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Colección Politeia

dirigida por Hugo Quiroga


ESTADO DE EXCEPCIÓN Y
DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Argentina, Brasil, Perú y Venezuela


en perspectiva comparada

Santiago C. Leiras
(Compilador)
© 2010 - Homo Sapiens Ediciones
Sarmiento 825 (S2000CMM) - Rosario - Santa Fe - Argentina
Telefax: 54 341 4406892 / 4253852
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I.S.B.N. Nº:

Diseño Editorial: Adrián F. Gastelú

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ÍNDICE

PRESENTACIÓN
HUGO QUIROGA ..................................................................................................... 9

PRÓLOGO ............................................................................................................. 15

INTRODUCCIÓN
SANTIAGO C. LEIRAS .............................................................................................. 17

1. Democracia, estado de excepción y decisionismo político:


consideraciones y conceptos
ALBERTO BALDIOLI y SANTIAGO C. LEIRAS .................................................. 25

2. Argentina en la década de la decisión política.


El liderazgo neodecisionista de Carlos Saúl Menem
ALBERTO BALDIOLI y SANTIAGO C. LEIRAS .................................................. 53

3. La construcción y consolidación del discurso neodecisionista


de Fujimori en Perú (1990-1995)
HERNÁN FAIR ............................................................................................... 81

4. Autocracia y legitimidad política. Alcances y límites de la


forma decisionista de gobierno de Venezuela entre 1998 y 2006
ROBERTINO NICOLÁS SPINETTA ..................................................................... 131
5. El caso de Collor de Mello en Brasil: ¿límites al
decisionismo?
FLORENCIA INCARNATO y VICTORIA VACCARO .............................................. 171

CONCLUSIONES
SANTIAGO C. LEIRAS .............................................................................................. 199

BIBLIOGRAFÍA ..................................................................................................... 213

LOS AUTORES ...................................................................................................... 229


PRESENTACIÓN

HUGO QUIROGA

El libro que el lector tiene en sus manos es el resultado de los trabajos de


un equipo de investigación de la Universidad de Buenos Aires, dirigido por
Santiago C. Leiras. La calidad de los estudios revela la valía y la capacidad de
cada uno de sus miembros: Alberto Baldioli, Hernán Fair, Robertino Spinetta,
Florencia Incarnato y Victoria Vaccaro. Dejo librado al lector el juicio sobre los
artículos; cada cual sacará sus conclusiones, yo expresaré las mías.
Entre los méritos de la obra, quiero destacar, inicialmente, que estamos
delante de un análisis en perspectiva comparada (de cuatro países de nuestra
región: Argentina, Brasil, Perú y Venezuela, en la década del noventa), tan nece-
sario para el desarrollo de la ciencia política contemporánea. Aunque los temas
examinados son el producto de un programa de investigación, están presentados
con un lenguaje claro y accesible para un público general interesado por los
problemas que se abordan. En el libro prevalece la unidad interna de los textos
en torno a los conceptos de estado de excepción y neodecisionismo, en una
permanente conexión entre pensamiento y acontecimiento, entre reflexión y
circunstancia. No se trata, pues, de una mera yuxtaposición de artículos. Final-
mente, la obra continúa y profundiza un debate muy presente en el universo lati-
noamericano, referido al uso de las categorías de Carl Schmitt para comprender
y explicar la complejidad de nuestras realidades o nuestras patologías.
Como hay una unidad conceptual en los artículos que componen el texto,
a pesar de ciertos matices, prefiero, en lo que sigue, entablar un diálogo con el
uso de las categorías que acompañan cada una de las contribuciones (categorías

9
desarrolladas en el Capítulo 1 que opera como línea teórica comunicante de toda
la obra), antes que efectuar un tratamiento particular de las presentaciones. Este
propósito me obliga a ingresar, brevemente, en el mundo teórico abordado por
los autores, y desde allí discutir ciertas cuestiones generales.
La presencia de Carl Schmitt en el debate téorico-político contemporá-
neo ha sido bautizada como un “redescubrimiento” intelectual, tras el veto que
sufriera por su propia comunidad científica al finalizar la segunda guerra
mundial. Un pensamiento conservador y tradicionalista (inspirado tanto en
Hobbes –quien según Schmitt aclara la estructura lógica del decisionismo–
como en autores católicos contrarrevolucionarios de la talla de Bonald, De
Maistre, y Donoso Cortés); a la vez, lúcido representante de la derecha antipar-
lamentaria, resultó ya atrayente en los años cincuenta en España para sectores
ideológicos opuestos, es decir, para corrientes de derecha e izquierda. Entre
nosotros, y en la mayoría de los países, su recepción fue más tardía por las
diversas familias de la derecha y la izquierda, que mostró un renovado interés
por sus tesis a principios de la década del ochenta del siglo XX.
En la década del noventa, período de análisis del libro que prologamos,
Schmitt era una referencia casi obligada en la ciencia política y en la filosofía
política, en circunstancias muy marcadas por el auge del mercado y la expan-
sión del liberalismo económico, por la retirada del Estado, y por el cuestiona-
miento del sistema de representación y la crisis de la política. Recurrir a un
autor tan polémico como agudo, critico implacable del liberalismo y su
neutralidad, abrió senderos interesantes para pensar de otra manera los temas
políticos. En esto consiste también la intención de este libro.
En Schmitt, la decisión es un principio absoluto que surge, como se
desprende de su Teología Política cuando define al Soberano, de la nada
normativa y de un desorden concreto. Para el decisionismo schmittiano el prin-
cipio de explicación del universo jurídico no reside en la norma, sino en la
voluntad política que la crea: la decisión. De entrada esto implica aceptar la
primacía de lo político sobre el derecho. El decisionismo elevado a concepción
del mundo, en sentido abiertamente político, no vacila en reducir las normas a
decisiones. Schmitt polemiza con el positivismo y el normativismo kelseniano,
porque retoman del liberalismo la idea de que la sociedad debe ser gobernada
por la ley (el gobierno anónimo de la ley) y no por los hombres. Para el libera-
lismo el fundamento del orden político es el derecho. En cambio, Schmitt
considera que la decisión precede a la norma y la instituye. El derecho no se

10
funda en sí mismo, no se infiere de una norma primera, sino que se instala por
la voluntad política de la autoridad que la impone. A la vez, el decisionismo
puro presupone el desorden de la condición humana, preestatal, que llega a
transformarse en orden en virtud de una decisión. En otras palabras, el desor-
den existente en la “situación natural” se transforma en el orden existente de la
“sociedad civil”, el Estado, por una decisión.
En verdad, el estado de excepción en Schmitt no es un estado de guerra,
precisamente es su manera de evitarlo. Este concepto metafísico alude a una
situación extraordinaria, fáctica, que suspende al Estado de derecho, por
“virtud del derecho a su propia conservación”. Pero lo que se suspende no es
una ley sino todo el orden jurídico frente a la amenaza que sufre el Estado, por
la ineficacia de la legalidad. Los romanos llamaban iustum a la interrupción
excepcional de la legalidad para salvar a la república. La duración de la inte-
rrupción dependía de la continuación de las causas que le dieron origen.
A diferencia del estado de excepción, lo que se denominan medidas de
emergencia o excepcionales (por ejemplo, las contempladas en la Constitución
argentina: los decretos de necesidad y urgencia, la delegación legislativa, el veto
parcial), están concebidas en el marco jurídico del Estado, insistimos, de manera
excepcional, porque se contraponen a la normalidad. Son poderes discreciona-
les de la democracia previstos para momentos de crisis o emergencia, y no para
épocas de normalidad. La democracia busca protegerse. El problema es, para la
vida política republicana, el uso abusivo de los poderes excepcionales (o facul-
tades legislativas directas del ejecutivo) en situaciones de normalidad, que
convierten a la emergencia en una práctica permanente. Por esta ruta se desem-
barca directamente en lo he denominado decisionismo democrático. Bajo esta
práctica de gobierno, la decisión enfrenta a la norma, y la atenúa.
En los casos tratados por nuestros autores, Argentina, Perú (a excepción
del autogolpe de Fujimori), Brasil, Venezuela, no se suspende el Estado de
derecho, más bien se lo atenúa. La idea de una legislación atenuada, en mi
opinión, es la forma jurídico-política que puede adquirir un Estado democrá-
tico en períodos de crisis o emergencia. Es decir, con la legalidad atenuada (o
Estado de derecho atenuado) las leyes “no guardan silencio”, no se suspenden
la Constitución ni la legislación ordinaria, sino que emerge una legislación
extraordinaria, que es el producto de la cesión de ciertas atribuciones del
Congreso al poder ejecutivo (la delegación legislativa), para ampliar su esfera
de competencias.

11
Las lógicas decisionistas y normativistas se oponen sin llegar a ser anta-
gónicas, pueden convivir en un mismo orden colectivo. Pero aquí no estaría-
mos delante del estado de excepción tal como fue formulado por Carl Schmitt.
Justamente, el decisionismo democrático es decisionista y normativista a la
vez. No supera esa oposición, coexiste con ella; es una forma de ejercicio del
poder no republicano. La discusión pasa por el modo en que se toman las deci-
siones. El decisionismo democrático genera un cambio en la base del poder,
cuya concepción integra en una implicación mutua al ejecutivo y al legislativo.
Como lo muestra el caso argentino, el Congreso, en un juego de forcejeos,
acompaña desde 1989 la ampliación de los poderes del ejecutivo mediante la
delegación de facultades, la reglamentación de los decretos de necesidad y
urgencia que incluye su aprobación ficta o tácita, las facultades permanentes
otorgadas al Jefe de Gabinete, y la aprobación año tras año de la ley de “emer-
gencia pública”, a partir de su sanción en 2002. Sin duda, el tema nos reenvía
a la relación entre derecho y poder, y al equilibrio o desequilibrio entre los dife-
rentes poderes del Estado.
Lo que atraviesa nuestras democracias es, en todo caso, una concepción
decisionista no schmittiana de la política. Ese decisionismo político puede ser
definido como el derecho de mandar concentrado y vertical que pretende esqui-
var los controles parlamentarios y judiciales y únicamente se siente obligado
frente al veredicto popular. La arbitrariedad del poder concentrado y vertical,
las insuficiencias del debate público, las conmociones político-institucionales
que interpelan al Estado democrático de derecho son el elocuente testimonio de
la vigencia del universo de la “excepcionalidad”, el dominio del imperio de la
excepción en tiempos de normalidad.
Si bien no puede existir un Estado independiente de reglas, hay que
reconocer que en nuestros países, el Estado es el verdadero constructor de la
política. El Estado es el dueño de la agenda pública, en la figura del poder
ejecutivo, no tanto en las organizaciones partidarias, y mucho menos en los
ciudadanos. Es la idea de la política del poder estatal, que ocupa un lugar
primordial en los asuntos comunes. No olvidemos que, en la época de Menem,
la reforma del Estado y la reforma económica se hizo desde la política del
poder estatal, a través de la delegación legislativa y los decretos. El decisio-
nismo político ha sido un medio recurrente en la gestión estatal que evoca la
disolución o la disminución de la deliberación, y define claramente el lugar de
la soberanía. Esto ha conducido a una filosofía decisionista del Estado.

12
El renacido debate en torno al decisionismo político se explica, tal como
se indica en el libro, por el surgimiento de una época que puede ser caracteri-
zada por las transformaciones estructurales de la sociedad y la economía, la
crisis de la política y la reducción del poder del parlamento. En América
latina, el decisionismo político se acentúa, al menos, por la fuerza de dos
tradiciones: la presencia de sistemas hiperpresidencialistas y la generación de
líderes fuertes, “líderes neodecisonistas”, que en algunos casos han dado
origen a liderazgos de crisis que dominan la escena política. En general,
conforme a la experiencia histórica, los liderazgos enérgicos surgen o se
reafirman en las situaciones extraordinarias.
Este libro es una invitación a los estudiosos de la ciencia política a conti-
nuar un derrotero intelectual iniciado hace algunos años en América Latina, y
en especial en Argentina, sobre el decisionismo político, definido por los auto-
res, como una nueva estrategia de liderazgo político y como doctrina de poder.
El propósito ha sido intentar aportar un “nuevo discernimiento” para la
comprensión de los liderazgos neodecisionistas y para analizar las implicancias
de la decisión política en tiempos de crisis y normalidad. La excelente tarea
emprendida revela un esfuerzo de confrontación entre el modelo teórico adop-
tado y la realidad histórico-social de los países estudiados. Bienvenido este
libro y el mundo teórico-político al que nos reintroduce.

13
PRÓLOGO

La presente obra es resultado de las discusiones y debates llevados a cabo


entre los miembros del proyecto de investigación S442, Estado de excepción y
democracia en América Latina durante los años 90: una revisión en torno a los
casos de Argentina, Brasil, Perú y Venezuela en perspectiva comparada,
desarrollado en el marco del programa de investigación UBACYT de la
Universidad de Buenos Aires.
Durante los últimos años, los integrantes de este grupo de trabajo, que
tengo el placer de dirigir, han llevado a cabo investigaciones sobre las diferen-
tes variantes del denominado Estado de excepción, la doctrina decisionista en
el derecho público europeo sobre la que asienta y su devenir histórico-filosó-
fico, como así también sus aproximaciones al caso latinoamericano.
Las publicaciones en diversos formatos, sea en papel como así también
en versión digital, sirvieron como “banco de pruebas” para la investigación en
curso, como así también para el acopio de un marco teórico adecuado para la
realización de esta obra colectiva.
Los investigadores han abordado el tema democracia y gobernabilidad
durante la última década, pudiendo establecer una relación entre estado de
excepción, democracia y decisionismo en nuestra región que, en tanto manifes-
tación del fenómeno se da invariablemente a lo largo de la década de 1990, será
tratado a lo largo de esta publicación.
Por el trabajo realizado, quiero manifestar mi más sincero agradeci-
miento a los integrantes de este grupo que, con su valioso aporte y sacrificio,

15
han hecho posible este libro. Va mi reconocimiento entonces para Alberto
Baldioli, Florencia Incarnato, Hernán Fair, Robertino Spinetta y Victoria
Vaccaro.
Agradezco a Hugo Quiroga, Profesor de la Universidad Nacional de
Rosario, por su generosidad, los elogiosos comentarios de la obra como así
también la profundidad de las reflexiones vertidas en torno al decisionismo
democrático que contribuyen sin lugar a dudas a enriquecer esta obra colectiva.
Quiero agradecer una vez más a la Universidad de Buenos Aires, por el
aporte financiero para la publicación de esta obra.
Un especial agradecimiento para la editorial Homo Sapiens por haber
hecho realidad el sueño de esta publicación.
Nuevamente agradezco a Sonia, mi compañera de la vida, por su soporte
y apoyo espiritual.
Dejo, a partir de este momento, abierta la invitación al lector para iniciar
esta aventura intelectual de recorrer los sinuosos senderos de la investigación.

SANTIAGO C. LEIRAS

16
INTRODUCCIÓN

SANTIAGO C. LEIRAS*

1. Relevancia del tema

El estudio sobre la crítica relación entre estado de excepción y democra-


cia dista de representar una preocupación temática de carácter novedoso: aque-
llo que comenzó durante las primeras décadas del Siglo XX con el debate de
juristas especializados en la Europa del período de entreguerras sería una cons-
tante luego en América Latina durante la década de 1990.
Aquel debate europeo de la primera posguerra tuvo como principales
protagonistas a Carl Schmitt y a Hans Kelsen, con el telón de fondo de la crisis
de gobernabilidad democrática de la república de Weimar. El primero de ellos
abogaba a favor de la utilización de los poderes excepcionales y prerrogativas
a disposición del poder ejecutivo para gobernar en situaciones de crisis, mien-
tras que para el segundo solamente a través del derecho positivo y de las
normas vigentes derivadas se debía gobernar. Se podría decir que, en este caso
como en otros posteriores, se enfrentaban el “ser” y “el deber ser” como postu-
ras normativas pero también políticas.
Entre otros autores que a lo largo del siglo veinte trataron de complemen-
tar el modelo decisionista, el más relevante quizás ha sido el filósofo francés
Julien Freund, quien enlazaría “lo político” (Estado) y la “política partidaria”
(partidos políticos), esto último no tan presente en la obra de Carl Schmitt.

* UBA/UB.

17
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Debemos aquí tener en cuenta que, en el momento histórico de elaboración de


los trabajos de Freund, la Guerra Fría había dividido a Europa y al mundo en dos
bloques económicos, militares, ideológicos y políticos aparentemente irreductibles.
En ese contexto, la obra de Julien Freund procuraba presentar a las democracias occi-
dentales como el modelo a seguir, y para ello debía lograr congeniar al decisionismo
político estatal con la política partidaria, para de esa manera diferenciarse del comu-
nismo internacional con su modelo de partido único y de régimen totalitario1.
La repercusión que adquirió aquella polémica en nuestra región reside en
el hecho de que los países latinoamericanos han acumulado los efectos de una
prolongada crisis, debiendo afrontar problemas económicos, sociales y políti-
cos que trajeron aparejadas una gran inestabilidad política y serios obstáculos
para la gobernabilidad democrática.
En Sudamérica, durante la última década, y para evitar la diseminación
del poder y la profundización de la crisis en medio de grandes debates parla-
mentarios, se estableció un nuevo carácter gubernativo, siendo el decisionismo
expresión de ese nuevo carácter, una necesidad que deviene en un estilo o
estrategia de gobierno de acuerdo a la excepcionalidad de cada situación nacio-
nal en consideración y una fórmula de carácter funcional a los requerimientos
del neoliberalismo económico.
El problema central consiste en preguntarse si es posible la convivencia
en democracia del modelo decisionista de gobierno con las normas e institucio-
nes de dicha democracia política. Merece ser destacado que, en países como
Argentina, Brasil, Perú y Venezuela, hasta el día de la fecha inclusive, siguen
estando presentes ciertas prácticas de carácter decisionista como fenómeno
común en todas sus formas, y presentes desde la última década.
El propósito de la presente obra será investigar comparativamente la
situación de los países mencionados con respecto a la relación entre democra-
cia y estado de excepción durante la década de 1990.

2. Objetivos de carácter general y particular

Será el objetivo general de la presente publicación examinar la relación


existente entre democracia presidencial y decisionismo político.

1. Ver este debate en el Capítulo 1 de la presente obra.

18
INTRODUCCIÓN

Asimismo serán los siguientes, objetivos específicos de la presente


investigación:

1. Distinguir los aspectos centrales del modelo teórico decisionista.

2. Examinar si la teoría decisionista puede encontrar justificación en una


situación de excepcionalidad del sistema político.

3. Abordar la incidencia de los aspectos jurídicos, organizacionales e


ideológicos sobre la constitución de estados de excepción en Argen-
tina, Brasil y Perú.

4. Analizar la posibilidad de surgimiento de regímenes mixtos, en donde


la democracia tendría reminiscencias autoritarias, como en el caso de
Venezuela.

3. Hipótesis principal

A partir del interrogante inicial planteado, la hipótesis central que guiará


la presente obra será la siguiente:

Bajo condiciones de crisis estatal, económica y social sería posible


establecer una correlación entre regímenes democráticos y estados de
excepción.

4. Resultados previstos

Sobre la base del interrogante formulado y la hipótesis explicitada se


prevé arribar al siguiente resultado:

La hipótesis principal se verá verificada, pudiendo establecerse una


relación de carácter causal concluyente entre estado de excepción y
régimen democrático.

19
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

5. Metodología y fuentes a utilizar

Con el propósito de poder cumplimentar los objetivos precedentemente


expuestos, y someter a verificación la hipótesis principal de esta obra, recurri-
remos de manera principal a fuentes secundarias, a partir de una exhaustiva
búsqueda de material bibliográfico que nos permitirá tanto la elaboración del
marco teórico que consideramos más apropiado, como así también una
adecuada aproximación a los casos que serán desarrollados a lo largo de la
presente investigación. Esta búsqueda de material bibliográfico será comple-
mentada recabando información de fuentes primarias tales como artículos perio-
dísticos, discursos oficiales, documentos públicos, fuentes jurídicas y datos de
carácter económico, electoral e institucional entre otros recursos.
Asimismo, la presente obra se fundamentará en el método comparado
como procedimiento para el tratamiento de las unidades de observación defini-
das como objeto de investigación. Se tratará de una comparación de carácter
sincrónico, a partir de la cual las unidades de observación serán abordadas en
un contexto político determinado, como es aquel de la década de 1990,
comprendiendo la investigación: en Argentina la primera y segunda presiden-
cia de Carlos Menem –entre 1989 y 1995 y 1995-1999 respectivamente–, la
primera presidencia de Alberto Fujimori en Perú entre 1990 y 1995, en Vene-
zuela la presidencia de Hugo Chávez Frías entre 1998 y 2006, y en Brasil la
presidencia de Fernando Collor de Mello entre 1990 y 1992.
La estrategia comparativa adoptada ha sido aquella basada en la elección
de sistemas o unidades que difieran en la medida de lo posible –método de las
diferencias– a excepción del fenómeno común que se investiga (Almond y
Powell, 1970; Badie y Hermes, 1993; Castiglioni, 1995; Collier, 1979, 1994;
Colomer, 2002; Lijphart, 1971; Moore, 1970; Pasquino, 2002, 2004; Sartori,
1994; Skocpol, 1979; Schmitter, 1991; Urbani, 1982).
Dentro del marco metodológico expuesto en forma precedente, adquiere
relevancia el abordaje de los casos de Argentina, Perú, Venezuela y Brasil
debido a que si bien tendría lugar en todos ellos el surgimiento de verdaderos
liderazgos de ruptura como común denominador, en un contexto de crisis del
estado, fragmentación y desestructuración social y crisis de representación y
representatividad política, dichos liderazgos al mismo tiempo constituyeron
expresiones verdaderamente contrastantes en relación con las consecuencias
del estilo/estrategia decisionista de ejercicio durante la década de 1990.

20
INTRODUCCIÓN

En efecto, en los casos particulares de Carlos Menem2 y Alberto Fuji-


mori3, el “éxito” en resolver los dilemas de gobernabilidad durante la última
década en Argentina y Perú les permitió a ambos llegar a ser presidentes con
larga y continua permanencia en el ejercicio del cargo a lo largo de la última
década dejando pendiente de solución el problema de la institucionalización al
girar el proceso decisorio de manera principal en torno del líder consagrado en
forma plebiscitaria dificultando en consecuencia todo proceso de normaliza-
ción política.
En lo referente a Hugo Chávez Frías4, si bien su permanencia en el poder
hasta la fecha trasciende los límites de la última década, el mismo a partir de
su llegada a la presidencia de Venezuela en el año 1998 y desde el inicio de su
gestión ha desplegado diferentes estrategias destinadas a sentar las bases polí-
tica, organizacional y jurídico-institucional de su proyecto político “boliva-
riano”, habiendo logrado establecer hacia el final de la última década y del
siglo veinte una clara frontera política con la denominada “IV república”.
Finalmente, Fernando Collor de Mello5, primer presidente surgido de
elecciones directas en la historia de la nueva república brasileña en 1989, fue
en cambio suspendido y luego destituido de su cargo como resultado de haber
sido sometido a juicio político por parte del parlamento en 1992, promediando
la mitad de su mandato presidencial en medio del más absoluto aislamiento
político y pérdida de apoyo en la opinión pública, haciendo paradójicamente
posible con su destitución la paulatina normalización política en Brasil, en la
medida en que el impeachment permitió el establecimiento de límites de carác-
ter institucional al decisionismo presidencial.

6. Estructura capitular

Para finalizar esta presentación, la estructura de la presente obra será desarro-


llada en cinco capítulos principales y sus conclusiones en clave comparada.
En el Capítulo I, “Estado de excepción, democracia y decisionsimo: apro-
ximaciones conceptuales”, Alberto Baldioli y Santiago C. Leiras abordan el tema

2. Ver capítulo II de la presente publicación.


3. Ver capítulo III.
4. Ver capítulo IV.
5. Ver capítulo V.

21
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

central de la presente publicación, la relación entre estado de excepción y


democracia, entendiendo los autores necesario desarrollar el polémico pero
más elocuente concepto para una aproximación a situaciones “de ruptura”, el
de decisionismo, en un andarivel histórico-político y cultural que debe ser
explicado fehacientemente para procurar evitar malentendidos y confusiones
innecesarias, finalizando la presentación con la exposición de la relación entre
decisionismo y democracia en el contexto político latinoamericano en general
y argentino en particular.
El Capítulo II, “Argentina en la década de la decisión política. El lide-
razgo neodecisionista de Carlos Menem”, por Alberto Baldioli y Santiago C.
Leiras, tiene como finalidad poder comprender los cambios formulados
durante la década del “Menemato” observando su origen, consecuencias y en
qué medida afectó a la política nacional los cambios en el modelo de liderazgo
neodecisionista.
El problema del liderazgo neodecisionista y sus consecuencias sobre la
gobernabilidad y la calidad democrática en la Argentina fue abordado por dife-
rentes autores. Es particular propósito entonces de Baldioli y Leiras intentar
aportar un nuevo discernimiento para la comprensión de este tipo de liderazgo
y analizar las implicancias de la decisión política primaria en tiempos de crisis
y normalidad.
En el Capítulo III, “La construcción y consolidación del discurso neode-
cisionista de Fujimori en Perú (1990-1995)”, Hernán Fair nos propone anali-
zar, a partir de una metodología de tipo discursiva, el proceso de construcción
y consolidación del liderazgo neodecisionista de Fujimori durante el período
1990-1995. Como veremos, este tipo de liderazgo “piloto de tormentas” situará
su discurso como aquel líder soberano que venía a garantizar el retorno al
orden perdido en el seno de la comunidad. En ese contexto, logrará legitimar
con éxito su estilo de liderazgo neodecisionista en un discurso de ordenamiento
del caos previo en los grandes campos: el político-institucional, el político-
militar y el económico-social.
El Capítulo IV, “Autocracia y legitimidad política. Alcances y límites de
la forma decisionista de gobierno de Venezuela entre 1998 y 2006”, por Rober-
tino Spinetta, tiene como finalidad demostrar que, a lo largo del período de
tiempo propuesto, el gobierno del Presidente Hugo Chávez Frías ha mutado en
distintas versiones de regímenes híbridos. Partiendo de la clasificación
propuesta, el autor ha sostenido que la democracia venezolana ha pasado por

22
INTRODUCCIÓN

distintos estadios hasta llegar a lo que hoy se denomina autoritarismo compe-


titivo. En este tipo de régimen, se presenta una coexistencia entre procedi-
mientos democráticos y prácticas autoritarias por parte de un líder que,
mediante atributos excepcionales de la decisión política, genera un campo de
juego desigual entre sus fuerzas y las de la oposición.
Para Florencia Incarnato y Victoria Vaccaro, en el Capítulo V, “Fernando
Collor de Mello ¿límites al decisionsimo?”, la pregunta que surge al estudiar el
caso Collor y su mediático impeachemeant es si realmente se trató de un hecho
histórico-político de institucionalidad y de ejercicio de los mecanismos de
control institucional en una nueva democracia para establecer límites al deci-
sionismo político, o si fue resultado de la presión social ejercida sobre las insti-
tuciones tras un escándalo de dimensión internacional que forzó al Poder
Legislativo a tomar una medida extrema, hecho que sin dudas fortaleció al
frágil sistema político post autoritario. En este punto, las autoras recurren
también al concepto de accountability entendido como el ejercicio de rendición
de cuentas que debieran ejercerse en todos los niveles de la gestión pública en
los regímenes democráticos.
En las conclusiones, se hará un abordaje en clave comparada que nos
permitirá, en base a la hipótesis planteada y la evidencia documental recogida,
establecer los hallazgos más relevantes y corrobar la veracidad/falsedad de la
hipótesis formulada en la presente introducción.

23
1

Democracia, estado de excepción y decisionismo político:


consideraciones y conceptos

ALBERTO BALDIOLI* y SANTIAGO C. LEIRAS**

1. Introducción

El resurgimiento del interés por la problemática del decisionismo


(Bercholc, 2007; Bosoer y Leiras, 1999, 2001; Dotti, 2000; Dotti y Pinto,
2002; Kvaternik, 1994; Negretto, 1994; Novaro, 2000a; Pinto, 2000; Quiroga,
2005) tuvo su razón de ser en un contexto de transformación estructural de las
nuevas democracias en la América Latina de la década de 1990. Dicho
contexto se ha caracterizado, en primer lugar, por la crisis del modelo estatal-
nacional, en segundo término, por un proceso creciente de fragmentación y
desestructuración social, y en tercer lugar, por la crisis de representación y
representatividad política.
Entendemos la crisis del modelo estatal-nacional imperante a partir de la
segunda posguerra, no solo como resultado de la crisis fiscal y de autoridad que
la define, sino también del agotamiento de la matriz política estado-céntrica
(Cavarozzi, 1991) que la incluye. Como características de la Matriz Estado-
Céntrica (MEC) se destacaron en primer lugar, las relaciones entre el mercado
y el estado signadas por su dinamismo y regulación, y en segundo término, las
relaciones entre sociedad civil y estado caracterizadas por la inclusión y acti-
vación de nuevos sectores sociales controlados por el gobierno.

* UBA.
** UBA/UB.

25
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

En la última década, el llamado ajuste caótico, resultado de procesos


incontrolados de deterioro y no del efecto deliberado de las políticas de
estado, tuvo como consecuencia la agudización de los efectos más negativos
del agotamiento de la matriz estado céntrica. Este proceso afectó tanto a los
instrumentos técnicos y burocráticos como a la capacidad de control del
gobierno de determinados procesos económicos, políticos y sociales (Cava-
rozzi, 1991).
Por otra parte, el proceso de fragmentación y desestructuración social
apareció como resultado de la ruptura del ordenamiento social en América
Latina. Se concibió más pertinente el uso de conceptos de inspiración
durkheimiana referidos a la disolución de la cohesión social, la desintegra-
ción de identidades intermedias y al repliegue en la esfera individual. En
suma, se procuraba dar cuenta de un panorama de anomia aguda y desafec-
ción generalizada con respecto al orden social y debilitamiento, fusión o
desaparición de unidades sociales básicas tales como clases, grupos y estra-
tos sociales (Zermeño, 1998).
A este contexto de crisis y/o colapso del modelo estatal-nacional y ruptura
y desarticulación del orden social, se sumó también la crisis de representación
y representatividad política, dada la dificultad que se le presentó a los partidos
políticos para cumplir las funciones de agregación de intereses, articulación de
las demandas ciudadanas, representación de intereses sociales y formulación de
proyectos o visiones globales de una sociedad (Garreton, 1998).
En otros términos, los partidos políticos vieron dificultado el cumpli-
miento de las funciones de gobierno y representación. Aquella de gobernar,
dada la situación de crisis fiscal del aparato estatal, a través del cual se ejerce
la dirección política de la sociedad. En lo referente a la función representativa,
las dificultades obedecieron a la heterogeneidad de las unidades y actores
sociales que procuraron la expresión de sus intereses en un contexto de esca-
sez de recursos fiscales.
En este marco y con el propósito de abordar el tema central de la presente
obra, la relación entre estado de excepción y democracia en el contexto político
latinoamericano, se hace necesario desarrollar el polémico pero más elocuente
concepto para una aproximación a situaciones “de ruptura”, el de decisionismo,
el cual tendrá un andarivel histórico-político y cultural que debe ser explicado
fehacientemente para procurar evitar malentendidos y confusiones innecesarias.
Nos abocaremos a este cometido a lo largo del presente capítulo.

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DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

2. Una primera consideración

El nacimiento institucional del decisionismo tuvo su origen en la Repú-


blica Romana de la Antigüedad –año 509 a. C.–. Entre los cargos o institutos de
la República estaba el de Dictador: el mismo era otorgado a un ciudadano cuando
Roma estaba frente a un peligro inminente, por lo tanto el Senado le concedía,
cuando existía una situación de excepción, el bastón de mando y el período de
tiempo que tenía para resolver la situación era de seis meses; cumplido ese lapso,
el Dictador le devolvía el bastón de mando al Senado, empero, de necesitar más
tiempo para resolver el problema, era el propio Senado quién le otorgaba otro
voto de confianza o elegía otro magistrado para el cargo6.
El Estado de Excepción en Roma podía ser decretado en casos de
conflicto externo, guerra civil, o conmoción interior en la metrópoli o las colo-
nias. El Dictador podía pertenecer al Senado, ser un Cónsul, o simplemente un
patricio –era condición sine qua non ser patricio para ejercer como Dictador–,
un ex cónsul o militar retirado a la vida civil –como por ejemplo: Lucio Quin-
cio Cincinato–.
Ahora bien, en el caso particular del pensamiento de Carl Schmitt,
¿cómo se cierra el círculo cognoscitivo de la dictadura comisaria o de emer-
gencia? ¿Y cuáles serán las diferencias trascendentales entre dictadura comi-
saria y soberana?
Uno de los autores más interpretado en la modernidad por el autor
alemán fue Jean Bodin: éste no hablaba de dictadura sino de comisarios –comi-
sarios reales–, a los cuales veía como magistrados extraordinarios, pero negaba
llamarlos funcionarios, porque estos últimos tienen una regularidad natural –no
extraordinaria– dentro del reino (Schmitt, 1985a).
Para Bodin, la soberanía solo podía ser ejercida por el rey, mientras que el
comisario era un magistrado elegido por este para solucionar ciertos problemas
urgentes que necesitaban atención, y al igual que la dictadura comisaria romana

6. Es interesante ver que la dictadura como institución tiene como precedente histórico al Visir
en el Egipto faraónico. El Faraón lo hacía su representante y señor de señores a su diestra,
tenía todo el poder público, en lo político y económico-social. No obstante, cabe la aclara-
ción de que al Visir lo elegía un solo hombre, considerado un dios, por ende, era elegido por
un autócrata, a diferencia del Dictador que era elegido por el Senado de Roma, los senado-
res representaban no sólo al pueblo de esa megalópolis, sino que también eran los descen-
dientes de las familias primigenias y fundadoras de Roma.

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ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

por un tiempo determinado, pero a diferencia de esta, el puesto de comisario era


revocable cuando el rey quisiera hacerlo, por ende, para Bodin el comisario real
era un magistrado que no era considerado parte de las instituciones imperecede-
ras de la monarquía francesa, sino más bien, un elemento nombrado para una
situación extraordinaria. Esto lo asemeja mínimamente –sólo en la finalidad y
no en los medios– al dictador romano en la República.
El Emperador Carlomagno empleó a una extraña pareja de comisarios
reales con poderes extraordinarios, estos eran los Micci Dominici, a quienes la
corte del poderoso emperador llamaba también “los ojos del Emperador”.
Estos dos magistrados –uno laico y un sacerdote– recorrían el territorio del
Imperio Carolingio y observaban que los marqueses y condes cumplieran leal-
mente con sus obligaciones, so pena de ser depuestos de sus cargos y llevados
como reos de culpa y cargo a los tribunales imperiales.
Con el caso de Carlomagno, se demuestra como un gran gobernante debe
despojarse de sus favoritismos, y no debe tener confianza en nadie, porque el
poder real es un estadio de complejas decisiones y de soledad.
Retomando a Schmitt, éste separará la dictadura comisaria de la sobe-
rana, con la siguiente ecuación:

Dictadura Comisaria Ejercida por magistrado de la república,


reino o imperio, pudiendo ser este, un funcionario de nivel, por ejemplo
cónsul, militar exitoso o de reconocido ingenio, senador, príncipe, rey,
presidente, premier, etc.

Dictadura Soberana Ejercida por una determinada cantidad de


ciudadanos, que tratarán de fundar una nueva Nación, una nueva Consti-
tución (completamente distinta a la anterior); en síntesis, ascenderá al
poder una nueva cultura política que cambiará el sistema político en su
totalidad.

El ejemplo de dictadura soberana más citado por Schmitt será “la del
proletariado”, impuesta por Lenin en los albores de la Revolución bolchevique
que derribará para siempre a la Rusia de los zares, la cual luego se transforma-
ría en el Estado Soviético. Esto dará la pauta de que, para el teórico alemán, la
dictadura soberana es sinónimo de algún modo de totalitarismo, escenario polí-
tico que no tolera ninguna oposición a sus designios, un Leviatán burocrático

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DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

–administrativo– ejecutivista gigantesco que se convierte en el gran censor y


tutor de toda una comunidad7.
En el caso romano, en cambio, la dictadura era aceptada solo por un tiempo
predeterminado, al igual que en el caso de la dictadura que proponen los teóricos
modernos, ya que esta última se propone como “pauta moderadora” para reorde-
nar las instituciones y el escenario político, y luego entregar el gobierno a las
autoridades constituidas y constitutivas legalmente para tal efecto.
El primero que rompe con la tradición romana es Julio Cesar (100 a. C.–
44 a. C.), haciéndose nombrar forzadamente por el Senado en dictador perpetuo.
Al igual que Julio Cesar, pero en épocas contemporáneas, regímenes como el de
Leónidas Trujillo en República Dominicana, Alfredo Stroessner en Paraguay, o
Francisco Franco en España dejaban que existieran elecciones de cargos meno-
res con lista única, para resaltar una suerte de “parodia democrática”, dentro de
esos “temibles y duraderos regímenes autoritarios del siglo veinte”.
Por consiguiente, para Schmitt se llegará a una dictadura soberana a
partir de una Revolución, o rara vez de un autogolpe planificado, como la Ley
de Plenos Poderes en Alemania, luego del incendio del Reichstag (Zentner,
1980) que desembocará en los tremendos años del nazismo.
Son conocidas la simpatía y reconocimiento que tenía Schmitt por Juan
Donoso Cortés (1809-1853) y su obra. En el siglo XIX, Donoso Cortés verá
cómo caía indefectiblemente la monarquía española en las “garras del libera-
lismo” del General Espartero, Regente del reino. Por consiguiente, este autor
pedirá que se dé un golpe de estado que restaure la soberanía de la monarquía
en pleno derecho: su prédica surtió efecto en la casta militar española, que
seguía pensando medievalmente que España debía ser un reino “por la gracia
de Dios”, y el resultado será la caída del General Espartero, y el otorgamiento
de la regencia a la Reina María Cristina, madre de la reina Isabel II, a la sazón
menor de edad.

7. Ejemplos de Regímenes Totalitarios serán entre otros: URSS, Tercer Reich (Alemania Nazi),
República Popular China, Kampuchea Democrática (Régimen de Terror de Pol Pot), y Cuba.
El problema latinoamericano ha sido que, en general, cada vez que se erigía un dictador, este
trataba de ser una opción política forzada el mayor tiempo posible, creándose así un nuevo
régimen político, dejando de ser entonces una pauta moderadora o dictadura comisaria
romana para convertirse en un plan político a mediano o largo plazo. De allí proviene la
notable confusión del concepto. No obstante, otros teóricos tienen diferente pensamiento al
respecto, el cual, presupone que de acuerdo a los cambios históricos de los países, cambia la
naturaleza del concepto, implicando diferentes significados a la palabra dictadura.

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ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Donoso Cortés, conservador a ultranza en su madurez intelectual, prefe-


rirá que se destruyan todas las instituciones, y se termine con el conocido
sentido de libertad español, antes que la Nación caiga en manos de liberales
anticlericales y el “populacho o la chusma”, ya que se temía que Espartero
fuera demasiado liberal. A posteriori, en 1848, será parte de los intelectuales
más reaccionarios, contrarios a los postulados de la Revolución de 1848 en
Francia, que lo llevará a su famoso discurso sobre la dictadura, también
llamada “dictadura del sable”, apología del gobierno fuerte frente a los cona-
tos revolucionarios de la modernidad.
Sobre el liberalismo escribirá lo siguiente:

El error fundamental del liberalismo consiste en no dar importancia sino a las


cuestiones de gobierno, que, comparadas con las del orden religioso y social, no
tienen importancia ninguna. Esto sirve para explicar por qué causa el liberalismo
queda de todo punto eclipsado desde el momento en que socialistas y católicos
proponen al mundo sus tremendos problemas y sus soluciones contradictorias.
Cuando el catolicismo afirma que el mal viene del pecado, que el pecado corrom-
pió en el primer hombre a la naturaleza humana, y que, sin embargo, el bien
prevalece sobre el mal, y el orden sobre el desorden, porque el uno es humano y
el otro divino, no cabe duda sino que, aun antes de ser examinado, satisface en
cierta manera a la razón, proporcionando la grandeza de las causas a la de los
efectos y nivelando la grandeza de lo que se propone explicar con la grandeza de
sus explicaciones. Cuando el socialismo afirma que la naturaleza del hombre está
sana y la sociedad enferma; cuando pone al primero en lucha abierta con la
segunda para extirpar el mal que está en ella con el bien que está en él; cuando
convoca y llama a todos los hombres para que se levanten en rebeldía contra
todas las instituciones sociales, no cabe duda sino que en esta manera de plantear
y de resolver la cuestión, si hay mucho falso, hay algo de gigantesco y de gran-
dioso, digno de la majestad terrible del asunto. Pero cuando el liberalismo explica
el mal y el bien, el orden y el desorden, por las varias formas de los gobiernos,
todas efímeras y transitorias; cuando, prescindiendo, por un lado, de todos los
problemas sociales, y por otro de todos los religiosos, pone a discusión sus proble-
mas políticos, como los únicos que son dignos por su alteza de ocupar al hombre
de Estado, no hay palabras en ningún idioma con que encarecer la profundísima
incapacidad y la radical impotencia de esta escuela, no para resolver, sino hasta
para plantear estas pavorosas cuestiones. La escuela liberal, enemiga a un mismo

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DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

tiempo de las tinieblas y de la luz, ha escogido para sí no sé qué crepúsculo incierto


entre las regiones luminosas y las opacas, entre las sombras eternas y las divinas
auroras. Puesta en esa región sin nombre, ha acometido la empresa de gobernar sin
pueblo y sin Dios; empresa extravagante e imposible: sus días están contados,
porque por un punto del horizonte asoma Dios y por otro asoma el pueblo. Nadie
sabrá decir dónde está en el tremendo día de la batalla y cuando el campo todo esté
lleno con las falanges católicas y las falanges socialistas (Donoso Cortés, 2006).

En 1848, con la aparición del Manifiesto Comunista, Donoso Cortés predi-


cará infatigablemente contra el “líbelo” de Karl Marx y Friedich Engels, al igual
como lo hiciera desde siempre contra el teórico francés Pierre-Joseph Proudhon
y presentará al catolicismo como única opción contra el “morbo revolucionario”:
su idea consistía en la creación de una alianza entre la Iglesia y el Estado, que
sería ciertamente una fórmula corporativa para salvaguardar y conservar el orden
establecido. Uno de sus vaticinios más precisos ha sido su predicción de que
Rusia sería el primer país en el que prendería la revolución social.
Para el socialismo también tendrá palabras muy duras y con cierto dejo
de ironía:

Creer en la igualdad de todos los hombres, viéndolos a todos desiguales;


creer en la libertad, viendo instituida en todas partes la servidumbre; creer que
todos los hombres son hermanos, enseñándome la Historia que todos son enemi-
gos; creer que hay un acervo común de infortunios y de glorias para todos los
nacidos, cuando no acierto a ver sino glorias e infortunios individuales; creer
que yo me refiero a la humanidad, cuando sé que refiero la humanidad a mí;
creer que esa misma humanidad es mi centro, cuando yo me hago centro de
todo, y, por último, creer que debo creer estas cosas, cuando se me afirma por
los que me las proponen como objeto de mi fe que no debo creer sino a mi razón,
que contradice todas esas cosas que me son propuestas, es un despropósito tan
estupendo, una aberración tan inconcebible, que a su presencia quedo como
desfallecido y atónito (Donoso Cortés, 2006).

Y en el mismo libro, rematará literariamente con cierta maestría:

Las escuelas socialistas caerían en asombro y estupor si, poniendo sus dogmas
en tela de juicio, nos viniese la idea de exigirles una respuesta categórica a esta

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ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

categórica pregunta: ¿De dónde sacáis que los hombres son solidarios entre sí,
hermanos, iguales y libres? Y, sin embargo, esta pregunta, que procede aún contra
el catolicismo, que está obligado a responder a todo lo que se le pregunta,
procede, sobre todo, contra la más racionalista de todas las escuelas. Esas fórmu-
las abstractas no han sido sacadas ciertamente de la Historia. Si la Historia viene
en apoyo de algún sistema filosófico, no es ciertamente en apoyo del que proclama
la solidaridad, la libertad, la igualdad y la fraternidad del género humano, sino
más bien de aquel articulado virilmente por Hobbes, según el cual la guerra
universal, incesante, simultánea, es el estado natural y primitivo del hombre
(Donoso Cortés, 2006).

Pero, más allá de la simpatía y reconocimiento de Schmitt por la obra de


Donoso Cortés, merecen ser establecidas las diferencias del caso. Aquello que
quería el autor alemán evitar era que los partidos anti-sistema como el KPD
–comunistas– y más en particular aún el NSDAP –nazis– conformaran
gobierno, por lo que exhortará a la dirigencia del Zentrum Católico –conserva-
dores de centro– para que no apoye a Adolfo Hitler, ni conforme gabinete con
el partido nazi, pero terminará siendo desoído por Monseñor Ludwig Kaas. He
aquí la gran diferencia entre estos dos pensadores conservadores: Schmitt
tomará “el modelo de Donoso” para conservar el orden público, reordenar las
instituciones, impedir que los partidos enemigos de la República de Weimar
lleguen al poder y destruyan al sistema democrático.
En definitiva, para Donoso Cortés la dictadura era sinónimo de reacción
ante todo lo nuevo, las mejoras institucionales, el desarrollo político y la demo-
cracia, mientras que para Carl Schmitt, era la conservación del orden institucio-
nal, la paz social, y la posibilidad de democratizar más el sistema con la seguri-
dad de evitar que subsistan partidos anti-sistema que al llegar al poder puedan
destruir el sistema democrático, imponiendo un régimen totalitario o de terror.

3. El tríptico decisional de Carl Schmitt

Merece ser destacado que Schmitt, como autor contemporáneo del


concepto de decisionismo, desarrolló su obra en un horizonte histórico
signado por una doble crisis, económica y de legitimidad política, de la
Alemania de la República de Weimar (1919-1933) que hizo de este sistema

32
DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

político el epicentro de ese gran caldero histórico que desembocaría en el


ascenso del nacionalsocialismo.
La crisis económica apareció como resultado de la espiral hiperinflacio-
naria de los años 1922-1923 provocada por desequilibrios presupuestarios deri-
vados del pago de las onerosas indemnizaciones de la contienda bélica a los
países vencedores de la primera guerra mundial, y el impacto de la crisis
económica mundial entre los años 1929 y 1930 que tendría un papel suma-
mente relevante a la hora de contribuir a socavar las bases del sistema político
democrático de la Alemania de la primera posguerra.
Más grave sería aún la ausencia de una legitimidad compartida en torno
de valores y reglas de juego político (Botana, 1988) entre los principales acto-
res políticos de la nación alemana. La República de Weimar resultó ser un
estado de partidos en el que, ante la carencia de la experiencia parlamentaria de
siglos para realizar un adecuado bargaining característico de las democracias
anglo-sajonas, el intercambio político se transformó en una dura contienda, que
fue favorecida también por el hecho de estar rígidamente encuadrados los prin-
cipales partidos políticos –liberales, socialistas y católicos, sumado a la fuerte
presencia de oposiciones antisistema como eran los Partidos Nacional-Socia-
lista y Comunista– en axiomas ideológicos no negociables.
Estas crisis alcanzaron en Alemania una especial intensidad porque a las
circunstancias ya aludidas –y a las circunstancias más generales que afectaban
en ese contexto a los países europeos– se añadieron otras condiciones especí-
ficamente alemanas: una firme tradición política de estado escasamente demo-
crático –asentado en el principio monárquico, en el primado de la burocracia y
el papel relevante del ejército– y una tradición intelectual donde el peso del
liberalismo era muy liviano en comparación con la fuerza también notable, de
las corrientes antiliberales –idealismo, conservadurismo, irracionalismo, anar-
quismo y marxismo– (Pinto, 2000).
No es de extrañar el cúmulo de dificultades que allí encontraría de inme-
diato, el nuevo estado democrático liberal establecido por la Constitución de
1919. La sociedad avasalló así a un estado, con su legitimidad puesta en tela de
juicio y cuya capacidad de respuesta a las demandas sociales fue superada por
la magnitud de las mismas.
Son estas circunstancias las que permiten comprender la particular defi-
nición de Carl Schmitt sobre la política, con particular hincapié en la política
de partidos en la Alemania del período de la República de Weimar:

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ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Si se aspira a obtener una determinación del concepto de lo político, la única


vía consiste en proceder constatar y a poner de manifiesto cuáles son las cate-
gorías específicamente políticas. Pues lo político tiene sus propios criterios, y
estos operan de una manera muy peculiar en relación con los diversos dominios
más o menos independientes del pensar y el hacer humanos, en particular por
referencia a lo moral, lo estético y lo económico.
Supongamos que en el dominio de lo moral la distinción última es la del bien
y el mal; que en lo estético es la de lo bello y lo feo; en lo económico la de lo
beneficioso o lo perjudicial, o tal vez la de lo rentable y lo no rentable. El
problema es si existe alguna distinción específica, comparable a esa otras
aunque, claro está, no de la misma o parecida naturaleza, independiente de
ellas, autónoma y que se imponga por sí misma como criterio de lo político; y
si existe ¿cuál es?
Pues bien, la distinción política específica, aquella a la que pueden recondu-
cirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo.
Lo que esta proporciona no es desde luego una definición exhaustiva de lo polí-
tico, ni una descripción de su contenido, pero si una determinación de su
concepto en el sentido de un criterio. En la medida en que no deriva de otros
criterios, esa distinción se corresponde en el dominio de lo político con los crite-
rios relativamente autónomos que proporcionan distinciones como la del bien y
el mal en lo moral, la de belleza y fealdad en lo estético, etc. Es desde luego una
distinción autónoma, pero no en el sentido de definir por sí misma un nuevo
campo de la realidad, sino en el sentido de que ni se funda en una o varias de
esas otras distinciones ni se la puede reconducir a ellas (Schmitt, 1991: 56).

Así también es importante destacar que, para el autor alemán, no se


trataba de cualquier tipo de enemigo:

Enemigo no es cualquier competidor o adversario. Tampoco es el adversa-


rio privado al que se detesta por cuestión de sentimientos o antipatía. Enemigo
es un conjunto de hombres que siquiera eventualmente, esto es, de acuerdo con
una posibilidad real, se opone combativamente a otro conjunto análogo. Solo es
enemigo el enemigo público, pues todo cuanto hace a un conjunto tal de perso-
nas, o en términos más precisos a un pueblo entero, adquiere eo ipso un carác-
ter público. Enemigo es en suma hostis, no inimicus en sentido amplio (Schmitt,
1991: 58-59).

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DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

Definida en estos términos la política, sería la decisión y no la delibera-


ción la mediación principal que permita afrontar el conflicto amigo-enemigo.
El concepto de decisionismo apareció entonces como anillo al dedo sobre
terrenos culturales e institucionales abonados históricamente por la propensión
al protagonismo del caudillo o el líder carismático y la dificultad por incorpo-
rar la idea de un orden político sobre la base de un sistema de reglas de juego
permanente acordadas socialmente, presente en la Alemania de los años de la
República de Weimar (1919-1933).
El decisionismo como teoría moderna toma cuerpo a partir del jurista
alemán, quien conjuga con su tríptico, los conceptos de decisionismo político,
soberanía y Nación. El tríptico de contenidos, que arrojan los elementos
conceptuales específicos del modus operandi de la forma decisionista schmit-
tiana con el que debe contar un líder, es el siguiente:

Decisionismo político: para Carl Schmitt, en momentos de excepción


–Estado de Naturaleza político-social y/o económico–, prima la decisión
política sobre la norma escrita, o sea ésta última queda en un segundo
plano (Schmitt, 1998). Si bien el gran teórico alemán buscaba una solu-
ción de los problemas políticos insolubles que acuciaban a la República
de Weimar (Zentner, 1980), sin embargo, el modelo explicativo de acción
decisionista puede ser tomado para la mayoría de los países de América
Latina, debido a sus innumerables crisis políticas contemporáneas y la
posible salida de tales estados de excepción.

Soberanía: “Soberano es el que decide en excepción” (Schmitt, 1985b).


Esta frase es por más elocuente, por lo tanto en un momento álgido en un
país, donde peligra su forma de vida, su libertad y su existencia como
Nación, el líder debe erigirse como un soberano y tener poder de deci-
sión política para salvar a la unidad política organizada, y para ello debe
hacer todo lo que esté a su alcance para lograr este objetivo. Este sería
los ejemplos drásticos de Carlos Saúl Menem en la Argentina (Baldioli,
2003) y de Alberto Fujimori en Perú.

Nación: El pueblo cuando se transforma en una comunidad política orga-


nizada y a su vez ocupa y tiene soberanía de un territorio físico determi-
nado, se transforma concretamente en una Nación. Esta debe poseer y

35
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

refrendar un arraigo cultural que provoque un sentido de pertenencia


dentro del pluriverso privado de los sujetos que forman parte de la socie-
dad, lo que conllevará a la organización del Estado en su conjunto y el
respeto a las autoridades y al líder que salga de ella.

Si observamos detenidamente el tríptico recién presentado, apreciaremos


que invirtiendo el orden de estos tres factores, tendremos la confirmación
acotada dentro de una apretada síntesis de lo que denominaremos “la teoría
decisionista de Carl Schmitt”.
Ahora bien, los juristas denominados “kelsenianos” pueden objetar
–y han objetado– tales fundamentos schmittianos, exponiendo que la norma
escrita –positiva– debe ser respetada y acatada en todo tiempo y forma, y
así se da seguridad jurídica a la Nación. Esta línea argumental pasa a poseer
un valor relativo en los momentos de Estado de Naturaleza en una comuni-
dad política organizada: en ese contexto tales normas pasan a ser “letra
muerta” si no se ajustan en tiempo y espacio al problema (Schmitt,
1998:22-24). Por este motivo, Schmitt buscó dar respuestas para enfrentar
el fenómeno del desorden de la política, para preservar lo político –al
Estado– y con ello a la unidad política organizada y por ende salvar a la
Nación de los excesos particularistas de la política partidaria y del libera-
lismo a ultranza.
El tríptico decisional de Carl Schmitt y sus ideas centrales son importan-
tes en casos de emergencia nacional: evitar el caos institucional es para el autor
alemán el más preciado de los fines, pero solo la voluntad política puede lograr
resultados correctos de esta acción.
En su edad más madura, Schmitt comenzó a descreer de los Estados-
Nación, primero al ver la fortaleza, allende los mares, de Estados Unidos de
América, y las posibilidades de China a futuro, y varios años después, porque
veía con preocupación la fortaleza del bloque soviético y la detonación de su
ideología permisiva en otros continentes –África, Asia y América Latina–, por
lo que pensaba que sólo a través de un Grossraum –Gran Espacio– se lograría
contener las ambiciones espurias de cualquier enemigo de Europa. Esta idea,
salida de una de las mentes más inteligibles de Alemania, marcó posiblemente
la génesis de lo que, luego del acuerdo de la Comunidad Europea del Acero y
del Carbón-CECA, terminará configurándose lenta pero ininterrumpidamente
como la Unión Europea.

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DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

Si bien Carl Schmitt propugnaba por una unión de varias naciones euro-
peas, la realidad marcaría que de acuerdo a su teoría del Gran Espacio los lazos
culturales, económicos, políticos y sociales derivarían en dicha unión, y con la
tolerancia del caso, no obstante la única duda que afloró por aquellos años
cincuenta fue que para él sería difícil ponerse de acuerdo en una sola Constitu-
ción europea, justamente porque sería renunciar a la autonomía de las unidades
políticas organizadas, quebrando de esa manera ciertos patrones conexos en la
estructura del orden internacional.
Reconsiderando el tríptico, éste cambiaría de la siguiente manera, de
acuerdo a la situación:

En caso de normalidad
Parlamento europeo Decisión política.
Cónclave de mandatarios Soberanía política.
Gran Espacio europeo Naciones-Cosmópolis Cultural-
Bien común.

En caso de emergencia
Liderazgo en cada país Decisión política.
Cónclave de líderes aliados Soberanía política Regional.
Gran Espacio europeo Naciones aliadas contra el
enemigo común.

Con el transcurso de los años, en el Cono Sur se reconsideró la idea de


un espacio común, que no solo fuera económico sino también en materia
política, y es así que nació el MERCOSUR en 1991, a partir de la elimina-
ción primero de las barreras de la desconfianza entre Argentina y Brasil en la
década precedente. Sin embargo, pronto empezaría a lentificarse la integra-
ción por problemas de carácter político y económico, sumándole a ello un
enfrentamiento de liderazgos entre el mandatario argentino Carlos Saúl
Menem y su par brasileño Fernando Henrique Cardoso dando origen, ante la
debilidad institucional del bloque, al despliegue de la denominada “diploma-
cia presidencial” (Malamud, 2003a Peña, 2005; Vázquez, 2003)8.

