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1
:
Subjetividad
e
Ipseidad
Dasein
trabaja
en
el
cómo
de
su
ser-‐ahora.
Roberto
tiene
treinta
años.
Desde
hace
diez
años
ha
estado
en
trabajos
extraños,
incluyendo
animador
de
centro
vacacional,
instructor
de
sky
y
de
salto.
Ha
viajado
mucho,
ha
tenido
muchos
romances
y
ha
buscado
con
pasión
realizar
uno
de
sus
sueños
de
juventud.
Roberto
quería
ser
piloto.
Para
conseguir
este
objetivo
estudió
mucho,
adquirió
licencias
de
piloto,
se
fue
a
vivir
a
diferentes
países,
gastó
mucho
dinero.
Sin
embargo
hasta
hoy
día,
a
pesar
de
haber
completado
su
entrenamiento,
y
a
pesar
de
haber
recibido
promesas
y
garantías
de
varias
compañías,
todavía
no
tiene
un
trabajo.
Esto,
en
su
opinión,
es
lo
que
lo
ha
llevado
a
buscar
ayuda.
De
hecho,
siente
que
su
vida
no
tiene
sentido,
que
no
lo
motiva
nada
y
que
es
incapaz
de
tomar
la
iniciativa
en
lo
que
sea,
incluso
en
las
cosas
simples.
Se
queda
encerrado
todo
el
día
en
su
casa.
En
realidad,
al
reconstruir
el
origen
del
actual
problema
de
Roberto,
el
inicio
de
su
malestar
aparece
relacionado
cerca
del
final
de
una
relación
amorosa
con
una
mujer:
Sara,
la
joven
con
la
que
estaba
viviendo,
desapareció
de
repente
de
la
vida
de
Roberto.
Él
la
conoció
dos
años
atrás
en
una
discoteca.
Antes
de
que
se
sintiera
como
se
siente
ahora
–
cansado
y
aburrido
de
su
existencia,
decepcionado
por
el
hecho
de
no
poder
encontrar
trabajo,
sufriendo
por
una
vida
llena
de
periodos
de
vacío,
en
los
cuales
si
único
problema
era
cómo
terminar
el
día.
Sara
tiene
veintitrés
años
y
trabaja
en
un
bar.
Cuando
Roberto
la
vio
por
primera
vez
quedó
pasmado
con
su
belleza
física:
sus
ojos
verdes,
su
linda
figura,
su
pelo
rubio
–
un
conjunto
de
características
que
calzaban
con
su
imaginación.
Sólo
la
había
visto
un
poco
y
ya
se
había
enamorado.
Desde
esa
noche
sólo
le
preocupaba
como
volver
a
verla.
Trató
de
conocer
a
gente
que
la
conociera
a
ella,
se
acercó
a
sus
amigos,
habló
con
el
dueño
de
la
discoteca
para
obtener
información
de
ella,
regresó
al
lugar
para
verla
–
hasta
que
se
las
arregló
para
preparar
una
cena
a
la
que
la
invitó
con
amigos
en
común.
Tal
como
la
película
que
Roberto
se
había
construido
en
su
imaginación,
desde
esa
noche
los
encuentros
se
volvieron
más
frecuentes
e
intensos.
Sin
embargo,
algo
pasa
que
desmorona
las
expectativas
de
Roberto.
Mientras
los
dos
se
iban
involucrando
más,
Roberto
empieza
a
experimentar
un
creciente
sentido
de
ansiedad
y
malestar;
encuentra
es
que
incapaz
de
hablarle
de
su
vida,
y
siente
que
ella
no
está
cerca
de
él.
Quizá
es
la
diferencia
de
edad,
a
lo
mejor
es
porque
están
en
periodos
distintos
de
madurez,
o
probablemente
es
porque
tienen
diferente
sensibilidad.
Esta
distancia,
que
es
un
signo
de
que
la
intimidad
entre
los
dos
es
imposible,
acaba
con
sus
esperanzas.
El
cuerpo
que
lo
atraía
como
un
imán
no
posee
las
cualidades
que
el
desea
en
una
mujer.
A
pesar
de
esto,
la
invita
a
que
vivan
juntos.
Después
de
todo,
a
pesar
de
la
distancia
entre
ellas,
ella
es
hermosa,
atenta
a
sus
necesidades,
rápida
para
leerle
el
pensamiento
y
anticiparse
a
sus
deseos.
Y
lo
que
es
más,
él
que
ya
no
tiene
la
fuerza
para
vivir
solo,
callado
en
su
pieza,
en
una
dolorosa
condición
de
total
pérdida
de
significado,
que
es
lo
que
experimenta
a
diario.
Desde
que
conoció
a
Sara,
esos
días
destruidos
por
el
vacío
han
desaparecido.
Sara
se
las
arregló
para
mantenerlo
lejos
del
precipicio
de
la
soledad
buscándolo
constantemente
para
salir.
Este
es
el
efecto
más
importante
que
la
chica
le
ha
provocado
en
su
vida,
y
es
la
razón
por
la
que
le
ha
pedido
que
vivan
juntos.
Cuando
Sara
entró
al
mundo
de
Roberto,
él
ya
había
sido
un
“hombre
a
control
remoto”
por
años,
un
hombre
que
gastaba
sus
días
haciendo
zapping
en
la
televisión,
jugando
PlayStation
o
estando
en
el
computador.
Así,
para
Sara,
irse
a
vivir
con
Roberto
significaba
subirse
a
este
balancín,
moviéndose
de
una
escena
a
otra,
cambiando
según
sus
expectativas,
pero
al
mismo
tiempo
camuflándose
a
sí
misma
en
la
vida
diaria
de
Roberto.
El
único
intervalo
entre
el
cambio
de
escenas
era
un
rápido
viaje
a
los
centros
comerciales
para
perderse
entre
la
multitud,
para
comprar
algún
objeto
inservible…
y
así,
día
tras
día.
Después
de
unos
pocos
meses
ella
dejó
el
trabajo
en
la
discoteca.
Cada
segundo
del
día
de
su
vida
era
absorbido
por
Roberto
y
llegó
a
ser
indistinguible
respecto
de
él;
mientras
que
Roberto
navegaba
a
través
de
sus
espacios
tecnológicos
ella
se
concentraba
en
él,
eliminando
cualquier
posibilidad
de
vacío
que
pudiera
ocurrir.
Gradualmente,
incluso
esos
escapes
al
centro
comercial
se
volvieron
más
raros,
como
la
relación
sexual;
ella
se
volvió
ceniza,
él
la
observó
desvaneciéndose.
Esto
fue
un
año
después
que
la
relación
empezó.
De
repente
ella
se
volvió
menos
atenta,
“menos
devota”,
en
sus
propias
palabras.
En
otras
palabras,
Sara
comenzó
a
vivir
sin
estar
exclusivamente
sintonizada
a
la
vida
de
Roberto.
Uno
de
sus
antiguos
amigos
apareció,
luego
ella
tímidamente
salió
por
primera
vez,
casi
como
sintiéndose
culpable
de
cometer
un
crimen,
saliendo
a
comer
pizza,
luego
al
cine,
a
la
discoteca…
entonces
sus
ausencias
se
hicieron
más
frecuentes.
Ella
se
vuelve
menos
considerada
y
cuando
sale,
él
la
observa
salir,
preocupado,
temeroso
de
perderla,
aterrorizado
de
que
ella
se
vaya.
El
vacío
reaparece
en
el
horizonte.
Roberto
intenta
detener
la
hemorragia
de
significado
causada
por
el
abandono
de
Sara
de
todas
las
maneras
posibles.
Intenta
engañarla:
le
compra
regalos
caros;
luego
vienen
las
promesas,
los
argumentos,
las
peleas.
Siente
que
Sara
está
a
punto
de
dejarlo.
Sus
periodos
de
ausencia
se
han
vuelto
más
extensos
hasta
que
un
día
ella
desaparece
sin
decirle
una
palabra.
Roberto
cae
en
el
abismo.
“No
quería
existir
más,
no
podía
sentirme
más”.
Su
sentido
de
identidad
se
disolvía
en
el
aire.
Por
primera
vez
en
su
vida,
se
da
cuenta
de
lo
importante
que
era
Sara
en
su
vida:
“Ella
era
mi
espejo
así
que
mientras
ella
estaba,
yo
también
lo
estaba,
entonces
se
fue
y
de
repente
yo
no
existía
más”.
Él
desaparece,
se
vuelve
nada.
1.1 De
Kant
hasta
la
cibernética
¿Cuál
es
el
origen
de
este
displacer
doloroso,
de
este
desaparece
hasta
la
nada,
de
ser
absorbido
por
el
vacío?
¿Qué
estructuras
subyacen
a
la
ordinaria
y
extraordinaria
experiencia
del
Self?
¿Cuál
es
el
origen
del
tan
llamado
sentido
de
Self?
La
mayoría
de
la
gente
pudiera
darnos
probablemente
una
respuesta
intuitiva
para
esta
pregunta.
En
el
fondo,
el
sentido
del
Self
corresponde
a
esa
experiencia
de
propiedad
e
impenetrabilidad
de
los
propios
pensamientos,
de
los
propios
diálogos
internos,
de
los
propios
estados
afectivos,
que
muchos
–
pero
no
todos
–
de
nosotros
tenemos
desde
niños.
Esta
“soledad
mental”
es
mantenida
por
una
base
constitutiva
de
nuestro
sentido
de
unicidad
personal,
de
identificación
y
de
demarcación
de
los
demás.
Es
tal
vez
esa
misma
soledad
que
Descartes
tuvo
en
mente
cuando
redefinió
los
conceptos
de
sujeto
y
subjetividad.
Últimamente,
ser
uno
mismo
significa
que
la
facultad
de
conocer
yace
dentro
del
sujeto,
en
su
cabeza,
y
el
sujeto
tiene
tal
estatus
a
fuerza
de
estar
encerrado
dentro
de
sí
mismo,
separado
y
distinto
del
mundo
y
de
los
demás.
¿No
nos
dice
el
sentido
común
la
misma
cosa?
¿No
es
verdad
cuando
decimos
“qué
está
pasando
en
tu
interior”
para
expresar
sorpresa
o
desaprobación
de
una
conducta
inesperada
o
bizarra?
Y
de
nuevo,
¿no
nos
dice
el
sentido
común
que
la
conducta
extraña
se
señala
haciendo
un
gesto
con
el
dedo
hacia
la
propia
cabeza?
“Por
qué
la
Mente
está
en
la
Cabeza”
es
el
título
de
una
de
las
lecturas
enviadas
al
Simposio
de
Hixon
en
1951,
un
hito
en
la
historia
de
la
cibernética
(McCulloch,
1965);
medio
siglo
después
la
neurociencia
moderna
sin
duda
no
ha
rechazado
la
idea
de
localizar
la
mente
en
la
cabeza
(Amodio
y
Frith,
2006).
Pero
el
caso
de
Roberto
nos
presenta
un
extraño
dilema.
Roberto
pierde
su
sentido
de
Self,
desaparece
como
persona,
cuando
Sara
lo
abandona.
Él
de
esta
manera
posee
un
sentido
discontinuo
de
Self,
el
cual
se
vuelve
existencia
sólo
a
través
de
la
presencia
de
otro
y
que
desaparece
cuando
ese
otro
desaparece.
Estar
solo
“en
la
propia
cabeza”,
dialogar
con
uno
mismo
sin
otro,
corresponden
a
la
falta
de
significado,
a
la
disolución
del
sentido
del
Self.
Naturalmente,
cuando
tratamos
con
experiencias
de
esta
naturaleza,
un
coro
de
voces
se
elevan
desde
aquellos
que
cuestionan
la
cierta
existencia
del
Self
entendido
como
un
self
guardado
en
el
individuo,
lo
que
la
modernidad
ha
reconocido
como
un
sujeto.
Una
de
las
voces
más
autorizadas
en
este
coro
es
la
de
Ken
Gergen
(1999),
quien
hace
la
siguiente
pregunta:
“¿Podemos
reinscribir
de
manera
convincente
lo
que
es
una
persona
de
modo
que
nos
movamos
de
una
premisa
individual
hacia
una
relacional?”
De
esta
manera
un
nuevo
tópico
aparece
en
la
psicología
moderna:
el
Self
como
Relación.
Una
de
las
piedras
fundantes
de
la
manera
moderna
de
conceptualizar
al
Self,
estando
encerrado
dentro
de
los
confines
de
la
propia
esfera
mental,
se
destruye.
De
un
solo
golpe
el
golfo
de
sentido
entre
el
sujeto
y
la
realidad
es
superado.
El
Self
como
un
señor
solitario
y
maestro
de
las
cogitationes
(meditaciones)
se
vuelve
público
co-‐constructor
de
significado;
su
dimensión
constitutiva
es
social,
como
los
discursos
por
medio
de
los
cuales
emerge:
Self
distribuidos
socialmente,
animados
por
emociones
construidas
socialmente.
Esta
es
la
postura
de
los
constructivistas
sociales.
El
Self
Relacional
ha
tenido
un
impacto
significativo
en
la
psicología
contemporánea
y
en
la
psicoterapia.
Este
nuevo
y
atractivo
tópico,
que
hizo
su
aparición
unas
pocas
décadas
atrás
en
una
etapa
donde
la
psicología
estaba
falta
de
ideas,
se
las
ha
arreglado
para
agrupar
varias
tendencias,
que
van
desde
el
construccionismo
al
constructivismo,
desde
la
terapia
familiar
hasta
las
narrativas,
desde
el
cognitivismo
hasta
la
psicología
budista.
La
experiencia
de
Roberto,
sin
embargo,
toca
otro
concepto
central
que
ocupa
a
los
filósofos,
neurocientíficos,
sociólogos
y
literatos:
el
problema
del
sentido
de
unidad
de
la
experiencia
humana.
Esto
es,
la
relación
entre
la
multiplicidad
de
las
acciones
y
pasiones
del
individuo
y
la
unidad
del
Self,
o
como
James
creía,
la
relación
entre
el
Self
como
conocido
(Mi)
y
el
Self
que
conocer
(Yo).
Cuando
Roberto
pasa
del
chat
al
PlayStation,
de
las
películas
a
los
centros
comerciales,
de
la
discoteca
a
la
compra
compulsiva;
cuando,
entre
los
intervalos
de
los
diferentes
contextos,
él
se
pierde
en
un
vacío
sin
significado,
cuando
se
percibe
a
sí
mismo
solamente
en
sintonía
con
una
fuente
externa
de
referencia,
el
modo
en
que
Roberto
se
percibe
a
sí
mismo
no
aparece
como
algo
atribuible
al
sentido
de
unidad
que
se
conoce
a
sí
mismo
(que
es
consiente
de
sí
mismo)
como
la
base
de
sus
propias
acciones.
Es
difícil
entender
una
experiencia
de
Self
de
esta
naturaleza
a
la
luz
del
tipo
de
subjetividad
que
el
pensamiento
moderno
concibe
como
lo
que
queda
idéntico
a
pesar
de
las
amplias
variaciones
de
la
conducta.
La
incapacidad
para
tomar
en
cuenta
el
modo
de
experimentar
la
vida
que
tiene
Roberto
está
relacionada
a
las
muchas
características
que
definen
al
Self
como
ha
sido
concebido
por
la
modernidad:
la
privacidad
del
Self
incluso
para
sí
mismo,
la
unidad
de
la
multiplicidad
de
experiencias
y
la
continuidad
del
sentido
del
Self.
Estos
aspectos,
que
son
constitutivos
del
Self
moderno,
también
corresponden
a
lo
que
dice
el
sentido
común
acerca
de
la
experiencia
en
primera
persona.
Cuando
uno
piensa
en
uno
mismo,
quién
no
diría
que
es
correcto
decir
que
sus
pensamientos
son
privados
(privacidad),
que
se
siente
siempre
él
mismo
en
las
diferentes
situaciones
con
las
que
se
encuentra
a
diario
(unidad)
y
que
siente
que
sus
experiencias
están
unidas
por
un
sentido
ininterrumpido
de
ser
él
mismo
(continuidad)?
Roberto,
por
el
contrario,
no
experimenta
su
propio
Self
como
algo
estable
en
el
tiempo.
Él
podría
decir
que
no
tiene
un
sentido
de
unidad,
una
imagen
estable
de
sí
mismo,
sino
que
de
hecho
tiene
muchas,
todas
diferentes.
