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La muerte de Sócrates por Jacques-Louis David, (1787). Pintura del Neoclasicismo. Museo
Metropolitano de Arte de Nueva York, Estados Unidos.
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Para lograr este propósito la filosofía debe utilizar un sistema teórico coherente y lógico
que explique el mundo de la manera más amplia posible. Esta explicación a todo lo que existe
tiene que lograr justificar la vida del hombre como tal, de manera que le permita adoptar una
cierta actitud. El propio objeto central de la filosofía es difícil de definir y comprender. Se trata
del Ser. El Ser expresa lo más general que puede decirse de una cosa, sea cual sea, real, posible
o concebible.
Abordar el tema del ser es una de las más complejas que se encuentra en filosofía. Se distinguen
dos usos del término "ser": un uso como verbo y otro como sustantivo. En la historia de la
filosofía ha prevalecido su consideración como sustantivo, como nombre abstracto, adquiriendo
un valor existencial absoluto. En este contexto, se le considera que el ser (en singular) remite a
"lo que es", a cualquier realidad individual a la que llamamos ente, y a la que se considera un
"ser", independientemente de que su existencia sea o no física, material; pero también se puede
considerar que remite a lo que hace que una cosa sea, es decir, al elemento común que comparten
todas las cosas que son, de las que decimos que "tienen ser", y en este sentido consideramos al
ser como el fundamento último de la realidad.
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entonces éste será el Ser infinito. Si se va más allá de Aristóteles, hay que decir que la primera
distinción es la que hay entre el ser absoluto y el ser creado. El ser creado es recibido
(participado), no es autosuficiente. Si es recibido, es originado y mantiene con el Origen una
relación de dependencia actual.
El problema de Dios
Es el caso más notorio de prueba a priori; deduce la existencia de Dios de la idea que el hombre
tiene de Él. No va del ser de las criaturas al creador, sino al contrario: de la esencia de Dios
pretende deducir su existencia. Formulado por san Anselmo de Canterbury (1033-1109) en su
libro Proslogion, el cual ha tenido muchos partidarios, entre ellos Descartes y Leibniz. Se
expone así: todos saben lo que quiere decir el nombre «Dios», a saber, el ser mayor posible,
(aquel mayor el cual no es posible pensar otro). Pero existir en el pensamiento y en la realidad
es mayor que existir solo en el pensamiento. Por tanto, Dios existe en la realidad y no solo en el
pensamiento; si no, le faltaría la perfección de existir y no sería el ser mayor que se puede pensar.
- Infinitud: el infinito no tiene límites. Dado que Dios es infinito, ¿no deberá ser
también infinito el mundo, ya que el efecto revela el ser de la causa? Debe
responderse negativamente, de lo contrario se confundiría a Dios con el mundo.
- Inmensidad: Dios está en todas las cosas y en todos los lugares, sin ser «medido»
por ellos. Se dice por eso que es omnipresente y ubícuo. Su presencia está en todas
partes y, como inmaterial, no está sujeta al espacio. La inmensidad divina explica su
omnipresencia: está en las cosas sin ser limitado por ellas.
- Inmutabilidad: Dios es acto puro, esto es, sin potencialidad, por tanto es inmutable
en absoluto; no está sujeto a ninguna variación, a diferencia de las cosas del mundo.
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Dios es inmutable pues no sufre mudanza, no tiene principio, sino que es el Principio,
ni cambia, ni puede tener final.
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Posiblemente nunca llegará el hombre a resolver el problema del hombre. Un saber plenario
sobre el hombre supone la facultad de crearlo, y la verdad es que no hemos creado al hombre,
sino que nos encontramos siendo hombres, permeados de humanidad, y sin habernos dado el
ser. Que nos quede, al menos, la satisfacción de plantear los problemas y trazar las directrices,
con cierto rigor y pulcritud.
No es una gratuita y vana curiosidad la que nos lleva a conocer la estructura del hombre,
sino un movimiento vital que busca su más íntima contextura. ¿Cómo explicar que el hombre se
sitúe frente a la naturaleza, si su ser estuviese implicado en la evolución material del cosmos? Al
decir lo que las cosas son, ¿no escapa el hombre, en cierto modo, al flujo temporal? ¿Qué sentido
tiene el descubrimiento de la verdad? ¿Podremos llegar por la interioridad a la trascendencia?
¿Qué es el hombre, en definitiva? Si somos materia, ¿por qué pretendemos evadirnos de las leyes
materiales? Si somos personas espirituales, ¿por qué sentimos gravitar sobre nosotros el peso
material y la duración temporal? ¿Cómo se unen el espíritu y el organismo para integrar el
compuesto humano? ¿Desaparece a la muerte del individuo el elemento espiritual que reside en
él? ¿Cuál es el sentido de mi vida y cuál es el sentido de la historia?
