Professional Documents
Culture Documents
Memorias en lucha
Compiladoras
Ana Margarita Ramos
Carolina Crespo
María Alma Tozzini
9 | Prólogo
Gemas
13 | Capítulo 1
En busca de recuerdos ¿perdidos?
Mapeando memorias, silencios y poder
Ana Margarita Ramos, Carolina Crespo y María Alma Tozzini
51 | Capítulo 2
La memoria como objeto de reflexión:
recortando una definición en movimiento
Ana Margarita Ramos
71 | Capítulo 3
Las rogativas mapuche como lugares políticos de la memoria
Valentina Stella
93 | Capítulo 4
Recordar en tiempos de lucha: Los procesos
políticos de hacer memoria en contextos de conflicto
María Emilia Sabatella
111 | Capítulo 5
Imágenes, silencios y borraduras en los procesos
de transmisión de las memorias mapuches y tehuelches
Mariela Eva Rodríguez, Celina San Martín y Fabiana Nahuelquir
141 | Capítulo 6
Las memorias en escena. Autorrepresentación
y lucha política en grupos subalternizados
Mariana Isabel Lorenzetti, Lucrecia Petit y Lea Geler
163 | Capítulo 7
Repensando marcos: debates en torno a las definiciones
de tiempo y espacio en Lago Puelo, Chubut,
Patagonia argentina
Carolina Crespo y María Alma Tozzini
183 | Capítulo 8
«Las poblaciones que dejó la gente»:
taperas, memorias y pertenencias en la Línea Sur
de Río Negro
Lorena Cañuqueo
201 | Capítulo 9
«Los fierros tienen memoria»: materialidad
y memoria en el sistema ferroviario
Stephanie McCallum
223 | Capítulo 10
Memorias, mujeres y salud en contextos de
desplazamientos transnacionales
Brígida Baeza
Un día de invierno del año 2008, en uno de los bares cercanos a la facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, comenzamos a ima-
ginar y esbozar las primeras líneas de un proyecto en torno a la memoria.
En ese entonces no habíamos elaborado aún una narrativa sólida que fun-
damentara nuestro deseo de conformar un equipo de investigación sobre
el tema. Sin embargo, teníamos algunas intuiciones y la certeza de querer
continuar vinculando nuestros proyectos individuales, tras haber termina-
do nuestros estudios de grado y/o posgrado. En ese entonces, éramos solo
algunas antropólogas que nos manteníamos conectadas en los espacios
académicos o en charlas informales de café. Solíamos intercambiar lectu-
ras y experiencias de formación, y compartir inquietudes que vinculaban
preguntas epistemológicas con compromisos políticos y sociales.
Aunque algunas de nosotras habíamos escrito ensayos conjuntos y par-
ticipado en los mismos equipos de investigación, nuestras trayectorias aca-
démicas eran, y siguen siendo, diversas. Con el tiempo, a estos intercam-
bios e intereses se sumaron algunos estudiantes de antropología social e
investigadores provenientes de otras disciplinas –historia, psicología social
y comunicación social– y centros académicos –la Universidad de Buenos
Aires, la Universidad Nacional de Río Negro y la Universidad Nacional de
la Patagonia San Juan Bosco– con los que poco a poco fuimos gestando y
dando forma al Grupo de Estudios sobre Memorias Alterizadas y Subordi-
nadas (gemas).1
Si bien las disciplinas y las instituciones universitarias contribuyen a la
diversidad del perfil del equipo, lo que aporta mayor heterogeneidad es que
nuestras investigaciones etnográficas dialogan con personas que viven sus
cotidianeidades en geografías distantes entre sí, atravesadas por experien-
cias históricas comunes pero también particulares, con sus propios modos
de relacionarse, de demandar, de dar afecto, de luchar políticamente, de
llevar adelante sueños y proyectos. Los inmigrantes limítrofes, los afrodes-
cendientes, los refugiados africanos y los pueblos indígenas del norte y del
sur, con quienes compartimos nuestro trabajo de campo, nos estimulan
Prólogo | 9
continuamente a interrogarnos por el valor performativo de la memoria,
así como también por los silencios y los olvidos. A su vez, la heterogeneidad
de las trayectorias de lucha, las reivindicaciones políticas y las rehabilita-
ciones de lugares sociales que promueven dichos grupos repercute en la
diversidad de nuestras preguntas de investigación.
Por su parte, el campo de la memoria involucra una amplitud de discipli-
nas, temas, intereses, enfoques y marcos teóricos y metodológicos. En nuestro
país, los estudios sobre memoria se centraron en las experiencias sufridas
por las víctimas directas e indirectas, antes, durante y con posterioridad
al terrorismo de Estado llevado a cabo durante la última dictadura cívico-
militar-eclesiástica (1976-1983). El trabajo sostenido durante más de tres
décadas por esta línea de investigación abrió la agenda pública hacia de-
bates y discusiones que habían estado ausentes en las sucesivas dictaduras
militares. El acercamiento al vasto corpus de lecturas sobre memoria y dic-
tadura nos permitió forjar las primeras herramientas conceptuales e intro-
ducirnos en la discusión. No obstante, también nos permitió identificar un
vacío teórico y metodológico respecto a los procesos de recordar y olvidar
entre grupos cuya vocalidad ha sido históricamente silenciada, construidos
como otros internos u otros externos por las narrativas de una nación imagina-
da como blanca y homogénea.
En este marco, comenzamos a pensar en lo específico de nuestra pro-
puesta y en las peculiaridades que implicaba trabajar con las memorias de
sujetos y grupos alterizados y subordinados. No nos propusimos recons-
truir sus memorias a partir de relatos fragmentados, sino que nos plantea-
mos un objetivo más ambicioso: comprender las perspectivas, las concep-
tualizaciones y las definiciones ensayadas por ellos, no solo en relación con
la memoria, sino también sobre secretos, agencia, historia, futuro, etcétera.
Es decir, nuestra tarea fue y sigue siendo acompañarlos y reflexionar junto
a ellos sobre las reconstrucciones y conceptualizaciones que llevan a cabo
y, a través de este diálogo, cuestionar nuestros presupuestos y reorientar
nuestra práctica académica.
Este libro resume las investigaciones realizadas durante el período que se
extiende entre el 2011 y el 2014, en el que concretamos la primera experiencia
formal como equipo, con un proyecto al que titulamos «Procesos de recordar
y olvidar en contextos de subordinación. Una aproximación comparativa en
torno a la memoria como objeto de reflexión» y que fue financiado por la
Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (anpcyt), del Mi-
nisterio de Educación, Ciencia y Tecnología, en el marco del Fondo para la
Investigación Científica y Tecnológica. Esta experiencia dio inicio al grupo
gemas, al que luego se fueron incorporando nuevos colegas y estudiantes
que estaban realizando sus tesis de licenciatura o de doctorado, algunos de
los cuales eran becarios. En noviembre del 2014, mediante un subsidio del
10 | Memorias en lucha
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (conicet), orga-
nizamos el ii Simposio Memoria, Alteridad y Subalternidad, que tuvo lugar
en San Carlos de Bariloche, en el Instituto de Investigaciones en Diversidad
Cultural y Procesos de Cambio (iidypca) de la Universidad Nacional de Río
Negro (unrn). Poco después, en el 2015, recibimos la noticia de que la anpcyt
había evaluado favorablemente nuestro segundo proyecto, al que titulamos
«Procesos de Recordar y Olvidar en Contextos de Subordinación. Memoria
como Producción de Conocimiento y de Políticas de Re-categorización». Con
la intención de compartir los debates internos con otros posibles interesa-
dos, solemos turnarnos para coordinar mesas o simposios en eventos acadé-
micos nacionales e internacionales. Debido a que trabajamos en provincias
diferentes, estos espacios nos permiten retomar las discusiones que mante-
nemos a través de canales virtuales propiciados por internet.
Dado que la memoria es un objeto de reflexión, tanto para la academia
como para la militancia, y que es también una herramienta de lucha que
estimula lugares de apego, los grupos con los que trabajamos señalan conti-
nuamente la necesidad de generar instancias de difusión que cuestionen
y desafíen la hegemonía y los sentidos naturalizados. Atendiendo a estos
deseos, planteos y demandas, el gemas participa en el diseño y ejecución de
diversos proyectos de extensión, transferencia, gestión y artísticos entre los
que se incluyen actividades y producciones variadas: documentales, cortos,
obras de teatro, talleres, charlas públicas, conferencias, peritajes judiciales,
materiales didácticos, etcétera. Por lo tanto, nuestro perfil como equipo se
ha ido ajustando a los casos particulares, produciendo investigaciones en
colaboración con características disímiles, según los compromisos políticos
y sociales asumidos entre las partes involucradas. Estas relaciones inter-
subjetivas, construidas a partir de conversaciones y experiencias concretas,
no solo nos permiten revisitar antiguos debates y generar nuevas pregun-
tas, recorridos y relaciones, sino que también propician posibilidades para
resquebrajar y desafiar viejas y nuevas prácticas de subalternización.
De manera que este libro debe leerse como producto de todos estos re-
corridos y encuentros en los que revisamos nuestras conceptualizaciones y
prácticas profesionales. Los textos que aquí se incluyen, como bien lo resu-
mió una de las integrantes del equipo:
Prólogo | 11
los que nacen, los que emergen, los que resurgen y los que ilumi-
nan; de lo hegemónico y lo contrahegemónico, de lo dominante y lo
subalterno; de lo político y la política; de instituciones y gestiones
estatales. Hablan también de centros, periferias y márgenes; de lo
material y lo inmaterial; de lo público y lo íntimo; de usos y desusos;
de vacíos, escombros y reposiciones; de pérdidas, latencias, activa-
ciones y reactivaciones; de reapropiaciones y reacentuaciones. Ha-
blan, en síntesis, de sujetos, agentes y actores sociales alterizados
y subordinados que luchan colectivamente para revertir procesos
y prácticas de subalternización. (L. Petit, comunicación personal,
marzo de 2015)
12 | Memorias en lucha
Capítulo 1
En busca de recuerdos ¿perdidos?
Mapeando memorias, silencios y poder
Desde al menos fines de la década de 1980, y tal como lo señalaba Sahlins (1997
[1985], p. 78), la antropología y la historia superaron ampliamente antiguas di-
visiones teórico metodológicas a través de los estudios de memoria. Constitui-
das originalmente como disciplinas diferentes entre sí, particularmente por el
tipo de sociedad que observaban, ambas se distinguían por las formas de con-
ceptualizar el paso del tiempo, la relación entre pasado y presente y las fuentes
consideradas válidas para construir conocimiento. Si para la producción de
conocimiento la historia se valió tradicionalmente del análisis de documen-
tos escritos, la antropología optó por recoger relatos, mitos y conversaciones
casuales, observando rituales y participando de la vida cotidiana. Así, los cono-
cimientos históricos se autorizaron por la evidencia que proporcionaba la ma-
terialidad de los registros analizados –particularmente los escritos– mientras
los criterios de validación antropológicos –centrados en el estar allí– estuvieron
históricamente más permeables, quizás por falta de alternativas a la oralidad.
Esto trajo como resultado que el tratamiento de los recuerdos orales fuese du-
rante mucho tiempo desplazado en los trabajos de reconstrucción histórica, ya
sea porque los antropólogos circunscribieron por más de medio siglo dichos
relatos al estatus de mitos sin historia o bien porque los historiadores los des-
preciaron frente a los datos escritos. Esta separación entre los objetos de ambas
disciplinas así como la adjudicación de certezas sagradas a las sociedades etno-
gráficas y de conocimiento histórico a las sociedades occidentales, contribuyó se-
gún Comaroff y Comaroff (1992), a la exotización permanente de las primeras,
obstaculizando el conocimiento no solo de los otros sino también del nosotros
e incidiendo en la relación entre ambos.
Sin embargo, en estos últimos años ambas disciplinas confluyeron en los
estudios sobre memoria, campo de estudio híbrido en el que los procesos de
recuerdo y olvido generalmente fueron abordados desde diferentes ángulos y
1 Para otra versión del estado del arte sobre estas aproximaciones a la memoria, ver
Ramos (2011).
14 | Memorias en lucha
relaciones. La entrada clásica de la memoria en los ámbitos académicos extra
antropológicos se produjo como una aliada de la indagación historiográfica,
vistiendo su ropaje más habitual: de la oralidad. Así, el trabajo con las fuentes
orales fue asumido, por estos estudios (Joutard, 1986), como aquello que per-
mitía suplir los vacíos de las fuentes escritas. Ante un relato oral, entonces, se
acudía inmediatamente a las fuentes escritas, ya sea para corroborar aquello
que los informantes relataban o bien porque a través de las fuentes orales
se intuía la posibilidad de llegar a mejores y/o novedosas fuentes escritas.
Desde esta perspectiva, el objetivo era encontrar la evidencia, y la oralidad se
presentaba como un vehículo apropiado.
A mediados de la década de 1960, estas presuposiciones comenzaron
a ser cuestionadas en la obra de Jan Vansina, un historiador que proponía
adentrarse en la historia del África central. Este autor defendió con énfasis
el valor de verdad de las fuentes orales, equiparándolas a las fuentes escritas,
y sostuvo que, en todo caso, la puesta en duda acerca de la cientificidad de
las primeras nos debería llevar a cuestionar también la certeza de los docu-
mentos escritos, frecuentemente transcripciones realizadas desde la inten-
cionalidad del escriba (Vansina,1978). Se preguntaba si era posible escapar
–incluso usando fuentes escritas– de los intereses de sus productores y en
qué medida las interpretaciones formuladas en base a ellas no estaban, a su
vez y al igual que sucede con las fuentes orales, teñidas de la especulación
propia de la interpretación del pasado y de las previsiones del futuro. En
esta línea, el autor llamó la atención sobre los eurocentrismos encriptados en las
fuentes escritas oficiales, que resultaban por demás distorsionantes de aque-
llo que pretendía estudiarse (Hill, 2007). Así, según apuntaba Vansina (2007),
la historia oral fue tomada a menudo como el testimonio directo de un testi-
go de algún hecho considerado importante, y en consecuencia complemento
de las fuentes escritas; o como la forma de acceder a la historia de los grupos
que no escriben memorias, esto es: la historia de estratos sociales humildes y
minorías. Asimismo, en algunos países, a causa de situaciones sociopolíticas
particulares, las fuentes escritas escaseaban2 y, a pesar de la renuencia de los
historiadores a tomar como fiables grabaciones orales, tuvieron que aceptar
acceder a sus transcripciones. Así, para la década de 1960 y en buena medida
gracias al trabajo de este historiador, las tradiciones orales se convirtieron
en fuentes para la historia (Vansina, 2007) y en una forma alternativa de re-
copilar aquellos relatos y sucesos no documentados, como los vinculados al
proceso del esclavismo con los que trabajaba este historiador.
Ahora bien, si la especulación era la mayor y más habitual acusación que
recibían las fuentes orales, el autor proponía interpretar la misma especu-
lación como información complementaria en la reconstrucción histórica,
16 | Memorias en lucha
Por su parte, la utilización de las fuentes orales fue sinónimo de his-
torización de procesos sociales que involucraban a sectores subalternos
que por su misma ubicación en el proceso hegemónico, no habían logrado
acceder a la materialidad de las fuentes escritas3. En este sentido, Vansi-
na (1978) había ya señalado que la importancia de dichas fuentes remitía
por un lado a la falta de otro tipo de fuentes, pero también a su capacidad
–acaso la única posibilidad para los historiadores– de hacer oír la voz de los
sectores silenciados –en su caso los africanos, a quienes dedicó su produc-
ción–, las voces ocultas y las esferas escondidas de la cotidianeidad, sobre
las que también llamará la atención Thompson (2003).
Hacia inicios de la década de 1990, a partir de las formulaciones de Por-
telli, Passerini y las del sociólogo Maurice Halbwachs (1992 [1925] y 2004
[1950]), fundador de los Estudios de la Memoria Colectiva, Dora Schwarzs-
tein y otros académicos, conformaron en la Argentina el Programa de His-
toria Oral de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires. Concibieron a la historia oral como un puente entre la memoria y la
historia (Schwarzstein, 1991, 1998 y 2002) que posibilita la reflexión sobre el
mismo proceso de recordar, en tanto elemento clave para acceder al signi-
ficado subjetivo de las experiencias humanas, ya que vincula las memorias
individuales a las colectivas. Asimismo, definieron a los testimonios orales
menos como registros simples que como «productos culturales complejos»
(Schwarzstein, 2002, p. 478).
Ahora bien, dentro de la antropología y a medida que se iban incorpo-
rando los procesos de cambio en el estudio de las sociedades, también se
fue avanzando en la interrelación entre el dato histórico y el relato oral, ya
no para mostrar su jerarquía sino su complementariedad. Al mismo tiem-
po, en la década de 1980, el Popular Memory Group en Inglaterra, planteaba
la necesidad de no descartar para el análisis ninguno de los sentidos con
los que el pasado era construido en nuestra sociedad, asumiendo así que en
dicha construcción no todos participaban de igual modo (Popular Memory
Group, 1998 [1982]) ni con los mismos formatos; algo sobre lo que llamó
oportunamente la atención en nuestro país, Claudia Briones (1994).
Esta visión, junto con la complejidad cultural atribuida a los testimonios,
fue consolidando una perspectiva interdisciplinaria entre antropología e
historia a la hora de analizar los modos diversos en que los procesos sociales
modelan recuerdos y olvidos. Es aquí donde mito, ritual, historia o narración
comenzaron a adquirir el mismo valor, en tanto productos culturales, repre-
sentaciones socioculturales de historización o formas de conciencia social
(Hill, 1988). Paralelamente y de la mano de Abercrombie (2006), empezaron
3 Esto se conoció más adelante, de la mano de Eric Hobsbawm (1988), como Grassroots
History o historia desde abajo.
