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¿Es la teoría una paquetería?

Silvia Bleichmar

en Revista Zona Erógena, Año III, Nro.12, Buenos Aires, 1992.

Que el emperador no lleva la camisa maravillosa que se le suponía no es gran


novedad, a esta altura, para nosotros. Y sin embargo la historia tiene sus bemoles.
Existen quienes se contentaran con la moraleja que enseña que el acceso a la
evidencia primera, capaz de ser capturada por una mente pura, infantil, no prejuiciosa,
develaría así, por encima de la reverencia deificante de la masa, plagada de intereses
espurios, una verdad que estuvo siempre ante los ojos de todos. Como toda develación
del enigma, esta abre más preguntas sin embargo que las que finalmente resuelve:
¿cuál fue el destino de los sastres que engañaron al emperador? O peor aun, ¿cual fue
el destino del emperador, habida cuenta de que lo que se puso al descubierto fue lo
fantasioso de una investidura de la cual su real cuerpo carecía? Y aún más: ¿es la
evidencia primera el hecho de que va desnudo, o la estupidez de quienes
obsecuentemente afirmaban que iba vestido? O incluso, ¿a qué necesidad, histórica,
social, obedecía la necesidad de sostener, empecinadamente, la materialidad de una
camisa inexistente y, al mismo tiempo, presente?

Contada en nuestra infancia, la historia venia a reafirmarnos el valor de la verdad, el no


sometimiento a cualquier tipo de poder que pretendiera constreñir nuestra capacidad
de pensar, lo insubordinable del derecho a no alienarnos en el pensamiento instituido,
y, como si fuera poco, nos rescataba narcisísticamente del enjuiciamiento de
ignorantes al cual pretendían condenarnos maestros obtusos o pedagogos crueles. La
esperanza estaba en los niños, "que siempre dicen la verdad", proponiéndose entonces
como ideales del yo no solo una practica de la verdad sino una real actitud epistémica.

No someterse a la opinión, devenir "enemigos del pueblo", en el sentido mismo que


Ibsen otorgara a la expresión, propuesta para mentes científicas en ciernes y para
hombres libres que algún día accederíamos a conducir nuestro destino y a relevar a
nuestros padres de todas las injusticias y miserias a las cuales los poderes los habían
sometido desde el fondo de una historia que nunca, como entonces, se había revelado
tan esplendorosa en su futuro.

Las grandes utopías del siglo fundamentaban la actitud epistemológica que constituyo
a gran parte de los sectores más lucidos de la inteligencia del siglo. Había que arrancar
no sólo a la naturaleza sus secretos, sino a la historia, a la política, a la dinámica de la
cultura; conocer el secreto y transformar el objeto constituyendo el sostén ideológico,
espontáneo, que guía la acción.

En ese marco se producen las grandes revoluciones científicas que heredamos. Freud
produciendo modelos, modelos metapsicológicos en revisión permanente:
descartables, sustituibles, equiparables, pero, sobre todo, modelos "para usar", para
aprehender de un modo fecundo las relaciones internas que constituyen un objeto que
tiene la virtud de sustraerse cada vez que la red conceptual lo aprehende en sus redes.
Modelos de interés teórico-clínico, dando cuenta permanentemente de las fallas de una
teoría que nunca se considera completa, que es constantemente contrastada -en
términos de Popper-, falsada, es decir sometida a observaciones que la desconfirman.
Así, a la teoría de la seducción se sustituye la teoría de la fantasía, de la sexualidad
infantil, a la primera tópica la reinscripción de la segunda tópica, al ideal de curación
absoluto el descubrimiento de la compulsión de repetición y su conceptualización en
pulsión de muerte.

