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Historia de la ciencia

Antonio Diéguez
Departamento de Filosofía
Universidad de Málaga

TEMA 4
La revolución newtoniana

Cuando la filosofía inglesa se difundió por el continente durante el siglo dieciocho, se pensaba
que Newton había construido finalmente el nuevo y definitivo sistema del mundo que Bacon y
Descartes habían anunciado.
Mason 1885, 3, p. 73

1. INTRODUCCIÓN

Entre la muerte de Galileo (1642) y la publicación de los Philosophiae naturalis principia mathematica
de Newton (1687) transcurrieron apenas cuarenta años [Newton nació precisamente el año en que
murió Galileo]; sin embargo en tan breve intervalo tuvo lugar un cambio sorprendente en el ambiente
intelectual de la ciencia. Por una parte, la "Nueva Filosofía" de la ciencia experimental había llegado a ser
un instrumento respetado en manos de grandes investigadores; y, por otra parte, esta nueva actitud es
responsable de una lluvia de invenciones, descubrimientos y teorías. Incluso una lista muy abreviada de
éstos, que cubriese menos de la mitad del siglo XVII y sólo las ciencias físicas, bastaría para justificar el
nombre de "siglo de genios": los trabajos sobre vacío y neumática de Torricelli, Pascal, von Guericke,
Boyle y Mariotte; el gran estudio de Descartes sobre Geometría analítica y óptica; los trabajos de
Huygens en Astronomía y sobre la fuerza centrípeta; su perfeccionamiento del reloj de péndulo y su
libro sobre la luz; el establecimiento de las leyes de choque de John Wallis, Christopher Wren y Christian
Huygens; el trabajo de Newton sobre óptica, incluyendo la interpretación del espectro solar, y su
invención del cálculo casi simultáneamente con Leibniz; la apertura del famoso observatorio de
Greenwich; y el trabajo de Hooke sobre la elasticidad. Se habían formado incluso sociedades científicas
en Italia, Inglaterra y Francia, entre ellas la Royal Society de Londres, fundada en 1662.

Problemas bien formulados, habían quedado claros recientemente en los escritos de Galileo y
otros. Fue Galileo, por encima de todos, quien había dirigido la atención hacia el fructífero lenguaje de la
ciencia y quien había presentado una manera nueva de observar el mundo de los hechos y experimentos.
Tema 4. La revolución newtoniana

Mientras el énfasis que Francis Bacon hacía acerca de la observación y la inducción era aplaudido por
muchos, especialmente en la Royal Society, Galileo había ya demostrado la fertilidad de hipótesis
atrevidas combinadas con la deducción matemática. Y la vieja pregunta de Platón: "¿Qué hipótesis de
movimientos uniformes y ordenados puede explicar los movimientos aparentes de los planetas?", había
perdido su significado original en la nueva ciencia; la nueva preocupación se manifiesta en lo que pueden
llamarse los dos problemas más críticos de la física del siglo XVII: "¿Qué fuerzas actúan sobre los
planetas para explicar las trayectorias observadas?" y "¿Cómo han de explicarse los efectos observados
de la gravitación terrestre ahora que la doctrina aristotélica había fallado?".

Se habían creado también buenos instrumentos de trabajo, tanto matemáticos como experimen-
tales. Las matemáticas encontraban ahora amplia aplicación en la física, fertilizándose mutuamente los
dos campos; los mismos hombres (Descartes, Newton y Leibniz) hacían descubrimientos importantes
en ambos campos. La geometría analítica y el cálculo son parte del rico legado del siglo XVII, todavía
útiles a la ciencia. El telescopio, el microscopio y la bomba de vacío abrieron nuevos dominios a los
científicos, y la necesidad de medidas más exactas de los fenómenos estudiados estimularon la invención
de otros dispositivos ingeniosos, iniciando así la colaboración entre el científico y el instrumentista, que
ha llegado a ser típica de la ciencia moderna. (Holton (1988)).

Isaac Newton (1642-1727) ha pasado a la historia por sus contribuciones en el campo de las ma-
temáticas puras y aplicadas, por sus trabajos en el campo general de la óptica, por sus experimentos y
especulaciones relativos a la teoría de la materia y la química (incluyendo la alquimia) y por su sistemati-
zación de la mecánica racional (dinámica) junto con la dinámica celeste (incluyendo el "Sistema del
Mundo" newtoniano). (Cohen (1983), p. 27).

[No obstante,] a pesar de que el sistema del mundo newtoniano “iluminó” el Siglo de las Luces,
Newton dista mucho de ser un personaje ilustrado racionalista. En una conocida semblanza de John
Maynard Keynes se describe a [Newton] no como el primer científico de la Edad de la Razón, sino
como el último mago que enlaza con los babilonios y los sumerios. Y ello porque concibe el universo
como un enigma que puede llegar a descifrarse gracias a ciertos indicios presentes en el comportamiento
de los cielos, en la constitución de los elementos o en ciertos escritos de los antiguos. […]

Newton busca establecer los principios matemáticos de la filosofía natural como parte de un
programa más amplio que incluye el estudio de las Sagradas Escrituras, la historia de los pueblos
antiguos y su relación con los israelitas, la cronología de sus reyes, la historia de la Iglesia o la alquimia.
[…] Según reproduce Mamiani en su biografía sobre este autor, el 27,5% de un total de 1752 títulos
[dejados escritos por Newton] se refería a temas relacionados con la teología, la historia de la
Iglesia, estudios bíblicos o controversias religiosas; el 11,6% a matemáticas, física y astronomía;

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Tema 4. La revolución newtoniana

el 9,5% a alquimia y química; el 8,6% a los clásicos griegos y latinos; el 8,3% a historia,
cronología y biografía, y el resto a medicina, literatura, derecho, filosofía y otros. […]

A pocos asuntos dedicó Newton tanta atención como a las predicciones sobrenaturales
del profeta Daniel o a las revelaciones del apóstol San Juan, en busca de los mismos indicios que
también y paralelamente indagaba en el gran libro de la Naturaleza. […]

Newton se persuadió hacia 1669 de la falsedad del dogma de la Trinidad. Pasó así a convertirse
en un acérrimo defensor de posiciones próximas al arrianismo [unitarismo] condenado en [el concilio de
Nicea del 324] y, por tanto, en un hereje. (Rioja y Ordóñez 1999, II, pp. 187-191).

