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Constitución y Derechos
Humanos
El propósito del presente es destacar algunas “pistas” importantes para tratar de comprender el
complejo proceso de construcción del Estado en el Perú durante el siglo XX, a partir de dos
tensiones básicas:
1. La primera tensión es la que se expresa entre los intentos por construir un poder central
(el Estado como arena de resolución de conflictos) y la persistencia de los privilegios de
los poderes privados.
2. La segunda tensión se manifiesta en la pugna de los sectores sociales excluidos para abrir
el sistema y ampliar la base ciudadana del Estado (conquista de derechos) y el esfuerzo
de las elites que controlan el aparato estatal para incorporar —sólo segmentadamente—
a ciertos sectores sociales al sistema político.
En lo posible, se evita caer en dicotomías que puedan reducir el análisis, como la que
separa lo nacional-popular de lo nacional-estatal.1 Prefiero ubicar mi perspectiva en el
entendimiento de que la sociedad y el Estado son partes de una misma relación. En esta línea
argumentativa se ubica, por ejemplo, el trabajo de David Nugent2 quien, después de hacer una
revisión bibliográfica sobre el tema del Estado, señala que las relaciones entre éste y la sociedad
hay que entenderlas como compuestas tanto por la cooperación como por el conflicto, y no sólo
por la permanente oposición.
Una aplicación de este modo de entender las relaciones recíprocas de las clases
subalternas y el Estado es la que nos ofrece Viviane Brachet quien, utilizando el concepto de
“pacto de dominación”,3 logra una interesante relectura del proceso político mexicano, cuestiona
el análisis hegemónico que consiste en afirmar que el Estado siempre ha poseído la iniciativa en
el tema de las reformas a aplicar y revela el papel principalísimo que han cumplido las clases
subalternas en la definición de las políticas estatales. En consecuencia, el Estado y la sociedad
interactúan permanentemente y ayudan a transformarse y a constituirse; no se les puede
entender por separado.
De una manera algo forzada, se puede afirmar que el proceso del Estado peruano en el
siglo XX tiene algo de paradójico: ha vuelto al punto donde comenzó, es decir, el del manejo
privatizado del poder. Si bien en el largo período que comprende un siglo las clases subalternas
conquistaron espacios a manera de oleadas —o de “incursiones democratizadoras”, como
prefiere denominar Sinesio López4 a las conquistas democráticas de las clases populares—,
desde los años ochenta, luego de más de una década de violencia política, crisis económica y
ciertos grados de descomposición social, la sociedad peruana se encuentra exhausta y con
capacidad de resguardar sólo lo que le resulta urgente e imprescindible, especialmente
actividades ligadas a la supervivencia.
1
Portantiero, Juan Carlos: “Lo nacional-popular y la alternativa democrática en América Latina”, en Henry Pease et. al.: América Latina 80:
democracia y movimiento popular, Lima, 1981.
2
Nugent, David: “Building the State, making the nation: the bases and limits of State centralization in modern Peru”, en American
Anthropologist, Vol. 96, núm. 2, junio, 1994.
3
Brachet, Viviane: El pacto de dominación. Estado, clase y reforma social en México (1910-1995). México, 1996.
4
López Jiménez, Sinesio: Ciudadanos reales e imaginarios: concepciones, desarrollo y mapas de la ciudadanía en el Perú. Lima, 1997.
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La importancia que asume el estudio del Estado para Anderson consiste en que es en él,
en tanto representante por excelencia de lo político, donde se resuelven las contradicciones entre
las clases. En otras palabras, no se trata de privilegiar sólo una historia “desde abajo” que se
centralice en las luchas de las clases sociales por conquistar el dominio; se hace necesario
también el estudio “desde arriba” para tener una imagen completa de los procesos históricos.
En la misma línea argumentativa, Arno Mayer7 estudia el proceso contradictorio que dio
paso a la sociedad moderna, para lo cual parte de tres premisas. La primera es que las dos
guerras mundiales del siglo XX están íntimamente ligadas, constituyendo lo que llama la Guerra
de los Treinta Años. La segunda es que la Gran Guerra (1914-1918) fue producto del intento del
Antiguo Régimen por mantenerse con vida frente a la sociedad moderna e industrial, capitalista
en suma. La tercera, y más importante, es que el Antiguo Régimen “era totalmente preindustrial
y preburgués”. Con ello, Mayer desea demostrar que el Antiguo Régimen persistió hasta bien
entrado el siglo XX, contradiciendo a la mayoría de estudios historiográficos que señalaban que
había sido eliminado definitivamente en 1789. El tema es, pues, las modalidades que ocurren en
las transiciones de una organización económica, política y social a otra. De lo que se trata es de
entender el proceso constitutivo del Estado en momentos de transición de un ordenamiento
social a otro.