Lo que los filósofos de la ciencia no entendieron, cuando consideraron al psicoanálisis,


junto al marxismo como pseudociencias, era que ni una ni otra eran "teorías" que al ser
contrastadas por los hechos debían ser juzgadas por los propios creyentes, por la
propia comunidad que las sostiene, y, en virtud de ello, abandonadas, sino que se
trataba de verdaderos continentes científicos, de nuevas regiones del conocimiento
-como las concibiera Althusser en los años 60-, y, a partir de ello, intrateoricamente
falsables, vale decir sometidas en sus paradigmas a pruebas empíricas corroborables
intra-campo capaces de inaugurar transformaciones de paradigmas y de dar lugar a
sustituciones y mutaciones sin que el objeto mismo desapareciera por ello.

Es indudable que nadie puede plantear hoy al psicoanálisis como una teoría unificada
pero que no admite contrastación de los hechos. En el psicoanálisis, al igual que en la
física o en la biología contemporáneas, coexisten diversos paradigmas centrales que
dividen a la comunidad científica e inauguran propuestas a ser seguidas por quienes se
adscriben en una u otra dirección. Sin embargo, y pese a ello, es insoslayable para
cualquier teoría que se precie de psicoanalítica el sostenimiento del inconciente como
objeto de partida y la materialidad que lo constituye por relación a la sexualidad infantil.
Ejes centrales de la obra freudiana, fundacionales de una nueva ciencia, las diversas
teorías constituidas como "escuelas" han reformulado de uno u otro modo paradigmas
intrateóricos a partir de los descubrimientos de base. Que el kleinismo haya puesto el
acento en la pulsión, en su encarnamiento radical, y el lacanismo haya pivoteado
acerca de un espiritualismo deseante cuya materialidad significante se juega en el
espacio discursivo, no ponen en riesgo, en sentido extenso, el reconocimiento del
inconciente en tanto objeto material -en el sentido estricto, no sustancial-, punto de
partida de toda acción practica, y en la apertura a una mirada acerca de que lo
específicamente humano se instaura en el orden de su no reducción a las funciones
biológico-adaptativas sino a un desgajamiento esencial y en contradicción con el
mundo natural, autoconservativo.

Una definición del objeto, y un modo de aprehenderlo en su procesamiento mismo,


como "cosa en sí" a ser capturada en la red conceptual, en esto radica la cuestión
básica de la cientificidad del psicoanálisis. Abierto a un campo nuevo de fenómenos
existentes pero inaprehensibles hasta su inauguración por Freud a principios de siglo,
la cuestión que resta abierta es si las escuelas pueden sostener intrateoricamente sus
paradigmas de base y someterlos a la prueba de la clínica. El dogmatismo no es
entonces sino la otra cara de la fragilidad misma a la cual las teorías psicoanalíticas
quedan libradas cuando no someten sus formulaciones a "programas de investigación"
(para retomar la propuesta expresada por Lakatos a partir de los 70).
El empirio-clinicismo, falsa salida del dogmatismo.

En un texto de reciente aparición, Pierre Bordieu analiza la situación actual de los


intelectuales en el marco de una degradación del pensamiento que tiende a la
restauración cultural -con todas las connotaciones regresivas que esto impone-: "El
mundo intelectual, en la actualidad, es el centro de una lucha destinada a producir y a
imponer 'nuevos intelectuales', por lo tanto, una nueva definición de lo que es ser un
intelectual y del rol político de la filosofía y del filósofo, de ahora en más comprometidos
en los debates vagos de una filosofía política sin tecnicidad, de una ciencia social
reducida a una politología de la campaña electoral y a un comentario sin análisis de los
sondeos comerciales sin método. Platón tenia una palabra magnifica para toda esta
gente: 'doxosofo': este 'técnico de la opinión' que se cree sabio' presenta los problemas
de la política en los términos mismos en que se los formulan los hombres de negocios,
los hombres políticos y los periodistas políticos (es decir, exactamente, todos aquellos
que se pueden pagar los sondeos...).