En 1665 finalizó sus estudios en artes (recuérdese que era en las facultades de artes donde tradi-
cionalmente se enseñaba filosofía natural, cosmología, astronomía o geometría) y en 1669 tomó
posesión, siempre en el Trinity College de Cambridge, de la “cátedra lucasiana” de matemáticas
(denominada así en honor de H. Lucas, el cual había fundado y garantizado con su fortuna personal la
financiación de esa cátedra). En el mismo año de 1665 la propagación de una terrible peste obligó a
cerrar la universidad. Newton se retiró a su casa de Woolsthorpe durante varios meses, dedicando al
menos parte de ese tiempo a la reflexión sobre la fuerza responsable de los movimientos planetarios. A
esta época [el annus mirabilis de 1666] corresponde el hallazgo de la variación de dicha fuerza en función
del cuadrado de la distancia, resultado que obtuvo a partir de la tercera ley de Kepler. Todo parece
indicar, sin embargo, que abandonó tan fructíferas investigaciones sobre el problema de la gravitación
hasta 1679, momento en que (según confesión propia) se sintió estimulado a retomar estos estudios a
raíz de una sugerencia del que fue uno de sus mayores rivales, Robert Hooke.

[La publicación en 1687 de su gran obra Philosophiae Naturalis Pincipia Mathematica] le reportó un
indiscutible reconocimiento, permitiéndole disfrutar en vida de los honores y de la gloria que sólo suele
concederse a los muertos. […] En 1692 cayó en una profunda depresión que le mantuvo totalmente
inactivo durante más de un año. Cuando se recuperó […] no fue el mismo. En 1696 abandonó la
Universidad de Cambridge y se trasladó a Londres para ejercer una actividad que nada tenía que ver ni
con la docencia ni con la investigación. Se trataba de la dirección de la Casa de la Moneda, cuya tarea
principal consistía en complicar la vida a los falsificadores desenmascarándolos y conduciéndolos ante la
justicia. […] Durante el periodo londinense, que se prolongó hasta el fin de sus días, Newton ya no
mostró la misma creatividad genial que impregnó los años anteriores. En 1703, una vez fallecido Robert
Hook, fue elegido presidente de la Royal Society. (Rioja y Ordóñez 1999, II, pp. 180-181 y 184-185).

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Tema 4. La revolución newtoniana

2. EL MÉTODO NEWTONIANO

El método newtoniano es una síntesis brillante de temas conceptuales extraídos de Descartes,


Boyle y Galileo. A pesar de la eficacia con la que lo aplicó, el método no estaba exento de trampas. La
primacía reconocida a los experimentos acentuó la importancia de los datos fácticos, los cuales
fueron a menudo interpretados por el propio Newton como componentes últimos de la realidad, es
decir, como cualidades inmutables y esenciales. Así fue como Newton interpretó los colores, la
extensión, la dureza, la impenetrabilidad, la movilidad y la fuerza de inercia. En los casos en que esto no
resultaba posible, como en la gravedad y la electricidad, el método newtoniano permitía dos posibilida-
des: la cautela interpretativa y el recurso a las causas finales. Newton adoptó ambas. Además, privile-
giando el razonamiento matemático en la elaboración de los datos experimentales, se empobrecía
drásticamente la gran riqueza y variedad de la tradición de la historia natural y su potencial cognoscitivo.
La aversión por las hipótesis tendía a alejar toda tentativa de explicación de los fenómenos no recondu-
cible a constataciones fácticas, si bien Newton admitía las conjeturas bajo la forma de cuestiones (queries,
quaestiones, o "preguntas" en sentido propio) propuestas para ser examinadas por medio de experimentos.
Se conseguía ciertamente una gran simplicidad y eficacia, al precio de la propensión al empobrecimiento
teórico. El riesgo mayor era el del distanciamiento entre el conocimiento científico y el
filosófico; el primero más objetivo, empírico y preciso, el segundo más subjetivo, arbitrario y
vago. Y fue justamente lo que sucedió. La reacción de Berkeley y Hume, seguida de la de Kant,
aisló la ciencia newtoniana, separándola de la filosofía, es decir, del saber al que Newton creía
haber dotado al fin de un método adecuado. (Mamiani (1995)).

En su Óptica, Newton desarrolla una explicación de su concepción del método científi-


co experimental. Esta declaración metodológica, sin embargo, ha sido desde entonces la fuente de
cierta confusión, dado que se ha interpretado como si se aplicase a toda la obra de Newton, incluyendo
los Principia. En la cuestion 31, Newton expresa sus principios generales [básicamente aristotéli-
cos] de análisis y síntesis o resolución y composición, así como el método de inducción:

Como en las matemáticas, en la filosofía natural la investigación de las cosas difíciles por el mé-
todo de análisis ha de preceder siempre al método de composición. Este análisis consiste en realizar
experimentos y observaciones, en sacar de ellos conclusiones generales por inducción y en no admitir
otras objeciones en contra de esas conclusiones que aquéllas salidas de los experimentos u otras
verdades ciertas, pues las hipótesis no han de ser tenidas en cuenta en la filosofía experimental. Y,
aunque los argumentos a partir de observaciones y experimentos por inducción no constituyan una
demostración de las conclusiones generales, con todo es el mejor modo de argumentar que admite la
naturaleza de las cosas y ha de considerarse tanto más fuerte cuanto más general sea la inducción.

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Tema 4. La revolución newtoniana

[Así pues, el análisis nos permite] pasar de los compuestos a sus ingredientes y de los movimien-
tos a las fuerzas que los producen; en general, de los efectos a las causas y de estas causas particulares a
las más generales, hasta que el argumento termine en la más general.

A continuación se relaciona este método de análisis con el de síntesis o composición:

El de la síntesis, por su parte, consiste en suponer las causas descubiertas y establecidas como
principios y en explicar con ellos los fenómenos, procediendo a partir de ellos y demostrando las
explicaciones.

Los historiadores, como I. Bernard Cohen, han puesto en duda que Newton procediera
realmente en su investigación según la metodología citada, es decir, desvelando mediante el
análisis algunos resultados simples que se generalizarían por inducción, pasando así de los efectos a las
causas; y, a continuación, basándose en dichas causas tomadas como principios, explicar por síntesis los
fenómenos de observación y experimentación que pudieran derivarse o deducirse de ellas.

Según afirma Cohen, en los Principia, el papel desempeñado por la inducción es mínimo y apenas
hay algún rastro de ese análisis que, según Newton, debería preceder siempre a la síntesis. Esta
metodología no desempeño función alguna significativa en la elaboración del Sistema del Mundo
newtoniano ni en el descubrimiento de la gravitación universal. [¿Cómo admitir como productos de una
inferencia inductiva la ley de inercia, el espacio y el tiempo absoluto, la existencia de un centro
inamovible del universo?]. John Losee (1985), pp. 90-95, cree, sin embargo, que el método de
análisis y síntesis dio cumplido fruto en las investigaciones de la Óptica, y cita como ejemplo el
experimento con los dos prismas para determinar la composición de la luz solar por rayos de colores
que tienen propiedades de refracción diferentes.