8. Ver el Capítulo II, reflexión final.

37
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

4. La teoría decisionista como modelo

Carl Schmitt logrará amalgamar las teorías de Jean Bodin, Hugo Grocio,
Samuel Pufendorf y Thomas Hobbes: partirá del análisis y creación de un dere-
cho internacional por parte de Grocio, luego con la acentuada indivisible sobe-
ranía estatal de Bodin, seguida por la crítica a la anarquía socio-política –corpo-
rizada por el Estado de Naturaleza– de Samuel Pufendorf para finalizar con los
factores determinantes del surgimiento del “Leviatán” de Hobbes.
Será precisamente Thomas Hobbes quien dará inicio a una teología polí-
tica moderna, que Schmitt tomará y ampliará creando sus conceptos. El gran
autor inglés aceptará dejar los asuntos religiosos en el ámbito individual y
privado: esta será la génesis del individualismo moderno que luego sería la
esencia del liberalismo. No obstante debemos aclarar que si bien Hobbes no
puede ser proclamado como prohombre del liberalismo y muy lejos estaba de
serlo, la idea de conciencia individual y privada en él debe ser entendida como
una formulación para alejar el caótico escenario de las anárquicas guerras reli-
giosas del suelo británico, tan nocivo que obligó a alguien conservador a
pensar en un cambio trascendental en el pensamiento teológico político
(Baldioli, 2003:3-4).
Schmitt, que apoya la separación de política y religión, pensará empero
que el liberalismo y la individualidad política atomizan a la sociedad, produ-
ciendo una ruptura del compromiso del ciudadano con lo político –falta de
eticidad ciudadana–. Al igual que Hobbes, tiene la firme convicción en cuanto
a la centralidad del poder, sobre todo como resultado de la circunstancia histó-
rica que le tocó vivir –La primera guerra mundial primero, una República de
Weimar en cuasi continuo Estado de Excepción a posteriori–. De manera tal
que no puede sorprender encontrar en el autor germano una recuperación del
pensamiento de Hobbes:

El último fundamento de toda la existencia del derecho y de todo valor jurí-


dico se puede encontrar en un acto de voluntad, en una decisión que, como tal,
crea derecho, y cuya fuerza jurídica no puede ser deducida de la supuesta fuerza
jurídica de unas reglas de decisión; puesto que también una decisión que no se
corresponde con una regla crea derecho [...]
[...] Para el jurista de tipo decisionista, la fuente de todo derecho, es decir,
de toda norma y ordenamiento que de él deriven, no es el mandato como tal,

38
DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

sino la autoridad o soberanía de una última decisión que viene dada con el
mandato (Schmitt, 1996: 27).

Remitiéndonos nuevamente al autor alemán:

El caso clásico del pensamiento decisionista aparece en el siglo XVII con


Hobbes. Todo derecho, todas las normas y leyes, todas las interpretaciones de
leyes, todas las ordenes son para él esencialmente decisiones del soberano, y el
soberano no es un monarca legítimo o una instancia competente, sino que sobe-
rano es precisamente aquel que decide soberanamente. Derecho es ley y ley es
el mandato decisivo para el conflicto jurídico; Auctoritas, non veritas facit
legem <La autoridad, no la verdad, hace la ley>.
[...] En Hobbes se halla la estructura lógica del decisionismo de modo
evidente, precisamente porque el puro decisionismo presupone un desorden que
solo puede ser llevado al orden mediante la decisión sobre el que (no sobre el
cómo) (Schmitt, 1996: 29-31).

Es que el pensamiento político schmittiano tiene que ver con la idea pesi-
mista sobre las apetencias personales de los “políticos profesionales”, miem-
bros de la pléyade de partidos políticos que competían por las bancas y luego
medían sus fuerzas en el Reichstag, a los cuales veía como diletantes y mani-
fiestamente corruptores de la moral estatal9 y de la ética política. Será este el
momento en que hará una encendida defensa de la decisión de la soberanía
estatal por encima de los intereses particulares. La idea era salvar a la Nación
como última razón de estado, y si para ello había que suspender temporaria-
mente las garantías constitucionales, ello era lícito para evitar un escenario
peor, la anarquía absoluta o sea la destrucción de la unidad política organizada
y por ende del propio pueblo alemán.
Las ideas decisionistas logran funcionar con diferentes variantes políticas
en el firmamento mundial de entreguerras, sobre todo por las tremendas crisis
económicas, pero no debemos confundir el término conceptual, puede haber
decisionismo tanto en democracia como en regímenes autoritarios, totalitarios,

9. La moral estatal no debe ser confundida con relación a algo religioso, sino que debe ser
entendida como el deber último de todo magistrado de velar por la supervivencia del Estado,
independientemente de los medios que utilice para lograr su cometido.

39
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

o de dictadura, la diferencia es que en la democracia se mantiene el estado de


derecho per se.
Equivocadamente se tiene a Schmitt como un teórico del autoritarismo
estatal, y nada más alejado del fin último que tiene este autor, que no es otro
que salvaguardar al Estado y a las instituciones, evitar la anarquía y la disolu-
ción de la unidad política organizada, y por supuesto impedir que la lógica
amigo-enemigo sea manejada por los particulares. Por ende, Carl Schmitt es un
gran teórico del orden, y su legado fue recogido por autores como Julien
Freund, quien será abordado a continuación.

5. Schmitt y Freund

El teórico francés Julien Freund será un seguidor de ciertos fundamentos


de la teoría schmittiana pero, a diferencia del gran autor alemán, pondrá el
énfasis en la acción política de los individuos –militantes/partidos políticos– y
su búsqueda estará centrada en la esencia de lo político y no simplemente en
las formas y la naturaleza del conflicto endémico de la sociedad política.
Schmitt procurará demostrar la sustancia política del poder y considerar cier-
tas formas de gobierno, en cambio Freund se detendrá más en la esencia de la
política, buscando ciertos contenidos, como la participación y compromiso
ciudadano en la política, y si bien no deja de lado el problema del orden polí-
tico, no lo tiene como factor central como sí estará presente en la obra del
teórico alemán.
Primigeniamente, el autor francés divisará al hombre como un ser polí-
tico que se encuentra viviendo con total naturalidad dentro de una sociedad, por
ende, su visión primaria sobre el individuo tiene un arraigo aristotélico. Y esta
politicidad del hombre lo hace un ser social en toda su magnitud, justamente
por este motivo Freund coincide finalmente con Schmitt, en que el estado polí-
tico es originario y no derivado, pero a diferencia de este, no piensa que la reli-
gión –Iglesia Católica– tenga que ver con la forma política ideal, sino que para
él tiene suma importancia la experiencia humana y sólo a través de la reflexión
de esta acción se ligará con la actividad política (Freund, 1968).
En el párrafo anterior tendremos el gran quiebre entre Freund y Schmitt:
el primero se centra en un antropocentrismo político, donde el hombre, como
ser social y racional se encarama como el gran pívot del desarrollo de la vida

40
DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

política en una sociedad determinada o en un universo politizado, en cambio,


el segundo desarrollará una teología política, que tenderá con el tiempo a trans-
formarse en una teoría política que tendrá como eje al orden emanado del
Estado y a éste lo verá como un delegado de Dios en el planeta Tierra para
imponer un orden político, viendo al hombre como creación “imperfecta”
desde los albores de su existencia y que siempre tenderá al pecado –desobe-
diencia, rebelión, etc.–, y debido a esto, poco confiable para encarar lo político,
por su tenaz individualismo (Santa Biblia, 1991).
La esencia de lo político de Freund se basa en su contemporaneidad,
como un hombre que empíricamente ha sufrido la invasión de su país, y ha
visto cómo muchos como él han resistido al invasor, luchando para conseguir
su libertad y recrear sus instituciones políticas, mientras que el concepto de lo
político para Schmitt se centra en la idea de la existencia de un ente capaz de
imponer el orden en una comunidad política organizada, que tenga el derecho
exclusivo de declarar la guerra o de guardar la paz, apelando a la historia y sus
ejemplos. Y por cierto no verá al individuo como eje central, sino tendrá en
cuenta solo a la comunidad10.
No obstante, ambos autores estarán de acuerdo tanto en la definición
de los presupuestos de lo político, como así también en el carácter laico de
la política. Con relación a los tres elementos presupuestos de lo político,
Freund (1968) establece una interesante analogía de acuerdo al siguiente
esquema:

Mando-Obediencia Líder-Dirigidos.
Privado-Público Sociedad-Estado.
Amigo-Enemigo Facultad única del Estado.

El carácter laico de la Política aparece presentado por Freund en los


siguientes términos:

La identificación de la moral y de la política es una de las fuentes del despo-


tismo y de las dictaduras. De este modo, la moral no es ni conceptualmente ni
lógicamente inherente a la actividad política, es decir, actuar políticamente no
es la misma cosa que actuar moralmente e inversamente (Freund, 1983).

10. Entendiéndose a esta como un pueblo unido en pos de una cultura y respetuosa del Estado.

41
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

En el segundo de los conceptos, cabe una aclaración: Carl Schmitt


tomaba al modelo del papado católico como un ideal trascendental, pero en la
“realpolitik”, el autor alemán, acorde a las realidades que le tocó en fortuna
vivir, y de acuerdo a su pragmatismo singular y a los cambios devenidos, sabía
perfectamente que lo ideal no se concretaría en la realidad, no obstante hay que
aclarar que cuando tomaba como ejemplo el “complexio opositorum” que
subyacía en la persona del Papa y de los sacerdotes, lo hacía pensando en el
Estado y la relación entre este y la sociedad, para ello salía del mundo laico o
pagano, para ingresar en lo divino y religioso, tomándolo como ejemplo
acabado de que la legalidad de un líder solo es reafirmada por la legitimidad
que tendría su investidura. Con ello no sólo alcanzaría la suma autoridad –lega-
lidad–, sino que también tendría la suma potestad –legitimidad–, algo que el
Papa tenía en el Medioevo, y lo que Carl Schmitt pensaba que tenía que tener
el soberano en estado de excepción en un gobierno laico.

El Papa no es un profeta, sino el representante de Cristo. Todo el salvaje


fanatismo desbocado del profetismo quedará alejado mediante esa formaliza-
ción. De este modo, dado que el oficio se hace independiente del carisma, el
sacerdote recibe una dignidad que aparece totalmente abstraída de su persona
concreta. A pesar de ello, no es el funcionario o el comisario del pensamiento
republicano y su dignidad no es tan impersonal como el funcionario moderno,
sino que su oficio se liga en una cadena ininterrumpida, al encargado personal
y a la persona de Cristo.
Esta es ciertamente la más asombrosa complexio opositorum. En estas distin-
ciones radica la fuerza creativa racional y, a su vez, la humanidad del catolicismo.
Permanece en lo humano-espiritual; sin sacar a la luz la oscuridad irracional del
alma humana, le da una dirección. No da, como hace el racionalismo económico-
técnico, recetas para manipular la materia” (Schmitt, 2000).

Por consiguiente, Schmitt pensaba, al igual que Maquiavelo, que la reli-


gión debía ser separada de la política, aunque para el alemán podrían ser toma-
das las formas de poder que el catolicismo tuvo en el pasado para conformar
un modelo que debe tener el líder en caso de emergencia. La legalidad se debe
a la norma y a lo terrenal, mientras que la legitimidad al “espíritu”, y cuando
un líder tiene estos dos elementos es poderoso y tiene como gran finalidad el
orden impartido en toda una comunidad.

42
DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

En el caso de la moral de la que habla Freund en el párrafo señalado ante-


riormente, es precisamente la moral religiosa –católica, protestante–, que tantas
guerras promovió en Europa y en otros continentes, pero sí existe una moral
estatal y una ética política, no obstante en caso de excepción se deben dejar cier-
tos lazos éticos, y sí privilegiar la moral política, la que tiene como finalidad
única la supervivencia de la unidad política organizada de una Nación.
El líder fuerte que está nutrido de legalidad y legitimidad aparecerá en la
década del noventa del siglo veinte, sobre todo en Sudamérica, encarnado en el
avasallador personalismo “mesiánico” de algunos de esos líderes por las crisis
que debieron enfrentar y que marcarán el ocaso de los pocos rasgos keynesia-
nos de los Estados de la región.
Por cierto que cabe preguntarse si se trataba de líderes decisionistas o
neodecisionistas. El decisionismo latinoamericano tiene como centro al Estado
y a la soberanía estatal por sobre todas las cosas. Los ejemplos de: Lázaro
Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil, o Juan D. Perón en la Argen-
tina, podrían ser tomados como líderes decisionistas, populistas y que utiliza-
ron las fuerzas del Estado para realizar algunos de sus proyectos más temidos
por el liberalismo político y por los racionalistas económicos.
En cambio, líderes como Carlos Menem en Argentina11 y Alberto Fuji-
mori en Perú12, quienes conservaron su poder por más de una década y tuvie-
ron ciertos éxitos en sus respectivas administraciones, o experimentos fallidos
como aquellos de Fernando Collor de Mello en Brasil13 o Abdalá Bucaram en
Ecuador, deben ser tildados de neodecisionistas porque intentaron lograr con
diferentes niveles de suceso una alianza entre las formas decisionistas de lide-
razgo fuerte, el neoliberalismo económico y el neoconservadurismo político
con su discurso “focalizado”.
Ahora cabe preguntarse: ¿cómo fueron las características de ese cambio
vertiginoso, de pasar de un decisionismo tradicional a un neodecisionismo?
¿La racionalidad económica dominaría a la racionalidad política? ¿Se pasaría
de un antropocentrismo a un economicismo absoluto como centro universal
de las relaciones sociales? Intentaremos a continuación dar respuesta a estos
interrogantes.

11. Ver Capítulo II de la presente obra.


12. Ver Capítulo III.
13. Esta experiencia será abordada en el Capítulo V de la presente publicación.

43
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

6. Decisionismo y neodecisionismo

El neodecisionismo tendría las características esenciales que tiene el


“viejo” decisionismo pero a diferencia de este, si bien mantiene la idea de un
liderazgo fuerte en el Poder Ejecutivo, es proclive a un Estado sin tanta funcio-
nalidad y centralidad ante la sociedad, propicio con las ideas del neolibera-
lismo y su Estado Mínimo, y del neoconservadurismo con sus planes sociales
focalizados y su folclore de valores socio-políticos.
La gran transformación de los años 80 y 90, el mercado global y las polí-
ticas económicas que lo instituyeron y aseguraron han mostrado en determina-
dos contextos nacionales o regionales –como el latinoamericano en los casos
de Argentina, Bolivia Brasil y Perú– afinidad con formas jurídicas y políticas
de cuño decisionista. Apareció así una nueva estatalidad más permeable que
redefinía sus modalidades de relación con la sociedad. Por estas razones puede
decirse que el decisionismo “estatista” de la década del 20 devino “guberna-
tivo” y “anti-estatista” en el último decenio del siglo XX.
En tanto el discurso de legitimación del “orden neoliberal” se sostuvo en
la liberación de energías y fuerzas contenidas –las del capital regulado por el
Estado o contrapesado por las fuerzas del trabajo organizado–, presuponía
también que tal liberación podía generar situaciones de crisis, resistencias a sus
efectos perniciosos, puntos de ruptura, es decir, situaciones que desde la escala
nacional aparecían como casos críticos y deriven en estados de excepción.
Por estas razones, el establecimiento de un modelo de organización
social basado en el funcionamiento libre del mercado precisaría de mecanis-
mos de auto-estabilización y control. Es en ese sentido que una legitimación
eficientista y una gestión decisionista podían ayudar tanto para desmontar el
aparato estatal regulador y prestador de servicios como para neutralizar los
casos críticos y las resistencias a dicho desmantelamiento.
El nuevo intervencionismo del estado, necesario para garantizar las
nuevas reglas de juego en las que pudieran desencadenarse “las fuerzas libres
y espontáneas del mercado”, apareció acompañado por dos lógicas contradic-
torias de legitimación y, por lo tanto, por un nuevo balance entre legitimación/
represión.
El orden del mercado, en tanto se caracterizó por conformar una sobera-
nía difusa en los aspectos político-sociales y por manifestarse solamente en
forma espectral en la esfera pública estatal, no podía legitimarse sino a partir

44
DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

de una lógica eficientista para conjurar una crisis que, por otra parte, era invo-
cada como la única alternativa posible a las políticas neoliberales.
Frente a esa lógica, los procesos deliberativos y órganos de control hori-
zontal se mostraban como ineficaces y perversos. De ahí que la legitimación
democrática podía ser considerada como contradictoria con la legitimación
eficientista del mercado. Pero aun así, el descontento frente a la ineficiencia y
obsolescencia del aparato estatal operó como una masa crítica de aquiescencia
social y, en última instancia, de legitimación para formas de ejecutivismo deci-
sionista ensayadas y practicadas desde las presidencias.
Existió, en efecto, una demanda de decisión eficaz antes que una imposi-
ción de la misma. Sobre tal demanda, incluso exacerbándola, trabajó el argu-
mento decisionista. Lo hizo, conjugando la metáfora social del mercado propia
del liberalismo utilitarista, con la teoría elitista de la democracia sostenida por el
neoconservadorismo, y sobreimprimiendo ambas al imaginario político clásico
del populismo (Bosoer y Leiras, 1999, 2001; Leiras 2008a, 2008b).
Se entendía a la democracia como marco de competencia entre gestores
de lo público que permite seleccionar elites eficientes. Y contrariamente a otra
vertiente del pensamiento liberal, centrada en torno a ideas como democracia
directa, participación popular, representación política y ciudadanía activa, se
consideró que la democracia “como representación de voluntades” resultaba un
despropósito y hasta un peligro.
Asimismo, se defendió la desvinculación entre representantes y represen-
tados como un modo de reducir las inevitables discrepancias de la democracia
directa (Medici, 1998). En la tradición elitista éste era el argumento republi-
cano de la representación política, en el sentido en que el parlamento reduce y
homogeneiza las alternativas, sea porque los parlamentarios son pocos y más
afines socialmente o porque conforman un cuerpo calificado para resolver
racionalmente y arribar a juicios compartidos, alejados de “los rumores de la
plebe”. La democracia sólo funcionaba en esta perspectiva, si se garantizaba
que los parlamentarios en sus decisiones fueran independientes de todo control
y compromiso específico con los votantes. Una vez elegidos, tomaban sus
decisiones según su parecer.
De este modo, para la argumentación elitista, en la que convergieron
las posiciones neoliberales y neoconservadoras, la democracia funcionaría
mejor en la medida en que se limitaran los problemas de agregación de inte-
reses y demandas, estrechando las opciones abiertas y manteniendo así la

45
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

“racionalidad” del comportamiento entre los actores y su capacidad para


tomar decisiones adecuadas.
El libreto, como se observa, pudo asimilar “la democracia” al “mercado”
y llegó a la conclusión de que el mejor modo de limitar lo susceptible de ser
votado o decidido era a través de una constitución que incorporara contenido
normativo específico u otorgando el monopolio de ciertas decisiones a institu-
ciones y mecanismos en donde no funcionara la democracia, por ejemplo a
través de la ampliación de facultades presidenciales delegadas o la completa
autonomía de los Bancos Centrales.
Pero por otro lado, la amalgama se completó con una figura presidencial
portadora de la promesa de conciliar al mismo tiempo la modernización econó-
mica, la identidad cultural y el poder político, de volver a unir lo que estaba
fragmentado y suplir las distancias que separan al pueblo de las elites. A dicha
figura se le concedieron todos los rasgos atávicos de la cultura política perso-
nalista y la identificación con los liderazgos carismáticos portadores de la
promesa de redención en la imaginación colectiva.
La gran contradicción –y paradoja– se manifestó en el momento en que
precisamente el mayor poder discrecional y la mayor concentración del poder
se convertían en la mayor garantía y a la vez la mayor debilidad y amenaza para
la seguridad jurídica y la confianza macroeconómica de los mercados.
Si en el ámbito local-nacional esto implicó un avance de la capacidad de
imposición de la voluntad política del gobierno frente a los otros poderes y
fuerzas sociales y en detrimento de un desarrollo de las instituciones represen-
tativas y deliberativas y de mercados competitivos, en la perspectiva global
consistió en una respuesta funcional frente a la pérdida de capacidad del
Estado nacional para decidir políticas económicas, cuya formulación le fue
expropiada en su mayor parte, “hacia arriba” y “hacia fuera”, por las escalas
transnacionalizadas y supraestatales de decisión, y “hacia dentro y hacia
abajo”, por los poderes privatizados o los fenómenos de desgajamiento del
poder central (Garreton, 1998).
Una consecuencia de ello fue el deslizamiento en la propia imagen acerca
de la naturaleza del orden político representado por el Estado, de su raíz liberal-
contractualista como pacto de sociabilidad y autogobierno, a su núcleo hobbe-
siano más crudo como pacto de sujeción, con el énfasis puesto en la necesidad
de controlar y organizar la violencia, reducir la capacidad decisoria a la unidad
frente a los peligros de disgregación o fractura, las tendencias centrífugas del

46
DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

poder y las amenazas a la vida cotidiana de las personas y sus bienes (Dubiel,
1993; Ovejero Lucas, 1997; Piccone, 1996; Taguieff, 1996).
Se trató entonces de una doble tarea: reconstituir o defender un núcleo
constitutivo del orden político –la decisión soberana en tiempos excepciona-
les–, y garantizar una determinada racionalidad en el funcionamiento de la
sociedad sustentada en la lógica del mercado.
Los procesos hiperinflacionarios de Argentina en 1989 y Brasil a comien-
zos de la década de 1990, y la guerra interna en Perú hacia fines de la década de
1980 fueron tres ejemplos claros de condiciones propiciatorias para la emergen-
cia de alguna especie de liderazgo “piloto de tormentas” con reminiscencias
mesiánicas, con capacidad para el cumplimiento de esa doble tarea.
Dicho de otro modo: nos encontramos con regímenes democráticos
emergentes con sociedades civiles débiles o incipientes y estados jaqueados
por fuerzas centrífugas y presiones centrípetas que derivaron en el mejor de
los casos, en democracias que no podían ni pueden resolver la ecuación legi-
timidad-gobernabilidad. O tomaban por el camino de la gobernabilidad, en
detrimento de su legitimidad, y hacían descansar ésta última sobre las aptitu-
des de un liderazgo plebiscitario o a la inversa, mantenían su legitimidad de
origen y ejercicio a costa de un debilitamiento y pérdida de su capacidad de
gobierno.
El decisionismo presidencialista como teoría del poder y las distintas
variantes de neoconservadurismo populista de mercado como contenido ideo-
lógico (Pinto, 1996) se presentaron en 1990 como una cabal expresión y al
mismo tiempo como un intento de respuesta a dicho dilema.
El líder neodecisionista en funciones presidenciales tratará de dividir y
cooptar a la oposición política y a la sociedad, dominar al Poder Legislativo, y
tener un Poder Judicial adicto o en su defecto neutralizarlo; con todo esto, el
presidente tendrá un poder omnímodo y monolítico que lo acercará a la suma
del poder público.

7. La repercusión de la teoría decisionista en el debate político


latinoamericano. El caso argentino

El Estado de Excepción en América Latina ha sido impuesto por las más


variadas formas de crisis económica, social y política. Sin embargo, esta última

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ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

será la más frecuente en nuestra región debido a que resulta difícil obtener
mayorías absolutas –o aún incluso en el caso de disponer de ellas–, en conse-
cuencia, para lograr la gobernabilidad, se recurre a imponer “un estado de
excepción”, lo que garantizará en el corto plazo más poder al presidente, y por
ende, al partido gobernante.
Gobernar en un contexto de excepcionalidad política garantiza un hori-
zonte de previsibilidad pocas veces visto antes en democracia, en el marco de lo
que el autor brasileño Bolívar Lamounier definirá como “regímenes mixtos”,
resultado de la combinación de instituciones y prácticas de carácter autoritario
juntamente con aquellas de sesgo democrático, por ser el mandatario elegido en
forma directa o indirecta –a través de cuerpos de carácter colegiado– por su
pueblo.
En América Latina, continente en el cual convivieron regímenes milita-
ristas-caudillistas, autoritarismos, democracias restringidas y poliarquías desde
las guerras por la Independencia hasta nuestros días, el decisionismo schmit-
tiano es un modelo que centralmente puede ser tomado como una herramienta
heurística de análisis político, para comprender los cambios de regímenes polí-
ticos dentro del sistema, como así también para lograr comparar y dilucidar las
características gubernamentales, desde la acción política, donde el ejecuti-
vismo es la forma de gobierno más utilizada en la región, debido principal-
mente a cierto hiperpresidencialismo existente e inveteradamente aceptado por
los pueblos.
Entonces, si se debería pensar que el decisionismo no es solo una forma
de gobierno autoritaria, sino que tendría una legalidad persistente y en el caso
de una poliarquía, la legitimidad democrática del voto popular, y que serviría
para la protección del sistema en caso de emergencia, el problema subyace en
dar respuesta a los siguientes interrogantes:
¿Cuándo efectivamente existe una situación de emergencia y cuándo el
presidente debe asumir poderes extraordinarios? ¿Se podría crear una forma de
gobierno ejecutivista independientemente de si existen o no razones que la
respalden?
¿El decisionismo y su vertiente más moderna el neodecisionismo son
asumidos por los presidentes latinoamericanos como una estrategia en contexto
de “tiempos difíciles” o como un estilo de gobernar?
Si se trata de una estrategia en contexto de “tiempos difíciles” (Torre,
1994), el decretismo ejecutivista y no el decisionismo nos permitiría dar cuenta

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DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

de las características de ejercicio del liderazgo político en la región, dado que


el decisionismo implica la desinstitucionalización política (Kvaternik, 1994),
teniendo en consideración tres diferentes circunstancias: en primer lugar, los
recursos institucionales disponibles, esto es el diseño y distribución del poder
dentro del régimen político; en segundo término, las circunstancias políticas,
refiriéndonos aquí a la relación que el titular del poder ejecutivo establece con
la oposición, con el partido de gobierno y con otras organizaciones nacionales
e internacionales y, por último, la eficacia que se intenta alcanzar con determi-
nadas iniciativas a implementar.
Teniendo en consideración las circunstancias antes desarrolladas, tres
serían también las posibles motivaciones políticas para llevar a cabo esta estra-
tegia de gobierno: el golpe preventivo, el decretismo como último recurso y el
factor sorpresa. En este marco, la utilización de los decretos de necesidad y
urgencia durante el gobierno de Raúl Alfonsín se inscribiría en forma predomi-
nante en la categoría de golpe preventivo14, en un contexto signado por la
conflictiva relación entre el gobierno y la oposición, mientras que durante la
presidencia de Carlos Menem estas mismas motivaciones se inscribirían no
sólo en el marco de la conflictiva dinámica gobierno/oposición, sino también
en aquella relación entre el Poder Ejecutivo y el propio partido de gobierno
(Maurich y Liendo, 1998).
Establecida esta dinámica, la estrategia decretista también podría ser
considerada como una herramienta que permita cumplir con el propósito de
producir disciplina dentro de un diseño institucional de “centralismo limitado”
(Llanos, 2001; Mustapic, 2000), en forma conjunta con la utilización de otros
recursos disponibles como, por ejemplo, la apelación al veto parcial y total o la
distribución de diferentes tipos de incentivos selectivos tanto al gobierno como
así también a la oposición.
Si se trata en cambio de concebir al decisionismo como un estilo de
gobierno (Goretti y Rubio, 1995,1996) más allá de los tiempos difíciles, la
utilización de recursos de excepción se inscribe en un marco de creciente
concentración de poder en la institución presidencial en un esquema

14. Constituye una excepción a la regla el Decreto 1096/85 que dio origen al Plan Austral, el
cual constituye un ejemplo representativo de la utilización del factor sorpresa para el lanza-
miento del programa de estabilización económica en el año 1985. Podemos mencionar tres
decretos que representan la categoría de último recurso: el 1696/84 de normalización de la
vida sindical, el 632/87 decretado la emergencia agropecuaria y el l 411/87.

49
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

“hiperpresidencialista” (Nino, 1992), y un modelo delegativo de democracia;


al respecto, el autor argentino Guillermo O’Donnell sostenía lo siguiente:

Al usar el término delegativa me refiero a una concepción y práctica del


poder ejecutivo según la cual por medio del sufragio se le delega el derecho de
hacer todo lo que le parezca adecuado para el país. También demuestra que las
democracias delegativas son intrínsecamente hostiles a los patrones de repre-
sentación normales de las democracias, a la creación y consolidación de las
instituciones políticas y, específicamente, a lo que denomino “rendición de
cuentas horizontal”. Con esto me refiero al control de la validez y legitimidad
de las acciones del ejecutivo por parte de otros organismos que son razonable-
mente autónomos de aquel (O´Donnell, 1997: 293).

En este sentido, el funcionamiento de las denominadas “democracias


delegativas” en las últimas dos décadas, tanto en América Latina como en el
este europeo, estuvo alejado de los parámetros de desenvolvimiento que permi-
ten definir a las democracias propias de los países capitalistas desarrollados,
como institucionalizadas.
Como consecuencia de ello, a partir de la última década se repitió en
mayor o menor medida el mismo esquema:

a. Legitimidad de origen con anclaje en situaciones de derrumbe o emer-


gencia y convertida en argumento, de salvamento primero y refunda-
cional luego, del estado y la sociedad.
b. Modificación de la estructura constitucional acorde con una nueva
“razón de estado”: la gobernabilidad.
c. Reforzamiento de los poderes presidenciales, definición explícita o
implícita de una “doctrina de necesidad y urgencia” y utilización de
recursos como los decretos de necesidad y urgencia, en tanto princi-
pal expresión de la decisión política.
d. Debilitamiento del rol de las instituciones parlamentarias, de las diferen-
tes instancias de control de los actos administrativos de gobierno y de
los procesos deliberativos de decisión política (Bosoer y Leiras, 2001,
Leiras, 2007).

50
DEMOCRACIA, ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DECISIONISMO POLÍTICO: CONSIDERACIONES Y CONCEPTOS

Tal como lo definiera el autor italiano Giorgio Agamben, lo excepcional


ha devenido norma (Agamben, 2004), estableciéndose de hecho una situación
de emergencia permanente (Botana, 2004; Quiroga, 2005) que viene a consti-
tuir la regla de funcionamiento de la democracia argentina en particular y en la
región de manera general. Podría hablarse entonces de una “exceptocracia”
como previsible horizonte de la democracia (Serrafero, 2005) en la medida en
que varían los recursos institucionales utilizados –intervención federal, estado
de sitio y/o decretos de necesidad y urgencia– más no el contenido sustantivo
de funcionamiento del gobierno, el régimen y el sistema político.
En el capítulo siguiente abordaremos el excepcional contexto político
argentino de la década del 90, la década de la decisión política, signado por la
presencia e influencia de Carlos Saúl Menem y el denominado “Menemato”.

51
2

Argentina en la década de la decisión política.


El liderazgo neodecisionista de Carlos Saúl Menem
(1989-1999)*

ALBERTO A. BALDIOLI** y SANTIAGO C. LEIRAS***

1. Introducción

Durante la gran crisis económica-social de 1989/90, la Argentina sufrió


un importante quiebre porque, al asumir anticipadamente sus funciones el
presidente electo Carlos Saúl Menem, comenzaría un nuevo estilo de liderazgo
y una “nueva” práctica política, pragmática, “resultadista”, que rompería con
los parámetros tradicionales y dejaría de lado los sesgos puramente programá-
ticos, más no aquellos puramente doctrinarios del Peronismo.
El presidente Menem impondría un liderazgo de tipo neodecisionista, con
una fuerte individualización del poder hacia su persona. Con el correr de los días
se pondría de manifiesto en su gestión una impronta anti-estatista –a través del
impulso de iniciativas de achicamiento o ajuste del estado–, neoliberal –su polí-
tica económica era manifiestamente pro-mercado, dándole un rol de importan-
cia jamás asignado anteriormente por ningún gobierno, electo o de facto, para
que el sector privado se hiciera cargo de áreas estratégicas del sector público
estableciendo como problema a resolver la asistencia social sólo en el caso de

* Los autores agradecen los comentarios de Hernán Fair, no siendo el mismo responsable por
los eventuales errores u omisiones de los autores.
** UBA.
*** UBA/UB.

53
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

sectores en situación de riesgo– y conservadora –a través de una fuerte defensa


de valores vinculados con la tradición y una concepción organicista de la vida
social– (Pinto, 1996).
La finalidad de este capítulo será poder comprender los cambios formu-
lados durante la década del “Menemato” (Borón, 1991), observando su origen,
consecuencias y en qué medida afectó a la política nacional los cambios en el
modelo de liderazgo neodecisionista.
El problema del liderazgo neodecisionista y sus consecuencias sobre la
gobernabilidad y la calidad democrática en la Argentina fue abordado por
diferentes autores (Baldioli, 2003; Bosoer y Leiras, 1999,2001; Kvaternik,
1994; Maurich y Liendo, 1998; Medici, 2000; Novaro, 2000a; Quiroga, 2005;
Serrafero, 2005 y Torre, 1994)15. Es nuestro particular propósito entonces
intentar aportar un nuevo discernimiento para la comprensión de este tipo de
liderazgo y analizar las implicancias de la decisión política primaria en tiem-
pos de crisis y normalidad.
El presente capítulo está organizado en siete partes: en la primera de
ellas, y a continuación, llevaremos a cabo un recorrido sobre las condicio-
nes contextuales de origen del menemismo; en la segunda analizaremos los
fundamentos ideológicos, jurídicos y organizacionales de la construcción
del liderazgo neodecisionista de Carlos Menem; en la tercera, la influencia
de la “fortuna” y “virtú” maquiavelianas sobre dicha construcción; en la
cuarta sección haremos una balance sobre los aspectos más relevantes de la
década menemista; en la quinta abordaremos las consecuencias y proyec-
ción del legado reformista/decisionista más allá de los años 90, finalizando
esta presentación con las conclusiones pertinentes al problema en cuestión
y una reflexión sobre las proyecciones del decisionismo sobre el ámbito
regional.

2. La crisis de los años 80

Durante la década de 1980, América Latina vivió la denominada “década


perdida”. La democratización se dio en un escenario de crisis de la deuda
externa de los países en vías de desarrollo. Este hecho tuvo como consecuencia

15. Ver capítulo I de la presente obra.

54
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

que todo el fervor por la reapertura democrática se viera comprometido por


grados crecientes de apatía cívica, desafección política y cierta depresión
social, como consecuencia de los reveses sufridos en la puesta en marcha de
diferentes planes de estabilización económica por parte de los respectivos
gobiernos en la región.
La pesada herencia recibida de los regímenes autoritarios no pudo ser
manejada eficientemente con medidas económicas oportunas. A la crisis y
estancamiento productivo sufrido en países como Argentina, Brasil, Perú y
Bolivia se le sumó una crisis inflacionaria perdurable y en crecimiento, que
llegaría a transformarse en el más temible escenario de hiperinflación.
La crisis de la deuda, el crédito internacional comprometido y la falta de
confiabilidad que tenían los países sudamericanos fueron algunas de las
causas probables del advenimiento posterior de líderes neodecisionistas, como
fueron los casos de Carlos Menem en Argentina, Alberto Fujimori en Perú,
Fernando Collor de Mello en Brasil, Carlos Andrés Pérez con un pasado popu-
lista en Venezuela a principios de los años 70, Abdalá Bucaram y Jamil
Mahuad en Ecuador por citar algunos de los líderes que protagonizaron la
década del 90.
En la Argentina, el recambio presidencial del año 1989 se desarrolló en
un contexto inédito dado que por primera vez en la discontinua historia demo-
crática de este país, se produjo la entrega del poder entre presidentes de distinto
signo partidario16. Al mismo tiempo, dicho recambio tuvo lugar en el marco de
la más severa crisis económica conocida hasta ese entonces, consecuencia de
un proceso hiperinflacionario que llevó a la renuncia del Dr. Raúl Alfonsín
cinco meses antes de la finalización de su mandato presidencial –la “resigna-
ción” de su cargo fue presentada ante la Asamblea Legislativa el día 30 de
junio de 1989– y la asunción del mando el día 8 de julio del mismo año, por
parte del Dr. Carlos Menem.

16. Considerando desde el establecimiento del sufragio universal secreto y obligatorio con la
Ley Sáenz Peña de 1912, el traspaso del poder de un partido a otro y de un líder político a
su adversario principal ocurrido en 1989 es en realidad el primero de la historia de la demo-
cracia moderna en la Argentina. Ambos radicales, Marcelo T. de Alvear sucede a Hipólito
Irigoyen en 1922 e Irigoyen a Alvear en 1928. Juan D. Perón se sucede a sí mismo en 1952
y la última experiencia de recambios presidenciales bajo el imperio de la constitución se
daría con Cámpora-Lastiri-Perón-Isabel Perón bajo el tercer gobierno justicialista entre
1973 y 1976.

55
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

La presidencia de Carlos Menem se inició en un contexto sociopolítico


signado por una crisis económica –como resultado de la combinación entre
recesión e inflación– a la vez que social –desintegración de lazos sociales, inse-
guridad colectiva–, y del modelo de Estado implementado en la región a partir
de la segunda guerra mundial, que tendrá su expresión en materia fiscal, regu-
latoria y de autoridad (Palermo, 1995; Novaro y Palermo, 1996; Tomassi y
Velasco, 1999). La repuesta a la crisis, como verdadero intento de elaboración
de una nueva matriz ideológica, adquirió su manifestación a través de un
discurso de legitimación de alta eficacia simbólica y recurrencia a tres ejes
estructurantes:

a. Una reinterpretación de la salida del autoritarismo y del primer perí-


odo de gobierno democrático como etapa final en la crisis del modelo
estatal de desarrollo económico y regulación social, a partir de la cual
el punto de inflexión o bisagra histórica trazado en 1983 queda desdi-
bujado y se traslada al año 1989 como verdadero momento de la
ruptura con el pasado.
b. Una reevaluación de la gestión presidencial de Raúl Alfonsín a partir
del último tramo de su mandato, signado por el debilitamiento progre-
sivo en el ejercicio del poder que finalmente desencadena la entrega
adelantada del gobierno cinco meses antes de cumplir el sexenio cons-
titucional. Dicho final es atribuido no solamente a la pérdida de
apoyos y la falta de resultados de las políticas de gobierno ensayadas
para remontar la coyuntura de emergencia, sino también al agota-
miento e inviabilidad de un proyecto reformista de mayor envergadura
al que se venía cuestionando desde hace mucho tiempo antes desde
diferentes sectores de poder para quienes dicho proyecto constituía
una amenaza.
c. Un proyecto de reconstrucción y redefinición del poder estatal, con
centralidad de políticas orientadas al mercado, en sus tres principales
dimensiones: ideológica–neodecisionismo–, burocrático/funcional
–reforma del Estado– y jurídico-institucional –reforma constitucio-
nal– (Bosoer y Leiras, 2001: 43; O´Donnell, 1997).

Este proceso de reforma/reconstrucción del poder estatal será abordado


en el apartado siguiente.

56
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

3. La Argentina en los 90: reforma del Estado, reforma


constitucional y la “institucionalización” del decisionismo
presidencial (1989-1999)17

El Estado debe mantener el derecho: es guar-


dián suyo, no su señor, pero en cuanto guar-
dián no es un servidor ciego, sino su garante
responsable y el que decide en última instancia
(Schmitt, 1985: 41).

Desde el punto de vista ideológico, los cursos de acción como así


también el discurso de legitimación que sostuvo al “nuevo decisionismo”
pudieron ser comprendidos como una heterodoxa síntesis de distintas vertien-
tes del modernismo reaccionario en nuestro país, en sus versiones nacional
populista y liberal que se encontraron en 1989 con una oportunidad que no se
había dado nunca en el pasado y que permitiría instalar un proyecto de poder
de vasto alcance, trascendiendo sus marcos formales de representación.
La elección de Carlos Menem en 1989 fue interpretada como la consa-
gración de un nuevo liderazgo, la restauración de la idea de “movimiento
nacional” y establecimiento de una nueva alianza entre capitalismo y democra-
cia. El sistema jurídico-constitucional y todos los dispositivos procedimentales
del sistema democrático quedaron a partir de entonces subordinados a una
premisa superior, la legitimación presidencialista y la “refundación del
Estado”. El decisionismo de nuevo cuño, construido y desarrollado a partir de
1989, logró dar cuenta precisamente de esta construcción del Estado y conso-
lidación democrática, y lo hizo subordinando la segunda a la primera y aquella
al liderazgo presidencial.
La década de 1990 nos mostró de qué forma la fórmula decisionista
resolvió la crisis del modelo estatal cuyo indicador extremo fue la hiperinfla-
ción que acompañó el recambio de gobierno del radicalismo al justicialismo,
pero encontró al cabo de una década, la misma limitación para resolver la
crisis del régimen político en el momento de enfrentar el problema de la
sucesión.

17. El concepto decisionismo está basado en los desarrollos teóricos del polémico autor alemán
Carl Schmitt, remitimos al lector al Capítulo I de la presente publicación.

57
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Por otra parte, el proceso de reforma del Estado, en un contexto de polí-


ticas de liberalización y de reformas económicas de mercado, se enfrentaba
con un doble desafío en las nuevas democracias y en el caso particular de la
Argentina de los años 90: su eficacia económica y su viabilidad política (Bres-
ser Pereira, 1995).
Las leyes 23.696 y 23.697/89, “de Reforma del Estado y Reestructu-
ración de Empresas Públicas” y “de Emergencia Económica”, constituyeron
el punto de partida para la construcción de un nuevo modelo estatal. Con
estos dos megainstrumentos jurídicos se pretenderían redefinir, en un
contexto sociopolítico signado por la crisis del Estado –fiscal y de autori-
dad–, a la vez que económica –recesión más inflación– y social –desintegra-
ción de lazos sociales, inseguridad colectiva–, las relaciones históricamente
existentes entre Estado, mercado y sociedad civil a partir de la segunda
posguerra.
Estos dispositivos serían complementados con sucesivas reformas en los
planos comercial –eliminación de prohibiciones y restricciones cuantitativas,
reducción de la tasa arancelaria, eliminación de regímenes promocionales–,
financiero y del mercado de capitales –desregulación amplia del mercado de
capitales, eliminación de barreras a la inversión extranjera, autonomía del
Banco Central, mantención del sistema financiero segmentado–, macroeconó-
mico –Ley de Convertibilidad, alta tasa de interés interna, ajuste fiscal basado
en mayor tributación menor gasto y más privatizaciones y una política mone-
taria pasiva–, tributario –supresión de impuestos a las exportaciones, supresión
de regímenes de promoción industrial, tratamiento uniforme a las ganancias de
residentes y no residentes–, pensiones –mediante la reforma del sistema de
seguridad social– y empresas públicas –privatización de los Servicios públicos
entre los años 1990 y 1993– (Ramos, 1997).
Asimismo, se sostuvo desde un primer momento la necesidad de otorgar
estabilidad institucional al proceso de reforma estatal iniciado a partir de 1989.
De allí entonces el impulso a la reforma constitucional, a la que se le atribuyó
el objetivo de garantizar la estabilidad jurídica, en tanto marco para la estabili-
dad política y la estabilidad económica:

La transformación del Estado que se está llevando a cabo exige que la Cons-
titución no sea ajena a esos cambios que conllevan la reforma del derecho. (...)
La realidad denuncia que la Constitución está sitiada. El Estado ha cambiado y

58
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

la Constitución no puede permanecer indiferente. Muchas cláusulas constitucio-


nales ya han dejado de ser vigentes por el propio desuso o porque fueron cláu-
sulas escritas para un tiempo (Dromi, 1992).

La “necesidad histórica” de llevar a cabo este proceso de reforma insti-


tucional se defendía, de este modo, como la única manera de ajustar el formato
constitucional a la política de transformaciones del gobierno:

(...) para nosotros este divorcio entre la Constitución escrita y la Constitu-


ción vivida, entre la Constitución formal y la Constitución real nos está dando
este mandato irreversible e imperativo de reformar ahora la Constitución
(Dromi, 1994).

Al mismo tiempo, aparecía presente la necesidad de incorporar la reelec-


ción presidencial como cláusula en el nuevo texto constitucional, dado que:

Hay que entender que hay un tiempo para todo y la alternativa de hoy es:
reelección aquí y ahora. Además, si el pueblo quiere más de lo mismo, ¿quién
tiene el derecho a decirle que no? Estamos ante un problema democrático y hay
que resolverlo: el pueblo y la transformación necesitan del mismo estratega y el
mismo conductor y no se puede porque la ley no lo permite...”
Yo creo que hasta que se termine este cambio Menem es imprescindible. La
certeza, la convicción y la irrenunciabilidad que le impuso Menem a la trans-
formación obliga responsablemente a conservar al mismo director de obra
hasta que el edificio esté terminado (...). De todos modos, cualquiera que fuera
la última redacción constitucional, la reelección, la reducción y la elección
directa son signos inequívocos de la agilizada renovación electoral para permi-
tir la dinámica de la república (Dromi, 1994).

Hacia comienzos del año 1994, cinco factores habían hecho de la institu-
ción presidencial Argentina una instancia gubernamental muy poderosa: (1)
una amplia y extendida disciplina partidaria en el ámbito legislativo, (2) el
fortalecimiento de la posición del gobierno federal vis-a-vis a los Estados
provinciales, (3) la utilización del veto parcial y total en forma recurrente, (4)
la utilización de los decretos de necesidad y urgencia por parte del presidente
Carlos Menem y (5) la cooptación del Poder Judicial (Jones, 1997).

59
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

En este contexto,18 se firmó el Pacto de Olivos entre los ex-presidentes


Raúl Alfonsín y Carlos Menem, que dará lugar a la reforma de la constitución
nacional de 1994, en el marco del núcleo de coincidencias básicas que consti-
tuyó el eje central del acuerdo entre los partidos Justicialista y Unión Cívica
Radical, para la asamblea constituyente de 1994.
Dicho acuerdo involucró entre los aspectos más relevantes, el aumento
del número de senadores de dos a tres por provincia y la elección directa de los
mismos a partir del año 2001 mediante sistema de lista incompleta, la modifi-
cación del sistema electoral para la elección del Presidente y Vicepresidente de
la República con la introducción del ballotage en caso de que ninguno de los
candidatos obtuviera un porcentaje mayor del 45% de los votos o del 40% con
diferencia mayor al 10% respecto del segundo candidato, y la eliminación del
Colegio Electoral considerándose el país como distrito único, la introducción
de la figura del Jefe de Gabinete, el acortamiento del mandato presidencial a
un período de cuatro años y la incorporación de la cláusula de la reelección por
un lapso consecutivo, la reglamentación de la utilización de atribuciones legis-
lativas por parte del Poder Ejecutivo y el control bicameral de la legislatura,
sujeto su funcionamiento a reglamentación posterior de las cámaras, y la
conformación del Consejo de la Magistratura con el objeto de establecer un
nuevo mecanismo de selección de los jueces.
De hecho, las nuevas reformas no morigeraron el componente decisionista
del liderazgo presidencial, sino más bien los nuevos incentivos institucionales
tenderían a exacerbar las tendencias a la concentración del poder: en este clima
podemos destacar la introducción como cláusula constitucional de la facultad
presidencial para emitir disposiciones de carácter legislativo con excepción en
materia penal, tributaria, electoral o del régimen de los partidos políticos –Artí-
culo 99, Inciso d–, teniendo en consideración el hecho de que a lo largo de todo
el segundo mandato presidencial del Dr. Menem no se hiciera lugar a la sanción
de la ley que reglamentara el funcionamiento de la comisión bicameral encargada
del control constitucional de dicha atribución, a pesar de la existencia de un
compromiso público por parte de la dirigencia política en este sentido.

18. Sumado a todo ello, la amenaza presidencial, fortalecido el Justicialismo tras el triunfo en las
elecciones legislativas de 1993, de someter a plebiscito una reforma constitucional. Cabe
destacar además que el Senado había declarado ya la necesidad del tratamiento de una modi-
ficación de la Constitución Nacional, aceptando el requisito de los dos tercios de los miem-
bros presentes a partir de la interpretación de artículo 30 de dicha Constitución Nacional.

60
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

Resultado de ello fue que durante el gobierno del Dr. Carlos Menem se
dictaron más decretos de necesidad y urgencia que a lo largo de toda la histo-
ria constitucional Argentina: entre Julio de 1989 y Agosto de 1998 el ex-presi-
dente firmó 472 decretos de necesidad y urgencia, correspondiendo 336 de los
mismos a la primera etapa presidencial, entre Julio de 1989 y Julio de 1995
(Ferreira Rubio y Goretti, 1996).
Asimismo, la utilización de atribuciones legislativas por parte del Poder
Ejecutivo quedó puesta de manifiesto en la utilización del veto presidencial: mien-
tras que durante el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín fueron 49 las iniciativas legis-
lativas objeto de la utilización del veto por parte del ejecutivo, durante el primer
período presidencial del Dr. Carlos Menem fueron 109 las iniciativas vetadas.
Sobre un total de 49 proyectos del poder legislativo vetados durante la
presidencia de Alfonsín, el 60% correspondió a iniciativas de los partidos de
oposición, un 22% a aquellas del partido de gobierno y un 18% a iniciativas
conjuntas. Sobre el total de 109 iniciativas, correspondientes a la primera etapa
de Carlos Menem, un 35% tuvo como objetivo a aquellas propuestas iniciadas
desde el propio partido de la oposición, un 31% a aquellas con origen en el
partido de gobierno y el 34% restante a proyectos conjuntos.
En el caso del ex presidente Alfonsín, este utilizó el recurso del veto
como un mecanismo de control a las iniciativas de la oposición mientras que
la utilización del veto por parte del ex presidente Menem se dirigió a controlar
las iniciativas del congreso en general, y de su propio partido en particular
(Mustapic, 2000; Tommassi y Spiller, 2000).
En este marco de concentración creciente de la autoridad presidencial, se
inscribió también la incorporación de la cláusula de reelección presidencial
(Artículo 90), que dio lugar a la reelección de Carlos Menem en las elecciones
presidenciales del 14 de Mayo de 1995. La fortuna acompañó al ex presidente
Menem, pero la misma se vio reforzada por su “virtú”.
Durante su primera presidencia, Carlos Menem llegará a su cenit de
gloria, al poder unir bajo su figura a los representantes ortodoxos y renovadores
del justicialismo, y sumar a sectores históricamente antiperonistas y los más
reacios durante décadas a su proyecto; tal vez su éxito mayor fue transformar en
populares a los segmentos más conservadores de la sociedad argentina.
En sus discursos reflejaba sus convicciones, las cuales se asemejaban al
“tríptico schmittiano” descripto en su oportunidad: su llamado a la Nación, la fe, el
factor soberano de su decisión política, la exaltación de los valores tradicionales,

61
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

todo ello lo habría hecho un “gran decisor”. Carlos Menem, neoliberal en lo


económico, pero con sesgo conservador en lo político, recurrió a los valores, a
Dios, a la Providencia, inclusive a repatriar los restos tan temidos, tan odiados
y tan queridos de Juan Manuel de Rosas, como prenda de reconciliación histó-
rica, y para ensayar “como en una obra teatral” el más virtuoso nacionalismo,
cuando al mismo tiempo estaba planificando y ejecutando la privatización de
las otrora preciadas empresas públicas (Baldioli, 2003).
En este sentido, líderes contemporáneos, como el ex presidente Fernando
Collor de Mello en Brasil tuvieron menor capacidad de liderazgo, dado que en
el gobierno no sólo vio reducida su legitimidad entre sus adherentes “natura-
les” sino que tampoco pudo articular una estructura de apoyos entre sectores de
la oposición (Packenham, 1994).
Menem logró dominar su impetuosidad y apelar a la amenaza de chantaje
político sólo en casos de extrema necesidad, procurando no tener enemigos irre-
conciliables; mientras el presidente peruano Alberto Fujimori dio un autogolpe
de Estado y cerró en forma temporal el congreso, Carlos Menem llegó a insi-
nuarlo, aunque no tuvo que ejecutar dicha medida porque logró el acuerdo que
necesitaba. Menem, para poder lograr el control total del aparato institucional
de la república, quiso en primer lugar que algunos de los ministros de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación presenten sus renuncias, y cuando no pudo, en
1990 logró ampliar de cinco a nueve el número de miembros con la ayuda del
Senado, teniendo de esta forma una corte adicta para “legitimar” los decretos de
necesidad y urgencia, que desde 1989 hasta 1992 sumaron la nada despreciable
cifra de 247 (Baldioli, 2003), como así también aquellas políticas consideradas
de interés estratégico por parte del poder ejecutivo.
La posibilidad de gobernar al país a través de decretos de necesidad y
urgencia y/o delegación legislativa, logrando el apoyo tácito en una primera
etapa de la oposición inclusive debido a la enorme crisis terminal que dejara el
presidente saliente de ese partido político, permitió superar precariamente los
primeros dos años de gobierno, logrando al fin, luego de varios experimentos
de “ensayo y error”, concebir un mito moderno de la argentina de los años 90,
la convertibilidad, con la que su ministro de economía Domingo Felipe Cava-
llo logró frenar la hiperinflación, aunque no pudo evitar un aumento escalo-
nado del desempleo, con una cifra del orden del 18% para el mes de mayo de
1995, no impidiendo este hecho, sin embargo, el contundente triunfo de Carlos
Menem en las elecciones presidenciales de aquel año (Baldioli, 2003).

62
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

Es interesante detenerse aquí, volviendo al contexto político argentino,


en las diferencias entre Carlos Menem y Raúl Alfonsín, su “fortuna” y su
“virtú” –utilizando la maquiaveliana acepción de ambos términos–. Abordare-
mos este aspecto a continuación.

4. “Fortuna” y “virtú” en Alfonsín, y el liderazgo neodecisionista


de Carlos Menem

Sucede lo mismo con respecto a la fortuna, la


cual demuestra su dominio cuando no
encuentra una virtud que se le resista, porque
entonces vuelve su ímpetu hacia donde sabe
que no hay diques ni otras defensas capaces
de mantenerlo (Maquiavelo, 1997).

La administración del Estado en manos del Dr. Raúl Alfonsín se desarrolló


en un contexto caracterizado por innumerables desafíos, uno de los principales
derivaba de la existencia en la sociedad argentina de 1983, de una fuerte demanda
vinculada con reivindicaciones de justicia sustantiva, largamente postergadas
como consecuencia de la acción institucional del gobierno militar, que darían
lugar a una revalorización de la democracia como marco para las diversas y hete-
rogéneas demandas sectoriales. No existía entonces margen para la formulación
de políticas de ajuste y/o reforma estructural (Torre, 1998) que dieran lugar a la
existencia de “nuevas víctimas sociales” (Novaro y Palermo, 1996).
Esto explicará en buena medida la convicción, y la puesta en práctica de
políticas en consecuencia a partir de 1983, de que la reconstrucción posautori-
taria era exclusivamente un hecho político-institucional, siendo el cambio del
régimen político el problema central de la agenda de la transición. Al ser privi-
legiada en forma inicial y de manera excluyente la construcción de un régimen
democrático de gobierno, no se advertía que el proceso debía incluir necesaria-
mente y con el mismo peso la reorganización de la economía (Portantiero,
1993), considerando la misma en el mejor de los casos subordinada a la lógica
democrática (Kerz y Leiras, 2004).
En este contexto, debe ser entendido el equívoco inicial en la conducción
económica de la designación de Bernardo Grinspun quien, intentando volver al

63
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

modelo keynesiano, quiso reeditar un plan económico de los años del gobierno
de Arturo Illia, no pudiendo comprender el momento crucial que se vivía a
principios de los años 80, en medio de la crisis del Estado de bienestar y la
globalización económica en ciernes19.
Dentro de esta misma lógica, en el plano social, Raúl Alfonsín trató de
ser un líder tradicional, aportando desde el Estado en principio toda la ayuda
posible para una Nación en crisis, de allí se entiende el desarrollo de políticas
como el Plan Alimentario Nacional (PAN), o el establecimiento de mecanis-
mos de resarcimiento a los empleados públicos despedidos por el Proceso de
Reorganización Nacional.
En el plano político, el contundente triunfo de la Unión Cívica Radical
en las elecciones presidenciales de 1983 y la crisis interna que en ese entonces
vivía el justicialismo fortalecieron ciertas “fantasías priistas” en el alfonsi-
nismo, que se procuraron plasmar mediante la estrategia de seducción y atrac-
ción de sectores peronistas disidentes con cargos intermedios y menores, y de
esa manera sentar las bases del denominado “tercer movimiento histórico”. En
el marco de esta estrategia fue fundamental el apoyo, tanto económico como
político, brindado a figuras como el Dr. Carlos Saúl Menem, en ese entonces
gobernador de la provincia de La Rioja, y que ayudó al mismo para instalar su
figura en la escena política nacional, para luego liderar una parte de la renova-
ción del PJ y lograr atraer a los sectores sindicales más duros permitiéndole
ganar la interna de su partido y obtener la candidatura presidencial para las
elecciones presidenciales de 1989.
Con la “ayuda” inigualable que le prestaría a Menem, Raúl Alfonsín
fomentó la creación de un rival insuperable y ambicioso, dotado de una astu-
cia pocas veces vista en el país desde los tiempos de Julio Argentino Roca, que
luego se transformará en el presidente argentino que más tiempo ininterrumpi-
damente dirigirá los destinos del país en su historia institucional-constitucio-
nal-democrática –diez años y medio de mandato–.
La diferencia entre el liderazgo político de Menem y el de su predecesor
estaría centrada especialmente en la escenificación del uso de la decisión polí-
tica primaria ante cada uno de los problemas con los que se enfrentó durante sus
mandatos y la exhibición de una seguridad monolítica en sus decisiones como

19. También el gobierno de Raúl Alfonsín contó en aquel entonces con el asesoramiento del
economista de la CEPAL, Raúl Prebisch.

64
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

primer mandatario. Carlos Menem hizo un culto de su propia determinación,


concentrando toda la responsabilidad de las decisiones e intentado mostrar una
inflexibilidad absoluta en ellas, llevando al extremo la escenificación de su
personalidad. Esta demostración permanente de su poder tuvo un considerable
éxito, logrando que tanto sus partidarios como sus detractores centraran la aten-
ción en sus actos, sus opiniones y su figura.
El “príncipe moderno” de los 90 se presentaba entonces como un eficaz
discípulo de Nicolás Maquiavelo:

Jamás o raramente ocurre que alguna república o reino se vea ordenado


bien desde el principio o reformado de manera completamente nueva al margen
de las viejas instituciones, a no ser que sea ordenado por una sola persona;
antes bien, es necesario que sea uno solo quien dé el modo y de cuya mente
dependa cualquier ordenación de ese tipo. Por eso un ordenador prudente de
una república y que tenga la intención de querer ayudar no a sí mismo, sino al
bien común, no a su propia sucesión, sino a la patria común, debe ingeniárse-
las para apropiarse de toda la autoridad (Maquiavelo, 1997).

