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Materialismo Histórico y Dialéctico

Lo que periodísticamente se llama –y


todos llamamos– «comunismo» es más o
menos la realización de la idea marxista.

Pero resulta estúpido el –también


periodístico– «anticomunismo» que funda
su posición en el argumento de que el
comunismo destruye unos determinados
valores (éticos, sociales, económicos) o
que es un régimen que produce unas
condiciones de vida infrahumanas.

Porque puede suceder que esos


valores que el comunismo destruye lo haga
así a conciencia porque pertenecen a una
estructura social burguesa que
precisamente pretende superar, y ¿cómo
negar esa pretensión?

Por otra parte, puede suceder también


que un régimen comunista consiga un nivel
de vida y un progreso muy superior al de un
régimen capitalista, pongamos por caso.

Según eso, el susodicho «anticomunismo» (utilitarista, miope y negativo) se queda en un


«anticomunismo de tela de cebolla» tan tenue que se estremece y se rompe al recibir las señales
emitidas por el primer «sputnik».

***

Pero sigamos. ¿En qué consiste fundamentalmente esa idea que Marx enuncia y que va
reclutando adhesiones? El núcleo de esa idea es lo que se llama «materialismo histórico-
dialéctico», que hoy vamos a tratar. (En sucesivos artículos iremos viendo otra serie de ideas-
fuerza encadenadas con la anterior).

El materialismo histórico es la inversa de la dialéctica hegeliana aplicada a la Historia como


comprensión integral de ésta.

Para Hegel el mundo real no era sino la realización progresiva de la «Idea», el espíritu
universal, absoluto y eterno, desarrollándose a sí misma. La Idea progresaba dialécticamente a
través de contradicciones internas («tesis» y «antítesis»), de las que resultaban la «síntesis»
(tesis a su vez del progreso siguiente).

Para Marx el hallazgo de Hegel resulta genial; porque frente a la «metafísica» para la cual
las cosas y los conceptos están fijos, aislados y dados de una vez para siempre, la «dialéctica»
–dice Engels– «aprehende las cosas y sus reflejos conceptuales esencialmente en su conexión,
su encadenamiento, su movimiento, su nacimiento y su fin».

Hegel concibe por primera vez –sigue Engels, y para él éste es un gran mérito– un sistema
en que «el mundo entero de la naturaleza, de la historia y del espíritu estaba representado como
un proceso; es decir, como engarzado en un movimiento, un cambio, una transformación y una
evolución constantes, y donde se intentaba demostrar el encadenamiento interno de este
movimiento y de esta evolución».
Pero –añade– «Hegel era idealista, lo que quiere decir que en lugar de considerar las ideas
de su espíritu como los reflejos más o menos abstractos de las cosas y de los procesos reales,
él consideraba a la inversa los objetos y su desarrollo como simples copias realizadas de la Idea
existente no se sabe donde, antes del mundo». Esto era «la perversión de la verdad». Por eso,
los hegelianos de izquierda, Feuerbach, Marx y Engels, van a dar la vuelta al sistema idealista
de Hegel (lo van a poner «cabeza arriba», según su expresión), pero conservando su método:
van a ser materialistas dialécticos.

Esta dialéctica marxista «cabeza arriba» aplicada a la Historia reduce a ésta a la historia
de la lucha de clases. Y «estas clases sociales en lucha la una contra la otra son siempre el
producto de las relaciones de producción y de cambio, en una palabra, de las relaciones
económicas de su época».

La nueva concepción materialista de la Historia había encontrado definitivamente el camino


«para explicar la conciencia de los hombres partiendo de su existencia en lugar de explicar su
existencia partiendo de su conciencia, como se había hecho basta entonces».

Los anteriores párrafos son de Engels. Por su parte, Marx dice: «En la producción social de
los medios de existencia, los hombres contraen relaciones determinadas, necesarias,
independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un estadio
determinado del desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de las relaciones
de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base concreta sobre la cual
se eleva una superestructura jurídica y política, y a la cual corresponden formas de conciencia
social determinadas. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida
social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su
manera de ser; es, al contrario, su manera de ser social la que determina su conciencia».

