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TEMA 20.

Desarrollo y medio ambiente

Como ya se ha dicho, en la raíz de la aparición de lo que se conoce como Doctrina


Social de la Iglesia se encuentra la llamada «cuestión social». En vista de las graves
consecuencias sociales que los nuevos modos de organizar el trabajo tuvieron para los
trabajadores, León XIII creyó que la Iglesia, además de actuar con agilidad mediante obras e
instituciones de beneficencia que constituyeran una primera respuesta a las situaciones de
injusticia, debía también iluminar las conciencias de los fieles y aún de los no católicos de
forma más efectiva. El resultado fue la encíclica «Rerum novarum» cuya importancia no ha
dejado de recordarse.
Desde entonces el mundo ha evolucionado muy rápidamente de la mano de la técnica
y así ha llegado otra revolución marcada por la informática y las telecomunicaciones; una
revolución que ha transformado profundamente el panorama económico del mundo. Como
consecuencia hoy hablamos de la globalización, es decir, el fenómeno de la interconexión e
interdependencia entre los pueblos de la tierra en distintos planos, de modo particular en el
económico1. Los productos que se venden en un determinado país son en numerosos casos el
resultado de una cadena de producción dispersa por distintos lugares del planeta, pero
convenientemente comunicada; y la marcha de la economía en un determinado país tiene
una fuerte resonancia en la economía de muchos otros, incluso ajenos a esos eventos. En
este contexto, hay una frase de Benedicto XVI que merece especial atención: «manifiesto mi
convicción de que la “Populorum progressio” merece ser considerada como “la Rerum
novarum de la época contemporánea”, que ilumina el camino de la humanidad en vías de
unificación» (CV 8).
En consecuencia, el desarrollo, objeto de aquella célebre encíclica de Pablo VI, es
una cuestión principal y por tanto ineludible en la reflexión de la moral social.

20.1 Visión cristiana del desarrollo

Se entiende por desarrollo «el paso, para cada uno y para todos de condiciones de
vida menos humanas, a condiciones más humanas» (PP 20)2. Esta visión está profundamente
centrada en la persona y supone una concepción del humanismo que ha de ser bien
entendida. Pablo VI explica a qué condiciones menos humanas y más humanas se refiere:
– «Menos humanas: las carencias materiales de los que están privados del mínimo
vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo.
– »Menos humanas: las estructuras opresoras que provienen del abuso del tener o
del abuso del poder, de las explotaciones de los trabajadores o de la injusticia de
las transacciones.
– »Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la
victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la
adquisición de la cultura.

1
La DSI se refirió a este fenómeno en numerosas ocasiones sin usar la expresión
«globalización»: cfr. MM 200-201; GS 63; CA 58.
2
«Populorum Progressio» toma «desarrollo» y «progreso» como sinónimos. Ambos vienen a
significar el crecimiento humano en todas las dimensiones de la persona (cfr. R. ALVIRA,
«Desarrollo y progreso en la Caritas in veritate», en R. RUBIO DE URQUÍA Y J. J. PÉREZ-SOBA [eds.],
La doctrina social de la Iglesia. Estudios a la luz de la Encíclica “Caritas in veritate”, Madrid:
AEDOS–BAC, 2014, 341-348; 343).
100
– »Más humanas también: el aumento en la consideración de la dignidad de los
demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza (cf. Mt 5, 3), la cooperación en
el bien común, la voluntad de paz.
– »Más humanas todavía: el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores
supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin.
– »Más humanas, por fin y especialmente: la fe, don de Dios acogido por la buena
voluntad de los hombres, y la unidad de la caridad de Cristo, que nos llama a
todos a participar, como hijos, en la vida de Dios vivo, Padre de todos los
hombres» (PP 21).

a) El desarrollo como vocación


Lo más característico de la concepción cristiana del desarrollo es su carácter de
vocación y por tanto su relación con el designio de Dios: «el progreso, en su fuente y en su
esencia, es una vocación: “en los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover
su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación” (PP 15)» (CV 16). En
cuanto vocación, el desarrollo es parte del proyecto de Dios para cada persona y para la
humanidad. La condición de imagen y semejanza de Dios y la bendición-misión que Dios
confiere al hombre y a la mujer –la llamada al crecimiento y al dominio de la tierra–
suponen para cada persona y para la humanidad una vocación al desarrollo personal y de la
creación en su conjunto. El desarrollo tiene un carácter moral, es decir, es una respuesta
libre y responsable a la llamada que Dios hace al hombre y a la mujer para que cumplan su
fin y el de la humanidad en su conjunto.
En la visión cristiana, el desarrollo tiene una dimensión no sólo personal sino
también comunitaria. El esfuerzo por el desarrollo constituye un deber para la humanidad:

«Cada uno de los hombres es miembro de la sociedad, pertenece a la humanidad


entera. Y no es solamente este o aquel hombre sino que todos los hombres están
llamados a este desarrollo pleno. Las civilizaciones nacen, crecen y mueren. Pero
como las olas del mar (…) van avanzando, cada una un poco más, en la arena de la
playa, de la misma manera la humanidad avanza por el camino de la historia.
Herederos de generaciones pasadas y beneficiándonos del trabajo de nuestros
contemporáneos, estamos obligados para con todos y no podemos desinteresarnos de
los que vendrán» (PP 17).

Que el desarrollo sea una vocación implica:

1. Que el sentido último del desarrollo sólo se entiende desde sus raíces
teológicas3.
2. Que se trata de una tarea que debe realizarse contando con Dios, es decir,
desde la trascendencia: no cabe un verdadero desarrollo a espaldas de Dios
porque entonces el supuesto progreso se vuelve fácilmente contra el hombre,
como nos muestra la experiencia4.
3. Que el desarrollo debe respetar la verdad de la creación, y en concreto la
verdad acerca del hombre5. Veamos este punto con más detalle.

3
Cfr. CV 16.
4
Cfr. PP 42; SRS 30; CV 78. Por ejemplo, algunos avances científicos y tecnológicos han
sido y son empleados para provocar muerte y destrucción o para crear una cultura de la muerte.
5
Cfr. CV 18.
101
b) Un desarrollo integral

Las décadas que siguieron a la segunda guerra mundial estuvieron marcadas por un
notable crecimiento económico en numerosos países. En ese contexto de optimismo y
deslumbramiento por el progreso material, Pablo VI publicó «Populorum progressio»
precisamente para hacer notar que el desarrollo no es solamente crecimiento económico, por
más que éste sea fundamental para que pueda haber desarrollo.

En la concepción cristiana el desarrollo debe comprender «a todo el hombre


y todos los hombres» (PP 14). En una palabra, ha de ser integral6.

Durante mucho tiempo el desarrollo ha sido concebido a efectos prácticos como


mero crecimiento económico. Así, la medida del desarrollo por excelencia ha sido el
Producto Interior Bruto (PIB), expresión del valor de la riqueza económica creada por un
país. Sin embargo, se trata de una consideración del desarrollo reductiva 7. Siendo
importante, concebir el progreso como mero aumento o acumulación de bienes materiales es
un error. De hecho, el descubrimiento en los años 70 de la paradoja de la felicidad –estudios
empíricos que muestran que a partir de un determinado nivel de ingresos el aumento de
riqueza no sólo no aumenta la felicidad de las personas sino que incluso la disminuye 8– ha
sido otro signo de esa realidad. Por su parte, Juan Pablo II afirmaba que «ha entrado en crisis
la misma concepción “económica” o “economicista” vinculada a la palabra desarrollo. En
efecto, hoy se comprende mejor que la mera acumulación de bienes y servicios, incluso en
favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana» (SRS 27).
En contraste, el auténtico desarrollo es para la DSI un desarrollo integral, es decir,
un crecimiento humano en el plano material, social, cultural, moral y espiritual (cfr. PP 34).
Este desarrollo está orientado ante todo a «hacer, conocer y tener más para ser más» (PP 6),
y enlaza con los aspectos sobre las condiciones más humanas que mencionaba Pablo VI y
hemos recogido más arriba.
Las ciencias sociales han reconocido progresivamente que, más allá del crecimiento
económico, el desarrollo de un país se mide también por otros factores importantes: cómo
está distribuida esa riqueza, qué posibilidades tienen las personas para desarrollar sus
capacidades9, cómo permite el desarrollo en el futuro (sostenibilidad), etc. Por eso hoy los