[En 1668 Newton propuso una novedosa hipótesis sobre el modo como los colores del arco iris
entran en la composición de la luz blanca solar. Los experimentos con prismas le habían conducido a
defender que los colores no se producían como consecuencia de las superficies materiales, sino que eran
propiedades originales de la propia luz blanca, diferenciándose unos de otros por su diferente grado de
refrangiblilidad. A partir de ahí concluía la pertinencia de concebir la luz como un tipo de materia con
propiedades, esto es, como una substancia con accidentes (y no en términos de propagación de una
presión del éter, según la hipótesis cartesiana). Éste es el origen de las tesis corpuscularistas de Newton
[esto es, la luz es un chorro de partículas que viajan a gran velocidad por el espacio], contrarias a la teoría
ondulatoria de los fenómenos luminosos defendida por Huygens. (Rioja y Ordóñez 1999, II, p. 181)]

Según Losee, Newton habría aplicado el método de análisis para inducir (a partir de lo observa-
do en el primer prisma) que la luz del sol está compuesta de esta manera, y habría aplicado el método de
síntesis para deducir nuevas consecuencias de la teoría, como que, si la teoría era correcta, haciendo

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Tema 4. La revolución newtoniana

pasar luz de un determinado color a través de un segundo prisma el resultado sería una inclinación del
haz según el ángulo característico de tal color, pero no la división del haz en otros colores. Cosa que
Newton confirmó. No obstante, aunque Losee afirma que el que sea o no correcto decir que las leyes
del movimiento se descubrieron mediante la aplicación de método de análisis depende de la amplitud
con que se conciba el término "inducción", admite que la ley de inercia no es un generalización a partir
de los movimientos observados, sino una abstracción a partir de ellos. Y finalmente reconoce que en los
Principia Newton no siguió el método inductivo de análisis sino lo que él llama "un método
axiomático", que exponemos a continuación.

Newton, en la sección 11 del libro I de los Principia caracteriza su método de investigación, o lo


que Cohen prefiere llamar 'el estilo newtoniano', como consistente en tres pasos. El primero
comienza usualmente simplificando e idealizando la naturaleza, lo que lleva a un constructo
imaginativo en el dominio matemático, un sistema en el espacio geométrico, en el que las entidades
matemáticas se mueven en un tiempo matemático según un determinado conjunto de condiciones que
tienden a ser expresables como relaciones o leyes matemáticas. Se trata, pues, de partir de un conjunto
de supuestas entidades y condiciones físicas que resultan más simples que las de la naturaleza y que se
pueden transferir del mundo de la naturaleza física al dominio de las matemáticas. Un ejemplo de ello
sería la reducción de los problemas del movimiento planetario a un sistema de un cuerpo aislado
moviéndose en un campo con una fuerza central, a fin de pasar luego a tomar en consideración una
masa puntual en vez de un cuerpo físico, suponiendo que se mueve en un espacio matemático y en un
tiempo matemático. Con este constructo, Newton no sólo ha simplificado e idealizado un sistema
que se encuentra en la naturaleza, sino que ha concebido imaginativamente un sistema
matemático que resulta paralelo o análogo al sistema natural. En la medida en que las condiciones
físicas del sistema se tornen en reglas o proposiciones matemáticas, sus consecuencias se pueden deducir
mediante la aplicación de técnicas matemáticas.

El segundo paso consiste en deducir consecuencias por medio de procedimientos ma-


temáticos de este constructo imaginativo, a fin de transferirlas luego al mundo observable de la
naturaleza física en un proceso de comparación y contrastación con los datos de la experiencia.
Por ejemplo, en los Principia se muestra que la condición de una masa puntual moviéndose con una
componente inicial de movimiento inercial en un campo con una fuerza central es condición necesaria y
suficiente de la ley de áreas [segunda ley de Kepler], que se ha visto que es una relación verificable en el
mundo externo. La comparación y contraste con la realidad exige usualmente una modificación
de la fase uno original. Ello lleva a ulteriores deducciones, y una vez más, a nuevas compara-
ciones y contrastes con la naturaleza, en una nueva fase segunda. De este modo, se da una
alternancia de fases una y dos que conduce a sistemas de progresiva complejidad y a un aumento de la
verosimilitud respecto a la naturaleza.

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Tema 4. La revolución newtoniana

En el tercer paso Newton aplica los resultados obtenidos en los dos anteriores (que se co-
rresponden aproximadamente a los libros uno y dos de los Principia) a la filosofía natural, a fin de
elaborar su "Sistema del Mundo" (libro tres).

Como puede verse, una de las características principales del estilo newtoniano es que
son las matemáticas y no una serie de experimentos las que llevan al más profundo conoci-
miento del universo y sus acciones. (Cohen (1983), pp. 15, 30-35 y 82-84).

3. LAS LEYES DEL MOVIMIENTO

Cuando Newton publica sus Principia en 1687 el sistema de física de Descartes, basado en el me-
canicismo, había venido a reemplazar completamente al antiguo sistema aristotélico. Las dificultades de
este sistema, sin embargo, eran notables. Si suministraba un completo marco conceptual para la
explicación causal de todos los fenómenos, tales explicaciones, en último extremo, se resistían a la
cuantificación, por lo que en la mayoría de los casos no resultaban predictivas, y por consiguiente,
contrastasbles. Pero no todos, y menos los platónicos de Cambridge, estaban de acuerdo con Descartes.
Allí desarrollaría su obra Isaac Newton. (Sellés y Solís (1991), p. 132).

Newton enuncia [en los Principia] la primera ley, llamada a menudo Principio de inercia, así:
Todos los cuerpos perseveran en su estado de reposo o de movimiento uniforme [no acelerado]
en línea recta, salvo que se vean forzados a cambiar ese estado por fuerzas impresas [no
equilibradas].

En esencia, esto significa lo siguiente: si vemos un objeto acelerándose o retardándose o no si-


guiendo un camino rectilíneo, debemos pensar que una fuerza está actuando sobre él; tenemos un
criterio para reconocer, cualitativamente, la presencia de una fuerza no equilibrada. En lenguaje menos
riguroso diríamos que los cuerpos materiales son víctimas de una pereza o resistencia al cambio,
que es su inercia (vis insita). Pero observemos bien que esta ley no nos ayuda a descubrir la magnitud de
la fuerza ni su origen. Sólo hay implicada la definición de fuerza como la "causa" del cambio de
velocidad. Recordemos que los escolásticos aristotélicos tenían un punto de vista distinto
respecto al papel de las fuerzas; ellos mantenían que la fuerza era también la causa del
movimiento uniforme (no acelerado). Nos encontramos aquí no tanto con una disputa acerca de
hechos experimentales observables, como con una diferencia en el esquema conceptual con que se trata
el movimiento. (Holton (1988).

