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Apuntes de investigación del CECYP, Nº6 ,año 2000 1

Acción Colectiva
Charles Tilly

La acción colectiva requiere recursos combinados a intereses compartidos. En la


historia social europea la acción colectiva ha variado desde el horneado comunitario de
pan hasta las campañas electorales, desde la destrucción de ídolos religiosos hasta la
revolución. La mayoría de las acciones colectivas realmente consiste en episodios de
conflicto o de cooperación. Tratar un episodio como “acción colectiva” es, por lo tanto,
una simplificación analítica; ello destaca la perspectiva y el comportamiento de solo uno
de los participantes en interacciones complejas. Los actores colectivos a veces incluyen
cuerpos corporativos como los gremios de artesanos y las confraternidades religiosas,
aunque a veces también incluye redes de amistad, vecinos y participantes en mercados
locales. La acción colectiva, más exactamente, rara vez incluye a todos los miembros de
las estructuras sociales existentes al mismo tiempo, pero a menudo recluta participantes
activos de modo desproporcionado de una o mas de la estructuras existentes.
Los participantes en una acción colectiva, además, reclaman regularmente hablar en
nombre de esas estructuras -o gremio, o confraternidad, o linaje, o barrio, etc.- o en el
nombre de colectivos más abstractos como los trabajadores, las mujeres, los hugonotes,
los pacifistas, o los ambientalistas. Algunas de los momentos más vívidos de la historia
social europea se centraron en este estilo de reclamo: los trabajadores florentinos
levantándose contra la oligarquía en nombre de los artesanos excluidos del poder
municipal, montañeses recién convertidos que resistían las demandas de sus señores
católicos en nombre de las sectas protestantes, residentes parisinos atacando la Bastilla
en nombre de toda la ciudadanía. Sin embargo, en el transcurso de la misma historia, la
mayoría de las acciones colectiva tomaron formas menos espectaculares como
celebraciones locales, deliberaciones de un jurado, o la producción cotidiana de bienes y
servicios por talleres y dueños de casa.
Los historiadores sociales y los científicos sociales generalmente reservan el término
“acción colectiva” para episodios que comprometen a participantes que no actúan juntos
de modo rutinario y/o que emplean medios de acción distintos que adoptan para la
interacción cotidiana. En este sentido acotado la acción colectiva se parece a lo que
otros analistas llaman protesta, rebelión o disturbio. Difiere de otras acciones colectivas
en que es discontinua y contenciosa: no está construida sobre rutinas diarias y tiene
implicancias para los intereses de personas distintas al grupo que actúa así como para los
propios intereses compartidos de los actores. Cuando estas implicancias son negativas
podemos hablar de conflicto; cuando son positivas podemos hablar de cooperación. La
definición aún más acotada de acción colectiva se refiere a una contención colectiva pero
dicontinua, ya relacionada con el conflicto, ya relacionada con la cooperación.
Nadie debería adoptar la definición acotada sin reconocer antes cuatro calificaciones
importantes:
No existen fronteras precisas entre qué es “rutina” y qué “extraordinario”; tanto
protestar públicamente como atacar rivales étnicos, por ejemplo, puede constituirse, a
veces, en actividad cotidiana.
Un número excepcional de participantes o los modelos inusuales de acción siempre
dependen en parte de las relaciones sociales preexistentes y de los modelos conocidos de
realizar reclamos. En la Europa del Antiguo Régimen, por ejemplo, las cortes populares
no autorizadas que se formaban repetidamente para juzgar a los violadores del interés


Este artículo constituye la entrada para el témino “Collective action” en la Encyclopedia of European
Social History. Traducción: Claudio E. Benzecry.

Columbia University. Departamento de Sociología.
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público siempre atrajeron a sus miembros de redes políticas ya establecidas e imitaban


generalmente las rutinas de las cortes reales.
Incluso en las formas de acción colectiva en apariencia repetitivas como la atención de
las tierras comunales o el establecimiento de defensas contra enfermedades infecciosas,
los participantes estaban negociando incesantemente, improvisando y utilizando la
presión del grupo hacia aquellos que contribuyen de mala gana.
Entonces, tanto los episodios excepcionales como los cotidianos de acción colectiva,
plantean esencialmente los mismos problemas explicativos.
De todos modos los historiadores sociales que han adoptado la definición estricta de
acción colectiva se han dado cuenta de modo correcto que algo separa la acción
colectiva contenciosa y discontinua de las formas continuas y no litigiosas. Las acciones
colectivas discontinuas y contenciosas siempre involucran una tercera parte,
generalmente plantea amenazas a la distribución existente de poder, y usualmente incita a
la vigilancia, la intervención y/o represión por parte de la autoridad política. Como
consecuencia también genera más evidencia histórica en forma de crónicas, memorias,
correspondencia administrativa, procedimientos judiciales, reportes militares y archivos
policiales, que las formas continuas y no contenciosas de acción colectiva. De acuerdo
con esto los historiadores sociales que quieren reconstruir procesos de acción colectiva
pueden hacerlo mucho más fácil con aquellos que adoptaron formas discontinuas y
contenciosas que con los otros. La presentación subsiguiente, entonces, se apoya mucho
más en estudios acerca de formas contenciosas y discontinuas de acción colectiva.
También trata principalmente con acciones colectivas populares más que con
colaboraciones entre los ricos y poderosos. Finalmente, porque los historiadores de
Europa del Norte, Europa central y occidental han hecho la mayoría del trabajo europeo
sobre acción colectiva, los argumentos y las conclusiones que siguen no califican más
que como hipótesis de trabajo para Europa del sur y oriental.
Desde la perspectiva del interés individual, la acción colectiva (especialmente en su
sentido acotado) presenta un rompecabezas lógico. La mayoría de las acciones colectivas
produce bienes de los cuales todos los miembros de un grupo se benefician hayan
participado o no en la acción. Limpiar una provisión local de agua, construir un nuevo
mercado, o elevar el salario mínimo para toda una categoría de trabajadores son obvios
ejemplos de ello. Ya que la participación demanda esfuerzo y a menudo expone a los
participantes a riesgos, cualquier miembro de la categoría beneficiaria tienen se interesa
en “mantenerse al margen” mientras otros realizan el trabajo crucial y absorben los
costos de los riesgos. Ya que la acción colectiva es discontinua y litigiosa los costos y
riesgos generalmente aumentan. En tales circunstancias los costos individuales aumentan
en gran forma en comparación con los beneficios individuales. Sin embargo, si todo el
mundo se queda al margen, no se realiza ninguna acción. Este problema de acción
colectiva nos ayuda a explicar porque muchas poblaciones que estarían mucho mejor
colectivamente si hubieran coordinado sus acciones para producir beneficios compartidos
-por ejemplo, la mayoría de las mujeres en la producción textil- raramente actúan a gran
escala.
Sin embargo los europeos frecuentemente se las arreglan para actuar colectivamente.
Algunas circunstancias especiales redujeron los problemas para la acción colectiva. Si el
número de potenciales participantes y beneficiarios en una acción colectiva era bastante
pequeño, por ejemplo cada miembro ganaría una porción substancial de los beneficios,
podría fácilmente medir si otros contribuyeron con su parte de esfuerzo, y así ejercer
presión en los potenciales perezosos. En presencia de intereses compartidos, entonces,
un pequeño número promovía la acción colectiva. A veces alguno de los beneficiarios
potenciales (por ejemplo una firma mercante contemplando la construcción de un puerto
sobre un río peligroso) tenía tanto que ganar de la acción colectiva que invertía una gran
porción de recursos para producir el bien colectivo y para recompensar la participación
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de otras personas en la producción del bien en cuestión. Otras circunstancias favorables