Michael Mann8 señala que son cuatro las actividades principales del Estado: mantener
el orden interno, la guerra externa, mantener la infraestructura de comunicaciones y la
redistribución económica. Si bien éstas pueden ser emprendidas tanto por la sociedad entera
como por grupos de interés, quien más eficazmente las emprende es el personal de un Estado
central. Ello permite al Estado comprometer a grupos no sólo distintos sino incluso
contrapuestos, pudiendo oponerlos para mantener cierto nivel de autonomía con respecto a
ellos. Dicha característica es más visible en lo que Mann llama “Estado transicional”, ubicado en
medio de “profundas transformaciones económicas de un modo de producción a otro”. En esta
situación no existe una clase económica dominante, y el Estado tiene la posibilidad de enfrentar
a los grupos emergentes contra los tradicionales.
5
Anderson, Perry: Transiciones de la antigüedad al feudalismo. México, 1982.
6
Anderson, Perry: El Estado absolutista. México, 1980.
7
Mayer, Arno: La persistencia del Antiguo Régimen. Madrid, 1984.
8
Mann, Michael: “El poder autónomo del Estado: sus orígenes, mecanismos y resultados”, en Michael Mann y Chris Wickham: La autonomía
relativa del Estado, Cuadernos de Ciencias Sociales, núm. 59, Costa Rica, 1993.
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económico, militar e ideológico— presentes en todas las relaciones sociales. No obstante, sólo el
Estado está centralizado con respecto a “un territorio delimitado sobre el que tiene el poder
autoritario”. El Estado se constituye tanto en un lugar central como con un alcance territorial
unificado. De aquí deviene el poder autónomo estatal, pues tiene un campo de acción territorial
distinto al de las clases. Por otro lado, la centralización territorial permite al Estado la
movilización del poder para el desarrollo social.
Respecto al carácter evolutivo del Estado, Mann señala que los Estados-naciones que
conocemos ahora no son un producto del capitalismo (ni del feudalismo), sino el resultado “de
la manera en que los Estados preexistentes dieron fronteras normativas a las expansivas,
emergentes, relaciones capitalistas”.9 La evolución sostenida desde la época medieval hasta la
moderna es decisiva para entender las transformaciones modernizadoras y en nuestro tiempo
lo es la relación existente entre los estados nacionales y el sistema mundial, especialmente en
cuanto a los problemas de la centralización y la territorialización.
En efecto, tanto liberales como marxistas coinciden en señalar que el Estado peruano
siempre ha estado alejado de la sociedad “real”. Los primeros atribuyen este alejamiento a la
característica mercantilista del Estado peruano;13 los segundos a su carácter de clase y a su
subordinación a los intereses económicos internacionales. En definitiva, el Estado en el Perú
nunca ha sido representativo de la sociedad. Más aún, sólo lo ha caracterizado su fuerza
coaccionadora, precisamente para sustituir esa incapacidad de representación. Pero hay que
señalar que estos cuestionamientos, siendo ciertos, no son novedosos, pues ya están presentes
en las reflexiones de pensadores tan importantes y distintos teórica e ideológicamente, como
son Víctor Andrés Belaunde14 y Jorge Basadre.15
9
Ibídem, pág. 42.
10
Mann, Michael: “El poder autónomo del...”, págs. 20-21. Para la importancia que adquirió la imprenta y lo que llama “capitalismo
impreso” en la constitución de comunidades nacionales, ver el libro de Anderson, Benedict: Comunidades imaginarias. Reflexiones sobre el
origen y la difusión del nacionalismo, México, 1993.
11
Según Julio Cotler: Clases, Estado y nación en el Perú, Lima, 1978, por ejemplo, el proceso seguido por el Estado peruano es particular en
América Latina por la fuerte presencia de lo que denomina “la herencia colonial”.
12
Chirinos Soto, Enrique: Historia de la república: 1821-Perú-1978, Lima, 1977.
13
De Soto, Hernando: El otro sendero, Lima, 1986.
14
Belaunde, Víctor Andrés: La crisis presente [1914]. Lima, 1994.
15
Basadre, Jorge: Perú: problema y posibilidad [1931]. Lima, 1978.
