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Conceptos, estructura, dinámica y crisis
Por LUIS E. GARCIA
Departamento de FilosofíaUniversidad de Caldas
En el presente trabajo me ocuparé de algunos aspectos conceptuales, filosóficos y psicológicos
del amor humano de pareja, enfatizando la teoría triangular de Robert J. Sternberg y las
expresiones conductuales. Luego expondré observaciones para la comprensión de los conflictos
y manejo de las crisis, basados en la psicología cognitiva, el psicoanálisis y el conductismo.
1. AMOR Y LENGUAJE
El tema del amor no es exclusivo de ninguna disciplina humana; es tan universal como universal
es el fenómeno. Las simples definiciones se quedan cortas, así que en la filosofía, la psicología y
la literatura encontramos sus mejores descripciones y exposiciones. En la filosofía el tema no le
ha sido ajeno, por cuanto se ocupa de cuestiones universales, de problemas radicales o de análisis
de conceptos y lo que ellos implican; en la psicología, por ser la ciencia que estudia con métodos
científicos el comportamiento humano; y en las letras, porque el fenómeno amoroso excede los
fríos tratamientos especulativos y científicos; incluso, hace falta todavía mucho lenguaje para
describirlo.
De las lenguas nutricias del español llegaron varias palabras que finalmente se fundieron con la
nuestra “amor”. Del latín, eros, amor, dilectio, charitas; del griego, eros, ágape, filia, y quizás
por esta variedad conceptual en sus propias raíces filológicas se haya aplicado la palabra española
“amor” a muy diversas vivencias, actividades y objetos (entendidos éstos como “algo diferente
del sujeto”); por eso decimos y escuchamos expresiones tales como: amor a Dios, a la naturaleza,
al arte, la familia, al trago, la mascota, a otro ser humano, a un grupo social, al equipo de fútbol,
al partido político, a la patria, etc. Bien escribía Voltaire que “empleamos las mismas palabras
amor y odio para describir mil amores y mil odios totalmente diferentes”. Intentemos encontrar
la característica esencial del amor y sugerir otras palabras más apropiadas para experiencias
análogas.
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sumo honor y respeto o con el culto religioso que le es debido); esta expresión, ya propia de
nuestra cultura cristiana, deriva del griego ágape, que posee más el sentido de caritas, y éste
significa dar, ponerse en la disposición del otro, sea Dios o sea el prójimo. A la patria, le cabe la
palabra entrega. Y al interés sincero y unidireccional por los demás le corresponde mejor la
palabra solidaridad (que nace de la conciencia ciudadana), o altruismo (inspirado en valores
humanos), caridad (inspirado en valores cristianos), o filantropía (derivado de la solidaridad y el
exceso de recursos), o benevolencia (derivado de la buena voluntad). En un grado inferior está la
estimación, mediante la cual se reconocen positivamente las personas y los valores ajenos. La
relación afectiva hacia mascotas u objetos –que también nos duele perderlos la describe mejor el
apego que el amor. Y si es menor la inclinación física, emocional o moral hacia la persona o cosa
será el querer. La amistad al menos cuando es auténtica es una dimensión más informal y
menos erótica del amor, constituida esencialmente por la buena comunicación y por compartir
compañía, objetos, tiempo, ocasiones, juegos, celebraciones, en distintos grados de intensidad e
intimidad. A diferencia del amor, en la mera amistad está ausente la sexualidad y además suele
primar más el sentimiento y el compromiso con el bienestar del otro, que con su malestar,
mientras que en el amor auténtico la desgracia del otro es mi tragedia. ¿Acaso es infrecuente
constatar cómo tantas amistades de años se van a pique cuando uno de ellos entra en desgracia?
Tanto la amistad como el amor se relacionan con el afecto, o sentimiento positivo hacia alguien,
el cariño, o sentimiento hacia quien despierta nuestro amor, y la ternura, expresión física
delicada de los anteriores. En cualquier caso, insistimos, la intensidad es variada y variable. Lo
que llamamos amor a una causa, a un ideal, corresponde mejor a entrega a tal causa, y la amistad
sostenida por el sexo es más bien pasión
2. CONCEPTOS SOBRE EL AMOR
El amor ha sido más objeto de los delirios literarios que de estudios analíticos y experimentales.
Una notable excepción es la teoría triangular del amor de R. Sternberg, basada en investigaciones
empíricas que en parte confirman, y en parten refutan, las ideas populares sobre el amor. Antes de
analizarla, mencionemos algunos conceptos que sirven para reflexionar y confrontarla.
¿Qué dicen algunos filósofos? Pues como en todo, de todo:
Uno de los iniciadores de la filosofìa, Empédocles de Acragas, fue tal vez el primero en entender
la palabra en su dimensión cósmica, como la expresión de una fuerza universal que impulsa a la
unión tanto en el reino orgánico, como en el inorgánico.Platón, en diversos diálogos (El
Banquete, Fedón, Fedro) discute varias expresiones del amor, conocidas en su tiempo, como el
amor al saber (celestial), el común (terrenal); lo característico es que el amor requiere de un
objeto, y todas sus formas son reflejo de la suprema idea de lo bello.
Según B. B. Spinoza, el amor no es más que el goce de una cosa y la unión con ella, y estas cosas
pueden ser perecederas, como personas y objetos, o imperecedera y universales como la música.
Podemos librarnos del amor –añade– de dos maneras: mediante el conocimiento de una cosa
mejor o mediante la experiencia de que la cosa amada, a la que antes se creía grande y magnifica,
trae consigo muchas consecuencias funestas.
