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9/1/2019 El médico en el reino del revés | Hospitales - ElSigma

    

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» Introducción al Psicoanálisis 28/03/2005- Por Melina Caniggia y Soledad Forclaz -

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» Psicoanálisis <> Ley

» Educación De la mano de Hipócrates se fundó una ética que prácticamente se


conserva aún en nuestro tiempo. Hipócrates instauró la salud como un
» Arte y Psicoanálisis deber atribuible a todo ciudadano. Comenzó de este modo a
establecerse el discurso médico. En más de dos milenios, las cosas no
» Cine y Psicoanálisis han cambiado demasiado. A diario, en las salas de clínica pediátrica de
un hospital general, los médicos se encuentran ante una compleja
» Psicoanálisis<>Filosofía
situación: enfrentarse a la enfermedad de un niño o un adolescente, y
» Psicoanálisis y Ciencias al malestar que traen quienes lo acompañan. Pero ante esto, ¿qué
ocurre cuando no hay una "enfermedad orgánica" en juego y -a pesar
» Lecturas de ello- un niño o adolescente sufre? A partir de esta pregunta, y
sostenidas en situaciones clínicas, las autoras interrogan el lugar del
» Literatura "psi" en la interconsulta con niños y adolescentes.

» Historia Viva
De la mano de Hipócrates se fundó una ética que prácticamente se conserva aún en
» Coleccionables nuestro tiempo, y que antaño contribuyó a desterrar la superstición de la medicina
antigua. De este modo, en detrimento del oscuro saber de los dioses y la superstición, el
» Subjetividad y Medios mencionado médico procuró buscar fundamentos sólidos en la observación clínica de un
número suficiente de casos para instituir un saber sobre la enfermedad, su etiología y su
» Género y Psicoanálisis patogenia. Al respecto, señaló: “Porque, conociendo y pronosticando de los enfermos las
» Fenómenos Psicosomáticos
cosas que al presente tienen, las que padecieron antes y las que vendrán en el curso de
la enfermedad, y haciendo manifiestas las que los pacientes omiten en su relación,
» Audio y Video creerán que comprende más cumplidamente lo que pertenece a la dolencia, por donde
[1]
» Agenda de Eventos tendrán los hombres más ánimo de confiarse al médico” .
[2] Actividades Destacadas
» Noticias Hipócrates instituyó así la medicina como “la más noble entre todas las artes” ,e
instauró la salud como un deber atribuible a todo ciudadano. Comenzó de este modo a Causa Clínica
» I Congreso elSigma establecerse el discurso médico: “Hay en verdad dos cosas diferentes: saber y creer que CURSOS DE POSGRADO CON
PRÁCTICA RENTADA MARZO -
  se sabe. La ciencia consiste en saber; en creer que se sabe está la ignorancia.” Más ABRIL 2019
adelante, uno de sus aforismos sostiene: “Lo que los medicamentos no sanan lo cura el
hierro; lo que no cura el hierro, el fuego lo cura; lo que no sana el fuego, debe Leer más
considerarse incurable.” La medicina era así concebida como la única que permitía la
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curación: “El adversario objetará que muchos enfermos se han curado sin la intervención
Realizar consulta
del médico. Estoy de acuerdo, pero me parece que es probable que aun sin médico
[3]
hayan hecho uso de la medicina” .
En más de dos milenios, las cosas no han cambiado demasiado. A diario, en las salas
de clínica pediátrica de un hospital general, los médicos se encuentran ante una
compleja situación: enfrentarse a la enfermedad de un niño o un adolescente, y al « »
malestar que traen quienes lo acompañan. No pocas veces la gravedad del cuadro clínico
amerita tener que determinar rápidamente la etiología, que posibilita prescribir el
tratamiento adecuado. Se trata entonces de una situación en la que el tiempo cuenta y,
por consiguiente, cada vez se torna más imperativo encontrar aquello del cuerpo “que
falla”.
Por su parte, el paciente demanda al médico, las más de las veces, un saber científico
y operativo acerca de su propio cuerpo, de su enfermedad, y desde el mismo discurso
médico se sustenta que debe responder a todo aquello que aqueja a un paciente.
Pero ante esto, ¿qué ocurre cuando no hay una “enfermedad orgánica” en juego y —a
pesar de ello— un niño o adolescente sufre? Al respecto, Jean Clavreul señala: “Quien
acusa sufrimiento y dolor sin que pueda planteársele ningún diagnóstico no es
considerado como ‘un verdadero enfermo’, y lo clasifican en el cajón de sastre de la
[4]
psiquiatría y de la psicosomática” . Asimismo, ¿qué ocurre cuando, aun habiendo una
enfermedad orgánica tratable, no se cumple con el tratamiento indicado? En estos casos
resulta evidente que “el consentimiento del enfermo respecto de lo que se decide sobre
él se da por supuesto, hasta el punto de que su oposición, cuando se manifiesta,
[5]
escandaliza más o menos, y es considerada como un hecho incongruente” . Es así
como muchas veces somos convocados cuando el diagnóstico médico no cierra, es
incierto o inexistente. Otras veces el pedido de interconsulta tiene lugar cuando
“inexplicablemente” el diagnóstico no conlleva por sí mismo la necesidad del paciente Del mismo autor
de curarse. No hay más artículos de este autor
Desde el discurso médico, el sufrimiento y el dolor suelen homologarse a indicios de
una enfermedad subyacente. No obstante, René Leriche planteó la no obvia situación de Búsquedas relacionadas
que “el sufrimiento existe independientemente de una enfermedad reconocible desde el
» ética
[6]
punto de vista médico” , ligado por lo tanto a lo que el paciente experimenta. Así,
» medicina
realizó una distinción entre lo que llamó “la enfermedad del médico”, definible en virtud
de signos admitidos desde su saber, y “la enfermedad del enfermo”, como lo que el » pediatría
enfermo vivencia en su singularidad. Sin embargo, en no pocas ocasiones se desestima
» interconsulta
lo que experimenta un paciente por no encontrarse entre aquello lo que los criterios
médicos avalan. » niños
El no poder nombrar desde el propio discurso médico aquello que aqueja a un
paciente implica impotencia para el médico, que no puede atribuir sentido a los confusos
síntomas que tiene ante sí. Esta situación de desconcierto impacta, a su vez, en el
paciente y su familia, no pudiendo disipar su angustia.
§

