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Silvia Bleichmar
Las grandes utopías del siglo fundamentaban la actitud epistemológica que constituyo
a gran parte de los sectores más lucidos de la inteligencia del siglo. Había que arrancar
no sólo a la naturaleza sus secretos, sino a la historia, a la política, a la dinámica de la
cultura; conocer el secreto y transformar el objeto constituyendo el sostén ideológico,
espontáneo, que guía la acción.
En ese marco se producen las grandes revoluciones científicas que heredamos. Freud
produciendo modelos, modelos metapsicológicos en revisión permanente:
descartables, sustituibles, equiparables, pero, sobre todo, modelos "para usar", para
aprehender de un modo fecundo las relaciones internas que constituyen un objeto que
tiene la virtud de sustraerse cada vez que la red conceptual lo aprehende en sus redes.
Modelos de interés teórico-clínico, dando cuenta permanentemente de las fallas de una
teoría que nunca se considera completa, que es constantemente contrastada -en
términos de Popper-, falsada, es decir sometida a observaciones que la desconfirman.
Así, a la teoría de la seducción se sustituye la teoría de la fantasía, de la sexualidad
infantil, a la primera tópica la reinscripción de la segunda tópica, al ideal de curación
absoluto el descubrimiento de la compulsión de repetición y su conceptualización en
pulsión de muerte.
Es indudable que nadie puede plantear hoy al psicoanálisis como una teoría unificada
pero que no admite contrastación de los hechos. En el psicoanálisis, al igual que en la
física o en la biología contemporáneas, coexisten diversos paradigmas centrales que
dividen a la comunidad científica e inauguran propuestas a ser seguidas por quienes se
adscriben en una u otra dirección. Sin embargo, y pese a ello, es insoslayable para
cualquier teoría que se precie de psicoanalítica el sostenimiento del inconciente como
objeto de partida y la materialidad que lo constituye por relación a la sexualidad infantil.
Ejes centrales de la obra freudiana, fundacionales de una nueva ciencia, las diversas
teorías constituidas como "escuelas" han reformulado de uno u otro modo paradigmas
intrateóricos a partir de los descubrimientos de base. Que el kleinismo haya puesto el
acento en la pulsión, en su encarnamiento radical, y el lacanismo haya pivoteado
acerca de un espiritualismo deseante cuya materialidad significante se juega en el
espacio discursivo, no ponen en riesgo, en sentido extenso, el reconocimiento del
inconciente en tanto objeto material -en el sentido estricto, no sustancial-, punto de
partida de toda acción practica, y en la apertura a una mirada acerca de que lo
específicamente humano se instaura en el orden de su no reducción a las funciones
biológico-adaptativas sino a un desgajamiento esencial y en contradicción con el
mundo natural, autoconservativo.
Las similitudes con el psicoanálisis están a la vista: que ocurre hoy al respecto?:
mientras un sector se dedica a debates vagos, dogmáticos y reiterativos acerca de
cuestiones que no pueden dar cuenta de la practica y que operan circulando
simplemente como valores de status y consumo, reproduciendo la pirámide del poder
en una marginalidad que se nutre de las migajas económicas que al poder real se le
escapan, otra corriente, por su parte, comienza a proponer una renuncia a la teoría en
una reificación de la clínica concebida como campo del cual surge un conocimiento
"inmanente", algo así como una suerte de segregación de la sabiduría de la cosa a ser
captada directa y desprejuiciadamente por la mente del conocedor.
Ante un dogmatismo severamente golpeado por sus propios fracasos clínicos y por sus
imposibilidades de generar nuevos conocimientos, la propuesta empirioclinicista
deviene seductora para quienes se hartan de un teoricismo infecundo y desligado de
los problemas reales que enfrentan. La clínica deviene entonces "soberana", no para la
resolución concreta del sufrimiento singular, lo cual seria indiscutible, sino en tanto
fuente autonomizada de sabiduría y respuesta a los enigmas que a ella misma se
ofrecen.
Un eclecticismo pragmático se entroniza en tanto modelo, ideal del yo de los
psicoanalistas, en una rápida homologación confusa entre "amplitud de criterios",
"respeto por el pensamiento del otro", y conciliación conceptual vacua; determinado
esto en gran parte no por el deseo de hacer progresionar el programa de investigación
propuesto sino de generar condiciones políticas y subordinación mutua de las
voluntades al servicio de alianzas económicas o de prestigio que anulen las diferencias
teórico-clínicas de partida.
La garantía de cientificidad del intercambio esta dada por el avance intrateórico de las
disciplinas en cuestión, por su capacidad de resolver sus propios problemas internos, y
por el reconocimiento, a partir de delimitar claramente sus problemáticas, de los limites
que su propio accionar proporciona. Es imposible que de la confusión surja la verdad, y
esto es una ley tanto en el interior del psicoanálisis como del encuentro del
psicoanálisis con otros campos del conocimiento.
Volvamos a algunas cuestiones iniciales. Los niños que denuncian que "el emperador
no tiene camisa", no sólo dan cuenta de un dato empírico, sino de una teoría acerca de
que "aquello que no se ve no existe". En este caso, y para delicia de la formación de
una ética de la verdad en nuestra infancia, la teoría se correlaciona con una verdad
material. Pero sabemos de lo peligrosa que puede resultar esta ingenuidad cuando se
intenta aludir con ella al conocimiento científico; planteo llevado en ciertas épocas
hasta el absurdo, en una reducción de lo material a lo sustancial, del tipo de aquel con
el cual hemos tenido que lidiar ante el pedido de determinación de la localización
anatómica del inconciente.
Del lado del estructuralismo, el agotamiento viene por la infecundidad de una clínica
que, habiendo abierto de inicio grandes cuestiones centrales para el cercamiento
fundacional a lo originario, no puede desatraparse del formalismo y termina, en última
instancia, haciendo tabla rasa con los tiempos históricos y propiciando una migración
de la estructuración singular y de los contenidos presentes en el inconciente infantil
hacia sus determinantes parentales tomados como único referencial posible.
Que de ello podamos establecer una redefinición del objeto no es cuestión menor. La
relación objeto-método esta en la base de la cuestión teórico-clínica, y una clínica
fecunda deberá caracterizarse por "direcciones de ajuste" cada vez mayores entre el
objeto a transformar, en su especificidad, y el método que posibilita su abordaje. Objeto
no existente desde los orígenes de la vida, el inconciente, y en razón de ello
obligándonos a cercar sus movimientos constitutivos, sus posicionamientos tópicos y
sus relaciones posibles en los destinos del sujeto.
No hay algo en común en esta vieja propuesta que retorna en psicoanálisis, de reducir
la práctica a una subordinación a la realidad misma propiciando, desde un ángulo
restaurador, pragmático, una renegación de lo más fecundo de nuestro pensamiento
teórico, con aquella otra renuncia que se nos intenta imponer desde otro ángulo bajo la
excusa de un cierto realismo, de resignar toda esperanza de conducir nuestros propios
conocimientos y junto a ello la racionalidad que pretendemos otorgarle, pese a todo, a
nuestro accionar practico en el plano más vasto de la Historia?
Concebir a la teoría como una paquetería, como algo superfluo, lujoso, de lo cual
desprendernos, seria entonces sumirnos a nosotros mismos en la condena a una
miseria intelectual irredimible; doble destino empobrecido de intelectuales de un
continente científico empobrecido, en el marco de un país empobrecido, capaces sólo
de ofrecernos como factoría de los imperios tecnocráticos a cuyas formulaciones de
base quedaríamos sometidos.