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Rodero, J. (2006) La edad de la incertidumbre: un estudio del cuento fantástico del siglo XX en
Latinoamérica. Peter Lang, New York, USA. ISBN 978-0820481562
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Capítulo 4
________________________________
La muerte de la certidumbre /
la certidumbre de la muerte: juegos con
el tiempo
haciendo de las dos una sola cosa” (Historia de la literatura... 4, p.16). Todo
acto de escritura es una apropiación y reinterpretación de textos ajenos. En el
caótico universo que nos ha tocado vivir, los seres humanos creamos inter-
pretaciones y esquemas para dar orden a ese universo que, seguramente, no
posee un orden o, si lo tiene, ese orden obedece a leyes divinas, es decir, in-
comprensibles para los seres humanos. Desde este punto de vista, la literatu-
ra, al igual que la filosofía, la metafísica, la religión o los discursos de las
ciencias, no son más que interpretaciones ordenadas de ese universo incom-
prensible, simetrías con apariencia de orden destinadas a tranquilizar nuestras
conciencias, repeticiones infinitas pero limitadas de la necesidad humana de
comprender pero destinadas al fracaso. De ahí la afirmación de Borges:
“Quizá la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas” (Otras
Inquisiciones, p.14). Y de ahí también la clarividencia escéptica de una de
sus más célebres frases: “La imposibilidad de penetrar el esquema divino del
universo no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas humanos,
aunque nos conste que éstos son provisorios” (Otras Inquisiciones, p.160).
Esto es, precisamente, lo que hace Borges en su obra: crear esquemas lú-
cidos y ordenados, versiones humanas, de un universo caótico e incompren-
sible. Y en estos esquemas, lo fantástico juega un papel fundamental como
respuesta metafórica e imaginativa a esas explicaciones del mundo de la filo-
sofía, la metafísica y las ciencias. Cuando Borges afirma en Ficciones que
“la metafísica es una rama de la literatura fantástica” (p.20), está constatando
que los esquemas desarrollados por el pensamiento y las ciencias para orga-
nizar los fenómenos del mundo real no son otra cosa que esquemas arbitra-
rios, fabricaciones de la mente que expresan no la naturaleza de las cosas
sino la naturaleza de la mente.
Por lo tanto, Borges concibe todo discurso humano, desde la literatura
hasta las ciencias, como explicaciones provisorias de la existencia y como
metáfora de la imposibilidad de desentrañar la verdadera naturaleza de esa
existencia. En este sentido, la literatura, y su variante fantástica, se postula en
Borges como metáfora lúdica y escéptica, como alusión a “la situación del
hombre frente al mundo” (Jorge Luis Borges…, p.189), como destaca Jaime
Alazraki. En este contexto, Borges anticipa algunas de las ideas centrales del
post-estructuralismo y la crítica deconstructiva según la cual la escritura no
puede sino repetirse, significar siempre lo mismo y no ser sino juego.1 Abun-
dando en esta concepción de la creación como repetición y reinterpretación,
Borges afirmaba en una conferencia de 1967:
fantástica tiene que ser mucho más rica que la realista ya que no está ceñida a lo co-
tidiano, sino que debe y puede aventurarse a toda suerte de aventuras. Sin embargo,
al cabo de muchos años de ser lector y a veces autor de libros fantásticos he com-
probado que los temas de la literatura fantástica no son ilimitados; son unos pocos.
(“La literatura fantástica”, p.5)
¿En qué reside el encanto de los cuentos fantásticos? Reside, creo, en el hecho de
que no son invenciones arbitrarias, porque si fueran arbitrarias su número sería infi-
nito; reside en el hecho de que, siendo fantásticos, son símbolos de nosotros, de
nuestra vida, del universo, de lo inestable y misterioso de nuestra vida y todo esto
nos lleva de la literatura a la filosofía. Pensemos en las hipótesis de la filosofía, harto
más extrañas que la literatura fantástica; [...] y llegaremos así a la terrible pregunta, a
la pregunta que no es meramente literaria, pero que todos alguna vez hemos sentido
o sentiremos. ¿El universo, nuestra vida, pertenece al género real o al género fantás-
tico? (“La literatura fantástica”, p.19)
La época de fines del siglo XIX y de comienzos del siglo XX se caracteriza per se,
en muchas ramas del saber, por tensiones entre los discursos y fundamentos científi-
cos, por esto el eclecticismo de Borges es típico de la época. Así también lo es el
concepto de lo ‘fantástico’ en Borges, que siempre, tanto en el nivel interno como en
el metatextual, pone de relieve diversas ideas para modelar ‘mundos’ o para cons-
truir ‘mundos posibles’ relacionados con la filosofía o con la ciencia, aun cuando es-
tos mundos estén muy lejos del saber y de la experiencia cotidiana, siendo de esta
forma más bien un reflejo de la epistemología de la época de las “ficciones lógicas”.