Ana contaba con tan sólo 5 años cuando manifestó que no podía ver del ojo izquierdo
ni distinguir los colores. De inmediato fue internada para realizarle múltiples estudios
que permitiesen determinar la patología subyacente a tal sintomatología. Así, la
posibilidad de un tumor cerebral, HIV o enfermedad desmielinizante sumía a su médica
en la incansable búsqueda de aquel componente orgánico que nunca se encontraba,
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descartándose una y otra patología. Ante tal situación, realizó el pedido de interconsulta
a Psicopatología para evaluar otra alternativa: un posible “trastorno visual psicológico”.
Mientras tanto, cada nuevo dato que la niña ofrecía propiciaba una nueva derivación a
oftalmología, que incrementaba la incertidumbre de los médicos de la sala tras escuchar
las palabras “no tiene nada”.
No obstante, Ana continuaba sosteniendo firmemente su padecimiento, aun tras los
obstinados intentos de los médicos que intentaban confundirla tapándole,
repetidamente, primero un ojo y luego el otro para advertir si así la niña equivocaba el
ojo del que decía no ver. Nada de esto funcionó. Ana señalaba siempre el mismo ojo, el
izquierdo. Tampoco podían comprender cómo caminaba sin tropiezos, sin perder
estabilidad. Ante esto, sólo decían: “Es muy viva”, “parece más grande”, “¡no puede
mentir tanto!”.
Algo se hacía evidente en el tiempo que duró la internación. Cuantos más estudios se
le realizaban a Ana, mayor era el desconcierto y la preocupación de los médicos de la
sala. Desconcierto que poco a poco se traducía en enojo, tanto con la paciente “que no
tiene nada” (y por lo tanto “miente”), como con el propio saber médico que de “esto”
nada sabe.
El trabajo a realizar desde Psicopatología era necesario, evidentemente, tanto con la
paciente y su familia —que se encontraba desbordada— como con los médicos tratantes.
Y allí estábamos, procurando que en el discurso médico se hiciera lugar a un
padecimiento que no era orgánico, y que, aun así, implicaba un padecimiento para la
niña. Resultaba difícil el trabajo, ya que, tratándose de un niño, las alternativas
consistían en la enfermedad orgánica o la mentira, “el invento”, “el capricho”. Esto se
hacía evidente con la pregunta que insistentemente los médicos nos dirigían: “¿Es de
verdad que no ve?”.
Paralelamente, tras explicarle a la niña que creíamos que algo le ocurría, denotando
así nuestro interés en escuchar aquello que tenía para decir, pronto tomó la palabra. Así,
no tardó en manifestar que se sentía “triste”, siendo que sus padres se habían separado
y ella esperaba que su padre retornase al hogar.
En el transcurso de las entrevistas, entre dibujos, juegos y palabras, la paciente
anunció haber recuperado la vista, lo cual atribuyó a “las gotitas” que le suministraron
en los ojos y al haber sido “estudiada”. Al término de la interconsulta, Ana fue derivada a
tratamiento por consultorios externos.
§