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EL MILITARISMO EN EL PERÚ
Dentro de las varias causas del deterioro económico, cultural y moral con que el Perú comienza
su andadura en el siglo XXI, el militarismo es, sin lugar a dudas, la más importante. El
militarismo ha controlado casi toda nuestra vida republicana. Antes de la Independencia, en la
Colonia, solo la fuerza militar pudo avasallar a los peruanos durante tres siglos. Y si vamos aún
más atrás, comprobaremos que tanto el gobierno incaico como el español estaban organizados
en función de su quehacer militar. En suma, la historia de nuestro país está ligada al militarismo,
más bien es su prisionera. Y en los pocos momentos en que la democracia intentó gobernar el
país, el militarismo pendió como una espada de Damocles sobre la cabeza de sus gobernantes.
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esencia que muchas veces se unen, funden, amalgaman, siendo ocioso el esfuerzo de separarlas
en este estudio. Todas tienen un común denominador y un sustento. El común denominador es
la falta de respeto por la opinión de la población civil y el derecho que ésta tiene para
pronunciarse. Su sustento es el respaldo, uso o manipulación de las instituciones militares, que
se benefician de su complicidad y apoyo.
Es una locura, dicen los sicólogos, hacer siempre lo mismo y esperar resultados
diferentes. Los peruanos tenemos la locura de creer que un gobierno fuerte, tirano, manu
militar, autoritario, como el de los militaristas, sean estos encabezados por militares como
Velasco o civiles como Fujimori, nos pueden sacar de las crisis y llevarnos al progreso. Nada más
falso ni más pernicioso, tenemos atrás toda nuestra historia para demostrarlo.
Quizá la peor consecuencia del militarismo es que en dos siglos no hemos desarrollado
corrientes políticas que puedan debatir de forma continua y coherente nuestros conflictos:
sierra-costa-selva, indios-cholosblancos, indigenismo-occidentalismo, ricos-pobres-clase
media, centralismo-descentralismo, ciudad-barriada-campo, etc. Tampoco se han podido
desarrollar corrientes ideológicas que representen de forma sostenida y dinámica los intereses
de los diversos grupos sociales y económicos. Por lo tanto no tenemos un “Proyecto de Perú” a
debatir o compartir. Ejemplifica este hecho la triste campaña de los candidatos a la presidencia
del Perú el año 2001, centrada en si uno de ellos consumía cocaína y tenía una hija “ilegítima” o
si el otro tenía un piso en Francia que no había declarado. Este vacío de contenidos políticos a
debatir es consecuencia directa de un régimen autoritario y corrupto, como el de Fujimori-
Montesinos, que desmantelaron los partidos políticos durante su gobierno.
Hay una característica del militarismo que es igualmente perversa y difícil de desarraigar
en un país tan diverso como el Perú: la falta de respeto por los demás. Esto se traduce en falta
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de respeto por la opinión ajena, falta de respeto por la persona que no es de nuestro entorno,
que no es de nuestra ciudad, que no tiene nuestro color, nuestro acento, nuestra preferencia
sexual, nuestra creencia religiosa, nuestra posición económica. El militarismo inculca la falta de
respeto a todo lo que se opone a un arquetipo específico, y este es un individuo que no protesta,
que no aspira, que acepta las órdenes sin murmurar, que no opina y que se comporta como
espera la autoridad, no la ley. Por eso un gobierno militarista excluye lo diverso y lo plural. No
hay cabida en él, y más bien hay represión, para grupos que representen una ideología diferente
o un comportamiento no común. No hay cabida para las minorías.
El militarismo no concibe un Perú diverso ni plural donde los grupos sociales de cada
región incentiven su propia cultura, su manera de ver las cosas, su manera de resolver sus
problemas y, sobretodo, su manera de querer modernizarse. Esta forma de pensar nada tiene
que ver con el regionalismo obtuso y tribal, que es excluyente y no-integrador. No es, pues,
pretender que los arequipeños o piuranos o iquiteños o puneños, por mencionar algunos
ciudadanos, se consideren feudos o cotos privados de caza para los caciques locales; por el
contrario lo que un integracionismo regional pretende es que los habitantes de cada región
participen en el desarrollo de su comunidad y se sientan responsables de su futuro sin que este
dependa del gusto, conveniencia o caridad del gobierno central. Este progreso regional haría
más fuerte al país.