Las opiniones del pesimista Schopenhauer, siglo y medio atrás, no carecen de vigencia no
obstante su crudeza: El amor... es el más poderoso y el más activo de todos los resortes... que
tiene una influencia perturbadora sobre los más importantes asuntos; que interrumpe a todas
horas las ocupaciones más serias; que a veces hace cometer tonterías a los más grandes
ingenios... que rompe las relaciones más preciosas, quiebra los vínculos más sólidos; que hace del
hombre honrado un hombre sin honor, del fiel un traidor”... Ahora bien, su explicación es más
áspera: “¿Por qué esos esfuerzos, esos arrebatos, esas ansiedades, esas miserias? Pues no se trata
más que de una cosa muy sencilla: sólo se trata de que cada macho se ayunte con su hembra.”
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En marcado contraste conceptual, para el filósofo y teólogo Martín Buber, “en el amor, la
relación YoTú supone una experiencia plena de la otra persona” y se diferencia de la empatía en
que el amor es algo más que un Yo tratando de relacionarse con un otro. Si uno se relaciona
verdaderamente con el otro, debe tratar de escucharlo de verdad; debe renunciar a los estereotipos
y prejuicios y dejar que el otro nos influya con sus respuestas. Por tanto, el modelo básico de la
experiencia YoTú es el diálogo, a través del cual, ya sea hablado o silenciado “cada uno de los
participantes está pendiente del otro en su ser particular, y se dirige a él con la intención de
establecer una relación viva y mutua”
Escribe Erich Fromm que el amor auténtico (o productivo, como lo llama) implica interesarse por
una persona, trabajar por ella, conocerla, respetarla, sentirse responsable por su vida y su
realización; la soledad y la sexualidad, sostiene, fomentan la capacidad o la necesidad de
enamorarse. “Amor es la penetración activa de la otra persona... en el acto de fusión conozco al
otro, me conozco a mí mismo”. El amor inmaduro afirma: “te amo porque te necesito”; pero el
maduro dice:” te necesito porque te amo”. Este amor maduro implica preocupación,
responsabilidad, respeto y conocimiento. Amar, en consecuencia, significa preocuparse
activamente por la vida y el desarrollo del otro.
La vida sin amor –escribe el pensador colombiano Andrés Holguín– no es digna de ser vivida.
Infortunadamente, hay muchos seres humanos que, por falta de sensibilidad o de erotismo o por
exceso de egoísmo o de rencores acumulados, se enclaustran dentro de ellos mismos y se niegan
a abrirse a la más renovadora de todas la vivencias humanas. El amor –continúa Holguín– es una
fuerza que mueve a un ser hacia el otro y, a nivel humano, un impulso eminentemente selectivo,
el intento de comprensión y compenetración de los dos seres comprometidos en el acto erótico.
Victor Frankl entiende el amor como la vivencia de otro ser humano en toda su peculiaridad y
singularidad. Escribe que el amor es ese acto espiritual que nos permite captar a otra persona
humana en su esencia íntima, en su modo de ser concreto, en su unicidad, en su realidad única;
mas no sólo en su esencia y en su modo peculiar de ser, sino también en ese su valor para
nosotros ... El amor personal tiene que absorber y adueñarse del instinto sexual de la persona
espiritual, hacer de ella algo personal.
Y para terminar este viaje filosófico, mencionemos una reflexión no necesariamente falsa por su
dureza, la del filósofo existencialista trágico, J. P. Sartre, para quien “el amor es una tentativa de
seres diferentes para posesionarse de la libertad del otro ser, de apropiárselo para sí, de
esclavizárselo”.
Los psicólogos, por su parte, son un poco más concretos. El sabio italiano Marco Marchesan
sostiene que la humildad y el altruismo constituyen los pilares y la expresión de la existencia del
auténtico amor. Síntomas de sus contrarios –egoísmo y orgullo– son, entre otros: imponer los
propios criterios, no saber escuchar, considerar como tonterías las necesidades del otro, exigir ser
amado sin dar amor.
Abraham Maslow diferencia el amor deficiente (deficiency love) del amor genuino (being love).
En el amor deficiente la relación con el otro se establece por su utilidad, es egoísta. En el amor
genuino o de desarrollo se trata de un amor menos dependiente, menos necesitado de elogios y
tiene la capacidad de ver al otro como un ser íntegro, complejo y único; en este caso los
miembros de la pareja son más independientes entre sí, más autónomos, menos celosos e
inseguros, menos demandantes y más altruistas; en otras palabras, se caracteriza por “aceptarse
totalmente y comprenderse profundamente los dos seres”.
Walter Riso propone tres subtipos de amor, análogos a la teoría de Sternberg: más emocional,
más biológico y más racional. Destaca acertadamente algunos mitos sobre el amor: primero, que
el amor es único y absoluto; segundo, que es dicha y placer, es para siempre, es excluyente, y el
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amor todo lo puede. La realidad continúa parece mostrarnos otra cosa: “la naturaleza del amor
es conflictiva (felicidad relativa), el amor se acaba (si no lo trabajan se atrofia), se puede amar
más de una persona a la vez (no es totalmente excluyente) y el amor puede desertar ante
condiciones adversas (solidaridad relativa). Así, además de las diferencias cualitativas del amor
entre familiares, una persona también puede cultivar amores heterosexuales distintos y
simultáneos. El “amor” de un ser humano no parece estar depositado en un recipiente capaz de
agotarse; más bien, podemos imaginarlo como un huerto, donde pueden brotar simultáneamente
amores en intensidades y formas diferentes según las circunstancias de cada uno. Sin embargo,
cuanto más restringido es el objeto del amor, tanto más intenso es. Como escribió Ortega y
Gassett, el amor generalizado, el amor universal, no pasa de ser una palabra vacía o una fantasía.
Tal vez la descripción más sensata y ajustada de lo que debe ser el amor, es la propuesta por la
psicología humanista, liderada por Carl Rogers y Abraham Maslow: el amor adulto maduro y
libre presenta las siguientes características:
1. La relación con el otro es generosa y desprendida; no busca como objetivo la alabanza, ni el
desahogo sexual, ni el poder, ni el dinero.
