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MISTICISMO Y DIALECTICA

Si el origen de la sabiduría griega está en la “manía”, en la exaltación pítica, en una

experiencia mística y mistérica, ¿como se explica entonces el paso de este fondo religioso a

la elaboración de un pensamiento abstracto, racional, discursivo? Ya en la fase madura de

esta edad de los sabios nosotros encontramos una razón formada, articulada, una lógica no

elemental, un desarrollo teórico e buen nivel. Todo esto se ha vuelto posible por la

dialéctica. Con este término, no se entiende obviamente lo que incluimos en el nosotros

modernos: dialéctica se usa aquí en el sentido originario y propio del término, o sea en el

significado de arte de la discusión, de una discusión real, entre dos m más personas vivas,

no imaginadas por una invención literaria. En este sentido, la dialéctica es uno de los

fenómenos culminantes de la cultura griega, y uno de los más originales.

La cuestión es  cómo se resuelve un enigma.

La palabra enigma algunas veces significa todavía “proponer un enigma” y otras veces en cambio
“proponer una pregunta dialéctica”. Recordemos también, como usados ora en sentido dialéctico
ora en sentido enigmático, los términos “aporía”, “interrogación”, “búsqueda”, “pregunta
dudosa”. Por lo tanto el misticismo y el racionalismo no sería en Grecia algo antitético y deberían
entenderse más bien como dos fases sucesivas de un fenómeno fundamental.

El fondo áspero del enigma, la crueldad del dios hacia el hombre se viene atenuando, vienen
sustituidos por un agonismo solamente humano. Quien contesta a la pregunta dialéctica ya no se
encuentra en un desamparo trágico: si está derrotado, no perderá la vida, como le ocurrió en
cambio a Homero. Además su respuesta al “problema” no decide en seguida de su suerte, en bien
o en mal. El respondiente resuelve la alternativa con su tesis, afirmando algo que será puesto a
prueba, pero que en el momento se acepta como verdadero. Quien debía responder al enigma, o
callaba, y de repente era derrotado, o se equivocaba, se le venía la sentencia del dios o del
adivino. En la discusión, en cambio, el respondiente puede defender su tesis. Pero por lo general
esto le servirá poco. El perfecto dialéctico lo encarna el interrogante: este plantea la pregunta,
guía la discusión, disimulando de ella las trampas fatales para el adversario, mediante los largos
giros de la argumentación, las solicitudes de aprobación sobre preguntas pacíficas y
aparentemente inofensivas, que se revelarán en cambios esenciales para el desenvolvimiento de
la refutación. Que se recuerde el carácter de Apolo como dios “que golpea de lejos”, cuya acción
hostil está diferida: esto se encarna típicamente en el interrogante dialéctico, que sabiendo que va
a vencer, retrasa, saborea de antemano la victoria, intercalando las tramas vagabundas de su
argumentar.

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