Como por clase social, el marxismo, entiende el conjunto de individuos que en el proceso
de la producción juegan un papel similar «toda la historia de la sociedad humana, hasta hoy, es
la historia de la lucha de clases». (Así empieza el capítulo «Burgueses y proletarios» del
«Manifiesto comunista».)

El modo de producción cambia constantemente, y el modo de división en clases que le


corresponde cambia también dialécticamente en tesis, antítesis y síntesis. Hoy, la tesis es la
burguesía (esto es, el gran capitalismo) y la antítesis la clase proletaria (esto es, los obreros que
no viven más que en tanto encuentran trabajo, y que no lo encuentran más que en tanto su
trabajo incremente el capital en lo que se llama «plusvalía»). Mañana, la síntesis será el triunfo
del proletariado y la sociedad sin clases y sin Estado, la sociedad comunista.

***

Queda expuesto, a grandes trazos, lo que es el materialismo histórico. Pues bien, nosotros,
que no somos «anticomunistas de tela de cebolla», ¿qué tenemos que decir ante esa idea-
fuerza? Procuraremos ir hacia la verdad, es posible que nos equivoquemos a veces, pero no
diremos frivolidades.

En primer lugar, diremos que la dialéctica es un método excelente de trabajo para todo
«hombre al día» que se preocupe por el «mundo en torno». Los fenómenos, en efecto, se
condicionan y explican unos a otros y se hacen solidarios. La contradicción es algo esencial a la
Sociedad y a la Historia. Todo el sentido de historicidad moderno se apoya en la dialéctica.

Pero es que el uso que hace el social-marxismo de la dialéctica empieza por ser
tremendamente antidialéctico, por ser «absolutivista», esto es, dogmático, arbitrario, ahistórico.

Absolutivista era el idealismo al quedarse con la «res cogitans». Pero absolutivista es


también el materialismo al quedarse con la «res extensa». Porque hay una realidad que es el
hombre, que es la vida humana, que es una realidad biológica y pensante en un todo inseparable,
una realidad que va haciéndose a sí misma, que tiene que ir haciéndose a sí misma y sintiéndose
responsable de sus actos. El hombre es fundamentalmente un ser libre que tiene en cada
momento que decidir lo que va a hacer. Naturalmente que está condicionado por una
circunstancia, pero de ninguna manera determinado por ella: yo no soy lo que hace de mí la
circunstancia, sino que yo soy lo que me voy haciendo de mí con mi circunstancia.

La idea marxista se apoya en una determinada estructura de formas de producción y de


fuerzas sociales. Esta estructura es hoy claramente diferente a como Marx la conoció. Pero para
los marxistas, en cuanto la infraestructura cambia, la idea que sobre ella se apoyaba ya no sirve;
si quiere seguir subsistiendo se convertirá en una idea «reaccionaria». Por eso, dentro de sus
mismos supuestos, la pretensión absolutivista de la idea marxista es, vamos a verlo, claramente
reaccionaria.

La idea marxista quiere alcanzar la síntesis de la sociedad sin clases comunista frente a la
dialéctica que presenta la tesis de una burguesía explotadora, por un lado, y la antítesis de un
proletariado oprimido, por otro.

Pero aunque la síntesis se produjera la idea marxista seguiría siendo absolutivista porque
se estabiliza en ello y no sigue las mismas leyes internas de la dialéctica (para los marxistas la
síntesis de una sociedad sin clases comunista no sería, a su vez, tesis del proceso siguiente).

Pero es que la síntesis comunista ni se ha producido ni se producirá. La tesis y antítesis ya


no son las mismas, porque la infraestructura, formas y relaciones de producción, han variado
enormemente. Así, por ejemplo, la concentración económica que inevitablemente y
progresivamente se había de producir, según Marx, no se dio (hay aquí factores muy complejos
y no vamos a entrar en ellos ahora).