18 | Memorias en lucha
otras voces, ponerlas en tensión dialógica con las fuentes escritas oficiales y
ampliar el rango de vocalidades de y sobre el pasado (Trouillot, 1995).
4 Los debates que se fueron abriendo en torno a la noción de memoria social en el mun-
do anglosajón, la memoria colectiva en Francia, la Geschichtskultur en Alemania y en
distintos países de América Latina, mantienen puntos en común pero también di-
ferencias que, por el propósito que tiene este apartado, no serán profundizadas en
detalle. No obstante, es importante aclarar que el incremento del interés académico
sobre este tema no puede divorciarse del aumento de interés que el pasado y la me-
moria vienen teniendo en el plano social desde mediados de los años 1970 (Olick y
Robbins, 1998). Varios autores, polemizaron sobre ello (Huyssen, 2000; Nora, 1989;
Todorov, 2000) y debatieron acerca de sus causas (Olick y Robbins, 1998).
20 | Memorias en lucha
el establecimiento de una línea de continuidad con el presente. Desde este
ángulo, señalaron el origen relativamente reciente de conmemoraciones,
rituales, tradiciones, historias y lugares construidos como constitutivos
de la memoria nacional (Anderson, 1993; Hobsbawm y Ranger, 1989; Nora,
1989) y las estrategias o mecanismos por medio de los cuales se silencian
historias de sectores subordinados (Trouillot, 1995) mientras se apropian y
transmiten otras, reinterpretadas en clave hegemónica (Alonso, 1988; Bon-
fil Batalla, 1999).
En el campo de la antropología, esta visión instrumental y «presentista»
de la memoria, tal como la clasificaron Olick y Robbins (1998), ha sido ex-
trapolada para explicar procesos de reivindicación étnica y sus luchas por
el reconocimiento de recursos y derechos históricamente negados. Algunos
antropólogos procuraron demostrar que, en el contexto actual, el pasado es
utilizado e incluso inventado por estos sectores para incidir políticamente
en el presente (Hanson, 1989; Isla, 2003). Así, fueron poniendo en foco a la
memoria como espacio de tensión y contestación más que como fuente de
cohesión y consenso, pero en sus versiones más extremas generaron una
serie de polémicas por sus implicancias teóricas y ético-ideológicas (Brio-
nes, 1994). Estas polémicas se centraron en tres aspectos.
En primer lugar, en la discusión en torno a la ilimitada plasticidad que
se le adjudicó a las representaciones del pasado y al escaso peso que se le
ha otorgado a la determinación del pasado en las prácticas de recuerdo
(Appadurai, 1981; Briones, 1994; Popular Memory Group, 1998 [1982]). Va-
rios autores señalaron que aunque las memorias dominantes siempre se
disputen, instalan los términos en los que una historia subalterna puede
ser pensada (Popular Memory Group, 1998 [1982]). Las selecciones e inter-
pretaciones del pasado están condicionadas por la posición que ocupan los
sujetos en la estructura social (Friedman, 1992), las circunstancias sociopo-
líticas y económicas del presente pero también, sugiere Ganguly (1992), por
sistemas de significación heredados y, como sostienen Landsman y Cibors-
ki (1992, citado en Briones, 1994), por experiencias y relaciones sociales que
afectan el contenido, la forma y los mecanismos que adoptan. En segundo
lugar, señalaron que las consecuencias políticas y económicas que tienen
esas prácticas de recuerdo, también difieren según la posición que ocupan
los sujetos. Por último, en tercer lugar, destacaron las complicaciones que
acarrea el argumento de la invención para sectores subalternos que están
realizando reclamos de distinto tenor, como por ejemplo territoriales, cul-
turales, laborales, entre otros (Briones, 1994).
En este marco del debate, muchos científicos sociales señalaron la ne-
cesidad de distinguir los ejes teórico-metodológicos con los que se abor-
dan memorias subalternas y dominantes a partir de una perspectiva que
contemple los procesos de producción y disputa por la hegemonía. Así,
22 | Memorias en lucha
caso, su posibilidad de difusión en términos propios, de pasar del silen-
cio a la contestación y la reivindicación. Entendemos que los procesos de
subalternización se expresan en las memorias a través de olvidos, silencios,
transmisiones interrumpidas, sentimientos de pérdida y/o fragmentación
y desconexión de recuerdos. Como profundizaremos más adelante, estos
efectos son el resultado de dos procesos diferentes –en sus tempos y confi-
guraciones de subjetividad– pero yuxtapuestos: los contextos de violencia y
represión, por un lado, y las imposiciones epistémicas, por el otro.
Por un lado, entonces, la reflexión sobre la relación entre memorias
subalternizadas y políticas de la memoria fue de la mano de discusiones
en torno a procesos de violencia que dieron lugar al estudio de las me-
morias silenciadas, al derecho a la memoria y a las memorias vinculadas
con traumas sociales. Hay en los recuerdos zonas de sombras, silencios u
olvidos que están atravesadas por una dimensión política y cuyos límites
se encuentran en un constante dislocamiento entre sí. Particularmente en
el marco de experiencias traumáticas y dolorosas, de violencias vividas o
transmitidas, los académicos focalizaron en las condiciones de posibilidad
de comunicación de memorias de sufrimiento y dolor y sus implicancias.
Los modos en que estas experiencias de violencia configuran la subjetivi-
dad y son configuradas por acciones de comunidades y particulares llevó a
examinar este fenómeno a partir de la perspectiva, el lenguaje y las prácti-
cas de los sufrientes, analizando la forma en que negocian y obtienen cierta
dignidad, reconstruyen sus relaciones cotidianas, sobrellevan las marcas
del dolor y ponen en juego el intelecto y las emociones en estos recuerdos
(Ortega, 2008). Mientras algunos exploraron la posibilidad que ofrece la fic-
ción de poner el foco en el silencio de esa experiencia y las contradicciones
que lo promovieron (Das, 1997, citado en Jimeno, 2007), otros estudiaron
la capacidad que posee el testimonio del dolor para crear una «comunidad
emocional que alienta la recuperación del sujeto y se convierte en un vehí-
culo de recomposición cultural y política» (Jimeno, 2007, p. 170). El testimo-
nio de estas experiencias se define así como un medio para reconstituirse
como sujeto frente a un otro con quien se establecen alianzas y diferencias,
una forma de posicionarse políticamente (Agamben, 2001), pero también
como un campo intersubjetivo que al compartir en algún grado el sufri-
miento, habilita la reconstitución de la ciudadanía (Jimeno, 2007). Otros en
cambio, conceptualizaron al testimonio como el acceso a la tensión entre
aquello que es posible decir y lo que resulta imposible de narrar (Das, 2008;
Vich y Zavala, 2004) y subrayaron al silencio o lo inefable como una de las
respuestas posibles en circunstancias en las que no existe un ámbito de es-
cucha social de las violencias acaecidas. En general, el abordaje de la memo-
ria desde el testimonio explicó esas memorias indecibles o zonas de silen-
cios como modos de apropiación del dolor y estrategia de agenciamiento
24 | Memorias en lucha
que suelen emprender los grupos subordinados, y en el potencial político
de estos proyectos cuando son realizados desde lugares subalternizados y
alterizados de enunciación. Para ello, reponemos en el siguiente apartado
la discusión en torno a la relación entre memoria y grupo, particularmente
las relaciones entre recordar juntos y producir compromisos político afec-
tivos vinculantes. Asimismo, en el apartado posterior, retomamos los pro-
cesos yuxtapuestos de producción de silencios, como la violencia, represión
e imposición epistémica, para dar cuenta del tema que nos convoca como
gemas: los desafíos y efectos performativos involucrados en los proyectos
políticos de reconstrucción de lazos sociales y memorias comunes entre
grupos subordinados y alterizados.
26 | Memorias en lucha
los a priori de la noción de identidad por la de evento-lugar (Massey, 2005). El
lugar es, desde estas perspectivas, un encuentro de trayectorias que tienen
sus propias temporalidades y que traen consigo las narrativas o memorias
de otros entonces y otros allí. Pero es también un evento puesto que implica
la negociación de esas historias para entramar los sentidos del aquí y el
ahora de esa unidad temporaria. Desde este ángulo, no puede presuponer-
se ninguna coherencia, comunidad o identidad preestablecida, porque la
unidad del lugar nos compromete a la fuerza con otros humanos y no hu-
manos con quienes debemos emprender el desafío de negociar cada vez la
multiplicidad de recuerdos en un encuentro temporario. Como caminan-
tes producimos nuestras trayectorias (Ingold, 2011), y como trayectorias
compartimos procesos históricos que tanto diferencian el mundo como
lo conectan, que tanto crean compromisos vinculantes como desconectan
otros, que hilvanan relatos para ser luego deshilvanados como otros hilos
y vueltos a anudar en nuevos encuentros. En este tránsito permanente, la
memoria adquiere su propia historia, es parte del movimiento del mundo
y resulta de los eventos en los que distintos agentes negocian encuentros
y desencuentros. El segundo desplazamiento es el que inauguran los estu-
dios filosóficos y de ciencias políticas centrados en la producción de subje-
tividades. Si bien la noción de identidad se modificó paulatinamente hasta
el punto de incluir en su constitución las tensiones entre pasado y presente,
estructura y agencia, sujeción y autonomía, resignificación y oposición a
los consensos hegemónicos, perdura en ella el implícito inicial de un grupo
o cultura cuya continuidad a través del tiempo la sustenta. La noción de
subjetividad desembarca en las mismas orillas pero desde un recorrido di-
ferente, puesto que fue introducida por Foucault (1999) como línea de fuga
a su modelo previo sobre el poder y la dominación, esto es, como una tercer
variable relativamente independiente que no podía reducirse mecánica-
mente al saber, ni al poder, ni a la relación entre estas dos dimensiones.
Esta impronta la recupera Deleuze (1987), quien equipara los procesos de
subjetivación con los procesos de memoria. Para este autor, ambos proce-
sos organizan las formas en que plegamos las experiencias del afuera como
nuestra interioridad, es decir, la manera en que esos pliegues que nos con-
forman se afianzan selectiva y parcialmente, puesto que no todas las expe-
riencias que internalizamos son conectadas en todo momento y de igual
forma en las definiciones de uno mismo8. La metáfora del plegado pone
en relieve que toda producción de subjetividad es tanto el resultado de las
fuerzas externas de sujeción como de la agencia que las articula, suspende,
conecta y desconecta al plegarlas. Esta metáfora nos permite también pen-
sar la memoria como un entramado complejo de relaciones con el pasado,
28 | Memorias en lucha
objetos, frases, acciones cotidianas, rituales y conversaciones, entre otros
materiales, y su fin es el de producir textos sobre el pasado que, sin desco-
nexión con los marcos de interpretación heredados, resulten significativos
para las luchas del presente. La tarea de reconstruir memorias que fueron
desestructuradas y desconectadas por situaciones de dominación podría
ser descripta como una empresa colectiva de entextualización de experien-
cias comunes. Entendemos la entextualización como el proceso por el cual un
determinado discurso, que empieza a ser reconocido socialmente, se vuelve
extraíble de sus contextos originales de producción, pudiendo ser nombrado,
citado, presupuesto, actuado, inscripto en materiales heterogéneos o vuelto
a narrar. En este proceso se producen textos coherentes y memorizables, con
su capacidad doble, la de circular como unidades discretas y de ser recontex-
tualizables en distintas situaciones de interacción (Bauman y Briggs, 1990).
Ahora bien, si entendemos la memoria como entextualizaciones colectivas
debemos preguntarnos por qué y cómo algunos relatos de experiencias pa-
sadas se vuelven más reconocidos y reutilizables que otros.
Al respecto, y retomando algunas de las ideas mencionadas en el apartado
anterior, consideramos que cuando las trayectorias de las personas y grupos
suelen encontrarse con cierta frecuencia, sea de forma forzada o no, producen
lugares distintivos por la densidad de las interacciones que los conforman y,
por ende, de los anudamientos entre los trazos o huellas de sus recorridos
(Ingold, 2011). En estos encuentros, la historia de cada uno deviene ligada
con la de otros. Para Ingold, estos entretejidos no solo constituyen lugares
sino que también producen tópicos. Estos tópicos o conocimientos, genera-
dos al negociar los sentidos de un lugar, entraman historias similares como
memorias entextualizadas. En estos encuentros, algunas entextualizaciones se
irán produciendo sin proyecto previo, por el simple intercambio frecuente
de experiencias, y otras serán el resultado de un plan colectivo y político de
producción de conocimientos comunes sobre el pasado10. Por lo tanto, como
introducción a la relación entre memoria y generación de conocimiento en
grupos que fueron históricamente subordinados, retomamos brevemente
dos instancias centrales –e interrelacionadas– de producción hegemónica de
silencios, los eventos críticos de violencia y la imposición epistémica.
Por un lado, Veena Das (1995) caracterizó los eventos críticos como
aquellos acontecimientos que interrumpen el flujo cotidiano de la vida,
desmembrando los mundos locales. En estas circunstancias, agrega, la
10 Los grupos con los que trabajamos suelen emprender este tipo de proyectos a par-
tir del reconocimiento de una historia de violencia, subordinación y alterización,
así como de los efectos desestructurantes que esta tuvo para sus vínculos sociales
y para la conexión de sus recuerdos, una historia que, como contrapunto de sus
encuadres hegemónicos, produjo los silencios y olvidos desde los cuales se repro-
ducen cotidianamente esas desvinculaciones y desconexiones.
30 | Memorias en lucha
visibilidad y de subjetividad, eventos históricos, definiciones de agencia y,
en general, visiones de mundo.
La reestructuración de memorias en estos contextos de posviolencia o de
dominación epistémica no implica la actualización de un conocimiento del
pasado autónomo o intacto, sino un trabajo de restauración de recuerdos
(Benjamin, 1999) que permita, por un lado, profundizar quiebres con el or-
den mismo de la dominación y por el otro, rearticular vínculos y alianzas
para esa lucha.
Los trabajos sobre estos procesos específicos de reestructuración iden-
tificaron abordajes, conceptos y metodologías, al mismo tiempo que refi-
naron las definiciones acerca de qué implica el trabajo de la memoria para
personas y grupos que fueron subordinados y alterizados por los Estados
coloniales y nacionales.12
En este sentido, Janet Carsten (2007) retoma la noción de evento crítico y
sus efectos desestructurantes y plantea que en estas circunstancias de cri-
sis, las personas aprenden a relacionarse de nuevas maneras modificando
y recreando las categorías que orientan sus modos de acción. Los contextos
de violencia invaden la vida familiar y personal, destruyen vínculos e in-
terrumpen la transmisión de saberes. Sin embargo es durante o después
de estos eventos críticos que emergen formas particulares de sociabilidad
–a las que la autora denomina, en sentido amplio, relacionalidades–. La
emergencia de estas formas en contextos de posviolencia implica también
la reelaboración de ciertas concepciones de temporalidad, ciertas formas
de producción de memorias y ciertas disposiciones hacia el pasado, pre-
sente y futuro. Es así que, ante experiencias de pérdida, sostiene que las
interrelaciones entre memoria y relacionalidad necesariamente involucran
procesos creativos de refundición del pasado y de regeneración de vínculos.
Carsten indaga sobre el proceso de absorción y transformación de la expe-
riencia de pérdida e investiga sobre el devenir de esta experiencia en una
fuente de reconstrucciones creativas de memorias, en y a través de proce-
sos cotidianos de relacionalidad.13
Otros abordajes sobre las experiencias de pérdida y la regeneración
de redes de transmisión de memorias se centraron en poner en cuestión
los presupuestos que definen el silencio como ausencia. En esta línea,
David Berliner trabajó, por un lado, sobre las epistemologías del secreto14
como marcos para presuponer un pasado desconocido y restaurar las
transmisiones obturadas (2005); por el otro, sobre la relevancia que tiene
12 Lo que compartimos en este párrafo son algunos de los aportes que resultaron
sugerentes para nuestros propios trabajos de investigación.
13 Ver Stella en este libro.
14 Entre las generaciones jóvenes bulongic cuyo pasado preislámico, en apariencia,
nunca había sido transmitido por sus padres.
32 | Memorias en lucha
y deterioro se enmarcan en historias de desigualdad y de exclusión social.
En esta dirección, las ruinas constituyen vestigios materiales de procesos
históricos de violencia y de expansión capitalista. Por el otro, han puesto en
relieve las formas en que los sujetos subalternos recuperan y resignifican la
idea de ruinas –y las historias de deterioro material y social que las produ-
jeron– en sus reconstrucciones de memoria.17
Otros trabajos, en cambio, han puesto el énfasis en pensar las caracte-
rísticas, los efectos políticos y los desafíos que acarrean18 los procesos de re-
construcción de conocimientos sobre el pasado, en sus intentos por revertir
los silencios que las hegemonías epistémicas producen como impensables.
Esta perspectiva teórica interdisciplinaria –resultado de distintas revisio-
nes críticas del marxismo, de las corrientes posestructuralistas y posco-
loniales, de los aportes del orientalismo y de los estudios subalternos– se
plantea como una propuesta superadora a la pregunta clásica acerca de la
posibilidad de reconstruir historias desde el punto de vista de los oprimidos
(Guha, 1982). Hace algunas décadas atrás, estos enfoques se fueron manco-
munando en el reto de poner en cuestión el diseño colonial e imperial de
la geopolítica dominante del conocimiento y la subalternización epistemo-
lógica, ontológica y humana que este tipo de geopolítica promueve (Amin,
1996; Coronil, 1994; Dussel, 1973; Mignolo, 1995; Quijano, 1992; Said, 2002;
entre otros). Estos autores, desde diferentes perspectivas, postularon que
el conocimiento científico que se pondera como única forma válida de pro-
ducir verdades sobre la vida humana y la naturaleza, oculta, invisibiliza y
silencia otras epistemes, y con ellas también a los sujetos que las producen.