6
Puede encontrarse una visión de conjunto sobre el carácter integral del desarrollo en D.
MELÉ, «El desarrollo humano integral: una visión de conjunto», en D. MELÉ Y J. Mª CASTELLÀ
(eds.), El desarrollo humano integral. Comentarios interdisciplinares a la encíclica “Caritas in
Veritate” de Benedicto XVI, Barcelona: Iter, 2010, 35-52.
7
Cfr. E. MARTÍNEZ NAVARRO, Ética para el desarrollo de los pueblos, Madrid: Trotta,
2000, 51ss.
8
R. A. EASTERLIN, L. A. MCVEY Y OTROS, “The happiness-income paradox revisited”, en
Proceedings of the National Academy of Sciences 107 (2010) 224-263. Ofrece una explicación
resumida, L. BRUNI, L’economia, la felicità e gli altri. Un indagine su beni e benessere, Roma: Città
Nuova, 2004, 15-20. Cfr. también C. GRAHAM, Happiness around the world: the paradox of happy
peasants and miserable millionaires, Oxford-New York: Oxford University Press, 2009.
9
Se ha hecho muy conocido el «enfoque de las capacidades» propuesto por el economista y
premio Nobel Amartya Sen. Este autor ha revisado el concepto de desarrollo subrayando el papel de
la libertad (que implica la posibilidad de que las personas puedan desarrollar sus capacidades) para el
desarrollo de un pueblo. Cfr. A. SEN, Desarrollo y libertad, Barcelona: Planeta, 2000.
102
índices de desarrollo humano se elaboran incluyendo otros parámetros además de la riqueza
económica10.
Desde un punto de vista teológico, debe resaltarse la importancia de la dimensión
trascendente de la persona. La visión puramente materialista del desarrollo lleva a ignorar
los aspectos espirituales, morales y religiosos, que son clave para alcanzar un auténtico
desarrollo. En este sentido, queda para la historia la aguda reflexión de Benedicto XVI al
final de «Caritas in veritate»:

«El problema del desarrollo está estrechamente relacionado con el concepto que
tengamos del alma del hombre, ya que nuestro yo se ve reducido muchas veces a la
psique, y la salud del alma se confunde con el bienestar emotivo. Estas reducciones
tienen su origen en una profunda incomprensión de lo que es la vida espiritual y
llevan a ignorar que el desarrollo del hombre y de los pueblos depende también de
las soluciones que se dan a los problemas de carácter espiritual. El desarrollo debe
abarcar, además de un progreso material, uno espiritual, porque el hombre es “uno en
cuerpo y alma”, nacido del amor creador de Dios y destinado a vivir eternamente. El
ser humano se desarrolla cuando crece espiritualmente, cuando su alma se conoce a
sí misma y la verdad que Dios ha impreso germinalmente en ella, cuando dialoga
consigo mismo y con su Creador. Lejos de Dios, el hombre está inquieto y se hace
frágil. La alienación social y psicológica, y las numerosas neurosis que caracterizan
las sociedades opulentas, remiten también a este tipo de causas espirituales. Una
sociedad del bienestar, materialmente desarrollada, pero que oprime el alma, no está
en sí misma bien orientada hacia un auténtico desarrollo. Las nuevas formas de
esclavitud, como la droga, y la desesperación en la que caen tantas personas, tienen
una explicación no sólo sociológica o psicológica, sino esencialmente espiritual. El
vacío en que el alma se siente abandonada, contando incluso con numerosas terapias
para el cuerpo y para la psique, hace sufrir. No hay desarrollo pleno ni un bien
común universal sin el bien espiritual y moral de las personas, consideradas en su
totalidad de alma y cuerpo» (CV76).

Miradas así las cosas, hoy no es raro encontrarse con países muy desarrollados en el
plano material y que sin embargo se encuentran sumidos en un profundo «subdesarrollo
moral» (PP 19):
«Cuando el Estado promueve, enseña, o incluso impone formas de ateísmo práctico,
priva a sus ciudadanos de la fuerza moral y espiritual indispensable para
comprometerse en el desarrollo humano integral y les impide avanzar con renovado
dinamismo en su compromiso en favor de una respuesta humana más generosa al
amor divino. Y también se da el caso de que países económicamente desarrollados o
emergentes exporten a los países pobres, en el contexto de sus relaciones culturales,
comerciales y políticas, esta visión restringida de la persona y su destino. Éste es el
daño que el “superdesarrollo” produce al desarrollo auténtico, cuando va
acompañado por el “subdesarrollo moral”» (CV 29).

En definitiva, el horizonte del desarrollo integral es el perfeccionamiento de la


persona en todas sus dimensiones.

10
El Índice de Desarrollo Humano elaborado por la ONU (PNUD) incluye también aspectos
relativos a la salud y la educación. En Italia, desde hace unos años el organismo encargado de los
datos estadísticos elabora el BES, que mide el bienestar equitativo y sostenible. Este índice tiene en
cuenta la salud, educación, trabajo y conciliación, bienestar económico, relaciones sociales, política e
instituciones, seguridad, bienestar subjetivo, paisaje y patrimonio cultural, calidad de los servicios,
del medioambiente, investigación e innovación.
103
20.2 Desarrollo y desigualdades en el mundo
La cuestión del desarrollo está ligada al problema de la pobreza y las desigualdades
escandalosas en el mundo. Desde que el tema del desarrollo pasó a primera línea en la
segunda mitad del siglo XX, la DSI no ha dejado de señalar el problema de los países
subdesarrollados que cada vez se quedan más atrás respecto a aquellos que han avanzado por
la senda del desarrollo11.

En la posición cristiana pueden señalarse los siguientes puntos:

1. La reflexión teológica llega a la conclusión de que Dios ha creado un mundo con


suficiencia de bienes condicionada a la respuesta del hombre12. El mundo tiene
potencialmente suficiencia de bienes para todos, pero lograr que éstos lleguen
efectivamente a todas las personas (haciendo así efectivo el destino universal de
los bienes) depende de la respuesta de la humanidad. En efecto, el servicio de
unos a otros, la caridad y ayuda mutua forman parte del plan de Dios para que la
creación se dirija hacia su fin último. Pero, como podemos comprobar, depende
de la respuesta de todos (de quienes tienen y de quienes no tienen).
2. Dios cuenta con la existencia de diferencias, pero no quiere en absoluto «las
diferencias escandalosas», pues «contradicen abiertamente el Evangelio» (CEC
1938). En efecto, «aunque existen desigualdades justas entre los hombres, sin
embargo, la igual dignidad de la persona exige que se llegue a una situación
social más humana y más justa. Resulta escandaloso el hecho de las excesivas
desigualdades económicas y sociales que se dan entre los miembros y los pueblos
de una misma familia humana. Son contrarias a la justicia social, a la equidad, a
la dignidad de la persona humana y a la paz social e internacional» (GS 29). Las
situaciones de diferencias escandalosas entre los distintos países y, sobre todo,
dentro de un mismo país, ponen de manifiesto una respuesta defectuosa ante las
diferencias y exigen una corrección.
3. La posición cristiana es contraria al igualitarismo radical. No se trata de la
eliminación de toda desigualdad sino de aquellas que son injustas. Como se ha
señalado, las diferencias en las riquezas y en tantos otros aspectos tienen también
un sentido en el plan de Dios para el perfeccionamiento de la creación y la
salvación de las almas.

