en el mercado—. Nita Julia, no esperaba la
oportunidad de darle las gracias a estos dos ca-
balleros por salvarnos de la chusma en el puen-
te el otro dia? “En todo dad las gracias, pues es
Jo que Dios quiere de vosotros”, reza el salmo.
—Es verdad —concordé la chica son-
riendo abiertamente, encantada de poder con-
versar con alguien ajeno a su familia—. Pero,
primero, hemos de presentar a tu amigo a mi
prima, zo no José Miguel?
—Clare... —accedié el muchacho sin
mucha conviccién—, Este es mi amigo y com-
pafiero Manuel...
—Manolo me gusta més —lo inte-
rrumpis, clavando su mirada en Micaela—.
Encantado...
—Ellas son Julia...
—Me gusta que me digan Julita —inte-
rrumpié la chica a su vez—. Ademés, Mano-
lo y yo ya nos conocfamos de antes. Pero ella
no te conoce... Micaela es mi prima y viene
de Espafa.
~-Es una suerte que seamos colonia es-
paola entonces —dijo Manolo, sorprendién-
dose a si mismo con su galanteria.
Muchas gracias... —respondi6 Micaela
sonrojandose un poco.
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Ahora si podemos agradecerles su
ayuda... —continué Julita, pero no aleanzé a
terminar.
—jAh...? Qué pasa? ;Qué pasa? —in-
tervino la anciana aya despertando, como
siempre, despistada.
—Que ya hay que irse —dijo el zambo
viendo venir a la criada—. Pero, me imagino
que la nifia Julia invitard a los sefioritos a to-
mar el té el domingo, :n0?
—jPodemos, seiora? —pidié Julita entu
siasmada con Ja idea del astuto Bautista.
—Pero :quiiénes son? —pregunté la mu-
jer que no vefa bien.
—Los jovencitos que nos salvaron del tu-
muito del puente —respondié rapido el zam-
ijo sus nombres.
—iAh! ;Por supuesto! —exclamé la an-
ciana, dando su venia encantada
—Hecho, entonces —declaré Julita—. El
domingo, a las cinco.
Los dos muchachos se quedaron viendo
el coche alejarse calle arriba. Después suspi-
raron al unisono, lo que los hizo mirarse sor-
prendidos y luego reirse con ganas.
—Bien, gracias a tu amigo cochero esta-
mos invitados a un ridiculo té este domingo
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“oqumse [e epueyodunt
3Jopuyysar ouso> ‘eULI0s LOD janrpy 9sof ofp—poco tenia que ver con todo aquello.
En medio de la torrencial cortina de Iu-
via, un vehiculo aparecié por el poniente,
avanzando lentamente, hasta enfilar por una
calle periférica hacia el este, Era un carretén
de cuatro ruedas, tirado por dos caballos can-
sados y guiado por un hombre voluminoso,
envuelto en un capote de marino y protegida
la cabeza por un sombrero de ala ancha que
chorreaba hilos de agua por todo alrededor.
Crenchas de pelo color rojo.se alcanzaban a
ver por debajo del sombrero aquel, delatando
al naturalista Macklembaum, quien, adicto al
whisky, al faltarle este desde que llegara a las
colonias, se contentaba con el vino tinto que,
generosamente barato, se vendia en las taber-
nas de la citidad. Ya conocedor de adonde iba,
se metié en una cochera donde dejé carro y
caballo protegidos de la Unvia. En seguida se
encamind hacia una puerta, tras la cual des-
aparecié.
Cerca de dos horas més tarde, otro co-
che, esta vez una carroza cubierta, también se
metia en la misma cochera en busca de pro-
teccion contra los elementos, Una vez deteni-
dos, el cochero bajé rapidamente del pescante
y abrié la puerta del vehiculo del que descen-
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did el padre Severino, Bl cura, junto con sus la-
bores docentes, estaba a cargo de administrar
la ayuda que su congregacién lograba reunir
de los més ricos para los més pobres y que él,
personalmente, se encargaba de repartir entre
Jas familias que su orden apadrinaba. Usual-
mente lo hacia solo en una carreta descubierta
que él mismo conducia, pero ese dia, debido a
Ja lluvia, el abad le habia cedido su propia ca-
rroza y, como Ja idea era que no se mojara, lo
habia hecho acompafiar porsu cochero.
Pero, aprovechanda la ocasién, el astuto
cara habia requerido la ayuda de dos alum-
nos para que lo acompajiaran en tan loable
misién, Asi fue como también Manolo y José
Miguel estaban alli, en la carroza, déndole el
gusto de la venganza al padre Severino, que
Jos habia paseado la mafiana completa por to-
dos los arrabales de la ciudad, soberanamen-
te aburridos y muertos de frio, mas encima.
Lo peor fue que, con el pretexto de Ja Luvia,
Jos mantuvo encerrados en la carroza, sin que
fueran de utilidad alguna en su labor. En esa
iltima parada, incluso, autorizé al cochero a
tomarsc una copa en tanto él volvia. Pero a
ellos les dijo: “Vosotros permaneced aqui, no
es este el mejor barrio y no quiero que os pase
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