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Realidad Nacional

Universidad Nacional de Ingeniería Realidad Nacional, Constitución y Derechos Humanos

Constitución y Derechos
Humanos

PANORAMA PERUANO DESDE LA


SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX
Semana 2 – 2018 2

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Conjunto de mujeres y hombres de la danza Wallatas de Mario Testino, (2010). Comunidades


de Willoc y Patacancha, distrito de Ollantaytambo, provincia de Urubamba, Cusco - Perú.

UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERÍA


Facultad de Ingeniería Industrial y de Sistemas
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PANORAMA PERUANO DESDE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

El propósito del presente es destacar algunas “pistas” importantes para tratar de comprender el
complejo proceso de construcción del Estado en el Perú durante el siglo XX, a partir de dos
tensiones básicas:

1. La primera tensión es la que se expresa entre los intentos por construir un poder central
(el Estado como arena de resolución de conflictos) y la persistencia de los privilegios de
los poderes privados.

2. La segunda tensión se manifiesta en la pugna de los sectores sociales excluidos para abrir
el sistema y ampliar la base ciudadana del Estado (conquista de derechos) y el esfuerzo
de las elites que controlan el aparato estatal para incorporar —sólo segmentadamente—
a ciertos sectores sociales al sistema político.

En lo posible, se evita caer en dicotomías que puedan reducir el análisis, como la que
separa lo nacional-popular de lo nacional-estatal.1 Prefiero ubicar mi perspectiva en el
entendimiento de que la sociedad y el Estado son partes de una misma relación. En esta línea
argumentativa se ubica, por ejemplo, el trabajo de David Nugent2 quien, después de hacer una
revisión bibliográfica sobre el tema del Estado, señala que las relaciones entre éste y la sociedad
hay que entenderlas como compuestas tanto por la cooperación como por el conflicto, y no sólo
por la permanente oposición.

Una aplicación de este modo de entender las relaciones recíprocas de las clases
subalternas y el Estado es la que nos ofrece Viviane Brachet quien, utilizando el concepto de
“pacto de dominación”,3 logra una interesante relectura del proceso político mexicano, cuestiona
el análisis hegemónico que consiste en afirmar que el Estado siempre ha poseído la iniciativa en
el tema de las reformas a aplicar y revela el papel principalísimo que han cumplido las clases
subalternas en la definición de las políticas estatales. En consecuencia, el Estado y la sociedad
interactúan permanentemente y ayudan a transformarse y a constituirse; no se les puede
entender por separado.

De una manera algo forzada, se puede afirmar que el proceso del Estado peruano en el
siglo XX tiene algo de paradójico: ha vuelto al punto donde comenzó, es decir, el del manejo
privatizado del poder. Si bien en el largo período que comprende un siglo las clases subalternas
conquistaron espacios a manera de oleadas —o de “incursiones democratizadoras”, como
prefiere denominar Sinesio López4 a las conquistas democráticas de las clases populares—,
desde los años ochenta, luego de más de una década de violencia política, crisis económica y
ciertos grados de descomposición social, la sociedad peruana se encuentra exhausta y con
capacidad de resguardar sólo lo que le resulta urgente e imprescindible, especialmente
actividades ligadas a la supervivencia.

En ese contexto es relativamente explicable que ciertos derechos civiles y sociales —


vulnerados por el régimen autoritario del ingeniero Alberto Fujimori (1990-2000) — no sean
considerados por los sectores mayoritarios como “artículos de primera necesidad” y el manejo
privatizado del Estado haya tenido carta libre.

1
Portantiero, Juan Carlos: “Lo nacional-popular y la alternativa democrática en América Latina”, en Henry Pease et. al.: América Latina 80:
democracia y movimiento popular, Lima, 1981.
2
Nugent, David: “Building the State, making the nation: the bases and limits of State centralization in modern Peru”, en American
Anthropologist, Vol. 96, núm. 2, junio, 1994.
3
Brachet, Viviane: El pacto de dominación. Estado, clase y reforma social en México (1910-1995). México, 1996.
4
López Jiménez, Sinesio: Ciudadanos reales e imaginarios: concepciones, desarrollo y mapas de la ciudadanía en el Perú. Lima, 1997.

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El proceso del Estado nacional: aspectos teóricos generales

Históricamente, la consolidación del Estado nacional es producto de un proceso sumamente


largo. Ha sido usual que, teniendo como referentes clásicos a los procesos formativos de los
estados nacionales europeo-occidentales, los estudios historiográficos se hayan caracterizado
por establecer cortes temporales en los grandes momentos de la historia: Antigüedad,
Feudalismo, Época Moderna. La consecuencia de esta estrategia metodológica es que dejó
rezagada de los análisis la profunda vinculación que existe entre esas etapas en los momentos
transicionales.

En este sentido, Perry Anderson5 es un renovador en la manera de entender el proceso


formativo del Estado en Europa. Su análisis parte del estudio del mundo antiguo para poder
iluminar la manera cómo surgió el feudalismo que, a pesar de ser distinta a la época anterior, no
significó una ruptura radical y sin herencia. De igual modo, Anderson analiza la transición
ocurrida entre la crisis del feudalismo y la aparición del Estado Absolutista. El mencionado autor
parte de la premisa metodológica siguiente: que no hay un tiempo homogéneo en la aparición,
desarrollo y crisis del Absolutismo, sino que las variaciones pueden explicarse en función de
cada entorno nacional, aun cuando exista un patrón básico que singularice a dicho Estado.6

La importancia que asume el estudio del Estado para Anderson consiste en que es en él,
en tanto representante por excelencia de lo político, donde se resuelven las contradicciones entre
las clases. En otras palabras, no se trata de privilegiar sólo una historia “desde abajo” que se
centralice en las luchas de las clases sociales por conquistar el dominio; se hace necesario
también el estudio “desde arriba” para tener una imagen completa de los procesos históricos.

En la misma línea argumentativa, Arno Mayer7 estudia el proceso contradictorio que dio
paso a la sociedad moderna, para lo cual parte de tres premisas. La primera es que las dos
guerras mundiales del siglo XX están íntimamente ligadas, constituyendo lo que llama la Guerra
de los Treinta Años. La segunda es que la Gran Guerra (1914-1918) fue producto del intento del
Antiguo Régimen por mantenerse con vida frente a la sociedad moderna e industrial, capitalista
en suma. La tercera, y más importante, es que el Antiguo Régimen “era totalmente preindustrial
y preburgués”. Con ello, Mayer desea demostrar que el Antiguo Régimen persistió hasta bien
entrado el siglo XX, contradiciendo a la mayoría de estudios historiográficos que señalaban que
había sido eliminado definitivamente en 1789. El tema es, pues, las modalidades que ocurren en
las transiciones de una organización económica, política y social a otra. De lo que se trata es de
entender el proceso constitutivo del Estado en momentos de transición de un ordenamiento
social a otro.

Michael Mann8 señala que son cuatro las actividades principales del Estado: mantener
el orden interno, la guerra externa, mantener la infraestructura de comunicaciones y la
redistribución económica. Si bien éstas pueden ser emprendidas tanto por la sociedad entera
como por grupos de interés, quien más eficazmente las emprende es el personal de un Estado
central. Ello permite al Estado comprometer a grupos no sólo distintos sino incluso
contrapuestos, pudiendo oponerlos para mantener cierto nivel de autonomía con respecto a
ellos. Dicha característica es más visible en lo que Mann llama “Estado transicional”, ubicado en
medio de “profundas transformaciones económicas de un modo de producción a otro”. En esta
situación no existe una clase económica dominante, y el Estado tiene la posibilidad de enfrentar
a los grupos emergentes contra los tradicionales.

El elemento que define al Estado nación, siempre según Mann, es su naturaleza


“institucional, territorial, centralizada”. Además, el Estado combina formas de poder —

5
Anderson, Perry: Transiciones de la antigüedad al feudalismo. México, 1982.
6
Anderson, Perry: El Estado absolutista. México, 1980.
7
Mayer, Arno: La persistencia del Antiguo Régimen. Madrid, 1984.
8
Mann, Michael: “El poder autónomo del Estado: sus orígenes, mecanismos y resultados”, en Michael Mann y Chris Wickham: La autonomía
relativa del Estado, Cuadernos de Ciencias Sociales, núm. 59, Costa Rica, 1993.