Independientemente de su procedencia, las diferencias exigen una respuesta


por parte de los hombres y de los pueblos: en primer lugar una respuesta
ante la dotación inicial que cada uno –y análogamente, cada país– ha
recibido, pero también una respuesta de ayuda a los demás en función de las
propias posibilidades, y de manera particular ante las carencias de los otros
impropias de una vida digna.

11
Juan Pablo II habla de un «abismo» (SRS 14). Cfr. también CV 22 y 32; PP 29; MM 157;
GS 29. También las ciencias sociales se han interesado recientemente sobre las crecientes
desigualdades (cfr. T. PIKETTY, Le capital au XXIe siècle, Paris: Seuil, 2013).
12
Cfr. A. BARRERA, God and the evil of scarcity, Notre Dame (IN): University of Notre
Dame Press, 2005.
104
De suyo no es inmoral el hecho de que haya personas y países con abundante riqueza
porque el desarrollo material es parte de la vocación humana. La cuestión está en la
respuesta de quienes han alcanzado un grado avanzado de desarrollo ante la situación en que
se encuentran quienes se han quedado atrás, es decir, quienes se encuentran en la pobreza y
subdesarrollo indigno de la persona y de los pueblos. A la vista del plan de Dios, que
implica el destino universal de los bienes y llama a la solidaridad y al amor preferencial por
los pobres, «los pueblos ya desarrollados tienen la obligación gravísima de ayudar a los
países en vías de desarrollo» (GS 86)13.
La respuesta adecuada al problema de las diferencias pasa por comprender y asumir
el principio de solidaridad y la virtud de la solidaridad a que da lugar. En efecto, reconocer
la obligación moral de contribuir al bien común nacional e internacional debe llevar a los
países desarrollados a vivir la solidaridad con los países afectados por la pobreza. Sin
embargo, en esa tarea es muy importante mantener unidos los principios de solidaridad y
subsidiaridad, pues de otra forma no se presta una verdadera ayuda porque no se respeta la
dignidad de las personas y de los pueblos.

20.3 La cuestión de la ayuda al desarrollo

Si la obligación moral de ayudar a los países en vías de desarrollo es clara, el modo


adecuado de hacerlo es objeto de una viva controversia14. Durante décadas se han dedicado
ingentes cantidades de dinero a programas de ayuda al desarrollo y, en conjunto, nadie está
contento con el resultado, es decir, con la situación en que siguen encontrándose esos países.
Eso no significa que ningún programa sea útil, sino que las causas de la pobreza y las claves
para ayudar a que un país avance por la senda del desarrollo son complejas, y los estudiosos
siguen trabajando para esclarecerlas y orientar la ayuda en consecuencia.

La literatura que estudia la eficacia de la ayuda al desarrollo ha señalado


algunos factores significativos15:

– El número de donantes, de proyectos, de programas y fondos genera


problemas de coordinación, de burocracia y de falta de eficiencia, hasta el
punto de que algunos llegan a hablar de una «industria de ayudas».
– Alrededor de un 60% de la ayuda oficial a países en vías de desarrollo está
condicionada con compromisos de tipo comercial entre el país que recibe la
ayuda y el donante (por ejemplo, el país que recibe la ayuda debe
comprometerse a comprar productos del país donante): solo Irlanda, Reino
Unido y Noruega conceden el cien por cien de sus ayudas oficiales sin
compromiso comercial alguno («untied aid»). Esto deja ver que detrás de
comportamientos solidarios también hay intereses comerciales o políticos
relevantes que a veces condicionan la eficacia de la ayuda.

13
Son muy numerosas las declaraciones del Magisterio en este sentido. Cfr. p. ej., PP 48, 44;
SRS 9, 23, 32.
14
Cfr. P. BOOTH, «Aid, Governance and Development», en P. Booth (ed.), Catholic Social
Teaching and the Market Economy, London: IEA, 2007, 63-90.
15
Cfr., por ejemplo, T. W. DICHTER, Despite good intentions: why development assistance to
the third world has failed, Amherst: University of Massachusetts Press, 2003; R. C. RIDDELL, Does
foreign Aid Really Work?, New York: Oxford University Press, 2007; A. V. BANERJEE Y E. DUFLO,
Poor Economics: A Radical Rethinking of the Way to Fight Global Poverty, New York:
PublicAffairs, 2012.
105
Por otra parte los países que reciben ayuda tienen problemas
significativos que afectan a la eficacia de dicha ayuda.

– En algunos casos, los problemas de corrupción institucional y/o mal


gobierno frustran la eficacia de la ayuda y los esfuerzos para trabajar bien.
– La falta de compromiso y de hacer propios los programas de ayuda por
parte de los gobiernos, instituciones y personas que reciben la ayuda es en
ocasiones un serio obstáculo para su eficacia.
– La falta de capacidad de gobierno o la dificultad para dar con los
problemas principales que hacen ineficaz la ayuda.
– La falta de un marco jurídico estable (protección de la propiedad,
seguridad jurídica, posibilidad de creación de empresas) impide seriamente
la formación de un tejido de pequeñas y medianas empresas imprescindible
para el desarrollo económico estable.
– En el caso de África, la falta (por diversas razones) de un mercado fuerte
entre los países de continente hace perder un importante motor del
desarrollo.
– Los países en vías de desarrollo, que en principio son más competitivos en
productos agrarios, encuentran serias trabas de proteccionismo en los
mercados internacionales.

A continuación señalamos algunas orientaciones morales para la ayuda al desarrollo


a partir de las indicaciones de la Doctrina Social de la Iglesia:

1.- Debe respetar siempre el principio de subsidiaridad. La ayuda al desarrollo sólo


respeta la dignidad de las personas y los pueblos si no los considera como receptores
pasivos de ayuda. La ayuda debe implicar, comprometer y responsabilizar a quienes son
ayudados para que sean capaces de cumplir sus propios deberes y así ayudar a su vez a
otros. En una palabra, debe ser una ayuda subsidiaria que permita a esos países contribuir al
bien común nacional e internacional16.
En este marco los programas de ayuda deben prever, según Benedicto XVI:

– «que se asuman también las correspondientes responsabilidades»;


– que respeten la centralidad de la persona, porque ella es «quien debe asumir
en primer lugar el deber del desarrollo»;
– que se busque la mejora de condiciones vitales de las personas «para que
puedan satisfacer aquellos deberes que la indigencia no les permite observar
actualmente».
– que el diseño de las ayudas sea consciente de que «las personas que se
beneficien deben implicarse directamente en su planificación y convertirse en
protagonistas de su realización» (CV 43).

16
Esta es la visión de la subsidiaridad que explica este planteamiento: «la subsidiaridad es
ante todo una ayuda a la persona, a través de la autonomía de los cuerpos intermedios. Dicha ayuda
se ofrece cuando la persona y los sujetos sociales no son capaces de valerse por sí mismos,
implicando siempre una finalidad emancipadora, porque favorece la libertad y la participación a la
hora de asumir responsabilidades. La subsidiaridad respeta la dignidad de la persona, en la que ve un
sujeto siempre capaz de dar algo a los otros. La subsidiaridad, al reconocer que la reciprocidad forma
parte de la constitución íntima del ser humano, es el antídoto más eficaz contra cualquier forma de
asistencialismo paternalista» (CV 57). Cfr. G. GUITIÁN, «Subsidiaridad y lógica del don en la
“Caritas in veritate”: aproximación histórico-teológica», en R. RUBIO DE URQUÍA Y J. J. PÉREZ-SOBA
(Eds.), La doctrina social de la Iglesia. Estudios a la luz de la Encíclica “Caritas in veritate”,
Madrid: AEDOS–BAC, 2014, 525-550.
106
En una palabra, ha de procurarse que la comunidad internacional «asuma como deber
ayudarles a ser “artífices de su destino”, es decir, a que asuman a su vez deberes» (ibid).