Todo esto, visto desde sus supuestos. Desde fuera, tenemos que las ideas provenientes
de la economía clásica, el determinismo, el biologismo, el positivismo, &c., que se encuentran en
el marxismo, son totalmente decimonónicas y completamente relegadas a figuras «históricas»
por las nuevas ciencias del hombre.

Las formas de producción de bienes materiales han realizado un progreso impresionante


en muchos países occidentales pasando por todos los grados de capitalismo y aun rebasándolo
en muchos casos. Y, sin embargo, no se ha producido en ellos la revolución comunista que se
ha dado, en cambio, en países más atrasados en cuanto a formas de producción. El poder
determinante de éstas no se ve muy claro. La revolución, en donde se ha hecho, ha sido más
por el influjo decisivo de la fuerza de una idea y de una voluntad de decisión que la consecuencia
ineludible de unas relaciones de producción. Los comunistas son, en este sentido, más
«idealistas» que los «burgueses capitalistas» que en realidad son más «materialistas».

Lo cierto es que en Rusia las formas de producción han ido con retraso respecto a los
países occidentales. El «estajanovismo» era ya una invención occidental –la «taylorización»–
con muchos años de práctica. En Rusia se continúa con las «relaciones de producción». En
Occidente se habla ya de «relaciones humanas». Frente a la antigua concepción mecánica de la
sociedad resurge una nueva concepción humanista.

En Occidente se saben métodos para prevenir y frenar las crisis económicas. En Rusia no,
porque por definición ni puede haber crisis económicas, ya que en un régimen socialista-
comunista hay una perfecta adecuación entre las fuerzas productivas y las relaciones de
producción. Sin embargo, Rusia conoce hoy una gran crisis económica.

Por todas estas razones vemos que el marxismo, que llevaba la pretensión de alzarse con
la bandera de la dialéctica, se convierte en absolutivista, en antidialéctico.

El materialismo histórico aportó, sin embargo, algo positivo: hizo que se fijara la atención
en algo hasta entonces casi inédito: el hombre como ser social y económico. Intervienen en la
formación de esta postura muchos factores, pero es innegable que es isócrona y, en cierto punto
deudora, del marxismo.
Pero reconocer la importancia del factor económico no quiere decir elevarlo al grado de
criterio absoluto histórico. Hay muchas cosas que Marx no pudo explicar con su ley básica de la
primacía de las relaciones de producción. (Decisiva a este respecto ha sido la investigaciones
de un Max Weber sobre «la ética protestante y el espíritu del capitalismo». Según ella, el origen
de la forma de relación económico-social que supone el capitalismo –una infraestructura en fin–
viene dado por una concepción religiosa y ética –una superestructura– especial: la protestante,
la calvinista. La investigación es perfectamente científica, hecha por un historiador de la
economía y de los fenómenos sociales, pero que no es absolutivista, que no puede usar la
dialéctica al servicio de ideas preconcebidas, antidialécticas.)

Otro ejemplo que el materialismo histórico no puede rebatir es el de las religiones


«católicas» (y singularmente el Catolicismo Romano), que se imponen a todas las
infraestructuras.

Antes que se den los fenómenos económicos está el hombre productor de ellos, el hombre
que necesita pensar, desarrollar su vida y convivir con los demás. Lo económico no es la realidad
más sustante. Puede llegar a ser extraordinariamente relevante en una época como la nuestra,
pero de eso a afirmar que sea constante básica sobre la que se apoyen en último término todos
los hechos históricos y todas las creaciones humanas, va un abismo.

El hombre es anterior a lo económico, creador de lo económico que, desde luego, influye


también en él. Pero el centro del universo es, hoy más que nunca, el hombre y no las formas de
producción. Un hecho sintomático es que en la Teoría Económica se da hoy una mayor
importancia frente a la clásica Teoría de la Producción a la más moderna Teoría del Consumo.