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económico, militar e ideológico— presentes en todas las relaciones sociales. No obstante, sólo el
Estado está centralizado con respecto a “un territorio delimitado sobre el que tiene el poder
autoritario”. El Estado se constituye tanto en un lugar central como con un alcance territorial
unificado. De aquí deviene el poder autónomo estatal, pues tiene un campo de acción territorial
distinto al de las clases. Por otro lado, la centralización territorial permite al Estado la
movilización del poder para el desarrollo social.

Respecto al carácter evolutivo del Estado, Mann señala que los Estados-naciones que
conocemos ahora no son un producto del capitalismo (ni del feudalismo), sino el resultado “de
la manera en que los Estados preexistentes dieron fronteras normativas a las expansivas,
emergentes, relaciones capitalistas”.9 La evolución sostenida desde la época medieval hasta la
moderna es decisiva para entender las transformaciones modernizadoras y en nuestro tiempo
lo es la relación existente entre los estados nacionales y el sistema mundial, especialmente en
cuanto a los problemas de la centralización y la territorialización.

La alfabetización constituye otro elemento presente en la conformación del Estado.


Tomando como referencia las primeras etapas de la alfabetización en Mesopotamia (aunque no
se trate de un caso único y aislado, sino seguramente repetible) Mann señala que se dio primero
al interior del Estado, en su burocracia, produciendo con ello la codificación y estabilización de
dos normas: derechos de la propiedad privada y derechos y debe res comunitarios. La
alfabetización permitió mejorar los sistemas de contabilidad sobre propiedades y adeudos, la
escritura centralizó las relaciones (antes demasiado disgregadas) en torno al Estado y coadyuvó
a la implantación de sistemas de justicia.10

El Estado peruano: un ogro inútil

En el Perú, haber entendido el proceso histórico de formación de Estado como un continuum ha


conducido a privilegiar las permanencias —que efectivamente existieron— y menospreciar las
modificaciones, orientando un tipo de lectura que se puede denominar organicista.11 En sentido
contrario, leer la historia como una sucesión de etapas ha sesgado a una lectura en la que
predomina la sucesión de hechos atendiendo sólo a lo contingente sin considerar lo heredado.12
Una consecuencia de estas lecturas disímiles es que las polémicas en torno al Estado en el Perú
han estado teñidas de una clara carga ideológica. No obstante, existe una idea más o menos
aceptada en las ciencias sociales peruanas: considerar al Estado como una institución inútil.

En efecto, tanto liberales como marxistas coinciden en señalar que el Estado peruano
siempre ha estado alejado de la sociedad “real”. Los primeros atribuyen este alejamiento a la
característica mercantilista del Estado peruano;13 los segundos a su carácter de clase y a su
subordinación a los intereses económicos internacionales. En definitiva, el Estado en el Perú
nunca ha sido representativo de la sociedad. Más aún, sólo lo ha caracterizado su fuerza
coaccionadora, precisamente para sustituir esa incapacidad de representación. Pero hay que
señalar que estos cuestionamientos, siendo ciertos, no son novedosos, pues ya están presentes
en las reflexiones de pensadores tan importantes y distintos teórica e ideológicamente, como
son Víctor Andrés Belaunde14 y Jorge Basadre.15

9
Ibídem, pág. 42.
10
Mann, Michael: “El poder autónomo del...”, págs. 20-21. Para la importancia que adquirió la imprenta y lo que llama “capitalismo
impreso” en la constitución de comunidades nacionales, ver el libro de Anderson, Benedict: Comunidades imaginarias. Reflexiones sobre el
origen y la difusión del nacionalismo, México, 1993.
11
Según Julio Cotler: Clases, Estado y nación en el Perú, Lima, 1978, por ejemplo, el proceso seguido por el Estado peruano es particular en
América Latina por la fuerte presencia de lo que denomina “la herencia colonial”.
12
Chirinos Soto, Enrique: Historia de la república: 1821-Perú-1978, Lima, 1977.
13
De Soto, Hernando: El otro sendero, Lima, 1986.
14
Belaunde, Víctor Andrés: La crisis presente [1914]. Lima, 1994.
15
Basadre, Jorge: Perú: problema y posibilidad [1931]. Lima, 1978.

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Al interior de la preocupación por entender el proceso formativo del Estado peruano, un


punto polémico es determinar en qué momento se empieza a configurar como tal. Algunos
autores señalan que ello empieza a ocurrir desde el gobierno de Nicolás de Piérola, luego de
derrotar al general Andrés Avelino Cáceres en la guerra civil de 1894-1895. Otros sostienen que
la consolidación del Estado peruano sólo empieza a producirse durante el oncenio de Augusto
B. Leguía (1919-1930), algunos más afirman que ello ocurre en el tiempo del reformismo militar
del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975). Finalmente, hay quienes argumentan que la
consolidación de un verdadero Estado nacional en el Perú se está produciendo durante el
gobierno de Alberto Fujimori (desde 1990). Como se puede observar, se trata de un asunto aún
sin resolver.

EL MILITARISMO EN EL PERÚ

Por Herbert Morote


Es un escritor, ensayista y dramaturgo de origen peruano. Fue director gerente de los
laboratorios Merck Sharp & Dohme, en Perú y en México, y también presidente de Becton,
Dickinson & Company, en Estados Unidos.

Dentro de las varias causas del deterioro económico, cultural y moral con que el Perú comienza
su andadura en el siglo XXI, el militarismo es, sin lugar a dudas, la más importante. El
militarismo ha controlado casi toda nuestra vida republicana. Antes de la Independencia, en la
Colonia, solo la fuerza militar pudo avasallar a los peruanos durante tres siglos. Y si vamos aún
más atrás, comprobaremos que tanto el gobierno incaico como el español estaban organizados
en función de su quehacer militar. En suma, la historia de nuestro país está ligada al militarismo,
más bien es su prisionera. Y en los pocos momentos en que la democracia intentó gobernar el
país, el militarismo pendió como una espada de Damocles sobre la cabeza de sus gobernantes.

Tomemos en consideración los siguientes hechos. Uno, la mitad de los 22 gobiernos


democráticos del Perú en sus 197 años de independencia han sido depuestos por golpes
militaristas. Dos, desde 1904 no ha habido más de dos gobiernos demócratas seguidos que hayan
finalizado su mandato legal. Tres, la predominancia militarista no fue un fenómeno del siglo
XIX, su hegemonía con relación a los gobiernos democráticos ha sido similar en todos los
periodos, incluyendo los últimos 50 años hasta 2001.

Antes de seguir es necesario definir lo que es militarismo. Según el Diccionario Crítico


Etimológico de Corominas es la “intrusión militar en lo civil”. El Diccionario de la Real Academia
Española dice que es “la preponderancia de los militares, de la política militar o del espíritu
militar en una nación”, o el “modo de pensar de quien propugna dicha preponderancia”. De esta
última acepción se deriva que no sólo pueden ser militaristas los militares, también puede haber
civiles que lo sean, esto es: civiles que propugnan la intrusión militar en el manejo de la nación.
Hay muchos ejemplos de civiles militaristas en nuestra historia, el más reciente es Fujimori. Por
el contrario, para encontrar un presidente militar no militarista hay que hurgar con denuedo en
la historia, quizá el general La Mar o el mariscal Castilla —en su primer gobierno— pudieron
serlo. Desgraciadamente sus ejemplos fueron pocas veces imitados.

La palabra militarismo es relativamente nueva; apareció en el siglo XIX cuando la


irrupción de los movimientos democráticos se enfrentó al deseo de los militares de mantener su
injerencia en el manejo de las naciones. Luego de algunas décadas de uso, la Real Academia
Española la reconoció en su diccionario de 1884. Fue por esos años en que la gente se dio cuenta
de que los militares no son el gobierno sino sus represores, que el gobierno es de todos y para
todos, que el único gobierno válido es el elegido mediante el voto en las urnas y que los militares
sólo deben mandar en sus cuarteles.

El militarismo, el autoritarismo, la dictadura, el despotismo, el absolutismo, cualquiera


que sea su grado de dureza o de blandura, no son otra cosa que manifestaciones de una misma

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esencia que muchas veces se unen, funden, amalgaman, siendo ocioso el esfuerzo de separarlas
en este estudio. Todas tienen un común denominador y un sustento. El común denominador es
la falta de respeto por la opinión de la población civil y el derecho que ésta tiene para
pronunciarse. Su sustento es el respaldo, uso o manipulación de las instituciones militares, que
se benefician de su complicidad y apoyo.