Uno de los rasgos más llamativos del uso de los medios de comunicación
para la legitimación de sus políticas de gobierno, por parte de Carlos Menem,
fue la transmisión de una imagen de “efectividad del líder” construida sobre la
base de la función demostrativa de “hechos consumados” y no de argumentos
políticos que contuvieran promesas a futuro.
Las decisiones del presidente tendieron a imponerse como hechos inevitables
e irreversibles entre otros recursos políticos, a través de decretos de necesidad y
urgencia que le permitían prescindir en buena medida del congreso y del partido en
situaciones de conflicto político. Una vez consumadas sus decisiones, se buscaba
consentimiento ex post a través de los medios. Los resultados supuestamente indis-
cutibles de dichas decisiones eran invocados como justificación de la reincidencia
en este estilo decisorio. De esta manera, se construyó el prestigio de un líder que se
definía a sí mismo como un gran innovador, un “intuitivo” que hacía un culto de la
“acción por sorpresa” y del manejo del secreto para la toma de decisiones.
Ante la situación escabrosa, que se había convertido en un ejemplo
contemporáneo del “Estado de Naturaleza hobbesiano”, al cual solo le faltaba
la guerra civil, pero en el que reinaba en ciertos lugares de la república ciertos
visos de anarquía, “emergió” la figura de Menem como un líder nato para este

65
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

tipo de crisis. La fortaleza mayor que esgrimirá el presidente como carta de


presentación será su increíble astucia, que lo llevará a manejarse como “la
zorra y el león maquiavélico” con una eficacia insuperable.
Era entonces “El gran decisor”, el hombre de acción, el que además supo
escoger a sus secretarios y ministros, en general “adictos” a su persona, muchos
de ellos fieles hasta el final: Alberto Kohan, Carlos Corach, Antonio Erman
González, María Julia Alsogaray, Ramón Hernández, Rodolfo Barra, Jorge Asís,
entre otros. Solamente Gustavo Beliz, su vicepresidente Eduardo Duhalde y su
ministro de economía entre 1991 y 1996 Domingo Felipe Cavallo fueron defi-
nidos como “pérfidos” e “infieles”:

No es asunto de poca importancia para un príncipe la buena elección de sus


ministros. Estos son buenos o malos, según la prudencia del príncipe mismo, de
ahí que el primer juicio que nos formamos sobre la inteligencia de un señor sea
a partir del examen de los hombres que tiene alrededor: cuando son competen-
tes y fieles se lo puede tener por sabio, puesto que ha sabido reconocer su
competencia y mantenérselos fieles. Pero cuando son de otra manera hay siem-
pre motivo para formar un mal juicio de él, puesto que su primer error ha sido
precisamente elegirlos (Maquiavelo, 1997).

En definitiva, la “massmediatización” de la vida política y del ejercicio del


poder se mantuvo en el caso del menemismo alejada de las prácticas deliberativas
y la confrontación argumental, tan presente en modelos como el de la “democra-
cia de lo público o de audiencia”, en el que la deliberación a través de los medios
de comunicación precede a la toma de decisiones (Manin, 1998; Novaro, 2000b).

5. Balance y perspectivas de una década

Siempre la gloria es una simplificación y a


veces una perversión de la realidad; no hay
hombre célebre a quien no lo calumnie un
poco su gloria (Borges, 1940).

A lo largo de la década de 1990, y al hacer un minucioso balance de


las acciones de gobierno del ex presidente Menem, hemos visto rasgos y

66
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

características que se repetirán en administraciones subsiguientes. En conse-


cuencia, el neodecisionismo como estilo de liderazgo será adoptado por todos
los presidentes posteriores, permitiendo sentar las bases de un régimen demo-
crático fundado en una doctrina de la emergencia institucional20.
La Sociedad Argentina recibirá de manera recurrente los cambios con los
siguientes rasgos de conducta: miedo-resignación-tolerancia. El temor a un
pasado no tan lejano, alimentado por constantes discursos que apelaban al
mismo pasado de caos e hiperinflación, para justificar reformas económicas
radicales y de gran envergadura. La resignación de vastas capas populares en
tanto peor de lo que se estuvo era impensable estar. Por último, la tolerancia a
dichas reformas económicas, en tanto sociedad que necesita recuperar la
confianza en un líder que se presenta como el hombre fuerte capaz de timonear
y “llevar el barco a buen puerto” (Gargano, 2009). Esta conducta ha estado
presente en el contexto de las más recientes y graves crisis argentinas, por
ejemplo en la última del 2001/2002.
Ante los hechos históricos de la década de la decisión política, se podría
observar que Carlos Menem no era un nuevo animal político, sino que era
alguien que, de ser un hábil caudillo de una provincia empobrecida y de baja
productividad y población (La Rioja), se encaramó a la presidencia de la Repú-
blica y ejerció el poder con la misma astucia con que lo había hecho en su
provincia de origen.
La herencia recogida de aquellos “gloriosos años del menemato”, como
“el decisionismo democrático” (Quiroga, 2005), y el modo de gobierno discre-
cional, llevaron a algunos de los más destacados teóricos neoinstitucionalistas
a afirmar que Menem era precisamente un “nuevo animal político”, o que se
trataba de indagar en las raíces históricas y socio-culturales de nuestro sistema
presidencialista dentro del marco de la redemocratización, para lograr de esa
manera llegar al quid de la cuestión: el excesivo poder que ganó el Ejecutivo
por sobre los otros dos poderes del Estado (Nino, 1992).
La frase que acuñó el gobierno menemista fue: “Hechos, no palabras”,
algo tomado del extinto líder del Justicialismo, Juan Domingo Perón, pero en
el caso de Menem fue “hacer, siempre hacer, no importa el modo”, y es así
como se dieron las privatizaciones de las empresas públicas y la desaparición
de varias dependencias de control estatal, donde el fin último justificaba los

20. Este aspecto será desarrollado en el punto siguiente.

67
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

medios a emplear. Es justamente aquí donde se ven ciertas actitudes del patri-
monialismo tradicional, que se corroboran en el personalismo monolítico de su
mandato constitucional y llevaron a la desinstitucionalización del Estado en su
conjunto.
El patrimonialismo, “hijo natural del caudillismo”, profesado en sus
decisiones por el ex presidente, estaría entremezclado con el paradigma neoli-
beral de la década, que lo llevaría a la implementación de la convertibilidad
de la mano de Domingo Cavallo y luego a la encrucijada de despedir al
“superministro de economía” que lo había programado al ganar la reelección
presidencial en 1995, en el marco de una no declarada disputa por la sucesión
presidencial que había comenzado en las horas subsiguientes a la elección del
14 de mayo de aquel año.
En sus últimos años seguirá reclamando poder para solucionar los
problemas del país, como siempre invocará la emergencia para seguir gober-
nando a través de decretos, y logrará marcar el ritmo en el Poder Legislativo
con incentivos selectivos hacia las localidades de los representantes a través de
la distribución de ATN (Adelantos del Tesoro Nacional), que su gabinete mane-
jaba bajo su autorización.
Con el despliegue de este estilo y la utilización de diferentes recursos
institucionales y extrainstitucionales disponibles, el decisionismo menemista
en Argentina se demostró “funcional” y “exitoso” para resolver una crisis de
gobernabilidad y cerrar las brechas entre gobierno del Estado, gobierno de las
leyes y contratos básicos de la estructura social y económica.
Pero a la vez, contenía en su núcleo las razones de su propia limitación,
su incapacidad de institucionalizarse, lo que afectó a la propia calidad institu-
cional de la democracia Argentina al descansar en última instancia en la figura
del líder plebiscitario como fuente principal de la decisión efectiva y garantía
de la estabilidad política y económica. Encontraba de este modo en los confi-
nes de su energía política, una y otra vez, las circunstancias en las cuales se
produjo su ascenso. Es más, precisaba recrearlas para mantener su base de
sustentación argumental. En términos hobbesianos, fuera de este principio
“acecha” permanentemente el estado de naturaleza.
Este escenario, lejos del de una normalización del sistema político argen-
tino, con una alternancia posible entre fuerzas o coaliciones en condiciones de
llevar adelante una agenda de consensos y disensos, sería el del peligro de la
ingobernabilidad y la ilegitimidad a partir del momento en que Carlos Menem

68
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

concluyera su mandato presidencial. De allí entonces la permanente asociación


entre decisionismo y gobernabilidad, en un contexto como el de 1999 nueva-
mente caracterizado por su dramatismo histórico:

[...] la crisis internacional más grave de la historia del capitalismo: la


gobernabilidad significa, nada más y nada menos, que la capacidad del poder
político de hacer lo que hay que hacer, incluso adoptar decisiones drásticas, a
veces extremas, en tiempos de crisis [...] En las elecciones presidenciales de
octubre de 1999 en las que se jugará la suerte del país en los próximos años,
toca al peronismo, con el liderazgo de Carlos Menem, la enorme responsabili-
dad política de asegurar la gobernabilidad de la Argentina (Castro, 1999).

La falsa profecía se autocumpliría con las sucesivas crisis producidas


tanto durante el gobierno de la Alianza que lo sucedería a partir del 10 de
diciembre de 1999 como así también durante los gobiernos interinos del Justi-
cialismo entre los últimos días del mes de diciembre del año 2001 y comien-
zos del año 2002, dando por tierra con muchos de los supuestos sobre los
cuales se realizaba la lectura del proceso democrático:

a. La crisis por el caso de sobornos en el senado nacional que llevaría


a un enfrentamiento público entre el entonces presidente Fernando
De La Rúa y el vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez, episodio
que culminaría con la renuncia de este último el día 6 de octubre del
año 2000.
b. La crisis económica que derivó en la llegada de Domingo Cavallo al
ministerio de Economía en el mes de marzo del 2001.
c. Los desfavorables resultados electorales de las elecciones legislati-
vas de octubre del 2001 para el oficialismo, como expresión de un
fenómeno más profundo de creciente apatía política en el terreno
electoral.
d. Los sucesos políticos del mes de diciembre del 2001, que derivaron en
la renuncia del entonces presidente Fernando De La Rúa, en medio de
un trágico saldo de 30 muertos y centenares de heridos en todo el país,
y la más profunda crisis institucional vivida hasta entonces.
e. La abrupta aunque anunciada salida de la convertibilidad con la conse-
cuente ruptura de las reglas de juego macroeconómicas imperantes a lo

69
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

largo de la última década y la declaración de cesación de pagos de la


deuda con los acreedores privados ya durante las presidencias de
Eduardo Duhalde y Adolfo Rodríguez Saá respectivamente.

Este “menemismo y después”, su legado, consecuencias y proyección de


dicho legado será abordado en forma sucinta a continuación.

6. Más allá del “Menemato”: cambios y continuidades en la


democracia argentina

Sosteníamos en su oportunidad que la repuesta a la crisis durante los años


del menemismo, como verdadero intento de elaboración de una nueva matriz
ideológica, adquirió su expresión a través de un discurso de legitimación de
alta eficacia simbólica. Dicha eficacia se pondría de manifiesto en el hecho de
que el relevo gubernamental producido en diciembre de 1999 no implicó una
sustantiva reformulación de los presupuestos ideológicos, jurídico-políticos y
organizacionales contenidos en dicha matriz y presentes a lo largo de la década
de 1990, sino más bien una ratificación y profundización de dichos contenidos
programáticos, los cuales se han mantenido vigentes hasta la fecha inclusive,
aún contextos de carácter “terminal” como la crisis del año 2001.
En este sentido, el “kirchnerismo” representa la continuación por otros
fines –más que por otros medios– del estilo decisionista de gobierno instaurado
durante los años de Carlos Menem, ratificado y profundizado durante las gestio-
nes que lo sucedieron –Fernando De La Rúa (1999-2001), Alberto Rodríguez
Saá (2001) y Eduardo Duhalde (2002-2003)– (Leiras, 2008c, 2008d).
El 25 de mayo de 2003, Néstor Kirchner prestó ante el Congreso el jura-
mento de ley para convertirse en presidente de la República hasta 2007, confir-
mando al ministro de economía de Eduardo Duhalde, Roberto Lavagna, y a
otros miembros del gabinete de su antecesor21. La política económica del
gobierno de Kirchner continuó los lineamientos establecidos por Lavagna bajo

21. Tal ha sido el caso de Ginés González García como ministro de Salud y Ambiente o el caso
de Aníbal Fernández, quien pasó a ocupar la cartera de Interior, luego de haber sido Secre-
tario General de la Presidencia durante la gestión de Eduardo Duhalde. También merece ser
mencionado el caso de José Pampuro, hombre de la más “íntima confianza” del ex presi-
dente, designado en la cartera de Defensa.

70
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

la presidencia de Duhalde, manteniendo la devaluación de la moneda mediante


una fuerte participación del Banco Central en la compra de divisas, impulsando
mediante las exportaciones un crecimiento económico con tasas del PBI cerca-
nas al 9 % en los años venideros.
Siguiendo lineamientos definidos por sus antecesores, el ex presidente
Néstor Kirchner ha sustentado el ejercicio de su gestión gubernamental sobre
la base de la invocación de la emergencia (Bercholc, 2007; Botana, 2004)
como principio de legitimidad, con la correspondiente apelación a la utiliza-
ción de recursos de excepción, en detrimento de los procesos deliberativos
propios de la democracia representativa.
En efecto, pese a controlar la mayoría de ambas cámaras del congreso,
Néstor Kirchner ha preferido en reiteradas ocasiones hacer uso de las faculta-
des legislativas del Poder Ejecutivo, a través de decretos de necesidad y urgen-
cia, en vez de seguir los trámites ordinarios previstos para la sanción de leyes.
Desde su asunción y hasta abril de 2006, Kirchner firmó 176 decretos de nece-
sidad y urgencia –48 en 2003, 63 en 2004, 46 en 2005, y 19 en los primeros
cuatro meses del 2006–. La estadística arroja así unos 58,66 decretos por año,
con frecuencia comparados con los 54,5 por año de Carlos Menem –quien
firmó un total de 545 durante sus diez años de gobierno22–.
Los mismos fueron firmados tanto para asuntos trascendentes para el país
–como reestatizar la empresa Aguas Argentinas, modificar en forma reiterada
el presupuesto nacional, autorizar al ministro del Interior a otorgar subsidios
sin control, destinar millones de pesos extra para hacer obras viales en su Santa
Cruz natal y otras obras públicas en varias provincias, crear la Policía de Segu-
ridad Aeroportuaria, utilizar las reservas del Banco Central para cancelar la
deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) o extender por 10 años
todas las licencias de radio y televisión– como para cuestiones quizás de menor
importancia, como cambiar el nombre del Ministerio de Salud, modificar la
fecha de un feriado nacional o sacar de su órbita y pasar a la Jefatura de Gabi-
nete de Ministros a la Secretaría de Turismo23.
En el mes de Agosto del año 2006, el Poder Ejecutivo Nacional envió al
Parlamento un proyecto de ley a través del cual se propuso la modificación del
artículo 37 de la Ley 24.156 de administración financiera, otorgando al Jefe de

22. “Decretos: ni necesarios ni urgentes”. Diario La Nación 6/8/2006.


23. Ídem.

71
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Gabinete de Ministros la facultad permanente, antes excepcional, de disponer


las reestructuraciones presupuestarias que considere necesarias dentro del total
aprobado por cada ley de presupuesto.
Estas facultades conocidas como “Superpoderes”, sumadas a la reiterada
utilización de los Decretos de Necesidad y Urgencia y las sucesivas declaracio-
nes de emergencia que justificaron una concentración cada vez mayor de facul-
tades en la figura presidencial en detrimento de otros actores políticos en la
toma de decisiones, produjeron un debilitamiento de los procesos deliberativos
como así también del sistema de pesos y contrapesos, fundamentales para la
calidad de las instituciones democráticas.
Si se advierten continuidades en las dimensiones ideológica y jurídico-
institucional del Estado –en este último caso ante la ausencia de un proceso
reformista que rectificara el rumbo establecido por la reforma constitucional
del año 1994–, en el plano funcional es donde pueden detectarse indicios cier-
tos de un proceso de discusión y redefinición del papel del Estado con relación
a aquel vigente durante la última década.
En este marco podemos destacar la creación, en el año 2004, de la
empresa Enarsa –Energía Argentina S.A.– dedicada a la exploración, explota-
ción, destilación y venta del petróleo y sus productos derivados, así como la
comercialización de gas natural y electricidad. La titularidad de la empresa está
repartida en un 53% perteneciente al Estado nacional, un 12% en manos de las
provincias y el resto a comerciarse en la Bolsa de Comercio. Enarsa cuenta
entre sus activos el monopolio legal sobre de la exploración y explotación de
la plataforma submarina del Mar Argentino.
Su fundación estuvo relacionada con la necesidad política del Estado de
contar con un espacio en el oligopolio desarrollado en el mercado petrolero
argentino luego de que la antigua Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) –la
mayor empresa del país– fuera privatizada durante los años 1990 y pasara a
menos del grupo español Repsol. Adicionalmente, la empresa fue creada en el
marco de una fuerte crisis energética atribuida en parte a la falta de inversión
por parte de las petroleras privadas, que centraron su actividad en la explota-
ción de yacimientos de petróleo y gas natural explorados en su momento por
la YPF estatal. Si bien el precio del gas natural se encontraba congelado desde
2002, la nafta y el combustible diesel habían incrementado sus precios en
forma significativa luego de la devaluación del peso argentino a comienzos de
ese mismo año.

72
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

Luego de años de incumplimientos del contrato de concesión por parte de la


empresa Correo Argentino e incumplimientos en el pago del canon acordado con
el Estado, la concesión fue revocada y la empresa volvió a la órbita estatal a fines
de 2003 como Correo Oficial de la República Argentina S.A. (CORASA), mante-
niendo la denominación comercial de Correo Argentino. Si bien en la práctica está
sujeta a privatización, el llamado a licitación ya ha sido prorrogado varias veces y
el gobierno está satisfecho con la operación de la empresa reestatizada.
Asimismo, el 21 de marzo de 2006, el presidente Néstor Kirchner anuló
por decreto la concesión que ligaba al Estado y Aguas Argentinas. Se creó para
reemplazarla una nueva empresa estatal, Aguas y Saneamientos Argentinos
(AYSA), por medio de un decreto de necesidad y urgencia luego refrendado por
el Congreso Nacional. La empresa quedó bajo el control operativo de la Fede-
ración Nacional de Trabajadores de Obras Sanitarias, reteniendo los trabajado-
res el 10% de los activos que les corresponden según el Programa de Propiedad
Participada implementado al privatizarse Obras Sanitarias de la Nación.
Podemos afirmar que, en este contexto de tensión entre la continuidad y
el cambio (Svampa, 2007), a partir de la última década se repitió en mayor o
menor medida el mismo esquema:

a. Legitimidad de origen con anclaje en situaciones de derrumbe o emer-


gencia y convertida en argumento, de salvamento primero y refunda-
cional luego, del Estado y la sociedad.
b. Preservación del esquema constitucional adoptado en 1994 acorde
con una nueva “razón de Estado”: la gobernabilidad.
c. Reforzamiento de los poderes presidenciales, definición explícita o
implícita de una “doctrina de necesidad y urgencia” y utilización de
recursos como los decretos de necesidad y urgencia, en tanto princi-
pal expresión de la decisión política.
d. Debilitamiento del rol de las instituciones parlamentarias24, de las
diferentes instancias de control de los actos administrativos de
gobierno y de los procesos deliberativos de decisión política.
e. Reducción del aparato estatal, tanto en lo referente a su alcance como
a su capacidad institucional (Fukuyama, 2004).

24. Merecen ser examinadas con cuidado las visiones más optimistas sobre el papel del parla-
mento en el momento más crítico de la Argentina reciente, como en el caso de (Bosoer: 2003).

73
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

7. Conclusiones

Ha sido la finalidad de este trabajo poder comprender los cambios formu-


lados durante la década del “Menemato”, observando su origen, consecuencias
y en qué medida afectó a la política nacional los cambios en el modelo de lide-
razgo neodecisionista. Ha sido nuestro particular propósito entonces intentar
aportar un nuevo discernimiento para la comprensión de este tipo de liderazgo
y analizar las implicancias de la decisión política primaria en tiempos de crisis
y normalidad.
El presente trabajo ha sido organizado en siete partes: en la primera de
ellas llevamos a cabo un recorrido sobre las condiciones contextuales de origen
del menemismo; en la segunda, analizamos los fundamentos ideológicos, jurí-
dicos y organizacionales de la construcción del liderazgo neodecisionista de
Carlos Menem; en la tercera, la influencia de la “fortuna” y “virtú” maquiave-
lianas sobre dicha construcción; en la cuarta sección, hicimos una balance
sobre los aspectos más relevantes de la década menemista; en la quinta, abor-
damos las consecuencias y proyección del legado reformista/decisionista más
allá de los años 90. Es momento para recuperar los aspectos más relevantes de
esta presentación y llevar a cabo luego una reflexión final que permita incor-
porar la dimensión regional en los procesos de decisión política.
El recambio presidencial del año 1989 en la Argentina se desarrolló en un
contexto inédito dado que, por primera vez en la discontinua historia democrática
de este país, se produjo la entrega del poder entre presidentes de distinto signo
partidario. Al mismo tiempo, dicho recambio tuvo lugar en el marco de la más
severa crisis económica conocida hasta ese entonces, consecuencia de un proceso
hiperinflacionario que llevó a la renuncia del Dr. Raúl Alfonsín cinco meses antes
de la finalización de su mandato presidencial –la “resignación” de su cargo fue
presentada ante la Asamblea Legislativa el día 30 de junio de 1989– y la asunción
del mando el día 8 de julio del mismo año, por parte del Dr. Carlos Menem.
La presidencia de Carlos Menem se inició en un contexto sociopolítico
signado por una crisis económica a la vez que social como también del modelo
de Estado implementado en la región a partir de la segunda guerra mundial,
que tendrá su expresión en materia fiscal, regulatoria y de autoridad. La
repuesta a la crisis, como verdadero intento de elaboración de una nueva matriz
ideológica, adquirió su manifestación a través de un discurso de legitimación
de alta eficacia simbólica y recurrencia a tres ejes estructurantes.

74
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

Dicha eficacia se pondría de manifiesto en el hecho de que el relevo


gubernamental producido en diciembre de 1999 no implicó una sustantiva
reformulación de los presupuestos ideológicos, jurídico-políticos y organiza-
cionales contenidos en dicha matriz y presentes a lo largo de la década de 1990,
sino más bien una ratificación y profundización de dichos contenidos progra-
máticos, los cuales se han mantenido vigentes hasta la fecha inclusive, aún
contextos de carácter “terminal” como la crisis del año 2001.
Esta continuidad en contextos de crisis y cambio ha obedecido a tres
factores principales:

1. Definición explícita o implícita de una “doctrina de necesidad y


urgencia” que se ha constituido como principio ideológico fundante
del funcionamiento institucional del Estado hasta la fecha inclusive.
2. Preservación y ratificación del esquema jurídico-institucional adop-
tado en el marco del proceso reformista de 1994.
3. Preservación de la estructura burocrática del aparato estatal, tanto en lo
referente a su alcance como a su capacidad institucional, aun cuando
pueden detectarse indicios ciertos de un proceso de discusión y redefi-
nición del papel del Estado con relación a aquel vigente durante la
última década a partir de la gestión presidencial de Néstor Kirchner.

Al preservarse los lineamientos centrales del esquema jurídico, ideoló-


gico y organizacional vigente a partir de la década de 1990, podemos sostener
que la Argentina continuará debatiéndose entre los dilemas de la gobernabili-
dad y la institucionalización democrática.

8. Reflexión final

Podemos afirmar que presidencias como la de Carlos Menem en la


Argentina han sido en definitiva arquetipos de un nuevo modelo de democra-
cia e integración regional, el cual entronca con antecedentes arraigados en la
cultura y tradición política de América Latina, presentando características en
mayor o menor medida comunes con experiencias similares en la región en lo
referente a las características de su estrategia y estilo de liderazgo político: el
decisionismo populista.

75
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Este estilo y estrategia de liderazgo presidencial se vio claramente refle-


jado en las características que adquirieron inclusive los procesos de decisión
política en el ámbito regional, en el marco de una concepción estrictamente
comercial de los procesos de integración producto del consenso neoliberal
dentro del cual se inició el MERCOSUR, y la ausencia o debilidad de marcos
institucionales para el procesamiento de los conflictos intrabloque, establecién-
dose de hecho una “doctrina de necesidad y urgencia” para el ámbito del Cono
Sur en materia decisoria (Leiras, 2006, 2008c).
El caso del MERCOSUR ha reflejado hasta el presente muy bien esta
situación, a través de una combinación de diplomacia presidencial y una arqui-
tectura jurídica e institucional de carácter intergubernamental que otorga un
sesgo particular al proceso de integración regional respecto de otras experien-
cias comunitarias como es el caso de la Unión Europea.
Entendemos como diplomacia presidencial la interacción directa, por
presencia física o por otros medios, entre los jefes de Estado y de Gobierno de
naciones soberanas que se ha manifestado en forma muy activa en las últimas
décadas, sin perjuicio de su larga tradición histórica.
Por su parte, el carácter intergubernamental del MERCOSUR se ha puesto
en evidencia, a partir del hecho de que los únicos órganos con capacidad deci-
soria –Consejo del Mercado Común (CMC), Grupo del Mercado Común
(GMC) y Comisión de Comercio del Mercosur (CCM)– se encuentran confor-
mados por integrantes de los poderes ejecutivos nacionales. En el proceso de
integración, ni los parlamentos nacionales ni la institución que los representa en
el ámbito regional, la Comisión Parlamentaria Conjunta (CPC), participan en la
creación de las normas, quedando la representación restringida al ámbito del
poder ejecutivo, aun habiéndose creado instituciones de carácter supranacional
como el Parlamento del Mercosur en reemplazo de la CPC en el año 2006,
quedando un abierto interrogante en relación a su real capacidad decisoria.
Por todo ello, las demandas de los diversos actores políticos y sociales,
en ausencia de instituciones supranacionales con poderes de iniciativa y/o
decisión, continúan centrándose en los gobiernos de los Estados miembros,
que mantienen su capacidad de veto a lo largo de todo el proceso decisorio
(Vázquez, 2003).
En el marco de esta institucionalidad centrada en órganos interguberna-
mentales, se ha destacado el gran protagonismo de los presidentes, especial-
mente crucial en los orígenes del proceso y en los momentos de crisis o

76
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

conflicto entre los Estados parte. Se ha llegado a afirmar que los procesos de
integración en el marco del MERCOSUR darían cuenta de un tipo de un tipo
extremo de intergubermentalismo, denominado ínter presidencialismo
(Malamud, 2003).
Es sumamente ilustrativa al respecto una frase atribuida años después de
la puesta en marcha del proceso de integración al ex-presidente del Brasil
Fernando Henrique Cardoso con relación a las características que adquiere el
proceso de decisión política en la región:

[...] nós, brasileiros inventamos una teoria de un Mercosul nao institucional,


baseado na relaçao direta dos governos e, fondamentalmente, dos presidentes.
Quando há crises, eu, Menem, Wasmosy e Sanguinetti conversamos. Decidimos
até problems menores, como por exemplo, se pode ou nao financiar a produçao
disso ou daquilo. Bobagem. Presidente nao tem que se meter nisso. Se dimunui
o aumenta a cota de automóveis, isso acaba na nossa mao. Tive de resolver um
problema desses com o Menem, em Sao Paulo (Fernando Enrique Cardoso,
citado en Malamud, 2003a: 7).

Se sostiene que los encuentros cada vez más frecuentes entre jefes de
Estado y de gobierno se han visto estimulados por varios factores. El más
destacable es la facilidad de los desplazamientos resultante de las profundas
transformaciones observadas en las últimas décadas en el transporte aéreo.
Otro factor importante es la percepción que muchas veces tal diplomacia presi-
dencial multi-espacial genera prestigio interno e internacional para el respec-
tivo presidente. Incluso se observa una tendencia a una competencia implícita
entre los presidentes en términos de colocar la diplomacia multilateral en
función de sus respectivas políticas de prestigio. Muchas veces se la vincula
con el esfuerzo que un gobierno efectúa por ampliar las posibilidades de mejo-
rar el perfil exportador de su país o por lograr atraer inversiones productivas de
diferentes orígenes.
La diplomacia presidencial multilateral de los países sudamericanos es
parte de un nuevo mundo de redes cruzadas multi-espaciales que enhebran los
gobiernos en función de la estrategia de inserción internacional de sus respec-
tivos países.
En particular, la multiplicidad de espacios de proyección externa es una
característica creciente de la inserción económica internacional de los países

77
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

sudamericanos. Pero en realidad es un fenómeno global. Muy pocos países


están al margen de una red cada vez más densa de acciones diplomáticas, polí-
ticas públicas, acuerdos internacionales –especialmente, los de carácter comer-
cial preferencial– enhebrados con diversos países a la vez.
Es una red que cruza por espacios sub-regionales, regionales e interregio-
nales. Evoca la figura de una diplomacia política y económica que se desarro-
lla en múltiples tableros simultáneamente. Ellos representan otros tantos
subsistemas internacionales diferenciados con criterios geográficos, pero
también funcionales y sectoriales.
Las alianzas múltiples, flexibles y de geometría variable, son un signo de
los tiempos, en un mundo de “arenas movedizas” en el que se observa una
fuerte dinámica especialmente en los mapas de la seguridad internacionales, de
las relaciones de poder, de la competencia económica global y de las negocia-
ciones comerciales internacionales.
Atendiendo la razonabilidad de la línea argumental precedentemente
expuesta (Peña, 2005), no debe dejar de señalarse que en el caso particular del
MERCOSUR, la debilidad institucional aludida representa una dimensión
central para una más completa y compleja comprensión de las particularidades
de la estrategia de decisión política predominante en el cono sur. En el corto
plazo, resuelve en el más alto nivel político los conflictos resultantes del
proceso de integración dejando pendiente el debate sobre la necesaria institu-
cionalización, con serias consecuencias sobre la viabilidad en el mediano y
largo plazo de los procesos de integración.
Para finalizar, podemos afirmar que la experiencia de Carlos Menem nos
permite sostener que la vigencia institucional de las democracias latinoamericanas
había logrado pruebas de sustentabilidad como nunca antes en su historia.
En efecto, las presidencias habían logrado hasta ese entonces ejercicio
pleno y sin interrupciones de sus mandatos como fue en el caso particular de la
presidencia de Carlos Menem, y cuando no lo hicieron como fuera en los casos
del propio Fernando Collor de Mello y Abdalá Bucaram, las crisis institucio-
nales fueron resueltas en todos los casos a través de los mecanismos legales
previstos, ya sea vía juicio político o la renuncia sin que la misma alterara el
esquema de continuidad institucional o soluciones de carácter “neoparlamen-
tario” (Bosoer, 2003).
No obstante, a pesar de estos avances, los ejemplos de “éxito” de la
gestión presidencial en el caso particular de la Argentina durante los años de la

78
ARGENTINA EN LA DÉCADA DE LA DECISIÓN POLÍTICA

presidencia de Carlos Menem o de “fracaso” en el Brasil de los años de Collor


de Mello pusieron en evidencia que el decisionismo, bajo las formas en que fue
–¿y es?– dominante en la Argentina y Brasil en forma particular, y en América
Latina de manera general, seguía, y muy probablemente seguirá apareciendo
como la solución y al mismo tiempo el problema, para la gobernabilidad y la
institucionalización de las nuevas democracias.
En definitiva, estas experiencias reflejaron el dilema dentro del cual se
desenvolverían los regímenes neodemocráticos en la década de 1990, nuevos
regímenes que no pudieron resolver la ecuación legitimidad-gobernabilidad. O
tomaban por el camino de la gobernabilidad, en detrimento de su legitimidad y
hacían descansar ésta última sobre las aptitudes de un liderazgo plebiscitario,
o a la inversa, mantenían su legitimidad de origen y ejercicio a costa de un
debilitamiento y pérdida de su capacidad de gobierno.
El decisionismo, como definición de una nueva estrategia de liderazgo
político y como doctrina de poder, intentó durante la década de 1990 dar una
respuesta a este dilema tanto en el ámbito nacional como así también en el
ámbito regional. En este marco, en el capítulo siguiente, será tratada la emble-
mática experiencia de Alberto Fujimori en el Perú.

79
3

La construcción y consolidación del discurso


neodecisionista de Fujimori en Perú (1990-1995)*

HERNÁN FAIR**

1. Introducción

Durante largas décadas Perú vivió una trágica historia signada por Golpes
de Estado, gobiernos pseudo-democráticos y democracias blandas caracteriza-
dos por un sistema político débilmente estructurado. Este régimen político
imposibilitó conformar un sistema de partidos que funcionara de manera cohe-
rente e integral. A partir de la década del 70, y sobre todo desde comienzos de
los años 80, con el retorno del régimen democrático, este problema de orden
político-institucional se vio agravado. Se asistió, a partir de allí, a un proceso de
creciente desafección hacia los partidos políticos tradicionales que seguiría su
marcha ascendente en el tiempo. Al mismo tiempo, emergieron nuevos proble-
mas irresueltos que acompañarían a la joven democracia renacida en 1980. Por
un lado, comenzó a hacerse presente con especial intensidad la violencia polí-
tica de los grupos subversivos, que colocaron en jaque a la propia soberanía
estatal entendida, al estilo schmittiano, como la capacidad de garantizar un prin-
cipio de orden público en contextos de caos social e ingobernabilidad a partir de
la toma de decisiones por parte de la autoridad soberana (Schmitt, 1985b). Por
el otro, desde mediados de los años 80, con la llegada al poder de Alan García

* Agradezco a Santiago C. Leiras y a Alberto Baldioli por los comentarios y sugerencias reali-
zadas a versiones previas de este trabajo.
** CONICET/UBA.

81
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

(1985-1990), se asistió a una creciente crisis económico-social que puso en


cuestión nuevamente los cimientos del régimen político.
En ese contexto de creciente ingobernabilidad política y económica, que
se pondría de manifiesto con especial intensidad en la imposibilidad de contro-
lar la violencia política de los grupos guerrilleros y en la imposibilidad de
controlar la situación de hiperinflación galopante y de déficit fiscal de las
finanzas públicas, hacia finales de los años 80, podemos decir que el país se
hallaba al borde de su desintegración social.
Como señalan Santiago C. Leiras y Alberto Baldioli25, en la última década
se ha producido un resurgimiento en el interés sobre el tema del decisionismo, en
consonancia con la crisis del modelo de centralidad estatal, el proceso de
creciente fragmentación de la estructura social y la crisis de representación polí-
tica. Sin embargo, a diferencia de experiencias anteriores, caracterizadas por la
predominancia de un decisionismo “estatista” y gubernamental, el nuevo estilo de
liderazgo emergente se caracteriza por realizar una inédita conjunción de formas
de decisionismo soberano junto con la aplicación de políticas neoliberales y prin-
cipios neoconservadores. Como se sabe, durante los años 90 la mayoría de los
países de la región comenzó a aplicar un conjunto de reformas de mercado de
orientación neoliberal con el objeto de terminar con las dificultades derivadas del
tradicional modelo “Estado-céntrico” (Cavarozzi, 1997). La aplicación de estas
reformas pro-mercado se vio acompañada por un discurso que señalaba la nece-
sidad urgente de un liderazgo ejecutivo que tomara decisiones soberanas para
solucionar la situación de caos e ingobernabilidad. Mediante este tipo de discurso
se incentivó, así, un fenómeno caracterizado por lo que se ha dado en llamar la
crisis de representación de la política, lo que generó un distanciamiento y apatía
general entre los representantes y representados y una re-vinculación en relación
a la figura del Presidente, garante del orden y la gobernabilidad política. Al
mismo tiempo, la aplicación de las reformas neoliberales fomentó una creciente
fragmentación y segmentación social, lo que hizo nuevamente posible la eficacia
del nuevo discurso decisionista de conciliación nacional.
Es precisamente en el marco de la crisis del modelo sustitutivo de posgue-
rra, la creciente ingobernabilidad política y la situación de fragmentación social,
tal como se hacía presente en la mayoría de los países de América Latina a fines
de la década del 80, en el que hace su aparición el nuevo estilo de liderazgo

25. Véase al respecto el Capítulo I de este mismo volumen.

82
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

“neodecisionista”, un nuevo estilo de gobierno cuyos rasgos principales se


caracterizan por la toma de decisiones soberanas en aquellos momentos de
excepción con el objeto de garantizar la unidad jurídica de la Nación y evitar el
peligro de disolución de lo social (Bosoer y Leiras, 1999, 2001; Bosoer, 2000;
Baldioli, 2003; Kerz y Leiras, 2004).
En el caso peruano, la situación de caos e En el caso peruano, la situa-
ción de caos e ingobernabilidad política, económica y, sobre todo, social
llegaba hacia finales de los años 80 a un extremo que, con la excepción parcial
de Colombia, lo diferenciaba cualitativamente del resto de los países de la
región política, económica y, sobre todo, social llegaba hacia finales de los
años 80 a un extremo que, con la excepción parcial de Colombia, lo diferen-
ciaba cualitativamente del resto de los países de la región. En efecto, el país
andino no sólo se hallaba inmerso en una situación de hiperinflación explosiva
y fuerte crisis de representación política, sino que se hallaba también signado
por una pesada herencia de décadas de una trágica y feroz lucha interna entre
el Estado y los grupos guerrilleros, lo que ponía al Estado soberano frente a la
amenaza latente de disolución de lo social. En dicho marco extremo, que
incluía además el problema irresuelto del narcotráfico, se requería también una
respuesta extrema. Es precisamente como una respuesta directa y extrema a
aquella situación de excepción y desorden social en el que hace su aparición el
liderazgo neodecisionista de Alberto Fujimori.
En el siguiente trabajo nos proponemos analizar, En el siguiente trabajo
nos proponemos investigar, a partir de una metodología de análisis discursivo, el
proceso de construcción y consolidación del liderazgo neodecisionista de Fuji-
mori durante el período 1990-1995. Como veremos, este tipo de liderazgo
“piloto de tormentas” situará su discurso como aquel líder soberano que venía a
garantizar el retorno al orden perdido en el seno de la comunidad. En ese
contexto, logrará legitimar con éxito su estilo de liderazgo neodecisionista en un
discurso de ordenamiento del caos previo en los tres campos que hemos mencio-
nado: el político-institucional, el político-militar y el económico-social.

2. Contexto de emergencia del liderazgo fujimorista

Como se ha señalado (García Montero, 2001: 59), el caso peruano corres-


ponde a un tipo de sistema político fuertemente presidencialista y con partidos

83
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

políticos débilmente estructurados. En la década del 20 se conformaron los tres


pilares que forman parte de su sistema político: el aprista, el socialismo y el
reformismo conservador. Sin embargo, en la práctica, este multipartidismo
moderado se vio limitado por el predominio de un fuerte presidencialismo que,
si bien prohibía la reelección inmediata (McClintock, 1997: 285)26, otorgaba
amplias facultades al Poder Ejecutivo (McClintock, 1997; Cotler, 1993: 39).
Durante el período 1959-1968, se intentó instaurar infructuosamente un
nuevo orden político que debilitara las bases del tradicional régimen oligár-
quico. En 1977, en medio de una crisis fiscal y presupuestaria de las Fuerzas
Armadas, y una crisis política, producto en parte de la presión internacional en
defensa del régimen democrático, se convocó a elecciones presidenciales,
realizadas de manera democrática un año después. Como señala García
Montero, el período de transición iniciado en 1978 generó un fuerte protago-
nismo de los partidos políticos, ya que se creía que permitirían terminar con la
violencia política y la crisis económica y restablecer un sistema de representa-
ción democrática (García Montero, 2001: 59).
Sin embargo, durante el período 1978-1979, lejos de conformarse un
régimen de gobierno democrático, se constituyó un nuevo sistema de partidos
caracterizado por el pluralismo extremo y polarizado (García Montero, 2001:
59). El nuevo sistema, que modificaba el sistema tripartito anterior, se hallaba
conformado por 4 partidos predominantes: los centro derechistas Acción Popu-
lar (AP) y Partido Popular Cristiano (PPC), el centroizquierdista Partido
Aprista Peruano (APP o APRA) y el partido de izquierda reformista Izquierda
Unida (IU). Estos cuatro partidos concentraron cerca del 90% de los votos
entre 1978 y 1986 (García Montero, 2001: 59).
Durante la década del 80, ya con el retorno del régimen democrático, se
sucedieron los gobiernos del dirigente de Acción Popular Fernando Belaúnde
Terry (1980-1985) y el aprista Alan García27 (1985-1990). Al primero de ellos
le tocaría enfrentarse a los difíciles problemas de orden político, económico y

26. Esta prohibición se remonta a las constituciones de la década de 1820 y solo fue suspendida
en 1920, durante el gobierno de Augusto Leguía. Cabe destacar, de todos modos, que en Perú
los presidentes pueden ser electos nuevamente tras un mandato fuera del cargo.
27. Mientras que el primero fue electo con el 45,2% de los votos frente a 27,4% del candidato
del APRA, el segundo lo hizo con el 45,74% de los votos, seguido de la Izquierda Unida,
que cosechó el 21,26% y Convergencia Democrática, que obtuvo el 10,23% (datos oficiales
extraídos de la página electrónica de la Universidad de Georgetown).

84
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

social heredados del régimen anterior. En primer lugar, debió hacer frente al
problema de la deuda externa, que amenazaba con socavar las finanzas públi-
cas. En ese contexto, intentó aplicar un programa de reformas de mercado,
prometiendo generar un millón de puestos de trabajo, aunque sus resultados
fueron más bien adversos. En efecto, Beláunde intentó mantenerse como un
“árbitro” neutral a los intereses de los grandes partidos tradicionales. En ese
contexto, se negó a profundizar en la aplicación del ajuste ortodoxo, lo que le
valió la crítica del empresariado nacional e internacional. En 1983, el inicio de
una profunda crisis macroeconómica que, junto al desastre social causado por
la corriente de "El Niño", terminó reduciendo el PBI en un 14%, acabaría por
generar un descontento general en el conjunto de la población (Cotler,
1993:40). Al mismo tiempo, el Presidente debió enfrentarse al inicio y desarro-
llo de un período de violencia política generado por los grupos guerrilleros de
Sendero Luminoso (SL) y, a partir de 1984, del Movimiento Revolucionario
Tupac Amarú (MRTA). Impedido de solucionar el problema de la “subver-
sión”, a lo que se agregaría el delicado tema del narcotráfico, hacia comienzos
de 1985 la situación del Gobierno se asemejaba a una catástrofe nacional.
El 14 de abril de 1985, con una derecha en crisis debido a la imposibilidad
de solucionar los graves problemas de orden político y económico y una izquierda
dividida en diversas fracciones internas caracterizadas por su sectarismo, accedió
al poder por primera vez en 55 años de lucha un Aprista: Alan García. Una vez en
el poder, el dirigente aprista se atuvo a enfrentar los graves problemas económico-
sociales y político-militares heredados de la anterior gestión. En relación al
primero de ellos, resolvió llevar a cabo una política heterodoxa de matriz neokey-
nesiana que buscaba incentivar la demanda agregada para incrementar el consumo
y potenciar el desarrollo del mercado interno. En ese contexto, que buscaba conti-
nuar con la tradicional política a favor de la redistribución de ingresos de su
partido, declaró en 1985 una moratoria de la deuda externa por un año y empleó
esos recursos para reactivar la situación socioeconómica a partir de la incorpora-
ción de subsidios orientados a la sustitución de importaciones. Dos años después,
en julio de 1987, intentó nacionalizar 10 bancos comerciales. En cuanto al tema
político-militar, decidió aplicar una política de firme respeto a los derechos huma-
nos. En ese contexto, evitó utilizar la violencia estatal para contrarrestar la violen-
cia política de los grupos guerrilleros.
No obstante, hacia 1988 ambos campos generaban resultados adversos.
Por un lado, el intento de estatización de depósitos del año anterior le había

85
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

significado a García la pérdida total de respaldo de los grandes empresarios y


de los organismos multilaterales de crédito, sostenedores hasta allí del plan
heterodoxo28 (McClintock, 1997: 314; Escandell y Nakano, 1998: 298). Esta
pérdida de confianza, fundamental para los agentes del mercado, que se guían
bajo esa premisa para tomar sus decisiones de inversión (Santiso, 2003), llevó
a que se exacerbe poco después, tras un período inicial de recuperación econó-
mica (Cotler, 1993: 41), el tema irresuelto de la inflación rampante. La profun-
dización de la crisis económica repercutiría, a su vez, fuertemente, sobre la
propia sociedad, y en particular sobre los sectores trabajadores, los más afecta-
dos por la reducción relativa de sus ingresos (Bueno León, 1992: 28). Para
tener una idea de la magnitud de la crisis, entre 1985 y 1990, la tasa inflacio-
naria alcanzó nada menos que un 7.000%, lo que llevó a que los trabajadores
perdieran el 50% del total de su salario29 (García Montero, 2001: 60).
Al mismo tiempo, existía una profunda crisis fiscal y comercial, que hacía
crecer el déficit interno y también la deuda externa. El gobierno de García deci-
dió, entonces, estatizar la banca privada, ganándose la desconfianza general de
los principales agentes del mercado, quienes profundizaron la fuga de capitales
y la especulación financiera. En ese contexto caótico, se iniciaría, entonces, una
profunda crisis de gobernabilidad que exacerbaría la decadencia económica y
social (Cotler, 1993: 42-43; Escandell y Nakano, 1998: 297-298).
Por otra parte, en relación al tema de la “subversión”, tras un período
inicial de tregua hacia el Gobierno por parte del MRTA, período en el cual el
grupo guerrillero se centraría en cuestiones de ayuda social a barrios margina-
les, el intento de concertación con empresarios y sindicalistas terminará siendo
en vano (Bueno León, 1992: 26). En ese marco, en el que las Fuerzas Armadas
no lograrían controlar el accionar violento de los grupos guerrilleros contrarios
a las instituciones liberal-democráticas, y en el que se agregaría el problema
creciente del narcotráfico, se hablaba desde los medios de comunicación del
peligro inminente de un proceso de “desintegración estatal y territorial de

28. Así, en 1986, un año después de la restricción del pago de los servicios de la deuda externa
a los organismos multilaterales, Perú es declarado un país inelegible para recibir nuevos
préstamos por parte del FMI, situación que se mantendría por tres años.
29. Según datos oficiales extraídos del Ministerio de Economía y Finanzas de Perú (MEF), en
el área de Lima Metropolitana los valores anuales de inflación para el período 1985-1990
fueron los siguientes: 1985: 158,3%, 1986: 62,9%, 1987: 114,5%, 1988: 1722,3%, 1989:
2.775,3% y 1990: 7.649,6%.

86
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

Perú” (García Montero, 2001: 60). En otras palabras, se generó, a finales de la


década del 80, una situación de profunda ingobernabilidad política, económica
y social que finalmente coadyuvaría al ascenso de liderazgos neodecisionistas
como el de Fujimori.

3. La campaña electoral de 1990

Hacia comienzos de 1990, se asistía en Perú a la permanencia de una


crisis política, económica y social de gran envergadura, que no había logrado
solucionar los tres dilemas irresueltos de la joven democracia peruana. Así, los
partidos políticos, el Congreso como institución representativa y la propia acti-
vidad política se hallaban fuertemente desacreditados ante la ciudadanía, y el
Estado se encontraba en una profunda crisis fiscal e hiperinflacionaria que
había empeorado marcadamente la situación social de los estratos medios y
bajos, disminuyendo los índices salariales e incrementando el desempleo y
sobre todo el subempleo (Cotler, 1993: 43; Escandell y Nakano, 1998). A ello
se sumaban los problemas irresueltos de los grupos guerrilleros de izquierda y
el narcotráfico y el excesivo poder militar, que ponían en cuestión la propia
soberanía del Estado.
En ese contexto de ingobernabilidad, ya desde su surgimiento, el lide-
razgo fujimorista emergerá como una consecuencia directa y extrema que, al
mismo tiempo, debía hacer frente a los tres grandes problemas heredados de la
joven democracia peruana recuperada en 1980. Comenzando por el problema
político-institucional, se ha destacado en varias oportunidades que hacia 1990
el sistema político peruano en su conjunto se hallaba en una profunda crisis de
representatividad (Cotler, 1993: 43). Esta crisis, que para algunos autores tiene
antecedentes que se remontan a los años veinte y treinta (McClintock, 1997:
326), se expresaba en un rechazo colectivo a las instituciones republicanas en
general, y al Parlamento en particular, pero se extendía también a la “clase polí-
tica” y, por extensión, a la propia actividad política, acusada de representar la
pura lucha por el poder sectorial.
En dicho marco, Fujimori construirá su liderazgo mediante un discurso de
crítica del sistema de partidos tradicional y de la propia política (Bueno León,
1992: 25). Este tipo de discurso “outsider” (Portantiero, 1993: 25; García
Montero, 2001) o ajeno al sistema de partidos tradicional y al turbio espacio de

87
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

la lucha por el poder de la política, resultaba plenamente funcional a su estilo de


liderazgo neodecisionista, en tanto le permitía situarse por fuera de los partidos
y de la propia política, ambos fuertemente desprestigiados (Candia, 1994).
Para hacer frente a la crisis de los partidos políticos tradicionales, Fuji-
mori formó un nuevo partido, Cambio 90, que se constituyó rápidamente poco
antes de 1990 (Bueno León, 1992: 32-33)30. Se trataba de una organización
débil y heterogénea, conformada por sectores decepcionados con el sistema
político dominante, pequeños empresarios, sectores de la Iglesia protestante
(particularmente cristianos evangélicos) y economistas heterodoxos de matriz
neokeynesiana, además de profesores y amigos personales (McClintock, 1997:
314; García Montero, 2001: 62). Cabe señalar, en ese sentido, que Fujimori
mismo era un ex profesor universitario sin lazos con el sistema político tradi-
cional, lo que le permitía reforzar su discurso basado en la crítica al sistema
político vigente y lo autonomizaba de cualquier sector social específico.
En cuanto al problema irresuelto del terrorismo y de la crisis económica,
ya desde la campaña electoral Fujimori defendía desde su discurso la impor-
tancia de recuperar la gobernabilidad perdida y garantizar la estabilidad econó-
mica al país.
En oposición a la candidatura de Fujimori, se hallaba el reconocido escri-
tor Mario Vargas Llosa. Al igual que aquel, representaba una alternativa política
independiente del sistema de partidos tradicional que había logrado ser candi-
dato a partir de la conformación del Frente Democrático (FREDEMO). Sin
embargo, a diferencia de Fujimori, que apelaba a la identificación en los secto-
res populares a partir de un discurso vago y pragmático que pretendía situarse
como cercano a la “gente común” y a las demandas de los estratos más desfa-
vorecidos de la sociedad, especialmente del sector agropecuario, Vargas Llosa
tenía un claro programa neoliberal y el apoyo de la Iglesia católica y de las prin-
cipales estrellas y deportistas locales. Además, contaba con el respaldo incondi-
cional de los principales medios de comunicación y de los grandes grupos de
poder empresarial de la oligarquía local (Bueno León, 1992: 32-33).
Para entender esta última alianza, debemos tener en cuenta que durante
la campaña electoral Vargas Llosa había formado un partido, denominado

30. Fujimori había intentado infructuosamente ser candidato a Senador por el partido Izquierda
Unida (IU) en la lista del dirigente Alfonso Barrantes. Al no lograr el apoyo partidario,
renunció para formar el nuevo partido.

88
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

Movimiento Libertad, que se había centrado en un programa neoliberal confor-


mado como firme oposición a la idea original del presidente Alan García de
estatizar la deuda externa. En ese contexto, pese a su crítica a los partidos tradi-
cionales, el escritor se había aliado con los tradicionales partidos de derecha de
Acción Popular y el Partido Popular Cristiano para formar el Frente Democrá-
tico. Como se ha señalado (Cotler, 1993: 49; García Montero, 2001: 63), esta
asociación con los desprestigiados partidos políticos hasta entonces criticados
y el sustento económico de aquellos y de los grandes empresarios, expresado
en una cuantiosa campaña electoral de más de 12 millones de dólares, contra
sólo 200.000 solares de la campaña de Fujimori, favoreció que se lo identifi-
cara en la opinión pública con las ideas de clase alta y los poderes económicos
contrarios al Pueblo, además de restarle credibilidad ante el electorado (Bueno
León, 1992: 27)31. En ese contexto, que incluía, además, un claro discurso a
favor de la libertad política y económica por sobre los principios de igualdad
social (Cristoffanini, 2002), el célebre escritor terminó vinculado de manera
directa con el imperialismo y la defensa de los intereses de las elites tradicio-
nales y excluyentes (Bueno León, 1992: 32-33).
A diferencia de Vargas Llosa, centrado en un programa electoral orto-
doxo de indisimulables tintes de centro-derecha, programa que además estaba
mostrando en ese entonces sus efectos recesivos en países como Argentina y
Brasil (Bueno León, 1992: 32), Fujimori lograría trascender por mucho su
partido para ampliar el electorado a partir de un discurso personalista contrario
a los partidos políticos tradicionales (outsider), exento de ideologías y cultor
del pragmatismo y defensor de los valores de la honestidad en la función
pública frente a la corrupción dominante del régimen (García Montero, 2001:
63). En ese contexto, planteó la contienda como una elección entre los ricos y
los pobres o bien entre blancos y “cholos” (mestizos), situándose como aquel
que defendía a los pobres (incluyendo a masas indias, cholas y excluidos socia-
les en general), mientras Vargas Llosa, crítico de la “irracionalidad” indígena,
era situado como el representante y encarnación de los intereses particulares de
los ricos, blancos y clases altas en general (Escandell y Nakano, 1998: 308;
García Montero, 2001: 64; Cristoffanini, 2002).

31. Cabe mencionar, de todos modos, que Acción Popular, uno de los ejes de la candidatura de
Vargas Llosa, tuvo una actitud ambigua hacia el líder, lo que incluso llevó al escritor a
amenazar con renunciar a su candidatura si no obtenía cierta disciplina partidaria.

89
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Esta frontera política (Aboy Carlés, 2001) antagónica establecida entre el


candidato de los ricos y el candidato de los pobres o del Pueblo en su conjunto
no resulta menor. En efecto, como señala Ernesto Laclau (1996, 2005), para
lograr el éxito político no alcanza con presentar el programa como propio, sino
que hace falta trascender los intereses particulares para ampliar el espacio social
a diversos grupos sociales. En otras palabras, para tener éxito en política no se
puede limitar el discurso a un sector determinado, sino que el discurso debe arti-
cular diversos sectores del electorado para hegemonizar, en los términos de
Gramsci, el espacio social. En este caso, mientras que las ideas neoliberales de
Vargas Llosa se quedaban en la representación de intereses puramente particu-
lares dirigidos a la franja de centro y centro-derecha del electorado, atacando en
demasía al APRA y a la izquierda, sin tener en cuenta la posibilidad cierta de
una segunda vuelta electoral (Bueno León, 1992: 32), el pragmatismo y las
promesas vagas de campaña de Fujimori lograban, al igual que lo haría Menem
en su campaña en Argentina, trascender el respaldo de un núcleo estricto de
seguidores, para articular a diferentes sectores sociales heterogéneos.
Cabe señalar, además, dos cuestiones que resultaron funcionales para este
tipo de estrategia política. En primer lugar, como dijimos, se asistía a una
profunda crisis de representatividad del sistema político en su conjunto. En
efecto, tanto los partidos tradicionales, como el Parlamento y la propia política,
eran vistos como corruptos, ineficientes e ineficaces para solucionar los proble-
mas que aquejaban a la ciudadanía. En ese contexto, que trascendía amplia-
mente al caso peruano (Portantiero, 1993; García Delgado, 1998, 2003; Novaro,
2000a), se asistía a un creciente distanciamiento, apatía y rechazo hacia el
sistema de representación institucional tradicional. En segundo término, las
políticas neoliberales que habían comenzado a implementarse desde la década
anterior, y sobre todo el fenómeno mundial de la globalización, habían fragmen-
tado y heterogeneizado en gran medida a la sociedad relativamente homogénea
de los años 60. Finalmente, cabe mencionar que las ideas benefactoras y
neokeynesianas defendidas por el APRA se hallaban fuertemente desprestigia-
das tras el fracaso del gobierno de Alan García (Escandell y Nakano, 1998:
307), mientras que la izquierda había perdido gran parte de su poder político
frente a la caída del Muro de Berlín y el fracaso estrepitoso de la ex URSS y de
los sandinistas de Daniel Ortega en Nicaragua (Bueno León, 1992: 32).
En ese contexto de transformación político-institucional y estructural, se
asistía, hacia 1990, a la presencia de una masa cada vez mayor de sectores

90
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

independientes de los partidos políticos tradicionales (Bueno León, 1992: 30-


31)32 y a una sociedad más heterogénea y compleja que la existente durante la
primera mitad del siglo XX. Dicha situación de crisis de representación política
y creciente fragmentación social hacía necesario a los liderazgos emergentes
trascender el campo inicial de partidarios o pro-destinatarios, en los términos de
Eliseo Verón (1987, 1995), para articular también a sectores para-destinatarios,
es decir, sectores independientes de los partidos tradicionales. Es, precisamente,
esta articulación de pro y para-destinatarios lo que lograría realizar Fujimori
durante la campaña electoral. Contó, para ello, con el respaldo de algunos medios
de comunicación, que permiten aglutinar a la fragmentada población para inter-
pelarla en su conjunto (Novaro, 1994). Además, lo ayudó el ser ingeniero, ya que
le permitía fortalecer la idea de que representaba un técnico outsider de la polí-
tica, y también su origen japonés, que le otorgaba fama de hombre honesto y
trabajador (Bueno León, 1992: 33). En ese contexto, se reforzaba su estilo de
liderazgo neodecisionista que, frente a la crisis de representatividad, la violencia
terrorista, la crisis económica y la fragmentación social, prometía un principio de
unidad aglutinado en su liderazgo personalista y caudillista, punto intermedio
entre el técnico outsider y el líder popular a favor de las masas excluidas.
En un contexto de profunda crisis de los partidos y de creciente ingober-
nabilidad política, en el marco de una fuerte crisis económico-social, a lo que
debemos agregar las históricas divisiones en el campo de la izquierda33 y una
imagen de resignación social frente a la ausencia de alternativas más progresis-
tas tras la caída del Muro de Berlín (producida en noviembre de 1989) y la
descomposición del régimen soviético, el 8 de abril de 1990 se llevaron a cabo
las elecciones presidenciales. En la primera vuelta, Vargas Llosa obtuvo el

32. En junio de 1989, las encuestas señalaban que un 34,4% de la población no votaría por ningún
candidato para Presidente, superando ampliamente, e incluso casi duplicando, a la segunda
respuesta que era el candidato de izquierda Barrantes. Además, un 17,7% no respondía. Por
otra parte, las encuestas para las elecciones de alcalde de ese año mostraban el posible triunfo,
con un porcentaje cercano al 45% de los votos, del candidato independiente Ricardo Belmont
Casinelli, un “outsider” de los partidos tradicionales que no tenía un programa económico, tal
como reconocía, y que sólo prometía, como la denominación de su partido, “Obras”.
33. Poco antes de las elecciones de 1990 el partido Izquierda Unida (IU) debió afrontar una esci-
sión de un sector moderado liderado por Alfonso Barrantes, alcalde de Lima, que pasó a
formar su propio partido, Izquierda Socialista. En ese contexto, escindida en 6 fracciones, la
izquierda, firme candidata hasta entonces para suceder al APRA en el Gobierno, perdió gran
parte de su fuerza política.

