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El conejo y el tigre

Cierto día, un conejo pequeño y dócil estaba descansando en una pradera cuando de repente
saltó sobre él, sin que pudiera darse cuenta, un enorme tigre.
El conejo, asustado, solo pudo gritar:
- ¡No me comas, tigre!
El tigre se extrañó, y le dijo:
- Conejo, he estado observándote durante días, esperando paciente para escoger el mejor
momento. Estoy hambriento, y te voy a comer.
El conejo, lejos de rendirse, y aún sabiendo que estaba metido en un buen problema, intentó lo
siguiente:
- Tigre, ¿acaso no me has visto? ¡Estoy muy delgado! Si me comes, apenas te serviré de aperitivo.
En cambio, soy dueño de un rebaño de vacas muy grandes y apetitosas. Su carne es muy
sabrosa. Si me perdonas la vida, te regalaré una y podrás así tendrás comida para varios días.
El tigre entonces recapacitó. ¿Y si fuera verdad? Una vaca resolvería su problema de cazar para
comer durante varios días.
- ¿Es cierto lo que me dices, conejo? ¿No me estarás engañando?
- No,no, señor tigre. No osaría en engañarte. Mis vacas están en lo alto de esa ladera- dijo el
conejo señalando a lo alto de una colina cercana- Si quieres, vamos hasta allí y te las enseño.
El tigre y el conejo se dirigieron hacia la colina. Cuando estaban cerca de la cima, el tigre vio unos
bultos parduzcos a lo lejos. El conejo paró y le dijo:
- ¡Ahí están, ahí están! Yo subiré para que bajen. Espera aquí, tigre, y la vaca correrá ladera
abajo. En cuanto la tengas cerca, atrápala.
Al tigre le gustó la idea de no tener que subir el resto de la colina, pues ya estaba bastante
cansado.
- De acuerdo, conejo, esperaré aquí a la vaca. Ten cuidado con engañarme, que te estaré
vigilando.
El conejo subió a la cima de la colina. Pero los bultos que el tigre creía ser vacas, en realidad eran
enormes piedras. El conejo, con ayuda de una rama y a modo de palanca, consiguió hacer rodar
una de las enormes piedras y gritó:
- ¡Vaca vaaaa! ¡Atrápala, tigre!
El tigre, deslumbrado por el sol que lucía en lo alto de la colina, solo pudo ver un bulto que se
acercaba, y cuando al fin se dio cuenta de que en realidad era una piedra, era demasiado tarde.
¡Ya la tenía encima! Echó a correr. pero la piedra le pasó por encima. Quedó tan magullado que
en cuanto pudo se fue corriendo, asustado, para no volver nunca más.
Moraleja: Las apariencias engañan. No juzgues a nadie por su tamaño, sino por su astucia e
inteligencia.
El lobo y el perro dormido