Leguía, Franco, Velasco, Fujimori, Castro, Milosevic, el presidente de Yugoslavia, y una


larga serie de tiranos, dictadores, autócratas, déspotas, pudieron hacer lo que hicieron gracias
al sostén de la fuerza militar. La historia nos enseña que esa clase de gobernantes no es
necesaria, antes bien. Es perjudicial para llevar a cabo una cruzada nacional ya sea para
defenderse de un ataque extranjero o para lograr una mejora interna. Por el contrario, sólo
cuando existieron líderes que supieron conducir a la población mediante el consenso y no el
sometimiento, las naciones lograron y mantuvieron los objetivos deseados aún después de que
sus líderes desapareciesen o dejasen el poder. Gandhi, Churchill, Roosevelt, Adolfo Suárez,
Mandela, son ejemplos de ello.

En contra de lo generalmente afirmado por algunos intelectuales de izquierda, el


militarismo no se debe exclusivamente al deseo de poderes económicos autóctonos o
extranjeros. Desgraciadamente para el Perú el militarismo ha sido reclamado muchas veces por
la clase media y hasta la marginada, que en muchas ocasiones han pedido “una mano dura para
salvar al país”. Cada vez que en el Perú, por las razones que fuesen, ha habido malestar social,
huelgas, paros, desórdenes callejeros, protestas estudiantiles, un vasto sector de la población
civil ha reclamado la intervención militar para imponer “orden”, “disciplina”, que “es lo que el
Perú necesita”. Las ocasiones en que la corrupción de las autoridades civiles ha levantado
escándalo, la opinión pública ha pedido que las Fuerzas Armadas tomen cartas en el asunto.
Cuando el crimen, la inseguridad pública, el narcotráfico, asolan nuestras ciudades y el campo,
se alzan voces pidiendo mayores medios y garantías, y hasta impunidad para la actuación de las
FFAA. Muchos gobiernos civiles respaldados por la opinión pública han recurrido a los militares
como si tuvieran poderes mágicos para resolver problemas espinosos.

Es una locura, dicen los sicólogos, hacer siempre lo mismo y esperar resultados
diferentes. Los peruanos tenemos la locura de creer que un gobierno fuerte, tirano, manu
militar, autoritario, como el de los militaristas, sean estos encabezados por militares como
Velasco o civiles como Fujimori, nos pueden sacar de las crisis y llevarnos al progreso. Nada más
falso ni más pernicioso, tenemos atrás toda nuestra historia para demostrarlo.

Quizá la peor consecuencia del militarismo es que en dos siglos no hemos desarrollado
corrientes políticas que puedan debatir de forma continua y coherente nuestros conflictos:
sierra-costa-selva, indios-cholosblancos, indigenismo-occidentalismo, ricos-pobres-clase
media, centralismo-descentralismo, ciudad-barriada-campo, etc. Tampoco se han podido
desarrollar corrientes ideológicas que representen de forma sostenida y dinámica los intereses
de los diversos grupos sociales y económicos. Por lo tanto no tenemos un “Proyecto de Perú” a
debatir o compartir. Ejemplifica este hecho la triste campaña de los candidatos a la presidencia
del Perú el año 2001, centrada en si uno de ellos consumía cocaína y tenía una hija “ilegítima” o
si el otro tenía un piso en Francia que no había declarado. Este vacío de contenidos políticos a
debatir es consecuencia directa de un régimen autoritario y corrupto, como el de Fujimori-
Montesinos, que desmantelaron los partidos políticos durante su gobierno.

El militarismo, al truncar la continuidad del debate político, hace que desconfiemos de


la democracia, y renunciemos a la posibilidad de entendernos, comprendernos y respetarnos
entre peruanos. Al tener un tirano o caudillo como responsable de resolver nuestras penurias,
no hemos aprendido a creer en la democracia, sino en el autoritarismo. En política nuestro caso
es análogo al de los niños maltratados, quienes lo único que saben, cuando llegan a grandes es
resolver sus conflictos con violencia, no con diálogo, y sólo aceptan la autoridad del más fuerte.

Hay una característica del militarismo que es igualmente perversa y difícil de desarraigar
en un país tan diverso como el Perú: la falta de respeto por los demás. Esto se traduce en falta

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de respeto por la opinión ajena, falta de respeto por la persona que no es de nuestro entorno,
que no es de nuestra ciudad, que no tiene nuestro color, nuestro acento, nuestra preferencia
sexual, nuestra creencia religiosa, nuestra posición económica. El militarismo inculca la falta de
respeto a todo lo que se opone a un arquetipo específico, y este es un individuo que no protesta,
que no aspira, que acepta las órdenes sin murmurar, que no opina y que se comporta como
espera la autoridad, no la ley. Por eso un gobierno militarista excluye lo diverso y lo plural. No
hay cabida en él, y más bien hay represión, para grupos que representen una ideología diferente
o un comportamiento no común. No hay cabida para las minorías.

Para mantenerse en el poder, el militarismo controla o suprime las asociaciones


empresariales, laborales, culturales, sociales o religiosas que muestran su independencia u
oposición a las órdenes y desmanes del gobierno. En suma: el militarismo castra la libertad, y
sin libertad el ser humano no se desarrolla como individuo ni como sociedad. Lo que promueve
el militarismo es la uniformidad. Su ideal es que los ciudadanos obedezcan como si fueran
subordinados. Desean que la unidad del país sea en torno al poder, en torno al centralismo, en
torno a la capital. Esta idea de unidad es una de las tantas lamentables aspiraciones de la mayor
parte de nuestros gobiernos, de la mayor parte de nuestros intelectuales, de la mayor parte de
nuestros historiadores, de la mayor parte de los peruanos. En vez de reconocer, alentar y
respetar las diferencias raciales, de lengua, de cultura, de comportamiento, que el Perú
manifiesta en cada región geográfica, y dentro de ella en sus diversos grupos sociales, el
militarismo ha sido la fuente de inspiración de una pretendida homogeneidad al querer hacer
un Perú unido en base de avasallar los diversos estamentos de nuestra sociedad. En el Perú se
ha llegado al extremo de minorizar y oprimir a la mayoría indígena, y en el siglo XXI a extender
esa actitud hacia sus herederos, los habitantes de las barriadas de las grandes ciudades.

El militarismo no concibe un Perú diverso ni plural donde los grupos sociales de cada
región incentiven su propia cultura, su manera de ver las cosas, su manera de resolver sus
problemas y, sobretodo, su manera de querer modernizarse. Esta forma de pensar nada tiene
que ver con el regionalismo obtuso y tribal, que es excluyente y no-integrador. No es, pues,
pretender que los arequipeños o piuranos o iquiteños o puneños, por mencionar algunos
ciudadanos, se consideren feudos o cotos privados de caza para los caciques locales; por el
contrario lo que un integracionismo regional pretende es que los habitantes de cada región
participen en el desarrollo de su comunidad y se sientan responsables de su futuro sin que este
dependa del gusto, conveniencia o caridad del gobierno central. Este progreso regional haría
más fuerte al país.

Tomemos dos ejemplos para ilustrar el caso: Estados Unidos y Suiza. Estados Unidos
tiene una sociedad plural donde cada etnia, judíos, asiáticos, latinoamericanos, europeos, afro
americanos, y tantas otras, mantienen sus tradiciones, lengua, costumbres, y se sienten a la vez
orgullosos de ser estadounidenses. También existen grandes diferencias de carácter y manera
de ver las cosas dependiendo de la zona geográfica donde se viva, así el punto de vista de un
californiano es bastante disímil del residente de la costa del Este o de un tejano. Pero lo que une
a todos es su idea de ver y sentir a Estados Unidos como su país. Suiza, un país mucho más viejo,
está compuesto por cantones en los que se habla idiomas diferentes (alemán, francés, italiano),
tiene religiones diferentes (42% protestantes, 46% católicos, musulmanes 2% y otros 10%), y
costumbres muy diferentes: los sobrios y austeros ginebrinos son bastante opuestos a los
bulliciosos residentes de Zurich o de Berna. Sin embargo, esa pluralidad no ha impedido, todo
lo contrario, ha fomentado un estado solidario y moderno basado no solamente en el respeto a
la idiosincrasia de los residentes de otros cantones sino principalmente en su admiración y
aprecio.