91
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

27,6% de los votos, seguido de manera sorprendente, ya que a comienzos de


1990 solo tenía un 2% de intención de votos, por Alberto Fujimori, que alcan-
zaría mediante su discurso a favor de la concertación política y contra el shock
neoliberal, el 24,6% del total de sufragios.
Poco después de la primera elección se realizó el ballotage. En ese contexto,
su discurso excesivamente limitado a una franja del electorado le jugó nueva-
mente una mala pasada al escritor. En efecto, frente a las promesas de ajuste
económico del candidato neoliberal, la oposición partidaria y la sociedad civil
respaldó al candidato que mostraba la opción más progresista y esperanzadora
para la recuperación de la soberanía política y la solución de los graves problemas
económicos y sociales (García Montero, 2001)34. En los términos de Laclau, el
discurso más abarcador de Fujimori le permitió articular a diversas y heterogéneas
demandas sociales insatisfechas (Laclau, 2005) que sólo compartían su oposición
al discurso del escritor. Así, trascendiendo su discurso sectorial a partir de la apela-
ción directa a las masas populares, pero mediante un discurso ambivalente y no
definido ideológicamente, Fujimori logró el respaldo de los partidos apristas
(incluyendo a Alan García) y de la izquierda, aunque sin perder el apoyo de sus
partidarios iniciales, lo que le permitió alcanzar un cómodo triunfo con el 56,5%
de los votos contra 33,9% de Vargas Llosa en la segunda vuelta electoral35.

4. El neodecisionismo fujimorista

Desde la década de 1930, Perú se caracteriza, como hemos señalado, por


la presencia de un sistema multipartidista moderado conformado por entre 3 y
4 partidos, aunque limitado por la tradición de fuerte presidencialismo y escaso
respaldo al régimen democrático de gobierno. En ese contexto, históricamente
los Presidentes tendieron a comportarse como “mesías” o salvadores políticos
que promovían que los partidos políticos y el Parlamento fueran vistos en la
ciudadanía como “incompetentes” e ineficientes para solucionar los graves
problemas irresueltos del país (McClintock, 1997: 284 y ss.). Al mismo
tiempo, los propios partidos acentuaban su decadencia al centrar su accionar en

34. Se ha señalado además, desde un enfoque institucional, que el sistema electoral de doble
vuelta que caracteriza a Perú ayudó también al éxito de Fujimori, al polarizar al país.
35. Hubo, además, un 7,8% de votos nulos y un 1,7% de sufragios en blanco (datos oficiales
extraídos de la página electrónica de la Universidad de Georgetown).

92
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

prácticas movimientistas contrarias a la lógica de negociación y conciliación


pluralista (Cotler, 1993: 38)36. Esta lógica anti-institucional basada en la
permanencia de “castas cerradas” y bloqueos recíprocos por parte de los parti-
dos tradicionales, incluyendo en este campo el accionar de la izquierda, impe-
dirían democratizar las estructuras para conformar un sistema de partidos esta-
ble y coherente (Bueno León, 1992: 29; Cotler, 1993: 37-39).
A partir de la reformas constitucionales de 1933 y las correcciones de
1979, se estableció un régimen que garantizó el sufragio universal, incorpo-
rando a analfabetos y jóvenes menores de 18 años, y un sistema electoral
basado en la elección directa del Presidente por un período de cinco años
mediante mayoría absoluta de los votos. En caso de no alcanzarse esa cifra, se
estableció una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados (McClin-
tock, 1997: 285-286)37. En la reforma de 1979, que buscaba limitar lo que se
entendía era un excesivo poder otorgado al Parlamento en la reforma anterior,
se restringieron los mecanismos de sustitución de Ministros por parte del Parla-
mento y la capacidad de elaborar y aplicar el presupuesto (McClintock, 1997:
292-293)38. Al mismo tiempo, se ampliaron las facultades del Poder Ejecutivo.
Las modificaciones más importantes fueron la cláusula 20 del artículo 211, que
le permitió al Presidente dictar “medidas extraordinarias” en cuestiones de
orden económico y financiero y, sobre todo, el artículo 188, que le permitió
legislar mediante decretos ley sobre cualquier tipo de política a partir de la
autorización parlamentaria (McClintock, 1997: 291-292)39.

36. El partido aprista, por ejemplo, tenía como una de sus principales consignas “sólo el APRA
salvará a Perú”.
37. Desde las primeras constituciones de la década de 1820, el sistema de elección presidencial
peruano era indirecto por un mandato de cuatro años y sin posibilidad de reelección inme-
diata (se debía esperar un mandato fuera del cargo). A partir de la Reforma Constitucional
de 1933, se estipuló la elección directa del Presidente por un período de cinco años, luego
ampliado a seis años en 1939. Finalmente, en la Reforma de 1979 se redujo nuevamente el
mandato a cinco años y se incluyó el voto universal a los analfabetos y jóvenes de entre 18
y 20 años. Además, se estableció el sistema de segunda vuelta o ballotage.
38. De todos modos, para contrabalancear el excesivo poder presidencial, se amplió el proceso
de descentralización política hacia los gobiernos regionales iniciado en 1963, lo que permi-
tió, bajo el gobierno de Belaúnde, la realización de elecciones municipales directas cada tres
años y, hacia 1991, la presencia de un sistema federal.
39. El artículo indicaba que “el Congreso puede delegar en el poder Ejecutivo la autoridad para
legislar, mediante decretos ley, sobre los asuntos y durante el período que especifique la ley
autorizadora”.

93
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Los gobiernos democráticos de Fernando Belaúnde (1980-1985) y Alan


García (1985-1990) aprovecharon la vaguedad de la cláusula 20 del artículo 211
y el artículo 188 para hacer uso y abuso de decretos económicos que no resul-
taban ni urgentes ni extraordinarios y para obtener la delegación de poderes en
áreas cada vez más relevantes y por períodos de tiempo cada vez más extendi-
dos. Así, durante los primeros cuatro años del gobierno de Belaúnde se aproba-
ron 1.071 leyes, de las cuales cerca del 70% fueron propuestas por el Ejecutivo
y sólo 30% por el Congreso. De ese total, además, se logró la aprobación del
65% de las leyes propuestas por el Ejecutivo, mientras que sólo el 10% de las
leyes propuestas por el Parlamento lograron ser sancionadas. En esta etapa,
además, se promulgaron 336 “decretos-leyes” (Artículo 188) y 667 “decretos
supremos (Artículo 211). Del mismo modo, durante el gobierno de García se
aprobaron un 75% de las leyes propuestas por el Ejecutivo, frente a sólo 10%
del Legislativo. Además, se promulgaron en los primeros tres años 127 “decre-
tos leyes” y 662 “decretos supremos” (McClintock, 1997: 317-318).
En ese contexto de abuso de los poderes extraordinarios por parte del
Poder Ejecutivo, resulta evidente la acentuación del rasgo de presidencialismo
extremo del caso peruano que delega el poder en el Presidente en desmedro del
rol parlamentario con el objeto de recuperar el orden soberano en aquellas
situaciones de “emergencia permanente” (Quiroga, 2005). Sin embargo, estas
prácticas “delegativas” (O´Donnell, 1997; Portantiero, 1993: 26-27) no logra-
ron solucionar los graves problemas de orden político, económico y social de
la joven democracia peruana. En ese contexto, y teniendo en cuenta la tradicio-
nal visión de los Presidentes como aquellos liderazgos “salvadores” en los que
se depositaban todas las aspiraciones del electorado (Cotler, 1993: 38; McClin-
tock, 1997: 309), la crisis de gobernabilidad terminaría colocando las frustra-
ciones precisamente en las figuras neodecisionistas que prometían recuperar el
orden soberano y la estabilidad. Cabe mencionar, en ese sentido, que la tasa de
aceptación popular de Belaúnde se redujo de 80% durante sus primeros seis
meses a 50% en el primer año y sólo 20% durante su etapa final. En la misma
línea, Alan García redujo también su respaldo social desde un inicial 80% a
sólo 20% en sus últimos dos años (McClintock, 1997: 313).
Una vez en el poder, Fujimori debía hacer frente a este tipo de situación
de creciente deslegitimación social hacia la “clase política”. En ese contexto,
aprovechando la situación de caos e ingobernabilidad, continuará y profundi-
zará el tradicional discurso neodecisionista que prometía solucionar todos y

94
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

cada uno de los problemas irresueltos de la democracia peruana, garantizando


un principio de orden público y soberanía estatal y un futuro de estabilidad
económica y social que se hallaba ausente en el seno de la comunidad. El
discurso de asunción resumirá de manera elocuente las características que defi-
nen al discurso del orden del liderazgo fujimorista:

Nos toca afrontar la crisis más profunda que ha vivido el país en toda su
historia republicana: una economía entrampada en una hiperinflación y una
depresión, una sociedad escindida por la violencia, la corrupción, terrorismo y
el narcotráfico. En una palabra, casi una economía de guerra (Discurso del 28
de julio de 1990).

En efecto, como dijimos, el líder había heredado una frágil situación de


caos político, económico y social. En ese contexto, se debían tomar decisiones
concretas y tangibles para solucionar la situación de emergencia. A continua-
ción, partiendo de un análisis con eje en el aspecto discursivo, examinaremos
la respuesta política de Fujimori a los tres grandes problemas irresueltos here-
dados por el nuevo líder. En ese contexto, diferenciaremos entre la dimensión
político-institucional caracterizada por la crisis de sistema de partidos y la
situación de creciente ingobernabilidad, la dimensión político-militar signada
por la violencia política y la dimensión económico-social caracterizada por la
ingobernabilidad económica y la fragmentación social.

4.1. La respuesta a la crisis política-institucional

Vimos anteriormente que uno de los grandes problemas heredados por


Fujimori al asumir la presidencia era la profunda crisis del sistema político
tradicional. En efecto, hacia finales de los años 80, el régimen político peruano
se caracterizaba por el prebendarismo de los recursos públicos, el abuso del
nepotismo y las prácticas clientelísticas que reproducían las características
tradicionales del régimen oligárquico (Cotler, 1993: 39-40). En ese contexto,
durante la campaña electoral, Fujimori había defendido un discurso crítico de
la política y del sistema de partidos prevalente. Una vez en el poder, el líder
continuaría con su intento de obtener identificación en el ciudadano medio a
partir de su estrategia enunciativa de situarse como un “outsider” de los parti-
dos tradicionales y la “vieja política”. En contraposición, el electo Presidente

95
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

se perfilaba como un hombre común, “un presidente como tú”, como dirá en
su discurso de asunción40 que, de acuerdo a su imagen de japonés trabajador y
honesto, prometía “restaurar en el país la honestidad en el manejo de la cosa
pública” (Discurso del 28 de julio de 1990).
Al mismo tiempo, vimos también que Fujimori había heredado una histo-
ria signada por el enfrentamiento sectario y la hostilidad entre los distintos
partidos políticos. En ese contexto, que lo asemejaba a otros países de la región
(Portantiero, 1993), cada uno de los partidos tradicionales, incluyendo a la
izquierda, se situaba como un movimiento nacional excluyente y cerrado, lo
que impedía constituir un marco de negociación y articulación político institu-
cional democrático y pluralista (Bueno León, 1992: 29; Cotler, 1993: 38-39).
En consonancia con el orden comunitario perdido que se buscaba ahora
reestablecer, el liderazgo neodecisionista de Fujimori intentaba un tipo de
discurso de unidad nacional que buscaba concluir con aquellos viejos enfren-
tamientos sociales del pueblo peruano, garantizando un principio de orden
soberano:

El electorado peruano consagró un mandato de unidad nacional y de


rechazo a las propuestas alternativas fundadas en la confrontación, polariza-
ción y conflicto abierto como estilos políticos de gobierno. El pueblo nos eligió
para que instauremos un nuevo lenguaje de entendimiento nacional, que es el
lenguaje del diálogo, la concertación y la búsqueda de consensos (Discurso del
28 de julio de 1990).

Este tipo de liderazgo “piloto de tormentas” (Novaro, 1994; Bosoer y


Leiras, 1999), que adquiere relevancia en los “momentos difíciles” (Torre, 1991)
pero termina por convertirse en una lógica política de la “emergencia perma-
nente” (Quiroga, 2005), acabará profundizando la crisis de los partidos políticos,
el Parlamento y la propia política, permitiendo justificar aún más los cambios
generados en el régimen político y la necesidad de un liderazgo neodecisionista
como el que venía a instaurar a partir de allí Fujimori. Debemos recordar, en ese

40. Como expresará en aquel discurso: “Por el Dios que cree la mayoría de mujeres y hombres
de este país, yo juro trabajar por sacarlo del estado en que se encuentra y conducirlo por
destinos superiores. Pero no quiero la soledad del gobernante que puede sentirse Mesías,
quiero la compañía poderosa de mi pueblo, su cercanía, pues sólo ella me recordará que soy
un peruano más que tiene, como único privilegio, su responsabilidad de gobernante”.

96
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

sentido, que su estilo de liderazgo representaba una consecuencia directa de la


crisis de los partidos políticos, que ahora venía a superarse mediante su
discurso de “outsider” de la política partidaria y su lucha descarnada por el
poder. Como lo expresará de manera elocuente en su discurso de asunción, se
trataba de terminar con un sistema político caracterizado por un “diálogo esté-
ril” entre partidos, centrado en el puro “ideologismo ciego” y la búsqueda del
“encumbramiento personal”:

Nosotros insurgimos precisamente como expresión del hartazgo del pueblo


por el ideologismo ciego que ha hecho del debate político un diálogo estéril y
un medio para la búsqueda del encumbramiento personal, antes que solución
concreta a los problemas concretos del pueblo. Hemos llegado a la política
convocados por millones de corazones peruanos cansados de escuchar, cansa-
dos de gritar, cansados de estar cansados (Discurso del 28 de julio de 1990).

La crisis de representatividad, sin embargo, no se limitaba a la crítica al


funcionamiento del sistema de partidos tradicional, sino que se extendía al
Poder Judicial, acusado de ineficiente y de tráfico de influencias:

No puedo dejar de mencionar la crisis del Poder Judicial que tanto afecta la
administración de justicia, desde hace muchas décadas. Es muy doloroso repe-
tir aquí lo que el pueblo piensa de nuestro Poder Judicial y del mal llamado
Palacio de Justicia. El pueblo lo llama simplemente Palacio de la injusticia.
Esto ciertamente no alcanza a los magistrados probos, que hay. Los procesos
judiciales no sólo son lentos y engorrosos, sino que muchos están viciados por
la manifiesta deshonestidad (Discurso del 28 de julio de 1990).

En contraposición a esta situación signada por la ingobernabilidad e


ineficiencia del sistema político en su conjunto, el Presidente planteaba la
necesidad de realizar una “renovación moral” que terminase con aquellos
“beneficiarios de la corrupción”.
En el transcurso de su largo mandato iniciado a mediados de 1990, Fujimori
acentuó de una manera extrema los rasgos neodecisionistas de su liderazgo frente
a la situación de emergencia e ingobernabilidad y la incapacidad del sistema polí-
tico vigente de solucionarlos. En ese contexto, ya desde el inicio de su gobierno,
el Presidente no buscó generar consensos partidarios e institucionales, acentuando

97
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

el estilo de liderazgo soberano que le había permitido acceder al poder. Debemos


tener en cuenta, en ese sentido, que Fujimori, a diferencia de Alan García, no
obtuvo la mayoría de bancas en el Congreso. Así, en las elecciones de 1990 sólo
consiguió 14 de las 60 bancas disponibles, mientras que en la Cámara de Diputa-
dos obtuvo sólo 32 sobre 180 escaños disponibles (McClintock, 1997: 318-319)41.
En ese marco, que acrecentaba su debilidad para tomar decisiones, el Presidente
debía conformar algún tipo de acuerdo político para alcanzar la gobernabilidad
(Escandell y Nakano, 1998). Sin embargo, su giro a la derecha del espectro polí-
tico le impedía aliarse con quien hubiese representado su socio más “natural”, el
APRA y la izquierda (McClintock, 1997: 318), que a partir de allí criticará mode-
radamente las políticas neoliberales y autoritarias de Fujimori. Decidió, entonces,
acercarse a la fracción del FREDEMO conformada por el partido de derecha
Acción Popular, que terminará disolviendo la alianza y apoyando al Gobierno,
aunque todavía dejaba al oficialismo en franca minoría parlamentaria.
Fujimori, favorecido además por la fragmentación de la izquierda y la
tradición de fuerte presidencialismo, dejará a un lado la concertación con la
oposición para abusar de los mecanismos constitucionales previstos para los
casos de “emergencia”. Apoyándose en la disposición 20 del artículo 221 y en
el artículo 188 se atuvo, entonces, a hacer uso y abuso de los decretos “de nece-
sidad y urgencia”. De ese modo, ignorando al Parlamento, el Presidente recortó
el gasto público, redujo las barreras arancelarias y otorgó facilidades legislati-
vas a la inversión extranjera (McClintock, 1997: 318). Además, en septiembre
de 1990, otorgó una amnistía a los procesados por el “terrorismo”, pasando por
encima del Poder Judicial, y creó la Autoridad Autónoma de Desarrollo Alter-
nativo (AADA), institución que le garantizó “superpoderes” para prescindir del
respaldo del Parlamento y de sus Ministros para legislar. Por otra parte,
promulgó la Ley de Presupuesto, extrayéndole varios artículos luego de haber
sido aprobados por el Congreso. En la misma línea, suspendió la constitución
vigente desde 1979 y arrestó a varios líderes de la oposición, desmanteló la judi-
catura y pospuso las elecciones municipales (García Montero, 2001: 68).
En noviembre de 1991, gracias a la ley 25.327 que delegaba poderes del
Parlamento al Ejecutivo, el Presidente lanzó un impresionante paquete de 126

41. El resto de las disposiciones de bancas dio como resultado 20 escaños en el Senado para el
FREDEMO, 16 para APRA y 9 para el conjunto de la izquierda (Izquierda Unida más
Izquierda Socialista), y 62, 53 y 20 escaños para los respectivos partidos en la Cámara de
Diputados.

98
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

decretos/leyes, casi la misma cantidad que el total promulgado por Alan García
en tres años (McClintock, 1997: 320), que limitaban la libertad de prensa, decla-
raban el estado de emergencia en el 80% del territorio nacional y extendían el
poder militar en áreas críticas, tales como el libre acceso a las universidades, el
ocultamiento de la identidad durante el servicio y la transferencia de causas sobre
derechos humanos del fuero civil al militar (García Montero, 2001: 69).
Estas medidas, que en muchos casos se aplicaron en asuntos que no
permitían constitucionalmente legislar (McClintock, 1997: 320), contaron con
la oposición del Consejo de Ministros que formó el propio Presidente, que
intentó limitar los decretos. En ese contexto, en una sesión realizada en enero
de 1992, el Parlamento modificó o rechazó 28 de esos 126 decretos leyes, entre
ellos, uno referido a la necesidad de excluir del proceso de privatización de las
empresas públicas a las empresas estatales del sector minero y sobre todo, los
intentos del Poder Ejecutivo de ampliar el campo de acción del Poder Ejecu-
tivo y del sector militar en pos de la defensa de la “seguridad nacional” en áreas
privadas que atentaban contra las libertades civiles y los derechos humanos
(McClintock, 1997: 320)42. Fue precisamente este conflicto interpartidario lo
que llevó a que Fujimori, con el respaldo del Ejército, aplicara lo que sería,
como luego veremos, su carta maestra: el “autogolpe”.

4.2. La respuesta al problema político-militar

El problema de la violencia política y social tiene largos antecedentes en


la historia peruana. En efecto, desde la década del 30, los sectores militares
contaron con un creciente poder de veto, lo que los llevó a apoyar sistemática-
mente los Golpes de Estado en alianza con la oligarquía local. En ese contexto,
cabe mencionar que entre 1930 y 1980 existieron sólo 20 años de vida demo-
crática (McClintock, 1997: 284). Estas continuas quiebras contra el orden
constitucional, que se repitieron durante 1936, 1948, 1962 y 1968, tienen su
razón de ser en el enfrentamiento del Ejército y los sectores dominantes de la
oligarquía peruana con el partido Aprista (McClintock, 1997: 294).

42. Los decretos firmados por el Presidente obligaban a toda persona a entregar sus bienes a peti-
ción de las Fuerzas Armadas bajo presión de enfrentarse a la acusación de “traición”, prohibían
el suministro de cualquier información que el Gobierno juzgara como secreta con la amenaza
de prisión y exigía a todos los organismos públicos y privados que suministraran a los servicios
nacionales de inteligencia cualquier información o documento que estos solicitasen.

99
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Este partido, fundado en 1924 por Víctor Raúl Haya de la Torre, repre-
sentaba el primer partido político reformista y de masas peruano. Conformado
a partir de una alianza de las masas populares con los sectores industriales y
sindicales emergentes del proceso de urbanización, cosechaba el odio clasista
y racista de los sectores oligárquicos herederos del viejo orden colonial, quie-
nes pretendían continuar con la tradición hispánica-criolla en desmedro de la
tradición indígena de los apristas (Cotler, 1993: 36-37). En ese contexto,
signado por el rencor y el rechazo general hacia los “cholos”, cada vez que este
partido tenía posibilidades de acceder al poder o contaba con mayoría parla-
mentaria, como en los años 1936, 1948 y 1962 (McClintock, 1997: 304-305)43,
las Fuerzas Armadas irrumpían con un Golpe de Estado para luego colocar en
el poder, en acuerdo con las demandas de la oligarquía blanca, a los dirigentes
de partidos más “aceptables”, como Acción Popular y el Partido Popular Cris-
tiano. Al mismo tiempo, para complicar la situación, los grupos apristas, prohi-
bidos y perseguidos sistemáticamente por el poder político, apelaban también
a métodos violentos, tales como sublevaciones, enfrentamientos callejeros y
asesinatos44, en una espiral sin retorno que incrementaba la violencia, el desor-
den y, con ellas, una mayor inestabilidad política y social.
Como señala Cotler, esta trágica historia signada por las conflictivas rela-
ciones sociales, a las que debemos sumar la fuerte tradición de movimientismo
por parte de los principales partidos políticos, impidió la centralización de una
autoridad política legítima y la construcción de una institucionalidad estable
(Cotler, 1993: 37). No obstante, a partir de 1980, con la asunción de Beláunde
como presidente electo, se inició un lento período de transición a la democra-
cia. En ese contexto, el régimen político peruano ingresaría en una etapa de
relativa estabilidad institucional que se extendería hasta el presente.
Para entender esta transformación, debemos tener en cuenta el clima de
época en favor de los principios democráticos, el respaldo internacional al
régimen democrático y la transformación ideológica llevada a cabo por
APRA, a partir de las últimas décadas, hacia los principios de la democracia

43. En las elecciones de 1962, por ejemplo, el líder aprista Haya había resultado electo demo-
cráticamente con el 32,9% de los votos, frente a 32,1% del opositor Belaúnde. Sin embargo,
los militares denunciaron irregularidades en la votación para, poco después, justificar un
nuevo Golpe de Estado contra el orden constitucional
44. En 1935, por ejemplo, los grupos apristas más radicalizados asesinaron al director del perió-
dico El Comercio.

100
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

liberal-parlamentaria. En efecto, aunque ya en la década del 40 se observaba


cierta transformación ideológica del aprismo como una respuesta temerosa de
los alcances del nazismo y el fascismo (McClintock, 1997: 297), el nuevo
contexto mundial, iniciado a comienzos de los años 80, a favor de la democra-
cia como régimen político (O´Donnell, Schmitter y Whitehead, 1991; Portan-
tiero, 1993; O´Donnell, 1997) había “moderado” las posiciones ideológicas
extremas del aprismo a favor de la violencia política y los métodos guerrille-
ros. En ese contexto, que se expresaría en Alan García a través de la presencia
de un discurso en favor de la “regeneración espiritual” (McClintock, 1997:
310), los sectores dominantes ya no veían a estos sectores como un “peligro”
al orden constitucional, ni tampoco a sus ganancias patrimoniales.
Sin embargo, el retorno de la democracia no lograría terminar con déca-
das de violencia política, sino que la misma adquiriría nuevas formas a partir del
surgimiento y expansión de los grupos guerrilleros. En efecto, desde comienzos
de los años 80 emergieron grupos guerrilleros que sostenían la necesidad de ir
hacia un nuevo régimen de democracia ajeno al régimen liberal-parlamentario.
Se trataba básicamente de sectores populares de zonas rurales que se habían
radicalizado políticamente al compás del agravamiento de su situación econó-
mica y social. Mientras que los sectores con bases urbanas habían logrado inser-
tarse al juego político a través de las organizaciones tradicionales que los repre-
sentaban, estos grupos marginales, principalmente jóvenes campesinos pertene-
cientes a las capas “mestizas” de las áreas pobres serranas, en el caso de Sendero
Luminoso (SL), y jóvenes de zonas costeñas semiurbanas y “criollas”, en el
caso del Movimiento Revolucionario Tupac Amarú (MRTA), habían sido
excluidos y aislados de manera sistemática por el poder dominante.
Frente a esa situación de exclusión de sus aspiraciones y demandas socia-
les, los sectores rurales empobrecidos se vieron penetrados por organizaciones
izquierdistas “subversivas” que no dudaron en apelar a métodos de violencia
política y social antisistémicos con el objeto de alcanzar sus objetivos “revolu-
cionarios”. Así, ambos grupos, especialmente Sendero Luminoso, dirigido por
el líder revolucionario Abimael Guzmán, comenzaron a utilizar métodos de
lucha guerrillera tales como amenazas, extorsiones y asesinatos de militares,
autoridades, funcionarios y empresarios. Estos procedimientos antidemocráti-
cos de intimidación y “liquidaciones” fueron aplicados, incluso, a organizacio-
nes tradicionales, como grupos eclesiásticos, Organizaciones No Gubernamen-
tales, partidarios de Izquierda Unida y del APRA, sectores campesinos (Cotler,

101
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

1993: 47)45 y organizaciones sindicales que competían directamente con ellos


(Cotler, 1993: 45-46). De este modo, se pone de manifiesto el grado de impor-
tancia que había alcanzado en Perú el tema de la violencia “terrorista”.
A pesar de la creciente importancia que fue adquiriendo este tema de la
violencia social y política, a lo que se sumaría la áspera cuestión del narcotrá-
fico a partir de una feroz lucha interna entre ambas fracciones guerrilleras por
apropiarse del jugoso negocio del tráfico de cocaína, durante la presidencia de
Belaúnde, ambos problemas fueron dejados en un lugar secundario en razón de
que se concentraban en zonas rurales alejadas de los centros políticos tradicio-
nales (Cotler, 1993: 44).
Fue recién a partir de mediados de los años 80, con el ascenso del aprista
Alan García y el incentivo a la “guerra a las drogas” establecido por Estados
Unidos como condición para otorgar ayuda militar (Cotler, 1993: 47), que se
buscó una solución integral al grave problema. Para ello, se intentó solucionar
inicialmente este tema por la vía pacífica. En ese contexto, en consonancia con
su discurso contrario al autoritarismo y en defensa del régimen democrático, el
líder aprista defendió la vigencia de los derechos humanos y el diálogo racio-
nal con los grupos guerrilleros emergentes. Al mismo tiempo, apeló a procla-
mas nacionalistas y a políticas de asistencia social con el objeto de “calmar” la
violencia social (Cotler, 1993: 44).
No obstante, tras una etapa inicial de tregua en la que se intentó realizar una
concertación política junto con empresarios y sindicatos, el intento de García
terminó siendo en vano (Bueno León, 1992). En ese contexto, la defensa de los
derechos y libertades civiles mutó rápidamente a una política de represión y viola-
ción a los derechos humanos que dejó como saldo el asesinato de cerca de 300
presos senderistas y la consiguiente oposición de los sectores de izquierda y centro
progresistas que hasta entonces apoyaban al régimen (Cotler, 1993: 42).
Una vez en el poder, Fujimori debía hacer frente a esta pesada herencia
de violencia política y social interna que no había podido ser resuelta por los
gobiernos anteriores. Para ello, debía solucionar el problema de los dos grupos
guerrilleros conocidos como Sendero Luminoso (SL) y Movimiento Revolu-
cionario Tupac Amarú (MRTA) que ponían en jaque la propia soberanía del

45. Cabe mencionar, de todos modos, que en algunas zonas vinculadas a la producción de coca
y el narcotráfico, los grupos guerrilleros establecieron sólidas alianzas con sectores del
campesinado, a los que protegían de la policía y las Fuerzas Armadas.

102
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

Estado en su función de monopolio de la violencia física legítima en el territo-


rio nacional (Weber, 1984, 2005). El saldo era desolador: a los 25 mil muertos
y medio millón de desplazados que habían quedado como herencia, se le
sumaba la destrucción de instalaciones por un total de 22 mil millones de dóla-
res (Cotler, 1993: 44), mostrando el fracaso absoluto en solucionar el grave
problema de violencia social que aquejaba al país andino.
En ese contexto caótico y extremo, caracterizado por el peligro inmi-
nente de disolución de lo social, ya desde su llegada al poder Fujimori realizará
una sólida alianza con el sector militar para aniquilar el problema de la
“subversión” y el “terrorismo”, como los denominará. En particular, contará
con el firme respaldo del Ejército, sector que se convertiría en su principal
aliado institucional. En ese marco, el Presidente le concederá un poder casi
ilimitado para luchar contra la insurgencia. Además, para mantener al sector
disciplinado, le otorgará, a través de director de la Agencia de Inteligencia,
Vladimiro Montecinos, una serie de fondos económicos. Este incentivo mone-
tario, que contrastaba con la creciente reducción de los recursos destinados al
sector militar por parte de los gobiernos anteriores (Cotler, 1993: 45)46, resul-
taría crucial para lograr el respaldo incondicional por parte del Jefe de las Fuer-
zas Armadas, General Nicolás Hermosa, y de los oficiales medios, con quienes
conformará una tecnoburocracia fuertemente disciplinada a los dictados del
Poder Ejecutivo (García Montero, 2001; Kruijt y Kooning, 2002).
En consonancia con esta alianza política con el sector militar para atacar el
peligro de la “subversión”, el Presidente defenderá un discurso de orden político
en el que su propio liderazgo era el único capacitado para garantizar la soberanía
del Estado frente a las “ideologías fanáticas” que intentaban destruir el “sistema
de democracia representativa”. Como expresará en su discurso de asunción:

Desde hace 10 años, el pueblo del Perú viene sufriendo la violencia subver-
siva. Grupos alzados en armas han establecido desde entonces un terco monó-
logo que ya nos está costando más de 15.000 víctimas y daños por más de 17
millones de dólares. A lo largo de nuestra campaña electoral dijimos con meri-
diana claridad que las causas de la subversión se encuentran en la violencia

46. Según Cotler, la reducción de los recursos de las Fuerzas Armadas se debió a tres motivos:
el deterioro fiscal, el rechazo político a la estrategia “global” de los militares y las reiteradas
violaciones a los derechos humanos.

103
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

estructural, en la marginación cultural y étnica, la explotación a que han sido


sometidas las capas más pobres de nuestra población (...). Para mal del Perú,
toda esa fuerza, esa protesta lógica, ha sido canalizada por ideologías fanáti-
cas que intentan destruir el sistema de democracia representativa. Sólo la elimi-
nación definitiva de la injusticia y la marginación puede acabar con la subver-
sión. Por ello mi gobierno dará efectiva prioridad al desarrollo de las zonas
andinas y de la selva de nuestro país, hoy convulsionadas por el terrorismo
(Discurso del 28 de julio de 1990).

De acuerdo al Presidente, se trataba entonces de terminar definitiva-


mente, mediante el diálogo racional, con la incertidumbre generada por la
violencia política, alcanzando un principio de paz y unidad ausente:

No se interprete como debilidad al diálogo, incluso con los grupos alzados


en armas, siempre que éstos las depongan; el pueblo me ha elegido, entre otras
cosas, para buscar la unidad de los peruanos, incluidos los equivocados. Estoy
intentando de muy buena fe y quiero que la comunidad internacional sea testigo
de mi propósito ferviente de introducir por fin la paz por vía de la razón y el
diálogo, a este pueblo que vive la violencia desde hace diez años (Discurso del
28 de julio de 1990).

No obstante, el discurso a favor del diálogo con los grupos guerrilleros


pronto mutaría hacia la violencia y el no respeto a los derechos humanos por
parte de las Fuerzas Armadas. En ese marco, con la excusa de luchar contra el
"terrorismo", Fujimori impulsó la creación de patrullas ciudadanas de autode-
fensa, conocidas como las “rondas”, que abusaron de la violencia social contra
los insurrectos. Además, no dudó en abusar de mecanismos anti-constituciona-
les para eliminar el peligro de la “subversión” (García Montero, 2001). A pesar
de ello, el Presidente logró, como veremos, mantener e incluso ampliar el
respaldo social en la ciudadanía.

4.3. La respuesta al problema económico-social

Durante el gobierno de Alan García, al igual que en la mayoría de los


países de la región, el centro de la problemática se situó en el tema de la rege-
neración democrático-institucional, tendiendo a sobrevalorar los principios de la

104
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

democracia política por sobre las cuestiones de tipo económico-social (Portan-


tiero, 1993). En ese contexto, una vez asumido Fujimori quedaba pendiente por
solucionar el tercero de los grandes problemas irresueltos de la joven democra-
cia peruana: el grave problema económico-social heredado. Debemos recordar,
en este sentido, que hacia 1990 la situación económica y social de Perú era
desbordante. Por un lado, la hiperinflación de cuatro dígitos había evaporado en
poco tiempo los ingresos de los trabajadores. Por el otro, la deuda externa (del
orden del 83,9% del total del PBI) había llegado a límites insostenibles, incre-
mentando el déficit fiscal (7% durante 1990) y la ineficiencia del Estado. En ese
marco, las tasas de desocupación y sobre todo de subocupación (7,9% y 73,5%,
respectivamente, en 1989), alcanzarían índices históricos (Escandell y Nakano,
1998: 298). Como señalará el Presidente en su discurso de asunción, su
Gobierno había heredado una situación de caos económico signado por la caída
de la producción, la hiperinflación y la depresión:

En los últimos dos años la caída de la producción ha sido estrepitosa. El


nivel de producción que nos deja el gobierno saliente a junio de este año es tres
por ciento más bajo del recibido al inicio de su gestión. Esto quiere decir que si
es cierto que hace cinco años el gobierno anterior recibió una economía depri-
mida, hoy nosotros heredamos una economía caótica y exhausta (Discurso del
28 de julio de 1990).

En ese contexto de empresas públicas “al borde del colapso”, signadas


por el “mal manejo administrativo” y la corrupción, se trataba, en palabras de
Fujimori, de una situación de “emergencia” que requería la toma de decisiones
soberanas:

Basta citar algunos ejemplos en las principales empresas públicas, como


PETROPERÚ, ELECTROPERÚ, ENTELPERÚ, y SEDAPAL, todas al borde del
colapso, consecuencia del mal manejo económico y administrativo, que obli-
gará a tomar medidas de emergencia que permitan continuar prestando los
servicios indispensables para toda la población.
En el caso de la industria la depresión es alarmante, un gran número de
empresas se están descapitalizando aceleradamente y ya han abandonado su
giro principal para dedicarse al negocio de coyuntura, que es el único que les
permite sobrevivir. El sector agropecuario está postrado, nuestra minería se

105
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

halla inmersa en una severa crisis reflejada en una producción que es de 22%
más baja que la de 1985.

Pero el mayor problema era la “epidemia nefasta” de la hiperinflación,


que sólo beneficiaba a los grandes grupos económicos y perjudicaba a los
sectores populares:

La epidemia inflacionaria ha corroído todos los cimientos de nuestro sistema


productivo durante el quinquenio del gobierno que termina, sembrando un clima
altamente especulativo en el que los más beneficiados son los grandes poderes
económicos y los que más pierden son nuestras grandes masas desposeídas. Esta
epidemia nefasta se ve reflejada en la espeluznante tasa de más de 2.200 por
ciento de la inflación acumulada en el quinquenio gubernativo referido. Esta
inflación, es por sí gigantesca, es de hecho mucho más elevada si se considera que
hoy existe una inflación reprimida o embalsada del orden del 1.200 por ciento,
debido a los inmensos déficits que el gobierno saliente ha venido acumulando
tanto a nivel de Gobierno Central como de las empresas públicas. Al ser incorpo-
rada esta inflación reprimida en el cálculo anual, el nivel de la inflación poten-
cial se sitúa dentro del rango de las hiperinflaciones históricas del mundo.

Se trataba, como la definirá, de una situación signada por el “desastre


económico”, lo que requería la necesidad perentoria de una toma urgente de
decisiones para “remontar la crisis”:

Heredamos pues un desastre. Remontar la crisis primero y sentar luego las


bases de desarrollo integral de nuestro país, son nuestros objetivos centrales.
Esta es una tarea gigantesca de la cual debemos tomar entera conciencia o
perderemos el rumbo de la historia. Nadie debe sustraerse a ella.

Como se puede apreciar, se asistía hacia mediados de 1990 a una situa-


ción de emergencia económica, caldo de cultivo para el surgimiento de lideraz-
gos neodecisionistas que solucionaron de algún modo la situación de caos e
ingobernabilidad política, económica y social. Precisamente Fujimori, se
presentaba como aquel líder soberano “salvador” que venía a restaurar la esta-
bilidad y gobernabilidad perdida a partir de un liderazgo fuerte que tomaba
decisiones adecuadas en el contexto de excepción.

106
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

Ahora bien, debemos recordar que, durante la campaña electoral de


1990, Fujimori había defendido un discurso moderado y pragmático que, si
bien criticaba el excesivo rol del Estado, se oponía a implementar el shock
neoliberal que proponía llevar a cabo el candidato opositor Mario Vargas Llosa.
En ese contexto, había prometido defender a las masas populares del ajuste
ortodoxo, lo que le había valido el respaldo de sectores de izquierda y centro-
izquierda. No obstante, ya durante el transcurso de su mandato, Fujimori mutó
rápidamente hacia el neoliberalismo, se alió con el FMI y buscó el respaldo del
partido de centroderecha Acción Popular.
¿Cómo se explica este repentino viraje de las promesas de campaña elec-
toral y la nueva alianza con los principales núcleos de poder político y econó-
mico? Según García Montero, la causa de esta metamorfosis política, que lo
asemeja en gran medida a la transformación discursiva del menemismo una vez
accedido al poder (Escandell y Nakano, 1998; Fair, 2007 y 2009), se encuentra
en que, en los meses de junio y julio de 1990, el Presidente viajó a Estados
Unidos y a Japón y recibió fuerte presiones para abandonar el rumbo neokeyne-
siano de campaña. En ese contexto, necesitado del apoyo político y sobre todo
económico de los organismos multilaterales de crédito para hacer frente a la
crisis heredada, ya en julio de ese año se alineó decididamente con el FMI
(García Montero, 2001: 65). Dicha situación, que incluyó el diseño del
programa de reformas económicas por parte de los “expertos” de ese organismo
(Escandell y Nakano, 1998: 302), habría llevado, entonces, a Fujimori, al igual
que Menem en Argentina, a modificar su coalición electoral para unirse con el
Ejército y acercarse a sectores de derecha independientes y tecnócratas.
De todas maneras, más allá de los “verdaderos” motivos que llevaron al
giro político de Fujimori y a su aplicación del shock neoliberal o “Fujishock”,
como se lo conocería popularmente, lo más relevante de todo es que, pese a la
metamorfosis ideológica, el Presidente mantuvo en el tiempo el respaldo de sus
principales seguidores, los sectores populares. ¿Cómo se explica que el Presi-
dente haya podido generar y mantener este respaldo de una coalición social tan
abarcadora y heterogénea? Para entender este proceso, lejos de pensar en una
simple manipulación política, resulta pertinente tener en cuenta el contexto de
emergencia económica y el discurso utilizado por el Primer Mandatario para
legitimarse. En relación al primer punto, vimos que accederá al poder en medio
de un caos económico-social que requería la toma urgente de decisiones sobera-
nas. En ese contexto, al igual que ocurriría con Menem en Argentina, el pueblo

107
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

le otorgó a Fujimori una “hoja en blanco” para que tomara las decisiones que
considerara las más adecuadas para solucionar la grave situación de crisis e ingo-
bernabilidad. Se profundizaría, de esta manera, el tipo de liderazgo neodecisio-
nista que debe tomar múltiples decisiones de emergencia frente a la crisis hipe-
rinflacionaria y fiscal acechante (Bosoer y Leiras, 1999, 2001; Bosoer, 2000;
Baldioli, 2003; Kerz y Leiras, 2004).
Es, entonces, en el marco de la situación de “emergencia económica” en
la que le tocaría asumir a Fujimori el mando presidencial y la necesidad peren-
toria de una toma de decisiones soberanas que permitiesen alcanzar la estabili-
dad económica ausente, lo que le permitirá al Presidente justificar la aplica-
ción, y luego la profundización, de las reformas neoliberales de desregulación,
privatización y apertura comercial y financiera. En dicho contexto, al que debe-
mos sumar, por supuesto, el golpe que significó para la izquierda el derrumbe
de la URSS y las críticas al fracaso del Estado Benefactor de posguerra
(Candia, 1995), entre 1991 y 1995 se privatizó con poca resistencia social gran
parte de las empresas públicas, se eliminaron la mayoría de las protecciones
arancelarias, se acordó con los organismos multilaterales de crédito el pago de
la deuda externa y se hizo hincapié en la necesidad de liberalizar la economía
para favorecer el ingreso masivo de inversión extranjera.
Ahora bien, para entender el éxito y la predominancia política del lide-
razgo neodecisionista de Fujimori, resulta pertinente señalar también el tipo de
discurso legitimante al que apelaría el Presidente para justificar el nuevo
rumbo tomado y la necesidad de un liderazgo personalista y soberano como el
suyo. Para ello, debemos tener en cuenta que ya desde su primer discurso, el
Primer Mandatario señalará la necesidad de realizar un programa de ajuste “sin
anestesia” con el objeto de alcanzar una “verdadera economía social de
mercado”, tal como también era defendida en sus discursos por el presidente
argentino Carlos Menem (Fair, 2007), “que permita romper viejas distorsiones
como la concertación económica que no se origina únicamente por el funcio-
namiento imperfecto del mercado, sino también por la forma en que el Estado
interviene en la economía” (Discurso del 28 de julio de 1990).
En sintonía con el discurso hegemónico defendido por los organismos
multilaterales de crédito y los grandes empresarios, será, entonces, el Estado
interventor de matriz neokeynesiana que predominaba durante el gobierno de
Alan García, el eje en el que se centrará la crítica de Fujimori. Como señalará el
Presidente, de lo que se trataba, a partir de las nuevas circunstancias actuales de

108
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

globalización e interconexión mundial, era de reducir el “excesivo” rol interven-


tor del Estado sobre el mercado, para guiarse por la regulación contractual entre
el trabajador y el empresario y el principio de la productividad laboral:

En la gran empresa es indispensable fomentar la solución de los conflictos


laborales por los propios actores sociales, trabajadores y empresarios, evitando
el excesivo protagonismo del Estado. Conceptúo que la estabilidad laboral y la
productividad son los elementos complementarios y no antagónicos dentro de
una empresa (Discurso del 28 de julio de 1990).

En consonancia con el discurso en boga del Consenso de Washington, que


culpaba de todos los males nacionales al Estado “populista”, burocrático e inefi-
ciente de posguerra (Dornbusch y Edwards, 1990), Fujimori criticará la “excesiva
burocratización” del sector público, que sería el causante de las restricciones al
desarrollo nacional, al dejar de lado el principio de la productividad y el rendi-
miento social en pos de la defensa de intereses meramente personales del aparato:

La administración pública padece hoy de una excesiva burocratización que


limita severamente su capacidad de gestión y productividad, consecuencia del
ejercicio irracional del poder. Nuestro Estado está muy lejos de ser un promo-
tor del desarrollo, más parece una pesada maquinaria que funciona por inercia
sin tomar en cuenta las demandas y necesidades del País.
En los últimos años se ha incrementado enormemente el contingente burocrá-
tico tanto en el Gobierno Central como en las empresas públicas. Lo que es peor,
dicho personal ni siquiera ha sido empleado adecuadamente para trabajos produc-
tivos o de algún rendimiento social. Existen entidades en las que se ha producido
una superpoblación de trabajadores administrativos y en otras el Estado carece de
una presencia real y afectiva (Discurso del 28 de julio de 1990).

En ese contexto, como señalará, la solución provenía de la aplicación de


“un serio proceso de racionalización de la actividad del Estado, respetando la
estabilidad laboral, pero aprovechando al máximo las capacidades del personal
existente” (Discurso del 28 de julio de 1990).
En la misma línea argumental, que lo situaba dentro de la matriz discur-
siva de orientación neoliberal, Fujimori criticará el monopolio de las empresas
públicas y la excesiva regulación del Estado. Así, con la excusa de la creación de

109
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

una “legislación antimonopólica que busque realmente contribuir al desarrollo


económico, y no se constituya en un simple mecanismo de control de precios o
prohibición de acaparamiento”, su Gobierno terminará realizando una profunda
reforma del Estado. Al mismo tiempo, con la excusa de “lograr la simplificación,
la armonización de los regímenes aduaneros y el manejo eficiente de los meca-
nismos de fomento a las exportaciones, de manera que el trámite de las operacio-
nes aduaneras sea sumamente breve”, y la necesidad de “insertar al Perú en la
comunidad financiera internacional”, Fujimori señalará que “los inversionistas
locales y extranjeros tendrán oportunidades equitativas”.
En este clima, signado por el “burocratismo parásito y el sabotaje a la
producción alentado con fines exclusivamente políticos”, Fujimori destacará
que “Estas empresas se reestructurarán con el objeto de lograr la eficiencia y
rentabilidad”. Sin embargo, si el modelo neokeynesiano previo había fracasado,
no se trataba tampoco de aplicar un ajuste ortodoxo extremo. Más bien, era
necesario guiarse por el pragmatismo ideológico que permitiese solucionar los
problemas del país:

Necesitamos ordenar, estabilizar nuestro frente interno, pero no podemos


contradecir la realidad mundialmente aceptada ni personificar modelos políti-
cos cuyo costo social y nacional se ha traducido en desastre. Como he dicho, el
Perú debe reinsertarse en la comunidad financiera internacional y en ello no va
ni sumisión, ni recorte de soberanía, sino todo lo contrario.
Nuestro programa de estabilización económica propicia políticas que
ataquen rigurosa e inflexiblemente las causas de la inflación. Vamos a destruir
las raíces de este problema como lo prometiéramos, pragmáticamente, sin
esclavizar nuestra acción de gobierno a recetas mágicas sacadas de los textos
(Discurso del 28 de julio de 1990).

Es, precisamente, en el marco de esa situación de crisis, en la que, según


el Presidente, las políticas de estabilización y ayuda a los sectores de “meno-
res recursos” requerían de un rápido y efectivo respaldo social, la llave que le
permitirá a Fujimori exigir al Poder Legislativo un mayor poder de soberanía
hacia el Poder Ejecutivo:

Para que las medidas de estabilización de la economía del país puedan


rendir los efectos requeridos, es indispensable dictar con prontitud medidas de

110
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

carácter tributario que aseguren una oportuna y adecuada recaudación fiscal y


financiar las medidas de apoyo social a la población de menores recursos. Por
tanto, solicito al Congreso de la República que, al amparo del artículo 188 de
la Constitución Política del Perú, otorgue al Poder Ejecutivo, por el término de
180 días calendario, la facultad de legislar en materia tributaria. En ese
sentido, presento al Congreso de la República el proyecto de ley correspon-
diente con carácter de urgente, al que solicito se le dé el trámite preferencial
establecido en el artículo 189 de nuestra Carta Magna.

De esta manera, se puede apreciar de qué modo el Presidente aprovechará


la situación de excepción, en este caso económico-social, para fortalecer su
estilo de liderazgo neodecisionista, en el que la toma de decisiones y el poder
concentrado en manos del Poder Ejecutivo resultaba una condición indispensa-
ble para el logro de los objetivos de restablecimiento del orden político, econó-
mico y social perdidos. En otras palabras, el contexto excepcional de crisis here-
dado de la administración anterior, tanto en su dimensión política-institucional,
como política-militar y económico-social, resultará funcional para que Fujimori
legitime la necesidad de un liderazgo neodecisionista como el suyo que reque-
ría la concentración casi absoluta del poder en su persona para la toma de deci-
siones con el objeto de garantizar el restablecimiento de un principio de orden
y gobernabilidad pública ausentes en el seno de la comunidad.
Sin embargo, el puro discurso de orden no habría sido suficiente si el
gobierno de Fujimori no hubiese logrado los resultados que se esperan de este
tipo de discurso soberano. En efecto, como sabemos, se exige a este tipo de
liderazgos delegativos (O´Donnell, 1992, 1997; Portantiero, 1993) que sean
eficaces en la toma de decisiones, siendo castigados electoralmente en caso de
no cumplir con las demandas ciudadanas.
En el caso de Fujimori, la solución de los graves problemas económicos,
del mismo modo que de los de orden político-institucional y político-militar,
no eran de fácil resolución, y venían de largos años de fracasos reiterados.
Durante los primeros dos años de gobierno el Presidente no podía mostrar más
que algunos signos de ordenamiento de la situación política. Sin embargo, en
el campo económico los resultados eran mucho mejores. En efecto, la tasa de
inflación en la Lima metropolitana, que había alcanzado un 1.722,3% en 1988
y 2.775,3% en 1989, llegando al récord histórico de 7649,6% durante 1990, se
redujo fuertemente a 139,2% en 1991 y 56,7% en 1992 (MEF). Además, el

111
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Presidente podía mostrar como un logro de su gestión la “reinserción” y


“modernización” económica generadas a partir de la aplicación de las reformas
de mercado.
De todos modos, como veremos a continuación, para consolidar su estilo
de liderazgo neodecisionista no alcanzaba con el éxito (relativo) en este campo.
Por el contrario, la gobernabilidad sólo se fortalecería cuando se lograra exten-
der el nuevo orden al campo de la política. Para ello, habría que esperar hasta
el autogolpe de abril de 1992, la llave maestra que fortalecería y permitiría
consolidar el liderazgo soberano del Presidente.

5. La profundización y consolidación del discurso neodecisionista

5.1. El “Autogolpe” de abril de 1992

Como vimos con anterioridad, durante los primeros dos años, Fujimori
había logrado un relativo éxito en estabilizar la economía. Sin embargo, no
había logrado solucionar aún la situación de ingobernabilidad política y la
percepción de “anomia” social (Cotler, 1993: 44; Portantiero, 1993: 26) deri-
vada de los problemas de orden institucional y militar. Esta carencia le permi-
tirá a Fujimori legitimar frente a la opinión pública la necesidad perentoria de
un liderazgo neodecisionista como el suyo que tomara las decisiones soberanas
en aquellos momentos de “emergencia permanente” (Quiroga, 2005). En otras
palabras, la insuficiencia para terminar de solucionar la grave crisis del régi-
men institucional heredado, un régimen caracterizado por la ineficacia decisio-
nal del Parlamento y la corrupción en el Poder Judicial, junto con la permanen-
cia de la violencia social de los grupos guerrilleros, le posibilitará a Fujimori
legitimar la necesidad de un liderazgo neodecisionista que decidiera las políti-
cas más adecuadas a tomar, con el objeto final de recuperar el orden y la paz
ausentes del seno de la comunidad.
Es, precisamente, este tipo de lógica subordinada al estilo de liderazgo
neodecisionista que decide cómo se debe actuar para garantizar la recuperación
del orden soberano, la que se hará presente en toda su magnitud en el denomi-
nado “autogolpe” de Estado del 5 de abril de 1992. Para entender esta drástica
medida, que pone en evidencia el grado extremo en el que llegará el neodeci-
sionismo presidencial en el caso peruano en relación a otros casos similares de

112
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

la región47, debemos tener en cuenta la génesis que llevó a su implementación.


La misma nos conduce a los episodios de noviembre de 1991, cuando el
Gobierno vio limitado su poder soberano en el Congreso. Como vimos, la
oposición había decidido vetar las medidas de “emergencia” tomadas por el
Gobierno en materia de reducción del gasto social. Al mismo tiempo, se había
opuesto a otorgar facultades irrestrictas a las Fuerzas Armadas para enfrentar
al “terrorismo” (Cotler, 1993: 52). En ese contexto, temeroso de que la oposi-
ción se articulase en un frente anti-oficialista que pudiere poner en cuestión el
liderazgo presidencial (McClintock, 1997: 321; Cotler, 1993: 52)48, Fujimori
decidió llevar a cabo aquello que ni Menem se había atrevido a hacer en Argen-
tina: disolver el Parlamento en una especie de “autogolpe”49.
El “autogolpe” de Estado perpetrado el 5 de abril de 1992, que contó
además del respaldo de las Fuerzas Armadas, con el apoyo de las elites políti-
cas y económicas del país y de gran parte de la población, disolvió el Congreso,
el Tribunal de Garantías Constitucionales, el Consejo Nacional de la Magistra-
tura y la Procuraduría General de la Nación. Además, destituyó, poco tiempo
después, a los miembros de la Corte Suprema, cesó en sus funciones a 150
jueces y depuso a los miembros del Jurado Nacional de Elecciones y a la diri-
gencia del Banco Nacional de Reserva, colocando en sus respectivos puestos a
funcionarios cercanos al Gobierno y leales al Presidente (García Montero,
2001: 69). Para no generar posibles disputas judiciales que pusieran en peligro
las medidas tomadas, se modificaron, además, los recursos de amparo y el

47. Por ejemplo, en Argentina, uno de los casos más extremos de liderazgo neodecisionista, el
Congreso fue degradado a partir de un discurso presidencial crítico de las instituciones y un
uso abusivo de los decretos y vetos legislativos. Sin embargo, el Congreso nunca llegó al
extremo de ser cerrado como ocurriría en el caso peruano. Esta particularidad, junto con la
importancia fundamental que adquiere el peligro acechante de la violencia política guerri-
llera, mucho más presente en Perú que en países como la Argentina, nos permite referirnos
a aquel país como un caso extremo de la región, probablemente el máximo, junto a Colom-
bia, de aplicación de este tipo de liderazgos neodecisionistas.
48. Según McClintock, Fujimori temía que Alan García, recientemente absuelto de los cargos de
corrupción de los que se lo acusaba desde su retiro del poder, retomase el protagonismo
público en la escena política, articulando a la oposición en un frente contrario a las medidas
“autoritarias” del Gobierno. Cotler, por su parte, sugiere que el motivo que desencadenó el
“autogolpe” se encuentra en las denuncias de corrupción que rozaban a su círculo más
íntimo y que llevaron a la formación de una comisión de investigación parlamentaria que
ponía en peligro su autonomía decisional.
49. Ver Capítulo II de la presente obra.

113
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

habeas corpus. Por otra parte, los locales partidistas y sindicales fueron ocupa-
dos por militares. Finalmente, en una clara política contraria a la defensa de las
garantías constitucionales y civiles, se dispuso el arresto de líderes políticos y
periodistas opositores entre los que se hallaban algunos funcionarios del
gobierno de Alan García, se interrumpieron funciones judiciales (poniéndose
en disponibilidad 135 magistrados) y se censuraron algunos medios de comu-
nicación acusados de opositores (García Montero, 2001: 69).
Pese a la magnitud de la medida tomada, que ha llevado a algunos teóri-
cos a definir al Gobierno de Fujimori como una “dictadura civil” (Kruijt y
Kooning, 2002), una “dictadura militar civil” (García Montero, 2001: 67), o
directamente como un “gobierno dictatorial” (McClintock, 1997: 314), cabe
recordar que la misma gozó, como dijimos, de un amplio respaldo popular,
cercano al 80% de la población, según encuestas de aquel período (García
Montero, 2001: 70). Este amplísimo apoyo popular muestra la relevancia
fundamental que había adquirido el discurso neodecisionista en el caso de Fuji-
mori y, al mismo tiempo, la degradación simultánea que había alcanzado en la
ciudadanía el sistema político tradicional.
Resulta pertinente, en ese sentido, analizar la forma en la que fue legiti-
mada esta medida desde el discurso de Fujimori. Para ello, debemos tener en
cuenta nuevamente los tres problemas heredados por el fujimorismo al acceder
al poder y la respuesta brindada a cada uno de ellos. Como vimos, uno de los
principales problemas heredados era la fuerte crisis económica. En este campo,
el Gobierno podía mostrar buenos resultados. En efecto, como señalaría el
Presidente, su mandato había obtenido algunos “resultados indiscutibles”,
como el logro de la estabilidad monetaria tras el caos hiperinflacionario y la
“reinserción” mundial del país frente a la situación de “aislamiento” previa:

Algunos resultados positivos e indiscutibles se aprecian ya en este primer


tramo de mi gobierno, ellos son el resultado de la disciplina y el orden con que
se han manejado los asuntos nacionales y de la actitud responsable y sacrifi-
cada del pueblo peruano. Allí están la reinserción de nuestro país en el ámbito
financiero internacional, el paulatino control de la hiperinflación y el clima de
confianza y estabilidad logrados (Discurso del 05/04/92).