Las similitudes con el psicoanálisis están a la vista: que ocurre hoy al respecto?:
mientras un sector se dedica a debates vagos, dogmáticos y reiterativos acerca de
cuestiones que no pueden dar cuenta de la practica y que operan circulando
simplemente como valores de status y consumo, reproduciendo la pirámide del poder
en una marginalidad que se nutre de las migajas económicas que al poder real se le
escapan, otra corriente, por su parte, comienza a proponer una renuncia a la teoría en
una reificación de la clínica concebida como campo del cual surge un conocimiento
"inmanente", algo así como una suerte de segregación de la sabiduría de la cosa a ser
captada directa y desprejuiciadamente por la mente del conocedor.
Ante un dogmatismo severamente golpeado por sus propios fracasos clínicos y por sus
imposibilidades de generar nuevos conocimientos, la propuesta empirioclinicista
deviene seductora para quienes se hartan de un teoricismo infecundo y desligado de
los problemas reales que enfrentan. La clínica deviene entonces "soberana", no para la
resolución concreta del sufrimiento singular, lo cual seria indiscutible, sino en tanto
fuente autonomizada de sabiduría y respuesta a los enigmas que a ella misma se
ofrecen.
Un eclecticismo pragmático se entroniza en tanto modelo, ideal del yo de los
psicoanalistas, en una rápida homologación confusa entre "amplitud de criterios",
"respeto por el pensamiento del otro", y conciliación conceptual vacua; determinado
esto en gran parte no por el deseo de hacer progresionar el programa de investigación
propuesto sino de generar condiciones políticas y subordinación mutua de las
voluntades al servicio de alianzas económicas o de prestigio que anulen las diferencias
teórico-clínicas de partida.

Esto no se reduce al campo analítico en su interioridad. Se escucha formular, de


diversos modos, que debemos incorporar otras técnicas o incluso retomar la esperanza
biológica, o aún recurrir a una interdisciplinariedad, la cual parece inscribirse en el
horizonte mítico de resolución de nuestras falencias: juntemos muchas disciplinas,
muchos campos de conocimiento, y de ese modo convocante enfrentemos nuestras
dificultades a partir de una ilusión totalizante que, sabemos -porque ya se ha operado
esto en el pasado-, sólo vendrá a permitir el encubrimiento obturante de las miserias
vigentes -de uno y otro lado-, y a cerrar los interrogantes intrateóricos no resueltos en
una derivación esterilizante de las cuestiones fundacionales.

Al enunciado de la soberanía de la clínica se añade entonces el relativismo científico: el


psicoanálisis es concebido como "una practica más", como una "perspectiva entre
otras". Se da así un salto fenomenal del autoritarismo homogeneizante, del solipsismo
de un discurso incapaz de tener en cuenta los desarrollos científicos de su tiempo, a
una acientificidad radical: ya no existen ni paradigmas intrateóricos a la búsqueda de la
verdad ni campos del conocimiento constituidos, solo "expertos", apropiados de un
saber practico que, sumado a otros, puede transformar al objeto sin que sus misterios
hayan sido develados, o aún sospechados.

Sin embargo, no es la realidad "percibida" o "intuida" la que justifica la


interdisciplinariedad, sino los problemas que en su interior se plantean. De no
adoptarse este punto de vista, la interdisciplinariedad deviene una indiferenciación,
como lo ha subrayado José Antonio Castorina en múltiples ocasiones: "La
interdisciplinariedad enfrenta también las dificultades que emanan de las luchas
simbólicas en los espacios sociales, e incluso un obstáculo epistemológico como la
hegemonía de una disciplina, podría leerse desde esta perspectiva. Con frecuencia, los
científicos y los profesionales creen que los intercambios entre las disciplinas no están
influidos por la significación que ellos adquieren en el cuerpo social. Consideran que
una producción de conocimientos en equipo, respetuosa de los criterios metodológicos,
puede alcanzar una "neutralidad valorativa" y los protege de los intereses corporativos
o de las luchas de poder. Pero muchas veces, en los equipos interdisciplinarios bajo la
apariencia de la colaboración científica, se efectivizan la hegemonía de un sector
profesional o científico” .

