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VERSIONES DE LA NIEVE

VARIACIONES SOBRE LA NIEVE


Lejanía

La nieve es una obviedad improbable. ‘Mire, está nevando’, dice alguien, y de ese
modo a la vez señala una evidencia y expresa una incredulidad. La nieve tiene lugar ahí
como lo que no puede tener lugar ahí. Ello no obedece a la circunstancial rareza de la
nieve, a la latitud y la estación del año en las que se la ve caer, sino que parece definir la
experiencia que en toda ocasión se tiene de ella. Es su misma obviedad la que resulta
increíble.
Como sucede con cualquier cosa a la que se preste atención, se dirá. Seguramente.
Pero es como si la improbable obviedad fuese el modo de ser propio, el que es mismo
de la nieve. Lo explicamos diciendo que la nieve es la proximidad de la ausencia. La
nieve ha sido llamada ‘la nieve de la ausencia’ pues es la ausencia y sólo la ausencia la
que viene con ella. La nieve trae a la ausencia ahí, de manera que ahí no es el lugar de
un hecho sino de una venida. La nieve es el advenimiento de la ausencia. La ausencia
viene desde la más extrema lejanía, ella es la venida de la lejanía como tal. Por eso
puede la nieve, la nieve de la ausencia, medir los años y los meridianos, el espacio y el
tiempo. La nieve es la medida de la lejanía, que es sin medida. Nunca nieva sino ahí,
pero el ahí de la nieve es el ahí de la lejanía, de manera que cuando nieva, la lejanía está
ahí, y en consecuencia nieva por doquier, no sólo en todo el país y todo el mundo sino
también en el pasado del recuerdo y en el porvenir de la espera, pero de forma que la
dispersión plural de la nieve se recoge precisamente ahí en un único e íntimo nevar.
La nieve trae la lejanía a la proximidad. Ella no acerca nada, pero hace próxima la
lejanía. Ahí, en el lugar de la nieve, la lejanía es la única proximidad. La proximidad de
la lejanía es lo que se llama la ausencia. La nieve nos hace íntima la ausencia. Ello no
quiere decir únicamente que estamos solos ante la nieve, ni que lo estamos porque hay
alguien que está ausente. Ello quiere decir que la nieve trae la ausencia como ausencia
ahí, que ahí es ahora un lugar de ausencia. La ausencia es el modo que tiene lo ausente
de estar ahí, es decir, no-presente para los que todavía, aunque sin saber respecto de qué,
se dicen presentes. La ausencia es la presencia de lo ausente. Por eso se llama a la nieve
la zurcidora de separaciones. La nieve zurce no las lejanías sino los desgarrones de la
lejanía, por los que la lejanía es nada más que separación. La nieve es más bien la
hiladora de lejanías. Ella mide las distancias, prodiga las ausencias, y entonces es como
si también nevara del otro lado del mundo, pues nieva en la distancia misma de la
ausencia, nieva en la proximidad de la lejanía.
Cuando se dice que la nieve es la nieve de la ausencia, se entiende primero que es la
ausencia la que es de nieve. Una ausencia de nieve es sin duda ilimitada y desértica, y
por eso inconsolable; pero es también una ausencia leve, frágil, que exige el amor más
cuidadoso, más delicado; y por último es una ausencia fútil, casi frívola, ausencia que
no es nada y que también se pierde como ausencia, y precisamente por eso, una vez
más, inconsolable. Pero la expresión dice asimismo que es la nieve la que se define por
la ausencia, que la ausencia constituye el ser de la nieve. En tal sentido se habla de ‘la
nieve de la espera’. Aun en el momento en que nieva ahí, uno espera y tiene que esperar
la venida de la nieve; pero en ese mismo momento es también la nieve la que lo espera a
uno, porque uno no está todavía ahí para esperarla. Para esperarla, en efecto, para
atender a su venida, uno tiene que convertirse en nieve y desaparecer en la nieve. La
nieve, decimos, es la presencia de una lejanía. Ella no sólo borra todas las cosas sino
que borra el lugar de su venida. El lugar de la nieve es el lugar del silencio, el vacío, la
nada, todo aquello que se nombra diciendo la blancura de la nieve. La blancura no es el
atributo de una substancia. La blancura es el color de la ausencia, el color de la pura
delebilidad de la nieve. La nieve llega desapareciendo, por eso es ejemplarmente
elegíaca. ‘Pero las nieves de antaño, ¿dónde están?’ La elegía llora las nieves perdidas
de ayer, pero llora en ellas la pérdida de todas las nieves, la pérdida de este mundo de
nieve que desaparece ahí. Es como si dijésemos ‘Este mundo de nieve es un mundo de
nieve, sin embargo…’ Sin embargo, la elegía tiene todavía la entonación y la tonalidad
de la nieve. Es la nieve la que entona la elegía. Por eso la elegía no es el indeleble
lamento por la delebilidad de lo deleble sino el sí con que lo deleble se expone en su
delebilidad y de ese modo permanece indeleble. La nieve dice cómo es indeleble la pura
delebilidad. Por eso el decir de la nieve parece a veces confundirse con lo que se llama
la música.

Peso

La nieve es imponderable. Nada puede pesar el peso de la nieve. La nieve es a tal


punto leve, liviana, ligera, que se diría que no pesa. Los copos ni siquiera parecen caer.
A veces flotan, se mecen, cuelgan o danzan en el aire como funámbulos o marionetas; a
veces afloran, ascienden y se sueltan como pétalos de una flor ausente, jamás empañada
por la mirada del hombre; a veces simplemente llenan el espacio convirtiéndolo en un
caos denso y pululante. Y sin embargo caen, no hacen más que caer. Lo que pesa menos
que cualquier otra cosa es lo que enseña ejemplarmente el carácter irreparable de la ley
de gravedad y en consecuencia es la más pesada de todas las cosas, pues en su falta de
peso pesa la gravedad misma, la gravedad a secas del mundo. Aquello que sopesa, es
decir, lo que pesa soportando el imponderable peso de la nieve es la paciencia del
pensamiento. Si pensar es una actividad, lo que no es seguro, en la paciencia el
pensamiento no piensa nada, pero pesa la nieve. Se ha observado que bajo la nieve o
ante la nieve nada parece gravitar sobre el cuerpo, que el cuerpo se suelta de la
consciencia y vaga por los aires con la misma levedad de los copos. Pero ello es así
porque la consciencia cae por su parte en el sueño, un sueño ligero, ciertamente, sólo
una duermevela, un declive blanco y tierno, una gravedad insensible e insidiosa a la que
tampoco el cuerpo se resistirá mucho. Pero una cosa es abandonarse, olvidarse en la
nieve, y otra convertirse en el olvido que la pesa, esto es, en la paciencia del
pensamiento. Sólo el olvido pesa, es decir, recibe y sostiene el peso de la nieve. Por eso
el que sabe como nadie de ese peso es el caballo. Sobre el lomo del caballo que espera
atado al coche de alquiler no pesan sólo algunos copos, pesan todas las nieves del
mundo, pesa lo imponderable de la nieve. No es, pues, hablar en sentido figurado decir
que el caballo piensa la nieve, pues pensar no consiste en representarse lo que sea o en
reflexionar sobre ello sino en experimentar un peso y pesar una experiencia. La
experiencia de lo imponderable pesando insoportablemente en el cuerpo es lo que se
llama la pesadumbre. La pesadumbre, o como también se dice, la tristeza, es el
pensamiento del solo peso de lo imponderable. Pero lo imponderable es lo que no pesa
nada. Precisamente cuando la debilidad, el cansancio o la tristeza más pesan sobre el
alma, cuando en ese poco de nieve que pesa en el sombrero apesadumbran todos los
pesares, entonces, quizá porque ya no hay fuerzas para nada más, uno termina
reconociendo que lleva esa nieve como lleva el sombrero, es decir, como si fuera suya,
porque lo es, aunque no sea de nadie; y así la porta, sin duda, pero como lo que no
importa –como lo imponderable, precisamente. Es lo que se llama el humor. El humor y
la tristeza son las dos experiencias, los dos pensamientos de lo imponderable.

