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Mito de Atalanta

Uno de los mitos griegos cortos protagonizado por una mujer exitosa es el siguiente.

Atalanta era una joven cazadora con una agilidad prodigiosa, conocida por ser la corredora más veloz de su tiempo,
que decidió consagrarse y permanecer virgen, sin casarse.

Fragmento de “Atalanta” por John William Godward


A pesar de su empeño, no dejaban de aparecer pretendientes que pedían su mano. Para evitarlos puso en marcha
un plan que consistía en lo siguiente: el único hombre con el que se casaría sería aquel que lograra vencerla en una
carrera. Todo aquel que lo intentase, pero perdiera, sería ejecutado.

Aunque Atalanta estaba convencida de que estas premisas alejarían a los molestos jóvenes interesados en ella, estos
no se acobardaron y para su tristeza, pues en realidad era una persona sensible, mantenían su promesa y perdían la
vida al intentar ganarla.

Un día un grupo de temerarios pretendientes decidieron probar suerte y eligieron a un muchado, Hipómenes, como
juez de la carrera. El chico se preguntaba por qué esos hombres tan valerosos estaban dispuestos a morir por
conseguir la mano de una chica. Todas sus dudas se disiparon cuando sus ojos se posaron en Atalanta: quedó
impresionado ante su belleza. Se parecía a Hebe, diosa de la salud de la juventud y sirviente de los dioses durante sus
banquetes.

A la señal de salida los pretendientes y Atalanta empezaron a correr. Al salir a toda velocidad, Atalanta le pareció a
Hipómenes como una deliciosa brisa, capaz de ser brutal y a la vez tierna.

Atalanta demostró una vez más que su fama tenía fundamento, dejando pronto a los hombres atrás. Ganó la carrera
y los pretendientes fueron alejados del lugar, para encarar su destino. Fue entonces cuando Hipómenes, quien como
recordarás había sido el juez de la carrera, pidió intentar lograr la mano de Atalanta.

Atalanta escuchó su ruego y sintió una profunda tristeza, pues era un muchacho demasiado joven, amable y bien
parecido. Si por ella hubiera sido, le hubiera dejado ganar para salvarlo de la muerte. No obstante, los espectadores
la presionaron para prepararse para vencer a Hipómenes y ella había hecho una promesa.
Mientras tanto, el joven se encomendaba a Afrodita pidiéndole que le otorgara velocidad. Afrodita que ya había
usado sus artes para enamorar a Hipómenes de Atalanta, se acercó al chico sin ser vista y le entregó tres manzanas
de oro y le ofreció consejo.

Fragmento de “Las Perlas de Afrodita” por Herbert James Draper (1907)


Sonó la señal de salida y ambos empezaron la carrera. Corrían a una velocidad inimaginable y aunque muchos
vitoreaban a Hipómenes impresionados por su fuerza de voluntad, este pronto empezó a sufrir los efectos de la
fatiga. Atalanta lo adelantó. Hipómenes desesperado, hizo rodar una de las manzanas de Afrodita, que llamó la
atención de Atalanta. Ella recogió el objeto, presa de la curiosidad. Hipómenes tomó aire y corrió, adelantando a la
muchacha que pronto volvió a colocarse casi a su altura. Él volvió a dejar caer una manzana y ella como hipnotizada
se detuvo a recogerla: ¿quién podía pasar de largo ante una maravilla como esa fruta dorada? Hipómenes ya podía
ver la meta, pero la joven volvía a estar prácticamente a su altura. El corazón de Hipómenes parecía estar al límite.

Atalanta e Hipómenes” por Jacobo Jordaens


El muchacho volvió a encomendarse a la diosa del amor y la belleza y tiró al suelo su última manzana. Atalanta vio el
destello y hubiera proseguido la carrera, de no ser porque Afrodita hizo que girara la cabeza y le inyectó un deseo
imperioso de tener la fruta entre sus manos. En contra de su voluntad, Atalanta se detuvo a recoger la manzana al
tiempo que Hipómenes cruzaba la meta.

El muchacho no podía creer su suerte, sería el esposo de Atalanta. La joven por su parte sintió alegría de ver salvada
la vida del chico y de poder pasar su vida con alguien tan valiente. Además, llegado ese momento, tras haber sido
perseguida durante tanto tiempo, había perdido un poco el gusto por acechar y cazar animales.

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