La premisa central de sus planteos consiste en entender que el conoci-
miento otro –el de los grupos subordinados– fue señalando el significado
histórico y relativo de esta producción hegemónica, poniendo en cuestión
su universalidad epistémica. Además, sin negar el alcance de esta como un
fenómeno global de la modernidad, subrayaron también sus repercusiones
localmente heterogéneas según las características históricas de las rela-
ciones de colonialidad (Mignolo, 2000, citado en Walsh, 2005). Desde este
ángulo, sostienen entonces que el conocimiento otro que se produce desde
experiencias locales, históricas y vividas de la colonialidad, presenta una
lectura de la realidad inimaginable para las lógicas modernas y que, aun
así, resulta subversivo e insurgente en sus metas (Walsh, 2005). Esta lectura
decolonial podría ser entendida como una lectura bajo borradura (Derrida,
1997), es decir, una lectura que historia la tachadura productora de silencio
para reconstruir las huellas de esos signos que le precedieron y que conti-
núan habitando detrás de lo tachado19. Refiriendo al carácter insurgente
17 Ver Mc Callum y Cañuqueo en este libro.
18 Ver Crespo y Tozzini en este libro.
19 Ver Rodríguez, San Martín y Nahuelquir en este libro.
34 | Memorias en lucha
por un lado, estos posicionamientos políticos en el conocimiento dislocan
las zonas conceptuales confortables y por el otro, plantea que las desestabi-
lizaciones de las formaciones epistémicas y políticas predominantes reor-
ganizan también los antagonismos hegemónicos.
La reconstrucción de memorias subordinadas es una tarea compleja en
tanto debe identificar los silencios significativos para dar cuenta de ellos y
entramarlos en las entextualizaciones en marcha. Ahora bien, las maneras
de trabajar con los silencios difieren según sus usos, sean identificados como
producto histórico de procesos represivos de violencia o remitan al terreno
epistémico de lo impensable. En el primer caso, el énfasis en la reconstruc-
ción de memorias estará puesto en la regeneración de vínculos y en la re-
composición de un flujo de transmisión cotidiano, así como en la búsqueda
de otros soportes no discursivos en los que se fueron inscribiendo las expe-
riencias del pasado. El segundo caso refiere a esa misma reconstrucción de
memorias que exige la revisión de otros tipos de silencios, equiparables a
lo impensable y que sin su problematización no podrían profundizarse los
marcos de interpretación que van emergiendo en el mismo trabajo de res-
tauración. Aquí, el énfasis estará puesto en la entextualización de memorias
para intervenir en luchas epistémicas u ontológicas más amplias. Para am-
bos casos, los autores subrayan el lugar privilegiado que tiene el trabajo de la
memoria para la producción de conocimiento y de subjetividades afectivas y
políticas, así como su potencial político para iluminar desacuerdos, litigios y
reclamos, hasta ese momento, indecibles o impensables.21
36 | Memorias en lucha
memorias de un pueblo mapuche y tehuelche más amplio. Por otro lado,
la migración de las zonas rurales a las ciudades en distintos momentos de
la historia produjo, en muchos casos, la dispersión familiar y la imposibi-
lidad de reconstruir vínculos genealógicos. Estas desvinculaciones suelen
ser centrales en los sentidos locales de pérdida para quienes entienden que
los recuerdos y conocimientos, desde el punto de vista mapuche-tehuelche,
están estrechamente asociados con la experiencia de linaje, la relación con
los ancestros y los lazos parentales. Así, Stella nos muestra cómo también la
rogativa permite recrear memorias genealógicas entre quienes no necesa-
riamente tenían antes un vínculo biológico de parentesco, a través del papel
de abuelo/a genérico que asumen algunos referentes regionales o a partir
del entierro de los restos de antepasados restituidos de los museos. Final-
mente, la autora se pregunta sobre el potencial de los rituales como produc-
tores de memoria para transformar ciertas experiencias de desigualdad en
subjetividades políticas. Relatos acerca de transmisiones interrumpidas, de
conocimientos obturados y de desconocimientos se fueron convirtiendo en
evidencias de memorias acerca de los procesos hegemónicos de produc-
ción de silencios y olvidos. De esta manera, las rogativas urbanas operan,
para esta autora, como orientaciones de lectura para anudar los relatos de
las personas que allí se van encontrando.
El tercer capítulo reflexiona sobre las imbricaciones entre las concep-
ciones de memoria y de conflicto que se producen progresiva y simultánea-
mente en contextos de litigio. De modo sugerente, María Emilia Sabatella
inicia sus análisis y reflexiones en el momento en que un grupo de familias
mapuche se opone públicamente al proyecto turístico y deportivo de crear
una pista de esquí en el cerro donde viven, provincia de Chubut, e iden-
tifican y denuncian como antagonistas del conflicto al Estado y las elites
locales. En esta circunstancia, Sabatella sostiene que la decisión de estas
familias de hacer memoria implica una acción que va más allá de la práctica
cotidiana porque adquiere sentido en el marco de otras acciones, ya sean
jurídicas, mediáticas, académicas y militantes, en defensa de su territorio.
Las respuestas que estructuran el capítulo acerca de los cuándo, para qué
y cómo hacer memorias reponen el mismo ejercicio de reflexión sobre la
memoria, esa metamemoria que practicaron las personas mapuche, en
particular acerca de lo que implica recordar en contextos de conflicto y a
partir de experiencias de lucha. Desde este ángulo, el trabajo de Sabatella
nos muestra el modo en el que las comunidades mapuche en litigio entra-
man relatos familiares en textos comunes sobre el pasado, al tiempo que se
des-identifican con otros discursos oficiales, locales y provinciales y debaten
en parlamentos mapuche los lugares de enunciación colectiva más adecua-
dos y significativos para expresar sus reclamos y denuncias. Sabatella, a par-
tir del relato de este proceso, nos invita a pensar que cuando la decisión de
38 | Memorias en lucha
de distintas experiencias de personas implicadas en la generación de es-
tas obras, cuyas trayectorias grupales comparten condiciones similares de
subordinación y de imposibilidad para incidir en los sentidos de la historia
oficial, reflexionan sobre los desafíos de encarar una puesta en escena cuan-
do los silencios se manifiestan como ausencias de imágenes que tienen que
ver por un lado, con los trazos borrosos o velados de sus propias imágenes
del pasado y por otro lado, con otras imágenes que tratan de distanciarse de
las representaciones hegemónicas que habitualmente circulan. Finalmente,
también exploran cómo se materializan estas imágenes en la elaboración
de una obra teatral o la intervención de una cámara filmadora. Las autoras
comparan los efectos políticos y afectivos de estas distintas materializacio-
nes, como por ejemplo, los documentos, relatos públicos, cantos sagrados,
expresiones del cuerpo, senderos y escenarios y aseguran que conforman
soportes materiales para suplir aquello que ya no hay. Así, muestran, cómo
a través de las materializaciones se fueron reconstruyendo imágenes del
pasado, memorias afectivas, vínculos de pertenencia y lenguajes para la
revisión de los procesos de subalternización y alterización.
En el sexto capítulo, Carolina Crespo y Alma Tozzini ahondan en cómo
la memoria es espacialmente localizada y temporalmente ordenada en for-
ma diferencial por parte de sectores desiguales en contextos de lucha por
la hegemonía en la localidad de Lago Puelo, provincia de Chubut. Proponen
pensar la memoria como abordaje o perspectiva teórica para analizar visio-
nes del mundo, producción de conocimiento, saberes y conceptualizaciones,
silencios, procesos, prácticas, relaciones, tensiones, historias, proyectos y
marcos sociales. Desde este énfasis, muestran cómo la realización de mo-
numentos, celebraciones, libros o discusiones grupales producen memorias,
y con ellas, ciertos instrumentos de conceptualización sobre el espacio y el
tiempo. Asimismo, discuten la función cohesiva de los marcos de la memo-
ria de Halbwachs y sugieren pensar esas conceptualizaciones de la memoria
como constituidas y constituyentes de los procesos históricos de confronta-
ción. Es decir, como articulaciones de experiencias pasadas y presentes que
se elaboraron desde posiciones desiguales en los campos de lucha para inter-
venir en ellos. Entienden que las formas territorializadas de tiempo y tem-
poralizadas de espacio tienen distintas implicancias políticas, ya sea por do-
mesticar a los sujetos, por distribuir desigualmente los recursos y justificar la
denegación de derechos o poner en discusión estas exclusiones sociales que
abren el debate en torno a las categorías con las que las relaciones sociales
suelen pensarse desde discursos y prácticas estatales. Para este propósito,
Crespo y Tozzini analizan el modo en el que las comunidades mapuche de la
región reconstruyen y comparten emotiva y colectivamente sus memorias al
tiempo que buscan hacer pensable, audible o visible aquello que los sectores
hegemónicos locales deniegan pensar, oír o ver.
40 | Memorias en lucha
al ferrocarril surgieron en el contexto presente de imbricación de crisis
y revolución, denuncia y reparación. La autora nos muestra las distintas
maneras en que organizaciones y ferroclubes intervienen en el archivo, ya
sea como trabajadores profesionales en las lecturas del desgaste (por ejem-
plo, en el deterioro de un riel) como usuarios activistas cuyas lecturas se
centran en las huellas de las tragedias ocasionadas por el ferrocarril, como
militantes centrados en el cuidado y la restauración de las inscripciones
materiales de la historia ferroviaria o como personas afectadas por su cer-
canía con algún aspecto del espacio ferroviario cuyas historias de vida en-
trelazan emociones y recuerdos con alguna de sus expresiones materiales.
En todos los casos, McCallum expone la textura cotidiana del deterioro y la
refundación en los mundos sociales que se crean en torno al ferrocarril a
través de memorias heterogéneas en sus políticas afectivas.
En el noveno capítulo, Brígida Baeza retoma la distinción de Connerton
entre memorias personales, aquellas actualizaciones de recuerdos colectivos
como historia de vida, memorias cognitivas, la presuposición de marcos de
recuerdo para dar sentido a determinadas categorías y memorias hábitos, lo
que se entiende como el recuerdo inscripto en actos corporales. A partir de su
trabajo de campo con mujeres provenientes de las zonas rurales de Bolivia y
que actualmente viven en una ciudad industrial y petrolera de la provincia de
Chubut, la autora relaciona este contexto particular de movilidad que general-
mente se experimenta como traumático con las posibilidades de transmisión
de memorias personales, cognitivas y hábitos. Sitúa, así, esta transmisión en
espacios hospitalarios y en eventos de parto y de esta manera nos muestra
cómo la actualización y circulación de memorias suelen ser obturadas por
ciertas prácticas discriminadoras del sistema médico hegemónico, en el que
se interceptan estereotipos de género, valoraciones de clase y xenofobias ét-
nico nacionales. Por otra parte, el carácter reciente de esta migración, lleva a
que Baeza describa la situación etnográfica como un proceso incipiente de
constitución de memorias comunes en el nuevo territorio. Esta compleji-
dad se manifestó en la ausencia aparente de entextualizaciones y en la suma-
toria de fragmentos de historias que le permitió seguir los trabajos de me-
moria en movimiento e identificar los condicionamientos que obstruyen
tanto su puesta en común (su transmisión), como así también su recons-
trucción (su producción). Entre ellos, la autora destaca los estereotipos de
madre occidental desde los cuales se valoran negativamente las memorias
hábitos de las migrantes –distancias y proximidades sociales, privacidad e
intimidad, roles de acompañamiento y formas de vincularse, y expresiones
de afecto que se inscriben en el cuerpo y actos de las mujeres en eventos
de parto–; se ignoran sus memorias personales –actualizadas en los usos y
sentidos de prácticas como el sahumado que se le realiza al recién nacido
o el entierro de la placenta–; y se interpretan erradamente sus memorias
42 | Memorias en lucha
Benjamin, W. (1982 [1955]). Tesis de filosofía de la historia. Revolta Global / Formacio [en
línea]. Santiago de Chile. Recuperado el 5 de abril de 2012 de http://www.archi-
vochile.com/Ideas_Autores/…/esc_frank_benjam0007.pdf
Benjamin, W. (1999). Teoría del conocimiento, teoría del progreso. En Libro de los pasajes
(pp. 459-490). Madrid: Akal.
Berliner, D. (2005). An «Impossible» Transmission: Youth Religious Memories in Gui-
nea- Conakry. American Ethnologist, 32 (4), 576-592.
Berliner, D. (2007). When the object of transmission in not an object. A west african
example (guinea-conakry). Anthropology and aesthetics, 51, 87-97.
Blaser, M. (2009). Politicalontology: Cultural Studies without ‘cultures’? Cultural Studies,
23 (5-6), 873-896.
Bonfil Batalla, G. (1999). Nuestro patrimonio cultural: un laberinto de significados. Re-
vista Mexicana de Estudios Antropológicos, xlv-xlvi, 16-39.
Boullosa-Joly, M. y Rodríguez, L. (2014). Fuentes etnográficas e históricas: repensando
la relación entre pasado y presente. El caso de la comunidad indígena de Amai-
cha del Valle (Tucumán). Memoria Americana, 22 (2), 43-66.
Bourdieu, P. (2000). Cosas dichas. Barcelona: Gedisa.
Briones, C. (1994). «Con la Tradición de todas las generaciones pasadas gravitando
sobre la mente de los vivos»: usos del pasado e invención de la tradición. Runa,
xxi, 99-129.
Briones, C. (1998). La alteridad del «Cuarto Mundo». Una deconstrucción antropológica de la
diferencia. Buenos Aires: Ediciones del Sol.
Brow, J. ([1990] 2000). Notas sobre comunidad, hegemonía y los usos del pasado. En
Skurra, S. L. (Comp.). Ficha de cátedra de Etnolingüística. El habla en interacción:
La comunidad (pp. 21-32). Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires (Trabajo original publicado en: Antropological Quarterly, 63 [1]).
Candau, J. (2002). Antropología de la memoria. Buenos Aires: Nueva Visión.
Carsten, J. (2007). «Introduction: Ghosts of Memory». En Ghosts of Memory. Essays on Re-
membrance and Relatedness (pp. 1-35). Sidney: Blackwell.
Castelnuovo Biraben, N. (2014). Memorias de mujeres guaraníes del noroeste argentino
sobre la Guerra del Chaco (1932-1935). Alteridades, 24 (47), 101-113.
Comaroff, J. y Comaroff, J. J. (1992). Ethnography and the historical imagination. Boulder:
WestviewPress.
Connerton, P. (1993). How Societies Remember. Cambridge: Cambridge University Press.
Coronil, F. (1994), Listening to the Subaltern: the Poetics of Neocolonial States. Poetics
Today, 15 (4), 643-658.
Da Silva Catela, L. (2000). De eso no se habla. Cuestiones metodológicas sobre los lími-
tes y el silencio en entrevistas a familiares de desaparecidos políticos. Historia,
antropología y fuentes orales, 2 (24), 69-75.
Da Silva Catela, L. (2014). «Lo que merece ser recordado…». Conflictos y tensiones en tor-
no a los proyectos públicos sobre los usos del pasado en los sitios de memoria.
Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, 1 (2), 28-47.
44 | Memorias en lucha
Feld, C. (2004). Memoria y Televisión: una relación compleja. Revista Oficios Terrestres: Co-
municación y Memoria. Estrategias de conocimientos y usos políticos, año x, (15/16), 70-77.
Fentress, J. y Wickham, C. (1992). Social Memory. Oxford: Blackwell.
Foucault, M. (1999). La gubernamentalidad. En Estética, ética y hermenéutica. Obras
esenciales (pp. 175-197). Barcelona: Paidós.
Friedman, J. (1992). Myth, History, and Political Identity. Cultural Anthropology, 2 (7), 184-210.
Ganguly, K. (1992). Migrant Identities: Personal Memory and the Construction of Sel-
fhood. Cultural Studies, 6 (1), 27-50.
Garaño, S. y Pertot, W. (2007). Detenidos-aparecidos: presas y presos políticos desde Trelew a
la dictadura. Buenos Aires: Biblos.
Gordillo, G. (2006). En el Gran Chaco. Antropologías e historias. Buenos Aires: Prometeo.
Gordillo, G. (2010). Lugares de diablos. Tensiones del espacio y la memoria. Buenos Aires:
Prometeo.
Gordillo, G. (2014). Rubble: The Afterlife of Destruction. Durham: Duke University Press.
Guber, R. (1994). Hacia una antropología de la producción de la historia. Entrepasados,
iv (6), 23-32.
Guglielmucci, A. (2013). La consagración de la memoria. Una etnografía acerca de la institu-
cionalización del recuerdo sobre los crímenes de Estado en la Argentina. Buenos Aires:
Antropofagia.
Guha, R. (Ed.) (1982). Subaltern Studies 1: Wrigtings on South Asian History and Society. Del-
hi: Oxford University Press.
Halbwachs, M. (1992 [1925]). On Collective Memory. (L. A. Coser, Ed.) Chicago: The Uni-
versity of Chicago Press.
Halbwachs, M. (2004 [1950]). La Memoria Colectiva. Zaragoza: Prensa Universitaria de
Zaragoza.
Hanson, A. (1989). The Making of the Maori: Culture Invention and its Logic. American
Anthropologist, New Series, 91 (4), 890-902.
Hell, J. y Schonle, A. (Eds.) (2010). Ruins of modernity. Durham: Duke University Press.
Hill, C. (2007). Cómo hacer cosas con palabras: la historia oral africana y sus encarnacio-
nes textuales. Palabras y Silencios [en línea]. 4 (1-2), Recuperado el 20 de junio de
2015, de http://www.iohanet.org/espa/journal/archive/Vol4/lee.pdf
Hill, J. (1988). Myth and History. En Rethinking History and Myth. Indigenous South American
Perspectives on the Past (pp. 1-17). Urbana: University of Chicago Press.