Adaptación de la fábula de Esopo


Había una vez un perro que solía pasar las horas muertas en el portal de la casa de sus dueños.
Le encantaba estar allí durante horas pues era un sitio fresco y disfrutaba viendo pasar a la gente
que iba y venía del mercado. La tarde era su momento favorito porque se tumbaba encima de
una esterilla, apoyaba la cabeza sobre las patas y gozaba de una plácida y merecida siesta.
En cierta ocasión dormía profundamente cuando un lobo salió de la oscuridad y se abalanzó
sobre él, dispuesto a propinarle un buen mordisco. El perro se despertó a tiempo y asustadísimo,
le rogó que no lo hiciera.
– ¡Un momento, amigo lobo! – gritó dando un salto hacia atrás – ¿Me has visto bien?
El lobo frenó en seco y le miró de arriba abajo sin comprender nada.
– Sí… ¿Qué pasa?
– ¡Mírame con atención! Como ves, estoy en los huesos, así que poco alimento soy para ti.
– ¡Me da igual! ¡Pienso comerte ahora mismo! – amenazó el lobo frunciendo el hocico y
enseñando a la pobre víctima sus puntiagudos colmillos.
– ¡Espera, te propongo un trato! Mis dueños están a punto de casarse y celebrarán un gran
banquete. Por supuesto yo estoy invitado y aprovecharé para comer y beber hasta reventar.
– ¿Y eso a mí que me importa? ¡Tu vida termina aquí y ahora!
– ¡Claro que importa! Comeré tantos manjares que engordaré y luego tú podrás comerme ¿O es
que sólo quieres zamparte mi pellejo?
El lobo pensó que no era mala idea y que además, el perro parecía muy sincero. Llevado por la
gula, se dejó convencer y aceptó el trato.
– ¡Está bien! Esperaré a que pase el día de la boda y por la tarde a esta hora vendré a por ti.
– ¡Descuida, amigo lobo! ¡Aquí en el portal me encontrarás!
El perro vio marcharse al lobo mientras por su cara caían gotas de sudor gordas como avellanas
¡Se había salvado por los pelos!
Llegó el día de la fiesta y por supuesto el perro, muy querido por toda la familia, participó en el
comida nupcial. Comió, bebió y bailó hasta que se fue el último invitado. Cuando el convite
terminó, estaba tan agotado que no tenía fuerzas más que para dormir un rato y descansar, pero
sabiendo que el lobo aparecería por allí, decidió no bajar al portal sino dormir al fresco en el
alfeizar de la ventana. Desde lo alto, vio llegar al lobo.
– ¡Eh, perro flaco! ¿Qué haces ahí arriba? ¡Baja para cumplir lo convenido!
– ¡Ay, lobo, perdiste tu oportunidad! No seré yo quien vuelva a disfrutar de mis largas siestas en
el portal. A partir de ahora, pasaré las tardes tumbado en la ventana, contemplando las copas de
los árboles y escuchando el canto de los pajarillos. ¡Aprender de los errores es de sabios!
Y dicho esto, se acurrucó tranquilo y el lobo se fue con la cabeza gacha por haber sido tan
estúpido y confiado.
Moraleja: como nos enseña esta fábula, hay que aprender de los errores que muchas veces
cometemos. Incluso de las cosas negativas que vivimos podemos extraer enseñanzas positivas y
útiles para el futuro
El árbol que no sabía quién era