Sin embargo, aún quedaba irresuelto otro gran problema como lo era el
político-institucional. Es, precisamente, en ese contexto de “descomposición de

114
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

la institucionalidad vigente”, el “caos” y la “corrupción” del régimen político,


en el que se justificará la necesidad del autogolpe. En palabras del Presidente:

Pero hoy sentimos que algo nos impide continuar avanzando por la senda de
la reconstrucción nacional y el progreso. Y el pueblo del Perú sabe la causa de
este entrampamiento, sabe que no es otro que la descomposición de la institu-
cionalidad vigente. El caos y la corrupción, la falta de identificación con los
grandes intereses nacionales de algunas instituciones fundamentales, como el
Poder Legislativo y el Poder Judicial, traban la acción de gobierno orientada
al logro de los objetivos de la reconstrucción y el desarrollo nacionales
(Discurso del 05/04/92).

Desde el discurso de Fujimori, el autogolpe era necesario dada la “inope-


rancia” del Parlamento, la “corrupción” del Poder Judicial y la “actitud
obstruccionista” de los partidos tradicionales:

A la inoperancia del Parlamento y la corrupción del Poder Judicial se


suman la evidente actitud obstruccionista y conjura encubierta contra los
esfuerzos del pueblo y del gobierno por parte de las cúpulas partidarias. Estas
cúpulas, expresión de la politiquería tradicional, actúan con el único interés de
bloquear las medidas económicas que conduzcan el saneamiento de la situación
de bancarrota que, precisamente, ellas dejaron (Discurso del 05/04/92).

Pero además, la medida era necesaria para solucionar el último de los gran-
des problemas que todavía se hallaban irresueltos: el de orden político militar.
Haciendo referencia a los partidos políticos y a los poderes legislativo y judicial,
Fujimori criticará de manera implícita a aquellos “grupos a quienes interesa que
fracase la Estrategia de Pacificación porque no se atreven a tomar posición clara
frente al terrorismo”. Según Fujimori, “los encarnizados adversarios políticos de
ayer se unen hoy en el propósito de impedir el éxito de la gestión de gobierno,
sin importarles el futuro del país” (Discurso del 05/04/92).
Debemos recordar que, desde el discurso del Presidente, el Parlamento,
a través de estas medidas “obstruccionistas”, le había negado la toma de deci-
siones soberanas requeridas para recuperar el orden perdido. Según Fujimori,
esta “conjura” de la oposición había llevado finalmente a que el Presidente se
viera obligado a realizar el autogolpe:

115
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

En la lucha contra el narcotráfico, el Parlamento ha mostrado debilidad e


inconsecuencia. Esto se ve claramente en su posición frente a la legislación
propuesta por el Ejecutivo para sancionar el lavado de dinero, para permitir
levantar el secreto bancario, para sancionar la compra y venta de bienes prove-
nientes del tráfico ilícito de drogas y para sancionar a servidores y funcionarios
públicos que incurran en actos de encubrimiento de narcotraficantes. Todas estas
medidas planteadas por el Gobierno, mediante Decreto Legislativo Nº 736,
fueron derogadas por el Congreso sin la menor explicación y sin pensar que de
esta manera se dejaba al país desarmado para sancionar con la dureza necesa-
ria a quienes delinquen con el tráfico de drogas (Discurso del 05/04/92).

En ese contexto, el Parlamento era situado por Fujimori como aquella


“máquina de impedir” que actuaba de manera “irresponsable” frente a la situa-
ción de crisis, recortándole poder político al Ejecutivo y, por lo tanto, impidién-
dole al líder la necesaria toma de decisiones soberanas en cuestiones de polí-
tica económica y “lucha antiterrorista” en aquellos momentos de extrema
“emergencia”:

La actitud irresponsable y negativa de los parlamentarios no respeta,


tampoco, los mandatos constitucionales, los cuales son violados consciente-
mente. Tal es el caso de la promulgación de la Ley Nº 25.397, denominada Ley
de Control Parlamentario sobre los actos normativos del Presidente de la Repú-
blica que pretende maniatar a éste, recortándole atribuciones elementales para
gobernar.
Esto en aspectos tan importantes como la política económica o la lucha anti-
terrorista, cuando se niega al Presidente la facultad de señalar cuáles son las
zonas de emergencia (Discurso del 05/04/92).

Desde el discurso neodecisionista de Fujimori, estas “obstrucciones” por


parte del Parlamento no sólo impedían la resolución necesaria de los problemas
aún irresueltos de su Gobierno, sino que incluso podían hacer peligrar los
logros ya conseguidos, como la estabilidad monetaria:

Sin el menor respeto por las facultades presidenciales consignadas en nuestra


Constitución, incluso se pretende negarle la posibilidad de observar en todo o en
parte la Ley Anual de Presupuesto. Este exceso demagógico y obstruccionista ha

116
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

conducido a un grave déficit presupuestal que podría hacer rebrotar la hiperinfla-


ción si no se toman urgentes medidas correctivas (Discurso del 05/04/92).

Frente a esa situación, en la que el gran culpable que impedía la solución


de los problemas nacionales era el Parlamento, se requería dejar a un lado este
tipo de sistema parlamentario “irresponsable” y “estéril” que sólo defendía
intereses particulares, para preservar el “supremo interés de la Nación”:

El pueblo del Perú, las grandes mayorías, reclaman que las energías nacio-
nales sean canalizadas, orientadas y administradas, por instituciones eficientes
comprometidas con el supremo interés de la nación. Por eso su rechazo perma-
nente a un parlamentarismo irresponsable, estéril, antihistórico y antinacional,
que hace prevalecer el interés de grupos y cúpulas partidarias sobre el del Perú.
El país quiere un Parlamento conectado con las grandes tareas nacionales,
despojado de los vicios del caciquismo político y del clientelismo.

Del mismo modo, se hacía necesario dejar a un lado al sistema judicial, colo-
nizado también por el “sectarismo político”, la “irresponsabilidad” y los “feudos de
corrupción”, que impedían la necesaria solución de los problemas ciudadanos:

La administración de justicia ganada por el sectarismo político, la venalidad


y la irresponsabilidad cómplice, es un escándalo que permanentemente despres-
tigia a la democracia y a la ley. El país está harto de esta realidad y desea solu-
ciones. Quiere un sistema de administración de justicia eficaz y moderna, que
constituya plena garantía para la vida ciudadana. No quiere más feudos de
corrupción allí donde debiera reinar una moral intachable.

En efecto, según Fujimori, “la corrupción y la infiltración política han


llegado a tal grado que ésta se da en todos los niveles e instancias del Poder
Judicial. En el Perú la justicia siempre ha sido una mercancía que se compra o
se vende al mejor postor”. Pero además de ello, retomando el tema de la
“violencia subversiva”, Fujimori se referirá a cómo el Poder Judicial no sólo
promovía la corrupción, sino que permitía la permanencia del problema polí-
tico-militar a partir de la rápida liberación de los “terroristas” y narcotraficantes
más poderosos, en contraposición al trato recibido por los sectores de escasos
recursos económicos e influencia política:

117
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Entre algunos ejemplos de cómo funciona la justicia en el país, baste con


mencionar la liberación inexplicable de narcotraficantes, o el trato notoria-
mente parcial que les es dispensado a los mismos, o la masiva puesta en liber-
tad de terroristas convictos y confesos, haciendo mal uso del llamado criterio
de conciencia. Hay que contrastar, pues, la sospechosa lentitud con que se
llevan los procesos seguido por los ciudadanos de escasos recursos y la diligen-
cia inusual con la que se tratan los casos de gentes con influencia y poder. Todo
esto hace escarnio de la justicia.

Debemos tener en cuenta que, como señala Cotler, tanto el Poder Legis-
lativo como el Poder Judicial, e incluso la Administración Pública, tradicional-
mente se caracterizaron en Perú por la permanencia de prácticas de cliente-
lismo, prebendarismo y nepotismo que favorecían a los principales núcleos de
poder político y económico, quienes podían acceder, de ese modo, a los jugo-
sos recursos estatales y garantizarse impunidad de la justicia, en desmedro de
las minorías desplazadas (Cotler, 1993: 40-41). En ese contexto, signado por la
presencia de instituciones que “sirven a menudo a los intereses de todos los
grupos privilegiados”, y frente a la amenaza irresuelta del terrorismo, el narco-
tráfico y la corrupción, así como la necesidad perentoria de profundizar los
“cambios socioeconómicos fundamentales”, Fujimori justificará, entonces, la
necesidad de llevar a cabo una “profunda transformación”, un cambio “radical”
que permitiría “robustecer” las “estructuras del país” y promover la presencia
de parlamentarios que defiendan “los reales intereses del pueblo”:

Nadie duda que el Perú no puede continuar postergando indefinidamente


cambios socioeconómicos fundamentales. Es por ello que, hoy más que nunca,
el Perú necesita, no un parche o una reforma parcial, sino una profunda trans-
formación. El Perú no puede continuar debilitándose por obra del terrorismo,
el narcotráfico, la corrupción. Tenemos que robustecerlo por la vía de una
modificación radical de las estructuras del país. No podemos esperar tres años
más para que lleguen al Parlamento ciudadanos identificados con los reales
intereses del pueblo. No podemos esperar, tampoco, un día más, para llevar
adelante la reorganización total del Poder Judicial (Discurso del 05/04/92).

Se trataba, en palabras de Fujimori, de iniciar el camino a la “reconstrucción


del país” para alcanzar un futuro de “bienestar” que incluyese a toda la Nación:

118
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

El Perú se ha jugado en estos veinte meses su destino, pero se lo seguirá


jugando en el futuro pues la reconstrucción del país recién empieza. El gobierno
es consciente de la necesidad histórica de eliminar todas las resistencias y
frenos a este proceso de reconstrucción”. Si el país no se reconstruye ahora, si
no se sientan las bases del desarrollo nacional, no hay garantía posible para el
bienestar de los peruanos como colectividad civilizada, como Estado.

En ese contexto de fracaso absoluto de todo el sistema de representación


institucional, se dejaba en evidencia, entonces, la necesidad de asumir una
“actitud de excepción” que permitiese realizar las medidas necesarias para
alcanzar la “transformación” y el “progreso” del país:

¿Cuál es la institución o mecanismo que permitiría realizar todos los


cambios profundos que a su vez hagan posible el despegue del Perú? Sin lugar
a dudas ni el Parlamento, ni el Poder Judicial son hoy por hoy agentes de
cambio, sino más bien freno a la transformación y el progreso. Como Presidente
de la República, he constatado directamente todas estas anomalías y me he
sentido en la responsabilidad de asumir una actitud de excepción para procurar
aligerar el proceso de esta reconstrucción nacional (Discurso del 05/04/92).

Y será precisamente el autogolpe de abril la medida de excepción schmit-


tiana que permitiría alcanzar ese “proceso de reconstrucción nacional” a partir
de las “trascendentales medidas” que resolverían “Disolver temporalmente el
Congreso de la República, hasta la aprobación de una nueva estructura orgá-
nica del Poder Legislativo, la que se aprobará mediante un plebiscito nacio-
nal”, “Reorganizar totalmente el Poder Judicial, el Consejo Nacional de la
Magistratura, el Tribunal de Garantías Constitucionales, y el Ministerio
Público para una honesta y eficiente administración de justicia” y “Reestructu-
rar la Contraloría General de la República con el objeto de lograr una fiscali-
zación adecuada y oportuna de la administración pública, que conduzca a
sanciones drásticas a los responsables de la malversación de los recursos del
Estado”, entre otras medidas (Discurso del 05/04/92).
Más allá del discurso legitimador por parte de Fujimori, lo más rele-
vante de la drástica medida tomada por el Presidente será, como dijimos, el
fuerte consenso generado en buena parte de la sociedad. Este respaldo encuen-
tra su explicación en el estilo de liderazgo neodecisionista defendido por el

119
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Presidente con el objeto de garantizar un principio de orden y gobernabilidad


política en el seno de la comunidad. Así, lejos de verse como tiránica y contra-
ria a la defensa de las instituciones representativas, la polémica medida permi-
tió, por el contrario, fortalecer el vínculo social entre el Presidente y sus elec-
tores a partir de la lucha contra la “partidocracia” y la defensa del orden
público (Cotler, 1993; Escandell y Nakano, 1998: 308-309; García Montero,
2001: 66).
Ahora bien, la sola aplicación de esta medida de emergencia que, como
señalará el Presidente poco después, implicaba la adopción de “una decisión de
características excepcionales para corregir las peligrosas deficiencias y vacíos
de nuestro sistema político y así, poder hacer frente a los graves problemas del
país” (Discurso del 28/07/93), no bastaba para mantener el apoyo popular más
allá del respaldo momentáneo. Para conservar en el tiempo ese respaldo popu-
lar, su liderazgo neodecisionista debía mostrar una efectividad tangible en la
solución de los problemas irresueltos. En otras palabras, el autogolpe le permi-
tió a Fujimori ampliar el respaldo social en la ciudadanía a partir de su crítica
a los desprestigiados partidos políticos, la corrupción e impunidad del Poder
Judicial y la ineficacia decisional del Parlamento. Todos ellos estaban impi-
diendo la solución definitiva de los grandes problemas nacionales, al consti-
tuirse en aquella “máquina de impedir”. Ahora que habían sido resueltos los
impedimentos para recuperar la gobernabilidad, había que mostrar resultados
concretos para luego legitimar el tipo de discurso de la emergencia perma-
nente. Estas respuestas se harían presentes rápidamente.

5.2. La solución política al problema del “terrorismo”

Tal como hemos sostenido, el tema de la violencia militar era uno de los
problemas más candentes que debió afrontar el presidente Fujimori desde su
llegada al poder. En ese contexto, fiel a su estilo de liderazgo neodecisionista,
el Primer Mandatario incentivó en la ciudadanía la necesidad de incrementar el
poder en sus manos para tomar decisiones en aquellos momentos de excepción,
que permitiesen luchar contra el “terrorismo” de Sendero Luminoso y del
Movimiento Revolucionario Tupac Amarú.
Aunque, como señalamos, ya desde su discurso de asunción Fujimori
defendía la importancia de respetar los derechos humanos y el diálogo racional
como una prioridad “fundamental” de su Gobierno para solucionar el tema

120
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

político-militar50, una vez en el poder el Presidente hizo uso y abuso de la


violencia contrainsurgente. A pesar de ello, la población apoyó sistemática-
mente estas medidas, que no sólo iban en desmedro de las instituciones repre-
sentativas, sino que incluso atropellaban los derechos humanos, con tal de
alcanzar el orden público perdido.
En efecto, la lucha política y la violencia social que eran moneda corriente
a finales de los años 80 habían llevado al país a una situación de caos e ingober-
nabilidad que parecía encaminar al país hacia una “verdadera guerra civil”. En
ese contexto caótico, que hacía del caso peruano un caso extremo en la región,
predominaba la demanda social, tanto en los sectores populares y la clase media
de origen rural, temerosos frente a la amenaza latente de una posible “guerra
interna”, como en los principales dirigentes del sector privado empresarial, que
buscaban un principio de “seguridad jurídica” para garantizar sus inversiones,
de un liderazgo que recuperara como sea el orden y la seguridad pública perdi-
das (Escandell y Nakano, 1998: 310-311; García Montero, 2001).
Una de las principales medidas encaminadas a recuperar aquel orden
público ausente frente a la situación de “caos” y “anarquía” social había sido
precisamente el autogolpe de abril de 1992. En palabras de Fujimori:

Aquel día, el 5 de abril de 1992, me enfrenté a una disyuntiva: o el Perú


seguía caminando, aceleradamente, hacia al abismo de la anarquía y el caos,
empujado por el terrorismo y la pasividad del aparato estatal, o yo me jugaba
entero para dotar al Estado de los instrumentos indispensables para acabar con
esa amenaza (Discurso del 28/07/93).

Según el Presidente, este tipo de medida de emergencia había permitido


terminar “con la violencia y el terror enquistados en el acontecer cotidiano”,
una situación que, favorecida por el accionar impune del Poder Judicial, “ahon-
daba la crisis económica y con ella la miseria”. En efecto:

50. En aquel discurso el Primer Mandatario decía que “La violencia terrorista que enfrenta
actualmente nuestra joven democracia no puede justificar de manera alguna la violación
sistemática o esporádica de los derechos humanos. La lucha anti-subversiva que emprenderá
mi Gobierno se enmarcará y ejecutará conforme a los principios consagrados por la Consti-
tución y las leyes de la República. Esta perspectiva será aplicada con equidad y justicia tanto
para aquellos que hoy agreden nuestra sociedad como para los que la defienden” (Discurso
del 18/07/90).

121
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Antes del 5 de abril el Estado y sus instituciones, a pesar de haber sido


medianamente reformado y modernizado, continuaba desprestigiándose al
mostrarse impotente para acabar con la ola criminal del terrorismo. Hasta
antes del 5 de abril había, pues, un Gobierno nacional y una fuerza criminal que
lo retaba, en un cada vez más evidente equilibrio de poder armado, que no podí-
amos permitir. Es en este contexto en el que el anterior Poder Judicial fue inca-
paz de aplicar la justicia a los criminales terroristas. Estos, tras procesos judi-
ciales que eran una burla, ganaban nuevamente la calle para, en muchos casos,
reintegrarse a comandos de aniquilamiento (Discurso del 28/07/93).

En contraste con aquella situación de inacción gubernamental que repre-


sentaba, en palabras de Fujimori, “el camino irremediable hacia el colapso
nacional”, a partir del autogolpe de abril de 1992, se había logrado terminar, tal
como lo mostraba el índice total de condenados por la subversión, con la “ola
criminal del terrorismo”, condición de posibilidad para alcanzar la anhelada
“pacificación nacional” (Discurso del 28/07/93).
Para dar cuenta de lo hondo que caló en la sociedad civil este tipo de
discurso neodecisionista de recuperación del orden soberano frente a la situa-
ción de caos social provocada por el “terrorismo”, basta señalar que esta
medida de excepción le permitió a Fujimori aumentar su popularidad en nada
menos que en un 30%. Sin embargo, al poco tiempo los índices de aprobación
volvieron a bajar (García Montero, 2001: 66-67). Hacían falta demostrar
nuevos hechos concretos y tangibles en el campo político-militar que consoli-
daran la eficacia de su discurso.
Precisamente, el hecho político que marcaría la mayor victoria en este
campo, al menos durante su primera presidencia, tendría lugar el 12 de
septiembre de ese año, cuando el Gobierno logra capturar a Abimael Guzmán,
líder de Sendero Luminoso. Tras la captura del líder del grupo guerrillero el
liderazgo neodecisionista de Fujimori lograría fortalecerse aún más, en tanto le
permitía legitimar con mayor amplitud su discurso en favor del orden soberano
y la estabilidad política garantizada por el accionar decisorio del Ejecutivo. En
ese contexto, como señalará el líder peruano en una oportunidad, “Han pasado,
pues, los días en que el Perú sufría, casi indefenso, los embates criminales de
las bandas terroristas. Días en que el cabecilla de Sendero Luminoso se creía
invencible y omnipresente”. A partir de estos logros concretos, se vislumbraba,
entonces, la posibilidad de solucionar de manera definitiva el gran problema

122
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

irresuelto de la violencia política. En palabras del Presidente: “Lo que parecía


una pretensión audaz, hoy se vislumbra como una realidad. Ahora nos estamos
poniendo plazos, realistas, para acabar de una vez por todas con el MRTA y
Sendero Luminoso” (Discurso del 28/07/93).
En ese contexto de éxito concreto y tangible en la “guerra” contra el
“más oscuro y tenebroso totalitarismo” que simbolizaba el dirigente de SL,
quien intentaba “sembrar la destrucción y la muerte en el Perú, como medios
para imponer un régimen feroz e inhumano” (Discurso del 28/07/93), los índi-
ces de popularidad del Presidente volvieron a subir vertiginosamente (García
Montero, 2001: 66-67). Pero además, la captura del líder guerrillero significó
una dura derrota de Sendero Luminoso, ya que este grupo dependía en gran
medida del liderazgo personalista y la mística de su jefe (Cotler, 1993: 38;
García Montero, 2001). El discurso neodecisionista de Fujimori se consolidaba
cada vez más.

5.3. La reforma constitucional

Señalamos anteriormente que el autogolpe del 5 de abril representó la


llave maestra que nos permite entender el proceso de consolidación de la hege-
monía fujimorista. En efecto, a partir de esta polémica medida, Fujimori logró
iniciar el proceso de consolidación de su estilo de liderazgo neodecisionista, en
desmedro de las desprestigiadas instituciones representativas de la República. Al
mismo tiempo, logró fortalecer el vínculo plebiscitario con la sociedad civil a
partir de la derrota de la “amenaza del terrorismo polpotiano” y la consiguiente
recuperación de la “paz” y el “orden” ausentes en el seno de la comunidad.
Ahora bien, más allá del fuerte apoyo popular quitar obtenido, debemos
tener en cuenta, además, que, a partir del autogolpe del “Chino”, se abrieron
para Fujimori las puertas a la reforma de la Constitución del año siguiente, lo
que permitió, a su vez, la continuidad de su liderazgo en el poder a partir de
1995 y por cinco años más. En efecto, tras la realización del autogolpe, lejos
de confirmarse el inicio de un Gobierno con poderes dictatoriales permanentes,
se planteó un retorno a los parámetros de funcionamiento institucional en tres
etapas. Así, en una primera etapa, en noviembre de 1992, Fujimori llamó a
elecciones de delegados constituyentes para redactar la nueva Constitución. En
junio de 1993, llamó a elecciones municipales y, poco después, se produjo el
llamado al referéndum constitucional (García Montero, 2001: 70).

123
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Cumpliendo con el proceso de “normalización” institucional, que respon-


día en gran medida a la presión internacional llevada a cabo por los organismos
multilaterales de crédito, la Organización de Estados Americanos (OEA) y el
gobierno de los Estados Unidos (Cotler, 1993: 53; Escandell y Nakano, 1998:
301; García Montero, 2001: 70), el 7 de septiembre de 1992, el Gobierno logró
la aprobación de la reforma por el Congreso Nacional Constituyente (Congreso
Constituyente Democrático). Para ello, contó con la ayuda de su partido Nueva
Mayoría y la no participación de los partidos opositores de Acción Popular,
Movimiento Libertad y Partido Unificado, lo que le permitió alcanzar el 77% de
los votos en la elección de delegados constituyentes. Dos meses después, se
llevaron a cabo las elecciones municipales. Con un discurso neodecisionista en
defensa de la estabilidad económica y la seguridad y el orden público reestable-
cidos, acrecentado este último tras la captura de Guzmán y otros dirigentes de
SL y del MRTA, y criticando fuertemente al sistema de partidos tradicional, la
lista oficialista obtuvo un indiscutible triunfo (Cotler, 1993: 54).
Tras la realización de las elecciones municipales, de acuerdo a lo
dispuesto entre las medidas tomadas tras el autogolpe de 1992, el 31 de octu-
bre de 1993 se llamó al referéndum para la reforma de la cláusula constitucio-
nal de 1979 que impedía la reelección presidencial inmediata. En un ajustado
triunfo, el sí para la reelección de Fujimori obtuvo el 52,24% de los votos,
contra el 47,75% que consiguió el No (Escandell y Nakano, 1998: 309).
El proyecto de reforma constitucional sólo posible, como dijimos, tras el
“autogolpe”, resultó clave para las aspiraciones políticas de Fujimori, ya que, al
igual que Menem en Argentina, le permitió al Presidente de acuerdo al artículo
112 de la constitución de Perú, alcanzar por esa vía su reelección por un segundo
mandato, en el caso del mandatario peruano, de cinco años. Pero, al mismo
tiempo, significó también una ampliación de las atribuciones constitucionales que
reforzaban su estilo de liderazgo neodecisionista. Así, el artículo 134 le permitió
disolver el Congreso en caso de perder el respaldo de este órgano hacia dos o más
de sus Consejos de Ministros. Además, el artículo 118 le permitió al Presidente
promover las formas de empleo de las Fuerzas Armadas y la policía sin la inter-
vención del Congreso, lo que le posibilitaba reforzar su alianza con el sector. En
la misma línea, el artículo 140 promovía la pena de muerte en casos de “traición
a la Patria en caso de guerra y de terrorismo”. Esta medida justificaba, así, la
violencia militar y la ausencia de un principio de defensa de los derechos huma-
nos en la lucha contra el “terrorismo” de los grupos guerrilleros internos.

124
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

Por otra parte, pese a que el Poder Legislativo no había sido especial-
mente obstruccionista hasta ese entonces (McClintock, 1997: 322)51, se plante-
aron fuertes limitaciones legislativas que redujeron al Parlamento a una sola
Cámara. Además, se establecieron limitaciones en la política de defensa de los
derechos humanos al retroceder en el reconocimiento de tratados internaciona-
les y al reducir las funciones del Estado para garantizar derechos económicos
y sociales. En ese sentido, cabe mencionar que el artículo 140 permitió modi-
ficar la legislación vigente para hacer posible la supresión de las leyes de segu-
ridad social (García Montero, 2001: 71). Pero la medida más importante se
hallaba presente en el polémico artículo 137, que le permitió al Presidente
declarar el “Estado de excepción”. Esto implicaba la posibilidad de instaurar el
estado de emergencia en casos de perturbación de la paz o el orden interno y
habilitaba al Poder Ejecutivo a restringir o suspender los derechos constitucio-
nales relativos a la libertad y seguridad personal. Además, le permitía, instau-
rar el Estado de sitio en casos de guerra exterior, invasión o guerra civil (García
Montero, 2001: 71).
El resultado del proceso de reforma constitucional fue, por lo tanto, un
liderazgo neodecisionista mucho más reforzado y potente y con mayor poder
de soberanía en la lucha contra la situación de caos e ingobernabilidad política,
económica y social, que el existente al momento de asumir su liderazgo52. En
un contexto signado por el éxito político y económico, el debilitamiento
extremo de los partidos políticos tradicionales y el Parlamento y la creciente
desestructuración y fragmentación en el seno de la oposición, a lo que debemos
sumar y el firme respaldo al candidato del oficialismo por parte de los grandes
medios de comunicación, especialmente la televisión, y de los principales
sectores del establishment empresarial (Escandell y Nakano, 1998; García
Montero, 2001) y de la “tecnoburocracia” militar, el liderazgo neodecisionista

51. En efecto, el Parlamento sólo rechazó el 22% de los decretos-leyes firmados por Fujimori,
aprobando el 78% restante. En ese contexto, como señala McClintock, la idea de un Parla-
mento que impedía la aprobación de las leyes fue mas bien una actitud tendiente a legitimar
el posterior auto-golpe.
52. Para tener una idea del extremo poder que había adquirido el liderazgo neodecisionista de
Fujimori hacia el final de su mandato, debemos tener en cuenta que, de acuerdo a la encuesta
de Latinobarómetro de 1995 (1226 casos, período mayo-junio), sólo el 10% de los encues-
tados creían que el Parlamento peruano era el órgano que tiene más poder, contra 71% que
afirmaba que era el Gobierno. Ambos parámetros representaban, además, los casos extremos
de más y de menos de toda la región.

125
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

de Fujimori, ahora consolidado en su hegemonía, no tendría inconvenientes en


ser reelecto en primera vuelta, con casi dos tercios del total de los votos, en las
elecciones presidenciales realizadas en abril de 199553.

6. Conclusiones

En el transcurso de este trabajo nos propusimos abordar la conformación


discursiva del estilo de liderazgo neodecisionista que caracterizó al caso
peruano durante el primer gobierno de Alberto Fujimori. Señalamos que, a
diferencia de otras experiencias de la región, el caso peruano en los años 90
representaba un caso extremo en la aplicación de este estilo de liderazgo
“piloto de tormentas”. En efecto, en el momento de asumir Fujimori como
Presidente, el país andino no sólo se hallaba inmerso en una situación de hipe-
rinflación explosiva y fuerte crisis de representación política, situación
compartida por otros países de la región, sino que se hallaba también signado
por una pesada herencia de décadas de una trágica y feroz lucha interna entre
el Estado y los grupos guerrilleros, lo que ponía al Estado soberano frente a la
amenaza latente de disolución de lo social. En ese contexto, que incluía,
además, el problema irresuelto del narcotráfico, se requería también una
respuesta extrema. Es precisamente como una respuesta directa y extrema a
aquella situación de crisis del modelo sustitutivo de posguerra, creciente ingo-
bernabilidad política y fragmentación social en el que hizo su aparición el lide-
razgo neodecisionista de Alberto Fujimori. El nuevo liderazgo emergente debía
solucionar, entonces, los tres grandes problemas heredados de las gestiones
anteriores: el problema político-institucional, el problema político-militar y el
problema económico-social.
En relación al primero de ellos, vimos que ya desde los comienzos de su
mandato el Presidente no buscó generar consensos partidarios e institucionales,
acentuando el estilo de liderazgo soberano que le había permitido acceder al
poder. En dicho marco, una vez electo Fujimori dejó a un lado la concertación

53. En las elecciones presidenciales del 9 de abril de 1995, Fujimori obtuvo, con su partido
Cambio 90/Nueva Mayoría, el 64,42% de los votos, venciendo al candidato de la oposición
de Unión Por Perú (UPP) y Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuellar, quien
sólo obtuvo el 21,81% del total de los sufragios (datos oficiales extraídos de la página elec-
trónica de la Universidad de Georgetown).

126
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

con la oposición y el respeto a la división de poderes, para abusar de los diver-


sos mecanismos constitucionales previstos para los casos de “emergencia”. A
pesar de ello, mantuvo en el tiempo el apoyo de amplios sectores sociales, en
razón de la profunda crisis de representatividad de los partidos tradicionales y
de que conformó un discurso neodecisionista en el que su liderazgo decisorio
resultaba indispensable para recuperar el orden y la gobernabilidad ausentes en
el seno de la comunidad, al tiempo que la ineficiencia e ineficacia decisional
del Parlamento, los partidos políticos tradicionales y el Poder Judicial actua-
ban, precisamente, impidiendo alcanzar el éxito en este campo.
El segundo de los grandes problemas irresueltos estaba representado por
la feroz lucha interna entre el Estado y los grupos guerrilleros de Sendero
Luminoso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amarú, una cuestión deli-
cada que se remontaba a la década del 80. Para hacer frente a ese conflicto, que
ponía en jaque la soberanía política del país, y situaba al caso peruano como
uno de los casos más extremos de caos e ingobernabilidad en toda la región con
la excepción de Colombia, el Presidente se alió con militares y policías para
hacer uso y abuso de la violencia contrainsurgente. No obstante, a pesar de ir
en desmedro de las instituciones representativas y atropellar los derechos
humanos , la población apoyó sistemáticamente estas medidas neodecisionis-
tas con tal de alcanzar el orden público perdido frente al contexto de violencia
social y amenaza latente de “guerra civil”.
Finalmente, el gobierno de Fujimori debía hacer frente al grave problema
económico-social heredado. Por un lado, la hiperinflación de cuatro dígitos
había evaporado en poco tiempo los ingresos de los trabajadores. Por el otro,
la enorme deuda externa había llegado a límites insostenibles, incrementando
el déficit fiscal y la ineficiencia del Estado. En ese contexto, las tasas de
desocupación y subocupación habían alcanzado índices históricos. El marco
general de crisis de la matriz estadocéntrica le permitió a Fujimori dejar a un
lado sus promesas de campaña a favor de los sectores populares, para aliarse
con los grandes empresarios y aplicar un programa de reformas neoliberales. A
pesar de la magnitud de la transformación, el Presidente logró mantener, un
amplio respaldo social, al reestablecer la estabilidad económica y lograr la
modernización y “reinserción internacional” del país en el seno de la comuni-
dad internacional.
De todos modos, para consolidar su discurso neodecisionista no alcanzaba
con el éxito (relativo) en este campo. Por el contrario, la gobernabilidad sólo se

127
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

fortalecería cuando se lograra extender el nuevo orden al campo de la política.


Para ello, habría que esperar hasta el autogolpe del 5 de abril de 1992, la llave
maestra que fortalecería y permitiría consolidar el liderazgo presidencial. El
autogolpe de abril le permitió a Fujimori no sólo la posibilidad de ser reelegido
democráticamente en las elecciones de 1995, sino también profundizar aún más
en su estilo de liderazgo neodecisionista. En efecto, a partir de esta medida se
consolidó el poder plebiscitario del Ejecutivo soberano en desmedro de las insti-
tuciones representativas de la República. Pero sobre todo, el autogolpe le permi-
tió a Fujimori sostener y ampliar el respaldo social frente a la opinión pública.
Ello se debe, más allá de la tradición nacional de poco respeto a las reglas cons-
titucionales, al estilo de liderazgo que caracterizaba al Presidente desde su asun-
ción. Como vimos, se trataba de un liderazgo neodecisionista que era contrario
a los partidos políticos tradicionales, criticaba la ineficiencia e ineficacia deci-
sional del Parlamento, e incentivaba la necesidad de la toma constante de deci-
siones soberanas con el objeto de recuperar el orden político, económico y
social ausentes. Es, precisamente, a partir de la necesidad de este tipo de lide-
razgo piloto de tormentas, incentivado por un discurso presidencial que fomen-
taba la creación de un temor generalizado a la inminente “guerra interna”, como
pudo relegitimar su accionar Fujimori frente a la sociedad civil, para luego
llamar a una etapa de cierta regeneración institucional que concluiría con la
reforma de la Constitución al año siguiente y la consiguiente posibilidad de ser
reelecto en las elecciones presidenciales de 1995.
En relación al problema de orden político-militar, los éxitos también se
hallaban a la vista. Debemos recordar que, una vez en el poder, Fujimori había
efectuado una alianza estratégica con militares y policías para intentar solucio-
nar el grave problema político militar del “terrorismo”. Esta “tecnoburocracia
fiel” había logrado constituir, junto con empresarios y grandes medios de comu-
nicación, un “núcleo duro” de respaldo a sus políticas a partir de la ayuda brin-
dada por su servicio secreto (la Agencia Nacional de Inteligencia), liderado por
Vladimiro Montesinos (García Montero, 2001: 68; Kruijt y Koonings, 2002).
Esta firme estructura de poder, disciplinada mediante incentivos materiales y
organizada a partir del “terror” a dirigentes y partidarios de la oposición, le
permitiría a Fujimori hallar la solución definitiva al histórico problema de la
violencia política y social, sobre todo a partir de la captura del líder guerrillero
Abimael Guzmán, en septiembre de 1992. En ese contexto, pese a las reiteradas
denuncias sobre violaciones a los derechos humanos, el Presidente conservaría

128
LA CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DEL DISCURSO NEODECISIONISTA DE FUJIMORI EN PERÚ (1990-1995)

un fuerte respaldo social, ya que podía mostrar como un nuevo éxito de su


mandato el haber recuperado de manera definitiva el orden y la estabilidad polí-
tica frente a la situación de caos y amenaza latente de disolución de lo social en
la que había accedido al poder.
En resumen, hacia comienzos de 1995 Fujimori podía exponer como
hechos tangibles y concretos la recuperación de la gobernabilidad y el orden
público frente al caos y la inestabilidad política, económica y social en la que
había asumido la presidencia cinco años antes. En efecto, por un lado había
logrado estabilizar la situación de hiperinflación heredada por la administración
anterior, modernizando e insertando a Perú en el nuevo orden internacional. Por
otro lado, había logrado enfrentarse con éxito al peligro latente del “terrorismo”
y la violencia social que acechaba al “cuerpo social” del país. Su gestión había
logrado terminar, entonces, con el desgobierno y la ineficacia decisional de los
dirigentes antecesores pertenecientes a la elite tradicional, garantizando un prin-
cipio de paz y seguridad hasta entonces ausentes en el seno de la comunidad. En
ese contexto de éxito político y económico, al que debemos sumar, además, la
creciente desestructuración y fragmentación en el seno de la oposición y el
firme respaldo al candidato del oficialismo por parte de los grandes medios de
comunicación y de los principales sectores del poder empresarial, el liderazgo
neodecisionista de Fujimori, ahora consolidado en su hegemonía, no tendría
inconvenientes en ser reelecto cómodamente en primera vuelta, con casi el 65%
de los votos, en las elecciones presidenciales realizadas en abril de 1995.
En una segunda etapa, iniciada tras su reelección presidencial, Fujimori
sufrió el descarrilamiento de los dos “sectores públicos paralelos”: las Fuerzas
Armadas y el Sistema de Inteligencia Nacional (Dirk Kruijt y Kees Kooning,
2002). De este modo, ya no pudo controlar a las asociaciones populares y usar
libremente métodos fraudulentos para manipular a la opinión pública y a las
propias elecciones. En cuanto al tema económico-social, en la segunda presi-
dencia, si bien decayeron los índices de inflación, aumentó la deuda externa y,
sobre todo, las tasas de desempleo y subempleo. Por otra parte, el miedo al
pasado de hiperinflación y caos y el éxito de la lucha contra el “terrorismo” se
había generado en gran medida en los primeros años, por lo que el Gobierno
venía un poco desgastado en el tema (García Montero, 2001). En dicho marco,
comenzaría la lenta etapa de decadencia del liderazgo neodecisionista de Fuji-
mori, lo que no le impediría asumir el 28 de julio del año 2000 su tercer
mandato presidencial.

129
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Sin embargo, pronto saldrían a la luz videos secretos que mostraban a su


asesor Vladimiro Montesinos comprando, en algunos casos, o intentando
comprar, en otros, a congresistas opositores mediante el pago de 15.000 dóla-
res. Además, surgieron denuncias de venta de armas a la guerrilla de las FARC
y se revelaron datos que mostraban que Montesinos tenía 3 cuentas millonarias
en Suiza por un total de 48 millones de dólares, a lo que luego se agregarían
otros videos de corrupción con jefes del Ejército. En ese contexto, como
destaca García Montero (2001), si los éxitos iniciales en la economía y en la
lucha contra el terrorismo, junto con la ayuda de los grandes medios de comu-
nicación, contribuyeron al éxito del liderazgo de Fujimori, la permanencia de
casos de corrupción y la emergencia de una creciente crisis socioeconómica,
coadyuvaron a su caída. En medio de una profunda crisis económica, política
y social, el 2 de septiembre del 2000, el Presidente se vio obligado a llamar a
elecciones anticipadas. Poco después, el 19 de noviembre, Fujimori anunció su
renuncia indeclinable al cargo desde Japón. De este modo, con la asunción de
Valentín Paniagua como nuevo Presidente, se ponía punto final a diez largos
años de neodecisionismo fujimorista.
El final del largo ciclo fujimorista se desarrolla casi en coincidencia con
el inicio de un nuevo ciclo político en Venezuela, caracterizado por el ascenso
a la Presidencia de la República de Hugo Chávez Frías, experiencia que será
tratada en el próximo capítulo.

130
4

Autocracia y legitimidad política.


Alcances y límites de la forma decisionista
de gobierno en Venezuela entre 1998 y 2006

ROBERTINO NICOLÁS SPINETTA*

Ever heard of a regime that gets stronger the more


opposition it faces? Welcome to Venezuela, where the
charismatic president, Hugo Chávez, is practicing a
new style of authoritarianism. Part provocateur, part
CEO, and part electoral wizard, Chávez has updated
tyranny for today (Javier Corrales, 2006).

1. Introducción

La finalidad de este capítulo será demostrar que, a lo largo del período


analizado, el gobierno del Presidente Hugo Rafael Chávez Frías (1998-
presente) ha transmutado en distintas versiones de regímenes híbridos.
Partiendo de la clasificación propuesta, se sostiene que la democracia vene-
zolana ha pasado por distintos estadíos hasta llegar a lo que la literatura espe-
cializada denomina autoritarismo competitivo (Diamond, 2002; Levitzky y
Way, 2002; O´Donnell, 1997; Schelder, 2002). En este tipo de régimen, se
presenta una coexistencia entre procedimientos democráticos y prácticas
autoritarias por parte de un líder que, mediante atributos excepcionales de la
decisión política54 genera un campo de juego desigual entre sus fuerzas y las
de la oposición.

* UBA.
54. Ver Capítulo 1 de la presente obra.

131
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Todo ello conlleva un fuerte culto al líder, un excesivo personalismo, y una


perniciosa concentración de poder. La misma se da en manos de ejecutivos que,
ante la necesidad de construir nuevas formas de legitimidad que trasciendan la
legalidad formal y democrática, fomentan una dinámica de movilización al inte-
rior de la sociedad civil y prevén su permanencia en el poder por períodos
prolongados de tiempo. A su vez, manipulan los resultados electorales y come-
ten otras violaciones flagrantes a las instituciones de la democracia liberal.
Estas prácticas tienen por objeto neutralizar y vaciar la institucionalidad
normal de la democracia política para que todo punto de gravitación decisoria
descanse inexorablemente en el líder; para lo cual los autócratas se valen de un
permanente estado de excepción. Consecuentemente, mediante un estilo de
democracia plebiscitaria, el pueblo se convierte en legislador y el líder pasa a
ser soberano y emisario de un mensaje popular que doblega la legitimidad de
origen de cualquier poliarquía puesto que en estos regímenes híbridos, la legi-
timidad plebiscitaria prevalece por sobre la legalidad comicial.
Nuestra hipótesis consiste en demostrar que durante la última década
Venezuela ha sido subsidiaria de un estilo de gobierno que descansa en las
características mencionadas. Esta dinámica dictatorial ha vaciado la institucio-
nalidad construida desde 1958 con el inicio de la democracia de Punto Fijo, y
se ha fundamentado un nuevo tipo de legitimidad política que descansa en las
atribuciones excepcionales del decisionismo político. Se presume de esta
manera que, para justificar la ejecución de un estilo decisionista de gobierno,
el Presidente Chávez se ha valido de prácticas y procedimientos que generaron
una espiral de desintitucionalidad y concentración de poder.
El monopolio de la decisión en su persona se ve por lo tanto, no como un
medio, sino como un fin en sí mismo, a partir del cual Chávez se ve facultado
para refundar la institucionalidad del sistema político sobre bases autocráticas.
La destrucción de las instituciones, la concentración de poder y el cercena-
miento a las libertades civiles y derechos políticos constituyen los medios que
demuestran los efectos del factor decisionista y sus consecuencias.

2. Venezuela en la “Zona Gris”

La mayor parte de la literatura sobre transiciones democráticas ve a los


regímenes políticos bajo la luz de un continuum que recorre el camino existente

132
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

entre la democracia y el autoritarismo en sus versiones típicas (Myers, 2008).


De esta manera, diversos académicos comenzaron a cuestionarse en los años
90 la tendencia de denominar como democráticos a algunos regímenes políti-
cos porque, simplemente, contaran con una serie de atributos que los hicieran
parecer como tales. En este sentido, la existencia de elecciones multipartidis-
tas con algún grado de competencia política e incertidumbre con respecto al
resultado de las mismas dejó de ser considerada como una garantía de la abso-
luta democraticidad del sistema (Diamond, 2002).
La caída de una mirada dicotómica en la teoría democrática ha hecho que
la literatura actual comenzara a echar una segunda lectura sobre aquellos regí-
menes políticos que, sin ser plenamente democráticos, tampoco pudieran ser
clasificados como autoritarios (McCoy y Myers, 2004). Como consecuencia de
ello, esta tensión entre la necesidad de redefinir anteriores arribos conceptua-
les o proseguir con un abordaje dicotómico de la realidad política ha presen-
tado nuevas conclusiones de índole metodológica y ha producido un estado de
debate en la academia. Como bien indica Corrales (2005), la mirada dicotó-
mica sobre las tipologías de régimen aduce que la existencia de la democracia
como forma política implica la existencia inherente de conjunto de condicio-
nes o atributos mínimos. En tal caso, un país puede simplemente concebirse
como democrático o no en términos de una definición procedimental y mini-
malista. Por otra parte, aquellos que proponen un estudio con matices alegan
que en un sistema político pueden existir diversos grados de “democraticidad”
y que, por lo tanto, al interior de un régimen político pueden coexistir elemen-
tos democráticos y autoritarios.
Este trabajo comparte la definición de régimen político usualmente
empleada por Guillermo O’Donnell, Philippe Schmitter y Gerardo Munck,
entendiendo por ello la configuración de patrones que determinan las formas y
los canales de acceso a las principales posiciones de poder, las características
de los actores admitidos y excluidos para competir por tal acceso, y los recur-
sos o estrategias que han sido validados para formar parte del proceso de
competencia política.
Para dar cuenta de la complejidad de la actual coyuntura venezolana,
centraremos nuestra visión en el desarrollo del continuum anteriormente
mencionado, para lo cual tomaremos como referencia la clasificación de David
J. Myers (2008). El mismo contará en nuestra consideración de seis puntos de
debate, cada uno significando un régimen político distinto. En éste, los polos

133
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

serán la democracia liberal y el autoritarismo cerrado; lo cual indica que los


otros cuatro regímenes explicitados comparten el hecho de ser híbridos.
Damos a continuación un desarrollo de las características básicas de cada uno
de ellos:

• Democracia Liberal: regímenes caracterizados por consagrar elec-


ciones justas, libres y competitivas, basadas en el sufragio universal,
la inclusión y la participación ordenada en la política mediante un
férreo respeto a las libertades civiles y los derechos políticos de sus
ciudadanos. Aseguran además una imparcial administración de la
justicia como pilar del Estado de derecho y preservan los valores del
pluralismo, la tolerancia al disenso, y un celoso sistema de frenos y
contrapesos.
• Democracia Delegativa: regímenes democráticos deficientes en
donde el Presidente se apoya únicamente en los resultados electorales
(accountability vertical) para gobernar como mejor cree conveniente.
Apelando directamente al apoyo popular, el mandatario ignora los
límites a la autoridad y el control necesario en las instituciones repre-
sentativas (accountability horizontal). Ello genera un proceso de
desinstitucionalización de las estructuras que potencialmente pueden
cercenar la investidura del Ejecutivo y la paralización de los focos de
contralor político. El demócrata delegativo se ubica por encima del
Estado y de los partidos, a los cuales también cuestiona. De allí que
su apoyo político provenga de la figura del movimiento. Puesto que la
democracia delegativa implica una institucionalización débil los auto-
res hablan de una democracia de baja intensidad.
• Régimen Ambiguo: en tanto categoría residual, la misma puede iden-
tificarse cuando una “democracia delegativa” comienza a profundizar
el factor de la decisión política unipersonal, provocando una espiral de
desinstitucionalización severa y extensiva a la totalidad el campo de
las instituciones pluralistas o representativas.
• Autoritarismo Competitivo: regímenes en los que las violaciones de los
requisitos de la democracia liberal son lo suficientemente frecuentes y
serias como para crear un campo de juego desigual entre el gobierno y
la oposición. A pesar de que las elecciones son realizadas regularmente
y están libres de fraude masivo, los gobernantes habitualmente abusan

134
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

de los recursos estatales, deniegan a la oposición una cobertura mediá-


tica adecuada, hostigan a los candidatos opositores y manipulan los
resultados electorales. Los periodistas, políticos de la oposición y
otros críticos del gobierno pueden ser acosados, amenazados o arres-
tados. Antes que democracias de baja intensidad, son autoritarismos
de baja intensidad.
• Autocracia Electiva: regímenes en donde si bien existe un mínimo
grado de competencia política y pluralismo, los procedimientos elec-
torales son abiertamente transgredidos. A diferencia del autoritarismo
competitivo –en donde la oposición puede vencer al oficialismo elec-
toralmente–, en las autocracias electivas los comicios practicados son
agudamente asimétricos. Se crea un campo de juego lo suficiente-
mente desigual como para que, a pesar de la competencia política, las
fuerzas de la oposición no tengan chances de formar gobierno o alte-
rar la formación de políticas públicas. Son además regímenes en
donde el autócrata puede permanecer en el poder casi indefinida-
mente. En la autocracia electiva, los componentes del autoritarismo
competitivo se ven profundizados.
• Autoritarismo Cerrado: regímenes en donde la competencia política
es inexistente, o en donde se da una pseudo competencia impulsada
por el mismo Estado. La desmovilización de las fuerzas sociales y
de los actores políticos a menudo se efectúa por medio de la repre-
sión deliberada. En esta categoría se asume también la existencia de
subtipos.

Esta discriminación funcionará a lo largo del siguiente capítulo para


situar a la Venezuela Bolivariana bajo el prisma de la democracia, y así poder
dar cuenta de su verdadera forma bajo la fase de transición por la que actual-
mente circula. Recordemos que durante la toma de posesión del 10 de enero
de 2007, luego de haber ganado las elecciones presidenciales del 3 de diciem-
bre de 2006 con el máximo porcentaje de la historia –62,84% de los votos
válidos emitidos–, el Presidente Chávez prometió a sus seguidores realizar su
máximo esfuerzo para llevar a Venezuela a la culminación de una república
socialista. Actualmente, el proyecto bolivariano iniciado con la Constitución
de 1999 no es otra cosa más que una fase de transición hacia tal fin: el socia-
lismo del siglo XXI.

135
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

De esta forma, tomaremos las posturas de distintos autores que dan


cuenta de los componentes autocráticos del modelo bolivariano55. Haciendo
uso del marco conceptual propuesto, no estamos solos cuando afirmamos que
la Venezuela actual se ubica en una determinada forma de régimen autoritario,
y que si bien posee elementos de la democracia electiva, como pueden ser: un
determinado nivel de competencia política, o la existencia de una pluralidad de
partidos políticos; esto no es suficiente para contrapesar los componentes auto-
cráticos del régimen.
Destacamos en las obras de Steven Levitsky y Lucan Way (2002) y
Javier Corrales (2006) haber dado el siguiente paso para conceptualizar a la
Revolución Bolivariana como régimen autoritario. Para estos autores, Vene-
zuela entraría progresivamente desde finales de 2002 al interior de la categoría
de autoritarismo competitivo. Si bien creemos que los límites entre éste y la
autocracia electiva son difusos y por momentos pueden confundir al lector;
optaremos por profundizar el análisis del caso para dar sustento a esta última
caracterización.

3. Venezuela: ¿Democracia? Estresada56

Los últimos diez años marcaron un punto de inflexión en la dinámica


política de la historia venezolana. La génesis de tal proceso se encuentra en la
nueva institucionalidad surgida a partir del gobierno del Presidente Hugo
Chávez. Legítimo en sus bases de sustentabilidad y apoyo, aunque cuestionado
en su proceder político, Venezuela puede ser hoy considerada como el país con

55. Entre otros autores que se han expresado sobre este asunto a partir de 2000, podemos citar, en
primer lugar, a Deborah Norden y Jennifer McCoy y David Myers, para quienes la Venezuela
Bolivariana podría ser entendida como una democracia delegativa; lo mismo propone David
Myers no obstante, haciendo un recorte temporal entre los años 1999 y 2004. En otro lugar,
Larry Diamond y Andreas Schedler analizan al régimen bajo la luz de su ambigüedad. Ambos
autores basan su análisis en los indicadores tomados de Freedom House, organismo que cali-
ficó a Venezuela con un 4 en su índice mixto de libertad en el mundo, y que por tanto sitúa al
país dentro de la categoría indefinida de régimen parcialmente libre. Tanto nosotros como
estos autores hemos analogado tal puntaje con la denominación ad hoc de régimen ambiguo,
manteniendo sin embargo una inclinación hacia la variante autoritario competitiva.
56. El título de la presente sección toma como referencia una obra dirigida por Jennifer McCoy
de similar denominación en 1998.

136
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

el mayor grado de polarización política de América Latina desde el sandinismo


de los años 40 (Corrales, 2005). Durante el período 1998-2006, se han profun-
dizado las divisiones de clase existentes en el país, intensificado la hostilidad
de grupos antitéticos, y fragmentado el campo político en dos sectores que
mantienen intereses excluyentes. Siendo esta confrontación irreductible, el
actual proyecto bolivariano se enmarca dentro de un típico juego de suma cero,
en donde el margen de error se torna inexistente para ambos grupos.
La sociedad pluralista que había adquirido cuerpo en Venezuela entre
1958 y 1998 ha quedado rezagada. Haciendo una analogía con el proceder y
desarrollo de un juego de póquer, podría aseverarse que el año 1998 recibió la
entrada de un nuevo jugador en la mesa. Desde ese momento, los restantes
jugadores, que concentraban la mayoría del poder –ya fuere este político,
económico o electoral–, comenzaron a verse relegados y disminuidos a partir
de las innovadoras jugadas de este nuevo emprendedor. El resultado final de la
partida, como todo juego de póquer en sus instancias decisivas, ha implicado
que los intereses en disputa se consideren por su propia naturaleza como limi-
tados y valiosos. La consecuencia de este esquema ha sido que la pluralidad de
actores sociales y políticos que podían encontrarse en el país hacia 1998 haya
renunciado a la diferenciación de sus intereses esenciales.
Como resultado de lo sucedido durante los últimos años, estos actores se
vieron obligados a emplear diversas estrategias de absorción y confrontación.
Mediante las primeras, grupos que inclusive habían sido rivales a lo largo de la
historia –como los partidos tradicionales– se vieron obligados a unirse para
enfrentar un enemigo mayor. A partir de las segundas, la oposición descrita
generó una polarización en el sistema mediante la cual estos grupos coaligados
y su “enemigo mayor” se vieron como mutuamente excluyentes. Como resul-
tado de ello, ambas facciones se enfrentaron en torno a asuntos de particular
interés e invirtieron en cada ocasión valiosos recursos para no perder estas
contiendas. Las mismas se dieron en torno a la conquista de espacios de poder
indivisibles que fueron moldeando la configuración de estas fuerzas y sus
recursos para seguir en el juego.
Continuando con nuestra analogía, podríamos decir que cada enfrenta-
miento político al interior de la sociedad venezolana representó una partida de
un juego de póquer. Como todos sabemos, en este juego sólo puede quedar
uno. Pero el medio para que eso suceda implica que este “uno” haya podido
apropiarse de la totalidad de los recursos de sus contrincantes. En instancias

137
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

decisivas, el juego se dirime entre dos actores que han logrado emplear estra-
tegias de ataque y defensa a partir de las cuales se hicieron con los recursos de
los otros jugadores. La sociedad venezolana ha transcurrido la última década
en un esquema similar. El pluralismo destacado anteriormente fue dejando
lugar a la polarización que hoy se presenta en ella. Los distintos grupos autó-
nomos que alguna vez existieron y cuyos intereses eran diferenciados, se ven
hoy subsumidos en uno de los dos sectores irreconciliables que empíricamente
se presentan en Venezuela.
A diez años en el poder, quizás el logro más significativo del Presidente
Chávez haya sido su capacidad para dividir la política venezolana entre quie-
nes apoyan y quienes están en contra de la República Bolivariana. Para sus
“supporters”57, el Presidente Chávez ha sido el Mesías que librara la lucha
justa, necesaria y patriótica para terminar definitivamente con un régimen
excluyente e injusto que subsumió a la mayoría de los venezolanos en la
pobreza. Sostienen que a partir de la refundación constitucional de 1999, Vene-
zuela pudo alejarse definitivamente de un régimen oligárquico que durante
cuarenta años había estado disfrazado de democracia. Para ellos, el actual
sistema político venezolano se ubica en los parámetros de un estado de transi-
ción que, abriendo los caminos hacia el “socialismo del siglo XXI”, dará origen
a una democracia verdadera. Consideran que la misma será capaz de eliminar
desigualdades en riqueza, estatus, y poder entre los venezolanos; y que esto es
únicamente posible a partir del poder que el Presidente Chávez ha dado a la
ciudadanía en el marco de la Revolución Bolivariana. Consecuentemente,
quienes apoyan a Hugo Chávez y su quimera institucional, defienden al nuevo
régimen bajo el entendimiento de que el proyecto fundado en 1999 mantiene
sus pilares de sustentabilidad en una identificación mimética entre el pueblo
soberano y su líder (Hawkins, 2003; Weyland 2001).
Por otra parte, los detractores de la República Bolivariana tienen una
visión que difiere de manera diametral. Para ellos, el gobierno del Presidente
Chávez ha atentado y con éxito ha destruido las instituciones liberales y demo-
cráticas que desde 1958 se habían constituido en un baluarte de la estabilidad
venezolana. Objetan también que las mismas habían sido esculpidas por la

57. En adelante se hará referencia a quienes defienden al régimen venezolano mediante el


término en cuestión. Se ha decidido el empleo de la palabra inglesa “supporter” y no una
en la lengua castellana por la extensión e intensidad que la palabra denota.

