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del Consejo de Participación Ciudadana sin influencia del poder ejecutivo a través de la
politiquería.
ciudadanía sobre actos que generen corrupción o que afecten los derechos de
denuncias como Buzones de denuncias, oficinas móviles, portal web, correo electrónico,
SOCIAL
Actividades de investigación
REDACCION
sino también a los efectos a largo plazo de los servicios que no se prestan: falta de
CORRUPCIÓN EN EL MUNDO
Según revela el informe de Transparencia Internacional sobre la corrupción en el mundo,
África, América Latina y Asia (en ese orden) son los continentes con peor reputación. En
más de las dos terceras partes de los 159 países cubiertos por el estudio, se registran
los países. Gran parte de los países desarrollados de Europa, Norteamérica, Australia y
Asia tienen puntuaciones relativamente altas. Los países que se perciben como de menor
se han dado fuertes casos de corrupción a pesar de estar sancionada con pena de muerte.
Pese a la falta de mediciones para estos cambios en la región, el FMI señaló que es
necesario también tener en cuenta la experiencia de países como Brasil que con la
“Operación Lava Jato” llegó incluso a destituir a la entonces presidente Dilma
Rousseff; Guatemala con su Comisión Internacional contra la Impunidad, que ha revelado
casos de evasión de impuestos y lavado de dinero; así como Perú, República Dominicana
y otros países que han revelado información y tomado acciones tras el escándalo
de Odebrecht.
En primer lugar, y para ayudarle al Gobierno a evitar los intereses creados que se
oponen a las acciones anticorrupción, el FMI sugirió crear una comisión
independiente contra la corrupción similar a los modelos que aplican Guatemala y
Ecuador.
El caso de Georgia
Georgia, ubicada entre Rusia y Turquía, solía ser parte de la Unión Soviética y, luego de
su independencia en 1991, heredó un sistema que funcionaba en base a la
corrupción. Todo, desde los policías a la recaudación de impuestos; comenzar una
empresa era prácticamente imposible sin algún tipo de soborno. Mientras que el gobierno
tenía déficit monetario, la élite política se hacía rica con fondos malversados. ¡Se podía
pagar sobornos hasta para entrar a la universidad! Esto duró hasta el año 2003 cuando,
tras la famosa Revolución de las Rosas, que colocó a un nuevo gobierno a la cabeza,
se decidió declararle la guerra a las malas prácticas que llevaban décadas aquejando
al país.
Las principales medidas tomadas a partir del 2003 fueron las siguientes:
Cabe mencionar que uno de los principales factores que influyó para que todo esto fuera
posible, fue la voluntad política de lograr este cambio. El gobierno que entró a
gobernar en el año 2003 estaba completamente comprometido con eliminar la corrupción,
y por ello contó con 90% de apoyo durante los comicios. El público estaba simplemente
aburrido de tener que convivir con un sistema corrupto. Puedes leer el informe completo de
las medidas georgianas en este link.
El caso de Singapur
Este tigre asiático tenía altísimos índices de corrupción en los años sesenta, pero a través
de diversas medidas y campañas se ha logrado ubicar actualmente en el puesto número 5
de 177 países en el índice de transparencia mundial.
Sí, aunque tendrían que ser acomodadas y combinadas con otras para calzar en las
distintas realidades culturales y organizacionales del país en cuestión. Los principios en
común que muestran estos dos éxitos fueron esenciales para lograr el cambio: voluntad
política –tanto Georgia como Singapur tenían una directiva comprometida a acabar con
las prácticas corruptas- y enfrentar el problema directamente, sin contemplaciones, a
como diera lugar.
Ambos países tomaron ejemplos de otras naciones antes de decidir qué sectores había
que reformar y cómo, y fueron consistentes e implacables en la persecución de las
prácticas corruptas. Sin embargo, esto no habría sido posible sin la manifestación del
público, que tanto en Georgia como en Singapur estaban hastiados de las prácticas “poco
cristianas” de parte del gobierno e instituciones previas. Una vez más, la primera palabra la
tienen los ciudadanos.