(p.250)
(p.185–86). ¿Qué dice ese epílogo final? Exactamente eso: el tiempo es real
y nos consume. Es una refutación poética de una refutación filosófica:
Los argumentos de la filosofía idealista muestran que algo está podrido en el reino
de la idea habitual de temporalidad; la ulterior reflexión de la metafilosofía existen-
cialista señala que algo está podrido en el reino de la refutación idealista. Ambas
constataciones son importantes para el pensamiento filosófico. [...] Por ello no cabe
duda de que su autor es un auténtico filósofo, uno de los más genuinos que América
Latina ha tenido este siglo. (p.186)
El universo físico se detuvo. Las armas convergían sobre Hladík, pero los hombres
que iban a matarlo estaban inmóviles. El brazo del sargento eternizaba un ademán
inconcluso. En una baldosa del patio una abeja proyectaba una sombra fija. El viento
había cesado, como en un cuadro. Hladík ensayó un grito, una sílaba, la torsión de
una mano. Comprendió que estaba paralizado. No le llegaba ni el más tenue rumor
del impedido mundo. Pensó estoy en el infierno, estoy muerto. Pensó estoy loco.
Pensó el tiempo se ha detenido. (p.172)
[…] soñó con un largo ajedrez. No lo disputaban dos individuos sino dos familias
ilustres; la partida había sido entablada hace muchos siglos; nadie era capaz de nom-
brar el olvidado premio, pero se murmuraba que era enorme y quizá infinito; las pie-
zas y el tablero estaban en una torre secreta; Jaromir (en el sueño) era el primogénito
de una de las familias hostiles; en los relojes resonaba la hora de la impostergable
jugada; el soñador corría por las arenas de un desierto lluvioso y no lograba recordar
las figuras ni las leyes del ajedrez. (p.165–66)
The power of the story comes in part from a sense of how much is at stake, for Hla-
dík, for his fellow citizens of Prague and of Czechoslovakia, for all the people of Eu-
rope. The idea of circular time is important in the story because it animates the
delirium of the madman in Hladík’s play. However, Hladík himself does not share
the idea that time is circular: the play ends with the audience’s shocked realization
that the madman’s circular time has been imposed on them, [...] so Hladík problem
in Los enemigos, and Borges’s problem in “El milagro secreto”, are to find ways to
escape from a circular nightmare. For the author of the nightmare was Adolf Hitler.
(p.68)
Juegos con el tiempo 81
plícito salvo cuando se introduce al emisario de cada carta: “Carta del doctor
Federico Moraes” o “Carta del doctor Alberto Rojas”. Y esto ocurre sólo en
las dos primeras misivas, es decir, en los únicos momentos en que su inter-
vención es absolutamente necesaria para aclarar el proceso de la narración.
Es importante constatar, sin embargo, que ese mismo narrador introduce
en el epígrafe que encabeza el relato una referencia clara a la alteración de la
realidad que se va a producir: “El tiempo, un niño que juega y mueve los
peones” (p.142). Por lo tanto, el lector no entra en el relato sin conocimiento
alguno de los hechos que se van a narrar. Se da ya a este nivel una cierta
transgresión lúdica del narrador, que juega con las expectativas del lector y
con la información que recibe o posee antes de iniciar la lectura propiamente
dicha.
El epígrafe ayudará al lector a aceptar la transgresión que se va a produ-
cir y, al mismo tiempo, le posibilitará disipar la duda sobre la naturaleza de
los hechos narrados. Comienza el relato con una carta, nunca enviada, del
doctor Federico Moraes al doctor Alberto Rojas, con fecha 15 de julio de
1958, en la que le comunica su intención de celebrar, como todos los años,
una reunión de viejos amigos en su casa. Aparece ya en las primeras líneas
una ironía latente, en forma de guiños al lector, de tal forma que se manipula
el discurso escrito de los personajes para cuestionar sus dos realidades al ni-
vel de la lectura: “Usted también, creo, es sensible a la amable melancolía de
una sobremesa en la que nos hacemos la ilusión de haber sido menos usados
por el tiempo, como si los recuerdos comunes nos devolvieran por un rato el
verdor perdido” (p.142). Efectivamente, como veremos después, los persona-
jes son usados por el tiempo de tal manera que sus recuerdos de sobremesa
dejan de ser comunes para convertirse en manifiestamente opuestos y contra-
dictorios.