Él
diría
que
no
está
seguro
si
está
pensando
o
actuando
de
un
cierto
modo
para
agradar
a
la
otra
persona
o
si
realmente
cree
lo
que
está
diciendo
o
haciendo;
estaría
con
la
duda
en
ambas
cosas,
la
autoridad
de
sus
estados
y
de
la
privacidad
de
éstos.
Él
admitiría
que
puede
sentir
y
pensar
las
cosas
que
son
todo
lo
opuesto
respecto
de
las
situación
actual,
sin
esas
diferentes
experiencias
de
Self
estando
conectadas
una
de
la
otra
de
manera
coherente.
Nuestras
preguntas
empiezan
aquí,
desde
la
práctica
clínica
con
la
gente.
Aunque
estas
preguntas
obviamente
se
viertan
en
dominios
científicos
contiguos
en
la
búsqueda
de
comparaciones,
contaminaciones,
intercambios
dialógicos,
están
sin
embargo
puestas
desde
un
punto
de
vista
psiquiátrico
y
terapéutico:
o
sea,
el
punto
de
partida
es
la
investigación
de
las
historia
de
la
gente
y
el
objetivo
final
es
hacerles
terapia.
La
búsqueda
de
una
solución
a
los
problemas
puestos
en
el
caso
de
Roberto
constituyen
el
itinerario
de
este
primer
capítulo.
El
primer
paso
será
analizar
los
orígenes
de
las
tres
características
del
Self
moderno
y
mostrar
por
qué
estos
orígenes
continúan
constituyendo
la
base
del
modo
en
que
hoy
concebimos
al
Self.
Para
entregar
un
panorama
general
de
este
primer
paso,
describiremos
un
breve
episodio
del
concepto
kantiano
de
Self,
mostrando
que
su
marco
conceptual
está
presente
en
la
teoría
de
sistemas,
las
neurociencias,
en
la
mayoría
de
las
ramas
de
la
psicología
contemporánea
y
de
la
psiquiatría.
En
particular,
analizaré
la
perspectiva
tomada
por
los
sistemas
no
lineales,
la
que
el
enfoque
de
Cloninger
al
estudio
de
la
personalidad,
y
luego
pasaré
a
revisar
los
sistemas
cerrados
adoptados
por
los
constructivistas,
concentrándome
principalmente
en
la
psicología
del
Self.
El
elemento
que
estas
diferentes
perspectivas
tienen
en
común,
desde
Kant
hasta
los
sistemas
no
lineales,
pasando
por
los
sistemas
cerrados,
es
el
mismo
modo
de
conceptualizar
al
Self:
entendido
como
una
cosa:
en
Kant
como
una
sustancia
–
una
vez
más
la
res
cogitans
de
Descartes;
en
los
cibernéticos
como
un
objeto
computacional.
Veremos
que
solamente
es
el
dominio
de
la
fenomenología
hermenéutica
el
que
propone
un
nuevo
método
para
investigar
al
Self,
o
más,
el
ser
uno
mismo.
Y
es
esta
perspectiva
la
que
nos
permitirá
descubrir
que
el
modo
clásico
de
conceptualizar
el
Self
siempre
lo
ha
hecho
implícitamente
como
una
cosa,
un
objeto,
con
características
de
objeto
y
con
la
capacidad
de
servir
como
un
objeto
en
relación
con
otros
objetos.
Este
cambio
de
mirada
nos
permitirá
comprender
el
hecho
de
que
la
continuidad
entre
Kant
y
la
cibernética
está
reforzada
por
la
comprensión
–
y
el
estudio
–
de
el
Self,
a
través
del
desarrollo
de
esas
categorías
que
son
aplicadas
a
los
objetos
que
son
producidos,
para
las
cosas.
En
el
pensamiento
moderno,
el
Self
tiene
el
estatus
ontológico
de
una
cosa
que
es
producida.
Pero
el
Self
no
puede
ser
xplicado
como
si
fuera
un
objeto
con
propiedades
como
por
ejemplo
el
peso
de
un
bolso.
Por
el
contrario,
aparece
a
través
de
posibles
modos
de
ser.
Uno
se
siente
así
o
de
otra
manera
en
una
situación
u
otra.
Adoptar
esta
visión,
que
pone
la
experiencia
del
ser
mismo
en
el
centro,
con
todo
lo
que
implica,
significa
una
nueva
pregunta:
qué
pasaría
si
consideramos
al
Self
no
como
una
cosa,
sino
como
un
“quien”.
La
segunda
parte
del
capítulo
intenta
responder
esta
pregunta.
Una
seria
revisión
de
este
tema
implica
que
el
punto
de
partida
es
el
darse
cuenta
que
el
único
fenómeno
real,
de
carne
y
hueso
al
que
tenemos
acceso
cuando
estudiamos
al
Self
es
la
experiencia
que
cada
uno
tiene
de
estar
viviendo
en
el
presente.
Los
que
distingue
la
propia
experiencia
de
ser
uno
mismo
es
cómo
se
siente
uno
ahora,
en
cada
momento.
Si
este
hecho,
este
fenómeno,
constituye
nuestro
punto
de
partida,
¿cómo
podemos
darle
sentido
a
esos
rasgos
fundamentales
que
caracterizan
al
Self
moderno
y
al
Self
del
sentido
común:
continuidad,
unidad
y
privacidad?
El
desarrollo
de
estos
tópicos
involucra
un
escrutinio
a
la
fenomenología
de
Heidegger,
sobre
toda
la
fenomenología
de
sus
primeros
años,
desde
1919
a
1929.
Nuestra
meta
es
descubrir
si
la
naturaleza
de
la
ipseidad
que
podemos
derivar
de
la
filosofía
de
Heidegger
nos
permitirá
comprender
el
dilema
que
nos
pone
Roberto.
1.2
El
sentido
del
Self
y
la
variedad
de
experiencias.
La
relación
entre
la
diversidad,
la
multiplicidad,
la
propia
experiencia
–
de
las
propias
acciones
y
sentimientos
–
y
el
simultáneo
sentido
de
que
cada
experiencia
es
percibida
como
de
uno
implica
dos
polaridades.
Por
una
parte,
algo
(el
Self
como
sujeto)
que
queda
solo
e
invariable
en
el
curso
del
tiempo:
el
sentido,
o
sea,
que
los
diferentes
eventos
de
la
vida
de
uno
le
pertenezcan
al
sujeto
que
los
experimenta:
el
Self
como
un
“conocedor”
(Yo)
de
James.
Por
otra
parte,
el
Self
como
objeto,
lo
que
corresponde
a
la
diversidad
de
las
propias
experiencias,
y
que,
por
el
contrario,
cambia
continuamente
en
relación
a
sus
interacciones
con
el
mundo
exterior
y
con
los
demás;
en
otras
palabras,
en
relación
con
las
“afecciones”:
el
Self
como
“conocido”
(Mi)
de
James.
Kanta
(1977,
1980)
une
estas
dos
polaridades
creando
una
unidad.
Concebía
al
primero,
al
Self
como
un
sujeto,
como
invariable
y
como
el
campo
unificador
de
este
último,
el
Self
como
objeto,
que
era
cambiante.
La
relación
entre
estas
dos
polaridades
del
Self
puede
ser
comparada,
desde
un
punto
de
vista
lógico-‐gramatical,
a
la
relación
entre
el
sujeto
y
el
predicado.
El
sujeto
puede
ser
visto
como
la
base
que
unifica
todos
sus
predicados.
Por
ejemplo,
podríamos
afirmar
que
Roberto
es
inteligente,
deportivo
y
esforzado.
Podríamos
decir,
usando
diferentes
palabras,
que
el
Self
único
e
invariable
consiste
en
la
combinación
de
las
múltiples
experiencias
cambiantes
a
una
unidad.
Kant
llamó
a
esta
unidad
el
“Yo-‐pienso”.
Lo
que
esto
significa
es
que
incluso
durante
la
experiencia
más
simple
posible,
por
ejemplo
mi
percepción
de
la
página
que
estoy
escribiendo
en
la
pantalla
del
computador,
no
sólo
comprendo
el
contenido
de
lo
que
estoy
percibiendo
mientras
escribo
(el
Self
como
objeto),
sino
que
“pienso”,
me
aprehendo
a
mi
mismo
con
lo
que
se
percibe
(el
Self
como
sujeto).
La
subjetividad,
entendida
como
auto-‐conciencia,
yace
en
esta
propiedad:
a
saber,
en
la
combinación
que
unifica
todas
las
experiencias
por
sí
solas.
Es
decir,
el
sujeto
es
consciente
de
su
propia
experiencia
en
las
miles
de
acciones
que
realiza
en
el
curso
de
su
existencia
diaria.
Este
sujeto
es
así
consciente
de
él
mismo
en
la
medida
en
que
se
percibe
como
que
constituye
el
fundamento,
la
base
unificadora
en
la
que
sus
múltiples
actos
se
combinan
–
siguiendo
los
determinantes
de
las
categorías.
Con
respecto
a
la
relación
entre
el
Yo
de
la
conciencia
(el
Self
como
sujeto)
y
experimentar
el
Yo
(el
Self
como
objeto),
Kant
dice
lo
siguiente:
“El
Yo
pienso
expresa
el
acto
de
determinar
mi
existencia.
La
existencia
entonces
ya
está
dada
pero
la
manera
en
que
yo
soy
para
determinarlo,
la
manera
en
que
yo
soy
para
colocar
en
mi
mismo
el
múltiple
perteneciente
de
él,
aún
no
está
dado”
(Kant,
1967).
Es
decir,
el
significado
de
mi
experiencia
está
relacionado
a
como
yo
concecto
la
multiplicidad
de
mis
experiencias.
El
yo
pienso
es
el
orden
mismo.
Este
ser
un
Yo,
que
es
idéntico
para
cada
sujeto
vivo,
es
por
lo
tanto
lo
que
queda
cuando
el
Yo
(el
Self
como
sujeto)
es
despojado
de
todos
sus
determinantes
(el
Self
como
objeto).
Si
le
sacamos
a
Roberto
su
inteligencia,
su
pasión
por
el
deporte,
lo
que
queda
es
Roberto
como
una
cosa
pensante,
una
res
cogitans.
Esto
quiere
decir
que
cuando
removemos
todos
los
predicados
del
sujeto,
cuando
purificamos
la
unidad
de
su
multiplicidad,
lo
que
queda
es
el
puro
Yo.
Pero
mientras
la
multiplicidad
de
las
propias
experiencias
puede
estar
determinadas
por
el
Yo
pienso,
este
último
no
puede
ser
determinado
de
ninguna
manera:
queda
irreconocible.
Una
asimetría
tal
en
el
corazón
de
la
identidad
es
la
aporía
que
esta
mirada
de
el
Self
nos
deja,
una
mirada
que
va
desde
la
cibernética,
incluso
sin
constituir
un
tópico
en
ese
dominio,
hasta
la
psiquiatría,
la
psicología
cognitiva
y
el
constructivismo.
1.3
Sistemas
no
lineales
y
la
construcción
del
Self
Sistemas
no
lineales
Es
interesante
y
sorprendente,
como
veremos,
descubrir
que
algunos
de
los
aspectos
de
la
concepción
que
tiene
Kant
sobre
la
subjetividad
pueden
ser
vistos
como
la
piedra
angular
de
las
ciencias
cognitivas
justo
desde
uno
de
los
dos
artículos
que
fundan
la
cibernética
de
primer
orden.
Me
refiero
a
“Un
Cálculo
Lógico
de
las
Ideas
Inmanentes
en
la
Actividad
Nerviosa”
de
Warren
McCulloch
y
Walter
Pitts
(en
MacCulloch,
1965).
Vamos
entonces
directo
al
corazón
del
asunto
citando
a
los
mismos
autores:
Por
lo
tanto,
partiendo
(a)
desde
el
estado
de
actividad
o
inactividad
de
cada
neurona
que
corresponde
respectivamente
a
los
valores
lógicos
de
verdadreo
o
falso
(0
o
1),
(b)
de
sus
conexiones
–
de
modo
que
si
dos
neuronas
tienden
a
estar
activas
juntas,
conectarse
es
facilitado,
mientras
que
el
estado
opuesto
inhibe
cualquier
conexión
(la
regla
que
gobierna
el
cambio
es
una
[Boolean]
función
de
dos
argumentos
[tales
como
‘y’
‘o’]
–
Varela
et
al.,
1991),
obtenemos
(c)
el
cerebro
es
comparable
a
una
máquina
que
opera
por
deducción.
El
espíritu
está
encarnado
en
el
mecanismo.
Partiendo
de
reglas
operacionales
básicas,
una
máquina
sería
capaz
de
ordenar
la
experiencia
concreta,
o
sea,
sería
capaz
de
‘pensar’.
Ver
también
la
Figura
1,
de
McCulloch
(1965).
La
postura
filosófica
de
McCulloch
es
audaz.
Él
ofrece
una
visión
del
cerebro
como
una
máquina
lógico-‐matemática
encarnada,
suministrando
así
las
bases
neuroanatómicas
y
neuropsicológicas
de
un
juicio
sintético
a-‐priori
(Dupuy,
1985),
es
decir,
de
un
conocimiento
que,
desde
la
mirada
de
Kant,
poseemos
a-‐priori
y
conforme
a
lo
que
cada
determinante,
cada
definición
de
la
experiencia
deba
ser.
Como
es
bien
sabido,
en
filosofía
la
tan
llamada
revolución
Copernicana
se
funda
en
los
juicios
sintéticos
a-‐
priori.
Partiendo
de
la
segunda
mitad
de
los
70’s,
a
lo
largo
del
camino
inaugurado
por
McCulloch
se
ha
desarrollado
una
nueva
perspectiva
en
relación
al
asunto
de
la
cognición:
el
punto
de
vista
de
los
sistemas
auto-‐organizados.
Del
comportamiento
de
una
sola
neurona,
la
atención
se
movió
al
análisis
de
la
coherencia
de
el
sistema
como
un
todo,
es
decir,
a
la
investigación
de
esas
estructuras
globales
que
emergen
como
resultado
de
la
cooperación
que
existe
entre
todas
las
unidades
que
consituyen
el
sistema.
Es
la
conectividad
del
sistema
lo
que
importa.
Esto
explica
el
origen
del
nombre
(neo)conexionismo
que
caracterizó
esta
rama
de
investigación,
especialmente
en
sus
primeras
etapas.
En
esta
mirada,
el
organismo
es
concebido
como
un
sistema
auto-‐organizado
que,
partiendo
de
un
estado
inicial,
se
mueve
en
una
cierta
trayectoria
de
transformación
como
resultado
de
la
cooperación
en
un
contexto
dado
entre
los
elementos
que
lo
componen
(Thelen,
2002;
Thelen
y
Smith,
1994).
En
el
curso
de
su
desarrollo,
y
relacionado
con
cada
situación
específica,
cada
sistema
se
“asentará”
en
estados
de
estabilidad
dinámica,
denominados
“atractores”,
los
que
resisten
a
las
perturbaciones
y
a
los
cuales
el
sistema
tiende
regresar
cuando
se
perturba.
Es
decir,
cada
organismo
“prefiere”
un
cierto
paisaje
de
atractores,
un
estado
espacial
coherente
alrededor
que
fluctúa
y
que
caracteriza
al
sistema.
Esta
nueva
aproximación
al
estudio
del
sistema
presenta
una
dimensión
tanto
sincrónica
como
diacrónica.
Si,
desde
la
perspectiva
del
tiempo
real,
la
conducta
del
sistema
aparece
como
resultado
de
las
dinámicas
globales
del
sistema
al
interior
del
contexto
en
el
cual
actúa,
desde
el
punto
de
vista
de
la
duración,
la
emergencia
de
nuevas
estructuras
se
consolida
por
la
tendencia
de
los
componentes
del
sistema
de
activarse
a
sí
mismos
de
una
manera
coherente.
La
conectividad
del
sistema
es
así
indivisible
de
la
historia
de
sus
transformaciones.
La
posición
que
ocupaba
el
“Yo
pienso”
en
Kant,
entendida
como
el
enlace
que
unificaba
la
amplia
variedad
de
conductas
exhibidas
por
el
sistema
(de
acuerdo
a
las
categorías),
es
tomada
por
el
mecanismo
de
ordenación.
La
construcción
del
Self
Debemos
dejar
de
lado
la
extraordinaria
historia
de
la
cibernética,
la
que
llega
hasta
el
presente
y
que
ha
traído
tremendos
cambios
en
nuestras
vidas,
en
el
sentido
de
poner
nuestra
atención
en
la
aplicación
de
la
teoría
de
sistemas
no
lineales
a
la
conceptualización
del
Self
en
la
psiquiatría.