2. Conocerse y experimentarse con la mayor plenitud posible; uno se extiende en el otro y lo
reconoce como un ser sensible y distinto que también ha construido un mundo a su alrededor y,
por tanto, no le podemos imponer el propio.
3. El amor maduro brota de la propia riqueza, no de la propia pobreza; del desarrollo, no de la
necesidad. Uno no ama porque necesita que el otro exista para que le sirva de complemento o
para escapar de la soledad abrumadora.
4. El amor es recíproco; en la medida en que uno se acerca realmente al otro, uno se modifica y
hace su propia vida más intensa: se hacen más que dos.
5. El amor maduro tiene sus grandes recompensas. Uno se modifica, se enriquece, se realiza y ve
atenuada su soledad existencial. Amando, uno recibe amor, pero estas recompensas sólo brotan
del amor verdadero; en palabras de Frankl: “las recompensas se dan, pero no pueden
perseguirse”.
En el mejor libro que conozco sobre sexualidad humana, escrito por el finado médico colombiano
Helí Alzate, leemos que “El amor o afecto –la diferencia es meramente cuantitativa es una
manifestación emocional placentera que hace que el individuo sea atraído o trate de
compenetrarse con otro ser humano”.
Para concluir, hay numerosas variedades de amor: amistoso, parental, fraternal, romántico y
pasional; los dos últimos construyen la relación de pareja. Lo romántico es de naturaleza
emocional mientras que lo pasional es más físico. Ambos aspectos parecen tener raíces
biológicas, genéticas por cuanto poseen valor de supervivencia al garantizar la procreación y el
cuidado de la cría y, desde luego, están condicionados la sociedad, la cultura y la historia.
También, el amor humano puede ser –como de hecho suele ser pluriobjetal, y por eso amamos
a diferentes personas; también puede ser unidireccional (cuando marcha en un sola dirección: yo
amo a x, así x no me ame a mí) o bidireccional cuando es correspondido.
Finalmente, permítanme una ultima digresión conceptual: Todas las consideraciones en este
ensayo se aplican a parejas hetero u homosexuales, pero en lo tocante al matrimonio, soy de la
opinión de que el concepto de matrimonio no cabe dentro de la relación homosexual; sería estirar
demasiado el significado de la palabra “matrimonio”, como se ha entendido siempre: una
institución social, de carácter jurídico y/o sacramental, consistente en la unión de hombre y mujer
para establecer una comunidad económica y sexual, con intenciones de estabilidad y ligada a la
posibilidad de para formar familia, célula de la sociedad y garantía de supervivencia de nuestra
especie.
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Un par de amigos, una persona y su mascota, pueden sostener relaciones amorosas y duraderas,
pero no constituyen familia, y por eso no se les ocurre organizarse en matrimonios, como sí
podría hacerlo una comuna hippie. Las relaciones permanentes entre homosexuales son de vieja
data y bien pueden tener efectos económicojurídicos; pero conferirle estatus matrimonial a lo
que no puede constituir una familia, es abusar del derecho y del lenguaje. Las uniones sui géneris
son cualquier cosa, menos un matrimonio. Pero como la gramática no puede imponerse a los
hechos actuales sino adaptarse a ellos, mi propuesta a este actual debate es semántico: distinguir
entre casamiento (contrato de vida en común homo o heterosexual con efectos legales
económicos) y matrimonio: casamiento heterosexual destinado a crear y educar familia mediante
la procreación o, en su defecto, la adopción.
3. LA EXPERIENCIA AMOROSA
En suma, la palabra “amor” se aplica con mayor propiedad a relaciones humanas de
parejas adultas, por la madurez, libertad y eventual reciprocidad que implica la relación. El
amor humano de pareja suele iniciarse con una atracción (que obedece a cualquiera entre un
sinnúmero de factores, generalmente superficiales) que puede conducir al enamoramiento: un
impulso interno motivado por factores externos que nos mueve hacia otra persona, nos obliga a
pensar ella, desear su contacto, compartirlo todo; genera angustia en la inseguridad; deforma el
sentido crítico por cuanto tendemos a idealizarla, a minimizar sus defectos y a maximizar sus
virtudes. El más claro síntoma del enamoramiento lo da la respuesta a la pregunta ¿qué defectos
tiene el ser a quien ama? Si responde “ninguno”, el caso es intenso, por no decir, grave. Como
explicaremos más adelante, el estado del enamoramiento es tan satisfactorio que no dudamos en
revivirlo cuando surge un nuevo impulso, no obstante las “palizas” sufridas. El punto de
equilibrio psicológico en el enamoramiento se da cuando uno disfruta intensamente la presencia
real o virtual del otro, pero no sufre en igual intensidad su ausencia.
No es nuestro propósito analizar la compleja dinámica que se presenta al iniciar una vivencia
amorosa, el enamoramiento. A este respecto puede afirmarse que cada caso es un idiofenómeno,
es decir, un evento único e irrepetible, tanto que no ha sido posible clasificar en una tipología las
infinitas formas de entablar relaciones. Más aún, lo frecuente es que dos personas se enamoren
antes de conocerse, y que una vez estén emocionalmente ligadas, descubran que sus diferencias
de carácter y de valores hacen imposible una relación continua placentera y realizadora. Nuestro
análisis partirá de la existencia de una relación amorosa establecida y de sus manifestaciones
conductuales.