Debido al militarismo, el Perú, con tantos siglos a la espalda, ha renunciado a aceptar el


pluralismo de nuestra nación, por el contrario, un centralismo agobiante y omnipresente dista
mucho de reconocer diferencias, las niega o, en el mejor de los casos, las pasa por alto. Los
gobiernos actúan como si fueran un Estado Mayor del Ejército. Es decir, en Lima se decide por
todos los peruanos en beneficio principalmente de la cúpula del gobierno de turno y sus
camaradas. Desde la capital se quiere homogeneizar todo, controlar todo, distribuir todo, como

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si el Perú fuese un gran cuartel o, en el mejor de los casos, un gran ejército. Este modelo castrense
siempre tiene en cuenta la estructura jerárquica que ha sido adoptada por el resto de la sociedad,
así: el rico manda y se cree mejor que el menos rico, y éste mejor que el pobre, y el pobre mejor
que el miserable, y el miserable mejor que el mendigo.

En el pensamiento militar no cabe la democracia sino el mando, no existe el respeto a los


subordinados sino el respeto a los jefes. Si en algún momento existe solidaridad social en el Perú,
es sólo entre miembros de la misma jerarquía, nunca a favor de las categorías más bajas, a éstas
las someten. Las mezquinas ayudas que se les otorgan no se hacen dentro del marco de la
solidaridad sino de la caridad o de la limosna. Y esto es muy diferente, porque ser solidario con
un grupo social es adherirse a su causa y asumir una responsabilidad con ella, mientras que dar
una caridad o limosna exime al donante de cualquier obligación moral o responsabilidad con la
suerte que corre el que la recibe. Es verdad que las características descritas anteriormente no
son exclusivas del militarismo, todas las sociedades subdesarrolladas adolecen en un grado u
otro de las mismas taras, pero en el Perú el militarismo no sólo ha reafirmado tales defectos,
sino que ha dado el ejemplo y la continuidad al ejercerlo, modelarlo e incentivarlo.

En cuanto al orden externo el asunto es álgido. Parecería lógico afirmar que las FFAA
son garantes de nuestras fronteras. Aparentemente es así, es su misión. Una misión mal
cumplida a decir verdad durante toda la República. No hay guerra que no hayamos perdido de
una manera u otra. Desde 1821 nos hemos achicado a la mitad al perder territorios en todas
nuestras fronteras. Pero, hay que aclarar, estas pérdidas no han sido por falta de valor de los
soldados. Ha sido por falta de recursos, escasez de equipamiento, deficiente preparación, y
porque para luchar se necesita saber por quién. Si hubiéramos tenido una economía fuerte no
sólo nuestro ejército hubiese sido mejor, también hubiéramos tenido recursos para comprar
voluntades foráneas, mejorar nuestro sistema de espionaje y tener medios suficientes para ser
respetados en el concierto internacional. En muy pocas ocasiones* las guerras las ganan los
ejércitos, generalmente las ganan las naciones poderosas. Un país débil y un pueblo explotado
no pueden tener un ejército temible. Perú no era más poderoso que Chile ni que Colombia
cuando perdió las guerras contra ellos. Ni siquiera en su tiempo más que Bolivia. Debemos haber
estado tan mal que hasta Ecuador se atrevió durante dos siglos a plantarnos cara.

A pesar de todos los fracasos militares muchos peruanos siguen creyendo que las FFAA
son nuestra salvación en caso de peligro, y se les hincha el pecho y vibran de emoción en sus
desfiles, reverencian a sus héroes, todos perdedores, y no se atreven a criticar a los militares por
16temor a ser acusados de traición a la patria. Los militaristas se han erigido en garantes de la

paz interna y únicos defensores de la integridad nacional. Se han creído Perú. Todos sus
atropellos a la democracia han sido aceptados con pocas reticencias por los pocos gobiernos
civiles, sabedores que necesitan de los militares para sobrevivir.

Rechazar la intrusión militar en la vida civil ha sido tabú en el Perú. Enfrentarse a las
FFAA era un asunto peligroso, pocos historiadores se han atrevido a ello, la mayor parte se ha
limitado a proporcionarnos fechas, datos, nombres, sin enjuiciar las graves consecuencias que
ha dejado en nuestro espíritu nacional la injerencia y el atropello de los militares en cada golpe
de estado y, lo que es peor, los grandes historiadores peruanos no sólo no han denunciado sino
que han edulcorado o hasta justificado los golpes de estado de militares ambiciosos achacando
estos al grado de descomposición de las instituciones democráticas.

Los motivos expuestos me han obligado a escribir el presente ensayo. Advierto al lector
que éste no es imparcial, como tampoco lo sería aquél que atacase la tortura, la violación o el
asesinato. Pretendo demostrar, basado en referencias históricas veraces y contrastables, lo
nefasto que ha sido el militarismo para el desarrollo del país. Cada vez que los líderes
militaristas, civiles o militares, han usurpado el poder para salvar a la nación, la situación ha
empeorado mientras que ellos se enriquecían, enriquecían a sus amigos atropellando los
derechos humanos de sus compatriotas. Los gobiernos en que se ha robado más han sido los

16
* El pueblo de Vietnam fue una gran y honrosa excepción a esta regla.
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gobiernos militaristas, sin embargo, casi todos ellos han escapado de ser juzgados por sus
escandalosos latrocinios. Seríamos demasiado cándidos para creer que el arrepentimiento
oportunista e inevitable de unos generales, y el encarcelamiento de otros el año 2001 va a
cambiar dos siglos de mal ejemplo y catequesis de los que predican que lo que falta en el Perú es
mano dura. También intento subrayar, sin importar su corriente liberal o conservadora, el
pensamiento de tantos políticos que durante casi dos siglos han luchado, hasta ahora
estérilmente, por hacer un Perú democrático y solidario con su diversidad.

Desde que otro objetivo es demostrar que la enseñanza de la historia en el Perú ha


influido en la distorsión de los valores democráticos de sus ciudadanos, el peso de la
bibliografía*17 ha recaído en autores de este país. Sin embargo, hemos recurrido a historiadores
extranjeros cuando la información peruana era insuficiente o cuando se creyó necesario
contrastar los hechos. Por otro lado, resulta curioso, y da pie a especulaciones de diversa índole,
que el estudio del militarismo en el Perú haya interesado a los estudiosos extranjeros,
principalmente estadounidenses, desde su etapa a fines del siglo XIX, como muy temprano, y
principalmente en el siglo XX, años que este volumen no cubre.

Una última observación, el militarismo del Perú no es “sui generis”, diferente ni especial,
como quisiera argüir el equívoco orgullo de algunos de sus ciudadanos. En el análisis y hechos
que relatamos se pueden ver reflejados todos los militarismos de América, algunos que tuvo
Europa hasta épocas muy recientes, muchos de Asia, y varios que lamentablemente existen en
África.

LA VIOLENCIA POLÍTICA EN EL PERÚ: UN ESBOZO INTERDISCIPLINARIO DE


INTERPRETACIÓN

El análisis de fenómenos de violencia política en el Perú estuvo largo tiempo bajo una especie de
monopolio de esquemas marxistas y afines, como la Teoría Latinoamericana de la Dependencia.
Estos enfoques han ofrecido explicaciones monocausales, a primera vista plausibles, que
vinculan la irrupción de la lucha armada y el surgimiento de guerras civiles a la existencia de
insoportables situaciones de injusticia histórica, la cual estribaría principalmente en la
explotación despiadada de parte de monopolios extranjeros y sus agentes locales. Según Johan
Galtung18 -cuyas tesis han sido muy populares a la hora de explicar las causas profundas de los
problemas peruanos-2 los motivos de la "violencia estructural" provienen básicamente:

a) De una estructura socio-económica injusta que genera miseria colectiva;


b) De la represión política que produce relaciones asimétricas con respecto al poder, y
c) De la pervivencia de fenómenos de alienación,19 los que harían imposible una paz
duradera.

Contra esta concepción se puede aseverar que la penuria económica, la carencia de influencia
política, el desempleo crónico y el malestar colectivo, representan factores que han predominado
en todos los periodos de la historia humana y en todas las sociedades, y que sólo ocasionalmente
han dado lugar a una violencia política específica como la lucha armada. El bajo consumo de
calorías y proteínas, el analfabetismo y las agresiones físicas del marido en la vida familiar e
íntima son, sin duda alguna, fenómenos reprobables, pero calificarlos como elementos

17
* Aunque el ensayo está dirigido al público en general, espero que las notas al final de cada capítulo sean útiles a los especialistas en el
tema.
18
Johan Galtung, Sobre la paz, Barcelona, Fontamara, 1985, pp. 27-72.
19
José María Salcedo, "Violencia y medios de comunicación en el Perú", en Violencia en la región andina: caso Perú, Lima, APEP, 1993, pp.
222,235.