Un
ejemplo
de
los
sistemas
dinámicos
–
o
sistemas
complejos,
o
sistemas
no
lineales
–
que
ha
tenido
gran
éxito
en
la
psiquiatría
es
el
enfoque
de
Cloninger
y
sus
colegas
en
el
estudio
de
la
personalidad
(Cloninger,
1993,
1999).
La
teoría
de
la
personalidad
de
Cloninger
afirma
que
el
Self
es
en
realidad
un
mecanismo.
Veamos
cómo.
Cloninger
y
sus
colegas
creen
que
la
personalidad
es
un
complejo
sistema
que
evoluciona
con
el
paso
del
tiempo
y
que
es
una
combinación
de
dos
elementos
constitutivos:
temperamento
y
carácter.
Estas
dos
dimensiones
constitutivas
dan
origen
a
las
respectivas
diferenciaciones
de
cuatro
rasgos
temperamentales
y
tres
rasgos
de
carácter,
los
que
pueden
ser
especificados
objetivamente
y
que
pueden
combinarse
de
manera
dinámica.
Este
enfoque
entrega
una
“tabla
de
elementos”
permitiendo
la
construcción
de
una
tipología
de
la
personalidad
y
su
psicopatología.
Los
cuatro
rasgos
del
temperamento
(“evitación
del
daño”,
“búsqueda
de
novedad”,
“dependiente
de
recompensa”
y
“Persistencia”),
correlacionan
con
cuatro
sistemas
neuronales
que
influyen
patrones
de
estímulo-‐respuesta
y
que
están
asociados
con
cuatro
diferentes
perfiles
psicobiológicos.
Cada
rasgo
está
hecho
de
componentes
específicos,
llamados
“facetas”,
los
que
refieren
a
una
predisposición
emocional
del
individuo,
es
decir,
a
las
diferencias
heredadas
que
subyacen
a
las
propias
respuestas
automáticas
ante
el
peligro,
la
novedad
y
los
tipos
de
recompensa.
Cada
rasgo
podría
heredarse
independientemente
de
los
otros
rasgos,
pero
no
de
tal
manera
como
para
ser
mutualmente
exclusivo.
Por
lo
tanto,
todas
las
combinaciones
son
posibles.
Los
tres
rasgos
del
carácter
(“auto-‐dirección”,
“cooperación”
y
“auto-‐trascendencia”),
que
tienen
que
ver
con
las
funciones
cognitivas
superiores
del
individuo,
se
heredan
en
un
menor
grado
y
están
moderadamente
influenciadas
por
el
aprendizaje
social,
la
cultura
y
la
variedad
de
los
eventos
vitales
personales.
¿Cómo
funciona
el
sistema)
El
mecanismo
está
formado
por
dos
clases,
temperamento
y
carácter,
cuyas
dimensiones
–
los
rasgos
–
actúan
en
sinergia,
estructurando
y
fortaleciendo
sus
conexiones.
Sin
embargo,
cuando
operan
de
manera
independiente,
reducen
y
debilitan
las
conexiones.
Dadas
estas
premisas,
el
desarrollo
de
la
personalidad
podría
ser
visto
como
un
sistema
dinámico
que,
partiendo
desde
la
configuración
inicial
del
temperamento,
procede
a
través
de
estados
madurativos
como
una
consecuencia
de
una
peculiar
forma
de
cooperación
entre
los
elementos
que
lo
constituyen.
El
estado
del
sistema
podría
ser
visto
momento
a
momento
como
una
tendencia
a
gravitar
alrededor
de
las
condiciones
de
la
estabilidad
dinámica
–
los
atractores.
Estos
últimos
corresponden
a
estructuras
particulares
de
las
relaciones
entre
los
rasgos
de
temperamento
y
los
rasgos
del
carácter
en
un
contexto
madurativo
dado.
Lo
que
esto
significa
es
que
cada
organismo
“prefiere”
un
cierto
mosaico
de
atractores,
una
condición
espacial
coherente
en
torno
al
cual
fluctúe
y
que
lo
caracterice.
Esto
se
aplica
no
solo
a
la
normalidad,
sino
también
a
las
condiciones
patológicas.
Por
ejemplo,
la
cronicidad
y
la
dificultad
para
tratar
el
desorden
de
personalidad
podría
deberse
al
hecho
de
que,
una
vez
que
la
personalidad
se
ha
estabilizado
en
una
cierta
configuración
dinámica,
tiende
a
mantener
esa
estabilidad,
incluso
si
no
corresponde
con
la
mejor
manera
posible
de
adaptación
para
ese
individuo.
En
la
mirada
de
Cloninger
y
de
sus
colegas,
quienes
ven
el
desarrollo
de
la
personalidad
como
un
paseo
en
un
paisaje
adaptativo
hecho
de
áreas
de
valor
adaptativo
altas
(montañas)
y
bajas
(valles),
los
estados
de
los
atractores
corresponden
a
las
montañas,
mientras
que
los
valles
corresponden
a
estados
de
gran
inestabilidad,
tanto
como
para
que
incluso
la
perturbación
más
ligera
pudiera
alejar
al
sistema
de
su
punto
de
ajuste
bajo.
Cuando
el
sistema
es
perturbado,
responderá
espontáneamente
a
restricciones
internas
o
externas
buscando
cambios
adaptativos
de
personalidad,
motivado
por
la
optimización
del
ajuste.
Cuando
se
alcanza
un
estado
de
alta
estabilidad,
este
estado
queda
virtualmente
invariable
a
menos
que
es
sistema
esté
sujeto
a
presión
externa
o
maduracional.
Para
la
estabilidad
del
sistema
para
cambiar,
el
ajuste
debe
disminuir
por
un
deslizamiento
hacia
un
valle.
Sólo
hasta
ese
punto
el
organismo
buscará
espontáneamente
una
nueva
configuración
capaz
de
encontrar
restricciones
externas
e
internas.
Por
otra
parte,
como
mencionamos
anteriormente,
la
estabilidad
misma
pudiera
ser
una
trampa,
como
es
el
caso
cuando
una
alteración
llega
a
ser
crónica:
“Dicho
tope
poco
común
corresponde
a
detenciones
en
el
desarrollo
de
la
personalidad
y
pudieran
llevar
a
que
en
la
práctica
la
búsqueda
terminara”
(Cloninger
y
Svrakic,
1999).
¿Cómo
podemos
entender
la
relación
entre
la
unidad
y
la
multiplicidad
del
Self
que
ve
Cloninger?
Quizá
la
respuesta
más
clara
yace
en
su
definición
de
personalidad.
Cloninger
y
Svrakic
(1999)
emplean
los
términos
de
Gordon
Allport
(1937)
para
definir
a
la
personalidad
como
“la
organización
dinámica,
dentro
del
individuo,
de
aquellos
sistemas
psicofísicos
que
determinan
su
ajuste
único
al
ambiente”.
Y
en
el
parágrafo
que
le
sigue,
especifican
que
por
organización
dinámica
ellos
entienden
“un
sistema
organizado
(‘unitas
multiplex’)
que
continuamente
está
evolucionando
y
cambiando”,
mientras
que
la
expresión
que
le
pidieron
prestada
a
Allport,
“dentro
del
individuo”,
significa
que
“le
personalidad
es
lo
que
yaca
detrás
de
los
actos
específicos
de
un
individuo”.
Esta
definición
se
refleja
en
la
aplicación
que
Marc
D.
Lewis
hace
de
los
principios
de
la
auto-‐organización
en
el
desarrollo
de
sistemas
dinámicos
cognitivo-‐emocionales
.
Lewis
(Lewis,
2005)
escribe:
“los
sistemas
cognitivos
analizados
como
sistemas
dinámicos
no
procesan
información
transducida
desde
el
mundo
exterior;
ellos
se
reconfiguran
para
responder
a
un
flujo
continuo
de
eventos
sensoriales”.
Así,
el
principio
unificador,
que
reúne
y
determina
la
multiplicidad
de
las
experiencias,
puede
ser
localizado
en
dinámicas
organizacionales,
en
la
actividad
real,
las
que
están
estructuradas
al
nivel
de
conexiones.
La
conectividad
del
sistema
es
el
unitas,
que
está
continuamente
reorganizado
en
relación
a
las
múltiples
experiencias.
Esta
es
la
razón
de
por
qué
Cloninger
puede
decir
que
a
la
base
de
cada
acto
yace
toda
la
unidad.
Cada
acto
está
determinado
por
la
unidad
del
sistema,
el
cual,
al
conservar
las
señales
de
las
estructuras
que
han
emergido
en
el
curso
de
su
historia,
integra
la
dimensión
de
duración
con
el
evento
que
está
ocurriendo
a
través
de
la
continua
recomposición
de
la
conectividad.
El
sistema
se
ajusta
a
sí
mismo
momento
a
momento
en
relación
a
las
restricciones
externas
e
internas.
Esto
quiere
decir
que,
cada
acto,
cada
experiencia
actual,
está
definida
por
el
principio
de
orden
que
–
como
el
Yo
pienso
de
Kant
–
determina
la
condición
presente
del
sistema,
la
diferencia
de
que
en
Kant,
esta
conexión
unificadora
no
es
un
sujeto
sino
que
un
mecanismo.
En
este
recuento,
podríamos
mencionar
lo
que
Ricoeur
dijo
del
estructuralismo:
“un
trascendentalismo
sin
un
sujeto”
(1969);
un
kantismo
sin
el
Yo
pienso.
1.4
La
organización
de
los
sistemas
vivos
y
el
constructivismo
del
Self
Pero
¿por
qué
deberíamos
sorprendernos
que
esos
aspectos
de
la
concepción
kantiana
de
la
subjetividad
constituyan
la
base
para
estas
miradas?
¿Qué
tuvo
que
ver
Kant
con
los
sistemas
dinámicos
de
auto-‐organización?
Heidegger
una
vez
dijo
que
la
cibernética
es
la
metafísica
de
la
era
atómica.
¿Qué
significa
esto?
¿Pueden
las
palabras
de
Heidegger
indicar
una
dirección,
o
son
simplemente
condenaciones
al
conocimiento
técnico
hechas
por
un
filósofo
cuya
frontera
fue
Freburgo?
Quizá
la
pista
más
significativa
para
comprender
a
cabalidad
lo
que
Dupuy
llamó
el
anatema
Heideggeriano
sea
su
notable
estudio
de
la
primera
etapa
de
la
cibernética
que
le
dio
Lettvin,
uno
de
los
colaboradores
de
McCulloch.
Hablando
del
desarrollo
intelectual
de
MacCulloch,
él
escribe:
“Se
propuso
a
sí
mismo
descubrir
cómo
funciona
el
cerebro
de
la
misma
manera
que
un
inventor
conoce
exactamente
cada
pieza
de
la
máquina
que
ha
creado.
La
clave
para
tal
conocimiento
está,
no
en
la
observación,
sino
en
la
construcción
de
modelos
que
sean
comparados
con
los
datos
disponibles…
Y
McCulloch
prefirió
correr
el
riesgo
de
fallar
en
sus
intentos
de
crear
un
cerebro,
más
que
tener
éxito
en
elaborar
una
descripción
mejorada
de
los
cerebros
existentes”
(Dupuy,
1985).
Los
cibernéticos
como
el
Demiurgo
de
Platón.
Como
el
artesano
que,
dice
el
Timaeus,
impone
una
forma
pre-‐existente
a
un
material
que
aún
no
tiene
forma.
¿Existe
un
hilo
conductor
entre
la
filosofía
antigua,
Kant
y
la
ciencia
contemporánea?
En
un
trabajo
que
está
relacionado
muy
de
cerca
con
la
investigación
desarrollada
en
Sein
und
Zeit
que
parece
ser
la
continuación
de
esta
última,
Heidegger
nos
provee
de
una
extraordinariamente
clara
respuesta.
El
rasgo
que
conecta
la
filosofía
antigua
con
la
modernidad
es
el
hecho
de
que
el
ser
de
la
conciencia
es
considerado
de
la
misma
manera
que
el
ser
de
un
objeto:
un
ens
creatum.
Es
decir,
como
una
cosa
cuyo
modo
específico
de
vivir,
su
existencia
autónoma,
le
pertenece
sobre
la
base
de
haber
sido
producido;
como
un
envase
que,
una
vez
que
ha
sido
moldeado
por
el
Demiurgo
desde
una
forma
pre-‐existente,
se
levanta
por
sí
mismo.
Por
eso,
no
hay
diferencia
entre
la
manera
de
existir
de
un
envase,
de
un
ratón
y
de
un
hombre.
Claramente,
la
existencia
refiere
a
un
acto
de
creación,
esto
es,
un
ens
increatum.
Y
este
es
el
tema
fundamental
que
constituye
la
zona
de
encuentro
de
la
ontología
antigua
con
la
teología
cristiana
en
la
Edad
Media
y
que
luego
pasa
a
la
era
moderna
con
Descartes.
Descartes
es
el
pensador
que
dirige
un
juicio
filosófico
hacia
el
sujeto,
interpretando
la
subjetividad
a
través
del
empleo
de
las
categorías
ontológicas
de
la
filosofía
antigua
y
medieval.
En
otras
palabras,
la
existencia
es
entendida
como
el
modo
de
ser
específico
de
una
cosa
que
le
pertenece
a
esa
cosa
exclusivamente
por
el
hecho
de
que
ha
sido
creada.
Esta
perspectiva
también
nos
ofrece
una
mejor
comprensión
de
la
mirada
kantiana
de
la
subjetividad.
El
único
e
invariable
Self
es
ese
que
ha
sido
creado
como
cosa
(como
un
envase),
un
res
cogitans
para
ser
precisos,
que
está
a
la
base,
que
conecta,
que
es
el
sujeto
de
todas
las
determinaciones
posibles.
Con
Kant,
por
primera
vez
la
cosa
pensante
se
convierte
en
ese
“Yo”
que,
estando
en
posesión
de
la
multiplicidad
de
sus
determinaciones,
es
el
conocimiento
de
su
propia
identidad.
Pensando
o
percibiendo,
actuando
o
sufriendo,
juzgando
o
amando
–
es
decir,
la
multiplicidad
de
sus
determinaciones
–
la
cosa
pensante,
el
“Yo
pienso”,
se
comprende
a
sí
mismo;
es
consciente
de
su
propio
Self,
es
auto-‐consciente,
ya
que
se
está
ahí
para
sí
mismo.
Sin
embargo,
en
realidad,
partir
del
tema
de
la
subjetividad
no
constituye
un
paso
adelante
fundamental
ya
que
la
diferencia
ontológica
entre
el
modo
de
ser
del
sujeto,
que
se
entiende
a
sí
mismo
a
través
del
vivir,
y
el
modo
de
presencia
a
la
mano
del
objeto
nunca
se
aclaró
(Heidegger,
1988).
¿Todavía
permea
esta
indistinción
a
la
ciencia
contemporánea?
¿
Yace
todavía
en
el
corazón
del
pensamiento
científico
esa
misma
ontología
que
nunca
permitió
que
el
modo
de
ser
del
sujeto
fuera
investigado?
La
organización
de
los
sistemas
vivos
Una
segundo
enfoque
que
puede
ser
identificado
dentro
del
dominio
del
estudio
de
la
auto-‐organización
constituye
el
origen
del
constructivismo
radical.
El
postulado
básico
de
esta
perspectiva
es
“El
sistema
nervioso
está
organizacionalmente
cerrado”
(Riegler,
2003).
¿Qué
significan
“organización”
y
“clausura”?
La
organización
es
la
descripción
heurística
del
comportamiento
del
sistema:
permite
la
identificación
de
las
características
invariantes
(“los
propios
comportamientos”),
según
el
cual
los
procesos
que
constituyen
un
sistema
natural
autónomo
(por
ejemplo,
los
procesos
metabólicos,
procesos
del
desarrollo,
procesos
del
sistema
nervioso),
están
muy
interconectadas
como
para
formar
un
todo.
La
clausura
operacional,
por
otra
parte,
refiere
a
ese
mecanismo
que,
como
resultado
de
su
funcionamiento,
permite
la
generación
de
una
variedad
de
transformaciones
internas.
El
sistema
nervioso
entonces
aparece
como
una
red
cerrada
de
neuronas
que
interactúan
donde
cualquier
cambio
en
el
estado
de
relativa
actividad
de
un
conjunto
de
neuronas
lleva
al
cambio
en
el
estado
de
relativa
actividad
de
otra,
o
del
mismo,
conjunto
de
neuronas
(Riegler,
2003).