Enamorarse y establecer una relación amorosa implican entregar un poco del propio Yo al otro;
es una elección, que al igual que cualquier otra elección, compromete la libertad personal. Quien
renuncia a vivir el amor de pareja suele hacerlo por colocar en su escala de valores la libertad por
encima de la compañía, aunque en éste último caso a menudo intervienen otros aspectos
psicológicos como el egocentrismo, la autosuficiencia, la timidez, etc. Pero tampoco el amor de
pareja parece indispensable para la realización personal. Jesús, Buda, Gandhi, Sócrates,
Beethoven dan buenos testimonios de ello. Quedan, desde luego, grandes interrogantes sobre los
cuales se siguen escribiendo miles de paginas, como, ¿Por qué algunos amores perduran mientras
que otros se extinguen, a veces sin dejar rastro? ¿Cómo es posible amar a otro por sí mismo y no
por lo que nos proporciona? ¿Cuáles son los componentes fundamentales de la experiencia
amorosa? ¿Qué factores deben tenerse en cuenta para comprender una problemática amorosa? …
Cada uno de estos interrogantes ha suscitado multitud de respuestas literarias, pero un tratamiento
teórico que permita explicar la experiencia amorosa es infrecuente en la literatura filosófica y
psicológica. Intentemos acercarnos a ellos.
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El enamoramiento bidireccional, o compartido anhela eternizar los instantes, convierte lo
cotidiano en trascendental, genera conversaciones imaginarias… en una frase, tiende a convertir
los “yos” en “nosotros”, o mejor, en pareja: una unidad donde cada uno transfiere parte de su
derecho al otro, le permite entrar en su vida, se toman decisiones vitales juntos, se renuncia a
decidir asuntos compartidos de manera unilateral, se es más feliz dando que recibiendo, se
brindan apoyo para compartir bienestar y momentos difíciles, se presentan ante los demás como
dos y pueden llegar a ser “mucho más que dos”. El enamoramiento y el amor de pareja
compartidos es tal vez la vivencia más satisfactoria de la vida, tanto que nos mueve a
comprometer la existencia personal, a repetirlos y a enfrentar los más duros desafíos. Casos
como los de Marco Antonio y Cleopatra, el rey Eduardo V de Inglaterra y la señora Simpson,
Abelardo y Eloisa, Romeo y Julieta, el príncipe Carlos y Camila Parker, son ya paradigmas de la
fuerza de esta vivencia humana. Por otra parte, el enamoramiento no correspondido
unidireccional desajusta la personalidad ocasionando desde el insomnio hasta la amenaza de
suicidio.
La experiencia del amor humano romántico de pareja es intensa, inefable, incluso tan
irracionalizable, que el lenguaje se queda corto para describirla; sólo los poetas parecen capaces
de acercarse linguísticamente a ella y comunicar con palabras esas vivencias subjetivas, pero
siempre de manera limitada, pues con sus innumerables formas, modalidades, facetas, el “amor”
no se deja encerrar en ninguna definición, ni en los más completos análisis ni en las descripciones
más hermosas. Mas que un concepto, el amor es una vivencia, quizás la más compleja, bella,
intensa y variada de todas las vivencias humanas, que no puede definirse, sino compartirse, y más
con el lenguaje noverbal que con las palabras.
Cuando la pareja en amor pleno comparte la sensación de seguridad, la relación se colma de
confianza, crea un estado de permanente bienestar, una asociación casi simbiótica, por cuanto dos
seres diferentes se unen de tal manera que ambos extraen todo el provecho de la vida en común
(una investigación psicológica demostró que el dolor moral o mejor, psíquico más intenso que
puede sufrir un ser humano es la viudez no deseada).
Pareciera irreverente que algo tan íntimo y bello pudiese ser susceptible de tratamiento científico
que se ocupe de la existencia, intensidad, factores y dinámica del amor mediante la observación
de conductas, cuestionarios y escalas de actitudes. Pero la ciencia también tiene derecho de tratar
de entender con sus métodos todos los aspectos de la naturaleza y del hombre, incluido el amor,
con la ventaja de que la verdadera ciencia siempre acepta la posibilidad de estar equivocada, o de
que otras teorías superen las anteriores. Resulta incluso paradójico e inexplicable constatar el
descuido de los sistemas psicológicos hasta los años 80, de esta dimensión vital que, a menudo,
se convierte en el eje central de la conducta individual o de la problemática psicológica, donde el
único marco de referencia del psicólogo para juzgar situaciones personales o ajenas, lo
constituyen las propias experiencias, dichosas o trágicas, corriendo el riesgo de proyectar sus
limitadas vivencias en los demás.
4. COMPONENTES ESTRUCTURALES DEL AMOR
Según la Teoría Triangular del Amor de Robert Sternberg, la vivencia amorosa se entiende en
términos de tres pares de factores, que pueden representarse como los vértices de un triángulo:
compañía–intimidad
emoción–pasión decisión–compromiso
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El primer componente, compañíaintimidad, es el sentimiento de simpatía, de necesidad de
presencia física en la relación amorosa. El segundo componente, emotivo–pasional surge de la
motivación psicofisiológica y de la excitación, de impulsos que conducen al acercamiento, a la
participación del espacio físico, al romance, a la relación sexual. La decisión–compromiso se
refiere a la decisión personal de asumir la relación, de aceptar que uno ama a otro, y al
compromiso, tácito o por mutuo acuerdo, de conservar ese amor hacia el futuro, evitando
situaciones que puedan alterarlo. Desde el punto de vista psicológico, el primer componente actúa
en la esfera social de la personalidad; el segundo, en la motivacional y el tercero en la cognitiva.
Y en términos cotidianos, podemos decir que uno es el aspecto cálido; el segundo, el caliente, y
el tercero, el frío. ¿Cuáles son las manifestaciones objetivas de estos componentes?
El segundo componente, emoción–pasión, puede describirse como el intenso anhelo de estar con
el otro, de unirse a él, emoción ésta que interactúa con la intimidad en las relaciones románticas,
por cuanto que la intimidad favorece la pasión, y la satisfacción sexual estimula la comunicación
íntima. Este componente se expresa mediante:
a) Mirarse
b) Acercarse
c) Tomarse las manos, acariciarse
d) Abrazarse (contrectación y amplexación)
e) Despertar el deseo con el mero roce
f) Besarse
g) Fascinarse ante la desnudez
f) Hacer el amor (no simplemente copular)
En la emociónpasión vale destacar un aspecto del dimorfismo sexual señalado por Helí Alzate:
“Desafortunadamente –escribe hay un aspecto emocional que sí es desventajoso para la mujer.