Hinton, A. (2005). Why Did They Kill? Cambodia in the Shadow of Genocide. Berkeley: Uni-
versity of California Press.
Hobsbawm, E. J. (1988). «History from Below-Some Reflections». In History From Be-
low: Studies in Popular Protest and Ideology (pp. 13-27). Oxford: Frederick Kranz.
Hobsbawm, E. y Ranger, T. (Eds.). (1989). The Invention of Tradition. Cambridge: Cam-
bridge University Press.
Huyssen, A. (2000). En busca del tiempo futuro. Puentes, Año 1 (2), 1-20.
Ingold, T. (2011). Being Alive. Essays on Movement, Knowledge and Description. New York:
Routledge.
46 | Memorias en lucha
Nora, P. (1989). Between Memory and History: Les Lieux de Mémoire. Representations: Spe-
cial Issue of Memory and Counter-Memory, 26, 7-25 (Eds. Davis, N. y Starn, R.).
O’Neill, K y Hinton, A. (Eds.). (2009). Genocide, Truth, Memory, and Representation. Dur-
ham and London, UK: Duke University Press.
Oberti, A. y Pittaluga, R. (2006). Memorias en montaje. Escritura de la militancia y pensa-
mientos sobre la historia. Buenos Aires: El cielo por asalto.
Olick, J. y Robbins, J. (1998). Social Memory Studies: From «Colletive Memory» to
the Historical Sociology o Mnemonic Practices. Annual Review Social, 24,
105-140.
Ortega, F. (Ed.). (2008). Veena Das: Sujetos de Dolor, agentes de dignidad. Bogotá: Colección
Lectura ces.
Ortega, F. (Ed.). (2011). Trauma, Cultura e Historia. Reflexiones interdisciplinarias para el nue-
vo milenio. Bogotá: Colección Lectura ces.
Papazian, A. (2013). «El territorio también se mueve». Relaciones sociales, historias y memo-
rias en Pulmarí (1880-2006). [En línea]. (Tesis Doctoral). Facultad de Filosofía y
Letras, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires. Recuperada el 4 de julio de
2015, de http://dspace.filo.uba.ar:8080/xmlui/bitstream/handle/123456789/165/
uba_ffyl_t_2013_0892196.pdf?sequence=3
Papazian, A. y Nagy, M. (2010). La Isla Martín García como campo de concentración de
indígenas hacia fines del siglo xix. En Bayer, O. (Coord.). Historia de la crueldad
argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los Pueblos Originarios (pp. 77-104). Buenos
Aires: El Tugurio.
Passerini, L. (1985). People´s history and social science. History Responses to Louise A.
Tilly. International Journal of Oral History, 6 (1), 22-23.
Passerini, L. (1998). Work ideology and consensus under italian fascism. En Perks, R.
& Thompson, A. (Eds.). The oral history reader (pp: 53-62). London & New York:
Routledge.
Pizarro, C. (2006). Ahora ya somos civilizados. La invisibilidad de la identidad indígena en un
área rural del Valle de Catamarca. Córdoba: Editorial de la Universidad Católica de
Córdoba, Colección Thesys 10.
Pollak, M. (2006). Memoria, Olvido, Silencio. La producción social de identidades frente a situa-
ciones límite. La Plata: Ediciones Al Margen.
Popular Memory Group (1998 [1982]). Popular memory: theory, politics, method. En
Perks, R. & Thompson, A. (Eds.). The oral history reader (pp. 75-86). London &
New York: Routledge.
Portelli, A. (1989). ¿Historia oral? Historia y memoria: la muerte de Luigi Trastulli. His-
toria y Fuente Oral, 1, 5-32.
Portelli, A. (1998). What makes oral history different. En Perks, R. & Thompson, A.
(Eds.). The oral history reader (pp. 63-74). London & New York: Routledge.
Quijano, A. (1992). Colonialidad y modernidad/ racionalidad. Perú Indígena, 13, (29), 11-20.
Ramos, A. (2011). Perspectivas antropológicas sobre la memoria en contextos de diversi-
dad/desigualdad. Alteridades, 21(42), 131-148.
48 | Memorias en lucha
Vansina, J. (1996). Sources vs. Text: An “Integrated Edition of Sources”. History in Africa,
23, 461-465.
Vansina, J. (2007). Tradición oral, historia oral: logros y perspectivas. Historia, Antropolo-
gía y Fuentes Orales, 37, 151-163.
Vezzetti, H. (2002). Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina. Buenos
Aires: Siglo xxi.
Vich, V. y Zavala, V. (2004). Oralidad y Poder. Herramientas metodológicas. Bogotá: Norma.
Visacovsky, S. (2004a). Un concepto de realidad en el análisis de las narrativas sobre el
pasado. Revista de Investigaciones Folklóricas, 19, 151-168.
Visacovsky, S. (2004b). Entre lo evidentemente sucedido y lo posiblemente experimen-
tado: para una reconciliación entre historia, memoria social y análisis narrati-
vo. Entrepasados. Revista de Historia, Año xiii (26), 127-145.
Walsh, C. (2005). Introducción. (Re)pensamiento crítico y (De)colonialidad. En Pensa-
miento crítico y matriz (de)colonial. Reflexiones latinoamericanas (pp. 15-35). Quito:
Universidad Andina Simón Bolívar-Abya-Yala.
Weidmann, H. (2014). Despertar/Sueño. En Opitz, M. y Wizisla, E. (Comps.). Conceptos
de Walter Benjamin (pp. 305-337). Buenos Aires: Las Cuarenta.
Williams, R. (1997). Marxismo y Literatura. Barcelona: Península.
Yerushalmi, Y. (1989). «Reflexiones sobre el olvido». En Yerushalmi, Y.; Loraux, N.;
Mommsen, H.; Milner, J. C. y Vattimo, G. (Eds.). Usos del Olvido (pp. 13-26). Bue-
nos Aires: Nueva Visión.
1 Así las distinguía Chacho Liempe, un militante del Consejo Asesor Indígena, en
entrevista personal.
52 | Memorias en lucha
conflictos (Sabatella y Ramos, 2013), profundizar grietas o establecer puentes
(Briones y Ramos, 2015), como para redefinir agencias, habilitar nuevos luga-
res y reconstruir lazos como subjetividades políticas (Ramos, 2015).
Ahora bien, la tarea para lograr que experiencias fragmentadas o leídas
desde distintos lugares, o aquellas experiencias que hasta entonces no ha-
bían sido siquiera leídas, se anuden en una trama de sentidos compartidos
no solo es una empresa difícil y de larga duración, sino que también suele
ser imperceptible, cotidiana y realizada en acciones concretas (Ramos y
Millán, 2014; Stella, Ramos y Nahuelquir, 2013). La memoria común se va
gestando con fragmentos de ngtram (historias antiguas), de experiencias
vividas, de situaciones aparentemente irrelevantes, de pewmas (sueños) y
nglam (consejos), de palabras de otros, de intercambios con los ancestros
o con las fuerzas del entorno, de prácticas habituales y de expresiones de
afecto. Así como también con trozos de expedientes judiciales, de docu-
mentos y cartas, de textos escolares y académicos, de fotografías, de vitri-
nas de museos, de discursos mediáticos e historias del Estado-nación, de
las provincias y de las regiones.
Es entonces en la intersección entre las trayectorias de estar en lucha y la
construcción cotidiana de la memoria desde donde fueron surgiendo las
preguntas que me llevaron a entender la memoria como proceso de produc-
ción de sujetos (Ingold, 2011) o procesos de subjetivación (Deleuze, 1987).
Para pensar el trabajo de la memoria como un devenir sujeto, incorporo
los enfoques que proponen situar las negociaciones sobre un ser juntos en
eventos espacio-temporales de encuentro (Massey, 2005), así como también
las relecturas recientes del planteo de Walter Benjamin que nos interpelan
para devolver a la memoria su especificidad como práctica política. Cuando
recordar u olvidar implica un trabajo de reconstrucción del pasado para
negociar o hacer hablar a un ser juntos desde su posición subordinada, la
memoria deviene un proyecto político y consciente de producción de co-
nocimientos, imprescindible para orientar las prácticas y experiencias de
estar en lucha. La memoria es constitutiva del ser y parte del proceso de
la vida en movimiento, pero adquiere sentidos más específicos cuando la
entendemos desde los contextos políticos de sus producciones históricas.
54 | Memorias en lucha
Nos interesa destacar aquí la importancia que este doble planteo le
otorga al contexto en la producción de memorias conocimientos. Este mundo
historiado es, entonces, un mundo de movimiento y devenir, en el cual cada
cosa –con la que el caminante se encuentra en un lugar y momento par-
ticular– despliega la historia de sus relaciones constitutivas. Conocer algo
o a alguien es conocer su historia, y ser capaz de juntar aquella historia
con la propia, siendo en este entretejido que las memorias-conocimientos son
generadas. Entonces, en el mundo historiado las cosas no existen sino que
ocurren, y cuando las ocurrencias se entretejen, cada una deviene insepa-
rable de la historia de otra.
Al escuchar las historias de otros, los caminantes aprenden sobre todo
a conectar los eventos y las experiencias de sus propias vidas con las tra-
yectorias de sus predecesores y, entonces, los hilos aprendidos de las vidas
pasadas pueden ser reutilizados en los procesos de hilar la propia. De este
modo, el conocimiento emerge en la vida a través de un proceso activo de
recordar y no como una transmisión pasiva del legado de los ancestros. En
esta dirección, conocer es ser capaz de volver a contar historias del mundo
pero desde la percepción de los cambios sutiles del entorno; es decir, tener
sensibilidad para relatar el mundo alrededor de uno desde un profundo
discernimiento de sus huellas y señales. En esta inmersión en el mundo,
tejer memorias no persigue tanto representarlo sino volver a trazar trayec-
torias que otros ya pasaron y otros seguirán.
Desde esta perspectiva, los relatos del pasado no vienen con sus signifi-
cados ya adjuntos ni significan lo mismo para diferentes personas, quienes
los escuchan deben descubrir en ellos aquellas experiencias significativas
para el tejido de sus propias historias. Esto puede suceder mucho tiempo
después de haber escuchado un relato porque sus significados a veces se
revelan recién cuando uno se percibe trazando trayectos similares a los
que la historia relata. Entonces, y solo entonces, la historia ofrece una guía
sobre cómo proceder. La tarea del caminante para tejer memoria no consis-
te en actuar un código recibido de sus predecesores sino en negociar una
trayectoria a través del mundo por surcos ya transitados y por trayectos
creativamente improvisados; aun cuando la memoria deja sus registros
(verbales, en el paisaje, en la materialidad del mundo), estos recuperan su
propio devenir cada vez que vuelven a ser hilados en otros tejidos de mo-
vimientos y ritmos. El tejedor de memorias también es transformado por
esta experiencia artesanal de unir historias o fragmentos de ellas porque
las potencialidades de su percepción se ven modificadas. El caminante pro-
duce memorias al tiempo que se produce a sí mismo porque se comprome-
te con la tarea de negociar una trayectoria en el mundo.
Hasta aquí, la memoria es condición del ser viviente porque este conoce
sus alrededores a través de relatos sobre ocurrencias pasadas, se relaciona
56 | Memorias en lucha
las fuerzas de afuera delimitan las experiencias porque operan en forma de
mandatos, consejos, técnicas, pequeños hábitos mentales y emocionales,
conformando así una serie de rutinas y normas para ser humanos y lo que
Rose llama «los instrumentos por medio de los cuales el ser se constituye
en diferentes prácticas y relaciones» (2003, pp. 238-239). En este marco, el
poder produce sujeción cuando impone los instrumentos y dispositivos que
condicionan la articulación de experiencias como un tipo determinado de
subjetividad. Sin embargo, por otro lado, estas fuerzas se afectan a sí mis-
mas y articulan entre sí, de modos no predecibles por el poder, al constituirse
en una subjetividad. En otras palabras, aunque todo proceso de memoria se
origina en el exterior, para Deleuze la subjetividad memoria conforma un do-
minio, relativamente autónomo de las fuerzas que la originan.
En segundo lugar, esta autonomía relativa tiene que ver precisamente
con el modo en el cual los pliegues asocian, conectan y articulan las expe-
riencias del afuera como las profundidades y las superficies de una sub-
jetividad. Ciertas experiencias quedarán transitoriamente suspendidas en
los intersticios de los dobleces, mientras otras, formando la superficie, ar-
ticularán sentidos entre sí. El movimiento de la memoria es, centralmente,
plegamiento, despliegue y repliegue de experiencias. Un movimiento que
produce texturas, adentros, planos y extensiones, con cada nueva conexión
que se establece2. Así entendida, la memoria es un ordenamiento hetero-
géneo y complejo de las experiencias, puesto que mientras algunas serán
organizadas como biografía en la superficie de una historia significativa
para una trayectoria en curso, otras, en los intersticios y profundidades de
los pliegues, quedarán en suspenso y a la espera de futuras conexiones y de
futuros y potenciales contextos de legibilidad.
Esta perspectiva nos llama la atención acerca de las tensiones constitu-
tivas de la memoria entre sujeción (campo de fuerzas como plegamientos
impuestos) y subjetividad (la autonomía relativa de las formas de plegar),
y entre las acciones de traer experiencias pasadas al presente (a las super-
ficies) y las posibilidades de leer desde un determinado presente las expe-
riencias del pasado (re-articular o volver a plegar). Sin embargo, resulta in-
suficiente para explicar por qué recuerdos cuya significación no es legible
en un determinado momento, pueden en otros contextos ser articulados
La memoria militante
58 | Memorias en lucha
sus historias. Asegura que el evento-lugar es el desafío de negociar entre
humanos y con no humanos un aquí y un ahora entramando distintos en-
tonces y allí. Cuando Massey sostiene que en este encuentro de narrativas
se negocian configuraciones espacio temporales, está poniendo el énfasis
en el proceso de disputas y acuerdos en torno a cómo el devenir contingen-
te de las trayectorias heterogéneas podría ser interpretado como el evento
significativo de un ser juntos. No obstante, para esta autora, esas historias
que se juntan, serán nuevamente dispersadas en diferentes tiempos y ve-
locidades, para volver a juntarse en otras negociaciones. En este sentido, la
memoria es el resultado transitorio de una constelación de procesos.
La puesta en primer plano del carácter conflictivo inherente a toda ne-
gociación para entramar las historias en un ser juntos introduce planteos
políticos para tener en cuenta cuando se trabaja con la memoria. En pri-
mer lugar, la negociación de los recuerdos y olvidos no implica retornar a
algún tipo de coherencia preestablecida amenazada por fuerzas externas,
sino más bien reconstruir una nueva coherencia para responder a ese en-
cuentro temporario que nos compromete con la vida de otros humanos y a
vincularnos de un modo determinado con los no humanos. Desde este lu-
gar, la memoria es enfrentarse a una concepción política como negociación
de lo múltiple, en la que se ponen en juego formas dispares de entender
las agencias históricas y de interpretar las relaciones y compromisos entre
personas vivas, con los ancestros y con las entidades del entorno.
En segundo lugar, la disputa por un ser juntos requiere de una políti-
ca de la memoria que proporcione un vocabulario específico tanto para
orientar los derechos de presencia e inclusión como para confrontar la
diferencia y la exclusión; un lenguaje propicio para predicar sobre la cons-
trucción de un nosotros limitado, heterogéneo, inestable y necesariamente
conflictivo, incluso en los encuentros más cotidianos donde ese nosotros
es de una naturaleza más difusa. Son estas experiencias de negociación y
las narrativas que a partir de ellas se entraman, las que transforman a los
sujetos y producen sentidos de pertenencias como subjetividades políticas.
El tercer planteo político de Massey se basa en que estas articulaciones
de historias se llevan a cabo dentro de geografías más amplias de poder. En
esas últimas se originan las fuerzas que orientan la circulación de los suje-
tos hacia determinados lugares disponibles para el encuentro (Grossberg,
1992) así como también se establecen los lenguajes de la contienda (Rosebe-
rry, 1994) en los que se dirimen las negociaciones del ser juntos. No obstan-
te, en la interacción entre tipos de entramados colectivos, los encuentros
de trayectorias pueden producir negociaciones de unidad impredecibles.
Al moverse entre colecciones de historias, los sujetos anudan con otros sus
trayectorias en curso, creando junturas novedosas dentro de las topogra-
fías más amplias de poder.
60 | Memorias en lucha
y necesaria, las colecciones y entramados de historias configurados por el
poder. Mientras las intervenciones hegemónicas en torno a la memoria
están dirigidas a capturar trayectorias en diferentes puntos y a articular
ritmos que pulsan diferente para ocultar los antagonismos fundantes de
una negociación desigual, ciertos encuentros y anudamientos de historias
ensayan sus propias configuraciones cuando negocian de manera alterna-
tiva la multiplicidad, los antagonismos y las temporalidades contrastivas.
62 | Memorias en lucha
de interpretación transitorio por el cual las experiencias nuevas pueden
ser vividas afectivamente sin desconexión total con el modo en el cual los
antepasados transmitieron sus experiencias a las generaciones venideras
(Kohn, 2002).
En segundo lugar, este marco de interpretación es reconstruido cada
vez que alguien, por ejemplo, cuenta una historia, puesto que su materia
se sumerge en la vida del narrador para salir nuevamente. Por lo tanto, la
acción de plegar consiste tanto en la interiorización que toma lugar en las
profundidades de la persona como en la habilidad para volver a lo que ha
sido en el pasado. En cada acción de plegar, los trazos de las experiencias
más antiguas de la memoria se llevan a la superficie para ser reordenados y
reasociados con lo nuevo (McCole, 1993).