El intercambio científico entre diversas disciplinas, agreguemos, esta también


determinado por el orden de cientificidad que rige cada uno de los campos en cuestión.
Hace a los problemas limítrofes, por un lado, de las intervenciones que se proponen en
la praxis, y a los problemas epistemológicos comunes, por otro, que se plantean en la
resolución de las cuestiones a ser abordadas en el marco de las definiciones del
objeto-formal-abstracto que determina el campo de pertenencia de cada una.

La garantía de cientificidad del intercambio esta dada por el avance intrateórico de las
disciplinas en cuestión, por su capacidad de resolver sus propios problemas internos, y
por el reconocimiento, a partir de delimitar claramente sus problemáticas, de los limites
que su propio accionar proporciona. Es imposible que de la confusión surja la verdad, y
esto es una ley tanto en el interior del psicoanálisis como del encuentro del
psicoanálisis con otros campos del conocimiento.

Volvamos a algunas cuestiones iniciales. Los niños que denuncian que "el emperador
no tiene camisa", no sólo dan cuenta de un dato empírico, sino de una teoría acerca de
que "aquello que no se ve no existe". En este caso, y para delicia de la formación de
una ética de la verdad en nuestra infancia, la teoría se correlaciona con una verdad
material. Pero sabemos de lo peligrosa que puede resultar esta ingenuidad cuando se
intenta aludir con ella al conocimiento científico; planteo llevado en ciertas épocas
hasta el absurdo, en una reducción de lo material a lo sustancial, del tipo de aquel con
el cual hemos tenido que lidiar ante el pedido de determinación de la localización
anatómica del inconciente.

Si el emperador no tenía camisa y había quienes lo justificaban, la verdad no se


reducía a la inexistencia de la vestidura sino al develamiento de la necesidad de la
creencia en su existencia. Y, una vez develada la primera, era indudable que habría
quienes seguirían insistiendo, nostálgicamente, en que se equivocaban aquellos que
no reconocían la existencia material e invisible, al mismo tiempo, de la misma.

Las revoluciones científicas se producen, como dice el historiador Hobsbawm en "La


era del imperio", no cuando se descubren hechos nuevos, aunque esto ciertamente
ocurra, sino cuando se abre la posibilidad de reconsiderar ciertos paradigmas. De lo
que se trata es de dejar de investigar teorías que permitan explicar por que las ropas
del emperador son esplendidas e invisibles al mismo tiempo, y esta cuestión "práctica"
no se resuelve desde la empiria.
Lo que está acá en juego, como plantea Enrique Mari en su breve y fecundo texto
sobre Althusser es una nueva problemática, dado que los modos de ver, que tienen los
ojos fijos en antiguas preguntas, siguen relacionando a estas preguntas con sus
nuevas respuestas en razón de que siguen enlazados al antiguo horizonte donde no
son "visibles" los nuevos problemas. Es desde allí entonces que la ciencia no puede
plantarse problemas sino en el terreno y el horizonte de una estructura teórica definida,
lo que organiza su modo de planteamiento en un momento dado.

La acumulación indecorosa -obscena, podríamos decir a esta altura del psicoanálisis-,


de anomalías en el interior de una teoría, precipita un cambio de paradigma, diría
Kuhn. Pero estas anomalías no son los hechos en sí mismos, sino las hipótesis ad-hoc
que los científicos se ven obligados a emplear para enfrentar la confrontación con estos
hechos que los someten al fracaso.

¿Es la teoría una paquetería?