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definitorios de la violencia política en el Perú y como variables que pueden explicar y hasta
exculpar los movimientos guerrilleros20 es una exageración sin atenuantes.

Una constelación proclive a conflictos violentos

En contra de las simples contraposiciones marxistas y dependentistas (innumerables


campesinos sin tierra contra poquísimos señores feudales; miriadas de obreros explotados
contra unos pocos y todopoderosos capitalistas extranjeros), la estructura social peruana se ha
destacado a partir de 1940-1950 por una enorme complejidad y por la aparición de numerosos
actores sociales con intereses entre sí divergentes, pero no siempre contradictorios. Esta
diversidad social proviene de amplias corrientes migratorias que desde entonces se han dirigido
de la sierra a la costa y del campo a la ciudad. El resultado ha sido:

a) La diversificación de la estructura social del Perú, especialmente el surgimiento de


nuevos sectores en las capas medias y bajas de la población, y
b) La aparición de actores con claras demandas sociopolíticas dirigidas hacia el aparato
estatal: los movimientos de barrio, los informales y las corrientes étnico-culturales
conscientes de su diferencia. Se trata de movimientos populares relativamente bien
organizados, sobre todo en las ciudades de la costa, conformando asociaciones de
pobladores de la más diversas especies y para los fines más disímiles. La mayoría de las
investigaciones llegan a la conclusión de que estas migraciones han corroído
irreparablemente el tejido social tradicional, generando una sensación general de
desamparo, proclive a la conocida dialéctica de frustración y agresión.

El apoyo urbano de que han gozado Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario


Túpac Amaru (MRTA), sobre todo en el área Lima-Callao, proviene básicamente de estos
sectores urbanos desarraigados. Algunas de las causas más importantes de la violencia política
peruana residen en un contexto conformado:

a) Por la destrucción acelerada del tejido social tradicional;


b) Por el surgimiento de expectativas de progreso colectivo e individual (que no pueden ser
satisfechas a corto plazo);
c) Por el acelerado crecimiento demográfico de la población peruana en un lapso temporal
muy breve, y
d) Por el desencanto generado por una modernización imitativa de segunda clase, que ha
estado tradicionalmente asociada al régimen de propiedad privada y marcadas
diferencias sociales que han prevalecido en el Perú a lo largo del siglo XX, régimen que
no fue, en lo básico, atenuado por el experimento del reformismo militar izquierdista de
1968 a 1980.

Hay que tener presente que gran parte del territorio peruano está conformado por
desiertos, estepas, montañas y selvas tropicales, suelos que difícilmente se prestan a la vida
humana, y si son utilizados económicamente, se degradan rápido a causa de su precariedad
ecológica. La configuración del medio ambiente no es precisamente favorable a una apertura
indiscriminada de todas las regiones del país hacia el progreso material y, por ende, a mitigar de
esa manera el incremento demográfico; pese a ello persiste desde la época colonial el mito
popular de las riquezas inmensas y de la potencialidad ilimitada del Perú, potencialidad que
estaría refrenada por políticas públicas inadecuadas. Tenemos entonces una constelación
ecológico-demográfica que constriñe el desenvolvimiento rápido de las fuerzas productivas e
indirectamente aumenta el potencial de protesta y de violencia sociopolíticas.

20
Margarita Giesecke, "Vida cotidiana y violencia en el Perú", en Violencia, op. cit. (nota 3), pp. 164, 166, 172 sq.; Giesecke, Violencia
estructural en el Perú. Historias de vida, Lima, APEP, 1990.

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En 1950, la capital Lima contaba con un millón de habitantes, mientras que hoy en día
la magnitud poblacional del área metropolitana sobrepasa los 10 millones. Este acelerado
incremento demográfico no ha podido hasta hoy ser amortiguado por un crecimiento
equivalente en la generación de alimentos, puestos de trabajo, viviendas y posibilidades
educacionales. Así, cualquier régimen sociopolítico se habría visto en enormes dificultades para
brindar un nivel de vida adecuado a una sociedad que no sólo ha crecido físicamente a un ritmo
incesante e imprevisible (hasta la década de 1980-1990), sino que, simultáneamente, despliega
anhelos de progreso material que corresponden, en el fondo, a una etapa histórica posterior.

Esta constelación de un crecimiento acelerado de la población en conexión con una


notable intensificación de los anhelos de progreso material induce, como se sabe, procesos de
descomposición social. Un dato estadístico puede brindar un indicio a este respecto. El aumento
en la tasa de delitos registrados policialmente es sintomático: en 1963 se daban 3.27 delitos por
mil habitantes, mientras que en 1988 subieron a 8.10 por mil. En 1966 había 2,047 presos
menores de 18 años, mientras que en 1985 ya se encontraban 10,788 menores detrás de rejas.21

Anomia, desarraigo y frustraciones colectivas como focos de violencia política

Las trasformaciones y los procesos demasiado rápidos de aculturación masiva que ha


experimentado el Perú desde aproximadamente 1950 han conllevado dilatados fenómenos de
anomia, dejando -al mismo tiempo- casi incólume la cultura tradicional del autoritarismo. 1s A
grandes rasgos se puede distinguir dos tipos de anomia en el caso peruano:

a) La causada por el desarraigo urbano, y


b) La originada por la marginalización rural.

Se aseverar en sentido literal, la sociedad peruana ha sufrido una modernización parcial


y de baja calidad, un proceso de democratización incompleto y migraciones internas de gran
amplitud e intensidad. Estos fenómenos combinados han constituido el mejor caldo de fermento
para la anomia colectiva tanto en el campo como en la ciudad y, por consiguiente, para el
florecimiento de las formas contemporáneas de violencia política.

Los fenómenos de anomia han ido peculiarmente agudos en la sierra peruana, sobre todo
en la región conformada por los departamentos de Ayacucho, Apurímac y .cusco. Como se sabe,
Perú es una de las sociedades más heterogéneas de América Latina, tanto en el campo étnico-
cultural, como en los terrenos de la historia, las instituciones y hasta la geografía. La zona de la
sierra es percibida como básicamente agraria, marcada por valores premodernos y tradiciones
rurales y habitadas principalmente por indígenas. Todos los indicadores -ingresos, prestaciones
médicas, posibilidades educacionales- son desfavorables a la sierra andina. Estos dos grandes
segmentos del Perú tuvieron durante siglos fuertes vínculos sólo en la esfera económica, y
estuvieron relativamente aislados uno del otro en el campo político y cultural.

Dilatados sectores poblacionales en la sierra, especialmente grupos de origen indígena,


se percatan ahora de que durante siglos la sierra ha sido explotada por la costa o que, por lo
menos, el trabajo de las comunidades serranas ha servido para bajar los costos generales del
nivel de vida peruano mediante la producción de alimentos y materias primas baratas. Todo ello
ha engendrado una atmósfera de resentimientos muchas veces irracionales con respecto a la
costa y, como era de esperar, un malestar que configura la primera etapa de la predisposición a
la violencia. Esta constelación era especialmente aguda en el departamento de Ayacucho, donde
se originó Sendero Luminoso y donde obtuvo sus triunfos más notables.22

21
Comisión Especial del Senado sobre las causas de la violencia y alternativas de pacificación en el Perú [bajo la coordinación de Enrique
Bemales], Violencia y pacificación, Lima, DESCO-Comisión Andina de Juristas, 1989, p. 180,241.
22
Sobre Ayacucho y el surgimiento de la violencia abierta, cf Alvaro Ortiz, David Robinson, "La pobreza en Ayacucho", en Socialismo y
Participación, núm. 28, diciembre de 1984, pp. 15-33.

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La reforma agraria del régimen militar reformista (1968-1980) aniquiló a la clase de los
terratenientes blancos de talante premoderno y aristocrático de la sierra peruana, pero la
repartición de los latifundios entre los campesinos no elevó de ninguna manera el nivel de vida
de los mismos, dislocó los circuitos de comercialización de los productos agrarios y contribuyó
la formación d~ una nueva élite bastante más autoritaria, grosera y explotadora que la anterior,
compuesta de dirigentes sindicales, líderes políticos locales e intermediarios comerciales sin
escrúpulos de ninguna clase. La desaparición de los antiguos terratenientes conllevó, ante todo,
un vacío de valores de orientación y principios éticos, que fue aprovechado por el MRTA y
Sendero. El incremento demográfico ya mencionado, que ha sido especialmente fuerte en la
sierra, redujo las posibilidades de éxito de la reforma agraria: la tierra expropiada no alcanzó
para todos los campesinos, y aun en los casos de dotación aceptable con terrenos agrícolas, las
familias con numerosos hijos tuvieron que fraccionar sus posesiones hasta crear minifundios
improductivos.