Nos referimos a la importancia tan grande que tiene para ella el sentimiento afectivo en las
actividades sexuales, y que la hacen particularmente vulnerable a la manipulación de dicho
componente, por parte de los hombres, en las relaciones interpersonales… Aunque el hombre es
capaz de experimentar sentimientos afectivos, incluso muy intensos, el motivo fundamental que
lo lleva a buscar el sexo femenino es el de saciar la libido; por el contrario, el interés primordial
de la mujer en la relación sexual es afectivo, y la satisfacción del deseo erótico ocupa un lugar
secundario, todo lo cual es conocido por el hombre”… De ahí la repetida escena del donjuán que
hace a la mujer promesas de amor eterno y le pide, como muestra de reciprocidad, que lo
satisfaga sexualmente. Ella, muy ingenua, cae, y el varón, una vez saciado su apetito libidinoso,
declara indigna a la mujer, por no haber permanecido impermeable a sus deseos –como era de
esperarse y la abandona. Cale añadir que estas líneas las escribió Alzate hace 25 años, porque,
según he observado, con la educación sexual y los mayores grado de movilidad, las jóvenes de
hoy descubren y expresan su eroticidad tan rápido como los hombres y muchas de ellas al margen
del romanticismo.
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El tercer componente aparece en dos momentos temporalmente diferentes: uno, a corto plazo, que
es la decisión personal de aceptar el amor de otro y de corresponderle; y el segundo, a largo
plazo, que es el compromiso de mantener la relación amorosa, tratando de limar asperezas y de
no favorecer situaciones u otras relaciones capaces de ponerla en crisis. Sin embargo, estos dos
aspectos no aparecen siempre en una relación, pues la decisión de amar a otro no implica
necesariamente el compromiso de conservar el amor. La decisión precede al compromiso, tanto
lógica como cronológicamente, excepto en los matrimonios impuestos o arreglados, propios de
algunas culturas o situaciones comprometedoras. A este respecto, la institución matrimonial
existente en las sociedades organizadas, representa la legalización del compromiso de la decisión
de amar a otra persona a lo largo de la vida. Algunas manifestaciones conductuales son:
a) Promesas
b) Participación activa en la vida y en las decisiones del otro
c) Predilección por compartir con la pareja tiempos libres
d) Evitar situaciones de “peligro”
e) Fidelidad física
f) Fidelidad emocional
g) Conservar la relación en épocas difíciles
h) Compromiso
i) Unión
j) Matrimonio
k) Esperanza de amor vitalicio
La importancia de este componente cerebral en la relación amorosa es de crucial importancia e
influencia en la vida de la pareja. En efecto, en toda relación amorosa surgen inevitablemente
altas y bajas, y es en éstas últimas donde el factor compromiso constituye el soporte de la
relación pues gracias a él se afrontan los conflictos y las crisis sin disolver el vínculo afectivo o
pasional. En otras palabras, el amor a largo plazo se conserva tanto por el gusto que proporciona
la relación, como por la convicción de que es importante mantenerla. Veamos: cuando una
persona tiene comprometida su vida afectiva y satisface diversas necesidades con ella, termina en
cierta manera habituado, y entonces fácilmente surge la necesidad de explorar nuevas relaciones;
puede encontrar a otra persona de quien tiende a enamorarse, pero gracias a su compromiso
puede controlar el crecimiento de esos nuevos sentimientos, y evitar que se convierta en un
auténtico romance que, a la postre, le genere más problemas que satisfacciones; en este caso, la
decisión de continuar la nueva relación no implica necesariamente el compromiso de conservarla,
lo que generalmente no entiende, o no acepta, la persona afectada, el otro o la otra, según el caso.
En situaciones de esta naturaleza, tan frecuentes hoy y responsables de tantas separaciones, es
preciso que la pareja estable analice hasta dónde llega la decisión o el compromiso mutuo y
ajeno, y así entender qué tan crítica o no es la nueva situación.
La presencia (+) o ausencia (–) de estos factores en diferentes tipos de relaciones amorosas,
puede visualizarse en el siguiente cuadro de R. Sternberg.
.ausencia de amor
.amistad +
.amor a primera vista +
.amor romántico + +
.amor “vacío” +
.amor de compañía + +
.amor carnal + +
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.amor pleno + + +
5. EVOLUCIÓN DEL AMOR
En cuanto al componente emotivo–pasional, cuando crece rápidamente en intensidad, con igual
rapidez decrece; y cuando crece lentamente, el ritmo de descenso es igualmente menor. En una
relación estable típica, después de alcanzar el punto más alto, la curva baja y se estabiliza en un
nivel habitual de excitabilidad, comparable al estado de habituación hacia algunas sustancias
(cigarrillos, café, alcohol... depende del veneno escogido): se necesita de la sustancia –en este
caso, del otro– para prevenir el malestar, el sentimiento de soledad o de depresión que surgiría en
la ausencia, así la presencia no cause una alegría proporcional.
La evolución del compromiso depende del éxito o del fracaso experimentado en la relación; si se
inicia con intenciones de conservarla, este factor asciende lentamente, luego crece en intensidad
y, cuando la relación es exitosa, se estabiliza; de lo contrario, cuando la relación no resulta
gratificante, el compromiso cae; aunque, como hemos dicho antes, la curva es quebrada, no
suave, pues siempre se alternan períodos de compromiso con los de crisis, como descubrió
Sternberg. El amor vacío –cuando sólo sobrevive el compromiso de conservar la relación puede
conservarse indefinidamente por razones de economía psicológica, por cuanto el gasto y la
inversión para conocer al otro ha sido demasiado como para darlo por terminado… a menos que
alguno haya encontrado un sustituto que justifique el rompimiento.