Tomemos dos ejemplos para ilustrar el caso: Estados Unidos y Suiza. Estados Unidos
tiene una sociedad plural donde cada etnia, judíos, asiáticos, latinoamericanos, europeos, afro
americanos, y tantas otras, mantienen sus tradiciones, lengua, costumbres, y se sienten a la vez
orgullosos de ser estadounidenses. También existen grandes diferencias de carácter y manera
de ver las cosas dependiendo de la zona geográfica donde se viva, así el punto de vista de un
californiano es bastante disímil del residente de la costa del Este o de un tejano. Pero lo que une
a todos es su idea de ver y sentir a Estados Unidos como su país. Suiza, un país mucho más viejo,
está compuesto por cantones en los que se habla idiomas diferentes (alemán, francés, italiano),
tiene religiones diferentes (42% protestantes, 46% católicos, musulmanes 2% y otros 10%), y
costumbres muy diferentes: los sobrios y austeros ginebrinos son bastante opuestos a los
bulliciosos residentes de Zurich o de Berna. Sin embargo, esa pluralidad no ha impedido, todo
lo contrario, ha fomentado un estado solidario y moderno basado no solamente en el respeto a
la idiosincrasia de los residentes de otros cantones sino principalmente en su admiración y
aprecio.
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si el Perú fuese un gran cuartel o, en el mejor de los casos, un gran ejército. Este modelo castrense
siempre tiene en cuenta la estructura jerárquica que ha sido adoptada por el resto de la sociedad,
así: el rico manda y se cree mejor que el menos rico, y éste mejor que el pobre, y el pobre mejor
que el miserable, y el miserable mejor que el mendigo.
En cuanto al orden externo el asunto es álgido. Parecería lógico afirmar que las FFAA
son garantes de nuestras fronteras. Aparentemente es así, es su misión. Una misión mal
cumplida a decir verdad durante toda la República. No hay guerra que no hayamos perdido de
una manera u otra. Desde 1821 nos hemos achicado a la mitad al perder territorios en todas
nuestras fronteras. Pero, hay que aclarar, estas pérdidas no han sido por falta de valor de los
soldados. Ha sido por falta de recursos, escasez de equipamiento, deficiente preparación, y
porque para luchar se necesita saber por quién. Si hubiéramos tenido una economía fuerte no
sólo nuestro ejército hubiese sido mejor, también hubiéramos tenido recursos para comprar
voluntades foráneas, mejorar nuestro sistema de espionaje y tener medios suficientes para ser
respetados en el concierto internacional. En muy pocas ocasiones* las guerras las ganan los
ejércitos, generalmente las ganan las naciones poderosas. Un país débil y un pueblo explotado
no pueden tener un ejército temible. Perú no era más poderoso que Chile ni que Colombia
cuando perdió las guerras contra ellos. Ni siquiera en su tiempo más que Bolivia. Debemos haber
estado tan mal que hasta Ecuador se atrevió durante dos siglos a plantarnos cara.
A pesar de todos los fracasos militares muchos peruanos siguen creyendo que las FFAA
son nuestra salvación en caso de peligro, y se les hincha el pecho y vibran de emoción en sus
desfiles, reverencian a sus héroes, todos perdedores, y no se atreven a criticar a los militares por
16temor a ser acusados de traición a la patria. Los militaristas se han erigido en garantes de la
paz interna y únicos defensores de la integridad nacional. Se han creído Perú. Todos sus
atropellos a la democracia han sido aceptados con pocas reticencias por los pocos gobiernos
civiles, sabedores que necesitan de los militares para sobrevivir.
Rechazar la intrusión militar en la vida civil ha sido tabú en el Perú. Enfrentarse a las
FFAA era un asunto peligroso, pocos historiadores se han atrevido a ello, la mayor parte se ha
limitado a proporcionarnos fechas, datos, nombres, sin enjuiciar las graves consecuencias que
ha dejado en nuestro espíritu nacional la injerencia y el atropello de los militares en cada golpe
de estado y, lo que es peor, los grandes historiadores peruanos no sólo no han denunciado sino
que han edulcorado o hasta justificado los golpes de estado de militares ambiciosos achacando
estos al grado de descomposición de las instituciones democráticas.
Los motivos expuestos me han obligado a escribir el presente ensayo. Advierto al lector
que éste no es imparcial, como tampoco lo sería aquél que atacase la tortura, la violación o el
asesinato. Pretendo demostrar, basado en referencias históricas veraces y contrastables, lo
nefasto que ha sido el militarismo para el desarrollo del país. Cada vez que los líderes
militaristas, civiles o militares, han usurpado el poder para salvar a la nación, la situación ha
empeorado mientras que ellos se enriquecían, enriquecían a sus amigos atropellando los
derechos humanos de sus compatriotas. Los gobiernos en que se ha robado más han sido los
16
* El pueblo de Vietnam fue una gran y honrosa excepción a esta regla.