2.- Ha de prestarse especial atención al comportamiento de los productos de los


países en vías de desarrollo en el mercado internacional. «La ayuda principal que necesitan
los países en vías de desarrollo es permitir y favorecer cada vez más el ingreso de sus
productos en los mercados internacionales, posibilitando así su plena participación en la vida
económica internacional». A este efecto, la ayuda debería orientarse a favorecer su
competitividad. «En el pasado, las ayudas han servido con demasiada frecuencia sólo para
crear mercados marginales de los productos de esos países. Esto se debe muchas veces a una
falta de verdadera demanda de estos productos: por tanto, es necesario ayudar a esos países a
mejorar sus productos y adaptarlos mejor a la demanda» (CV 58).

3.- Los poderes públicos de los países en vías de desarrollo deben esforzarse por
remover, en lo que de ellos depende, los obstáculos internos al desarrollo, que no pocas
veces son auténticas «estructuras de pecado», así como cooperar para la eficacia de la ayuda
que se les presta.

El problema de la deuda externa


Un capítulo particular es el problema de la elevada deuda externa de algunos países
en vías de desarrollo. Por distintos motivos17, a partir de la década de los 70 la
disponibilidad de capitales y las mismas necesidades de no pocos países en vías de
desarrollo facilitaron la concesión de cuantiosos préstamos a estos países por parte de
instituciones financieras internacionales y de países desarrollados. Con el tiempo, y por
factores complejos de tipo económico y político entre los que también se encuentra la falta
de prudencia y buen gobierno a la hora de pedir y emplear esas cantidades, algunos países
acumularon una deuda alarmante. Como consecuencia, esos países han debido dedicar una
parte considerable de su presupuesto a hacer frente a la deuda con los intereses acumulados
a lo largo de los años y algunos de ellos –fue el caso de México en 1982– se declararon
incapaces de hacer frente al pago de intereses, etc.
En 1986, la entonces Pontifica Comisión «Justicia y Paz» publicó un estudio sobre
este grave problema a instancias de Juan Pablo II, quien estaba verdaderamente preocupado
por la situación creada18. Ese estudio constituye un equilibrado análisis de la situación a la
vez que señala los criterios éticos que deben guiar la búsqueda de soluciones. Por otra parte,
con ocasión del jubileo del año 2000, Juan Pablo II impulsó fuertemente la condonación de
la deuda externa de esos países19, y en algunos casos así se hizo. Además, cuando
desgraciadamente se han producido desastres naturales que han afectado a países
fuertemente endeudados, no ha sido raro que los acreedores condonaran también la deuda.

17
Cfr. R. TERMES, «La deuda exterior de los países en desarrollo», en F. FERNÁNDEZ
(Coord), Estudios sobre la encíclica “Sollicitudo rei socialis”, Madrid: AEDOS–Unión Editorial,
1990, 493–512; L. SALUTATI, Finanza e debito dei paesi poveri: una economia istituzionalmente
usuraia, Bologna: EDB, 2003; I. CAMACHO, «Deuda externa: perspectiva ética y cristiana»,
Proyección 46 (1999) 171-190; R. TAMARIT, «La deuda externa», Documentación Social 115 (1999)
219-231.
18
PONTIFICIA COMISIÓN «JUSTICIA Y PAZ», Al servicio de la comunidad humana: una
consideración ética de la deuda internacional, Ciudad del Vaticano: Tipografía Políglota Vaticana,
1986.
19
Cfr. JUAN PABLO II, Carta Ap. Tertio milenio adveniente, Ciudad del Vaticano: Libreria
Editrice Vaticana, 1995, 51.
107
Con los años, y de manera particular con motivo de la crisis económica de 2008, la
geografía de la deuda externa ha variado20. En la búsqueda de soluciones para los países que
todavía se encuentran en una situación alarmante, los criterios expuestos por el documento
de la Comisión «Justicia y Paz» constituyen una orientación a tener en cuenta. Entre esos
criterios, señalamos los siguientes:
– Aceptar la corresponsabilidad en las causas del problema y en sus soluciones.
– La solución ha de llevar a compartir esfuerzos y sacrificios, dando prioridad a
las poblaciones más indefensas y aceptando los países mejor provistos más
participación en el esfuerzo.
– Atender las situaciones urgentes y pensar las soluciones en términos de largo
plazo, donde estén claros los puntos en los que los países en vías de
desarrollo han de avanzar.
– Buscar la participación de todos en la solución.
El Compendio, recogiendo las intervenciones magisteriales anteriores, hace
referencia a cómo la crisis deudora de algunos países se debe a problemas estructurales
internos, externos –fluctuación de los tipos de cambio, especulación financiera,
neocolonialismo económico– y a comportamientos corruptos y de mala gestión de quienes
ocupan posiciones de gobierno (cfr. CDSI 450). En casos de este último tipo la mera
condonación de la deuda, que a primera vista parece una solución humana, no es en realidad
solución porque de alguna manera premia acciones injustas y no respeta el principio de
subsidiaridad (y por tanto la dignidad humana), que lleva a que quien recibe la ayuda se
implique y comprometa en la solución en función de sus posibilidades.
Sin embargo, el Magisterio ha señalado un límite: cuando «los mayores sufrimientos
(…) recaen sobre la población de los países endeudados y pobres, que no tienen culpa
alguna». Entonces «la comunidad internacional no puede desentenderse de semejante
situación» (CDSI 450). Juan Pablo II indica el criterio a seguir:

«Es ciertamente justo el principio de que las deudas deben ser pagadas. No es lícito,
en cambio, exigir o pretender su pago, cuando éste vendría a imponer de hecho
opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones
enteras. No se puede pretender que las deudas contraídas sean pagadas con
sacrificios insoportables. En estos casos es necesario –como, por lo demás, está
ocurriendo en parte– encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de la
deuda, compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al
progreso» (CA 35).

En definitiva, desde el punto de vista moral la solución del problema de la excesiva


deuda externa ha de conjugar el principio de que los pactos han de ser cumplidos, el
principio del destino universal de los bienes y el principio de subsidiaridad. En las
situaciones más extremas, el principio del destino universal de los bienes tiene
prevalencia21.

20
Cfr. R. GARCIANDÍA, Estados e instituciones financieras internacionales: lo que los países
desarrollados pueden aprender hoy de algunas experiencias concretas en países en desarrollo,
Pamplona: Instituto Empresa y Humanismo, Universidad de Navarra, 2011, 9-29.
21
Cuando se dan casos de manifiesto malgobierno y una situación calamitosa de la
población, si bien el principio del destino universal de los bienes –que implica el derecho a la
subsistencia de ese pueblo– llevaría a una reducción de la deuda o a una solución semejante que
permita atender las necesidades más básicas de ese país, no debe pasarse por alto la posibilidad de
que esa decisión esté condicionada a la previa remoción de los gobernantes actuales.
108
20.4 Desarrollo y medioambiente

a) El problema ecológico
Desde hace décadas es común referirse, aunque no sin discusiones, a la crisis
ecológica que afecta a nuestro planeta. Los estudiosos han advertido, entre otras señales,
niveles llamativos de emisión de gases de efecto invernadero en algunas zonas, de
contaminación atmosférica, de lluvias ácidas, así como una creciente exposición a sequías, a
tormentas más intensas e inundaciones, etc22. Por otra parte, los expertos también llaman la
atención sobre los efectos de la contaminación en el medio marino, el progresivo
agotamiento de recursos no renovables así como de otros recursos minerales intensamente
utilizados23. Por último están también las señales de desertización, deforestación y pérdida
de biodiversidad. El resultado –apuntan otras instancias– es que la atmósfera, hidrosfera,
geosfera y biosfera están experimentando un deterioro que muchos consideran acelerado24.
Dejando al margen las discusiones sobre estas señales y sobre el mayor o menor
realismo en la definición y análisis de las causas de estos fenómenos, el hecho que nadie
contesta es el siguiente: durante años el medioambiente ha sido maltratado y es necesario
cuidar mejor la tierra. Tras presentar algunos datos de la situación medioambiental del
planeta el papa Francisco concluye lo siguiente:

«Basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa
común» (LS 61)

b) El concepto de desarrollo sostenible


En ese contexto de preocupación ecológica se gestó la reflexión sobre un nuevo
modelo de desarrollo que tuviera más en cuenta el futuro de la tierra. A partir de los años 60
del siglo pasado se promovieron una serie de iniciativas que desembocaron en la definición,
en 1987, del concepto de desarrollo sostenible, un modelo de desarrollo que a día de hoy
está establemente asentado en la sociedad y que también ha aparecido en la DSI reciente 25.
Se entiende por desarrollo sostenible, «el desarrollo que satisface las necesidades de la
generación presente, sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para
satisfacer sus propias necesidades»26.
La visión de la naturaleza que está detrás de este planteamiento puede resumirse
así27: la tierra es la casa del hombre, un lugar que mantener limpio y bien gestionado para el
bien de los hombres y su bienestar. Por su parte el hombre es administrador de la tierra. Ni
está separado de la naturaleza ni está totalmente inmerso en ella, como un elemento más sin
particularidad alguna. Esta posición propone una ética centrada en el hombre, basada en el

22
Cfr. PROGRAMA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL DESARROLLO, Informe sobre
Desarrollo Humano 2007-2008. La lucha contra el cambio climático: solidaridad frente a un mundo
dividido, Nueva York, 2007.
23
Cfr. UNITED NATIONS ENVIRONMENT PROGRAM, Year Book 2011. Emerging Issues in our
Global Environment, New York, 2011.
24
Cfr. WORLD WIDE FUND FOR NATURE (WWF), Informe Planeta Vivo 2010.
Biodiversidad, biocapacidad y desarrollo, Madrid 2010; UNEP, Year Book 2011.
25
cfr. G. GUITIÁN, «Contribución de la empresa al desarrollo y Doctrina Social de la
Iglesia», Scripta Theologica, 39 (2007) 73-100; 76-77.
26
COMISIÓN MUNDIAL DEL MEDIO AMBIENTE Y DEL DESARROLLO, Nuestro futuro común,
Alianza, Madrid 1992, 67. Ese informe procede del llamado Informe de la Comisión Bruntland.
27
Seguimos en este punto T. N. GLADWIN, G. J. KENELLY y T. KRAUSE, «Shifting
paradigms for sustainable development: implications for management theory and research»,
Academy of Management Review, 20 (1995/4) 874-907.
109
bien tanto del hombre como del resto de la naturaleza, y que abarca el ámbito político,
social, económico y cultural de los derechos humanos.
El ecosistema es limitado en sí mismo y en su capacidad de regenerarse y reaccionar
ante las interferencias. Por ese motivo hay que preservar los recursos naturales y por tanto
han de establecerse limitaciones en el uso de energía no renovables, en las emisiones, etc.
Existe una obligación moral de no reducir las posibilidades de las generaciones futuras. Por
eso los niveles de consumo en los países desarrollados han de ser revisados a la baja para
mantener tanto el sistema natural como el social. Por otra parte, el tamaño de la población
debería estabilizarse a través de la participación de la mujer en el desarrollo. En este sentido
es importante advertir que aunque se suele emplear un lenguaje suave, el enfoque del
desarrollo sostenible esconde en no pocos autores una auténtica promoción del control de la
natalidad por medios ilícitos como el aborto28.
En síntesis, este modelo pretende un desarrollo que tenga en cuenta el tiempo y el
espacio; la interdependencia económica, social y ecológica; que respete la equidad
intrageneracional, intergeneracional y también con las demás especies; que sea prudente, es
decir, consciente de los deberes de cuidado y prevención en el ámbito tecnológico, científico
y político; que sea seguro frente a las amenazas.
Este modelo tiene elementos positivos que, como veremos, coinciden con la posición
cristiana. Sin embargo, también hay que hacer reserva de otros elementos moralmente
problemáticos como el control de la población por medios ilícitos. Con esas salvedades, la
DSI ha introducido recientemente y por primera vez la referencia al desarrollo sostenible en
la encíclica «Caritas in veritate»: «el desarrollo económico que Pablo VI deseaba era el que
produjera un crecimiento real, extensible a todos y concretamente sostenible» (CV 21).
La posición del desarrollo sostenible se ha introducido en un punto intermedio entre
dos extremos –dos visiones de la relación del hombre con la naturaleza– que conviene
conocer29.
- «Tecnocentrismo»: es la posición que desencadena la progresiva
toma de conciencia sobre el problema ecológico. Esta visión considera al
hombre como superior a la naturaleza y separado de ella. Un hombre
individualista, que sigue una ética utilitarista y mira la naturaleza como si
fuera virtualmente inagotable; un hombre que piensa que en realidad no
existe el problema ecológico porque con su inteligencia es capaz de superar
los obstáculos; un hombre, en fin, despreocupado por el largo plazo. La
tierra sería como una gran máquina a su servicio y la función del hombre es
dominarla.
El Compendio critica esta concepción cuando rechaza el
presupuesto, «que se ha revelado errado, de que existe una cantidad ilimitada
de energía y de recursos utilizables, que su regeneración inmediata es posible
y que los efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser
fácilmente absorbidos» (CDSI 462; 470). A partir de ahí, «se ha difundido y
prevalece una concepción reductiva que entiende el mundo natural en clave
mecanicista y el desarrollo en clave consumista. El primado atribuido al
hacer y al tener más que al ser, es causa de graves formas de alienación
humana. Una actitud semejante no deriva de la investigación científica y
tecnológica, sino de una ideología cientifista y tecnócrata que tiende a
condicionarla» (ibid, 462). Se trata de un punto importante porque algunos

28
Cfr. G. Guitián, «contribución de la empresa al desarrollo y Doctrina Social de la
Iglesia»…,92-93; 96-98.
29
Cfr. T. N. GLADWIN y otros, «Shifting paradigms…». También puede verse, J.
BALLESTEROS, Ecologismo personalista, Madrid: Tecnos, 1995; 14-34; G. GUITIÁN, «contribución
de la empresa al desarrollo y Doctrina Social de la Iglesia»…, 78ss.
110
autores achacaron al Cristianismo la posición «tecnocentrista»30. Se trata de
una tesis refutada pero todavía hoy tiene influencia. Como tendremos
ocasión de ver la concepción cristiana sobre la relación del hombre con la
naturaleza está bien lejos de promover semejante visión del mundo.
- «Ecocentrismo»: esta corriente engloba posiciones basadas en
filosofías orientales, en el rechazo del dominio humano sobre la naturaleza
(«deep ecology movement»), en el sistema de pensamiento «New Age» y
otras posiciones. La naturaleza es la madre de la vida, un gran orden
entrelazado sin jerarquía donde el hombre es uno más. Es frágil y además
está en franca colisión con la humanidad, pues la situación actual conducirá
a la decadencia total si no se acometen reformas radicales. Desde el punto de
vista ético, tiene prioridad el conjunto sobre cada una de las partes. La
naturaleza no humana tiene valor intrínseco y no depende del que le sea
asignado por los hombres. De esta manera el primer deber moral consiste en
no interferir en el funcionamiento natural de los distintos sistemas. En lo
económico, la carrera actual de desarrollo ha de ser reducida drásticamente,
pues acarrea costes medioambientales y sociales mayores que los beneficios:
el actual orden económico trae desorden ecológico. Para vivir una buena
vida el hombre no ha de tomar de la naturaleza más que lo que realmente
necesita, y para eso la clave es adoptar voluntariamente un estilo de vida
sencillo. Por otra parte, el tamaño actual de la población con la
correspondiente demanda que genera es, para esta corriente, una amenaza
para la viabilidad del sistema a largo plazo31. En consecuencia, también
defienden el control de la población por medios ilícitos. En este punto la
distinción entre los distintos paradigmas se desvanece pues en todas ellas
hay posiciones que promueven abusos contra la dignidad humana.
El reconocimiento del valor intrínseco de la naturaleza no humana –
que ha sido creada por Dios y es buena– y la promoción de la sobriedad y
sencillez en el uso de los recursos naturales son ciertamente aspectos
positivos de esta corriente con los que coincide la visión cristiana. Sin
embargo el Compendio critica expresamente –por motivos morales– la
«noción del medio ambiente inspirada en el ecocentrismo y el biocentrismo»
(CDSI 463). La DSI señala tanto el error de la filosofía de la «New Age»,
que termina por divinizar la naturaleza32, como la perniciosa pretensión de
«eliminar la diferencia ontológica y axiológica entre el hombre y los demás
seres vivos, considerando la biosfera como una unidad biótica de valor