El principio de inercia, como vimos, ya se encontraba en Galileo y Descartes. Galileo afirmaba


que si un cuerpo se halla en reposo en un plano "horizontal" (y decimos "horizontal" porque, en

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Tema 4. La revolución newtoniana

realidad, se trata de una superficie esférica concéntrica con la de la Tierra) y se le aplica un cierto
impulso, adquirirá un movimiento uniforme que persistirá indefinidamente. Pues este movimiento
circular mantiene el orden existente, en el sentido de que ni acerca ni aleja al cuerpo de su lugar natural.
Para Descartes, sin embargo, la materia es absolutamente indiferente al reposo o al movimiento. De
hecho, dado que el movimiento de un cuerpo es un concepto relativo a otros cuerpos de su vecindad, es
imposible distinguirlo del reposo: todo dependerá del sistema de referencia desde el que se observe. La
materia tampoco posee ningún tipo de tendencia natural: los cuerpos se mueven en línea recta hasta que
tropiezan con otro. Entonces tiene lugar una transferencia de movimiento que modifica su estado.

Newton, en cambio, trascenderá esta indiferencia de la materia afirmando que en ella hay algo
que se opone a que se varíe su condición. Reside en ella una "fuerza ínsita", a la que define como
"una capacidad de resistir por la que cualquier cuerpo [...] persevera en su estado de reposo o
de movimiento rectilíneo y uniforme". Esta capacidad es proporcional a la cantidad de materia del
cuerpo por lo que, cuanto mayor sea dicha cantidad [(masa inercial)], mayor deberá ser también la fuerza
impresa necesaria para producir un cambio dado en su estado de reposo o movimiento.

Como vemos, Newton distingue dos tipos distintos de fuerzas y posibilita su cuantifica-
ción. Una es la fuerza innata de la inercia [inherente a la materia]; la otra, la fuerza impresa [de
origen externo] que modifica el estado del cuerpo. (Sellés y Solís (1991), p. 134).

La segunda ley del movimiento pretende establecer una determinación cuantitativa de la fuerza,
y es formulada por Newton del siguiente modo: El cambio de movimiento [es decir, el producto de la
masa por la velocidad, lo que hoy día llamamos ‘momento’] es proporcional a la fuerza motriz
impresa (vis impressa), y se hace en la dirección de la línea recta en la que se imprime esa fuerza.
(F  m · v)

Esta es una generalización que surge de la observación de los choques, en los cuales una colisión
súbita produce un cambio finito de movimiento en un corto período de tiempo [(una fuerza de impulso,
de acción instantánea)]. Sin embargo, para aquellas fuerzas que actúan de un modo continuo, como la
gravedad, es más conveniente definir la fuerza de un modo distinto, es decir, en función de la velocidad
de variación del movimiento [es decir, dividiendo la velocidad por el tiempo], lo que nos conduce al
concepto de Galileo de la aceleración; esta versión de la segunda ley, formulada por el matemático suizo
Leonhard Euler en 1750, es la que fue adoptada finalmente en la física. La segunda ley quedaría, pues,
del siguiente modo: La fuerza exterior resultante (no equilibrada) que actúa sobre un cuerpo
material, es directamente proporcional a su aceleración, y de igual dirección.

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Lo que aquí se establece es lo siguiente: si la presencia de una fuerza resultante se manifiesta cua-
litativamente por la observación de variaciones de velocidad (primera ley), la definiremos exactamente
por la variación de velocidad por unidad de tiempo. De modo que podemos escribir

F a

o sea,

F / a = constante para un cuerpo determinado.

La constante de la ecuación anterior la representaremos con la letra m y le daremos el nombre


de masa. Entonces podemos escribir la segunda ley del movimiento en la forma

F/a=m o bien F=m·a

[Ejemplo: si a un cuerpo de masa 1 kg le aplicamos una fuerza que produce en él una aceleración
de 4 m/s2, la magnitud de la fuerza será entonces de 1 kg x 4 m/s2 = 4 kg-m/s2; como la unidad kg-
m/s2 tradicionalmente se ha llamado newton, la fuerza será de 4 newtons].

Esta ecuación nos permite, en principio, asignar valores numéricos a una fuerza resultante mi-
diendo la aceleración que produce a un cuerpo de masa conocida, o, a la inversa, obtener valores
numéricos para la masa a partir de la aceleración y de la fuerza resultante. [Pero el círculo vicioso es
evidente; encontramos que la inercia y la fuerza, los dos conceptos que intentamos establecer cuantitati-
vamente y de un modo riguroso, son interdependientes. Para determinar uno de ellos debemos conocer
antes el otro. Una solución es determinar arbitrariamente un patrón de masa universal].

[La aplicación de esta ley a la fuerza gravitatoria sería: Fgrav = m · g, donde g es la aceleración
debida a la gravedad. Como Galileo había descubierto que todos los cuerpos caen con la misma
aceleración g, resulta entonces que la fuerza gravitatoria es proporcional a la masa del objeto atraído,
independientemente de su forma, su composición, etc. Esto es una peculiaridad de la fuerza gravitatoria,
puesto que otras fuerzas (como la eléctrica o la magnética) no son simplemente proporcionales a la masa
del objeto afectado].

La primera ley de Newton definió cualitativamente el concepto de fuerza, y la segunda ley pro-
porcionó una definición cuantitativa de la fuerza, al tiempo que introdujo el concepto de masa. A éstas,
Newton añadió la tercera ley del movimiento, que completa la caracterización general del concepto de
fuerza, explicando en esencia que toda fuerza que pueda existir tiene su imagen gemela. Newton lo
expresa así: Para toda acción hay siempre una reacción opuesta e igual. Las acciones recíprocas
de dos cuerpos entre sí son siempre iguales y dirigidas hacia partes contrarias. O dicho de otro
modo, siempre que dos cuerpos A y B interaccionan de tal modo que el cuerpo A experimenta una

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fuerza (por contacto, por interacción gravitatoria, magnética o por cualquier otra), el cuerpo B
experimenta simultáneamente una fuerza de igual magnitud y dirección pero de sentido contrario.
[Obsérvese que ambas fuerzas no se anulan, pese a ser opuestas y de igual magnitud, porque actúan
sobre cuerpos distintos cada una de ellas.]

Esta afirmación es, en principio, desconcertante: una sola partícula, por sí misma, no puede nun-
ca ejercer ni experimentar ninguna fuerza. Las fuerzas surgen solamente como resultado de la interac-
ción de dos entes y entonces uno empuja al otro o tira de él tanto cuanto se siente empujado o tirado
por el otro. La Tierra es atraída hacia arriba por la manzana que cae, exactamente con la misma fuerza
que la manzana que cae es atraída hacia abajo por la Tierra. Podemos llamar a una de las fuerzas acción y
a la otra reacción, pero el que a cada una de ellas la llamemos de una u otra manera, es totalmente
arbitrario. No es que una de las fuerzas aparezca primeramente y cause la otra; ambas son causa
simultánea una de otra. (Holton (1988)). [Aunque esto último ha sido cuestionado recientemente.]