6. CONFLICTOS
No es arriesgado afirmar que donde hay más de un ser humano compartiendo un espacio, un
tiempo o unas metas, la aparición de conflictos en diferentes grados y consecuencias es
inevitable, porque la naturaleza nos ha hecho distintos unos de otros; surgen por diferentes
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interpretaciones de los hechos, por otorgarle distinta importancia a los sucesos o por proponer
métodos diferentes para resolver los problemas comunes. Y lo peor y frecuente es la situación
retroalimentadora de propiciar conflictos “por bobadas”, los cuales merman el amor entre ambos,
y los sensibilizan para discutir por nuevas minucias de la vida en común. Más aún, si damos un
ligero vistazo a la historia evolutiva de un ser humano, encontramos que más o menos cada siete
años se estructura una transformación en su personalidad, de tal manera que es muy probable que
la persona de quien nos enamoramos locamente tiempo atrás, en pocos años evolucione hacia otra
muy diferente de la que conocimos, o que nosotros mismos hubiésemos cambiado al punto de
convertirnos en extraños para el otro.
Inevitablemente, en la relación amorosa con el transcurso del tiempo los tres componentes
mencionados sufren cambios de intensidad o de rumbo en cada individuo creando situaciones
conflictivas, responsables de intensos dolores morales y de desajustes psicológicos. En primer
lugar, el predominio relativo de los tres factores (necesidad de compañía, de erotismo, de
compromiso) suelen variar con el tiempo en las dos personas involucradas, e incluso en tal grado
que la relación se descompensa o se mantiene en un estado semicrítico constante. Por ejemplo,
mientras uno busca satisfacer la necesidad de compañía, la otra parte exige pasión, o una puede
anhelar el compromiso aunque a la otra sólo le interese la simple decisión.
El componente pasional es el más difícil de sostener a largo plazo, por cuanto que es el menos
controlable a nivel consciente, más proclive a la monotonía y susceptible a la intromisión de
problemitas cotidianos en la alcoba. Además, la “apertura sexual” iniciada desde los años 60 ha
conducido a que más hombres y mujeres de hoy revaloricen su función erótica y, por llamarlo de
alguna manera, sus derechos orgásmicos; y como el matrimonio o la unión permanente no
extirpan el gusto por el sexo opuesto, las oportunidades de lograr satisfacciones eróticas no
suelen ahora desaprovecharse, en el hombre especialmente por la pulsión fisiológica, y en la
mujer por la curiosidad, y la excitabilidad estética y romántica que la impulsan al devaneo. La
sobreoferta de moteles es buena prueba de lo dicho. Así se abren fracturas en el compromiso de
fidelidad sexual física, que se convierten en conflictos según la importancia que el otro miembro
le otorgue al hecho de que su pareja copule con otra persona. Para unos “eso se lava y queda lo
mismo” (como en los clubes de intercambio de parejas); para otros es el rompimiento irreparable
de un cristal, que jamás volverá a ser el mismo una vez se peguen sus pedazos. El problema no
está pues en el hecho de la infidelidad física, sino en el significado o importancia que se le
otorga al hecho, y en la paridad respecto a los derechos de actividad extraconyugal, porque en
nuestro medio el hombre se cree con derecho para jugar en otro terreno, pero no concibe que la
mujer lo haga, y en los tiempos actuales ellas “no comen cuento” (antes, como la mujer del
César, “no sólo debían ser dignas sino parecerlo”, para garantizar la eventual paternidad del
propio compañero). Por lo tanto, esta posibilidad de conflicto debe tratarse y decidirse de común
acuerdo antes de que aparezcan los casos y se destruya lo que bien vale la pena conservar.
Durante viajes o ausencias prolongadas, períodos vacacionales, de soledad, o al cambiar de
hábitat, la necesidad de compañía o de relación sexual promueve el interés romántico hacia otra
persona que aparezca “de la nada” y llene tales necesidades.
Cuando al objeto del amor que proporciona insustituibles satisfacciones de compañía y de pasión
se unen sentimientos de inseguridad o de posesión irracional, irrumpen los celos, los “malditos
celos” o temor de perder o de compartir el ser amado; si los celos pasan del mero temor a la
obsesión, se debilita estructuralmente la relación. Igualmente, una vivencia emotivo–pasional
sobreintensa sin compromiso produce ansiedad permanente, por el temor de perder al objeto del
amor; y con fuerte compromiso, puede generar un apego semejante al que producen las drogas,
de tal suerte (¡o mala suerte! ) que cuando se es abandonado por el amante a quien se creía ligado
y comprometido, aparecen en forma masiva efectos psicológicos devastadores como irritabilidad,
pérdida de apetito, depresión, incapacidad para concentrarse, e incluso hasta la pérdida del
sentido de otros valores.
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Por el contrario, la compañíaintimidad y el compromiso suelen conservarse mas fácilmente y, a
la postre, son más determinantes para conservar la relación en medio de los conflictos. Al
respecto, escribió en 1953 Alfred Kinsey –el padre de la sexología moderna que “no parece
existir otro factor más importante para el mantenimiento del vínculo matrimonial que la
determinación o la voluntad de no disolverlo. Cuando tal determinación existe realmente en
ambos cónyuges, las diferencias que puedan surgir se pasan por alto y las de orden menor se
miran desde perspectivas que favorezcan el mantenimiento la unión. Allí donde esa voluntad
falte, las desavenencias más triviales puede adquirir magnitudes antojadizas para justificar la
disolución de un matrimonio” (p. 11). Y luego añade que “los factores sexuales están entre
aquellos capaces de contribuir a la felicidad o infelicidad, al mantenimiento o la disolución de
hogares y matrimonios. Cuando existen intereses sexuales comunes a ambos, o alguna
comprensión mutua de la preferencias recíprocas, la pareja puede llegar a una unión afectiva que
trasciende todo otro tipo de relación humana. Cuando la pareja goza de relaciones sexuales
mutuamente satisfactorias, puede encontrar la rutina hogareña menos irritante y aceptarla como
hecho natural de la convivencia”…Más cuando las relaciones sexuales no son parejamente
satisfactorias para las cónyuges, la desavenencia y la agria rebelión es capaz de invadir no sólo el
lecho matrimonial, sino todos los demás aspectos del matrimonio”.