30
Ha sido muy influyente la tesis de Lynn White sobre las raíces del problema ecológico: la
religión cristiana sería la causante del deterioro acelerado de la naturaleza. Cfr. WHITE, L., «The
Historical Roots of our Ecological Crisis», Science 155 (1967) 1203-1207. Para una refutación
documentada de esta posición, cfr., entre otros: ATTFIELD, R, The Ethics of Environmental Concern,
Oxford: Basil Blackwell, 1983; KROLZIK, U., «Die Wirkungsgeschichte von Genesis 1, 28», en
ALTNER, G. (DIR.), Ökologische Teologie. Perspektive zur Orientierung, Stuttgart: Kreuz Verlag,
1989, 149-163; J. A. NASH, Loving Nature: Ecological Integrity and Christian Responsibility,
Nashville: Abingdon Press, 1991; WHITNEY, E., «Lynn White, Ecotheology, and History»,
Environmental Ethics 15 (1993) 151-69; BARR, J., «Uomo e natura. La controversia ecologica e
L’Antico Testamento», en TALLACCHINI, M. C., (DIR.), Etiche della terra. Antologia di filosofia
dell’ambiente, Milano: Vita e Pensiero, 1998, 61-84. También puede verse: SIMULA, A., In pace con
il creato. Chiesa Cattolica ed ecologia, Padua: Messaggero, 2001, 30-37.
31
G. C. DAILY, A. H. EHRLICH y P. R. EHRLICH, «Optimum Human Population Size»,
Population and Environment, 15 (1994), 469-475.
32
Cfr. CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA – CONSEJO PONTIFICIO PARA EL DIÁLOGO
INTERRELIGIOSO, Jesucristo, Portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la «Nueva
Era», Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2005, 35.
111
indiferenciado. Así se elimina la responsabilidad superior del hombre a favor
de una consideración igualitaria de la “dignidad” de todos los seres vivos»33.

Una vez establecido el marco de las distintas posiciones veamos más detenidamente
la relación entre el hombre y el resto de la creación en la visión de la Iglesia.

c) Visión cristiana de la ecología


La mirada de la Iglesia al conjunto de la creación es una mirada teológica. Aquí nos
fijamos más en los aspectos que interesan a la moral social y para ello nos limitaremos a
señalar ocho afirmaciones que recogen resumidamente la concepción cristiana de la
ecología34.
1.- Toda la realidad que conocemos procede en última instancia de Dios, que la ha
creado (LS 76) . La humanidad y el mundo que la rodea son creación. Con ello se señalan
dos cosas:
a) Que la creación, y en ella la tierra, es ante todo un don, un regalo de Dios que
procede de su querer libre (LS 76). Hay una gratuidad fundamental en el origen de todo. La
humanidad y el mundo que la rodea son fruto del amor infinito de la Santísima Trinidad: «la
creación es del orden del amor» (LS 77).
b) Todo lo creado guarda una dependencia ineludible con el Creador. La creación es
de Dios: «del Señor es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que lo habitan» (Sal 24, 1).
Además, Dios ha previsto su cuidado y conservación.
2.- La naturaleza refleja a su Autor (LS 85-87). El hombre es imagen y semejanza de
Dios pero también la creación no humana refleja en cierta manera a Dios en cuanto es su
obra. Por eso se dice que la creación es ya revelación de Dios: «los cielos pregonan la gloria
de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Sal 19, 2; cfr. Sir 42, 16 - 43, 27).
En esta línea la teología oriental señala que el mundo es un icono de la gloria de Dios35. Si la
creación habla de Dios, es posible para el hombre llegar a conocerle, como explica san
Pablo: «desde la creación del mundo las perfecciones invisibles de Dios –su eterno poder y
su divinidad– se han hecho visibles a la inteligencia a través de las cosas creadas» (Rm 1,
20).
3.- La naturaleza lleva inscrito un orden, una lógica interna, como una gramática
que procede del Creador y que toca al ser humano explorar y descubrir con respeto y
cautela36. En ese orden el hombre debe descifrar el modo adecuado y respetuoso de usar la
naturaleza porque «el ambiente natural no es sólo materia disponible a nuestro gusto, sino
obra admirable del Creador y que lleva en sí una “gramática” que indica finalidad y criterios
para un uso inteligente, no instrumental y arbitrario» (CV 48).

33
JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en un Congreso Internacional sobre
«Ambiente y salud» (24-3-1997), 5 (citado en CDSI 463).
34
Para una exposición en profundidad, cfr.: J. MORALES, El misterio de la Creación,
Pamplona: Eunsa, 1994, 311-327; J. L. RUIZ DE LA PEÑA, Teología de la creación, Santander: Sal
Terrae, 1987, 175-199; J. R. FLECHA, El respeto a la creación, Madrid: BAC, 2001; G. B GUZZETTI
Y E. GENTILI, Cristianesimo ed ecologia, Milano: Editrice Ancora Milano, 1989.
35
Cfr. H. VALL, «La integridad de la creación», en A. GALINDO (ed.), Creación y ecología.
Fe cristiana y defensa del planeta, Salamanca: Publicaciones Universidad Pontifica de Salamanca,
1991, 274. Este trabajo recoge además los puntos de convergencia alcanzados por el Consejo
Mundial de las Iglesias en materia ecológica a lo largo del siglo XX.
36
Cfr. JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 8 (AAS 82 [1990]
151); BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 13.
112
4.- Aunque el mundo procede y habla de Dios, la creación no es Dios y se distingue
de Dios (LS 78 y 90). En esto el Cristianismo se diferencia netamente de las distintas formas
de panteísmo que identifican elementos del cosmos con Dios o absolutizan o sacralizan la
naturaleza de un modo u otro37.
5.- La quinta afirmación se refiere a la posición del hombre en el conjunto de la
creación. Dios no ha creado al hombre aislado sino en el conjunto de la entera creación y
como su culmen en cuanto imagen y semejanza de Dios. La posición del hombre en la
creación y su relación con la creación no-humana se aprecia en el conjunto del inicio del
Génesis, y no tanto en un pasaje particular38. Destacan cuatro hitos principales:
a) El hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, después de la
creación de cielos, tierra, plantas y animales, reciben un encargo particular: «creced,
multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo
y todos los animales que reptan por la tierra» (Gn 1, 28). Por tanto el hombre tiene una
superioridad ontológica respecto al resto de la creación (es cuerpo y espíritu), que se plasma
también en una cierta subordinación de la naturaleza no-humana a la humana.
Esta vocación al dominio del resto de la creación ha sido entendida por la tradición
cristiana como una administración de la creación y no como un dominio despótico o
absoluto (LS 67 y 116), porque la creación es de Dios. Ha de verse, por tanto, también a la
luz de la parábola de los talentos empleada por Jesús (cfr. Mt 25, 14-30). La creación no-
humana es un don de Dios que sin embargo permanece ligado a Él. Se puede afirmar que la
naturaleza es una vocación para el hombre y responde a un proyecto de Dios de amor y de
verdad39.
b) El hombre fue puesto en el jardín de Edén «para que lo trabajara y lo guardara»
(Gn 2, 15). Labrarlo («abad») y cuidarlo («shamar») señalan la función del hombre ante la
creación. El primer verbo se utiliza también en el contexto del servicio y el culto, y el
segundo se emplea, entre otros, para el vigía que debe custodiar un lugar40. Según
Westermann, se trata de dos funciones complementarias que expresan en un sentido positivo
y básico cuál es la actividad vocacional humana41. El hombre está llamado a expresar su ser
imagen y semejanza de Dios sobre todo en su función respecto al mundo exterior a él42, para
lo cual debe tomar como referencia a Dios. Desde la perspectiva de la historia de la
salvación, el pueblo de Israel puede dar buena cuenta de cómo ha sido cuidado por Dios,
sobre todo con la constante fidelidad a la Alianza sellada con el pueblo.
c) El pecado del hombre43 provoca una alteración de la armonía original del hombre
consigo mismo, con Dios, con los demás y también con la naturaleza: «maldita sea la tierra
por tu causa. Con fatiga comerás de ella todos los días de tu vida. Te producirá espinas y