Toda esta problemática surge por la conciencia de inestabilidad del destino. El impulso
religioso hacia Dios no es sino la tendencia de nuestro ser a completarse, a enraizarse. Porque el
no salvar la contingencia, el no superar de algún modo, la finitud, es lo que jamás, a ningún
precio, podrá aceptar nuestro afán de plenitud subsistencial.
Como el hombre no solo tiene conflictos, sino que ya de por sí es un conflicto por su
naturaleza dual: alma y cuerpo, bruto y ángel, tiempo y eternidad, nada prehistórica y destino
absoluto, una filosofía del hombre tiene que ser, en este sentido, dualista. La pareja angustia-
esperanza es inescindible (para calificar los derechos humanos, recogidos en la Declaración
Universal de Derechos Humanos). Esta pareja psicológica corresponde a esta otra pareja
ontológica: desamparo metafísico-plenitud subsistencial. La coexistencia de estos momentos en
la vida humana es orgánica y forma una unidad contrapuntual. Los vaivenes de la vida se deben
al predominio del sentimiento de nuestro desamparo ontológico o al predominio del
presentimiento de nuestra plenitud subsistencial. Somos los humanos una misteriosa amalgama
de nada y de eternidad, de biología (determinismo del cuerpo) y espíritu (libertad del alma).
Como animales somos bestias frustradas, animales enfermos de axiotropía (cualidad de
invariabilidad de su naturaleza).
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lograda es siempre relativa y está amenazada por el desamparo. Pero, a su vez, el desamparo se
ve corregido, amparado en parte, por el afán de plenitud subsistencial que se proyecta con toda
su intención significativa.
Amamos lo ordenado, lo perfecto, pese a las diarias discordancias de nuestro ser y del
mundo que nos rodea. Estamos ordenándonos y ordenando nuestro mundo, porque la vida nos
deshace a cada rato nuestras construcciones. Hay un elemento imprevisible, que no podemos
eludir, suficiente para quebrantar todos nuestros cálculos. Sin embargo, nuestro esfuerzo por
trascender la incertidumbre nunca es del todo vencido.
A veces quisiéramos ser plenamente animales -por ejemplo, en el aspecto sexual- y otras
ocasiones quisiéramos vencer el lastre del cuerpo y llegar a espiritualizarnos integralmente. Pero
la dialéctica de nuestra situación humana nos impide proyectarnos hacia cualquiera de estos dos
polos. Estamos forzados por naturaleza -cosa ontológica- a vivir en tensión metafísica. Y esta
tensión puede adoptar caracteres trágicos. Ese afán de plenitud subsistencial, esa nostalgia hacia
Dios, es hondamente significativa. En consecuencia, nuestra decisión vital descansa en nuestra
razón moral, y toda decisión implica peligro. Conscientes de nuestra más profunda peligrosidad,
caemos en la cuenta, no obstante, de que la vida nos ha dado, como precioso regalo natural, la
esperanza. Nos descubrimos, en el más íntimo núcleo de nuestro ser, como desamparados, como
carentes, como indigentes, y como plenitud incumplida, pero, a la vez, tenemos la esperanza de
llegar a ser la plenitud que no somos.
Para conocer al hombre partimos de una posición realista metódica. Tenemos la certeza
de que antes de la verdad sobre el hombre existe el verdadero hombre; antes de la adecuación
del juicio y de lo real humano, se da la adecuación vivida del entendimiento mismo con la
realidad humana. Y esta adecuación del entendimiento con la realidad humana es lo que le
capacita para concebir su esencia. La percepción de una existencia que me es dada en sí misma
-y no primariamente en orden a mí mismo- está antes que cualquier otra cosa. A cada esfera de
lo real le debe corresponder un especial conocimiento de lo real. Tomar otro camino es
envolverse en una serie confusa de contradicciones internas. Lo cierto es que el único deber es
ponerse de acuerdo con nosotros mismos y con la realidad humana.
El hombre no es cosa, es espíritu y, como espíritu, mide el tiempo sin ser medido por él;
hace del tiempo un instrumento de la experiencia espiritual frente a los valores y a la verdad.
«Una filosofía que no sea profundización en la vida espiritual -ha dicho Sciacca en otro de sus
libros- no es filosofía sino ejercicio lógico vano y vacío». Pues la filosofía - experiencia vital
racionalizada- es fundamentalmente humana, aun cuando no se esté estudiando antropología.
