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PEONÍA ROMERO
GARCÍA
BIBLIOTECA ANDRÉS BELLO
M. V. ROMERO GARCÍA
PEONÍA
(NOVELA DE COSTUMBRES
VENEZOLANAS)
EDITORIAL - AMÉRICA
MADRID
1920
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PEONÍA
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-¡Ah!...
Ya no salía más la luz por las rendijas de la puerta.
De repente otra sacudida.
-¿Quién más se acuesta? -preguntó el arriero-.En
ese chinchorro no cabe más que uno.
Luego siguió el vaivén natural de las hamacas, de
izquierda a derecha y viceversa.
A poco se oyó un suspiro muy largo... después se
sintió otro vaivén, un movimiento sospechoso de arriba
para abajo... y...
-Téngame usted la vela, que yo también quiero -
gritó mi compañero.
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-Cuánta amabilidad...
-No es ninguna... cuando necesites algo, me llamas
a mí, ¿oyes?... yo vendré muy temprano todos los días
a traerte una taza da café. ¿Tú te levantas temprano?
-Sí, prima; en Caracas no soy madrugador, pero
aquí lo seré.
Y a mirarla fijamente, tornó a subirle carmín a las
mejillas.
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¡Necio de mí!...
Y apretaba lo ojos como para reconcentrarme en mí
mismo; y surgió en aquellas dobles tinieblas radiantes
y vaporosas, la imagen de Luisa, apoyada en las
cabulleras del chinchorro, mirándome sonriente y
ruborosa.
Y me columpiaba con más viveza, sin lograr que el
sueño sellase mis ojos con un beso.
Pues bien -me dije-; ya que no puedo dormir
aprovecharé la noche escribiendo para mi madre.
Al poner el pie en el suelo; había sentido pasos en
el corredor hacia la puerta de mi cuarto.
Yo soy esencialmente cobarde, y esto no necesito
probarlo de otro modo.
Lo primero que se me vino al meollo fue que hubiese
ladrones.
Iba a gritar, pero me contuve; pudieran asustarse
la familia, sobre todo, Luisa dormía en el cuarto
vecino, y sabría que yo tenía miedo.
Me acerqué a la puerta con el objeto de atrancarla,
aunque fuera con el trípode del teodolito.
Al acercarme a ella sentí un cuchicheo.
-¿Por qué te dilataste tanto?
-Porque, como vino Carlos nos recogimos tarde.
[44] -¿Y quién es ese Carlos?
-El ingeniero.
-Debe ser un marica.
-Por lo menos no pinta otra cosa.
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-sí, cinco.
-Más de lo que usted necesita.
[52] -¿Cómo?
-¡Ya se ve! ¿Cuántos tablones tiene usted?
-Cincuenta.
-Pues este es trapiche para el doble.
-No lo creo.
-Se lo aseguro y se lo pruebo: usted pierde lo menos
seis horas diarias de molienda.
-Efectivamente; pero es porque la parrilla no me
alcanza.
-Pues le falta parrilla.
-Gasto mucha leña.
-Lo comprendo; entre nosotros se montan vapores
como quien se compra camisas hechas; ninguno está
bien calculado. Le respondo que con un excedente de
veinticinco por ciento sobre sus gastos actuales, muele
usted cien tablones.
-¡Ay, sobrino! Mira que yo soy perro viejo, y perro
viejo late sentado. Yo eché los dientes en esto,
sembrando caña, ¿qué puedes tú enseñarme?
-Yo no trato de ensañarle nada, tío; hago una
observación y nada más: usted es muy dueño de dejar
las cosas tales y como están, y de hacerlas como guste.
-Me parece lo mejor. Vamos a las pailas.
-Vamos.
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-¿Luego lo aceptas?
-Como un recuerdo personal tuyo; como un objeto
querido para ti, que te acompaña desde la niñez, lo
acepto; y lo conservaré mientras existas.
-¿Y no le razarás?
-No, mi vida; no sé rezar.
Quiso ponerme la mano sobre los labios; yo se la
tomé con pasión y la di un beso.
Huyó...huyó...
Tal se plega la sensitiva al contacto humano.
[60] Era la primera vez que el labio de un hombre
rozaba su mano.
¡Cuán bellos son esos pudores de los primeros años!
Tiene entonces la mujer perfume de jazmín y lirio;
y ya como la maga de la leyenda, vertiendo regueros de
diamantes dondequiera que posa el breve pie.
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-No, señor.
-¿Por qué?
-Porque no tengo quien me lo haga: como mamá
murió...
Aquellas frases partían el alma.
-Pues bien; vete donde Luisa y dile en mi nombre,
que te cure.
-Ella está también enferma.
-No importa; ve a curarte y vuelve con ella, si puede
salir.
-¿Y usted me lleva a Caracas?.
-Sí, hijo.
En esto venía mi tío, hecho un toro.
-¡Casimiro! -gritó a un muchacho-. Sácame un poco
de zumo de cocuiza para curar a Perucho.
-Es cuanto cabe -pensé-. ¿Cómo vienen al mundo
hombres tan brutos?
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Mi zamba no necesita
que le regalen espejo,
cuando se mira en mis ojos
me dice: ya tengo sueño.
Tengo una vaquita mansa,
la vaca más buena moza;
con el fondo de canela
y manchas de mariposa.
Una vez le regalé
un camisón de recuerdo,
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no la tremolara el viento.
Cuando las mujeres quieren
nadie las puede atajar,
porque esos no son caballos
que resisten un bozal.
Se cae la Magdalena,
la misma Virgen María;
todas las mujeres tienen
su resbalón de cotizas.
Sobre la yerba, la palma,
sobre la palma, los cielos,
sobre mi cabello yo,
y sobre mí, mi sombrero.