para la acción colectiva incluyen las amenazas serias y simultáneas a la supervivencia del
grupo, la comunicación extendida entre partes vinculadas por un interés en común y las
oportunidades para obtener ganancias substanciales (por ejemplo, a partir de la
adquisición de información interna o pillaje) mientras se sirve a los interés colectivos.
Los europeos, sin embargo, actuaron colectivamente de modo repetido en ausencia de
estas circunstancias favorables. ¿Por qué? Como otros pueblos, los europeos
consiguieron la mayoría de sus acciones colectivas mediante instituciones y prácticas que
ellos mismos inventaron, tomaron prestadas, o adoptaron durante su experiencia
histórica. Algunas de estas instituciones y prácticas emergieron de intentos más o menos
deliberados por coordinar acciones colectivas; los sindicatos y las asociaciones
revolucionarias surgen “desde esa preocupación”. Sin embargo, muchas de ellas fueron
un subproducto de la interacción social local rutinaria, como cuando los varones solteros
del pueblo que bebían, jugaban en deportes y peleaban juntos, formaron bandas
organizadas que recogían madera para las hogueras “navideñas”, dirigían ceremonias de
deshonra en la puerta de las casas de los adúlteros (“Cornudos”) e impedían ritualmente
las procesiones maritales para las prometidas locales que se casaban con hombre de otras
comarcas (o “parroquias”).
Las prácticas e instituciones que promueven acciones colectivas varían
significativamente en la combinación de incentivos solidarios, materiales y coercitivos.
Los estados, por ejemplo, han empleado generalmente un grado de coerción significativa
para producir acción colectiva; ello han conscripto soldados, han forzado a los
contribuyentes esquivos a pagar su parte para emprendimientos colectivos y han
embargado para propósitos públicos tierras de propiedad privada. Aunque los talleres y
las fábricas también utilizaron de modo extendido la coerción, en contraste, se
organizaron mucho más en torno a recompensas materiales que los estados. Mientras
tanto, los grupos de parentesco, las congregaciones religiosas, los círculos de hilanderos
e instituciones similares, sumados a las recompensas materiales y a la coerción han
ofrecido de modo substancial incentivos solidarios a los participantes. Ellos proveyeron
oportunidades para la intimidad, la afirmación de la identidad, la ayuda mutua, el seguro
social, la información, y la propia participación- secundada por la amenaza de
aislamiento, deshonra y exclusión extrema para aquellos que violaran las expectativas de
sus congéneres.
Durante gran parte de la historia de Europa, la mayoría de los europeos llevaron a
cabo actividades riesgosas, emocionalmente comprometidas y con recompensa diferida,
tales como la procreación, la cohabitación, el intercambio comercial de larga distancia y
la persecución de una vida en el más allá por medio de instituciones y prácticas centradas
en los incentivos solidarios, jugando un rol menor la coerción y las recompensas
materiales. Los grupos de parentesco, las redes vecinales y las congregaciones religiosas
tuvieron gran importancia dentro de estas instituciones y prácticas, pero también la
tuvieron organizaciones más especializadas como las confraternidades devocionales y
penitenciales, los pabellones y las sociedades de ayuda mutua. En total, los europeos
aislaron a estas estructuras de la interferencia de los extraños y las autoridades públicas;
lo hicieron tanto manteniendo las estructuras imperceptibles o apoyándose en la
protección por parte de los miembros poderosos de la misma estructura.
Uno de los grandes cambios de la historia europea es el pasaje masivo de estas
estructuras ligadas por solidaridad hacia los gobiernos, las empresas, los sindicatos,
asociaciones especializadas y otras organizaciones que enfatizan las recompensas
materiales y coerción como lugares de gran riesgo, de involucramiento emotivo y
actividades a largo plazo. El cambio ocurrió en la mayoría de Europa durante los siglos
XIX y XX. De seguro, esto no sumió en el olvido a las instituciones y prácticas
centradas en los incentivos solidarios. Los europeos todavía encuentran a sus
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compañeros sexuales y matrimoniales, por ejemplo, principalmente a través de redes de