Deleble

La nieve es no sólo una cosa frágil sino también fútil. De ella no parece quedarnos
más que el recuerdo de un roce de pétalos, de sedas, de pestañas. Se puede decir con
verdad que un copo de nieve es un poco de agua que se pierde en la mano. Pero ello no
es suficiente. Cuando el agua se pierde en la mano, la nieve ya se perdió en el agua. La
nieve se pierde en el roce de la mano que iba a asirla, está para la mano inmediatamente
perdida como nieve. La nieve es delebilidad pura. Y sin embargo y por lo mismo,
porque nada llega a tocarla sin perderla, la nieve permanece intacta, es decir,
perfectamente casta en su frivolidad, inapropiable en su floración sin reservas
–indeleble en su misma delebilidad. Intacto sólo puede permanecer aquello que estaba
destinado al tacto. Lo llamamos lo tangible. La nieve es una tangibilidad intacta. En tal
sentido puede decirse que cada copo es la promesa de sí mismo; pero si es cierto que la
nieve se pierde en el tacto y en consecuencia el tacto toca, si no la nieve al menos su
pérdida, habrá que decir que en relación con la nieve el tacto es la memoria de una
promesa, esto es, la experiencia de una posibilidad siempre pasada y de un pasado
todavía posible. Es el recuerdo el que ‘toca’ la pura promesa de la nieve. La nieve es un
recuerdo en la palma de la mano.

Intemperie

Cuando es la nieve, sólo la nieve es. No hay cielo ni tierra, no hay mundo cuando
nieva. Si la nieve llega, o al menos viene, en el mundo o como una cosa del mundo, con
ella el mundo llega a su fin y el hombre alcanza el vacío y el silencio del mundo. Por
eso no hay abrigo en la nieve, la nieve no tiene lugar al abrigo del mundo. Ella señala
esa región extrema en la que la destemplanza no es una variación circunstancial del
tiempo y el temperamento sino su desnuda exposición al vacío, el silencio y la nada. La
llamamos la intemperie. La intemperie es la región de la nieve porque la nieve es
siempre signo de la intemperie. Una tormenta de nieve no es en definitiva más que una
nada blanca. En esa nada las cosas, un árbol, un trineo o una cabaña, son apariciones
espectrales, espectros o aparecidos del mundo fenoménico. Por eso no hay ningún
asidero en medio de la nieve, ningún punto de referencia, ningún camino y ningún lugar
sino sólo el espacio indiferente. Uno puede prepararse para la llegada de la nieve, pero
en cuanto llega, ella llega de todas partes. El hombre no está nunca frente a la tormenta
sino en medio de ella, como una parte de ella, perdido en su indiferencia. En la tormenta
no se ve ni se oye nada, los sentidos se confunden en un solo aturdimiento, pero de
modo tal que el aturdimiento, sea como voltear estéril o como vértigo inmóvil, es
todavía el sentido de la indiferencia. Sólo el aturdimiento experimenta la tormenta. A
condición, ciertamente, de que no se abandone, no ceda a la seducción de la nieve. Pues
la nieve es también el blando lecho, el tierno abrigo del sueño invernal; la nieve es la
nieve olvidadiza que hace olvidar la intemperie, que convierte a la intemperie en olvido
de ella misma e invita al aturdimiento a yacer en el olvido. Pero en cuanto siga siendo
sólo aturdimiento, es decir, en cuanto no decline en aturdimiento del aturdimiento, el
aturdimiento nunca será contento sino consciencia. Él es la consciencia de la nieve. Por
eso el que de veras tiene consciencia de la nieve es el pájaro, porque sabe de la nieve en
la intemperie. Y sin embargo, si es el pájaro el que nos enseña qué es la nieve, hay que
decir también que es por la nieve que sabemos del pájaro, que sabemos lo que es un
pájaro. Precisamente, sabemos que el pájaro es el que sabe de la intemperie. Pero la
intemperie no sólo se experimenta en la tormenta. La tormenta es apenas un caso de la
intemperie. Hay una violencia más terrible que la violencia de la tormenta, una
violencia fría y silenciosa, perfectamente indiferente, que tal vez no permita ningún
aturdimiento pero exige una helada, cortante, paciente, irreparable atención. Es la
violencia sin violencia de la intemperie. De ella saben, a su modo, el pájaro y el caballo,
y el hombre de la nieve.

Consciencia

Aquéllos que tienen experiencia de la nieve desaparecen en la nieve, ellos mismos se


convierten en nieve. Se dice que hay almas que nievan, es decir, que declinan presas de
una cierta debilidad, un cierto cansancio, una cierta tristeza, hasta que se duermen de
tristeza, de cansancio, de debilidad. Nevar es en cierto modo dormir. La nieve duerme
en el alféizar de la ventana, y se duerme el hombre que la mira caer sobre la ciudad
dormida. Dormir es caer en la indiferencia del sueño. En el sueño el yo y el mundo se
olvidan mutuamente en una sola indiferencia. Caer es dejarse ir a la indiferencia. Pero
dejarse ir puede ser tanto abandonarse como atender a la lejanía. El que atiende a la
lejanía está allá lejos, junto a la lejanía a la que atiende, y a la vez aquí, junto a sí,
inexpugnable en su atención. Atender es permanecer en la proximidad de la lejanía. Por
eso la atención tiene algo del sueño. El sueño es puro recogimiento en sí, todo
interioridad, pero ese recogimiento no se concentra en un punto sino sólo en el
recogimiento, de forma que la interioridad es exposición pura. Es ahí, en la indiferencia
entre afuera y adentro, próximo y lejano, que un sí mismo atiende, es decir, se convierte
en la consciencia de la nieve. La consciencia es la consciencia de la nieve, no la del
sujeto. Ello no convierte a la nieve en sujeto, pero ante todo no permite considerarla un
objeto. La nieve no es nada, en todo caso ella es la huella de la nada. (Por eso ha sido en
medio de la nieve que alguien tuvo la experiencia absurda e invulnerable de la libertad).
La nieve es la nada ahí. Mirar la nieve es observar la nada. La mirada no ve, pues ahí no
hay nada que ver, pero es el no-ver el que mira. En tal sentido se dice que aquél que
mira la nieve se convierte en nada, se convierte en nieve, en la consciencia, la atención
y la mirada de la nieve. Hay que haber tenido frío durante mucho tiempo, llegar a poseer
un espíritu invernal para convertirse en la consciencia de la nieve. Así sucede con el
hombre que los niños dejan en la vereda, y con el espantapájaros, al que el poeta va a
preguntarle por la procedencia del frío.

Huellas

Se llama huella al trazo de una ausencia. Dejar una huella, se ha dicho, es pasar,
partir, absolverse. La huella no es el signo de una presencia sino la presencia de un
pasado absoluto –‘Alguien caminó por la nieve’. No se puede caminar por la nieve sin
dejar una huella ni que la nieve deje su huella –por ejemplo en las botas o en el abrigo.
Pero cuando no hay huellas en la nieve ello se señala aún por una huella. La nieve es esa
nada de huella que es huella de nada, esa pura desaparición que no desaparece, lo que
llamamos la indelebilidad de lo puramente deleble.
Acaso es eso lo que finalmente dice de la nieve la literatura, lo que sólo la literatura
enseña de la nieve, ya sea cuando nombra la blanca nieve que cae sin viento, el
monumental sudario blanco que se extiende hasta donde alcanza la vista, la primera
floración de la nieve que nadie ha visto jamás, el nevar sin fin ni mundo, la rosa
pisoteada, la nada ahí que es el lugar de la nieve. Acaso es eso lo que la nieve le enseña
a la literatura acerca de ella misma, esa única página en la que ya nada se inscribe y en
la que vendrá a inscribirse el poema como pura ausencia de sí, o bien la imperfección,
que es la única cima, el trazo de una imperfección siempre imperfecta y sin contento
–una indeleble delebilidad.

