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Con el final de la Edad Media se inicia rápidamente para España la ascensión hacia su
época de plenitud. La serie de causas de tipo político y social que desde el advenimiento
de los Reyes Católicos habían hacho de España la primera potencia indiscutible de
Europa, empujan en el orden de la literatura, del pensamiento y de las artes del
movimiento ascensional que bajo el influjo del Renacimiento italiano había comenzado
con los albores del siglo XV. Los Reyes Católicos son el pórtico del gran momento de
España, y, al sucederles en el trono su nieto Carlos V, comienza el período de esplendor
de nuestras letras que se conoce con el nombre de “Siglo de Oro”.
Las centurias anteriores pueden considerarse como una época de formación y de tanteos.
Si bien aparecen obras de gran valor, lo hacen de manera esporádica.
Siglo XVI – floración que alcanza todos los géneros y se produce de manera orgánica,
coherente, initerrumpida, como manifestación de una pujante plenitud nacional.
Estos dos siglos, a su vez, ofrecen, aunque dentro de una unidad esencial, caracteres
bien distintos que obligan a una diferenciación: el siglo XVI corresponde a la plenitud del
Renacimiento: el XVII a la época barroca, que puede denominarse “nacional”. Durante el
primero, España sigue las corrientes universalistas del Renacimiento. En el segundo, se
dan los caracteres más típicos y personales de nuestras letras y nuestras artes.
No deben olviderase las porciones menores que tienen su propio carácter dentro de cada
etapa.
De esta nueva valoración del hombre nació la palabra “humanismo”. Y aunque esta
denominación se da corrientemente a los meros estudiosos del latín o del griego,
interesados en problemas de filología o erudición, su significado tiene un alcance mucho
mayor.
La literatura
La llegada del Renacimiento produjo una cierta uniformidad en los distintos países
europeos puesto que todos se inspiraban en los mismos ideales y modelos clásicos,
originándose así ese universalismo o europeísmo a que hemos aludido como
característico de la época de Carlos V. Lo que no impide, la manifestación de los
caracteres nacionales, producidos, en el caso concreto de España, por la pervivencia y
fusión de poderosas corrientes medievales.
Renacen los principales temas de la antigüedad pagana: los relatos mitológicos, que se
convierten en fuente imprescindible de poéticas comparaciones; el bucolismo pastoril,
predilecto escenario de artificiosos y refinados mundos poéticos; y las preceptivas de
Aristóteles y Horacio considerados como maestros imprescindibles.
Al lado de los autores antiguos, los literatos italianos fueron los modelos indiscutibles con
tanta o mayor influencia que aquellos. Petrarca – de él adoptan el cultivo del
endecasílabo, la alambicada artificiosidad de los conceptos amorosos, la preocupación
formal, el gusto por el paisaje, las sutiles introspecciones de la pasión amorosa, y el tono
delicado y sentimental, no siempre exento de cierta afectación.
El idioma
La preocupación por el Imperio Romano y el estudio profundo del latín habían traído de
rechazo el cultivo del castellano y la estima creciente por la lengua vulgar. Sin embargo, la
gran ascensión del castellano no había hecho sino comenzar. Todavía Garcilaso se
lamenta del escaso cultivo del idioma de Castilla. Pero a partir de entonces la gran legión
de poetas y prosistas procedentes de todas las tierras de España que llena el primer
período áureo hace perder al idioma su rudeza y lastre medieval y lo levanta a la
perfección, poniéndole a la par de los idiomas clásicos.
Alcanza entonces nuestra lengua una extraordinaria difusión por todos los países de
Europa y salta al Nuevo Mundo en la boca de nuestros conquistadores. Papel
importantísimo tuvo en esta difusión el propio Carlos V, que vino a España sin conocer
nuestra lengua y fue luego tan apasionado de ella. El castellano se convierte en el idioma
de las cancillerías, se imprimen libros españoles en toda Italia, Francia, Bélgica e
Inglaterra...
la tendencia del Renacimiento por seguir en todo a la naturaleza según las sentencias de
Platón y de Cicerón, favorecía el cultivo del lenguaje en su forma más llana y natural.
Con el avance del siglo disminuye, sin embargo, rápidamente el gusto por la sencillez y
naturalidad, y comienza a “afirmarse – según dice Menéndez Pidal – el valor artístico de la
afectación”, dirigido por “una norma literaria de grandes individualidades”. Así,
concretamente, la artificiosidad inherente a las formas italianas y petrarquistas de
Garcilaso conduce a una intensificación del idioma culto.
Ya sabemos que mientras el resto de las naciones europeas rompe con su pasado,
España lo recoge y renueva consiguiendo una síntesis peculiarísima en que se funde lo
mejor y más duradero de ambas vertientes.