Tercero, y retomando estas ideas generales, la memoria implica siem-
pre una conexión de experiencias con base en ciertas asociaciones que se
inscriben en los objetos. De hecho, para McCole, la clase de memoria que
puede prestar coherencia al devenir u organizar la experiencia de sentir
es aquella que, por la riqueza asociativa que resguarda, permite realizar
conexiones significativas entre pasado y presente. El punto aquí es que la
memoria se interesa menos por la referencia precisa a hechos discretos que
por la potencialidad metapragmática de sus índices para crear asociacio-
nes significativas4. Para Benjamin (1999), esta es la facultad de los índices
históricos de señalar que ciertas imágenes de la memoria pertenecen a un
tiempo del pasado pero que adquieren legibilidad en un tiempo particular,
es decir, proveen la clave para leer el pasado en correspondencia con el pre-
sente. En palabras de Richard Wolin (1994), los índices históricos son tales
cuando se los identifica como las señales de un acuerdo secreto (destino,
consejo o mandato) entre las generaciones pasadas y la nuestra.
En cuarto lugar, el carácter político de la memoria se concentra en el mo-
mento único en el que se articulan el presente de la crítica con alguna expe-
riencia específica del pasado; lo cual, en otras palabras, sería afirmar que la
memoria es política cuando traza lazos entre distintos eventos y experiencias
para intervenir en el mundo. El presente es, entonces, el punto de referencia
indispensable en el que el pasado logra su significación verdadera. Esta últi-
ma puede ir cambiando en la medida que la historia continúa, porque es fun-
ción del recuerdo pero también del tiempo. El presente del reconocimien-
to es el momento en el que ciertos índices históricos entran en legibilidad
(Haverkamp, 1992) y, con ellos, las conexiones entre pasado y presente que
harán posible la emergencia de imágenes hasta entonces impensables, como
4 Si bien sigo aquí estrechamente las ideas que McCole (1993) retoma de Benjamin,
mi lectura de estos trabajos se encuentra influenciada por mi formación previa en
Etnografía de la Perfomance desde el punto de vista de la Antropología Lingüística
(por ejemplo, Bauman y Briggs, 1990).
64 | Memorias en lucha
modo, el proyecto restaurativo de la memoria conjuga la producción de
conocimientos con la reconstrucción de lazos, con el fin de ir ensayando
lugares de enunciación para un ser juntos en permanente formación.
Podríamos decir, entonces, que el tópico que define sus anudamientos
de historias (Ingold, 2011) es un reclamo colectivo por la autodetermina-
ción de sus agencias en la historia.
66 | Memorias en lucha
las reinterpretaciones del pasado. La memoria, como síntesis de estos movi-
mientos, crea nuevos puntos de observación en marcha, nuevas subjetivida-
des políticas y nuevas formas de relacionarse en un ser juntos.
El proyecto restaurador de la memoria, del cual participamos en alguna
medida como colaboradores y antropólogos, consiste, entonces, en producir
un conocimiento integrado a lo largo de distintas líneas. Por un lado, desde
la integración e interpretación de experiencias pasadas en el acontecer de
los procesos de lucha, de reclamo colectivo o de reivindicación de derechos
actualmente en marcha. Por otro, desde los pliegues de una subjetividad,
excavando las capas sepultadas, abordando los fragmentos perdidos de las
historias de vida, sorprendiéndose de los hallazgos casuales de relatos here-
dados y hasta entonces ilegibles. Sin embargo, como sostiene Ansgar Hillach
(2014) para emprender excavaciones con éxito o, usando la misma metáfora,
para desplegar los dobleces, se requiere de un plan que haya sido y continúe
siendo negociado en el transcurrir de los sucesivos y diferentes encuentros.
Finalmente, el tratamiento de estas piezas o hallazgos de la memoria también
requieren de un trabajo reconstructivo e integrador puesto que ellos no solo
son históricos porque son iluminados desde un ahora, sino también porque
en ellos se encuentran los índices para vislumbrar semejanzas y realizar co-
nexiones, con el objetivo de insertarse en su propia historia de transmisiones.
Desde sus experiencias de estar en lucha, las personas mapuches orien-
tan los proyectos restauradores de la memoria como el trabajo progresivo
de reconocer imágenes del pasado y restablecer su dialéctica suspendida
(Hillach, 2014). Aquí, el trabajo de la memoria, como el juego japonés, es el
proceso complejo por el cual ciertos fragmentos de recuerdos –hasta ese
momento, indistintos e inciertos– se estiran, se retuercen, se colorean, se
diferencian y se entraman como experiencias consistentes y reconocibles.
Por lo tanto, las memorias en construcción con las que nos encontramos en
situaciones etnográficas están condicionadas por las imágenes del pasado
que se hicieron presentes, por el reconocimiento particular de ciertas cons-
telaciones pasado-presente, por los ahora de cognoscibilidad que emergen
de las experiencias de lucha y de la negociación de proyectos políticos.
68 | Memorias en lucha
Ramos, A. y Millán, M. (2014). Un ensayo sobre memoria. «Reflexiones sobre el río y
los sueños». (Ponencia no publicada) en vi Coloquio Anual: Diversidad en Ciencias-
Ciencias Diversas, Inclusión- Exclusión Social desde Contextos y Perspectivas Múltiples.
San Carlos de Bariloche: iidypca-conicet-unrn.
Rancière, J. (1996). El desacuerdo. Política y Filosofía. Buenos Aires: Nueva Visión.
Rose, N. (2003). Identidad, genealogía, historia. En Hall, S. y Du Gay, P. (Eds.). Cuestio-
nes de Identidad (pp. 214-250). Buenos Aires: Amorrortu.
Roseberry, W. (2007 [1994]). Hegemonía y el lenguaje de la contienda. En Lagos, M. y
Calla, P. (Comp.). Antropología del Estado. Dominación y prácticas contestatarias en
América Latina. Cuaderno del Futuro n.º 23 (pp. 117-137). La Paz: indh/pnud.
Sabatella, M. E. y Ramos, A. (en prensa). «La práctica del conflicto como proceso de cons-
titución de subjetividad política y reflexión crítica en torno a la idea de ‘comuni-
dad’: la historia de los Cañio». En Briones, C. y Kradolfer, S. (Eds.). Pertenencias
comunitarias en/del siglo xxi en perspectiva trans-disciplinar. Tolouse: ceisal.
Stella, V., Ramos, A. y Nahuelquir, F. (2013). Los Ñanco y los Sayhueque: construcción
de subjetividades políticas en dos procesos de movilización colectiva. Actas de la
vii Jornadas Santiago Wallace de Investigación en Antropología Social. Buenos Aires:
Universidad de Buenos Aires.
Wolin, R. (1994). Walter Benjamin: An Aesthetic of Redemption. Berkeley: University Cali-
fornia Press.
Valentina Stella
72 | Memorias en lucha
los preparativos que darían inicio a la nguillatun (rogativa) que culminaría
con aquel proceso de lucha y con el descanso final del longko y de su familia.
El nguillatun es una ceremonia mapuche en la cual se realiza un inter-
cambio que para algunos consiste en pedir, agradecer y/o recibir con las
distintas newen (fuerzas de la naturaleza), con los kwifike che (ancestros) y,
entre las personas con las que he trabajado, también con futachao (el crea-
dor). La misma comienza temprano a la mañana, antes de la salida del sol,
los participantes se colocan en semicírculo alrededor del rewe (lugar y fuego
sagrado) y son dirigidos por una persona considerada la autoridad política
y espiritual para poder llevar a cabo la ceremonia. Cada una de las personas
que participan debe cumplir un rol particular. Así, las kalfv malen (niñas sa-
gradas) son las encargadas de servir el mudai (bebida sagrada), la kultrunera
de tocar el kultrun (instrumento sagrado), las pillankushe de entonar los tayil
(cantos sagrados) y los demás participantes también se encargan de tocar
otros instrumentos ceremoniales (trutruca, pifilka, ñolkin, entre otros) y/o de
hacer el afafan (grito de lucha). Todos estos son complementos que aportan a
la práctica ceremonial y la realización apropiada de cada uno es fundamental
para un buen desarrollo de la ceremonia. Una vez que las kalfv malen sirven la
bebida sagrada, los participantes se acercan al fuego y comienzan a esparcir-
la dentro del mismo al tiempo que van pidiendo y agradeciendo, algunos en
español y otros en mapudungun. El rewe es el lugar donde cada pensamiento
de la rogativa se deposita y se desparrama en el fuego porque, según señalan
«es creencia de nuestra gente que a través del humo esos pedidos o pensa-
mientos van al cielo» (El Chubut, 25/07/2012).
Los nguillatun en los que participé en distintos lugares de la Costa del
Chubut constan de cuatro rogativas. Según lo que explicó Lucas Antieco,
miembro de la comunidad mapuche-tehuelche newen tuain inchiñ, en la
primera ronda se dirigen al creador, y se le ruega a él: «le pedimos perdón
por cualquier cosa que hayamos hecho mal» Luego, en la segunda, se le
agradece, dándole «gracias por todas las cosas que nos da». En la tercera
rogativa, se apela a los ancestros con una rogativa «para que nos ayuden
y nos den la fuerza espiritual para seguir». Y, finalmente en la última, se
establecen vínculos políticos entre humanos y no humanos reforzando
los sentidos de las pertenencias mapuche y tehuelche «reafirmamos que
somos mapuches-tehuelches y le decimos al creador que no vamos a rom-
per el compromiso que hace miles de años asumieron nuestros prime-
ros ascendientes de cuidar la tierra y la naturaleza» (El Diario de Madryn,
09/01/2014). Cuando se finalizan las cuatro rogativas, se da paso al cierre
con un discurso final donde es recurrente que se apele a los ancestros,
como los tíos, abuelos, bisabuelos y ancianos referentes que fallecieron y
que pasaron a formar parte del grupo de los kwifike che (antiguos), trans-
formándose en mediadores que participan tanto de la vida sagrada como
74 | Memorias en lucha
La ceremonia como índice del pasado en el presente
76 | Memorias en lucha
En las narrativas personales o grupales, generalmente, se reconoce algún
acontecimiento puntual o un grupo de eventos específicos como aquel punto
de inicio o señal iniciática que les permitió identificar y elegir el camino que
suele nombrarse como «estar en la lucha». En muchos de estos relatos, este
acontecimiento había sido la experiencia de haber participado por primera
vez en una rogativa. Este evento ceremonial logró, para muchos de los ac-
tuales militantes urbanos, iluminar experiencias pasadas tanto personales
como de sus allegados y, con esa nueva legibilidad sobre el pasado habilitaron
la constitución de una subjetividad indígena que hasta ese momento podía
no tener sentidos ni textos disponibles para emerger. Los sentidos afectivos
de ser mapuche-tehuelche podían estar conectando con experiencias de
vergüenza, silencios y desconocimiento. De esta manera permanecían sus-
pendidos frente a la negación de los discursos hegemónicos de asimilación,
extinción y pérdidas. En otras palabras, la experiencia de participar en una
de estas ceremonias hizo que memorias pasadas adquirieran visibilidad y
que, ya en la superficie, lograran seleccionar y reconectar con otras expe-
riencias para dar cuenta de un sentimiento de pertenencia como mapuche-
tehuelche. Esto mismo lo relataba el longko de una de las comunidades de
Puerto Madryn:
yo fui y presencié esa rogativa y sentí algo que muy, muy... me impactó.
Sentía no sé, como un dentro de mí. Y decía: pensar que esto tiene que
ver con lo mío. Pasé tantos años ignorando esto que tiene que ver con mis
raíces. Bueno, a partir de ahí, es como se generó algo en mí que me puso
en movimiento. A partir de ahí, me puse en contacto con mis hermanos.
(Longko de la comunidad Pu Fotum Mapu, comunicación personal, Puer-
to Madryn, 2010)
yo ahí pensé, esto tiene que ver con mi origen. Pedí permiso, averigüé quién
estaba a cargo de esa ceremonia, me dijeron que era tal persona […] Me
dieron el nombre, fui y hablé con este anciano: don Victorino Cual, perte-
neciente a la comunidad Mallín de los Cual que está afincada en Gan Gan.
Entonces, hablé con él, le dije cuál era mi apellido, cuál era mi ascendencia
y él no tuvo ningún reparo. (Comunicación personal realizada por A. M.
Weinstock, Puerto Madryn, 2008)
78 | Memorias en lucha
y formas de entender al mundo, restringieron también los márgenes de
maniobra dentro de los cuales se llevaría a cabo la producción de las me-
morias y de los olvidos de los colectivos indígenas. Así, el archivo estatal
no solo seleccionó ciertos discursos sobre lo que realmente sucedió en el
pasado sino que también proveyó de imágenes y símbolos para legitimar
esta selección. Como consecuencia de esto, las vinculaciones con lugares
de enunciación o con discursos disponibles para conectar experiencias
pasadas y presentes como indígenas, se vieron cortadas, limitadas o in-
terrumpidas para quienes nacieron, crecieron y/o migraron desde muy
jóvenes a una localidad urbana de la costa de Chubut. No obstante, y pese
a esto, muchas de las personas y familias recrearon particulares relacio-
nes y vínculos que dieron como resultado diversas formas de transitar y
pensarse como comunidad mapuche-tehuelche en este contexto urbano,
produciendo así lazos y redes de pertenencias a contrapelo de las desco-
nexiones impuestas.
Estas instancias ceremoniales –entre otras– habilitaron el contexto es-
pecífico y particular para dar lugar a las prácticas de relacionalidad (Cars-
ten, 2000) y de conformación de memorias genealógicas, ya que son estos
momentos los del antes, durante y después de las mismas, los que posi-
bilitan el encuentro con otras trayectorias y experiencias. Estas, a su vez,
se convierten en el motor que impulsa a continuar en la búsqueda entre
quienes deciden emprender genealogías como mapuche-tehuelche.
El concepto de relacionalidad (Carsten, 2000) permite comprender y vi-
sualizar la diversidad de conexiones que pueden establecerse entre las per-
sonas, dejando de lado los criterios restrictivos de familiarización basados
únicamente en el parentesco biológico, para subrayar el hecho histórico de
que las conexiones pueden estar atravesadas por vínculos sociales, mate-
riales y/o afectivos. Esta diversidad de formas de estar relacionados debe
ser constantemente reconstruida a través de actos cotidianos que crean
lazos y parentescos donde no necesariamente existían previamente.
Esta misma experiencia la relataba Daniel, un joven mapuche-tehuel-
che que en un primer momento formó parte de la comunidad Pu Fotum
mapu. De modo similar a la experiencia del longko, él considera la par-
ticipación en instancias ceremoniales como el índice desde el cual pudo
empezar a deshilvanar ciertos recuerdos para volver a tramarlos como
una subjetividad mapuche tehuelche. Transitando con la comunidad, Da-
niel comenzó a tejer sus propias y particulares relaciones de pertenencia
que lo conectaron con las memorias genealógicas de los antiguos, como
explica en esta cita:
y así hablando, en ese tiempo que estaba con los Ñanco, conocí al cacique
Nahuelpan. Y que al final de cuentas terminamos siendo parientes de la
80 | Memorias en lucha
En los nguillatun las personas se encuentran, conversan y aprenden de
las diferentes experiencias, recreando y anudando, como si fueran parientes,
vínculos de pertenencia común, porque estas instancias habilitan el lugar
para la conversación, la reflexión y la reconstrucción de memorias genealó-
gicas. Estas memorias, a su vez, operan como índices de ciertas lecturas del
pasado desde las cuales ensayar formas novedosas y situadas para vincular
eventos, experiencias, interpretaciones y/o consejos sobre cómo continuar
transitando el curso de la historia. La reconstrucción de genealogías permitió
ir enmarcando los sentidos de los ngïlam, los ngïtram y los pewma heredados,
pero también los que irían recibiendo durante el proceso formativo, en una
memoria de y sobre los ancestros. Para muchas de las personas, participar de
una rogativa, fortalece aquel camino de búsqueda y de aprendizaje sobre el
ser mapuche y tehuelche. Para el longko, por ejemplo, fue allí donde aprendió
a escuchar a los ancestros y a levantar la rogativa de los antiguos, así como
también allí obtuvo las fuerzas necesarias para aceptar y llevar a cabo su car-
go como autoridad política y espiritual. Para los jóvenes como Daniel, las ro-
gativas y los contactos con los abuelos y sus memorias genealógicas, fueron
el motor que lo impulsó a conocer otros lugares, a escuchar a otros ancianos
y a aprender sobre las memorias y las historias de su pueblo:
Ese fue el tiempo que me fui a las comunidades y empecé a recorrer el te-
rritorio. Y así fue que empecé a conocer un montón de gente, un montón de
abuelos que me fueron instruyendo, les fui contando los sueños que tenía
y ellos me fueron guiando mediante su ngïlam, mediante su ngïtram y me-
diante todas las formas de enseñar. Y bueno, me fueron enseñando y ahí fui
aprendiendo un montón de cosas. (Daniel, comunicación personal, Puerto
Madryn, 2012)
el longko (Inacayal) nos proveyó de todos los newen, ellos nos movilizaron.
Y yo muchas veces digo, no porque seamos capaces los que lo hemos logra-
do, sino porque hemos tenido una ayuda externa […] si se quiere y que fue
la del longko y su familia y los kwifike che. El longko [Inacayal], de alguna
manera, en este lapso de tiempo, ha librado su última batalla, se ha servido
de quienes fuimos convocados para lograr esta restitución, para lograr su
liberación. (a. ñ., comunicación personal, Tecka, diciembre de 2014)
82 | Memorias en lucha
Esta diversidad de formas en que las memorias articulan marcos de
interpretación heredados y vividos resulta del evento histórico en el que
se encuentran diferentes trayectorias personales y grupales, un encuentro
en el que los antiguos también participan. Por ejemplo, los nguillatun ope-
raron en las ciudades de la costa de Chubut como una instancia central de
articulación a partir de la cual personas que no necesariamente se conocían
antes, se encuentran en determinados momentos de sus vidas, compar-
tiendo experiencias. Por eso, entiendo que la ceremonia, en su aspecto de
negociación de un ser juntos, puede ser entendida como ese momento de
articulación del pasado-presente en el que la memoria adquiere su poten-
cial político de transformación y movilización.
