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The Art of Moral Protest: Culture, Biography, and Creativity in Social Movements, por

James M. Jasper. The University of Chicago Press, 1997.


Reseña: Dawn Wiest
Traducción: Javier Auyero

Observadores y analistas de las protestas contra la World Trade Organization que


conmovieron a Seattle en Diciembre del año 2000 expresaron su asombro ante la
diversidad de individuos y estilos de protesta que caracterizaron las demostraciones. Si
bien el blanco de la protesta era prácticamente el mismo para todos --las consecuencias
ocultas de la globalización-- la manera en que se expresaron estas demandas varió de
manera considerable. Los principales medios de prensa atacaron a los activistas más
"radicales", cuyo estilo parecía --a los ojos de los reporteros-- poco beneficioso en
términos políticos, y por ende, actuando en perjuicio de los fines de los activistas por la
justicia social más conservadores (lease efectivos). ¿Qué clase de mensaje esperaban
consignar los activistas vestidos de mariposas o tortugas o los anarquistas apedreando
vidrieras? ¿Qué tan eficaces en términos políticos pueden ser esas exteriorizaciones?

Este no es un libro sobre Seattle, sino sobre la protesta y sobre quienes protestan; un libro
que puede ayudarnos a reflexionar sobre el sentido subjetivo de semejantes fenómenos.
Más allá de las preguntas en relación a la eficacia política de la protesta, y a los
determinantes estructurales del surgimiento de los movimientos sociales, se encuentran
aquellos interrogantes relacionados con las dimensiones morales, emocionales y
biográficas de la protesta. Estas son las preguntas que intrigan a Jasper. La gente protesta
porque su visión del mundo o su modo de vida es percibido como amenazado. Continuan
protestando porque la propia experiencia puede ser excitante, así como moral, emocional
e intelectualmente satisfactoria. Existen distintos tipos de gente que protesta y diversos
estilos de protesta porque la gente tiene experiencias de vida variadas las cuales
estructuran compromisos morales, emocionales y cognitivos numerosos.

Las historias de activistas pueblan el análisis de Jasper. Ian McMillan, un granjero de


setenta años que reside en el centro de California, fue atraido por la protesta contra la
construcción de una planta nuclear en su pueblo natal. Su conocimiento y amor por la
tierra alimentaron su oposición al reactor. Madres jóvenes de clase media fueron
absorbidas por la protesta por el peligro potencial que este reactor representaba para sus
hijos e hijas. La misma causa atrajo a diferentes tipos de gente con distintas motivaciones,
construcciones del hecho, y maneras de atacar el problema. Su evidencia empírica
proviene de entrevistas, encuestas, y observación participante, métodos por él empleados
en sus análisis previos de los movimientos antinucleares, ambientales y por los derechos
animales. Por cierto, la variedad y profundidad de la evidencia utilizada para desarrollar
los argumentos contenidos en este libro son realmente impresionantes. En línea con las
protestas y los activistas analizados, uno de las características más importantes del libro es
su astucia. Cualquier académico, activista o ciudadano interesado ha de encontrar un libro
entretenido y provocador. Si bien puede que no ofrezca un nuevo paradigma, ni siquiera
una revisión acabada de las formulaciones que se han intentado sobre el tema, Jasper nos
ofrece una serie de fundamentos analíticos para una comprensión más rica de la protesta,
de los activistas, y de las luchas en las cuales están implicados.

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Jasper sostiene que muchos de los conceptos utilizados en la teoría de movilización de
recursos y en las formulaciones centradas en el proceso político --las dos tradiciones
dominantes en el análisis de los movimientos sociales-- han sido extendidos en demasia.
Las estrategias y los recursos han sido utilizados en los análisis incluyendo importantes
dimensiones de la protesta que en realidad pertenecen a las esferas autónomas de la
cultura y la biografía. La insuficiente atención a las dimensiones biográficas y culturales de
la protesta y una confianza desmesurada en presupuestos racionalistas y explicaciones
estructuralistas han resultado en una imagen de quienes protestan como autómatas, que
acumulan y utilizan recursos y estrategies sólo con fines instrumentales en respuestas a
cambios en las condiciones políticas y económicas. Jasper contrapone una visión de
quienes protestan como seres humanos reflexivos cuya lucha, y las diversas formas en las
que ésta se expresa, está guiada casi siempre por emociones y principios morales. También
escribe que la importancia de los movimientos de protesta no puede ser evaluada sólo en
términos de sus ganancias y pérdidas en el ámbito político. Más que nada, Jasper razona,
los movimientos de protesta son un importante progenitor de visiones morales y
creatividad cultural en la sociedad.

