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Rodríguez, Andrea B.

, “Malvinas: “la” causa nacional y sagrada”, en: Lorenz, Federico, Argentina:


los lugares de la memoria, Buenos Aires, Edhasa. En prensa.

Malvinas: “la” causa nacional y sagrada

Andrea Belén Rodríguez


CEHEPyC-UNCO-CONICET

El reclamo de soberanía de las islas del Atlántico Sur constituye uno de los tópicos por
excelencia que nos identifica colectivamente a los argentinos, uno de esos lugares de la
memoria que nos conmueve y apela a nuestra emotividad. Si hiciéramos una encuesta en
distintas ciudades del país preguntando por un símbolo nacional que unifique a sectores
diversos de nuestra sociedad, seguramente uno de los primeros elementos que aparecería
sería la “cuestión Malvinas”, que engloba la ansiada restitución del archipiélago malvinense
pero también de las islas Georgias y Sandwich del Sur, y por extensión la Antártida (o el
sector que reclama Argentina). Y ello no sólo por las consecuencias de una guerra todavía
demasiado presente, si no que la apropiación de la “recuperación” de las islas por
amplísimas capas sociales se remonta a muchos años antes del conflicto. ¿Cómo el reclamo
por unas islas heladas y perdidas en el Atlántico Sur se transformó en una “causa nacional y
popular” para la sociedad argentina, en un símbolo nacional con vigencia aún hoy en día?
Si las islas Malvinas fueron tomadas ilegalmente por Gran Bretaña en 1833 –luego de 5
años de existencia de la colonia al mando de Luis Vernet, el comandante político y militar
designado por el Gobierno de Buenos Aires que estaba a cargo de las relaciones exteriores
de las Provincias Unidas del Río de la Plata–, en realidad recién un siglo después es posible
advertir claramente que la reivindicación diplomática pasó a ser una causa sentida y
arraigada en amplios sectores del país. Como todos los lugares de la memoria, también la
configuración de Malvinas como símbolo de “argentinidad” es el producto de procesos de
construcción cultural a lo largo de nuestra historia. ¿Quiénes intervinieron en esos procesos
y a qué sectores representaban? ¿Qué sentidos le otorgaron al símbolo Malvinas en
distintos contextos históricos? ¿Qué imaginarios de larga data se cruzaron y aunaron en el
reclamo de soberanía para convertir a Malvinas en la “causa nacional” por excelencia?
¿Cómo impactaron la guerra y la derrota de 1982 en esos sentidos que encarnaba –¿y aún
encarna?– Malvinas?

Un primer antecedente en este recorrido se encuentra en las editoriales que el periodista


José Hernández –el autor del Martín Fierro– publicó en su periódico El Río de la Plata en
1869, en el contexto de organización del estado nacional. Las editoriales eran una
introducción a la carta que el marino Lasserre le había enviado describiendo sus
navegaciones al archipiélago, la geografía del lugar y la cotidianeidad de los isleños. En
ellas, Hernández –de tendencia federal y opositor al presidente Sarmiento– denunciaba la
“usurpación” de las islas en un contexto de debilidad del gobierno nacional. Aclarando lo
vital que el territorio es para una nación, explicaba que las islas ocupadas por Gran Bretaña
amenazaban la “integridad territorial” de la República: esa incompletud representaba un
obstáculo para la existencia y el libre progreso argentino ya que pendía en su futuro “la
Rodríguez, Andrea B., “Malvinas: “la” causa nacional y sagrada”, en: Lorenz, Federico, Argentina:
los lugares de la memoria, Buenos Aires, Edhasa. En prensa.

amenaza de una nueva usurpación”. Asimismo, le pedía al “pueblo” que poco sabía de estas
islas que se informara, se levantara contra este “despojo” y mantuviera vigente el reclamo
de esta “injusticia”, al tiempo que exigía que los gobiernos tomaran cartas en el asunto en la
arena diplomática que –desde su perspectiva– tanto habían descuidado.

Dos elementos llaman la atención de estas editoriales. Por un lado, la vigencia de los
términos que se usarían de ahí en más para denunciar el hecho de fuerza: “usurpación”,
“despojo”, “injusticia” tejían un discurso que tanto denunciaba lo injustificable de la acción
británica, como buscaba alertar sobre un conflicto que aún estaba abierto, irresoluto. Por
otro lado, la indiferencia del pueblo al que pretendía “despertar” así como la poca
incidencia de estas notas en la prensa porteña, demuestra que el reclamo de soberanía de las
islas australes lejos estaba aún de constituirse en una causa sentida y arraigada en la
población nacional.