138
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

clase política reformista que heroicamente había socavado la dictadura del


General Marcos Pérez Jiménez (Myers, 2004) y argumentan, no sin razón, que
al eliminar la Constitución de 1961 –símbolo de la democracia de Punto Fijo–,
Hugo Chávez ha puesto en práctica una lógica política confrontativa y exclu-
yente para quienes no apoyan su régimen. Aducen que, desde 1999 la toleran-
cia al disenso fue reduciéndose progresivamente en Venezuela, y que el princi-
pal artífice de este proceso de exclusión ha sido el mismo Presidente. Los
defensores de la democracia política post-1958 creen además que los gobier-
nos formados entre 1958 y 1998 adoptaron políticas tendientes a salvaguardar
los derechos humanos y a aumentar la calidad de vida de una población en
constante crecimiento. Ellos son quienes sin dejar de reconocer que la progre-
siva recesión en la que entró la economía venezolana a partir de 1983 tuvo
serias consecuencias en los niveles de pobreza y desempleo en los que se sumió
a las clases bajas y medias, esto se dio por consecuencias exógenas. Principal-
mente, se hace referencia a la caída de los precios internacionales del petróleo
como causa de que el gobierno optara por la implementación de paquetes polí-
ticos que no tuvieran en cuenta las necesidades básicas de la población.
Los defensores de Punto Fijo argumentan que, sin importar la preocupa-
ción y buenas intenciones de sus sucesivos gobiernos, éstos se vieron constre-
ñidos como consecuencia de una desfavorable coyuntura internacional que
afectó a las bases fundacionales y acuerdos del pacto enmarcado en 1958,
dentro de los cuales se encontraba la modernización de la sociedad venezo-
lana y la atención y cuidado hacia la evolución de sus indicadores sociodemo-
gráficos (Myers, 2004).
En este sentido, apuntan que si bien el régimen fue perdiendo su legiti-
midad de manera progresiva, las reformas efectuadas entre 1989 y 1993 fueron
intentos nobles de demócratas confesos por revitalizar el régimen democrático
sobre bases más participativas. Los defensores afirman, además, que si bien
estos cambios no fueron implementados de la debida manera igualmente
produjeron resultados positivos que Chávez se ha ocupado de desarticular.
Finalmente, los opositores a la Quinta República culpan al Presidente Chávez
de exacerbar las tensiones previamente existentes entre grupos socioeconómi-
cos y de cercar la influencia política de las clases medias y los sectores produc-
tivos de la sociedad. Su conclusión es que las medidas adoptadas por el
gobierno en la última década han tenido como resultado excluir a las fuerzas
de la oposición de la competencia política.

139
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

La lógica de este proceder por parte del Ejecutivo es derivada de la forma


en la cual el pueblo ha sido definido por el mismo Presidente. La manera en la
cual Hugo Chávez ha definido al soberano –término empleado para referirse al
pueblo y, en última instancia las masas sociales58– adopta sus justificaciones
semánticas en la identificación de la oposición con fuerzas que atentan contra
el mismo Estado. Consecuentemente, inclusive en épocas donde la oposición
se encontraba desmoralizada y sin posibilidad alguna de constituirse en un polo
de disputa institucional hacia el chavismo, el Presidente calificó a estas fuerzas
como lacayos del imperio, traidores a la patria, la oligarquía, jinetes del Apoca-
lipsis, etc. Sin embargo, ninguna de estas denominaciones es inocente.
Mediante el término oligarquía, Chávez hace referencia a los grupos y
personas que ganaron poder, influencia y riqueza durante el período de Punto
Fijo. Entre estos grupos pueden identificarse: las clases medias y altas de la
sociedad, la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), la gerencia
técnica de la empresa estatal Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima
(PDVSA), las asociaciones patronales, sectores económicos y productivos
principalmente englobados bajo la organización paraguas conocida como
Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción (FEDECA-
MARAS) y el liderazgo de los partidos políticos tradicionales Acción Demo-
crática (AD) y el Comité de Organización Político Electoral Independiente
(COPEI), también conocido como partido Social Cristiano. La razón por la
cual la oposición es excluida del demos reside en que la misma ha sido histó-
ricamente dominada por estos grupos sociales. Según sostienen los partidarios
del Presidente, estos sectores e individuos influyentes son los que durante
cuarenta años explotaron a las masas populares que hoy en día constituyen el
soberano (Salamanca, 2004).
Al hablar de lacayos del imperio, el Presidente Chávez denota a los
mismos grupos mencionados en el párrafo anterior; sin embargo, la referencia
al “imperio” trasciende la identificación de algún grupo o individuo particular.
Con ella se entiende a todos los sectores políticos, económicos y sociales que
pudieran demostrar un mínimo grado de simpatía, o inclusive recibir ayuda
financiera o logística por parte de agencias estadounidenses. La conceptualiza-
ción no es casual. A partir de la misma, el Ejecutivo y sus fuerzas cristalizan

58. Sector que aporta la mayor base de sustentación electoral a la Revolución Bolivariana, prin-
cipalmente en los centros urbanos.

140
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

acciones de diferenciación y exclusión sobre la oposición política. Pero resulta


importante recordar que en el camino hacia las elecciones de 1998, el candidato
Hugo Chávez no presentaba una retórica virulenta como la que hoy lo caracte-
riza. Mientras que en 1998 la consigna más fuerte de la plataforma de gobierno
de Chávez se constituía en torno a eliminar el régimen de la partidocracia punto-
fijista mediante la refundación constitucional del Estado venezolano, sus aspi-
raciones por generar una revolución socialista comenzaron más adelante.
Las agresiones de Chávez hacia el capitalismo y la política exterior del
gobierno de los Estados Unidos y, en particular, las acciones de gobierno de la
administración del Presidente George W. Bush no se cristalizaron en declara-
ciones concretas sino hasta el año 2001. En abril de ese año, bajo la celebración
de la III Cumbre de las Américas con sede en Quebec, el presidente Chávez se
sintió excluido e ignorado cuando en el seno de la cumbre propuso –sin ser
acompañado– que la reunión incluyera en su declaración final la contemplación
de profundizar un camino hacia la justicia social y una democracia no sólo polí-
tica, sino también económica en el continente. A partir de ese momento, Chávez
alteró sus tibias declaraciones en contra del “capitalismo salvaje” por una férrea
oposición a la iniciativa de los Estados Unidos de consumar el Área de Libre
Comercio de las Américas (ALCA); propuesta descartada definitivamente en el
año 2005 bajo la celebración de la IV Cumbre de las Américas, con sede en la
ciudad costera de Mar del Plata, Argentina.
No obstante, fue a partir de 2002 que el gobierno venezolano intensificó
su hostilidad para con la administración Bush. El 11 de abril de ese año, líde-
res de la oposición, la CTV y las multitudes concentradas en Caracas comen-
zaron a manifestarse en contra de lo que consideraron atropellos por parte del
gobierno59. Las marchas iniciadas con destino hacia las oficinas centrales de
PDVSA ubicada en Chuao desviaron su rumbo y se dirigieron hacia el Palacio
presidencial de Miraflores (López Maya, 2004). Ante este hecho, el Presidente
Chávez convocó a sus masas para que bloquearan las vías de acceso al palacio,
en un acto de defensa poco acorde a las instituciones representativas.

59. Si bien desde febrero el gobierno había presenciado deserciones por parte de integrantes de
la Fuerza Armada Nacional, la polarización política se intensificó gravemente a partir del 7
de abril, día en que por televisión el Presidente Chávez anunció el despido de altos geren-
tes de la empresa estatal PDVSA. Como respuesta a este hecho, el día 9 de abril las autori-
dades de la CTV y FEDECAMARAS anunciaron un paro general de 24 horas de duración
y junto con AD y COPEI idearon un plan de movilizaciones.

141
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

La oposición, por otra parte, en una actitud que Margarita López Maya
(2004) considera insurreccional –y atentando en contra de la misma institucio-
nalidad que había sido socavada por las decisiones unipersonales de Chávez–
se dirigió al palacio pidiendo la renuncia del primer magistrado de la nación.
Conforme a ello, el campo político rápidamente se vio polarizado y en una
situación de conflictividad creciente. De un lado, se ubicaban los disciplina-
dos defensores del gobierno central, quienes bloquearon el Puente Laguno
para impedir el paso de las fuerzas opositoras. Del otro, los actores políticos
y sociales coaligados bajo el liderazgo de la CTV, PDVSA y FEDECAMA-
RAS. La intensificación creciente de ambas hostilidades llegó a su clímax
cuando ambos grupos se encontraron en el Puente Laguno, allí –bajo el velo
de una situación confusa– se oyeron disparos y en segundos un grupo de
detractores del gobierno se encontraba herido. El hecho produjo un total de 20
muertos, y las fuerzas opositoras, con la complicidad de los medios masivos
de comunicación, imputaron la autoría de la tragedia a francotiradores envia-
dos por el gobierno.
Bajo tal clima de polarización y radicalización creciente, la oposición al
Presidente Chávez se tornó en un problema acuciante que ponía en jaque la
continuidad del mismo régimen. Bajo el escenario descrito, las fuerzas arma-
das de Venezuela decidieron tomar su parte en el conflicto. Rápidamente, las
jerarquías de las distintas armas, encabezadas por el General Lucas Rincón
Romero –con excepción de la Guardia Nacional–, pusieron a disposición de las
fuerzas opositoras su capacidad de acción; en poco tiempo el Presidente Hugo
Chávez fue arrestado y escoltado hacia la base naval de La Orchila.
Este hecho dio inicio a un gobierno provisional cuya titularidad se depo-
sitó sobre Pedro Carmona Estanga, presidente de FEDECAMARAS. Luego de
expulsar al gabinete del Presidente Chávez y jurar como titular del Poder
Ejecutivo, Carmona dio anuncio a una serie de medidas de carácter dictatorial
que resultaron sumamente impopulares al interior de los mismos elementos
que ejecutaron el golpe. Las contradicciones al interior de la coalición golpista
rápidamente se hicieron notar. Los integrantes de la Fuerza Armada Nacional
(FAN) se opusieron a que Carmona pretendiera disolver la Asamblea Nacional,
la Defensoría del Pueblo y la Fiscalía General; además de expulsar a los miem-
bros del Tribunal Superior de Justicia y del Consejo Nacional Electoral, y de
revocar el mandado de todos los gobernadores y alcaldes elegidos en las mega
elecciones de julio de 2000.

142
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

Cabe destacar que la instauración de una dictadura de derecha no era una


idea que contara con el beneplácito del grueso de la sociedad venezolana,
incluyendo en esta categoría a los elementos de la misma coalición golpista.
Sin tardar demasiado, y ante la sorpresa del accionar de Carmona, las mismas
fuerzas armadas que habían destituido a Chávez el 11 de abril lo devolvieron
en su cargo el día 14 a las tres de la mañana. El golpe, que duró menos de 48
horas, resultó ser un fracaso y puso en evidencia las desinteligencias, contra-
dicciones y falta de cohesión al interior de las mismas fuerzas opositoras. El
hecho de no haber pactado un plan conjunto similar a lo sucedido durante los
años previos al derrocamiento del General Marcos Pérez Jiménez, y de haberse
tentado por la adopción de medidas extraconstitucionales, quitó a la oposición
una dosis importante de su credibilidad republicana y legitimidad democrática
institucional60.
Nuevamente en el poder, el Presidente Chávez acusó a los Estados
Unidos de haber orquestado un golpe en su contra bajo el pretexto de que el
Departamento de Estado, dirigido por el General (R) Collin Powell, otorgara
reconocimiento institucional al gobierno provisional de Carmona Estanga. A
partir de ese momento, Estados Unidos comenzó a ser designado por el Ejecu-
tivo venezolano como el “imperio del mal”, y los opositores al gobierno como
agentes de los Estados Unidos y lacayos del imperio. Rápidamente, Chávez
reorganizó su política exterior conforme a una propuesta latinoamericana que
contara con Cuba como principal socio. En mayo de 2004, Venezuela y Cuba
firmaron una contrapropuesta al ALCA. La misma se denominó ALBA o Alter-
nativa Bolivariana para las Américas.
Sin embargo, además de poseer una atracción hacia las teorías conspira-
tivas, el Presidente Chávez ha demostrado también tener una particular atrac-
ción por el relato y la comparación bíblica. Si bien los partidos políticos oposi-
tores recibieron el mote de lacayos del imperio y más, peor fue la tajada otor-
gada a los medios privados de comunicación. Como consecuencia de la cober-
tura mediática desplegada bajo los sucesos de abril de 2002, los principales
cuatro canales de televisión de Venezuela: Televén, Venevisión, Globovisión y
Radio Caracas Televisión (RCTV) fueron emulados por Chávez como los

60. Es importante señalar, sin embargo, que los partidos que inicialmente apoyaron el derroca-
miento de Chávez –como AD y COPEI–, se retiraron de la coalición sostenedora de
Carmona una vez que éste comenzó a anunciar las medidas descritas.

143
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

cuatro jinetes del Apocalipsis; “que trajeron el hambre, el miedo y la discordia


a nuestros niños”, según Chávez.
Es bajo este manto de intensificación progresiva de las hostilidades, que
tanto los supporters como los oponentes de la Revolución Bolivariana se
disputan el poder. El mismo puede interpretarse como el acceso a recursos y
espacios estratégicos a partir de los cuales poder edificar un modelo de demo-
cracia diferente a la de Punto Fijo. No obstante, ambos modelos se presentan
en este clima como excluyentes y antitéticos, favoreciendo a una polarización
de las fuerzas políticas en el sistema y a la adopción de medidas semileales y/o
desleales (Linz, 1997) para con el régimen. El objetivo para ambos polos
consiste, en última instancia, en neutralizar y excluir de estos espacios al rival
político. Consecuentemente, construcciones ontológicamente excluyentes se
ubican en las mentes y en los proyectos del liderazgo de ambos grupos.
Para quienes apoyan el Proyecto Bolivariano del Presidente Chávez –y
por supuesto, también para él–, la democracia se concibe en términos sustan-
ciales (Hawkins, 2003). De esta manera, se favorece a una visión de democra-
cia directa emparentada con el modelo rousseauneano (Corrales, 2006;
Hawkins, 2003; McCoy y Myers 2004; Shifter, 2006), en donde un líder repre-
sentativo del sentir colectivo se identifica con éste para cristalizarlo en su
persona. Se favorece así al ejercicio del poder por parte de un líder populista
que cuente con poca o ninguna restricción institucional. En este sentido, la red
de instituciones estatales y pluralistas que forman parte del Estado se ven seria-
mente afectadas en tanto desplieguen una función de contralor que se oponga
a los deseos del caudillo. Este concibe la realidad en forma teleológica y se
considera un abogado de la libertad, la justicia y la igualdad de los pueblos.
Fomentando un vínculo especial entre la masa y su persona, el caudillo popu-
lista accede al poder no mediante la promesa de bienes materiales o de bases
programáticas, sino a partir de una promesa de transformación radical de las
estructuras que dan forma al status quo (Hawkins, 2003; Weyland, 2001).
Bajo este prisma, el líder –quien identifica al deseo del pópulus con su
objetivo político, y con la irremediable necesidad de que sea su persona la
encargada de concretarlo– genera un vínculo esencial e inmediato con las
masas que le sirven como base de sustentación (Hawkins, 2003; Weyland,
2001). No obstante, un líder de estas características –como indica Weber–
requiere de cierto entramado institucional para poder cumplir con las funcio-
nes de gobierno de una manera que le permita alcanzar sus objetivos políticos.

144
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

Para ello, es menester que el líder carismático no dé por tierra con todas las
instituciones del régimen, puesto que si lo hace, este debería pasar a ocuparse
de las microfunciones del poder y desatendería sus fines esenciales (Corrales,
2008). Es por eso que un líder populista no puede dedicarse únicamente a la
destrucción institucional; el líder populista debe también construir redes insti-
tucionales que le permitan delegar sus tareas, controlar a los enemigos y admi-
nistrar los recursos a disposición de manera eficiente. Un líder de estas carac-
terísticas, por tanto, es uno que simultáneamente crea y a la vez destruye insti-
tuciones. Pero el problema principal no es éste, sino saber qué instituciones son
creadas y cuáles son destruidas, en qué momento y por qué (Corrales, 2008;
Hawkins, 2003; Shifter, 2006).
Por otro lado, aquellos concebidos como la oposición a la República
Bolivariana, argumentan que esta forma de interpretar la construcción política
los deja fuera del campo de la competencia libre y justa por el poder. La oposi-
ción a Chávez es –acorde a sus defensores– sostenedora de un proyecto polí-
tico republicano y liberal constituido en torno a la preservación institucional
del régimen. Sus principales voceros argumentan que bajo la Quinta República
Bolivariana las redes institucionales que se articulan en torno a un sistema de
frenos y contrapesos han sido efectivamente desarticuladas por el Ejecutivo.
Consideran por lo tanto que, la visión del gobierno se asemeja no sólo con las
concepciones políticas de Rousseau sino también con un modelo de lo que
Aristóteles llamaría tiranía de la mayoría. La reestructuración del campo del
juego político venezolano en términos de la paridad en la competencia resulta
así perdida, y sostienen que la democracia liberal y verdaderamente represen-
tativa del abanico de intereses sociales, es rechazada y neutralizada por los
arquitectos del proyecto bolivariano y sus bases de sustentación. Para ellos,
durante la última década, el gobierno del Presidente Chávez fue adaptando
medidas y construyendo un campo de juego desigual que, mediante un plan-
teo asimétrico de las reglas del juego, hizo que la oposición perdiera toda
chance de derrotar al gobierno en las sucesivas contiendas. Su visión es que en
Venezuela prima alguna forma de gobierno que en el mejor de los casos es
semi-autoritaria.
En definitiva, podría señalarse que mientras que para los primeros la
Democracia Bolivariana se asienta sobre una forma política que revaloriza los
aspectos democráticos del sistema por sobre sus elementos y liberales y repu-
blicanos, para los segundos, la tiranía de la mayoría que hoy adquiere entidad

145
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

en Venezuela ha socavado las bases de legitimidad republicana y liberal que


ellos priorizan como mecanismo de la construcción política, a la vez que ha
dado una importancia decisiva y perniciosa a un concepto avasallante de la
democracia; entendida ésta a partir de la decisión de la “volonté genérale” de
Rousseau, la cual adquiere hoy cristalización por medio de la figura del Presi-
dente Chávez.

4. Entre la Cuarta y la Quinta República

No volverán, el Pacto de Punto Fijo está


muerto, y no volverá. Esta Revolución Boliva-
riana llegó para establecerse, para ensan-
charse, para consolidarse y para quedar; para
siempre... Esta revolución llegó aquí para ser
victoriosa siempre. Por la vía del socialismo
(Hugo Chávez, discurso por los diez años de
la Revolución).

Para la literatura actual, el advenimiento del chavismo como forma polí-


tica no es un hecho casual ni inesperado y se entiende, por lo tanto, que su raíz
se encuentra en el desvío de la democracia de Punto Fijo de los ideales que le
dieran origen en 1958. Durante el transcurso de ese año, los líderes de los tres
mayores partidos del país mantuvieron una serie de conversaciones con el
objeto de, mediante la articulación de una alianza cívico militar, expulsar al
dictador Marcos Pérez Jiménez y sentar las bases de un sólido régimen demo-
crático en Venezuela (Coppedge, 1998; Myers, 2003). Las conversaciones para
ello tuvieron su inicio con un comunicado hacia el pueblo venezolano, en el
que los tres líderes partidarios en el exilio –Rómulo Betancourt por AD, Rafael
Caldera por COPEI y Jovito Villalba por Unión Republicana Democrática
(URD)– pedían que éste se revelara en contra de la dictadura vigente y adop-
tara una posición de resistencia democrática. Luego del acuerdo suscripto en
Nueva York, se dio paso en abril de 1958 al denominado “Avenimiento Obrero
Patronal”, firmado entre los sectores obreros de los tres partidos mencionados
anteriormente y las federaciones patronales; para la celebración de este pacto
se incluyó también al cuarto partido en importancia: el Partido Comunista de

146
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

Venezuela (PCV). El “avenimiento” comprometía a ambas partes; así, las fuer-


zas trabajadoras morigerarían sus reclamos salariales y aceptarían la incorpo-
ración de comisiones especiales para la negociación de futuros contratos de
trabajo. Las patronales, por su lado, tendrían la obligación de respetar el orden
democrático y los derechos de los trabajadores.
Partidos, empresarios y la iglesia acordaron el tercer y el cuarto docu-
mento antes de las elecciones de diciembre de 1958. El tercer acuerdo de los
cinco es el reconocido como Pacto de Punto Fijo61; a partir del mismo se esta-
bleció un mecanismo de distribución y respeto de los espacios de poder por
parte de los tres partidos mayoritarios. Su intención fue evitar que se repitiera
lo acaecido durante el Trienio de 1945-48, en el cual la AD, consciente de
ostentar el 80% del apoyo popular y de su posición hegemónica, gobernó desde
una situación de fuerza y excluyó del juego político a COPEI, URD y PCV.
Este hiato semidemocrático vio su fin cuando en 1948 elementos disconformes
de las Fuerzas Armadas expulsaron a los adecos del poder.
El cuarto de los documentos, conocido como Declaración de Principios y
Programa Mínimo de Gobierno, sentó las bases de adjudicación de recursos y
relaciones económicas entre los sectores público y privado; además, la AD
garantizó a la jerarquía de la Iglesia Católica y a COPEI que, de ganar en las
elecciones presidenciales de diciembre del mismo año, la educación confesio-
nal sería respetada en los establecimientos educativos. Un quinto punto de
acuerdo consistió en la búsqueda de un candidato representativo de todas las
fuerzas políticas para ocupar la Presidencia de la república. Sin embargo, los
esfuerzos para lograr el consenso sobre este punto resultaron infructuosos.
Si bien los líderes de los tres partidos coincidían en la necesidad de
compartir el poder, no resultaba claro cómo podrían hacerlo bajo los parámetros
de un sistema presidencial, donde el premio mayor es por naturaleza indivisible
(Coppedge, 1998). La fórmula consistió entonces en buscar un candidato de
unidad nacional. Las negociaciones resultantes centraron la atención de los
medios de comunicación y expusieron de manera pública los desacuerdos entre
las partes. La idea, que terminó en un fracaso, causó más desunión que
consenso, por lo cual, a partir de ese momento, el Pacto de Punto Fijo adquiere
un nuevo significado. En el análisis de Coppedge (1998), el Pacto:

61. El mismo recibe su nombre por haber sido suscripto en la residencia de Rafael Caldera
llamada “Puntofijo”.

147
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

No fue la expresión ideal del espíritu de unidad, sino una solución de


compromiso alcanzada cuando la indivisibilidad del poder presidencial puso
obstáculos a la materialización de ese espíritu. Fue la incapacidad de encontrar
un candidato lo que hizo necesario el pacto: cuando las negociaciones llegaron
a un punto muerto, todos comprendieron que la unidad era inalcanzable
(Coppedge, 1998: 350).

La salida al infructuoso acuerdo consistió en que cada partido presentara


sus candidatos de manera separada, procurando que se respetaran los otros
aspectos del Pacto.
Finalmente, en 1961, la Comisión Bicameral para la Reforma de la Cons-
titución creó, como resultado de un acuerdo interélites, la Carta Magna de la
democracia de Punto Fijo. Desde ese momento, un acuerdo general sobre siete
puntos de convergencia proveyó al nuevo régimen de la estabilidad política
posteriormente calificada como excepcional. Los siete puntos de convergencia
fueron: disposición del liderazgo de los partidos para compartir el poder entre
sí, reconciliación de viejos antagonismos entre los diversos actores de la socie-
dad, la eliminación de la violencia partidaria, el respeto por las libertades indi-
viduales, la distribución entre los sectores sociales de las riquezas derivadas de
la explotación del petróleo, la estructuración del Estado como motor del
desarrollo económico, y apoyo a la política exterior de los Estados Unidos en
el contexto de la Guerra Fría (Coppedge, 1998; Myers, 2003).
La tesis de la excepcionalidad venezolana afirma que, a diferencia de los
restantes países de América Latina, Venezuela emergió en la segunda mitad del
siglo XX como una democracia estable e institucionalmente sólida. Según
Coppedge (1998), las causas atribuidas a tal desarrollo se basan en tres factores:
un liderazgo político dispuesto a la cooperación, partidos políticos inusualmente
cohesionados y disciplinados y solventes recursos fiscales facilitados por una
extraordinaria riqueza petrolera. Para él,

“...si Venezuela no hubiera contado con estas ventajas, el presidencialismo


podría haber acabado con la democracia” (Coppedge, 1998: 347).

No obstante, la inacción progresiva de este modelo de democracia ante


las demandas sociales y la proliferación de fisuras políticas, fueron transfor-
mándolo en un sistema irresolutivo y corrupto. Consecuentemente, hacia los

148
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

90, la democracia puntofijista se había convertido en un sistema lo suficiente-


mente rígido como para consolidar en su interior una serie de debilidades que
mermaran su capacidad de acción en tiempos de crisis (McCoy, 1995; McCoy
y Myers, 2004). Como resultado de ello, la creencia en la excepcionalidad
venezolana fue eventualmente dejada de lado tanto por académicos como por
funcionarios estatales.
No obstante, para mediados de los años 90, los regímenes de característi-
cas liberales fueron perdiendo sus bases de legitimidad en tanto construcciones
democráticas exclusivas (McCoy y Myers 2004; Myers, 2003). Asimismo, la
sociedad comenzó a objetar la honestidad de la clase política y comenzó a exigir
un modelo de democracia más inclusivo. Cabe resaltar que, para 1998, Vene-
zuela era considerado el país más desigual de América del Sur. Esta situación se
tornó insostenible como resultado de un cúmulo de demandas sociales insatisfe-
chas, producidas por actores sociales en estado de movilización política y espe-
rando a ser recogidos por el líder apropiado. El mismo debía ser alguien que,
extendiendo la participación política a distintas fuerzas sociales, tuviera la capa-
cidad de mando necesaria como para canalizar sus expectativas e intereses.
El resentimiento de estos grupos hacia la partidocracia tradicional –prin-
cipalmente conformados por pobres estructurales provenientes de los centros
urbanos, y elementos de las clases medias que producto de las sucesivas crisis
económicas habían perdido posiciones en el sistema de estratificación social–
se fundaba en la consideración mayoritaria de que el régimen puntofijista había
perdido su legitimidad originaria como consecuencia de las políticas económi-
cas desarrolladas a partir del viernes negro de 1983. El 18 de febrero de ese
año, producto de una ineficiente política económica y de la fuerte depreciación
del precio internacional del barril de petróleo, el bolívar sufrió la mayor deva-
luación de su historia con respecto al dólar estadounidense. Este hecho llevó a
la administración del presidente Luis Herrera Campins (1979/1984) a recurrir
a la restricción obligada de divisas, aunada a una caída desmesurada en el
poder adquisitivo de los venezolanos. Esta fecha marcó, a su vez, el final de un
largo período de estabilidad cambiaria y de precios en Venezuela, así como el
inicio de una nueva era de devaluación, inflación y fuerte recesión62.

62. Este hecho implicó una fuga de capitales de 60 billones de dólares, la contracción de la
economía y una devaluación acelerada del bolívar que hizo desaparecer la estabilidad
cambiaria de la moneda venezolana.

149
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Para la sociedad venezolana, la crisis económica de 1983 fue producto,


en última instancia, de los efectos de un régimen anquilosado en donde una
estela de corrupción, clientelismo y tráfico de influencias por parte de sus
arquitectos –AD y COPEI– había generado una clase política corrupta, arro-
gante y aislada de los problemas del pueblo. Para los autores de McCoy y
Myers (2004), y para Myers (2008), la crisis originada a partir del viernes
negro marcó un punto de inflexión en la consideración política de la democra-
cia puntofijista. Estos autores sostienen que es a partir de ese momento que el
sistema político venezolano comienza a cambiar su sentido63. Consecuente-
mente, la convulsión económica iniciada en la primera mitad de los años 80 se
intensificó de manera considerable durante los 90.
La drástica disminución del ingreso per capita a partir de 1978 tuvo como
consecuencia impedir el despliegue de mecanismos de movilización social
ascendente, a partir de los cuales, los arquitectos de la democracia de Punto
Fijo habían basado su derecho a gobernar (Myers, 2008). La democracia de
Punto Fijo se asentaba sobre un entramado de políticas distributivas mediante
las cuales sus socios habían hecho posible la articulación de una extensa red de
patronazgo y corrupción. Si bien Coppedge (1998) no encuentra relevante el
hecho de que la bonanza petrolera venezolana haya generado mecanismos de
estabilidad y neutralización del conflicto político, Karl (1986) demuestra de
manera acabada que una de las causas a partir de las cuales pudo hablarse de
la excepción venezolana radica en la adjudicación de una decisión política en
particular. Según la autora, la misma provino por parte de las autoridades esta-
tales para poder repartir recursos del Estado por medio de políticas distributi-
vas que tuvieran como objetivo comprar lealtades y generar dispositivos de
prebenda y clientelismo político. Dado que los recursos con los cuales se mate-
rializó esta dinámica política provenían de la apropiación de las rentas del
petróleo, las élites puntofijistas, demasiado preocupados en una lucha intestina
por preservar sus objetivos particulares, optaron por excluir y tener políticas
que no respondieran a las necesidades de la población en condiciones de esca-
sez de recursos fiscales (McCoy y Myers 2004; Myers, 2004).
Consecuentemente, para junio de 1996 de 4.740.250 hogares, 2.122.016
se encontraban en situación de pobreza y de ellos 895.542 en una situación de
pobreza extrema. A su vez, un 44,76% de los hogares venezolanos no contaba

63. Los autores resumen este hecho con el término inglés “unravel”.

150
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

con ingresos para sus necesidades básicas, y el 18,89% no llegaba a cubrir sus
necesidades alimentarias. (Lander y López Maya, 1999). Además de eso, a
partir de 1986, la inflación comenzó a escalar dramáticamente a causa de la
ineficiente administración de recursos estatales durante las épocas de
bonanza. Sesgada por el boom petrolero de los años 70, la dirigencia política
no había planificado políticas anticíclicas en caso de que los precios interna-
cionales del petróleo sufrieran una notable merma. La inconsecuencia y la
irresponsabilidad de una dirigencia más preocupada en penetrar al interior de
toda organización que en elevar el nivel de vida de la sociedad provocó enton-
ces la neutralización de la capacidad de inversión necesaria para brindar servi-
cios públicos como telefonía y electricidad a precios subsidiados. También la
producción de aceros, cemento y fertilizantes –procedentes de la actividad de
empresas públicas deficitarias– se vio afectada por esta coyuntura. Así,
cuando durante los 90 los productos subsidiados debieron ser reemplazados
por bienes y servicios provistos a precios de mercado, el incremento en la tasa
anual de inflación llego en algunos años al 100% (Lander y López Maya,
1999; Myers, 2008).
Como efecto inmediato, los estándares de vida de la población en gene-
ral, y de las clases bajas en particular, resultaron drásticamente afectados;
producto de ello se generó un severo proceso de movilidad social descendente.
El impacto hacia la baja de la cotización internacional del petróleo como
motivo de la guerra del Golfo generó un colapso económico que se extendería
a lo largo de toda la década. La razón de la crisis radica en que Venezuela es
un Estado rentístico, implicando ello que su economía se sostiene principal-
mente por la explotación de un solo recurso natural, en su caso, petróleo
(Coppedge, 1998; Myers 2008).
La petro bonanza venezolana tuvo una larga duración. Entre 1973 y
1982, el precio del petróleo escaló impensadamente. El comienzo se dio
cuando, en 1973, el barril saltó de U$15 a $40; y para 1982, los precios se
habían ubicado por debajo de los U$ 70. Sin embargo, el declive progresivo
sufrido a partir de aquel año se extendió hasta 1998, año en el que el precio del
barril de petróleo llegó a cotizarse en $11,50. Subsecuentemente, los dos parti-
dos políticos dominantes –AD y COPEI– se vieron obligados a dejar de
cumplir con el círculo de prebendas que habían construido, y por medio del
cual sectores mayoritarios de la sociedad apoyaban sus programas de gobierno.
Una situación económica desfavorable extendida por veinte años hizo que los

151
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

partidos paulatinamente tuvieran que dejar de atender el pacto clientelar cele-


brado con los diferentes sectores: bienes y servicios subsidiados a cambio de
apoyo electoral (McCoy y Myers 2004, Myers, 2004; Myers, 2008). Que
Acción Democrática y COPEI abdicaran de sus responsabilidades informales
produjo un efecto de recelo para los sectores que pretendían que sus expectati-
vas fueran cumplidas. Bajo este clima de desconfianza para con el régimen de
Punto Fijo, las masas en disponibilidad y sectores medios y hasta empresaria-
les de Venezuela comenzaron a buscar alternativas con respecto a los partidos
tradicionales (Myers, 2008). En ese momento, el candidato Hugo Chávez fue
visto con simpatía por vastos sectores de la sociedad venezolana.
Sin embargo, aquel proceso de polarización incesante comenzado en
1998 terminó por convertirse en moneda corriente del sistema político. Durante
los primeros ocho años de gobierno del Presidente Chávez, la espiral de
conflictividad ha llevado a conductas semileales por parte de ambos grupos. Si
bien habitualmente se sostiene que con anterioridad a las elecciones de 1998,
la sociedad permanecía estructuralmente discriminada entre “los que tienen” y
“los que no” (Lander y López Maya, 1999), es cierto también que con la
llegada de Hugo Chávez al Ejecutivo de Venezuela, este conflicto adquirió
nuevos impulsos. El período que se extiende entre 2001 y 2004 marca una espi-
ral en la intensificación del conflicto con una particularidad.
Durante aquellos años, la polarización y radicalización creciente al inte-
rior de la sociedad venezolana se concibió como producto del endurecimiento
de la conducta tanto de las fuerzas opositoras como del gobierno y sus partida-
rios. Cada contienda y lucha por el poder se concibió como un asunto de tras-
cendental importancia, y la beligerancia en la retórica y en la acción política
marcó el ritmo de esos años. Posteriormente, con el resultado desfavorable del
referendo revocatorio del 15 de agosto de 2004, la oposición a la Revolución
Bolivariana entró en una fase de letargo y desincentivación de la lucha política.
La oposición, desmoralizada y sorprendida, perdió todo lo que puso en juego
durante 2004, 2005 y 2006. El gobierno, por su lado, profundizó su programa
y se caracterizó por forjar una marcada intransigencia y unilateralidad que
sirviera a la efectivización de sus proyectos. Mediante la agudización de sus
medidas revolucionarias fue dejando a la oposición sin espacio en la compe-
tencia política en un contexto en el cual las fuerzas opositoras habían comen-
zado a ser cooperativas, o por lo menos, habían abandonado definitivamente su
proceder antidemocrático.

152
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

Las inclinaciones semileales de la oposición surgieron durante los prime-


ros años del gobierno del Presidente Chávez: sus detractores cuestionaron cada
medida de gobierno tendiente a redistribuir la riqueza, reducir su influencia
política o alterar los parámetros de la producción económica (Myers, 2008).
Que el gobierno en cuestión hubiera accedido al poder legítimamente como
consecuencia de una elección popular cuya transparencia fue inobjetable pare-
ció no importarle a estas fuerzas. Tampoco el hecho de que el Presidente
Chávez ganara las elecciones de 1998 con el máximo porcentaje de votos desde
1958; como ya se vio, en esas elecciones el 56,20% de los venezolanos opta-
ron por el cambio y, en consecuencia, por allanar el camino hacia una demo-
cracia participativa. En sus esfuerzos por frenar este proceso transformador, la
oposición se entregó, sistemáticamente, a la consecución de medidas extraor-
dinarias y hasta parainstitucionales. Las mismas incluyeron la declaración de
paros generales de duración indefinida, demostraciones de fuerza en las calles,
la abstención electoral, e inclusive un fallido golpe de Estado.
Sin embargo, cada esfuerzo por cercenar y destituir a Chávez del Ejecu-
tivo dejó al Presidente en mejor situación política, al tiempo que la oposición
quedó más débil y desorganizada. Durante las elecciones regionales de octubre
de 2004 y las municipales de agosto de 2005, los resultados de la oposición
fueron magros; y en diciembre del mismo año todas las fuerzas opositoras se
abstuvieron en las elecciones para la renovación de representantes de la Asam-
blea Nacional. Si bien esta conducta se traduce en un reclamo por parte de las
fuerzas opositoras para que el gobierno respetara instituciones esenciales de la
república, es también cierto que importantes fragmentos de la sociedad civil
que adscribían hacia plataformas de la oposición se encontraban con miedo de
ser castigados por el gobierno. Esto último, como producto de la publicación
en Internet de listas que indicaban cómo había votado cada individuo durante
el referendo revocatorio de 2004.
Lamentablemente para la oposición, y más allá del simbolismo de su
demostración cívica, el resultado material de la abstención implicó que el Movi-
miento Quinta República (MVR) y sus aliados obtuvieran mediante el sufragio
popular el 100% de los escaños parlamentarios. Hoy en día, no hay al interior
de la Asamblea Nacional un solo diputado que pertenezca a las fuerzas oposito-
ras y por consiguiente, el Parlamento de Venezuela no es otra cosa más que un
apéndice del Poder Ejecutivo. Esta situación menoscaba de manera profunda la
dinámica republicana y representativa que se espera de todo régimen que se

153
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

precie de ser verdaderamente democrático. La imposibilidad de encontrar voces


de disenso en la Asamblea Nacional implica que uno de los focos de accounta-
bility horizontal más relevantes del sistema democrático se encuentra hoy
inexistente. Este hecho da luz verde a la figura de un Presidente que, enmarcán-
dose como gran decisor, sea quien sin restricciones imponga las reglas del juego
político. Esta imagen se corresponde con la situación a la que empíricamente se
ha arribado en Venezuela.
Luego de vencer holgadamente en las elecciones presidenciales de
diciembre de 200664, el Presidente Chávez dio nulas señales a la oposición de
que sus reclamos serían cuanto menos atendidos. Por el contrario, durante la
toma de posesión efectuada el día 9 de enero de 2007, Chávez anunció su
intención de emplear las atribuciones ejecutivas enmarcadas bajo la Constitu-
ción de 1999, a partir de las cuales el Presidente puede solicitar a la Asamblea
Nacional la delegación en su persona de poderes legislativos irrestrictos. La
medida, conocida como “Leyes Habilitantes” produce un efecto de Estado de
excepción65, por cuanto el Parlamento concede al Ejecutivo la facultad de
legislar durante un tiempo previamente establecido. El efecto más relevante
de todo el proceso es que durante el lapso consignado para la delegación de
estas atribuciones legislativas, el Parlamento no se reúne a sesionar y por lo
tanto no controla los actos del Presidente ni las leyes sancionadas por éste
(Myers, 2008).
De esta manera, el 11 de enero de 2007, Chávez solicitó y obtuvo por
parte de la Asamblea Nacional la sanción de una Ley Habilitante –de 18 meses
de duración a partir de febrero de 2007–, aduciendo que emplearía sus poderes
especiales para reescribir la Constitución de 1999 con el objeto de eliminar
aquellas instituciones que restringieran su capacidad de decisión para forjar la
“República Socialista de Venezuela”.
Recordemos que, en la visión del chavismo, la República Bolivariana de
Venezuela es percibida como un estadio de transición hacia el verdadero socia-
lismo y la democracia real. Quizás sea por ello que, durante el discurso inaugu-
ral de su tercer período presidencial, celebrado el 10 de enero de 2007, Chávez
hiciera referencia a que el tiempo transcurrido hasta ese momento únicamente

64. El día 3 de diciembre de 2006 el Presidente Hugo Chávez renovó su mandato presidencial
siendo reelegido por un total de 7.309.080 (62.84%) sufragios positivos, frente a 4.292.466
(36.90%) obtenidos por el candidato de la oposición Manuel Rosales.
65. Ver capítulo I de la presente obra.

154
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

constituía el final de un ciclo que depositaba a la sociedad venezolana más cerca


de su último objetivo: el socialismo. De esta manera, y fiel a su estilo, el
discurso del Presidente comenzó con la siguiente frase: “Patria, socialismo o
muerte; lo juro”. Dicho juramento excluye a la oposición de su proyecto polí-
tico a la vez que elimina los incentivos para que esta fomente posturas coopera-
tivas con el gobierno. Del mismo modo, el gobierno deja bien en claro que
piensa gobernar desde una posición de fuerza y exclusión, y al desatender los
reclamos de la oposición fomenta la polarización de la competencia política.
Este proceder aumenta en las fuerzas opositoras los incentivos para derrotar al
gobierno por cualquier medio y endurece a dicho sector. La temperatura política
aumenta, el Ejecutivo se torna hacia posturas más extremas y pone a disposición
de sus detractores los insumos y medios para que éstos emulen su conducta. Así,
la distancia entre ambos grupos aumenta, las hostilidades se consolidan y una
visión agonística de la política se hace presente.

5. El proceso Constituyente de 1999

Un populista al estilo de Juan Domingo


Perón en Argentina, líder semidemocrá-
tico de una “democracia delegativa” y al
mismo tiempo un revolucionario, Chávez
seria el conductor de un golpe que de
manera dramática barrería con las insti-
tuciones de la democracia de dos parti-
dos dominantes (Norden, 2003).

La primera toma de poder efectuada por el Presidente Chávez se materia-


lizó el 2 de febrero de 1999, día en que asumió como Presidente electo de la
República de Venezuela. En su aspiración hacia la refundación del orden político,
Chávez anunció y decretó la convocatoria a un referéndum consultivo para modi-
ficar la Constitución Nacional. Este acto puede considerarse como el primero en
mostrar un estilo decisionista de gobierno que desvalorizara el diálogo democrá-
tico (Lander y López Maya, 1999). A partir de ese momento, un clima de debate
exacerbado se asomó por toda Venezuela, dado que la medida reclamada por el
Presidente electo no estaba contemplada en la Constitución de 1961.

155
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

La Ley Fundamental vigente no refería provisión legal alguna con


respecto a la posibilidad de que una Asamblea Constituyente de carácter origi-
nario, convocada mediante la aprobación de un referéndum popular pudiera
tomar efectos. El debate encontró apoyos en ambos lados y la sociedad política
se polarizó de manera casi automática, puesto que la consumación de una
asamblea originaria podría disolver la totalidad de los poderes del Estado y así
sentar un escenario de excepcionalidad política. Consecuentemente, en un
proceso de politización de los poderes neutrales con serios perjuicios a la insti-
tucionalidad democrática el Presidente Chávez hizo uso de su amplio apoyo
popular para presionar a la Suprema Corte. En el análisis de Lander y López
Maya sobre tal curso de acción:

En este llamado a politizar las decisiones judiciales asoma su escaso respeto


hacia la institucionalidad, confundiendo a quienes conforman las instituciones
con las instituciones mismas. Al golpear a los primeros está socavando las bases
de las segundas (Lander y López Maya, 1999: 16).

La situación del momento dio inicio a la comprensión de las prerrogativas


autocrático delegativas de Chávez en tanto decisor político; puesto que una
medida de esta índole no aspiraba a la realización de cambios dentro del sistema,
sino más bien, a un cambio del sistema (Norden, 2003). De ser aprobada una
asamblea de este tipo, los restantes poderes del Estado podrían inclusive ser
disueltos. De ahí la peligrosidad de una Asamblea Constituyente con atribucio-
nes originarias; puesto que bajo la lógica jurídica, no puede un poder constituido
poner trabas a las prerrogativas/atribuciones de aquel poder que se erige/que
emerge como constituyente del mismo (Combellas, 1999). Ante la situación
descrita, la Suprema Corte, el 19 de enero de 1999, en su Fallo número 17, justi-
ficó la posibilidad de convocar a un referéndum constitucional bajo la fundamen-
tación de que constituía una contradicción al principio de soberanía popular que
el mismo pueblo no pudiera decidir sobre un hecho de estas características.
Consecuentemente, en el Capítulo IV del fallo, el Supremo Tribunal sos-
tiene que:

La pregunta que se formula es si procede convocar a una revisión de la Cons-


titución o si procede la convocatoria a un Poder Constituyente, a un poder sobe-
rano. (...) El artículo 4 de la Constitución de la República de Venezuela, consagra

156
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

exclusivamente el principio de la representación popular por estimar que la sobe-


ranía reside en el pueblo, pero que éste no puede ejercerla directamente sino que
lo hace a través de los órganos del poder público a quienes elige, es decir, que el
medio para depositar ese poder soberano es el sufragio.
Un sistema participativo, por el contrario, consideraría que el pueblo retiene
siempre la soberanía ya que, si bien puede ejercerla a través de sus representan-
tes, también puede por sí mismo hacer valer su voluntad frente al Estado. Indu-
dablemente quien posee un poder y puede ejercerlo delegándolo, con ello no
agota su potestad, sobre todo cuando la misma es originaria, al punto que la
propia Constitución lo reconoce.
De allí que el titular del poder (soberanía) tiene implícitamente la facultad de
hacerla valer sobre aspectos para los cuales no haya efectuado su delegación. La
Constitución ha previsto a través del sufragio la designación popular de los órga-
nos de representación; pero, no ha enumerado los casos en los cuales esta potes-
tad puede directamente manifestarse.
Ahora bien, no puede negarse la posibilidad de tal manifestación si se estima
que ella, por reconocimiento constitucional, radica en el ciudadano (...). De allí
que, la posibilidad de delegar la soberanía mediante el sufragio en los represen-
tantes populares, no constituye un impedimento para su ejercicio directo en las
materias en las cuales no existe previsión expresa de la norma sobre el ejerci-
cio de la soberanía a través de representantes. Conserva así el pueblo su potes-
tad originaría para casos como el de ser consultado en tomo a materias objeto
de un referendo (TSJ, 1999).

Mientras que en el octavo apartado decide que:

(...) puede ser consultado el parecer del cuerpo electoral sobre cualquier deci-
sión de especial trascendencia nacional distinto a los expresamente excluidos por la
propia Ley Orgánica del Sufragio y Participación Política en su artículo 185, inclu-
yendo la relativa a la convocatoria de una Asamblea constituyente (TSJ, 1999).

Con esta carta en su mano, la ratificación popular del decreto que diera
inicio a la convocatoria de elecciones para formar una Asamblea Nacional
Constituyente (ANC) fue fijada para el 25 de abril de 1999. En esa fecha, el
87,75% de los venezolanos decidieron que estaba de acuerdo con la realización
de la misma y el 81,74% se expresó a favor de que la ANC pudiera definir los

157
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

límites de su propio poder; como Chávez lo había propuesto66. Siendo esto así,
las elecciones para los parlamentarios constituyentes se dirimió el 25 de junio
del mismo año y en éstas, las listas del Polo Patriótico67obtuvieron un 95.5 de
los escaños con sólo el 65.5 de los votos (Ellner, 2001). El proceso entero
culminó el 15 de diciembre con la aprobación de la nueva Constitución por
referéndum popular68. El resultado de ello fue un cheque en blanco otorgado al
MVR para escribir la Constitución, y la consecuente eliminación de todo
control hacia el Ejecutivo Nacional.
La distribución de fuerzas en el seno de la ANC resultó llamativa, princi-
palmente, porque la coalición de partidos chavista obtuvo 121 de los 131 esca-
ños en disputa69, cuando en las elecciones legislativas de noviembre de 1998,
apenas 8 meses atrás, los integrantes del Polo Patriótico (PP) no habían logrado
obtener ni siquiera la mitad de las bancas del Congreso70. Más específicamente,

66. Las preguntas del Referendo Consultivo rezaban de la siguiente forma, y en ambos casos los
electores debían votar de manera afirmativa o negativa.
“Pregunta 1: ¿Convoca usted una Asamblea Nacional Constituyente con el propósito de
transformar el Estado y crear un nuevo ordenamiento jurídico que permita el funciona-
miento efectivo de una Democracia Social y Participativa?
Pregunta 2: ¿Está usted de acuerdo con las bases propuestas por el Ejecutivo Nacional para
la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente, examinadas y modificadas por el
Consejo Nacional Electoral en sesión de fecha Marzo 24, 1999, y publicadas en su texto ínte-
gro, en la Gaceta Oficial de la República de Venezuela No. 36.669 de fecha Marzo 25, 1999?”.
67. El Polo Patriótico fue la coalición electoral opositora creada para competir en los comicios
legislativos y presidenciales de 1998. Sus partidos pivote fueron el MVR, el MAS y el movi-
miento político Patria Para Todos (PPT), a los que se sumaron: IPCN, PCV, MEP, GE, SI y
AA, partidos menores cuya adhesión fue más simbólica que electoral.
68. A diferencia del referéndum consultivo de abril, el de diciembre tuvo una única pregunta:
“¿Aprueba usted el proyecto de Constitución elaborado por la Asamblea Nacional Cons-
tituyente?”.
En esta ocasión el pueblo se expresó en las urnas mediante 4.819.056 sufragios. De ellos,
3.301.475 (71,78%) de venezolanos respondieron afirmativamente, en tanto que 1.298.105
(28,22%) respondieron de manera negativa a la consulta.
69. Si bien el total de la asamblea estuvo compuesto por 131 escaños, 3 de ellos fueron asigna-
dos a las poblaciones indígenas y, por lo tanto, quedaron fuera de la órbita de competencia
de los partidos políticos.
70. Los comicios del 8 de noviembre se realizaron para elegir diputados nacionales, senadores,
gobernadores y diputados estaduales. En éstos, los candidatos a gobernador de los tres parti-
dos mayoritarios del PP (MVR, PPT y MAS) resultaron electos en ocho Estados, y alcanza-
ron el segundo puesto en diez de los trece Estados restantes; cifra que sirvió para igualar en
número de gobernaciones a AD. Según sus proyecciones, el partido tradicional consideró

158
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

el partido de Chávez había obtenido apenas más de un tercio de los escaños


parlamentarios, mientras que AD y COPEI se habían llevado cerca del 60% de
las bancas. Resulta por lo tanto sorprendente que existiera un cambio tan brusco
en las preferencias del electorado, así como también que la oposición obtuviera
menos del 5% de los escaños cuando en las urnas había conseguido casi un 40%
de los sufragios.
Las causas de esta situación pueden atribuirse a dos factores: 1) un
proceso electoral fraguado y 2) la ausencia de una postura cooperativa al inte-
rior de la oposición (Coppedge, 2003: 187; Ellner 2003: 12–14). Si bien
resulta innegable que Chávez recibió un apoyo popular masivo y que proba-
blemente el resultado del proceso constituyente hubiera sido el mismo, la
composición chavista al interior de la asamblea se demostró exagerada por
dos provisiones electorales decretadas por el Presidente. En el análisis de
ambas provisiones, puede verse cómo las explicaciones enunciadas se combi-
nan. La primera indicó que los candidatos podían ofrecerse de tres maneras
distintas integrando una lista partidaria, la lista de un movimiento social, o de
manera uninominal, lo que se conoció como “por iniciativa propia”
(Coppedge, 2003). Mientras que los candidatos de la oposición se presenta-
ron en su mayoría bajo la tercera opción y compitieron entre sí, el MVR
acordó con sus aliados que todos los candidatos oficialistas corrieran por
cuenta de la lista unificada del Polo Patriótico, y de esa manera se evitó la
competencia entre las fuerzas del modo chavista. Consecuentemente, la falta
de cooperación al interior de la oposición fragmentó su voto e hizo que la
estrategia del chavismo fuera más eficiente.

que, en el peor de los casos, retendría las once gobernaciones conseguidas en 1995 y en el
mejor, aumentaría ese número a catorce. En este sentido, el total de votos por gobernadores
electos alcanzado por ambos partidos deja entrever las diferencias: mientras que el PP
obtuvo un total de 1.096.116 votos, AD alcanzó sólo 564.391 (Lander y López Maya: 15).
Algo similar ocurrió en la elección de representantes legislativos nacionales, donde el PP
consiguió aproximadamente un tercio de la representación del Senado y superó esta cifra en
la Cámara de Diputados. En la cámara alta el “Polo” consiguió 18 escaños de un total de 54,
en donde 12 fueron obtenidos por el MVR, 5 por el MAS y 1 por el PPT. AD, por otra parte,
consiguió 20 senadurías, COPEI 7 y los restantes partidos no superaron el número de 3. En
la cámara baja, el “Polo” ganó 75 escaños de un total de 207, adjudicándose 46 el MVR, 18
el MAS, 7 PPT y 4 otros partidos. Los partidos tradicionales cosecharon en la cámara baja
un total de 132 escaños, siendo AD nuevamente el partido mayoritario de la coalición con
62 lugares, seguido por COPEI con 27 y Proyecto Venezuela con 20; la Causa R obtuvo 6
bancas, Convergencia 5, y los restantes partidos 3 o menos.

159
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

La segunda provisión electoral fue complementaria de la primera: la elec-


ción se dio sobre una variante de voto acumulativo con fuertes tendencias mayo-
ritarias. A partir de la misma, los votantes detentaban tantos votos como escaños
disponibles en cada distrito, y serían electos aquellos candidatos que contaran con
la mayor pluralidad de sufragios. Este sistema, tendiente a exagerar el margen de
victoria del partido mayoritario se combinó con otros dos factores: el despliegue
del Polo Patriótico obtuvo el primer lugar en todos los distritos electorales a nivel
nacional, y la identificación de sus postulantes permitió a los ciudadanos votar de
manera masiva candidatos del gobierno (Coppedge, 2003).
Una vez electa la ANC, las amenazas del Presidente y de sus partidarios
de disolver las restantes instituciones del Estado comenzaron a causar una seria
conmoción en todos los poderes de la república. Despertadas las tensiones
entre la ANC, el Congreso y la Suprema Corte, Chávez llegó en julio de 1999
a un acuerdo de cohabitación entre los primeros dos actores, mediante el cual
la Asamblea dejaría sesionar al Congreso en tanto éste cooperara con la misma;
además de eso, Chávez desestimó sus amenazas a hacer revocar el mandato de
los gobernadores de AD y COPEI sospechados de corrupción. A pesar de ello,
en el mes de agosto la Asamblea privó al Congreso de la República de todo
poder real y, una vez aprobada la nueva Constitución en diciembre, éste y el
Supremo Tribunal de Justicia fueron disueltos sin oponer seria resistencia. Bajo
estos efectos, la ANC reemplazó al antiguo Congreso con un Consejo/Comité
Nacional Legislativo –denominado “Congresillo”–, compuesto por once
miembros de la ANC y otros diez propuestos por la misma, en lugar de optar
por un principio de representación popular. El Congresillo detentó excesivos
poderes proactivos, a partir de los cuales podía inclusive remover funcionarios
electos por el sufragio popular en el nivel local y nacional. Para Coppedge
(2003), un cuerpo de estas características se asemeja más a una junta revolu-
cionaria que a una asamblea representativa.
Asimismo, el órgano constituyente decretó la existencia de un régimen
de transición y reemplazó a los miembros de la Defensoría del Pueblo, al Fiscal
General de la República, al Contralor General de la República, y la dirección
del CNE. Para el tiempo en el que la ANC culminó sus funciones el 31 de julio
de 2000, no existía ningún poder del Estado –a excepción de la Presidencia–
que no hubiera sido designado por un cuerpo 95% chavista (Coppedge, 2003).
El resultado de tal proceso marca una neutralización de facto de todas las insti-
tuciones representativas o del Estado que no fueran controladas inicialmente

160
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

por una mayoría chavista, y que por tanto, pudieran obstruir las políticas del
gobierno. Mediante la legitimación formal de atribuciones excepcionales,
Chávez consiguió que la ANC eliminara todo posible contrapeso hacia la insti-
tución presidencial. El correlato final del proceso implicó que entre diciembre
de 1999 y julio de 2000 –fecha en las que se llevaron a cabo a cabo las “megae-
lecciones” de Presidente, gobernadores, parlamentarios de la Asamblea Nacio-
nal y de Asambleas regionales– no existiera institución alguna capaz de limitar
el poder de Hugo Chávez. En esos siete meses, Venezuela vivió en un Estado
de excepción permanente a partir del cual, en términos schmitteanos, un sobe-
rano controló el monopolio de la decisión sin contrapeso alguno. Estos siete
meses de excepcionalidad traslucen la materialización de un principio de
exclusión que reproduce patrones autoritarios y habilita una concentración de
poder unipersonal en un autócrata. Como resultado de ello, las instituciones del
Estado alteran su naturaleza, reemplazando un tipo de legitimidad legislativo
republicana por otra de índole plebiscitaria.
Las elecciones del 30 de julio de 2000 no sólo dieron cuenta del masivo
apoyo popular al proyecto bolivariano, siendo que Chávez derrotó por un amplio
margen a Francisco Arias Cárdenas; sino también de un nuevo escenario político,
marcado por una nueva distribución de fuerzas al interior de la Asamblea Nacio-
nal y los gobiernos provinciales71. El inicio de su segundo período presidencial,
proveniente de una “relegitimación de todos los poderes” como el mismo Chávez
expresara, dio al Presidente bolivariano más fuerzas para allanar el camino hacia
una democracia participativa. En este sentido, el proceso de toma de poder conti-
nuó con el Decreto 1011, de octubre de 2000, el cual se proponía reformar el
sistema educativo sobre bases bolivarianas, ideologizar la enseñanza pública y
nacionalizar los establecimientos privados. La oposición reaccionó de la manera
esperada: entró en pánico, se movilizó y nuevamente extremizó sus posturas.
Conforme la distancia entre el gobierno y la oposición aumentó, Chávez consi-
guió el objetivo planteado: polarizar la sociedad (Corrales, 2006).

71. En el duelo presidencial, Hugo Chávez recibió el voto de 3.757.773 venezolanos, equivalente al
59,76% de los sufragios; derrotando holgadamente a su anterior compañero de armas Francisco
Arias Cárdenas, quien utilizando la plataforma electoral de La Causa R obtuvo 2.359.459, totali-
zando un 37, 52% de los votos válidos emitidos. Por otra parte, los partidos de gobierno ganaron
un total de 17 gobernaciones, mientras que la oposición se hizo con 6. En cuanto a la composi-
ción de la Asamblea Nacional, el MVR obtuvo 92 escaños de los 165 en disputa; Acción Demo-
crática –segundo partido en importancia– y COPEI ganaron 33 y 6, respectivamente.