Monodia

En la nieve las cosas aparecen tan irreparablemente (hay un cuervo en la nieve)


porque aparecen no sólo desde la imposibilidad de esconderse sino desde la
desaparición de todas las cosas, desde la desaparición del mundo en el que las cosas se
disimulan a diario. La nieve es en la anulación, la suspensión o el olvido del mundo. Por
eso recuerda a la música. Tal vez no haya nada que ver pero sí algo a escuchar en la
nieve. El susurro de la nieve es lo único que se escucha cuando el mundo duerme. El
mundo calla en la nieve. En la nieve se escucha el silencio del mundo. La nieve es el
decir del silencio. Dicho decir es lo que se ha llamado ‘el canto llano de la nieve’. El
canto de la nieve se define por una lisura sin relieve, una simplicidad sin reflexión, una
exposición que no impone nada, una soledad sin acompañamiento. Como también se ha
dicho, ‘la nieve es un canto sobre un tono único’. De allí su monotonía. El gusto por la
nieve es el gusto por lo que no cambia, por lo que permanece igual a sí mismo y, en sí
mismo, indiferente a la diferencia, es decir a lo personal, lo diverso y nuevo. La nieve
no promete, no obliga, no divierte, pero acepta la atención, dispone al hombre a una
atención y un oído de nieve.
Se dirá que el acento del canto puede variar. El canto puede ser el lamento por la
ausencia del otro, la pérdida del mundo, la fragilidad de estos copos; puede ser el
rezongo del que en la nieve busca la compañía de la soledad, pues no soporta la
agitación y la algarabía mundanas, esos tontos aspavientos; puede ser el elogio de lo que
solamente florece; puede ser la exclamación ante un repentino despertar del ánimo. Pero
en cualquiera de esos casos es la distracción la que canta, pues no sólo se escoge un
atributo en perjuicio de los demás sino que se olvida que la sola nieve es sin atributos, o
lo que es lo mismo, que sus atributos se anulan igual que los colores en el blanco que es
el fondo incoloro de todos. Atender a la sola nieve es escuchar el acento sin acento de lo
blanco. Esa escucha es la más ardua, porque exige no escuchar nada en particular; pero
es la más fácil, porque cuando se ha escuchado lo mismo durante horas y días y años
enteros, todo lo superfluo resulta insoportable y se elimina, hasta que sólo queda aquello
que se escucha sin la voluntad de escuchar. Entonces se escucha la nieve. Entonces se
lleva sin peso, como una música, el peso de los días, que tienen el peso de la nieve.

Coda: Tres haikus

ni cielo ni tierra,
nomás la nieve
que cae sin fin (Hashin)

los que miran la nieve,


uno a uno invisibles,
se han vuelto nieve (Katsuri)

cuando pienso que es mía,


parece más liviana
la nieve en el sombrero (Kikaku)

Marzo 2010 – Noviembre 2012


Lecturas

Adolfo Bioy Casares: “El perjurio de la nieve”


Héctor Pedro Blomberg; “La que murió en París”
Yves Bonnefoy: Comienzo y fin de la nieve
Iosip Brodsky: “Elegía mayor a John Donne”
Enrique Cadícamo: “Madame Yvonne”
Lewis Carroll: A través del espejo y lo que Alicia encontró allí
Guido Cavalcanti: “Beldad que tenga corazón sapiente…”
René Char: “Los encajes de Montmirail”
Antón Chejov: “La tristeza”
Las tres hermanas
Emily Dickinson: “Después de un gran dolor…”
“Lugar ausente –un día de Abril–…”
T. S. Eliot: La Tierra Baldía
Maxence Fermine: Nieve
Robert Frost: “Polvo de nieve”
“Lugares desiertos”
Haikus: Hashin, Katsuri, Kikaku
Hermann Hesse: “Día gris de invierno”
James Joyce: “Los muertos”
Franz Kafka: “Un médico rural”
El Castillo
Yasunari Kawabata: País de nieve
Ch’en Ling: “Noche de invierno”
Thomas Mann: La montaña mágica
Homero Manzi: “Fuimos”
Herman Melville: Moby Dick o la Ballena Blanca
St. John Perse: “Nieves”
Theodore Roethke: “La decisión”
Wallace Stevens: “El hombre de nieve”
“Vacuidad en el parque”
Henry David Thoreau: “Un paseo de invierno”
León Tolstoi: “El amo y el sirviente”
Tsen Tsan: “Canto de nieve para Wu, que regresa a la capital”
Giuseppe Ungaretti: “Ironía”
François Villon: “Balada de las damas de antaño”
Robert Walser: Los cuadernos de Fritz Kocher
Liu Zongyuan: “El río nevado”
LA NIEVE DE CELAN
Schneeort

El lugar de la nieve es el lugar en el que la nieve tiene lugar. La nieve tiene lugar en
el poema, en este poema singular. El poema es el lugar de la nieve. Pero el lugar de la
nieve es asimismo ese lugar que la nieve es y al que viene a tener lugar el poema de la
nieve. El lugar (Ort) es el lugar de la mismidad de la nieve y el poema. La nieve y el
poema son ahí lo mismo. Se ha dicho que el poema no trata jamás de sí mismo pero es
aquello de lo que trata. Por eso la nieve no es ni un tema en el sentido de una
proposición exterior a su variación en el poema ni un tropo en el sentido de lo que está
en el poema en lugar de otra cosa –el dolor de lo perdido, el blanco de la página. La
nieve tiene lugar en el poema, pero en el poema ella misma es el lugar en el que todo,
incluso ella misma, tiene lugar. No se puede, en efecto, decir que la palabra nieve está
en lugar de la página sobre la que está escrita la palabra nieve sin reconocer que ahí la
nieve, la palabra nieve, igual que la palabra página y todas las palabras, está escrita
separadamente (auseinandergeschrieben). La palabra nieve está en lugar de sí misma,
está en lugar de un estar en lugar de, y de ese modo afuera de sí misma y junto a sí en
ese afuera. Si es un tropo, la nieve es un tropo absoluto, es decir, una metáfora de nada,
o lo que es lo mismo, la tensión metafórica de la literalidad. Ahora bien, esto es absurdo.
El poema es el lugar en el que los tropos piden ser llevados y son llevados
efectivamente al absurdo. Ese lugar es el que nombra la nieve. La nieve es un nombre,
esto es, ni palabra ni cosa, pero la mismidad de ambas.
El poema viene a la nieve liberándole un lugar. Escribir es hacer lugar al lugar y tener
lugar ahí. El lugar es lo que se llama el hogar (Heim) del poema. El poema viene al
hogar desde el destierro, y de ese modo trae el destierro al hogar. El hogar es el hogar
del destierro como tal. In die Fremde der Heimat, el poema viene. Esa venida es lo que
se llama la experiencia del poema. Como toda experiencia, está llena de peligros –el
extravío, la dispersión, el hundimiento–, pero como toda experiencia también, ella es la
única habitación, la única resistencia del dolor. El dolor es la condición misma de la
experiencia. La experiencia es la estancia (Stehenheit) del dolor. El poema trae el dolor
a la dura dulzura de la hospitalidad de la nieve. Pero la hospitalidad no constituye el
sentido último de la nieve. En la nieve, el poema experimenta el hundimiento silencioso,
el candente abrasamiento del sentido. Es ese hundimiento, ese abrasamiento el que el
poema tiene entonces que traer a la palabra, llevando la palabra al lugar de la nieve.