Un
sistema
organizado
así
tiene
su
propia
coherencia
interna
cuyas
características
son
distintas
y
relativamente
independientes
del
ambiente.
La
coherencia
interna
del
sistema
define
un
sistema
autónomo
en
cuanto
constituye
un
todo,
mientras
la
complejidad
del
sistema
se
manifiesta
en
la
configuración
del
paisaje
de
sus
posibles
conductas.
Evidentemente,
ya
que
en
esta
mirada
el
sistema
es
considerado
impermeable
al
input
ambiental
(lo
que
explica
porque
es
un
sistema
cerrado),
la
relación
con
el
mundo
externo
se
mantiene
por
cambios
estructurales
en
el
sistema
junto
con
las
perturbaciones
en
el
medio
el
cual
vive.
Esto
quiere
decir
que,
con
el
fin
de
llegar
a
un
acuerdo
con
el
cambio
en
el
ambiente,
un
sistema
cambia
continuamente
su
estructura
interna
pero
conserva
su
organización.
Por
esto
Varela
dice
que
“las
transformaciones
internas
son
el
hilo
principal
que
nos
permiten
comprender
la
dinámica
del
sistema;
el
acoplamiento
(de
las
dos
series
independientes
de
eventos
–
aquellos
que
tienen
lugar
en
el
sistema
y
los
que
ocurren
en
el
ambiente)
sólo
interviene
si
ciertos
eventos
o
circunstancias
imprevistas
nos
ayudan
a
entender
mejor
un
camino
transformacional
dado”
(Varela,
1983).
La
regulación
definitiva
de
la
adaptación
está
asignada
a
los
cambios
estructurales
que
están
subordinados
a
la
invariancia
del
organismo
vivo.
Extender
la
interpretación
biológica
para
incluir
las
relaciones
con
el
ambiente
trae
a
la
psicología
al
centro
de
la
atención;
y,
de
manera
general,
a
la
cognición.
Un
acto
cognitivo
se
define
entonces
como
la
acción
actual
cometida
por
un
organismo
vivo
en
su
ambiente
y
sólo
puede
ser
explicada
recurriendo
a
la
organización
dinámica
del
sistema.
Ser
un
Self
implica
la
mantención
de
la
organización
del
sistema
a
través
de
continuos
cambios
estructurales
acompañados
de
perturbaciones
originadas
en
el
ambiente
en
que
se
vive.
De
esta
manera,
todo
lo
que
ocurre
es
llevado
adelante
por
los
organismos
vivos
en
su
praxis
del
vivir.
La
interpretación
de
la
cognición
da
lugar
al
aporismo
epistemológico
que
ha
caracterizado
a
la
escuela
de
Santiago
y
a
la
cibernética
de
segundo
orden:
“Todo
lo
dicho
es
dicho
por
un
observador
a
otro
observador
que
pudiera
ser
él
o
ella”
(Maturana,
1988).
En
realidad,
este
aporismo
sólo
puede
ser
entendido
en
su
cabalidad
si
uno
recuerda
la
otra
maniobra
que
acompaña
el
énfasis
sobre
la
ontología
biológica
del
observador,
una
maniobra
cuyo
sabor
y
terminología
son
explícitamente
fenomenológicos:
poniendo
la
objetividad
entre
paréntesis.
Consiste
en
suspender
todo
postulado
con
respecto
a
la
experiencia
de
las
cosas
y
del
mundo
(en
cuanto
refieran
a
la
dinámica
interna
del
sistema),
dejando
la
propia
conciencia
pura
(la
organización
de
operaciones),
que
es
muy
similar
a
lo
que
queda
cuando
uno
suspende
la
experiencia
real.
Esta,
por
así
decirlo,
conciencia
residual
es
por
lo
tanto
el
origen
de
toda
propuesta
de
ser,
de
los
objetos,
de
los
cisnes,
las
plantas
o
las
personas.
En
esto,
el
mundo
se
define
por
medio
de
las
invariantes
pertenecientes
a
las
operaciones
internas
del
organismo.
Es
el
lugar
de
la
biología
del
conocimiento.
Constructivismo
del
Self
El
aspecto
más
llamativo
de
este
modo
de
concebir
a
los
sistemas
auto-‐organizados
es
sin
duda
la
clausura
organizacional.
Este
mecanismo
establece
una
distinción
absoluta
entre
la
esfera
de
la
experiencia
vivida,
de
las
dinámicas
del
cambio,
lo
que
necesariamente
está
acoplado
a
la
conservación
de
la
organización
–
lo
que
Guidano
(1991)
identifica
con
el
significado
personal
–
y
el
mundo
externo.
El
dominio
del
significado
personal
es
una
unidad
coherente
cerrada
para
cualquier
información
que
pueda
venir
desde
el
mundo
exterior.
Entonces,
la
pregunta
que
debemos
hacer
es:
¿Cómo
está
constituida
la
esfera
de
significado
personal?
El
punto
de
partida
para
investigar
este
aspecto
es
la
experiencia
inmediata
de
la
vida
diaria:
por
ejemplo,
mi
experiencia
inmediata
de
la
mesa
sobre
la
que
estoy
escribiendo.
Esta
experiencia
está
encarnada
en
un
flujo
de
experiencia
que
constituye
el
flujo
de
experiencia
del
individuo.
Desde
el
punto
de
vista
de
la
dinámica
interna
del
sistema,
esto
corresponde
a
la
sucesión
de
las
configuraciones
internas
de
la
coherencia
al
interior
del
sistema
mismo:
es
decir,
que
consiste
en
cambios
estructurales.
En
un
adagio
bien
conocido,
Maturana
dice
que
al
nivel
de
la
experiencia
inmediata
no
puede
haber
diferencia
entre
la
percepción,
la
ilusión
y
la
alucinación
(Maturana,
1988).
Por
eso
es
que
sólo
cuando
examinamos
la
experiencia
inmediata
por
medio
de
la
reflexión,
a
través
de
otro
acto
de
la
misma
naturaleza
que
el
acto
que
le
precede
(desde
el
punto
de
vista
de
los
sistemas
cerrados
esto
corresponde
a
la
coordinación
de
la
coordinación
de
las
acciones),
que
podemos
distinguir
entre
varios
modos
de
alcanzar
la
experiencia
de
algo;
es
la
relación
entre
la
praxis
del
vivir
y
su
explicación.
Esta
polaridad
interdependiente
es
la
columna
vertebral
del
modelo
de
Self
producido
por
Guidano,
quien
ha
sido
uno
de
los
más
importantes
representantes
del
constructivismo
(Guidano,
1987,
1991).
En
su
trabajo,
Guidano
refiere
que
esta
polaridad
corresponde
al
proceso
circular
de
la
mutua
regulación
entre
la
experiencia
inmediata
de
uno
mismo
(el
Yo
que
actúa
y
experimenta)
y
el
sentido
más
abstracto
y
explícito
del
Self
que
emerge
como
resultado
de
la
auto-‐referencia
de
la
experiencia
que
se
tiene
(el
Mi
observador
y
evaluador).
Guidano
combina
así
las
perspectivas
de
Maturana
y
de
James.
Es
interesante
notar
que
el
objeto
de
reflexión
(la
experiencia
inmediata)
y
el
acto
de
reflexionar
(la
explicación)
pertenecen
al
mismo
flujo,
al
mismo
dominio
(coherencia
de
las
operaciones
del
sistema).
La
conciencia
encarnada,
la
cual
continuamente
se
construye
y
reconstruye
a
sí
misma
como
la
organización
de
actos
y
de
la
reflexión
de
esos
actos,
está
totalmente
separada
del
mundo
real
y
de
cualquier
contaminación
por
parte
de
ese
mundo.
Esta
es
la
profunda
significancia
detrás
de
la
clausura
operacional:
la
unidad
cerrada
de
la
experiencia
se
encuentra
en
términos
de
los
mecanismos
que
organizan
el
proceso.
El
mundo
entero
es
desterrado
de
esta
unidad
y
sólo
puede
constituir
un
dominio
trascendental.
Al
nivel
del
SNC,
lo
que
observador
puede
ver
son
cambios
en
las
relaciones
de
actividades
entre
neuronas
mientras
interactúan,
determinando
cambios
en
las
propiedades
de
los
componentes
de
la
red
neuronal,
las
que
a
su
vez
llevan
a
cabo
los
cambios
en
las
relaciones
de
actividades.
Traduzcamos
esto
a
un
ejemplo:
desde
el
punto
de
vista
de
la
actividad
sensorio-‐motora,
una
perturbación
ambiental
X
(por
ejemplo,
la
mano
que
se
acerca
a
una
fuente
de
calor)
estimula
cambios
estructurales
en
la
superficie
sensorial.
Ya
que
estos
sensores
son
parte
de
una
red
neuronal,
los
cambios
estructurales
en
la
superficie
sensorial
gatillan
cambios
estructurales
en
los
efectores,
cambiando
las
relaciones
de
actividades
entre
los
componentes
del
sistema.
(Para
el
observador,
tales
cambios
en
la
dinámica
interna
de
la
red
parecen
tener
la
forma
de
cambios
de
postura,
tales
como
sacar
la
mano)
A
su
vez,
los
cambios
en
los
efectores
gatillan
cambios
en
las
relaciones
de
actividades
entre
los
elementos
del
sistema,
determinando
así
cambios
estructurales
en
la
superficie
sensorial
y,
como
consecuencia,
en
el
rango
de
perturbaciones
que
son
significativas
para
el
sistema.
Cuando
algo
que
está
afuera
del
sistema
entra
en
contacto
con
el
sistema,
la
única
reacción
que
puede
causar
es
la
de
perturbar
la
dinámica
del
sistema.
Como
consecuencia,
dentro
de
esta
dimensión
definida
a
través
de
la
circularidad
recursiva,
un
objeto
real
sólo
puede
surgir
como
una
perturbación
de
la
dinámica
del
sistema.
Como
tales,
y
a
diferencia
del
input,
una
perturbación
no
puede
especificar
la
manera
en
la
que
una
transformación
dada
del
sistema
mismo
pueda
llevarse
a
cabo
–
la
transformación
sólo
puede
ser
determinada
por
la
organización
global
del
sistema.
Volviendo
al
problema
previo
(a
mi
percepción
inmediata
de
la
mesa
sobre
la
que
estoy
escribiendo),
la
mesa
sobre
la
que
escribo
se
me
podría
presentar
como
una
percepción,
alucinación,
ilusión
por
medio
de
la
memoria,
o
por
un
escenario
imaginario,
o
de
otra
manera,
pero
sin
importar
la
forma
que
tome
la
experiencia,
la
experiencia
en
sí
misma
no
contiene
a
la
mesa.
La
tabla
y
todo
el
mundo
material
pertenecen
a
un
dominio
que
es
totalmente
diferente
al
de
la
conciencia
–
y
al
de
los
objetos
de
la
conciencia
–
lo
que,
por
el
contrario,
constituye
una
contexto
unitario
en
sí
mismo.
La
cercana
conexión
con
la
fenomenología
de
Husserl
es
muy
clara.
En
un
extracto
de
Ideas
I
(Husserl,
1962),
él
hace
una
muy
lúcida
distinción
entre
la
realidad
y
el
abismo
que
la
divide
del
dominio
de
la
conciencia,
sobre
la
cual
el
término
“perturbación”
construye
un
puente:
“Somos
conscientes
de
las
cosas
no
sólo
por
la
percepción,
sino
también
conscientemente
de
recuerdos,
en
representaciones
similares
a
los
recuerdos,
y
también
en
el
libre
juego
de
la
imaginación;
y
esto
en
“clara
intuición”
podría
ser,
o
sin
notable
perceptibilidad
después
de
presentaciones
“oscuras”,
flotan
más
allá
de
nosotros
en
diferentes
“caracterizaciones”
como
reales,
posibles,
imaginadas
y
así
sucesivamente”;
y
justo
después
encontramos
este
extracto:
“No
vamos
a
pensar
en
confundir
los
objetos
de
los
cuales
somos
consciente
en
estas
formas
de
conciencia
con
las
propias
experiencias
conscientes
que
son
una
conciencia
de
ellos”.
En
términos
de
mecanismos
operativos,
es
la
conciencia
de
esto
o
lo
otro…
lo
que
el
sistema
entiende.
Este
enfoque
es
especialmente
evidente
en
una
psicología
del
Self,
como
la
que
defendió
Guidano,
que
no
ha
pasado
de
moda
en
el
dominio
del
constructivismo
y
la
que
le
asigna
a
estos
conceptos
el
rol
de
los
presupuestos
fundantes
para
la
práctica
clínica.
A
la
base
de
estos
conceptos
Guidano
ha
identificado
cuatro
tipos
invariantes
de
organización
del
Self
entendido
como
la
coherencia
interna
del
sistema.
Llamó
a
estos
tipos
Organizaciones
de
Significado
Personal.
También
trazó
sus
orígenes
en
el
desarrollo
de
un
igual
número
de
formas
de
apego.
Estas
corresponden
a
cuatro
configuraciones
básicas
de
operaciones
que
ordenan
la
experiencia,
para
cuatro
categorías
unitarias
para
la
organización
de
los
actos
y
las
reflexiones
de
esos
actos,
los
que
están
estructurados,
según
Guidano,
por
diferentes
vías
del
desarrollo.
Él
escribe
(Guidano,
1991):
“una
organización
de
significado
personal
tiene
que
ser
interpretada
como
un
proceso
ordenados
unitario
en
el
cual
la
continuidad
y
la
coherencia
interna
son
buscadas
en
lo
específico
de
las
propiedades
formales
y
estructurales
de
su
procesamiento
del
conocimiento
(flexibilidad,
generatividad
y
nivel
de
abstracción)…
Esto
lleva
a
la
adopción
de
una
metodología
orientada
a
procesos
de
sistemas
que
puede
identificar
las
reglas
sintácticas
profundas
(“Yo”)
capaces
de
generar
un
rango
coherente
de
superficie,
representaciones
semánticas
(“Mi”)
según
una
interacción
que
siempre
cambiante
con
el
mundo”.
El
terapeuta
emplea
este
modelo
para
buscar
principios
que
los
pacientes
usen
para
ordenar
su
experiencia.
Tales
principios
–
que
quedan
constantes
a
lo
largo
de
la
vida
del
paciente
–
le
permiten
al
paciente
reconocer
y
apreciar
de
manera
consistente
su
experiencia
como
unitaria
y
continua
en
el
tiempo.
Este
análisis,
que
está
guiado
por
los
cuatro
principios
organizativos
y
por
los
modos
en
que
se
combinan,
toma
forma
a
través
del
intento
del
terapeuta
de
“limpiar”
las
experiencias
del
paciente
de
todos
esos
elementos
que
son
extraños
a
las
invariantes
organizativas
hipotetizadas
por
el
terapeuta
como
constitutivas
de
la
estructura
organizativa
del
paciente,
con
el
fin
de
confirmar
la
hipótesis
del
terapeuta.
Una
de
las
técnicas
que
Guidano
desarrolló,
la
tan
llamada
técnica
de
la
“moviola”
consistía
en
interrumpir
el
flujo
de
conciencia,
poniendo
la
experiencia
en
el
foco,
amplificándola
y
repasándola
otra
vez
con
el
fin
de
alcanzar
el
significado
atribuido
por
el
paciente
a
lo
que
él
había
visto
o
hecho,
y
yendo
despacio
de
atrás
hacia
adelante
para
extrapolar
los
principios
ordenadores
de
la
experiencia.
El
aspecto
más
interesante
de
este
enfoque,
y
uno
de
los
que
llegó
a
ser
incluso
más
obvios
en
el
curso
de
la
práctica
clínica,
es
que
poniendo
la
experiencia
entre
paréntesis
y
por
lo
tanto
extendiéndose
en
la
perspectiva
de
la
dinámica
interna
del
sistema
y
de
la
coherencia
del
sistema,
la
experiencia
real
es
tomada
como
correspondiendo
a
la
configuración
de
los
procesos
internos
del
organismo.
Como
en
Kant,
el
único
e
invariable
Self
consiste
en
la
conexión
de
las
múltiples
experiencias
cambiantes
en
una
unidad.
Esto
trae
la
consecuente
cancelación
de
dos
aspectos
extremadamente
importantes.