161
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Un año más tarde, el Presidente Chávez volvió a tomar el mismo curso


de acción. En noviembre de 2001, el Congreso otorgó al mandatario facultades
especiales para aprobar una Ley Habilitante que sancionara un total de 49
decretos con fuerza de ley. Nuevamente, la oposición reaccionó entrando en
pánico y dispuesta a elevar su apuesta. Los sectores convergieron sus posturas
dentro de la premisa de dar por tierra con las leyes sancionadas, donde las de
mayor relevancia incluían una Ley de Tierras que disponía a la fuerza pública
a la realización de una reforma agraria, una nueva Ley de Hidrocarburos y,
finalmente, la Ley de Pesca. Las fuerzas contrarias al gobierno convergieron en
una sociedad entre AD, COPEI, FEDECAMARAS y la CTV. Cuando en
diciembre el arco opositor vio infructuosos sus pedidos al gobierno, sus acto-
res decidieron elevar la apuesta y comenzaron acciones concretas. El día 10 de
diciembre la CTV y FEDECAMARAS llamaron a un paro total de las activi-
dades, y comenzaron una estrategia de movilización para presionar al
gobierno. Si bien este último no cedió, el paro fue considerado exitoso; no
obstante, la espiral de radicalización y polarización política desatada a partir de
ese momento no tendría fin sino hasta conseguir una derrota definitiva de
alguno de los dos bandos.
En este sentido, el clímax de la misma se dio durante los sucesos de abril
de 2002, descritos con anterioridad, donde las fuerzas políticas y sociales oposi-
toras al gobierno lograron desalojar al Presidente Chávez de sus funciones en un
golpe que duró menos de 48 horas y ubicó a estas fuerzas en una postura de
máxima intransigencia e intolerancia. Sin embargo, una vez pasado este hecho,
la oposición no abandonó sus esfuerzos por desalojar a Chávez del poder;
aunque ahora sin estar dispuesta de promover un golpe. De esta forma, el 17 de
octubre de 2002, una coalición de partidos políticos, asociaciones civiles y ONG
opositoras a la administración de Hugo Chávez dieron inicio a la estructura
supraorganizacional conocida como Coordinadora Democrática (CD).
Con los hechos de abril aún en el imaginario colectivo, y una situación
de conflictividad creciente, autoridades de la OEA y el Centro Carter articula-
ron una mesa de diálogo con el objeto de que el gobierno y la oposición senta-
ran un programa común de acuerdos y cese de hostilidades. Fracasada esta
instancia, la intransigencia se apoderó de la situación nuevamente, y ésta
desembocó en la declaración de un nuevo paro el día 2 de diciembre.
Los sectores de la oposición, aglutinados en la CD, la CTV y FEDECA-
MARAS, junto al apoyo de otros partidos y organizaciones desencantadas del

162
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

proyecto bolivariano, como el MAS y Bandera Roja, exigieron al Presidente su


renuncia o la realización de un referéndum consultivo de mandato. Ante la
negativa de Chávez, el paro, que inicialmente tendría una duración de 24 horas,
se prorrogó de manera indefinida. Al igual que en abril, la sociedad se vio
inmersa en un estado de politización permanente, en parte gracias a una cober-
tura mediática del proceso de casi 20 horas diarias. Tanto los medios de comu-
nicación públicos, como los privados, tomaron posturas que promovieron la
polarización de las fuerzas sociales en dos campos irreconciliables. Al mismo
tiempo, una movilización política permanente tanto de simpatizantes bolivaria-
nos como de los detractores de Chávez tomaron las calles de los grandes
centros urbanos. Principalmente en Caracas, el despliegue masivo de fuerzas
promovió un clima de confrontación en el cual la apropiación de espacios
públicos y privados por parte ambas fuerzas comenzó a ser vista como botines
de guerra. La oposición se aglomeró en torno a la Plaza Altamira y la sede de
PDVSA en Chuao (ambos en el este de Caracas), mientras que el chavismo se
concentró en torno al Palacio de Miraflores, la Plaza Bolívar y la sede princi-
pal de PDVSA en La Campiña (en el centro de la capital).
Con una Caracas partida en dos, el paro llegó a su máximo punto de
confrontación cuando el Presidente Chávez decidió despedir a más 18.000 de
empleados de la empresa estatal PDVSA y de esa forma asestar un golpe inelu-
dible hacia la CTV72. La disposición del gobierno por remover a la mayor parte
del personal técnico y operativo de la empresa, además de a importantes funcio-
narios del área gerencial, implicó una desvalorización de la capacidad de
producción de la compañía que sería percibida en el mediano y largo plazo. Con
posterioridad a este hecho la presión internacional, solicitando a la oposición
que frenara con las medidas, se tornó insalvable. A su vez, la misma heteroge-
neidad de la CD provocó roces al interior de la coalición y poco a poco el paro
fue perdiendo su fuerza. Con una duración total de 62 días y serias consecuen-
cias para la economía venezolana (Kelly, 2004), el paro petrolero de diciembre
de 2002, febrero de 2003 constituyó el segundo intento frustrado de la oposición
para que desalojar a Chávez del gobierno. A su vez, este hecho diluyó aún más
los límites a la autoridad del Presidente y dejó en claro que las reservas petrole-
ras serían a partir de ese momento potestad exclusiva del Ejecutivo.

72. Así, Chávez despidió a trabajadores nucleados dentro de la Federación de Trabajadores Petro-
leros (FEDEPETROL), la organización sindical/obrera más importante dentro de la CTV.

163
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Esta acción, que puede considerarse como la segunda toma de poder al


mando de Chávez, despojó a PDVSA de su histórica capacidad técnica y
profesional y entronizó un criterio de lealtad política por encima de la eficien-
cia que una empresa especializada y reconocida a nivel internacional debe
tener. Esta decisión consagró a Chávez como titular indiscutido de la empresa
estatal y despojó a PDVSA de la autonomía que tradicionalmente había tenido
de las autoridades estatales, herramienta que había permitido a sus gerencias
poner en práctica decisiones a largo plazo para fomentar el desarrollo y la
producción de la compañía. A partir de ese momento, PDVSA se convirtió en
un valioso bastión político del gobierno, funcionando además como una
fuente inagotable de recursos al servicio de las prerrogativas autocráticas de
Hugo Chávez, hecho que tomó especial relevancia durante la lucha por el
referéndum revocatorio de 2004.
En definitiva una vez en el poder Chávez optó por refundar el orden
político antes que el económico, el cual de hecho no comenzó a ser alterado
sino hasta 2003. La Constitución que dio a luz a la República Bolivariana de
Venezuela concentró el poder fuertemente en la figura del Ejecutivo en
detrimento de las otras ramas de gobierno, consagrando atribuciones de la
democracia delegativa; además de eso fue marcadamente promilitar y anti-
partidaria. Sus consignas en torno a enarbolar la bandera de la democracia
real dieron a luz a la Constitución con menos accountability horizontal de
América Latina. Difusa en los límites a la institución presidencial, pero
clara en sus nuevas atribuciones, la Constitución consagró poderes proacti-
vos de decreto y la delegación de facultades parlamentarias mediante la
figura de la “Ley Habilitante”. Eliminó además el control de las promocio-
nes militares del Poder Legislativo, otorgando la misma al Poder Ejecutivo
y redujo de dos a una las cámaras del Parlamento Nacional, creó la figura
del plebiscito presidencial y posibilitó que la legislación de relevancia
pudiera ser aprobada por la Asamblea Nacional tan sólo mediante una
simple pluralidad de votos.
No obstante, como fue consignado anteriormente, la Constitución de
1999 incluyó dentro de su cuerpo la figura del referéndum revocatorio como
instituto y emblema de su modelo participativo de democracia, y que será utili-
zada, en forma conjunta con otros mecanismos procesales, como una herra-
mienta para intentar dirimir en la arena institucional los conflictos entre los dos
irreductibles bloques sociales de la Venezuela contemporánea.

164
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

6. Actores Políticos y Sociales hacia el Socialismo del Siglo XXI

La presente sección del capítulo tomará como unidad de análisis la


evolución y desarrollo de dos grupos en particular a la luz de los cambios insti-
tucionales llevados a cabo durante la República Bolivariana. Estos dos grupos
son: las Fuerzas Armadas y las masas populares. El recorte sociológico
propuesto se fundamenta en el entendimiento de que a lo largo de su gobierno,
el Presidente Chávez ha identificado a estos sectores con motivos de consoli-
dar una alianza que lo sostenga en el poder de manera permanente. La premisa
se basa en la capacidad de acción de cada uno.
En cualquier Estado moderno, las Fuerzas Armadas poseen una capaci-
dad de coacción inigualable que le posibilita al gobierno central neutralizar
sucesos que afecten a la gobernabilidad y llevar a cabo medidas de carácter
radical. Las Fuerzas Armadas constituyen, por lo tanto, un actor de relevancia
con capacidad de movilización y despliegue a nivel nacional. El otro motivo
por el cual la cooptación de los elementos de las Fuerzas Armadas se torna
inherente a la construcción política de un líder populista como Chávez, es que
por lo anteriormente dicho, en todo Estado moderno este sector puede actuar
como un actor de veto incontestable al poder central. De esta manera, es
únicamente mediante un férreo control de las FF.AA. que el liderazgo presi-
dencial de Chávez puede garantizar su gobernabilidad y la profundización de
su ciclo revolucionario. Para ello, Chávez implementó un control de tipo
subjetivo sobre las fuerzas militares, con ascensos controlados políticamente
para asegurarse a oficiales con formas de pensar afines (Huntington, 1957;
Norden, 2003).
Pero la necesidad de contar con los sectores populares corresponde a otro
andarivel de la lógica política bolivariana. La apelación a los fragmentos más
vulnerables de la sociedad tiene una justificación inmanente en la necesidad de
todo líder populista de controlar una legitimidad de origen que le permita el
acceso al poder basado en una identificación entre su persona y la voluntad
colectiva de un pueblo (Corrales, 2008 Hawkins, 2003; Weyland, 2001). De allí
que el tema del número sea tan importante para Chávez. Así, la figura de gran
decisor aparece como subsidiaria de un criterio de legitimidad que se divide en
dos órdenes: 1) en términos cuantitativos, requiere contar con un avasallante
apoyo popular que le permita llevar a cabo un programa de gobierno ostentado
en una trascendente legitimidad numérica. A su vez, los sectores más vastos

165
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

desde un criterio sociodemográfico son los sectores más empobrecidos de la


sociedad. Por lo tanto, 2) el apoyo de una amplia masa popular situada en los
estratos más vulnerables consagran al líder populista como el abanderado de
las clases bajas y el mesías capaz de redimir su situación; de ahí la justificación
que también se basa en un criterio cualitativo. Todo lo cual, genera en el idea-
rio chavista la identificación con el modelo de democracia de Jean Jacques
Rousseau, en oposición al de John Locke; puesto que un líder como Chávez
está dispuesto a destruir cualquier límite a su poder con tal de poder materiali-
zar sus objetivos.
Contar con una mayoría numérica otorgada por los pobres genera en
Chávez una consciencia de confrontación a partir de la cual la exclusión de la
oposición de la competencia política se ve como una medida legítima para
eliminar las barreras de una democracia formal, y de esa forma llevar el
sistema hacia la verdadera democracia participativa. No obstante, es mediante
este entendimiento de lo político que cualquier emulación de una democracia
rousseauneana termina por ser abandonada y, en su lugar, Chávez opta por
constituir el modelo de soberano surgido a partir de una teoría política propia
de Thomas Hobbes o, por otro lado, del soberano situado en la literatura de
Carl Schmitt.

7. Conclusiones

En el año 1998, Hugo Chávez Frías logró por vía electoral aquello que
no había podido lograr mediante el uso de las armas, esto es, obtener la primera
magistratura del Estado venezolano. Apenas seis años atrás, el 4 de febrero de
1992, un infructuoso intento de golpe había manchado de sangre las calles de
Caracas. La propuesta, en ese entonces, consistió en desalojar al Presidente
Carlos Andrés Pérez de su cargo y refundar el orden político venezolano una
sobre una base participativa que consolidara un modelo político basado en las
ideas del Libertador Simón Bolívar.
Su convicción, su disciplina y sus creencias en un proyecto totalizante;
su identificación con los pobres y la construcción de un discurso hegemónico;
y la imagen de hombre probo, responsable y noble que había dado ante las
cámaras televisivas durante su rendición de 1992, fueron las herramientas que
Chávez esgrimió para ganar las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de

166
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

1998 por el mayor caudal de votos de la historia venezolana. En esa ocasión,


la sociedad venezolana avaló una promesa de cambio con un total de 3.
673.685 votos representando el 56,20 por ciento de los votos válidos emitidos.
Con el número en sus manos y la legitimidad en su investidura, Hugo Chávez
no tardó en demostrar que el cambio era posible.
De tal manera, su proyecto de Constitución resultó también ratificado
hacia fines de 1999, y con ello, Venezuela dio sus primeros, pero firmes pasos,
en una espiral de desinstitucionalización y confrontación política sin preceden-
tes en la historia democrática de América Latina. La Constitución de 1999,
aprobada por siete de cada diez venezolanos, no sólo produjo la militarización
de la política, la concentración de poder en manos del Ejecutivo, y la delega-
ción de facultades legislativas en la figura del Presidente; sino que además
cambió el nombre de la nación por el de República Bolivariana de Venezuela,
y de esa manera entronizó formalmente el proyecto decisionista de Chávez. A
partir de ese momento, la dinámica política delegativa del régimen fue abando-
nando su constitución democrática para volcarse de manera definitiva hacia las
predisposiciones autocráticas del primer magistrado.
Los controles por parte de otros poderes del Estado hacia la institución
presidencial comenzaron a ser doblegados por el personalismo y la flexibilidad
de las atribuciones ejecutivas. También los organismos públicos comenzaron a
abandonar sus esferas de autonomía y profesionalismo técnico como conse-
cuencia de la remoción de sus áreas ejecutivas y el reemplazo de éstas por
elementos leales al Proyecto Bolivariano. En poco tiempo, todos los poderes
del Estado se convirtieron en apéndices de un Ejecutivo con poderes discrecio-
nales suficientes como para avasallar cualquier otro poder constituido. Los
frenos y contrapesos propios de una verdadera república alteraron su balance y
la Quinta República pudo entonces consagrar un híperpresidencialismo de
tenor autocrático decisionista, en donde su titular pudo apropiarse de los recur-
sos del Estado.
Entre 1998 y 2006, una política de conflicto anuló progresivamente cana-
les institucionales que pudieran servir a la oposición para contrarrestar las atri-
buciones autoritarias del Presidente Chávez. De tal forma que, poco a poco, las
4 arenas de contestación enunciadas por Levitsky y Way (2002) fueron neutra-
lizadas o arrasadas por el chavismo.
Así, los ataques a la libertad de expresión golpearon a los medios; la
remoción de jueces y la incorporación de una docena de jueces al Tribunal

167
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Supremo de Justicia en 2004 asedió al Poder Judicial; la disolución del Senado,


la disolución de la Cámara de Diputados en 1999 y una reelección total de
todos los miembros de la nueva Asamblea Legislativa en julio de 2000 altera-
ron de manera dramática la composición de un Poder Legislativo electo apenas
dos años antes. Además, la abstención electoral de los partidos opositores en
diciembre de 2005 dio inicio a una Parlamento monocolor, lo cual hizo que la
oposición perdiera un canal institucional de denuncia y proyección política.
Estos hechos además se vieron acompañados por las sucesivas violaciones
sostenidas hacia los principios inalienables de los derechos políticos y civiles
consagrados en la libertad y el secreto del sufragio. Esto último se deja entre-
ver a partir de la violación de la identidad de las personas que firmaron el
infructuoso referéndum consultivo de 2002, y a las que lo hicieron en 2004 y
luego votaron por la remoción del Presidente; individuos cuya expresión
democrática fue publicada por parte de funcionarios públicos y que por ello
perdieron sus trabajos, planes de ayuda social o vieron la clausura de sus acti-
vidades económicas. Esto último facilitó un aumento de la abstención electo-
ral por parte de los elementos civiles que apoyaban a la oposición y, consecuen-
temente, la obtención de resultados magros por parte de esta última en las elec-
ciones nacionales y locales sostenidas en 2004, 2005 y 2006.
La institucionalización por parte del Estado de un ejercicio inverso de la
rendición de cuentas o accountability, a partir del cual es el Estado quien
controla a sus ciudadanos y no éstos al primero, funcionó por parte del
chavismo como una estrategia política analogable al terrorismo de Estado. Si
bien en Venezuela el asesinato hacia integrantes de la oposición no fue una
conducta empleada entre los años analizados, sí lo fue el empleo de estrategias
que impulsaran a la sociedad civil a retraerse de la participación política, o a
tener miedo de optar por la oposición.
Todo lo expuesto a lo largo del presente capítulo conllevó a la crispación
de la sociedad venezolana y la puesta en práctica de una estrategia de fragmen-
tación, identificación y confrontación por parte del Presidente Chávez. De esta
manera, cada vez que Hugo Chávez quiso poseer el control de una institución
que pudiera crear trabas a la Revolución Bolivariana, el caudillo identificó a la
misma con un enemigo y aumentó su apuesta par con la oposición generando
una reacción de pánico por parte de la misma. Bajo un endurecimiento de las
fuerzas opositoras, Chávez aprovechó entonces el momento para profundizar
sus prerrogativas con motivo de defender el Socialismo del Siglo XXI. Una y

168
AUTOCRACIA Y LEGITIMIDAD POLÍTICA

otra vez el Presidente tomó el poder de diversas instituciones empleando este


modelo de acción. Conforme a ello, las equivocaciones por parte de la oposi-
ción facilitaron las excusas que Chávez necesitaba para tomar el poder o bien
fortalecieron su investidura. Ejemplo de ello constituyen el accionar de los
partidos tradicionales, la central sindical y la organización patronal durante los
sucesivos paros de 2002 y 2003, además de lo ya mencionado durante diciem-
bre de 2005.
La creación incesante de un enemigo, el uso de una retórica maniquea y
la discrecionalidad como para justificar los fines de la revolución por cualquier
medio, crean en la articulación política presenciada en Venezuela las condicio-
nes que Weyland (2001) y Hawkins (2003) describen conforme a un estilo
populista de gobierno. De tal manera, aceptamos la premisa de Corrales (2005),
Norden (2003), Shifter (2004), Levitsky y Way (2002) y otros, para quienes el
Socialismo del Siglo XXI no es otra cosa más que una reminiscencia y una
nueva activación de la lógica populista de América Latina a mitad del siglo XX.
En este sentido, la identificación constante con las masas y la importancia que
su número representa, la institucionalización de una relación no mediada por
estructuras políticas entre éstas y el líder populista, y la explicitación constante
de un enemigo al que se debe destruir, enmarcan la dinámica de conflictividad
del gobierno del Presidente Chávez bajo conceptos analizables desde la litera-
tura de Carl Schmitt.
Siendo esto así, las ideas de igualdad sustancial y homogeneidad del
jurista alemán presentan un campo analítico susceptible de caracterizar el hori-
zonte de sentido político de la construcción bolivariana como aquel reagrupa-
miento de fuerzas dicotómicas, antitéticas y, por lo tanto, irreconciliables. Esta
idea, que se halla en el corazón del proceder decisionista del Presidente
Chávez, facultó los sucesivos estados de excepción que desde 1998 dieron
inicio a la instrumentalización de medidas extraconsitutcionales, encontrán-
dose la primera en la modificación de la Constitución por mandato de un refe-
réndum popular y, las posteriores, en las sanciones de Leyes Habilitantes de
2001 y 2007. Sucesivamente, la consagración de Hugo Chávez como gran
decisor fue dotando a éste de las atribuciones necesarias para alterar la natura-
leza del Estado venezolano. En tal sentido, el abandono de una dinámica repu-
blicana por la reproducción de patrones autoritarios funciona como causa y a
la vez consecuencia de la tergiversación de un Estado legislativo parlamentado
por otro de índole excepcional y plebiscitaria. En otras palabras, siguiendo la

169
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

obra de Schmitt, podríamos decir que la moderación de la legalidad fue neutra-


lizada por el poder de la legitimidad.
De esta manera, estamos en el período analizado ante una lógica de
gobierno que destruyó los límites institucionales requeridos para la estabilidad
de cualquier democracia política. Una situación decididamente opuesta al
análisis del caso brasileño efectuado por Florencia Incarnato y Victoria
Vaccaro en el siguiente capítulo de esta obra. En el mismo, las autoras nos
mostrarán cómo la institucionalidad de diversos canales de accountability
resultaron un freno al decisionismo y la estela de corrupción desplegada por el
Presidente Fernando Collor de Mello mediante un análisis profundo de la diná-
mica social y la ingeniería institucional de Brasil en los primeros años de la
década de 1990.

170
5

El caso de Collor de Mello en Brasil:


¿límites al decisionismo?

FLORENCIA INCARNATO y VICTORIA VACCARO*

1. Introducción

En este capítulo nos centraremos en la historia del Brasil y de uno de sus


líderes más resonantes de los últimos 20 años, no sólo por la forma en la que
accedió al poder, su retórica o sus intentos reformadores, sino principalmente
por la manera en que abandonó la presidencia luego de sólo 2 años y seis meses
de gobierno.
El caso de Fernando Collor de Mello se incluye en este libro en princi-
pio por inscribirse en las características descriptas en torno a los conceptos de
líder, liderazgo político y decisionismo, pero también como un caso paradig-
mático del límite impuesto a una particular forma de ejercer el poder. Nos
centraremos en el estudio del cómo logra un país latinoamericano, luego de
años de gobiernos militares y mediante la vía institucional, suspender y enjui-
ciar a un primer mandatario, finalmente destituido de su cargo.
Para comenzar no es menor repasar algunas cuestiones claves. Empe-
cemos por diferenciar entre los conceptos de líder político y liderazgo polí-
tico, ya que no coinciden per se. El primero se relaciona con el poder de deci-
sión; y el segundo tiene que ver tanto con la naturaleza de la acción realizada
por el sujeto, como con la oportunidad para el surgimiento y ejercicio del
liderazgo.

* UBA.

171
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Según Carl Schmitt, el decisionismo político refiere a una situación en la


cual prima la decisión política –en momentos de excepción– sobre la norma
(Schmitt, 1998). En nuestra región, este estado de excepción tuvo aristas de
todo tipo –crisis económica, social y política–. El hincapié suele hacerse en las
crisis políticas, debido a que la dificultad de reunir mayorías absolutas en el
Parlamento debilita el rol del presidente. Por lo tanto, este círculo recae en la
teoría de que para lograr la gobernabilidad es necesario recurrir a “un estado de
excepción” que, se supone, garantiza mayor poder al presidente y a su partido.
Este estado excepcional suele utilizarse como argumento para centralizar y
concentrar el poder en el Ejecutivo en épocas de crisis, ya que es el único capaz
de dar respuesta a la misma, y en tiempo record.
Esta idea planteada en el concepto de decisionismo, basada en la presencia
de un liderazgo fuerte del Poder Ejecutivo, tiene sus particularidades para el caso
del neodecisionismo. Éste es proclive a un Estado no tan funcional y más cercano
a los preceptos del neoliberalismo, el Estado Mínimo y el neoconservadurismo.
Por otro lado, el neodecisionismo llega a ser identificado en ciertos casos
no solamente como una estrategia para el gobierno “en tiempos difíciles” o
como una mera adaptación a situaciones cambiantes o de excepcionalidad, sino
como característica principal o núcleo de la doctrina filosófico-jurídica que
fundamenta un nuevo modelo estatal (Bosoer y Leiras, 1999). El líder neode-
cisionista se caracteriza por intentar, mientras dure su mandato, dividir y coop-
tar a la oposición política y a la sociedad, someter al Poder Legislativo y tener
un Poder Judicial incondicional, o en su defecto neutralizarlo73.
Todos estos conceptos encajan perfectamente con el tipo de liderazgo
que ejerció Collor de Mello durante su breve paso por la presidencia de Brasil.
En su intento de modernizar al país e insertarlo en el “Primer Mundo”, hizo uso
de estrategias de liderazgo ambiciosas y peligrosas. Sin embargo, tras poco
más de dos años de gobierno y en medio de una enorme crisis económica y
social, Collor es acusado de corrupción y se desata un verdadero escándalo. La
sociedad civil brasileña toma las calles y demanda transparencia a las institu-
ciones del Estado y a sus representantes. El Parlamento, presionado por la
ciudadanía y los medios de comunicación, decide entonces actuar y entabla un
juicio político al presidente, hecho de enorme trascendencia para toda América
Latina en medio de la transición a la democracia.

73. Ver capítulo I de la presente obra.

172
EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

La pregunta que surge al estudiar el caso Collor y su mediático impeach-


ment es si realmente se trató de un hecho histórico-político de institucionalidad
y de ejercicio de los mecanismos de control institucional en una nueva demo-
cracia, o si fue resultado de la presión social ejercida sobre las instituciones tras
un escándalo de trascendencia internacional que forzó al Poder Legislativo a
tomar una medida extrema, hecho que sin dudas fortaleció el frágil sistema
político post autoritario. En este punto, apelaremos al concepto de accountabi-
lity entendido como el ejercicio de rendición de cuentas que debieran ejercerse
en todos los niveles de la gestión pública en los regímenes democráticos.
Para conocer en profundidad el Brasil de principios de los 90, sus insti-
tuciones, la configuración de la sociedad y dar respuesta de esta manera al
interrogante planteado, realizaremos un recorrido por la historia del país,
desde la última dictadura militar de 1964, la transición y la constitución de la
Nueva República. El repaso de los años de dictadura del proceso hacia la
instauración de la democracia es fundamental para comprender al país que
nace con la redemocratización. Luego se analizará la campaña electoral de
1989, el efímero tránsito por el poder de Fernando Collor de Mello y el fin de
su período presidencial, juicio político mediante. Finalmente, se incluirán
algunas consideraciones respecto del Brasil que surge tras el impeachment de
1992. Durante el desarrollo del caso, no se perderá de vista la perspectiva de
la sociedad civil como protagonista del cambio acontecido en las instituciones
brasileñas.

2. La dictadura militar brasileña del 64

El 31 de marzo de 1964 una intervención militar depone al presidente


brasileño João Goulart en una coyuntura política y social de mucha confusión
entre fuerzas conservadoras y de izquierdas en un mundo dividido por la
Guerra Fría y la antinomia Occidente-Oriente. “Jango” había arribado al poder
ejecutivo en 1961 tras la renuncia de Janio Quadros, por el Partido Trabalhista
Brasileiro. El mandatario, quien por sus ideas progresistas representaba una
seria amenaza a los intereses de los sectores más reaccionarios del país, ni bien
asume realiza un plebiscito para volver el sistema brasileño, por entonces
parlamentarista, en un presidencialismo. Sin embargo, en 1963 vuelve a
tornarse presidencialista, con lo cual el presidente pasaba a tener en sus arcas

173
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

mayor poder. Con este episodio, Brasil se “gana” su segundo golpe de Estado,
que perdurará oficialmente hasta 1985 74.
El nuevo régimen se apuró en depurar al Congreso eliminando a aquellos
parlamentarios que estuvieran más comprometidos con el anterior presidente y
con las ideas “subversivas”. A diferencia de las experiencias de intervenciones
militares argentinas, los militares brasileños en el poder no cerraron el Parla-
mento, sino que lo adecuaron a sus intereses. De este modo y fieles a estas
ideas, promulgaron un acta constitucional por la cual el sistema de partidos
brasileño era modificado sustancialmente: sólo autorizaban el funcionamiento
de dos fuerzas políticas, el partido “oficialista” Alianza Renovadora Nacional
(ARENA), y el Movimiento Democrático Brasileño (MDB), destinado a alojar
a todo el arco opositor que no había sido privado de sus derechos políticos y
electorales. Además, la vez que instituía la elección indirecta de presidente y
vicepresidente, eliminaba la elección popular de gobernadores y alcaldes de las
capitales estaduales.
De esta manera pulularon por el Ejecutivo un total de cinco presidentes en
21 años. Estos fueron, en orden cronológico: los mariscales Humberto Castelo
Branco hasta 1967 y Artur da Costa e Silva, quien abandonó la presidencia en
1969 por razones de salud. Entonces asumió el general Emilio Garrastazu
Médici, reemplazado en 1974 por el también general Ernesto Geisel. En 1979,
bajo la presidencia del Gral. João Baptista Figueiredo, se decretó una amnistía
para los numerosos exiliados políticos que habían dejado el país años atrás.
Bajo la influencia de tecnócratas como Eugênio Gudin, Roberto Campos y
Delfim Netto, el régimen militar intentó saldar los compromisos políticos que
había asumido con aquellos sectores de la sociedad brasileña que eran cabalmente
opuestos al ex presidente Goulart y habían prestado apoyo incondicional a su
derrocamiento. Sin embargo, los resultados en el corto plazo fueron decepcionan-
tes, lo que ocasionó una importante baja de popularidad del régimen, que se

74. Creemos conveniente realizar en este punto la siguiente aclaración: a partir del fin de la
Segunda Guerra Mundial, ningún proceso de cambio de régimen democrático a otro autori-
tario o viceversa se presenta en los países de América Latina, específicamente del Cono Sur,
en forma aislada. Es decir, estos cambios en el tipo de régimen están ligados en forma deter-
minante a otros procesos mayores que dirigen el destino del mundo, como la “lucha” que se
emprende a partir de 1945 contra la “amenaza comunista” que enfrenta a Estados Unidos y
los países centrales de occidente contra la Unión Soviética y sus países satélites. Así, las
élites conservadoras de Latinoamérica deciden tomar partido por occidente permitiendo y
legitimando el acceso al poder de los militares y demás fuerzas conservadoras.

174
EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

volvía cada vez más represivo y burocrático. La corporación militar al poder deci-
dió entonces tomar nuevas y drásticas medidas de transformación del Estado.
Esta particular forma de Estado que surge entonces Brasil, es conocido
en el ámbito de la academia como Estado Burocrático Autoritario, concepto
acuñado por Guillermo O’ Donnell (1982) que alude a regímenes políticos
autoritarios compuestos por coaliciones de militares, altos funcionarios públi-
cos civiles, empresarios y sectores de terratenientes. Inicialmente esta coali-
ción contaba también con el apoyo de la clase media urbana. Esta gran alianza
de sectores conservadores de la sociedad civil buscaba, y con éxito, excluir y
desactivar políticamente a los sectores populares, acelerar la industrialización
y la modernización nacional mediante el acceso a la función pública de técni-
cos especializados.
Mediante esta “reacción conservadora”, la coalición golpista buscaba
disminuir aquello que, en el marco de la bipolaridad, era percibido como riesgo
de alteración del status quo capitalista y conservador históricamente domi-
nante. Tengamos en cuenta que los sectores subalternos de Brasil, al igual que
en Argentina, habían logrado incorporarse en la arena política a partir de la
irrupción en ambos países de gobiernos de tipo populista, es decir, gobiernos
que crearon vínculos muy fuertes y representativos con estos sectores sociales.

El nivel preexistente de activación política del sector popular, y la necesidad


de aplicar fuerte coerción gubernamental para intentar su exclusión y eventual
desactivación política, son características fundamentales de los regímenes polí-
ticos autoritarios surgidos en situaciones de alta modernización, ya sea que
ellos tengan “éxito” o “fracasen” en su intento de excluir y eventualmente
desactivar políticamente al sector popular (O’ Donnell, 1982: 100).

Entre los años 1968 y 1974, se desarrolló una abrupta recuperación


económica que se llamó “milagro brasileño”, gracias al cual había bastante
disponibilidad de dólares en los centros financieros y un mercado internacio-
nal en expansión. La sociedad civil brasileña se presentó en aquel momento
entusiasta con el mejoramiento económico, pero poco a poco se fue revelando
ante el mismo. La respuesta de los militares ante la crisis social generada por
esta incipiente agitación social fue brutal. Este período es recordado hoy por el
pueblo brasileño como los “años de plomo”, etapa más dura de la dictadura
militar brasileña.

175
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

La crisis así planteada iba a superarse mediante un nuevo endurecimiento,


que impuso niveles de represión desconocidos hasta entonces en Brasil. El acta
institucional número cinco autorizó al presidente a disolver el congreso, y a
distribuir con mano pródiga las privaciones de derechos electorales y civiles,
extendiendo la depuración a de la esfera política y sindical a la universitaria,
cultural y profesional, cuyas agitaciones acababan de revelarse peligrosas
(Halperin Donghi, 1999: 578).

Mientras la sociedad civil despertaba del largo letargo autoritario, en


1974 el General Geisel asumía la presidencia y comenzaba a diseñar un inci-
piente proceso de apertura política lenta y gradual pero sin comprometer las
innovaciones introducidas por la experiencia autoritaria.
Luego de la asunción de Joáo Baptista Figueiredo, en 1979 se abría formal-
mente la redemocratización brasileña. En 1980, una reforma partidaria suprimió
el bipartidismo permitiendo la participación política de otros sectores. Esta estra-
tegia partió de la idea de que, en la medida en que el MDB se volviera el partido
mayoritario, los comicios de dos partidos asumían carácter de verdaderos plebis-
citos y conducían inevitablemente a la derrota del régimen militar. Con la
reforma, el ala izquierda del partido opositor se desprendió para formar dos
nuevos partidos: el de los Trabajadores (PT) y el Democrático Laborista (PDT),
permitiendo a la burguesía asumir el control del nuevo PMDB. Paralelamente, la
dictadura intentó crear una tercera agrupación con desprendimientos del partido
oficial, el Democrático Social (PDS), y del PMDB. Sin embargo, esa agrupación
Partido Popular (PP) tuvo vida corta, fusionándose luego con el PMDB.
El gobierno de Figueiredo en Brasil se inscribiría por tanto dentro de los
que Leonardo Morlino define como regímenes de transición, que son aquellos
que vienen precedidos de una experiencia autoritaria y comienzan una cierta
apertura, liberalización y ruptura parcial con las limitaciones al pluralismo, no
con pocas dificultades, hasta dar paso definitivamente a lo que se conoce como
la instauración del régimen. Esto es cuando la transición ha concluido y se
realizan las primeras elecciones libres, limpias y competitivas en el país. El
camino a la consolidación de la democracia desde el autoritarismo no es otra
cosa que un proceso.

Con este término (consolidación democrática), el autor definirá el proceso de


firme establecimiento y adaptación de las estructuras democráticas, normas y

176
EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

relaciones entre el régimen y la sociedad civil que permiten que el propio régi-
men democrático gane autonomía y legitimidad. En otras palabras, este proceso
implica el reforzamiento del régimen democrático para impedir posibles crisis
futuras (Cansino y Covarrubias, 2005: 199).

En las elecciones de noviembre de 1982, el pueblo demostró su descon-


tento eligiendo gobernadores de oposición en los nueve principales estados del
país y anulando la mayoría parlamentaria que respaldaba al gobierno militar.
Encuestas de opinión pública de la época revelan que el 84.16% de las perso-
nas en los principales centros urbanos desaprueban la política económica del
gobierno y también muestran su desencanto con los políticos de oposición
(Cannabrava Filho, 1984). No son sólo los sectores populares se mostraban en
contra, sino que las autoridades ya no lograban convencer tampoco a los
empresarios, los banqueros y todo el establishment que ya no se mostraba
dispuesto a administrar una economía en quiebra.
Por su parte, el régimen militar se negaba a asumir su agotamiento y a
dejar el poder e intentó sostenerse mediante la apertura a una democracia de
tipo tutelar participando de la misma mediante un partido político creado años
atrás para la ocasión.

3. La transición democrática

Hacia mediados de los años 80, y a medida que la URSS iba perdiendo
terreno ideológico en el marco de la Guerra Fría, los regímenes autoritarios
dejaban de tener razón de ser. Ya habían sido extinguidos en Europa Occidental
y la democracia se imponía, ya sea “desde arriba” o “desde abajo”, en los países
del Cono Sur. Argentina fue el primer país en abrir el juego a la democracia tras
el estrepitoso fracaso de Malvinas; pronto se le sumarían Uruguay y Brasil.
El retorno a la democracia como sistema insustituible para los países
libres del mundo aparece en América del Sur no sólo como condición sine qua
non para integrarse a la modernización mundial, sino además como exigencia
indispensable para iniciar la recuperación económica. Los países desarrollados
llamaban a la democracia y a la apertura del mercado mientras que los organis-
mos de crédito ofrecían el retorno a las premisas de la democracia liberal como
solución.

177
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Con las reformas neoliberales promovidas en el marco de una aguda


emergencia económica que siguió a la crisis de la deuda externa, se aspiraba a
despolitizar la economía mediante modificaciones sustanciales en el rol del
Estado, por lo que urgían a privatizar, desregular, abrir el comercio más allá de
las fronteras nacionales y liberalizar la economía. En estos años, se puso de
manifiesto la supremacía del rol de la economía y el mercado por sobre la polí-
tica y la sociedad como si se tratara de esferas separadas y excluyentes entre sí,
hecho que contribuyó a debilitar enormemente el rol de las instituciones del
Estado.
Al agotamiento de los regímenes excluyentes se sumaban las demandas
de democratización de la sociedad civil latinoamericana, que en su mayoría
vivía hacía años inmersa en el autoritarismo. En el caso particular del Brasil, la
ciudadanía se agrupó de manera formidable durante la campaña Diretas- Já! en
1984. Esta experiencia de movilización popular aún hoy es recordada.
Por todo, se entiende que la transición brasileña fue, a diferencia de la
argentina, una transformación gradual y pautada por el régimen militar. La
historia demostraría que el camino hacia la consolidación del régimen lo sería
aún más.

(...) A pesar de estar duramente controlada desde arriba, la “apertura”


presentaba claros signos de progreso democrático en relación con el período
anterior, habiendo sido considerada por muchos un pasaje necesario hacia el
período democrático actual que se abrió con la Constitución de 1988 (Weffort,
1993: 99).

Este tipo de transición pactada y acordada entre aquellos actores que


dejan el poder (las FFAA) y los que llegan (dirigentes de partidos políticos) es
la que Morlino denomina como transición continua. Es decir, a la crisis polí-
tica, económica y social que atravesaba el régimen autoritario de Brasil en los
80, y que era compartida por el resto de las dictaduras perpetradas en el Cono
Sur, no le siguió un hundimiento del régimen en sí ni tampoco una reconsoli-
dación del mismo, puesto que el mundo comenzaba a exigir democracias esta-
bles. Lo que ocurrió es que sus protagonistas –las FFAA y las élites conserva-
doras– supieron controlar la situación de crisis. Para esto decidieron darle un
tinte más “liberal” a la transición y abrieron la puerta a nuevos actores para
instaurar la democracia sin perder del todo el control del poder en el país.

178
EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

En la transición brasileña (...) el continuismo no fue sólo una imposición de


los grupos militares que dejaban el poder sino también una elección política de
muchas fuerzas democráticas que lo asumían. Fue un compromiso entre mode-
rados de ambos lados, en este sentido una expresión de la realidad del poder
dominante en el país. (...) este compromiso pone al descubierto la naturaleza
real de la “nueva república” en Brasil como resultado de una “transición
conservadora” (Weffort, 1993: 106).

En este punto, resulta necesario retomar el siguiente planteo de L.


Morlino, ya que es fundamental para comprender lo que ocurrió en el Brasil de
Collor de Mello. La fase de instauración/transición se diferencian dos aspec-
tos: liberalización y democratización.

a. Se entiende por liberalización el proceso de concesión desde arriba de


mayores derechos políticos y civiles, más amplios y completos, pero
que permiten el control de la sociedad civil tanto a nivel de élites
como de masas. A veces se establece un híbrido institucional que
puede ayudar a superar la crisis del régimen militar ampliando la base
de apoyo social, aunque sin «civilizarlo» completamente. Pero para
tener alguna capacidad de éxito tiene que contar con el apoyo de las
élites institucionales, políticas y sociales, así como también es necesa-
rio el mantenimiento de una limitada participación de las masas.

b. Con el término democratización o instauración democrática nos refe-


rimos a un proceso distinto, alternativo o posterior al anterior, que
implica una ampliación del mismo con el reconocimiento de los dere-
chos civiles y políticos, así como una «civilización» de la sociedad, lo
que conlleva la aparición de los partidos políticos, sindicatos y otros
grupos de interés, con la consiguiente adopción de los procedimientos
que caracterizan un régimen democrático (tales como elaboración de
ley electoral, fijación de relaciones legislativo-ejecutivo, etc.) (Ninou
Guinot, 1993: 125).

En esta coyuntura, en enero de 1985 se realizaron las primeras eleccio-


nes libres en 21 años. El resultado de los comicios había dado lugar a la consa-
gración en el colegio electoral de la fórmula encabezada por Tancredo Neves,

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ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

perteneciente al Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) y José


Sarney, integrante de las filas del Partido del Frente Liberal (PFL). La alianza
ganó por 480 votos a favor, 180 votos en contra y 26 abstenciones.
Neves falleció antes de asumir la presidencia de Brasil en abril de 1985,
y fue sucedido por su compañero de fórmula, el vicepresidente José Sarney,
quien hasta un año antes había sido aliado político del régimen militar. De esta
manera se instaura la denominada “Nueva República”. En ese entonces dos
cuestiones eran centrales: los problemas económicos vinculados en gran parte
a la crisis fiscal y los problemas de índole política, vinculados al reordena-
miento del marco institucional. A estas cuestiones se sumaban, además, las
exigencias que a partir del Consenso de Washington, en 1990, los organismos
financieros internacionales imponían sobre los países de América Latina,
incluido Brasil.
En el año 1988 se sancionó una nueva Carta Magna, hecho considerado
como el más emblemático de la transición, en un ambiente de incertidumbre
política y con la ausencia de un liderazgo presidencial fuerte. Las modificacio-
nes realizadas en la Constitución dieron paso a un sistema federal descentrali-
zado, un sistema de partidos fragmentado junto a un diseño presidencialista,
hecho que dificulta la formación de mayorías estables, fuertes y disciplinadas
en el Congreso.
Sin embargo, la incapacidad de Sarney para dar repuesta a las múltiples
demandas civiles y el nivel de crisis económica reinante lo expulsaba del
gobierno con un gran rechazo popular. André Singer (2002) afirma que, en
septiembre de 1989, el 68% de los electores brasileños creía que su gestión era
mala o pésima.

Al contrario de lo que se esperaba, la transición democrática iniciada a


mediados de los años ochenta, no brindó los niveles de estabilidad política y
económica anhelados por los brasileños, que permitiesen la inclusión de secto-
res históricamente marginados en el proceso de desarrollo nacional (Lara
Netto, 2004: 366).

Esta situación permitió que al segundo turno de la disputa electoral del


año 1989 llegaran dos personajes que estaban bastante alejados de la política
tradicional: Fernando Collor de Mello por el Partido de Reconstrucción Nacio-
nal, y Luis Ignacio Da Silva por el Partido de los Trabajadores.

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EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

4. Collor y el camino a la Presidencia

Fernando Affonso Collor de Mello heredaba la historia política familiar.


Su abuelo materno, Lindolfo Collor de Mello, fue uno de los protagonistas de
la revolución de 1930 que llevó a Getúlio Vargas al poder y luego sirvió en el
gobierno de éste como ministro de Trabajo. Finalmente terminó exiliándose a
Portugal a raíz de las diferencias con Vargas. Su padre, Arnon de Mello, fue
senador y gobernador del estado de Alagoas. Fue además un político promo-
vido por Vargas para sustituir los cuadros de la Vieja República, y supo cons-
truir un imperio de telecomunicaciones en Alagoas que comprendía el principal
periódico local, el principal canal de televisión –que retransmite la Rede Globo
y que sería importante para el futuro de Collor– y varias emisoras de radio
(Ortiz de Zárate, 2002).
Nos remontamos a la campaña electoral para las presidenciales de 1989,
siendo las primeras elecciones directas desde 1960. El 14 de mayo de 1989,
Collor dimitió como gobernador de Alagoas para preparar su aspiración. El
contexto en el que se desarrolla la campaña se encontraba caracterizado por un
alto grado de polarización ideológica en la ciudadanía, producto de la crisis
económica, política y social que atravesaba Brasil y todo América Latina en el
ocaso de la década del 80 y en plena crisis del modelo de Estado interventor-
benefactor. Por tanto, el electorado brasileño comenzaba a identificarse más
con la derecha o con la izquierda y se alejaba de las opciones del centro. André
Singer considera que esta es la razón por la cual en este caso, el clásico debate
gobierno-oposición deja lugar al de izquierda-derecha.
Suele decirse que en Brasil existe un conjunto de factores que se refuer-
zan entre sí para dispersar un sistema político ya fragmentado, donde se da un
“consociativismo exagerado” que combina alta fragmentación partidaria con
baja disciplina partidaria en el Congreso, que lleva a un sistema más propenso
al veto que a la toma de decisiones (Palermo, 2000). En resumen, se cita a
Brasil como un caso de “federalismo centrifugo”. Para S. Mainwaring (1997)
existe un federalismo que refuerza la dispersión de poder creada por la frag-
mentación del sistema de partidos.
Es en este marco, distinguido por una gran rigidez, es que se desarrollan
los comicios electorales “solteiros”: a partir de la reforma constitucional de
1988, las elecciones presidenciales en Brasil van separadas de otros comicios,
hecho que impacta de lleno en los temas que serán protagonistas de la agenda

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ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

de los candidatos, de los medios de comunicación y de la opinión pública en


general. En el caso de la campaña del año 1989, las cuestiones principales
tomaron una naturaleza nacional por sobre otras de interés local.
El terreno preelectoral se mostraba favorable para los candidatos más
alejados de la política tradicional y castigaba a aquellos identificados con la
transición democrática o con el proceso militar como el entonces presidente
José Sarney, el Partido del Frente Liberal y el Partido del Movimiento Demo-
crático Brasileño. En estas condiciones, los aspirantes a la presidencia con más
chances de ganar eran dos “semi” desconocidos: Fernando Collor de Mello por
el derechista Partido de la Reconstrucción Nacional (PNR) y Luis Ignacio
“Lula” da Silva, ex sindicalista, por el Partido de los Trabajadores (PT). Los
sondeos con respecto a la intención de voto reflejaban hacia fines del año 1989
un 26% a favor de Collor, mientras que el porcentaje para el candidato Lula da
Silva se acercaba al 15%.
La estrategia de campaña del joven empresario, periodista y por entonces
gobernador de Alagoas, Fernando Collor de Mello, se centró en desprestigiar a
los “marajas”, altos funcionarios de la administración pública, denunciando la
corrupción gubernamental y alejándose de la política tradicional. Apelando a
una retórica antipolítica, no partidista y anti-Estado y con un partido creado
sólo a los efectos de la campaña electoral, Collor supo capitalizar el desgaste
de la “vieja” política brasileña y, mediante una impresionante operación de
marketing electoral, recicló por completo su imagen. Su discurso estaba teñido
de frases reformistas y liberal-modernizantes que lograron atraer tanto al elec-
torado de derecha antiestatista, los sectores populares de baja instrucción,
como al de izquierda y a la clase media.
Collor de Mello contó durante su campaña con el apoyo indiscutido de los
medios de comunicación especialmente televisivos que, en Brasil, un país con
elevadísimos índices de analfabetismo, tienen un peso determinante. Es por eso
que se lo recuerda como uno de los líderes políticos que inauguró en América
Latina lo que Giovanni Sartori define como videopolítica, una forma de hacer
política mediante la presencia en programas de TV, radio, revistas, etc. Así, los
medios se convierten en herramientas de difusión de la imagen y de las ideas del
candidato que invoca a esta forma de contacto directo con la sociedad, despla-
zando del espectro popular a otros espacios de debate e intercambio.
A la vez, en las campañas presidenciales de Brasil en 1989, en tanto que
se iba polarizando la contienda entre Collor, exponente de la derecha, y “Lula”,

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EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

de la izquierda, debutó el Horario Gratuito de Propaganda Electoral, que la


ley brasileña concede a todos los candidatos en campaña, para que cada uno
exponga su plataforma en televisión sin pago alguno.
Por su parte, los medios de comunicación, encabezados por la Rede
Globo, vieron en Collor, cuya familia era dueña del mayor grupo multimedia
de Alagoas, a su más fiel exponente y actuaron en consecuencia:

O Globo trató tan favorablemente a Collor durante su campaña, que el


propio Marinho –dueño de la red– se encargó de editar el último debate televi-
sivo con Lula Da Silva. No sólo quitó pasajes en los que Collor salía deslucido,
sino también los dos tramos en que Lula lo avasallaba claramente (Ramos,
1993: 242).

Este episodio, sumado a una grave denuncia del PRN contra Lula que
tomó estado público, colocó a Collor en una posición muy favorable en las
encuestas y en el posterior desenlace electoral.
En la primera vuelta, la balanza se inclinó hacia el candidato del PRN
con el 28,52% de los votos, mientras que el ex dirigente sindical de la Central
Única de Trabajadores (CUT) “Lula” Da Silva obtuvo un 16,08%. En el
segundo turno electoral, la victoria definitiva fue para Fernando Collor con un
53% de los votos válidos emitidos, mientras que Da Silva obtuvo el 47%. Se
observa claramente en la segunda vuelta la importancia fundamental que
adquiere para el triunfo del candidato del PRN el electorado de centro, que es
el que finalmente define la elección a su favor. Por esta razón, André Singer
(2002) sostiene que, camino al segundo turno, Collor moderó su discurso
consiguiendo su apoyo.
El 15 de marzo de 1990, Fernando Collor de Mello se convierte en el 30º
presidente electo de la República Federativa del Brasil. Con la exitosa realiza-
ción de estas elecciones libres y directas, podemos afirmar que la instauración
del sistema democrático era un hecho.

5. Excesos en el poder

Una vez instalado en el Palacio de Planalto, Collor emprendió una


pretenciosa tarea en torno a seis grandes temas (Leiras, 2008):

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ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

1. la reforma del Estado y la modernización económica;


2. la nueva definición de la posición de Brasil en el mundo contemporáneo;
3. la democracia y ciudadanía;
4. la lucha contra la inflación,
5. la cuestión ambiental; y
6. la deuda social.

El presidente electo llegó a acuerdos con cinco fuerzas parlamentarias:


el Partido del Frente Liberal (PFL), el conservador Partido Democrático
Social (PDS), el Partido Laborista Brasileño (PTB), el Partido Demócrata
Cristiano (PDC) y el Partido Liberal (PL), conformando una mayoría pro
gubernamental de neta impronta derechista. Sin embargo, escudado en el
estado de “caos” en el que se hallaba la economía y la sociedad brasileña del
90, y a fin de implementar una profunda reforma neoliberal, Collor gobernó
prescindiendo del Congreso mediante el uso legal –y por cierto legítimo– de
las Medidas Provisorias75.
Collor dictó en sus dos años y medio de gobierno un total de 160 Medi-
das Provisorias; 142 de ellas durante el primer año de gestión. Otro dato a
destacar es que de las 85 Medidas Provisorias dictadas en forma original, 58 de
ellas estuvieron relacionadas con temas de carácter económico –10 de presu-
puesto y finanzas, 12 de regulación económica, 10 sobre precios y salarios, 14
sobre temas impositivos y las 12 restantes sobre temas de diversa naturaleza–
y 14 con temas vinculados con la administración –8 sobre personal, y 6 sobre
organismos públicos y reforma del Estado– (Leiras, 2008).
Esta forma de gobierno en la que el poder está centralizado en un Ejecu-
tivo fuerte fue legitimada durante los primeros meses de gestión collorista por
una sociedad civil que reclamaba soluciones rápidas y eficaces. Es aquí donde
encontramos la relación entre el intento por implementar tal ambiciosa agenda
con el surgimiento de las democracias híbridas en contextos de crisis económi-
cas. En palabras de Vicente Palermo:

75. La Constitución de 1988 en su artículo 62 otorga esta herramienta al Poder Ejecutivo brasi-
leño. Según este artículo, el presidente en ejercicio podrá aplicar Medidas Provisorias con
fuerza de ley –o llamados decretos de necesidad y urgencia– en casos de “relevancia y
urgencia” teniendo en sí una regla de aprobación explícita. Éstas deberán someterse de inme-
diato al Congreso para su aprobación, asumiendo el mismo la posibilidad de realizar
enmiendas a las propuestas presentadas por el Ejecutivo.

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EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

El juego democrático cobraría formas híbridas o delegativas: el estilo de


toma de decisiones estará excluyentemente centrado en el Ejecutivo, que logra-
ría sustraerse al control de los otros poderes (Palermo, 2000: 63).

Según el autor, Collor concentró en su figura el poder decisorio disperso


en las instituciones, asignándose el mandato de seguir rumbos en solitario y sin
rendir cuentas (Palermo, 2000) respaldado en un principio por la emergencia.
También Guillermo O’Donnell afirma que este poder excesivo de los
Ejecutivos de la postransición se combina con un particularismo desenfrenado
para crear un nuevo tipo de democracia “delegativa”:

La combinación de elecciones institucionalizadas, el particularismo como


una institución política dominante y la brecha importante que existe entre las
reglas formales y la manera en que la mayoría de las instituciones políticas
opera en la realidad, conducen a una fuerte afinidad con las nociones delegati-
vas-no representativas de la autoridad política. Con esto quiero decir, un ejecu-
tivo cesarístico, plebiscitario, que una vez elegido, se ve con el poder de gober-
nar el país de la forma que entiende adecuada (O’Donnell, 1996).

Esto implica la ausencia de mecanismos de control o de checks and


balances propios del orden republicano sobre los Ejecutivos que afirman
actuar para alguna “voluntad general” unitaria o por interés nacional.
La estrategia decisionista de ejercicio del liderazgo político y tecnocrá-
tica de gestión pública, si bien apareció como un rasgo presente desde el inicio
mismo de la experiencia de la Nova República de Sarney, se reconoce de
manera particular en el clima de época característico del comienzo de la
década de 1990 en el continente latinoamericano, en un contexto de crisis
fiscal del Estado, de representación política y fragmentación social (Leiras,
2008: 155), en pleno proceso de redemocratización en la mayoría de los países
de Sudamérica.
El presidente continuó postulándose como un outsider ajeno a la polí-
tica tradicional, a sus medios y a sus costumbres, basándose en el apoyo brin-
dado por los medios de comunicación y por la opinión pública, pero sin
apoyo en un partido político fuerte y con sólo 40 bancas en la Cámara de
Diputados –de un total del 503– y 2 en el Senado. Los ciudadanos brasileños
asistían a la creación de un líder plebiscitario que amparado en encuestas

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ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

concentraba la toma de decisiones prescindiendo del resto de las institucio-


nes, incluidos los propios partidos políticos con los que había coalicionado
para llegar al poder.
Ahora bien, ¿cuán viable era seguir gobernando excluyendo a los princi-
pales actores del particular juego político brasileño, sin apoyo parlamentario y
sin conseguir éxito con su ambiciosa agenda? Es aquí donde remarcamos que,
para el caso de Collor, la estrategia decisionista de gobierno es consecuencia
de la debilidad política del presidente: sin respaldo popular, cae por si sola.
Ante la emergencia económica reinante, Collor anunció un “plan de
choque” para arremeter contra la inflación que implicó comprimir la demanda
de bienes mediante la confiscación de depósitos de ahorro de particulares y
empresas por encima de los 50.000 cruzados, la congelación temporal de
precios y salarios y el incremento de las tarifas de los servicios públicos. Resta-
bleció el cruzeiro como divisa nacional en sustitución del cruzado con un valor
de canje de uno por uno mientras durara el período de retención de activos.
Simultáneamente, puso en marcha la reestructuración económica y administra-
tiva que significó una drástica reducción del papel del Estado, el recorte de la
burocracia y el fomento de la economía de libre mercado. Uno de los pilares
fue el Programa Nacional de Desestatización, dirigido a transferir empresas
estatales al sector privado. En este marco, se concretó la privatización de la
poderosa empresa siderúrgica USIMINAS, a partir de la cual se privatizaron
durante la gestión 18 empresas estatales más.
O. Iazzetta (1995) asegura que el mismo día que asumió, Collor dispuso
mediante la Medida Provisoria 151 la extinción de 24 autarquías, fundaciones
y sociedades de economía mixta, lo que significó el despido de 14.500 emple-
ados públicos. Todas estas medidas de ajuste buscaban aumentar los ingresos
del Estado, ya que Collor estaba decidido a cumplir con los compromisos
financieros asumidos con los acreedores internacionales, colocando a Brasil en
la corriente de desregulación y liberalización económica que pisaba con fuerza
en todo el continente.
Sin embargo, el plan de estabilización fracasó clamorosamente en su
propósito de luchar contra la hiperinflación, sumiendo al Brasil en la peor
coyuntura económica en décadas. En este contexto, presentó un segundo plan
de estabilización que fue acogido con desconfianza y resignación en Brasil,
pero positivamente por los operadores financieros del exterior, que reanuda-
ron las negociaciones con el gobierno. Este plan incluía principalmente la

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EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

ejecución de una serie importante de privatizaciones. Sin embargo, estas polí-


ticas de privatizaciones se encontraron con tres grandes límites:

• La Constitución de 1988, que prohíbe la privatización de empresas


estratégicas para la economía local como petróleo, gas y teléfono.
• La ley 8.031/90, que establece un límite del 40% como tope para la
participación del capital extranjero en las empresas nacionales.
• Por último, Brasil contaba con un ente tecno burocrático estatal
permanente (el BNDES) cuyo equipo técnico configuró un programa
privatizador con “lógica propia” por el cual se resguardó el patrimo-
nio estatal brasileño respetando los tiempos en cada operación.

Como consecuencia, Collor no lograba contentar finalmente a ningún


sector. Los agentes foráneos consideraban el proceso brasileño lento y restrin-
gido, a eso se sumaba la creciente dificultad del entonces presidente para enten-
derse con los cabecillas partidistas locales, los partidos políticos y los gobernado-
res. El carácter arrogante e impetuoso de este particular líder, poco hábil para los
imprescindibles cabildeos de la política brasileña, tuvo mucho que ver con el
fracaso de sus conversaciones con el PMDB y el Partido de la Social Democra-
cia Brasileña (PSDB), que representaban el centro político, mientras que entre los
demás partidos de derecha abundaba el nerviosismo y trascendían las dudas sobre
la capacidad del presidente para gobernar el país. Así lo ilustra O. Iazzetta:

El “narcisismo arrogante” y la “omnipotencia” no resultaron respuestas


adecuadas para enfrentar el complejo cuadro político que Brasil presenta. La
aptitud que había demostrado para conquistar votos no pareció acompañarse
de igual lucidez para reconocer uno de los trazos más fuertes del sistema polí-
tico brasileño actual” (1995: 58).