Tal como hemos visto hasta aquí, el nguillatun produce memoria al conec-
tar experiencias pasadas y presentes en una subjetividad afectiva acerca
de quién es uno como mapuche y tehuelche. Pero no son estas las únicas
experiencias que permanecían invisibles e ilegibles para el longko y el joven
militante al que hicimos referencia en el apartado anterior. El nguillatun
también produce memoria porque conecta hacia atrás y hacia adelante mo-
mentos de crisis y experiencias de desigualdad.
La primera participación en una ceremonia puede ser caracterizada
como un momento de iluminación. Esto se relata como un «despertar» que
se transforma en el ahora de una legibilidad diferente a partir del cual el
proceso de recordar, no solo dirigido a un pasado sino además a un presen-
te (Wiedmann, 2014), posibilita nuevas formas de anudar las experiencias.
Esta iluminación se relata como una inquietud, como un encuentro, como
el inicio de un proceso:
Cuando fui, digamos fue algo que me impactó, fue algo como que esa in-
quietud que se me venía generando es como ahí se desató. ¿No? fue como
encontrarme conmigo mismo, fue algo muy, pero muy fuerte […] a tal punto
que, como te contaba, ¿no? me puse a llorar. Yo pensaba, me preguntaba por
qué pasé tanto tiempo sin saber todas estas cosas, sin saber estas cosas ¿Por
qué? (a. ñ., comunicación personal, Puerto Madryn, 2010)
por ejemplo el caso de mi mamá que tenía a su abuela que era mapuche y que
le enseñaba a su papá […] o sea vendría a ser a su hijo […] le enseñaba la lengua,
pero ella tenía prohibido por su esposo […] eh, su esposo era español. Entonces,
tenía prohibido, ella que era mapuche, enseñarle el idioma […] y así fue que un
día que se fue, la descubrió. ¡La engañó! Le dijo que se iba al campo, entonces él
salió […] y ella los juntó a todos, sus hijos, para enseñarle la lengua […] y él ahí
nomás volvió. ¡Y qué! Estaban ahí todos hablando en mapuche […] y la mató a
palos […] la mató a palos […] porque ella tenía prohibido […] y ¿qué pasa? Des-
pués esa gente va teniendo vergüenza… vergüenza y aparte, también, forma
parte de cubrirse, porque qué le vas a enseñar, por ejemplo, ese idioma, a sus
hijos, que […] de alguna manera, no les va a servir […] que de alguna manera,
ellos ya van a sentir la discriminación. (l. ñ., comunicación personal, 2010)
Es así que, con el tiempo, los diferentes por qué también comienzan a
tener una respuesta en las propias historias personales:
84 | Memorias en lucha
vientre materno, es decir, no viví las injusticias que les tocó vivir a mi pue-
blo. (a. ñ., comunicación personal, Tecka, diciembre de 2014)
Entonces, los antes, los durante y los después de las rogativas se trans-
forman, para las personas que participan en ellas, en contextos de objeti-
vación y reflexión sobre las experiencias tristes. Los golpes recibidos por
la abuela por enseñar la lengua, el maltrato laboral sufrido por el padre del
longko por ser mapuche o la historia sufrida del cacique Inacayal eviden-
cian situaciones de desigualdad. En la medida que estas experiencias se
identifican y se redefinen como luchas inconclusas heredadas, las personas
mapuche y tehuelche de la costa están, en términos de Stuart Hall, «ponien-
do en práctica un conflicto» (2010, p. 197). Esta es una práctica orientada,
por un lado, a identificar y profundizar simultáneamente líneas de oposi-
ción y de alianzas; por el otro, a identificar y habilitar contextos específicos
y favorables, como por ejemplo las ceremonias, para estimular el desper-
tar de una conciencia histórica, a través de iluminar ciertas imágenes del
86 | Memorias en lucha
como mapuche y como tehuelche. Para ellos, este cambio en las formas de
enmarcar sus recorridos implicó un proceso de «fortalecimiento espiritual»,
el aprendizaje «sobre la historia de su pueblo», la realización de sus propias
rogativas y, al poco tiempo, incluso el conformarse como comunidad. Ángel
sería pronto el longko de esa comunidad y, apenas un tiempo después, un
referente mapuche-tehuelche reconocido en la ciudad.
En los relatos de Ángel y Gladis fue la discriminación del cura el even-
to epitomizante5 para que la familia se alejara de la institución católica y
comenzara a transitar otros caminos de movilización social y de espiritua-
lidad. Estos últimos los llevaron a articular con otros grupos y con otras
formas colectivas de militancia social. Estas diferentes articulaciones, con
los centros de jubilados y luego con otros hermanos mapuche y tehuelche,
no solo movilizó a la familia para encontrarse con una subjetividad suspen-
dida, sino además para reflexionar sobre el porqué de muchas inquietudes
que hasta ese momento no se había preguntado: «Nosotros fuimos ahí por-
que fue como una curiosidad o por algo que estaba sucediendo en nosotros
que nosotros es como que estábamos buscando algo y no sabíamos qué» (G.
R., comunicación personal, Puerto Madryn, 2012).
Estos nuevos anudamientos producidos entre las trayectorias de quie-
nes se iban encontrando en la rogativa orientaron las prácticas de los Ñanco
hacia la reconstrucción de su subjetividad. Como lo aclaré anteriormente,
la subjetividad afectiva y política emergente se encuentra enmarcada en un
contexto hegemónico específico. Este es el escenario urbano conformado
por configuraciones de la alteridad particulares de la localidad de Puerto
Madryn y por otras más generales de la provincia de Chubut. La narrativa
histórica provincial presupone un discurso multicultural sobre la base de
una relación interétnica oficial, que se dio entre aborígenes tehuelches y
colonos galeses. En Puerto Madryn, se subraya y celebra este hito central
en las concepciones locales acerca de la armonía interétnica como el que
inaugura la historia oficial del progreso en la ciudad. Dentro de estas confi-
guraciones hegemónicas, la etnicidad se vuelve un sistema de clasificación
social de la diferencia (Hall, 1978). Aquí, ciertas prácticas sociales de los
pueblos indígenas son descriptas como residuales o arcaicas, vestigios de
los orígenes comunes y longevos de nación, y pasan al presente a través de
la tradicionalización y/o folklorización. Es así como el discurso histórico
oficial de la localidad logró circunscribir al «indio permitido» (Hale, 2004)
como un descendiente de tehuelche, no mapuche y cuyo reconocimiento en
la actualidad reside en la historia de las buenas relaciones mantenidas con
los colonos galeses (Coronato, 2008; Gavirati, 2008).
88 | Memorias en lucha
y tehuelche, sino que también se convirtió en el longko de una comunidad
urbana. En otras palabras, sus recorridos por las memorias les permitie-
ron comenzar a transformar los conocimientos y experiencias definidas
como mapuche y como tehuelche en los términos de marcos de interpre-
tación vividos como propios.
Palabras finales
90 | Memorias en lucha
Lista de referencias bibliográficas
En el mes de julio del año 2014, la comunidad mapuche Cañio del Cerro
León (Buenos Aires Chico, provincia de Chubut) organizó en su territorio
un füta trawün (parlamento-encuentro político) al que convocó a diferen-
tes personas, organizaciones y comunidades mapuche que venían acom-
pañándola desde hacía algún tiempo en su proceso de lucha. Ya que des-
de la conformación del ejido urbano de la municipalidad de El Maitén,
aledaño a la aldea, esta comunidad, junto a la comunidad Ñiripil (Cerro
León), vienen sufriendo distintos acosos del sector privado y estatal en
su territorio. La hostilidad se hizo visible ante la escalada de un conflicto
particular: la omisión y la negación de los derechos de las comunidades
sobre su territorio por parte del municipio que impulsa, con recursos eco-
nómicos estatales, un proyecto megaturístico que consiste en la creación
de diecinueve pistas de esquí y una aldea turística en Cerro León (Cerro
Azul). El litigio territorial con la municipalidad de El Maitén inicia en el
año 2010 cuando esta ingresa en el territorio, realiza la tala de bosque
nativo e inicia la construcción de un refugio.
Luego de esta usurpación, las familias que hasta ese momento no es-
taban al tanto de lo que estaba sucediendo se acercaron al municipio para
realizar sus reclamos. Virginio Cañio, lonko1 de la comunidad, recuerda la
respuesta que le dio un integrante del concejo deliberante «él [el inten-
dente] no tenía que pasarle el parte a nadie que no fuera del municipio»
(v. c., comunicación personal, s. f.).
Ante la ausencia de caminos oficiales locales para el reclamo, busca-
ron otras formas de encauzar sus demandas, y optaron por acercarse a la
radio comunitaria mapuche Petu Mogelein (en adelante radio Petu). Esta
radio, localizada en el mismo municipio de El Maitén, fue fundada en
el año 2008 por personas de origen mapuche-tehuelche provenientes de
comunidades rurales y centros urbanos, quienes desde entonces, y aun
sumando a otros integrantes no indígenas, buscaron mantener una pro-
gramación que abordara centralmente temas tales como medio ambien-
te, concentración y extranjerización de la tierra, desocupación y derechos
94 | Memorias en lucha
11 de Octubre en la provincia de Chubut y durante la primera década del
siglo xxi fueron presentados como continuación de aquellos realizados por
sus ancestros, pero con una nueva forma de visibilidad y de hacer política.
Por esta razón y para subrayar la particularidad de las trayectorias de sus
participantes y también, marcar un recorrido propio, se enumeran del i al
vi desde el año 2003 hasta la fecha. El vi Parlamento Autónomo3 se realizó
en el mes de febrero del año 2014 en territorio del lof Cañio, y este trabajo es
el resultado de las reflexiones del evento.
En la instancia del parlamento realizado en la comunidad Cañio, las
comunidades, los dirigentes y las organizaciones mapuche, así como las
organizaciones sociales no mapuche y los medios de comunicación que
asistieron, participaron del debate acerca de cómo leer la realidad socio-
política actual, identificar los caminos disponibles y pensar otros a habi-
litar. En consecuencia, ciertas discusiones pusieron en foco el hecho de
que hacer memoria es una acción política. En ese marco, la comunidad
definió lo que creía conveniente para aportar, desde sus propias defini-
ciones, al consenso general en torno a la relevancia política. La frase «para
defender el territorio y llevar adelante la lucha hay que hacer memoria»
fue varias veces repetida.
En los dos últimos años, las decisiones tomadas por ambas comunida-
des convirtieron el desacuerdo sobre el territorio en un conflicto de pro-
fundidad histórica. La reflexión sobre el pasado fue enmarcando las ex-
periencias heredadas y vividas por los miembros de ambas comunidades
en dos discusiones diferentes. Por un lado, la que hace visible la forma en
que operó el Estado, desde su conformación, configuración de espacios y
formas de circulación diferenciales para quienes eran definidos como sus
ciudadanos y quienes, en esta ciudadanía, fueron excluidos para limitar
las formas de su inclusión, como es el caso de los indígenas. Por el otro, la
que sostiene que hacer memoria y discutir sobre cómo hacer memoria al
interior de la comunidad es un proyecto propio y necesario.
De la participación en los encuentros surgieron las preguntas acerca
de las razones por las cuales para estas comunidades deviene tan impor-
tante –en momentos de conflicto– pensar la memoria como un lugar pro-
pio desde el cual posicionarse colectivamente. Así como también, sobre
qué nos dicen acerca de la memoria las tareas de recordar juntos cuando
4 Era usual que algunos turistas o vecinos llegaran a pie o en auto para realizar
caminatas por el cerro.
96 | Memorias en lucha
o desacuerdo. Así como las familias conocían a algunos integrantes del
concejo deliberante, estos últimos también mostraban un trato coloquial5
hacia ambas familias. Tras la falta de respuesta municipal ante los recla-
mos, la sensación de ambas comunidades fue de desconcierto. La turba-
ción se hizo evidente cuando el intendente argumentó que no correspon-
día darles información sobre lo que sucedía en sus propios territorios. En
este caso, Virginio Cañio, señaló que su experiencia devino en algo que no
podía nombrarse y algo que no puede nombrarse no puede entenderse
y en consecuencia, no puede enmarcarse en un litigio legible y público.
Fue así como las comunidades se acercaron a la radio y hablaron con los
dirigentes mapuche que trabajaban allí hace años. Virginio Cañio explicó
sobre ese momento que el contacto con la radio y el diálogo con sus inte-
grantes hizo que lo que estaban atravesando se reinscribiera dentro de un
proceso histórico más amplio. A partir de allí, el conflicto pasó a nombrase
como un conflicto territorial con comunidades mapuche.
En este mismo contexto, iniciaron demandas legales junto al Área de
Defensa de Derechos Económicos, Sociales y Culturales del Ministerio de la
Defensa Pública de la provincia de Chubut en Esquel por la tala de plantas na-
tivas, por acción de la Secretaría de Medio Ambiente y realizaron una medida
cautelar para evitar que innoven acciones en sus territorios. Asimismo se ins-
cribieron como comunidades mapuche, ya que hasta ese momento no había
sido necesario que se las reconozca como tales, en la Escribanía General de
Gobierno de la provincia. Entonces se contactaron también con nuestro gru-
po, gemas, para comenzar una reconstrucción de sus memorias familiares.
Cuando lograron nombrar el conflicto e inscribirlo históricamente, las
acciones de los Cañio y Ñiripil dejaron de ser reclamos aislados para pasar
a entrelazar las trayectorias, en primer lugar, de ambas comunidades en-
tre sí y en segundo lugar, con otras comunidades mapuche que lucharon
por defender y autoafirmarse en su lugar. Fue así como las comunidades
comenzaron activamente a defender y autoafirmarse en su territorio. Una
de las medidas fue que en procura de juntar fuerzas a través de nuevas
alianzas y de reflexionar sobre futuras acciones para practicar el conflicto,
hicieron presentaciones públicas en distintos medios, en el Instituto de
Formación Docente de la ciudad El Bolsón (provincia de Río Negro) y en la
ciudad de Esquel (provincia de Chubut) y en diversos trawün. Por otra parte,
realizaron acciones para defender su territorio y sus derechos en el marco
de la medida cautelar, como por ejemplo proteger la entrada frente a una
carrera de bicicletas que organizó el municipio pero que finalmente no se
realizó en diciembre del año 2013.
98 | Memorias en lucha
Por un lado, el conflicto se convirtió en el marco para hacer memoria,
se gestó como un momento de peligro, el cual, según Walter Benjamin
«amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En
ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase do-
minante» (1987, p. 180). El litigio operó como un momento de iluminación
(Ramos, 2011), es decir, como un momento político de la memoria donde se
recrean marcos de interpretación desde los cuales se comprende la relación
entre experiencias pasadas y presentes.
Por el otro, la memoria fue el marco desde donde definir, comprender y
transitar el conflicto. En el contexto y experiencias presentes del conflicto,
determinados recuerdos y experiencias pasadas «devienen índex de cone-
xiones y asociaciones coyunturales y específicas» (Ramos, 2011, p. 144). Por
ejemplo, experiencias previas de violencia y de injusticias, así como las vi-
vencias de antepasados que transitaron trayectorias similares se volvieron
índices para comprender el conflicto que estaban atravesando –al igual que
las discusiones sobre estos índices.
Entre las imágenes del pasado que empiezan a adquirir relevancia como
eventos asociables y posibles de conectar con las experiencias presentes se
encuentran aquellas que remiten a las penurias del regreso, a un lugar para
vivir tranquilos después de las campañas militares. En los relatos de ambas
familias, tanto Bautista Cañio, su esposa y dos hijos, así como Segundo Ñi-
ripil, esposa e hijo, llegan al Cerro a asentarse de forma permanente luego
de varios años de recorrido por distintas partes del territorio mientras bus-
caban formas de sobrevivir tras el paso de las campañas. En ambas familias
se encuentran memorias sobre el hambre y el frío que se pasaba cuando se
estaba campeando. También empiezan a ser puestas en primer plano otras
imágenes compartidas de subordinación e injusticia, como la violencia de
las fuerzas policiales, particularmente la policía fronteriza, la explotación
padecida como puesteros en la Compañía Tierras del Sud cercana a la al-
dea, el trabajo femenino como empleadas domésticas en casas de familia y
la migración forzada a las zonas urbanas en busca de empleo.
A medida que se van consolidando articulaciones entre experiencias
similares de conflicto, también se adquiere contornos afectivos y políti-
cos, el ser juntos como parte de un pueblo. En esta dirección, los pliegues
de la memoria se desdoblan para volverse a plegar dejando en superficie
ciertas experiencias de relacionalidad (Ramos, 2010a) y solidaridad en las
que ese ser juntos es reconocible como una experiencia de práctica en el
pasado. Así, para los Cañio y los Ñiripil, la importancia de pedir permi-
so para asentarse o construir un puesto en el cerro no solo operó como
un mecanismo de conformación de lazos de alianza entre las primeras
familias que llegaron sino también como un protocolo político compar-
tido. En este, la performatividad de la palabra, por un lado, implicaba el
Hay una cuestión que nosotros fuimos viendo durante estos tiempos, si
queremos defender el territorio, llevar esta lucha, démosle contenido […]
para que esto se transforme hay que empezar a recuperar cultura, hacer
memoria, no hay más vuelta que darle, porque si no, no se puede. (M. Mi-
llán, comunicación personal, comunidad del Cañio, agosto de 2014)
Introducción
Por ahí salían algunos, ¿viste? y nosotros le comíamos las papitas an-
tes que lo coman ellos ¡Las cosas que uno hace cuando es chico! ¡Mirá
si no me trae recuerdos este lugar! ¡Pero mirá de las cosas que me
vengo a acordar! (comunicación personal, febrero de 2009)
En abril de 2012, José Bilbao Copolque convocó a Celina San Martín, otra
de las coautoras de este trabajo, a la ciudad de Las Heras para que colabo-
rara en la presentación de una muestra de fotografías titulada Tehuelches
meridionales que había sido curada por personal del Archivo General de la
Nación (agn). Unos años antes, en el 2007, la familia Copolque había ins-
cripto su personería jurídica ante el Registro Nacional de Comunidades In-
dígenas del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (renaci-inai)5, en el
marco de tensiones con un estanciero que quería apoderarse de las tierras
localizadas en el lote 39 y parte del 38, de la Colonia General Las Heras y que
el Estado había permitido ocupar a Antonio Yanke Copolque, en 1926, con
un permiso precario.