La eventualidad de la clínica y la inquietud de los médicos posibilitaron el encuentro


con otra paciente, de 16 años, llamada Sandra. El pedido de interconsulta llegó a
Psicopatología al no encontrarse ninguna explicación orgánica para la parálisis de los
miembros inferiores que presentaba. Los médicos explicaron que, ante las pruebas que
se le realizaban, Sandra “no sentía nada, ni los pinchazos” que se le aplicaban en las
piernas. Sorprendía a los médicos que se desplazara en la silla de ruedas sin manifestar
preocupación o pena. De hecho, desde su ingreso no les había dirigido pregunta alguna
con respecto a su situación.
Los médicos estaban al tanto de que a los 13 años Sandra había sido internada
también por parálisis. En aquel entonces, Neurología realizó el diagnóstico de
“conversión histérica”. Esta vez, la joven dejó de mover las piernas 3 días antes de que
su familia la llevara a la guardia, y explicaba tal demora señalando: “Nadie me cree
hasta que me ven”. Despojada de angustia, señaló: “No puedo caminar”, “ahora siento
pero no me puedo parar”. Sobre aquel episodio ocurrido hace tres años, comentó:

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“Había empezado la escuela, era nueva, las chicas no me aceptaban, y me tiraron del
mástil. Después no pude caminar”. Nuestro trabajo con Sandra procuró sostenerla en
tanto sujeto, allí donde la situación de enfermedad la colocaba, inevitablemente, como
objeto científico a ser estudiado.
Repentinamente, en el transcurso de una entrevista, Sandra se angustió por primera
vez, y preguntó: “¿Por qué no puedo caminar?”, “¿Por qué estoy internada?”. Luego
agregó: “Mi mamá me quiere ver caminar, pero yo no puedo caminar. Mi papá también
se siente mal”. Al otro día, la médica tratante nos informó que Sandra había recuperado
la marcha hacia la noche.