37
Cfr. BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 13
(http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/peace/documents/hf_ben-
xvi_mes_20091208_xliii-world-day-peace_sp.html); S. ALBAREDA, «Alianza entre el ser humano y
medio ambiente» en D. MELÉ Y J. M. CASTELLÀ, El desarrollo humano integral, Barcelona: Iter,
2010, 195-211; 199. Como se dijo, la posición cristiana se distingue también del «tecnocentrismo» y
del «biocentrismo» (cfr. CDSI 462 y 463).
38
Cfr. J. MORALES, El misterio de la Creación…, 324.
39
Cfr. CV 48.
40
Cfr. A. BONORA, «L’uomo coltivatore e custode del suo mondo in Gen. 1-11»,
CredereOggi 70 (1992) 18-29; 25-26; cfr. también: S. MORANDINI, «La naturaleza, don del
Creador», Corintios XIII 136 (2010) 16-32; 26.
41
Cfr. C. WESTERMANN, Genesis: a Commentary, I, London: SPCK, 1984, 221.
42
Cfr. G. VON RAD, El libro del Génesis, Salamanca: Sígueme, 1982, 71.
43
Cfr. Gn 3, 1ss.
113
zarzas» (Gn 3, 17.21; cfr. LS 66). Esto, sin embargo, no significa que el hombre esté
“atrapado” en el mundo como en un lugar inhóspito, como si el resto de la creación se
convirtiera en algo negativo y amenazante. Ciertamente, el pecado ha introducido hostilidad,
pero el hombre permanece en cierta continuidad con la naturaleza44 y relacionado con ella,
pues es como su casa. El hombre sigue dependiendo de Dios y, en otro orden, también de la
naturaleza misma .
d) En el diluvio universal Noé y su familia son salvados junto con animales de toda
clase45. Tras ello tiene lugar la alianza de Dios con el hombre y el resto de la creación:
«establezco, pues, mi alianza con vosotros: nunca más será exterminada toda carne por las
aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra. Y añadió Dios: –Ésta es la
señal de la alianza que establezco entre vosotros y yo, y con todo ser vivo que esté con
vosotros, para generaciones perpetuas: pongo mi arco en las nubes, que servirá de señal de la
alianza entre la tierra y yo» (Gn 9, 11-13). En consecuencia, la categoría de alianza tiene un
papel importante en la relación entre Dios y el hombre y entre el hombre y la naturaleza.
6.- El hombre está llamado a entablar una alianza con el ambiente natural que sea
reflejo del amor creador de Dios, del que procede y hacia el que camina46. Así, la categoría
de la Alianza recoge el eco del modo en que Dios se ha relacionado con su pueblo a lo largo
de la historia de la salvación y está en las antípodas de un comportamiento despótico. Desde
el punto de vista moral la Iglesia considera «un deber muy grave el dejar la tierra a las
nuevas generaciones en un estado en el que puedan habitarla dignamente y seguir
cultivándola» (CV 50).
7.- Toda la creación está orientada hacia la gloria de Dios en Cristo (cfr. Col 1, 15-
17; LS 83). La creación no es un fin en sí misma y además este mundo pasa. La fe cristiana
cree en un mundo futuro, fruto de una transformación del mundo presente caduco. Sin
embargo, esto no significa el maltratamiento de la tierra, sino más bien su uso y cuidado de
acuerdo con la redención operada por Cristo, que ha asumido la dimensión material en la
encarnación.
En consecuencia, hay un modo de tratar la creación propio de los hijos de Dios: «la
espera ansiosa de la creación anhela la manifestación de los hijos de Dios. (…) también la
misma creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la libertad
gloriosa de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime y sufre con dolores
de parto hasta el momento presente» (Rm 8, 19-22). En este contexto, Benedicto XVI afirma
que la creación «se sentirá liberada cuando vengan criaturas, hombres que son hijos de Dios
y que la tratarán desde Dios. Yo creo que es precisamente esto lo que nosotros podemos
constatar como realidad: la creación gime —lo percibimos, casi lo sentimos— y espera
personas humanas que la miren desde Dios»47.
8. El cuidado del medioambiente requiere una «ecología humana». Por ecología
humana se entiende el ambiente humano, las condiciones materiales y morales que permiten
el auténtico desarrollo de las personas en una sociedad. Entran en este concepto desde el
urbanismo preocupado por la vida de las personas hasta el tomar en consideración el
crecimiento ético de las personas. Juan Pablo II señalaba que «mientras nos preocupamos
justamente, aunque mucho menos de lo necesario, de preservar los “hábitat” naturales de las
diversas especies animales amenazadas de extinción, porque nos damos cuenta de que cada
44
Cfr. J. MORALES, El misterio de la creación…, 319.
45
Cfr. Gn 6, 18-19.
46
Cfr. BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7 (AAS 100
[2008] 41).
47
BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de la diócesis de Bolzano–Bressanone, 6 de
agosto de 2008 (AAS 100 [2008] 625-641; 634).
114
una de ellas aporta su propia contribución al equilibrio general de la tierra, nos esforzamos
muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica “ecología humana”»
(CA 38).

d) Consecuencias para el desarrollo


El Magisterio ha señalado un horizonte de renovación a la vista de las disfunciones
que se observan en el desarrollo económico global: «esto exige una nueva y más profunda
reflexión sobre el sentido de la economía y de sus fines, además de una honda revisión con
amplitud de miras del modelo de desarrollo, para corregir sus disfunciones y desviaciones.
Lo exige, en realidad, el estado de salud ecológica del planeta; lo requiere sobre todo la
crisis cultural y moral del hombre, cuyos síntomas son evidentes en todas las partes del
mundo desde hace tiempo» (CV 32).
La visión cristiana de la ecología lleva a extraer algunas consecuencias importantes
para el desarrollo y, en particular en su aspecto económico.

1.- Tratar la naturaleza y sus recursos de acuerdo con el plan de Dios, en el que los
hombres son como administradores de la creación, llamados a dominar la tierra a imagen de
Dios. Por lo tanto, se debe evitar la «explotación inconsiderada de la naturaleza»48, es decir,
el «dominio absoluto» (SRS 34) que usa los recursos naturales como si fueran inagotables.
«Si la tierra nos es donada, ya no podemos pensar sólo desde un criterio utilitarista de
eficiencia y productividad para el beneficio individual. No estamos hablando de una actitud
opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra que recibimos pertenece
también a los que vendrán» (LS 159; SRS 34). Proyectar el desarrollo de otra manera
supone olvidar la función de administración que corresponde a la humanidad y pretender
suplantar a Dios. Sin embargo, una actuación así «provoca la rebelión de la naturaleza, más
bien tiranizada que gobernada por [el hombre]» (CA 37) y es fuente de numerosas
incoherencias y contradicciones49. Por el contrario, las medidas encaminadas a respetar y
cuidar mejor el medioambiente reflejan en cierto modo el amor creador de Dios y su alianza
con toda la creación.