Schneefall

La nieve es un lugar. El tener lugar de ese lugar es lo que se llama la nevada


–Schneefall. La nevada es el venir de la nieve a sí misma, el caer sobre sí de la nieve. La
nevada trae el tiempo al lugar, muestra que el lugar es el lugar del tiempo. El lugar cae
sobre sí como tiempo. Lo que acaece, es decir, lo que cae ahí, cae en el tiempo (siempre
se cae en el tiempo), pero el tiempo mismo cae ahí, o mejor, él es la caída ahí, la caída
del ahí. Ahí, ahora, el lugar sostiene la grieta del tiempo. El lugar está él mismo, en sí
mismo hendido temporalmente, y sólo por eso en relación consigo. Esa relación es lo
que se llama la intimidad. La intimidad es el recogimiento de una exposición. La mutua
exposición, la caída mutua del lugar y el tiempo, tal que el tiempo es la instancia del
lugar, lo que se llama jetzt, ahora, y el lugar la estancia del tiempo, lo que se llama da,
ahí, constituye la definición misma de la intimidad de la nieve.
La nieve cae ahora, ahí, y sin embargo desde lejos. Ella viene desde esa vasta lejanía
(weithin) que temporalmente se llama el futuro. Por eso la más futura lejanía viene con
ella ahí. La nevada no es algo todavía por venir sino la caída del futuro ahora, la
instancia del futuro. Pero cayendo así desde el futuro, la nieve cae como lo pasado.
Ahora, se dice, nieva como ayer –wie gestern. Ello no significa que el pasado continúe
en el presente, que el presente siga siendo igual que el pasado, sino que el pasado cae
todavía ahora como aquello que no termina de pasar, como lo que habiendo pasado
desde siempre resta por pasar todavía. Ayer cae siempre hoy. Hoy (heute) señala el lugar
y el tiempo de la nevada. Por eso es un jalón (Pflock), un signo en la vastedad de la
nieve. Y si él mismo parece no olvidar que es nada más que un copo (Flocke), un copo
más en la nevada innumerable, es en todo caso un copo señalado, convertido en señal
por la caída, ahí, de ayer. Ayer y hoy caen en el mismo lugar –por ejemplo, ‘el 20 de
enero’. La caída hace de hoy una fecha. La fecha constituye una cesura, una suspensión
o una interrupción del calendario (Kalenderlücke), un vacío en el calendario que el
calendario no puede contener. Es el lugar de la nieve. Es ahí que nieva y sobrenieva. Ahí
cae la nieve. La nieve cae hoy como ayer. La fecha significa que ayer cae hoy, pero
precisamente porque hoy no es más que la caída de ayer. Hoy no vuelve al ayer, pero si
ayer vuelve hoy es porque hoy ha pasado a ser el lugar de la vuelta del tiempo, la vuelta
misma del tiempo. Esa vuelta (Kehre) es el movimiento del recuerdo, ella es el
recuerdo.
El recuerdo (Andenken) puede ser definido como el retorno al hogar (Heimkehr) del
pensamiento. La nevada viene desde el más lejano hogar, por eso trae el recuerdo, lleva
con el recuerdo. Recordar es volver al hogar, es decir al ayer, y de ese modo devolver,
hoy, el ayer a sí mismo, a lo de sí, a su hogar. Sólo aquél que está lejos, desterrado,
extrañado y olvidado en la lejanía puede volver al hogar. Es su abandono, el olvido en él
el que recuerda. Y aquello, lo único que él recuerda, no puede ser otra cosa que lo
lejano, lo perdido, lo olvidado. Por eso todo recuerdo es doloroso. Con el recuerdo lo
olvidado vuelve a su hogar. El hogar de lo olvidado es el olvido –Heimgeführt ins
Vergessen, se dice de lo que se recuerda. Recordar es conducir lo perdido a su hogar,
que es el olvido. Sólo así lo perdido no está perdido. Recordar no es hacer presente lo
pasado, recuperar lo perdido para el presente. En tal caso lo perdido dejaría de ser lo que
es, el recuerdo sería la perdición (Verderben) de lo perdido. Lo perdido no está perdido
sólo si no es lo recuperado sino tan sólo lo imperdido –Verloren war Unverloren. Lo
imperdido es lo que no se puede perder, pero sólo se puede ganar como pérdida. Es lo
que se llama lo irrepetible (Unwiederholbaren). Lo irrepetible no puede sino repetirse, y
repetirse como lo que no se puede repetir. Esa repetición, por la que lo irrepetible es lo
irrepetible, es decir, no lo representado en la memoria sino lo inolvidado (Unvergessen)
que toda fecha pide y vuelve a pedir al futuro, es el recuerdo. El recuerdo es la piadosa
atención del olvido. Por eso es impersonal. La memoria no es una facultad del yo. Hay
que exponer el yo a la intemperie de la nieve, convertirse en el mástil de la bandera
blanca del dolor para recordar. Sólo aquél que se ha arrancado el corazón del pecho y lo
ha sacado a la noche o ha dejado crecer en sí el duro brote del corazón (Hartwuchs im
Herzen) hasta no ser más que corazón, dándole así un corazón a la intemperie, sólo ése
recuerda. Sólo se recuerda con el corazón. El corazón (Herz) es el asiento de la
memoria. Por eso del que recuerda se dice: Etwas, das gehn kann, gruβlos / wie
Herzgewordenes, / kommt. Aquél que se ha convertido en corazón y por eso resulta
ahora irreconocible e innombrable entre los hombres, viene. Sólo ése viene. Recordar es
venir. Ich komm, dice el que recuerda, y habla con el corazón. Pues recordar no es ir de
un presente-aquí a un pasado-allá sino venir desde el futuro de un pasado-ahí. El que
recuerda se espera en el pasado, pero el pasado lo espera a él en el futuro. Y el futuro no
es algo que vaya a pasar, algo que esté por venir, sino la venida misma, la caída misma –
la nevada ahora. Lo que se llama ahora es la instancia de un estar. Estar, stehen, no
designa en tal caso una posición determinada –por ejemplo el estar de pie en cuanto
diferente del yacer– sino la exposición de aquello que, depuesta toda posición, resiste.
Estar es resistir. Lo olvidado resiste como tal en el recuerdo. El recuerdo es el hogar sin
refugio de lo olvidado, la estancia de su resistencia. La resistencia de lo olvidado es su
instancia en el recuerdo. La forma temporal de esa instancia está señalada por la palabra
noch –todavía. Todavía es el tiempo de lo olvidado, el tiempo de lo perdido. Lo perdido
es aquello que fue y ya no es, pero que es su fue. En tal sentido se dice: Wir waren. Wir
sind –‘Fuimos. Somos’. La forma del todavía define a lo olvidado como resto (Rest). Se
llama resto no a lo que aún se recuerda de aquello que se olvidó sino a lo olvidado
mismo en cuanto queda, es decir, en cuanto insta ahora y resiste ahí. Lo olvidado resiste
como dolor. El dolor es el ser, el que es de lo que ha sido. Como tal, el dolor no puede
ser olvidado, resulta estrictamente inolvidable, pero tampoco puede simplemente
recordarse, ser acordado y apaciguado en la interioridad de la casa de la memoria, sino
sólo expuesto en lo que se llama la claridad del corazón (Herzhelle) y que es la tienda
de campaña de la intemperie, la palabra-tienda (Zeltwort) del recuerdo en el silencio de
la nieve.