Primero
que
todo,
al
colocarla
entre
paréntesis,
la
realidad
(realis)
de
la
conciencia,
o
la
conciencia
factual,
es
puesta
a
un
lado:
precisamente
ese
estado
de
estar
involucrado
con
las
cosas
y
con
el
mundo
material
que
se
refiere
al
hombre
en
hechos,
desde
un
punto
de
vista
concreto.
En
la
conciencia
entonces
aparece
la
presunción,
la
condición
a-‐priori,
la
base
de
que
los
objetos
–
para
usar
una
metáfora
kantiana
–
vienen
a
ser
regulados
y
que
la
realidad
se
puede
manifestar
y
así
volverse
significativa.
Por
otra
parte,
la
“pertenencia”
de
los
actos,
la
singularización
acontecida
de
la
experiencia,
se
elimina.
Esto
de
que
los
actos
y
las
experiencias
sean
míos
es
omitido
o
simplificado
con
el
fin
de
alcanzar
la
organización,
la
configuración
de
la
coherencia
interna.
Tal
eliminación
sorprende
la
historia
de
la
persona,
y
con
ello,
la
identidad
personal.
La
identidad
por
lo
tanto,
se
convierte
en
un
retrato.
Constituye
la
organización
de
significado
personal
(Guidano,
1987,
1991).
¿Qué
significa
que
“la
identidad
le
convierta
en
un
retrato”?
Vamos
a
revisar
esta
pregunta,
analizando
la
historia
que
estamos
usando
como
prueba
para
nuestra
investigación
del
Self.
1.5
El
Self
de
Roberto
desde
una
perspectiva
sistémica
Como
hemos
recalcado
antes,
el
modelo
producido
por
Cloninger
y
sus
colegas
habría
identificado
tal
unidad
y
multiplicidad
al
relacionar
la
experiencia
real
de
Roberto
como
la
combinación
de
sus
características
(temperamento
y
carácter)
lo
que
habría
definido,
al
momento
dado
x,
la
dinámica
del
sistema
en
su
paisaje
de
estados.
Cuando
Roberto
pidió
nuestra
ayuda,
podríamos
haberlo
analizado
tomando
en
cuenta
una
combinación
de
características;
podríamos
haber
evaluado
las
disposiciones
altas
o
bajas
de
cada
rasgo
de
temperamento
en
combinación
con
los
puntajes
altos
o
bajos
de
sus
dimensiones
de
carácter
en
relación
a
su
estilo
de
vida.
En
ese
caso,
habríamos
examinado
el
mundo
de
Roberto
con
una
actitud
neutral,
tratando
de
identificar
esas
regularidades
en
el
fenómeno
de
las
experiencias
vitales
de
Roberto
e
la
luz
del
modelo.
Eso
nos
habría
permitido
despejar
las
experiencias
analizadas
de
las
experiencias
personales
residuales,
esas
foráneas
a
la
organización
estructural
de
la
personalidad,
y,
por
consiguiente,
formular
un
diagnóstico.
Esta
es
la
perspectiva
sobre
la
que
está
fundada
la
ciencia
natural.
Las
cosas
son
más
complicadas
desde
el
punto
del
vista
de
los
sistemas
cerrados.
Desde
este
perspectiva,
la
unidad
aparece
a
través
del
fluir
de
la
experiencia:
la
unidad
misma
es
la
auto-‐organización
de
la
multiplicidad
de
experiencias.
La
unidad
es
el
proceso
en
sí
mismo.
Esto
corresponde
al
continuo
cambio
estructural
que
ocurre
para
mantener
estable
la
organización
del
organismo
vivo.
Combinando
varios
núcleos
que
son
constitutivos
de
sentido
(patrones
de
apego,
modos
de
organizar
el
dominio
emocional,
la
relación
entre
la
experiencia
inmediata
y
la
imagen
del
Self,
niveles
de
integración
de
las
diferentes
formas
de
experiencia
y
así
sucesivamente),
es
posible
identificar
diferentes
formas
de
organización
del
Self,
el
cual
corresponde
a
las
diferentes
configuraciones
globales
del
fluir
de
la
experiencia
(cuatro
formas
de
auto-‐
organización
y
las
combinaciones
que
ocurren).
El
terapeuta
que
adopta
esta
perspectiva
para
entender
como
Roberto
organiza
el
significado
debe
poner
la
actitud
habitual
de
Roberto
entre
paréntesis
y
cambiar
el
foco
desde
el
qué
de
la
experiencia
al
cómo
de
la
experiencia.
Este
cambio
de
mirada,
que
Guidano
llama
actitud
internamente
ligada,
es
el
resultado
de
la
reflexión
sobre
la
experiencia
real
del
paciente
y
lleva
a
la
identificación
de
los
principios
invariantes
que
explican
la
experiencia
que
se
analiza.
El
terapeuta
y
el
paciente
se
ponen
de
acuerdo
en
el
marco
de
sentido
(por
así
decir),
el
cual
deriva
del
haber
reflexionado
analíticamente
sobre
la
experiencia
concreta
del
paciente.
Es
decir,
terapeuta
y
paciente
identifican
las
regularidades,
partiendo
del
modo
con
que
el
paciente
le
atribuye
significado
a
su
experiencia.
En
este
enfoque,
si
bien
los
datos
experimentales
de
la
experiencia
de
otra
persona
se
toman
como
válidas,
se
toman
en
cuenta
por
los
principios
organizativos
que
rigen
el
sistema
cognitivo
del
paciente.
En
otras
palabras,
la
experiencia
subjetiva
(el
Yo
en
primera
persona)
es
vista
a
través
de
la
segunda
persona
(tú)
y
la
metodología
consiste
en
la
suspensión
de
la
experiencia
real
para
alcanzar
los
invariantes
organizativos.
De
este
manera,
el
paciente
se
transforma
en
un
retrato
estable
y
perdurable
de
él
mismo,
“limpio”
de
toda
“relación”
con
el
mundo
exterior.
En
el
caso
de
Roberto,
los
invariantes
pueden
ser
hipotetizados
como:
un
sentido
de
Self
vago
y
oscilante,
una
definición
del
Self
basado
en
fuentes
externas,
una
tendencia
al
perfeccionismo,
atribución
causal
a
las
entidades
externas,
una
percepción
defectuosa
de
los
otros
y
así
sucesivamente.
Pero
¿Ha
sido
este
retrato
la
solución
para
el
caso
de
Roberto,
o
simplemente
ha
construido
una
cierta
conexión
entre
los
invariantes,
una
especie
de
ADN
psíquico,
sin
hacernos
dar
un
solo
paso
hacia
adelante
en
la
búsqueda
de
una
solución?
Y
si
esto
último
fuera
el
caso,
¿Qué
dirección
deberíamos
tomar?
¿Podría
la
singularidad
de
la
experiencia,
ese
encuentro
con
la
realidad
externa,
no
constituir
la
clave
del
problema?
1.6
La
continuidad
del
sentido
del
Self.
Antes
de
abordar
estos
temas
de
manera
seria,
primero
debemos
analizar
brevemente
un
problema
que
está
muy
relacionado
con
la
multiplicidad
y
la
unidad:
la
continuidad
–
el
hecho
de
que
la
multiplicidad
de
experiencias
y
la
variedad
de
nuestras
experiencias
tomen
forma
a
lo
largo
del
tiempo.
Desde
este
punto
de
vista,
ser
un
Self
parece
implicar
una
continuidad
de
sentido,
una
permanencia
del
Self
que
cruza
la
experiencia
pasada,
presente
y
futura.
Los
diseños
de
los
sistemas
no
lineales
y
de
los
sistemas
cerrados
ofrecen
dos
soluciones
para
el
problema.
Ambas
soluciones
están
basadas
en
el
mismo
principio
explicativo:
la
auto-‐
organización.
En
el
casi
de
los
sistemas
no
lineales,
la
conectividad
está
gobernada
por
ambas
reglas,
locales
y
globales.
Esto
quiere
decir,
que
es
el
modo
en
que
la
conectividad
se
construye
a
lo
largo
del
tiempo
lo
que
constituye
el
invariante
que
subyace
a
los
cambios
en
el
sistema.
En
el
caso
de
los
sistemas
cerrados,
lo
que
queda
invariante
en
relación
con
los
actuales
cambios
es
la
organización
del
sistema
entendida
como
la
configuración
de
las
relaciones
estáticas
o
dinámicas
entre
las
partes
que
la
componen.
En
ambos
casos,
la
continuidad
corresponde
a
la
naturaleza
dinámica
del
sistema.
Desde
el
punto
de
vista
de
la
experiencia,
esto
significaría
que
cualquier
forma
de
discontinuidad
que
sea
percibida
por
la
persona
puede
simplemente
ser
atribuida
al
sentido
de
continuidad
del
Self.
En
los
sistemas
no
lineales
esto
sería
atribuible
a
la
conectividad,
mientras
que
en
los
sistemas
cerrados
sería
atribuible
a
la
organización
misma
como
una
invariante.
Desde
esta
mirada,
la
continuidad
siempre
está
localizada
en
el
Self,
en
el
Self
como
fluir
coherente.
Pero
reducir
la
experiencia
al
flujo
¿no
nos
lleva
a
la
pérdida
de
las
características
de
la
experiencia?
¿No
significa
que
todavía
estamos
viendo
a
la
conciencia
como
una
cosa
que
existe
por
sí
misma,
como
un
objeto
auto
suficiente,
mientras
a
su
vez
consideramos
el
mundo
como
algo
separado
de
ella
por
una
fractura?
Pensemos
por
un
momento
en
cómo
Roberto
se
percibe
a
sí
mismo.
Los
periodos
de
compromiso
en
los
que
él
siente
que
su
vida
no
tiene
sentido
se
alternan
con
periodos
durante
los
cuales
cae
en
un
vacío
en
el
cual
su
sentido
de
Self
desaparece
completamente.
Los
estados
de
vacío
significan
para
Roberto
la
falta
de
un
punto
de
anclaje,
de
una
onda
que
le
permita
sintonizarse
consigo
mismo.
Él
se
relaciona
con
estos
estados
de
vacío
a
través
de
significados
técnicos
que
producen
esferas
experienciales
capaces
de
absorber
su
atención.
La
presencia
de
Sara,
especialmente
en
las
primeras
etapas,
es
una
fuente
humana
que
le
puede
servir
como
el
punto
a
través
del
cual
él
puede
definirse
a
sí
mismo.
Luego
Sara
se
convierte
en
parte
de
su
relación
con
los
significados
técnicos
que
él
despliega
para
manejar
el
vacío.
Cuando,
al
final
de
la
relación,
Sara
finalmente
desaparece,
Roberto
no
tiene
más
estos
puntos
de
referencia,
no
se
percibe
más
a
sí
mismo
como
un
Self.
Naturalmente,
se
puede
decir
que
aunque
Roberto
experimente
el
vacío
como
la
desaparición
del
Self,
esto,
sin
embargo,
es
parte
del
sistema
de
personalidad
de
Roberto.
Podemos
combinar
por
ejemplo,
alta
búsqueda
de
novedad
con
baja
auto-‐
dirección
con
la
separación
de
Sara
y
Roberto.
Al
mismo
tiempo,
podemos
tematizar
la
estructura
unitaria
de
su
personalidad,
el
modo
en
que
se
organiza,
y
por
consiguiente
focalizarnos
en
las
características
que
denotan
vacío
en
su
sentido
de
Self,
el
modo
en
que
él
se
defino
a
sí
mismo
a
través
de
los
otros,
su
susceptibilidad
para
compararse
con
los
demás
y
así
sucesivamente.
En
otras
palabras,
podemos
reducir
la
experiencia
al
estatus
de
objeto
de
reflexión
con
el
fin
de
destacar
los
invariantes
organizativos.
Operando
de
esta
manera,
no
obstante,
fallamos
en
capturar
la
experiencia
como
tal,
la
vida
experimentada
directamente
por
el
sujeto
mismo.
Lo
que
conseguimos,
por
el
contrario,
es
la
objetividad
de
la
subjetividad
–
el
sujeto
de
carne
y
hueso
se
nos
escabulle
de
las
manos.
No
sólo
omitimos
un
punto
que
es
relevante
para
el
paciente
–
es
decir,
que
el
mundo
en
el
que
Roberto
experimenta
el
Self
es
discontinuo
–
sino
que
también
fallamos
en
comprometernos
con
la
cuestión
fundamental
de
la
ipseidad…
y
partir
desde
esa
cuestión,
el
tema
de
la
identidad
personal.
1.7
Volver
al
mundo
y
a
la
pregunta
por
el
“Quién”
En
un
artículo
de
gran
interés
titulado
“El
Sí
Mismo”,
Galen
Strawson
(1999)
aborda
el
tema
de
la
continuidad
del
Self
a
lo
largo
del
tiempo
en
relación
al
carácter.
Al
hacerlo,
introduce
una
diferencia:
“Algunas
personas
viven
profundamente
de
un
modo
narrativo…
Algunos
simplemente
van
de
una
cosa
a
otra.
Viven
la
vida
de
un
modo
deshonesto
o
siguiendo
la
moda”
(Strawson,
1999).
Dos
maneras
diferentes
de
vivir
la
vida,
de
experienciar,
de
imaginar
y
de
contarse
a
sí
mismo.
No
obstante,
si
examinamos
estos
dos
modos
a
la
luz
de
la
continuidad,
entonces
la
segunda
manera
es
defectuosa.
Si
la
continuidad
fuera
asumida
tácita
o
teóricamente
como
el
criterio
definicional
del
sentido
normal
del
Self,
sólo
pensemos
en
cuántos
terapeutas
tendrían
en
las
palmas
de
sus
manos
la
formula
para
mejorar
a
sus
pacientes.
Solamente
tendrían
que
ayudar
a
sus
clientes
a
que
se
cuenten
historias
de
modos
distintos,
o
convencerlos
de
cuán
irracionales
son
sus
deshonestos
estilos
de
vida;
o
sería
necesario
construir
un
marco
de
significados
más
adecuado,
un
modo
más
apropiado
con
el
cual
juzgar
la
naturaleza
fragmentada
de
sus
vidas.
En
otras
palabras,
sería
suficiente
proporcionar
un
punto
de
estabilidad,
quizás
una
nueva
historia,
o
tal
vez
una
imagen
más
precisa
de
sí
mismas,
para
devolverle
el
sentido
de
continuidad
personal
a
la
dispersión
de
la
experiencia.
Para
aquellos
terapeutas,
la
normalidad
corresponde
al
modo
narrativo
de
vivir.
Sin
embargo
¿es
anormal
ser
alguien
no-‐narrativo?
Como
dice
el
mismo
Strawson
(Strawson,
2007):
“uno
simplemente
podría
carecer
de
cualquier
tendencia
narrativa,
o
podría
tener
una
tendencia
positivamente
anti-‐narrativa”.
Esto
quiere
decir
que
debemos
ser
cautos
cuando
buscamos
la
continuidad
del
Self
de
un
modo
narrativo,
o
en
un
retrato
impersonal,
como
si
la
narración
de
una
historia
o
la
estabilidad
de
una
imagen
fueran
garantía
de
la
continuidad
del
Self.
Como
si
otorgar
significado
a
través
de
una
historia
cualquiera
fuera
suficiente
para
crear
estabilidad.
Otra
razón
por
la
cual
se
deben
tomar
resguardos
es
que
la
narración
relativa
a
la
construcción
de
una
identidad
personal
se
basa
en,
y
trae
al
lenguaje,
la
propia
experiencia
de
estar
en
el
mundo.
La
manera
como
la
gente
se
narra
a
sí
misma
difiere;
no
todas
las
historia
exhiben
continuidad
y
avanzan
a
través
de
las
etapas
de
inicio,
desarrollo
y
final.
Algunas
historia
consisten
en
variaciones
de
un
solo
tema,
otras
consisten
en
una
variedad
de
temas,
mientras
que
otras
incluso
sólo
consisten
en
variaciones
sin
un
tema
(Arciero,
2006).
¿Por
qué?
Aunque
muchos
crean
que
es
suficiente
contar
una
historia,
o
contársela
a
uno
mismo,
para
otorgarle
sentido
al
Self
o
a
los
otros,
hay
que
insistir
en
la
mirada
expresada
por
MacIntyre
(1981)
de
que
las
historia
son
vividas
antes
de
ser
contadas.
Hacer
un
recuento
de
la
propia
vida
debería
sacar
a
la
luz
“los
documentos
y
monumentos”,
las
acciones
llevadas
a
cabo
y
los
sentimientos
experimentados
durante
esa
vida,
de
otra
manera
el
acto
de
rememorar
sería
pura
ficción.