Junto a las tres leyes, Newton alinea una concepción absoluta del espacio y del tiempo.
Descartes refería el movimiento de un cuerpo a su cambio de posición respecto de otros cuerpos
vecinos; de este modo, el movimiento era tan relativo que, para Newton, llegaba a perder sentido la
misma idea de velocidad. Éste, en cambio, rechazaba como buen atomista la identificación de la
extensión y la materia, y creía en la existencia de un sistema de referencia privilegiado, el espacio
absoluto, junto al que alineaba un tiempo igualmente absoluto. [...]

El espacio absoluto es indiscernible, por medios mecánicos, de cualquier sistema de referencia


que se mueva con velocidad uniforme respecto de él; esto constituye el principio de relatividad que ya
apuntara Galileo. Sin embargo, en ciertos casos, los movimientos absolutos pueden distinguirse de los
relativos. Según Newton, en el caso del movimiento circular, esto se puede lograr por medio de la
fuerza; si el movimiento circular es meramente relativo, no aparecerá ninguna tendencia centrífuga.
(Sellés y Solís (1991), p. 137).

4. LA LEY DE LA GRAVITACIÓN UNIVERSAL

La antigua concepción de la gravedad difería profundamente de la de los tiempos modernos. A


partir del siglo XVII los científicos han concebido la gravedad como una propiedad de la materia. [...]
En la antigüedad y en la Edad Media, la gravedad se consideraba más una propiedad de una
posición que de un agregado de materia. Todo en el universo de Aristóteles tenía su lugar señalado
al que se esforzaba por regresar si se hallaba desplazado de él. Las piedras caían hacia la tierra porque
aspiraban a alcanzar su lugar propio en el centro del universo que resultaba coincidir con el centro de la
tierra o se encontraba muy cerca de él. Mas las cosas terrestres y acuáticas se moverían hacia el centro

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del universo aun cuando la tierra no estuviese allí, del mismo modo que las cosas aéreas e ígneas se
mueven hacia su lugar propio bajo la órbita de la luna, donde nada hay para "atraerlos", excepto sus
posiciones asignadas.

Tal concepción de la gravedad daba lugar a dificultades en la teoría copernicana. Las piedras caí-
an claramente hacia la tierra, si bien la tierra no podría hallarse en el centro del universo si es que se
movía con una órbita anual en torno al sol. Por tanto Copérnico sugería que cada cuerpo celeste poseía
su propio sistema de gravedad, de manera que una piedra en el espacio caería hacia el cuerpo celeste más
próximo. Copérnico pensaba que la gravedad era la tendencia de los agregados de materia a congregarse
en la forma de una esfera en cualquier lugar que se sitúen y no precisamente en el centro del universo.
[...]

Copérnico no pensaba que los cuerpos del sistema solar ejercieran un influjo unos sobre otros
en virtud de sus sistemas privados de gravedad. [...] Kepler afirmó que Copérnico creía que los cuerpos
celestes se hallaban engastados en capas cristalinas sólidas. [...] Tal concepción hubo de abandonarse
cuando Tycho Brahe y otros siguieron en 1577 la órbita de un cometa a lo largo del cielo, mostrando
que se movía a través del sistema solar, cortando las supuestas capas cristalinas sólidas de la cosmología
aristotélica.

En 1600 William Gilbert sugería que el magnetismo era el principio que mantenía unido al sis-
tema solar. [...] Las propiedades de la fuerza magnética suministraron un modelo de la concepción
moderna de la fuerza gravitatoria. Los focos de la gravedad eran masas concretas de materia más bien
que puntos geométricos, aumentando la fuerza con la cantidad de materia. [...]

Las teorías de Gilbert ejercieron una gran influencia. Fueron adoptadas por Kepler, quien las
empleó para explicar por qué los planetas se movían en órbitas elípticas. [...] Kepler suponía que el sol
enviaba efluvios magnéticos que rotaban como los radios de una rueda con el giro del sol en el plano de
rotación de los planetas. Estos efluvios magnéticos propulsaban los planetas por sus cursos mediante
una fuerza tangencial. Así lo planetas más externos se movían más lentamente que los que se hallaban en
las proximidades del sol, debido a que eran más pesados y los efluvios magnéticos se habían debilitado
por la distancia cuando llegaban hasta ellos. [...]

En cambio, al igual que Galileo, Descartes pensaba que los planetas se movían en órbitas circula-
res con velocidades uniformes y no en órbitas elípticas con velocidades variables como Kepler había
descubierto. Además, Descartes rechazaba la idea de que hubiese una cosa así como una fuerza de
gravedad que operase entre agregados de materia a través del espacio vacío. [...]. Las opiniones de
Descartes ejercieron gran influjo y en la época sirvieron para distraer la atención de los problemas de la
fuerza gravitatoria. [...]

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Tema 4. La revolución newtoniana

Las teorías de Kepler fueron reavivadas en 1666 por Giovanni Alfonso Borelli (1608-78), profe-
sor de matemáticas en Pisa. [...] Borelli sugería que la órbita elíptica de un planeta era el resultado del
equilibrio entre dos fuerzas opuestas; primero, la fuerza de la gravedad [entendida al modo copernicano
como una tendencia a acercarse al cuerpo en torno al que giran] que atraía al planeta hacia el Sol, y, en
segundo lugar, una fuerza centrífuga que tendía a alejar al planeta del Sol, similar a la fuerza ejercida
sobre una piedra cuando se la hace girar en una honda. [...]

[Finalmente fue Robert Hooke quien introdujo la idea novedosa de combinar la inercia rectilínea
con una propiedad atractiva del cuerpo central en virtud de la cual el planeta es constantemente desviado
de la recta (fuerza atractiva de dirección central). Inercia y fuerza centrípeta eran, pues, los elementos
adecuados para resolver el problema planetario, y no gravedad y fuerza centrífuga consideradas en
equilibrio. (Rioja y Ordóñez 1999, II, pp. 193-4).]