La redacción de esta carta se ve interrumpida por la llegada de una carta
del doctor Alberto Rojas con fecha del 14 de julio de 1958. En ella, Rojas
cuenta un incidente ocurrido en la casa de Moraes durante la reunión que ce-
lebraron allí, con otros amigos, unas pocas horas antes. El incidente, de cuya
naturaleza se nos aclara muy poco, consistió en un enfrentamiento dialéctico
entre dos de los presentes: Luis Funes y Robirosa. Rojas escuchó el siguiente
diálogo entrecortado:
El primer indicio de que algo va a ocurrir aparece ya al final del primer pá-
rrafo del relato:
Para Diana ese pueblo de nombre anodino era otra pequeña marca en el mapa de la
provincia, lejos de la ciudad en la que dormiría esa noche, y la plaza que las copas
de los plátanos protegían del calor de la carretera se daba como un paréntesis en el
que entró con un suspiro de alivio. (p.25)
El paréntesis mencionado sugiere otro tiempo, otro espacio, algo que está
en la realidad pero que no es parte de ella. El uso del verbo ‘entrar’ incide en
esa percepción. La carretera marca el paso al otro lado, la entrada en lo des-
conocido, lo que está ‘ahí pero dónde, cómo’, parafraseando el título de otro
emblemático cuento de Cortázar. Pero ese paso significará la muerte (o eso
parece) de Diana, su salida del tiempo sucesivo y el espacio tridimensional
para entrar en el tiempo estático y el espacio bidimensional del arte, de la
pintura, de la muerte.
Como ocurre con los protagonistas de “Cartas de Mamá”, Laura y Luis,
existe también un pasado que marca el presente de Diana. Las primeras alu-
siones a ese pasado son imprecisas: la desilusión, la depresión, el tiempo
perdido. Luego, el narrador nos informa que hubo un hombre en la vida de
Diana, Orlando. El desamor y el fracaso en su relación parecen ser la causa
de la pesadumbre y pasividad de Diana. Pero Orlando parecía ejercer una in-
fluencia tiránica en ella: el sometimiento de Diana a sus rituales y obsesiones
ha marcado la vida anterior de la protagonista:
[…] para Orlando el mediodía era el instante crucial, la ceremonia del almuerzo sa-
cralizando de alguna manera el tránsito de la mañana a la tarde, y desde luego Or-
lando se hubiera negado a seguir andando por el pueblo cuando el café estaba ahí a
dos pasos. Pero Diana no tenía hambre y pensar en Orlando le dolía cada vez menos;
echar a andar alejándose del café no era desobedecer o traicionar rituales. (p.29–30)
La única forma de acabar con los rituales y las simetrías que ordenan y
ordenaban su vida es adentrarse en el otro lado, aceptar lo desconocido, de-
jarse plasmar en el cuadro y morir. Con este personaje ocurre lo que con
otros personajes femeninos de Cortázar: la dependencia del hombre parece
de tal calibre que la mujer se siente perdida o muerta sin los rituales e impo-
siciones, sin la presencia estructuradora del hombre. Como apunta Catalina
Ruiz: “Resulta evidente de aquí la oposición: sujeto creador (pintor o escri-
tor/figura masculina de espaldas en el cuadro/Orlando en la vida de Di-
ana/narrador omnisciente en el relato) contrapuesto al personaje u objeto
femenino (del cuadro o el cuento)” (p.117–18).
Efectivamente, la protagonista se presenta como objeto fuera del tiempo,
sin identidad, ya sea en su anterior relación sentimental, ya sea frente al pin-
90 La edad de la incertidumbre
De acuerdo con los ceremoniales del limen, [Cortázar] elige como marco o escenario
del tránsito un lugar mundano e insignificante [...] que se constituye en lugar privi-
legiado para el cambio en cooperación con el tiempo subversivo del mediodía esti-
val. Allí la territorialidad del pasaje se subraya por la alusión al mapa. Se destacan el
trayecto en auto, el alto en el pueblo, y especialmente el recorrido del museo como
instancias de la entrada y recorrido del laberinto en búsqueda del centro. En el mu-
seo se observa el riesgo de alcanzar la entrada del último recinto, el espacio que con-
tiene la revelación. (p.41)
Juegos con el tiempo 91
[…] la puerta cedió a su mano y fue otra vez lo de antes, el chorro de luz amarilla
estrellándose en una pared, […] Vagamente decepcionada se acercó a la mesa y se
sentó, se puso a fumar un cigarrillo, a jugar con el humo que trepaba en el chorro de
luz horizontal, dibujándose a sí mismo como si quisiera oponerse a esa voluntad de
vacío de todas las piezas, de todos los cuadros, del mismo modo que la breve risa en
algún lugar a espaldas de Diana cortó por un instante el silencio aunque acaso sólo
fuera un breve llamado de pájaro allí fuera, un juego de maderas resecas; inútil, por