Por
lo
tanto,
el
problema
no
puede
resolverse
simplemente
al
nivel
de
la
historia
de
Self.
En
su
lugar,
se
trata,
primero
que
todo,
de
ser
uno
mismo.
Algunas
consideraciones
de
esta
naturaleza
nos
llevan
a
tomar
en
serio
a
Zahavi
(2003)
cuando
propone
hacer
una
distinción
de
términos
para
evitar
una
confusión
innecesaria:
“Cuando
estamos
tratando
con
el
self
experiencial,
deberíamos
apegarnos
al
término
“self”,
ya
que
estamos
tratando
exactamente
con
una
forma
primitiva
de
self-‐giveness
(referido
a
uno
mismo).
Sin
embargo,
cuando
estamos
tratando
con
el
modelo
narrativo,
sería
mejor
no
hablar
de
self,
sino
de
una
persona
como
construcción
narrativa”.
Zahavi
identifica
dos
dominios
del
fenómeno
que
aún
no
hemos
encontrado,
de
los
cuales
uno,
el
Self
experiencial,
es
más
primitivo
que
el
otro
-‐-‐
la
persona
como
narrada.
Así
,
antes
de
que
podamos
empezar
a
buscar
la
cura
para
la
discontinuidad
de
Roberto,
el
problema
que
nos
pone
la
historia
de
Roberto
es
hacer
que
la
ipseidad
se
manifieste:
mostrar
ese
Self
experiencial
que
cada
uno
es
antes
de
cualquier
narración.
Hacer
este
fenómeno
evidente
significa
contabilizar
para
los
diferentes
modos
de
experimentar
continuidad-‐discontinuidad,
no
al
nivel
de
la
narración,
sino
ya
a
un
nivel
pre-‐reflexivo;
es
en
su
actuar
y
sentir
que
este
fenómeno
debe
ser
develado.
Con
el
fin
de
arrojar
luz
a
la
ipseidad,
entonces,
damos
un
paso
metodológico
fundamental
que
es
el
de
tomar
la
experiencia
concreta
y
devolverle
la
parte
que
falta,
el
mundo,
el
ser
integrado…en-‐el-‐mundo.
En
otras
palabras,
guiamos
a
la
conciencia
de
regreso
al
contacto
con
el
mundo,
con
la
vida
diaria,
es
decir
lo
que
nos
absorbe
gran
parte
de
la
vida
y
que
no
requiere
reflexión.
En
vez
de
eso,
tomar
la
experiencia
fáctica
no
como
un
objeto
de
reflexión,
sino
como
un
modo
de
ser
uno
mismo
–
esto
es,
como
una
manera
de
sentir
que
yo
existo
–
tiene
dos
consecuencias
obvias.
La
primera
tiene
que
ver
con
el
Self
regresando
al
mundo
y
la
segunda
la
pregunta
por
el
“quién”.
Trataremos
estos
dos
asuntos
separadamente.
Regresar
al
mundo
Poner
la
relación
concreta
entre
el
sujeto
y
el
mundo
como
el
foco
principal
de
investigación
claramente
derrumba
la
separación
entre
la
conciencia
y
el
mundo.
En
otras
palabras,
las
presunciones
fundamentales
de
la
subjetividad
moderna,
esto
es
la
teoría
de
los
sistemas
no-‐lineales,
de
sistemas
cerrados
y
de
la
psicología
cognitiva,
quedan
atrás:
la
clausura
de
la
conciencia,
entendida
como
el
‘Yo
pienso’
que
acompaña
todas
las
representaciones,
o
como
un
Yo
que
irradia
una
serie
de
actos
(percepciones,
acciones,
imágenes,
etc.),
para
los
cuales
este
mismo
Yo
regresaría
a
través
de
la
reflexión.
De
hecho,
si
consideramos
la
experiencia
actual
de
vivir,
tal
como,
por
ejemplo,
sentir
el
calor
de
esta
tarde
de
verano
mientras
me
siento
en
esta
mesa
a
escribir
este
libro,
esta
experiencia
es
mía
propia,
pero
no
es
resultado
de
un
Yo
que
primero
reflexiona
sobre
esta
experiencia
y
luego
dice
que
tiene
calor.
Es
decir,
esta
experiencia
que
tiene
un
significado
incluso
antes
de
un
Yo,
el
centro
de
todos
los
significados,
dice
“tengo
calor”
por
haber
reflexionado
sobre
la
experiencia
inmediata.
Esta
experiencia
no
constituye,
sin
embargo,
una
excepción.
Si
pensamos
por
un
momento
en
los
muchos
eventos
que
han
ocurrido
durante
el
día
–
despertarse,
desayunar,
prepararse
para
salir,
la
jornada
en
la
oficina
y
así
sucesivamente
–
la
mayoría
de
esas
experiencias
se
dieron
sin
alguna
necesidad
del
propio
aparato
cognitivo
para
que
se
ejecutaran.
Más
que
volver
a
reflexionar
sobre
sus
propios
actos,
la
conciencia
del
Self
emerge
en
su
relación
con
el
mundo.
Nos
encontramos
a
nosotros
mismos,
el
Self
es
presente
pasa
sí
mismo,
no
en
el
espacio
cerrado
de
una
pieza
interior
iluminada
por
la
introspección,
sino
que
haciendo
lo
que
hacemos,
sintiéndonos
felices
con
lo
que
nos
hace
felices,
pensando
lo
que
pensamos,
amando
a
quienes
amamos,
percibiendo
lo
que
percibimos.
La
conciencia
parece
haber
rotado
a
la
existencia,
encarnada
en
mi
cuerpo,
en
sintonía
con
una
cierta
emoción.
En
años
recientes,
algunas
investigaciones
–
sobre
todo
los
nuevos
estudios
interdisciplinarios
que
combinan
la
filosofía,
la
psicología
del
desarrollo,
la
primatología
y
las
neurociencias
–
convergen
al
considerar
la
auto-‐conciencia
como
un
fenómeno
más
primitivo,
encarnado
y
no
conceptual.
Algunos
estudios
han
demostrado
que
empezando
justo
desde
la
infancia
temprana,
percibir
movimientos
u
objetos
corresponde
a
una
adquisición
no
conceptual,
información
pre-‐lingüística
sobre
uno
mismo
(Bermudez,
1998).
Este
tipo
de
conciencia
es
la
base
para
los
procesos
tempranos
de
imitación
con
los
que
los
niños
ya
son
capaces
unas
pocas
horas
después
de
nacer
(Meltzoff
y
Moore,
1977,
1984).
Gallagher
y
Meltzoff
(1996)
estarían
así
en
lo
correcto
cuando
dicen
que
el
niño
humano
ya
viene
equipado
con
un
mínimo
Self
que
está
encarnado,
enactivo
y
ecológicamente
sintonizado.
La
pregunta
por
el
“Quién”
(Die
Werfrage)
La
segunda
consecuencia
interesante
es
el
pasaje
a
la
nueva
perspectiva
ontológica
en
donde
la
diferencia
entre
el
qué
y
el
quién
tiene
una
consideración
seria,
en
la
cual
la
pregunta
que
resuena
es
“¿Quién
es
el
Self?”
más
allá
de
“¿Qué
es
el
Self?”.
Este
punto
de
vista,
según
el
cual
el
“sujeto”
significa
lo
que
queda
idéntico
en
toda
la
multiplicidad
de
conductas,
o
el
Yo
que
irradia
actos
intencionales,
interpreta
al
ser
del
sujeto
como
un
hecho,
como
evidencia,
como
un
dato,
tal
como
el
teléfono
que
está
al
lado
de
mi
computador.
Esto
es,
por
medio
de
las
mismas
categorías
que
usamos
para
identificar
las
cosas.
Tal
perspectiva
no
tematiza
las
diferentes
modos
de
ser
del
sujeto
que,
sin
embargo,
constituye
nuestra
singularidad.
Deja
esos
modos
de
ser
indeterminados
e
indiferenciados,
ya
que,
reclamamos,
esta
perspectiva
no
necesita
caracterizarlos
desde
una
perspectiva
ontológica.
En
realidad,
se
entiende
el
Self
como
si
fuera
una
cosa.
Se
entiende
a
Robert
–
regresando
a
nuestro
ejemplo
–
como
si
fuera
un
sistema
en
el
cual
los
rasgos
del
carácter
se
combinan
con
los
rasgos
del
temperamento
hasta
un
cierto
punto
en
su
vida;
o
más
como
la
auto-‐organización
de
significado
que
puede
ser
identificado
por
medio
de
un
número
de
características
invariantes
y
de
ciertos
elementos
constitutivos.
Este
enfoque
garantiza
la
objetividad
de
la
subjetividad,
el
retrato
impersonal
de
un
sujeto.
Podría
decirse
que
estas
categorías
nos
liberan
de
la
necesidad
de
saber
con
quien
estamos
hablando
cuando,
al
usarlas,
nos
referimos
a
un
individuo
específico.
Estas
categorías
refieren
a
un
sujeto
que
es
nadie.
Si,
sin
embargo,
al
ser
del
sujeto
no
se
le
atribuyen
propiedades
de
la
forma
en
que
un
producto
es,
sino
que
se
le
asignan
maneras
de
ser,
según
la
cual
en
cada
ocasión
por
separado
la
persona
que
experimenta
el
mundo
se
percibe
a
sí
mismo,
ya
sea
en
esta
o
aquella
otra
forma,
entonces
hay
una
diferencia
ontológica
entre
ser
una
estrella,
ser
una
rosa,
ser
un
mono
y
ser
un
hombre.
La
existencia
de
un
hombre
está
por
lo
tanto
caracterizada
por
posibles
maneras
de
ser,
por
modos
de
sentirse
a
sí
mismos
vivos:
la
experiencia
es
mía,
es
siempre
mi
ser
que
está
en
juego
con
mis
posibilidades
de
ser,
con
mis
planes,
mis
expectativas,
con
mis
encuentros,
mis
opciones.
La
pregunta
“¿Quién?”,
el
Werfrage,
pone
la
pregunta
de
la
unicidad
y
de
la
generalidad
de
ser
uno
mismo.
De
hecho,
responde
a
la
pregunta,
“¿Quién
soy?”,
“¿Quién
eres?”.
Al
plantear
esta
pregunta,
la
ontología
nos
hace
encontrar,
no
el
real
ser
“Yo”
o
el
real
ser
“tú”,
sino
ser
yo
en
el
sentido
en
el
cual
Yo,
tú
y
todos
los
demás
significan,
de
vez
en
vez,
“yo
mismo”,
es
decir,
ipseidad.
Una
conceptualización
muy
peculiar,
ya
que
intenta
captar
de
una
sola
vez
la
generalidad
y
la
singularidad
del
hombre.
Responder
a
esta
pregunta,
sin
embargo,
también
significa
extender
la
investigación
hacia
un
Self
que
ya
no
está
dado
sino
que
está
en
construcción.
Ya
no
es
más
una
pregunta
para
captar
el
Self
por
medio
de
un
acto
reflexivo,
sino
de
la
comprensión
de
cómo
el
ser
uno
mismo
está
ahí
para
sí
mismo,
cómo
es
conciencia
de
Self
en
sus
actividades
rutinarias,
en
su
experiencia
factual.
La
pregunta
entonces
viene
a
ser
¿de
dónde
emerge
esta
presencia
de
uno
mismo?,
¿cuál
es
el
origen
de
esta
conciencia
de
Self
si
la
reflexión
ha
sido
desterrada,
y
con
ella
la
interioridad
de
la
conciencia?
La
respuesta
está
en
la
existencia
en
sí
misma.
Yo
estoy
presente
para
mi
mismo
mientras,
en
mi
pereza,
me
doy
vueltas
en
la
cama
antes
de
levantarme,
mientras,
aún
medio
dormido,
me
lavo
los
dientes
y
abrocho
mis
zapatos,
o
mientras
camino
rápidamente
hasta
la
oficina.
Y
si
existir
fuera
estar
en
el
mundo
por
el
bien
de
las
propias
posibilidades,
un
alojamiento
con
las
cosas
de
nuestro
diario
vivir,
y
si
la
conciencia
no
fuera
otra
cosa
que
la
apertura
del
hombre
hacia
el
mundo,
entonces
la
conciencia
no
está
encerrada
(dentro
de
la
cabeza)
sino
en
el
mundo.
La
conciencia
del
Self
implica
entonces
una
relación
más
profunda,
una
relación
primaria
y
más
original
que
es
constitutiva
y
que
hace
posible
la
conciencia
del
Self:
la
relación
con
el
mundo,
la
relación
con
el
otro.
Esto
significa
que
existiendo
ya
se
es
siempre
en
apertura,
en
relación
con
algo,
siendo
con.
Pero
tal
existencia
también
es
estar
al
mismo
tiempo
abierto
hacia
uno
mismo,
de
vez
en
vez
en
cada
ocasión.
La
conciencia
encarnada
en
un
cuerpo,
mi
cuerpo.
El
propio
cuerpo
es
entonces
“el
lugar”
en
el
cual,
cada
vez,
se
actualizan
el
mundo
que
se
me
aparece
y
el
sentirme
vivo.
Esta
es
la
extraordinaria
presentación
del
cuerpo:
dirige
su
propio
ser,
que
se
apodera
de
él
en
una
comprensión
mientras
que
reflexiona
a
sí
mismo
acerca
de
las
cosas
presentes
en
el
mundo
que
le
rodea.
Es
el
devenir
de
estar
siendo
en
el
mundo.
Desde
esta
perspectiva,
cada
sensación,
cada
acto
de
percepción,
cada
emoción
es
a
la
vez
un
emerger
y
un
desaparecer:
ya
ha
desaparecido
en
el
momento
en
que
ocurre.
Como
dice
el
poeta
Rilke
(Rilke,
1939):
“Nosotros,
cuando
sentimos,
nos
evaporamos;
Ay,
respiramos
fuera
y
lejos;
de
brasa
en
brasa
expresando
una
débil
esencia”.
De
esta
manera,
si
la
ipseidad
se
revela
a
sí
misma
y
toma
forma
en
el
diario
vivir,
en
el
encuentro
con
lo
que
no
es
–
el
mundo
y
los
otros
–
si
se
encuentra
y
se
presenta
a
sí
misma
en
el
acto
de
sentir,
en
el
hacer
y
deshacer,
si
es
proporcional
a
un
mundo
en
el
cual
se
desenvuelve
mientras
vive
el
diario
vivir,
esto
es
porque
se
reconoce
así
misma
en
la
medida
en
que
se
reconoce
cada
vez
desde
las
cosas
y
desde
los
demás
existiendo
en
el
mundo.
Si
el
ser
uno
mismo
se
constituye
en
los
itinerarios
que
cada
uno
de
nosotros
sigue
en
el
mundo
cada
día,
en
las
acciones
y
pasiones
de
los
cuales
están
hechos,
esto
es
porque
la
presencia
a
uno
mismo
abre,
se
revela
a
sí
mismo
reflejándose
en
cada
evento
desde
el
mundo
y
desde
los
otros.
1.8
Encontrarse
a
sí
mismo
en
las
cosas
y
en
los
otros
¿Qué
queremos
decir
cuando
decimos
que
la
ipseidad
es
reflejo
de
las
cosas?
¿Qué
reflexión
estamos
haciendo
aquí?
Al
referirnos
a
la
reflexión,
¿no
hemos
vuelto
a
caer
en
la
trampa
de
la
interioridad
personal,
de
relacionar
los
sujetos
a
sus
actos,
lo
cual
era
el
origen
de
la
conciencia
del
Self
posicionada
por
el
pensamiento
moderno?
En
palabras
de
Heidegger,
“El
self
está
ahí
para
el
Dasein
mismo
sin
la
reflexión
y
sin
la
percepción
interna,
antes
de
toda
reflexión.
La
reflexión,
en
el
sentido
de
una
vuelta
atrás
(Ruckwendung)
es
solamente
un
modo
de
auto-‐aprehensión,
pero
no
de
una
auto-‐revelación
primaria.
La
manera
en
la
cual
el
self
se
revela
a
sí
mismo
en
el
Dasein
factual
nunca
puede
ser
llamada
una
reflexión,
exceptuando
que
no
debamos
tomar
esta
expresión
en
el
sentido
de
lo
que
comúnmente
entendemos
por
ella
–
el
ego
vuelto
hacia
atrás
y
mirándose
a
sí
mismo
–
sino
una
interconexión
(Zusammenhang)
tal
como
si
se
manifestara
a
un
significado
óptico
del
término
‘reflexión’.
