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Raúl Kastillo Dubó es el primer poeta que conocí en Ovalle… recuerdo que respondiendo a un

llamado de la revista Ciudad Humana, le escribí un email contándole mis ganas de ser parte de la
iniciativa y de mi amor por la poesía. Luego partimos también a hacer frente a la propuesta Itinearte;
iniciativa cultural callejera autogestionada que recorrió poblaciones y pueblos en Ovalle en un
tiempo donde el CECA no existía, pero si las ganas. Por ese tiempo fue el inicio de una amistad de
ya más de diez años.

Recuerdo claramente lo que me dijo Raúl respecto a la poesía ovallina: “hay poca, pero la mejor es
la de Ramón Rubina”.

Con el tiempo, y leyendo y releyendo El Niño Dios de Sotaquí, obra clave en la producción de
Kastillo, me sorprendió leer al fin a un poeta que se alegaba del clásico parafraseo a Mistral o
Neruda; o se alejaba de las voces regionalistas que sueñas con dragones y seres mitológicos; se
alejaba de las voces de poetas que le cantan al amor romántico y repiten formulas ya tratadas. El
Niño Dios de Sotaquí es simplemente una obra genial donde el poeta ya se abandona, para hablar
desde otro y terminar siendo un nosotros. Esa visión metafórica del estado actual de la realidad,
espacial y no atemporal, me sobrecogió a tal punto que una vez nos acompañé a Raúl Kastillo en
unas lecturas por Santiago y Valparaíso, vi su poder; así fue como me sorprendió el recibimiento del
mundo literario y cultural; y me confirmó la idea de que estaba ante un gran poeta, localista y con
la cabeza fríamente puesta en la poesía y nada más. Bendito él.

Ese es el valor principal de Raúl, el no abandonar su Ovalle, y desde él y para él, hacerse universal.
A través de la palabra claro.

Ahora, estos textos que hoy presenta en la Feria del Libro de Ovalle vienen a poner un acento muy
significativo en la poesía provincial; Crónicas del Río Limarí, texto aún en construcción, pero que
desde ya muestra una consistencia que no había visto en la poesía ovallina. Es quizás, y me atrevería
a decirlo, un despertar poderoso, tremendamente arraigado en el territorio que se habita. Acá Raúl
Kastillo no nos vende la pescá; esta poesía viene a enraizar la palabra, es decir hacerla firme y
duradera; tomando los elementos del entorno que dan consistencia al territorio. Al río Limarí por
sobre todo. Con estos versos Ovalle se sitúa en la poesía nacional, y no sólo Ovalle (Gracias Raúl)
sino toda la provincia del Limarí.

Y lo maravilloso viene entonces en no hacer un canto glorioso desvirtuando la realidad; acá Kastillo
no nos mostrará un río limpio, pues no lo es; no nos hablará de los hermosos paisajes y la pulcritud;
no; el poeta desde la basura que rodea el río; desde las aves que cada vez son menos; o desde la
flora en constante peligro ante el avance humano. Acá Kastillo no poetiza el río; sino que utiliza el
río para poetizar lo sublime, la palabra.

Sin caer en un spoiler o destripe del texto; quisiera resaltar los personajes que hablan y muestran
su verdad: el río en sí mismo, la flora y fauna limarina, el señor que produce áridos y la vieja loca
que camina por las calles de la ciudad… hay en este recuperar de emociones una bomba de versos
que repiten una y otra vez, como en un eco perpetuo, trayendo a la memoria el canto del agua sobre
nosotros mismos; pues en los versos de Crónicas del Río Limarí, leemos como el agua nos une y nos
cubre; traspasándonos, trascendiéndonos. Es la naturaleza quien nos cobija ante la desvaloración
que la ciudad hace de su río; la naturaleza nos da lo que la historia política de este país nos ha
negado: la libertad, la justicia y la solidaridad.
“Cada paso del dolor es un camino sin salida en el tiempo”, dicta el epígrafe de Adrián Campillay
con se inician los versos. Tremenda puerta que nos permite reflexionar de como la amistad real y
poética, se hace carne en esta lucha de ir por la vida con la palabra al frente, y las manos limpias.
Un segundo epígrafe que se lee de Stella Díaz Varin “No quiero que a mis muertos me los hundan.
Me los ignoren. Me los hagan olvidar”; puede quizás servir para formar un canon en el cuál también
el poeta se sostiene; pues es bueno señalarlo, Kastillo pertenece a la tradición poética de Chile, de
la mano de poetas como Mistral, Teiller, De Rokha, Díaz Varin, Susana Moya, Javier del Cerro, entre
tantos otros que caminan la misma ruta; y bien. Hay una historia común, un territorio común, que
como se lee, va más allá de un río llamado Limarí. La fuerza universalizadora de estos versos está en
la trascendencia de la naturaleza por sobre los humanos, o la trascendencia de la historia por sobre
palabras sueltas que se pierden hoy entre tanta red social virtual.

Conectarse con el río, puede sonar una frase muy millennial, pero aplica en la medida que
conectarse significa ir al río, sentarse en una piedra, poner los pies en el agua fría y reflexionar.
Investigar. Mira que los versos propuestos por Kastillo no son al azar, ni con explosiones
momentáneas; eso se nota, eso se lee.

Para terminar quisiera referirme a los versos con el poeta habla a su hijo; estos versos de una belleza
tal que inspiran y sobrecogen; hablan también de la madurez literaria del poeta, quien al mostrarse
y revelarse en su rol de padre, nos muestra también esa cara que a veces se oculta en el hombre; la
sensibilidad. Hoy en tiempos de deconstrucción de roles de género, este poema, sin pretenderlo,
se convierte en una fuente de iluminación para los varones.

Es para mí un orgullo presentar la obra de Raúl Kastillo Dubó, poeta de Ovalle.

18 de febrero de 2019

David Santos Arrieta

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