Elementos ideológicos e identidades sociales

Investigadores que tienden a atribuir a las llamadas clases altas la casi total responsabilidad por
el surgimiento de la violencia política conceden que la estructura familiar andino-rural en las
capas populares puede ser calificada como particularmente autoritaria y proclive a la violencia
de todo tipo; el proverbial machismo y, sobre todo, el régimen irracional e iracundo que impone
el páter familias -quien no goza de ninguna autoridad ética ante los hijos- hacen aparecer el
ejercicio de la violencia física como la alternativa habitual de solución de conflictos en la esfera
política.23

Por otra parte, como señaló Enrique Bernales Ballesteros, la ideología maoísta de
Sendero Luminoso no hizo impacto entre las masas desarraigadas de campesinos serranos a
causa de su calidad teórica o su contenido político específico, sino porque reproducía valores de
orientación y visiones utópicas de la propia cultura andina. El legado autoritario de ésta, la
belicosidad de numerosas comunidades campesinas y el pensamiento milenarista de la
civilización aborigen se asemejan a elementos básicos de la ideología senderista.24 La tendencia
utópica contiene no sólo un elemento religioso-apocalíptico, sino también el anhelo de una
revancha histórica, social y hasta étnica de los aborígenes contra los blancos.25

En especial, el MRTA ha acentuado las reivindicaciones étnico-culturales, mientras


Sendero, sin nombrarlas oficialmente, se ha servido con notable virtuosismo de las diferencias,
las discriminaciones y los resentimientos étnicos. Los monstruosos rituales de Sendero en las
aldeas que lograba ocupar temporalmente en la sierra -castigos corporales públicos para delitos
menores, el asesinato lento y cruel de los traidores, la ridiculización de las autoridades locales y
los comerciantes, azotes para los adúlteros y los lascivos- remiten a prácticas prehispánicas de
la sociedad incaica y de otras comunidades aborígenes, renovadas por los intelectuales urbanos
de la corriente indianista. Estas costumbres atávicas están ligadas a una religiosidad que acentúa
los aspectos apocalípticos y mesiánicos y que cree en la fuerza purificadora de la guerra total.

Aparte de este factor hay que mencionar en lugar destacado el "problema no resuelto" de
la identidad nacional y de la difícil convivencia de varias etnias en un mismo territorio como una
de las causas fundamentales de la especie de guerra civil que ensangrentó al Perú durante largos
años. Lo que puede llamarse la identidad colectiva de esta nación presenta una carencia marcada
de integración social, una cierta incomunicación entre los diversos actores étnico-culturales y
una clara resistencia a aceptar una genuina pluralidad en igualdad de condiciones para todos los
habitantes del país. Hasta hoy el Perú no ha edificado una cultura común y un sentimiento de

23
Felipe MacGregor, Marcial Rubio Correa, "La región andina: una visión general", en Violencia..., op. cit. (nota 3), p. 15.
24
Enrique Bernales Ballesteros, op. cit. (nota lO), pp. 68-70 (siguiendo un argumento de Antonio Díaz Martínez, Ayaeueho: hambre y
esperanza, Lima, Mosca Azul, 1985, passim).
25
Marie-Danielle Démélas, "Les indigenismes: contours et détours", en L 'indianité au Pérou. Mythe ou réalité, París, CNRS, 1983, pp. 9-50.

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solidaridad y continuidad compartidas, en lo esencial, por todos los grupos étnico-sociales. Las
etnias indígenas representan los sectores en desventaja dentro de un marco sociocultural que
tiende a discriminar a los elementos de origen rural y premoderno. Las barreras profundas entre
mestizos e indios, entre costeños y serranos, no son, ciertamente, la causa inmediata de la lucha
armada, pero han coadyuvado a conformar un entorno proclive a las relaciones violentas entre
estos grupos y desfavorable a la solución pacífica de conflictos.

Estructuras estatales y ejército como actores del drama de la violencia

Cuando se inició la guerra de guerrillas, el Estado peruano no ejercía un control efectivo y


completo de su propio territorio: tenía presencia permanente sólo en los espacios más poblados
y estratégicamente más relevantes, dejando una porción importante del país de modo tácito en
manos de agentes privados, como ser antaño los grandes terratenientes. Y cuando el Estado
aparecía realmente en escena, lo hacía a menudo de forma represiva, y no como un agente de
desarrollo y asistencia social.

Aun hoy no es muy diferente la situación de los partidos políticos, independientemente


de su ideología específica: son organismos oligárquicos, centralizados, c1ientelistas, con
intereses y actividades dirigidas primordialmente a la población urbana y costeña. Una buena
parte de la población peruana, sobre todo los llamados sectores emergentes del proceso de
modernización, no se ha sentido representada por el sistema tradicional de partidos. Uno de los
grandes actores de la guerra civil ha sido el ejército peruano. Las Fuerzas Armadas ensayaron
largamente (1968-1980) un régimen modernizante y anti-01igárquico de reformismo social que
se inició con la estatización de empresas petroleras norteamericanas y con una reforma agraria
bastante radical, pero que degeneró rápidamente en un gobierno autoritario, corrupto e
ineficiente.26

Restablecida la democracia civil a partir de 1984, y ante la impotencia de la policía, las


Fuerzas Armadas tomaron paulatinamente a su cargo la conducción de la guerra contra el MRTA
y Sendero; en esta etapa y hasta los éxitos de 1992, el ejército se destacó también por sus
continuas transgresiones de los derechos humanos y por un tratamiento violento e irracional de
la población civil no involucrada en la guerra. La expansión de la justicia militar fue
particularmente funesta: los tribunales militares -sin posibilidades de ape1ación- se
distinguieron por la aplicación de la tortura, el fusilamiento sumario de sospechosos por
detenciones prolongadas indebidas, la expropiación ilegal de los bienes de los presos y por la
abierta discriminación de la población indígena y campesina. Entre 1984 y 1990 se dieron
innumerables casos en que el ejército no diferenció entre el enemigo armado y la población civil
rural en las zonas de batalla; los éxitos que entonces conocieron Sendero y el MRTA se debieron
en gran parte a que la población campesina de la sierra central se sintió realmente afectada por
la violencia indiscriminada de las Fuerzas Armadas.

El propio presidente de la República, A1an García (1985-1990, de tendencia social-


demócrata), admitió que se estaba combatiendo "la barbarie con la barbarie".28 Es sintomático,
por ejemplo, cómo las Fuerzas Armadas trataron el "incidente" de Accomarca (en la sierra
central) del 14 de agosto de 1985. Una unidad especial del ejército asesinó a sangre fría a setenta
campesinos elegidos al azar en esta aldea, que nunca había brindado protección o ayuda a los
senderistas. Las Fuerzas Armadas y su Comando General negaron largo tiempo la mera
existencia de la masacre; después le restaron importancia. Una comisión parlamentaria
investigó los hechos in situ, y el ejército acusó al parlamento de "oportunismo". Ante la prensa,
el oficial encargado de la operación admitió la matanza, pero declaró que había realizado un
"buen trabajo profesional" y no exhibió arrepentimiento por la muerte de numerosas mujeres y
niños. Todos los intentos de someterlo a un tribunal civil fueron inútiles; el oficial fue ascendido
rápidamente dentro del escalafón militar.

26
Cynthia MacClintock, Abraham F. Lowenthal (comps.), The Peruvian Experiment Reconsidered, Princeton, Princeton U. P. 1983

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La actuación de los movimientos guerrilleros, que superaron en mucho la brutalidad, la


ilegalidad y la imprevisibilidad de las Fuerzas Armadas, ha generado paradójicamente una
corriente de opinión pública que hizo ver en una luz más positiva el rol del ejército y que
contribuyó a borrar de la memoria colectiva las atrocidades cometidas por las fuerzas del orden.
Posteriormente el clamor popular en favor de un gobierno fuerte que ponga fin al terrorismo
irracional del MRTA y de Sendero contribuyó a la reintroducción de un gobierno semiautoritario
en abril de 1992: el presidente Alberto Fujimori, en conjunción con las Fuerzas Armadas,
instituyó un régimen altamente centralizado y personalizado, que culminó con un retomo de los
militares al poder político, la descomposición del sistema tradicional de partidos y una cierta
restricción de los derechos humanos. Esto significó, por otra parte, justificar a posteriori toda la
actuación de las Fuerzas Armadas en la represión de la guerrilla, incluidos los actos claramente
ilegales, y brindar así un manto de cómoda impunidad al quehacer del ejército.

