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SAN
BUENAVENTURA
Etienne Gilson
Ante todo nos encontramos con que las tres potencias constitutivas
del alma, memoria, entendimiento y voluntad, corresponden, por su
mismo número, a las tres divinas personas; además esta
correspondencia se extiende más lejos, pues no basta decir que en el
hombre existen tres potencias espirituales como en Dios existen tres
personas divinas; es preciso afirmar que estas tres potencias del alma,
incluidas en la unidad del alma a que pertenecen, reproducen un plan
interno del que la esencia divina nos proporciona magnífico modelo.
En Dios, unidad de esencia y distinción de personas; en el hombre,
unidad de esencia y distinción de actos. Más aún, existe
correspondencia exacta entre el orden y las relaciones recíprocas de
los elementos de que estas dos trinidades están constituidas. Del
mismo modo que el Padre engendra el conocimiento eterno del Verbo
que lo expresa, y que el Verbo a su vez se une al Padre por el Espíritu
Santo, así la memoria o la mente, fecunda por las ideas que encierra,
engendra el conocimiento del entendimiento o verbo, y el amor nace
de ambos como lazo que los une. No se trata pues de una
correspondencia accidental; la estructura de la Trinidad creadora
condiciona, y por consiguiente explica, la estructura del alma humana;
una vez más se nos muestra la analogía como ley constitutiva del ser
creado.
Sería sin embargo un grave error considerar esta ley, como una
especie de definición estática que regula y fija definitivamente la
constitución de la creatura racional. La imagen no es cualidad
inamisible, y existen muchos grados en la configuración del alma a
Dios. Indudablemente, pues consideramos como una propiedad
substancial del alma la analogía que con el Creador tiene, no
podemos negar que el alma sea necesariamente semejante al
Creador, por lo menos con una semejanza material e ignorada.
Empero una analogía tan confusa y mal desarrollada no bastaría a
hacer del alma una verdadera imagen de Dios. La imagen, según
antes lo hemos indicado, es una conformidad expresa, esto es, una
conformidad estricta, y no puede serlo sino en la medida en que ella
se conozca a sí misma y se quiera como tal. La estructura del alma
racional puede por tanto ser análoga a la de la Trinidad; y esto aunque
ella misma no lo sepa; pero si, por el contrario, se aparta de Dios y de
sí misma para volverse hacia la materia, entonces el alma vuelve a
caer en la analogía más lejana de los cuerpos materiales. De esta
suerte el alma humana es una imagen de Dios que puede obscurecer
su vestigio, e inversamente, lo que marca el paso del vestigio a la
imagen es la aptitud de la analogía divina para conocerse como tal y
transformar en una relación explícita la ley que se esconde en la
sustancia de su mismo ser. Para evitar aquella degradación y realizar
la transformación, bástale al alma volverse a Dios y contemplar el
misterio de la Trinidad creadora tal como las Escrituras y la fe nos lo
revelan. Entonces, en presencia del arquetipo mismo de su ser, se
ilumina ella con claridad incomparable, se conoce a sí misma como
análoga al modelo perfecto que reproduce, y descubre su fundamento
metafísico último en esta analogía que la asemeja a Dios. Por lo
mismo, el alma humana no decaerá de su altísima dignidad nativa sino
cuando se tome a sí misma por objeto. Ver la imagen de uno es
también verlo a Él. Así, apártese el alma de las cosas sensibles, y sin
volverse directamente a Dios, considere en sí misma la unidad de su
esencia y la trinidad de sus potencias que se engendran unas a otras;
el alma continúa indudablemente siendo imagen de Dios, aunque
menos lúcida y menos inmediatamente conforme que la precedente,
pues no esclarece la imagen a la luz del modelo, pero también menos
inadecuada quizás, por lo mismo que el objeto inferior que aprehende
es captado por ella en su ser y en su sustancialidad.
Trátase, pues, aquí de definir a las almas en su esencia propia, y de
encontrar en ellas la imagen de Dios es explicar su naturaleza misma:
nam imago naturalis est quae repraesentat per id quod habet a natura.
A nadie va a extrañar después de esto la tranquila audacia con que
San Buenaventura resuelve los más espinosos casos de procedencia;
su principio de analogía le proporciona el medio de resolución. Afirma
de manera especial que el ser imagen de Dios es propiedad del
hombre cuando se le compara con los animales, pero no cuando con
los ángeles se le compara, pues tiene con ellos esta cualidad común;
que si es verdad que según algunos los ángeles son imágenes más
expresas y perfectas de Dios, sin embargo, las almas humanas
expresan a su vez aspectos de Dios que no los expresan los ángeles;
que la razón de imagen no se halla en más alto grado en el hombre
que en la mujer, ni en el señor que en el esclavo, en cuanto al ser
mismo de la imagen, pero que, accidentalmente, por razones que se
fundan en la diferencia corporal de los sexos, la imagen puede ser
más clara en el hombre que en la mujer; finalmente, que la imagen de
Dios reside más en nuestro conocimiento que en nuestra afectividad,
por lo mismo que está representada en nosotros por dos facultades
cognitivas y una sola facultad afectiva.
¿Cómo empero descubrir una cualidad divina que pueda ser, no sólo
imitada al exterior y figurada, sino poseída por la creatura? Obsérvese
ante todo que para ser participada como tal por el alma humana, una
cualidad debe ser algo creado; pues si se tratase del ser divino, por su
simplicidad absoluta, no podría ser participado sino totalmente o de lo
contrario no ser participado. Por otra parte necesariamente se impone
que una cualidad divina llegue a la creatura en forma asimilable, sin lo
cual el actual estado del hombre y del mundo serían su estado
definitivo. Bastándose a sí mismos, y llegados al presente al término
de su historia, sin tener que llegar a ser otra cosa fuera de lo que son,
no habrían menester de nada sino de lo que tienen y son. Pero si el
estado final del hombre y del mundo consiste en una perfección y
gloria de que su estado actual no es sino una especie de
prefiguración, se impone que la fuerza espiritual que los mueve y
arrastra hacia sus últimos destinos los anime ya desde el momento
presente. O existe, pues, en el seno de la naturaleza una cualidad
sobrenatural que prepare la transfiguración final, o es que esta
transfiguración nunca tendrá lugar. Ahora bien, esta cualidad no puede
ser a la vez sobrenatural y participable por el hombre sino a condición
de ser simultáneamente creada y trascendente al resto de la
naturaleza: esto es, la gracia.