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El sueño americano en Sabrina (1954) de Billy Wilder: una lectura entre líneas

El cine norteamericano, desde que conformó como la primer gran industria de este arte, fue un
referente inmediato en el resto del mundo. Dentro de las referencias obligadas de este periodo de
apogeo de la llamada “edad de oro del cine norteamericano”, es decir de 1910 a 1960 fue el director
Samuel Wilder, más conocido como Billy Wilder (imperio austrohúngaro, hoy Polonia) uno de sus
máximos representantes. Su nombre se cita junto a grandes directores norteamericanos posteriores al
cine silente como Víctor Fleming, John Ford, Frank Capra, Michael Curtiz, Merian Cooper, etc., pero
el caso de Billy Wilder conlleva una peculiaridad que no todos los demás directores de esta etiqueta de
estudio comparten: es un clásico de masas y un clásico de circuito, igualmente citado como influencia
de formas de cine más maduras como por el gran público promedio que disfrutaron de igual manera
sus historias. Esta dualidad parecería ser evidente en las palabras con las que el crítico de cine Stephen
Farber lo elogia: “La principal aportación de Wilder al cine norteamericano es la inteligencia”.
Entre las más de 20 películas que dirigió destacan Irma, la dulce (1963), El departamento
(1960), Con faldas y a lo loco (1959), La tentación vive arriba (1955), Sabrina (1954), El crepúsculo de
los dioses (1950), Días sin huella (1945), Perdición (1944) y El mayor y la menor (1942), pero podría
bien nombrar por lo menos media docena más de clásicos inmediatos. Los miedos de Theodor Adorno
y Max Horkheimer, cuando hablaron a mediados del siglo XX sobre una nueva Industria Cultural,
masificada y de valores más bien bajos (en contraposición con la idea clásica del arte), describían
también la capacidad simplificadora que tendrían el cine y la televisión, en función de las ideas que
podría unificar en la sociedad. Con el tiempo su tesis fue comprobada, el cine, el radio, la televisión y,
en general todos los medios electrónicos norteamericanos del siglo XX, forjaron una idea de la
sociedad norteamericana, cuya bandera era la libertad, la modernidad y el individualismo. Es curioso
que uno de los principales orquestadores de esta fantasía sea precisamente un extranjero cuya familia
fue perseguida por la guerra (recordemos que la madre de Wilder murió en un campo de concentración
nazi).
En la mayoría de las películas de Billy Wilder hay 1 elementos recurrentes: la gran ciudad como
un personaje conformado por una combinación entre el poderío económico y subsecuente esnobismo
de la clase alta norteamericana (grandes mansiones, esposas abandonas, hombres de negocio sin alma,
etc) y la clase media, los extranjeros y las minorías raciales como parte del mapa de servicios. Ambas
partes conviven en un mismo espacio y son protagonistas de acciones conjuntas que los obligan a
reconocerse y enfrentarse.
Para señalar esta idea recurriré dos escenas de una de las películas más poderosas en este
tandem de sencillez y falsa ingenuidad que representa uno de los cuentos de hadas más revisitados en la
historia de la humanidad. Por que esto es Sabrina en el fondo, la versión de Cenicienta en Long Island.
Un mundo sin reyes o reinos, pero sí con empresarios y transaccionales repartidas por el mundo.

3:52 - 8:31

En esta primera escena vemos a Sabrina, hija del chofer de la familia Larrabee, magnates de
varias generaciones cuyo origen misterioso de su fortuna es ironizado por el mismo Wilder. La
contraposición que interesa mostrar a Wilder es precisamente un estado casi animal en que vemos a
Sabrina por primera vez y el estado de sofisticación que conseguirá tras un viaje a París para olvidar el
rechazo amoroso del “joven” David Larrabee. En esta escena somos tan acosadores como la misma
Sabrina y observamos desde las sombras cómo David seduce a la que sería su futura prometida (más
por amor por una alianza estratégica empresarial entre familias de empresarios). Podemos observar con
amargura cómo un mundo, ajeno al propio, es desplegado en toda su elegancia y suntuosidad. Incluso
al notar la presencia de Sabrina la invisibiliza: “eres tú Sabrina, creí haber escuchado a alguien” a lo
que Sabrina contesta: “No, no es nadie”. La danza de apareamiento del joven conquistador lo lleva a
repetir la misma estrategia que tiene bien estudiada, llevar champagne a la cancha de tenis y bailar un
vals para hacerse de las caricias de la conquista en cuestión. Todo ante la mirada incrédula de Sabrina.
Lo que sigue es un momento increíblemente oscuro: Sabrina decide suicidarse con el humo que
generan todos los autos de la familia (6) encendidos al mismo tiempo en el garaje cerrado. El tono
ameno con el que Wilder maneja esta escena la hace equiparable a cualquier otra actividad, un suicidio
como hacer desayuno o salir a la playa a tomar el sol. Linus, el hermano mayor y contraparte
responsable de David, logra advertir el peligro y rescata a Sabrina (con lo cual se abrirá la puerta de un
romance futuro). Como podemos observar la idea del amor, en este cuento de hadas es bastante
retorcida, una imposibilidad casi natural de acceder a él si no perteneces a cierto grupo.

25:30 - 32:25

En la segunda escena que elegí vemos cómo el padre y el resto del personal de la mansión se reunen
para leer una carta de Sabrina, ya recuperada de su mal de amores. Podemos observar que el único
lugar que puede tener este grupo conformado con minorías y extranjeros es el de servicios (mucho más
amable que la gente de color, que a menudo sólo es representado como meseros o trabajadores de la
construcción. De latinos y/o mexicanos ni hablamos). Acto seguido vemos como Davis sale furioso a
enfrentar a su hermano, quién lo amarró a un matrimonio por conveniencia empresarial. En esta
divertida y breve escena vemos representados los valores industriales, a todas luces falsos y llenos de
hipocrecía, que en teoría representa el capitalismo y su combinación con el destino manifiesto
norteamericano: hacer del mundo un lugar mejor (y si se puede llevar una tajada en el proceso pues
mucho mejor). De nuevo entrevemos una figura de servicio más: la mujer.

Si algo podemos rescatar en esta breve revisión de contenidos es el aspecto común que se
desarrollará en toda la filmografía de Wilder. Historias más cercanas a un tono cómico con temas
incliblemente oscuros de fondo. El mundo posterior a la 2da guerra mundial y Billy Wilder como este
gran pararayos sentimental de su tiempo nos regaló algo que podría parecer una contradicción de
sentidos: una Cenicienta realista.

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