Porque «el problema primero -al menos lógicamente- de la investigación filosófica es
precisamente el problema del hombre, el problema que cada uno de nosotros es para sí mismo:
¿Qué soy yo? ¿Para qué estoy yo en el mundo? ¿Cuál es mi destino?». En este sentido, se dice
que la filosofía, si verdaderamente lo es, es un compromiso vital.
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La GNR es la fusión entre genética, nanotecnología y robótica teniendo en cuenta que para su
construcción trabajamos a escala nanométrica manipulando átomos (un nanómetro es la mil
millonésima parte de un metro). En opinión de Nicolás García, estos robots pueden ser
artificiales en tanto son robots pero, a su vez, naturales en tanto comparten las propiedades de
la vida. La nanotecnología parece presagiar las intuiciones de artistas y pensadores
postmodernos donde la simulación de lo real y lo real tiende a confundir sus fronteras. El propio
Jean Baudrillard afirmaba que: «Es la generación, mediante modelos, de un real que no tiene
origen ni realidad: es hiperreal. Anteriormente, a finales del XIX, un autor no excesivamente
conocido, Samuel Butler1 denuncia en una línea de juego las tendencias de la tecnología:
No es de extrañar que las máquinas, curiosamente, sean concebidas como una especie de
ser vivo que se deja esclavizar para dominar más férreamente. Por todo ello, si Descartes aporta
una concepción mecanicista del cuerpo y de los entes biológicos, Butler, por el contrario, sugiere
una interpretación biológica de los entes mecánicos y artificiales. Esta noción, como veremos, es
precursora de la nanotecnología.
Una característica de los nanorobots es su interacción con el mundo real. Esta es la línea de
investigación más actual de la IA y, como señala R. A. Brooks, no puede haber genuina
inteligencia artificial, si asimismo no es vida artificial, es decir, cumple las exigencias
comentadas anteriormente. En consecuencia, para R. A. Brooks no hay conciencia si no hay
cuerpo, ya sea natural o artificial que la sienta y, para ello, es pertinente un equipamiento
sensorial y motor que interaccione con el medio para absorber energía y autorepararse, hecho
que no ejecutan las inteligencias artificiales de hoy día.
H. Putnam analiza la metáfora del cerebro introducido en una cuba, brainin-a-vat, como
sinónimo del estado funcional donde puede encontrarse un cerebro aislado de cualquier
estímulo externo. Desde la perspectiva de R.A. Brooks, dicho cerebro podría poseer inteligencia
pero carecería de mente o en términos funcionales, de un interfaz programático que vinculara el
exterior y el interior. De ahí que, a juicio de este autor, la presencia o ausencia de conciencia no
dependería tanto del hardware inicial, sino de su situación en un mundo real, lo que define
Brooks como situación en un contexto, así como la incardinación en un cuerpo, aunque éste
tenga un origen artificial. Desde esta perspectiva, un ser humano y el T-1 del film Terminator
dispondrían de mente, en cambio, un cerebro aislado en una cuba y un ordenador personal
carecerían de ella. Desde otra perspectiva contraria, Peter Lloyd sugiere que puede haber seres
conscientes enormemente estúpidos, como un insecto o un cangrejo y ordenadores muy
inteligentes, pero sin conciencia. La inteligencia no implica la conciencia ni viceversa.
1
Butler, S. (1999). Erewhom un mundo sin máquinas, Barcelona: Abraxas. La edición original data de 1872.
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Supongamos que conocemos la estructura y las funciones del cerebro como ordenador
biológico y podemos clonar células neuronales con la estructura funcional del lóbulo frontal o
extraemos una porción de cerebro que podemos mantener con vida sumergido en un fluido vital.
Dicho ordenador biológico nos ayuda a procesar información y resolver problemas. Lo hemos
obtenido por ingeniería genética a partir del cultivo de células de un ser excepcionalmente
inteligente cuya lucidez no nos ha abandonado del todo al estar presente en la estructura de su
córtex original ¿Podríamos decir que tiene conciencia este ordenador? En opinión de R. A.
Brooks, un cerebro sin conexiones con el mundo exterior vive en un limbo que no podemos
denominar consciente.2
De otro lado, al operar con una muestra incompleta de nuestro cerebro y carecer de los
centros procesadores más primitivos como el hipotálamo, la amígdala, la hipófisis, etc., este
cerebro clonado adolecería del centro procesador emocional que nos caracteriza por nuestro
comportamiento instintivo heredado de los reptiles. Asimismo, al no poseer el cerebro
mamífero, también estaría privado de las emociones gregarias, jerárquicas y territoriales de los
vivíparos, como sugiere A. Damasio. Da la impresión que nuestro ordenador biológico
procesaría información, resolvería problemas inteligentemente, pero no sería consciente. La
conciencia actúa probablemente como sistema operativo innato, como Human Windows
Operation System, que interrelaciona todos los núcleos parciales, sensoriales y los capacita para
el nuevo aprendizaje de programas o algoritmos útiles para la supervivencia.