Los mismos problemas fueron investigados por Newton durante la peste de 1665-66, pero no
hizo públicos entonces sus resultados. [...] En 1679 Hooke le escribió a Newton preguntándole si podía
demostrar que un planeta habría de moverse en una órbita elíptica, dada [una inercia lineal tangencial,] [y
una fuerza centrípeta que varía en función] del inverso del cuadrado [es decir, la ley, que Hooke
afirmaba haber descubierto, aunque no la había demostrado y parece que era una idea compartida por
varios en aquel momento, según la cual la fuerza de atracción gravitatoria sobre un planeta es inversa-
mente proporcional al cuadrado de la distancia al Sol. El propio Newton parece que había llegado a ella
durante los años de la peste]. [Lo que Hooke le pedía, pues, ya que él no había podido demostrarlo, era
que demostrara que la órbita que resultaría de la actuación de una fuerza de atracción inversamente
proporcional al cuadrado de la distancia sobre un movimiento inercial sería una órbita elíptica]. Newton
no contestó a la pregunta, [y poco despúés Hooke pretendía haber resuelto el problema, pero algunos
científicos no se sintieron satisfechos con la solución]. En 1684 Halley le planteó de nuevo a Newton el
problema y éste le envió a Halley una demostración en un tratado de diez páginas titulado De motu
corporum. [En él se demostraba que una trayectoria elíptica implica una fuerza dirigida al foco inversa del
cuadrado y se esbozaba la demostración inversa, que una fuerza así generaría en ciertas condiciones una
trayectoria elíptica]. Halley presionó a Newton para que la elaborara en detalle y la publicara. Esta
demostración se incorporó a los Principia Mathematica que Newton había terminado en 1686, y, como
dijimos antes, se publicó en 1687, pero ello inició una disputa con Hooke sobre la prioridad del
descubrimiento de que la fuerza gravitatoria obedecía la ley del inverso del cuadrado. (Mason (1985) vol
2, pp. 90-102)

Newton fue capaz en sus Principia de aplicar su teoría de las fuerzas y el movimiento al sistema
astronómico desarrollado por Copernico, Kepler y Galileo.

Las tesis de Newton al respecto pueden ser explicadas del siguiente modo:

12
Tema 4. La revolución newtoniana

a) Los planetas y los satélites no están en equilibrio. Una fuerza resultante (no equilibrada)
actúa sobre ellos. Si estuvieran en equilibrio, es decir, si no actuara ninguna fuerza resultante sobre ellos,
su movimiento sería en línea recta y no en órbitas elípticas, de acuerdo con la primera ley del movimien-
to.

b) Cualquiera que sea la naturaleza o la magnitud de la fuerza resultante que actúa sobre un
planeta o sobre un satélite, su dirección, en cada instante, es hacia el centro del movimiento. [Es decir,
se trata de una fuerza centrípeta]. Newton dedujo esta conclusión directamente de la segunda ley de
Kepler [la línea planeta-Sol barre áreas iguales por unidad de tiempo]. [Por lo tanto, si la segunda ley de
Kepler se cumple de hecho, cosa que sucede, la fuerza actuante debe ser una fuerza centrípeta]. [Ver
explicación adjunta].

c) Newton demostró (y fue el primero en hacerlo con rigor matemático) que si la trayectoria de
un cuerpo es una cónica –ya sea una elipse, una circunferencia, una parábola o una hipérbola–, y si la
fuerza centrípeta que actúa sobre él en cualquier instante está dirigida hacia uno de los focos, dicha
fuerza es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia del cuerpo al foco de la cónica.
En resumen, cualquier cuerpo que se mueva de acuerdo con la primera ley de Kepler, en trayectorias
elípticas, está solicitado por una fuerza que, en cualquier instante, viene dada por la ley F = C / R2,
donde C es una constante distinta para cada cuerpo en particular, y R es la distancia medida desde el
foco de la elipse al centro del cuerpo.

(Es decir, 1ª ley de Kepler → F = C / R2).

Aunque la demostración general es complicada, es fácil mostrar que, si para un planeta de una
trayectoria circular la fuerza centrípeta se acepta igual a F = C / R2, resulta por deducción, sin más
hipótesis, que el cuerpo celeste también obedece a la ley T2 = KR3 (tercera ley de Kepler).

(Es decir, F = C / R2 → 3ª ley de Kepler).

En efecto, Newton había establecido previamente que la aceleración centrípeta ac es igual a v2 /


R, donde v es la velocidad lineal del objeto y R el radio del círculo descrito por su trayectoria. Ahora
bien, puesto que v = 2 R/T, donde T es el período de revolución, entonces

ac = (2 R/T)2 / R = 4 R2 / T2R = 4 R / T2

De donde resulta que

F = mpac = mp4 2R / T2

Combinando el último resultado con nuestro valor supuesto para F, tenemos

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Tema 4. La revolución newtoniana

C / R2 = mp4 2R / T2

de donde

T2C/R2 = mp4 2R

y, por tanto

T2C = mp4 2R3

o sea

T2 = (mp4 2/C) R3

Como mp y C son constantes, al menos para una determinada órbita, el término entre paréntesis
será constante para un determinado planeta. Es decir, T2 es proporcional a R3. Esta consecuencia es de
la forma de la tercera ley de Kepler, pero habría que probar que el término entre paréntesis es la misma
constante para todos los planetas.

[En tal sentido Popper (en Conocimiento objetivo) ha señalado que lo que puede deducirse de las le-
yes de Kepler es que para todos los planetas, la acelaración hacia el Sol es en todo momento igual a
K/R2, siendo R la distancia que separa al Sol del planeta en cada momento y K una constante [la
misma] para todos los planetas. [He aquí la demostración para órbitas circulares: ac = 4 R / T2 o lo que
es igual, ac = 4 2 x 1/R2 x R3 / T2. Ahora bien, por la tercera ley de Kepler (T2 = KR3, donde K es
la misma constante para todos los planetas) sabemos que R3/T2 es constante, y puesto que 4 2 también
lo es, podemos seguir llamando K al producto de ambas constantes. Por lo tanto, ac = K x 1/R2 = K /
R2]. Sin embargo, este último resultado contradice la teoría newtoniana (a menos que supongamos que
todas las masas de los planetas son iguales o que, en caso de ser desiguales, lo sean en una proporción
infinitamente pequeña comparada con la masa del Sol). [La razón estriba en que lo que deriva Newton
para un sistema de dos cuerpos es que R3/T2 = K (m0 + m1)]].

d) En cuanto al origen de la fuerza centrípeta necesaria para mantener los planetas en sus órbitas,
recordemos que ya Kepler especulaba acerca de alguna fuerza magnética que emanaba del Sol para
mover los planetas. Estaba equivocado, pero al menos fue el primero en considerar al Sol como un
factor importante en la explicación del movimiento planetario. Otra imagen había sido ofrecida por
Descartes, que proponía que todo el espacio estaba lleno de un fluido sutil e invisible que consistía en
pequeños corpúsculos materiales y que los planetas eran arrastrados por el movimiento turbulento de
este fluido alrededor del Sol. Este mecanismo era atractivo para aquel tiempo y tuvo amplia aceptación,
pero Newton demostró que con él no podían explicarse las observaciones cuantitativas del movimiento
planetario resumidas en las leyes de Kepler.

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Tema 4. La revolución newtoniana

En este punto Newton propuso una solución drástica: Todos los cuerpos del Universo se
atraen unos a otros con una fuerza gravitatoria, como la que existe entre una piedra que cae y la
Tierra; por consiguiente, las fuerzas centrípetas sobre los planetas no son otra cosa que una
atracción gravitatoria por parte del Sol, y de modo semejante, la fuerza centrípeta de un satélite que
gira alrededor de un planeta viene dada por la atracción gravitatoria ejercida sobre él por el planeta.