Sin dudas, el hito que tanto difunde la “usurpación”, sienta las bases del reclamo jurídico
argentino como consagra su elevación a “causa nacional” es la publicación de Les Iles
Malouines del francés Paul Groussac –entonces director de la Biblioteca Nacional y
miembro de la elite porteña–, que cuenta con un recorrido original. La primera publicación
en 1910 pasó inadvertida para la sociedad en general porque se publicó en francés y sólo
tuvo una edición. Sin embargo, su obra que explicaba exhaustivamente los “derechos
positivos e imprescriptibles de la República argentina a la propiedad del archipiélago”
(haciendo un recorrido histórico desde los primeros avistajes de las islas, las disputas con
franceses e ingleses, hasta la ocupación permanente de España y su “heredera”, Argentina)
fue recuperada en la década del ‘30 por el legislador socialista Alfredo Palacios. Si bien
estaba en las antípodas del espectro político de Groussac, ya que el senador cuestionaba a
los gobiernos conservadores al tiempo que se erigía como el representante de los sectores
obreros, no por ello Palacios dejó de reconocer la relevancia de esta obra para que “todos
los habitantes de la República sepan que las Islas Malvinas son argentinas y que la Gran
Bretaña, sin título de soberanía se apoderó de ellas por una obra de la fuerza” (como reza el
proyecto de ley 11904). Su proyecto para traducir al castellano y difundir el texto de
Groussac fue aprobado en 1934, y como consecuencia la obra ahora denominada Las Islas
Malvinas llegó a los estantes de las bibliotecas populares, y en su versión reducida, a las
escuelas de los más lejanos rincones del país.

Los ribetes nacionalistas en el pensamiento de Palacios eran en realidad un signo de época.


El periodo post-crisis de 1929 mostró el agotamiento del modelo agroexportador que
reducía a la Argentina al papel de productor de materias primas y lo ataba a su principal
comprador: Gran Bretaña. A partir de la década del ‘30, la denuncia de esa política
económica como “entreguista” se difundió ampliamente desde una perspectiva nacionalista
y antiimperialista de la mano de los intelectuales encuadrados en el “revisionismo
histórico”. En una de las obras paradigmáticas de esta corriente (en su versión conservadora
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y antidemocrática), La Argentina y el imperialismo británico de 1934, los hermanos


Irazusta denunciaban las “cadenas” que “sometían” a Argentina como si fuese una colonia
británica, ya que la supuesta “amistad secular” que nos unía con Inglaterra era en realidad
una “penetración imperialista” que sólo beneficiaba a los más poderosos (la potencia
europea y las “oligarquías nacionales”): la “usurpación” de las islas Malvinas y, en los ‘30,
el Tratado Roca-Runciman eran dos hechos que demostraban claramente quiénes eran los
ganadores y quiénes los perdedores en esa relación.

La obra de los Irazusta llegó a amplios sectores sociales ya que los revisionistas buscaban
publicar obras para el gran público, con una argumentación fácil de seguir. Si bien desde
otra perspectiva diferente a la de Palacios, la “causa nacional” se siguió consolidando,
evidenciando un atributo que la caracterizaría de ahí en más: el reclamo de las “islas
irredentas” era capaz de unificar a las más diversas y hasta opuestas corrientes de
pensamiento.

Ahora bien, la publicación de estas obras que contribuyeron a la conformación y difusión


de la “causa Malvinas” se produjo en la coyuntura de constitución de la identidad nacional
desde el Estado en la primera mitad del siglo XX –proceso de configuración identitaria en
el que éstas estaban inscriptas, y del que, a la vez, formaban parte. En tal sentido, la
“causa” estaba anclada en un nacionalismo esencialista propugnado principalmente por las
elites gobernantes a principios del siglo XX como estrategia para frenar la disolución de
una supuesta identidad nacional provocada por el “aluvión” de inmigrantes. Esas capas
ilustradas buscaban homogeneizar la población mediante la construcción de una identidad
nacional anclada en una cultura compartida, en una historia, geografía y lengua en común,
y en el amor al territorio, único elemento que la variopinta población compartía. En ese
contexto, el Estado no sólo estableció la versión del pasado nacional que se debía transmitir
en las escuelas a través de las efemérides, las conmemoraciones y los contenidos
curriculares obligatorios (incluyendo el reclamo de las islas del Atlántico Sur en 1941), sino
que también elaboró las herramientas para enseñar los límites geográficos del territorio con
los mapas estandarizados del Instituto Geográfico Militar.