En toda la concepción marxista de la Historia late, y se adivina, una regresión a la idea


pagana de no-creación, de universo eterno; su creencia se basa en la fe en la materia. Pero la
ciencia nos dice que no tiene razón. El marxismo se basa en la fe en la materia. Porque la materia
era lo más auténtico, lo único inconmovible y eterno (todo volvía a la materia), lo fijo, lo indivisible
(el «átomo»). Pero la materia hoy se ha desvanecido en ondas, se ha liberado, ha liberado la
energía, el espíritu. La materia vuelve a ser contingente, evanescente, problemática, insegura. Y
nada más pavoroso para un materialista.

Obsérvese el ingenuo optimismo decimonónico de esta declaración «escolástica» marxista


(enunciada por Stalin), que tan lejos está de la moderna concepción de la ciencia: «El
materialismo filosófico marxista parte del principio de que el mundo y sus leyes son
perfectamente cognoscibles. Nuestros conocimientos sobre las leyes de la naturaleza son
perfectamente válidos, y las leyes científicas son verdades objetivas.»

Reafirmamos una vez más nuestro concepto humanista del proceso histórico, porque
queremos estar con la verdad y a la altura de nuestros tiempos. La primacía le corresponde al
hombre. Sólo el hombre es un ser histórico. El hombre como totalidad es el que hace la Historia.
Negar la libertad radical del hombre a decidir su propio destino es negar al hombre mismo. Todo
lo que se haga después es pura utopía, porque el hombre sigue estando en el tiempo.

………………………..

Negación de la negación
Los nuevos fenómenos que surgen en la naturaleza y en la sociedad recorren
también su camino natural: envejecen con el transcurso del tiempo y ceden su
puesto a fenómenos y fuerzas más nuevos. Si antes negaban lo viejo, ahora son
negados a su vez por algo más joven, nuevo y fuerte. Esto es ya la negación de
la negación. Y como en el mundo existe una cantidad infinita de fenómenos, el
proceso de negación es constante, infinito, es decir, tiene lugar un proceso
ininterrumpido de negación de la negación. ¿A dónde conduce este proceso? El
siguiente ejemplo se lo mostrará. El proceso de la cosecha consta de varios
períodos: germinación de las semillas, crecimiento y maduración (recolección).
Durante la germinación, los granos sembrados dejan de existir, son negados. En
su lugar aparecen las plantas que nacen de ellos, los tallos. Pero después, las
plantas florecen, son fecundadas y, por último; madura la cosecha. Entonces
muere el tallo. Es la segunda negación. Y todo el proceso de obtención de la
cosecha es la negación de la negación. En este caso, el proceso de negación ha
conducido no sólo a la destrucción de las semillas enterradas, sino también al
surgimiento de nuevos granos y, además, en cantidad diez o veinte veces mayor.
En este resultado está la esencia de la ley de la negación de la negación. ¿Qué
teníamos al principio, en el punto de partida del proceso? Grano. ¿Qué tenemos
como resultado? Otra vez grano. El proceso parece repetirse, el "círculo" se
cierra. Pero la ley de la negación de la negación muestra que existe el desarrollo.
Porque al empezar el proceso disponíamos de determinada cantidad de semillas
y, al terminar, disponemos de la cosecha. Está claro que no se trata de una
simple repetición. Cierto que hemos llegado a lo mismo de lo que habíamos
partido, pero nos encontramos ante una repetición sobre una base nueva,
superior. Si los hombres llegaran, al recoger la cosecha, a los mismos resultados
cuantitativos y cualitativos iníciales, no merecería la pena cultivar la tierra. En
nuestro ejemplo, el comienzo del proceso (.siembra del grano) y el final (recogida
de la cosecha) son dos grados de desarrollo cualitativamente diferentes: grado
inferior y el superior. Como consecuencia de este desarrollo, el proceso no queda
estancado, sino que avanza de lo inferior a lo superior, de lo simple a lo complejo.
Así, pues, la esencia de la ley de la negación de la negación consiste en que, en el
proceso del desarrollo, cada grado superior niega, elimina, el anterior y, al mismo
tiempo, lo eleva a un grado nuevo y conserva todo el contenido positivo en su desarrollo..
La negación dialéctica de la negación presupone tanto la negación como la
conservación, tanto la destrucción como el desarrollo ulterior.

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