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gobiernos militaristas, sin embargo, casi todos ellos han escapado de ser juzgados por sus
escandalosos latrocinios. Seríamos demasiado cándidos para creer que el arrepentimiento
oportunista e inevitable de unos generales, y el encarcelamiento de otros el año 2001 va a
cambiar dos siglos de mal ejemplo y catequesis de los que predican que lo que falta en el Perú es
mano dura. También intento subrayar, sin importar su corriente liberal o conservadora, el
pensamiento de tantos políticos que durante casi dos siglos han luchado, hasta ahora
estérilmente, por hacer un Perú democrático y solidario con su diversidad.
Una última observación, el militarismo del Perú no es “sui generis”, diferente ni especial,
como quisiera argüir el equívoco orgullo de algunos de sus ciudadanos. En el análisis y hechos
que relatamos se pueden ver reflejados todos los militarismos de América, algunos que tuvo
Europa hasta épocas muy recientes, muchos de Asia, y varios que lamentablemente existen en
África.
El análisis de fenómenos de violencia política en el Perú estuvo largo tiempo bajo una especie de
monopolio de esquemas marxistas y afines, como la Teoría Latinoamericana de la Dependencia.
Estos enfoques han ofrecido explicaciones monocausales, a primera vista plausibles, que
vinculan la irrupción de la lucha armada y el surgimiento de guerras civiles a la existencia de
insoportables situaciones de injusticia histórica, la cual estribaría principalmente en la
explotación despiadada de parte de monopolios extranjeros y sus agentes locales. Según Johan
Galtung18 -cuyas tesis han sido muy populares a la hora de explicar las causas profundas de los
problemas peruanos-2 los motivos de la "violencia estructural" provienen básicamente:
Contra esta concepción se puede aseverar que la penuria económica, la carencia de influencia
política, el desempleo crónico y el malestar colectivo, representan factores que han predominado
en todos los periodos de la historia humana y en todas las sociedades, y que sólo ocasionalmente
han dado lugar a una violencia política específica como la lucha armada. El bajo consumo de
calorías y proteínas, el analfabetismo y las agresiones físicas del marido en la vida familiar e
íntima son, sin duda alguna, fenómenos reprobables, pero calificarlos como elementos
17
* Aunque el ensayo está dirigido al público en general, espero que las notas al final de cada capítulo sean útiles a los especialistas en el
tema.
18
Johan Galtung, Sobre la paz, Barcelona, Fontamara, 1985, pp. 27-72.
19
José María Salcedo, "Violencia y medios de comunicación en el Perú", en Violencia en la región andina: caso Perú, Lima, APEP, 1993, pp.
222,235.
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definitorios de la violencia política en el Perú y como variables que pueden explicar y hasta
exculpar los movimientos guerrilleros20 es una exageración sin atenuantes.
Hay que tener presente que gran parte del territorio peruano está conformado por
desiertos, estepas, montañas y selvas tropicales, suelos que difícilmente se prestan a la vida
humana, y si son utilizados económicamente, se degradan rápido a causa de su precariedad
ecológica. La configuración del medio ambiente no es precisamente favorable a una apertura
indiscriminada de todas las regiones del país hacia el progreso material y, por ende, a mitigar de
esa manera el incremento demográfico; pese a ello persiste desde la época colonial el mito
popular de las riquezas inmensas y de la potencialidad ilimitada del Perú, potencialidad que
estaría refrenada por políticas públicas inadecuadas. Tenemos entonces una constelación
ecológico-demográfica que constriñe el desenvolvimiento rápido de las fuerzas productivas e
indirectamente aumenta el potencial de protesta y de violencia sociopolíticas.
20
Margarita Giesecke, "Vida cotidiana y violencia en el Perú", en Violencia, op. cit. (nota 3), pp. 164, 166, 172 sq.; Giesecke, Violencia
estructural en el Perú. Historias de vida, Lima, APEP, 1990.
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En 1950, la capital Lima contaba con un millón de habitantes, mientras que hoy en día
la magnitud poblacional del área metropolitana sobrepasa los 10 millones. Este acelerado
incremento demográfico no ha podido hasta hoy ser amortiguado por un crecimiento
equivalente en la generación de alimentos, puestos de trabajo, viviendas y posibilidades
educacionales. Así, cualquier régimen sociopolítico se habría visto en enormes dificultades para
brindar un nivel de vida adecuado a una sociedad que no sólo ha crecido físicamente a un ritmo
incesante e imprevisible (hasta la década de 1980-1990), sino que, simultáneamente, despliega
anhelos de progreso material que corresponden, en el fondo, a una etapa histórica posterior.