Tiefimschnee

La nieve no sólo cae sino que también se cae en ella. Uno cae, se acuesta y yace en la
nieve. La nieve es un lecho, un lecho de nieve –Schneebett. En el lecho yace lo que ha
caído –la nieve del cielo, ese hombre de sueño, aquella mujer de un tiro en la nuca.
Yacer es haber sido lo que cae, y caer es dejar de ser –un copo en el aire, un hombre
despierto, una mujer con vida. Pero yacer no es meramente dejar de caer, no es no ser.
Yacer es todavía ser lo que ha dejado de ser y ya no es. ‘Todavía’ nombra el ser de lo
que ha sido, el que es de lo que ya no es. Todavía es el tiempo de los yacentes. Son
ellos, los durmientes, los muertos, los que todavía se acuestan, rezan, mendigan –Die
Toten –sie betteln noch, Franz. Mendigar, rezar, acostarse –betteln, beten, betten– son
palabras que yacen juntas. Su común yacer enseña que los que duermen no duermen
todavía, que en su sueño todavía ruegan, mendigan el sueño. Esa mendicante oración es
su vigilia, es la vigilia de los que duermen. Los que duermen vigilan con el sueño, como
si el sueño vigilara en ellos. El sueño (Schlaf, no Traum –no hay sueños en el sueño) es
el don de los durmientes. Los durmientes dan el sueño –du bettest, du betest / uns frei.
Es el que duerme, eres tú que duermes, tú, que no duermes como yo, que dejaste, como
todos, el yo cuando te fuiste a dormir, tú, entonces, pero no tú, lo otro en ti, quien con tu
súplica y tu sueño nos conviertes a nosotros, los despiertos, en los suplicantes
durmientes de la vigilia, tú quien nos despiertas al sueño y a la vida, a la vida del sueño
(Sie weckt dich zu Leben und Schlaf). Al sueño se despierta. Caer en el sueño exige
alzarse al sueño. Entonces el sueño se convierte en una vigilante atención. Es la
atención del otro. Hay que velar, en efecto, por el sueño de los otros, pero ello sólo se
puede durmiendo. Sólo el sueño permite pasar del otro lado, del lado de los que
duermen, del lado de lo que duerme en nosotros mismos, fuera de nosotros, y así
alcanzar la puerta, el umbral de la piedad, lo que se llama la atención –Die Pole / sind in
uns, / unübersteigbar / im Wachen, / wir schlafen hinüber, vors Tor / des Erbarmens.
Nosotros, los despiertos, lo despierto en nosotros, vela; pero vela sin nosotros, pues lo
despierto es en nosotros el sueño. Velamos, pues, como si pudiéramos ser nosotros sin
nosotros –als konnte wir ohne uns wir sein–, es decir, sin la satisfacción de ninguna
posición de consciencia y ninguna indeterminación de inconsciencia. Nadie puede decir
‘Duermo’. Dormir se dice ‘Duerme’ –tú, el otro, lo otro en ti. Duerme, pues no parece
cierto que duermas, tu sueño tiene para los despiertos la forma de una vigilia que pide y
recibe ya en ese ruego nuestra más despierta atención. La atención responde a la súplica
de los durmientes repitiéndola, ella es esa misma plegaria repetida en el corazón del
sueño –Tú que duermes, ¿duermes? Duerme.
Lejos de conceder algún descanso, el sueño sólo promete la caída en él. Caer es venir
a yacer, pero yacer es ya no dejar de caer más. Quien cae, yace en la caída, de allí que la
caída no tenga más fondo que ella misma. La caída caída en la caída, sólo esto es yacer.
Por eso se dice: wir fallen, / wir fallen und liegen und fallen. // Und fallen.
El lecho de la caída, el lecho de la nieve, es lo que se llama lo blanco. Lo blanco (das
Weiβ) no es la blancura (die Weiβe). La blancura es a la vez substancia y atributo, pero
lo blanco no subyace ni soporta, no se adjunta ni se atribuye a nada. Lo blanco, se ha
dicho, es lo que está en el fondo de lo que no tiene fondo. No es posible caer por debajo
de lo blanco porque lo blanco está en el fondo. En lo blanco sólo se puede yacer. Pero
no es posible dejar de caer en lo blanco porque lo blanco está más allá de toda
profundidad, es la demasía de lo que no se basta a sí mismo –Schnee. Und mehr noch
des Weiβen. En lo blanco sólo se puede caer. Caer y yacer resultan ahí indiscernibles. A
tal caer-yacer como relación con el fondo-sin-fondo se lo llama el hundimiento.
Hundirse es tocar el fondo de lo que no tiene fondo. Esto es, ni irse al fondo ni
abismarse en lo sin-fondo sino ir-en-el-fondo –zur-tiefe-gehn. En la medida en que va,
el hundimiento ahonda lo hondo (vertieft uns die Tiefe), pero de ese modo yace en lo
hondo, hace de lo hondo, del ahondamiento de lo hondo, su casa y de sí mismo una
habitación –habita el hundimiento. El hundimiento va en lo hondo con la palabra. Es la
palabra la que hundiéndose en el blanco para siempre impuro del silencio deja oír la
resistencia sin palabra de lo que yace en el fondo –Tiefimschnee, / Iefimnee, / I-i-e.
Las palabras, el cuerpo de las palabras, no se hunden sin que el fondo se levante. Si
caer no tiene fin, en todos los sentidos de la expresión, es decir, si no termina y no tiene
destino, si es precisamente el testimonio del destierro de todo fin y en consecuencia de
todo principio, entonces caer no es distinto de volar. Pero volar (fliegen) es todavía
liberar la caída, liberar el dolor de la caída. En el vuelo el dolor más grave, el más
pesado, se levanta. El vuelo es el libre alzamiento, la libre insurrección del dolor. La
insurrección no designa la mera revuelta sino la resistencia, la ascendente afirmación de
la libertad del dolor. La insurrección no termina, no puede ni quiere terminar con el
dolor, pero es el vuelo de su libertad –tal vez la grave, la ligera, la vana libertad de la
caída que todavía se alza en cada copo.
Flocken

Lo mismo que tú, la nieve tiene su raíz en el aire –In der Luft, da bleibt deine Wurzel,
da, / in der Luft. Lo que tiene su raíz en el aire no carece de raíz, pero su raíz se afirma
en el desarraigo. Afirmarse, tenerse en el desarraigo es el modo de estar de la nieve. La
nieve cae desde ninguna parte, pero siempre ahora y por doquier ahí, haciendo de ese
ahí ninguna parte y de cualquier parte el ahí único de su caída. De los copos puede
decirse que han sido arrojados, abandonados por doquier ahí (Umhergeworfenheit), de
modo que ese ahí no constituye para ellos un destino, es decir, el culminante sentido de
su origen, sino precisamente el lugar cualquiera de su desarraigo. Los copos no caen
más que a su destierro, ellos son los desterrados (Verbannten). Por eso andan perdidos
(verloren), dispersos (verstreuten) en el aire, abrasados en la llaga de la intemperie.
Ellos, los desterrados, son asimismo los abrasados (Verbrannten), los copos negros
(Schwarze Flocken) que han ardido en su candente blanco hasta la ceniza, hasta menos
que la ceniza, los que han sido aniquilados (vernichtet), reducidos a la nada más vana, a
la pura vanidad de su caída. Pero en cuanto los copos no vienen de ninguna parte a su
destierro sino que caen en él de modo que él es esta misma caída, el destierro es la
patria, el hogar de los copos. Los copos no sólo están desterrados sino que, en cuanto
ellos son los desterrados, es decir, los que tienen su raíz en el aire, habitan el destierro, o
mejor, vuelven y tienen que volver, piden ser devueltos cada vez al destierro como a su
único hogar –heimgekehrt in / den unheimlichen Bannstrahl. Sólo así ninguna parte es
ahí, y ahí, el hogar de la caída. La nieve cae, no hace más que caer. Ella se demora en la
caída, se demora hasta hacer de la caída su morada, de hacer su morada en la caída, que
no cae. Por eso la nieve cae sin caer. En ella la caída se confunde con el vuelo. Los
copos caen, en cierto modo, hacia arriba. Es su particular locura. No es que no sean
pesados, es que su peso resulta imponderable para la balanza del mundo. Son demasiado
pesados para ser pesados y demasiado ligeros para ser ligeros –die zu leigt, die zu
schwer, die zu leigt. Lo que se llama su peso, ese peso que sólo pesa en el corazón y sólo
el corazón pesa, es el dolor. El dolor, el peso insoportable de la nieve en el corazón, es
sin embargo lo más ligero de soportar, lo que pide ser llevado y se lleva siempre sin
abatimiento. La ligereza es la dulzura del dolor. Por eso uno mismo tiene que volverse
más pesado, más duro, para poder soportar el peso del dolor, y sin embargo pesado hasta
el punto de la más extrema ligereza, de modo de no retener, no gravar el dolor con la
pesadumbre sino liberar el vuelo que insta en su peso, para que todo, aun lo más pesado,
aun el peso mismo, no sea más que vuelo –Alles, / das Schwerste noch, war / flügge,
nichts / hielt zurück. Lo que entonces vuela es lo que queda sin caer en la caída, esto es,
el vacío de la caída misma. Ese resto es tal vez lo que se llama tú, es decir, lo que queda
de ti que te has ido. Por eso el encuentro se presenta como una caída mutua –
Getrennt, / fall ich dir zu, fällst / du mir zu, einander / entfallen. La caída, que separa y
dispersa, se convierte ahora en ocasión de un encuentro. El encuentro, el uno-en-otro, el
uno-con-otro de la caída, es el encuentro de una separación, el encuentro de la
separación como tal. El encuentro es el hospitalario hogar de la caída.
Schneebewirtung

El otro –el desterrado, el olvidado, el muerto– es el mendigo. La mendicidad es la


plegaria de los muertos, que no piden nada –Die Toten –sie betteln noch, Franz. Por eso
la limosna es tan sólo la atención y el recibimiento de la plegaria, es esa misma plegaria
repetida, recordada en el corazón. Lo que se da al otro es lo que el otro da, el don del
otro –du bettest, du betest / uns frei. El don da antes de dar cualquier cosa, por eso tiene
la forma de un recibimiento. Es el recibimiento del don de dar. El don no da
propiamente nada, lo que da tiene que ser nada para que sea un don, tiene que ser tal que
impida cualquier apropiación y resulte, en consecuencia, estrictamente inapropiado. Así
es la nieve. La nieve es, ya que no el objeto, tal vez la materia del don –Die Hand voll
schnee, bin ich zu dir gegangen. La nieve es el pan, el lecho y la palabra que se da a los
muertos. Du darfst mich getrost / mit Schnee bewirten. Bewirten significa recibir al que
llega con casa y comida, hospedar la llegada mendicante del otro. Bewirtung es la
hospitalidad. Es la hospitalidad de la nieve. La nieve hospeda en la intemperie, pues
para los desterrados, los olvidados y los muertos no hay otro hogar que la intemperie,
pero de ese modo es la intemperie misma la que encuentra hospitalidad en ella. La nieve
es el hogar de la intemperie. En el hogar se recoge la dispersión, se comparte el
apartamiento, se está en familiaridad con lo extraño. El hogar es el lugar de un
encuentro. En él se encuentran los que están perdidos. Sólo los que se han perdido
pueden verdaderamente encontrarse. Los perdidos no obtienen nada, no ganan nada con
el encuentro, por eso en el encuentro ellos no pierden su pérdida. El encuentro es la
ganancia de una pérdida. Ir-al-encuentro quiere decir confiarse arriesgadamente a la
intemperie en fidelidad a la pérdida. Esa confiada y arriesgada fidelidad es el consuelo
(Trost). El consuelo no es aquello con lo que uno se conforma sino eso a lo que uno se
confía –ich verliere dich an dich, das / ist mein Schneetrost. El consuelo de nieve es
aquél que no consuela de nada, que justamente dice que para la pérdida no hay
consuelo, que ella es lo inconsolable; pero también es aquél que en fidelidad a la
pérdida solamente se confía a la intemperie de la nieve, a la nieve, que es el don del
encuentro.