amistad, parentesco y vecindad que son típicamente homogéneos con respecto a la clase,
la religión y/o la etnicidad. Comparado con el siglo XV o el XVI, sin embargo, el
europeo promedio del siglo veinte llevaba a cabo una amplia gama de actividades
riesgosas e importantes a través de instituciones y prácticas centrados en la coerción y
los incentivos materiales.
La gran transformación de instituciones y prácticas interactuó con cambios
substanciales en la acción colectiva. Para entender estos cambios debemos reconocer
cuatro aspectos profundos de la acción colectiva cada vez que ésta ocurre. Primero,
siempre ocurre como parte de la interacción entre personas y grupo antes que como una
performance individual. Segundo, opera dentro de los límites impuestos por las
instituciones y prácticas existentes y los entendimientos compartidos. Tercero, los
participantes aprenden, innovan y construyen historias en el propio curso de la acción
colectiva. Cuarto, precisamente porque las interacciones históricamente situadas crean
acuerdos, memorias, historias, antecedentes, prácticas y relaciones sociales, cada forma
de acción colectiva posee una historia que dirige y transforma usos subsecuentes de esa
forma. La forma de acción colectiva que llamamos huelga tiene una historia distintiva,
como lo tienen otras formas como el golpe de estado, los litigios y las procesiones
sagradas. Por estas razones, la acción colectiva cae dentro de repertorios bien definidos y
limitados que son particulares a diversos actores, objetos de acción, tiempos, lugares y
circunstancias estratégicas.
Cualquier actor colectivo emplea una gama mucho menor de performances colectivas
que las que podría utilizar en un principio, y que todos los actores de su clase hayan
manejado alguna vez, en algún lugar. Sin embargo las performances que constituyen un
repertorio dado permanecen flexibles, sujetas a negociación e innovación. Desde luego,
las c
performances precisamente repetitivas tienden a perder efectividad porque hacen la
acción predecible y reducen, entonces, su impacto estratégico. El término teatral
“repertorio” captura la combinación de elaboración de libretos históricos e improvisación
que caracteriza generalmente a la acción colectiva.
Las performances de la acción colectiva europea han cambiado de modo
incrementado como resultado de tres clases de influencias: 1) Cambios producidos por
aprendizaje, innovación y negociación en el curso de la propia acción colectiva; 2)
Alteraciones del medio institucional; 3) Las interacciones entre las dos primeras. Dentro
de la primera categoría, las marchas británicas de petición del s. XVIII cambiaron de
presentaciones humildes de un petitorio firmado llevado por unos pocos representantes
dignificados de los muchos que habían peticionado a las marchas clamorosas de miles
por las calles para confrontar a las autoridades con sus demandas. Las campañas de John
Wilkens en favor del derecho a disentir públicamente durante 1760 figuraron
centralmente en este cambio.
Las alteraciones del medio institucional -notablemente la supresión de milicias cívicas
como fuerzas armadas- yacen detrás de la extendida desaparición en la Europa occidental
del siglo XVI al XVIII de la acción colectiva por medio de bandas armadas locales que
marchaban militarmente bajo la autoridad de capitanes electos. (El siglo que comienza en
1789, de cualquier modo, vio el revivir extendido de actuaciones similares por parte de
milicias autorizadas de modo centralizado pero a veces independientes como la Guardia
Nacional francesa.)
Ejemplos de interacción son más usuales. Un caso instructivo es la legalización de las
huelgas en la mayoría de los países de Europa occidental durante el siglo XIX. Esa
legalización protegía típicamente los derechos de los trabajadores a reunirse en asamblea,
a deliberar y a abandonar el trabajo de modo colectivo, pero declaraba ilegal,
simultáneamente, un amplio rango de acciones usuales de los trabajadores (por ejemplo,
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la coerción de los no-huelguistas y el ataque a la casa de los empleadores). También


ponía a los huelguistas bajo el escrutinio de especialistas gubernamentales en relaciones
industriales. De modo similar, las intervenciones gubernamentales en salud pública,
educación, control de aguas y otras producciones de bienes colectivos de organizaciones
generalmente estandarizadas de lugar a lugar, redujeron la autonomía de instituciones
locales y subordinaron los esfuerzos locales al control de arriba hacia abajo.
Aunque los cambios que se incrementaron en los repertorios nunca cesaron, en
algunos períodos, la interacción entre las alteraciones internas de las actuaciones y las
transformaciones de los medios institucionales se aceleró. En esos períodos, ocurrieron
las transformaciones masivas de los repertorios de acción. Las transformaciones de esta
clase mejor documentadas afectaron a la mayor parte de Europa occidental durante el
siglo posterior a 1780. Por lo menos en Gran Bretaña, los Países Bajos, Francia,
Alemania e Italia, un gran red de cambios en la acción colectiva popular tuvo lugar. Al
comienzo del cambio, querríamos caracterizar a los repertorios prevalecientes como
parroquiales, particulares y bifurcados: parroquiales en tanto orientados principalmente
alrededor de objetivos y asuntos locales antes que preocupaciones a nivel nacional,
particulares en tanto varían significativamente del formato de situación en situación, de
grupo en grupo y de tema en tema, bifurcados en tanto dividen de modo tajante entre la
acción directa en relación a objetivos locales y pedidos de intervención a las autoridades
establecidas (principalmente curas, terratenientes y funcionarios) en lo que concierne a
asuntos nacionales. En contraste, podemos llamar al repertorio que llegó a prevalecer
durante el siglo XIX cosmopolita, modular y autónomo: cosmopolita porque cubría un
amplio rango de objetivos y asuntos, incluyendo de modo enfático asuntos nacionales,
modular porque la gente utilizaba las mismas formas de acción (por ejemplo las
reuniones públicas) para una amplia gama de asuntos, autónomo porque sus participantes
se dirigían al objeto de sus reclamos en su propio nombre a través de interlocutores de su
mismo rango .
Esta última observación requiere una clarificación. Los propios cambios que
produjeron el repertorio de acción del s. XIX también abrieron oportunidades sin
precedentes para una variedad de intermediarios que hablaban o reclamaban hablar por
parte del voto popular. Estos intermediarios incluían líderes trabajadores, organizadores
de sociedades populares y un número importante de campesinos, pero también incluían a
veces curas, burgueses y funcionarios forjadores de alianzas. Estos intermediarios a
menudo jugaban parte importante en acciones colectivas populares, especialmente
conectando interacciones de grupos separados. Ellos también competían entre ellos, a
veces, por ser reconocidos como representantes válidos de sus respectivamente
atribuidas jurisdicciones.
El cuadro 1 resume los principios contrastantes en los primeros y últimos repertorios
de acción colectiva de Europa occidental. Podemos llamarlos “siglo XVIII” o “siglo
XIX” bajos las siguientes advertencias que a) las transiciones de uno a otro tomaron
décadas en todas partes y ocurrieron en diferentes partes en distintos tiempos, b) cada
actualización de acción colectiva tiene una historia y un tiempos relativamente distintos a
los de los otros, c) varios segmentos de la población cambiaron de los repertorios del
“siglo XVIII” a los del “siglo XIX” a sus propio ritmo. La gente poderosa y las
autoridades locales, por ejemplo, se unieron, de modo típico, por propia iniciativa mucho
antes del “siglo XIX”; algo del cambio de repertorio, de hecho, consistió en generalizar
estos privilegios de elite a la gente común.
Hechas estas salvedades, noten cuan cercanamente los repertorios de acción colectiva
de la Europa occidental del siglo XVIII se adaptaron a las condiciones locales. Ellos
dependían principalmente de las conexiones diarias entre los participantes en el reclamo.
También se apoyaban especialmente en el conocimiento local de las personalidades, los
símbolos, y los lugares. Ejemplos bien documentados incluyen ceremonias vergonzantes,
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intervenciones populares en ejecuciones públicas (atacar a un verdugo torpe, burlarse de