Antes se evidenció que la fuerza centrípeta es inversamente proporcional al cuadrado de la dis-


tancia. Si la gravedad ha de explicarse completamente por la fuerza centrípeta, también ha de ser
inversamente proporcional al cuadrado de la distancia. Podemos, pues, sugerir que la fuerza gravitatoria
Fgrav entre dos cuerpos esféricos cualesquiera es proporcional a la inversa del cuadrado de la distancia
entre los dos centros:

Fgrav 1 / R2

A continuación consideremos dos cuerpos sólidos específicos, totalmente aislados del resto del
universo; por ejemplo, una piedra (m1) y la Tierra (m2) estando separados sus centros una distancia R.
Sabemos por experiencia que en una determinada localidad el peso de una piedra crece proporcional-
mente a su masa, o sea, Fgrav m1, y, por tanto, también debemos aceptar que Fgrav m2, pues de
otro modo deberíamos aceptar la hipótesis de que la atracción gravitatoria mutua Fgrav depende de algo
distinto a la magnitud de las masas y su distancia entre ellas. Combinando estas tres proporcionalidades
tenemos:

Fgrav m1m2/R2

O, en su formulación actual,

Fgrav G (m1m2/R2)

[Si bien Newton no pudo determinar esa constante de gravitación G.]

Así pues, la ecuación anterior expresaría una ley de atracción universal.

Los resultados de Cavendish (1731-1810) con la balanza de torsión mostraron (cien años des-
pués de los Principia) que el valor de G (aproximadamente 6,67 x 10–11 newton m2/kg2) no depende de
la composición de los cuerpos, por tanto, todos los cuerpos del universo están sujetos al mismo
principio de gravitación. (Holton (1988)).

De acuerdo con Newton, esta fuerza de gravitación es la que da cuenta tanto del movi-
miento lunar como de la caída de un grave sobre la superficie terrestre. Es este caso de acuerdo
con la segunda ley F = m · a, o si se quiere P = m · g. ¿Pero se trata de la misma masa en los dos casos?

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Tema 4. La revolución newtoniana

La masa de la segunda ley es una masa inercial mi, que mide la resistencia del cuerpo a cambiar su estado
de reposo o movimiento bajo la acción del peso. La masa gravitatoria mg de un objeto que cae es algo
distinto: está relacionada con su capacidad para ser atraído por (y de atraer a) la Tierra. Mediante algunos
experimentos realizados con péndulos, Newton concluyó que ambas masas eran equivalentes. La masa
pasa así en la mecánica newtoniana a sustituir al peso como noción básica.

Como corolario, es fácil deducir de aquí que todos los cuerpos, independientemente de sus ma-
sas, caen a la superficie terrestre con la misma aceleración. En efecto, si Fgrav = P y mg = mi , entonces

G (M mg / R2) = mi g → g = G (M / R2)

donde M es la masa de la Tierra. (Sellés y Solís (1991), p. 142 y Cohen (1983), p. 295).

[Con todo este arsenal teórico, Newton traza en el tercer libro de los Principia un Sistema del
Mundo. Allí, entre otras cosas, calcula el achatamiento de la Tierra, explica la precesión de los equinoc-
cios, estudia la variación del peso con la latitud, da a conocer las principales irregularidades del
movimiento de la Luna debidas a la atracción del Sol, y explica las mareas como resultado de la atracción
de la Luna y el Sol].

Al someter a una sola ley matemática los fenómenos físicos más importantes del universo obser-
vable, Newton demostró que la física terrestre y la física celeste son una misma cosa. El concepto de
gravitación lograba de un golpe: revelar el significado de las tres leyes de Kepler sobre el movimiento
planetario, resolver el intrincado problema del origen de las mareas y dar cuenta de la curiosa e
inexplicable observación de Galileo de que el descenso de un objeto en caída libre es independiente de
su peso. (Cohen 1981, p. 111).

5. LA POLÉMICA SOBRE LA CAUSA DE LA GRAVEDAD

Dado que se vio que el sistema final conseguido por Newton funcionaba tan bien, ya no tuvo
que considerarse como un constructo imaginario. Según una declaración de Newton, la gravitación
universal "existe realmente", sirviendo para dar cuenta de un amplio rango de fenómenos en una escala y
hasta un punto nunca antes logrado en las ciencias exactas. En este sentido, Newton tenía todas las
razones para pensar que había dilucidado el sistema del mundo y no tan sólo un constructo imaginario
capaz de satisfacer las necesidades de cómputo, ingeniado para "salvar los fenómenos". [...] Se
plantearon entonces a Newton dos tipos completamente diversos de interrogantes. Los primeros
eran técnicos y consistían en elaborar los "detalles" de la mecánica gravitatoria celeste,
obteniendo consiguientemente mejores resultados para problemas como el movimiento de la Luna. Ese

16
Tema 4. La revolución newtoniana

campo de actividad puede considerarse como el perfeccionamiento de los Principia en un plano


"operativo". El segundo tipo de interrogantes eran de índole completamente distinta, como es
explicar la gravedad y su modo de acción o "asignar una causa a la gravedad". Con todo, sus
críticos procedieron de manera totalmente opuesta, comenzando por el enfadoso problema de cómo
una fuerza del tipo de la gravitación universal propuesta por Newton podía existir y actuar de acuerdo
con las leyes newtonianas, no aceptando por consiguiente los resultados formales de los Principia en
tanto en cuanto no encontrasen satisfactoria su base conceptual.

[...] El desacuerdo con el sistema newtoniano, e incluso su rechazo, se basaba en una genuina
preocupación acerca de si un cuerpo podía real y verdaderamente "atraer" a otro cuerpo a través de
inmensas distancias. [Conforme a la ortodoxia mecanicista, sólidamente establecida por Descartes, un
cuerpo sólo puede ser obligado a apartarse del movimiento uniforme en línea recta cuando entra en
contacto con otro, es decir, cuando se le empuja o arrastra. Así, la presión o el choque son las únicas
causas inteligibles de modificación del estado de los cuerpos, no concibiéndose en modo alguno que
puedan actuar a distancia. Pocas cuestiones suscitaban tanto consenso como ésta: “nada actúa allí donde
no está”. (Rioja y Ordóñez 1999, II, p. 219]. [Las primeras críticas en el continente (Huygens, Leibniz,
Fontenelle) giran todas en torno a una cuestión metafísica como es la de si la ciencia debe admitir algo
que no sea materia y movimiento, y particularmente, si debe admitir que los cuerpos actúen a distancia
unos sobre otros, lo que era visto como la reintroducción en la ciencia de “cualidades ocultas”]. Los
newtonianos posteriores señalarían los fenómenos de la electricidad y el magnetismo para defender la
existencia de una fuerza universal de atracción. [...] Con todo, en los Principia no se utiliza semejante
argumento.