Finalmente es pertinente recordar que en el Perú la administración estatal, los partidos


políticos, el ejército y la policía representan fenómenos mayoritariamente urbanos y controlados
-o, por lo menos, altamente influidos- por los grupos étnico-culturales de blancos y mestizos; si
bien los reclutas del ejército y los funcionarios administrativos y policiales de menor rango
provienen de capas indígenas, son los oficiales y altos dignatarios blancos y mestizos los que
definen los valores de orientación y las normas efectivas de comportamiento de aquellas
instituciones. Por ello estos actores del drama de la violencia han sido percibidos hasta hace
poco como básicamente ajenos al mundo campesino y rural, ya que sus fuentes de reclutamiento
y sus normativas se derivan del Perú moderno de la costa.

Los movimientos guerrilleros en cuanto actores de la violencia

Sendero Luminoso y el MRTA han creado ciertamente una subcultura en 'sus áreas de
influencia, que probablemente está mucho más cerca de la tradicional cultura política del
autoritarismo que de las orientaciones de la modernidad. Con alguna seguridad se puede afirmar
que tanto en Sendero como en el MRTA se halla sobrepresentado –y en forma marcadamente
notoria- el sector social de los asalariados dependientes, en especial el clásico proletariado de
fábrica urbana o de empresa minera. También el campesino propietario de pequeñas parcelas
se encuentra entre aquéllos que no fueron atraídos ni por la propaganda ni por la praxis de estas
instituciones revolucionarias. Los sindicatos se hallan entre las instituciones sociales del Perú
donde la influencia del MRTA y de Sendero fue prácticamente nula.

Los marginalizados y desclasados de todo tipo han conformado la masa de simpatizantes


y miembros de estos movimientos: los expulsados de las capas medias han constituido los
cuadros directivos y medios de Sendero y del MRTA, y los marginalizados de las clases populares
han configurado la masa de los luchadores y creyentes. No hay duda de que Sendero y el MRTA
pueden ser considerados como el lugar de encuentro y coincidencia de intelectuales desclasados,
maestros de escuela, profesores universitarios y algunos profesionales, por una parte, así como
mestizos e indígenas no integrados en sus sectores sociales de origen, por otra.27 Por ello es que
los dirigentes suponen a priori que tienen un derecho histórico superior para mandar, mientras
que los militantes "simples" son como soldados que pueden ser manipulados fácilmente.

En varios aspectos Sendero Luminoso y el MRTA se asemejan sintomáticamente al


ejército regular: sancionan severamente las deslealtades, acorralan al espíritu crítico, controlan
estrechamente a los reclutas en todo ámbito de la vida cotidiana y se aprovechan de sus
debilidades y temores. El machism035 y otras variantes del autoritarismo tradicional son
preservadas cuidadosamente por estas organizaciones. La militancia en estas organizaciones
revolucionarias ha representado un canal de rápido ascenso social, sobre todo un acceso al difícil
y muy codiciado poder político, aunque sea a una porción aleatoria y riesgosa del mismo. En el

27
Timothy Wickham-Crowley, Guerrillas and Revolution in Latin America. A Comparative Study of Insurgents and Regimes sin ce 1956,
Princeton, Princeton U. P., 1992, pp. 23-28.

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fondo, los dirigentes anhelan sólo pecunia, potestas, praestigium, como la mayoría de los
revolucionarios salidos de las clases medias a lo largo de toda la historia universal.

Evolución de las organizaciones guerrilleras

La ideología y mentalidad imperantes en Sendero constituyen una curiosa amalgama de


autoritarismo tradicional latinoamericano con fragmentos de la llamada "Gran Revolución
Cultural Proletaria" de China.

Los elementos teóricos en la programática de Sendero y del MRTA son


extraordinariamente débiles, imprecisos y escasos; lo que llama la atención es el tono patético y
melodramático de sus proclamas y el estilo didáctico de sus pocas publicaciones (imitando a los
catecismos de uso popular). Uno de sus rasgos centrales de Sendero ha sido un culto excesivo a
la personalidad del caudillo máximo, que sobrepasa potencialmente 10 sucedido con Mao Tze-
Dong: Abimael Guzmán, el "Presidente Gonzalo", ha sido celebrado como el más grande
marxista leninista maoísta viviente y como "jefe de la revolución mundial" [sic]; su pensamiento
es visto como "la más alta expresión de la materia consciente, producto de sus quince mil
millones de años de desarrollo" [sic]. Sólo él puede aprehender las grandes leyes de la historia y
aplicarlas a la realidad concreta.28

La meta de Sendero es la "sociedad de la gran armonía", aunque para alcanzarla habría


que pasar por las pruebas de fuego y los valles de lágrimas de clara factura apocalíptica. Hasta
1992 los jóvenes adeptos tenían que firmar "cartas de sujeción" al "Presidente Gonzalo",
obligándose a llevar a la práctica las directivas emanadas en la jefatura sin discusión y con
"disciplina, voluntad y entrega", y estar dispuestos a "arrasar, aniquilar y barrer" a todo opositor,
dentro y fuera del partido. A las bases se les adoctrinó en el espíritu de la obediencia ciega a los
líderes, del sacrificio más duro y loable en pro de los objetivos del partido y del menosprecio a
la muerte. Todo esto ocurrió, empero, dentro de una visión claramente elitista de 10 social: el
principio rector era "ganar las cabezas", porque así las masas "actuarán conforme a 10 que les
imprimamos".

Sin lugar a dudas, se puede aseverar que Sendero Luminoso se ha destacado por una
enorme cantidad de actos de extrema violencia, inútil e irracional, como la matanza
indiscriminada de campesinos en aldeas y comarcas "inseguras", atentados contra casi todos los
grupos sociales y partidos políticos, destrucción de propiedad privada y estatal, el asesinato de
niños pequeños y mujeres no involucradas en ningún conflicto. La evolución del MRTA, su
estructuración interna y algunos lineamientos ideológicos (el objetivo supremo de un socialismo
radical) son similares a Sendero; el MRTA empezó a operar en 1984 y se ha diferenciado por su
anhelo de publicidad a toda costa, por su programática más diluida y por un intento de acercarse
a partidos e instituciones de izquierda.

El decurso de los conflictos y el rol de las rondas campesinas

Sendero Luminoso empezó sus operaciones el 17 de mayo de 1980, en el momento en que se


celebraban elecciones presidenciales y parlamentarias libres, que daban fin a doce años de
dictadura militar, quemando precisamente material electoral en un pequeño pueblo de la sierra
andina.

En los primeros años de actuación, la guerrilla no fue tomada seriamente por el


presidente Fernando Belaúnde Terry (1980-1985), quien además no quería conceder poderes
especiales a un ejército que trabajosamente acababa de dejar el poder supremo. La contra-

28
Rogger Mercado, Algo más sobre Sendero, Lima, Ediciones de Cultura Popular 1987, vol. 1, pp. 14-17 (Mercado es considerado como el
propagandista oficial de Sendero Luminoso).

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ofensiva militar de los años 1980-1989 fue errática, innecesariamente dura, mal planificada y
peor ejecutada.46 El viraje se produjo en 1989: el parlamento confirió al Poder Ejecutivo
poderes especiales para combatir a los insurgentes, se reorganizó y potenció la Dirección
Nacional contra el Terrorismo (DINCOTE) -a la que se debe la captura de Abimael Guzmán-, se
conformaron los Grupos Especiales de Inteligencia (GEN), el gobierno ordenó a las Fuerzas
Armadas el evitar los abusos más groseros contra la población civil y se otorgó un apoyo resuelto
a la autodefensa armada del campesinado.

Esta última determinación estratégica fue probablemente la que decidió el curso de la


guerra. Ya a partir de 1985 se habían organizado espontáneamente comités de auto-ayuda
armada: en las regiones campesinas más afectadas por las actividades de Sendero. Su primer
objetivo fue vigilar y defender la propiedad campesina, especialmente el ganado, ya que el
Estado y sus agentes de orden público tenían (y tienen) una presencia muy precaria en las
comarcas rurales de la sierra andina, agravado este hecho por la ineficacia y corrupción del
aparato judicial y por la colusión de las autoridades policiales con los autores de los delitos de
robo y abigeato. La popularidad de las rondas se consolidó en desmedro de Sendero y del MRTA
cuando en la mayoría de las comarcas andinas:

a) Estos movimientos guerrilleros decidieron destruir las redes ancestrales de parentesco y


compadraje;
b) Cuando los campesinos percibieron que la política de tributos de guerra para estas
organizaciones ocasionaba un marcado descenso en sus ya magros ingresos, y
c) Cuando 'Sendero pretendió prohibir ferias y mercados agrícolas con el argumento de que
ésta era una práctica capitalista que, además, servía para alimentar a los parásitos
burgueses de las ciudades.