Adaptación de una antigua fábula de Oriente


Había una vez un jardín muy hermoso en el que crecían todo tipo de árboles maravillosos.
Algunos daban enormes naranjas llenas de delicioso jugo; otros riquísimas peras que parecían
azucaradas de tan dulces que eran. También había árboles repletos de dorados melocotones que
hacían las delicias de todo aquel que se llevaba uno a la boca.
Era un jardín excepcional y los frutales se sentían muy felices. No sólo eran árboles sanos,
robustos y bellos, sino que además, producían las mejores frutas que nadie podía imaginar.
Sólo uno de esos árboles se sentía muy desdichado porque, aunque sus ramas eran grandes y
muy verdes, no daba ningún tipo de fruto. El pobre siempre se quejaba de su mala suerte.
– Amigos, todos vosotros estáis cargaditos de frutas estupendas, pero yo no. Es injusto y ya no sé
qué hacer.
El árbol estaba muy deprimido y todos los días repetía la misma canción. Los demás le
apreciaban mucho e intentaban que recuperara la alegría con palabras de ánimo. El manzano,
por ejemplo, solía hacer hincapié en que lo importante era centrarse en el problema.
– A ver, compañero, si no te concentras, nunca lo conseguirás. Relaja tu mente e intenta dar
manzanas ¡A mí me resulta muy sencillo!
Pero el árbol, por mucho que se quedaba en silencio y trataba de imaginar verdes manzanas
naciendo de sus ramas, no lo conseguía.
Otro que a menudo le consolaba era el mandarino, quien además insistía en que probara a dar
mandarinas.
– A lo mejor te resulta más fácil con las mandarinas ¡Mira cuántas tengo yo! Son más pequeñas
que las manzanas y pesan menos… ¡Venga, haz un esfuerzo a ver si lo logras!
Nada de nada; el árbol era incapaz y se sentía fatal por ser diferente y poco productivo.
Un mañana un búho le escuchó llorar amargamente y se posó sobre él. Viendo que sus lágrimas
eran tan abundantes que parecían gotas de lluvia, pensó que algo realmente grave le pasaba.
Con mucho respeto, le habló:
– Perdona que te moleste… Mira, yo no sé mucho acerca de los problemas que tenéis los árboles
pero aquí me tienes por si quieres contarme qué te pasa. Soy un animal muy observador y quizá
pueda ayudarte.
El árbol suspiró y confesó al ave cuál era su dolor.
– Gracias por interesarte por mí, amigo. Como puedes comprobar en este jardín hay cientos de
árboles, todos bonitos y llenos de frutas increíbles excepto yo… ¿Acaso no me ves? Todos mis
amigos insisten en que intente dar manzanas, peras o mandarinas, pero no puedo ¡Me siento
frustrado y enfadado conmigo mismo por no ser capaz de crear ni una simple aceituna!
El búho, que era muy sabio comprendió el motivo de su pena y le dijo con firmeza:
– ¿Quieres saber mi opinión sincera? ¡El problema es que no te conoces a ti mismo! Te pasas el
día haciendo lo que los demás quieren que hagas y en cambio no escuchas tu propia voz interior.
El árbol puso cara de extrañeza.
– ¿Mi voz interior? ¿Qué quieres decir con eso?
– ¡Sí, tu voz interior! Tú la tienes, todos la tenemos, pero debemos aprender a escucharla. Ella te
dirá quién eres tú y cuál es tu función dentro de este planeta. Espero que medites sobre ello
porque ahí está la respuesta.
El búho le guiñó un ojo y sin decir ni una palabra más alzó el vuelo y se perdió en la lejanía.
El árbol se quedó meditando y decidió seguir el consejo del inteligente búho. Aspiró
profundamente varias veces para liberarse de los pensamientos negativos e intentó concentrarse
en su propia voz interior. Cuando consiguió desconectar su mente de todo lo que le rodeaba,
escuchó al fin una vocecilla dentro de él que le susurró:
– Cada uno de nosotros somos lo que somos ¿Cómo pretendes dar peras si no eres un peral?
Tampoco podrás nunca dar manzanas, pues no eres un manzano, ni mandarinas porque no eres
un mandarino. Tú eres un roble y como roble que eres estás en el mundo para cumplir una
misión distinta pero muy importante: acoger a las aves entre tus enormes ramas y dar sombra a
los seres vivos en los días de calor ¡Ah, y eso no es todo! Tu belleza contribuye a alegrar el
paisaje y eres una de las especies más admiradas por los científicos y botánicos ¿No crees que es
suficiente?
En ese momento y después de muchos meses, el árbol triste se alegró. La emoción recorrió
su tronco porque al fin comprendió quién era y que tenía una preciosa y esencial labor que
cumplir dentro de la naturaleza.
Jamás volvió a sentirse peor que los demás y logró ser muy feliz el resto de su larga vida.
Moraleja: Cada uno de nosotros tenemos unas capacidades diferentes que nos distinguen de los
demás. Trata de conocerte a ti mismo y de sentirte orgulloso de lo que eres en vez tratar de ser
lo que los demás quieren que seas.
La cigarra y la hormiga.
Esopo

La cigarra era feliz disfrutando del verano: El sol brillaba, las flores desprendían su aroma...y la
cigarra cantaba y cantaba. Mientras tanto su amiga y vecina, una pequeña hormiga, pasaba el día
entero trabajando, recogiendo alimentos.

- ¡Amiga hormiga! ¿No te cansas de tanto trabajar? Descansa un rato conmigo mientras canto
algo para ti. – Le decía la cigarra a la hormiga.

- Mejor harías en recoger provisiones para el invierno y dejarte de tanta holgazanería – le


respondía la hormiga, mientras transportaba el grano, atareada.

La cigarra se reía y seguía cantando sin hacer caso a su amiga.

Hasta que un día, al despertarse, sintió el frío intenso del invierno. Los árboles se habían
quedado sin hojas y del cielo caían copos de nieve, mientras la cigarra vagaba por campo, helada
y hambrienta. Vio a lo lejos la casa de su vecina la hormiga, y se acercó a pedirle ayuda.

- Amiga hormiga, tengo frío y hambre, ¿no me darías algo de comer? Tú tienes mucha comida y
una casa caliente, mientras que yo no tengo nada.

La hormiga entreabrió la puerta de su casa y le dijo a la cigarra.

- Dime amiga cigarra, ¿qué hacías tú mientras yo madrugaba para trabajar? ¿Qué hacías mientras
yo cargaba con granos de trigo de acá para allá?
- Cantaba y cantaba bajo el sol- contestó la cigarra.

- ¿Eso hacías? Pues si cantabas en el verano, ahora baila durante el invierno-


Y le cerró la puerta, dejando fuera a la cigarra, que había aprendido la lección.

Moraleja: Quien quiere pasar bien el invierno, mientras es joven debe aprovechar el tiempo.

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