Como Newton señala sin ambigüedad alguna, los libros primero y segundo de los Principia son
fundamentalmente matemáticos y no físicos. La malinterpretación de las manifiestas intenciones de
Newton se debe quizás al hecho de que los Principia se leen normalmente a trozos y no todo seguido. En
el libro tercero se da una transición de los sistemas matemáticos a la realidad del sistema del mundo. Ya
que los resultados que ha obtenido de las consideraciones de un sistema matemático o
constructo imaginario se adecúan a las condiciones del mundo astronómico y terrestre, Newton
puede concluir que su constructo matemático con su inespecificada "atracción" es análogo al
mundo de la realidad, pareciendo representar, e incluso ser, el mundo real. Entonces, y sólo
entonces, surge el problema de qué podría "causar" semejante "atracción". Newton cree haber mostrado
que esta atracción no es más que la misma fuerza que opera cuando los cuerpos caen a la tierra o son
pesados respecto a la tierra. Esto es, estrictamente lo que Newton ha mostrado es que hay "fuerzas" que
(para emplear su propia expresión) "reproducen" la acción de las fuerzas a distancia. Si se le presiona
para que demuestre la existencia física de tales fuerzas, podrá retirarse al tipo de posición positivista

17
Tema 4. La revolución newtoniana

consistente con el estilo newtoniano, diciendo que aún no ha averiguado a partir de los fenómenos cuál
es la causa de la gravedad [y que él no inventa hipótesis]. [...]

[Sin embargo, de hecho,] Newton no albergaba la menor duda acerca de la existencia de la gravi-
tación universal. [...] No aceptaba que la gravedad fuese una propiedad esencial de la materia, por más
que se encontrase en toda la materia. De hecho, dedicó una buena dosis de energía intelectual [a lo largo
del resto de sus días] al intento de hallar una causa del tal fuerza, por más que en los Principia tal
problema fuese postergado. [...] [Rechazaba, claro está, la explicación cartesiana de la gravedad, que la
atribuía a la acción de los vórtices o torbellinos de materia en torno a los cuerpos celestes, porque era
incapaz de dar cuenta de forma precisa de las leyes de Kepler].

Lo veremos tratando sucesivamente de dar cuenta de la gravedad mediante una especie de bom-
bardeo [o lluvia de partículas] de éter, mediante la electricidad, mediante un nuevo tipo de éter
omnipresente de densidad variable, pero ninguna de tales explicaciones funcionó plenamente. [En las
Cuestiones con las que finaliza su Óptica sugirió que las partículas del medio etéreo que llena todo el
espacio se repelen entre sí, siendo repelidas al mismo tiempo por las partículas de los cuerpos. Merced a
tal repulsión, el medio etéreo resultaba raro dentro de los intersticios de los cuerpos masivos, tornándose
más denso en el espacio que rodea a dichos cuerpos a medida que aumentaba la distancia entre ellos.
Así, el medio etéreo dentro de un objeto pesado situado a cierta distancia de la tierra sería más denso en
la parte contraria a la tierra que en la que mira hacia ella y, gracias al efecto repulsivo del medio etéreo, el
objeto caería hacia la tierra. (Mason (1985), v. 2, p. 107)]. Una de las razones de su fracaso es que todas
ellas constituyen modelos mecánicos de acción y hoy día sabemos que la gravedad no se puede explicar
mecánicamente.

La insistencia de Newton en que era bastante ser capaz de predecir los movimientos terrestres y
celestes y las mareas era de hecho menos un grito de batalla de la nueva ciencia que la confesión de un
fracaso. Lo que Newton estaba diciendo esencialmente era que su sistema debería aceptarse a pesar de
su fracaso a la hora de discernir la causa de la gravitación universal o incluso de comprenderla, ya que
sus resultados concordaban tan bien con los datos de la observación y los experimentos. (Cohen (1983),
cap. 3).

La reacción a esta presión del cartesianismo explicaría la insistencia de Newton en la importancia


de la observación y el experimento frente a las meras hipótesis, pues estaría diciéndoles a los cartesianos
que, por un lado, sus críticas carecían de base experimental, por muy elegantes que fueran desde el
punto de vista metafísico, y por otro, que las leyes expuestas en los Principia no eran meras hipótesis
carentes de prueba alguna que pudieran ser rechazadas por razones metafísicas, sino verdades probadas
empíricamente. La constante apelación de Newton a la observación y el experimento frente al uso de
hipótesis no obedece, pues, a una confianza ciega en la experiencia, sino más bien a un intento de

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Tema 4. La revolución newtoniana

modificar los criterios cartesianos de cientificidad en beneficio de sus propias teorías físicas. Para los
cartesianos, la ley de la gravitación newtoniana era una hipótesis no probada (en su sentido). Newton le
da la vuelta a esta objeción y replica que dicha ley está probada por los hechos, y por eso mismo no es
una hipótesis, mientras que, en cambio, son los principios metafísicos de la filosofía cartesiana los que
poseen un carácter hipotético y no deben aducirse jamás en contra de conocimientos probados
empíricamente. (Diéguez).

[Todo esto] muestra lo fecundo del método newtoniano de pensar en física, en el que las mate-
máticas se aplican al mundo externo tal como éste se manifiesta por la experiencia y la observación
crítica. Este modo de pensar […], está bien expresado en el título original de la gran obra de Newton:
Principios Matemáticos de Filosofía Natural.

El estilo newtoniano consiste en un repetido ir y venir entre un modelo matemático y la realidad


física. […] Al no suponer que el modelo sea una representación exacta del universo físico, Newton
gozaba de libertad para explorar las propiedades y efectos de una fuerza atractiva de carácter matemáti-
co, a pesar de que, para él, el concepto de una fuerza que tira “actuando a distancia” era algo repugnante
e inadmisible en el campo de una buena física. (Cohen 1981, p.119).

REFERENCIAS

COHEN, I. B. (1981), “El descubrimiento newtoniano de la gravitación”, Investigación y ciencia,


56, mayo, pp. 111-120.
—— (1983), La revolución newtoniana y la transformación de las ideas científicas, Madrid: Alianza.
HOLTON, G. (1988), Introducción a los conceptos y teorías de las ciencias físicas, Barcelona: Reverté.
LOSEE, J. (1985), Introducción histórica a la filosofía de la ciencia, Madrid: Alianza.
MAMIANI, M (1995), Introducción a Newton, Madrid: Alianza.
MASON, S. F. (1985), Historia de las ciencias, vol. 2, Madrid: Alianza.
RIOJA, A. y J. ORDÓÑEZ (1999), Teorías del Universo, vol. II. De Galileo a Newton, Madrid: Sínte-
sis.
SELLÉS, M. y C. SOLÍS (1991), Revolución científica, Madrid: Síntesis.

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