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El rapto de la Belleza.

Entre el mito y la historia


de Alejandro Miguez

El monoteísmo y el politeísmo constituyen dos campos fundamentales de la psique occidental y


es indispensable que estemos profundamente conscientes de ello.
Rafael López-Pedraza

Al igual que las profundidades del mar permanecen siempre tranquilas por mucho que ruja y se
agite la superficie, del mismo modo en las figuras de los griegos, la expresión, sean cuales fueren
las pasiones que representan, revela un alma grande y serena.
Johann Joachim Winckelmann

Permítasenos fundar este escrito en una analogía, o más bien una


identificación: Helena es la Belleza. Así lo sugiere Albert Camus (64). Y
avancemos sin dudar de la veracidad de este supuesto.
Admitiremos entonces un contexto y una genealogía para esta Belleza.
Como Helena, estará siempre unida al rapto y a la lucha: fue raptada primero por
Teseo, y luego por Paris; y ocasionó la guerra de Troya, entre otras disputas: Tal
como dice Camus, los griegos tomaron armas por ella.
Fue un rapto, también, su concepción. Zeus, en forma de cisne, se aparejó
con Némesis, en forma de ganso; pero no sin antes perseguirla por mar y tierra
(Kerenyi 105-107). De un huevo nació Helena, y fue criada por Leda y Tindáreo
de Esparta. O bien, Zeus raptó a la misma Leda (‘mujer’ extranjera), con igual
consecuencia. De acuerdo a la primera genealogía, la Belleza nace del Orden
(olímpico y griego) y de la Diosa de la justa ira (de la mesura, según Camus), que
vigila ese orden. Se explica así, parentalmente, la noción de límite y contención
que extraña Camus en su ensayo, y que tanto admirara Winckelmann en el arte
griego.
Llama mi atención que la compañera de Némesis sea Aidós, la diosa de la
vergüenza, pues también acompañará a Helena, al menos a la Helena homérica, la
que se lamenta por su destino frente al cadáver de Héctor (Homero, Ilíada 313), y
frente a Telémaco (Homero, Odisea 40).
La Belleza (Helena) es también artera: conoce drogas misteriosas que
inhiben el llanto, muy para su beneficio (Homero, Odisea 40). Y supuso Heródoto
que tal conocimiento proviene de Egipto, siguiendo esa tradición que cuenta cómo
Helena fue retenida en el palacio de Proteo, cuando el barco de Paris tuvo que
parar en las Tariquias (Heródoto 246-250). Según esta versión, Helena nunca
estuvo en Troya, sino sólo su fantasma. La Belleza adquiere así un velo egipcio de
misterio y magia, casi de cuento de hadas. Su exilio, sea en Tebas, en Troya o en
Egipto, también se vuelve misterioso; la Belleza exiliada es talvez un fantasma.
Y sin embargo la pugna por ella persiste. El mismo Heródoto inicia su
Historia hablando de las “causas que les indujeron (a los hombres) a hacerse la
guerra” (69), y acto seguido nombra a Helena, junto a otras raptadas: Io, Europa y
Medea. La Belleza, pareciera decirnos, impulsa el rapto y la lucha entre los
hombres.
Todo este contexto le corresponde a la Belleza: el rapto, el orden y la
mesura, la vergüenza, la magia, el exilio y el fantasma. No se trata de que le sea
exclusivo, pero sí de que le es propio. ¿Cómo se corresponden esas cualidades con
lo expuesto por Albert Camus en El exilio de Helena? Ya veremos…

El Orden y la Mesura
El Rapto es un tema común en el arte griego, desde la Kore-Perséfone hasta
Helena de Troya. Observemos ahora una representación griega del Rapto de
Helena, un escifo ático adjudicado a Macrón (del 500-485 a.C.). En el centro de la
escena vemos a Paris armado y a Helena, él sujeta la muñeca de ella en un gesto
posesivo, hasta violento; sus miradas se dirigen hacia ese contacto; talvez Helena
expresa vergüenza al mirar hacia abajo. Pero entre ellos está Eros coronando la
unión, y detrás de Helena está Afrodita sosteniendo el velo, y más atrás Péito (la
persuasión). A la izquierda, detrás de Paris hay un soldado armado, sosteniendo un
escudo con la imagen de un león.
Toda la violencia que las armas pueden suscitar a la vista, se difumina por la
presencia de los dioses que mueven la escena y por la alcurnia del escudo. La
escena está en equilibrio. El rapto se vuelve destino. La belleza es raptada dentro
de la belleza de la representación religiosa griega: el equilibrio, de nuevo.
Podemos ver cómo el arte griego se resguarda en la idea de límite, cómo “Lo
ha repartido todo, equilibrando la sombra con la luz” (Camus 64).

