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El reclamo de soberanía de las islas del Atlántico Sur constituye uno de los tópicos por
excelencia que nos identifica colectivamente a los argentinos, uno de esos lugares de la
memoria que nos conmueve y apela a nuestra emotividad. Si hiciéramos una encuesta en
distintas ciudades del país preguntando por un símbolo nacional que unifique a sectores
diversos de nuestra sociedad, seguramente uno de los primeros elementos que aparecería
sería la “cuestión Malvinas”, que engloba la ansiada restitución del archipiélago malvinense
pero también de las islas Georgias y Sandwich del Sur, y por extensión la Antártida (o el
sector que reclama Argentina). Y ello no sólo por las consecuencias de una guerra todavía
demasiado presente, si no que la apropiación de la “recuperación” de las islas por
amplísimas capas sociales se remonta a muchos años antes del conflicto. ¿Cómo el reclamo
por unas islas heladas y perdidas en el Atlántico Sur se transformó en una “causa nacional y
popular” para la sociedad argentina, en un símbolo nacional con vigencia aún hoy en día?
Si las islas Malvinas fueron tomadas ilegalmente por Gran Bretaña en 1833 –luego de 5
años de existencia de la colonia al mando de Luis Vernet, el comandante político y militar
designado por el Gobierno de Buenos Aires que estaba a cargo de las relaciones exteriores
de las Provincias Unidas del Río de la Plata–, en realidad recién un siglo después es posible
advertir claramente que la reivindicación diplomática pasó a ser una causa sentida y
arraigada en amplios sectores del país. Como todos los lugares de la memoria, también la
configuración de Malvinas como símbolo de “argentinidad” es el producto de procesos de
construcción cultural a lo largo de nuestra historia. ¿Quiénes intervinieron en esos procesos
y a qué sectores representaban? ¿Qué sentidos le otorgaron al símbolo Malvinas en
distintos contextos históricos? ¿Qué imaginarios de larga data se cruzaron y aunaron en el
reclamo de soberanía para convertir a Malvinas en la “causa nacional” por excelencia?
¿Cómo impactaron la guerra y la derrota de 1982 en esos sentidos que encarnaba –¿y aún
encarna?– Malvinas?
amenaza de una nueva usurpación”. Asimismo, le pedía al “pueblo” que poco sabía de estas
islas que se informara, se levantara contra este “despojo” y mantuviera vigente el reclamo
de esta “injusticia”, al tiempo que exigía que los gobiernos tomaran cartas en el asunto en la
arena diplomática que –desde su perspectiva– tanto habían descuidado.
Dos elementos llaman la atención de estas editoriales. Por un lado, la vigencia de los
términos que se usarían de ahí en más para denunciar el hecho de fuerza: “usurpación”,
“despojo”, “injusticia” tejían un discurso que tanto denunciaba lo injustificable de la acción
británica, como buscaba alertar sobre un conflicto que aún estaba abierto, irresoluto. Por
otro lado, la indiferencia del pueblo al que pretendía “despertar” así como la poca
incidencia de estas notas en la prensa porteña, demuestra que el reclamo de soberanía de las
islas australes lejos estaba aún de constituirse en una causa sentida y arraigada en la
población nacional.
Sin dudas, el hito que tanto difunde la “usurpación”, sienta las bases del reclamo jurídico
argentino como consagra su elevación a “causa nacional” es la publicación de Les Iles
Malouines del francés Paul Groussac –entonces director de la Biblioteca Nacional y
miembro de la elite porteña–, que cuenta con un recorrido original. La primera publicación
en 1910 pasó inadvertida para la sociedad en general porque se publicó en francés y sólo
tuvo una edición. Sin embargo, su obra que explicaba exhaustivamente los “derechos
positivos e imprescriptibles de la República argentina a la propiedad del archipiélago”
(haciendo un recorrido histórico desde los primeros avistajes de las islas, las disputas con
franceses e ingleses, hasta la ocupación permanente de España y su “heredera”, Argentina)
fue recuperada en la década del ‘30 por el legislador socialista Alfredo Palacios. Si bien
estaba en las antípodas del espectro político de Groussac, ya que el senador cuestionaba a
los gobiernos conservadores al tiempo que se erigía como el representante de los sectores
obreros, no por ello Palacios dejó de reconocer la relevancia de esta obra para que “todos
los habitantes de la República sepan que las Islas Malvinas son argentinas y que la Gran
Bretaña, sin título de soberanía se apoderó de ellas por una obra de la fuerza” (como reza el
proyecto de ley 11904). Su proyecto para traducir al castellano y difundir el texto de
Groussac fue aprobado en 1934, y como consecuencia la obra ahora denominada Las Islas
Malvinas llegó a los estantes de las bibliotecas populares, y en su versión reducida, a las
escuelas de los más lejanos rincones del país.