En general, la monotonía y el estancamiento son los principales enemigos de la intimidad, al
igual que del pasional; es preciso, por tanto, sugerir algunas alternativas de cambio y variación
para que la relación crezca con sus protagonistas: nuevos intereses, cambios en hábitos de
conducta vacaciones mutuas o separadas; otras maneras (menos costosas) de romper la
monotonía son:
–Acariciar
–Tomar de la mano
–Sonreír
–Elogiar
–Besar
–Regalar algún detalle
–Escuchar
–Imprimirle ternura a la relación sexual
–Dar buenas sorpresas
–Divertirse juntos y con nuevas amistades
–Respetar la necesidad de soledad del otro
–Comentar sucesos diarios
–Valorarse
–Saber presentar excusas y reconocer errores
–No guardar rencores...
–Analizar periódicamente las necesidades que les satisface el estar juntos
–Proponer novedades
Si la pareja quiere continuar a pesar de las crisis, debe maximizar las ventajas o la felicidad que
engendra su relación estable. Gráficamente podemos visualizar relaciones desajustadas
superponiendo dos triángulos correspondientes a la pareja, donde cada uno de ellos exprese en
tamaño la intensidad de la vivencia amorosa, y en la amplitud los ángulos la predominancia de
uno u otro factor.
No pretendemos que estos elementos (intimidad, pasión, compromiso) sean los únicos presentes
en una experiencia tan compleja como la del amor, resultante de impulsos trasmitidos
genéticamente y del no menos complejo aprendizaje social, pero sí creemos que están acordes
con la psicología descriptiva y resultan útiles para comprender el fenómeno psicológico del amor,
su dinámica en las relaciones de pareja, permiten que cada uno trascienda los estrechos límites de
su experiencia individual y se comprenda mejor esta experiencia tan compleja, que en situaciones
de conflicto puede agotar los instantes y hasta la existencia. Pero, desde luego, además de
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conocer la intensidad de cada factor, una pareja puede profundizar sobre el estado de su relación
analizando otras variables no menos importantes, y calificándolas, por ejemplo, entre 1 y 9; de
esta manera, en lugar de entablar discusiones interminables, sabrán hallar los puntos de conflicto,
y resolverlos si quieren salvar la relación.
a) satisfacción en la relación ()
b) qué tan exitosa ha sido la relación ()
c) qué tan cercanos están en este momento ()
d) exclusividad de la relación ()
e) grado en que uno se siente todavía enamorado del otro ()
f) grado en que la relación satisface las propias necesidades amorosas ()
g) grado en que uno califica el compromiso del otro con la relación ()
h) grado de comunicación en la relación ()
i) grado en que uno cree que llena las expectativas del otro ()
j) grado en que el otro llena las expectativas propias ()
k) grado en que uno estima vivir el amor ideal ()
l) grado de compromiso personal con la relación ()
g) predicción de la duración de la relación (en días, meses o años) ()
Al comparar los resultados se obtiene un cuadro del estado de la relación (excelente, bueno,
problemático, deficiente, malo). Aunque se puede diseñar un modelo matemático que nos lleve
de lo cuantitativo a lo cualitativo, no lo considero indispensable por cuanto que le daría cierta
dosis de artificialidad al proceso. En una comparación de grado las partes verán, de entrada, qué
tan dispares están y cuáles son los aspectos más críticos que deben profundizar, la posibilidad de
fortalecer la relación, de optimizarla, de resolver los conflictos, o de sugerir una separación
racional, amistosa, temporal o definitiva. Así el orientador familiar, y la pareja, tendrán la mejor
descripción del estado de la relación, y de esta manera, podrán proponerse acciones o decisiones,
que teniendo en cuenta, desde luego, los demás factores psicológicos y sociales que contribuyen a
la realización personal de quienes conforman la pareja, pues si la vida sin amor no merece ser
vivida, la vida en desamor es una muerte en vida.
En síntesis, la congruencia de los tres elementos en una pareja garantiza relaciones más
satisfactorias que conducen a uniones o matrimonios más exitosos. El cada vez más extendido
fenómeno del divorcio y la crisis de la sociedad familiar actual, se explica psicológicamente por
los desajustes en los tres componentes, frutos, entre otras causas, de la inmadurez en el momento
del compromiso, de los sutiles cambios de personalidad de los individuos, que en el tiempo pasan
de ser cuantitativos a cualitativos, y de las nuevas situaciones ambientales que afrontan, muy
diferentes de las que dieron origen al romanticismo y al compromiso. Por eso, cuando una pareja
entra en crisis, pero quiere salvar la relación, es preciso analizar la evolución de los tres factores
en el tiempo pasado, y estimular cambios de actitudes que favorezcan en el presente y en el
futuro inmediato, la congruencia entre ellos.
7. CRISIS
Los problemas de amor provocan las crisis existenciales más intensas. Cuando el amor marcha
bien se vive una confianza serena y plena entre las partes, donde la mera presencia silenciosa del
otro es suficiente para crear un sentimiento de relajación y satisfacción. Ese estado, que se
experimenta con mayor intensidad al comienzo del enamoramiento, es tan gratificante que una
vez aseguradas la necesidades básicas, irrumpe en el ser humano adulto.
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–cansancio de uno o ambos,
cada vez más frecuente intolerancia y valoración negativa del otro,
dificultades de comunicación sincera y total,
–gritos, irrespetos, agresión,
–inconveniencia,
–cambios drásticos de personalidad (de religión, valores, actitudes, etc.)