Conclusión:
se deben reforzar la transparencia y rendición de cuentas por ejemplo mediante las leyes
sobre libertad de información, declaraciones de ingresos y bienes, auditorías aleatorias,
fortalecimiento de la transparencia en la gestión pública y el ámbito fiscal, en especial en
países exportadores de recursos naturales, y la mejora de la gestión de gobierno en
empresas del Estado.
No hay ningún país que se salve de la corrupción, pero hay varios en que los
ciudadanos deben convivir con ella como una realidad en el día a día. Imagina ser un
peatón y que te pare un policía para que le des dinero y, si no lo haces, te vas a la cárcel.
O tener que desembolsar miles de dólares extra en sobornos al comenzar tu propia
empresa, para poder cortar a través de la burocracia. O tener que dar dinero o “regalos” a
los guardias en inmigración para que te dejen entrar a tu propio país.
Desde los años ochenta abundan los tratados internacionales para luchar contra la
corrupción y el lavado de activos. Las convenciones de Viena, Palermo y Mérida son
solo algunos ejemplos. Sin embargo, la cooperación entre órganos homólogos se ha
quedado corta y a veces no sucede en doble vía a causa de la reserva contable, tributaria
y comercial de algunos países. Deben sobrepasarse esos obstáculos y dejar de
subutilizar herramientas como el Grupo Egmont, que une las unidades de inteligencia
financiera en el mundo para combatir las redes transnacionales de corrupción.
Quizá se pregunten ustedes qué tiene que ver esta disquisición conceptual con
el tema de nuestra conferencia. Sí que lo tiene. Pues la mayor parte de los
problemas sociales y de las llamadas crisis no tienen sólo sus raíces en la
realidad objetiva, sino sobre todo en nuestra forma de concebir y de hablar de
la realidad. A lo largo de diez años de dedicación al desarrollo de una
participación cívica organizada en la gestión municipal sueca, fui
apercibiéndome de que estábamos tratando de fundar esa participación en
nuevos sistemas de reglas de juego cada vez más minuciosas. Lo cual
ciertamente no entorpecía la solución de la tarea, pero era incapaz de darle una
solución radical, quedándose a menudo en cosmética. Lo que se está haciendo
cada vez más cuestionable es el concepto maquiavélico de la política y la
democracia y lo más necesario hoy es su consideración como una forma ética
de vida colectiva.
En estos momentos, una vez derrumbado tanto el muro visible alemán como
el muro invisible sueco, se hallan los ayuntamientos suecos empeñados en
tratar de privatizar la mayor parte de las empresas y servicios que hasta ahora
habían funcionado en régimen público. Se pretende en lo sucesivo canalizar
(los detractores dirían "canallizar") la participación ciudadana por la vía del
mercado. El ayuntamiento se limitará a encargar, financiándolos en parte, los
servicios que entidades privadas, elegidas en régimen de competencia, tendrán
el encargo de organizar y facturar al ayuntamiento. En esta nueva etapa recién
iniciada se cree optimistamente que la participación cívica va a brotar como
por generación espontánea, por el simple hecho de convertir a los usuarios en
consumidores y compradores.
Hasta fines de los años 60 no se había advertido en los países nórdicos ningún
movimiento de participación cívica que se saliera del modelo tradicional
establecido, sobre todo en Suecia, de los movimientos sociales. El consenso
social era hasta entonces casi absoluto, una verdadera balsa de aceite. De
súbito en 1967 va surgiendo un movimiento reivindicativo extraparlamentario
e incluso antiparlamentario, de formas un tanto ruidosas que crean una nueva
atmósfera social. Son los años de la guerra del Vietnam y de la invasión de
Checoslovaquia. La tradicional y controlada manifestación del 1 de mayo,
único símbolo reivindicativo heredado de decenios lejanos más convulsivos,
se ve desbordada por nuevos movimientos espontáneos de protesta que usan la
democracia directa, el mítin callejero y la pancarta. Dejaré para más adelante
el esbozo de motivos históricos y sociales que originaron esta situación.