la víctima o a veces rescatarlo), el saqueo de las casas ocupadas por criminales, y las
invasiones de tierras públicas cercadas. En dominios donde no existían tantos conflictos,
como las celebraciones locales, los sistemas de control de agua y el uso de hornos
comunales, también se dependía en gran modo de una gran densidad de conexión y
conocimiento local. Las formas exactas, el personal y las circunstancias de estas
performances variaban mucho de lugar en lugar. Los repertorios posteriores sacrificaron
un poco del conocimiento local y las conexiones, pero ofrecieron la posibilidad de
coordinación entre múltiples sitios y la posibilidad de transferir el aprendizaje de un lugar
al otro. Los mítines, las demostraciones públicas, las asociaciones voluntarias por
propósitos especiales, y las campañas electorales todas se generalizaron fácilmente de un
lugar u ocasión a la otra.
Mientras creaban el nuevo repertorio, los europeos inventaron los que las
generaciones posteriores llamaron movimientos sociales. Aunque los historiadores a
veces utilizan el término indiscriminadamente para referirse a toda clase de acción
popular colectiva más allá del tiempo y el espacio, el mismo e refiere especialmente al
desafío sostenido a la autoridad constituida en el nombre de las poblaciones
empeoradas, desafíos apoyados por demostraciones públicas del merecimiento, la
unidad, el número y el compromiso de los activistas. Las performances preferidas de los
movimientos sociales eran (y todavía son) las demostraciones públicas, las procesiones,
los mítines, las marchas de petición, los pronunciamientos impresos, y las intervenciones
en campañas electorales. Los activistas de los movimientos sociales comúnmente
formaron asociaciones para propósitos especiales dedicadas a la promoción de sus
causas. También crearon, típicamente, nombres identificatorios, banderas, carteles y
eslogans.
Poco del repertorio de los movimientos sociales hubiera sido posible sin la interacción
extensiva entre cambios internos en las performances de la acción colectiva y las
transformaciones de su contexto institucional. Los activistas de los movimientos sociales
empujaron los límites establecidos de asociación y asamblea, pero también aprovecharon
los cambios en los controles legales, conseguidos por otros. Aunque las asociaciones
populares proliferaron en las ciudades francesas después de la victoria prusiana y de la
muy burguesa revolución de 1870 que desplomó el imperio de Luis Napoleón. Estas
asociaciones populares se unieron con las unidades de la Guardia Nacional como cuadros
para el activismo en las Comunas insurrecccionarias de París, Lyon y otras ciudades.
Los cambios de gobierno y de régimen influyeron de modo significativo sobre los
repertorios de acción colectiva. En cualquier momento cada régimen realizó distinciones
toscas e implícitas, pero a menudo efectivas entre las performances que promovía (por
ejemplo la participación ceremonias públicas), toleraba (por ejemplo, el peticionar), o
prohibía (por ejemplo el saqueo de peajes). Los regímenes apoyaban estas distinciones
como modos de recompensar o castigar actores colectivos reales o potenciales: para
promover ciertas actividades se utilizaba el honor, los espectáculos, la comida y bebida;
para las performances prohibidas se utilizaban los aprisionamientos, las ejecuciones, las
humillaciones y los ataques militares. Hablando en términos generales, los regímenes
democráticos toleraban un rango más amplio de tipos de acción colectiva. La tolerancia
afinó la distinción entre performances toleradas y prohibidas, haciendo a las actividades
prohibidas una provincia del destierro político y dando bríos a una amplia gama de
actores para realizar sus reclamos por medio de actividades promovidas o toleradas. Los
regímenes no democráticos, en general, trazaron líneas más precisas entre las actividades
promovidas y todas las otras (por ejemplo, gritar eslogans anti-régimen en una acto
oficial) o adoptar medios claramente prohibidos (por ejemplo, asesinar oficiales o
colaboradores públicos). Los regímenes no democráticos hicieron más estrecho el medio
tolerado.
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Los historiadores sociales saben mucho acerca de los detalles de la acción colectiva
popular en la Europa occidental porque los estudiosos de esta región han estudiado más
a menudo la acción colectiva popular de modo sistemático. En el resto del mundo, la
mayoría de la información publicada sobre el tema viene como material ilustrativo en
historias políticas generales o como documentación de grandes conflictos. Cualquiera sea
la región y el período de la especialización, sin embargo, los estudiosos serios de la
acción colectiva en Europa generalmente adoptan una combinación de tres
procedimientos disímiles: la recolección y el análisis de un catálogo de eventos
relativamente homogéneos; las reconstrucción de un o algunos pocos episodios
característicos; la reformulación de narrativas políticas previas por su inclusión en la
acción colectiva, vistas generalmente desde las experiencias de algunas localidades o
grupos.
Los catálogos sistemáticos de episodios de acción colectiva requieren grandes
esfuerzos, pero ofrecen grandes recompensas a la historia social. Porque muchos
gobiernos europeos comenzaron a recoger informes comprensivos de las huelgas durante
el s. XIX, los estudiosos de los conflictos industriales se han concentrado, a menudo, en
la realización de catálogos sistemáticos de huelgas y lock-outs. Otros historiadores, sin
embargo, han utilizado correspondencia administrativa, periódicos y otras fuentes para
construir catálogos de eventos a los que llamaron motines, protestas o reuniones
contenciosas. Los catálogos de este tipo tienen la ventaja de facilitar la comparación y
detectar el cambio, pero quedan vulnerables ante los huecos en la información.
Los episodios estudiados minuciosamente ofrecen la posibilidad de unir a los
participantes y las acciones a su medio social de un modo mucho más firme que los
catálogos. Ellos han atraído, entonces, muchos estudiosos de crisis, revoluciones y
rebeliones. En sí mismos, tienen la desventaja de extraer el evento de su contexto
político más amplio (incluyendo sus relaciones con acciones colectivas previas,
subsecuentes e incluso simultáneas) y de dificultar las comparaciones.
La narrativa aumentada tiene dos ventajas advertibles: primero, clarifica el aporte del
estudio de la acción colectiva a las interpretaciones convencionales de la historia política
en cuestión. Segundo, provee respuestas directas a la pregunta: ¿porqué los historiadores
deberían interesarse por esta clase de eventos? Demasiado fácilmente, sin embargo, se
presta a la suposición de que las preguntas construidas en las narrativas previas eran
válidas. Ya que las preguntas formuladas por las narraciones existentes (por ejemplo, ¿la
gente apoyaba el régimen o no?) a menudo hacen perder la pista a los investigadores
(por ejemplo, cuando los participantes en acción colectiva están fuertemente unidos a
líderes locales que mantienen un compromiso sólo contingente con el régimen), es
siempre prudente realizar una examinación minuciosa de la acción colectiva por su
propio objeto.
Podemos ver las ventajas de los catálogos sintéticos, los episodios específicos y las
narrativas aumentadas, observando las acciones colectivas populares en los Países Bajos
desde 1650 hasta 1900. Durante esos dos siglos y medio, las regiones ahora conocidas
como Holanda, Bélgica y Luxemburgo, soportaron grandes cambios de régimen y de
políticas populares. Vistos desde arriba, los Países Bajos cambiaron de peleas dinásticas a
políticas intermitentemente revolucionarias, movilizando porciones substanciales de la
población general en un intento por controlar a los gobiernos centrales.
Supongamos que reconocimos como situaciones revolucionarias aquellas instancias
en que por un mes o más al menos dos bloques de gente respaldados por fuerzas
armadas y recibiendo apoyo de una parte substancial de la población general, ejercieron
el control sobre importantes segmentos de la organización estatal. Por esta prueba de
calibre grueso, los probables candidatos a situaciones revolucionarias en los Países Bajos
entre 1650 y 1900 incluiría:
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1650: golpe fallido de Guillermo II