Sabemos de la crisis en la que se ve embarcado el psicoanálisis: crisis teórica y crisis


de la clínica. Crisis que no se reduce a los últimos años, ya que es de larga data que
nos interrogamos sobre nuestra acción y sus límites. Pero, a diferencia de lo que
ocurre con la obra de Freud, y con ciertos desarrollos post-freudianos, en la cual cada
fracaso lleva a reconceptualizaciones constantes y a modificaciones paradigmáticas,
parecería que teoría y clínica han tomado sus propios caminos. El agotamiento del
dogmatismo reiterativo podría conducir a un desprecio y una renegación de la teoría,
en particular bajo la influencia del empirio-clinicismo, como lo señala Laplanche en los
Nuevos Fundamentos: "El imperialismo pretendidamente clínico esta en su apogeo [al
menos en Francia y, como ocurre con esto generalmente, de modo residual y
dependiente, lo veremos ir instalándose progresivamente en nuestro país al calor de la
consigna generalizada de "muerte a las ideologías"] ningún texto, ningún coloquio pasa
la barrera de esta censura si no se recubre de algunos oropeles de observación. Ya no
se concibe que la experiencia pueda impregnar la teoría, que la teoría sea ella misma
experiencia, que haya una practica teórica; se confunde, simplemente, experiencia y
empirismo”.

He hache la cuestión clave: no confundir experiencia y empirismo. Hemos pugnado,


durante años, por someter a caución las formulaciones psicoanalíticas que propician
una disociación entre la teoría y la clínica, por otorgar fundamentos a nuestro accionar
clínico y por concebir a la teoría como lugar de reformulación que permita abarcar los
nuevos fenómenos a los cuales nos vemos confrontados.

Desde esta perspectiva es que mis desarrollos personales se orientan en la dirección


de ofrecer una reformulación meta psicológica de lo originario con las consecuencias
que esto trae aparejado para la clínica de niños y de someter, en este movimiento, la
metapsicología a la prueba de la clínica. Ello se sostiene en una serie de premisas
conceptuales que se revelan, en nuestra opinión, cada vez más fecundas y de
alcances ordenadores insospechados de partida. Se trata no de seguir sumando las
riquezas y miserias teóricas y clínicas que enmarcan nuestra práctica sino de un
cambio general de perspectiva en la aprehensión del campo de la constitución del
sujeto psíquico.
Que hay cierto agotamiento de los paradigmas anteriores no hay duda. Por un lado, la
propuesta genético-evolucionista se ha revelado infecunda y es responsable, en gran
parte, de la inoperancia ante fracasos de la constitución psíquica operados bajo la
mirada de analistas que no pueden desprenderse del prejuicio "madurativo". Para ser
más claros: que el aparato psiquico se constituya en la infancia en tiempos definidos
por los destinos de pulsión, ordenados alrededor de la represión originaria y destinados
al apres-coup, no es una cuestión menor del psicoanálisis de niños. Ello hace a la
comprensión de los fracasos de las estructuras segundas y por ende a otorgar algún
tipo de racionalidad a los procesos lógicos de constitución del la inteligencia. Fracasos
que han hecho perder anos valiosísimos a terapeutas que han visto, luego de
tratamientos reeducativos propiciados a lo largo del tiempo, la emergencia de formas
francamente psicóticas, en la pubertad, de niños diagnosticados en los primerísimos
anos de vida como trastornos del desarrollo a partir de fallas del lenguaje, de la
temporalidad o de la espacialidad.

Es en razón de esto que hemos insistido ampliamente en diferenciar entre trastorno y


síntoma, entre inhibición y fracaso de los prerrequisito que hacen a la constitución de la
inteligencia. Un trastorno fonatorio debe ser cuidadosamente distinguido de un
trastorno estructural del lenguaje, en razón de que este ultimo expresa, claramente,
una falla en la constitución del sujeto psiquico (de sus coordenadas espacio-
temporales: de la persona y el tiempo verbales, de la ubicación espacial del cuerpo en
tanto representación ordenadora...). Una inhibición para el aprendizaje, secundaria a
un síntoma neurótico, debe ser diferenciada de una imposibilidad lógica que da cuenta
del fracaso de constitución del proceso secundario, en tanto apertura hacia la
negación, la disyunción, la contradicción.