La obra de los Irazusta llegó a amplios sectores sociales ya que los revisionistas buscaban
publicar obras para el gran público, con una argumentación fácil de seguir. Si bien desde
otra perspectiva diferente a la de Palacios, la “causa nacional” se siguió consolidando,
evidenciando un atributo que la caracterizaría de ahí en más: el reclamo de las “islas
irredentas” era capaz de unificar a las más diversas y hasta opuestas corrientes de
pensamiento.
pero que debía resistirse a aceptar también la pérdida del archipiélago en tanto la falta de
integridad territorial significaba una amenaza para el futuro de la nación. En tal sentido,
hasta tanto las islas no se reintegraran al patrimonio nacional, nubes de tormenta
empañarían el progreso al que estaba destinado nuestro país.
A partir de mediados del siglo XX, el avance del reclamo en los ámbitos diplomáticos se
dio en paralelo a la consagración de Malvinas como símbolo nacional. De hecho, las
acciones de algunos argentinos evidenciaban que la “causa nacional” había calado hondo.
En 1964, el piloto civil Miguel Fitzgerald voló a las islas sin permiso, sólo para dejar una
bandera y una proclama con el reclamo argentino. Dos años después, en plena dictadura de
Onganía, un comando de militantes nacionalistas peronistas –proscriptos desde el golpe de
estado que derrocó a Perón en 1955– secuestró un avión y desvió su rumbo hacia las islas
en lo que se denominó la “Operación Cóndor”, con el objeto de reivindicar la soberanía
argentina y a la vez visibilizar la ilegitimidad del gobierno militar. Luego de cantar el
himno e izar siete banderas, se entregaron y terminaron apresados en la Patagonia.
banderías” (cuestión que fue tenida en cuenta a la hora de planificar un operativo en plena
crisis del régimen militar).
Sin embargo, alrededor del vigésimo aniversario del conflicto, el mapa de memorias de
Malvinas se modificó, lo que implicó un cambio en los sentidos otorgados a la guerra, sus
protagonistas y la “causa”. En los 2000, una vuelta al nacionalismo producto
probablemente de la profunda crisis en que estaba sumido el país, puso en primer plano la
memoria de Malvinas como “guerra justa”, lo que al mismo tiempo implicó una renovada
reivindicación del reclamo de soberanía, el reconocimiento público de quienes habían
combatido y, por ende, la multiplicación de memoriales a lo largo del país, incluido el lugar
de la memoria paradigmático de Malvinas: el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur
inaugurado en 2014 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En tal sentido, resulta válido
preguntarnos si esta nueva visibilidad pública, este reingreso de Malvinas a la agenda
estatal, fue producto de un arduo debate sobre cómo queremos construirnos como nación y
por ende sobre el sentido que le otorgamos a la “causa nacional”, o en realidad si
recurrimos a ésta en los mismos términos que antes del conflicto –con las antinomias de
Patria o colonia, de amigos y enemigos–, como si el reclamo de soberanía se hubiese
quedado congelado en el tiempo.
Tal vez ese es un proceso que vislumbraremos más claramente en el futuro, pero en
principio sí es posible advertir que el sostenimiento del reclamo de soberanía en estos años
implicó una renovada articulación y cercanía con América Latina. Pero también parecería
que en ocasiones la defensa a ultranza de las “tierras irredentas” sigue sin dejar margen
para un posible cuestionamiento o relectura de estas causas sagradas. Al igual que en la
matriz discursiva que se difundió en el siglo XX, la fe ciega en la “causa” provoca miradas
Rodríguez, Andrea B., “Malvinas: “la” causa nacional y sagrada”, en: Lorenz, Federico, Argentina:
los lugares de la memoria, Buenos Aires, Edhasa. En prensa.
anquilosadas que conciben toda crítica como una “traición”, realizadas por la “antipatria” o
el “enemigo”, lo que impide pensar en otras formas de relacionarnos con la nación, con el
símbolo Malvinas y, en definitiva, de resolver un conflicto que no parece haber avanzado
demasiado desde mediados del siglo XX.
Bibliografía sugerida