1672: Los partidarios de Orange toman el poder en varios pueblos
1702: desplazamiento de clientes de los Orange en Gelderland y Overijseel
1747-50: Revuelta de Orange en las Provincias Unidas, luego de que la invasión
francesa precipita el nombramiento de Guillermo IV como Stadhouder
1785-7: Revolución Patriótica holandesa, finalizada por la invasión prusiana
1789-90: Revolución de los Brabante en el sur
1790-91: revolución en el Principado de Lieja, terminada por las tropas austríacas
1792-5: Guerras franco-austríacas, culminan con la conquista francesa de los
Países Bajos, se instalan galicismos y reglas de estilo francés
1795-8: Revolución Batavia en el norte
1830-3: Revolución belga contra Holanda, con intervención francesa y británica

En detalle, estos eventos consistían principalmente en marchar, reunirse, protestar,


peticionar, confrontar, saquear, discutir y organizar. Los cambios más grandes en forma
consistieron en la transformaciones de la movilización de la clientela militares de la
aristocracia y de las milicias burguesas a la integración sostenida de propietarios a la
lucha nacional por el poder. En conformidad con los cambios en todas partes, el aumento
de la capacidad estatal promovió cambios hacia la movilización basada en identidades
públicas mas abarcativas mediante los repertorios estandarizados nacionalmente.
Vistos desde una perspectiva local, la contención colectiva ocurría de modo mucho
más frecuente, e, incluso, cambiaba de carácter mucho más dramáticamente. Rudolf
Dekker (1982) ha catalogado docenas de “revueltas” -eventos durante los cuales por lo
menos veinte personas se reunían en público, voceaba quejas contra otros, y dañaban
personas o propiedades- en la provincia de Holanda durante los siglos XVI y XVII. En
comparación con todos los repertorios contenciosos desde 1650 hasta el presente, los
eventos en cuestión generalmente califican como pequeños, locales, variables en forma
de un lugar y grupo al otro, y bifurcados entre (varios) ataques directos sobre blancos
locales y (pocos) pedidos mediados a las altas autoridades. En concreto, el catálogo de
Dekker enfatiza cuatro clases de eventos: 1) la toma por la fuerza de comida del
mercado o el ataque a sus vendedores; 2) la resistencia a nuevos impuestos; 3) los
ataques realizados por miembros de una categoría religiosa a una persona, propiedad o a
los símbolos de otra; y 4) los intentos por desplazar a la autoridad política.
Los eventos que calificaban por fuera de estas categorías, en general, involucraban 5)
la venganza colectiva -por ejemplo el saqueo de casas- hacia figuras que habían violado
la moralidad pública. El saqueo de casas era generalmente acompañado de protestas
contra los granjeros impositivos y otras figuras públicas señaladas en las cuatro primeras
categorías de eventos violentos; en ese sentido, las acciones populares holandesas se
parecieron de modo notable a sus contrapartes francesas, británicas y norteamericanas
(para referencia y reseña apropiada véase Tarrow 1998 y Traugot 1995). Como los hacen
los estudiosos en otras áreas de la protesta en el Antiguo Régimen, Dekker llama la
atención hacia la atmósfera festiva de muchos de esos rituales: “Un participante en un
disturbio orangista de 1787 declaró”, dice en el informe, “Nunca me he divertido tanto
como cuando destrocé la casa saqueada” (Dekker, 1982: 92). De modo más general, los
eventos que describe Dekker se parecían de modo reconocible a los repertorios de
contención popular del Antiguo Régimen en Europa Occidental. Dentro de ese patrón
podemos encontrar desde a) peticiones y parodias hasta b) venganzas locales hasta c)
disputas y resistencias hasta d) rebelión de masas, reunidas en los límites de las formas
prescritas y toleradas de la acción política pública. Sin embargo, en esos tiempos de
disputas políticas generales como la revuelta de Orange de 1747-50, ellos se mezclaron
en abierta rebelión.
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Entonces, hasta donde el catálogo de Dekker indica, las luchas en Holanda alrededor
de la comida se concentró de 1693 a 1768 en los pueblos con mercados en los períodos
de alza de los precios cuando las autoridades locales no cumplían en garantizar
productos al alcance del bolsillo de los pobres locales. Su catálogo de rebeliones
impeditivas (el cual Dekker piensa que sólo ha sido “la punta del iceberg”; Dekker
1982:28) está enfocado en impuestos derivadost antes que en impuestos directos, y
agrupa las rebeliones en una época de lucha generalizada acerca de la autoridad política
como el período 1747-1750. En una Holanda donde la mitad de la población pertenecía a
la Iglesia Reformada Holandesa establecida, el 10 por ciento a otras denominaciones
protestantes y el 40 por ciento a la Iglesia Católica Romana, y un número muy pequeño a
congregaciones judías, los conflictos religiosos a menudo incluían de modo ostensible
luchas por hacerse escuchar en asuntos locales así como respuestas a eventos externos
identificados religiosamente, por ejemplo la persecución de Savoy de los protestantes de
1655. Del mismo modo que las rebeliones impositivas, sin embargo, la beligerancia
religiosa aparecía surgiendo en tiempos de lucha política general como 1747-1750. En
esos tiempos, la suerte de cada actor político en la arena pública enfrentaba riesgos.
Como resultado, un amplio rango de acciones de toma de lugares y de preservación de
lugares sucedieron, más allá de como había comenzado el ciclo beligerante.
Los eventos que Dekker clasifica como abiertamente políticos pivotearon sobre la
Casa de los Orange. Bajo el mando de los Habsburgo, el rey ausente había típicamente
delegado el poder en cada provincia a un Stadhouder (detentador del Estado =
lugarteniente = teniente o delegado). Desde la revuelta del siglo XVI contra la España
Habsburgo en adelante, las provincias holandesas habían nombrado generalmente
(aunque de ningún modo siempre o automáticamente) al actual príncipe de la línea de los
Orange su Stadhouder, su ocupante provisional del poder estatal; esto sucedía
especialmente en tiempos de guerra. Más allá de que un príncipe de los Orange fuera
Stadhouder o no, su clientela siempre constituía una facción mayoritaria en la política
regional, y la oposición a ella generalmente se reunían en torno a una alianza de gente
por fuera de la Iglesia Reformada, los artesanos organizados y la población rural
explotada. Durante las luchas de 1747 a 1750, la discusión en torno a los reclamos del
Stadhouder sobre el mando se mezcló con la oposición a los campesinos que pagaban
impuestos y las demandas por la representación popular en las políticas provinciales.
Este tipo de eventos fueron transformados substancialmente entre 1650 y 1800, mucho
más que los eventos centrados en torno a la religión, la comida y los impuestos.
Durante el final del siglo XVIII, hemos visto surgir las demandas concertadas para la
mayor participación en el gobierno provincial y local, tanto en así que el libro de R.R.
Palmer Age of the Democratic Revolution (1959, 1964) equiparaba la Revuelta
Patriótica Holandesa de 1780 con la Revolución Norteamericana (1775-1783) como
representantes significativos de la corriente revolucionaria. El análisis sistemático de
Wayne te Brake de la revolución holandesa en la provincia de Overijssel identifica la
década de 1780 como un punto de apoyo histórico en la historia de los reclamos
populares. Las reuniones públicas, las peticiones, y las marchas de las milicias, hicieron
mucho del trabajo político cotidiano, pero en compañía con otras formas más antiguas de
venganza e intimidación. En la pequeña ciudad de Zwolle, informa te Brake, que, por
ejemplo, en noviembre de 1876:
“Una reunión de más de mil personas en la Grote Kerk produjo
una declaración que decía que una elección fijada para completar
la vacante en el Consejo Completo por el viejo método de la
cooptación, no sería reconocida como legítima. Cuando el
gobierno, sin embargo, procedió con la elección, el candidato
elegido fue intimidado por la multitud de los patriotas y obligado
a renunciar” (te Brake 1989: 108).
Apuntes de investigación del CECYP, Nº6 ,año 2000 10