Cuando Celina llegó, José le sugirió que visitase a una suerte de archi-
vista local, Carlos Rodrigo, un prestigioso comerciante que estaba cerrando
el negocio que le había legado su padre, después de ochenta y ocho años sin
interrupción. Durante mucho tiempo, la actividad principal de El Sol, venta
de ramos generales, había sido el acopio de lana y la provisión de materias
primas y víveres de todo tipo, muchas veces vendidos a cuenta de la esquila.
Durante todo ese tiempo, Rodrigo y su padre habían llevado prolijamente
la contaduría de varias familias del pueblo. Entre estas se encontraban las
de algunos indígenas que se habían vuelto forzosamente pequeños pro-
ductores de lana y carne ovina, tal como había ocurrido con los Copolque,
quienes mantuvieron durante décadas este tipo de intercambios con El Sol.
Los encuentros de Celina con Rodrigo se extendieron a lo largo de tres días,
en los cuales le fue contando su dedicación al trabajo contable en torno a las
estancias lanares y más tarde a las regalías petroleras. El último día, antes
de irse, notó que entre los libros próximos al escritorio tenía uno sobre la
vida del cura Manuel González (López, 1996). Le preguntó entonces si había
conocido a los salesianos. La respuesta fue que no solo los había conocido,
sino que muchas veces los había recibido y alojado en su propia casa. A su
vez, señaló que los sacerdotes habían hecho «una buena obra en el campo»
y, a continuación, se refirió a los Copolque –específicamente a Manuel–, a
quien los sacerdotes lo habían alfabetizado, y exclamó con orgullo: «el indio
Copolque escribía mejor que uno que es oficinista».
Los salesianos se hicieron presentes en el Territorio Nacional de Santa
Cruz en 1884. Desde entonces, sus misiones fueron consideradas el medio
5 Las comunidades tehuelches Copolque y Camusu Aike fueron las primeras de la
provincia de Santa Cruz que obtuvieron su personería jurídica, en el 2007 (renaci-
inai n.° 225 y n.° 490, respectivamente). Luego, en el 2012, le siguieron dos comu-
nidades mapuches: Limonao y Millanahuel (renaci-inai n.° 1147 y n.° 640) y, en el
2014, la comunidad mapuche tehuelche Newen Mullfuñ (renaci-inai n.° 166).
A desalambrar
Censo Indígena Nacional. (1968). Vol. iii, Resultados definitivos 1966-1968. Cédula de
Vivienda de las provincias de Buenos Aires, Chubut, La Pampa, Santa Cruz y Te-
rritorio Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Buenos
Aires: Ministerio del Interior, Secretaría de Estado de Gobierno.
Mariana Lorenzetti
Lucrecia Petit
Lea Geler
Introducción
9 El guion es de Alejandra Egido y Lea Geler. En sus diferentes etapas, la obra contó
con el apoyo institucional del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xe-
nofobia y el Racismo (inadi) (Disp. 211/12) y con el auspicio de proteatro (Ciu-
dad de Buenos Aires). Además, fue declarada de Interés Social y Cultural por la
Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Exp. 3077/D/2012).
10 Más información sobre la puesta de 2010 se encuentra en Geler (2012), y para un
primer acercamiento a la puesta de 2012-2014, ver Geler (2014).
Trabajar con los relatos por fuera de las fechas conmemorativas del
calendario escolar se experimentó como la posibilidad de atribuir otros
significados. Con la reconstrucción de las narrativas se buscaba no solo
dar entidad a las palabras dentro del género documental, sino también
direccionar la recreación de los distintos espacios y prácticas en pos de
otorgarles un papel relevante en la explicación de los cambios que atra-
vesaron las distintas generaciones. La producción de un registro visual
Carolina Crespo
María Alma Tozzini
Introducción
Desde los inicios de las discusiones en las ciencias sociales y humanas en tor-
no a la memoria, los marcos sociales en los que se insertan recuerdos, olvidos
y silencios tuvieron un papel fundamental. Maurice Halbwachs, pionero en
la introducción de esta disquisición, sostenía que los recuerdos se organizan
dentro de marcos socialmente impuestos, definidos en tanto imágenes del pa-
sado ([1925] 1992) que pueden ordenarse y relacionarse en coordenadas tanto
espaciales como temporales. Así, según este autor, un grupo inserto en un
espacio, lo transforma a su imagen y semejanza pero también es modelado,
se adapta y pliega a él. El lugar recibe la huella del grupo así como el grupo se
inscribe en un espacio en el cual organiza no solo su presente sino también
las imágenes de su pasado (Halbwachs, 2004 [1950]). De la misma manera, e
independientemente de las fechas, los hechos del pasado se ordenan en mar-
cos de datos temporales a los que se asocian determinados acontecimientos
(Halbwachs, 2004). En este sentido, sostenía Halbwachs, de cada período
subsisten aquellos recuerdos que la sociedad, mediante el trabajo con sus
marcos espaciales y temporales, logra reconstruir.
Aunque Halbwachs postulaba que estos marcos son impuestos social-
mente, también reconocía que en la medida en que el pensamiento social
se basa en un sistema de convenciones, los grupos tienen la posibilidad
de modificar dicho sistema, operando sobre sus marcos a través de la
racionalidad y la reflexión sobre su pasado y su presente (1992). Y si bien
experiencias compartidas colectivamente en el presente pueden oponer-
se a determinados recuerdos, «No hay ideas sociales que no sean al mis-
mo tiempo un recuerdo social» (1992, p. 188 [Traducción de las autoras]).
Esta relación es la que explicaría, según el autor, por qué las tradiciones
y las ideas del presente pueden coexistir. Las ideas del presente son tam-
bién tradiciones y ambas poseen sus puntos de referencia en el tiempo y
en el espacio.
A inicios del 2000 y aun siendo legislados una serie de derechos indige-
nistas a nivel nacional y provincial en los que se reconoce la preexistencia
y/o presencia de los pueblos indígenas en el territorio; se reponen y avalan
oficialmente en Lago Puelo –en publicaciones, esculturas, discursos públi-
cos y celebraciones oficiales– muchas premisas del modelo ideológico que
nutrió al relato histórico nacional y regional que acompañó el proceso de
conformación del Estado nación argentino. Nos referimos al modelo cul-
tural blanco, occidental-civilizado, y a una visión dual de la sociedad en
términos de civilización o barbarie que fue el fundamento de las campa-
ñas militares desplegadas en Chaco y en la Patagonia a fines del siglo xix
y justificó desde aquel entonces y hasta aproximadamente los años 1980, el
silenciamiento, la asimilación y la aplicación de desiguales derechos y rela-
ciones sobre los pueblos indígenas en distintas esferas de la vida social. En
la Patagonia, este modelo se combinó además con una nacionalización de
los pueblos indígenas que abonó en una mayor discriminación y denega-
ción de derechos a determinados sujetos, estigmatizados y subalternizados
no solo por su carácter étnico sino también por considerarlos extranjeros.
La idea era yo había puesto, creo que seis familias […] porque la idea
era contar desde Esquel a Bariloche. Yo sabía que el relato más o
menos iba a ser el mismo. Con algunos aditamentos de algún lado.
O sea, los mismos sufrimientos, las mismas penurias, la poca bola
que les dieron a todos. Y esto, obviamente ustedes me preguntarán
de dónde nace. Yo lo vi siempre como una necesidad. Y en la radio o
yendo a visitar a algunas familias y eso, y vos veías cómo te contaban
las historias, las historias de muerte que hay por el tema tierras y
todo. Y verdaderamente quedabas mal. Nunca lo viví. Yo vine a vivir
acá y no sabía de esto. Pero bueno, haber leído […] Una cosa, uno
lee libros y le parece que por ahí cuentan una historia. Pero cuando
vos la historia la estás escuchando de casi los propios protagonis-
tas o de ancestros […] y decís: «¡es mucho más fuerte!». Y yo dije,
bueno, eso sería bueno: que la historia la escuchen de los propios
Lago Puelo desde sus orígenes estuvo signado como tierra de paz.
Tierra por la que no pasó la conquista belicosa de los españoles so-
metiendo a indígenas, ni la guerra de la independencia, ni la Con-
quista del Desierto, ni las guerras civiles8. Esto deben incorporarlo
los que atraídos por la belleza y la pujanza de nuestra región van lle-
gando a radicarse junto a nosotros. Así, generosamente abrimos los
brazos como argentinos iguales ante la ley, no hacemos diferencia
por nadie por razones de raza, de credo, de ideología o de condición
económica, pero no aceptamos que vengan a fabricar conflictos,
enemistades, calumnias o enfrentamientos que no son propios de
Lago Puelo. (F. Eguiluz, comunicación personal en discurso del acto
Día del Pueblo emitido por exconcejal de Lago Puelo, 2 de abril de 2006)
8 Estas mismas ideas están vertidas en el libro escrito por Traverso y Gamboa
(2003), quien define al terrorismo de Estado iniciado en 1976 como «guerra sucia
de terrorismo subversivo» y señala ese proceso como motivo de «migración» in-
terna a Lago Puelo.
10 En aquel momento, fines del siglo xix, el límite estaba dado por la divisoria de
Temporalidades en el espacio
Las distintas crisis atravesadas erigieron a ciertos espacios −el río, las
arboledas, la pasarela, el alambrado, los pinos, etcétera− como epítome de
determinadas historias. Pero si la historia está contada a partir de momen-
tos de crisis, también lo está a partir de luchas y de históricas acciones por
legitimar su ocupación y sus derechos sobre el espacio habitado. Como sos-
tiene Rappaport (2000), el conocimiento sobre el pasado «es un componente
A modo de cierre
Las reflexiones sobre las que ahonda este trabajo se ubican en la intersección
entre tiempo y territorio y en la articulación de estas categorías con las rela-
ciones de poder/saber que las han ido configurando (Massey, 1993; Oslender,
2002). Las memorias puestas en circulación no solo se despliegan y cobran
sentido en marcos temporales y espaciales. Funcionan como herramientas
de conceptualización de las propias categorías de entendimiento del tiempo
y el espacio, con sus efectos de luces y sombras en materia de revisión de
procesos sociales y políticos, de agentes intervinientes y de sus implicancias.
Los relatos analizados son producto tanto del presente como de expe-
riencias pasadas y de campos de lucha desiguales. Los conflictos en torno
al pasado suponen luchas de poder que son también luchas por el control
del espacio (Harvey, citado en Gordillo, 2010). Las narrativas hegemónicas
desplegadas en Lago Puelo constituyen parte de proyectos políticos que se
trazan sobre la experiencia histórica, el territorio y la población indígena en
Leiva, M. y Medina, D. (2006). Reseña histórica de mi pueblo. Lago Puelo. Chubut. Rosario:
de los autores.
Lorena Cañuqueo
El objetivo de este artículo es analizar cómo las memorias sobre las taperas
configuran espacios y pertenencias sociales en la zona de Comallo en fun-
ción del desplazamiento de sus ocupantes y los relatos sobre las prácticas
pasadas. A partir de una situación etnográfica puntual, se desandarán rela-
tos solapados en la construcción de historias locales que pugnan por entrar
en valor como marcadores de identidad colectiva. Es decir, cómo ciertas
memorias y prácticas sobre y desde el espacio, al tiempo que construyen
lugares y trayectorias sociales en la zona, tratan de redefinir posiciones so-
ciales y tensionar regímenes de verdad.
Algunas definiciones caracterizan las taperas como ruinas despobladas o
como vestigios de habitaciones abandonadas. Su presencia es una marca en
el espacio que habilita relatos en torno a los tiempos pasados, inscribiendo a
personas y relaciones sociales, vinculando desplazamientos y configuracio-
nes espaciales. Los pobladores de los parajes rurales de la cuenca del arroyo
Comallo, en la provincia argentina de Río Negro al que hace referencia este
trabajo, describen a las taperas como «poblaciones antiguas» que «dejó la
gente». En torno a eso que «dejó la gente» se narran experiencias que ex-
plican la presencia de los vestigios materiales pero también los devenires y
trayectorias generadas por sus anteriores y actuales pobladores.
Este trabajo adhiere a las propuestas que historian, por medio de me-
morias sociales, las diferentes formas en que los mapuche construyen
lugares de apego e instalaciones estratégicas. Entre otras perspectivas, el
análisis incorpora la propuesta de Lawrence Grossberg (1992) que iden-
tifica que los sistemas de diferencia social e identidades son producidas
por regímenes de verdad (Foucault, 2006) estructuradas en maquinarias
diferenciadoras, dentro de las que el otro es construido en relación a un
nosotros. El proceso de diferenciación se vincula con el accionar de regíme-
nes de poder o de jurisdicción operados en maquinarias territorializadoras
que sitúan a las personas en lugares y espacios, definiendo sus movilidades
(Grossberg, 1992). Esas maquinarias producen y estructuran el poder cons-
truyendo límites, en el primer caso, y estableciendo formas de distribución,
en el segundo, que articulan modos de diferenciación, por ejemplo a través
9 En el ámbito nacional fue trascendente el fallo «Sede, Alfredo y otros c/Vila, Her-
minia y otro s/desalojo» (Expediente 14012-238-99; iiia Circunscripción Judicial
de Río Negro, Juzgado de Primera Instancia en lo Civil, Comercial y Minería n.° 5.
Secretaría única) dictado el 12 de agosto 2004 porque reconoce, entre otras cosas,
la preexistencia étnica de los pueblos indígenas y el carácter colectivo de la ocupa-
ción tradicional sobre sus territorios.
Cuando iniciamos nuestro trabajo de investigación una de las cosas que nos
llamó la atención fue la recurrencia con la que los pobladores nombraban a
«las poblaciones que dejó la gente», es decir, las taperas11. Al preguntar por
los primeros pobladores que habían llegado a la zona, además de hacernos
referencia a los que permanecen en el lugar, nombraban a aquellos que ya no
están, pero cuyo paso se volvía un testimonio por la presencia de su tapera.
10 Véase al respecto el artículo de Carolina Crespo y María Alma Tozzini en este mis-
mo libro.
11 Desde 2008 integro, junto a la antropóloga Laura Kropff y la historiadora Pilar
Pérez, un equipo de investigación con el que trabajamos en el área de la cuenca
del arroyo Comallo. Las visitas y entrevistas mencionadas aquí fueron hechas en
conjunto. No obstante, algunas de las notas referidas fueron apuntadas por ellas
en sus cuadernos de campo y son oportunamente citadas.
Reflexiones finales
Stephanie McCallum
Introducción1
8 De acuerdo a Martínez (2007), «Entre 1976 y 1980 se cerraron unas 560 estaciones
y se redujeron los trenes de pasajeros en unos 18 millones de tren/km, un 30 %
del total previo» (p. 212). Esto afectó principalmente a los servicios interurbanos y
locales del interior del país.
9 Para una discusión más detallada de la historia ferroviaria argentina, consultar
–entre otros− López y Waddell (2007). Varios ex trabajadores ferroviarios también
escribieron sobre historia ferroviaria, por ejemplo, Cena 2012 y Vecchi, 2012.
10 La idea del pueblo fantasma, al menos en la provincia de Buenos Aires, está aso-
ciada a la desaparición del ferrocarril, como comprobé en innumerables conver-
saciones con usuarios, ferroviarios y ferroaficionados en el transcurso del trabajo
de campo y en los comentarios de las redes sociales. Algunos autores, no obstan-
te, sostienen que esta percepción no es históricamente correcta (Martínez, 2007;
Müller, 2007), arguyendo que la desaparición de pueblos en el interior de la pro-
vincia y el país responde a otras dinámicas no vinculadas al ferrocarril.
11 El grupo de Familiares y Amigos de Víctimas y Heridos de la Tragedia de Once
usualmente utiliza el número 51 para representar a las víctimas, visto, por ejem-
plo, en los carteles de «JU5T1CIA». No obstante, una de las víctimas estaba emba-
razada. Entonces, siguiendo a su esposo, quien peleó para que su beba no nacida
fuera reconocida como víctima por la Justicia, prefiero utilizar el número 52 al
referirme a las víctimas de la tragedia.
12 La Secretaría de Transporte, que se encontraba bajo la órbita del Ministerio de
Planificación, fue traspasada al Ministerio del Interior, rebautizado como Minis-
terio del Interior y Transporte en junio de 2012, es decir, unos pocos meses des-
pués de la Tragedia de Once. Esta reestructuración ministerial refleja la magnitud
de la tragedia y de sus repercusiones políticas.