Schneegespräch

La nieve es el don del otro. El don es don de lo que no se puede recibir –el pan del
muerto, el sueño del durmiente, el hogar del desterrado– y recibimiento de lo que no se
puede dar –la vida de la muerte, el despertar del sueño, la libertad del destierro. Lo que
se da no sólo está perdido para el recibimiento sino que se recibe como lo perdido para
el poder de dar. El don es don de lo perdido. Lo perdido es el don de nieve de la palabra.
La palabra se da en la conversación. El don de la palabra es lo que se llama
Schneegespräch –una conversación de nieve.
La conversación no es un intercambio de palabras. Conversar es hablar con lo
perdido. En la conversación sólo habla la pérdida. La pérdida es la expiración del habla.
El habla es en la conversación un soplo (Wehen). Es el soplo del dolor (Weh). El dolor
no es lo que el soplo dice sino la materia del decir, la nieve de la palabra. Si el habla
dice el dolor es porque se dispersa y se deshace balbuceando en la nieve. El balbuceo es
el aliento contrarrítmico del dolor. El dolor habla en la conversación porque la
conversación es el encuentro con la pérdida del otro, es decir, con el otro, que no tiene
otro ser que la pérdida. Si se admite llamar a esa pérdida la caída, si, como se dice,
aquello que perdí se me cayó de la mano un día inconmensurable con el tiempo del
calendario, entonces hay que decir que en la conversación, en el encuentro con lo
perdido, yo vengo a caer en la caída del otro y el otro asciende a su caída en mí. La
conversación es esta mutua caída de la palabra, el encuentro mutuo de la palabra en
medio, en el medio de la caída. Ese medio (Mitte) constituye lo que se llama lo Mismo
(das Selbe). Lo Mismo es el hospitalario recogimiento de las palabras en la
conversación, algo así como el con-, el cum- de su mutua caída. Las palabras caen en el
medio que es el Mismo para todas. Pero lo Mismo no es la mediación. En el medio, que
por algo también se llama el vacío, la nada o lo blanco y en el que hay que reconocer el
lugar de la nieve, todo aquello que podía oficiar de mediación en la conversación, es
decir, en una sola palabra, el mundo, se ha hundido, y la palabra está sola y desnuda en
la nieve, hasta el punto de confundirse con la desnudez y la soledad de la nieve. Lo
Mismo recoge las palabras en el medio absolviéndose de él, absolviéndose aun de esa
absolución, de modo tal que en el medio las palabras no sólo están abandonadas sino
también abandonadas del abandono, absueltas ellas mismas para una común soledad,
una caída o un vuelo que queda sin nombre tal vez porque es el nombre de lo que
queda –Das / Selbe / hat uns / verloren, das / Selbe / hat uns / vergessen, das / Selbe /
hat uns–. Lo Mismo es pues aquello que, absolviéndose de sí mismo, nos absuelve a
unos y a otros al encuentro con lo otro de nosotros mismos, es decir, a la conversación.
La conversación no empieza en mí, Ich. Al contrario, soy yo el que viene a ella y, en
ella, a mí. Cuando hablo, hablo porque me hablas, aunque hables con la palabra muda
de los muertos. Es a esa palabra tuya que ya habla en mí a la que me dirijo cuando te
hablo. Nadie dirá que lo mismo sucede contigo, si es que se acepta llamar Tú, Du, a
aquél que no dice ‘Yo’. En tal caso Tú se llama Pero-Tú –Aber-Du. El Pero advierte
ante todo que tú no es igual que yo, que tú y yo no son equivalentes e intercambiables
en la conversación. Pero dice que toda conversación es al mismo tiempo adversación.
En la conversación, tú viene al encuentro como aquél que se vuelve hacia otro lado, de
modo que yo no lo encuentra, no conversa con él si no le habla a ese apartamiento, es
decir, si no habla en el apartamiento de hablar. Empero, Pero tiene asimismo el valor de
una intensificación, como cuando se dice ‘¡Pero sí!’ Pero designa la intensidad absoluta
de la afirmación elevada contra todas las negaciones. No hay peros ante el Pero. Pero es
el a-pesar-de-todo de tú, la resistencia de tú en el habla y como habla. Tú resiste al
enmudecimiento que es la rendición de la palabra, pero también a la palabra impostada
que sin hablar tematiza y juzga, precisamente en cuanto Pero. Pero es el nombre de lo
otro en ti, el tú de ti, ése a quien nombro cuando digo ‘Tú’. Cuando digo ‘Tú’ llamo a
Nadie en ti –O einer, o keiner, o niemand, o du. Nadie es tal vez Dios, es decir, el
nombre, el no-nombre o el pero-nombre de Dios. Dios sería entonces el Pero mismo: lo
que queda de Dios, el todavía de Dios tras el abandono y en el ya-no de Dios.
Precisamente por eso, porque Dios es ahora el Desaltísimo (Enthöhte), no sólo no hay
nada sagrado en el mundo sino que nada en el mundo, ni siquiera o ante todo el dolor,
puede ser sacralizado. El dolor es solamente el dolor. Como tal sopla, sopla y florece en
las palabras que a Nadie diriges en tus conversaciones de nieve.
Singbarer Rest

El lugar de la nieve es el poema; pero la nieve es el lugar en el que el poema viene a