Desde esta perspectiva, el ser humano es más artificial de lo que parece. Este hecho lo
acerca al mundo artificial en la medida en que la cultura es una prótesis de Inteligencia artificial
que impregna todo nuestro cerebro, no como hardware, sino como software que reconexiona
todo el cableado de nuestro cerebro. Por otra parte, las IA en sentido estricto, robots y
ordenadores, carecen de conciencia por una insuficiente arquitectura que no los aproxima
siquiera a los insectos.
La IA carece de las nociones de conciencia porque solo hemos diseñado modelos incompletos de
cerebros humanos, con una arquitectura insuficiente, o usando una terminología de Claude
Levy-Strauss, con una estructura diferente. En este intento de acercamiento a la naturaleza, los
2
Brooks, R. A. (2003) Cuerpos y máquinas, de los robots humanos a los hombres robots, trad. De Guillermo Solana, Barcelona: Ediciones B.
3
Clark, A. (2003). Natural-Born-Ciborg. Minds Technologies, and the Future of Human Intelligence, New York: Oxford University Press.
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robots que emulan la vida artificial son dotados, no de programación compleja como Deep
Thought con una arquitectura descendente donde la sabiduría del programador aporta
conocimientos para resolver los problemas atendiendo a una base de datos. Por el contrario su
conducta se sustenta en unas directrices básicas que actúan como instintos a través de una
arquitectura ascendente.
Más allá de la analogía, B. Mazlish sostiene que la tecnología artificial no es más que una
prolongación de la tecnología biológica que, al fin y al cabo, es en realidad una maquinaria muy
compleja, lo que supone invertir el paradigma mecanicista. De hecho, el programa de
autoclonación de los virus informáticos funciona como una máquina de Von Neumann: invaden
un sistema, toman elementos prestados y se multiplican a costa de su huésped. En este aspecto,
el virus informático actúa de forma semejante a un aminoácido o a un ser vivo y, no en vano,
definimos a tal programa autoclonante virus, conteniendo el programa informático
características comunes similares al ser biológico. Las diferencias, quizás, estriban en que uno
se desarrolla sobre un substrato material, real, y el otro solo es información virtual comunicable
que pulula en un ciberespacio inaprensible y que, a priori, parece indigente de cierto grado de
realidad ontológica. Sin embargo, parece que la nanotecnología está dispuesta a superar esta
frontera entre información y mundo real. Este obstáculo parece superable.
La nanotecnología está siguiendo el camino de las redes neurales y el conexionismo para diseñar
microscópicos pero potentes ordenadores de computación que quizás usemos periféricamente o
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internamente. Esta concepción fue sugerida al diseñar una IA que sigue el paradigma de nuestro
cerebro. McCulloch-Pitts trata la neurona como una caja negra con dos umbrales. La aportación
de este autor es la superación del prejuicio que impedía la consideración de poder emular o
imitar el funcionamiento de las neuronas con un procedimiento eléctrico.
Una red nerviosa puede ser descrita como un esquema electrónico. Por tanto, la
simulación de una red similar a la neuronal tendría que producir efectos similares a la de la red
original. La IA en los sistemas perceptivos serán equivalentes en la medida que refleje las redes
originales básicas, pero para ello habría que darle un catálogo de instrucciones desde un enfoque
ascendente. Esto es un error, como ha sugerido R. A Brooks, si no se tiene en cuenta el cuerpo la
red neuronal no funciona pues no está situada en un contexto real.
4
Resnick, M., (1994). “Turtles, Termites and Traffic Jam: Explorations in Massively Parallel Microworld”, en MIT Press, Mass: Cambridge Press
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REFERENCIAS
https://www.youtube.com/watch?v=5nz7Q6YXo-o
HABLEMOS DE LA FILOSOFIA
https://slideplayer.es/slide/10570873/release/woothee
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ACTIVIDADES SESIÓN 3
CUADRO COMPARATIVO
Problema del Problema del
Problema del ser Problema de Dios
conocimiento hombre
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2. Realice un esquema de llaves donde resuma las ideas primarias, secundarias y terciarias que
le dan sustento al tema: El nuevo paradigma filosófico de la inteligencia artificial por Sergio
Jiménez Cruz.
Ideas 1:
Ideas 2:
Ideas 3:
El nuevo
paradigma
filosófico de la
inteligencia
artificial
Ideas 4:
Ideas 5:
Ideas 6:
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