Cuando las tropas prusianas culminaron la revolución con una invasión en septiembre
de 1787, sin embargo, los activistas opuestos a los patriotas de Orange tomaron
venganza por mano propia, al saquear las casas de los partidarios de los Patriotas.
Hablando de la cercana Deventer, te Brake concluye que:

“El pueblo de Deventer había entrado en la política para


quedarse. No sólo la invención retórica de los panfleteros
patrióticos o escribas constitucionales, “het Volk” se había
convertido en el curso de 1a década de 1780 en una realidad
armada y organizada que probaba que era fácilmente capaz de,
cuando se encontraba unida, irrumpir en el espacio político
urbano. Cuando la unidad dejo su lugar a la división el conflicto
en todos los niveles sociales, sin embargo, al fuerza y la
significación de las nuevas políticas populares no estaba para
nada extinguida. Así, como hemos visto, la contrarrevolución en
Deventer representaba la victoria de un nuevo segmento
politizado y activado, “el pueblo”, contra otro -no simplemente
la restitución de la política aristocrática, como siempre-. De
hecho, la contrarrevolución de los partidarios de Orange en
Deventer consolidó inintencionalmente dos cambios
momentáneos en la política de esta ciudad provincial,
combinación que sugiere que el carácter de la política urbana fue
transformada para siempre: la política privada, aristocrática del
pasado había quedado quebrada y se habían asentado las bases
para la política pública y participativa del futuro (te Brake
1989:168).

En la política pública a escala regional y nacional, tanto el repertorio como la


participación beligerante habían cambiado notablemente.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, los trabajadores organizados y sus huelgas
se volvieron, también, más importantes en la lucha política holandesa (Dekker 1982: 50).
Una transformación significativa de los repertorios beligerantes había comenzado incluso
antes que la conquista francesa alterara profundamente la política beligerante de los
Países Bajos. En resumen, nuevas performances en el repertorio de los Países Bajos
movilizaban más gente de lugares cada vez más distintos; construidas sobre identidades
adjuntadas antes que fijadas, apuntaban a figuras y temas nacionales y regionales,
adoptaban formas que estaban estandarizadas a través de toda la región e involucraban
presentación de demandas directas antes que mediadas. El emprendedor político
especializado (en oposición a las autoridades establecidas, tanto locales como regionales)
emergía como un actor crítico en la beligerancia popular.
En un estudio paralelo al de Dekker, Karin von Hornacker ha catalogado cerca de 115
“acciones colectivas” dirigidas contra las autoridades centrales en la parte más austral del
país, en Brabante -más precisamente en Bruselas, Antwerp y Lovaina- de 1601 a 1784.
Algunas de las acciones ocurrieron una sola vez, pero muchas otras consistieron en
eventos agrupados distribuidos a lo largo de días o semanas. Von Hornacker clasifica sus
eventos bajo cuatro encabezamientos: resistencia a la violación de los derechos políticos
locales, conflictos fiscales, disputas cívico-militares, y luchas por la provisión de comida.
Las primeras dos categorías se superponen considerablemente, ya que en Bruselas los
asociaciones dominantes (las “nueve naciones”) frecuentemente se resistían al pago de
impuestos apoyados en lo que ellos consideraban los derechos otorgados por la carta
comunal. Las disputas religiosas de la clase que figuran de modo destacado en Holanda
Apuntes de investigación del CECYP, Nº6 ,año 2000 11

escapan de la red de Von Hornacker porque típicamente no enfrentan a miembros de la