2.- El cuidado de la naturaleza exige revisar los modos de producción, hábitos de


consumo y estilos de vida que promueve el modelo actual de desarrollo (Cfr. LS capítulos 5
y 6). En particular se hace necesario:
a) Combatir el consumismo
Es un hecho evidente que uno de los factores del acelerado deterioro medioambiental
es el fenómeno del consumismo50. La gestación de lo que hoy denominamos consumismo
tiene lugar en el ámbito norteamericano a comienzos del siglo XX51. Se trata de un proceso
complejo en el que influyen numerosos factores, entre otros la promoción directa e indirecta

48
PABLO VI, Carta Apca. Octogesima adveniens, 21 (en adelante OA).
49
Cfr. CV 51, 70, 74-75.
50
Sobre el consumismo y sus raíces, cfr. R. YEPES STORK, Las claves del consumismo,
Madrid: Libros MC, 1989; W. T. CAVANAUGH, Ser consumidos. Economía y deseo en clave
cristiana, Granada: Nuevo Inicio, 2011; A. YUENGERT, «Free markets and the culture of
consumption», en P. BOOTH (ed.), Catholic Social Teaching and the Market Economy, London: IEA,
2007, 145-163; G. GUITIÁN, Negocios y moral. El dilema del camello y la aguja, Pamplona: Eunsa,
2011, 98-105; el número monográfico «Modelo de vida: consumo, consumismo, caridad», Corintios
XIII 109 (2004/1); Z. BAUMAN, Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Barcelona: Gedisa, 2005.
51
Cfr. E. ARCE, Vida consumista. El consumismo en el pensamiento de Juan Pablo II,
México D. F.: Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 2008, 14-23; S. MILES, Consumerism
as a way of life, Thousand Oaks: Sage Publications, 2008.
115
del consumo, de un determinado estilo de vida así como de una cierta idea del bienestar y de
lo que constituye una vida lograda.
La mentalidad consumista es expresión de una visión materialista de la vida que: a)
considera en la práctica que la vida lograda está en la posesión de bienes materiales –tener
más–; b) toma el deseo como brújula fundamental de las relaciones con los bienes materiales
y su consumo; c) se construye sobre la importancia de la apariencia e ignora la dimensión
espiritual de la persona.
Esa mentalidad consumista tiene un reflejo social cuyos rasgos son52:

 Masificación y despersonalización. El consumismo se traduce en un modelo de


comportamiento y de consumo masificado, asimilado acríticamente por un gran
número de personas –todo el mundo sigue esa o aquella pauta de consumo o debiera
aspirar a tal producto–, con la consiguiente despersonalización.
 Predominio de lo instintivo. El consumismo potencia hábitos de consumo y estilos de
vida contraproducentes, porque con frecuencia apela directamente a los instintos de
las personas «prescindiendo de uno u otro modo de su realidad personal, consciente
y libre» (CA 36). Juan Pablo II señala la fuerte presencia de la pornografía y la droga
como dos indicadores de una sociedad consumista53.
 Deterioro medioambiental, porque el hombre «consume de manera excesiva y
desordenada los recursos de la tierra y su misma vida» (CA 37).
 Ofensa continua a los pobres54 porque suele convivir con graves formas de
desigualdad. Por ejemplo, el consumismo se traduce en una cultura del desecho que
ofende la dignidad humana, como cuando coexisten en una misma sociedad el
hambre y el derroche de alimentos (cfr. LS 162; 50) o cuando se producen alimentos
de manera manifiestamente ineficiente55.
 Visión reductiva del desarrollo, que sería sólo crecimiento económico.

Ante este estado de cosas, una sincera preocupación ecológica pasa por hacer frente
al consumismo. Aparte de la responsabilidad personal de cada cual, desde el punto de vista
de la moral social señalamos a continuación una línea de actuación.

b) Promover los bienes del espíritu (ecología humana).


El consumismo lleva a las personas a centrarse en las cosas materiales pero eso
impide «relacionarlas con la verdad» y priva «de aquella actitud desinteresada, gratuita,
estética que nace del asombro por el ser y por la belleza que permite leer en las cosas
visibles el mensaje de Dios invisible que las ha creado» (CA 37). La DSI vincula la
corrección del consumismo a cierta promoción de la educación y la cultura. Juan Pablo II
propone una «gran obra educativa y cultural» basada en una imagen integral del hombre,
que comprenda a productores, a los consumidores en sus decisiones económicas, a los
profesionales de los medios de comunicación y a las autoridades públicas56.
Se trata de que los poderes públicos, las empresas, las agencias de publicidad y otros
agentes implicados revisen los modelos de comportamiento y estilos de vida que
promueven, de forma que el modelo de desarrollo y el trabajo de las empresas ayude a las
52
Cfr. E. ARCE, Vida consumista…, 86ss.
53
Cfr. CA 36.
54
Cfr. JUAN PABLO II, Discurso a los miembros de la conferencia del episcopado mexicano,
Mexico, 12 de mayo de 1990, 4.
55
Cfr. a este respecto, T. STUART, Despilfarro. El escándalo global de la comida, Madrid:
Alianza, 2011.
56
Cfr. CA 36; CDSI 375 y 376.
116
personas a ser más, superando la mera preocupación por tener más. Por su parte, es claro
que las familias tienen una responsabilidad de primera línea, que debe llevar a examen la
calidad de sus aspiraciones, la educación y las costumbres de la vida familiar.
No obstante es importante captar bien la posición del Magisterio. Juan Pablo II deja
claro que «no es malo el deseo de vivir mejor» (CA 36). El problema está en que «es
equivocado el estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a tener y no
a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce
que se propone como fin en sí mismo» (ibid).
Por último, el énfasis en los bienes del espíritu apunta también al cuidado de la
dimensión espiritual de la persona (LS 155). Se trata de una manifestación de la «ecología
humana» y es parte esencial del cuidado de la naturaleza. De nuevo merece atención la
siguiente reflexión de Benedicto XVI:

«Para salvaguardar la naturaleza no basta intervenir con incentivos o desincentivos


económicos, y ni siquiera basta con una instrucción adecuada. Éstos son
instrumentos importantes, pero el problema decisivo es la capacidad moral global
de la sociedad. Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace
artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican
embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el
concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una
contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando
la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la
naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el
matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano
integral. Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que
tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros.
No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad
y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la
sociedad» (CV 51).

Por tanto, además de las responsabilidades de los poderes públicos, la producción y


promoción de bienes y servicios no debe ser perjudicial para la salud física y moral de las
personas.
La crisis ecológica ha provocado el arraigo progresivo de la preocupación por el
medioambiente en la práctica empresarial, hasta el punto de que un comportamiento
antiecológico se considera ineficiente. Por unas razones u otras, las compañías que marcan
tendencia en los distintos mercados consideran intolerable el olvido de la dimensión
ecológica de su actividad. Aunque sigue habiendo mucho que hacer, hoy asistimos a una
mayor concienciación sobre los modos de producción ecológicos, el uso de energías
renovables, reciclaje de residuos y otras prácticas. Son ciertamente señales positivas, pero,
como se ha señalado, la visión cristiana recuerda que todo programa ecológico requiere una
alianza previa con el propio hombre.
En el terreno económico, además de la provisión por parte de los poderes públicos de
un marco jurídico adecuado que respalde y promueva la «ecología humana», las empresas
pueden considerar como parte de su preocupación ecológica todas las iniciativas que tratan
de promover en la empresa un clima más humano: desde la ayuda mutua hasta los esfuerzos
para fomentar la participación, responsabilidad e implicación en el trabajo de la empresa, las
medidas para solucionar los problemas de conciliación entre trabajo y familia, etc.

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