En otras circunstancias, el médico nos convoca en situaciones en que no se trata ya


de dilucidar un diagnóstico incierto, sino de cuestiones que atañen al núcleo mismo de
su práctica. Hallamos que no son pocas las ocasiones en que el médico —aun tratando
pacientes con patología orgánica— pide nuestra intervención al ser convocado por
cuestiones que no puede comprender ni responder. Se confronta allí con el hecho de que
“toda enfermedad, por más orgánica que sea [...], confronta al sujeto con el dolor, el
[7]
sufrimiento, la decadencia corporal, la eventualidad de la muerte ”.
Comenzamos a ver a Natalia en marzo de este año a partir de un pedido de
interconsulta que decía “Paciente de 18 años con lupus, se solicita acompañamiento, no
cumple con el tratamiento indicado”. Al llegar a la sala, nos encontramos con una
adolescente con muy mal estado general, desganada y que, si bien respondía a nuestras
preguntas, lo hacía acotadamente, mostrando desinterés. Contrariamente a lo que
suponían los médicos, Natalia estaba informada acerca de su enfermedad, de los
cuidados y tratamientos que esta requería, así como de las complicaciones que el no
cumplimiento de las indicaciones traería aparejado. A pesar de esto, no cumplía con el
tratamiento. Tal situación desconcertaba y exasperaba a los médicos. Les costaba
comprender que algo —para ellos— tan simple y de “tanta importancia” para su vida,
como el hecho de tomar la medicación, no fuera cumplido.
Natalia, en esos días, estaba internada sola, por la imposibilidad de su familia de
viajar con ella. Hacía 6 años, a partir de la separación de sus padres, se había mudado
con su madre y hermanos a Ushuaia. En el transcurso del trabajo, surgió por primera
vez la conexión entre aquel momento de su vida y el comienzo de la enfermedad. Poco a
poco, Natalia comenzó a interesarse en este espacio, y no faltó mucho para que nos
confesara un secreto: cada tarde, y en los momentos de mayor ansiedad, se refugiaba a
fumar donde nadie pudiera encontrarla, pese a las reiteradas advertencias de los clínicos
ante el grave cuadro respiratorio que presentaba.
A cada momento, Natalia parecía desconocer aquel deseo “natural” de curación que
los médicos esperaban encontrar. De hecho, las justificaciones que proporcionaba para
no tomar los corticoides —debido a los cambios físicos que le provocaban— resultaban
nimias ante la mirada médica. El no cumplimiento de las indicaciones médicas por parte
de Natalia quebrantaba aquello que, siguiendo a Ginette Raimbault, el médico le
demanda al paciente: que lo mantenga en la posición de aquél que quiere su bien.
Puesta en cuestión del saber médico, de su poder terapéutico, que abre al pedido de
interconsulta al estar inadvertido de que “más allá de la demanda explícita de curación,
suele aparecer la resistencia del enfermo a curarse a cualquier costo, [ya] que lo que se

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pide no es estrictamente lo que se desea y [...] puede llegar a ser exactamente lo
[8]
opuesto” .
Ante esto, nuestra intervención con el médico tratante se orientó a posibilitar que
pudiera preguntarse acerca del sufrimiento que escapa a las coordenadas generales de
la biología y excede la pretensión del bien.
Finalmente, Natalia regresó a Ushuaia pensando en retomar el tratamiento
psicológico que en otro momento había abandonado. Recientemente, volvió al hospital
con un entusiasmo curioso en ella, y la noticia de estar sosteniendo su tratamiento
médico y psicológico —hasta cuándo, nadie lo sabe...
§
Los avatares de la experiencia nos colocan ante el hecho ineludible de que la
subjetividad, ya sea bajo la forma del sufrimiento, la no adherencia al tratamiento, el
“padecer de nada”, aparece como aquello que aún resiste —y no responde— al avance
vertiginoso del conocimiento sobre la biología del cuerpo y al desarrollo de la tecnología
tendiente a repararlo. Así, algo escapa a la generalización del saber médico y abre la
posibilidad de una pregunta. Pero no se trata de adicionar un nuevo saber; muy por el
contrario, consideramos que uno de los propósitos del “psi” en la interconsulta es abrir y
sostener un interrogante ante el vacío de saber del médico, desde la particularidad de
cada caso. Abordaje que sustenta un saber de otro orden, un saber acerca del cual nada
se sabe a priori, sino que se irá desplegando en el encuentro único, singular, con cada
paciente que sufre. Muchas veces, el médico se encuentra en el mundo del revés, donde
quien padece “no tiene nada”, y quien algo “tiene” desoye la posibilidad de su propio
alivio… Es que en el reino del revés nadie baila con los pies…