tener lugar. El poema tiene lugar como escritura. La escritura es la experiencia del
poema –de la nieve en el poema y del poema de la nieve. La nieve es el blanco escrito
separadamente (auseinandergeschrieben) del poema. Ella es el afuera del poema en el
poema –el afuera al que el poema viene con la escritura y que viene en la escritura como
la intimidad del afuera. La escritura irrumpe y se abre paso en la nieve que se cierra al
modo del silencio de la palabra. Toda palabra es en la escritura una palabra ensilenciada
(erschwiegene), una palabra de silencio, la palabra del silencio. El silencio es la palabra
de la nieve. La nieve es llamada der Schnee des Verschwiegenen –la nieve de lo callado,
la nieve de lo ensilenciado. En ella, en efecto, la palabra se hunde y enmudece. Ella es
el lugar del enmudecimiento de la palabra. Pero no lo es sin ser por eso mismo el lugar
de la exposición de ese hundimiento, la palabra de ese enmudecimiento. Schneefall,
dichter und dichter. Cada vez más densa, más cerrada, más impenetrable, la nevada
escribe el lugar de la escritura; ella llama a la escritura a escribir ahí. La escritura viene
a abrirse paso en la nieve inescrita, escrita como inescrita, no escribiendo otra cosa que
este silencioso abrirse paso en el silencio –der Umriβ / dessen, der durch / die
Sichelschrift lautlos hindurchbrach, / abseits, am Schneeort. Umriβ es la silueta del
Dichter, el poeta, perfilándose en la nieve. Pero lo que con ella se perfila ahí es el
contorno del desgarro –Um-riβ. La escritura es la irrupción desgarradora, es decir, el
trazo (Aufriβ) en el que la nieve, desgarrándose, se expone en su cerrado que es. Si el
trazo es callado (lautlos), discreto, como apartado de sí mismo (abseits), es porque se
abre paso en la nieve como el desgarramiento del silencio. Ese desgarramiento es lo que
se llama el dolor. Escribir es llevar la palabra al silencio para que el silencio exponga su
dolor. Aun a riesgo de hundirse y enmudecer ahí. El trazo es ese riesgo –esa experiencia.
El trazo abre el fondo trazando su borde, de modo tal que el fondo se abre en el trazo,
asciende hasta el borde, al tiempo que el trazo se hunde en él. Al hundimiento de la
palabra en el mutismo del dolor por el que el dolor llega a la palabra y se convierte en el
dolor de la palabra misma se lo llama el balbuceo –Tiefimschnee, / Iefimnee, / I-i-e. En
el balbuceo la palabra no calla: habla. El balbuceo es el habla del poema, el Pero en el
que todavía el poema habla (‘¡Pero el poema habla!’). En el balbuceo el poema
experimenta la imposibilidad de hablar en el habla, experimenta el desgarramiento del
habla. Tal es el saber del poema –Dein Gesang, was weiβ er? El poema sabe el dolor. El
color del dolor es el color de la nieve –Dort: ein Gefühl, / vom Eiswind
herübergeweht, / das sein tauben–, sein schnee– / farbenes Fahnentuch festmacht. La
nieve no sólo es blanca: ella es lo blanco. Lo que se llama lo blanco, das Weiβ, es el
color del dolor del saber. El saber no sabe del dolor sino porque el dolor sabe en él. Lo
blanco sabe –das Weiβ weiβ. En cuanto sabe, el poema habla desde el fondo lacerado
del dolor –aus der Tiefe geschunden. En él todas las palabras, todos los nombres se han
abrasado juntos (Alle die Namen, alle die mit- / verbrannten / Namen), se han
consumido hasta una candente ceniza que ya no nombra nada y que tampoco puede
nombrarse, un resto que no es ya ni nombre ni cosa sino tal vez el trazo que los reúne a
ambos en su mutuo desgarramiento –kein Wort, kein Ding, / und beider einziger Name.
Y es también ese trazo, quizá, el que los expone así reunidos en aquella claridad que, se
dice, nadie necesita nombrar ni llorar –ins Abermals-Helle, das niemand / zu weinen
braucht noch zu nennen. Si el desgarramiento ya no necesita ser llorado no es porque se
cierre y sane en la claridad, al contrario, él se abre y se ilumina ahí en cuanto imposible
de cicatrizar. La claridad (Helle) es la claridad del desgarramiento abierto en el todavía
y siempre todavía de su dolor. Abermals, otra vez, es la vez siempre otra de aquella
única vez que es la vez del otro, de ti, tú. Abermals dice el tiempo del Aber de Du, el Du
en su Aber. Por eso la claridad está referida al futuro, porque el futuro no es otra cosa
que la claridad del pasado, el pero-todavía de lo que no acaba de pasar – Hinauf
und Zurück / in die herzhelle Zukunft. Al futuro se vuelve, se asciende de regreso con el
corazón. Es el corazón (Herz), es decir el recuerdo, o más bien el inolvido, el que libera
el pasado en la claridad del futuro como otra vez y pero. Lo que se llama el nombre es
precisamente el aviso, la inscripción no de algo que simplemente pasó ni de algo que
simplemente está por pasar sino de aquello que ya siempre todavía pasa ahí –
Entmündigte Lippe, welde, / das etwas geschieht, noch immer, / unweit von dir. El
nombre constituye el nudo de lo que se llama la tienda. La tienda (Zelt) es la casa de lo
que tiene su raíz en el aire: la intemperie convertida en casa. La casa de la intemperie es
la palabra. La palabra es la única tienda. Es en ella, en la inexpugnable tienda-de-la-
palabra (Zeltwort), que resiste el dolor. Pero la palabra, el nombre, levanta la tienda
cantando, de manera que con la tienda, con la steifzusingende Hellzelt, el nombre mismo
se alza hasta el canto. No hay en ello ninguna exaltación, ningún éxtasis. Es la
imposibilidad de hablar –el desgarramiento de la palabra, la presión o la disgregación de
la sintaxis, el abrasamiento del sentido– lo que se hace canto. Una voz velada
(Fahlstimme), algo así como el sonido de la oclusión de la laringe (der
Kehlkopfverschluβlaut), canta. Aquello que la voz canta es lo cantable. Lo cantable, sin
embargo, es lo que todavía queda por cantar en el canto. Lo que queda por cantar es lo
que no se canta, pero el canto sólo canta eso. Es lo que se llama resto cantable
–Singbarer Rest. Se llama resto a lo que queda cuando no queda nada. Resto es el
todavía o el pero de nada. Por eso el canto canta en último término, empieza recién
cuando todo ha llegado a su fin, comienza con el fin de todo. El canto no tiene otra
fuente que la aniquilación. Pero si la aniquilación está en el comienzo, en el comienzo
está también el resto. El resto es aquello que desde el comienzo queda como lo que la
aniquilación, que lo aniquila todo, no puede aniquilar. Ello no significa que el resto sea
algo, pero tampoco que no sea nada. El resto es lo que queda –aquí, lo que queda por
cantar. El canto que canta lo que queda es el canto de la poesía, es la lírica. La poesía
canta en el lugar de la nieve. La nieve es el lugar de la aniquilación y de lo que queda
tras ella, por ella, en ella y a pesar de ella. Por eso la poesía viene al lugar de la nieve.
No viene a hacer la elegía de lo aniquilado; viene a cantar lo que queda, lo que todavía y
para siempre queda por cantar: el resto inusurpable del dolor. Ella lo llama Singbarer
Rest.

Marzo 2009
Paul Celan

SCHNEEGEDICHTE
Paul Celan

POEMAS DE LA NIEVE

Versión de Paula Poenitz


SCHWARZE FLOCKEN

Schnee ist gefallen, lichtlos. Ein Mond


ist es schon oder zwei, daβ der Herbst unter mönchisher Kutte
Botschaft brachte auch mir, ein Blatt aus ukrainischen Halden:

«Denk, daβ es wintert auch hier, zum tausendstenmal nun


im Land, wo der breiteste Strom flieβt:
Jaakobs himmlisches Blut, benedeiet von Äxten...
O Eis von unirdischer Röte – es watet ihr Hetman mit allem
Troβ in die finsternden Sonnen... Kind, ach ein Tuch,
mich zu hüllen darein, wenn es blinket von Helmen,
wenn die Scholle, die rosige, birst, wenn schneeig stäubt das Gebein
deines Vaters, unter den Hufen zerknirscht
das Lied von der Zeder...
Ein Tuch, ein Tüchlein nur schmal, daβ ich wahre
nun, da zu weinen du lernst, mir zur Seite
die Enge der Welt, die nie grünt, mein Kind, deinem Kinde!»

Blutete, Mutter, der Herbst mir hinweg, brannte der Schnee mich:
sucht ich mein Herz, daβ es weine, fand ich den Hauch, ach des Sommers,
war er wie du.
Kam mir die Träne. Webt ich das Tüchlein.
COPOS NEGROS

Nieve ha caído, sin luz. Una luna


hace ya o dos que el otoño con hábito de monje
mensaje trajo también para mí, una hoja desde las laderas ucranianas:

“Piensa que también aquí es invierno, por milésima vez ahora,


en la tierra donde la más ancha corriente fluye:
sangre celestial de Jacob, bendecida por hachas...
Oh hielo de no-terrena rojez – vadea su Hetman con séquito y todo
en los soles que se ensombrecen... Niño, ay, un paño
para envolverme cuando destelle en los yelmos,
cuando el témpano, el rosado, estalle, cuando nevosa cubra de polvo el esqueleto
de tu padre, bajo los cascos contrita,
la canción de los cedros...
Un paño, siquiera un pañito, angosto, para guardar
ahora que aprendes a llorar a mi lado
la estrechez del mundo que jamás verdece, ¡niño mío, para tu niña!”

Se me desangraba, madre, el otoño, me quemaba la nieve:


busqué mi corazón para que llorara, encontré el aliento, ay, del verano,
era como tú.
Me vino la lágrima. Tejí el pañito.
SCHNEEBETT

Augen, weltblind, im Sterbegeklüft:


Ich komm,
Hartwuchs im Herzen.
Ich komm.

Mondspiegel Steilwand. Hinab.


(Atemgeflecktes Geleucht. Strichweise Blut.
Wölkende Seele, noch einmal gestaltnah.
Zehnfingerschatten – verklammert.)