Toda consulta cívica está sin embargo llena de problemas que raramente se
han afrontado y que amenazan su resultado: ¿Quién determina lo que es una
información adecuada y suficiente? ¿Cómo se seleccionan los participantes
para que la elección sea justa y no manipulada? ¿Cómo se establecen las
reglas del diálogo? ¿En qué medida deben participar los políticos y los
expertos para no influir excesivamente en el resultado de la consulta? ¿Qué
hacemos con los vecinos que no tienen tiempo o no quieren participar? ¿Qué
valor tiene la opinión de personas poco informadas pero a las cuales también
afecta el asunto? ¿Qué propuestas son relevantes y cómo interpretarlas e
integrarlas en los planes previstos? El problema de la evaluación de las
propuestas, con miras a una decisión política, es peliagudo.
El ciudadano sueco de a pie no cuenta hoy más que con dos vías de influencia,
ambas indirectas, en cuestiones políticas: una a través de la elección de lista
de partido a que acabo de aludir y otra a través de las organizaciones de
intereses (sindicatos y asociaciones de diversa índole) a que el individuo
pertenece. En Suecia hay asociaciones para todo y parece que nadie pudiera
opinar sino por mediación de un representante. El uso del pronombre "yo"
está reprimido en el lenguaje público, siendo el "nosotros" la forma normal. El
sistema sueco de los años 70 es un sistema que puede calificarse de
corporativo. La única manera de ejercer presión e influencia en cuestiones
políticas concretas es a través de las organizaciones y sus representantes
(asociaciones de inquilinos, de propietarios, de jubilados, de minusválidos, de
empleados, deportivas, de actividades culturales, etc. etc). Presentan estas
organizaciones un alto nivel de burocratización y su democracia interna es
puramente formal. También los partidos funcionan como una especie de
corporaciones. Entre las organizaciones políticas y las de otra índole existe
toda una maraña de alianzas ideológicas y personales. El texto hoy vigente de
la ley municipal sin embargo, siguiendo la tradición, desconoce todavía los
partidos, considerados como organizaciones puramente preelectorales de los
grupos de opinión. En 1969, en contradicción con la ley municipal, legalizó el
parlamento, sin embargo, el apoyo económico a las actividades de los
partidos, con cargo al presupuesto municipal.
El ciudadano directo hace tiempo que murió, quedando la sociedad local (no
digamos a nivel regional y nacional) dividida en dos clases: una clase de
profesionales de la decisión pública y política, derecho que detentan
totalmente, y una clase mayoritaria de ciudadanos desprovistos del derecho a
decidir en las cuestiones que afectan a la comunidad, excepto la elección de la
papeleta de voto cada tres años. Mientras tanto, las resoluciones municipales
son cada vez más importantes al afectar más profundamente que nunca a un
número cada vez mayor de ciudadanos. Este desigual reparto en la
participación política, en definitiva destructor de una democracia auténtica,
será catastrófico si la unidad europea se lleva a cabo sin una reforma previa, o
por lo menos simultánea, del régimen local de gobierno. Este problema es el
que está a la base del resultado del reciente referéndum realizado en
Dinamarca. La llamada subsidiaridad no es suficiente y el fomento de los
regionalismos tampoco. Es necesaria una mejora del diálogo y de la
participación ciudadana a nivel de ayuntamientos.
Más allá de las condenas, estas son las rutas que los especialistas
señalan para avanzar en la lucha contra los actos corruptos.
1. Cooperación interinstitucional
La presidenta del Comité de Participación Ciudadana (CPC) del
Sistema Nacional Anticorrupción de México (SNA), Jacqueline
Peschard, aseguró que, cuando se tiene un objetivo en común, la
colaboración entre las instituciones es una situación casi natural.
2. Participación ciudadana
Los expertos además coincidieron en que la colaboración entre las
instituciones no es suficiente sin la participación de las organizaciones
civiles.
Casar dijo que, así como las ONG ayudaron a construir el SNA, tienen
que asumir una responsabilidad y seguir colaborando con el gobierno
para construir instituciones fuertes.
“No podemos vivir en eterno golpeteo con instituciones públicas, hay
que trabajar con quienes están dispuestos a hacerlo. La sociedad civil
no es el enemigo a vencer; las organizaciones, al igual que la
academia, podemos ser incómodas, nos podemos equivocar, pero
somos tan indispensables como útiles para sentar las bases para
fortalecer las instituciones. Tenemos que vigilarlos, tenemos que
exigirles y para eso estamos, esto no quiere decir que seamos
antigobiernistas”, afirmó.
BIBLIOGRAFIA