Otro tipo de Rapto


Veamos ahora El Rapto de Helena de Juan de la Corte, pintado en la primera
mitad del siglo XVII, y queda claro que incluso la noción de equilibrio en la escena
ha cambiado.
El cuadro parece cortarse en diagonal, con la línea de una lanza; el triángulo
superior está dominado por el cielo, las montañas y la ciudad; el triángulo inferior
está abarrotado de hombres en lucha. Pero ese bloque humano nace como una
espiral creciente en la puerta de un edificio (casi un templo) de planta circular,
similar al Panteón de Agripa de Roma, y se ensancha a lo largo de una caminería
que da al mar. Allí se escenifica la batalla, entre una barcaza y un barco, marcados
con la imagen del león. En el centro de la batalla, elevada en apoteosis se halla
Helena, foco de luz en medio de la refriega, cuyo vestido dibuja una cruz sobre su
pecho. El mar y el cielo dan cuenta de la violencia de la escena, por su agitación;
un destello de sol marca el otro foco de luz del cuadro, foco que cae sobre una
ciudad en la lejanía: Esparta.
Helena, es elevada como una diosa, y aunque la violencia es evidente en el
soldado que la tiene por la cintura, y en el hércules que sostiene el mazo a su lado,
ella se mantiene airosa, con los brazos abiertos y relajados, y una mirada extática
hacia el cielo. Esta Belleza es una diosa, pero no la diosa trabajadora, dedicada a
sus labores, sino una diosa entregada (hasta con placer) al sacrificio. Este rapto
parece más bien el rapto de Santa Teresa (la de las Moradas y la de Bernini), un
rapto místico y cristiano.
El cristianismo “empezó a sustituir la contemplación del mundo por la
tragedia del alma”, nos dice Camus (65), y de la Corte nos lo muestra mediante una
ascensión espiritual. La naturaleza hace eco de esa ascensión y prefigura el lugar
de la tragedia.

La vergüenza
Jacopo Robusti pintó su Rapto de Helena en 1580, y su perspectiva es
radicalmente distinta. La batalla es primordial, la muerte y la tragedia del alma son
protagonistas. Helena se halla a un lado, cayendo literalmente sobre la barca,
cargada por un soldado y por Paris (quien tira de su manto). Sus ojos llorosos
miran al suelo, desconsolados. Su vestido se ha bajado y su pecho izquierdo quedó
al descubierto, ese mismo pecho que luego mostrará a Menelao y le salvará la vida
al terminar la Guerra (Homerica 519). Durante las primeras etapas de confección
del cuadro, Helena estaba desnuda: su modelo era masculino, que también usó en
el Martirio de San Lorenzo.
En este cuadro, la ciudad y el paisaje han desaparecido detrás de los mástiles
y velas de los barcos. De hecho, Tintoretto los pintó y luego los cubrió. Podemos
ver un edificio a la derecha, pero el remolino de cuerpos en lucha ocupa toda
nuestra atención, los cuerpos muertos en el agua, las lanzas y las flechas asesinas.
El rapto se ha convertido en masacre.
Tintoretto traslada la historia griega a una batalla de turcos y cristianos,
siguiendo la tradición de otros cuadros de la Batalla de Lepanto (1571). Pero la
desaparición del paisaje contrasta con éstos y con otras escenas de batalla del
mismo Taller del pintor. La tragedia del alma tiene lugar en la Historia, ya no en el
mito sino en Lepanto.
La guerra es la protagonista de la representación. Y me recuerda las palabras
de Camus: “Nuestra época (…) ha alimentado su desesperación en la fealdad y en
las convulsiones” (64).
Descombrando la historia
En el Exilio de Helena, en 1948, Albert Camus vuelve la mirada hacia la
Grecia clásica con los pies plantados sobre escombros, tras las dos grandes guerras.
Recela de su época, de la bárbara teocracia de la Historia y la Conciencia moderna
de sí mismo, del materialismo histórico y sus frutos políticos. Recela también de
las pueriles naciones que gobiernan el mundo. Denuncia un destierro, un abandono
de la naturaleza a favor de la ciudad. Camus está rodeado de brumas (de
bombardeos e incendios, de amenaza nuclear y guerra fría, cabe decir) y vislumbra
una bahía antigua y dorada del Mediterráneo. Entre los despojos de Europa, anhela
(la gesta por) la belleza, los límites, el equilibrio y la ignorancia reconocida, de los
griegos. Se ancla en una antigua virtud, la Amistad. Y prevé una lucha distinta (no
de clases): entre creación e inquisición.
Para mí, se trata de un viaje entre dos culturas, y un anhelo, que quizás no se
pueda complacer. Intuyo, que el contexto mítico y el contexto histórico, de los
cuales sólo hemos dado ejemplos escuetos, son las caras de esas dos culturas.

Bibliografía:

Camus, Albert. El verano. Madrid: Alianza Cien, 1996.


Herodoto, Historia. Madrid: Cátedra, 1999.
Homerica, Homeric Hymns, Epic Cycle, Hesiod. Cambridge: Harvard University
Press, 2002.
Homero. Iliada. España: Los libros de Plon, 1978.
―――. Odisea. Madrid: Espasa-Calpe, 1973
Kerenyi, Karl. Los dioses de los griegos. Caracas: Monte Ávila Editores, 1991.
Lessing, G. Ephrain. Laocoonte. Madrid: Editora Nacional, 1977.
López-Pedraza, Rafael. Ansiedad Cultural. Caracas: Festina Lente, 2000.
www.museodelprado.es

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