Augen weltblind,
Augen im Sterbegeklüft,
Augen, Augen:

Das Schneebett unter uns beiden,das Schneebett.


Kristall um Kristall,
zeittief gegittert, wir fallen,
wir fallen und liegen und fallen.

Und fallen:
Wir waren. Wir sind.
Wir sind ein Fleisch mit der Nacht. In den Gängen, den Gängen.
LECHO DE NIEVE

Ojos, ciegos de mundo, en las quebradas de la muerte:


Vengo,
crecida dureza en el corazón.
Vengo.

Espejo de luna pared empinada. Bajando.


(Lámpara manchada de aliento. Sangre dispersa.
Alma nubosa, de nuevo casi con forma.
Sombra de diez dedos –agarrados).

Ojos ciegos de mundo,


ojos en las quebradas de la muerte,
ojos, ojos:

El lecho de nieve bajo nosotros dos, el lecho de nieve.


Cristal sobre cristal,
en el tiempo de lo profundo enrejados, caemos,
caemos y yacemos y caemos.

Y caemos:
Fuimos. Somos.
Somos una carne con la noche. En los pasadizos, en los pasadizos.
HEIMKEHR

Schneefall, dichter und dichter,


taubenfarben, wie gestern,
Schneefall, als schliefst du auch jetzt noch.

Weithin gelagertes Weiβ.


Drüberhin, endlos,
die Schlittenspur des Verlornen.

Darunter, geborgen,
stülpt sich empor,
was den Augen so weh tut,
Hügel um Hügel,
unsichtbar.

Auf jedem,
heimgeholt in sein Heute,
ein ins Stumme entglittenes Ich: hölzern, ein Pflock.

Dort: ein Gefühl,


vom Eiswind herübergeweht,
das sein tauben-, sein schnee-
farbenes Fahnentuch festmacht.
RETORNO AL HOGAR

Nevada, más y más densa,


color paloma, como ayer,
nevada, como si aún ahora también durmieras.

En la lejanía tendido blanco.


Más allá, infinita,
la huella de trineo de lo perdido.

Allí abajo, al reparo,


se vuelca hacia arriba
lo que a los ojos hiere tanto,
de colina en colina,
invisible.

Sobre cada una, traído a casa a su hoy,


un yo deslizado en lo mudo:
de madera, una estaca.

Allí: un sentimiento,
soplado hacia aquí por el viento helado,
que aferra el paño de su bandera color
paloma, color de nieve.
MERKBLÄTTER-SCHMERZ,
beschneit, überschneit:

in der Kalenderlücke
wiegt ihn, wiegt ihn
das neugeborene
Nichts.
DOLOR DE HOJAS DE NOTAS,
nevado, sobrenevado:

en el hueco del calendario


lo acuna, lo acuna
la recién nacida
nada.
WEIβ UND LEICHT

Sicheldünen, ungezählt.

Im Windschatten, tausendfach: du.


Du und der Arm,
mit dem ich nackt zu dir hinwuchs,
Verlorne.

Die Strahlen. Sie wehn uns zuhauf.


Wir tragen den Schein, den Schmerz und den Namen.
Weiβ,
was sich uns regt,
ohne Gewicht,
was wir tauschen.
Weiβ und Leicht:
laβ es wandern.

Die Fernen, mondnah, wie wir. Sie bauen.


Sie bauen die Klippe, wo
sich das Wandernde bricht,
sie bauen
weiter:
mit Lichtschaum und stäubender Welle.

Das Wandernde, klippenher winkend. Die Stirnen


winkt es heran, die Stirnen, die man uns lieh,
um der Spiegelung willen.

Die Stirnen.
Wir rollen mit ihnen dorthin.
Stirnengestade.

Schläfst du?

Schlaf.

Meermühle geht,
eishell und ungehört,
in unsern Augen.

BLANCO Y LIVIANO

Médanos, innumerables.

Al resguardo del viento, mil veces: tú.


Tú y el brazo
con el que desnudo crecí hacia ti,
perdida.

Los rayos. Nos soplan a montones.


Llevamos el brillo, el dolor y el nombre.
Blanco,
lo que se nos mueve,
sin peso,
lo que cambiamos.
Blanco y liviano:
déjalo vagar.

Las lejanías, cercanas a la luna, como nosotros. Construyen.


Construyen el escollo, donde
lo vagante se rompe,
siguen
construyendo:
con espuma de luz y pulverizante ola .

Lo vagante, del escollo aquí haciendo


señas. Haciendo señas
llama a las frentes que nos prestaron,
por mor del reflejo.

Las frentes,
hacia allí rodamos con ellas.
Ribera de frentes.

¿Duermes?

Duerme.

Un molino de mar gira


con claridad de hielo, inoído,
en nuestros ojos.

DIE POLE
sind in uns,
unübersteigbar
im Wachen,
wir schlafen hinüber, vors Tor
des Erbarmens,

ich verliere dich an dich, das


ist mein Schneetrost,

sag, daβ Jerusalem ist,


sags, als wäre ich dieses
dein Weiβ,
als wärst du
meins,

als könnten wir ohne uns wir sein,

ich blättre dich auf, für immer,

du betest, du bettest
uns frei.

LOS POLOS
están en nosotros,
infranqueables
en la vigilia,
dormimos por sobre ellos hasta alcanzar la puerta
de la piedad,

te pierdo en ti, ése


es mi consuelo de nieve,

di, que Jerusalén es,


dilo, como si yo fuera este
tu blanco,
como si tú fueras
el mío,

como si pudiéramos ser nosotros sin nosotros,

te hojeo, para siempre,

tú rezas, tú nos recuestas


libres.

HOHLES LEBENGEHÖFT. Im Windfang


die leer-
geblasene Lunge
blüht. Eine Handvoll
Schlafkorn
weht aus dem wahr-
gestammelten Mund
hinaus zu den Schnee-
gesprächen.
CORTIJO HUECO DE LA VIDA. En la cancel
el pulmón
vacío por el soplo
florece. Un puñado
de granos de sueño
ventea saliendo con la
tartamudeada verdad de la boca
a las conversaciones
de nieve.
MIT WECHSELNDEM SCHLÜSSEL

Mit wechselndem Schlüssel


schlieβt du das Haus auf, darin
der Schnee des Verschwiegenen treibt.
Je nach dem Blut, das dir quillt
aus Aug oder Mund oder Ohr,
wechselt dein Schlüssel.

Wechselt dein Schlüssel, wechselt das Wort,


das treiben darf mit den Flocken.
Je nach dem Wind, der dich fortstöβt,
ballt um das Wort sich der Schnee.

CON ALTERNA LLAVE

Con alterna llave


abres la casa, donde
se agita la nieve de lo callado.
Según la sangre, que te brota
de ojo, boca u oído,
alterna tu llave.

Alterna tu llave, alterna la palabra,


que agitarse puede con los copos.
Según el viento que te empuja,
en torno a la palabra se amontona la nieve.

KEINE SANDKUNST MEHR, kein Sandbuch, keine Meister.

Nichts erwürfelt. Wieviel


Stumme?
Siebenzehn.

Deine Frage – deine Antwort.


Dein Gesang, was weiβ er?

Tiefimschnee,
Iefimnee,
I-i-e.
NO MÁS ARTE DE ARENA, ni libro de arena, ni maestros.

Nada echado a los dados. ¿Cuántos


mudos?
Diez y siete.

Tu pregunta – tu respuesta.
Tu canto, ¿qué sabe él?

Hondoenlanieve,
odenleve,
o-e-e.
SINGBARER REST – der Umriβ
dessen, der durch
die Sichelschrift lautlos hindurchbrach,
abseits, am Schneeort.

Quirlend
unter Kometen-
brauen
die Blickmasse, auf
die der verfinsterte winzige
Herztrabant zutreibt
mit dem
drauβen erjagten Funken.

– Entmündigte Lippe, melde,


daβ etwas geschieht, noch immer,
unweit von dir.

RESTO CANTABLE – el perfil


de aquél, el que a través
de la hoz de la escritura se abrió paso en silencio,
apartadamente, en el lugar de la nieve.

Remolineante
bajo cejas de
cometas
la masa de la mirada, hacia
la que es llevado eclipsado ínfimo
el satélite del corazón
con la
chispa atrapada afuera.

− Inhabilitado labio, anuncia,


que algo sucede, todavía,
no lejos de ti.

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