Del lado del estructuralismo, el agotamiento viene por la infecundidad de una clínica
que, habiendo abierto de inicio grandes cuestiones centrales para el cercamiento
fundacional a lo originario, no puede desatraparse del formalismo y termina, en última
instancia, haciendo tabla rasa con los tiempos históricos y propiciando una migración
de la estructuración singular y de los contenidos presentes en el inconciente infantil
hacia sus determinantes parentales tomados como único referencial posible.

Ello nos ha conducido a replantear un posicionamiento de "lo infantil" por relación al


inconciente y, al mismo tiempo, ha propulsado la búsqueda de la determinación de los
tiempos de infancia como tiempos de estructuración abriendo una diferenciación de las
condiciones edípicas, de partida, y los modos de emergencia deseante del niño en la
especificidad singular del psiquismo en estructuración determinación metabólica, no
homotécica del inconciente infantil, por relación al deseo materno y a la función de
normalización de la represión a partir de las prohibiciones del autoerotismo y del Edipo,
todo esto hace a "la tarea practica".

Que de ello podamos establecer una redefinición del objeto no es cuestión menor. La
relación objeto-método esta en la base de la cuestión teórico-clínica, y una clínica
fecunda deberá caracterizarse por "direcciones de ajuste" cada vez mayores entre el
objeto a transformar, en su especificidad, y el método que posibilita su abordaje. Objeto
no existente desde los orígenes de la vida, el inconciente, y en razón de ello
obligándonos a cercar sus movimientos constitutivos, sus posicionamientos tópicos y
sus relaciones posibles en los destinos del sujeto.

A partir de esto, para que el horizonte de la clínica se amplíe, es necesario sostener


desde un nuevo punto la mirada. Volver a la meta psicología freudiana y retrabajarla en
sus fundamentos; reinscribir, no ecléctica mente, los aportes de las grandes corrientes
teóricas que propiciaron a lo largo del siglo una acumulación de conocimientos cuyo
ordenamiento no es sencillo.
Solo si la teoría fuera una "envoltura", algo de lo cual los hechos se desembarazan
para vestirse de nuevos ropajes -celofán o metálico, poco importa-, podría ser
concebida como una "paquetería". Pero el hecho mismo, en psicoanálisis, no es lo
fáctico: en la subjetividad es la inscripción del acontecimiento en su entramado
especifico -tal como Freud definió al traumatismo-, es lo histórico-vivencial, y no lo que
pura y simplemente ocurrió; en la teoría, el hecho es "el objeto en sus relaciones
determinantes-determinadas", y, en razón de ello, lo concreto no es lo dado, sino lo
construido en la aprehensión conceptual de la cosa.

No hay algo en común en esta vieja propuesta que retorna en psicoanálisis, de reducir
la práctica a una subordinación a la realidad misma propiciando, desde un ángulo
restaurador, pragmático, una renegación de lo más fecundo de nuestro pensamiento
teórico, con aquella otra renuncia que se nos intenta imponer desde otro ángulo bajo la
excusa de un cierto realismo, de resignar toda esperanza de conducir nuestros propios
conocimientos y junto a ello la racionalidad que pretendemos otorgarle, pese a todo, a
nuestro accionar practico en el plano más vasto de la Historia?

Concebir a la teoría como una paquetería, como algo superfluo, lujoso, de lo cual
desprendernos, seria entonces sumirnos a nosotros mismos en la condena a una
miseria intelectual irredimible; doble destino empobrecido de intelectuales de un
continente científico empobrecido, en el marco de un país empobrecido, capaces sólo
de ofrecernos como factoría de los imperios tecnocráticos a cuyas formulaciones de
base quedaríamos sometidos.

reeditado en: http://www.silviableichmar.com/articulos/actualizDoc4.htm

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