La construcción de Malvinas como un reclamo pendiente de todos los argentinos se ancló,


pues, en ese proceso mayor de configuración del “nosotros argentinos” y se basó en un
relato matriz que se conformó en la primera mitad del siglo XX, pero que se transmitió por
lo menos hasta la guerra de 1982 y se transformó en uno de los sentidos comunes de los
argentinos. La relevancia de la causa Malvinas se comprende si tenemos en cuenta que en
la definición del ser nacional el territorio era justamente el elemento por excelencia que
encarnaba la nación (en tanto, desde esa perspectiva esencialista que buscaba legitimar al
Estado argentino, el territorio era desde “siempre” portador de “argentinidad”, incluso
mucho antes que la República existiera). La “causa” difundía una imagen de la Argentina
como un país pacífico, que se había resignado a la pérdida de otros territorios fronterizos,
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pero que debía resistirse a aceptar también la pérdida del archipiélago en tanto la falta de
integridad territorial significaba una amenaza para el futuro de la nación. En tal sentido,
hasta tanto las islas no se reintegraran al patrimonio nacional, nubes de tormenta
empañarían el progreso al que estaba destinado nuestro país.

La transmisión y extensión de esta matriz discursiva en forma prescriptiva a través de la


escuela y el servicio militar obligatorio –dos espacios formativos con gran llegada a la
población– terminó transmutando el reclamo de las islas en una causa sagrada: los
argumentos argentinos de soberanía fueron apropiados por miles de argentinos que los
naturalizaron como una verdad innegable, a los que se adhirió acríticamente sin siquiera
sopesar los británicos. Como indicaba José Cosmelli Ibáñez, el autor de uno de los
manuales escolares de más amplia circulación hasta los ‘80: sobre los títulos argentinos
sobre las islas “no hay ni puede haber ninguna duda”.

A partir de mediados del siglo XX, el avance del reclamo en los ámbitos diplomáticos se
dio en paralelo a la consagración de Malvinas como símbolo nacional. De hecho, las
acciones de algunos argentinos evidenciaban que la “causa nacional” había calado hondo.
En 1964, el piloto civil Miguel Fitzgerald voló a las islas sin permiso, sólo para dejar una
bandera y una proclama con el reclamo argentino. Dos años después, en plena dictadura de
Onganía, un comando de militantes nacionalistas peronistas –proscriptos desde el golpe de
estado que derrocó a Perón en 1955– secuestró un avión y desvió su rumbo hacia las islas
en lo que se denominó la “Operación Cóndor”, con el objeto de reivindicar la soberanía
argentina y a la vez visibilizar la ilegitimidad del gobierno militar. Luego de cantar el
himno e izar siete banderas, se entregaron y terminaron apresados en la Patagonia.

Sin embargo, indudablemente el acontecimiento que dejó más en evidencia el éxito de la


construcción de la “causa nacional” fue el respaldo popular a la guerra de 1982 llevada a
cabo por el mismo gobierno que había secuestrado, torturado y asesinado a miles de
personas en la década del ‘70. Si vimos que a lo largo del siglo XX el símbolo Malvinas fue
apropiado por distintas corrientes de pensamiento, no resulta sorprendente verificar que los
más diversos sectores sociales, económicos y políticos se reunieron para dar su adhesión a
la “recuperación” (con poquísimas excepciones como el intelectual exiliado León
Rozitchner, quien denunció que se trataba de una “guerra limpia” para ocultar la “guerra
sucia”). Que esos consensos al conflicto no implicaran necesariamente un apoyo a la
dictadura ni mucho menos al pasado represivo de las FF.AA. que muchas instituciones se
encargaron de desmentir (pues no había que “confundir” el gobierno que llevaba adelante la
acción con la justicia de su causa), no oculta el hecho del apoyo casi masivo que despertó el
desembarco en las islas. Cientos de publicitadas respaldando la acción; movilizaciones
multitudinarias expresando el apoyo a esta nueva “gesta independentista”; y hasta presos
políticos que se ofrecían a sus carceleros para combatir demostraba que realmente –como
afirmó el presidente de facto Galtieri– éste era un reclamo que iba más allá de “sectores o
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banderías” (cuestión que fue tenida en cuenta a la hora de planificar un operativo en plena
crisis del régimen militar).