Los fenómenos de anomia han ido peculiarmente agudos en la sierra peruana, sobre todo
en la región conformada por los departamentos de Ayacucho, Apurímac y .cusco. Como se sabe,
Perú es una de las sociedades más heterogéneas de América Latina, tanto en el campo étnico-
cultural, como en los terrenos de la historia, las instituciones y hasta la geografía. La zona de la
sierra es percibida como básicamente agraria, marcada por valores premodernos y tradiciones
rurales y habitadas principalmente por indígenas. Todos los indicadores -ingresos, prestaciones
médicas, posibilidades educacionales- son desfavorables a la sierra andina. Estos dos grandes
segmentos del Perú tuvieron durante siglos fuertes vínculos sólo en la esfera económica, y
estuvieron relativamente aislados uno del otro en el campo político y cultural.
21
Comisión Especial del Senado sobre las causas de la violencia y alternativas de pacificación en el Perú [bajo la coordinación de Enrique
Bemales], Violencia y pacificación, Lima, DESCO-Comisión Andina de Juristas, 1989, p. 180,241.
22
Sobre Ayacucho y el surgimiento de la violencia abierta, cf Alvaro Ortiz, David Robinson, "La pobreza en Ayacucho", en Socialismo y
Participación, núm. 28, diciembre de 1984, pp. 15-33.
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La reforma agraria del régimen militar reformista (1968-1980) aniquiló a la clase de los
terratenientes blancos de talante premoderno y aristocrático de la sierra peruana, pero la
repartición de los latifundios entre los campesinos no elevó de ninguna manera el nivel de vida
de los mismos, dislocó los circuitos de comercialización de los productos agrarios y contribuyó
la formación d~ una nueva élite bastante más autoritaria, grosera y explotadora que la anterior,
compuesta de dirigentes sindicales, líderes políticos locales e intermediarios comerciales sin
escrúpulos de ninguna clase. La desaparición de los antiguos terratenientes conllevó, ante todo,
un vacío de valores de orientación y principios éticos, que fue aprovechado por el MRTA y
Sendero. El incremento demográfico ya mencionado, que ha sido especialmente fuerte en la
sierra, redujo las posibilidades de éxito de la reforma agraria: la tierra expropiada no alcanzó
para todos los campesinos, y aun en los casos de dotación aceptable con terrenos agrícolas, las
familias con numerosos hijos tuvieron que fraccionar sus posesiones hasta crear minifundios
improductivos.
Investigadores que tienden a atribuir a las llamadas clases altas la casi total responsabilidad por
el surgimiento de la violencia política conceden que la estructura familiar andino-rural en las
capas populares puede ser calificada como particularmente autoritaria y proclive a la violencia
de todo tipo; el proverbial machismo y, sobre todo, el régimen irracional e iracundo que impone
el páter familias -quien no goza de ninguna autoridad ética ante los hijos- hacen aparecer el
ejercicio de la violencia física como la alternativa habitual de solución de conflictos en la esfera
política.23
Por otra parte, como señaló Enrique Bernales Ballesteros, la ideología maoísta de
Sendero Luminoso no hizo impacto entre las masas desarraigadas de campesinos serranos a
causa de su calidad teórica o su contenido político específico, sino porque reproducía valores de
orientación y visiones utópicas de la propia cultura andina. El legado autoritario de ésta, la
belicosidad de numerosas comunidades campesinas y el pensamiento milenarista de la
civilización aborigen se asemejan a elementos básicos de la ideología senderista.24 La tendencia
utópica contiene no sólo un elemento religioso-apocalíptico, sino también el anhelo de una
revancha histórica, social y hasta étnica de los aborígenes contra los blancos.25
Aparte de este factor hay que mencionar en lugar destacado el "problema no resuelto" de
la identidad nacional y de la difícil convivencia de varias etnias en un mismo territorio como una
de las causas fundamentales de la especie de guerra civil que ensangrentó al Perú durante largos
años. Lo que puede llamarse la identidad colectiva de esta nación presenta una carencia marcada
de integración social, una cierta incomunicación entre los diversos actores étnico-culturales y
una clara resistencia a aceptar una genuina pluralidad en igualdad de condiciones para todos los
habitantes del país. Hasta hoy el Perú no ha edificado una cultura común y un sentimiento de
23
Felipe MacGregor, Marcial Rubio Correa, "La región andina: una visión general", en Violencia..., op. cit. (nota 3), p. 15.