–ausencia del deseo,
–insatisfacción,
–monotonía,
–entromisión de un tercero, etc. Sería imposible clasificar las crisis de separación, pues son tantas
cuantos casos, y van desde la mutua y pacifica disolución hasta la crisis existencial más
insufrible.
Quien toma la decisión de separarse generalmente queda en mejor posición emocional que el otro
pues, si lo hace, se entiende que ya no requiere ni de la compañía, del afecto o la pasión del
compañero, quien se ve entonces enfrentando una crisis inesperada, a menos que hubiera estado
cultivando por su lado la misma decisión.
El problema psicológico insoportable, aparentemente eterno y visceralmente doloroso, lo sufre
quien ha cultivado una relación de adicción o necesidad psicofísica con el otro, y quiere
conservar la relación cuando su pareja está decidida a terminarla –o ya se alejó–; sobreviene
entonces en el afectado un sentimiento de soledad pues la presencia del otro estaba asociada
condicionada a cuantos lugares compartían, y una crisis profunda, íntima, cuya intensidad
dependerá del grado de adicción o dependencia que traía con el ser amado.
Esta adicción suele acentuarse más en uno de los tres factores mencionados: la compañía, la
pasión o el compromiso. El enamorado adicto no puede tolerar ni siquiera en el pensamiento la
ausencia física del otro, el fin del contacto erótico, o reconocer que ya nadie está comprometido
con él. Terminar una relación amorosa cuando aún se está apegado al otro, es una situación difícil
que invita a rediseñar la vida. El cancionero popular y los poetas son pródigos en versos que
describen la amargura del despecho del ser humano afectado por esta situación que “nubla la
razón sin permitir pensar” y que cree incapaz de superar. ¿Qué puede hacer?
Cuando una persona está adicta a otra que se va –o que se quiere ir– le angustian tres
interrogantes: seré capaz de reponerme..., sabré afrontar la soledad que me espera..., podré
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encontrar un nuevo amor... La respuesta es simple: sí, aunque, como insistimos, requiere
paciencia y conciencia.
En primer lugar, ha de aceptar, como premisa fundamental, que nadie está obligado a amar a
otro, y que mendigar amor atenta contra la dignidad personal. Dos personas no tienen porqué
vibrar al unísono toda la vida; cada cual trae su historia y así sus líneas vitales se hubieran
encontrado y unido en un trayecto del espaciotiempo (pues no somos sino líneas en el espacio
tiempo), eso no garantiza su convergencia a largo plazo. La armonía total, la promesa del amor
eterno, el mito de la media naranja o del alma gemela no son más que ficciones románticas o
presiones religiosas. Incluso una buena relación empieza a deteriorarse cuando se le exigen al
otro muestras de amor que él es incapaz de brindar, y creando de esta manera expectativas
irrealizables, fuentes de conflictos reales e imaginarios. Vivimos, como dice Altha Horner, una
era liberacionista y narcisista, donde cada quien intenta salvar, con poder o con dulzura, su propio
estilo para su mejor bienestar; de ahí que no se dé, como “ahora tiempos” el amor por pura
convicción, y quien quiere partir, y puede hacerlo, simplemente se va.
Es preciso entonces admitir el estado infantil que hemos adoptado respecto al otro. La adicción,
además, es la fuente principal de celos, inseguridad y depresión que invaden la conciencia incluso
al contemplar la posibilidad de su ausencia temporal o definitiva. Luego, descubra los
mecanismos mediante los cuales alimentaba su adicción: trataba de dominar, de volverse
necesario, era servil, débil, celoso, controlador, dependiente, chantajista (¿si me deja, me mato! o
lo ...), estaba cerrado a otras alternativas para invertir su tiempo y sus sentimientos?
El adicción conduce a amoldarse al otro, no por amor sino por temor de perderlo, a dejar de ser
uno mismo, a perder el self. Si los esfuerzos para restaurar la relación adictiva han resultado
fallidos, no se engañe interpretando leves signos del otro (una caricia, una llamada, por ejemplo)
como señales de que todo volverá a la normalidad, ni se culpe preguntándose qué hizo mal.
Aténgase a los hechos, no a sus ilusiones. Una vez haya aceptado que se trataba de una
transferencia en la edad adulta del amor infantil, debe tomar conciencia de que esa persona no es
la única del planeta, que usted sigue siendo un ser completo sin ella, como lo era antes de
conocerla.
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Como escribe Spinoza, las heridas ocasionadas por su ausencia sanarán con el tiempo y con el
redescubrimiento de sí mismo, de otras amistades con nuevos valores, y en lugar de apegarse a
una ilusión, entienda que ha adquirido libertad para abrirse a nuevos espacios afectivos.
Conviene, al estilo de los economistas, hacer un análisis de costo–beneficio de la relación que
concluye, sopesando, entre otros, los siguientes indicadores:
satisfacción emocional,
comunicación,
compañerismo,
sexualidad,
soporte afectivo,
crecimiento personal,
confianza,
respeto,
deseo de compartir tiempos libres, etc.
Descubrirá sin duda que alto era el precio pagado para conservar una relación a la postre
insatisfactoria que le impedía realizarse plenamente. Una relación amorosa tiene sentido si es
mutua y si nos hace estar y sentir mejores, no peores.
Revise su historia amorosa y encontrará que esta crisis actual en breve será parte de su pasado,
como lo son otras. Recupere y fomente amistades que atenuarán su soledad, comparta vida y
valores con otros, controle el impulso a la adicción, a depender de otro, y cuidado con cambiar su
adicción afectiva por otras adicciones peores, como el alcohol, la droga, la comida o la
promiscuidad. Aprenda de la experiencia y controle su tendencia a la adicción. Si siente que anda
con el cordón umbilical en la mano mirando dónde enchufarlo...visite al psicoterapeuta, pero
tampoco se conecte con él. El tiempo hará el resto.
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