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(a) D. Maffia y M. Cabral “¿Los sexos son o se hacen?” [Selección] y de (b) E.

Martin “El
óvulo y el espermatozoide: cómo la ciencia construyó una novela basado en roles estereotipados
del varón y la mujer” [selección].

(a)

En los años ‘70, la irrupción de la categoría de género en la teoría feminista permitió el


florecimiento de una serie de análisis que procuraban derrotar los estereotipos vinculados a la
identidad femenina y masculina, a sus roles sociales y a sus relaciones de poder. La operación
consistía principalmente en dos pasos: primero, diferenciar sexo de género, considerando al
segundo una lectura cultural del sexo biológico, asignado dicotómicamente según la anatomía.
Segundo, mostrar que las diferencias de género atraviesan toda la vida social, dividiéndola y
organizándola simbólicamente. Desnaturalizaban así los roles femenino y masculino propios del
género, pero sin discutir la “naturalidad” del sexo. Muchos análisis contemporáneos conservan
esta lectura en dos niveles. No se discute la realidad de las diferencias sexuales, sino la
legitimidad de los estereotipos construidos por la sociedad sobre esas diferencias, como si el
sexo constituyera una materialidad inapelable. Partiremos aquí de una hipótesis diferente.
Sostendremos que el sexo anatómico mismo, su propia presunta dicotomía, son producto de una
lectura ideológica. Una ideología de género que antecede la lectura misma de los genitales, que
no permite hablar de un sexo natural, y que es lo suficientemente fuerte como para disciplinar
los cuerpos cuando no se adaptan cómodamente a la lectura que se espera hacer de ellos. Para
probar esta hipótesis nos basaremos en el análisis del tratamiento dado por la medicina al
llamado “sexo ambiguo”, que sintomáticamente aparece como capítulo de la “teratología”, es
decir, del tratamiento de los fenómenos anatómicos monstruosos (Ben, 2000). La consideración
de una anatomía no fácilmente identificable como femenina o masculina, su clasificación como
monstruosa, como una urgencia pediátrica que las más de las veces tiene una cruenta y arbitraria
resolución quirúrgica, el secreto que rodea y exige la intervención médica, todo ello forma parte
de la estructura de normalización que la medicina y la psicología asumen como instituciones. El
progreso científico y tecnológico, que el iluminismo soñaba como liberador de lo humano,
aumentó la capacidad de intervención pero no cambió la manera de interpretar las diferencias
sexuales, por lo que el avance en lugar de liberador se torna peligroso. Nuestro trabajo apunta
entonces a la necesidad de desarrollar una ética de la intervención que tenga en cuenta los
principios de autonomía e identidad del sujeto. Aunque desde la antigüedad se han reportado
casos de bebés nacidos con genitales que no son ni claramente masculinos ni claramente
femeninos, sólo a fines del siglo XX la tecnología médica avanzó lo suficiente como para
permitir a los científicos determinar el género cromosómico y hormonal, que se toma como el
género real, natural y biológico, y al que se llama “sexo”. Analizando casos clínicos, vemos que
los médicos parecen considerar una gran cantidad de factores, junto a los biológicos, para
asignar el sexo del bebé; pero muchas veces se confunden en las deliberaciones aspectos
prescriptivos de tipo cultural (como la “correcta” capacidad de la vagina y el “correcto” largo
del pene) que permitan augurar una salud y una felicidad futura a ese bebé. Dentro de la
dinámica usual de etiología, diagnóstico y procedimiento quirúrgico, mecanismos como la
deliberación sobre el sexo del bebé, evitar un anuncio taxativo, discutir con la intervención de
los padres, consultar con el/la paciente mismo/a en la adolescencia, forman una periferia
muchas veces invisible como posibilidad. Como afirma Suzanne J. Kessler (1998), el proceso y
guía para tomar las decisiones sobre re-construcción de género revela el modelo para la
construcción social del género en general: incluso ante una evidencia aparentemente
incontrovertible como el hermafroditismo, los teóricos sostienen la creencia incorregible de que
macho y hembra son las únicas opciones “naturales”. La paradoja de la ambigüedad anatómica
pone en cuestión que macho y hembra sean datos biológicos que fuerzan la cultura de dos
géneros. Más bien sugieren una cultura dicotómica que fuerza no sólo la interpretación de los
cuerpos sino su misma apariencia (Laqueur, 1994; Butler, 2001). La preocupación de los
médicos es eliminar esa ambigüedad que se considera monstruosa, adaptar los genitales a las
medidas que estipulan aceptables y si es posible asegurar que en el futuro la persona pueda
“casarse y tener hijos”. El sexo es equiparado a penetración y reproducción. El placer ni siquiera
es tomado en cuenta (de hecho, muchas de estas intervenciones lo impiden o dificultan
gravemente). Y por supuesto, ni siquiera se considera la posibilidad de que sin los genitales
apropiados esa persona pueda ser amada por alguien tal como es. Los casos médicos reseñados
en la actualidad muestran, por otra parte, que ese futuro perfecto no fue asegurado por el bisturí.
Aquí hay un profundo asunto ideológico, que antes creíamos limitado a que la dicotomía
anatómica se trasladaba a la “atribución de género” (el género que los otros en el mundo social
nos adscriben, masculino o femenino), a la “identidad de género” (el propio sentido de
pertenencia a la categoría femenina o masculina) y al “rol de género” (las expectativas
culturales sobre las conductas apropiadas para una mujer o un varón). Pero estamos ante el
disciplinamiento quirúrgico de la misma base material sobre la cual los roles de género se
inscriben (Butler, 2001; Califia, 1997; Fausto-Sterling, 2001).