supuesto, volver a mirar en la habitación precedente donde los tres vasos sobre la
mesa lanzaban sus débiles sombras contra la pared, inútil apurar el paso, huir sin pá-
nico pero sin mirar atrás. (p.31–32)
[…] ya antes de tomar el café y pagar sabía que iba a volver al museo, que lo peor
en ella la obligaba a revisar eso que hubiera sido preferible asumir sin análisis, casi
sin curiosidad, y que si no lo hacía iba a lamentarlo al final de la etapa cuando todo
se volviera usual como siempre, los museos y los hoteles y el recuento del pasado. Y
aunque en el fondo nada quedara en claro, su inteligencia se tendería en ella como
una perra satisfecha apenas verificara la total simetría de las cosas, que el cuadro
colgado en la última sala del museo representaba obedientemente la última habita-
ción de la casa. (p.32–33)
El cuadro estaba en la pared de la izquierda, había que avanzar hasta el centro para
ver bien la representación de la mesa y de la silla donde se sentaba una mujer. […]
No había nada que la distinguiera demasiado de lo anterior, se integraba a la pintura
como el hombre que se paseaba en otras telas, era parte de una secuencia, una figura
más dentro de la misma voluntad estética. (p.33)
94 La edad de la incertidumbre
Sin embargo, hay algo más. Esa mujer (que es ella, que no puede ser otra
más que ella),
Todo simétrico como siempre para ella, una nueva etapa dándose como réplica de la
anterior, […] Y lo mismo hubiera debido ocurrir en el museo donde la repetición se
había dado maniáticamente, cosa por cosa, mesa por mesa, hasta la ruptura final in-
soportable, la excepción que había hecho estallar en un segundo ese perfecto acuer-
do de algo que ya no entraba en nada, ni en la razón ni en la locura. (p.34–35)
Podía irse cuando quisiera, por supuesto, y también podía quedarse; acaso sería
hermoso ver si la luz del sol iba subiendo por la pared, alargando más y más la som-
bra de su cuerpo, de la mesa y de la silla, o si seguiría así sin cambiar nada, la luz
inmóvil como todo el resto, como ella y como el humo inmóviles. (p.36)
Juegos con el tiempo 95
Mis cuentos fantásticos son cuentos que suceden dentro de la realidad más cotidiana,
más pedestre y más simple, y luego bruscamente hay como una vuelta de tuerca, hay
una puerta que se abre, y cuando tú creías que ibas a salir hacia un pasillo que va
hacia adelante, hay una bifurcación y entras en otra dimensión. Pero al final vuelves
a la realidad, no te quedas en la excepción, y yo creo que en este sentido lo fantásti-
co enriquece la realidad, pero sin la realidad. Eso es importante; sin la realidad, lo
fantástico se disuelve, y no tiene ningún sentido. (p.50)
Notas
1. Véase en la bibliografía el trabajo de Jacques Derrida, Of Grammatology. Además,
existen numerosos estudios (consúltense los artículos de Timothy Ambrose, Alfonso de
Toro y Monique Lemaitre) que exploran la relación de las ideas de Borges con la
deconstrucción y el postmodernismo. Entre ellos, nos parece particularmente
recomendable el artículo de Timothy Ambrose, uno de los pocos que trata de deconstruir
la base ‘intranscendente’ de los juegos de repetición postulados por el postmodernismo:
“Mi tesis es justamente que por mucho que éstos (Borges, Foucault y Derrida) niegan la
dimensión transcendental de la vida, encontramos en sus mismas palabras un testimonio
muy refinado de lo transcendental, como si al tratar de eludirlo, lo hubieran confirmado
aún más sutil y profundamente” (p.148–49).
4. Véanse en la bibliografía los análisis concretos de este relato en los estudios de Jaime
Alazraki, Daniel Balderston, Ana María Barrenechea, Alberto Pérez, Beatriz Sarlo, John
Sturrock y Carter Wheelock.
6. Véanse los tres últimos capítulos de este estudio dedicados al cuento fantástico del boom
y del postboom.
7. Además de otros ensayos breves, los principales escritos de Cortázar sobre el cuento y lo
fantástico son: “Algunos aspectos del cuento”, “Del cuento breve y sus alrededores” y
“Del sentimiento de lo fantástico”. Véase la bibliografía.
8. Véanse los trabajos de Jaime Alazraki, Rosario Ferré, Alain Sicard y Sara Castro-Klarén
en la bibliografía.
9. André Breton afirma que “no hay ninguna gran expedición en el arte que no se emprenda
sin riesgo de la vida misma”. Tomado del artículo citado de Hortensia Morell, p.42. Véa-
se la bibliografía.
11. Para una visión comparativa y detenida del concepto y significación de lo fantástico en
ambos autores, véanse los estudios de Julio Rodríguez-Luis (capítulo 4) y de Saúl Yur-
kievich (“Borges/Cortázar: mundos y modos de la ficción fantástica”, p.71–82, en Julio
Cortázar: al calor de tu sombra).