¿Cómo impactó el conflicto bélico en los sentidos otorgados al reclamo de soberanía en la


posguerra? ¿La derrota en las islas implicó una relectura crítica de las formas de representar
la nación, o sólo se dejaron abandonados símbolos fuertemente arraigados en gran parte de
la sociedad, ante la imposibilidad de pensar otros significados al nacionalismo como no
fuera el sinónimo de militarismo y violencia? En la Transición a la democracia, el símbolo
Malvinas estuvo ausente de la esfera pública, en un contexto en el que la defensa de los
DD.HH. y la denuncia de los crímenes cometidos por la dictadura desde una perspectiva
humanitaria, democrática y universalista, tuvo como la otra cara de la moneda la
imposibilidad de pensar las relaciones de la violencia y la política fuera de su
descalificación automática. En esta coyuntura, Malvinas pasó a ser sinónimo de “guerra
absurda”, “manotazo de ahogado” de una dictadura en crisis, lo que allanó el camino tanto
para dejar al conflicto, los ex-combatientes y el reclamo de soberanía en el limbo de la
incomprensión y por ende del olvido, como para evadir la propia responsabilidad social en
el apoyo otorgado a una guerra que había sido llevada a cabo por unas FF.AA. criminales,
como entonces se comenzaba a “descubrir”.

Sin embargo, alrededor del vigésimo aniversario del conflicto, el mapa de memorias de
Malvinas se modificó, lo que implicó un cambio en los sentidos otorgados a la guerra, sus
protagonistas y la “causa”. En los 2000, una vuelta al nacionalismo producto
probablemente de la profunda crisis en que estaba sumido el país, puso en primer plano la
memoria de Malvinas como “guerra justa”, lo que al mismo tiempo implicó una renovada
reivindicación del reclamo de soberanía, el reconocimiento público de quienes habían
combatido y, por ende, la multiplicación de memoriales a lo largo del país, incluido el lugar
de la memoria paradigmático de Malvinas: el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur
inaugurado en 2014 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En tal sentido, resulta válido
preguntarnos si esta nueva visibilidad pública, este reingreso de Malvinas a la agenda
estatal, fue producto de un arduo debate sobre cómo queremos construirnos como nación y
por ende sobre el sentido que le otorgamos a la “causa nacional”, o en realidad si
recurrimos a ésta en los mismos términos que antes del conflicto –con las antinomias de
Patria o colonia, de amigos y enemigos–, como si el reclamo de soberanía se hubiese
quedado congelado en el tiempo.

Tal vez ese es un proceso que vislumbraremos más claramente en el futuro, pero en
principio sí es posible advertir que el sostenimiento del reclamo de soberanía en estos años
implicó una renovada articulación y cercanía con América Latina. Pero también parecería
que en ocasiones la defensa a ultranza de las “tierras irredentas” sigue sin dejar margen
para un posible cuestionamiento o relectura de estas causas sagradas. Al igual que en la
matriz discursiva que se difundió en el siglo XX, la fe ciega en la “causa” provoca miradas
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los lugares de la memoria, Buenos Aires, Edhasa. En prensa.

anquilosadas que conciben toda crítica como una “traición”, realizadas por la “antipatria” o
el “enemigo”, lo que impide pensar en otras formas de relacionarnos con la nación, con el
símbolo Malvinas y, en definitiva, de resolver un conflicto que no parece haber avanzado
demasiado desde mediados del siglo XX.

Bibliografía sugerida

GUBER, R. (2001), ¿Por qué Malvinas? De la causa nacional a la guerra absurda,


Buenos Aires, F.C.E.
LORENZ, F. (2014), Todo lo que necesitás saber sobre Malvinas, Buenos Aires, Paidós.
PALERMO, V. (2007), Sal en las heridas, Buenos Aires, Sudamericana.
ROMERO, L. A. (coord.) (2004), La Argentina en la Escuela. La idea de Nación en los
textos escolares, Buenos Aires, Siglo XXI.
ROZITCHNER, L. (1985), Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia, Buenos
Aires, CEAL.

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