La visión que Jasper tiene de la cultura como sentidos, sentimientos y juicios morales que
son compartidos e incorporados se diferencia de la visión puramente cognitiva típicamente
utilizada por los analistas de movimientos sociales cuando toman en cuenta a la cultura.
Utiliza una concepción dualista de la cultura en cada nivel de análisis, comenzando por el
individuo que protesta, siguiendo por los grupos que crean estos individuos, y llegando a
la interacción entre los grupos de protesta y otras instituciones. La base de la protesta es el
individuo cuyos vínculos emocionales y cognitivos con la rutina, la gente, los lugares, etc.
tienen un componente profundamente moral. Este componente moral de la vida diaria
permanece implícito gran parte de las veces hasta que los aspectos familiares, dados por
descontado, de la vida personal son amenazados. La amenaza es percibida mediante el
pensamiento y el sentimiento, ambos estructuran la inmediata reacción y el curso de acción
que se toma para aniquilar la amenaza. Entre el shock inicial y el acto de la protesta existe
un proceso de interpretación y encauzamiento que lleva a la atribución de la culpa y a un
curso de acción estratégica. Parte del trabajo de los movimientos sociales, entonces, es
tomar a los potenciales y actuales participantes desde un nivel de entendimiento a otro, y
desde un nivel de experiencia emocional a otro.

Clave para este análisis es la idea implícita de que antes de que haya movimientos de
protesta, hay actores que protestan. Jasper argumenta que el comienzo de todos los
movimientos de protesta puede ser ubicado en la experiencia inicial emocional y cognitiva
que deviene cuando los propios principios morales son repentinamente amenazados. Si
bien es el individuo el que experimenta la emoción, las condiciones materiales y culturales
compartidas han resultado en la existencia de clases de personas que comparten visiones
del mundo y que, por ende, tienen percepciones y reacciones similares frente a la amenaza.
Así, los actores individuales que protestan crean movimientos de protesta, los cuales a su
vez sirven de guía para la trayectoria emocional, moral e intelectual del activista.

Los movimientos de protesta, de acuerdo a Jasper, otorgan una de las escasas


posibilidades en la vida social para expresar y experimentar una variedad de placeres
mientras se vive una ideal mora explícita de manera creativa. Argumentando contra las
explicaciones dominantes de la participación en los movimientos sociales que ven al

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activismo en términos puramente racionales, Jasper sostiene que la satisfacción moral,
emocional e intelectual es un fin en sí mismo. La creatividad de la protesta involucra la
síntesis de experiencias emocionales, morales e intelectuales en un "manojo" que es a la
vez una visión del mundo y una manera de vivir. Esto, por sí mismo, sugiere una economía
moral que da forma y guía a los anhelos incorporados en las disposiciones de los activistas
y que provee el lazo que une a los activistas entre sí.

Su perspectiva privilegia el rol de la personalidad en el activismo; como escribe: "está


fuera de moda indagar en la personalidad de aquellos que hacen una carrera de la protesta,
dado que el consenso actual es que no son distintos de usted ni de mi". La protesta, afirma
el autor, es una experiencia singular; y quienes protestan, en especial aquellos que hacen
de ello una carrera, son individuos únicos. Las construcciones que sostienen una imagen
del actor que protesta como una individuo puramente racional --es más, "normal"-- no
pueden capturar la dinámica cultural y biográfica que es central para la construcción de la
protesta y de los actores que en ella participan.

Esta afirmación seguramente sorprenderá a los teóricos de la movilización de recursos y


de los procesos políticos, quienes han trabajado mucho para demostrar que los actores de
la protesta son "como usted y yo" y que las consideraciones estructurales --como las
redes-- proveen el impetus primario para sumarse a la acción colectiva y los mecanismos
que permiten a los individuoos hacer una carrera del activismo. En la página 215, Jasper
escribe que la identidad del activista "parece una propiedad del individuo" y que "los
individuos abrevan en significados culturales y biográficos para mantener su identidad, no
tanto en recursos ni en otras características estructurales". Esta es una afirmación
importante y problemática. Nos da el ejemplo de Geoff Merideth, el activista de carrera
por excelencia. Su activismo no se explica sólo por las redes que le permitieron ir de un
movimiento a otro, sino por la satisfacción emocional que él experimentó creando su
identidad y expresándola en varios movimientos de protesta y organizaciones. Esta
identidad y este know how cultural le permitieron a Meredith buscar las redes y las
oportunidades de trabajo que fueran compatibles con su experiencia y sus ambiciones de
justicia social. Esta construcción, sin embargo, no sugiere que los teóricos de las redes
dentro de la tradición sociológica de estudio de los movimientos sociales estén
equivocados. Creo que Jasper intenta sugerir que la fuerza emotiva y moral de la
experiencia de la protesta, si bien cultivada y expresada entre amigas y compañeras
activistas, es también un placer privado, una característica personal que sostiene la
identidad y el deseo, más allá de la estabilidad de las redes sociales. Pero dado que el
lenguaje de Jasper está imbuido de psicologismo, uno puede cuestionar la significancia
sociológica de la biografía individual. Quizás Jasper podría haber utilizado de manera más
provechosa la noción bourdiana de habitus. Entender la conformación de las disposiciones
del activista antes y durante el activismo, y el impacto que en esta tienen los individuos de
distintos contextos sociales y culturales así como de diferentes tradiciones políticas podría,
creo, añadir mucho a nuestra comprensión de la dinámica de la protesta. Jasper,
ciertamente, abre la puerta a este tipo de análisis.

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