13 Entre otras medidas, la llamada revolución ferroviaria incluye, además de la com-
pra de material rodante nuevo a China (las primeras formaciones adquiridas
fueron destinadas a la línea San Martín y luego a las líneas Sarmiento y Mitre)
mencionadas en el cuerpo del artículo, la renovación de vías en líneas metropoli-
tanas y en ramales de media y larga distancia (incluyendo, por ejemplo, el ramal
Retiro-Rosario y Constitución-Mar del Plata), la renovación del sistema de señala-
miento, y la renovación de estaciones. De acuerdo la página web de la presidenta
Cristina Fernández de Kirchner, la inversión en el ferrocarril prevista para el trie-
nio 2013-2015 es de casi us$ 2000 millones y $ 12 100 millones, incluyendo compra
de material rodante y renovación de vías y estaciones (http://www.cfkargentina.
com/ferrocarriles-material-rodante-renovacion-de-vias-y-estaciones-que-inau-
guramos-hoy/). Estas reformas se enmarcan en la Ley de Reordenamiento del Sis-
tema Ferroviario (n.° 26 352). Muchos de los activistas, usuarios, ferroaficionados
y ferroviarios con los que conversé celebran la intención de mejorar el sistema
Hay un dicho ferroviario que asegura que los «fierros tienen memoria». Escu-
ché esta frase por primera vez de boca de Sergio15, un hombre de unos 60 años
que trabaja hace cuarenta años en el ferrocarril, primero en la Línea Roca y
luego en el Sarmiento, en el cementerio de locomotoras con el que comienza
este artículo. Como sugiere el dicho, la historia ferroviaria está inscripta en
las vías, el material rodante y otros elementos de infraestructura ferroviaria,
donde distintos momentos históricos se yuxtaponen materialmente.
La llamada época de los ingleses (recordada por mis interlocutores fe-
rroviarios como un período de obras faraónicas, trenes puntuales y condi-
ciones de trabajo brutales) persiste en el sistema de señalamiento, muchos
de cuyos componentes datan de las décadas de 1920 y 1930, y en las grandes
terminales de tren. Los durmientes de madera, a su vez, indexicalizan la de-
forestación de los bosques de quebracho (producida en el norte argentino
particularmente a fines del siglo xix y principios del xx) y el movimiento a
gran escala de recursos y personas que fue necesario para construir la red
(Alarcón 2011; Brac, 2011). El logo de Ferrocarriles Argentinos, ícono de la na-
cionalización del ferrocarril por el entonces presidente Juan Domingo Perón
en 1948, aunque este nombre no se oficializaría hasta varios años más tarde,
perdura en afiches y en maquinaria de la época aún en uso para trabajos de
reparación de vías. Los trenes eléctricos que hasta hace poco tiempo –antes
del advenimiento de los trenes eléctricos importados de China– predomina-
ban en las vías del Mitre y del Sarmiento son coches Toshiba de la década de
1960 recauchutados –para usar una categoría nativa que alude a sus diferentes
renovaciones–. En una misma formación de coches Toshiba pueden coexis-
tir unidades reformadas en distintos momentos, como lo marca el color de
la carrocería. Entre los trenes Toshiba, los coches de color celeste y blanco,
usualmente vistos como los más viejos16, corresponden a renovaciones rea-
lizadas en los primeros años de la gestión de Trenes de Buenos Aires (tba)17.
23 Cuando se escribió este artículo, seguía su curso ante el Tribunal Oral en lo Crimi-
nal Federal n.º 2 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
¿Hacia la reparación?
32 El tercer riel es un riel electrificado que corre al costado de las vías y del cual una
formación eléctrica toma corriente. Ha habido varias víctimas por electrocución
en zonas donde el tercer riel no estaba debidamente cubierto por tapas protecto-
ras o debidamente señalizado.
33 Reconociendo al Estado como dueño del material ferroviario y como garante del
derecho a un transporte público seguro y digno, en febrero de 2014 las agrupacio-
nes que integran el espacio Ni Un Muerto Más entregaron en la Presidencia de la
Nación y en la Defensoría General de la Nación informes de sus viajes diagnósti-
cos y un petitorio dirigido a la presidenta de la Nación.
34 Los boletos tipo Edmondson son los viejos boletos de cartón, cuyos colores permi-
tían distinguir distintos ramales. Ver por ejemplo la entrevista que Pablo Plotkin
le hace a Patricio Larrambebere, uno de los fundadores de abte (Plotkin, 26 de
enero de 2003).
35 Cada empresa ferroviaria tenía su paleta de colores y su tipografía, las cuales
le daban un sentido de identidad a la línea ferroviaria. Para cada empresa, los
distintos soportes materiales como cemento, hierro y madera, se correspondían
con colores diferentes. A medida que se sucedieron las empresas ferroviarias de
capital extranjero, la nacionalización de los ferrocarriles, las concesiones, rees-
tatizaciones y reconcesiones, la paleta utilizada en cada línea fue cambiando (P.
Larrambebere, comunicación personal, 18 de febrero de 2014). abte, entre otros
grupos, está realizando un relevamiento de los moldes tipográficos utilizados por
las empresas ferroviarias.
36 Weizman (2014) dirige un proyecto de arquitectura forense del Centre for Research
Architecture de Goldsmiths College, University of London, en el cual arquitectos, ar-
tistas, y otros investigadores analizan el potencial de las estructuras tangibles para
funcionar como «testigos materiales» es decir, como sensores, con el objetivo de in-
dagar y decodificar formas de violencia que son lentas y continuas, por ejemplo una
fábrica que se deteriora imperceptiblemente hasta derrumbarse y también para ima-
ginar nuevas formas de demandar justicia. Encuentro paralelismos entre el accionar
de algunas agrupaciones de usuarios-activistas, particularmente en cuanto a los rele-
vamientos de infraestructura, o viajes diagnóstico, y el proyecto que dirige Weizman.
Este trabajo intenta ilustrar la utilidad que tiene una aproximación etno-
gráfica a la materialidad de la infraestructura ferroviaria para encuadrar
las historias, memorias y formas de vida que se entretejen en torno al fe-
rrocarril. Para esta tarea, el concepto de ruina puede ser de gran valor epis-
témico (Dawdy, 2010; Stewart, 1996; Stoler, 2013). La ruina posibilita una
historia a contrapelo (Benjamin, 1968, 1999), una mirada que se detiene
sobre los escombros y las huellas del pasado en el presente y que desestabi-
liza las narrativas de la historia como progreso y como linealidad inevitable.
Las ruinas sirven entonces como una alegoría de la memoria, reflejando
sus multiplicidades, fragmentaciones e (im)posibilidades (Edensor, 2005).
Pero el concepto de ruinas también tiene sus limitaciones porque alude a
una noción romántica de un estado original completo y puro (cf. Gordillo,
2014)37. Resulta más rico, en todo caso, pensar a la infraestructura ferrovia-
ria argentina no como una ruina, categorización que connota además un
juicio moral, sino como un archivo. Reconocer a la infraestructura ferrovia-
ria como archivo, o sea como un archivo que registra en su hibridez mate-
rial memorias afectivas que dialogan con otros discursos que interpelan
al ferrocarril en clave de progreso o de decadencia38, nos permite indagar
la manera en que esta infraestructura, como otras (cf. Star, 1999 y Carse,
2012), posibilita ciertas formas de estar en el mundo y coarta otras, a la vez
que despierta determinadas respuestas afectivas y formas de hacer políti-
ca. Una aproximación etnográfica a la infraestructura ferroviaria requiere
inmiscuirse con materiales concretos, no con una materialidad en abs-
tracto (Ingold, 2011): la chapa, el quebracho, el hierro, el plástico, el óxido.
Siguiendo a Gordillo, (2014), podemos vaticinar que la agentividad de estos
materiales recae quizás no en una cualidad intrínseca de los mismos, sino
37 Es en parte por esto que Gordillo (2014) prefiere utilizar en su lugar la noción de
escombro, que implica multiplicidad y que resiste la reapropiación romántica por
la industria del turismo.
38 Cabe señalar que tanto la ambivalencia en torno a las promesas del ferrocarril
como la percepción de una red en decadencia no son nuevas. Ya en 1933, Ezequiel
Martínez Estrada ([1933] 2011) escribía: «Llevaba el ferrocarril un progreso no-
minal, teórico, pero ocasionaba un retraso real» (p. 76). En 1946, al insistir en la
necesidad de nacionalizar la red ferroviaria, Raúl Scalabrini Ortíz ([1946] 2009)
dictamina que «El material ferroviario está viejo, indudablemente las máquinas
jadean impotentes en su senectud, ya incapaces de cumplir sus horarios. Los
rieles enmohecidos y torcidos protestan con sus golpes a cada paso de tren. La
herrumbre chorrea por las estaciones suburbanas que van asemejándose a las ta-
peras que aún recuerdan a las antiguas postas» (p. 80). En un trabajo futuro sería
interesante rastrear la genealogía y acaso la persistencia de la percepción de que
el sistema ferroviario argentino está en crisis.
39 De manera similar, una pareja que conocí en una fiesta ferroviaria en Empalme
Lobos (ramal Merlo-Lobos de la línea Sarmiento) y que recorre ramales olvidados
de la provincia de Buenos Aires, se rehúsa a divulgar fotos de estaciones de tren
en ruinas porque quieren transmitir un mensaje de esperanza, insisten, no de
futilidad o decadencia. El comentario que hace Patricio es consonante con la crí-
tica que realizan DeSilvey y Edensor (2012) de publicaciones recientes, en las que
identifican una fascinación pornográfica con las ruinas.
Alarcón, M. T. (2011). La ruta del tanino en el Chaco, Argentina [en línea]. Centro de Do-
cumentación Histórica del Río de la Plata y Brasil el 6 de septiembre de 2014.
Recuperado el 5 de junio de 2014, de http://www.peuy.org/dcmnts/p0009.pdf
Alberdi, J. B. (2009 [1852]). Bases y puntos de partida para la organización política de la Repú-
blica Argentina. Buenos Aires: Lancelot.
Auyero, J. y Swistun, D. A. (2009). Flammable. Environmental Suffering in an Argentine
Shantytown. Oxford y Nueva York: Oxford University Press.
Benjamin, W. (1968). Theses on the Philosophy of History. En Arendt, H. (Ed.). Illumina-
tions: Essays and Reflections (pp. 253-264). Nueva York: Schocken.
Benjamin, W. (1999). The Arcades Project. (Eiland, H. y McLaughlin, K. Trad.). Cambridge:
Harvard University Press.
Biehl, J. (2005). Vita: Life in a Zone of Social Abandonment. Berkeley y Los Ángeles: Univer-
sity of California Press.
Brac, M. (2011). «Trabajar el pasado». Un estudio de caso sobre selección y usos sociales
de los recuerdos. Theomai, Dossier Antropología del trabajo y la memoria de los tra-
bajadores, 24, 29-41.
Carse, A. (2012). Nature as Infrastructure: Making and managing the Panama Canal
watershed. Social Studies of Science, 42 (4), 539-563.
Cena, J. C. (2012). Ferrocarriles Argentinos. Destrucción/Recuperación. Buenos Aires: La Nave
de los Locos.
Dawdy, S. (2010). Clockpunk Anthropology and the Ruins of Modernity. Current Anthro-
pology, 51 (6), 761-793.
DeSilvey, C. (2006). Observed Decay: Telling Stories with Mutable Things. Journal of Ma-
terial Culture, 11 (3), 318-338.
DeSilvey, C. y Edensor, T. (2012). Reckoning with ruins. Progress in Human Geography,
37 (4), 465-485.
Edensor, T. (2005). Industrial ruins: space, aesthetics, and materiality. Oxford: Berg.
García, A. (2010). The Pastoral Clinic. Addiction and Dispossession along the Rio Grande. Ber-
keley y Los Ángeles: University of California Press.
Gordillo, G. (2014). Rubble: The Afterlife of Destruction. Durham: Duke University Press.
Gordon, A. ([1997] 2008). Ghostly Matters: Haunting and the Sociological Imagination. Min-
neapolis: University of Minnesota Press.
Guano, E. (2002). Spectacles of Modernity: Transnational Imagination and Local Hege-
monies in Neoliberal Buenos Aires. Cultural Anthropology, 17 (2), 181-209.
Hell, J. y Schonle, A. (Eds.) (2010). Ruins of modernity. Durham: Duke University Press.
Brígida Baeza
Introducción
1 El golfo San Jorge está ubicado al noreste de la zona norte de la provincia de San-
ta Cruz y del sur de la Provincia del Chubut. Ambas zonas fueron parte de una
misma jurisdicción institucional denominada Gobernación Militar de Comodoro
Rivadavia entre 1944 y 1955.
2 Ambas ciudades poseen una economía de base productiva basada en la explotación
del petróleo. Para el censo de 2010 Caleta Olivia (Santa Cruz) aparece con un total de
51 733 habitantes, siendo la ciudad más poblada del departamento Deseado y en el
cual se registraron un total de 107 064 habitantes. De ellos 8475 son migrantes distri-
buidos en su mayor parte entre chilenos (4324) y bolivianos (2741, de los cuales 1422
son varones y 1319 son mujeres). En el caso de Comodoro Rivadavia (Chubut), el censo
de 2010 arrojó un total de 180 000 habitantes, de los cuales 16 653 son extranjeros y
14 544 provienen de países latinoamericanos. Siendo los chilenos mayoría con 10 682,
seguidos por los migrantes bolivianos con 2421, de los cuales 1303 son varones y 1118
son mujeres. Más allá de las cifras, en ambas ciudades las estadísticas contrastan con
las representaciones locales acerca de lo que socialmente se observa como una visi-
bilización extrema, tal como un medio local de Caleta Olivia que tituló su tapa: «Ca-
leta es el mayor centro de residentes bolivianos del país. La comunidad se encuentra
arraigada en la ciudad y mantienen [sic] una activa participación cultural y social» (La
prensa de Santa Cruz, 13 de agosto de 2014).
marco legal admite la posibilidad de que su pareja, amiga, madre o cualquier per-
sona significativa para la parturienta la acompañe en el momento del parto. Esta
figura del acompañante es observada como una conquista en términos de dere-
chos para amplios sectores de la población femenina, pero dependiendo del modo
y contexto en que se comunica a quienes desconocen la legislación vigente, puede
ser interpretada como una imposición y experimentada como una situación in-
cómoda; tal como la experiencia vivenciada por una de las mujeres entrevistadas,
que mencionaremos enseguida.
13 Existen registros etnográficos entre mapuche, donde el silencio fue superado −tal
como sostienen Nahuelquir, Sabatella y Stella (2011)− por medio del agenciamien-
to sobre todo de jóvenes que renegocian y recrean las memorias, a través del tayïl,
el baweh (hierbas medicinales), entre otras prácticas silenciadas. Esta dinámica
social nos aleja de la visión estática y de sumisión que se posee de las mujeres
indígenas, y en particular de las que son el eje de estas reflexiones: mujeres mi-
grantes indígenas bolivianas.
14 La realidad indica que también en Bolivia sería difícil escapar, porque sobre todo
en el gobierno de Evo Morales el avance del sistema de salud nacional se extendió
también al ámbito rural, principalmente a través del programa Seguro Univer-
sal Materno Infantil (sum) que consta de 547 prestaciones en diferentes rubros
que cubren a la mujer embarazada, neonatología, pediatría, entre otros servicios.
También existen otros programas, como el de Extensión de Cobertura a Áreas Ru-
rales (extensa) que tiene como objetivo ampliar la cobertura a dichas zonas me-
diante el funcionamiento de Brigadas Móviles de Salud (brisas) que trabajan de
manera coordinada con los agentes sanitarios de salud (Ledo y Soria, 2011). A este
grupo de políticas sanitarias pertenece el Bono Juana Azurduy que impactó –de
acuerdo a las estadísticas oficiales– positivamente en la región de Cochabamba,
con el descenso de los índices de mortalidad de madres e hijos-hijas.
15 La sopa de pollo es un caldo hecho de gallina o pollo pero también puede ser de
cordero. Se valora por ser considerado como una comida nutritiva y energizante
en el momento posterior al parto.
Conclusiones
Baeza, Brígida
Licenciada y profesora en Historia por la Universidad Nacional de la Pa-
tagonia San Juan Bosco (unpsjb) y doctora en Antropología Social por la
Universidad de Buenos Aires (uba). Investigadora adjunta del Consejo Na-
cional de Investigaciones Científicas y Técnicas (conicet). Docente de la
Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la unpsjb.
Cañuqueo, Lorena
Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional del Co-
mahue (unco), maestranda en Antropología Social en la Universidad Na-
cional de San Martín y doctoranda en Antropología Social en la uba. Beca-
ria doctoral del conicet en el Instituto de Investigaciones en Diversidad
Cultural y Procesos de Cambio (iidypca: conicet-Universidad Nacional
de Río Negro). Docente de la unrn.
Crespo, Carolina
Licenciada en Ciencias Antropológicas y doctora en Antropología Social
por la Universidad de Buenos Aires. Investigadora adjunta del conicet
en el Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano.
Docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la uba.
Geler, Lea
Licenciada en Ciencias Antropológicas por la uba y doctora en Historia por
la Universidad de Barcelona. Investigadora adjunta del conicet en el Ins-
tituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía
y Letras de la uba.
Lorenzetti, Mariana
Licenciada y profesora en Ciencias Antropológicas y doctora en Antropolo-
gía Social por la uba. Investigadora de la Sección Etnología del Instituto de
Ciencias Antropológicas (ica) de la uba. Docente de la Facultad Latinoame-
ricana de Ciencias Sociales (flacso).
McCallum, Stephanie
Licenciada en Ciencias Antropológicas por la uba, magíster y doctoran-
da en Antropología Cultural en University of California sede Santa Cruz
(ucsc). Becaria doctoral de The Wenner-Gren Foundation. Docente in-
terina de ucsc.
Petit, Lucrecia
Licenciada, profesora y doctora en Psicología por la uba. Investigadora
en el área social-comunitaria de la Facultad de Psicología (fp) de la uba.
Docente de la fp de la uba.
Stella, Valentina
Licenciada en Ciencias Antropológicas y doctoranda en Antropología Social
en la uba. Becaria doctoral del conicet en el iidypca. Docente de la unrn.