Que se vayan a los llanos
todos los doctores juntos,
para que prueben los pillos,
La punta de mi bejuco.
Es mi espejo un pozo de agua
y mi rancho una mata,
mi comida un merecure
y mi delirio una vaca.
Cuando ensillo mi caballo
y me fajo mi machete
no envidio la suerte a nadie,
ni aun al mismo Presidente.
Todo el que tiene dinero
tiene la sangre liviana,
aunque su padre sea un tigre
y su madre una caimana.
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y comiendo requesón.
Que se vengan para el Tuy
a jalar una escardilla;
a doblarse sobre un pico
para plantar la semilla.
Y no anden haciendo bulla
con un cuatro destemplao,
porque pueden tropezarse
con un ñáure encabullao.
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-¿Cómo?
-Yo no creo sino lo que tú dices; no siento sino lo que
tú sientes; y no quiero sino lo que tú quieres.
He ahí la mujer -me dije-; su mayor satisfacción es
encontrar quien la domine y la guíe en sus afectos y
creencias; y alzando la voz:
-Y debes odiar también lo que yo odie; porque no
concibo la vida en un término medio: o amar mucho u
odiar mucho; yo digo con Echegaray en Haroldo,
hablando de Dios:
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mañana es domingo:
se casa la pita
con un borriquito
de Juan Barrigón.
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-El templador.
-¿Y en Cucharito?
-La señora Segunda, la curiosa.
-Irá a buscar el templador.
-No puede ser, porque hoy están templando allá,
-Es verdad.
-Debe ser a llamar a la señora Segunda ¿Habrá un
enfermo en casa?
-No, no hay; a menos que haya caído después que
yo me vine.
-¡Quien sabe, dotor!
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-En La Villa.
-Es cierto; Enrique está allá.
Las pláticas de todos los cazadores son todas de este
tenor: se hace la genealogía de los perros; se recitan
historias de lances comprometidos, y se habla de las
escopetas.
A las tres nos pusimos en marcha: íbamos a tirar
unas váquiras, a la quebrada del mismo nombre.
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-¿Irás a verme?
-Sí.
-¿Cuándo?
-Al desocuparme.
-Te aguardo, pues.
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Pajarillo alegre
no hay como el gonzal,
que de día y de noche
siempre ha de cantar.
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-¿Por qué?
-Porque te lo exijo así.
-Pero yo no accedo. ¿Qué razones tienes para ello?
-Papá me ha reprendido duramente anoche; [221]
me ha hecho cargo por los galanteos de Méndez y yo -
que no sé decir mentiras- le he confesado que te amo.
Más valdría que nunca se me hubiera ocurrido
semejante cosa, porque ha sido peor.
-¿Qué te ha dicho.
-¿Para qué quieres saberlo?
-Deseo conocer el concepto que le merezco a mi tío
a ese respecto.
-No es bueno, te lo aseguro.
-Ya me lo figuraba... Y bien: es preciso pensar en
nosotros. Tigre se quedará aquí; tienes un falso en el
collar y ahí puedes poner un papel escrito,
despachándolo inmediatamente; por este medio me
comunicarás cualquier cosa que te ocurra, y por lo
demás, no te preocupes. ¡Si todo fuera vencer!
Luisa suspiró profundamente; una nube de
infinitas tristeza veló sus negras pupila, y comenzó a
llorar.
Ahora -me dije- es cuando te quiere, Carlitos; y me
paré rápidamente; le eché la pierna a la mula y salí sin
decirla adiós.
Mi tío, parado en el corredor, me gritaba:
-¡Así te despidas de un barranco!
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Estaba en la cárcel.
Mi ánimo, profundamente abatido, se sacudió con
violencia. No tenía derecho-como no tiene ningún
hombre-de acongojarme en la adversidad; la pasión
política, que no existía en mí, nació espontánea y
robusta, con todos sus fuegos y todos sus orgullos.
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-Y la besé de nuevo.
-Bésame más, Carlos; será la última vez...
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* * *
Dos meses después pasaba por la Casa Amarilla y
me sorprendió la presencia de Casiano con un
uniforme de general y Bartolo con el de el capitán.
Ambos estaban en la Guardia de Guzmán.
Mi tío Nicolás aún estaba preso; el isleño Quevedo
aseguraba que era responsable del crimen de Peonía
por el pleito de deslinde.
¡Tal es la sanción entre nosotros!
Días más tarde, la policía inquiría un acecino en
Curamichate y llevaba a la cárcel a todas la
incondicionales de aquella calle.
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FIN
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Aguacerito blanco.-Impertinente.
Amargo.-Aguardiente aromatizado con cáscara de
sidra, limón o sauce; con semilla de fruta-de-burro o
pimientilla; con hierbabuena o anís o malojillo. El
aroma le da nombre.
Amugar.-Se dice de las caballerías cuando en señal
de disgusto vuelven las orejas hacia atrás, casi hasta
pegarla al cuello.
Arepa.-Pan de maíz
Bolsones.-Alforjas.
Burro.-Especie de artesa de madera, donde se
ponen las cañas que han de entrar en los cilindros de
trapiche En los Estados Unidos lo llaman mesa.
Cabullera.-Cabullería.
Cacha-blanca.-Cuchillo grande y ancho con
empuñadura de hueso.
Camisón.-Se llama así el traje de la mujer, cuya
enagua está adherida al corpiño.
Casiragua.-Ratón silvestre.
Catire.-Rubio.
Coa.-Abertura practicada en la tierra para
depositar la semilla. También se denomina así la
siembra de un año.
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Zambe.-Aire de joropo.
Zoca.-El retoño de caña de azúcar: la segunda y la
tercera cosecha del fundo.
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