En este país, la combinación de un presidencialismo con grandes prerro-


gativas, un pluripartidismo fragmentado e indisciplinado y un federalismo
ineludible hace que la gobernabilidad sea muy engorrosa.
Collor se mostraba incapaz de manejar estas cuestiones y de forjar alianzas
que le posibilitaran sostener y profundizar el proceso de cambio que pretendía efec-
tuar, ni mucho menos mantenerse en el poder. El desafío que no logró vislumbrar
era el de crear mayorías y generar consensos duraderos, más allá de una elección.

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ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

6. Límites al decisionismo collorido

Las medidas de estabilización no dieron los resultados esperados, decan-


tando en una terminante pérdida de todo tipo de sectores. De un total de 160
decretos presentados, solo el 41% fue aprobado, y la gran mayoría sufrió
cambios por parte del Congreso. Por otro lado y a la vez que iba perdiendo
eventuales aliados parlamentarios, los medios masivos de comunicación, antes
adeptos a las políticas neoliberales del “cazador de marajás”, le quitaron apoyo
y su imagen pública se deterioraba notablemente. Su liderazgo se desgastaba
generando un clima político cada vez más áspero.
Es en este período de enorme inestabilidad y con escaso apoyo de la
opinión pública –9% de aprobación y una imagen negativa que trepaba al
68%– sale a la luz una noticia que desata el escándalo.
El 27 de mayo de 1992 y en la portada de la popular revista Veja, Pedro
Collor, hermano del Primer Mandatario, denuncia a Fernando por participar en
el enriquecimiento ilícito de Paulo César Farias, ex tesorero de su campaña
presidencial. También revela su participación en la organización de una red de
tráfico de prebendas, contratos ilícitos y desvío de fondos.
Esta denuncia colapsa la capacidad de tolerancia de la ciudadanía brasi-
leña en su conjunto que, con el acompañamiento infalible de los medios, sale
a las calles a movilizarse con sus caras pintadas reclamando Fora Collor y
exigiendo que la ética sea parte de su contaminado sistema. Es entonces
cuando el Congreso Nacional toma la iniciativa de poner freno al despotismo
del presidente creando una Comisión Parlamentaria Investigadora integrada
por la cámara de Diputados y el Senado76.

76. El artículo 85 de la Constitución de la República Federativa del Brasil reza lo siguiente:


“Constituyen delitos de responsabilidad los actos del Presidente de la República que aten-
ten contra la Constitución Federal y, especialmente contra: I) la existencia de la Unión; II)
el libre ejercicio del Poder Legislativo, del Poder Judicial, del Ministerio Público y de los
Poderes constitucionales de las unidades de la Federación; III) el ejercicio de los derechos
políticos, individuales y sociales; IV) la seguridad interna del País; V) la probidad en la
Administración; VI) la ley presupuestaria; VII) el cumplimiento de las leyes y de las deci-
siones judiciales. Parágrafo único. Esos delitos serán definidos en ley especial, que estable-
cerá las normas de proceso y enjuiciamiento. Artículo 86. Admitida la acusación contra el
Presidente de la República por dos tercios de la Cámara de los Diputados, será sometido a
juicio ante el Supremo Tribunal Federal, en las infracciones penales comunes, o ante el
Senado Federal en los casos de responsabilidad, 1º. El Presidente quedará suspendido en

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EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

Por lo que vemos, Brasil demostraba poseer un diseño institucional


adecuado para este caso aunque, como expresa Osvaldo Iazzetta:

Sin esta presión ejercida por la movilización social de las entidades civiles
no se explicaría la “agilidad y eficiencia” de la investigación parlamentaria ni
la postura de legisladores antes ligados a Collor, sorpresivamente favorables a
su enjuiciamiento (1995: 61).

Esto generó presión en los parlamentarios que, basados en la opinión


pública y en la influencia de los medios, siguieron adelante, y con más fuerza,
con el proceso de destitución. Mario Serrafero afirma que:

Es innegable que la movilización ciudadana obró como un factor de presión


en relación a los legisladores que no estaban todavía convencidos de votar a
favor del “impeachment”. La idea generalizada en el ámbito político era que el
juicio político “no servía de nada”. Pero las encuestas de opinión se volcaban,
abrumadoramente, a favor de la destitución del primer mandatario (Serrafero,
1996: 144).

Fue esta misma Comisión Parlamentaria Investigadora la que se encargó


de reclutar las pruebas necesarias para la acusación en la Cámara de Diputados
para finalmente emitir un informe denunciando ilícitos penales y crímenes de
responsabilidad.
Al interior de la Comisión eran identificables tres grandes grupos: el
grupo que apoyaba a Collor, denominado “escuadrón de la muerte” o “tropa de
choque”, liderado por el diputado Roberto Jefferson (PTB-RJ) y por los senado-
res Ney Maranhao (PRN-PE) y Odacir Soares, quienes fundamentaban su
defensa incondicional de la dignidad del presidente, pero que a último momento

sus funciones: I) en las infracciones penales comunes, una vez recibida la denuncia o la
querella por el Supremo Tribunal Federal; II) en los delitos de responsabilidad después del
procesamiento por el Senado Federal. 2º. Si, transcurrido el plazo de ciento ochenta días,
no estuviese concluido el juicio, cesará la suspensión del Presidente, sin perjuicio del regu-
lar proseguimiento del proceso. 3º Entretanto no se dicte sentencia condenatoria, en las
infracciones comunes, el Presidente de la República no estará sujeto a prisión. 4º El Presi-
dente de la República, durante la vigencia de su mandato, no podrá ser responsabilizado por
actos extraños al ejercicio de sus funciones.”

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ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

intentaron realizar maniobras tentativas jurídicas para atrasar y dificultar las


investigaciones. El segundo grupo lo conformaban la llamada “tropa de choque”
de la oposición a cargo de Eduardo Suplicy y José Dirceu (PT-SP) apoyados por
parlamentarios opositores más moderados (como Mendes Thame, Pedro Simon,
Oscar Klein, Sigmaringa Seixas, Jamil Haddad, Wilson Múller y Antonio
Mariz). Por último, encontramos un grupo de 20 parlamentarios de diferentes
partidos, que apoyaban el impeachment (Juthai Magalhaes (PSDB-BA), Espe-
ridiao Amin (PDS-SC) e Iram Saraiva (PMBD-GO) y los diputados Miro
Teixeira (PDT-RJ), José Mucio (PFL-PE), Marcelo Barbieri (PMDB-SP) y
Darío Pereira (PFL-RN).
En septiembre de 1992, Diputados ya había autorizado al Senado a
iniciar el juicio político contra el Presidente por 441 votos a favor, 38 en contra,
una abstención y 23 ausencias, sobre un total de 503 representantes.
El 2 de octubre, la Cámara baja resolvió que el vicepresidente Itamar
Franco (quien se había distanciado ostensiblemente de su superior desde el
comienzo del escándalo) asumiera las funciones presidenciales hasta que el
Congreso concluyera el proceso de impeachment contra Collor, el cual se rodeó
de abogados dispuesto a dar batalla legal, aunque apenas había dudas de que su
suerte política estaba echada.
La maniobra de Collor en ese momento fue la de movilizar a la pobla-
ción a su favor. Sin embargo, lejos de generar apoyo y consenso, solo obtuvo
aún más indignación popular. Los reclamos se dieron en su contra y a favor
del juicio político. Miles de ciudadanos brasileños conformaron el Movi-
miento por la Ética en la Política (MEP) exigiendo transparencia y asumiendo
una postura de tolerancia 0 a la corrupción política. Todo el asunto estuvo
marcado por una fuerte presión: la ciudadanía esperaba que las instituciones
funcionaran.

Este factor y las encuestas de opinión que mostraban una opinión pública
ampliamente favorable a la destitución del primer mandatario, obraron como
elemento de presión para aquellos legisladores que no estaban convencidos de
votar en favor de la realización del impeachment, con la convicción de la futili-
dad de la realización del juicio político (Leiras, 2008: 182).

Una vez que comenzó la causa en el Senado y cumpliendo con lo esta-


blecido en la Constitución, que consagra que el presidente cuya acusación

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EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

prospere debe interrumpir sus funciones por el plazo de 180 días, Collor de
Mello fue inmediatamente suspendido en su cargo temporalmente hasta que se
dictaminaran sobre los cargos atribuidos. Esta suspensión se registraba como
la primera en la historia democrática de los presidentes del Brasil. La decisión
de Collor fue renunciar, suponiendo que esto dilataría el juicio, pero no fue así.
El Senado rechazó la renuncia, continuó con el juicio político y la sentencia
aprobada, por 76 votos a favor y 3 en contra, fue la privación para ejercer
cargos públicos por 8 años y el inicio de acciones legales por delitos de corrup-
ción pasiva y asociación ilícita.
Mientras tanto, asumía definitivamente la jefatura de Estado Itamar
Franco, vicepresidente de la República.

7. La carrera política de Collor de Mello tras el juicio político

Collor trabajó, en su juventud, como periodista en el Jornal do Brasil, pero


ingresó en el mundo político como diputado federal, después como prefecto
(alcalde) de Maceio (Capital de Alagoas) y como Gobernador del Estado de
Alagoas. También llegó a ser presidente del club de fútbol de CSA.
Luego del impeachment, se ausentó del país con su familia y pasó largos
períodos en Miami y en Aspen. En ese momento, también seguía denunciando
que había sido víctima de un complot y que no desistiría en su idea de retomar
la política.
El 28 de abril de 1993, el Tribunal Supremo Federal lo procesó por
corrupción pasiva y asociación para delinquir junto con Farias y otras siete
personas acusadas por el fiscal general de la República, Arístides Junqueira.
Igualmente, el 12 de diciembre de 1994, la suprema instancia judicial de Brasil
resolvió absolverlo en el juicio penal, aunque confirmó su inhabilitación polí-
tica temporal. Para entonces, los otros dos protagonistas del escándalo que
terminó con la presidencia de Collor habían muerto: Pedro Collor de Mello
falleció en diciembre de 1994 a causa de un tumor cerebral, mientras que Paulo
Farias, luego de su fuga a Tailandia, captura, encarcelamiento y condena a
servir seis años de arresto domiciliario, fue hallado muerto en junio de 1996 en
su residencia cerca de Maceió.
En septiembre de 1997, Collor requirió la restitución de sus derechos
políticos al Tribunal Supremo Federal, sin obtener una respuesta favorable.

191
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

El 24 de mayo de 1998, intentó inscribir su candidatura presidencial, pero el


1 de septiembre el Tribunal Supremo Federal le recordó que le restaban dos
años para ser levantada su restricción.
Tiempo después lanzó su candidatura a gobernador en las listas del
PRTB, la sexta sigla partidaria en la que milita el ex presidente en algo más de
dos décadas. El 6 octubre de 2002, Collor fue vencido con el 40,2% de los
votos por Ronaldo Lessa Santos (quien era reelegido en el cargo), del Partido
Socialista Brasileño (PSB), quien obtuvo el 52,9%. El 1 de octubre de 2006,
fue elegido senador por el estado de Alagoas, donde obtuvo un 44.04% de los
votos, seguido del ex gobernador Ronaldo Lessa, del Partido Democrático
Laborista, con 40.06%.

8. Conclusiones

Comenzamos este artículo con la intención de desentrañar algunas cues-


tiones en torno a la experiencia en el poder de Fernando Collor de Mello, el
juicio político que lo sacó del mismo y el rol que tuvieron en este punto tanto
las instituciones políticas como la ciudadanía brasileñas. En la introducción al
texto, nos propusimos entender si el impeachment que se le hizo a Collor fue
producto del correcto funcionamiento del andamiaje institucional brasileño o
si fue una respuesta a la presión ejercida por la ciudadanía ante una nueva
crisis política.
Si bien es real que el sistema político brasileño post-reforma constitucio-
nal aún hoy provoca serias vacilaciones en cuanto a su efectividad y a la capa-
cidad que da a los poderes tanto Ejecutivo como Legislativo, quedó demos-
trado, en 1992, que el sistema funcionaba. Ahora bien: tras lo expuesto pode-
mos afirmar que esta respuesta institucional rápida, eficiente y funcional a la
democracia estuvo más ligada a la imposición social que a la ingeniería insti-
tucional, poniendo frenos al exceso de poder del Ejecutivo.
Lo novedoso del caso Collor es la reacción de la sociedad brasileña a las
denuncias contra el presidente, a la crisis económica reinante y a la corrupción
política. Coincidimos con Francisco Panizza (2000) cuando afirma que lo que
ha mutado más que las instituciones políticas es la sociedad civil y su manera
de pensar y vivir la democracia, pues episodios de corrupción o de sospechas
de corrupción contra prominentes políticos no eran nuevos. Sin embargo, que

192
EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

la misma sociedad civil que soportó 21 años de régimen autoritario para luego
erigir como presidente a un político sin experiencia en gestión, imponga en los
tempranos 90 un criterio y exija ética, representada en este caso por la posibi-
lidad de realizar un impeachment, es todo un acontecimiento.
Esta transformación en la actitud y tolerancia a las irregularidades queda
expresado con fuerza en el pedido específico de poner límites al mandatario,
investigarlo y, en caso de hallarlo culpable, juzgarlo hasta las últimas conse-
cuencias. Guillermo O’ Donnell denomina con el concepto de accountability a
los mecanismos de control que deberían estar vigentes, en mayor o menor
medida, en todo régimen democrático y republicano, en el cual, se supone, es
la ciudadanía soberana y en el cual existen tres poderes de gobierno, Legisla-
tivo, Ejecutivo y Judicial, cada uno independiente del otro. O’ Donnell afirma
que cuando la ciudadanía, que en democracias republicanas gobierna y delibera
por medio de representantes elegidos para tal fin, ejerce el voto, puede optar
por castigar o premiar a los gobernantes. Es así como el pueblo ejerce su poder
y practica la accountability vertical.
En el caso brasileño también podemos incluir otro tipo de accountability
vertical integrado a la teoría política por Catalina Smulovitz y Enrique Peruz-
zotti: el societal, que es un mecanismo de control popular no electoral que
descansa en las acciones de un conjunto importante de miembros de la ciuda-
danía, movimientos sociales y medios de comunicación, quienes con el obje-
tivo de exponer los errores gubernamentales, en este caso del mismísimo
primer mandatario, activan el funcionamiento del último tipo de control válido
en este sistema político. En el mismo, los tres órganos de gobierno –Parla-
mento, Poder Ejecutivo y los cuerpos judiciales– deberían hacer a la vez de
“freno y contrapeso” de los otros, actuando de manera preventiva o represiva
en el caso de abusos de cualquiera de ellos. Esto se conoce con el término espe-
cífico de accountability horizontal, pues corre a lo largo de las instituciones
que componen sistema político republicano.

(...) entiendo por accountability horizontal la existencia de agencias estata-


les que tienen la autoridad legal y están tácticamente dispuestas y capacitadas
para emprender acciones, que van desde el control rutinario hasta sanciones
legales o incluso impeachment, en relación con actos u omisiones de otros agen-
tes o agencias del estado que pueda, en principio o presuntamente, ser califica-
dos como ilícitos (O’ Donnell; 1998: 19).

193
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Vemos como la ciudadanía brasileña ejerce su mecanismo de control


cuando en las elecciones legislativas federales y estatales de octubre y noviem-
bre de 1990, la coalición de partidos que sostenía al mandatario sumó una
precaria mayoría y perdió a manos de los partidos de izquierda los gobiernos
de todos los estados con poder político o económico. El PRN, por su parte, no
pasó del quinto lugar en el Congreso con 40 diputados y 4 senadores. Por otro
lado, cuando la misma ciudadanía brasileña exige control por parte de las otras
agencias estatales que conforman el gobierno, demanda el uso de la herra-
mienta de la accountabillitty horizontal y demuestra en este caso una madurez
política excepcional que se ve reflejada en las instituciones, y no al revés. Es
decir, a una evolución de la sociedad brasileña a lo largo del tiempo en cuanto
a la idea de democracia le corresponde una evolución en el plano de lo institu-
cional: el cambio se presenta en este caso de abajo para arriba, y afortunada-
mente, la respuesta de los mecanismos de control institucional a la demanda
popular sabe ser rotunda y exitosa.

(...) la efectividad de la accountability horizontal depende en buena medida


de los tipos de accountability vertical –incluido, aunque de ninguna manera
exclusivamente, las elecciones– que sólo la poliarquía hace posible (O’ Donnell;
1998: 29).

Por todo, y más allá de las críticas al sistema de gobierno del Brasil
–caracterizado por presidentes con poderes muy amplios, existencia de un
sistema de partidos altamente fragmentados coexistiendo con partidos atrapa
todo los cuales se caracterizan por ser indisciplinados (Mainwaring y Shugart,
1994)–, la experiencia de Collor permitió demostrar que, a pesar de sus vicisi-
tudes, el sistema actuó.
En este sentido, Leiras asegura respecto del experimento neopopulista y
decisionista de gobierno llevado a cabo por Collor de Mello que:

(...) el fracaso en el intento de construcción de un modelo de gobernabilidad


democrática fundado en la exclusión de los principales actores institucionales
en la arena decisoria hizo paradójicamente posible avanzar en una dirección
tendiente a la institucionalización y normalización del sistema político brasi-
leño, con alternancia posible entre fuerzas o coaliciones en condiciones de
llevar adelante una agenda de consensos y disensos (Leiras, 2008: 185).

194
EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

El autor plantea que el uso del juicio político para impedir irregularidades
y destituir al entonces presidente sin poner en peligro la democracia constituye,
de hecho, “un paradigmático caso de crisis con salvataje”, según la definición
de Juan Linz al respecto. En este artículo hemos querido sumar a esta afirma-
ción la fundamental impronta de la reacción ante la crisis de la sociedad civil
brasileña, que es la responsable primerísima en acortar la brecha que la separaba
desde hacía años de sus desacreditadas instituciones políticas.

9. Consideraciones finales sobre el post-impeachment

Uno de los caminos abiertos que dejó el impeachment se desarrolló en


torno al debate sobre qué sistema hacía mejor al país. En abril de 1993, adhi-
riendo a la normativa constitucional, se llevó a cabo un plebiscito sobre el tipo
de sistema de gobierno –parlamentarismo o presidencialismo– y de la forma
del estado –monarquía versus república– más efectiva para el Brasil.
A pesar de que los opositores del presidencialismo se agruparon bajo
una organización denominada Frente Parlamentarista Nacional Ulysses
Guimarães, la solución que defendían también se enmarca en la categoría
semipresidencial. El objetivo principal que se proponían alcanzar los inte-
grantes del Frente Parlamentarista era mejorar las condiciones de gobernabi-
lidad del país o, más precisamente, fortalecer los incentivos para una coordi-
nación política más eficaz entre el Ejecutivo y el Legislativo por medio de la
creación del cargo de primer ministro y de un gabinete dependiente de la
confianza parlamentaria, pero manteniendo la elección directa para presi-
dente de la República.
El tipo de presidencialismo presente en el sistema político brasileño no
opera de forma muy diferente de los regímenes parlamentaristas. Los presiden-
tes ‘forman gobierno’ de la misma manera que los primeros ministros en siste-
mas multipartidarios, es decir, distribuyen ministerios a los partidos y forman
así una coalición que debe asegurar los votos necesarios en el Legislativo
(Amorim Neto, 1995).
Cabe mencionar que la diferencia radica en la estabilidad y cohesión
interna de estas coaliciones, donde de los presidentes que cumplieron sus
mandatos desde octubre de 1988, entre ellos José Sarney, Fernando Collor,
Itamar Franco y Fernando Henrique Cardoso, sólo el último formó un sólido

195
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

gabinete multipartidario y, al mismo tiempo, controló la agenda legislativa


como un Primer Ministro europeo.
Con respecto a este tema, encontramos diferentes matices en cuanto a la
concepción del presidencialismo en Brasil. Siguiendo a Kurt E. Von Metten-
heim (2001), observamos que la postransición no ha producido el estanca-
miento, la polarización, la corrupción y el populismo demagógico esperados
por los críticos, sino más bien nuevos patrones de cambio políticos a través de
apelaciones populares directas, alianzas con maquinarias de clientelismo y
movimientos de reforma política.
Contrariamente a la idea de que sólo los parlamentarismos tienden a
remover a los jefes del Ejecutivo, el caso de Collor fue crucial en este tema, ya
que su salida del gobierno pudo darse dentro del marco institucional y el
proceso fue llevado a cabo por un Poder Legislativo que respetó la división de
poderes, mostrando así las virtudes que puede tener el sistema presidencialista.
Lo que predominó fue el presidencialismo y la República. El electorado apoyo
por un 55% la continuidad del presidencialismo, frente a un 25% de apoyo al
parlamentarismo y un 20% de votos en blanco o nulos.
La elección en 1994 de Fernando Henrique Cardoso del Partido Social
Democrático Brasileño (PSDB) dio cuenta de la lucidez y la coherencia del
pueblo brasileño y de sus instituciones. Podríamos definir este cambio como
sin ruptura, es decir en la continuidad del régimen democrático. Por otro lado,
la capacidad de Cardoso para gobernar en consenso y sintonía con partidos
políticos y gobernadores creando una verdadera coalición de gobierno, expre-
san el éxito del particular engranaje político brasilero. Su estilo conciliador y
diplomático de liderazgo se diferenció considerablemente de sus predecesores,
puso de manifiesto una excelente lectura de Cardoso y su equipo de la estruc-
tura del poder brasileño, caracterizado por la pluralidad de actores y arenas de
decisión (Palermo, 1997). Empero, no es preciso subestimar el uso/abuso que
Cardoso hizo, en reiteradas ocasiones, de una herramienta altamente cuestio-
nada: las Medidas Provisorias. Lo que lo distingue de sus predecesores es, cier-
tamente, el habilidoso manejo que este presidente supo hacer de los otros dos
poderes de gobierno.
El Brasil que nace tras el impeachment y de la mano de Cardoso y su
coalición de gobierno logra la consolidación casi total del nuevo régimen, que
a nuestro criterio quedó totalmente consolidado cuando accedió al Poder
Ejecutivo un auténtico representante de los sectores populares: “Lula” Da Silva

196
EL CASO DE COLLOR DE MELLO EN BRASIL: ¿LÍMITES AL DECISIONISMO?

y el Partido de los Trabajadores en 2003. Con este término, L. Morlino define


el proceso de establecimiento y adaptación de las estructuras democráticas,
normas y relaciones entre el régimen y la sociedad civil que permiten que la
democracia gane autonomía y legitimidad. Este proceso implica el reforza-
miento del régimen para impedir posibles crisis futuras y dar comienzo a una
fase de persistencia, más o menos estable.

Puedo empezar a definir la consolidación democrática como el proceso de


reforzamiento, afirmación, robustecimiento del sistema democrático, encami-
nado a aumentar su estabilidad, su capacidad de persistencia y a contrarrestar
y prevenir posibles crisis (Morlino; 1986: 13).

A pesar del salto institucional que representó la era Cardoso, y más allá
de los resultados finales de su gestión, entendemos que éste fue, en el contexto
de la campaña de 1994, el candidato natural de las élites económicas hegemó-
nicas y las fuerzas conservadoras brasileñas. Del otro lado del escenario, se
presentaba como candidato presidencial, nuevamente, Lula Da Silva con el PT.
Su llegada al poder anuncia, finalmente, la consolidación de un régimen que
tardó en apuntalarse y mediante el cual acceden a lugares de decisión sectores
sociales por años excluidos del mismo.

La conquista del poder político por el PT en las últimas elecciones, ha reavi-


vado el espíritu de lucha social, además de poner en el centro del debate público
temas ligados a la exclusión, la injusticia y la impunidad en Brasil. (...) Entre
otras cuestiones, una reconocida disyuntiva entre democracia política y demo-
cracia social, ha despertado un interés para aquellos problemas relativos a la
instauración de un Estado democrático, la administración de la justicia y los
derechos humanos en Brasil (Lara Netto, 2004: 365).

En la actualidad, gran parte del pueblo brasileño continúa marginado de


sus derechos humanos y de ciudadanía, razón por la que deberíamos referirnos
al Estado de Brasil como un Estado de derechos de baja intensidad:

La débil presencia en el ámbito político de dichos intereses –los intereses de


los segmentos de la población subordinada y marginada– ha significado una
progresiva desvinculación de las reivindicaciones democráticas de sus contenidos

197
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

sustantivos, tanto simbólicos –derechos humanos y de ciudadanía, endebles en


Estados de derecho de baja intensidad– como materiales –bienestar social–
(Gugliano y Jerez Novara, 1999: 54).

No obstante esta situación, tan tristemente célebre en América Latina, la


legitimidad y el respeto hacia la gestión de Da Silva –que va por su segundo
mandato– por parte de la sociedad civil, los partidos opositores, los medios y
las elites conservadoras refuerzan esta teoría y ayudan a pensar en la persisten-
cia de la democracia como único modelo posible en el camino hacia una socie-
dad más justa y equitativa.

198
CONCLUSIONES

SANTIAGO C. LEIRAS

Ha sido propósito de la presente obra investigar comparativamente la


relación entre democracia y estado de excepción durante la década de 1990,
con particular énfasis en los casos de Argentina, Brasil, Perú y Venezuela.
Como sostuvimos al comienzo, el estudio sobre la crítica relación entre
estado de excepción y democracia dista de representar una preocupación temá-
tica de carácter novedosa dado que aquello que comenzó durante las primeras
décadas del Siglo XX con el debate de juristas especializados en la Europa del
período de entreguerras sería una constante luego en América Latina durante la
década de 1990.
También afirmamos que la repercusión adquirida por aquella polémica
en nuestra región residió en el hecho de que los países latinoamericanos han
acumulado los efectos de una prolongada crisis, debiendo afrontar problemas
económicos, sociales y políticos que trajeron aparejadas una gran inestabilidad
política y serios obstáculos para la gobernabilidad democrática. Para evitar la
diseminación del poder y la profundización de la crisis en medio de grandes
debates parlamentarios, se estableció un nuevo carácter gubernativo, siendo el
decisionismo expresión de ese nuevo carácter y una necesidad que devino en
un estilo o estrategia de gobierno de acuerdo a la excepcionalidad de cada
situación nacional en consideración.
Dentro de este marco, ha sido el objetivo general de la presente publica-
ción examinar la relación existente entre democracia presidencial y decisionismo
político. Asimismo, han sido objetivos específicos de la presente investigación

199
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

distinguir los aspectos centrales del modelo teórico decisionista, examinar si la


teoría decisionista puede encontrar justificación en una situación de excepcio-
nalidad del sistema político, abordar la incidencia de los aspectos jurídicos
organizacionales e ideológicos sobre la constitución de estados de excepción
en Argentina, Brasil y Perú, analizar la posibilidad de surgimiento de regíme-
nes mixtos, en donde la democracia tendría reminiscencias autoritarias, como
en el caso de Venezuela.
La estructura capitular desarrollada ha sido diseñada con el propósito de
cumplimentar los objetivos de carácter general y particular formulados y
desarrollada a lo largo de los cinco capítulos precedentes.
En el Capítulo I, “Estado de excepción, democracia y decisionismo:
aproximaciones conceptuales”, Alberto Baldioli y Santiago C. Leiras aborda-
ron el tema central de la presente publicación, la relación entre estado de
excepción y democracia, entendiendo los autores necesario desarrollar el polé-
mico pero más elocuente concepto para una aproximación a situaciones “de
ruptura”, el de decisionismo, en un andarivel histórico-político y cultural que
debe ser explicado fehacientemente para procurar evitar malentendidos y
confusiones innecesarias, finalizando la presentación con la exposición de la
relación entre decisionismo y democracia en el contexto político latinoameri-
cano en general y argentino en particular.
El Capítulo II, “Argentina en la década de la decisión política. El lide-
razgo neodecisionista de Carlos Menem”, por Alberto Baldioli y Santiago C.
Leiras, ha tenido como finalidad poder comprender los cambios formulados
durante la década del “Menemato” observando su origen, consecuencias y en
qué medida afectó a la política nacional los cambios en el modelo de liderazgo
neodecisionista.
Debido a que el problema del liderazgo neodecisionista y sus consecuen-
cias sobre la gobernabilidad y la calidad democrática en la Argentina fue abor-
dado por diferentes autores, ha sido particular propósito entonces de Baldioli y
Leiras intentar aportar un nuevo discernimiento para la comprensión de este
tipo de liderazgo y analizar las implicancias de la decisión política primaria en
tiempos de crisis y normalidad.
En el Capítulo III, “La construcción y consolidación del discurso neodeci-
sionista de Fujimori en Perú (1990-1995)”, Hernán Fair nos propuso analizar, a
partir de una metodología de tipo discursiva, el proceso de construcción y conso-
lidación del liderazgo neodecisionista de Fujimori durante el período 1990-1995.

200
CONCLUSIONES

Como vimos, este tipo de liderazgo “piloto de tormentas” situó su discurso como
aquel líder soberano que venía a garantizar el retorno al orden perdido en el seno
de la comunidad. En ese contexto, ha logrado legitimar con éxito su estilo de lide-
razgo neodecisionista en un discurso de ordenamiento del caos previo en los gran-
des campos: el político-institucional, el político-militar y el económico-social.
En el Capítulo IV, “Autocracia y legitimidad política. Alcances y límites
de la forma decisionista de gobierno de Venezuela entre 1998 y 2006”, Rober-
tino Spinetta se ha propuesto demostrar que, a lo largo del período de tiempo
propuesto, el gobierno del Presidente Hugo Chávez Frías ha mutado en distin-
tas versiones de regímenes híbridos. Partiendo de la clasificación propuesta, el
autor ha sostenido que la democracia venezolana ha pasado por distintos esta-
dios hasta llegar a lo que hoy se denomina autoritarismo competitivo. En este
tipo de régimen, se presenta una coexistencia entre procedimientos democráti-
cos y prácticas autoritarias por parte de un líder que, mediante atributos excep-
cionales de la decisión política genera un campo de juego desigual entre sus
fuerzas y las de la oposición.
Para Florencia Incarnato y Victoria Vaccaro, en el capítulo precedente
“Fernando Collor de Mello ¿límites al decisionismo?”, la pregunta central al
estudiar el caso Collor y su mediático impeachment fue si realmente se trató de
un hecho histórico-político de institucionalidad y de ejercicio de los mecanis-
mos de control institucional en una nueva democracia para establecer límites al
decisionismo político, o si fue resultado de la presión social ejercida sobre las
instituciones tras un escándalo de dimensión internacional que forzó al Poder
Legislativo a tomar una medida extrema, hecho que sin dudas fortaleció al
frágil sistema político postautoritario. En este punto, las autoras han recurrido
también al concepto de accountability entendido como el ejercicio de rendición
de cuentas que debieran ejercerse en todos los niveles de la gestión pública en
los regímenes democráticos.
El problema central ha consistido en preguntarse si es posible la convi-
vencia en democracia del modelo decisionista de gobierno con las normas e
instituciones de dicha democracia política.
A partir del interrogante inicial planteado, la hipótesis central que ha
guiado la presente obra ha sido la siguiente:

Bajo condiciones de crisis estatal, económica y social sería posible estable-


cer una correlación entre regímenes democráticos y estados de excepción.

201
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

A partir de la estructura capitular desarrollada, la puesta a prueba de la


hipótesis explicativa y sobre la base del material bibliográfico, documental,
económico, electoral, institucional y hemerográfico consultado se ha podido
extraer la siguiente conclusión:

La hipótesis principal se ha visto parcialmente verificada, no pudiendo esta-


blecerse una relación de carácter causal concluyente entre estado de excepción
y régimen democrático.

Con el despliegue del estilo/estrategia decisionista y la utilización de


diferentes recursos institucionales y extrainstitucionales disponibles, el deci-
sionismo menemista en Argentina se demostró “funcional” y “exitoso” para
resolver una crisis de gobernabilidad y cerrar las brechas entre gobierno del
Estado, gobierno de las leyes y contratos básicos de la estructura social y
económica.
Pero a la vez contenía en su núcleo las razones de su propia limitación,
su incapacidad de institucionalizarse, lo que afectó a la propia calidad institu-
cional de la democracia Argentina al descansar en última instancia en la figura
del líder plebiscitario como fuente principal de la decisión efectiva y garantía
de la estabilidad política y económica. Encontraba de este modo en los confi-
nes de su energía política, una y otra vez, las circunstancias en las cuales se
produjo su ascenso. Es más, precisaba recrearlas para mantener su base de
sustentación argumental. En términos hobbesianos, fuera de este principio
“acecha” permanentemente el estado de naturaleza.
Este escenario, lejos del de una normalización del sistema político argen-
tino, con una alternancia posible entre fuerzas o coaliciones en condiciones de
llevar adelante una agenda de consensos y disensos, sería el del peligro de la
ingobernabilidad y la ilegitimidad a partir del momento en que Carlos Menem
concluyera su mandato presidencial. De allí entonces la permanente asociación
entre decisionismo y gobernabilidad, en un contexto como el de 1999, nueva-
mente caracterizado por su dramatismo histórico.
La falsa profecía se autocumpliría con las sucesivas crisis producidas
tanto durante el gobierno de la Alianza que lo sucedería a partir del 10 de
diciembre de 1999, como así también durante los gobiernos interinos del Justi-
cialismo entre los últimos días del mes de diciembre del año 2001 y comien-
zos del año 2002, dando por tierra con muchos de los supuestos sobre los

202
CONCLUSIONES

cuales se realizaba la lectura del proceso democrático, aun cuando el relevo


gubernamental producido en diciembre de 1999 no implicó una sustantiva
reformulación de los presupuestos ideológicos, jurídico-políticos y organiza-
cionales contenidos en dicha matriz y presentes a lo largo de la década de 1990,
sino más bien una ratificación y profundización de dichos contenidos progra-
máticos, los cuales se han mantenido vigentes hasta la fecha inclusive, aún
contextos de carácter “terminal” como la crisis del año 2001.
Esta continuidad en contextos de crisis y cambio ha obedecido a tres
factores principales: la definición explícita o implícita de una “doctrina de nece-
sidad y urgencia” que se ha constituido como principio ideológico fundante del
funcionamiento institucional del Estado hasta la fecha inclusive, la preservación
y ratificación del esquema jurídico-institucional adoptado en el marco del
proceso reformista de 1994, como así también de la estructura burocrática del
aparato estatal, tanto en lo referente a su alcance como a su capacidad institu-
cional, aun cuando pueden detectarse indicios ciertos de un proceso de discu-
sión y redefinición del papel del Estado con relación a aquel vigente durante la
última década a partir de la gestión presidencial de Néstor Kirchner.
A lo largo de la década de 1990, y al hacer un minucioso balance de las
acciones de gobierno del ex presidente Menem, hemos visto rasgos y caracte-
rísticas que se repetirán en administraciones subsiguientes. En consecuencia, el
neodecisionismo como estilo de liderazgo será adoptado por todos los presi-
dentes posteriores, permitiendo sentar las bases de un régimen democrático
fundado en una doctrina de la emergencia institucional.
La sociedad argentina recibirá de manera recurrente los cambios con los
siguientes rasgos de conducta: miedo-resignación-tolerancia. El temor a un
pasado no tan lejano, alimentado por constantes discursos que apelaban al mismo
pasado de caos e hiperinflación, para justificar reformas económicas radicales y
de gran envergadura. La resignación de vastas capas populares en tanto peor de
lo que se estuvo era impensable estar. Por último, la tolerancia a dichas reformas
económicas, en tanto sociedad que necesita recuperar la confianza en un líder que
se presenta como el hombre fuerte capaz de timonear y “llevar el barco a buen
puerto”. Esta conducta ha estado presente en el contexto de las más recientes y
graves crisis argentinas, por ejemplo en la última del 2001/2002.
El decisionismo, como definición de una nueva estrategia de liderazgo
político y como doctrina de poder, intentó durante la década de 1990 dar una
respuesta a este dilema tanto en el ámbito nacional como así también en el

203
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

ámbito regional. Testimonio elocuente ha sido la emblemática experiencia de


Alberto Fujimori en el Perú.
A diferencia de otras experiencias de la región, el caso peruano de la
década de 1990 representaba un caso extremo en la aplicación de este estilo de
liderazgo “piloto de tormentas”. En efecto, en el momento de asumir Fujimori
como Presidente, el país andino no sólo se hallaba inmerso en una situación de
hiperinflación explosiva y fuerte crisis de representación política, situación
compartida por otros países de la región, sino que se hallaba también signado
por una pesada herencia de décadas de una trágica y feroz lucha interna entre
el Estado y los grupos guerrilleros, lo que ponía al Estado soberano frente a la
amenaza latente de disolución de lo social. En ese contexto, que incluía,
además, el problema irresuelto del narcotráfico, se requería también una
respuesta extrema. Es precisamente como una respuesta directa y extrema a
aquella situación de crisis del modelo sustitutivo de posguerra, creciente ingo-
bernabilidad política y fragmentación social en el que hizo su aparición el lide-
razgo neodecisionista de Alberto Fujimori. El nuevo liderazgo emergente debía
solucionar, entonces, los tres grandes problemas heredados de las gestiones
anteriores: el problema político-institucional, el problema político-militar y el
problema económico-social.
En relación al primero de ellos, desde los comienzos de su mandato el
Presidente no buscó generar consensos partidarios e institucionales, acen-
tuando el estilo de liderazgo soberano que le había permitido acceder al poder.
En dicho marco, una vez electo Fujimori dejó a un lado la concertación con la
oposición y el respeto a la división de poderes, para abusar de los diversos
mecanismos constitucionales previstos para los casos de “emergencia”. A pesar
de ello, mantuvo el apoyo de amplios sectores sociales en razón de la profunda
crisis de representatividad de los partidos tradicionales y que conformó un
discurso neodecisionista en el que su liderazgo decisorio resultaba indispensa-
ble para recuperar el orden y la gobernabilidad ausentes en el seno de la comu-
nidad, al tiempo que la ineficiencia e ineficacia decisional del Parlamento, los
partidos políticos tradicionales y el Poder Judicial actuaban precisamente impi-
diendo alcanzar el éxito en este campo.
El segundo de los grandes problemas irresueltos estaba representado por
la feroz lucha interna entre el Estado y los grupos guerrilleros de Sendero Lumi-
noso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amarú que se remontaban a la
década del 80. Para hacer frente a ese conflicto, que ponía en jaque la soberanía

204
CONCLUSIONES

política del país, y situaba al caso peruano como un caso extremo de caos e
ingobernabilidad en toda la región, el Presidente se alió con militares y policías
para hacer uso y abuso de la violencia contrainsurgente. No obstante, a pesar de
ir en desmedro de las instituciones representativas y atropellar los derechos
humanos, la población apoyó sistemáticamente estas medidas neodecisionistas
con tal de alcanzar el orden público perdido frente al contexto de violencia
social y amenaza latente de “guerra civil”.
Finalmente, el gobierno de Fujimori debía hacer frente al grave problema
económico-social heredado. Por un lado, la hiperinflación de cuatro dígitos
había evaporado en poco tiempo los ingresos de los trabajadores. Por el otro,
la enorme deuda externa había llegado a límites insostenibles, incrementando
el déficit fiscal y la ineficiencia del Estado. En ese contexto, las tasas de
desocupación y subocupación habían alcanzado índices históricos. El marco
general de crisis de la matriz estadocéntrica le permitió a Fujimori dejar a un
lado sus promesas de campaña a favor de los sectores populares para aliarse
con los grandes empresarios y aplicar un programa de reformas neoliberales. A
pesar de la magnitud de la transformación, el Presidente logró mantener un
amplio respaldo social, al restablecer la estabilidad económica y lograr la
modernización y “reinserción internacional” del país en el seno de la comuni-
dad internacional.
De todos modos, para consolidar su discurso neodecisionista no alcan-
zaba con el éxito relativo en este campo. Por el contrario, la gobernabilidad sólo
se fortalecería cuando se lograra extender el nuevo orden al campo de la polí-
tica. Para ello, habría que esperar hasta el autogolpe del 5 de abril de 1992, la
llave maestra que fortalecería y permitiría consolidar el liderazgo presidencial.
El autogolpe de abril le permitió a Fujimori no sólo la posibilidad de ser reele-
gido democráticamente en las elecciones de 1995, sino también profundizar
aún más en su estilo de liderazgo neodecisionista. En efecto, a partir de esta
medida, se consolidó el poder plebiscitario del Ejecutivo soberano en desmedro
de las instituciones representativas de la República. Pero sobre todo, el auto-
golpe le permitió a Fujimori sostener y ampliar el respaldo social frente a la
opinión pública. Ello se debe, más allá de la tradición nacional de poco respeto
a las reglas constitucionales, al estilo de liderazgo que caracterizaba al Presi-
dente desde su asunción. Como vimos, se trataba de un liderazgo neodecisio-
nista que era contrario a los partidos políticos tradicionales, criticaba la inefi-
ciencia e ineficacia decisional del Parlamento e incentivaba la necesidad de la

205
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

toma constante de decisiones soberanas para recuperar el orden político, econó-


mico y social perdido. Es precisamente a partir de la necesidad de este tipo de
liderazgo piloto de tormentas, incentivado por el discurso de inminente “guerra
interna” del Presidente, como pudo relegitimar su accionar Fujimori frente a la
sociedad civil, para luego llamar a una etapa de cierta regeneración institucional
que concluiría con la reforma de la Constitución al año siguiente y la consi-
guiente posibilidad de ser reelecto en las elecciones presidenciales de 1995.
En relación al problema de orden político-militar, los éxitos también se
hallaban a la vista. Debemos recordar que una vez en el poder Fujimori había
efectuado una alianza estratégica con militares y policías para intentar solucio-
nar el grave problema político militar del “terrorismo”. Esta “tecnoburocracia
fiel” había logrado constituir, junto con empresarios y grandes medios de
comunicación, un “núcleo duro” de respaldo a sus políticas a partir de la ayuda
brindada por su servicio secreto, liderado por Vladimiro Montesinos. Esta
firme estructura disciplinada mediante incentivos materiales, y organizada a
partir del “terror” a dirigentes y partidarios de la oposición, le permitiría a Fuji-
mori hallar la solución definitiva al histórico problema de la violencia política
y social, sobre todo a partir de la captura del líder guerrillero Abimael Guzmán,
en septiembre de 1992. En ese contexto, pese a las reiteradas denuncias sobre
violaciones a los derechos humanos, el Presidente conservaría un fuerte
respaldo social, ya que podía mostrar como un nuevo éxito de su mandato el
haber recuperado de manera definitiva el orden y la estabilidad política frente
a la situación de caos y amenaza latente de disolución de lo social en la que
había accedido al poder.
Hacia comienzos de 1995, Fujimori podía exponer como hechos tangi-
bles y concretos la recuperación de la gobernabilidad y el orden público frente
al caos y la inestabilidad política, económica y social en la que había asumido
la presidencia cinco años antes. El final del largo ciclo fujimorista en el año
2000 se desarrolla casi en coincidencia con el inicio de un nuevo ciclo político
en Venezuela, caracterizado por el ascenso a la presidencia de la república de
Hugo Chávez Frías.
En el año 1998, Hugo Chávez Frías logró por vía electoral aquello que
no había podido lograr mediante el uso de las armas, esto es, obtener la primera
magistratura del Estado venezolano. Apenas seis años atrás, el 4 de febrero de
1992, un infructuoso intento de golpe había manchado de sangre las calles de
Caracas. La propuesta, en ese entonces, consistió en desalojar al Presidente

206
CONCLUSIONES

Carlos Andrés Pérez de su cargo y refundar el orden político venezolano una


sobre una base participativa que consolidara un modelo político basado en las
ideas del Libertador Simón Bolívar.
Su convicción, su disciplina y sus creencias en un proyecto totalizante;
su identificación con los pobres y la construcción de un discurso hegemónico;
y la imagen de hombre probo, responsable y noble que había dado ante las
cámaras televisivas durante su rendición de 1992, fueron las herramientas que
Chávez esgrimió para ganar las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de
1998 por el mayor caudal de votos de la historia venezolana. En esa ocasión,
la sociedad venezolana avaló una promesa de cambio con un total de 3.
673.685 votos representando el 56,20 % de los votos válidos emitidos. Con el
número en sus manos y la legitimidad en su investidura, Hugo Chávez no tardó
en demostrar que el cambio era posible.
De tal manera, su proyecto de Constitución resultó también ratificado
hacia fines de 1999, y con ello, Venezuela dio sus primeros, pero firmes pasos,
en una espiral de desinstitucionalización y confrontación política sin preceden-
tes en la historia democrática de América Latina. La Constitución de 1999,
aprobada por siete de cada diez venezolanos, no sólo produjo la militarización
de la política, la concentración de poder en manos del Ejecutivo, y la delega-
ción de facultades legislativas en la figura del Presidente; sino que además
cambió el nombre de la nación por el de República Bolivariana de Venezuela,
y de esa manera entronizó formalmente el proyecto decisionista de Chávez. A
partir de ese momento, la dinámica política delegativa del régimen fue abando-
nando su constitución democrática para volcarse de manera definitiva hacia las
predisposiciones autocráticas del primer magistrado.
Los controles por parte de otros poderes del Estado hacia la institución
presidencial comenzaron a ser doblegados por el personalismo y la flexibilidad
de las atribuciones ejecutivas. También los organismos públicos comenzaron a
abandonar sus esferas de autonomía y profesionalismo técnico como consecuen-
cia de la remoción de sus áreas ejecutivas y el reemplazo de éstas por elementos
leales al Proyecto Bolivariano. En poco tiempo, todos los poderes del Estado se
convirtieron en apéndices de un Ejecutivo con poderes discrecionales suficien-
tes como para avasallar cualquier otro poder constituido. Los frenos y contrape-
sos propios de una verdadera república alteraron su balance y la Quinta Repú-
blica pudo entonces consagrar un híperpresidencialismo de tenor autocrático
decisionista, en donde su titular pudo apropiarse de los recursos del Estado.

207
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

Entre 1998 y 2006, una política de conflicto anuló progresivamente cana-


les institucionales que pudieran servir a la oposición para contrarrestar las atri-
buciones autoritarias del Presidente Chávez.
Así, los ataques a la libertad de expresión golpearon a los medios; la
remoción de jueces y la incorporación de una docena de jueces al Tribunal
Supremo de Justicia en 2004 asedió al Poder Judicial; la disolución del Senado,
la disolución de la Cámara de Diputados en 1999 y una reelección total de
todos los miembros de la nueva Asamblea Legislativa en julio de 2000 altera-
ron de manera dramática la composición de un Poder Legislativo electo apenas
dos años antes.
Además, la abstención electoral de los partidos opositores en diciembre
de 2005 dio inicio a una Parlamento monocolor, lo cual hizo que la oposición
perdiera un canal institucional de denuncia y proyección política. Estos hechos
además se vieron acompañados por las sucesivas violaciones sostenidas hacia
los principios inalienables de los derechos políticos y civiles consagrados en la
libertad y el secreto del sufragio. Esto último se deja entrever a partir de la
violación de la identidad de las personas que firmaron el infructuoso referén-
dum consultivo de 2002, y a las que lo hicieron en 2004 y luego votaron por la
remoción del Presidente; individuos cuya expresión democrática fue publicada
por parte de funcionarios públicos y que por ello perdieron sus trabajos, planes
de ayuda social o vieron la clausura de sus actividades económicas. Esto último
facilitó un aumento de la abstención electoral por parte de los elementos civi-
les que apoyaban a la oposición y, consecuentemente, la obtención de resulta-
dos magros por parte de esta última en las elecciones nacionales y locales
sostenidas en 2004, 2005 y 2006.
La institucionalización por parte del Estado de un ejercicio inverso de la
rendición de cuentas o accountability, a partir del cual es el Estado quien
controla a sus ciudadanos y no éstos al primero, funcionó por parte del
chavismo como una estrategia política analogable al terrorismo de Estado. Si
bien, en Venezuela, el asesinato hacia integrantes de la oposición no fue una
conducta empleada entre los años analizados, sí lo fue el empleo de estrategias
que impulsaran a la sociedad civil a retraerse de la participación política, o a
tener miedo de optar por la oposición.
De esta manera, estamos en el período analizado ante una lógica de
gobierno que destruyó los límites institucionales requeridos para la estabilidad
de cualquier democracia política, representando una situación decididamente

208
CONCLUSIONES

opuesta al análisis del caso brasileño durante los años de Fernando Collor de
Mello entre 1990 y 1992.
Si bien es real que el sistema político brasileño postreforma constitucio-
nal aún hoy provoca serias vacilaciones en cuanto a su efectividad y a la capa-
cidad que da a los poderes tanto Ejecutivo como Legislativo, quedó demos-
trado en 1992 que el sistema funcionaba. Ahora bien: tras lo expuesto podemos
afirmar que esta respuesta institucional rápida, eficiente y funcional a la demo-
cracia estuvo más ligada a la imposición social que a la ingeniería institucio-
nal, poniendo frenos al exceso de poder del Ejecutivo.
Lo novedoso del caso Collor es la reacción de la sociedad brasileña a las
denuncias contra el presidente, a la crisis económica reinante y a la corrupción
política. Ha sido la sociedad civil y su manera de pensar y vivir la democracia
la que ha mutado más que las instituciones políticas, pues episodios de corrup-
ción o de sospechas de corrupción contra prominentes políticos no eran nuevos.
Sin embargo, que la misma sociedad civil que soportó 21 años de régimen auto-
ritario para luego erigir como presidente a un político sin experiencia en gestión,
imponga en los tempranos 90 un criterio y exija ética, representada en este caso
por la posibilidad de realizar un impeachment, es todo un acontecimiento.
Esta transformación en la actitud y tolerancia a las irregularidades queda
expresado con fuerza en el pedido específico de poner límites al mandatario,
investigarlo y, en caso de hallarlo culpable, juzgarlo hasta las últimas conse-
cuencias. La experiencia de Collor permitió demostrar que, a pesar de sus vici-
situdes, el sistema actuó.
El fracaso en el intento de construcción de un modelo de gobernabilidad
democrática fundado en la exclusión de los principales actores institucionales
en la arena decisoria hizo paradójicamente posible avanzar en una dirección
tendiente a la institucionalización y normalización del sistema político brasi-
leño, con alternancia posible entre fuerzas o coaliciones en condiciones de
llevar adelante una agenda de consensos y disensos.
Todo ello permitiría, si no evitar, por lo pronto limitar la reproducción del
esquema presente de manera particular en el marco institucional argentino, y en
general en buena parte del continente a lo largo de toda la década, basado en:

a. Una legitimidad de origen democrático y plebiscitario, surgida en


situaciones de derrumbe o emergencia y convertida en argumento, de
salvamento primero y refundacional luego, del Estado.

209
ESTADO DE EXCEPCIÓN Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

b. La modificación, adaptación y ahora reinterpretación de la constitución


acorde con la nueva “razón de estado”: la gobernabilidad democrática.
c. El reforzamiento de los poderes presidenciales, definición explícita o
implícita de una “doctrina de necesidad y urgencia” y utilización de
los decretos como principal expresión de la decisión política.
d. La sujeción o avasallamiento de las instituciones parlamentarias y de
control de los actos administrativos de gobierno.
e. Un discurso y políticas de gobierno que combinan liberalismo econó-
mico y hegemonismo político conservador, en una combinación que
deja fuera del tablero o descalifica a otras expresiones del pluralismo
político.
f. Reeleccionismo compulsivo y reelección presidencial introducida por
reforma constitucional.
g. La incapacidad para resolver en clave institucional el problema de la
sucesión, en tanto los atributos de gobernabilidad y las reglas de juego
establecidas quedan fuertemente emparentados con la figura presiden-
cial y sujetos al decisionismo de palacio.

El proceso constituyente que culminó con la reforma constitucional de


1988 y dio lugar a un grado creciente de concentración del poder presidencial
a través del aumento de las prerrogativas institucionales del jefe del Poder
Ejecutivo proveyó también un mecanismo adecuado para la resolución de la
crisis institucional, ya que permitió el funcionamiento de las Comisiones parla-
mentarias de investigación, con mayores prerrogativas que aquellas concedidas
por la propia constitución de 1946.
Si bien el sistema político resultante de la nueva carta constitucional
funcionaría con fuertes tensiones y rigideces institucionales, podemos afirmar
que la resolución “presidencialista” de la crisis –a partir de la puesta en ejecu-
ción de las modificaciones constitucionales aprobadas en el marco del proceso
constituyente de 1986/1988–, mediante el proceso de destitución por mecanis-
mos institucionales del presidente Collor de Mello, más que representar un
modelo emblemático de golpe legislativo o institucional, nos ofreció un para-
digmático caso de crisis con salvataje (Bosoer, 2003).
Entendemos por salvataje, siguiendo al autor español Juan Linz, las
operaciones de auxilio de un sistema democrático presidencialista o parlamen-
tario destinadas a evitar su erosión y/o derrumbe. Estos mecanismos eran, por

210
CONCLUSIONES

lo general, alguna forma de democracia limitada, gobiernos de “unidad nacio-


nal” y/o la intervención de alguna figura prestigiosa o carismática, capaz de
usar la crisis en aras y en favor de una refundación institucional (Kvaternik,
1994b; Linz, 1997).
Esta crisis pondría a prueba de manera exitosa dentro del marco institu-
cional vigente, las capacidades y recursos institucionales existentes, las actitu-
des y comportamientos de los actores decisivos y más ampliamente, la cultura
y las prácticas de la democracia, en términos de aprendizaje colectivo para
resolver la cuestión de la gobernabilidad democrática en términos concretos y
existenciales.
Para finalizar, cabría destacar, en forma más general, que la vigencia
institucional de las democracias latinoamericanas había logrado pruebas de
sustentabilidad como nunca antes en su historia. Los presidentes lograron hasta
ese entonces ejercicio pleno y sin interrupciones de sus mandatos, y cuando no
lo hicieron, las crisis institucionales fueron resueltas en todos los casos a través
de los mecanismos legales previstos como por ejemplo el juicio político.
Asimismo, prácticamente todos los textos constitucionales fueron reformados
y adaptados en la dirección de un fortalecimiento de la legitimidad democrá-
tica y una modernización funcional de los sistemas políticos.
Pero pese a estos avances, los ejemplos de “éxito” de la gestión presiden-
cial en los casos particulares de la Argentina durante los años de la presidencia
de Carlos Menem, Perú con Alberto Fujimori, Venezuela con Hugo Chávez
Frías o “fracaso” en el caso de Collor de Mello evidenciaron que el presiden-
cialismo, bajo las formas en que fue dominante en la Argentina Brasil, Perú y
Venezuela en particular, y en América Latina en general, seguía apareciendo
como la solución y el problema al mismo tiempo para la gobernabilidad y la
institucionalización de las nuevas democracias.
El decisionismo como estrategia/estilo de liderazgo político y como legi-
timidad con pretensión supletoria de la tradición democrático-republicana,
lejos de resolver la ecuación, se asentaba en la persistencia de ese mismo défi-
cit de origen, con la consecuente reproducción de los conflictos y tensiones en
términos axiológicos y en las prácticas concretas entre los fundamentos del
liberalismo constitucional y el propio modelo de democracia contenido en el
desarrollo histórico del estado de derecho.

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LOS AUTORES

BALDIOLI ALBERTO AMADEO


Licenciado en Ciencia Política (UBA), Diploma de Postgrado en
Defensa Nacional y cursó el Magister en Defensa Nacional (EDENA).
Docente-Investigador (UBA). Director y Editor de la Revista de Ciencia Polí-
tica Online. Es autor y coautor de una docena de artículos de la disciplina en
revistas académicas especializadas a nivel nacional e internacional. Especia-
lista en Historia Contemporánea, Geopolítica y Seguridad Internacional.

FAIR HERNÁN
Licenciado en Ciencia Política (UBA), Magíster en Ciencia Política y
Sociología (FLACSO), Investigador becario CONICET, Doctorando en Cien-
cias Sociales (UBA) con sede en el Centro de Estudios del Discurso y las Iden-
tidades Sociopolíticas (CEDIS), Universidad Nacional de San Martín; es autor
de una treintena de artículos en revistas académicas especializadas de Argen-
tina, Chile, España, Uruguay y Venezuela.

INCARNATO MARIA FLORENCIA


Lic. en Ciencia Política (UBA), Diplomada en Relaciones Internaciona-
les (Fundación Democracia), se desempeña actualmente en la Cámara de Dipu-
tados de la Nación y como docente (ayudante de 1ra. categoría) en la carrera
de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires.

229
LEIRAS SANTIAGO CÉSAR
Licenciado en Ciencia Política (UBA), Diploma de Estudios Avanzados
y Doctor en América Latina Contemporánea por el Instituto Universitario de
Investigación Ortega y Gasset de Madrid (IUOG), España, Docente-Investiga-
dor UBA. Es autor del libro El Cono Sur y sus líderes en los años 90. Carlos
Menem y Fernando Collor de Mello en perspectiva comparada y coautor del
libro La democracia y sus laberintos, como de más de treinta publicaciones en
su especialidad.

SPINETTA ROBERTINO NICOLÁS


Estudiante de la Carrera de Ciencia Política de la Universidad de Buenos
Aires, donde se desempeña además como auxiliar docente. Becario Comisión
Fullbright 2009. Becario UBACyT en el marco del proyecto “Estado de
excepción y democracia en América Latina durante los años 90: una revisión
en torno a los casos de Argentina, Brasil, Perú y Venezuela en perspectiva
comparada”.

VACCARO VICTORIA
Licenciada en Ciencia Política (UBA). Cursa actualmente el Diplomado
en Estudios Interdisciplinarios de Género (UCES). Se desempeña como
ayudante de 1ra. categoría en la materia “Líderes y Liderazgos Político en
América Latina” de la carrera de Ciencia Política de la UBA. Es Coordinadora
de Programas de la ONG Instituto Social y Político de la Mujer.

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