24
Enrique Bernales Ballesteros, op. cit. (nota lO), pp. 68-70 (siguiendo un argumento de Antonio Díaz Martínez, Ayaeueho: hambre y
esperanza, Lima, Mosca Azul, 1985, passim).
25
Marie-Danielle Démélas, "Les indigenismes: contours et détours", en L 'indianité au Pérou. Mythe ou réalité, París, CNRS, 1983, pp. 9-50.
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solidaridad y continuidad compartidas, en lo esencial, por todos los grupos étnico-sociales. Las
etnias indígenas representan los sectores en desventaja dentro de un marco sociocultural que
tiende a discriminar a los elementos de origen rural y premoderno. Las barreras profundas entre
mestizos e indios, entre costeños y serranos, no son, ciertamente, la causa inmediata de la lucha
armada, pero han coadyuvado a conformar un entorno proclive a las relaciones violentas entre
estos grupos y desfavorable a la solución pacífica de conflictos.
26
Cynthia MacClintock, Abraham F. Lowenthal (comps.), The Peruvian Experiment Reconsidered, Princeton, Princeton U. P. 1983
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Sendero Luminoso y el MRTA han creado ciertamente una subcultura en 'sus áreas de
influencia, que probablemente está mucho más cerca de la tradicional cultura política del
autoritarismo que de las orientaciones de la modernidad. Con alguna seguridad se puede afirmar
que tanto en Sendero como en el MRTA se halla sobrepresentado –y en forma marcadamente
notoria- el sector social de los asalariados dependientes, en especial el clásico proletariado de
fábrica urbana o de empresa minera. También el campesino propietario de pequeñas parcelas
se encuentra entre aquéllos que no fueron atraídos ni por la propaganda ni por la praxis de estas
instituciones revolucionarias. Los sindicatos se hallan entre las instituciones sociales del Perú
donde la influencia del MRTA y de Sendero fue prácticamente nula.
27
Timothy Wickham-Crowley, Guerrillas and Revolution in Latin America. A Comparative Study of Insurgents and Regimes sin ce 1956,
Princeton, Princeton U. P., 1992, pp. 23-28.
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fondo, los dirigentes anhelan sólo pecunia, potestas, praestigium, como la mayoría de los
revolucionarios salidos de las clases medias a lo largo de toda la historia universal.
Sin lugar a dudas, se puede aseverar que Sendero Luminoso se ha destacado por una
enorme cantidad de actos de extrema violencia, inútil e irracional, como la matanza
indiscriminada de campesinos en aldeas y comarcas "inseguras", atentados contra casi todos los
grupos sociales y partidos políticos, destrucción de propiedad privada y estatal, el asesinato de
niños pequeños y mujeres no involucradas en ningún conflicto. La evolución del MRTA, su
estructuración interna y algunos lineamientos ideológicos (el objetivo supremo de un socialismo
radical) son similares a Sendero; el MRTA empezó a operar en 1984 y se ha diferenciado por su
anhelo de publicidad a toda costa, por su programática más diluida y por un intento de acercarse
a partidos e instituciones de izquierda.
28
Rogger Mercado, Algo más sobre Sendero, Lima, Ediciones de Cultura Popular 1987, vol. 1, pp. 14-17 (Mercado es considerado como el
propagandista oficial de Sendero Luminoso).
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ofensiva militar de los años 1980-1989 fue errática, innecesariamente dura, mal planificada y
peor ejecutada.46 El viraje se produjo en 1989: el parlamento confirió al Poder Ejecutivo
poderes especiales para combatir a los insurgentes, se reorganizó y potenció la Dirección
Nacional contra el Terrorismo (DINCOTE) -a la que se debe la captura de Abimael Guzmán-, se
conformaron los Grupos Especiales de Inteligencia (GEN), el gobierno ordenó a las Fuerzas
Armadas el evitar los abusos más groseros contra la población civil y se otorgó un apoyo resuelto
a la autodefensa armada del campesinado.
