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José Ángel Buesa (Cuba 1910- 1982) fue un poeta romántico con mucha melancolía

y tristeza en toda su obra poética. Se le conoce como el "poeta enamorado". Es más


popular de los poetas cubanos de su época. Su popularidad se debe a la claridad y
profunda sensibilidad de su obra. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y
musicalizada ampliamente. Ningún poeta cubano ha hecho mejor gala del neo-
romanticismo americano. Fue también novelista y escritor de libretos para la radio y la
televisión, también director de programas radiales.

Ay de aquel
Ay de aquel que solo vive despierto
y que alza sobre las cosas una sola mirada
porque al llegar a la luz o la sombra no sabrá nada,
ni para qué ha vivido ni para qué ha muerto.
Mirad a las flores, mirad las mariposas.
Y a los creyentes, mirad la luz del día.
Pues si dios no existiera, ¿quién haría estas cosas?
Pero si Dios existe, ¿para qué las hizo?

Quizás
Quizás te diga un día que dejé de quererte
aunque siga queriéndote más allá de la muerte
y acaso no comprendes que en esta despedida
aunque el amor nos une nos separa la vida.

Quizás te diga un día que se me fue el amor


y cerraré los ojos para amarte mejor
porque el amor nos ciega, pero vivos o muertos
nuestros ojos cerrados ven más que estando abiertos.

Quizás te diga un día que dejé de quererte


aunque siga queriéndote más allá de la muerte
y acaso no comprendas que en esta despedida
nos quedaremos juntos para toda la vida.

Símil del viento


Te sentí, como el viento, cuando pasabas ya;
como el viento, que ignora si llega o si se va...
Fuiste como una fuente que brotó junto a mí.
Y yo, naturalmente, sentí sed y bebí.

Llegaste como el viento, náufraga del azar,


con tus ojos alegres entristeciendo el mar.
Y, para que la tarde pudiera anochecer,
te fuiste como el viento, que no sabe volver...
El pequeño dolor
Mi dolor es pequeño,
pero aún así bendigo este dolor,
que es como no soñar después de un sueño
o es como abrir un libro y encontrar una flor.

Déjame que bendiga


mi pequeño dolor,
que no sabe crecer como la espiga,
porque la espiga crece sin amor.

Y déjame cuidar como una rosa


este dolor que nace porque sí;
este dolor pequeño, que es la única cosa
que me queda de ti.

Epílogo
Di que mi amor ha muerto de una forma habitual,
aunque tú, por la espalda, le clavaste un puñal.
Lo enterraremos juntos, sin pesar ni alegría,
aunque yo solo sepa que vive todavía.
Pero no intentes nunca remover esa fosa:
Déjala abandonada; déjala silenciosa...
pues si un día la abrieras, tu mano desleal
no hallaría otra cosa que tu propio puñal.

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