población urbana contra las autoridades. Con Brabante bajo el mando de España, que se
encontraba entonces controlada por Austria, las disputas de los civiles con los soldados
reales, disputas acerca de su mantenimiento y pago, la libertad de los desertores militares
capturados, y la competencia entre las milicias urbanas con las tropas reales por la
jurisdicción, se expandió en gran manera y de modo preocupante más allá de Holanda.
Las luchas por la provisión de comida, sin embargo, se parecían en gran modo tanto en el
norte como en el sur; repetidamente los habitantes de la ciudad atacaron a los
mercaderes que elevaban los precios y a los extraños que buscaban comprar en el
mercado local.
Con todo, el catálogo de eventos del Brabante de los siglos XVII y XVIII de Von
Hornacker revela menos cambio en el carácter de las demandas populares que lo que
descubre Dekker para Holanda. En las tres ciudades sureñas vemos la repetida
resistencia a la centralización real en nombre de privilegios ya establecidos, pero no
observamos el crecimiento desmesurado de demandas de soberanía popular. Los
reclamos siguieron el repertorio característico de la Europa Occidental del Antiguo
Régimen; según Von Hornacker:
 el empleo frecuente o la parodia de los medios y los símbolos políticos propios de las
autoridades
 la participación de gente como miembros de comunidades establecidas y grupos
corporativos
 la concentración del reclamo en feriados y otras fechas prohibidas
 un rico simbolismo, que generalmente incluía ceremonias de degradación
 la orientación de los vengadores hacia las moradas de los perpetradores y hacia los
lugares donde los supuestos ataques ocurrieron (von Hornacker 1994: 541-543).
El repertorio del siglo XVIII no duró mucho más. Luego de la Revolución francesa,
Gita Deneckere había ensamblado un catálogo de “acciones colectivas” en toda Bélgica
desde 1831 hasta 1918 de un amplio espectro de archivos, publicaciones oficiales,
periódicos y trabajos históricos. Su catálogo incluye cerca de 440 ocasiones en las cuales
la gente se reunió y realizó demandas colectivas “en el campo socio-económico de
conflicto,” lo que significa principalmente acciones de los trabajadores y acciones que se
ocupaban del trabajo (Deneckere 1997:10). Dentro de ese campo, su evidencia
demuestra una alteración significativa en los repertorios belgas de contienda.
O, mejor dicho, dos alteraciones. Hasta la revolución de 1848, los eventos
beligerantes de Deneckere incluían asambleas de trabajadores y marchas para peticionar,
ataques a los bienes o las personas de los mercaderes que encarecían la comida, y el
piquete laboral realizado por gente en varios talleres del mismo oficio. Las acciones de
los trabajadores frecuentemente tomaron las forma de reuniones que provocaban el
abandono del trabajo: ocasiones en las que un número pequeño de activistas de un oficio
local iban de taller en taller demandando a los colegas del oficio que abandonaran su
trabajo para unirse a la multitud creciente. La ronda se completaba, los participantes se
juntaban en un lugar seguro (generalmente un campo al borde del pueblo), decían
públicamente sus reclamos, formulaban demandas, presentaban esas demandas a los jefes
de la actividad (a menudo a través de delegaciones de ambas partes), abandonando el
trabajo hasta tanto los patrones hubieran respondido satisfactoriamente o los hubieran
forzado a volver al trabajo.
Entre la revolución de 1848 y la década de 1890, los abandonos laborales
prácticamente desaparecieron como demostraciones y las huelgas en las grandes firmas
se convirtieron en eventos mucho más frecuentes e importantes. Aunque las huelgas y las
demostraciones continuaron a gran velocidad hasta bien entrado el siglo XX, de 1890 en
adelante huelgas generales coordinadas nacional y regionalmente emergieron como las
Apuntes de investigación del CECYP, Nº6 ,año 2000 12

formas principales de la acción beligerante. Como dice Demeckere, los trabajadores y los
líderes socialistas diseñaron las huelgas generales para que fueran grandes, mantuvieran
una forma standard, coordenadas a través de múltiples localidades, y orientadas hacia los
detentadores nacionales del poder. Estas nuevas acciones se construían sobre la identidad
socialista o de los trabajadores como un todo. Ellas representaban un cambio
significativo de repertorio.
Por supuesto estos cambios reflejaban los principales cambio sociales del siglo XIX
como la rápida urbanización y la expansión de la industria de capital intensivo. Pero el
cambiante repertorio contencioso también tenía una historia política. Deneckere ve una
creciente y estrecha interdependencia entre la beligerancia popular y la política nacional.
En la década de 1890:
“La correspondencia entre las acciones de masa de los socialistas
y la apertura parlamentaria hacia el sufragio universal es muy
evidente como para perder la conexión causal. Basados en la
correspondencia publicada y privada de los círculos gobernantes
uno puede concluir que la huelga general tuvo un impacto
genuino, de hecho más significativo que lo que los propios
socialistas habían pensado. Una y otra vez las protestas de los
trabajadores socialistas enfrentaran a los detentadores del poder
con una amenaza revolucionaria que aplanaría el terreno para la
abrupta expansión de la democracia (Deneckere 1997: 384)”.
Así, en Bélgica, la política de la calle y la política parlamentaria llegaron a depender la
una de la otra. El análisis de Deneckere indica que tanto antes como durante la
democratización, las principales alteraciones del repertorio interactúan con profundas
transformaciones del poder político. Identifica a la confrontación como una espuela para
la democratización.
Metodológicamente, los análisis de Dekker, von Hornacker y Deneckere nos ofrecen
tanto esperanza como precauciones. Los tres utilizan los catálogos de eventos
contenciosos para medir tendencias políticas y variaciones en el carácter del conflicto
(Franzosi 1987, 1994; Olzak 1989; Rucht, Koopmans y Neidhart 1998). Estos catálogos,
claramente, disciplinan la búsqueda de la variación y el cambio en la política contenciosa.
Pero, la comparación de los tres catálogos también establece cuan sensible son estas
enumeraciones a las definiciones y la fuentes adoptadas. La búsqueda de Dekker de
archivos holandeses para los eventos que involucran por lo menos veinte personas en
encuentros violentos, más allá del asunto, le brindan un amplio espectro de acciones y
alguna evidencia de cambio, pero excluye los reclamos a menor escala y sin violencia. La
búsqueda dedicada de Von Honacker de desafíos colectivos a las autoridades públicas
dentro de los archivos belgas, encuentra muchos de los episodios a menor escala y sin
violencia, pero omite los conflictos intergrupales e industriales. Las fuentes y los
métodos de Deneckere, por el contrario, concentran su catálogo en eventos industriales.
Ninguna de las tres elecciones es intrínsecamente superior a las otras, pero cada una
hace la diferencia a partir de las evidencias a mano. Cuando tratamos de hacer
comparaciones acerca del tiempo, el espacio y el tipo de área de acción, debemos tener
en cuenta en nuestro juicio la selectividad de estos catálogos. Estamos sin embargo,
mucho mejor con estos catálogo que sin ellos. Los Países Bajos se encuentran entre las
pocas regiones que los académicos han monitoreado los episodios de beligerancia en una
escala sustancial antes del siglo XX. Francia y Gran Bretaña son los otros dos. Para la
mayoría del resto de Europa, debemos conformarnos con escoger de Historias Generales
y estudios especializados ocasionales de lugares, temas, y poblaciones particulares.
Preguntas históricas significativas están en disputa en cada investigación. Como lo
muestra el Cuadro 2, las descripciones de los historiadores y las explicaciones de la
acción popular colectiva varían significativamente en dos dimensiones: la intencionalidad
Apuntes de investigación del CECYP, Nº6 ,año 2000 13