Reflejar
quiere
decir,
en
el
contexto
óptico,
quebrarse
por
algo,
ser
irradiado,
mostrarse
a
sí
mismo
por
el
reflejo
de
algo”
(Heidegger,
1988).
El
modo
en
el
cual
uno
mismo
está
ahí
para
sí
mismo,
el
modo
fundamental
en
el
cual
está
abierto,
es
a
través
de
refracción,
a
través
de
reflejarse
uno
mismo
desde
las
cosas,
tal
como
un
rayo
de
luz
se
refracta
en
la
superficie
que
alcanza.
La
ipseidad
se
refleja
a
sí
misma
desde
las
cosas
como
si
ellas
fueran
un
espejo,
y
al
hacerlo,
cada
vez
regresa
a
sí
misma,
propia.
Por
medio
de
lo
que
nos
ocupa
y
también
de
lo
que
nos
preocupa,
por
medio
de
lo
que
hacemos
y
con
quienes
nos
encontramos,
en
cada
día
de
la
vida,
la
ipseidad
se
descubre
y
se
comprende
a
sí
misma.
En
este
sentido,
la
conciencia
del
Self
está
fundamentada
en
la
existencia
factual,
en
la
vida
concreta,
en
la
medida
en
que
está
emocionalmente
situada
por
medio
de
la
relación
con
el
mundo
y
con
los
otros
de
vez
en
vez.
Esto
significa
que
la
existencia
no
corresponde
exclusivamente
a
‘ser
hacia’
en
todo
momento…
sino
que
la
existencia
es,
en
cada
ocasión,
también
determinación
de
uno
mismo.
Yo
podría
estar
cautivado,
furioso,
indiferente,
aburrido,
perdido
es
esos
eventos
y
cosas
que
me
rodean,
en
los
hechos
que
golpean
mi
imaginación.
Sentirme
vivo
constituye
la
manera
en
la
cual
mi
existencia
está
consignada
al
sentimiento
de
la
situación
en
la
cual
yo
me
encuentro
a
mí
mismo.
Esto
cuenta
para
la
afirmación
de
Heidegger
(2001)
que
dice:
“un
estado
de
ánimo
nos
asalta.
No
llega
ni
de
‘afuera’
ni
de
‘adentro’,
sino
que
surge
de
Estar-‐en-‐el-‐Mundo,
como
una
manera
de
estar
siendo”.
Un
estado
emocional
no
está
clausurado
en
una
interioridad;
es,
por
el
contario,
el
modo
de
ser
junto,
de
ser
en
el
mundo;
al
mismo
tiempo
es
el
modo
en
la
cual
estar
aquí,
la
existencia,
es
mía.
Estas
diferentes
maneras
de
ser
hacia
las
cosas
señalan
un
igual
número
de
modalidades
de
la
presencia
de
uno
mismo,
de
la
comprensión
del
Self.
Visto
así,
la
intencionalidad
no
es
una
estructura
de
la
experiencia
la
cual
irradia
desde
el
Yo,
sino
que
aparece
como
ipseidad
misma
abierta
hacia
el
mundo;
adquiere
por
lo
tanto
un
valor
ontológico.
Es
la
estructura
esencial
que
subyace
a
la
experiencia
vivida
–
como
la
posibilidad
de
ganar
acceso
al
mundo
y
como
el
determinante
fundamental
de
la
existencia
de
uno
mismo.
1.9
Reflexión
El
problema
de
la
reflexión
nos
lleva
a
otro
asunto:
¿Cómo
puede
uno
reflexionarse
a
sí
mismo
desde
algo
si
uno
no
está
ya
allí
por
sí
mismo
antes
de
ese
acto
de
reflexión
(Raffoul,
2004)?
El
ser
mismo
se
produce
por
la
posibilidad
de
ser,
de
anticipaciones,
proyectos
y
así
sucesivamente,
desde
una
apertura
constitutiva
que
corresponde
a
la
totalidad
de
posibilidades
de
ser
en
el
mundo.
Entonces,
la
anticipación
del
Self
en
sí
mismo
constituye
un
componente
estructural
de
la
ipseidad.
Siempre
vivimos
en
la
esperanza,
esperando,
con
miedo,
deseando,
preocupados
por
algo,
relacionados
con
algo,
habiendo
algo
antes
de
uno
mismo,
con
la
finalidad
de
algo.
La
conciencia,
como
conciencia
encarnada,
como
lo
establece
Merleau-‐Ponty,
al
tomar
los
manuscritos
no
publicados
de
Husserl,
no
es
un
“Yo
pienso
que”
sino
un
“Yo
puedo”
(Merleau-‐Ponty,
1962).
Buscando
el
interruptor
con
los
propios
ojos,
alcanzando
la
lámpara
y
su
cable
visualmente
y
ubicándola
en
el
primer
plano
respecto
de
los
otros
objetos
que
“animan”
esta
oficina,
ya
significa
mirar
esos
objetos
como
“siendo
capaces
de
ser
usados”.
Esto
es,
el
cuerpo
mismo
aparece
como
un
correlato
del
mundo
en
el
cual
el
cuerpo
está
un
paso
adelante
por
medio
de
sus
diferentes
modos
de
acceder
al
mundo,
un
mundo
en
el
cual
el
cuerpo
actúa
y
sobre
el
cuál
actúan.
“En
realidad
el
cuerpo
no
es
más
que
la
manera
con
la
cual
tenemos
acceso
al
mundo
y,
al
mismo
tiempo,
o
de
manera
correlativa,
en
cierto
modo
una
aparición
del
mismo
mundo…
El
cuerpo
es
el
conjunto
de
las
condiciones
concretas
bajo
las
cuales
un
proyecto
existencial
se
actualiza
a
sí
mismo
y
se
convierte,
por
medio
de
su
propia
actualización,
propiamente
mío”
(De
Waelhens,
1951).
Numerosos
estudios
de
neurociencias
revelan
cómo
esta
capacidad
anticipatoria
está
estructurada
en
el
sistema
sensorio-‐motor
(Rizzolatti
et
al,
1996).
Se
puede
decir
que
el
ser
mismo
se
excede
a
sí
mismo,
es
“súper
abundante”;
de
una
u
otra
manera,
siempre
está
por
delante
de
sí
mismo,
“adelantado”
de
algo
que
tengamos
que
hacer,
porque
ya
existe
en
un
mundo,
“ya
ha
nacido”.
En
su
semestre
de
lectura
del
invierno
de
1922,
Heidegger
(2001)
dice:
“Me
encuentro
a
mi
mismo
en
el
mundo,
en
eso
en
lo
que
vivo
y
en
lo
que
me
compromete,
en
mis
éxitos
y
en
mis
fracasos,
en
mi
ambiente,
mi
mundo
circundante,
en
mi
mundo
compartido.
Me
encuentro
por
mi
propio
sí
mismo,
pero
en
donde
el
sí
mismo‘no
está’
ahí
por
su
condición
de
Sí
Mismo,
y
donde
el
‘desde
mi
propio
sí
mismo’
no
está
ni
dado
reflexivamente
ni
explícitamente
colocado
dentro
de
esta
reflexión”.
Como
sucede
a
menudo
con
Heidegger,
es
evidente
que
los
modos
con
que
él
utiliza
el
lenguaje
y
la
singularidad
de
la
experiencia
que
esos
modos
evocan
no
nos
es
fácil
entenderlo.
¿Qué
significan
estas
enigmáticas
palabras
del
filósofo?
Siempre
nos
encontramos
a
nosotros
mismo
entre
las
cosas
y
los
otros
como
si
fuéramos
absorbidos
por
el
mundo.
En
el
mundo,
la
ipseidad
siempre
está
relacionada
con
las
cosas
y
con
los
otros,
y
estas
relaciones
determinan
el
modo
en
que
uno
actúa
o
se
comporta
de
ciertas
manera,
de
acuerdo
a
ciertas
tonalidades
emocionales.
Es
precisamente
a
través
de
los
diferentes
modos
en
los
cuales
se
encuentra
el
mundo
y
los
otros
que
la
ipseidad
revela
lo
que
es
significativo
y
a
la
vez
descubre
su
propio
modo
de
ser.
En
este
sentido,
el
Self
“no
está
reflexivamente
presente”,
no
está
presente
para
sí
mismo
a
través
de
una
reflexión
generada
por
un
espacio
interior.
La
reflexión
brota
“fuera
de
sí”,
desde
las
cosas
mismas.
Y
este
ser
“fuera
de
sí”
inmerso
en
un
contexto
de
hombres
y
cosas
que
la
reflexión
presupone
como
condición
de
posibilidad
de
retorno
al
Self
(pero
no
como
un
Yo,
que
ya
está
dado
y
que
sale
del
Sí
mismo
con
el
fin
de
encontrarse
con
el
mundo
y
los
otros
para
luego
volver
al
Self).
Podría
decirse
que
en
tener
que
ver
con
uno
mismo
(Verhalthen)
está
situado
en
el
contexto
que
“ya
está
dado”,
por
lo
tanto
familiar
para
nosotros,
por
medio
del
encuentro
con
las
cosas
con
las
que
tratamos
en
nuestra
vida
diaria.
Esto
es,
antes
de
cuidarme
o
preocuparme
por
una
cosa
u
otra,
yo
ya
presupongo
un
mundo
que
yo
primero
ya
doy
por
sentado,
que
yo
no
tomo
en
consideración,
porque
es
obvio.
Como
señala
Zaner
(1971),
“pertenecer-‐al-‐mundo
es
habitarlo
como
un
ser
que
ya
está
familiarizado
con
el,
con
su
curso
y
estilo
típico,
porque
está
encarnado
en
un
cuerpo
que
está
‘en
su
casa’
misma.
La
ipseidad,
entendida
como
mi
modo
de
ser
intencionalmente
dirigido
hacia
esto
o
lo
otro
de
vez
en
vez,
co-‐pertenece
al
mundo.
Es
la
continuidad
de
esa
relación
con
el
mundo
la
que
nos
entrega
a
cada
uno
de
nosotros
ese
sentido
de
continuidad
del
Self.
Heidegger
no
deja
dudas
en
este
punto:
“Quien
soy
yo
ahora
sólo
puede
ser
dicho
a
través
de
esta
permanencia,
y
siempre
al
mismo
tiempo
en
la
permanencia
yace
eso
con
lo
que
y
con
quienes
yo
permanezco,
y
en
cómo
yo
me
comporto
hacia
ellos”
(Heidegger,
2001).
La
continuidad
de
la
relación
no
puede
ser
otra
cosa
que
algo
discontinuo
en
la
medida
en
que
mi
relación
con
esto
o
lo
otro
cada
vez
es
diferente.
Por
lo
tanto,
es
precisamente
porque
uno
mismo
ya
está
siempre
“afuera
mismo”,
abierto
al
mundo
y
por
ende,
situado
emocionalmente,
que
puede
reflejarse
a
sí
mismo
desde
las
cosas
y
desde
allí
regresar
a
sí
mismo.
Y
es
precisamente
porque
las
cosas
desde
las
cuales
uno
se
refleja
a
sí
mismo
refieren
de
vuelta
al
contexto,
al
mundo,
que
pueden
reflejarlo
a
uno
mismo.
En
su
último
semestre
en
Marburgo,
Heidegger
regresó
al
sujeto,
afirmando
que
“El
mundo
es
el
libre
anclaje
por
el
bien
del
Dasein”
(Heidegger,
2001).
Cuando
está
preocupado,
apurado,
en
calma,
por
el
bien
de
su
propio
ser,
el
mundo
le
provee
o
lo
proporciona
un
soporte
para
un
posible
juego
de
oportunidades.
1.10
Meaning
¿A
través
de
qué
significados
la
ipseidad
se
comprende
a
sí
misma
en
la
reflexión?
“De
las
cosas
con
las
que
nos
relacionamos”,
esas
cosas
que
son
urgentes,
factibles,
indispensables,
apropiadas,
esas
cosas
que
nos
respiran
en
la
nuca,
por
las
que
estamos
esperando
y
que
consideramos
necesarias.
El
éxito
o
el
fracaso,
la
factibilidad
o
imposibilidad
por
una
parte,
pero
al
mismo
tiempo
la
viabilidad,
lo
impracticable
del
mundo
por
otra;
y
entonces
esas
cosas
que
son
inesperadas,
ambiguas,
nuevas,
misteriosas,
oscuras,
indefinidas,
vagas.
Estas
son
las
cosas
que
nos
permiten
o
nos
impiden
de
regresar
a
nosotros
mismos.
No
una
sola
cosa
por
sí
sola,
sino
que
un
entrelazado
de
cosas
con
cuales
significados
está
repleta
la
praxis
de
la
vida
que
son
complejos
por
una
serie
de
referencias
específicas.
No
una
significatividad
conectada
a
datos
en
bruto,
conectada
a
una
identidad
de
objeto,
sino
un
objeto
cuya
luminosidad
se
adquiere
a
partir
del
contexto
al
que
refiere;
una
visibilidad
que
emana
de
la
totalidad
que
la
provee.
Es
esa
contextura
de
referencias
específicas
que
constituyen
el
contexto
de
comprensión
que
nos
permiten,
en
cada
momento,
atribuirle
significado
a
un
objeto.
Tomemos
la
lámpara
del
escritorio
de
mi
oficina
como
un
ejemplo.
La
lámpara
adquiere
un
significado
mientras
me
permita
iluminar
la
oficina,
que
a
su
vez
es
parte
del
departamento
donde
trabajo,
lo
que
a
su
vez
conecta
con
la
necesidad
de
un
ambiente
donde
un
hombre
pueda
trabajar,
y
que
pueda
trabajar
de
noche
también.
El
contexto
final
mencionado
no
tiene
conexión
con
un
conjunto
de
referencias
específicas
sino
al
ser-‐en-‐el-‐mundo
mismo.
El
objeto
adquiere
un
significado
porque
está
referido
por
el
contexto,
una
esfera
de
conexión
más
amplia:
para
sus
usos
posibles,
lo
que
a
su
vez
refiere
de
un
contexto
aún
más
amplio,
y
así
sucesivamente
hasta
toda
la
gama
de
referencias
que
se
hallan
ancladas
en
la
existencia
del
hombre.
La
gama
completa
de
contextos
interconectados
–
los
cuales
emergen
uno
del
otro,
hasta
el
punto
en
que
los
contextos
más
amplios
son
visibles
incluso
en
los
más
limitados
–
existe
inmediatamente
antes
de
nosotros
cada
vez
que
estemos
cerca
de
usar
la
lámpara.
De
acuerdo
con
Heidegger,
es
por
medio
de
las
cosas
que
nos
volvemos
a
un
conjunto
de
acciones
posibles,
a
un
conjunto
de
referencias
a
partir
de
las
cuales
se
recupera
el
sentido
y
por
medio
de
las
cuales
se
ofrecen
para
la
comprensión,
y
de
las
cuales
el
último
punto
de
referencia
fundamental
es
el
hombre.
Es
el
conjunto
de
usos
posibles
de
los
que
puede
estar
hecho
lo
que
le
entrega
el
significado
a
la
lámpara
que
tengo
en
mi
escritorio.
Esos
usos
constituyen
el
último
punto
de
anclaje
para
los
modos
de
comprensión
del
hombre,
los
cuales,
como
hemos
visto,
siempre
se
basan
en
seguir
adelante,
siempre…
por
el
bien
del
sí
mismo.
“Por
consecuente”,
como
dice
Raffoul
(2004),
“cuando
el
Self
se
mueve,
cambia
de
lugares
o
se
encomienda
a
ciertas
relaciones,
es
de
hecho
su
propia
existencia
la
que
le
asigna
la
tarea
de
develarse
y
comprenderse…
La
familiaridad
con
el
mundo
es
la
familiaridad
consigo
mismo”.
Por
ejemplo,
cuando
cae
la
noche,
la
posibilidad
de
que
pueda
seguir
escribiendo
“indica”
la
necesidad
de
una
luz
que
me
permita
ver.
Por
el
bien
de
la
exigencia
de
seguir
trabajando
incluso
de
noche,
busco
el
interruptor
para
prender
la
lámpara.
Encuentro
la
lámpara
sin
pensar
en
ella.
En
este
encuentro,
mi
necesidad
de
luz
está
permitida,
es
reflejada,
en
el
uso
de
la
lámpara
como
fuente
de
luz.