Trabajo presentado en las XI Jornadas de Residentes del Área Metropolitana. Buenos Aires,
23 al 25 de noviembre de 2004. Melina Caniggia es residente en Psicología Clínica Infanto-
Juvenil, 2do. año, Hospital “Pedro de Elizalde”. Soledad Forclaz es residente en Psiquiatría
Infanto-Juvenil, 2do. año, Hospital “Pedro de Elizalde”. Correspondencia a:
melinacaniggia@hotmail.com y soleforclaz@yahoo.com.ar.

Bibliografía

CLAVREUL, J. (1978), El orden médico, Argot, Barcelona.


CRISCAUT, J. (2001), Una guía básica para la interconsulta. En: Clepios, N° 22, Polemos,
Buenos Aires.
CRISCAUT, J. (2003), La historia-histeria se repite. Interconsulta e iatrogenia médica.
En: Psicoanálisis y el Hospital, Año 12, N° 23, Ediciones del Seminario, Buenos Aires.
FOUCAULT, M. (1996), El nacimiento de la clínica, Siglo XXI, México.
GAMSIE, S. (1997), El cuerpo en juego. En: Psicoanálisis y el Hospital, Año 6, N° 12,
Ediciones del Seminario, Buenos Aires.
GAMSIE, S. (1994), La interconsulta una práctica del malestar. En: Psicoanálisis y el
Hospital, Año 3, N° 5, Ediciones del Seminario, Buenos Aires.
GAMSIE, S. (1998), Responsabilidad e interconsulta. En: Psicoanálisis y el Hospital, Año
7, N° 14, Ediciones del Seminario, Buenos Aires.
HIPÓCRATES. Aforismos y sentencias. Juramento de Hipócrates. En: La Ley (ficha).
LUCHINA, I. (1971), La interconsulta médico psicológica en el marco hospitalario, Nueva
Visión, Buenos Aires.
http://www.elsigma.com/hospitales/el-medico-en-el-reino-del-reves/6946 5/6
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NEUBURGER, R. (1995), Transferencia e interconsulta. En: Psicoanálisis y el Hospital,
Año 4, N° 8, Ediciones del Seminario, Buenos Aires.
PUJÓ, M. (1998), Psicoanálisis y medicina. Una articulación necesaria. En: Psicoanálisis y
el Hospital, Año 7, N° 14, Ediciones del Seminario, Buenos Aires.
RAIMBAULT, G. (1985), El psicoanálisis y las fronteras de la medicina, Ariel, Barcelona.
UZORSKIS, B. (1995), La clínica psicoanalítica en territorio médico. En: Psicoanálisis y el
Hospital, Año 4, N° 7, Ediciones Del Seminario, Buenos Aires.

[1]
Hipócrates. Aforismos y Sentencias, en La Ley.
[2]
Hipócrates. Op. cit.
[3]
Clavreul, J. El orden médico (1978), España: Ed. Argot, 1983: 106. Citado por el autor: Hipócrates. De l´art.
T. II. P. 190.
[4]
Clavreul, J. Op. Cit. : 152.
[5]
Clavreul, J. Op. Cit.: 245. -Extraído por el autor del Bulletin de l`Ordre des médecins, junio de 1972, p. 111
y ss.-
[6]
Clauveul, J. Op. Cit.: 152.
[7]
Pujó, M. Psicoanálisis y medicina. Una articulación necesaria, Revista Psicoanálisis y el Hospital, Año 7,
N° 14, Buenos Aires: Ed. del Seminario, Nov. 1998: 13.
[8]
Gamsie, S. El cuerpo en juego, Revista Psicoanálisis y el Hospital, Año 6, N° 12, Buenos Aires: Ed. del
Seminario, Nov. 1997: 12.

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