–. Para llegar a él había que
franquear un millón de puertas.»
«Quería estar cerca del pueblo –dice Alessandro Viscogliosi, profesor de
arquitectura grecorromana y autor de una notable reconstrucción en 3D de la
Domus Aurea–, pero como divinidad, no como su amigo.»
Una noche, cenando en una suntuosa enoteca próxima a la Piazza Navona,
llamada Casa Bleve, el gerente me invitó a bajar con él a la bodega. Tras las hileras
de barolos y chiantis distinguí los vestigios pétreos de una estructura antiquísima.
Tiempo después, la arqueóloga Filippi me ilustró sobre aquella franja de Roma:
«Por debajo de esa zona es todo Campo de Marte, la parte de la ciudad donde
construía Nerón». Su localización queda cifrada al azar; descubrirla será la ventura
de algún obrero del metro o de un reformador de cimientos. Sin ese golpe de
suerte, la magnificencia arquitectónica del imperio de Nerón seguirá sepultada
bajo siglos de historia romana. Hasta en Subiaco, el pueblo de montaña donde
Nerón construyó su audaz villa en el año 54 (represando el río Aniene para crear
tres lagos bajo el patio), las ruinas reposan tras un portalón cerrado, inadvertidas
por las hordas de turistas que pasan junto a ellas de camino a un monasterio
benedictino de las inmediaciones.
En todo el territorio del que fuera su imperio, existe un solo lugar que se haya
propuesto homenajear a Nerón: Anzio, la famosa cabeza de playa de las tropas
estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial, y ciudad natal del emperador. Allí
mandó edificar otra villa, hoy sumergida casi por completo, aunque el museo local
custodia un gran número de piezas del complejo.
En 2009 el nuevo alcalde electo, Luciano Bruschini, declaró su intención de
encargar una estatua del tristemente famoso hijo de la ciudad, que se presentó en
2010. Hoy se yergue en la orilla del mar, una imagen un tanto chocante del
em​​perador a los veintipocos años, de unos dos metros de alto, de pie con su toga
sobre un pilar, el brazo derecho extendido señalando el mar, que observa con
mirada penetrante en todo su espléndido misterio. En la placa se lee su nombre
imperial completo en italiano –Nerone Claudio Cesare Augusto Germanico– y
recuerda que nació en Anzio el 15 de diciembre del año 37. Luego, tras describir su
linaje, dice: «Durante su mandato el Imperio disfrutó de un período de paz, de
gran esplendor y de importantes reformas».
«De niño, nadaba entre las ruinas del palacio –me contó el alcalde Bruschini una
mañana de primavera mientras tomábamos un té en su despacho con vistas al
mar–. De pequeños nos enseñaban que había sido un hombre malvado, uno de
los peores emperadores de la historia. Al investigar un poco, llegué a la conclusión
de que no era así. En mi opinión, Nerón fue un buen emperador, incluso
magnífico, tal vez el más amado de toda la época imperial. Y un gran reformista.
Los senadores eran ricos y poseían esclavos. Él tomó parte de esas riquezas y se
las entregó a los pobres. ¡Fue el primer socialista!»
Orgulloso de serlo él también, Bruschini esbozó una sonrisa y prosiguió: «Cuando
llegué al cargo decidí rehabilitar a Nerón. Pusimos carteles con el lema “Anzio,
ciudad de Nerón”. Hubo quien dijo: “Pero alcalde, si mató cristianos a mansalva”.
Yo les contestaba: “Muy pocos, nada que ver con los miles de cristianos que el
Imperio mataría más adelante”. Recibimos propuestas de dos escultores. Uno
ponía a Nerón de lunático. Lo descartamos y dimos el encargo al otro, que hizo la
estatua que ve hoy ahí. Ahora es el punto más fotografiado de la ciudad».
A veces, me confió el alcalde, daba un paseo hasta la estatua para escuchar los
comentarios de la gente. De vez en cuando los oía leer en voz alta la placa –«…de
paz, de gran esplendor y de importantes reformas»– y mascullar: «¡Qué sarta de
mentiras!». Así hablaban quienes creían en los mitos con fe inquebrantable,
concluía Bruschini, los mismos que daban crédito a aquella bobada de tocar la lira
mientras ardía Roma, los mismos que no percibían el componente trágico del final
de Nerón: un mandatario atribulado, huido, convencido por traidores para que no
se refugiase en Anzio ni en Egipto, sino en una villa al norte de Roma, perseguido
por sus enemigos y desesperado ante el convencimiento de que no tenía otra
salida que la muerte.
No importaba. El rey niño volvía a estar en su hogar, en Anzio, rodeado una vez
más por las multitudes.

ROMA COLISEO EMPERADORES NERÓN DOMUS ANTIGUA ROMA


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