Es
precisamente
la
existencia
de
un
conjunto
posible
de
referencias
específicas,
en
donde
una
cosa
toma
significado,
permitiéndole
a
la
ipseidad
poder
reflejarse
como
en
un
espejo.
La
reflexión
puede
tomar
forma
ya
que
el
descubrimiento
de
la
funcionalidad
específica
de
las
cosas
(significancia)
presupone
un
modo
de
ser
de
una
preocupación
discernida,
una
búsqueda
después
de
la
viabilidad,
un
permitirle
al
mundo
llegar
a
uno
mismo
por
el
bien
de…
La
experiencia
llega
a
ser
significativa
por
la
misma
razón
que
el
objeto
iluminado
(por
los
posibles
contextos
de
referencia)
se
encuentra
con
la
posición
de
la
persona
mirando,
escuchando,
tocando.
Podemos
entender
el
concepto
de
cuerpo
esquema
de
Merlau-‐Ponty
de
la
misma
manera:
“constituido
por
medio
de
las
tareas
urgentes
o
inmediatas
que
tiene
el
movimiento
humano”
(Zaner,
1971).
El
esquema
del
cuerpo
es
el
resultado
de
cada
momento
de
la
organización
y
coordinación
entre
las
actividades
corporales
reales
y
posibles
con
ciertos
objetos,
concebidos
como
polos
de
acción
en
la
situación
existente.
Un
estilo
de
comportamiento
que
se
refleja
en
mi
ambiente
vital
que
yo
considero
importante:
mi
hogar,
mi
música,
mis
libros
y
así
sucesivamente…
¡las
huellas
de
nuestra
existencia!
Esas
son
cosas
que
hablan
de
mí.
En
este
sentido,
la
ipseidad,
la
cual
se
relaciona
con
las
cosas
y
la
que
se
preocupa
de
las
cosas,
se
refleja
en
el
conjunto
de
referencias
de
las
entidades
intramundanas.
Pero
este
reflejo
es
mudo
si
no
está
emocionalmente
situado.
Mis
expectativas
se
podrían
encontrar
con
una
decepción,
o
podría
sorprenderme
por
los
resultados
de
una
tarea
urgente,
ser
motivado
por
algo,
o
ser
barrido
por
las
situaciones
en
las
que
me
encuentro,
y
las
que
me
encuentran.
“De
hecho
desde
un
punto
de
vista
ontológico”,
dice
Heidegger,
“como
principio
general
tenemos
que
dejarle
el
descubrimiento
primero
del
mundo
a
un
estado
de
ánimo
desnudo
(Heidegger,
1988).
En
este
sentido,
la
ipseidad
está
a
la
espera
de
sus
propias
posibilidades,
confiando
en
que
“las
cosas
las
cosas
dan
y
también
niegan”
(Heidegger,
1988),
ya
que
la
piseidad
se
comprende
a
sí
misma
por
medio
de
esas
posibilidades
que
el
mundo
de
la
praxis
y
las
cosas
son
capaces
de
reflejar.
A
través
de
esa
comprensión
del
mundo,
a
través
de
comprender
al
otro,
el
Self
se
comprende
a
sí
mismo.
En
este
sentido,
para
una
ipseidad
que
encuentra
el
mundo
como
un
conjunto
de
referencias
específicas
(significancia)
a
través
del
compromiso
con
el
ambiente
circundante,
el
significado
corresponde
a
lo
que
ha
sido
comprendido,
alcanzado
en
un
simple
acto.
Entonces,
es
la
ipseidad
la
que
está
abierta
al
mundo
en
una
especie
de
preocupación
discernida
(esto
es,
preocupada
de
esto
y
lo
otro),
mientras
se
encuentra
con
algo
significativo,
se
comprende
a
sí
misma;
mientras
se
refiere
a
algo
expresamente
y
vive
de
algo,
al
mismo
tiempo
trae
su
propio
mundo
a
la
experiencia.
Podríamos
decir,
en
línea
con
una
variación
del
mismo
tema,
que
el
propio
cuerpo
de
uno,
situado
emocionalmente,
coordinado
con
las
cosas.
Está
de
este
lado,
de
mi
lado,
y
al
mismo
tiempo
está
del
otro
lado,
del
lado
del
mundo,
o
como
diría
Merleau-‐Ponty,
el
que
toca
y
es
tocado.
De
este
modo
tanto
la
alteridad
del
mundo
de
la
del
otro,
ambas,
individuación
y
apertura,
pueden
pensarse
juntas,
contemporáneamente.
El
significado
visto
desde
esta
perspectiva
indica
algo,
o
alguien,
en
cada
ocasión
y
al
mismo
tiempo
es
él
que
se
vuelve
experiencia.
Así,
la
experiencia
es
mía.
Que
la
experiencia
siempre
sea
mía
indica
que
la
existencia
se
pertenece
a
sí
misma.
Corresponde
a
mi
ser,
en
una
u
otra
tonalidad
emocional,
en
la
situación
específica
que
es
estoy
viviendo
cada
vez.
Entender
al
mundo
como
algo
privado,
en
la
esfera
de
la
experiencia
interna,
no
es
algo
posible.
Es,
por
el
contrario,
mi
existencia
de
una
conducta.
“Yo
puedo
hablar”,
dice
Dreyfus
(1991),
“hablar
de
tu
conducta
y
de
la
mía,
y
de
la
comprensión
de
estar
en
tus
actividades
y
en
las
mías,
pero
eso
no
debería
llevarme
a
pensar
que
tu
conducta
está
en
tu
mundo
y
que
la
mía
esta
en
el
mundo
mío
o
que
tú
tienes
tu
comprensión
de
ser
y
yo
la
mía”.
1.11
Inclinación
El
ser
mío
de
la
experiencia,
el
hecho
de
que
tener
una
experiencia
me
pertenece
a
mi
y
que
en
todo
momento
corresponde
a
mi
adquisición
de
significado,
demuestra
cómo
la
permanencia
en
el
tiempo
deja
de
ser
un
continuo
encuentro
con
uno
mismo
o
con
los
demás.
Y
es
que
cada
vez
que
la
experiencia
se
pertenece
a
sí
misma,
funda
la
individuación
en
su
no-‐disociabilidad
de
un
compartir
del
mundo
con
los
demás.
En
las
lecturas
del
invierno
de
1922,
Heidegger
habló
de
las
inclinaciones
para
indicar
una
cierta
historicidad
de
este
ser
en
relación:
“En
esta
inclinación
de
lo
relacional,
en
la
propensión
como
un
modo
de
actualizar
la
cura
(el
cuidado
de),
el
mundo,
en
el
cual
vive
la
vida,
tiene
un
peso
para
la
vida,
de
tal
manera
que
la
vida,
en
su
facticidad,
le
agrega
constantemente
nuevos
tipos
de
peso.
Las
esferas
de
significado
que
se
encuentran
en
el
curso
de
la
maduración
de
la
vida,
y
que
llegan
a
ser
diferentes
cuando
su
mundo
cambia,
transportan
vida.
En
su
propensión,
la
vida
así
llega
al
modo
de
ser
transportada.
La
vida
se
abandona
a
sí
misma
en
una
cierta
presión
ejercida
por
su
mundo”
(Heidegger,
1988).
Debemos
ser
cuidadosos
de
no
interpretar
este
estar
inclinado
como
un
regreso
a
una
especie
de
esfera
inmanente,
a
una
permanencia
sustancial
que
representó
una
de
las
más
significativas
producciones
de
la
subjetividad
moderna.
La
inclinación
tiene
que
ser
entendida
por
medio
del
ser
en
cada
instante,
por
medio
de
la
discontinuidad,
por
medio
del
sentido
del
Self
que
se
vuelve
experiencia
en
cada
momento.
Indica
más
bien,
que
se
dirige
hacia
sí
misma
cada
vez
que
la
ipseidad
se
encuentra
a
sí
misma
para
ser
lo
mismo,
en
la
medida
en
que
se
encuentra
cada
vez
al
lado
de
las
mismas
cosas
con
las
mismas
tonalidades
emocionales.
En
los
capítulos
sucesivos
veremos
la
importancia
que
este
regreso
al
Self
adquiere
para
el
estudio
del
carácter
y
de
la
personalidad.
Esta
tensión
..
entre
la
sedimentación
de
la
propia
experiencia
del
Self
y
el
acontecer
en
cada
momento
–
que
es
interna
para
la
ipseidad,
que
se
actualiza
a
sí
misma
en
cada
momento
de
nuestra
existencia,
caso
siempre
queda
invisible
en
la
experiencia
diaria.
Esto
es,
cómo
la
historia
de
nuestras
vidas,
que
nos
orienta,
queda
más
o
menos
indistinguible
de
cómo
experienciamos
esto
o
lo
otro.
Aunque
sí
percibamos
un
sentimiento
de
estabilidad
en
nosotros
cada
vez
que
experienciemos
algo,
a
ese
sentimiento
nunca
se
le
llama
explícitamente
en
la
vida
cotidiana;
siempre
está
sigilosamente
presente.
Como
si
existiera
una
especie
de
solapamiento
entre
el
sentido
de
continuidad
del
Self,
lo
que
queda
mientras
se
devela,
y
la
experiencia
que
yo
estoy
teniendo..
La
dialéctica
escondida
entre
la
mismidad
y
la
ipseidad
sólo
se
da
a
conocer
a
sí
misma
con
la
vibrante
claridad
de
la
experiencia
de
la
novedad.
Lo
tira
a
uno
fuera
de
sí
mismo;
el
encuentro
con
los
eventos
inesperados
produce
que
en
el
mundo
ya
no
nos
encontremos
como
siendo
al
lado
de
las
mismas
cosas
con
las
mismas
tonalidades
emocionales.
Al
experimentar
la
novedad,
es
como
si
la
ipseidad
no
tuviera
ese
soporte
de
la
historia:
una
historia
sedimentada
con
acciones
y
emociones
relativas
a
los
otros
en
el
mundo.
Vamos
ahora
a
resumir
nuestro
argumento,
con
el
objetivo
de
identificar
qué
problemas
quedan
por
resolver,
y
para
definir
la
trayectoria
del
próximo
capítulo.
El
caso
de
Roberto
ha
puesto
una
serie
de
preguntas
que
nos
han
dirigido
a
re-‐examinar
el
concepto
moderno
de
Self,
tanto
en
sus
orígenes
como
en
sus
implicancias.
Hemos
entonces
trazado
los
orígenes
de
este
concepto
y
delineado
su
desarrollo
como
parte
de
una
ontología
que,
desde
Platón
hasta
Husserl,
siempre
ha
considerado
al
Self
como
una
cosa.
Este
concepto,
el
cual
ha
sido
adoptado
en
Psicología
sin
una
mayor
tematización,
ha
sido
visto
para
darle
soporte
a
la
teoría
de
los
sistemas,
las
variadas
clasificaciones
de
la
personalidad
y
las
diferentes
formas
de
enfoque
terapéutico.
Al
desafiar
estos
orígenes,
hemos
seguido
a
Heidegger
en
el
intento
de
definir
una
ontología
que
conciba
al
Self
como
un
“quién”:
no
a
través
de
categorías
ontológicas
aplicadas
a
las
cosas
producidas,
sino
a
través
de
modos
de
ser
–
un
Self
marcado
por
modos
de
“sentirse-‐en-‐el-‐mundo”.
Este
ejercicio
inevitablemente
nos
ha
llevado
a
reconsiderar
los
tres
elementos
distinguibles
del
pensamiento
moderno
que,
al
igual
que
el
sentido
común,
han
considerado
como
cualidades
esenciales
de
el
Self:
interioridad,
unicidad
y
continuidad.
Una
vez
más,
el
caso
de
Roberto
nos
sirve
como
prueba.
En
la
bases
de
esta
nueva
perspectiva,
pareciera
que
la
discontinuidad,
multiplicidad,
falta
de
unidad
narrativa
y
falta
de
egocentrismo
de
Roberto
no
puede
ser
entendida
en
términos
de
inadecuación
con
respecto
a
las
nociones
de
continuidad,
unicidad
y
privacidad.
En
otras
palabras,
podría
haber
un
camino
alternativo
para
comprender
estos
tres
rasgos
del
Self
de
Roberto.
Nuestra
investigación
sugiere
que
la
permanencia
no
posee
un
carácter
sustancial.
El
ser-‐uno
mismo
siempre
es
algo
discontinuo:
la
ipseidad
se
construye
en
cada
caso
en
relación
a
las
situaciones
que
van
sucediendo.
Mientras
que
esta
forma
de
discontinuidad
siempre
es
mía,
en
cada
caso,
dependiendo
de
las
circunstancias,
simultáneamente
es
reflejada
por
las
cosas
o
por
los
demás;
como
tal,
es
puesta
fuera
del
centro.
Me
encuentro
conmigo
mismo
en
la
manera
en
que
el
mundo
me
refleja
mis
asuntos
diarios
o
mis
proyectos
de
vida;
me
encuentro
a
mi
mismo
a
través
de
mis
relaciones
con
los
demás
y
a
través
de
las
relaciones
que
tienen
lo
demás
conmigo.
Esta
multiplicidad
no
necesariamente
requiere
alguna
unidad
narrativa.
Es
posible
describirse
a
uno
mismo
como
un
héroe
romántico
o
en
un
rango
de
diferentes
personajes:
como
una
especie
de
polifonía
del
Self;
una
persona
también
podría
carecer
de
alguna
tendencia
narrativa.
Desde
esta
perspectiva,
Roberto
ya
no
aparece
más
como
deficiente
con
respecto
al
normal
funcionamiento
del
Self;
incluso,
su
caso
podría
examinarse
desde
la
base
de
los
diferentes
modos
de
ser.
No
obstante,
no
nos
encontramos
en
una
situación
similar
como
la
que
Klaus
Conrad
llamó
la
atención
de
Biswanger
cuando
puso
la
pregunta
polémica:
¿No
es
la
consideración
de
los
muchos
proyectos
de
mundo
únicos
e
irrepetibles
que
hay
en
los
pacientes
esquizofrénicos
lo
que
nos
impide
comprender
lo
que
es
específicamente
es
esquizofrénico?
Parafraseando
a
Conrad,
podríamos
preguntarnos:
¿Por
qué
debería
sufrir
Roberto?
Después
de
todo,
su
discontinuidad,
multiplicidad
y
el
estar
sintonizado
con
los
demás
en
todo
momento
son
todas
características
estructurales
del
Self.
En
alcanzar
la
ipseidad,
¡hemos
perdido
a
la
psicopatología!
La
pregunta
por
el
“quién”
todavía
queda
por
contestar;
sin
embargo,
sin
duda
ha
traído
un
tema
previamente
oculto
al
frente:
el
significado
de
la
experiencia,
lo
que
siempre
se
debate
entre
lo
que
está
ocurriendo
y
la
historia
sedimentada
del
sujeto.
La
sección
acerca
de
la
Inclinación
trae
esta
pregunta
casi
por
sorpresa,
apuntando
a
la
necesidad
de
comprender
la
ipseidad
en
el
contexto
de
un
cuasi-‐invisible
dialéctica
con
la
mismidad.
Un
ser
humano,
a
diferencia
de
un
animal,
sólo
puede
concebir
el
sentido
del
Self
–
la
ipseidad
–
en
el
contexto
de
la
sedimentación
de
sus
propias
experiencias.
Sin
la
mismidad
no
podemos
entender
la
distribución
–
por
decirlo
a
sí
–
de
la
multiplicidad
del
Self
en
el
tiempo:
el
contexto
de
significado,
esto
es,
en
el
cual
toma
forma
la
experiencia
de
Roberto
cada
vez.
Es
por
esta
razón,
a
causa
de
la
descontextualización
de
la
experiencia,
que
los
arduos
intentos
de
los
neurocientíficos
por
localizar
el
Self
en
el
cerebro
humano
inevitablemente
siempre
están
destinados
a
fallar.
La
red
de
relaciones
entre
la
ipseidad,
la
mismidad
y
la
narrativa
(o
la
falta
de
narrativa
del
Self)
se
convierte
así
es
el
objeto
temático
de
nuestra
investigación.
Siguiendo
este
camino,
en
el
próximo
capítulo
marcaremos
estas
etapas
que
dirigen
el
origen
pre-‐reflexivo
del
significado
a
su
articulación
con
el
lenguaje.
Este
nos
permitirá
estudiar
–
siguiendo
los
pasos
de
Paul
Ricoeur
–
la
relación
entre
sentimiento
y
acción,
y
la
reconfiguración
narrativa
de
los
dos.