Posteriormente estas rondas campesinas fueron entrenadas, armadas e indoctrinadas


por las Fuerzas Armadas, aunque no hay duda de que han conservado una fuerte autonomía de
acción y un claro carácter rural-indígena. Su desconfianza hacia el Poder Judicial y los partidos
políticos sigue incólume. Uno de los mayores logros de las rondas fue terminar con la atmósfera
de miedo paralizante que envolvió la sierra alta a partir de 1982 (sobre todo en los
departamentos de Ayacucho, Apurímac y Cusco) a causa del terror indiscriminado de Sendero.
Las rondas acentuaron y protegieron, por otra parte, algunos elementos esenciales de la vida
campesina, que Sendero y el MRTA -a causa de su delirante dogmatismo- habían pasado por
alto, como la defensa de la propiedad campesina, la práctica de una religiosidad sincretista y Los
nexos con un aparato estatal corrupto, explotador e ineficaz, pero que prestaba (y presta) ciertos
servicios, tales como caminos, escuelas y postas sanitarias, factores a los cuales los campesinos
no querían ni quieren renunciar, a pesar de su dudosa calidad.

La mayoría de los analistas está de acuerdo en atribuir a las rondas campesinas una
función decisiva en la derrota -por 10 menos parcial y temporal, pero percibida claramente como
tal por los campesinos- de Sendero Luminoso y del MRTA. Ya antes de la captura de Abimael
Guzmán (1992), las rondas habían debilitado decisivamente a Sendero precisamente en
Ayacucho, aislándolo de otras posibles áreas y poblaciones vulnerables y reduciendo el miedo
que irradiaba su sola presencia fugaz. Las rondas campesinas han usado una sutil combinación
de astucia y paciencia para sobreponerse a un enemigo peligroso dentro de una alianza
pragmática con las Fuerzas Armadas, y han sabido plegarse a: las peculiaridades locales y
regionales para quitarle ventajas a Sendero Luminoso.

La terminación del periodo activo de la guerra

La violencia por la violencia constituyó el rasgo definitorio más relevante de Sendero y en menor
escala del MRTA, aún más que su proyecto político y cultural· de corte autoritario; pero esta
concepción conllevó la ruina posterior de ambos movimientos guerrilleros. Se trató ciertamente
de una concepción apocalíptica que intentaba purificar radicalmente y a sangre y fuego el mal,

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encamado en cualquier régimen presocialista. Pero la realidad resultó muy diferente: la


amoralidad de esta organización -su desprecio total por la dialéctica de fines y medios- fue
chocante para la mayoría de la población peruana, que a partir aproximadamente de 1988
rechazó sus prácticas e indirectamente sus objetivos. El exceso de violencia política sin
resultados prácticos apreciables condujo a que las organizaciones guerrilleras dejaran de ser una
amenaza contra el sistema liberal-democrático y se transformaran paradójicamente en un factor
que aglutinó a diversos sectores sociales, incluyendo el estamento militar, para conservar la
democracia occidental y el régimen de libre mercado como la única alternativa a una guerra civil
prolongada. "[ ... ] La democracia puede llegar a ser percibida como una 'decisión estratégica'
para evitar la degradación del país hacia un conflicto catastrófico".29

Como se sabe, el fundador, ideólogo y jefe máximo de Sendero, Abimael Guzmán, fue
capturado en Lima el 12 de septiembre de 1992, cuando su movimiento ya estaba debilitado en
la sierra por la indiferencia de la mayoría de la población rural y la acción de las rondas
campesinas, y en el medio urbano por el antagonismo de la sociedad civil. El MRTA ensayó en
diciembre de 1996 un último golpe violento, que le produjo efectivamente una inmensa
publicidad, pero no el ansiado apoyo popular. Un comando del MRTA tomó por sorpresa la
embajada del Japón durante una recepción social, capturando a cientos de prominentes
personalidades como rehenes. El MRTA quería obligar al gobierno a negociar con él (es decir, a
ser reconocido como movimiento beligerante de pleno derecho) y conseguir la liberación de
todos los presos pertenecientes a esta agrupación, pero no obtuvo ninguna de sus
reivindicaciones; una audaz operación del ejército peruano logró la recuperación de la embajada
en abril de. 1997, durante la cual murieron todos los miembros del comando del MRTA. Lo que
logró con esta acción fue una victoria gubernamental: el presidente Alberto Fujimori tuvo "la
oportunidad de jugar una vez más su papel de líder firme contra el terrorismo",30 como ya lo
había hecho con mucho talento para mejorar y afianzar la imagen pública del cargo presidencial
durante la captura de Abimael Guzmán.

La guerra de guerrillas ha producido desde 1980 más o menos treinta mil muertes
violentas (incluidas las debidas a la represión policial y militar, que pasan de la mitad de esta
cifra); los daños materiales y los morales resultan simplemente imposibles de ser cuantificados.
La inmensa mayoría de las víctimas pertenecen a las clases populares y al campesinado de la
sierra andina; poquísimas víctimas se han dado en el seno de los estratos altos y dominantes. La
guerra no ha logrado modificar en lo más mínimo la estructura social del país y tampoco debilitar
el poder de los grupos privilegiados; así se ha descompuesto aún más el tejido social y los nexos
de solidaridad en las comunidades campesinas de la sierra y en las barriadas pobres de Lima.

Las Fuerzas Armadas han salido robustecidas y desde 1992 (junto con el presidente
Alberto Fujimori) representan el verdadero poder decisorio en el Perú. Su comportamiento
cotidiano (por ejemplo, con respecto a los derechos humanos y políticos de los ciudadanos
"normales") no es más democrático o razonable que antes de 1980: las transgresiones graves a
la ley de parte de oficiales y soldados siguen inscribiéndose en la tradicional cultura del
autoritarismo y de la impunidad de los poderosos.

En resumen -y como crítica inmanente-, puede afirmarse que la guerra de guerrillas no


ha valido la pena desde el propio punto de vista de las organizaciones revolucionarias: lo que
ellas han engendrado ha sido un enorme esfuerzo logístico, gigantescas pérdidas humanas y
materiales, el desgaste moral de toda la nación y al final el rechazo de la inmensa mayoría de la
población, rechazo particularmente fuerte entre aquellos sectores populares que deberían ser
los beneficiarios inmediatos de la pretendida revolución radical de Sendero Luminoso y del
Movimiento Revolucionario Túpac Amaru.31

29
Eduardo Pizarro Leongómez, Insurgencia..., op. cit. (nota 4), p. 243.
30
Carlos Iván Degregori, "Perú: más allá de la toma de rehenes", en Nueva Sociedad, núm. 148; marzo-abril de 1997, p. 9.
31
Así lo predijo Timothy Wickham-Crowley, "Winners, Losers and Also-Rans: Toward a Comparative Sociology of Latin American Guerrilla
Movements", en Susan Eckstein (comp.), Power and Popular Pro test. Latin American Social Movements, Berkeley, California, U. P., 1989.

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REFERENCIAS

Referencias bibliográficas según APA


Gonzales, O. (1991). Anuario de Estudios Americanos. El Estado peruano durante el siglo XX. Aspectos
teóricos y periodización. Biblioteca Nacional de Perú
Pease, H. Romero, G. (2014). La política en el Perú del siglo XX. Fondo Editorial de la Pontificia
Universidad Católica del Perú. Lima, Perú.
Mansilla, C. (2000). La violencia política en el Perú: un esbozo interdisciplinario de interpretación.
Estudios políticos, núm. 25, sexta época. Lima, Perú.

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ACTIVIDADES SESIÓN 2

1. Redacta un texto explicativo en relación al panorama peruano desde la mitad del siglo XX.
Sustente con coherencia y un análisis adecuado.
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2. Redacta con un criterio analítico los sustentos que describen las características del
militarismo en el Perú. Destaca todos los aspectos relevantes que se presentan en el texto.
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3. Resuma en un texto el tema “Violencia Política”, sustentando su postura sobre lo ocurrido a


través de argumentos válidos.
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4. Organice un esquema gráfico libre, de acuerdo a su preferencia y explique el tema “Violencia


Política”.

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