(b)
Como antropóloga, estoy intrigada por la posibilidad de que la cultura determine cómo los
científicos biológicos describen lo que descubren sobre el mundo natural. Si esto fuera así,
estaríamos aprendiendo más que el mundo natural en la clase de biología de la escuela
secundaria; en efecto, estaríamos aprendiendo sobre las creencias y prácticas culturales como si
fueran parte de la naturaleza. En el curso de mi investigación, me di cuenta de que la
representación del óvulo y del espermatozoide extraídos de relatos populares y científicos de la
biología reproductiva se basa en descripciones culturales estereotípicas de varón y mujer. Estos
estereotipos implican no solo que los procesos biológicos femeninos son menos valiosos que
sus contrapartes masculinas, sino, además, que las mujeres son menos valiosas que los hombres.
El objetivo del presente artículo consiste, en parte, en poner en evidencia los estereotipos de
género ocultos en el lenguaje científico de la biología.

El óvulo y el espermatozoide: un cuento de hadas científico

En términos generales, todos los principales libros de texto científicos representan los órganos
reproductores masculino y femenino como sistemas para la producción de sustancias valiosas,
óvulos y espermatozoides. En el caso de las mujeres, el ciclo mensual se describe como
diseñado para producir los óvulos y preparar un lugar adecuado para que sean fertilizados y
crezcan, todo ello con arreglo a un objetivo último: “hacer bebés”. Pero el entusiasmo termina
ahí. Al ensalzar el ciclo femenino como una empresa productiva, la menstruación debe
considerarse necesariamente como un fracaso. Los textos médicos describen la menstruación
como los "restos" del revestimiento uterino, el resultado de la necrosis o la muerte del tejido.
Las descripciones implican que un sistema ha fallado, lo que hace que los productos han
perdido utilidad, no se puedan vender, se desaprovechen y se desechen. Una ilustración en un
texto médico ampliamente utilizado en la escuela secundaria en Estados Unidos enseña que la
menstruación es una desintegración caótica de la forma; la describen como "cesar", "morir",
"perder", "despojarse", "expulsar".
La fisiología reproductiva masculina se evalúa de manera muy diferente. Uno de los textos que
considera a la menstruación como una producción fallida emplea términos muy distintos
cuando describe la maduración del espermatozoide: "Los mecanismos que guían la notable
transformación celular de un espermátida a un espermatozoide totalmente maduro permanece
como una incógnita... tal vez la característica más sorprendente de la espermatogenia es su pura
magnitud: el macho humano normal puede fabricar varios cientos de millones de
espermatozoides por día”. En el texto clásico Medical Physiology, editado por Vernon
Mountcastle, el paralelo masculino- productivo/femenino-destructivo es más explícita:
"Mientras la mujer arroja un solo gameto cada mes, los túbulos seminíferos masculinos
producen cientos de millones de espermatozoides cada día "(énfasis mío).
La autora de otro texto se maravilla de la longitud de los túbulos seminíferos microscópicos
que, si se desenrollan y se colocan de extremo a extremo, "abarcarían casi un tercio de milla".
Escribe: "En un hombre adulto, estas estructuras producen millones de células de esperma cada
día". Más adelante se pregunta: "¿Cómo se logra esta hazaña?" Ninguno de estos textos expresa
un entusiasmo tan intenso por los procesos femeninos. Seguramente no es accidental que el
proceso "extraordinario" de producir esperma involucre precisamente lo que, en la visión
médica, la menstruación no hace: producción de algo considerado valioso.
(…)

¿Cómo es que las imágenes positivas son negadas a los cuerpos de las mujeres?
En este caso, el lenguaje científico proporciona la primera pista. Consideremos el óvulo y el
esperma [como son representados en los manuales de textos de biología]. Es notable cómo " de
un modo femenino" se comporta el óvulo y cómo "de un modo masculino" el espermatozoide.
"El óvulo se ve como pesado y pasivo". Los espermatozoides son pequeños, "aerodinámicos",
e invariablemente activos. Ellos "entregan" sus genes al óvulo, "activan el programa de
desarrollo del óvulo", y tienen una "velocidad" que se observa a menudo. Sus colas son
"fuertes" y eficientemente poderosas. Junto con las fuerzas de la eyaculación, pueden "impulsar
el semen hasta los recovecos más profundos de la vagina". Para ello requieren de "energía",
"combustible", de modo que con un "movimiento de latigazo y fuertes sacudidas" pueden
"excavar a través de la capa de óvulo" y "penetrarla".

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