y los proceso sociales precipitados. Con respecto a las intenciones, algunos autores
enfatizan el impulso: el hambre, el miedo, la ira. En estas visiones, la gente común
aparece de modo explosivo en la política pública cuando es llevada por emociones
imposibles de reprimir. Otros autores argumentan que las distintas agencias y programas
existentes imponen formas de conciencia a la gente común, como cuando las iglesias, los
partidos políticos, o los poderosos locales dominan los puntos de vistas populares.
Historiadores más populistas o radicales comúnmente contraponen las explicaciones
basadas en el impulso y la imposición con el argumento de que la acción colectiva
popular surge del entendimiento compartido de las situaciones sociales -más allá de que
estos entendimientos compartidos se desarrollen de la experiencia cotidiana o resulten en
parte de la exposición a nuevas ideas-.
Sobre la dimensión de los procesos sociales precipitados, los historiadores a veces
enfatizan las presiones sociales (por ejemplo el hambre, las epidemias, la guerra, o la
movilidad geográfica) como el catalizador principal de la acción popular colectiva. Estas
investigaciones, típicamente, explican la acción colectiva como la respuesta a una crisis.
Otros destacan la movilización política por organizaciones comprometidas a cambiar, o
por consultas locales con segmentos disidentes de la población. Sus investigaciones se
centran más directamente en la organización y consulta entre la gente perjudicada. Un
tercer grupo de historiadores trata la acción colectiva popular principalmente como una
expresión de conflicto de grupo. Este conflicto puede alinear a clase contra clase, pero
también se forma sobre clivajes religiosos, étnicos, lingüísticos, de parentesco, o locales.
Aunque el tercer grupo de historiadores se parece bastante al segundo en que estudian la
organización y la consulta, se diferencian en que ellos también estudian las relaciones
intergrupo en los contactos diarios.
Los dimensiones se correlacionan. Mientras que el impulso directo y los males
sociales coinciden, tenemos análisis de la acción colectiva como desorden realizados por
historiadores -como una disrupción del orden político local mantenido por la autoridad
establecida-. Las formas de conciencia impuestas y la movilización política también se
emparejan en los análisis del cambio social, mientras que los movimientos en
competencia y los líderes se articulan cambiando los intereses populares de modo más o
menos efectivo. Finalmente, los historiadores que ven el conflicto como el motor de la
historia atribuyen, de modo característico, entendimientos compartidos a actores
ordinarios y retratan a los conflictos grupales como la fuerza motivadora. Escasamente,
en contraste, los historiadores que consideran a las desgracias sociales como las
principales precipitantes de la acción colectiva popular, imputan entendimiento
compartido -excepto, quizás, en forma de creencias silvestres- a los participantes. De
modo similar, son pocos los historiadores que explican la acción colectiva como
consecuencia del conflicto de grupo, y que, sin embargo, leen la conciencia de los
participantes como impulso inmediato; la mayor excepción a la regla es la explicación
(casi siempre errada) del conflicto inter-grupal como la expresión directa de odios
ancestrales.
Hay más en juego en la descripción y la explicación de la acción colectiva que la mera
diferencia de opinión entre los historiadores. En total, los análisis en la zona de desorden
deniegan la efectividad histórica a la gente común; en su lugar, ellos tratan la historia
como el producto de los grandes individuos, que de a poco cambian las mentalidades, o a
fuerzas impersonales. Ellos también tratan a los atributos individuales (en vez de, por
ejemplo, su ubicación social en relación a otros individuos) como las causas
fundamentales de su comportamiento, incluyendo su participación en la acción colectiva.
Dentro de la zona de cambio social, los historiadores típicamente consideran que los
procesos sociales a gran escala, como la secularización, la urbanización, o el desarrollo
del capitalismo, son los causantes de una amplia gama de efectos, incluyendo la
transformación de incentivos y las oportunidades para la acción colectiva. Aquí la
Apuntes de investigación del CECYP, Nº6 ,año 2000 14

reorganización de la vida política y social cotidiana juega un rol fundamental en la


explicación de la acción colectiva. Los historiadores que enfatizan el conflicto se
comprometen a una visión de la vida social individual como inextricablemente sumida en
relaciones entre grupos e individuos. En los análisis marxistas clásicos se destacan las
formas de relación cruciales dentro la organización de la producción, pero los
historiadores no-marxistas han estudiado también las relaciones de conflicto y
cooperación basadas en el género, la raza, la etnicidad, la nacionalidad y lo local.
Un número decreciente de historiadores trata a la acción colectiva popular en Europa
como la expresión de impulsos directos causados por los males sociales. Los
historiadores sociales han contribuido significativamente a cambiar las explicaciones
históricas prevalecientes de la acción colectiva popular hacia el cambio social y el
conflicto. Al haber hecho esto, ellos han dejado al descubierto la evidencia creciente de la
influencia de instituciones existentes en la forma, la frecuencia y el resultado de la acción
colectiva. Una contribución significativa de los historiadores sociales europeos, de
hecho, ha sido mostrar cuan extensivamente las instituciones locales han mediado, por un
lado, entre los impulsos individuales de la gente y, por el otro, en la acción colectiva.
Aquí las historias de conflicto, de cooperación y de las instituciones sociales convergen.

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