La mayoría de los analistas está de acuerdo en atribuir a las rondas campesinas una
función decisiva en la derrota -por 10 menos parcial y temporal, pero percibida claramente como
tal por los campesinos- de Sendero Luminoso y del MRTA. Ya antes de la captura de Abimael
Guzmán (1992), las rondas habían debilitado decisivamente a Sendero precisamente en
Ayacucho, aislándolo de otras posibles áreas y poblaciones vulnerables y reduciendo el miedo
que irradiaba su sola presencia fugaz. Las rondas campesinas han usado una sutil combinación
de astucia y paciencia para sobreponerse a un enemigo peligroso dentro de una alianza
pragmática con las Fuerzas Armadas, y han sabido plegarse a: las peculiaridades locales y
regionales para quitarle ventajas a Sendero Luminoso.
La violencia por la violencia constituyó el rasgo definitorio más relevante de Sendero y en menor
escala del MRTA, aún más que su proyecto político y cultural· de corte autoritario; pero esta
concepción conllevó la ruina posterior de ambos movimientos guerrilleros. Se trató ciertamente
de una concepción apocalíptica que intentaba purificar radicalmente y a sangre y fuego el mal,
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Como se sabe, el fundador, ideólogo y jefe máximo de Sendero, Abimael Guzmán, fue
capturado en Lima el 12 de septiembre de 1992, cuando su movimiento ya estaba debilitado en
la sierra por la indiferencia de la mayoría de la población rural y la acción de las rondas
campesinas, y en el medio urbano por el antagonismo de la sociedad civil. El MRTA ensayó en
diciembre de 1996 un último golpe violento, que le produjo efectivamente una inmensa
publicidad, pero no el ansiado apoyo popular. Un comando del MRTA tomó por sorpresa la
embajada del Japón durante una recepción social, capturando a cientos de prominentes
personalidades como rehenes. El MRTA quería obligar al gobierno a negociar con él (es decir, a
ser reconocido como movimiento beligerante de pleno derecho) y conseguir la liberación de
todos los presos pertenecientes a esta agrupación, pero no obtuvo ninguna de sus
reivindicaciones; una audaz operación del ejército peruano logró la recuperación de la embajada
en abril de. 1997, durante la cual murieron todos los miembros del comando del MRTA. Lo que
logró con esta acción fue una victoria gubernamental: el presidente Alberto Fujimori tuvo "la
oportunidad de jugar una vez más su papel de líder firme contra el terrorismo",30 como ya lo
había hecho con mucho talento para mejorar y afianzar la imagen pública del cargo presidencial
durante la captura de Abimael Guzmán.
La guerra de guerrillas ha producido desde 1980 más o menos treinta mil muertes
violentas (incluidas las debidas a la represión policial y militar, que pasan de la mitad de esta
cifra); los daños materiales y los morales resultan simplemente imposibles de ser cuantificados.
La inmensa mayoría de las víctimas pertenecen a las clases populares y al campesinado de la
sierra andina; poquísimas víctimas se han dado en el seno de los estratos altos y dominantes. La
guerra no ha logrado modificar en lo más mínimo la estructura social del país y tampoco debilitar
el poder de los grupos privilegiados; así se ha descompuesto aún más el tejido social y los nexos
de solidaridad en las comunidades campesinas de la sierra y en las barriadas pobres de Lima.
Las Fuerzas Armadas han salido robustecidas y desde 1992 (junto con el presidente
Alberto Fujimori) representan el verdadero poder decisorio en el Perú. Su comportamiento
cotidiano (por ejemplo, con respecto a los derechos humanos y políticos de los ciudadanos
"normales") no es más democrático o razonable que antes de 1980: las transgresiones graves a
la ley de parte de oficiales y soldados siguen inscribiéndose en la tradicional cultura del
autoritarismo y de la impunidad de los poderosos.
29
Eduardo Pizarro Leongómez, Insurgencia..., op. cit. (nota 4), p. 243.
30
Carlos Iván Degregori, "Perú: más allá de la toma de rehenes", en Nueva Sociedad, núm. 148; marzo-abril de 1997, p. 9.
31
Así lo predijo Timothy Wickham-Crowley, "Winners, Losers and Also-Rans: Toward a Comparative Sociology of Latin American Guerrilla
Movements", en Susan Eckstein (comp.), Power and Popular Pro test. Latin American Social Movements, Berkeley, California, U. P., 1989.
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REFERENCIAS
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ACTIVIDADES SESIÓN 2
1. Redacta un texto explicativo en relación al panorama peruano desde la mitad del siglo XX.
Sustente con coherencia y un análisis adecuado.
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2. Redacta con un criterio analítico los sustentos que describen las características del
militarismo en el Perú. Destaca todos los aspectos relevantes que se presentan en el texto.
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